HAY GENTE a la que le llega muy joven. A otras personas les ocurre después de jubilarse. Y hay personas, con mucha mala suerte, a las que no les pasa nunca.
Me refiero al amor al arte y a mí me cambió la vida hace ya muchos años.
Recuerdo que fue en un viaje que hice por Europa durmiendo en trenes, despeinado, sucio y comiendo latas de atún. Yo tenía 17 años y de Miguel Ángel en la Galería de la Academia de Florencia. Me tiré cerca de una hora contemplando esa escultura perfecta y armónica y algo de mí se quedó en aquella sala para siempre.