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Metal Hammer

WACKEN

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PARTE 1 DE 2.

Llevo años diciendo que es el último y ahora mismo me daría pena no volver. Wacken es inigualable. Jamás habría imaginado hace veinte años, cuando viajé al festival por primera vez, que dos décadas más tarde estaría aún arrastrando la culera por la Holy Land.

El ambiente quizás no sea el mismo en muchas de las zonas del festival, pero sí que lo puedes encontrar en otras. Sigue observándose el ambiente de camaradería en los escenarios más pequeños, y en ese sentido me quedo con la zona del Wasteland, donde los nombres de los grupos no son tan deslumbrantes, pero la atmósfera es realmente maravillosa. También te encuentras ese rollo de hermandad cuando paseas por el pueblo, fuera del recinto festivalero. Es tan mágico que creo que podría disfrutar de Wacken incluso sin acceder al festival, simplemente paseándome arriba y abajo del pueblo toda la semana con una cerveza en mano. Imposible aburrirse.

Llegamos a Hamburgo a primera hora de la mañana. Noche sin dormir, varias horas de carretera y un par de vuelos para alcanzar el aeropuerto de la capital del Holstein, que nos recibía con música de Black Sabbath de fondo. Sesenta kilómetros más de carretera, un breve paso por el alojamiento, una rápida comida toda la expedición junta y rumbo a la Holy Land. La primera jornada siempre es dura, pero desde hace unos años, más aún. Y es que antes el primer día era simplemente para compartir unas cervezas con los amigos tras conseguir la preciada pulsera -este año un peregrinar para los de prensa-, pero ahora ya es un día con conciertos que ya no te quieres perder, porque hay trenes a los que cuesta dejar pasar de largo. Sí, el Wacken dura casi una semana. En el LGH la actividad era frenética, así que hacia allí nos dirigimos con la esperanza de poder acceder a su coqueta sala. Antes dejamos el coche en el parking más cercano. Lo que antes era gratis este año nos costó 10€ y sí, todo sube de un año para otro, pero no precisamente el IPC, ni el alemán siquiera. La cerveza cincuenta céntimos más cada año y la comida cara hasta para los alemanes, como nos confesaban algunos con los que intercambiamos conversación. No te quiero contar lo de las copas, es abusivo. Hasta unos amigos suizos nos decían que era caro. En el fondo se nota el cambio de manos del festival, aunque la imagen refleje lo contrario. Por otra parte, aquel detalle de regalarte la full metal bag al llegar y otros regalos ya son historia.

Intentamos colarnos en el LGH para ver a Archaic, pero no fue posible.

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