El progreso tecnológico llevado a cabo por los humanos parece mostrar una clara evolución, de los instrumentos más rudimentarios a los más complejos. Se aprecia, por ejemplo, entre los cuchillos de piedra prehistóricos y los bisturís láser, o entre los papiros del antiguo Egipto y las actuales memorias USB. No obstante, de vez en cuando se producen hallazgos que ponen en entredicho la norma.
Los ooparts vendrían a ser precisamente una especie de versión extraoficial del avance científico. Este término, acuñado por el naturalista y criptozoólogo Ivan T. Sanderson (1911-1973), nace de las siglas de Out Of Place Artifact (OOPArt), que podría traducirse como «artefacto fuera de lugar». Y es que esto es justo lo que pretenden ser: objetos cuyo origen, funciones o técnicas de elaboración no se corresponden con el enclave o la época a la que supuestamente pertenecen. Sería el caso, por ejemplo, de una hipotética tablilla sumeria descubierta durante una excavación arqueológica en América. De hecho, hay quien ha llegado a pensar que tales ingenios podrían habernos sido legados por visitantes del espacio o abandonados por viajeros del futuro. En cualquier caso, los pocos ooparts cuya autenticidad ha sido probada demuestran que nuestros antepasados eran más hábiles e inteligentes de lo que se suele pensar.
De entre las más de 4000 piezas existentes consideradas, la inmensa mayoría son artefactos fraudulentos u objetos que han sido interpretados erróneamente. Otras muchas siguen siendo estudiadas por los expertos y muy pocas han conseguido sorprender a los científicos. Una de estas