Imagine que, dentro de dos mil años, de nuestra era solo quedan artículos de prensa y piezas audiovisuales afines a un determinado espectro ideológico. La visión que nuestros descendientes tendrán de las personalidades políticas de hoy será, inevitablemente, bastante sesgada. Esto es lo que nos ocurre a nosotros cuando intentamos leer la historia de Roma basándonos solo en las fuentes contemporáneas de emperadores como Domiciano. Ese líder, nacido en 51 d. C. y asesinado cuarenta y cinco años más tarde en una conjura palaciega, sufriría tras ella siglos de odio y desprecio, siendo presentado como un sádico tirano de crueles costumbres sexuales.
Leyenda negra
Pero, por suerte para Domiciano, su imagen lleva aproximadamente un siglo siendo reinterpretada por los historiadores. Y es que, gracias a la arqueología y a la lectura informada de las fuentes, estamos descubriendo al Domiciano real. Ese que nada tiene que ver con el guerrero débil, gobernante corrupto y violador sistemático que nos han vendido durante siglos. Al contrario, si por algo destaca Domiciano es por haber sido incluso mejor gobernante que otros emperadores que gozan de buena reputación.
Suetonio, en , es un claro ejemplo de cómo la figura de Domiciano se vio envuelta en un halo de terror desde eras muy tempranas. El historiador y biógrafo romano dibuja un Domiciano sádico al que le gustaba torturar a las moscas, aficionado a nadar con prostitutas o, en su defecto, violar a “las mujeres de muchos ciudadanos”. Y, para colmo de males, fratricida, ya que Suetonio lo acusa de haber dejado morir a Tito de