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Realmente, todo lo que quiero hacer es gritar.

Summary:

¿Qué haces cuando tu pareja no te ama?

Y ya no tienes fuerzas para gritar.

Work Text:

No sabe porque Mizuki tiene que recordarle a los lirios y las orquídeas.

No es la forma en la que huele, la dulce vainilla de su shampoo y el olor afrutado de su gel de ducha. Tampoco son sus colores: el rosa pastel, el blanco, azul y rojo. Parecen seguirla, pero no son, en lo absoluto, los colores de los lirios y las orquídeas. 

Piensa entonces en lo bonita que es. Mizuki parece hermosa siempre, vivaz y duradera. Incluso con ello, es delicada. Mizuki no resiste los inviernos, es demasiado delicada para las inclemencias que el mundo adora arrojarle. Piensa con disgusto en la mirada solitaria que siempre la acompaña, en el miedo que le corre bajo la piel y del que no habla. Nunca.

Mizuki es tan linda y frágil como las orquídeas y los lirios.

¿Tal vez por eso se enamoró de ella?

Los dedos cálidos le quitan el flequillo sudoroso de la frente mientras tose. La tos sangrienta se prolonga por dos y luego tres ataques que le hacen doler las costillas. La sangre ayuda a que los pétalos fluyan con más facilidad, y puede ver cómo caen y caen en el bote de basura que trajo desde su habitación. Rin le limpia suavemente la sangre de los labios, el pañuelo blanco con encaje gris y las iniciales "KR" bordadas en cursiva se llena de rojo. Otro ataque de tos la hace por fin tener arcadas. El vómito acre y la sangre se mezclan en el fondo de la bolsa de su bote de basura. Tiene que cerrarlo para poder escapar del olor desagradable.

Al fondo del bote cerrado, los pétalos de lirios yacen, fragantes y llenos de sangre.

Los ojos azul verdoso de Rin la miran, examinando su alma. Hay una preocupación que subyace en el fondo de los lagos oscuros. 

Cierra los ojos, encontrando consuelo en la falta de ardor en ellos, intentando ignorar la picazón que le genera la resequedad y la fiebre, su cuerpo intenta deshacerse de la planta invasora que llena poco a poco su cuerpo. 

La planta no cede, y cree que probablemente el calor solo hace que el ambiente sea más propicio para que siga su expansión.

Rin aún la mira fijamente cuando decide volver a abrir los ojos. Hay algo en esos rasgos, usualmente serenos y molestos, que es extraño mientras se retuerce con preocupación. Los Virtual Singers siempre parecen así, una mezcla de muñecos hiperrealistas y seres digitales, sus voces le recuerdan lo poco reales que son, lo cerca que están de ser simples programas de software y lo lejos que están de reducirse a eso.

–Ena– Rin la llama, su voz robótica suena tensa, llena de una urgencia que no sabía que podía transmitir. –Debes decirle–

–No– gime. Su estómago se contorsiona y sus pulmones pican, sabe que está a poco tiempo de empezar a toser los trozos desgarrados de su aparato respiratorio, pero ese es su problema.

Ni Rin, ni Len, KAITO, MEIKO, Luka o Miku tienen injerencia en ello.

–Ena- –

–Rin. Por favor–

La mira impotente. La joven rubia la ayuda a acicalarse una vez más, limpiando la sangre de su boca. Se siente desorientada, molesta. Si se concentrara, podría sentir entonces la planta que crece dentro suyo. Las raíces que despedazan sus pulmones, en búsqueda de su corazón. En su lugar, repasa en su boca el sabor a lirios.

No entiende porque Mizuki le recuerda tanto a los lirios. Tal vez es por lo tóxicos que son. 

Lleva días tragando los pétalos tóxicos. Sofocando su tos en clases o frente a sus padres, masticando y tragando cada pétalo que le sube por la laringe. El estómago le duele y siente náuseas constantemente. La intoxicación la deja débil y deprimida. 

¿Tal vez por eso le recuerda tanto a los lirios?

Mizuki a veces es como veneno. La hiere, la echa hacia atrás, la amenaza silenciosamente con desaparecer al mínimo desaire. La asusta, la hace sentir enferma, y la forma en que solo puede adorarla es aún más doloroso para ella.

Hay algo en ella, en su rostro solitario incluso cuando están juntas, en la forma en que parece a punto de llorar cuando cree que nadie la ve.

Tal vez, y solo tal vez, por eso no se atreve a decirle nada. No quiere decirle lo solitaria que se siente, no quiere comunicar el dolor que le causa su distancia. El miedo que tiene de alejarla es peor que el sufrimiento de toser flores.

En lugar de concentrarse demasiado en ello, piensa en el pasado, en su risa en la gira misteriosa, en los ojos rosas que brillaban desesperados por cualquier atisbo de salvación para Ena.

La mirada que le puso clavos a su ataúd, el cariño y alivio en su mirada mientras le quitaba el lodo de la mejilla con su propio pañuelo. 

No es su mejor idea, su cuerpo se dobla y deja salir otra ráfaga de tos que trae consigo más pétalos. Los pétalos largos de lirios crecen en cantidad cada día, los capullos se atoran en su garganta con más frecuencia que hace una semana. Si los aplasta, puede ver las anteras polvorientas y el estigma pegajoso. La fragancia manchada de un olor a hierba que se mezcla con el metal de su propia sangre.

Tan bello.

Tan doloroso.

Rin la abraza, manteniendo su cuerpo estable. 

–Por favor, dile–

Como única respuesta, acaricia las manos heladas de Rin. 

Ena casi quiere reír. Casi quiere llorar. No hace nada. Hace ambas. Las lágrimas piden agua que su cuerpo ya no tiene, su garganta seca es el augurio cercano de su muerte. 

Duele. Simplemente duele. Imagina por un segundo lo diferente que su situación debió haber sido: las risitas de Mizuki entre besos, los suaves "te amo" murmurados contra su sien en un mal día, los abrazos cálidos que le permiten apreciar lo largos y delgados que son sus dedos cuando la sujeta por la cintura. 

No, no lo imagina. Lo recuerda. Todos ellos son recuerdos de los últimos meses, recuerdos de sus citas en Phennyland, recuerdos de sus juergas de compras y sus constantes visitas y pijamadas que son solo excusas para trabajar un poco en el siguiente video musical de N25 antes de simplemente acurrucarse en la cama de Mizuki.

Tose con más fuerza. Siente que se asfixia mientras las flores raspan su garganta, mientras estimulan los reflejos de la tos. Rin la aprieta con más fuerza mientras vomita otra vez. Raudales de vómito sanguinolento le impiden respirar.

Su desesperación crece mientras sus pulmones se constriñen, mientras siente el capullo ovalado atorado en su faringe. 

Morirá así, asfixiada por el amor que no siente correspondido. Amando a una novia que parece lejana y apartada. 

Es en lo único que puede pensar mientras Rin aprieta con fuerza su estómago, intentando despejar su garganta. Puede sentir la desesperación de sus acciones.

Ya no importa.

Mizuki no lo sabrá. No hay nada que hacer ya. La planta se sigue extendiendo en sus entrañas, roba los nutrientes que come, y al final quedará de ella solo sus huesos; alimentando las flores de un parásito que se nutre de su angustia.

---

Cuando Ena despierta, sigue en Sekai. Len la mira, adormilado, con la cabeza caída en el hombro de Rin. La propia Virtual Singer tiene rastros de lágrimas en sus ojos mientras recarga un poco de su peso en la estructura derruida atrás suyo. El sabor de la sangre en su boca se ha ido, al menos por un momento. 

No tiene ganas de toser, no tiene ganas de nada.

La tibia frazada que la cubre es desconocida. La tela polar trae alivio a su pecho y a sus manos frías. 

Abajo suyo ya no está la dureza del suelo, sino la suavidad de un futón mullido y cálido. 

Se permite disfrutar unos segundos, cerrando los ojos para deshacerse temporalmente de la sensación arenosa de los pedruscos de lagañas en sus lagrimales y pestañas. Casi siente que puede respirar otra vez. 

Su paz no dura demasiado, hay unos dedos que le acarician la frente sudorosa, Ena no puede hacer más que inclinarse al tacto familiar, dejando que los largos dedos la mimen. La frialdad es familiar y refrescante, como en esos días en que se enferma y hay alguien que se sienta a su lado en su pequeña silla rosa ergonómica. La forma en que le acaricia la frente antes de ponerle el parche refrescante para bajarle la fiebre. 

Ah... Eso fue todo, ¿No? 

Sus esfuerzos, como siempre, no fueron más que infructíferos. Noches de silenciar el micrófono, de evitar a su novia, días y días de jarabe de miel para mantener su voz tan limpia como fuera posible.

Todo eso no importa ya. 

No puede evitar reír sin humor alguno, sintiendo su garganta reclamar por la osadía de haber reído pese a la resequedad. Sus bronquios cosquillean cada que respira.

Abre los ojos, mirando hacia el infinito vacío blanco unos segundos antes de desviar la mirada hacia Rin y Len una vez más.

Evitando mirarla

–Despertaste– no tiene que voltear para saber la cantidad de preocupación que hay en esos ojos claros. 

Ena no puede responderle. Su garganta se siente seca, como si se hubiera tragado un desierto. En su lugar, le regala un asentimiento desganado.

Len se sienta recto, abriendo los ojos, viendo fijamente a Mizuki. 

Ena puede escuchar muchas cosas removerse, entre ellas una bolsa de papel que se arruga a su lado. Respira el olor de la frazada; la mezcla de suavizante de telas, frutos rojos y vainilla la lleva de regreso a sus pijamadas, a noches largas y tranquilas escuchando el latir de su corazón acelerado, con la oreja recargada en la espalda o el pecho de Mizuki hasta quedarse dormida.

No hay comentarios chuscos o intentos de molestarla. Mizuki le pone la botella de agua contra los labios, pero no encuentra la fuerza para beber. Entonces vuelve a escuchar la bolsa de papel arrugarse. Pasan varios minutos hasta que por fin siente otra cosa contra los labios. 

–Abre la boca, debes beber un poco, Ena–

Ena. No Enanan, no Enamon, no Pandanan.

Ena. A secas.  

Puede sentir como el plástico se desliza entre sus labios. Ni siquiera puede concentrarse en lo vergonzoso que es el que la trate como a un pajarillo, dándole agua con una jeringa sin aguja.

El proceso es lento. El té le baja por la garganta, la sensación tibia deja un ardor que se calma una vez que traga todo el contenido de la jeringa. Mizuki vuelve a llenarla con paciencia antes de volverla a apoyar contra sus labios.

La acción se repite varias veces, y durante todo ese tiempo, no puede mirar a Mizuki.

Sabe lo que pasará; la sangre, los pétalos, la tos. Puede sentir la comezón enroscarse en sus bronquios, el reflejo tusígeno estimulado por los pétalos que amenazan con salir a la mínima provocación.

No le dice nada, no hay provocaciones o comentarios cursis. 

Solo... Silencio.

Una vez que Mizuki considera que ha bebido suficiente, deja de darle de beber. Hay más ruido, la bolsa de papel vuelve a hacerse presente. Ena no puede mirarla, no tiene el corazón para hacerlo. 

Porque sabe que cuando la vea a los ojos, no verá amor y devoción, sino miedo y distancia. Las raíces se aferran a la carne de sus pulmones mientras intenta, de algún modo, liberarse de toda la sensación de culpa y miedo.

«Tú no me amas»

La realización se asienta. Lento, como un trozo de metal que se hunde en un lago. Los pétalos dejan un cosquilleo que tiene que hacer retroceder a base de tragar saliva. Mizuki la toma por la mejilla, obligándola a verla a los ojos.

Y no sabe si el hanahaki le está dando una muerte tranquila, si debería agradecerle a la deidad que se está apiadando de su alma mientras siente la flores subir por su garganta.

No la recrimina, no la molesta con súplicas por su vida o le exige explicaciones.

Solo le dice tres palabras que le duelen más que las flores.

–Mizuki, no puedo respirar–

 

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