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El cartero fantasma pudo haberlos matado del susto de no ser porque ya estaban muertos. La intriga de que saber qué había en el paquete los ganó enseguida. Una columna de fuego se manifestó. Y, lo siguiente que charles supo fue que lo tenían inmovilizado. Fue peor que estar en la cocina de Esther con el collar de hierro. Porque esta vez ni siquiera quemándose o amenazando a un cuervo lograría soltarse.
Era el fin, al menos eso comprendió de entre toda la palabrería que les dio la pelirroja mujer de traje. La odiaba tanto. Lo suficiente para ni siquiera escuchar demasiado bien lo que decía hasta que Edwin, con la voz estrangulada, preguntó:
-¿Envejecer?
-Envejecer. Crecer. Eso que los humanos hacen. Pero así ya no serán unos niños y tampoco MÍ problema -recalcó ella y chasqueó los dedos.
Charles quiso decir un millón de cosas. Antes de siquiera poder abrir la boca una sensación indescriptible lo inundó. Un cosquilleo abrumador recorrió toda su piel. Sus pulmones silbaron por un aliento que tuvo que tomar a bocanadas mientras la gravedad lo reclamaba y caía sobre sus manos y rodillas en la madera áspera del suelo. Con los ojos repletos de lágrimas y el ensordecedor latido de su corazón revivido zumbando en los oídos, volteó a mirar a Edwin. Siempre tan elegante, su mejor amigo no se había dejado llevar al suelo. Sin embargo no estaba mucho mejor. Apenas si lograba mantenerse en pie, apoyado con ambas manos en el escritorio, respirando en jadeos desesperados.
El dolor que algo o alguien pudiera causarle a Charles, era algo con lo que podía sin inmutarse. Que alguien le provocara dolor a Edwin era inconcebible. Aun esperaba que Esther Finch estuviera retorciéndose en el infierno por haberse atrevido a poner su horrible máquina de tortura en Edwin Payne. Y, esta vez, con la Enfermera Nocturna al parecer haciendo algo parecido, Charles olvidó su propio dolor.
Se puso de pie como pudo. Abalanzó sus manos hacia Edwin para sujetarlo. El tacto sólido de sus hombros, de las mejillas de su mejor amigo acunadas en sus manos lo confundió.
-¡¿Qué le estás haciendo?! -gritó con todas sus fuerzas, hacia la Enfermera Nocturna.
-¿Esa es tu forma de agradecerme? -ella sujetó su libreta contra el pecho, con indignación. Soltó un gruñido exasperado-. Tontos adolescentes -rodó los ojos y con un chasquido de dedos desapareció tal como había llegado.
Charles hizo el intento de ir tras ella. La mano de Edwin cerrándose en su brazo lo detuvo. Los ojos marrones de Charles cayeron en la mirada esmeralda de su mejor amigo, en sus respiraciones entrecortadas, en la mueca de completa confusión que, poco a poco, fue convirtiéndose en una más tranquila, hasta que por fin él pudo hablar.
-Charles, déjala. Ya no importa…
-Compañero, nos ha hecho algo y no voy a permitir que esto de alguna manera te dañe… -exclamó hasta que Edwin lo abrazó.
Charles, sorprendido, lo rodeó por los hombros. Por naturaleza buscó hundir su rostro en el cuello ajeno y respiró su aroma. Aroma a té con crema y libros viejos, aroma a colonia… aroma a chico. Todo eso le desconectó las neuronas por un instante. Edwin jamás iniciaba el contacto, era como una regla no dicha entre ellos, y estaba bien. Y ¿Cómo era posible estar sintiendo el cuerpo contrario apretado contra el suyo, su pulso mezclado con el de Edwin, su calor, su aroma y su peso, si al morir les era arrebatado todo aquello?
-Estamos vivos -jadeó en un júbilo que no tardó en arrancarle lágrimas. En especial cuando Edwin hundió una mano en sus rizos. El pulso de Charles se fue a la estratósfera-. Estamos vivos -repitió, porque tenía la horrible sensación de que si no lo hacía todo se desvanecería.
Tras un buen rato abrazados, Edwin lo apartó por los hombros. Charles sintió que le quitaban un trozo de su corazón, pero se dejó hacer. El muchacho eduardiano lo miró de pies a cabeza.
-Esto me aterra. Todas estas…. Sensaciones, es tan… intenso. ¡Santo Dios! No pensé que esto sería posible ¿cómo vamos a hacer esto? ¿Qué se supone que haremos? Adaptarnos a la vida otra vez es una completa locura y…
-¡Edwin! -Charles detuvo el hablar de su amigo con ambas manos sobre los hombros de éste. Sus pulgares en las clavículas de Edwin. Solo entonces notó que traía solo su camisa; abrigo y pajarita se habían desvanecido-. Lo haremos. No sé ni como diablos, pero lo haremos. Tú y yo, como siempre. Pero ya no más huir de la muerte. Ya no más temerle al infierno. No más. Podemos seguir con los casos. Podemos ayudar a todos, pero también podemos… podemos estar vivos y… -tartamudeó y después sonrió como si todo el sol habitara en ese gesto-. ¡Dios, voy a comer tanta pasta que reventaré!
Edwin rio y la carcajada nacida en su pecho se contagió a Charles. Volvieron a abrazarse. Y, con su rostro de vuelta en el hueco del cuello de su mejor amigo Charles se dio cuenta que había un detalle más que había estado guardando. Edwin, en cambio, no le dio tiempo a decir nada. Se apartó de pronto y se acercó a la ventana como si hubiera visto algo.
-¿Qué ocurre? -preguntó Charles, aun con esa sensación de haber perdido algo vital cuando Edwin dejaba de abrazarlo.
-Está nevando… -dijo Edwin, con la mirada clavada en la calle. Era principios de noviembre, pero había nevado lo suficiente como para blanquear las aceras y el pavimento-. Amaba la nieve cuando era un niño. Me recordaba a la navidad y a casa. No he podido tocarla desde que morí.
El tono triste pero esperanzado con el que lo dijo fue directo al nudo en el pecho de Charles. Un nudo cada vez más apretado por las tantas cosas que quería decir y no hallaba la forma. Se mordió el labio inferior un instante, antes de que su mano tomara a Edwin por la muñeca.
-¿Charles? ¿Qué estás haciendo? -gritó Edwin, pero se dejó llevar.
Bajaron apresuradamente las escaleras de la oficina. El edificio les había sido dado como pago por uno de sus primeros casos en el 91. Con todas las cosas raras que ocurrían allí era más una atracción turística para los fanáticos de los fantasmas y lo maldito. Edwin y él, de vez cuando, colaboraban con la leyenda, dando unos buenos sustos a un par de curiosos vivos. Pero, sobre todo, era su hogar y, escuchar por primera vez sus pasos retumbando sobre las viejas tablas, fue agradable. Llegaron a la salida al callejón y Charles empujó la puerta, saliendo primero. No soltó la mano de Edwin pero éste se detuvo en el marco.
-¿Acaso estás loco? ¡Vamos a pescar un resfriado!
-¡Y será nuestro primer resfriado! ¡Ven!
Edwin ladeó un poco la cabeza, con mirada compasiva y un suspiro. Todo ese gesto que decía “te amo tanto que aceptaré esta locura” y luego fue tras Charles.
En efecto fue una locura. Edwin tomó un poco de nieve en sus manos desnudas, dándole forma. Sus dedos estaban tornándose rojos cuando algo impactó en su nuca. Al volverse Charles le sonrió, sujetando en sus manos otras dos bolas de nieve, listo para la batalla.
-Eres un…
Charles no le dio tiempo a completar esa frase. Le arrojó otra bola en pleno pecho. Edwin no tardó en cobrar venganza. Fue una guerra amistosa, llena de persecuciones, gritos y risas. Charles ocupó un cubo de basura como fuerte para arrojar nieve y esconderse. Edwin hizo lo mismo con el faro del alumbrado público. Y, entre tanto y tanto, Charles lo miró. Fue como la primera vez que lo vio, pero al mismo tiempo tan diferente. Edwin había sido una luz en la oscuridad de su triste muerte. Fue un chico deslumbrante, interesante y muy dulce. Sus palabras y su linterna reconfortaron a Charles en sus últimos momentos. Y, en esta ocasión tan opuestamente distinta, se veía tan deslumbrante, allí despeinado, con el cabello cubierto de nieve, los labios y las mejillas rosadas por el frío y… Charles no pudo evitar desear besarlo.
No era la primera vez que pensaba en eso. Si le dieran una moneda por cada vez que lo pensaba…
Contuvo el aliento, oculto de vuelta tras el cubo de basura. Esperó a que Edwin se agachara para hacer más bolas de nieve y entonces salió. Sigiloso y veloz atrapó a Edwin de frente cuando este se disponía a arrojar más municiones heladas. Sus rostros quedaron a tan pocos centímetros que Charles pudo sentir el aliento contrario temblar.
-Estás invadiendo mi territorio, Charles -dijo Edwin, aun en el juego.
-Lo sé. Pero tengo que, compañero -dijo con el nudo que se había estado gestando en su pecho convertido en un chisporroteo cálido que le hizo olvidar el calor. Tomó las manos de Edwin entre las suyas, todavía con la sensación de que podía atravesar el suelo si no se concentraba-. Edwin, hay algo que debo decirte…
-Charles, si esta es tu manera de distraerme para ganar, debo informarte que es una trampa muy…
Y Charles lo besó.
Solo fue un roce breve de labios. Charles se apartó de inmediato y Edwin lo miró con los ojos desorbitados.
-¿Por qué has hecho eso? -Edwin comenzó a retroceder-. Si es alguna clase de celebración por estar vivo, por favor, Charles, te ruego que no continúes. Conoces mis sentimientos por ti y no sería correcto hacer esto si para ti es solo una especie de momento impulsivo.
-Edwin -Charles lo siguió a cada paso-. Edwin, por favor escúchame -lo detuvo a mitad de la calle, y lo tomó por los brazos-. Edwin, te amo.
-Como amigo. Lo sé.
-No -interrumpió Charles. Era ahora o nunca. Había enterrado tan profundamente todo eso por casi cuarenta años, si no lo dejaba estallar a hora moriría de nuevo-. Te amo más que de esa forma. Edwin, por favor escúchame -insistió cuando Edwin intentó apartarse-. Por favor, no estoy jugando. Te amo, te amo, te amo.
-Pero en el infierno dijiste…
-Sé lo que dije. Lo sé muy bien. Es solo que esa cosa venía tras nosotros y si te decía la verdad sería tan… -soltó un gruñido sin encontrar las palabras, hasta que sintió las manos de Edwin en su cintura y entonces toda su mente pareció aclararse-. Me gustaste desde el instante en que te conocí. Creo que me enamoré de ti desde el 91 pero no lo acepté hasta La Infame Debacle del Cachorro del 94. Quise tanto besarte entonces. Pero… simplemente pensé que…
-Me desagradaría.
-Perderte era algo inconcebible, así que pensé que con el tiempo esos sentimientos se irían -continuó Charles, cada vez más cerca del rostro de Edwin, cada vez deseando poder callarse y besarlo y que todo lo demás quedara implícito. Pero había sido suficiente tiempo de callar-. No se fueron. Y solo el diablo debe saber lo mucho que me molestó que Monty te pusiera los ojos encima y ese jodido Rey Gato… pero eso me hizo pensar. Tal vez el problema soy yo. Tal vez sí te gustan los chicos, pero no te gustaba yo.
-Charles…
-E incluso si lo hacías ¿Qué pasaría cuando la joda? Porque sabes muy bien que soy un experto en arruinarlo todo. La jodería y me odiarías y prefería tenerte como mejor amigo a perderte por un momento de sentimentalismo…
-Charles…
-¡Y luego decides confesar tus sentimientos en las jodidas escaleras del infierno! ¡Pensé que estabas aturdido! ¡Pensé que se te pasaría y te darías cuenta de la locura que habías dicho! Porque por favor, vamos, no soy brillante, no sé de astrología y tampoco soy maldito monarca de los gatos. No sé hacer magia. Todo lo que hago es ser impulsivo, golpear y destrozar tus planes y…
-¡Charles! -el tirón que Edwin dio de su cintura hizo que Charles perdiera el hilo de lo que estaba diciendo. En su lugar sus brazos cayeron alrededor de los hombros de Edwin. Las frentes de ambos quedaron juntas. Sus narices rozándose-. No consentiré, de ninguna manera, que hables así de la persona más maravillosa que he tenido el honor de conocer.
Charles jadeó, una respiración temblorosa. Sus labios ardían por besar a Edwin.
-¿Qué cambió? -las palabras de Edwin lo distrajeron-. ¿Por qué me dices esto ahora?
El pecho de Charles subía y bajaba irregularmente. Tragó saliva con fuerza y respondió:
-Porque como fantasma podía soportarlo. Era como tener todo eso, todos esos sentimientos anestesiados y solo aquí -señaló a su cabeza con un dedo-. Pero ahora está en todas partes. Pensé que era muy intenso todo lo que sentía por ti estando muerto. ¡Pero por una mierda! Estando vivo es… si no te lo decía sentía que iba a arder de adentro hacia afuera. Estar vivo es incre, pero morir de una embolia cada que te miro sonreír no lo sería…
Edwin se inclinó. Charles se derritió en su abrazo tan solo ante la idea de ser besado. Cerró los ojos. Todos sus músculos se tensaron, contuvo el aliento y solo se permitió relajarse cuando la boca de Edwin encontró la suya. Fue un beso dulce. Mucho más lento que el anterior. Labios sobre labios abriéndose y explorando. Las manos de Charles fueron hasta el cabello de Edwin. Inclinó un poco más la cabeza. El beso se profundizó aun más. Necesitaba respirar pero aun más importante que el oxígeno era sentir la punta de la lengua de Edwin rozando su labio inferior.
Un estruendo ensordecedor los obligó a separarse casi de un salto. Una oleada de luz los dejó medio ciegos por un instante. Charles alzó un brazo para cubrir su rostro y ver qué ocurría. Tal vez era la Muerte, algún ser extraño o la Enfermera Nocturna. Pero resultó solo ser un auto, sus luces y su bocina tocada a fondo. Una vez ambos se retiraron el vehículo pasó acelerando sobre la nieve.
-Es una locura -susurró Edwin, y Charles supo que se refería a estar vivo.
-Pero está incre, compañero -dijo, muy animado, aunque tiritando. Tom la mano de Edwin y entrelazó sus dedos para recordarle que podía ser una locura, pero estaban juntos en eso.
-Charles, acabas de confesarme tus sentimientos románticos. Vuelve a llamarme compañero y juro que no volveré a hablarte -bajo la indignación de Edwin, había una sonrisa contenida.
-¿Bebé? -propuso Charles, con una sonrisita.
-No.
-¿Cariño?
Edwin rodó los ojos y emprendió el regreso a la oficina con una postura de lo más digna. Charles lo siguió, como un cachorro, dando saltos a su alrededor y sonriendo ante cada gesto asombrado o exasperado de Edwin cuando proponía un apodo cariñoso.