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En la intimidad del Dolor.

Summary:

— Sufrirás. — Amenazó con un jadeo.

— No más de lo que tu lo haces ahora. — El fénix se arrodilló a su lado abrazando su cuerpo y desahogandose con más fuerza que cuando el luto de Edward Newgate le llenó por una semana completa, su miedo a desaparecer fué mayor a la soledad que sintió cuando su familia murió.

Las tres veces que la tripulación del Pelirrojo supo que algo estaba mal y el momento donde Shanks se dió cuenta que ya era muy tarde.

Notes:

Estudiar Biología es entretenido cuando haces historias basadas en probabilidades logicas sobre la anatomía de tu personaje favorito.

Estaba procrastinando e imagine las diferentes formas en que el cuerpo de Marco llegaría a funcionar si existiera un "tal vez sí".

(See the end of the work for more notes.)

Work Text:

— ¿De nuevo es usted, yoi? No lo digo de mala manera; pero lamento hacerlo molestar de forma tan continua, Primer oficial. — El rubio tomó entre sus manos la pesada caja repleta de abastecimientos y medicinas destinadas a la Isla de Sphinx, territorio que antes pertenecía a Barbablanca.

— El jefe insiste en que lo hagamos personalmente en lugar de enviar a un mensajero, parece ser más seguro que la entrega sea realizada por los que son de su confianza. — Beckman dió algunos pasos dentro de la pequeña cabaña que había construido el antiguo comandante.

— También lo hace para vigilarme ¿No es así? — Mencionó ligeramente dejando uno de los cofres en la sala de estar.

— Es algo que no puedo negar. — Levantó sus hombros ligeramente restándole importancia al conocimiento que poseía el opuesto.

— Los mensajeros pueden darle información. Si se niega a bajar de su barco por algún capricho nuevo que no entiendo por lo menos que sea lo suficientemente decente como para no mandar a su subcapitán a mandados inútiles.

— Es un capitán benevolente al darme un descanso de mis obligaciones. Aunque sean obligaciones que aumentan por su falta de trabajo en los últimos días.

— Claro, un capitán benevolente que les hace perder su valioso tiempo. No me malentienda, me agrada su compañía; pero soy consciente de que debería estar en otros lados. — Las recolectas estaban programadas de forma trimestral para coincidir con las visitas de la Fortaleza Roja por los territorios bajo su bandera lo cual era algo común al ser un yonkou en el nuevo mundo. — Esté es el papeleo que solicitó, decidí adjuntar algunos informes viejos que logré salvar del Moby para que tenga mayor entendimiento en el funcionamiento de la economía en los territorios.

Hace seis años, Edward Newgate murió en Marineford y consecuentemente su tripulación se disolvió ante el inestable mando que se llevó a cabo en batalla. Reconociendo su final el capitán temporal decidió entregar las tierras al Pelirrojo en busca de protección para las personas que alguna vez depositaron su confianza en el gigante. Al ser un cambio tan repentino la mayoría de los dirigentes, designados por el de cabellos cenizos, no pudieron ocuparse rápidamente de sus necesidades por lo que algunos conflictos se generaron en torno a ello. Benn habiéndose enterado de aquello hace poco pidió ayuda al primer comandante, que por fortuna tenía el absoluto conocimiento de cada una de sus dudas.

— Siento los inconvenientes. — Recibió la documentación, observando como cientos de manuscritos y pergaminos eran posicionados uno por encima de otro en caligrafía perfecta.

— Es lo mínimo que puedo hacer con toda la ayuda que recibo de ustedes, yoi. — Atrajó una silla invitandolo a sentarse en una mesa de madera hecha totalmente a mano que parecía haber sido remendada en más de una ocasión. — También es lo único que puedo hacer ante las nuevas responsabilidades que le he echado en hombros, Beckman.

— Es extraño, el jefe siempre dice que es lo mínimo que podemos hacer por Sphinx y por usted. — Respondió aceptando la taza de café que se asentaba junto al ocaso.

— Sigo sin entender la lógica del Pelirrojo, yoi. Sus juegos no son peores que las bromas de un niño para un anciano. — Tomó lugar frente a él, el ceño arrugado en su frente solamente hacía referencia a la molestia que el tema le ocasiona. — Aún así, les debo mucho. Aunque Sphinx sea un país independiente y autosuficiente las hierbas locales funcionan hasta algún punto en donde mis poderes y conocimientos no pueden llegar.

— Ha hecho un buen trabajo, la aldea parece tenerle mucha estima. Los aldeanos que nos saludan y hablan con nuestros hombres siempre tienen buenas historias, y nunca falta la presencia de una niña que viene a avisar de nuestra llegada. — Bufó enternecido ante los recuerdos. — La misma que en las primeras visitas iba contando historias maravillosas sobre usted.

— Oide es una niña extraordinaria y muy inteligente, aunque se siente solitaria. Después de todo no hay niños de su edad y los mayores temen a su esfinge mascota; por ello viene a pasar el tiempo muy seguido. Creí que se aburriría pero en el transcurso de sus visitas he priorizado enseñarle algo de medicina, es adorable cuando presta tanta atención. — Sobrio de su propia vasija en la que un líquido más cristalino que la amarga bebida se posaba en sus labios con cuidado.

— ¿Intenta convertir a la pequeña en su sucesora? — El ligero color verde brillo en lo translúcido y en lo más bajo del recipiente algunas hojas del té se movían conforme a las acciones del cuerpo. 

— ¿Sucesora? — Río ante la pregunta dejando nuevamente la porcelana sobre el roble. — No hay escuelas en la aldea, por lo tanto algunas madres se turnan para enseñar a los niños, pero al final del día los conocimientos de los aldeanos son limitados a la agricultura, ganadería o cacería. No había un doctor antes de mi llegada, solo curanderos que usaban la mayoría de las hierbas para tratar todas las enfermedades por igual.

— ¿Aún con el apoyo de Barbablanca en ese entonces?

— Pops tenía muchas islas a las cuales proteger, enviar dinero para su subsidio era diferente a enviar conocimiento médico básico. Yo tampoco era el mejor, también llegué a ignorar su situación en más de una ocasión. Por lo cual mí único deseo es que algo de discernimiento se quede en mi lugar, que sean capaces de afrontar cualquier pesar.

— Así que un legado. — Lo último de la bebida pasó por su garganta con ligereza, le hacía falta algo de azúcar pero conocía que era de mala educación señalar aquel hecho.

— Si quieres llamarlo de esa forma. — Sonrió amenamente, las ojeras no evitaron que sus orbes reflejarán amabilidad y un poco de diversión en los destellos de su iris. — Siento que me he vuelto más sentimental con la edad o también debe ser que los niños me han debilitado en mis acciones.

— ¿Los niños?

— Suelo dar paletas a los pacientes diminutos, parecen más interesados en venir regularmente para solo comer algunos dulces. Puedo negarme, no hay nada de malo en ello pero terminó cediendo más rápido de lo que creo. 

— ¿También te convenció la manicura? — Señaló el detalle del que se había percatado al traspasar las cajas de dueño, el rubio le observó sorprendido batiendo su mano derecha a favor de la luz.

— Como dije, no tiene amigos en el lugar. Te sorprenderá saber que lo ha realizado con frutas y bálsamo. — Desde la lúnula el color magenta comenzaba a adueñarse de la uña natural, al estar jugando con la luz el brillo de la pintura debatió con el sol en más de una ocasión. — Imagino que eligió ese color por mi ropa habitual.

— El magenta le queda bien. — Concordó viendo con detenimiento cómo la vergüenza conducía a sus falanges detrás de los utensilios. 

— Agradezco sus palabras. — Terminó su bebida y se levantó rápidamente de la mesa recogiendo su vaso en el camino para lavarlo de inmediato. Algo en sus palabras y acciones parecía querer evitar el flujo de su conversación. 

— ¿Puedo pasar a su baño? — El fénix asintió dándole la espalda a la salida de la cocina aún ensimismado en la limpieza de los platos; por lo que acostumbrado se trasladó a través del pequeño pasillo que conducía a una habitación, un estudio o el baño de invitados que siempre rebosaba de limpieza y adornos minimalistas. Un ligero olor llegó a su nariz, eran velas aromáticas que no estaban hace dos meses; se mantenía apagada pero la mecha oscurecida señalaba que había sido encendida antes.

No le dió mucha importancia, el tirador sentía que estaba siendo grosero al espiar cada pequeño detalle de la vida del comandante. Sus charlas en cada visita eran cómodas y solían durar horas intercambiando conocimientos junto a relatos del pasado; pero en contraste de aquellas ocasiones Marco parecía más retraído y algo cohibido a darle muchas explicaciones o juegos entre frases como había acostumbrado los últimos cuatro meses. Imaginó que estaba cansado, el café de siempre había sido intercambiado con té verde el cuál solía ayudar para la fatiga de Hongo en sus días difíciles, lavó sus manos con cuidado pensando que el cansancio había hecho descuidado al médico ante la falta de azúcar en una bebida tan regular a ser servida en esa casa.

— ¡Que buen olor el de las velas! Más la que dice oler al mar. — Exclamó saliendo de la habitación y se posicionó nuevamente en el pasillo. — Creo que le hace falta un toque de vómito, sangre y orina para que sea más realista. 

Una risa estridente se escuchó junto al pase del agua proveniente del lavavajillas. — Me las regaló una de las aldeanas en agradecimiento por curar la viruela de su sobrino, las acepté por compromiso; de alguna manera me hacen recordar un poco a cómo olía la recamara de Izo por las mañanas.

— Con razón siempre olía tan bien. Recuerdo como varios de nuestros hombres le tenían envidia a su tripulación por el buen aspecto del comandante. — Sacudió sus manos al aire secando el agua restante retenidas en pequeñas gotas puestas en el dorso de sus palmas. Caminando con tranquilidad de regreso a la sala de estar, con puertas abiertas a la cocina y pasando por enfrente de la habitación principal donde por el rabillo del ojo podía observar la cama sin hacer del rubio, con telas de estampados blancos junto a algunas tonalidades rojas, mantas que se mantenían por encima de algunas almohadas y cojines; un peso de conciencia recayó nuevamente en sus hombros sintiéndose una vez más como un fisgón terminó sus últimos pasos para mantenerse a un costado de la puerta. 

— Estoy seguro que le alegraría saber sobre ello, esté donde esté.

— Hongo usa algunas que les obsequio con mucho aprecio, dice que tenía un gusto exquisito en aromas. 

— Era uno de sus tantos talentos, es una pena que aquellas destrezas no se extendieran a su trabajo contable y documentación. Es lo único que no extraño de la vida en el mar. 

— Eso es algo en lo que puedo concordar abiertamente, lamento no poder quedarme por mucho.

— Yo también lamento no tener más para retenerlo, yoi. — Se acercó a su posición secando sus manos con un paño de cocina áspero, abriendo la puerta con su diestra al mismo tiempo que una anciana junto con una niña avanzaban por las escaleras de tablones fijos. — ¿Oide? ¡Señora Fick! ¿Nuevamente siente malestar en su brazo? — Marco se apresuró a encontrarse con ambas damas ayudándoles a subir los últimos pasos hasta llegar al porche.

— ¡La encontré sujetándose el pecho en mi camino a acá! 

— Siento molestarlo con esta tontería, Doctor. Pero la niña insistió en venir a una revisión. — Ayudó a que la persona de mediana edad tuviera un lugar en una silla casera cercana, dándole algunos cojines para su espalda. — No habría venido de saber que tienes compañía, una disculpa por los problemas será mejor que regrese otro día.

— Señora Fick, su condición es delicada así que es mejor que tome asiento y deje que revise su presión arterial. No queremos que vuelva a colapsar de camino a casa. — El fénix calmó a la mujer con suaves palabras, manteniendo sus rodillas flexionadas y una colocada contra el suelo en búsqueda de otorgar consuelo.

— Yo ya me iba, no planeó darle mucho tiempo libre a mi tripulación. — La última vez que había tenido una reunión con el médico naval habían terminado con su charla casi a la medianoche por lo que al regresar al barco no solo encontró una fiesta improvisada sino también a su capitán ebrio y molesto por según sus propias palabras aprovecharse de su ausencia para conquistar al fénix.

Después de todo era de conocimiento general que Shanks estaba perdidamente enamorado del poseedor de la fruta del diablo. Había sido de ese modo desde que eran niños esto según los relatos que mantenía cuando el contrarió estaba altamente borracho, la relación siempre fue unilateral y aunque había ocasiones en las que el coqueteo era mutuo nunca surgió algo más de aquellos límites. — No podré acompañarte al muelle, Benn. 

— No te preocupes, conozco el caminó de regresó.

— ¡Yo puedo acompañarle, Señor! — Grito altamente la pequeña niña de cabello oscuro y recogido en un simple moño. — Puedo aprovechar para ir en busca del hijo de la Señora Fick para que no se vaya sola. 

— Es una buena idea, ¿Crees poder con todo tú sola?

— ¡Soy muy fuerte y valiente! — Estiró sus músculos con fuerza a cada costado de su cuerpo, flexionando sus brazos para dejar salir diminutos bultos. — Sígame, Señor Cicatriz.

Su mano izquierda o por lo menos algunos de sus dedos fueron apresados y tirados por la poca fuerza de la infante. — Puedes llamarme Benn, niña.

— Te lo encargo, asegúrate de que aborde su nave, Oide. — Acarició el cabello de la jóven recibiendo una clara y extendida sonrisa como respuesta. — Adiós, Beckman. Suerte en tu camino.

— Nos vemos luego, Newgate.

Dió medía vuelta, siendo llevado bajo pequeños tropezones por la pequeña menor de cinco años, que con la mirada al frente marchaba con seguridad por el camino rocoso marcado al muelle. Sentía cierta melancolía al recordar la espalda de Uta por algunos instantes, su actitud era parecida pero su apariencia era totalmente distinta, quizás a esto se refería Marco sobre ser débil ante los niños de los alrededores, el ligero apretón de su corazón solo lo condujo a atrapar a la menor cuando sus piernas chocaron entre sí en un nuevo descuido. Sorprendida solo pudo reír al ser encajada sobre su hombro, sujetándose de su hebras con poca fuerza temiendo a lastimar demás su cuero cabelludo.

Siguieron el camino, aún con la inquietud ahogando sus pensamientos; saludando a los hombres y mujeres que circundan la pequeña aldea en su día a día, portando cestas las doncellas se acercaban para regalar algunas frutas en un canasto y aunque esto era la costumbre de los lugareños nunca se sintió realmente cómodo al imaginar aquello como una clase de pago por su convidado regular a la localidad. Oide parecía divertirse estando por sobre sus extremidades, riendo cada vez que inventaba negarse ante los obsequios repetitivos que lograban obtener en cada negocio que se atravesaba en su ruta tan concurrida; las bendiciones también eran recurrentes por parte de los ancianos que les observaban sonrientes en su ligero paso.

— Te pareces al Señor Marco cuando llegó. También se negaba a recibir ayuda. — Mencionó tranquilamente uno de los tantos viejos que tomaban un descanso bajo el sol. — Pero con el tiempo su corazón se fué ablandando, come un poco de remolacha estás muy pálido.

Nuevas bolsas repletas de verduras fueron empujadas contra su tórax por manos delgadas y temblorosas. — Lo agradezco, el cocinero del barco se pondrá felíz de ver comida fresca luego de tantas semanas en el mar.

— Diles a ellos que también bajen de vez en cuando, tenemos que hacer una fiesta en agradecimiento por su apoyo. — Varias palmadas se posaron en su hombro con leves caricias que se sentían bajo las cálidas y desgastadas extremidades.

— Me aseguraré de sugerir la idea a Marco en mi próxima visita. 

— El doctor no ha bajado a beber con nosotros en un tiempo ¿Se encuentra bien? — Otro vejestorio interrumpió la conversación con preocupación alarmante. 

— Oh, cierto. Tampoco ha comprado cigarros. — Comentó la dueña del local que les suministraba bocadillos de forma constante.

— ¿Marco? Lo ví muy bien esta mañana. ¿Se ha enfermado? — Recordó que debía estar atento en la salud del fénix para informarle a su capitán así que no había nada de mal en seguir cuestionando.

— Es lo normal. — Intercede Oide jalando algo de su cabello para llamar su atención. — Cada vez que va a visitar al abuelo regresa triste y se queda en su casa descansando. Me deja entrar para tomar algunos libros pero sigue durmiendo para cuando me voy.

Claro, el aniversario de muerte de Barbablanca y Ace había sido hace algunos meses por lo que su actitud tomaba algo de sentido en su mente.

Solamente era su luto ¿No?

 

.

 

— Debo admitirlo, me había acostumbrado a Benn. — Expresó el rubio moviéndose a un costado para dejar pasar al moreno a su sala de estar. — ¿Ya se aburrió de estas entregas? 

— Le dejaron más tareas por algunos territorios que debíamos recuperar. El capitán se encargó de dejarle todo el peso del trabajo, así que se formó un pleito apenas llegamos a las afueras de la isla. — Yasopp río fuertemente sosteniendo su estómago con fuerza mientras se dejaba caer en un sillón lleno de mantas.

— Sigo insistiendo en que deberían enviar a un mensajero en lugar de seguirlos molestando con cajas. — Murmuró empujando el último recurso a su estudio y cerrando la puerta una vez todas las cosas estuvieron dentro de la habitación.

— El jefe insiste, está locamente enamorado de tí. — Alzó tranquilamente sus piernas en el respaldo de la mobiliaria quedando en una posición algo incómoda a simple vista pero que no parecía importarle. — No le digas que dije eso.

— No importa, yoi. Tampoco es como si respondiera alguna de mis llamadas y si lo hiciera de seguro evitaría el tema.

Pasos suaves y delicados se escucharon adentrarse en la cocina donde un aroma dulce se desprendía, siguiendo su nariz podía adivinar que las galletas tomarían muy poco tiempo para estar listas. Benn le había comentado que debía quedarse a tomar un poco de café antes de marcharse, al parecer esa era la costumbre del ex comandante con sus visitantes regulares y como ya era habitual debía mantenerse en la isla hasta que su taza y plato estuvieran completamente vacías; un hecho que no le desagrada por completo.

— Esta mañana llegó el periódico. — Enunció dejando su bebida y postres en la mesa enfrente de él. — Me sorprendió ver que la recompensa de tu hijo subió, debes estar orgulloso.

— ¡Lo estoy! He guardado cada uno de sus carteles, incluso ese donde le pusieron un nombre extraño durante la batalla de Enies Lobby. — Mastico una de las marquesas de chocolate deleitándose con el dulce sabor que tenía el postre. — Nunca entenderé totalmente a la Marina, pero mi niño sigue siendo un increíble caballero de los mares.

— Lo conocí en Wano, no pude evitar notar algunas cosas de ti en él. — Mojó sus labios con el té que residía en su taza, el aroma de la miel que se adhería a las paredes de porcelana envolvía la habitación en segundos, lo suficientemente fuerte como para picar en su nariz. — Imagino que lo demás proviene de la genética de su madre.

— Mi esposa, cuando Ussop era pequeño era idéntico a mi esposa. — Esbozó una sonrisa y tomó un trago de la moca sintiendo como este también había sido atascado con varias cucharadas de azúcar. — Quisiera visitar su tumba al regresar a East Blue, cuando el jefe cumpla sus sueños y el one piece esté en buenas manos. 

— La tripulación de los sombreros de paja; imaginó que también apostaron por ellos. 

— No al límite de dar mi brazo, pero sí al punto de jugar mi vida. — Compartieron una ligera risa masticando otro bizcocho dejando la bebida llena de diabetes a un lado.

— El futuro es de ellos para crear una nueva historia. Ya han pasado la época de Roger y Pops, ahora esta era les pertenece solamente a los sombreros de paja. — Terminó con su bebida dejando la vajilla vacía por encima de un pequeño plato de estampado de flores sencillas.

— Nací en la época de Roger, aún recuerdo el revuelo que se formó con su muerte. — Se estiró en su asiento dejando una de sus piernas en el soporte de los brazos con somnolencia en sus palabras. — No imagino como fué para Shanks en ese tiempo.

— Debió dolerle, al punto de sentir que su corazón iba a desgarrarse. — Meditó en voz baja con su mirada fija en la pasta con decoraciones simples de fresa. — Quiero pensar que sintió lo mismo que yo cuando vi a Pops morir pero él era solo un mocoso, debió ser peor.

— Barbablanca fue un buen hombre, me gustaría visitarlo y rezar a solas antes de regresar a la Fortaleza Roja. — Mordió dos pares de galletas juntas envolviendo el sabor en su boca con admiración. — ¡Eres muy bueno cocinando! Esto está delicioso.

— Fué una de las pocas cosas que Thatch me enseñó, sirvió de algo gastar tanto presupuesto en harina y azúcar, yoi. — Carcajeo para instantes posteriores toser contra su palma, un vendaje que no había notado bailo frente a su rostro con rapidez.

— ¿Te lastimaste? — Consumió los últimos bocadillos, esperando que no notará que había dejado de lado la bebida extremadamente dulce que le había ofrecido.

— Estaba ayudando a una de las ancianas con los quehaceres, ahora sabemos que su cuchillo para carne posee piedra del mar, yoi. — Acomodó un poco las muñequeras de su camisa, notando como la herida en su mano ahora poseía sangre fresca por sobre las gasas.

— Parece que se volvió a abrir. 

— La cambiaré luego, fué una herida reciente así que se curará eventualmente cuando el efecto del cuchillo desaparezca. — Le restó importancia levantando los platos sucios del centro de la mesa con cuidado de no apoyar los cubiertos en su mano, era extraño no haber notado ese comportamiento antes.

— Déjame ayudarte a lavar. — Se apresuró a tomar la cuenca de sus manos y a dejar el agua correr en el lavavajillas.

— No era necesario que lo hicieras, pronto se curará. — Tomó apoyó en la barra de la cocina respirando tranquilamente mientras observaba sus movimientos, su haki detalla sutilmente la ropa y prendas del contrario mientras restregaba algo de jabón por el material cristalino y traslúcido.

— Mi esposa solía dejarme el trabajo de lavar los platos y hacer la cena, nunca fuí un buen cocinero pero ella necesitaba tiempo a solas luego de tener a nuestro hijo. 

— Disculpe si es una falta de respeto. Pero, ¿De que falleció su esposa? 

— Leucemia.

El rubio se tensó ante la respuesta, ato los cabos ante el hecho de que era un médico y conocía que no había cura conocida para aquella enfermedad, solo tratamiento que hacía soportable el dolor en sus últimos días de vida. — Siento tu pérdida. 

— Me enteré semanas después de su muerte, ella me había enviado cartas pero nunca llegaron a tiempo. Me pidió regresar a casa pero cuando lo hice, mi hijo ya había crecido y cuidaba su tumba por mí; realmente desee regresar el tiempo para estar a su lado sosteniendo su mano en sus últimos momentos.

— Quizás no quería que la vieras en ese estado, la mayoría de los pacientes que se encuentran atravesando una enfermedad terminal prefieren que su aspecto débil no sea lo último que recuerden.

— No me importaría verla débil, ya que el solo ver la lápida hace que una presión de desesperación ahogue tu corazón al no poder recordar su rostro a la perfección. Es un pesar que no le deseo a nadie. — Termino de enjuagar los trastes, dándose la vuelta para secar sus manos con un paño que le fué extendido en su dirección por parte de Marco.

— Es un punto de vista que no había considerado.

— No debes preocuparte, tu fruta del diablo te hará vivir por siglos; envidió enormemente tu habilidad. — Golpeó su espalda para aligerar la tensión sintiendo como bajo la ropa un dobladillo extra se alzaba.

— Si. Soy afortunado, yoi.

¿Porque el vendaje de su mano se extendía hasta su pecho?

 

.

 

— Empiezo a creer que arrojan una moneda cada vez que vienen aquí. — Se apoyó en el umbral de la puerta con sus brazos cruzados por encima de su pecho, riendo ante su nuevo visitante.

— Traje nuevos libros de medicina. Si se los dejo a esos brutos podrían maltratarlos. — Hongo cargaba una tercera caja que no solía ser usual en los abastecimientos así que era fácil asumir que se trataban de dichos útiles.

— Es un buen detalle, yoi. — Dió algunos pasos al porche cerrando la puerta tras de sí, acción que dejó desconcertado al platinado. — Deja las cajas ahí y sígueme; llegaste en un buen momento.

— ¿En un buen momento? ¿A dónde iremos? — Hizo caso a la petición, dejando los materiales en un ruido sordo sobre la madera gruesa.

— Ya lo sabrás. — Evadió la pregunta caminando por el sendero de la montaña, la bajada consistió en seguir la amplia espalda del rubio con tranquilidad. — ¿Cómo has estado, yoi? Hace mucho tiempo que no te veía.

— Cierto, todo ha estado bien aunque últimamente he tenido problemas con mi tensión arterial. — Sé sincero intentando seguir el paso del fénix y quedar más parejo en su andar.

 — ¿Es por el estrés? Ser el único médico en un barco de suicidas parece duro. 

— Esos imbéciles nunca se enferman pero se lastiman seguido en peleas. Hacen que la bahía médica esté repleta de heridos cuando quieren jugar con los novatos, y son terribles pacientes. — Las quejas solo causan risas en su contraparte; la entrada de la aldea iluminaba sus luces por cada esquina lo cual daba como resultado una vista espléndida del comandante carcajeando en alegría.

— Lo siento pero recuerdo también tener las mismas quejas antes. Son tontos pacientes tercos pero ya cuando te acostumbras son solo tu familia. — Avanzaba entre los puestos de un aparente festival, donde los ciudadanos saludaban efusivamente en su dirección.

— Tienes razón en eso. 

— Un médico no es un médico sin sus pacientes, a la par que un Rey no es Rey sin sus súbditos, yoi. Te necesitan tanto como tú los necesitas a ellos; incluso me atrevería a decir que mucho más. — Ingresaron a un bar concurrido, donde varios hombres festejan bailando encima de las mesas en compañía de jóvenes damas que les seguían el ritmo.

— ¿Beberemos? — Intrigado le siguió a la mesa que estaba desocupada para su único uso. — Aunque no es una mala idea, no puedo tomar alcohol con mis problemas de salud.

— No te preocupes, tampoco puedo beber, yoi. Solo quería traerte al festival. 

— ¿Que festejan con tanta emoción? — A sus alrededores la música penetraba sus oídos con fuerza jugando con sus tímpanos y dejando un buen sabor de boca aún sin haber bebido algo previo.

— La cosecha y el trabajo realizado este año. Es una clase de descanso por haber logrado proteger a la aldea y sustentar sin ayuda del gobierno mundial. — Una mesera se aproximó ante ellos, con su falda hecha jirones por las veces que había bailado en aquella reunión y una amplia sonrisa que destellaba confianza.

— ¡Doctor! Oide lo estaba esperando pero la tuve que llevar a dormir. — Apenada se apoyó sobre los tablones dirigiendo su mirada únicamente al fénix.

— No se preocupe, ella había estado jugando con su esfinge en la montaña esta mañana, pude predecir que estaría cansada a estas horas. Me asegurare de visitarla cuando despierte. 

— ¡Estará felíz! Me dijo hace no mucho que Marco era su mejor amiga. — Expresó divertida a lo que el contrarió solo jugó con sus cejas dubitativas.

— ¿Amiga? ¿No sería amigo?

— No, dicen que son amigas de la manicura. — En ese momento el doctor de los Pelirrojos se dió cuenta de cómo el color púrpura cubría por completo sus cortas uñas con fuerza y brillo. — Es algo tierno si me lo pregunta. Bueno no le quito más tiempo ¿Que desean ordenar?

— Hongo.

— Café y un sándwich simple. — Ordenó primero al ser invitado, decidió solamente comer un poco para llenar su estómago para el trayecto de regreso a la embarcación.

— Bien ¿Y usted doctor? ¿Lo de siempre? 

— Un té verde y miel. — La camarera asintió para luego alejarse con los pedidos y atender la barra que estaba saturada con borrachos.

— ¿Eres cliente frecuente?

— Es la única taberna en la aldea, yoi. — Explicó con un pequeño jugueteo en su voz, jugando con los pequeños mondadientes que la mesa tenía para el uso de los comensales.

— Es una buena taberna; tiene ebrios, alcohol, cantinero y una mujer que es mesera llevando una buena relación con sus clientes. — Insinuó ante las diferentes miradas que la jóven lanzaba aún en lo distante de su posición.

— Le he intentado dar señales de que no soy mucho de ese partido, pero al parecer el amor es ciego.

— Ciego ante la manicura.

— En algún momento le pediré que se detenga, solo que nunca sabré cuándo, yoi.

— ¿Cómo podría hacerle eso a su mejor amiga? — Siguió bromeando con su colega divirtiéndose de las diferentes reacciones.

— Eres muy divertido, yoi. — Respondió sarcásticamente dejando el palillo en su lugar original, notando hasta ese momento como sus manos estaban cubiertas por guantes ligeros sin dedos en tonalidades celestes.

— ¿Tienes frío? — Indagó ante el extraño artículo en su vestuario, como era normal los botones de su pecho se encontraban parcialmente abiertos demostrando el Rolly Roger de su tripulación; así que no estaba seguro si usaba aquello por necesidad o gusto.

— Oide también los hizo, me pidió usarlos hoy. — La excusa surgió rápidamente, concordando con el tiempo en que sus órdenes eran entregadas a su mesa. — Provecho, yoi.

— Gracias. ¿No quieres algo de comer también? ¿Acaso comiste antes de venir para acá? — Dio un mordisco a su comida, sintiendo la suavidad del pan chocar contra su paladar rápidamente.

— Un poco, no he tenido apetito últimamente. 

— ¿Estrés?

— Podríamos decir que es así. — Le sonrió nuevamente, dejando su vista caer al recipiente con té entre sus manos y sorbiendo el contenido caliente y dulzor que la miel otorgaba al aroma. 

— ¿Has tenido fatiga últimamente? — Pensó en voz alta antes de regresar a sus acciones, tal vez se podría molestar por estar inmiscuyéndose en su vida.

— ¿Es esto una interrogación?

— El jefe pide detalles en los informes. Siento que estoy hurgando mucho en tu vida privada, pero también tengo dudas desde el punto de vista médico. — Fué franco, viendo lo turquesa fijarse en sus ojos con temor antes de desviar su mirada.

— Soy un fénix, no puedo salir herido aunque quisiera a menos que sea utilizada una piedra del mar. — Explicó dejando de lado su bebida, quizás le había quitado la sed con tantos cuestionamientos.

— La depresión también es…

— No tengo depresión. — La fragilidad de su mirada fué inmediatamente cambiada por una visión fría que llegaba hasta sus huesos traspasando cada capa de piel. — Entiendo que el Pelirrojo se preocupa por mí, es un punto que no voy a cambiar incluso con algún otro argumento. Pero, está siendo un cobarde al no presentar su cara siquiera. 

— Sus palabras son muy bruscas, le recuerdo que es mi capitán.

— Y le recuerdo que yo ya no tengo nada que ver con la vida pirata. Y por como Shanks me ha ignorado se que tampoco tengo nada que ver con su tripulación, dile que ya no se preocupe en traer los abastecimientos. — Arrojó algunas monedas a la mesa y se levantó de su silla de un solo golpe, sorprendentemente tambaleó al dar un primer paso preocupando de sobre manera. — Era un trato absurdo en primer lugar.

— ¡Marco! Usted no está bien. — Intentó alcanzar su muñeca pero este lo evitó rápidamente.

— Mi maldita salud es mi problema, váyase de mi isla y no deje ver la bandera de su tripulación al amanecer, yoi. — Escupió con resentimiento y un rostro adolorido antes de cruzar las puertas con fuerza.

No lo siguió, no pudo moverse para replicar nuevamente porque no necesitaba alguna respuesta de su parte. Después de todo…

Las venas oscuras que surcaban por su cuello lo dijeron todo.

Se tomó su tiempo en el bar, solitario en una mesa para dos personas con solamente el resto de su café y una cena que ya no le daba apetito alguno. La mesera recogió el dinero que se encontraba, con miradas llenas de intriga al recoger el resto de la bebida del rubio; en su cabeza el sonido se nublo y solo pudo sentir tristeza con una combinación de pena. Ahí sentado mientras que el jubiló se llevaba a cabo, desconocía con pesar como había sido tan tonto como para no darse cuenta de las señales que tanto comentaban con preocupación sus compañeros.

La desaparición de los sabores que presenció Benn junto con las velas aromáticas y el barniz de uñas en sus dedos que manchaba solo la lúnula con un suspiro de hematomas en los contornos de sus cutículas, Beckman era observador pero Yasopp lo fué más, notando que el vendaje no estaba manchado por una herida abierta si no que provenía de los labios cubiertos de sangre que se ocultaban tras una mueca que aludía a la tranquilidad en una situación que era clara. El cansancio en sus ojos esa mañana era una sentencia de los síntomas que el tratamiento evocaba en el cuerpo humano.

Lo había observado en varias ocasiones, lo había tratado en varias ocasiones, y observo el mismo desenvolvimiento en cada una de sus pruebas. Una enfermedad que creía imposible navegar en la anatomía del fénix ante su grandioso y abrumador poder, sería poco tolerable si se lidiaba por sí solo y un infierno en la tierra llevar el proceso de curación por sí mismo. Se lamentó enormemente del final que pronto tendría, lo avanzado que debía estar para cerrar las puertas de su casa destrozada para guiarlo al pueblo sin darle chance alguno de preguntar las razones del desorden y las manchas de las cobijas que residían sobre el sofá.

— No sé si debo informar. 

Caminó despacio, dejando que sus pies se arrastraron por el sendero de tierra clara que le conducía al muelle, su propia respiración se atisbo en cada contracción de sus pulmones sentía que el aire picaba cuando remo suavemente por las aguas del mar, era como si el ambiente se hubiera detenido y actuará en su contra para no permitir que abandonará la isla. De igual forma sabía que no era el más adecuado para llevar una conversación sobre el tema con el médico, no eran tan cercanos como para una discusión sobre aquello.

Tampoco era bueno consolando cuando ambos tenían conocimientos sobre la salud en las personas, por lo que las tontas respuestas que conocía para otorgarle tranquilidad a un moribundo no le funcionaria. “Todo estará bien”, “Podría existir una cura”, “Pronto se sentirá mejor”, “Ya lo superará” Aquellas frases que ahora se ahogaban en su garganta envolviendo su esófago a incluso sentir como la comida amenazaba a regresar al exterior de un solo movimiento. Tal fué su desconexión con la realidad que no se percató cuando el barco en el que navegaba golpeó contra el lateral del navío, donde cientos de novatos salieron a recibirlo con entusiasmo.

— ¡Capitán, ya arribó el oficial Hongo! — Los gritos interrumpieron cualquier silencio que su mente deseaba preservar, aún más cuando una escalera fué lanzada a su dirección.

Beckman desde el otro extremo le observó expectante, ahora entendía porque esa mañana le había pedido el favor de tomar su lugar en la visita a Sphinx. Yasopp también se asomó por los barrotes de madera, desde luego había sentido algo extraño luego de la plática que mantuvieron sobre la muerte y el luto de su esposa. Las señales siempre arrojaron el mismo resultado una y otra vez en las incontables acciones en que su mano pasaba por cada escalón hasta llegar a la proa ligeramente desolada ante las altas horas de la tarde, donde el sol se acurrucaba en las olas y lo anaranjado volvía rosa las aguas más cristalinas.

— ¿Y? — Fué la única pregunta que pudo susurrar el primer oficial al dar su presencia, su cara repleta de seriedad ocultaban el hecho del temblor ocasional de sus manos y el tamborileo de su pie contra el sauce.

Solamente el acto de asentir bastó para que todo el aire escapará de los pulmones del fumador, tragando grueso mientras dirigía una pequeña mirada a la aldea que seguía en festejos aún con la historia que la casa en la montaña resguardaba como un secreto bien guardado. — El tiempo… No podría decirlo apropiadamente sin saber el periodo en que todo inicio, pero me atrevería a decir que no mucho.

— Debemos decirle. — El moreno se apresuró al camarote antes de ser detenido por el de cabellos cenizos.

— ¡Prepárense para zarpar! — Exclamó con fuerza al timonel quien comenzó a dar órdenes para que las velas le devolvieran a su ruta natural.

— ¡¿Estás loco?! No podemos irnos. 

— Quiero que olviden lo ocurrido en las visitas, esto es un tema que solamente les concierne a los involucrados. Si Marco no ha dicho nada sobre su padecimiento es porque no quiere que nadie se entere. — Con firmeza dió la vuelta y se dirigió a su camarote, tal vez por el dolor en su mirada podía deducir que aquel malestar que había traído consigo le había contagiado.

— Esto es estupido, le contaré.

— ¿Qué fué lo que te dijo Marco sobre la muerte? — Los rizos se detuvieron cuando reflexionaron seriamente de lo que había ocurrido en su encuentro. — A mi me pidió que las entregas se detuvieran y que no deseaba ver la bandera de la tripulación nuevamente, aunque pareció que era por enojo pude percibir que no quería que nadie se viera envuelto en esto.

— ¿Percibir? Ahora que ¡¿Puedes leer la mente de las personas?!

— No mejor de lo que tu crees que es lo correcto. Deja de encadenarte a errores que cometiste en el pasado.

— Es la misma situación. A mi me hubiese gustado que mi esposa me lo dijera, que me hubiera dicho que iba a morir para al menos despedirme.

— Imaginó que eso es lo que menos quiere Marco, que lo traten como un moribundo o una muñeca de porcelana los últimos días de su vida. ¡Ningúna persona desea ver a sus seres queridos lamentarse mientras ellos se encuentran postrados!

— ¡El hombre ya no tiene familia inmediata! ¡Todos los que sobrevivieron están en algún punto remoto del Gran Line!

— ¿Y no crees que eso lo hace más triste? Invitar a extraños a solo verlo morir.

— ¿Tenemos siquiera el derecho a decidir sobre esto? — Argumento el grado del colapso.

— Él no tuvo elección sobre las cosas que la enfermedad causó en su cuerpo, démosle por lo menos el control de cómo llevar su muerte.

— ... ¿Crees que le diga? 

— Lo hará. — Afirmó dirigiéndose a su camarote.

— ¿Cómo estás tan seguro?

— Nadie desea morir totalmente solo.

 

.

 

La espera solo llevo un mes, un mes donde Hongo revisaba sus libros constantemente, un mes donde Yasopp ahogó sus culpas en alcohol y un mes donde Benn debía pretender ser fuerte aún si por dentro lamentaba la muerte de una persona que aún continuaba respirando. Sucedió en una mañana sencilla cuando se preparaban para arribar al Archipiélago Sabaody solamente para hacer negocios antes de dirigirse a la Isla de los hombres pez, la atención de varios fué enfocada en un solo lugar cuando una carta arribó en el mástil, siendo un ruiseñor de colores celestes que piaba sin cesar por todo lo alto de la embarcación, muchos de los tripulantes pensaron que estaba en época de celo y simplemente disfrutaron de los cánticos, pero otros más aventurados escalaron por toda la vela para bajarlo por sus propios medios, los de abajo les lanzaban porras en los intentos de capturar el ave dócil y pequeño.

— ¡A quien lo atrapé primero le doy tres meses de vacaciones en el territorio que escoja! — Shanks se había unido a la emoción que se generaba en la cubierta, varios de sus compañeros tiraron de las cuerdas para trepar con mayor facilidad. 

El mástil mayor tenía al nido de los cuervos en todo lo alto era este el lugar donde se realizaba la vigilancia ocasional, el peor punto en que un novato podría llegar a estar sin estar acostumbrado a las turbulencias y náuseas que causaban las mareas. Limejuice que solía tomar aquel sitio para descansar, luego de las fiestas repletas de alcohol y migraña al día siguiente, asomó su cabeza intrigado por el nuevo juego que llevaban a cabo con los reclutas menos experimentados. Uno a uno fueron cayendo aquellos quienes enloquecidos con el poder colocaron su pie en un mal sitio de las cuerdas y terminaba siendo arrastrado con abucheos al área médica.

Hongo no se encontraba felíz, podías notar su aura y tez empeorar ante los nuevos ingresos que estaba obligado a curar, dando como resultado que temerosos por las represalias y el riesgo de perder misteriosamente una extremidad mientras dormían que aumentaba a conciencia de los involucrados el peligro que les venía si fallaban; tomando la sabía decisión de retirarse de la competencia cientos de hombres comenzaron a descender con tranquilidad, evitando siquiera lastimar un milímetro de piel por los materiales rígidos que componían el navío.

— ¡En serio son cobardes! — Espetó el rizado apoyado en uno de los costados de la columna siendo secundado por Lucky Roo que deleitaba una presa de res entre risas. — Imagino que nadie va a atreverse a bajarlo. 

— No hay necesidad. — Musitó el rubio en las alturas, silbando tranquilamente logrando captar la atención del alado quien daba ligeras réplicas dando pasos y saltos en su dirección con insistencia.

— ¡Se está moviendo! 

— ¡Va en dirección del Oficial Limejuice! — La multitud se unió dando ánimos y siguiendo el recorrido musical que había emprendido el ruiseñor.

— ¡Oye! ¡Te daré un mes si lo logras atrapar! — Gritó el capitán disminuyendo el tiempo que en un inicio había planteado a sus colegas. Lo cual le sería fuertemente criticado pero ya era de conocimiento que lo negaría o ignoraría rápidamente.

Siguió entonando ligeras melodías hasta que el animal se posó con confianza entre sus dedos picoteando en busca de semillas o algo de alimento. Ahora lo comprendía, al ver un pergamino atado fuertemente en su pata junto a un listón azul claro que protegía parte de su piel aún si aparentaba ser un adorno barato. Los festejos ante su captura fueron llevados a cánticos en lo bajo de la fortaleza Roja pidiendo exageradamente que descendiera para poder según sus palabras “Ponerle fin a la intriga”. 

Desató al pobre mensajero de su paquete, pero aún así se mantuvo vigilando con recelo el enviado a la vez que se posaba en su hombro y tomaba comodidad en su tela gruesa. Se alzó sobre los tablones del cubículo para posterior a ello dejarse caer sujeto de un lazo áspero que tiró de su piel sana y de los cayos por la fricción y rapidez de su deceso. Varios aplausos se presentaron a su favor, aún sus ropas olían a vino seco por las canciones entre rondas que se habían repartido el día anterior. — Quiero que sepas que espero por lo menos dos meses de salidas o una semana completa en el Mermaid Cafe.

— Tres días. — El capitán renegoció el trato con impertinencia.

— Una semana.

— Cuatro días.

— Una semana.

— Bien, toma tus siete días. — Se dió por vencido tratando de alcanzar el envío con su propia mano siendo detenido al tirarla para atrás.

— Una semana, o no hay trato. 

— Ya lo acepté.

— No, dijiste siete días. — Soltó con molestia renuente a entregar el mensaje.

— ¿Sigues ebrio? ¡Siete días son una semana! 

— Claro que no… — Estiró su mano para iniciar a contar de forma desesperada y rápida. — Enero, Febrero, Marzo…

— ¡Esos son los meses! — Arrebató la página de sus manos con enojo mientras varias carcajadas se escuchaban y retumbaban por los tablones del navío con fuerza. — Llévalo a su camarote y dale agua. — Ordenó a uno de sus compañeros que pasaban tranquilamente, el cual no dudó en hacerla cumplir y trasladarlo con brusquedad.

— Es extraño ver un pergamino enviado por un ave. Generalmente solo el periódico es entregado de ese modo. — Beckman se posicionó intrigado a un costado de su capitán, visualizando la caligrafía que enmarca el nombre del Pelirrojo con letras curvas y oscuras. Reconoció de inmediato aquellos trazos, era una carta del fénix.

— Parece ser la letra de Marco. — Shanks atinó a su respuesta, rompiendo el sello de inmediato para ver una solitaria cuartilla desenvolverse en frases cortas y una firma declarando el autor. No hubo tiempo para ir a otro lugar cuando la lectura inició con total concentración, haciendo provecho de su posición logro leer lo poco que alcanzaba a vislumbrar.

Shanks

Se que está carta te puede llegar de imprevisto; pero el sólo hecho de hablar por den den mushi hace que las palabras simples no puedan salir de mis labios; fué por ello que recurrí a la escritura, era la mejor forma de comunicar lo sucedido sin ver apropiadamente tus reacciones.

Estoy muriendo.

La corta frase que temblaba entre las consonantes detuvo la respiración de su capitán, haciendo que sus ojos se abrieron enormemente y leyera con mayor rapidez al ritmo de las pulsaciones en su corazón y el miedo recorriendo en adrenalina por sus venas. Una corta mirada a sus colegas solo sugirió que aquello que tanto habían esperado estaba sucediendo en ese instante y no sabían la reacción que tendría el Pelirrojo ante la noticia.

Aunque parezca increíble es cierto, es un hecho difícil de explicar pero ya no hay nada que hacer. Me encuentro en la recta final de la enfermedad donde el único destino es la muerte.

Lamento hacer esto tan impersonal pero tus recurrentes muestras de desdén solamente lograron confundirme aún más.

Puede que esta carta te llegue con pesar al igual que podrías lanzarla al fuego al momento de saber que es mía, ya ni siquiera conozco que futuro es cierto.

Pero se que no quiero morir con remordimientos que se sepulten conmigo, por ello en mis pocos días de vida solamente puedo esperar el final sentado en mi sala y admirando el sol que cruza por los ventanales.

Si decides regresar… Dioses, ni siquiera sé si este mensaje llegará a tiempo. Solamente ten en cuenta que si consigues una casa vacía bastará con viajar hasta la montaña donde descansan Pops y Ace ya que ahí estaré descansando yo también.

Aunque esté enviando esto a ciegas solo deseo desahogarme, después de todo no me arrepiento de nada.

Marco Newgate. 

— Benn… — Era la primera vez que su voz sonaba tan débil y frágil en la entonación, era como si despertara en una realidad que rompiera por completo la luz de aquella mañana.

— Jefe. — Respondió preocupado cuando los colores abandonaron su rostro y sus rodillas temblaron momentáneamente que incluso temió que podría caer en plena cubierta. — Será mejor ir a su recámara, no podemos discutir aquí.

— Dime que es mentira. — Le jaló con desesperación impregnando el haki en su entorno ante lo fluctuante de sus emociones, haciendo caer a casi todos los hombres presentes dejando a solo los capaces de tolerar su poder estar de pie con la fuerza mínima requerida. — ¡Dime qué mis ojos leen mal! ¡Quiero saber si es una broma de mal gusto! — Ordenó en desesperación profunda, el dolor inundado en sus ojos en el que la tristeza amenazaba con lágrimas contenidas en rabia. 

Solamente desconoció a quién iba dirigida esa ira.

— Es cierto, todo el contenido es cierto. Marco tiene cáncer. — Las palabras que había ocultado finalmente salían con pesar y lleno de un pésame disfrazado en leves caricias en su espalda donde el temblor empeora y las lágrimas se desbordaron como una marea incontrolable. — Está en los últimos meses, al parecer ya no hay algún tratamiento que dar, solamente queda aliviar el dolor.

— ¿Cáncer? — Negó repetidas veces intentando evadir las respuestas en pequeñas risas que se escapaban en concordancia con sus rápidas respiraciones. — Él es un fénix, el no puede herirse ¡Su fruta lo protege!

— Fué su fruta lo que causó esto, o por lo menos es la hipótesis a la que he llegado. — Hongo interrumpió en un intento de calmar al mayor con pequeñas explicaciones pero esto solo incrementó el miedo en sus ojos.

— Esperen, ¿Porque conocen tanto sobre su estado? ¿Ustedes ya lo sabían? — Arrojó la pregunta rápidamente turnando su vista entre ambos con incertidumbre.

— En las visitas, notamos algunas cosas y solo sacamos conclusiones.

— ¡¿Y no fueron capaces de decirlo?! 

— No teníamos nada concreto.

— ¡Aún si fuera un solo hematoma debían informarme! ¡¿Por qué?! ¡¿Por qué debo saberlo cuando ya no hay tiempo?!

— Porque inició cuando sus visitas se detuvieron, cuando parecía indiferente a la información sobre Sphinx. — Beckman apoyó su palma contra el hombro del jóven en la búsqueda de un reconforte que parecía imposible ante el profundo dolor que conducía sus acciones.

— Marco no puede morir, no debe. No puede morir él simplemente no puede abandonarme de ese modo. — Las lágrimas caían por sus mejillas mientras más negaba lo descrito en aquella carta con su puño golpeando el pecho de su primer oficial con insistencia.

— Marco no es inmortal, él también sangra tal y como nosotros. — Los sentimientos no parecían controlarse conforme sus pases suaves de reconforte se desgastaban.

— El den den mushi…

— ¿Qué? — Interrogó confundido ante los balbuceos, pero ya su capitán había corrido a su recámara abriendo la puerta con rapidez y lanzando sus propias cosas contra las paredes. Temiendo que se hubiera vuelto loco los oficiales principales le siguieron en busca de detenerlo pero al cruzar por el umbral este hacía sonar de forma insistente un comunicador en sus manos.

— Responde, vamos. No me hagas esto. — Rogó una y otra vez mientras las vibraciones tronaban una tras otra, podría ser su primer intento pero cada vez que aquella espera continuaba parecía que había intentado conectar con la otra señal unas diez veces. — Respóndeme, dime que estás vivo, por favor.

— ¿Aló? — Una voz sencilla y dulce respondió, rápidamente el origen de aquella persona se reflejó en el Caracol.

— Oide. — Se apresuró a controlar la plática. — Soy Benn, nos hemos visto en nuestras visitas a la casa del doctor Marco ¿Sabes dónde está? Es urgente que hablemos con él.

— Te recuerdo, el Señor Cicatriz que bebió el mal café del Doctor. — La niña rió enternecida. — Lo siento pero el Doctor está dormido, dijo que si alguien de los visitantes le llamaban solo dijera que seguía respirando. — La infante según los relatos del rubio solía entrar solamente para recoger libros y marcharse al jugar lo suficiente, era claro que escondió la realidad de su padecimiento como simples palabras que no abrumaron a la pequeña.

— Comprendo, gracias. — La conexión se cortó al instante de su despedida, supuso que el dueño había recuperado el poder sobre los comunicadores del hogar.

— Está vivo. — Dejó caer su propio peso sobre la silla en lugar de esperar en el filo de su asiento. — Necesito un barco, el más rápido para llegar en tres días cuánto mucho. 

— Tardaría una semana si va a favor del viento.

— Tres días, haré que sea en tres días aunque luche contra el océano. 

 

.

 

Un miércoles Shanks arribó a Sphinx, no había dormido en los últimos tres días y dos noches que pasó en el mar. El manuscrito era leído cada instante en donde la ansiedad se apoderaba de su cabeza y no podía mantener su orgullo al decir que eso ocurría con mayor frecuencia de lo que necesitaba; dejó de comer, el apetito no aparecía aún si su estómago gruñía ante la posibilidad de masticar pan; quiso por lo menos imaginar el dolor que Marco tendría al pasar por su enfermedad. Hongo le había dado un libro sobre la enfermedad y diferentes informes sobre el tratamiento que le era llevado a cabo.

La inapetencia era un efecto secundario de la quimioterapia, junto con los dolores que solo calmantes y psicotrópicos podían regular lo suficiente para no vomitar del dolor. El rubio era alguien presuntuoso que no pediría por ayuda aún si se estuviera ahogando, en las letras que plasmó tan elegantemente simplemente le informó sobre su condición actual pero si veías entre la desesperación de los enunciados podías notar que pedía auxilio, como si en verdad el mar se lo estuviera comiendo. Podía despertar de su ensoñación solamente viendo la tumba del fénix, algo que simplemente le parecía tortuoso.

Al introducir su barco a la costa una vez desembarcó el temblor de sus manos le hizo equivocarse en más de una ocasión al realizar un nudo simple. Su respiración empeoraba de forma creciente cuando al fin pudo partir en dirección de la montaña, hubieron varios aldeanos en su camino que le miraron sorprendidos y llenos de curiosidad marcando los pasos llenos de tropiezos que dejaban huellas dispersas en el sendero de arena clara. Sintió que corría en un solo lugar, sintió que el tiempo se venía encima cuando estaba escalando con locura la empinada fortaleza que se alzaba en la montaña.

Y cuando finalmente estuvo de pie en el hogar de madera más alejado del puerto, con la mayor vista junto al viento más fuerte que podía batir dentro de la pequeña localidad; una vivienda que tenía un pórtico lo suficientemente grande como para mantener a varias personas charlando en un solo lugar, abriéndose paso entre los ligeros escalones al sólo escuchar los latidos envolver sus oídos con manía, incluso al golpear la puerta la insistencia ganada provocó que arremetiera en azotes llenos de desesperó. Ligeros golpes, rápidos golpes y por último gritos que llamaban al rubio con miedo y terror infundado creyendo que sus mayores pesadillas podrían resultar en una realidad a la que no estaba dispuesto a vivir.

Forzó la perilla pero estaba sin seguro por lo que en su desesperación ingresó rápidamente a la morada que se encontraba aterradoramente en silencio, creyó que era lo suficientemente para ser sepulcral tal como si fuera un entierro. — Marco. — Inspeccionó el hogar revisando las primeras habitaciones, la sala de estar y la cocina. En el estudio no había nadie, en el baño solo había pulcritud y la habitación principal estaba cerrada y atascada con llave. — ¡Marco! ¡Ábreme! — Arremetió con fuerza contra el roble al momento en que el olor a óxido llegó a su naríz y pico en su laringe.

No se podía abrir aún si forzará el cerrojo en más de una ocasión así que comenzó a usar su cuerpo por completo, lanzándose contra la superficie dejando que su hombro dañará el material hasta que abruptamente se rompió dándole ingreso. Tuvo que tapar su nariz ante el olor a muerte, una cama lo suficientemente grande como para albergar a dos personas reposaba en el centro de las cuatro paredes, las mantas que inicialmente eran blancas ahora se mantenían en rojo opaco de la sangre que se acumulaba en un centro único. Las sabanas mantenían un bulto, temeroso se acercó con cuidado dando un paso débil tras otro y contando las manchas que estaban esparcidas en el suelo.

Destapando con rapidez el montículo de telas de seda pudo ver únicamente almohadas desorganizadas y amontonadas una encima de otra. Sintió que la vida regresaba a su cuerpo nuevamente y con la sangre seca del rubio penetrando contra su piel pudo afirmar que todo lo que le habían contado era una realidad y que por lo mismo la cantidad que había incluso llegado a traspasar al colchón era alarmante a cierto grado de incluso derramar las lágrimas que había retenido por tanto tiempo, arrodillándose y sosteniendo los fluidos ajenos con fuerza y anhelo. La fuerza vital de su amado se iba desgastando y el solo imagino tantas situaciones donde se vería amenazado con un rechazo que temía oír. 

Se desahogo aún si el aroma del líquido rojo empapó parte de su rostro en lo que se mezclaba en la sustancia que seguía cayendo de sus orbes. Debía dirigirse a la montaña, solo dos cosas podía significar el hecho de que el ave no se encontrará en su habitación; o había salido o estaría en una tumba al costado de sus familiares en el alto muro de Sphinx. — Marco… 

— ¿Creé que al abuelo le gustarán las flores que le llevé? — Una voz se escuchó a lo lejos, la misma que pudo escuchar en el intercomunicador, el sonido de la infante que daba pequeños pasos resbaladizos. 

— A Pops le gusta el color azul. Estoy seguro de que le encantaron tus crisantemos, yoi. — El ronco tono que guardó el hombre fué como una melodía angelical a sus oídos. En tanto tiempo viajando sólo se lamentaba de una sola cosa, no poder recordar apropiadamente el rostro de su enamorado.

— ¡Le haré un enorme ramo solo para él! ¡Así será aún más feliz el abuelo! — Dió algunos pasos fuera de la habitación, visualizando la puerta principal cerrada al final del pasillo.

— El abuelo es un gigante, estoy seguro que le gustará un ramo tan grande como él. — Temió que solo estuviera sucumbiendo a la locura al no poder ver sus expresiones.

— ¡Y rosas rojas!

— ¿Rosas?

— Para el hermano Ace. No conozco otras cosas rojas. — Parecía que caminaban por el porche en un andar lento.

— También llevaremos vino, compraré un poco al Señor Fick para llenar sus copas, yoi. — Avanzó hasta la perilla temblando en el solo pensamiento de abrirla y que no hubiera alguien ahí.

— Aún no puedes beber alcohol, te lo he prohibido “yoi”. Imitó su costumbre del habla lo cual generó una ligera risa en el mayor.

— De acuerdo, yoi. Pero no debes… — Se aventuró a girar el cerrojo, la incertidumbre ya no le dejaba inhalar apropiadamente por lo que ante la contemplación del rubio sorprendido por su presencia solo pudo sentir a la vida regresar a sus huesos. — ¿Shanks?

— ¡Marco! — Se apresuró a pasar sus falanges por sus mejillas, sintiendo su cálida piel ante sus poderes de fuego impregnar los cayos de sus dedos. — Estás aquí, eres real, eres tú. 

El ex comandante presionó su palma contra el dorso de su extremidad, hundiendo sus cejas ante lo que presenciaba, una parte de él parecía tener lástima de lo que admiraba. — Oide. — Llamó a la pequeña que observaba intuitivamente cada movimiento realizado entre ambos hombres con curiosidad. — Ve al estudio, puedes tomar el libro que desees, te llamaré luego para hacer galletas. 

— Si, Señor. — Corrió despreocupadamente dejando sus cosas tiradas en el recibidor antes de cerrar con fuerza la reja de una de las habitaciones.

— Shanks ¿Qué haces aquí? — Indagó previo a que fuera atrapado contra el cuerpo del pelirrojo, respirando su aroma el capitán solo inundaba sus pulmones en necesidad pura. 

— La carta. — Susurró sin doblegarse.

— No era necesario venir, mi fecha de caducidad es de dos meses, yoi. 

— No lo digas así, no juegues con esto. — Estrujó aún más su torso con anhelo. — Estás muriendo.

— Así es, lo hago. 

— ¿Cómo luces tan tranquilo? — Su mano navegó por su espalda, sintiendo la línea delgada de su columna y siguiéndola hasta su nuca donde cerraba sus ojos para solo apreciar la forma.

— No lo estoy. — La piel tembló ante las palabras enunciadas. — Temo a mi muerte. — Por primera vez observó miedo en los ojos azules que tanto amaba vislumbrar contra la luz de las velas. Ni siquiera cuando atacó a Akainu o cuando peleó de forma pareja contra Rayleigh, eran enemigos formidables que podía llegar a matar.

Mientras que esto, era algo que no podía siquiera herir.

 

.

 

— Oide alcanzame el azúcar, siento que le falta un poco. — Marco tenía un delantal envolviendo su cintura en tonos turquesa mientras que la pequeña que le ayudaba de forma energética tenía uno parecido en tonalidades carmín.

— No, ya esta muy dulce. — Sincero escondiendo el tarro correspondiente a la esencia detrás de su propio cuerpo. 

Había logrado tranquilizarse lo suficiente, le habían ordenado a darse un baño mientras era preparada la cena; al parecer el no haber tomado una ducha por tanto tiempo había hecho su olor más perceptible. Obedeció aún dudando en mantener al fénix fuera de su vista pero las canciones, pláticas y discusiones que provenían de la cocina le calmaban encarecidamente; limpió las impurezas con tranquilidad moderada dejando sus ropas tendidas para tomar las prendas que fueron ofrecidas por el dueño de la casa, un pantalón oscuro que había dejado atrás en su última visita y una camisa celeste que parecía ser originaria del rubio.

Desafortunadamente aquella no dió la talla y tuvo que solamente cubrir su espalda con su capa. Marchando al lugar que se repartía con júbilo y carcajadas sinceras, una escena que podría pudrir tus dientes en lo acaramelado y hogareño que se percibía, como si la niña de cabellos azabache fuera la hija legítima de Marco y ambos disfrutaran de un día cualquiera en su hogar a la orilla de la montaña. El tiempo parecía llevarse todo lo bueno y en la intimidad del dolor una alegría parecía asomarse entre la enfermedad que tarde o temprano se llevaría la vida de su pajarito.

— ¿Que preparan? — Posó su cabeza en el hombro del catire para admirar como este batía con fuerza una mezcla dorada y un poco grumosa. 

— ¡Galletas de piñita! — Exclamó con alegría teniendo sus manos manchadas de harina que continuaba esparciendo sobre un rodillo de madera simple y pequeño. — ¡Mis favoritas!

— ¿De piña? — Una mano acarició la cintura del hombre por sobre la cinta que siempre era envuelta en sus caderas. — ¿Te sigue gustando la piña?

— No sé de lo que hablas, yoi. — Empujó suavemente con su codo, no era lo suficientemente fuerte para que se apartará simplemente parecía estar jugando. — ¿Y la camisa?

— No me quedó, temí que se rompiera.

— Soy más alto que tú, yoi. Busca otra excusa. 

— Eres más delgado, Pajarito. — Acuno la figura que ahora parecía ser más esbelta que antes a un grado alarmante. — Mucho más delgado…

— ¡El Señor Marco es muy flaco! Por eso hacemos muchos pasteles y le damos mucho jugo. 

— Ya veo, lo has estado cuidando muy bien. — Le pareció tierno como se levantó por sobre la mesa de la cocina alzando con fuerza sus pequeñas manos.

— Soy su enfermera principal, quiero ayudar a las personas como lo hace el doctor cuando crezca.

— Un buen médico, yoi. Oide aprende rápido para su edad. — Dejó caer la masa sobre la superficie para estirarla con sus propias manos. — Ya casi termino con esto, puedes ir a buscar los moldes para hacer las formas.

— ¡Si! — Bajo de su asiento con rapidez saliendo del lugar con prisa y euforia.

— Es una buena niña, yoi. — Comentó cuando estuvo lo suficientemente lejos como para no escucharlo. — Es la única además del jefe de la aldea que lo sabe, era un viejo amigo de mi padre por lo que se dió cuenta rápidamente.

— Por favor, no hablemos de esto. 

— Fingir que no existe no hará que desaparezca, yoi. — Una leve tos comenzó a surgir y a intensificarse cada vez más, preocupado busco una servilleta y algo de agua para humedecer sus labios. 

Segundos que dió la espalda al zoan, segundos en los que su labios escurren sangre. — ¡Marco! — Un dedo se presionó contra su boca y el olor frutal se desplegó rápidamente a su naríz.

— Guarda silencio. — Pidió de favor a lo que asintió, levantando su mano para apartar la vitalidad de su comisuras con delicadeza. — Oide se suele asustar con facilidad y llora hasta dormirse, así fue la primera vez que vió sangre salir de mí. 

— Entonces que conociera tu condición no fué a propósito.

— No… no lo fué. No le mostraría algo tan espantoso a un niño. — Ingirió el contenido del recipiente previo a escupir lo restante en el lavavajillas, abriendo el grifo para que todo se fuera por las cañerías.

— ¡Señor Marco! ¡Señor Marco! ¡Conseguí moldes de pájaro! — Oide irrumpió nuevamente cargando en sus diminutas palmas cientos de animales trazados para formar distintas galletas, dejándolas todas en la mesa de centro y sonriendo ampliamente en su dirección.

— ¿Ah sí? ¿Qué otras figuras encontraste? — Se acercó con la misma emoción, llevando el contenido de su bol para comenzar a extenderlo y a cortar con tranquilidad.

Mientras tanto Shanks desecho en silencio el pañuelo goteante de sangre.

 

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— Asegúrate de llegar a salvo y de entregarle las galletas a tu hermana. — Despidió a la visitante en su pórtico, ya era de noche pero las luces de las casas seguían encendidas y la del bar que era el refugió de Oide aún permanecía alumbrando la avenida principal.

— ¡Muchas gracias! Vendré mañana nuevamente, Señor Marco. — Abrazo con sus pequeños dedos los hombros del más alto que ni siquiera podían llegar a encontrarse. — Hasta mañana, Señor Rojo. — Una pequeña risa se escapó de los labios del médico, al parecer la infante no era buena recordando los nombres por lo que solía sólo mencionar sus características.

— Adiós, piñita. — La azabache río sonrojada antes de correr en dirección de su mascota, montándose con seguridad para cabalgar en dirección a su hogar.

— Ahora se molestará si no la llamas por ese apodo. — Mencionó el catire ingresando nuevamente a la cabaña estirándose y apartando sus lentes para dejarlos en la mesa de centro. 

— Marco… — Le siguió, cerrando la puerta tras de sí y mirando detalladamente sus acciones estando lo suficientemente cerca para nuevamente acariciar su espalda. — ¿Lo que escribiste es totalmente cierto?

— Si, tengo cáncer. — Reiteró algo cansado por la pregunta que se seguía expresando.

— No, no me refiero a eso. — Tomó un mechón de cabello con cuidado acercándose para respirar el aroma que su nuca desprendía. 

— Todo era verdad, absolutamente todo. — Le vió de reojo con seriedad a lo que el abrazo su anatomía con fuerza, dejando que el arco de su espalda reposará en su pecho.

— Yo tampoco me arrepiento, nunca lo hice.

— ¿Y ese desdén que me has mostrado?

— Miedo. — Su nariz se enterró en su carne y los labios siguieron un camino que pasaba por debajo de sus prendas. — Del rechazo, de que la persona que amo me repudie por completo.

— ¿Un yonkou temiendole a amar?

— No, un hombre temiendo a ser odiado por la persona que es la razón de su vida.

— ¿Morirás cuando muera? — Preguntó a duras penas.

— No, estaré muerto en vida, porque se que iré al infierno si cometo suicidio. — Marco tiró de su brazo y empujó su cuerpo para tomar distancia, al ver su rostro junto a sus lágrimas regadas supo que era la primera vez en que veía esa faceta en el ave, algo que rompía su corazón.

— Eres un idiota. — Cubrió sus ojos apretando con fuerza en un intento de hacer desaparecer sus palabras. — Gente muere todo el tiempo, no cometes suicidio tan a la ligera solo por una muerte.

— Lo haces si es a la persona por la que sientes que eres capaz de respirar.

— No me tengas compasión.

— No lo hago, pero aún así. Déjame acompañarte los últimos meses de tu vida y permíteme ser yo quien te sepulte. Sepultando tu cuerpo acompañado del transcurso de las estaciones. — Se arrodilló frente a él agachando su cabeza para rogar. — Por favor, si me dejarás por lo menos dame el permiso a estar a tu lado hasta tu último aliento.

— Sufrirás. — Amenazó con un jadeo.

— No más de lo que tu lo haces ahora. — El fénix se arrodilló a su lado abrazando su cuerpo y desahogandose con más fuerza que cuando el luto de Edward Newgate le llenó por una semana completa, su miedo a desaparecer fué mayor a la soledad que sintió cuando su familia murió.

 

.

 

Los días siguientes fueron tranquilos, ayudó a Marco con lo que necesitará sirviendo para realizar los quehaceres cuando él se encontraba en su estudio en medio de sesiones largas de quimioterapia; no solía entrar al lugar Marco decía que era una faceta mucho más desastrosa de la que podía imaginar, la terapia dolía en extremo. Al punto de escuchar los gruñidos al otro lado de la puerta o como vomitaba cuando el tormento era insoportable. 

Lo que nunca supo es que siempre se mantuvo en las afueras de la habitación, impotente por lo poco que podía hacer en su posición.

Al salir siempre estaba cansado, su rostro se veía pálido y un ligera fiebre le hacía temblar en espasmos por lo que lo guiaba a la cama donde colocaba varios cobertores y lo abrazaba con fuerza para brindarle algo de calor. El rubio nunca dijo nada, solamente se acomodaba entre sus brazos y jugaba con los dedos de su mano pensativo, en total silencio solía dar caricias tranquilas alrededor de los hematomas y besar las venas oscuras de sus brazos siguiendo el camino que acababa en su cuello. Algo que se había vuelto regular cada dos días a la semana, martes y viernes como de costumbre; aunque ya no había nada que hacer aquello aliviaba la metástasis que se esparcía por todo su cuerpo invadiendo más lugares conforme su tiempo se extendía, haciendo más estragos en su interior y desgastando sus energías dando como consecuencia frecuentes desmayos los cuales ha ayudado a evitar que golpeen su cuerpo con fuerza y causen más marcas perennes en su tez.

— ¿Quieres que traiga algo de medicina? — Preguntó besando su espalda, uno de sus brazos estaba recibiendo una vía de solución salina ante su último desvanecimiento.

— Te has vuelto bueno en esto de ser enfermero, yoi. — Río entre suspiros y apenas fuerza mientras acariciaba su barba con cuidado; con el paso de cuatro semanas en Sphinx había logrado aprender lo básico, obviamente había sido enseñado bajo la paciencia del paciente al que debía cuidar pero ya sabía tomar una vía para colocar un líquido intravenoso y como cambiar o detener la solución a voluntad. 

— Querido paciente, tiene prohibido coquetear con el personal del hospital. Si desea una noche conmigo tendrá que ser fuera de mis horas laborales. — Bromeó estirando su mano para enlazar los falanges libres del contrario recibiendo un beso en la mejilla cuando el acto enterneció su corazón.

— Enfermero Pelirrojo, ya es hora de mi calmante, si lo traes puedo regompensartelo con un beso luego. — Siguió el juego acariciando su barbilla con el dedo índice, sus ojos abatidos ante las largas horas que había estado despierto a causa del insomnio.

— Ya hablamos el mismo idioma. — Se levantó de la cómoda de su habitación caminando hasta el buró más cercano para recoger el polvo envuelto en papel blanco ligero, lleno una copa de vidrio con agua fría de hielos que se derriten con rapidez. — El calor es suficiente como para querer quitarse la camisa.

— Tu uniforme debe quedarse en su lugar si quieres permanecer en esta habitación, yoi. — Bufó ante la amenaza regresando con ambos elementos entre los dedos y balanceando el cristal para no derramar su contenido.

— Solo era una sugerencia para mi amado paciente. — El zoan tomó asiento en el grupo de almohadas que cuidaban su espalda y recibió los elementos con cuidado y lentitud. — ¿Quieres que traiga un cubo de azúcar? La droga es agria.

— No importa mucho, mi paladar ya no percibe el gusto. — Dejó pasar aquello por su tráquea para luego beber la mitad del agua y tragar por completo.

— ¿Mentías cuando decías que mis besos sabían a alcohol? — Recrimina apartando algunas mantas para dejar que las extremidades ajenas se estiren correctamente sobre el colchón.

— Es por intuición, aunque creo que tu saliva es lo suficientemente fuerte como para entorpecer mi lengua. — Quizás sus palabras no fueron entonaciones en coqueteo pero no pudo evitar acercarse a cobrar su beso por sus servicios brindados. — Que mal enfermero, me haces tomar alcohol cuando consumo fármacos, yoi.

— Sirven para aliviar su fatiga, Mi amado paciente. — Dedos cálidos se aferraron a su mentón y terminaron de atraelo en besos castos y certeros que mordían de forma juguetona sus labios atrayendo piel y rompiendo la zona inferior sin cuidado. — Eso tendrá un costo extra. 

— Te daré lo que sea que desees.

Shanks simplemente siguió persiguiendo caricias y consuelo, pues lo que deseaba no podía ser cumplido.

 

.

 

Habían pasado seis semanas, ya se había acostumbrado a la vida hogareña. Sus oficiales solo llamaban por las tardes cuando Marco tomaba descansos en el porche y miraba a Oide jugar bajo el intenso sol, le ponían al día contando sus aventuras como un informe aprendido y recitado sin un error; les iba bien después de todo Benn era lo suficientemente capaz para guiar durante las semanas restantes. A veces olvidaba lo que ocurría realmente y simplemente disfrutaba de una vida común al lado de su pajarito, se alegraba en escuchar las risas en las mañanas junto con el olor de huevos recién hechos con rebanadas de pan cuidadosamente puestas por la pequeña que visitaba el hogar de forma puntual.

Fueron días buenos, días malos, días calmos, también aquellos donde habían logrado superar lo terrible. Hubieron pesadillas tan realistas que le abrumaron, vagando por la casa solitaria mientras gritaba su nombre con fuerza y pesar, no lograba encontrarlo, nunca lo encontró en sus sueños; solo despertaba con un sentimiento abrumador que bloqueaba su habla le hacía caminar tontamente por el pasillo envuelto en ansiedad, buscando en cada puerta hasta encontrar a su amado sentado de espaldas en su estudio con un elegante escritorio que daba vista a través de un ventanal abierto para que el viento golpeara suavemente su rostro. La primera vez que experimentó ese sentimiento de tranquilidad se dejó caer al suelo sintiendo que su corazón demandaba oxígeno, asustando al hombre al que añoraba con obsesión.

— Jefe… ¿Cómo se encuentra, Newgate? — La pregunta fué formulada con sigilo como si temiera que aquello fuera oído por el involucrado.

— Suspendió el tratamiento, las pastillas que Hongo trajo le están ayudando con los dolores y aparentemente se está desintoxicando. — El estudio ahora estaba abierto y ya no tenía que esperar al otro lado de la puerta pero aunque los síntomas eran controlados y los signos disminuían eso no significaba que la enfermedad desapareciera.

Estará felíz cuando se lo diga, dijo que quería aliviar el malestar aunque no podría hacerlo desaparecer. — Algunas charlas se escucharon de fondo por lo que vió por el ventanal la joven traía varias flores en sus manos para el rubio, algunas azules, rojas y magentas. — Además debo informar que Crocus llamó hace unos días, se enteró por alguien lo que estaba sucediendo.

— Pueden decirle a Crocus o a Rayleigh si desean, se que no dirán nada así que no me mientan. — Suspiró tomando otro sorbo de su café.

— … Lo llamamos para una opinión, dijo que hay cirugías que se pueden llevar a cabo tal y como en su tiempo fué con Gol D Roger. — Se apresuró a informar, aún con su vista observando la silueta de Marco sentado en las sillas hechas a mano del porche.

— No.

— Dijo que extendería su tiempo a un par de años. — Continúo aún con la negativa.

— Dos años más de dolor, no le hagan eso. No lo llenen de esperanza dos semanas antes de su ida. 

— Señor, él no es Roger.

— No, no lo es. Roger sufrió en silencio sin nadie que lo acompañará en su angustia; Marco está acompañado y no lo dejaré solo en ningún momento. 

— Comprendo. ¿Quiere que vayamos a Sphinx cuando el tiempo se cumpla? 

— No, esperen mi llamada. — No deseaba dar una sentencia clara a su fecha, ni siquiera Marco sabía con exactitud cuando partiría solo sabía que su máximo acabaría pronto.

— Entendido. 

— ¡Señor Rojo! ¡Dice el Doctor que lo dejaremos si no se da prisa! — La puerta principal fué abierta a la par que la exclamación salía de sus cuerdas vocales con fuerza.

— Ya voy, Piñita. — Anunció antes de regresar su vista al den den mushi. — Ya lo escuchaste, debo visitar a mi suegro. 

— Estoy seguro que Barbablanca debe estar retorciéndose en su tumba al saber que lo llamas así.

— Bromeas, soy encantador. Hasta luego, Envidioso. — Colgó la llamada y tomó las canastas llenas de comida de la mesa del centro y se reunió con los demás unos pasos más allá de la entrada a la morada.

Cada domingo iban a visitar las tumbas de Ace y Barbablanca; comían, daban tributos, rezaban, bebían y finalmente se iban de regreso cuando el sol estaba a dos nudillos de llegar a la altura del mar. El camino no era tan largo, la vivienda estaba cerca del camino ya que el fénix es quién solía vigilar los sepulcros y asegurarse de limpiarlos cada tanto tiempo, se decía que era de mala suerte dejar que la maleza creciera alrededor de la lápida y cubriera el nombre; eso daría como resultado que el espíritu del fallecido se sintiera olvidado y regresará como un fantasma para solamente recordarle su existencia. Era amplio aquel mito, quizás los muertos se sentían solitarios y menospreciados ante tanta esquivez.

— Por eso también se entierra una lápida a un costado de la otra, así se darían compañía aún si sus familiares no estuvieran cerca. — Oide recito una parte del libro que había estado leyendo con esmero; hace no muy poco intentaron explicarle sobre la muerte y lo que sucede cuando una persona fallece lo que la llevó a investigar aún más sobre el tema.

— Tus libros son muy específicos. — El rubio sugirió al acercarse a la vereda, llevando algunas flores en su antebrazo.

— Hay una parte llamada luto que nos instruye a que llevemos ropa negra cuando una persona sea enterrada ¿Usted quiere que yo lleve ropa negra? — La pregunta le hizo enfocar su mirada en Marco quien sonrió tranquilamente ante la duda y como era su costumbre con cuidado le instruyó.

— El negro es un color muy deprimente ¿No lo crees?

— Si, lo es. Además no tengo vestidos de ese color.

— ¿Qué te parece si vas de azul o amarillo? Son los colores de mi fruta y de mi forma completa, eso sería más alegre.

— ¡Amarillo y azul! ¡Llevaré colores felices para que sea un fantasma feliz! — Rio amenamente corriendo algunas distancias donde el rabillo de su ojo veía el cementerio lleno de espadas y frente a ellos la vista del acantilado.

— Es tierno como los niños consideran a la muerte. — Musito acomodando las flores contra su pecho.

— Aún así tiene razón, el negro de siempre es muy triste, asi que prometo llevar ropas azules y amarillas. — Mencionó con confianza lo cual solo levantó las comisuras de los labios contrarios en simple euforia.

— Rojo, Azul y Amarillo. Te verías horrible pero me harías muy felíz, yoi.

 

.

 

— Los Crisantemos son tus favoritos. — Enunció cuando ambos estuvieron en cama donde abrazaba su espalda con tranquilidad y sentía su respiración firme a través de sus dígitos colocados firmemente en su pecho. — Lo recuerdo por nuestra visita a Arabasta.

— Te refieres a nuestro encuentro en Arabasta. No planeamos ir juntos hasta que me encontraste encubierto. — Sus ojos se mantenían cerrados intentando encontrar el confort del sueño mientras él seguía dedicando palabras sobre el pasado.

— Eres muy malo escondiendote. Tu cabello llama mucho la atención y tus ojos son tan brillantes que podría verlos incluso en plena oscuridad. 

— Hablas mucho, se te caerá la lengua a este paso, yoi. — Dio la vuelta para encararlo abriendo sus orbes para mirarlo fijamente antes de rozar sus labios con delicadeza. — Duerme, mañana será otro día donde podrás decirme cuánto me amas mientras cocino el desayuno como muestra de afecto al no envenenarlo. 

— No necesito dormir para decir que te amo. Porque lo puedo hacer cada día; te amo. — Beso sus mejillas. — Te amo. — Continúo con su cuello. — Te amo. — Finalizó con su barbilla.

— Te amo. — Capturó sus labios en un gesto profundo, en toda su estancia fue la primera vez que escucho esas palabras directamente de la persona que tanto anhelaba. La abrazo, como lo más preciado del mundo porque lo era y siempre lo sería; sintió el espesor nublar sus pestañas cuando supo que no lo podría escuchar en el futuro. 

No podía mantenerse en ese lugar tal y como estaban, no podían amarse tal y como querían; el tiempo se les había acabado muy pronto y él solamente podía esperar.

Durmieron entre caricias sinceras, sus ojos simplemente mojan sus ojeras suavemente mientras observa su tórax moverse rítmicamente entre cada respiración. Arriba, luego abajo, luego arriba y así durante su vigilancia; su rostro tranquilo se movía en microexpresiones por lo que soñaba, mejillas sonrojadas y una piel ligeramente abatida por la enfermedad. Una pijama que solamente consistían en pantalones sueltos y suaves ante su conocimiento y necesidad de sentir el calor de su torso con regularidad; acariciando con su pulgar el vacío existente entre sus costillas y el músculo que sobresalía de su cadera, donde la respiración le hacía flexionar su abdomen con sutileza y lo terso parecía temblar con ligereza.

Durmió y cerró sus ojos viendo las largas pestañas que capturaban los zafiros de su mirada, cubriendo el paisaje del mar entre parpadeos dónde podría asegurar se encontraba el one piece. Los sueños comenzaron, pero a diferencia de los normales donde despertaba con los nervios a flor de piel, ahora solo sentía una gran paz al levantarse de la cama entre las sábanas claras de seda, caminando entre los pasillos donde cada habitación se encontraba vacía y la puerta principal abierta en pares daba vista al acantilado. Pasos simples le condujeron a las escaleras, su ropa había cambiado a colores felices y chillones con la cinturilla del fénix envolviendo sus pantalones y una única pluma celeste colgando de su cuello en un collar delicado. 

 Ya no había dos tumbas, una tercera había sido construida con una pequeña estatuilla en forma de un fénix en la punta, adornando su entorno con crisantemos azules, amarillos y rojos en tonos carmín; la tierra parecía haber sido removida hace poco los grumos no habían asentado completamente y algunas partes continuaban desniveladas, principalmente en las orillas. Acercándose un poco más podía visualizar una figura que se fué volviendo más clara a medida en que la distancia se reducía, sobre las poca columnas de cemento y mirando el atardecer el cuerpo de Marco lleno de vida como en sus años de juventud observaba el paisaje con ensoñación.

— Cumpliste, te ves horrible. — Se refirió a sus prendas, burlándose con carisma y sorna. — Sabes, Luffy está en buenas manos. 

— ¿Luffy? ¿A qué te refieres? — Tomó asiento a su costado viendo a la misma dirección a la que su compañero admiraba. 

— En Wano, fueron los dos doctores que viajaban con él los que me diagnosticaron. Trafalgar algo y Chopper, peleé defendiendo al último durante los ataques que se manifestaban en su contra mientras trataba de curar a sus enemigos y amigos por igual. — Una sonrisa que mostraba sus dientes se extendió por todo lo largo de sus mejillas.

— Suena a que encaja con Ancla. — Intento dejar su mano en su pierna pero esta solo paso de largo hasta la tierra, su mirada cambió a su dirección. 

— Me hizo pruebas y descubrió un tumor maligno arrojado en mi pulmón derecho, hicimos todo lo que se nos ocurrió pero mis poderes seguían trayendo de regreso el órgano arrebatado con todo y cáncer. No había nada que hacer más que esperar. — Sus orbes parecían opacos, las gemas que antes podían reflejarse en su mirada ahora eran grises. 

— Detén tu palabrería, no te despidas de mí, déjame despertar y saber que aún respiras.

— Cuando lo conozcas, si es que lo haces avísale sobre mí muerte; otorgarle consuelo si es que llora y dile que será un gran médico. — Ignoró sus palabras, dejando gotas cristalinas brotar de las esquinas puestas en sus ojos que afilaban su vista relajada. — No llores cuando despiertes, abrázame cuanto necesites y luego entierrame al lado de mi padre y hermano.

— ¿Porque traerme aquí? — Apretó la suciedad bajo sus palmas al no poder tocar el cuerpo ajeno aún si lo deseara.

— Porque sigo teniendo miedo. No quiero desaparecer. — Una mueca de sinceridad se creó ante la desesperación y el terror de sus facciones, sus manos ansiosas se movían mientras su cuerpo envejecía frente a sus ojos. — Temo quedarme como un simple recuerdo. 

— Tu nunca serás un simple recuerdo. Tu serás la sangre que lleve en mis venas, el latido de mi corazón y la resonancia de mi alma que alimenté mi cuerpo cada día. Aunque me obliguen a olvidarte, prefiero morir a que eso suceda. — No se había dado cuenta que en este mundo su brazo izquierdo estaba en su lugar y que este era el único que pudo alcanzar a Marco, entrelazando sus dedos con cariño.

— Es lo que quería escuchar, lamento ser egoísta haciendo que te quedarás a mi lado, yoi. — El entorno comenzó a romperse y el sol a ocultarse para dejar el lugar en creciente oscuridad.

— Yo elegí este caminó.

— ¿Sufriste?

— No, no podía sufrir al verte con tanto dolor. Necesitabas tierra en la cual colocar tus pies para no ahogarte.

— ¿Lo odiaste?

— Sentí impotencia, preferías herirte a escondidas donde no pudiera verte pero las secuelas siempre estaban a mi vista.

— ¿Tu amor disminuyó?

— Nunca lo hará, solo aumentará conforme mi vida continúe en favor a la tuya.

— ¡Gracias por amarme, Pelirrojo, yoi! — Sus dientes se tensaron y una gran parte de su felicidad se contagió y golpeó su corazón con fuerza.

— Te amo, Marco.

Al despertar como cualquier otro día su amado continuaba en sus brazos, solo que ahora la calidez lo había abandonado por completo y sus articulaciones se habían vuelto rígidas y pálidas. Aún con ello su rostro demostraba paz y dicha.

Las aves cantaron cuando se aferró a su cadáver, besó su piel fría y se abstuvo de llorar aún si deseaba gritar con fuerza hasta que su garganta se gastará y sangrara.

Olió su aroma por última vez, besó su dorso, unió sus labios, abrazó su cuerpo derrumbándose por completo en el silenció habitual de cada mañana en Sphinx, no había olor a desayuno, no había canciones culturales siendo entonadas con gracia y errores.

No había charlas sin sentido.

No había vida.

Solo dolor cernía su corazón y ahí fué cuando se permitió sentirse herido.

Su único amor.

Su fénix.

Su Marco.

El tiempo fué cruel al llevarse su felicidad en un solo instante…

Y en la intimidad del dolor Shanks supo que su alma se había ido junto con él.

Notes:

Biología Celular, One piece y época de parciales son muy mala combinación si colocas una pizca de Mon Laferte de fondo.