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Algunas cosas son mejores cuando no se las habla. Como Zoro. Como él.
No, error. Todas las cosas funcionaban mejor si no eran habladas, Luffy lo sabía, pero no en el sentido "reprimir todo y continuar adelante" bajo el que él se guiaba, Luffy simplemente lo encontraba innecesario, quería algo y lo hacía, no se detenía a preguntarse si debía hacerlo, si podía, si se lo merecía . No, Luffy funcionaba bajo una lógica que nadie entendía ni se molestaba en hacerlo, intentarlo solo traía dolores de cabeza y Sanji había tenido suficientes de ellos en el caótico tiempo de adaptación cuando se unió a los Muguiwaras.
Pero él era distinto, cuando era niño no había tiempo para preguntas entre las golpizas de sus hermanos y el desprecio de su padre. Los fracasos no tenían derechos a preguntas (ni a amor) entonces no las hacía.
Si alguna vez alguien se había molestado en responderlas, había sido su madre, siempre tan gentil, acomodándole el cabello para poder ver su rostro entero y permitiendo que se acomode junto a ella en la camilla, Sanji se acostaba junto a ella, sintiéndose el niño más felíz del mundo cuando su madre le pasaba el brazo detrás del cuello y luego lo envolvía, atrayéndolo hacia ella. Hablaban y Sanji le hacía preguntas, todas las que se le ocurrían, algunas hacían reír a su madre, otras la preocupaban y después de un tiempo decidió dejar de hacer aquellas que hacían que su madre lo mire con tristeza, las visitas eran demasiado cortas para solo angustiar a su madre preguntándole por qué su padre y sus hermanos eran como eran.
Cuando ella lo miraba, había tanto amor en los ojos de Sora que Sanji casi no lo podía creer, era un contraste demasiado abismal entre esos maravillosos ojos azules mirándolo con ternura, y luego la fría mirada de Judge, avergonzado de su mera existencia.
Y Sora murió, y con ella se fue el único consuelo que tenía, todas las preguntas volvieron a almacenarse dentro suyo hasta que la opresión en el pecho que hacía que su respiración se haga pesada, se convirtió en algo familiar, un peso constante al cual se tuvo que acostumbrar.
Con Zeff y los cocineros del Baratie era distinto, su lenguaje era la cocina y los gritos que la llenaban, el calor humano de una docena de chefs que eran toscos, secos y la mitad de las palabras que salían de sus labios eran maldiciones.
Aprendió a esconder sus inseguridades con una actitud altanera y burlona, aprendió más insultos de los que se pudo haber imaginado que existían, a salir con algunos chefs a los descansos breves de cinco minutos y aguantar el humo, descubriendo placenteramente que los cigarros ayudaban con su ansiedad.
Germa lo hizo un manojo de inseguridades y el Baratie lo templo, no necesitaba hablar, ni hacer preguntas cuando podía expresarse cocinando, de todas formas era lo único que sabía hacer bien, por lo que no molestaría a su nueva tripulación con sus tonterías, era el cocinero del barco y nadie pasaría hambre, punto final.
Entonces Sanji nunca aprendió a hablar de las cosas, aprendió a guardarlo todo y continuar.
Por lo que la primera vez que Zoro lo besó, no pregunto ¿por qué? Ni ¿Esto es lástima? Ni ¿Realmente merezco esto? Ni ninguna de las preguntas que bullían en su cabeza, solo se calló y lo aceptó.
Lo mismo cuando se acostaron por primera vez, y todo fue sudoroso, caótico y deliciosamente placentero, lo disfrutó y cuando terminó y ambos estaban en el cuarto de suministros sobre una raída frazada, Zoro desnudo y roncando con un brazo cómodamente extendido bajo el cuello de Sanji, el rubio se mordió la lengua hasta que se hizo daño, porque las preguntas estaban ahí, volviendolo loco, pero nunca había aprendido a dejarlas salir.
Sintió el familiar sabor de la sangre inundar su boca y tras saborearlo unos segundos, la trago, y abajo se fue el sabor metálico y el deseo de agitar a Zoro hasta que se despierte y gritarle las preguntas que se arremolinaban en su cabeza. Se giró hasta sentirse cómodo, sintiendo el calor corporal de Zoro contra él, haciendo contraste con la fría noche que generalmente lo hacía envolverse en frazadas, pero el espadachín era cálido, se estremeció un poco cuando Sanji se acomodó contra él y apretó su rostro contra el costado de Zoro, presionando su nariz fría y maravillandose por la comodidad y la calidez y…
Tampoco se preguntó a sí mismo sobre el cosquilleo en su estómago, no estaba listo para la respuesta.
Por suerte, sus nakamas tampoco hacían muchas preguntas, cuando Usopp entró en la cocina para el desayuno y los vio a ambos saliendo del cuarto de suministros, Zoro acomodándose los pantalones mientras bostezaba perezosamente y Sanji ajustándose la corbata, los ojos del tirador se abrieron cómicamente mientras un sonido agudo demasiado parecido a los chillidos de las ratas salía de lo profundo de su garganta, Sanji le dio una mirada mitad amenaza y mitad súplica que hizo que Usopp grite algo sobre una enfermedad que no le permitía hacer preguntas-itis y salga pálido de la cocina.
Sanji se puso rojo y su respiración estaba por acelerarse mientras sus manos querían subir a su cabello y jalar, sentir el dolor tirante para concentrarse en algo más, hasta que con horror sintió al marimo dándole una nalgada, despreocupado como si no los acabaran de descubrir, lo miró mientras toda la ansiedad le daba paso a una ira tan fría que solo aumentó cuando vio a Zoro riéndose de su expresión.
— Desayuno, ero-cook, tengo hambre —le dijo con una sonrisa tan brillante que Sanji no pudo evitar el vuelco que dio su estómago.
Saco a Zoro a patadas de su cocina mientras le gritaba todos los insultos que sabía y el imbecil solo se reía.
Y cuando nadie preguntó por qué estaban desayunando onigiris (no pudo evitar prepararlos, sintiendose tonto al recordar la calidez del espadachín y lo bien que se sentía cuando– –), sospechó que Usopp tenía algo que ver con ello, para nada discreto mirándolos cuando Zoro y Sanji se acercaban a menos de dos metros de distancia, Sanji quería morir, porque Nami, la preciosa Nami, la diosa Nami, tenía una expresión divertida en el rostro y Sanji sabía que al mentiroso, a ese bastardo, se le había escapado algo, por lo que al final del desayuno lo agarró de la parte de atrás de su camiseta y lo jaló para que le ayude a lavar los platos. Usopp tembló durante todo el rato mientras veía de reojo a Sanji lavando furiosamente las cacerolas y casi tirandoselas para que las seque, cuando por fin terminaron, el tirador salió despavorido de la cocina y Sanji se quedó solo, solo con sus pensamientos, solo con las malditas preguntas.
Sorprendentemente, las cosas no se fueron al demonio. Zoro no parecía avergonzado de que toda la tripulación supiera que se estaban acostando, de que Zoro, el que sería el mejor espadachín del mundo y era el vice-capitan del futuro rey de los piratas, estuviera involucrándose con alguien como él, ¿acaso no veía el desastre que era? ¿No veía lo jodido que estaba? ¿No notaba que era un fracaso?
Se hundió en el agua exageradamente caliente de la tina para cortar de raíz las preguntas. Tampoco dijo nada cuando Zoro entró al baño y se desnudó para entrar con él, quejándose de la temperatura del agua y luego quejándose de los aceites esenciales que a Sanji le gustaba echar a la tina. Su corazón bombeó dolorosamente cuando el peliverde se acomodó detrás de él haciendo que Sanji se recueste en su pecho.
Esto solo fue el principio, Zoro empezó a tener más detalles con él en un miserable intento de cortejo que solo los avergonzaba a ambos. Le llevaba flores y al entregárselas balbuceaba mientras su cara se iba poniendo cada vez más roja. Se convirtió en su mula de carga cada vez que desembarcaban y Sanji iba de compras. Y lo peor de todo, en las noches, dormían en la misma hamaca, el sanguinario espadachín abrazandolo y pegándose a él, como si no pudiera dormir sin tenerlo a su lado.
Sanji no entendía nada de esto. Tiraban de vez en cuando en el baño, en el cuarto de suministros o en algún hotel de las esporádicas islas, entonces, ¿cuál era la razón de todos estos gestos?
Una vez ambos estaban en la cocina y Sanji se aclaró la garganta para llamar su atención mientras sentía sus mejillas colorearse por lo que estaba a punto de hacer, podía cortar en juliana una cebolla aún en un terremoto y con los ojos vendados pero por alguna razón no pudo levantar la vista de la tabla mientras el rápido chop chop chop del cuchillo contra la madera resonaba en la cocina, tras unos incómodos balbuceos, Sanji le explicó al marimo que no era necesaria tanta… tanta extravaganza, igual seguiría teniendo sexo con él sin esos detalles o regalos o lo que sea. Tras otro silencio incómodo levantó la vista solo para encontrarse con los ojos de Zoro, tenía una mirada extraña que no supo descifrar, y luego con el torbellino de Luffy y Usopp al entrar a la cocina exigiendo comida, la conversación quedó finalizada.
Pero no se detuvo ahí, ahora los presentaban como pareja con cada nuevo integrante y Sanji sentía que se le secaba la boca con cada sonrisa misteriosa de Robin al verlos juntos, con cada vez que Franky lloraba al verlos, gritando estupideces sobre lo hermoso que era el amor y sobre todo, la obvia manera en la que Chopper se comportaba con ellos, como si ambos fueran sus padres, más de una vez se levantó con el reno profundamente dormido entre ambos, los tres dormidos en una posición que debería ser incómoda, en una hamaca demasiado pequeña para todos ellos y con los ronquidos de Zoro serruchando sus neuronas, pero esas eran justamente las noches que Sanji deseaba nunca acabasen.
Entre alimentar a una tripulación en crecimiento de números y enfrentándose a todos los problemas que eran humanamente posible en que su capitán los meta, Sanji no tenía tiempo en pensar en dramas ni romance ni nada por el estilo. No pensaba en lo bien que se sentía estar con Zoro, y lo poco que se merecía esta felicidad.
Hasta que sucedió Thriller Bark, y sintió que su mundo entero se desmoronaba al ver a Zoro parado entre tanta sangre, cubierto por tanta sangre y… y… Sanji lo reprimió todo. Zoro no necesitaba que fuera un desastre andante, necesitaba a Chopper. Por lo que nuevamente, todo volvió obedientemente al baúl mental en el que guardaba su ansiedad, inseguridad, miedo, y todas las malditas preguntas.
Lo llevó con los demás y tuvo que recordarse a sí mismo como respirar mientras lo arrancaban de sus brazos y el pequeño reno se ponía manos a la obra.
No supo si fueron horas o días enteros que el doctor remendo, cosió e inyectó litros de sangre al moribundo espadachín, pero ahí estuvo Sanji, poniendo de vez en cuando una temblorosa mano en el pecho de Zoro para asegurarse que bajo los firmes vendajes y la piel destrozada, había un corazón que latía, lento, pero lo hacía.
Una vez terminado el trabajo de Chopper, Sanji se acercó más y tomó la mano del peliverde, ese tacto tan cálido como siempre era lo único que lo mantenía a flote.
Zoro lo había noqueado para evitar que tome su lugar, ese estúpido, cabeza de musgo, estúpido intento de espadachín, había resultado horriblemente herido y casi lo había perdido, la idea lo estaba consumiendo, extrañamente, un mundo sin Zoro no parecía uno que valga la pena, con o sin All Blue. Ese pensamiento cayó profundo y le asustó el significado.
Cuando Zoro abrió finalmente los ojos y le dio una de sus ligeras sonrisas ladeadas, Sanji sintió que finalmente podía respirar correctamente.
Y una a una, las preguntas comenzaron a salir. Y Sanji no pudo detenerlas.
— ¿Por qué hiciste eso? ¿Por qué no dejaste que sea yo? —su voz se escuchó ahogada.
— Porque te amo —la respuesta salió en una respiración, un tono simple rayando en lo obvio.
— ¿Por qué? —preguntó, su corazón se aceleró tanto que se sorprendió que Zoro no lo pudiera oír.
Zoro lo miró, lo miró como si viera dentro suyo, lo roto, lo dañado, lo imperfecto, y amando cada una de esas cosas.
— Porque eres gentil —empezó, débil como estaba solo pudo darle un ligero apretón en su mano, pero para Sanji lo significó todo— Porque eres gracioso, porque eres hermoso.
Zoro frunció el ceño mientras levantaba su mano, siseando en tono bajo por el dolor de los puntos, Sanji quiso detenerlo pero al ver la determinación en sus ojos lo dejó, sintiendo la mano vendada apoyarse en su mejilla, su respiración se cortó cuando la determinación dio paso a algo más, un amor tan profundo que quiso llorar, un sentimiento tan fuerte como solo lo había visto en su madre.
— Porque mereces ser amado, Sanji —dijo Zoro, con seriedad, con amor, con tantas cosas demasiado intensas que el rubio no aguantó más y se largó a llorar como un idiota.
Varios días después, luego de una charla donde Sanji lloró mucho y aunque lo fuera a negar toda la vida, Zoro también lo hizo, hablaron de muchas que Sanji nunca había compartido con nadie, Zoro le dijo algunas otras en un maravilloso gesto de vulnerabilidad y confianza que Sanji agradeció, valorando el esfuerzo que estaba haciendo el espadachín por tener una conversación a corazón abierto.
Zoro lo abraza, lo besa, lo mira mientras le repite una y otra vez que lo ama, y ambos saben que falta mucho para que Sanji lo crea completamente, pero Zoro le promete recordarselo siempre hasta que el rubio acepte la idea.
Se ha convertido en un pequeño juego entre ambos, uno que deja a Sanji sonrojado como una damisela pero no se cansa de jugar.
— Te amo —dice Sanji, ambos desnudos en la cama, o en la cocina, o pescando.
— Yo también —responde Zoro, siempre asegurándose de mirarlo con esa intensidad que fácilmente podría ser Haki del conquistador.
— ¿Por qué? —vuelve a ser turno de Sanji, su corazón acelerándose al anticipar la respuesta, siempre distintas, siempre maravillosas.
— Porque eres el mejor cocinero de los cuatro mares —dice un día que le acaba de dejar un plato con onigiris y el marimo, delicado como siempre, apura a engullir uno apenas saboreandolo.
— Porque apestas a maldito tabaco cada vez que te beso —dice una vez que se estaban besando en el nido de cuervos, haciendo que Sanji se ría divertido ante la mueca falsa de asco que hace Zoro.
— Porque tienes un trasero espectacular —dice dándole una sonrisa de comemierda mientras su mirada se desvía al trasero desnudo de Sanji en la cama.
Porque, porque, porque…
Maldición, Sanji no podría cansarse nunca de las preguntas.