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Keepin' me hot like July

Summary:

—Mi masculinidad es muy fuerte.
—Claro, claro.
—Como el acero.
—Por supuesto.
—¡Lo digo en serio!
Snape parpadeó lentamente, fingiendo inocencia.
—Yo también.

James juega a la gallina gay con Severus para demostrar su heterosexualidad y la termina perdiendo (no había mucho que perder de todos modos).

Notes:

Este es el segundo fanfic que sale de los intercambios con Lore. El promt aquí era “un High school AU en el que James besa a Severus jugando gay chicken y procede a tener una crisis”. Ya sabes que puedes encontrar la versión de Lore relacionada a este trabajo, ¡échale un ojo!

Agradecería tu kudos o comentarios si disfrutaste la lectura.

Work Text:

Para ser un tipo tan flacucho, Snape tenía un culo demasiado gordo. Redondo y respingón, igual al de una chica. Se veía fuera de lugar unido al resto de él y resaltaba como un pulgar dolorido, sobre todo cuando insistía en exhibirlo descaradamente a cualquiera que quisiera ver. James, por supuesto, no pudo evitar notarlo; es decir, estaba allí y era enorme. En todo caso, la culpa era de Snape; recostado sobre el mostrador con esa pose obscena, su espalda se curvaba de tal forma que resultaba imposible apartar la mirada.

La pequeña zorra de atención nunca perdía una oportunidad de mostrarse.

James lo supo desde la primera vez que lo vio. Todo en el chico gritaba su necesidad de ser contemplado y deseado. Era un maldito agujero negro andante; atraía y devoraba cualquier cosa a su paso, sin excepciones o prerrogativas. Eso volvía loco a James. Odiaba que a donde sea que mirara, allí estaba Snape. No podía escapar de la gravedad.

Así que James lo observaba. Era consiente de Snape tanto como una presa de su depredador.

Mientras ponía un artículo en su sesta, vio al chico conversar con el cajero y sus nudillos se blanquearon sobre el endeble plástico. Se suponía que solo debía ir allí y preguntar por uno de los materiales en la lista de Lily; en cambio, estaba desnudando su garganta para los ojos ávidos del otro tipo y presentándose de forma tan descarada, que una puta sentiría vergüenza. James no podía escuchar lo que decían, pero conociendo a Snape, solo podía tratarse de algo sucio.

Porque así era Snape; sucio, sugerente, demasiado vistoso. Hambriento de atención masculina, como si no pudiera saciarse incluso con las manos de cada hombre a su alrededor sobre él.

Desde donde se encontraba, James podía notar cuan abierta estaba su camisa. Los tres primeros botones sueltos, la corbata del uniforme desatada sobre sus hombros. El pecho lampiño se mostraba sin pudor alguno; James apostaba que desde el ángulo del cajero incluso sus pezones serían visibles. ¿Había una necesidad real de caminar por allí prácticamente desnudo? James también tenía calor y no por ello se arrancaba la camisa como un mal galán de telenovela; Snape solo lo hacía para atraer buitres demasiado desesperados por mojar la polla.

Patético.

Después de todo, no era como si tuviera algo real que mostrar allí abajo. Ni rastro de un buen par de tetas, o al menos un poco de músculo que lo hiciera llamativo. Solo una planicie demasiado pálida para despertar algún deseo. La piel de Snape era incluso más blanca allí que en el resto de su cuerpo. El invierno había terminado meses atrás y el sol ya ardía lo suficientemente fuerte para ser sofocante, pero esa zona permanecía ajena al bronceado; algo raro considerando lo mucho que a Snape le gustaba exponerla. Cualquiera pensaría que ya estaría sonrojada por el sol; parecía sensible, fácil de marcar.

James volvió a arrojar otro objeto en la canasta, no muy seguro de que era, pero con la fuerza suficiente para hacer ruido. Snape ni siquiera volteó en su dirección, demasiado ocupado haciéndole ojitos a un tipo lo suficientemente mayor para ser su padre. ¿Cuántos años tenía el imbécil, de hecho? Sin duda demasiados para comerse con los ojos a un chico en uniforme de instituto. Sinvergüenza; no merecía menos que una buena patada en las bolas. Con algo de suerte quedarían inútiles luego de eso y lo pensaría dos veces antes de perseguir adolescentes.

Snape tampoco era precisamente un santo en la situación. En cualquier caso, sus acciones rosaban lo indecente. Difícilmente se podía culpar al cajero por ceder ante insinuaciones tan obvias.

Se había recogido el cabello, ofreciendo la visión de sus orejas perforadas y el rapado en la parte baja de la cabeza. Una gota de sudor bajó desde allí, todo el camino por su cuello hasta detenerse en la clavícula; el imbécil frente a él se inclinó en su dirección como si quisiera lamerla. James no fue consciente de que se había acercado a ellos, hasta que dejó caer la canasta sobre el mostrador pesadamente y los hizo saltar uno lejos del otro.

—¿Qué mierda, Potter? —Snape se veía indignado por la interrupción en su rutina de conquista; James a penas se detuvo de sonreír con satisfacción.  

—Necesitamos esos tubos para antes del próximo año —Una mirada a Snape bastó para saber que ni siquiera había mencionado al cajero la razón por la que se acercó a él en primer lugar—. Debí saber que dejarte a cargo de eso sería una pérdida de tiempo.

Snape, en lugar de avergonzarse como cualquier persona decente, se indignó. Tenía ese gesto particular en el que sus cejas bajaban y el labio inferior sobresalía; a James le encantaba provocarlo.

—Resulta que Gary aquí estaba a punto de decirme donde podía encontrarlos.

Gary —vaya nombre estúpido— no parecía informado al respecto. Miraba a Snape como si esperara leer directo de su mente lo que debía responder. James casi sentía pena por él: se vio obligado a soportar los torpes coqueteos de Snape y de paso terminó atrapado en una de sus mentiras; seguramente no le pagaban lo suficiente para soportar esa mierda.

—¿En serio? —James le sonrió brillantemente a Gary— Ilumíname, entonces.

El pobre tipo lo intentó, James le daría eso. Balbuceó como pudo la ubicación de un objeto que desconocía, procurándole miradas esporádicas a Snape para comprobar si iba por el camino correcto. James encontró todo el asunto muy divertido; no se podía decir lo mismo de Snape, quien miraba fijamente el mostrador con la boca en una línea tensa.

—Ya veo —Su tono dejaba claro que no creía ni una palabra de lo que escuchó y aunque Snape pareció notarlo de inmediato, Gary se veía orgulloso de lo que él consideraba un engaño bien hecho. Al parecer el nombre y su dueño encajaban bien.   

Snape se recuperó rápidamente, la mueca anterior reemplazada por esa sonrisa que acompañaba sus comentarios más insolentes.

—Genial, ahora ve a buscarlo y de paso trae todo lo demás —dijo, para luego volver a su posición anterior; pecho en exposición y culo al aire. La poca simpatía que había despertado por Gary desapareció en el momento que sus ojos volvieron a enfocarse en la mierdita exhibicionista frente a él.

Cuando James no se movió, Snape chasqueó la lengua.

—Date prisa, ¿quieres? —instó a James para que se retirara con un gesto de su mano, como si estuviera hablándole a un perro—. Ya nos hemos demorado mucho aquí.

El descaro.

Por supuesto que la cosita consentida pretendía que James hiciera todo el trabajo, mientras él se estiraba como una gata demasiado grande frente a Gary. Así era Snape; pensaba que el resto del mundo existía con el único propósito de servirle. Si fuera por él, se sentaría en una tumbona de oro macizo todo el día, aguardando ser alimentado con comida y pollas. Incluso entonces apenas movería un dedo; definitivamente era de los que se recostaban durante el sexo y esperaban que su pareja centrara toda su voluntad en complacerlos.

James apostaría su auto a que Snape era un pasivo mandón. Sirius le había hablado sobre eso una vez cuando estaba demasiado borracho; hombres que les encantaba tomarlo por el culo sin hacer esfuerzo alguno para ganárselo. Esa noche después de vomitar la mitad de su estómago e irse a dormir, James lo pensó: Snape desnudo y desparramado en la cama a la espera de su amante. Ni siquiera levantaría las piernas, la pequeña princesita mimada; tendrían que sostener sus muslos y abrirlos de par en par antes de hundirse en él. Solo abriría la boca para gemir y exigir más, más rápido, más fuerte.

De repente sintió ganas de desabotonarse un poco también. El calor dentro de la papelería se estaba volviendo insoportable.

—Oh, no lo creo —James empujó la canasta hacia el pecho del chico, dejando claro su punto; si con ello evitó que Gary siguiera babeando sobre las tetas inexistentes de Snape, solo podía tratarse de una coincidencia—. Mueve el culo y hazlo tú.

Snape, como era de esperarse, no se movió. Miró la canasta en sus manos con desinterés, antes de girar hacia el cajero y señalar su oreja derecha.

—Este lo hice en el mismo lugar. Conozco al dueño de la tienda y tiene una mano firme; apenas lo sentí cuando metió la aguja.

James sintió el impulso de arrastrarlo por la oreja que exhibía tan orgullosamente hasta que la joyería allí se desprendiera. Escucharlo hablar de la tienda en cuestión con estrellas en los ojos le irritó más que toda la escena con Gary.

Morsmordre, el negocio de Lucius Malfoy. James detestaba ese lugar, como cualquier persona decente en la ciudad. Gente de la peor calaña se reunía allí cada tanto, al parecer para discutir mierdas de drogas y cosas por el estilo. Si había que creer en los rumores, incluso funcionaba como base de un grupo supremacista. La fachada de tienda de tatuajes funcionaba lo suficientemente bien para evitar a la policía, pero todo el mundo sabía lo que sucedía allí una vez que cerraban sus puertas.

Todo el mundo, excepto Snape, al parecer.

James siempre lo veía perseguir a ese rubio pomposo como un cachorro enamorado en cada oportunidad que tenía, prácticamente implorándole con los ojos que se lo cogiera. No era de extrañar que apenas sintiera la aguja de Malfoy; seguramente ya estaba familiarizado con ella y la cosa debía ser diminuta, para empezar. La sola de ellos dos teniendo sexo hizo que quisiera vomitar.

James no era homofóbico. En su opinión cualquiera que lo fuera clasificaba como un completo idiota; ¿sino por qué te importaría donde otro tipo decide meter su polla? O bien eras alguien con más tiempo libre que neuronas, o estabas celoso de no ser tú quien recibiera esa P. De cualquier forma, nadie que lo conociera pensaría en él como un intolerante de mierda. No enloquecía ante la mera visión de un arcoíris, no se rasgaba las vestiduras cuando una pareja homo aparecía en televisión y ni siquiera parpadeaba cuando Pads y Moony decidían comerse las caras justo en frente suyo. En general estaba cómodo con toda la cosa gay hasta que Snape entraba en la mezcla.

Era algo sobre lo estereotípico de su comportamiento. El maquillaje en los ojos o esa ropa extraña que usaba en cada oportunidad que tenía. Quizá era por el movimiento exagerado al caminar, que acentuaba sus caderas y lo hacía parecer más una pantera que un hombre. O el coqueteo desvergonzado y lo generosamente que lo compartía. Tal vez simplemente se trataba de su apariencia: los ojos de un zorro, acompañados de labios delgados y de alguna forma todavía llamativos; juntos hacían un gran contraste con la nariz grande e innegablemente masculina.

Fuese lo que fuese, James no podía soportarlo.

No se consideraba un imbécil de mente cerrada; conocía algunos y prefería ahogarse en ácido antes de convertirse en ese tipo de persona. Fue él quien estuvo junto a Sirius cuando sus padres de mierda lo echaron después de su salida; vio sufrir a su mejor amigo por la intolerancia y entendió cuanto daño podía hacer a una persona. Lo último que quería era volverse la pesadilla de alguien que solo intentaba expresar su identidad.

Pero Snape sacaba lo peor de él. Con esa ropa extraña y la cosa andrógina que parecía tan feliz de alimentar; ¿se podía culpara a James por reaccionar con desconcierto? Difícilmente.

Eso no evitó que Snape lo llamara homofóbico en cada oportunidad que tenía, o que Remus le diera miradas desaprobatorias cuando se quejaba de los pavoneos de Snape. Maldición, incluso Sirius había levantado las cejas un par de veces por sus comentarios sobre el imbécil grasoso, y si alguien detestaba a Snape tanto o más que James, ese era Sirius.

James no era homofóbico. Él no lo era; solo odiaba la actitud de Snape.

Fue por eso que su mano no titubeó en envolverse alrededor del brazo flacucho del chico y arrastrarlo lejos de la caja. El deleite que sintió al escuchar los gruñidos molestos de Snape solo se vio alimentado por lo inútil que era su lucha frente a la fuerza de James. Había algo en saberse superior al imbécil, capaz de manejarlo incluso con una mano, que enviaba a James por una espiral de poder equiparable a la que sentía cuando tacleaba a algún oponente antes de que tuviera oportunidad de anotar.

—¡Suéltame, animal! —James dejó ir el brazo con un manotón; no porque Snape se lo pidiera, sino porque ya estaban lo suficientemente lejos de Gary para no ser vistos—. ¿Cuál es tu maldito problema?

Arrinconó al pequeño llorón contra un estante, disfrutando de poder mirarlo hacia abajo.

—¿Qué? ¿Estás molesto porque arruiné tu polvo de hoy?

Snape, lejos de mostrarse intimidado, empujó el pecho de James en un intento de acometida. Él ni siquiera se movió.

—¿De qué mierda hablas? ¿Tantos golpes finalmente dañaron la última neurona que te quedaba?

—Por favor, no te hagas el santo ahora, Snape; estabas prácticamente rogándole a tipo de la caja para que te cogiera —Señaló con su dedo el pecho descubierto de Snape; tenía razón, sus pezones eran visibles desde arriba—. Un poco más y te arrancas la camisa frente a él.

Snape miró hacia la dirección señalada y cuando sus ojos volvieron a centrarse en los de James, parecía cualquier cosa, menos avergonzado.

—No te tenía por un mojigato, Potter; una cosa más que sumar a tu larga lista de defectos.

Fue el turno de James para empujar a Snape. La mano de James se ubicó sobre la piel expuesta de su pecho y lo impulsó contra el estante, permitiéndole acercarse hasta dejarlo sin escapatoria. James no estaba más allá de usar la intimidación física para dejar en claro su punto.

—No sabía que pasabas tu tiempo libre haciendo listas sobre mí.

—Y yo no sabía que pasabas el tuyo inspeccionando la ropa de los demás como policía de la moral.

—Perdóname por no querer ver tus tetas pálidas todo el puto tiempo.

—Estás perdonado, pero no lo vuelvas a hacer.

El imbécil sonrió y luego soltó un botón más de su camisa; ahora James incluso podía ver parte de su ombligo

—Y para ser el estereotipo de macho hetero, pareces pensar mucho en mis tetas pálidas —Marcó comillas con los dedos en la última parte.  

—Difícil no hacerlo cuando estás tan desesperado por mostrarlas.

—Yo no te obligo a mirar —Su expresión cambió por una sonrisa mientras deslizaba la mano por su esternón—. A menos que te guste lo que ves; en ese caso, siéntete libre de mirar cuanto quieras.

James apartó las manos de la escena y prácticamente brincó lejos de Snape.

—Deja de joder con tu mierda gay y solo abróchate la puta camisa; deberías usar bien el uniforme incluso fuera de la escuela.

Snape resopló.

—¿De cuando acá te ha importado una mierda el uso correcto del uniforme? —Cruzó los brazos y levantó una ceja de forma altiva—. ¿No eres tú quien fue expulsado de la clase de McGonagall por atarse la corbata en la cabeza en medio de una lección? Y ni me hagas hablar de tu amigo idiota; creo que la única razón por la que Black aun no usa la falda de las chicas es porque no hay en su talla.

James ignoró la primera parte del argumento. En cambio, señaló de arriba abajo a Snape y dijo:

—Mira quien habla, la princesita Snape —Sonrió ante el ceño fruncido que el apodo provocó en el otro—. ¿Cuál es tu excusa? Estoy seguro que un flacucho como tu no tendría problemas para entrar en una de esas faldas.

Snape abrió la boca para responder indignado, pero luego la cerró y sonrió.

—¿Tan desesperado estás por verme con una falda, Potter? No sabía que te gustaban ese tipo de cosas.

La imagen de Snape con una falda abordó a James. Seguramente usaría una de esas cosas diminutas —prácticamente un cinturón—, considerando su fascinación por mostrar tanta carne como le fuera posible. Si sus brazos y pecho eran pálidos, las piernas que apenas recibían el sol debían ser completamente blancas; un par de ramas de abedul flacas y larguiruchas, igual que el resto de su persona. El culo, lo único gordo del imbécil, levantaría el borde de la falda lo suficiente para dejar ver lo que había debajo. ¿Usaría su ropa interior normal o se pondría pantaletas en su lugar? O tal vez iría desnudo debajo; la punta de su polla sobresaliendo por el dobladillo, lista para cualquiera que quisiera hacer más que solo observar.  

James se estremeció con asco.

—No digas estupideces; solo pensar en eso me hace querer vomitar.

—Estamos en el siglo veintiuno, la idea de un hombre con falda no debería herir tanto tus sensibilidades.

James frunció el ceño.

—Me da igual que un hombre use falda; la imagen solo me asquea cuando eres tú quien la lleva puesta.

Snape empezó a hablar al mismo tiempo que el celular de James sonó en su bolsillo. Aprovechó la oportunidad para ignorar al idiota y contestó sin detenerse a mirar quien llamaba.

—¿Fueron a otro puto continente a comprar las cosas o qué? —gritó Lily a través del altavoz. James hizo una mueca.

La chica los esperaba en su casa con un par de tutoriales en YouTube y el resto de los materiales para su maqueta desde hacía ya más de una hora.

Cuando anunciaron que el proyecto final de su clase de biología sería un modelo de algún sistema corporal al azar, James pensó —con razón— que sería un dolor en el culo. ¿Para que necesitaban un puto modelo en poliestireno y cartón del sistema circulatorio, cuando ya había mierdas mas detalladas y de mejor calidad en los museos de historia natural? En su opinión, el proyecto solo servía para malgastar tiempo que bien podía usar en practicas o salir con sus amigos. Sin embargo, su posición cambió drásticamente cuando resultó emparejado con Evans, de todas las personas.

Era la oportunidad que estuvo esperando desde que empezó el año. Compartir un proyecto con ella le permitiría acercarse y hablar más. Quizá, si tenía suerte, llegarían a un punto donde sugerir besarse no terminaría con una marca de mano en su mejilla. Las posibilidades estaban allí, solo debía ir tras ellas.

O ese fue el plan, hasta que el tercer miembro del equipo les fue anunciado y resultó ser Snape. Si James apenas toleraba al tipo en su mejor día, verse obligado a lidiar con su lado empollón casi lo empujó a la violencia. Evans era perfeccionista con sus notas, pero Snape lo llevaba a niveles completamente nuevos; en cuanto se juntaron comenzó a mostrar planos e ideas de lo que harían. Incluso amenazó a James con sacarlo del grupo si se atrevía a intentar holgazanear, como si fuera algún tipo de sanguijuela académica que espera alimentarse del trabajo de los demás sin hacer su parte.

Después de lo que pareció una eternidad discutiendo, resolvieron reunirse en casa de Lily —por estar más cerca de la escuela— y construir el modelo allí. Para su mala suerte era el único con auto en el grupo, lo que le convirtió en miembro obligatorio de la dupla destinada a comprar los materiales; la otra persona se escogió con piedra, papel o tijera y como el universo odiaba a James, Snape perdió un dos de tres. El camino a la papelería se hizo entre gruñidos de disconformidad por parte de los dos chicos.

—Dile eso a Snape; fue el quien se puso a coquetear con un completo extraño en vez de ayudarme con la compra.

Snape, quien antes de eso lo miraba con curiosidad mientras sostenía el teléfono contra su oreja, chasqueó la lengua.

—Deja de lloriquear y pon a Lily en altavoz.

James lo hizo, pero solo porque no quería ser el único recibiendo el sermón de Lily.

—Muevan el culo, par de idiotas; tenemos un montón de cosas que hacer y ni siquiera hemos empezado.

La chica o bien no había escuchado las acusaciones de James, o decidió ignorarlas e insultar a ambos por igual. De cualquier forma, dijo lo que quiso y colgó sin permitirles responder.

—Ya la oíste, deja de ser una zorra por dos minutos y ayúdame con esto.

Snape rodó los ojos, pero no dijo nada mientras le arrebataba a James la lista y empezaba a poner cosas en una canasta. Pronto estaban de vuelta en la caja, listos para pagar. James vigiló como un halcón a Gary durante todo el proceso de pasar cada producto por la registradora, y luego frunció el ceño en cuanto vio a Snape intercambiar números con él cuando James estaba revisando su cambio.

Con todo empacado en bolsas, los dos chicos caminaron fuera de la librería solo para ser recibidos por un calor abrazador. La temperatura era más insoportable después de haber pasado tanto tiempo en el aire acondicionado de la tienda, haciendo que sus espaldas se empaparan de sudor en lo que les tomó caminar hasta el auto de James, estacionado a unos metros.

El interior del vehículo se sentía como un maldito horno, incluso cuando James había dejado el aire acondicionado encendido mientras estaban fuera. Dejaron las bolsas en los asientos de atrás y cada uno se puso el cinturón. Snape se inclinó para encender el sistema de sonido y James tuvo una bocanada de su aroma. No olía en lo absoluto como una chica; ningún perfume floral o fragancia empalagosa. En cambio, James podía percibir el almizcle de su piel; un olor terroso y salado, que solo podía ser masculino.

James odiaba notarlo y le molestaba todavía más que no le pareciera repulsivo. Siempre tuvo una nariz sensible y por lo general le disgustaba lo dulce que olían algunas mujeres, o la transpiración de sus compañeros, incluso después de pasar varios años compartiendo duchas con el equipo de rugby; pero de alguna manera el olor del sudor de Snape era soportable, sin importar que parecía impregnado en cada rincón del auto. James movió el AC hasta su máxima capacidad, pero el espacio no dejó de sentirse asfixiantemente caliente.

La camisa de Snape, todavía vergonzosamente abierta, le dio a James un primer plano del sudor perlando el pecho del chico. Quizá debido a su constitución, Snape a menudo traspiraba bastante en los días calurosos o después de cualquier actividad física. James parpadeó rápido para ignorar algunas imágenes extrañas que rondaron su cabeza: Snape todo húmedo y jadeante, como siempre se veía después de educación física, pero esta vez sin el uniforme y tendido de espaldas sobre lo que solo podía ser una cama. El chico lloriqueaba y apenas podía arreglárselas para llevar aire a sus pulmones, pero de alguna forma aun era capaz de vocalizar suciedad directamente sacada del porno.

El extraño tren de pensamiento fue cortado de forma abrupta por una horrible guitarra, seguida de un pitido que dejó sus oídos zumbando. En cuanto el vocalista empezó a cantar sobre como quería a alguien en su cuarto, acostado en su lugar favorito; James apagó el sistema de audio.

—¡Oye, enciéndelo!

Snape intentó presionar el botón de encendido el mismo, pero James detuvo su mano antes de que tuviera oportunidad.

—Mi auto, mi música.

Snape le sostuvo la mirada con odio.

—¿Tú mamá no te enseñó modales? Deberías ser un buen anfitrión y satisfacer las necesidades de tus visitas.

James sonrió.

—Oh, se de más de una visita que salió totalmente satisfecha de este auto —Snape simuló arcadas ante el comentario—. La cosa es que tú, a diferencia de ellas, no fuiste invitado a entrar.

—Sí, como pude olvidarme de que el conquistador James Potter, prostituta masculina de la región, tiene una puerta giratoria en su auto por la que desfilan todas las mujeres de la ciudad. Una suerte que tu ego y el cerebro que solo usas para pensar en sexo, siempre esté dispuesto a recordárselo a cualquiera que hable contigo por más de un minuto.

Y allí estaba de nuevo ese gesto con los brazos cruzados, ¿qué acaso no notaba como llamaba la atención sobre su pecho desnudo? ¿O lo sabía y por eso insistía en hacerlo con tanta frecuencia?

—¿Cómo iba el dicho de las ollas y calderos? —respondió James, a pesar de que su mente estaba en otra parte—. Hasta donde se, la única prostituta masculina de la ciudad eres tú.

Snape soltó un gruñido de frustración, sonando un poco salvaje. James sintió un cosquilleo extraño en la ingle en respuesta al sonido. Maldita sea, el calor le estaba derritiendo el cerebro, ¿acaso el AC se había descompuesto? ¿Por qué el auto seguía sintiéndose como un sauna?

—Y volvemos a lo mismo ¿De qué mierda estás hablando? —Snape parecía molesto en serio esta vez, ¿y no estaba jodido que verlo así despertara en James algo oscuro y espeso?— Literalmente no tengo idea de dónde sacas que voy por ahí acostándome con medio mundo. Me tienes harto con tus prejuicios de mierda.

Fue el turno de James para molestarse.

—¿Prejuicios? ¿Cuáles prejuicios?

Su teléfono volvió a sonar, pero en lugar de contestar, lo puso en silencio sin apartar los ojos de Snape.

—Sabes perfectamente a lo que me refiero, idiota intolerante —Los brazos de Snape ya no estaban cruzados sobre su pecho; ahora gesticulaban agresivamente mientras hablaba—. Toda la cosa de las personas queer siendo promiscuas y esas estupideces; es obvio que piensas así, a pesar de tener dos amigos en una relación monógama de años.

James soltó un manotazo contra la consola del auto.

—¡No te atrevas a meter a Sirius y a Remus en esto! No tienen nada que ver en lo que estamos hablando.

Snape también golpeó el auto, un poco menos fuerte que James.

—¡Claro que tienen algo que ver! Son gays como yo y ya que insistes en tratarme como una puta por mi sexualidad, supongo que piensas lo mismo de ellos.

A James le tomó un par de segundos comprender la lógica de esa frase.

—No lo hago, porque lo que pienso de ti tiene poco que ver con que prefieras las pollas y más con que las busques desesperadamente.

Todo el rostro de Snape se arrugó como si hubiera chupado un limón.

—¿Buscar pollas? ¿Qué se supone que significa eso? Ilumíname Potter, porque no se de que oscuro lugar en tu culo sacaste esa idea.

James sintió ganas de reír. Snape se comportaba como una absoluta zorra de atención y luego tenía el descaro de molestarse cuando le echaban en cara sus actos, hasta el punto de negarlos. Bien, él estaba más que feliz de refrescarle un poco la memoria.

—Oh, no sé, quizá todo tu coqueteo con Gary el Imbécil te de una idea de a lo que me refiero —James soltó, finalmente poniendo en palabras toda su frustración—. O las veces que le pusiste ojos de dormitorio a Malfoy. O como prácticamente te le lanzas encima a Mulciber en cada oportunidad que tienes.

James señaló el pecho de Snape.

—O tal vez esto: la forma en la que te muestras y caminas por allí tentando a todo el mundo, queriendo los ojos de todos sobre ti. ¿Entiendes porque creo que eres una zorra ahora, Snape? ¿Necesitas que lo deletree para ti?

El chico boqueó una, dos, tres veces; luego cerró la boca y miró a James fijamente, antes de soltar una carcajada. Ahora era James quien parecía perdido ante su extraña reacción. No tuvo que preguntarse mucho tiempo que le pasaba, porque Snape empezó a hablar entre risas.

—Oh mierda, estás completamente loco —Luchó para tomar aire, mientras se sujetaba las costillas; la carcajada no daba señal alguna de detenerse—. Loco y totalmente obsesionado conmigo.

La última frase sacó a James de su estupefacción y lo puso alerta de nuevo.

—¿Qué?

—Sí, tú estás obsesionado conmigo; eso o estás celoso.

James, tan molesto y confundido como estaba, solo atinó a repetir su cuestionamiento anterior, aunque ahora más alterado.

—¿Cómo explicas que asumas que ‘coqueteo’ cada vez que hablo con un hombre? —La risa de Snape empezó a menguar y el chico hablaba mientras se limpiaba las lágrimas consecuencia de su arrebato anterior—. Literalmente Gary y yo solo hablábamos de nuestro gusto en común por las perforaciones y los tatuajes, ¿todo ese acto en la papelería fue porque pensaste que estaba coqueteando con él?

—¡Por supuesto que no! —Se apresuró a responder James, con el corazón latiéndole inusualmente rápido—. Solo estaba molesto porque te pusiste a holgazanear después de darme un puto discurso sobre como yo no tenía permitido hacerlo.

Snape no respondió, solo lo miró con una sonrisita comemierda y una ceja arqueada. El silencio alteró más los nervios de James.

—Además, no sé qué mierda pasa por esa cabeza tuya, pero no estoy obsesionado o celoso; me gustan las mujeres.

La sonrisa de Snape se hizo más grande.

—Yo no he dicho lo contrario, ¿o sí? No hay necesidad de estar a la defensiva.

—¡No estoy a la defensiva! —gritó James.

Él no lo estaba, por supuesto que no; solo le molestaba la insinuación de Snape. A cualquier hombre que se precie le molestaría, ¿no? Era su masculinidad la que se estaba poniendo en duda, después de todo. James solo quería dejar las cosas claras para evitar rumores y malos entendidos.

—Sí, no lo estás para nada —respondió Snape, cada palabra goteando ironía—. Fue culpa mía por creer que tu masculinidad era un poco menos frágil de lo que aparentemente es y hacer un comentario que golpeó demasiado cerca de casa.

—Mi masculinidad es muy fuerte.

—Claro, claro.

—Como el acero.

—Por supuesto.

—¡Lo digo en serio!

Snape parpadeó lentamente, fingiendo inocencia.

—Yo también.

La paciencia de James se agotó.

—¡Basta! Hablo en serio; soy hetero y se necesitan más que un par de comentarios para hacerme dudar de eso.

La sonrisa de Snape se volvió pícara.

—Interesante manera de formular esa oración.

Las cejas de James se arrugaron por la confusión, ¿por qué toda esa conversación se sentía como si estuvieran hablando idiomas diferentes?

—¿Qué se supone que significa eso?

Snape cruzó las piernas, incluso cuando eso no podía ser demasiado cómodo con el poco espacio dentro del auto.

—Me refiero a que pudiste haber dicho “y nada me hará dudar de eso”, pero en su lugar dijiste que se necesitan más que un par de comentarios para que empieces a dudarlo —La uña negra de Snape repiqueteaba sobre la guantera, añadiendo otro elemento irritante a su discurso—. ¿Significa que si voy más allá de los comentarios, empezarás a dudar de tu heterosexualidad?

James temblaba de rabia, sus nudillos blancos por apretar los puños con demasiada fuerza.

—No —Conscientemente reguló su tono para sonar más tranquilo de lo que realmente se sentía—. Es solo una forma de hablar; obviamente soy hetero y no dejaré de serlo sin importar lo que pase.

El golpeteo de la uña se detuvo y Snape miró fijamente a James con una sonrisa dividiéndole el rostro. James tragó. Sentía que había caminado directamente hacia una trampa y ahora era demasiado tarde para intentar huir; se encontraba a merced de su captor.

—Entonces supongo que no te molestará demostrarlo.

Estuvo a punto de responder que no tenía por qué demostrar una mierda, pero sabía cual sería la reacción de Snape a ello: esa mirada altiva que transmitía cuan superior era con respecto a él; una mezcla de presunción y condescendencia. James no le daría el gusto.

—Para nada —dijo en su lugar.

La tensión dentro del auto era insoportable y solo crecía con cada segundo que Snape permanecía callado; similar al silencio que se forma en el bosque cuando algún depredador merodea cerca. Quizá por la quietud repentina, el siguiente movimiento del chico tomó a James con la guardia baja.

Snape entrelazó sus manos.

Los dedos delgados y pálidos se intercalaban con los suyos, mucho más gruesos y oscuros; el contraste entre uno y otro era hipnotizante.

Snape tenía manos bonitas; elegantes y suaves. Sin embargo, no pasaban en absoluto como las manos de una niña. James podía notar algunos callos en sus palmas y la forma de los dedos estaba lejos de sentirse femenina. Incluso la fuerza de su agarre o la humedad entre los dedos, servían como recordatorio de que la persona al otro lado de ese brazo era un hombre. No solo un hombre; el maldito Severus Snape.

Los dedos de James temblaron un poco, divididos entre querer alejarse y estrujar los dedos de Snape hasta hacerlo llorar. No hizo ni una, ni otra; solo se quedó allí, conteniendo la respiración mientras esperaba que su palma no sudara tanto como el resto de su cuerpo.

—Pareces al borde de una embolia, Potter —Snape habló finalmente, sonando tan satisfecho que James tuvo una visión vívida de sujetar su mano con los dientes y luego apretar hasta ver sangre—. ¿Seguro que esa tan sonada masculinidad de acero está en pleno funcionamiento?

James jaló con fuerza sus apéndices unidos, tomándose un segundo para disfrutar las quejas de Snape, antes de poner sus labios contra el dorso pálido. Los ojos del chico se abrieron un poco y James sonrió; dos podían jugar el mismo juego.

—Más que seguro —respondió, con su mejor sonrisa confiada—. Si agarrarte de las manos con un tipo es tu definición de intimidad, siento algo de pena por la gente que ha salido contigo.

Snape resopló.

—Solo estoy empezando, idiota; no queremos dejarle al pobre chico hetero un trauma para toda la vida por ir más rápido de lo que puede tolerar.

James, en respuesta, deslizó su boca sobre la mano contraria, con los labios algo separados para que sus dientes rozaran la carne con cada movimiento. Los ojos oscuros de Snape estaban fijos en él y James se regodeó en ese hecho; tenía la atención completa del idiota a su disposición, haciendo un seguimiento detallado de cada acto. Disfrutaba obligarlo a dejar su rol de protagonista por una vez y ponerlo en el otro extremo: un mero observador, atento solo a James.

—Pruébame.

Las palabras salieron de su boca en el tono incorrecto. En lugar de sonar burlonas, hicieron eco dentro del auto con un matiz oscuro; James apenas reconoció su propia voz. Snape tragó y él quedó hipnotizado con la visión de su manzana de Adán subiendo y bajando.

—Lo haré.

La mano libre de Snape aterrizó en la pierna de James, no demasiado alto para ser considerado plenamente sexual, pero lo suficiente para pasar como algo no platónico. Las uñas negras, desgastadas en los bordes por sus propios dientes, se enterraron en la piel de James con solo el pantalón como barrera. El dolor hizo sisear a James y mordió uno de los dedos del chico en consecuencia. La queja de Snape esta vez sonó ahogada, como si tuviera problemas para mantener su respiración bajo control.

—Establece tus límites —La conversación se sentía demasiado extraña ahora; claramente iba más allá de solo ellos acordando un tonto juego de retos.

—Los limites son para los cobardes— dijo James.

Sabía que estaba jugando con fuego. Quería pensar que era solo una cuestión de orgullo, pero una voz cada vez más fuerte en su cabeza insinuaba que había más allí de lo que se permitía admitir. La ignoró, como lo había estado haciendo desde que conoció a Snape.

—Para que consté, te ofrecí una salida fácil a esto.

Fue la única advertencia que James recibió antes de tener el regazo lleno de Snape y su boca a plena merced de la suya. El chico prácticamente le empujó la lengua por la garganta, sus movimientos tan implacables que apenas le permitían respirar. La mano libre de Snape ahora se encontraba enterrada en su pelo, sosteniéndolo en la misma posición mientras lo devoraba sin piedad.

James estaba conmocionado. El eufemismo del siglo; en realidad sería más acertado decir que estaba completamente jodido.

Nunca había experimentado algo similar. En todos los besos que participó antes, era él quien tenía el toro por los cuernos; decidía en que ángulo quería el rostro de la chica, cuanta lengua estaba dispuesto a recibir en su boca. Joder, incluso decidía si el beso terminaba o iba más allá. Pero ahora se encontró al otro lado de la situación; él era la chica, o al menos se sentía como tal.

El pensamiento en si mismo lo asustó, pero fue más la reacción de su cuerpo ante él lo que le jodió la cabeza por completo. Lo excitó. Tanto, que no pudo evitar gemir en el beso mientras chupaba la lengua de Snape como si lo necesitara para vivir.

Una parte de él quería solo abrir la boca y dejar que Snape la violara cuanto quisiera. Otra, en cambio, deseaba jalar a la pequeña perra lejos y luego volver a besarla, pero esta vez demostrándole quien estaba al mando. También había una voz cada vez más pequeña en su mente que gritaba histérica porque no debería siquiera considerar seguir adelante con esa mierda. ¡Estaba besando a Snape, por Dios! Debía parar. Por desgracia, resultaba difícil escucharla por encima de la respiración agitada de Snape, o los ruiditos que hacía cada vez que los dientes de James rozaban sus labios.   

El beso pronto fue más allá, una vez que James se cansó de recibir pasivamente lo que Snape insistía en darle. Los mordiscos iban y venían mientras luchaban por el control del beso; las manos vagando sin restricción alguna, en busca de toda esa piel húmeda y ardiente que se escondía debajo de sus camisas.

Pronto James estaba pellizcando la piel de la cintura de Snape, deseando dejar marcas que duraran días. Quería que cuando se mirara al espejo, inevitablemente pensara en como las obtuvo y quien se las dio. Que presionara sobre ellas con sus dedos, esperando recuperar una sensación que solo James podía darle.

Las bocas se mantuvieron ocupadas; si no estaban libres, no se verían obligadas a hablar sobre lo que ocurría. Las palabras eran inútiles cuando tenían sus cuerpos para decir lo que realmente necesitaban. Así que James chupó y mordió todo lo que tuvo a su disposición. La piel de Snape sabía salada, como una tarde de verano; sus pezones tan dulces como la cereza fresca que coronaba un helado. James los devoró hasta que sintió a Snape gritar y tirar su pelo con la suficiente fuerza para arrancar mechones.

El auto hervía con el calor de sus cuerpos, mientras afuera el sol ardía con la misma intensidad de su pasión.

James apretó las caderas de Snape y se movió contra él, buscando fricción; necesitándola como un hombre en el desierto necesita el agua. Extrañamente, fue el rose de su polla contra la propia dureza de Snape lo que rompió el hechizo y lo obligó a arrancarse del beso con un gemido que retumbó en el pequeño espacio.

Snape, quien por un momento pareció provocativamente aturdido, abrió los ojos con sorpresa antes de retorcerse en una lucha desesperada por salir de su regazo y volver al asiento de copiloto.

Si el silencio de antes le pareció pesado a James, este directamente le asfixió de lo espeso que era. Por el rabillo del ojo podía ver a Snape acomodar su camisa, abrochándola hasta el último botón. Incluso así, James podía ver algunos moretones y mordiscos en su mentón y la parte alta del cuello. Él los puso allí; prácticamente le había destrozado el cuello a Snape con su boca.

La misma boca que lo besó y chupó sus pezones.

Mierda, mierda, mierda. ¿Qué había hecho?

Se había enrollado con Snape en su auto, eso había hecho. Y lo peor: había disfrutado de ello. Tenía una puta erección que no parecía dispuesta a bajar, incluso después del balde de agua fría que fue su vuelta a la cordura. Carajo, se había puesto duro por Snape. Otro chico. No, no solo otro chico; él chico al que odiaba.

James estaba tan, tan jodido.

—Lily está esperando.

La voz de Snape lo sobresaltó. Sonaba destrozado y aunque una parte de James todavía estaba enloqueciendo por los acontecimientos recientes, el lado más primitivo de su cerebro se regocijaba en la idea de que fue él quien lo dejó en ese estado.

—Sí.

No se movió, a pesar de la respuesta. Estaba aturdido.

Y duro.

La puta madre.

—Conduce, entonces.

James lo hizo, aunque a decir verdad ni siquiera era completamente consiente del proceso. Se movía como un autómata; su mente demasiado ocupada lidiando con más de una crisis a la vez para tomar nota del camino a casa de Lily.

James no sabía cómo se las arregló para llegar al destino sin estrellarse. En cuanto la puerta de los Evans estuvo a la vista, prácticamente empujó a Snape y las compras fuera del auto, para luego irse a la mierda. Ni siquiera le importó lo que sus compañeros tuvieran que decir sobre su sentido de la responsabilidad; con las cosas como estaban, bien podía desaprobar la puta materia y a James le importaría un comino. Estaba pasando por una crisis. Varias, en realidad. Que se joda la biología y el maldito sistema circulatorio.

De alguna manera logró aparcar en su casa después de quien sabe cuanto tiempo y corrió a su habitación tropezando varias veces en el trayecto de escaleras. Alcanzó a escuchar a su madre en la cocina; pero James apenas podía arreglárselas para poner un pie frente a otro, mucho menos ver a los ojos de Effy y saludarla luego de tener su lengua en la garganta de otro tipo.

Cerró la puerta y se dejó caer sobre su cama, mientras el peso de sus acciones finalmente le abordaba en todo su esplendor.

Besó a un hombre.

Lo tocó, lo saboreó y estuvo a punto de ir incluso más allá.

Jesús, su vida se había ido a la mierda en cuestión de minutos.

¿Cómo había pasado algo así? ¿Cómo pudo permitirlo? Ese estúpido juego de gallina gay en el que se dejó envolver fue un total despropósito; no tenía razones para involucrarse, mucho menos para seguir adelante una vez las cosas empezaron a ir al sur.

Debió sacudir la mano de Snape lejos en el preciso momento que tomó la suya. O incluso antes; pudo ser lo suficientemente inteligente para no caer en lo que a leguas se veía, era una provocación. O tal vez no debió subir a ese auto con Snape y luego sacar toda la mierda sobre él coqueteándole a otros tipos, para empezar. Ahora, en el silencio de la habitación, James entendió a lo que se refería Snape: el discurso completo sonó como una escena de celos.

¿Quizá porque lo fue, imbécil?

De alguna forma la voz mordaz en su cabeza había empezado a sonar como Snape y eso solo hizo que su estómago se retorciera con más fuerza.

¿Sentía celos por Snape? La idea parecía tan ridícula y al mismo tiempo coherente. Odió a Snape por años; despreció cada aspecto de quien era como persona y no tuvo obstáculos para manifestarlo a quien estuviera dispuesto a escuchar. Sin embargo, bajo la excusa de ese odio se encontró observándolo frecuentemente: lo que hacía, con quien hablaba, que vestía; James podía describir a detalle todo, quizá con más precisión que la mismísima Lily.

James siempre decía que Snape deseaba los ojos de todos sobre él y tal vez ese pensamiento solo surgió porque cada cosa que el chico hacía, atraía la mirada de James como un puto imán. Un agujero negro en el que solo James se encontraba sobre el horizonte de eventos.

Eso planteaba una nueva incógnita. ¿Él era gay?  

Seguramente no, ¿verdad? No era como si estuviera enamorado de Snape o algo, solo sentía esa extraña obsesión que lo empujaba una y otra vez contra el chico. Debía ser una cosa de morbo. Sí, definitivamente. Todos los chicos de su edad estaban locos por experimentar un poco cuando se trataba de sexo; seguramente era algo normal intentarlo con un tipo y luego descartar la opción cuando no te prendiera.

El problema era que a James no solo le prendió la experiencia; ardió por ella hasta que se consumió.

Solo recordar los ruidos que hacía Snape, la textura de su piel bajo los dedos de James, como luchaba con uñas y dientes para no dejarse dominar por él; hacía que su pene medio duro temblara de deseo.

Joder, ¡entonces era gay!

Pero le gustaban las mujeres. Mucho.

James disfrutó el sexo con todas las chicas que estuvo y también se excitaba cuando pensaba en una chica sexy, desnuda en su regazo. El problema era que el pequeño ardor de deseo despertado por esa imagen no se comparaba a la llama furiosa que ocurría cuando en lugar de una mujer, era Snape quien tomaba forma en su fantasía.

Su mente daba vueltas intentando darle sentido a la maraña de emociones contradictorias que luchaban en su interior.

¿Besar a un chico lo hacía gay? ¿O disfrutarlo? ¿Pensar en cogérselo? James no lo sabía, pero seguramente el internet sí.

Sacó el teléfono de su bolsillo, haciendo una mueca por la cantidad de llamadas perdidas cortesía de Lily. Lo que le faltaba a su día para ser un completo pastel de mierda: la chica detrás de la que estaba ahora pensaba que era un irresponsable. Definitivamente debía lidiar con eso después de aclarar un poco el desastre en el que se encontraba.

Abrió una pestaña de incognito en Google y escribió ‘soy gay si beso a otro hombre y me gusta’, frunciendo el ceño cuando el primer resultado que apareció luego de presionar buscar era un artículo titulado ‘Florecimiento tardío: una guía completa para hombres gay en proceso de autodescubrimiento’.

La puerta se abrió antes de que pudiera leer más. James prácticamente tiró el teléfono al otro lado de la cama por la sorpresa; acción que Sirius observó con una sonrisa impertinente.

—Hermano, si tienes ganas de hacerte una rápida, al menos asegúrate de poner el pasador —se dejó caer pesadamente en la cama, justo al lado de un casi agonizante James—. Adoro a Effy y no me gustaría que enfrentara la experiencia traumática de ver a su hijo cascándosela.

James enterró su cara en una almohada y gimió con fuerza, lo que resultó ser una mala jugada cuando Sirius tomó su teléfono mientras él estaba demasiado ocupado ahogándose en la mortificación para detenerlo. La breve esperanza que le ofreció el bloqueo del teléfono se evaporó en segundos, cuando Sirius puso su índice sobre el lector de huellas y este le concedió el acceso. Maldijo a su yo del pasado por no sentir la necesidad de establecer algunos limites con sus amigos en lo que respectaba a la privacidad.

Sirius claramente alcanzó a leer la búsqueda de James antes de que pudiera arrebatarle el aparato de las manos. Lo miraba como si le estuviera viendo por primera vez, en lugar de conocerlo desde antes de poderse limpiar el culo solo. Boqueó como un pez y en cualquier otra circunstancia, James encontraría infinitamente divertido ver a su parlanchín amigo quedarse sin palabras; sin embargo, era difícil sentir cualquier cosa cuando la vergüenza lo consumía hasta el punto de considerar fingir desmallarse para escapar de tanta incomodidad. Incluso podía decir que se golpeó la cabeza al caer y olvidó las ultimas veinticuatro horas.

Las palaras de Sirius lo atraparon en medio de elegir el mejor lugar para derrumbarse sin riesgo de terminar con un hueso roto.

—Bueno, eso definitivamente no estaba en mi bingo para este año.

Ciertamente tampoco en el de James; aunque se abstuvo de decir eso. En su lugar respondió:

—Lo entendiste mal, solo busco información para un amigo.

Sirius lo miró con una ceja elevada, la imagen viva del escepticismo. Cuando hacía esa cara se parecía mucho a Snape y no, James debía cortar ese tren de pensamiento en seguida; no era ni el tiempo ni el lugar para conjurar a la razón de todas sus desgracias.

—Jaime; Rems y yo pasamos por esto hace años, así que, a menos de que Peter esté pasando por algún tipo de revelación gay a mitad de su feliz noviazgo con una chica, esta mierda solo puede ser sobre ti.

James cruzó los brazos defensivamente.

—Tengo otros amigos, Siri.

—Ninguno tan cercano como para convertirte en su hada madrina queer —respondió el chico, sonriente.

Odiaba que su amigo tuviera la razón. No era algo que sucediera seguido, pero no fallaba en molestar a James cuando lo hacía.  

—De acuerdo, es sobre mi —Las dos cejas de Sirius subieron y bajaron en rápida sucesión—; pero no es gran cosa. Definitivamente no todo eso de la revelación gay.

Sirius lo miró un par de segundos y luego se tendió en la cama con una almohada entre sus brazos, al parecer decidiendo que la conversación iba para rato.

—Hermano, sabes que te adoro, ¿verdad? —Aunque su sonrisa seguía siendo relajada, no se podía decir lo mismo de su tono al hablar.

James se tensó.

—Claro, yo también lo hago.

Sirius rodó un poco más cerca de él.

—Lo sé —dijo, apoyando su mano sobre el hombro de James y dándole un apretón fraternal—. ¿Sabes por qué?

James negó, aunque tenía una idea bastante clara de hacia dónde se dirigía la conversación.  

—Porque has estado allí para mi en cada momento de mi vida; los buenos y los malos. Me apoyaste cuando mi propia familia no lo hizo.

Su voz temblaba y James no pudo evitar sentirse un poco incomodo. Si bien él y Sirius eran increíblemente cercanos y muy liberales con el afecto que se prodigaban el uno al otro, lo cierto es que hablar sobre sus sentimientos y esas mierdas nunca fue algo en lo que se embarcaran con frecuencia. Incluso en los oscuros días cuando James consolaba a Sirius luego de que los gritos de Walburga lo dejaran al borde del llanto, las charlas iban menos sobre palabras de aliento y más sobre los insultos más imaginativos que podía conjurar contra la vieja bruja.

Nunca conversaron la salida del closet de Sirius con James o como básicamente lo había nombrado Potter honorario, cuando se volvió obvio que su propia familia estaba dispuesta a abandonarlo por el simple hecho de gustarle alguien con las mismas partes que él. Todo parecía indicar que el temido momento para ello finalmente había llegado.

—No tienes que…

Sirius, muy en línea con sus costumbres dramáticas, silenció a James con un ruidoso siseo y el dedo índice sobre sus labios.

—De hecho, sí tengo que mencionarlo —habló, una vez que se aseguró de que James no continuaría—. Necesito que entiendas que estoy aquí para ti y no te voy a juzgar o señalarte. ¿Recuerdas lo que me dijiste esa vez, después de que te confesé que podía ser gay?

James volvió a negar con la cabeza.

—Dijiste que seguiría siendo tu hermano, incluso si un día decidía que quería convertirme en un perro —Hizo una mueca—. Lo cual fue una mierda de metáfora para usar en esa situación, pero dejó en claro el punto: estarías a mi lado siempre, sin importar quien o qué fuera.

Tuvo que carraspear un poco cuando su voz se quebró en la última frase.

—Es mi turno de repetirlo: seguirás siendo mi hermano si decides convertirte en un perro, un gato o un maldito siervo —Fue James quien carraspeó entonces, sintiendo su garganta algo congestionada—. Puedes confiar en mi porque siempre estaré a tu lado.

Los dos tragaron un poco, sintiendo la solemnidad del momento.

—Y como el hermano mayor que soy, reafirmo mi derecho a entrometerme en la vida personal de mi hermanito y sacarle toda la información valiosa. Escupe los frijoles.

Eso aligeró el ambiente bastante rápido y ambos ignoraron los ojos ligeramente rojos del otro mientras reían.

—Debí saber que toda esa charla eras solo tú intentando ser metiche.

Sirius le revolvió el cabello con la mano.

—No pude ser más transparente con mis intenciones.

Ambos se quedaron en silencio y James supo que esa era la forma de Sirius para darle la opción de evadir el tema, si así lo quería. Consideró aprovechar la oportunidad y enterar todo el asunto de una vez por todas, pero siempre existía la posibilidad de que regresara de la tumba para comerse su cerebro. No quería lidiar con eso solo y si bien la vergüenza seguía allí, de la mano con un profundo miedo que apretaba su garganta y no dejaba salir las palabras con facilidad, la confianza que sentía por Sirius era más grande. Sabía que si alguien escucharía y no le señalaría con asco, ese sería él.

—Me besé con un tipo hoy —empezó, decidiendo ir al punto—. Me gustó. Mucho.

Suspiró.

—Tanto que me asusté a cagar.

Sirius lo miró en silencio, nada en su cara delatando que pasaba por su cabeza mientras escuchaba la confesión de James.

—Y es extraño porque no me gusta él, no como persona —continuó. Ahora que la presa se había roto, le resultó imposible volver a cerrarla—. Es un completo imbécil y tiene una apariencia jodidamente rara. Además, es insoportable y tan necesitado de atención. Lo odio. Detesto cada aspecto suyo, pero por alguna razón no puedo dejar de pensar en él y en ese beso.

James vio como el reconocimiento se reflejaba en la expresión de Sirius a medida que su discurso avanzaba. Para cuando terminó, sus ojos estaban tan abiertos que temía la posibilidad de que se salieran de las cuencas.

—¡James Charles Potter, ¿te besaste con Snape?!

Bien pudo anunciarlo en la radio, seguramente lo habrían escuchado menos personas.

—¿Qué te dio esa idea? —respondió James, evasivamente.

—No sé, ¿quizá el hecho de que repites ese maldito discurso sobre tu supuesto odio a Snape cada día desde que se trasfirió a nuestra escuela?

—¡No lo hago!

—¡Por supuesto que sí! —Sirius le golpeó la cabeza con la almohada en medio de su gesticulación exagerada. Ya no se encontraba recostado; sus rodillas estaban plantadas sobre el colchón mientras la mitad superior de su cuerpo se movía como uno de esos muñecos de aire a la entrada de las concesionarias—. Pensé que era un poco raro lo desesperado que estabas por aclarar lo mal que te caía y Remus mencionó que podía ser alguna mierda de sobrecompensación…

Se detuvo repentinamente; la idea del muñeco siendo acertada una vez más para describirle cuando pareció desinflarse y calló sentado en sus pantorrillas, como si sus piernas ya no pudieran mantenerlo firme.

—Remus —Se pasó las manos por la cara y luego por el pelo—. Mierda, le debo tanto dinero.

James parpadeó confundido por el aparente cambio repentino de tema, hasta que entendió lo que estaba pasando.

—¡¿Ustedes apostaron sobre Snape y yo besándonos?!

—En realidad apostamos sobre cuándo pasaría —respondió el chico, todavía un poco distraído por la idea de su recién adquirida deuda—. Remus dijo que sería antes de las vacaciones de verano y yo pensé             que aún no estabas listo para eso y tardarías unos meses más. Mi limite eran las vacaciones de navidad.

James lo miró, boquiabierto. ¿Así se sintió Jesús cuando Judas lo vendió a los griegos? ¿O era a los egipcios? Como sea, seguía siendo una traición.

—No se les ocurrió pensar en, no sé, que soy hetero y eso nunca sucedería.

Sirius negó; demasiado cómodo mientras confesaba su deslealtad.

—Pete intentó mencionarlo, pero Remus no dejó que se uniera a la apuesta cuando claramente iba a perder —Su expresión mostraba cuan decepcionado estaba por eso—. De hecho, fue a partir de entonces que empezamos a insistirle sobre ir a un oftalmólogo.

James sujetó su pecho como si estuviera aferrándose a un collar de perlas invisibles.

—Tres amigos y solo uno de ellos recordó la fidelidad —suspiró dramáticamente, tomando prestada una pagina de libro de Sirius—. Estoy solo en este mundo cruel.

Sirius rodó los ojos.

—Por favor, amigo, no puedes culparnos por tener ojos y un cerebro capaz de sumar dos más dos. Además —Su dedo se levantó para señalar acusatoriamente a James—, no te hiciste precisamente un favor yendo a besuquearte con el tipo en cuanto tuviste oportunidad. Perdiste oficialmente el derecho a sentirte ofendido.

Hizo una pausa en la que consideró algo en silencio.

—Es más, te besaste con Snape —continuó—; perdiste todos tus derechos después de eso. Punto.

 James gimió y se dejó caer una almohada sobre su cara porque, le gustara o no, su traidor mejor amigo tenía razón. Dos veces en un día. Claramente se despertó en un mundo alterno donde Sirius era sabio y James se besaba con niños llorones. Quizá si cerraba sus ojos con suficiente fuerza podía volver a su realidad.

—¿Podemos fingir que la última media hora nunca sucedió? —El plan de aparentar desmayarse recuperó su atractivo con rapidez.

—Por supuesto que no —Sirius volvió a erguirse sobre sus rodillas—. Necesitamos tratar con tu crisis de sexualidad, aunque sea a causa de Snape.

Fingió una arcada.

—Tendré que practicar decir eso sin querer vomitar.

James rodó los ojos.

—¿No fuiste tú quien me dio todo un discurso sobre como me apoyabas y no juzgarías lo que sea que te dijera, hace menos de diez minutos?

—Eso fue antes de confirmar que es Snape a quien quieres cogerte —Se estremeció—. Incluso el respaldo de un hermano tiene sus límites.

James lo empujó con fuerza y el precario equilibrio en el que se mantenía falló, logrando que aterrizara en un manojo de sabanas y almohadas.

—¡Eso dolió!

—Justo lo que buscaba.

—Y yo aquí queriendo ser un amigo compasivo acompañarte en tu camino por el hermoso mundo de los culos y las pollas.

Siempre se podía confiar en Sirius para decir las cosas más profundas; James estaba conmovido casi al punto de las lagrimas

—No gracias, prefiero literalmente cortarme la mía con los dientes —ambos hicieron una mueca ante el comentario cuando lo sintieron un poco en la entrepierna—. Mejor llama a Remus; quiero escuchar a alguien con más de dos neuronas.

Sirius murmuró quejas mientras rebuscaba el teléfono de James entre el desorden de sabanas y se deslizaba entre los contactos hasta dar con el número de su novio. Remus respondió al segundo timbre.

—¿Sí?

—Hola guapo.

—¿Siri? —Remus sonaba un poco apagado en el altavoz, como si hubiese estado durmiendo antes de tomar el teléfono.

—¡Obviamente! ¿Quién más? —Sirius miró de reojo a James—. ¿Debería empezar a preocuparme de que James te esté llamando ‘guapo’ sin que yo lo sepa? Sobre todo después de lo de hoy.

—¿Lo de hoy? Literalmente no entiendo una palabra de lo que dices.

Sirius, siendo el epitome del tacto como siempre, soltó toda la sopa enseguida.

—Resulta que Jaime besó a Snape hoy y le gustó lo suficiente para dudar de su sexualidad, así que ahora necesita de tus sabios consejos para no perder la cabeza, a pesar de que yo le ofrecí amablemente los míos y los rechazó de la manera más grosera posible. Te está esperando en su cuarto hecho bolita.

Se hizo un silencio al otro lado de la línea y luego mucho movimiento.

—Oh Sirius, me debes tanto dinero. Voy para allá.




James era un hombre con una misión.

Lily gritaba frente a él. De lo poco que podía captar, ella le había llamado todos los sinónimos de irresponsable que conocía. James se lo merecía, de hecho; pero no podía concentrarse en el sermón cuando la razón por la que estaba allí bailaba en su visión periférica, más tentador que de costumbre.   

Snape sonreía. Por supuesto que lo hacía; él imbécil disfrutaba ver a James ser miserable. Mala suerte para él, entonces, que la experiencia a penas se registrara en la mente de James, tan ocupado como estaba comiéndoselo con la mirada. Porque eso era lo que hacía; lo que hizo desde la primera vez que vio a Snape con un uniforme de verano en pleno otoño.

Lo devoraba con solo mirarlo.

La conversación con Remus fue reveladora y al mismo tiempo no. Las conclusiones a las que llegaron habían pasado por la mente de James antes, solo que cuando sucedió, se aseguró de empujarlas a lo más profundo de su mente. De allí las excusas. Había desarrollado un montón de esas para enmascarar su propio deseo.

No se trataba de que Snape atrajera las miradas de todos sobre él; más bien era James quien no podía apartar la suya del chico y se justificaba con el discurso de su extravagancia y pavoneo. Snape ciertamente era vistoso, pero ni siquiera se podía decir que destacara especialmente. No era escandalosamente guapo como Sirius, o hermoso como Lily; incluso Remus sobresalía más que él, con esa cosa de erudito sexy —palabras de Sirius, no de James— a su favor. El chico era alguien a quien se le da una segunda mirada y luego se olvida.

A menos, claro, que seas James.

Obsesión no empezaba a describir el manojo de cosas que se retorcían en su estómago cada vez que Snape era mencionado. Y, a decir verdad, ni siquiera una noche de conversación honesta con sus amigos logró darle un nombre claro a lo que el chico despertaba en James. Había deseo allí y odio; celos, sin duda. También una fascinación tan profunda que asustaba a James. Curiosidad por conocerle, ansias de tocarlo. Y sobre todo un ardor incesante por volverlo a besar.  

¿Era amor? No; pero ciertamente quemaba a James más fuerte que el sol de julio. Él con gusto se dejaría consumir por las llamas.

—Snape, ¿puedo hablar contigo —interrumpió las quejas de Lily, ahora con su vista fija solo en Snape. No, en Severus. Si iba a tener la lengua dentro de su garganta pronto, bien podría empezar a llamarlo por su nombre.

Snape parecía un ciervo segado por los faros y a su lado, Lily parpadeaba igual de confundida. A ambos les sentaba bien esa expresión; les hacía lucir bonitos y corrompibles. Al parecer Remus tenía razón y la bisexualidad era su cosa. Aunque en ese preciso momento, solo había una persona a la que quería corromper.

No esperó respuesta del chico, temiendo ser mandado a la mierda; sujetó su muñeca con firmeza y lo arrastró hasta el auto, en una repetición de la escena que protagonizó frente a Gary el imbécil. Curioso como estaba tan profundo en la negación entonces, para no reconocer los celos cuando prácticamente se lo comían vivo.

Bueno, podía decir que ese ya no era el caso.

El auto estaba incluso más caliente que el día anterior. El sol entraba por las ventanas con una fuerza arrolladora y quemaba cualquier pedazo de piel que podía alcanzar. El aire acondicionado ni siquiera se había encendido esa vez y las dos personas dentro estaban demasiado ocupadas como para molestarse en hacerlo; primero discutiendo y luego perdiéndose en los labios y la piel del otro con cantidades iguales de rabia y pasión.

Julio ya estaba a mitad de camino y pronto el mundo se enfriaría, dando paso al otoño. Sin embargo, algo nuevo había surgido dentro de ese auto, vivo y ardiente. Con suerte sería suficiente para mantenerlos cálidos hasta el siguiente verano.