Chapter Text
La primera vez que hablo con Nando Parrado, las circunstancias se encargan de que sea un momento que no pase desapercibido por mí. Es una tibia tarde de viernes. Gastón me ha convencido de asistir a un partido amistoso entre su equipo de rugby y un equipo chileno que ha volado desde el país trasandino esa misma mañana para el encuentro. Para mí, el rugby no significa mucho, y poco lo entiendo, opinión que no me guardo. Pero a Gastón poco le importa, pues sigue invitándome cada vez que se le presenta la oportunidad. Hoy ha sido la oportunidad perfecta, ya que ambos tenemos una semana libre por delante y yo me quedo sin argumento sólido para contrarrestar la testarudez de Gastón.
—¡Dale, Numa! Después te invito a una cerveza.
Al final de una larga conversación, accedo con una sonrisa derrotada.
—Tá. Pero que esté bien helada.
Yo ya había divisado al chico de cabello rubio algunas de las pocas veces anteriores en que Gastón logró convencerme de venir a verlo jugar, pero solo de lejos. Lleva el número 5 en su camiseta y se mueve seguro por la cancha, pero más que eso, no me había llamado la atención ni lo podría haber reconocido de rostro. Esta vez, sin embargo, me lo encuentro tan de cerca que puedo apreciar cada detalle de este y más.
Sucede cuando el partido ya ha terminado. Yo me encuentro esperando a Gastón a la salida del vestuario de los muchachos del equipo y, al sentir voces provenientes de allí, me volteo rápidamente para ver si se trata de mi amigo. No alcanzo a ver nada, solo siento el embiste frontal de un tibio cuerpo que casi me tumba de espaldas, con él encima. El dueño del cuerpo tiene el cabello húmedo, lo siento cuando algunos mechones me pegan en el rostro. También, puedo distinguir el agradable olor a champú recientemente enjuagado y del perfume que lleva. Muy cerca de mi oído, puedo oír el aire escapar momentáneamente de entre sus labios a causa del brusco choque de su pecho contra el mío. Solo cuando el chico se aparta un poco de mí, puede mi visión unirse a los otros sentidos agasajados por el abrupto encuentro.
—Disculpame— me dice el rubio avergonzado, extendiendo los brazos para estabilizarme—. No te vi.
—No pasa nada, solo me pillaste desprevenido—le digo para tranquilizarlo, mientras lo observo con más detención. Su cabello se ve más oscuro de lo normal al estar mojado y está usando lentes ópticos, por lo que no lo identifico inmediatamente como el número 5 del equipo. Tiene una sonrisa dulce, algo traviesa. Y sus lentes, aunque de marcos gruesos, no logran esconder ni desviar la atención de unos maravillosos ojos verdes, incluso parecen resaltarlos.
—¡Nando, pelotudo! ¿Ni con esos enormes lentes podés ver?—Lo molesta un chico de cabellos oscuros que lo seguía a solo unos pasos detrás, más bajo que él, pero de imponente presencia. Lo reconozco como el jugador que va al choque frontal contra los del equipo contrario, incluso en momentos en los que fácilmente podría haberlos esquivado.
El rubio se sonroja y, agachando la mirada, reajusta sus lentes de forma consciente.
—No sé cómo lo hacés para atrapar un solo pase en medio de la cancha. Y después me revientan las pelotas cuando dudo en pasártela.
—Callate, Roberto—le responde el rubio con cansancio.
—No te preocupés—le digo y le pongo brevemente una mano en el hombro en forma de consuelo—. Todo bien...Nando, ¿verdad?— me atrevo a preguntar.
El chico me sonríe y asiente levemente con la cabeza.
—Fernando. Vos sos amigo de Gastón, ¿verdad?
Yo le devuelvo la sonrisa y asiento también.
—Numa.
—Nando, no me maltratés a mi amigo—Gastón se une a las bromas, rápidamente sacándome de mi estupor, pues se había asomado a la puerta del vestuario para decirme que ya venía, justo en el momento de mi choque con Nando—. Mirá que bastante me costó convencerlo de venir a vernos.
—Fue un accidente, ya está—se defiende Nando, aún con un poco de vergüenza, pero sonriente.
—Déjenlo en paz. Si yo tampoco lo vi—lo defiendo también, por lo que me gano una mirada agradecida del rubio.
—Buen partido ¿verdad, Numa?—Me pregunta Gastón.
—Sí—digo automáticamente, a penas prestándole atención. Yo solo sé que los Old Christians ganaron, nada más—. Muy bueno.
Gastón se ríe ante mi falta de interés al responder, pero sobre todo, porque no puedo apartar la mirada del rubio. Por su parte, Nando también tiene sus ojos fijos en mi y una pequeña sonrisa adorna su boca.
—¿Vas a la fiesta de esta noche?—Me pregunta Nando de la nada y yo me tardo unos segundos en procesar aquellas palabras. ¿Me está invitando a una fiesta?
Por suerte, Roberto llena lo que hubiera sido un silencio incómodo con un tono seguro y despreocupado.
—Los chilenos nos pidieron que los recibiéramos como se debe, y bueno...¿cómo podíamos negarnos? Es en casa de Marcelo. ¿Lo conocés?
Algo he oído del capitán del equipo por parte de Gastón, pero nunca he cruzado ni media palabra con él, así que no sé que tan factible sea esta invitación.
—¡Che, boludos! Quería invitarlo cuando tuviera un par de cervezas en el cuerpo— Gastón se lamenta antes de yo poder contestarle a Roberto—. ¿No ven que Numa es un tipo tranquilo y dedicado a sus estudios? Me cuesta un mundo sacarlo a pasear.
—Bo, no jodás—le regaño a medias—mirá que nadie te apuntó como mi suplidor de entretenimiento.
—Yo me apunté—dice Gastón, encogiendo los hombros y me río con él. Nando también se ríe. Lo miro y nuestras miradas se cruzan nuevamente. Tiene unos ojos muy expresivos.
—¿Qué decís, Numa?— Gastón aprovecha—. ¿Te animás? Mirá que Pancho Delgado también va.
Me complica acceder así tan fácil. Gastón tiene razón, le cuesta un mundo lograr que yo los acompañe a fiestas a él y a Pancho. Pero miro a Nando y me parece que me mira con expectación y siento un deseo casi incontrolable de decirle que iría a cualquier lugar con tal de continuar mirando esos ojos.
—¿Y este tal Marcelo está de acuerdo con que inviten a un total desconocido a su casa?—Pregunto, mirando a Nando con una sonrisa juguetona.
Ladeando la cabeza, Nando me sonríe.
—No sos un desconocido. Sos Numa, amigo de Gastón.
Me sorprende la calidez con la que el rubio me dice eso y mi pulso se acelera al escucharlo decir mi nombre por primera vez. Por un momento, siento como si ya nos hubiésemos conocido en otra vida. Una vida en la que fuimos muy importantes el uno para el otro. Es una sensación que no tiene lógica, lo sé, pero ahí está.
—Nando tiene razón. De desconocido nada—Gastón coincide y me da un par de palmadas en el pecho—. Sos mi mejor amigo y a Marcelo le va a encantar tenerte en su casa.
Yo miro otra vez a Nando. La idea de verlo nuevamente me parece divina, pero me desconcierta un poco la potente atracción que siento hacia el rubio y la imposibilidad de apartar mis ojos de él por más de unos segundos. Si voy a esa fiesta, no voy a poder quitarle los ojos de encima.
—Dale, Numa. Vení a la fiesta—insiste Gastón y me parece, o así quiero creerlo, que Nando espera mi respuesta con expectación.
Justo en ese momento, salen más jugadores del vestuario y se nos une uno de ellos que se presenta como Pancho Abal y me da la mano. Yo agradezco la distracción, pues ya nadie está esperando mi respuesta.
—¡Nando! ¡Canessa! Vamos, que tenemos que comprar más alcohol—les dice a los otros dos.—Che, nos vemos después— le dice Gastón. Y a mí, al parecer.
—Tá, Pancho. Nos vemos a la noche— se despide Gastón.
—¿Vos estás loco? Si los chilenos dijeron que también van a poner su parte, más con la tracalada de botellas que compraron los primos, tenemos de sobra—Roberto le argumenta a Pancho acaloradamente mientras se aleja del grupo para seguirlo y sin despedirse de nosotros.
Nando los mira sonriendo y comienza a irse con ellos, pero se detiene y se gira hacia nosotros una vez más, extiende su mano hacia mí y me dice:
—Un gusto, Numa. Nos vemos a la noche—nos dice a ambos, pero sus ojos están fijos en los míos y yo no puedo negarme.
—El gusto es mío—le respondo algo aturdido mientras sujeto su tibia mano en la mía hasta que estas se separan totalmente y él se aleja para unirse a sus amigos, dejando un vacío inexplicable en mí—. Nos vemos, Nando—digo, sabiendo que Nando ya no puede oírme.
—¡Nos vemos!—Les grita Gastón con una sonrisa de oreja a oreja a los chicos que se alejan. Luego, se voltea hacia mí y me lanza una mirada curiosa—. Che Numa, si no te conociera, diría que te querés levantar a Parrado—dice de forma juguetona. Pero Gastón sí me conoce y sí sabe de mi interés hacia los chicos y no me juzga por ello.
—¿De qué hablás?—Le digo de todas formas—. Vayámonos a casa mejor, mirá que si vamos a ir a esa fiesta, tengo que al menos ir a cambiarme.
—¡Dale, Numa!—Gastón responde con entusiasmo y me sigue, dándome palmaditas de entusiasmo en las espalda—. Si hubiese sabido que el remedio para sacarte de tu encierro era nada más y nada menos que Nando Parrado, te lo habría presentado hace años.
Yo lo hago callar mientras miro preocupado a todos lados.
—Callate, Gastón, que alguien te puede oír.
Gastón sigue hablando, pero más bajo esta vez.
—Y mirá que me pareció que te estaba correspondiendo. Si hasta le brillaban los ojitos cuando te miraba.
Yo trato en vano de esconder la sonrisa que esas palabras me provocan.
—Pará, no me digás eso—le ruego—. No quiero hacerme falsas expectativas.
—¿Pero por qué, si es la verdad? Conozco a Nando hace años y para mí se veía interesado—me dice Gastón con seguridad, pero yo necesito más pruebas.
—Si decís la verdad, quiero descubrirlo por mí mismo.
—Así se habla, Numita.
—Eso sí, Gastón—le digo con tono serio—. Ni una palabra de esto a nadie.
—Quedate tranquilo, que de mí no lo va a saber nadie—me promete mientras comenzamos a caminar lado a lado hacia la salida del complejo deportivo—. Lo van a saber por la cara de boludo con la que lo mirás—añade Gastón entre risas burlonas y yo le doy un codazo juguetón en el costado para callarlo.
Unas horas después, nos encontramos camino a la fiesta en casa del capitán del equipo de los Old Christians, Gastón, Pancho y yo. Gastón nos habla emocionado acerca de las amigas chilenas que conocieron hace unos meses en Santiago y que viajaron acompañando a los miembros del equipo para verlos. Pancho le escucha igual o más emocionado que Gastón.
—Me he partido el lomo estudiando todo este semestre—dice Pancho mientras se arregla la camisa, mirándose en el espejo retrovisor—. Esta noche me lanzo.
Yo los escucho hablar de las chicas con desinterés, pues mis pensamientos están centrados en Nando. No sé exactamente qué es lo que me parece tan atractivo del compañero de equipo de Gastón, pero algo en su mirada me parece cálido y un tanto inocente. Aparte de lo físicamente atractivo que me parece, claro. Lo único que sé es que quiero conocerlo más.
Al llegar a la casa de Marcelo, nos bajamos rápido del auto y nos estiramos las camisas y las camperas el uno al otro. Yo me agacho para mirarme en el espejo lateral y Gastón me da una palmada en la espalda.
—¡Estás bien, Numa! Apurate que nos esperan adentro—me dice y me guiña el ojo.
Cuando cruzo el portón de entrada, me encuentro casi cara a con un caballo.
—Che, ¿y este caballo?—pregunto sorprendido. Pancho también lo está.
—Es de Roberto—explica Gastón como si nada y sigue caminando hacia la puerta de entrada.
La casa de Marcelo era una casa amplia y con muchas habitaciones. Aun así, está atestada de gente y me inunda el miedo de que nuestros caminos no se topen en toda la noche y no vea a Nando ni una sola vez. Mis ojos buscan entre la multitud con urgencia y, para mi consuelo, rápidamente diviso a Pancho Abal por su gran estatura. Está hablando animadamente con un grupo de chicas y, como era de esperar, Nando está a su lado. Tal vez le pregunté a Gastón más acerca de Nando durante la tarde y aprendí que Pancho Abal es su mejor amigo. Me le quedo observando por unos momentos y veo como Nando participa de la conversación, pero no habla mucho. Al igual que las chicas que los acompañan, sonríe con las bromas que parece decir su amigo, quien claramente lidera la conversación, pero Nando parece más interesado en sus alrededores. Cada vez que puede, recorre la mirada por la multitud, como si buscara alguna salida. Y, en efecto, al cabo de unos minutos, se acerca a su amigo y le susurra algo al oído para después alejarse del grupo. Pancho Abal sigue entreteniendo al grupo de chicas como si nada. Yo, en cambio, le sigo con la mirada hasta que atraviesa un gran ventanal que parece salir a un pequeño patio.
Comienzo a pensar en formas en las que acercame a él que no me dejen en total evidencia. Diviso un largo aparador, lleno de botellas y vasos justo al lado del ventanal por donde salió Nando. Puedo ir a prepararme un trago o salir a fumarme un cigarrillo y fingir casualidad en nuestro encuentro.
—¡Numa, vení! Allá está Beatriz y las otras chicas—Gastón me dice en un tono algo desesperado, sacándome abruptamente de mis pensamientos.—¡Vamos Pancho!
—Vayan ustedes, yo los alcanzo luego—les digo a mis amigos. Pancho me mira algo sorprendido, pero Gastón me guiña un ojo y me lanza una sonrisa pícara antes de voltearse hacia Pancho y llevárselo con él al encuentro con las chilenas. Yo me dirijo en sentido contrario, con la mirada fija en esa salida que recientemente atravesó el rubio. Se me olvida parar a prepararme un trago y ni siquiera saco un cigarrillo. Solo atravieso el ventanal y voy al encuentro del chico que me ha robado los pensamientos durante toda la tarde.
En efecto, el lugar es un pequeño patio cercado por una pared de altos arbustos, perpendicular a un muro de cemento que cerca un largo pasillo exterior que se extiende hasta el patio trasero de la casa; una larga hilera de pastelones de cemento pavimentan el camino. Hay luz al final de este pasillo y se escuchan voces y risas, pero no me interesa saber a quienes pertenecen esas voces, ya que justo a la salida del ventanal, sentado en una banca de madera, está Nando. Está solo y parece ensimismado, sus manos sostienen un vaso con un licor ámbar que asumo es whisky; su mirada fija en ese líquido.
Mi timidez habitual amenaza con apoderarse de mí y por poco me doy media vuelta para regresar con mis amigos, pero logro controlarme y reúno el coraje necesario para dirigirme al rubio y llamar su atención.
—¿Qué tal? ¿Te acordás de mí?— Lo saludo con una voz suave pero firme, que no revela mi actual nerviosismo. Él inmediatamente levanta su cabeza y me mira a través de sus lentes.
Parece tener problemas para identificarme, pues sus ojos se entrecierran y su ceño se frunce, por lo que doy unos pasos hacia él y me posiciono de manera que la tenue luz del farol me pega en el rostro. Al cabo de unos segundos, esa traviesa sonrisa que me llamó la atención esa misma tarde, vuelve a formarse en los labios del rubio.
—Claro que me acuerdo, Numa. ¿Cómo estás?
—Muy bien. ¿Y vos?—le pregunto, tratando de esconder el conjunto de emociones que me producen el hecho de que Nando haya recordado mi nombre.
Él sonríe y asiente.
—Mejor ahora que llegaste—me responde de una forma tan coqueta que me descoloca. ¿Acaso me estaba esperando?—. Esta tarde no parecías muy convencido. Pensé que no venías.
Decido culpar a Gastón.
—Si no venía, Gastón no me dejaba en paz nunca más. ¿Y vos, Nando? ¿Por qué tan solo por acá?—Le pregunto, manteniendo el tono coqueto de la conversación.
Él se encoge de hombros y hace un ademán hacia el interior de la casa.
—Las amigas de Pancho no parecían muy interesadas en mí, así que me hice a un lado. De todas formas, hay suficiente Pancho para todas—termina un tanto cabizbajo.
—Ellas se lo pierden—me atrevo a decirle con más seguridad de la que siento en el momento. La verdad, tengo el corazón palpitando a mil y el estómago apretado. Él me lanza una mirada curiosa, pero no dice nada, así que intuyo que estaría bien presionar un poquito más—. Además— añado acercándome a él—, Gastón y mi amigo Pancho se abalanzaron sobre las chilenas y me dejaron solo. Puedo acompañarte...si no te molesta, claro.
Nando me mira y deja salir una suave carcajada.
—¿Cómo me va a molestar? Sentate—me dice, entonces, invitándome a sentarme junto a él en la banca.
Yo accedo y él se gira en su asiento con esa mirada cándida que parece ser suya por defecto. Yo respondo con una sonrisa amplia. Me cuesta procesar lo que está pasándome. Recién esa misma tarde nos conocimos y ya estoy disfrutando de un momento a solas con él en una fiesta. Y, al parecer, Nando ha reaccionado bien a mis primeros avances, pero no puedo dejar de pensar que un poco de whisky me daría coraje y me arrepiento de no haberme preparado uno. Las conquistas amorosas no se me dan fácilmente, sobre todo cuando se trata de chicos, porque aunque los prefiero, es mucho más seguro ir tras una chica, que de todas maneras tiendo a evitar. Aún no sé siquiera si Nando se interesa en chicos también y el miedo a que reaccione mal al darse cuenta de mis intenciones está más presente que nunca. Ya tuve una muy mala experiencia en el pasado, por lo que decido proceder con cautela.
—¿Cómo supiste que soy amigo de Gastón? No suelo ir muy seguido a ver sus partidos—le pregunto con curiosidad y casi puedo jurar que la pregunta lo hace ruborizarse, pero la precaria iluminación no me deja estar seguro.
—Ya te había visto en La Mascota. Ustedes frecuentan mucho ese lugar con Gastón.
Nando me dice esto y es como si una luz se prendiera en mis recuerdos. Sí, creo que recuerdo a Nando. Incluso recuerdo a Gastón saludándolo alguna vez, pero de pasada. Yo no tenía idea de quién era en ese momento, así que no debo haberle prestado mucha atención. Nando, al contrario, sí me había notado. Quiero indagar en esta nueva información, pero Nando habla nuevamente.
—¿Hace cuanto que sos amigo de Gastón?—me pregunta, cambiando de tema.
—Hace muchos años. Desde los 15. Incluso entramos a estudiar a la misma facultad—le explico.
—¿Estudiás derecho?
—Sí. Ya estoy impaciente por recibirme el próximo año—le digo, dejándole ver algo de la emoción que me provocan mis estudios.
—¿Tan pronto te recibís? ¿Qué edad tenés?—Me pregunta interesado.
—Cumplí 24 la semana pasada. ¿Y vos?
—Yo tengo 21.
—Sos un bebé—le bromeo.
—No jodás—me dice riendo y algo sonrojado—. Cumplo los 22 en un mes.
—Un bebé nada más—le reitero riendo.
El se ríe nuevamente, pero luego se queda pensando.
—¿La semana pasada?—Yo asiento—. ¿Cumplís años el veinti…nueve?
—30 de octubre—le corrijo con una sonrisa. Ya estamos hablando de nuestros cumpleaños. Definitivamente, una señal positiva—. ¿Vos?
—Yo el 9 de diciembre—responde y luego hace una mueca con la boca—. Lástima. Si te conocía una semana antes, te daba un regalo. Vos, en cambio, tenés tiempo de sobra para darme uno—me dice de manera sugestiva y todas mis dudas se disipan. Nando definitivamente está coqueteándome y la intención de cautela con la que pretendía acercarme a él queda en el olvido.
Le sonrío y me le acerco un poco más. A esta distancia, puedo oler la masculina, pero dulce fragancia de su perfume, ya conocida por mí. Sus rubios cabellos me parecen tan suaves que siento el deseo imperioso de acariciarlos, pero me contengo.
—Tengo que conocerte mejor para darte uno bueno—le digo y miro sus labios por un momento antes de volver a encontrar sus ojos. Nando respira profundo y puedo sentir el aire en mi cara—. De todas formas, no me molesta recibir regalos atrasados—le hago saber en un tono más bajo, un tono que espero sea más seductor—. Después de todo, solo ha pasado una semana.
—¿Tenés algo en mente?— él me pregunta con el mismo tono y acercándose un poco más a mí. Sus ojos brillan y tiene unas pestañas enormes.
—Se me vienen a la mente un montón de cosas—prácticamente le susurro mientras mis ojos se posan en su boca. Instintivamente, Nando se lame los labios y yo hago lo mismo. Lo miro a los ojos nuevamente y justo cuando voy a proponerle que un beso sería el regalo perfecto, nos interrumpen.
—¡Nando! ¿Qué hacés?