Siempre he sido un gran admirador de películas que abordan de manera sensible y profunda temas familiares, como es el caso de "Los niños lobo". Por eso, estoy en constante búsqueda de obras que me ofrezcan sensaciones similares. Cuando vi el tráiler de "Robot Salvaje", supe que esta película tenía algo especial, y al descubrir que su director también había trabajado en títulos tan icónicos como "Mulán" y "Cómo entrenar a tu dragón", no me quedaron dudas: tenía que darle una oportunidad.

Mi experiencia en el cine fue sencillamente fantástica. Cada minuto de la película me mantuvo completamente inmerso. Uno de los aspectos que más me sorprendió fue cómo se presenta la naturaleza de manera cruda y “realista”. A diferencia de otras animaciones más edulcoradas, aquí se explora la selección natural en todo su rigor: todos pueden verse afectados por ella, y nadie está a salvo. Es un recordatorio necesario, que muchas veces se pasa por alto, de que la vida sigue un orden implacable, ya sea por instinto o por programación. Mutaciones o fallos en esos sistemas nos llevan a caminos inesperados, algo que "Robot Salvaje" refleja con una coherencia admirable.

Narrativamente, no he detectado agujeros de guion. La estructura está sólidamente hilada, manteniendo siempre al espectador atento. La película nos lleva de un conflicto a otro sin permitir que el ritmo decaiga, una tarea difícil en muchas cintas animadas, pero aquí lograda con maestría.

Visualmente, DreamWorks ha conseguido un estilo impresionante, combinando el 3D con toques de animación 2D, algo que ya pudimos apreciar en "El Gato con Botas". Este enfoque visual es simplemente hermoso, y se ve potenciado por una banda sonora encantadora, con canciones en español que logran conmover profundamente.

Un aplauso especial se lo lleva el reparto de doblaje en la versión en castellano, quienes realizaron un trabajo sobresaliente. Macarena García, en particular, destaca por su capacidad para reflejar el cambio de una fría inteligencia artificial a la calidez de una voz maternal, un contraste que resulta tan sorprendente como emotivo.

En resumen, Robot Salvaje es una joya que nos recuerda el esfuerzo y sacrificio que conlleva la maternidad, pero también la recompensa infinita que ofrece el amor. Para mí, es una de las mejores películas del año. Jamás pensé que me emocionaría tanto con la historia de un robot y un ganso, pero aquí estoy, maravillado.

Me encantan las obras de acción absurdas como Blood Dragon o Kung Fury, por lo que tenía grandes expectativas con Kill Boy, creyendo que seguiría esa línea de acción desenfrenada y violencia sin sentido que, al final, solo busca hacernos reír. Y aunque ciertamente lo intenta, con abundantes dosis de violencia y unas coreografías de combate muy bien ejecutadas, la película no termina de alcanzar el carisma ni la chispa de sus referentes. Los personajes carecen de la fuerza necesaria para sostener la trama, y lo poco convincente del argumento principal la deja en un terreno ambiguo.

El humor tampoco consigue salvarla: apenas un par de chistes que, para colmo, estiran hasta la saciedad. Eso sí, los amantes del gore disfrutarán con la generosa cantidad de sangre y vísceras, pero más allá de eso, la película no tiene mucho que ofrecer. Al final, Kill Boy cumple con lo mínimo en cuanto a entretenimiento, pero con un guion vacío y una trama excesivamente sencilla, es difícil recomendarla a cualquiera que busque algo más que peleas por pelear.

Adoré las dos primeras entregas de “Gru, mi villano favorito”, donde la mezcla perfecta de humor, corazón y personajes memorables hizo de la saga algo especial. Sin embargo, las secuelas posteriores han perdido ese encanto original. En "Gru 4", las escenas con los Minions son, sin duda, lo más divertido, pero su participación se siente como una serie de sketches independientes que bien podrían existir como cortos o videos de TikTok. Aunque logran sacar una sonrisa por lo absurdamente encantadoras que son estas cápsulas amarillas, no aportan mucho al desarrollo de la película en su conjunto.

Lo más decepcionante es cómo el resto de los personajes, que alguna vez tuvieron profundidad y carisma, se ven relegados a un segundo plano, casi desaprovechados por completo. La trama, o mejor dicho, la falta de ella, parece simplemente un pretexto para conectar gags sueltos, dando la sensación de que todo se mueve mecánicamente de una escena graciosa a la siguiente. Lo que en las primeras películas se sentía como una labor cuidadosamente orquestada, aquí parece más bien un producto en serie, sin alma ni el cariño que hizo de las primeras entregas algo especial. Lamentablemente, esta saga parece haber caído en la trampa de la repetición interminable, sin visos de detenerse.

No soy un fan acérrimo del famoso bioexorcista, ya que vi la película original hace apenas unas semanas, pero esta nueva entrega ha logrado encontrar una justificación sólida para resucitar al icónico personaje. La película respeta el legado de la primera, a la vez que nos permite disfrutar nuevamente de las alocadas y surrealistas apariciones del personaje que da nombre a la cinta. A pesar del paso de los años, Michael Keaton logra revivir con maestría lo que hizo tan especial a Bitelchús, capturando esa esencia traviesa y rebelde que definió la original.

Un punto clave que mantiene la coherencia entre ambas entregas es la representación del inframundo, que se apoya principalmente en efectos prácticos, logrando así una continuidad visual y atmosférica que encaja perfectamente. Además, la inclusión de escenas musicales es un acierto que refuerza la naturaleza caótica y desenfadada de Winter River, haciéndolas sentir como una parte natural del entorno extravagante.

Sin embargo, la película peca de repetir algunos de los mismos recursos narrativos que la primera, lo que puede hacer que ciertos momentos se sientan demasiado familiares, sobre todo en el clímax. Mi recomendación es no ver la original justo antes, para que las sorpresas tengan mayor impacto en esta segunda parte.

En general, tanto los nostálgicos de la primera como los nuevos espectadores disfrutarán de esta comedia de terror, que resulta accesible para una amplia audiencia. Además, con el título que se le ha dado a esta secuela, parece casi obligatorio que llegue una tercera parte, y yo, por mi parte, la esperaré con entusiasmo, ya que esta "naciente saga" ha logrado hechizarme.

La película adapta la increíble historia real de cómo un jugador de Gran Turismo logró convertirse en piloto de carreras, gracias a la precisión del legendario simulador de PlayStation. Este salto no fue casualidad, ya que el protagonista contaba con un equipo de simulación de alto nivel en casa, incluyendo volante, marchas y una pantalla de alta calidad, lo que redujo la brecha entre el mundo virtual y la pista real. La historia resonó especialmente en España, dado que un piloto español formó parte del mismo equipo, aunque en la película su presencia se reduce a un personaje terciario, casi insignificante.

Aunque la trama ha sido ajustada para intensificar el drama y desarrollar mejor a los personajes, la esencia de la historia, junto con su desenlace, permanece fiel a los hechos reales. Un mérito indiscutible de la película es cómo, a través de cambios de cámara y el uso de CGI, logra trasladar a la pantalla la evolución del protagonista, desde su rol de jugador hasta convertirse en un piloto de verdad, además de transmitir la adrenalina y la velocidad de las carreras.

A pesar de seguir una estructura narrativa clásica, la película ofrece una premisa intrigante que capturará, sobre todo, a los fanáticos de este icónico juego de carreras.