MONOGRÁFICO
Talía. Revista de estudios teatrales
ISSN-e: 2659-806X
https://dx.doi.org/10.5209/tret.79600
El teatro del postolvido: No parlis amb estranys, de Helena Tornero (2013)
Isaias Fanlo1
Recibido: 29 de diciembre de 2021. / Aceptado: 24 de mayo de 2022.
Resumen. El presente artículo propone la noción de postolvido para pensar el reciente interés por romper con el Pacto del
olvido y recuperar, a través de la historiografía y la ficción, la memoria de la guerra civil española y la posguerra. El artículo
reúne distintos autores que han articulado discursos sobre la memoria en España, se plantea si la ficción puede devenir lugar
de memoria, y desarrolla el postolvido como una manera de articular las particularidades históricas del siglo XX español.
En la segunda parte, el artículo analiza la pieza teatral No parlis amb estranys (fragments de memòria), de Helena Tornero,
como obra paradigmática del teatro del postolvido.
Palabras clave: Postolvido; Memoria; Teatro ibérico; Performance; Transición
[en] The Theatre of Postforgetting: Helena Tornero’s No parlis amb estranys (2013)
Abstract. This article proposes the notion of postforgetting (postolvido) to reflect upon the recent interest to disrupt the
Spanish “Pact of forgetting” and to reclaim, through historiography and fiction, the memory of the Spanish civil war and
post-war. The article addresses several authors that have articulated memory discourses in Spain, considers whether fiction
can become a place of memory, and addresses postforgetting as a way to articulate the historic specificity of the Spanish 20th
century. In the second part, the article analyses Helena Tornero’s play No parlis amb estranys (fragments de memòria), as a
paradigmatic work of the theatre of postforgetting.
Keywords: Postforgetting; Memory; Iberian Theatre; Performance; Transition
Sumario. 1. De la postmemoria al postolvido. 2. Ficción y postolvido. 3. No parlis amb estranys y el teatro del postolvido.
4. Referencias bibliográficas.
Cómo citar: Fanlo, I. (2022) El teatro del postolvido: No parlis amb estranys, de Helena Tornero (2013), en Talía. Revista de estudios teatrales, 4, 15-22.
1. De la postmemoria al postolvido
Tras décadas de silencios, olvidos y huidas hacia
adelante, la España de los últimos veinte años –o por
lo menos una parte de ella– ha comenzado a perder el
miedo a reflexionar sobre su pasado reciente: el de la
guerra civil y la dictadura franquista. Este cambio de
paradigma, que se ha dejado ver en discursos políticos,
debates públicos y reportajes de prensa, ha cristalizado,
definitivamente, en el ámbito de la producción cultural:
muestra de ello son las novelas Soldados de Salamina
de Javier Cercas (2001), La noche de los tiempos de
Antonio Muñoz Molina (2009) o Inés y la alegría de
Almudena Grandes (2010), y las películas El laberinto
del fauno de Guillermo del Toro (2006), Pa negre / Pan
negro de Agustí Villaronga (2010) o la más reciente
Madres paralelas de Pedro Almodóvar (2021), por citar
unos pocos ejemplos. Desde la academia se ha hablado
de este interés por el pasado reciente en términos de
1
“crisis de la memoria” o de “boom de la memoria”.
Como afirma Madeleine Davis, entre otros, se ha
producido una “remarkable recent resurgence of interest
in Spain’s past and more especially in the repressive
legacy of Francoism” [2005: 859].
Sin embargo, este reciente interés por mirar hacia el
pasado reciente no está exento de contradicciones, especialmente por lo que respecta al aparato epistemológico que utilizamos para interpretar dicho pasado. Varios
académicos, entre ellos Sebastiaan Faber y Jo Labanyi,
se han planteado hasta qué punto podemos aplicar la
metodología –y la terminología– de los llamados Memory Studies a la tensión entre silencio y memoria que
afecta a nuestra mirada sobre la guerra civil española y
la dictadura posterior. Surgidos para tratar de articular
un discurso sobre el Holocausto y sus consecuencias,
los Memory Studies se han erigido como una disciplina indudablemente atractiva, a tenor de la cantidad de
estudios publicados sobre el trauma y, especialmente, a
Universidad de Cambridge, ifg22@cam.ac.uk
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partir de conceptos como el de “postmemoria”, acuñado por James Young y Marianne Hirsch y recibido con
entusiasmo por críticos literarios, antropólogos y sociólogos. Ahora bien, ¿sirven los mismos conceptos para
estudiar dos eventos tan distintos como son el Holocausto y la violencia del siglo XX en España? Faber afirma
que la diferencia “entre la memoria histórica de las víctimas de la guerra civil y del franquismo, por un lado,
y la memoria de las víctimas del Holocausto, por otro
[…] hacen que una noción como (post)memoria afiliativa no tenga el mismo significado en ambos contextos”
[2014: 138]2. Faber argumenta que leer la experiencia
de las víctimas del franquismo desde la perspectiva de
las epistemologías surgidas en la órbita del Holocausto
despolitiza el caso español, puesto que, al contrario de
lo que sucede en el caso del genocidio perpetrado por el
Nazismo, en España “muchas víctimas lo fueron no por
razones étnicas sino por motivos políticos” [2014: 149].
Además, los debates actuales alrededor de la cuestión de
la memoria en España difieren inevitablemente de los
debates sobre el Holocausto, puesto que en Alemania el
Nazismo fue, al fin y al cabo, derrotado, mientras que en
España el golpe de estado fascista ganó la guerra e implantó una dictadura que se prolongó durante casi cuatro
décadas. A la postre, la transición a la democracia solo
pudo llevarse a cabo tras la muerte del dictador, orquestada, para más inri, por un pacto entre élites, algunas de
las cuales habían participado en el paisaje político de la
dictadura. Dicho de otro modo, a falta del equivalente a
unos Juicios de Núremberg y a una reparación oficial, la
valoración política de la guerra civil y del franquismo se
ha estado llevando a cabo desde varios flancos y de manera inevitablemente deslavazada: desde la política, desde la prensa y los debates públicos, desde la academia,
y desde la producción cultural. Ante esta promiscuidad
de perspectivas, no resulta extraño que se haya generado
una mezcla acrítica y caótica entre prospección histórica, interpretaciones brillantes, lectura de la ficción como
vehículo de transmisión cultural, y demagogia política.
Jo Labanyi añade otra diferencia fundamental entre
la lectura del trauma provocado por el Holocausto y la
lectura del trauma generado por el franquismo. Según
Labanyi, la teoría del trauma surgida alrededor del Holocausto “attributes silence about a catastrophic event
to an inner psychic process responsible for blocking the
event’s registration in consciousness”, mientras que, en
el caso español, dicho silencio no es tanto una alteración
de la memoria a causa del trauma psicológico, sino una
estrategia deliberada para proteger a familiares de posibles repercusiones [2009: 24].
Quizá, por lo menos en parte, se trate de una cuestión
de énfasis: más que en el problema de la memoria, el
caso de España parece pedir que nos centremos en la
cuestión del olvido. En lugar de iniciar un proceso de
reparación que desembocara en un cierto sentimiento de
reconocimiento o de aplicación de la justicia, en España
se optó por no “abrir viejas heridas” o de “mirar adelan2
Según Faber, la afiliación es “una conexión establecida por voluntad o compromiso conscientes, contrapuesta a la noción de filiación
entendida como conexión impuesta por la sangre, el parentesco o el
destino” [2014: 142].
te”, expresiones que venimos escuchando en la esfera
política española desde 1977 y que se repiten como un
eco hasta nuestros días3. El 15 de octubre de 1977, el
gobierno de Adolfo Suárez aprobó la Ley de Amnistía,
que garantizaba la libertad para los presos políticos, pero
también la inmunidad ante los crímenes políticos cometidos bajo la dictadura. Según José Brunner, “El debate
parlamentario sobre la ley estuvo formulado en términos
de olvido y perdón” [2010: 166]. Paloma Aguilar apunta
que los factores determinantes en las negociaciones de
la transición, que desembocaron en la Ley de 1977, fueron el miedo a otro golpe de estado y el recuerdo traumático del conflicto. Tanto a nivel institucional como a
nivel social, comenta Aguilar, existía un “overwhelming
desire […] to see a peaceful and gradual change and
even to pretend that it had forgotten the past rather than
call anyone to account.” [2001: 99, énfasis mío]. De ahí
lo que se conoce como el “pacto del olvido”, un “tácito
acuerdo” en la que “[t]odas las partes acordaron ‘olvidar’ la violencia de la guerra civil y las injusticias de la
dictadura franquista en el cuerpo político, con el fin de
asegurar una tersa transición” [Brunner 2010: 166].
El salto a un nuevo siglo ha acarreado, sin embargo,
un replanteamiento de esta imposición del olvido. En el
año 2000, y a raíz de una exhumación en Priaranza del
Bierzo (León) liderada por el periodista Emilio Silva,
surge la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica (ARMH), nacida con la intención de abrir
las más de 4.000 fosas comunes que, según los datos
imprecisos facilitados por el Ministerio de Justicia, hay
en España. Si bien no es la intención de este artículo
trazar una cronología de la reivindicación del pasado
reciente del país –las mencionadas Aguilar o Davis ya
lo han hecho de manera encomiable–, sí que creo que
merece la pena observar hasta qué punto se ha producido
un considerable esfuerzo, por parte de investigadores,
por sistematizar este cambio de paradigma. Joan Ramon
Resina habla en términos de “amnesia inducida” [2000:
88] y comenta, parafraseando a David Lowenthal, que
tras todo el proceso de olvido “the past began to look
like a foreign country” [2000: 92]. Se trataba, entonces,
de reconquistar el territorio perdido, el territorio de la
memoria.
Dado que, como señalan acertadamente Faber y Labanyi, la noción de postmemoria no acaba de encajar
en el contexto español, y dada la preponderancia del olvido sobre la memoria en los discursos políticos y aca3
El mismo día en que se aprueba la Ley de Amnistía, el diario El País,
uno de los medios de comunicación más influyentes del estado, publica un editorial en el que deja muy clara su posición respecto a qué
hacer con el pasado reciente: “la España democrática debe mirar hacia
adelante, olvidar las responsabilidades y los hechos de la guerra civil,
hacer abstracción de los 40 años de dictadura” [1977: 6]. Y si bien esta
posición acaba tambaleándose en la izquierda española, especialmente
a partir del año 2000 y la fundación de la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica, la derecha española se ha mantenido
inamovible en su rigidez y se ha mostrado crítica contra la memoria
histórica. Como muestra un botón: el entonces líder del PP Pablo Casado –a quien se ha visto en misas por la memoria de Franco–, afirmaba, en julio de 2021, que “Nadie debe desenterrar ahora viejas heridas
ni descoser el perdón que sellaron nuestros padres y abuelos, y menos
por un irresponsable interés de dividir a la sociedad para intentar polarizarla electoralmente”, en ABC [2021: s. p.].
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démicos, propongo hablar de postolvido para pensar en
este reciente interés por el pasado. Comenta Marianne
Hirsch que el concepto de postmemoria surge al analizar
piezas autobiográficas de la generación de escritores y
artistas visuales que descienden, directamente, de la que
sufrió una catástrofe [2008: 106]. En el caso de España,
esta recuperación de la historia tiene lugar décadas más
tarde, cuando la primera generación ha desaparecido en
buena parte, y se lleva a cabo liderada no por los hijos
de las víctimas, sino por los nietos [Labanyi 2009: 25].
Existe, por lo tanto, un vacío, un espacio fantasmático
que escapa al testimonio directo y que solo puede llenarse a partir de excavaciones, reparaciones póstumas o
transgeneracionales, y relatos fragmentarios singulares
y colectivos que a menudo han encontrado en la ficción
una manera de tapar huecos, de completarse.
Por supuesto, el término postolvido dialoga con el
de postmemoria, pero desde un ángulo diferente –si se
quiere, a ratos opuesto–. No se trata solo de una cuestión
de énfasis. Si, como afirma Hirsh, el “post” de postmemoria “signals more than a temporal delay and more
than a location in an aftermath” [2008: 106], en el caso
del postolvido el prefijo indicaría los esfuerzos de superación de estas políticas de la amnesia. Sin embargo, la
misma presencia del término “olvido” en el neologismo indica que dicha superación es y no es enteramente
posible –algo similar a lo que ocurre cuando se piensa
en otras nociones como postcolonial–, y que nos movemos en el ámbito de lo contradictorio, que oscila entre la
ruptura y lo continuista. Hablar de postolvido es hablar
de por qué España acordó, hace apenas unas décadas,
desprenderse del pasado reciente; es plantearse por qué
todavía hay quien prefiere “mirar hacia adelante”, por
qué todavía existe debate sobre si es realmente necesario
“abrir viejas heridas”. Parafraseando a Walter Benjamin,
se trataría de girarle el cuello al Ángel de la Historia
para que, en su frenético vuelo hacia el futuro, vuelva a
mirar hacia atrás y observe las ruinas de la España problemática, distante y compleja del siglo XX. Este Ángel
que se ve obligado a recomponer, en su imaginación, el
alejado paisaje ruinoso, ajustando la vista porque desde
la distancia cuesta prestar atención a los detalles. Y todo
esto a contrarreloj, puesto que el huracán del tiempo lo
sigue desplazando, inexorablemente, hacia adelante,
cada vez más lejos de los escombros del evento pasado.
Precisamente, el postolvido enfatiza la precariedad con
la que tienen que operar los esfuerzos reparatorios en
el caso español: aquí, las “estructuras de transmisión”
que menciona Hirsch tienen que saltarse un eslabón de
décadas. Historiadores y académicos se ven obligados a
trabajar con lo que tienen: recuperar archivos, invocar
fantasmas, modelar la substancia imprecisa del recuerdo, y hacer lo posible con todo esto. En la España del
postolvido, el olvido sigue pesando4.
4
En un trabajo del año 2000, Jo Labanyi ya apunta referencias a lo
fantasmal para hablar de problemas de memoria –o más bien de olvido– en la cultura española. Labanyi se pregunta “what does a society
[…] do with history; that is, what does it do with the ghosts of the
past?” [2000: 65], y comenta que, en un país que se ha opuesto a enfrentarse a los traumas del pasado, esta memoria tiende a manifestarse, dentro del ámbito de la ficción, a través de monstruos, fantasmas,
y otras criaturas que representan la otredad. Es necesario decir que,
17
2. Ficción y postolvido
Es, quizá, a consecuencia de esta precariedad de
recursos, del peso de estos vacíos, que los discursos del
postolvido español se han venido articulando mediante
las ficciones. A través de géneros como la novela, el
largometraje cinematográfico, o el teatro creadores y
artistas han asumido la responsabilidad de llenar los
vacíos con historias, los silencios con palabras, como
sucede con No parlis amb estranys de Helena Tornero.
Enric Bou afirma, con rotundidad, que “Els escriptors
tenen una responsabilitat especial com a preservadors i
transmissors de la memòria” [2013: 27]. Más adelante,
traza una diferencia entre historiadores y creadores: “Els
historiadors han reconstruït la història i la memòria, però
l’art […] ha excel·lit en la tasca de conservar i de recrear
(fer reviure) moments crucials de la memòria col·lectiva”
[2013: 27]. Podría decirse, así pues, que, mientras que
la ambición de los historiadores es científica, la de los
artistas es de corte afectiva5.
Salvador Cardús define la memoria como “a set of
narratives resulting for the social interpretation of reality”, y afirma que “memory is an open narrative that
incorporates personal and external recollection, but
also includes fiction, things forgotten and errors that
are necessary in order to make memory coherent and
significant” [2000: 23, énfasis del autor]. En este sentido, parece no caber duda de que la amalgama de tramas
plausibles, contextos históricos y personajes fabulados
puedan servirnos para, por lo menos, articular un afecto desde lo individual hacia lo colectivo6. Como afirma
Joan Ramon Resina, “although contemporary debates
about the loss or suppression of memory engage a variety of discourses, which include politics, the press,
literature, cinema, and the media, the memory these
discourses refer to is assumed to rely on a rigorously
documented organization of ‘facts’ corresponding to
5
6
cuando Labanyi escribe su artículo, el boom de la memoria apenas
comenzaba.
Sebastiaan Faber se muestra escéptico, cuando no crítico, no tanto
con la relación entre ficción y memoria, sino con la manera como
la academia ha leído estas obras: “se presupone que un análisis de
una obra literaria puede servir para avanzar el conocimiento de un
fenómeno sociohistórico: se asume que los personajes de alguna
forma pueden ser representativos de una colectividad histórica”
[2014: 140]. Asimismo, Faber critica que se asume que una obra
literaria tiene un valor o una relevancia determinada, en un país en
el que “un 37% de la población nunca lee un libro” [2014: 141],
aunque en este sentido convendría investigar cuántos peatones, por
ejemplo, saben qué o a quién representan muchas de las esculturas
–indudables lugares de memoria, parafraseando a Pierre Nora– que
adornan las plazas.
Pienso en el afecto tal como lo articulaba Brian Massumi, como
una intensidad autónoma, que se desarrolla más allá del ámbito de
lo subjetivo, que precede al sujeto. Ya en 1995, Massumi advdertía que “affect is central to an understanding of our informationand image-based late-capitalist culture” [1995: 88]. Los llamados
Affect studies, tan en boga hoy en día en el ámbito académico,
desarrollan las observaciones neurológico-filosóficas de Massumi
para articular una epistemología del flujo. Sara Ahmed, por ejemplo, habla del afecto como una suerte de capital, interpretándolo a
través del análisis Marxista: “affect does not reside positively in
the sign or commodity, but is produced only as an effect of its circulation” [2004: 120]. Así pues, el afecto no se vincula a un sujeto
(Massumi) ni siquiera a un objeto (Ahmed), sino que se articula a
través de la circulación entre objetos y signos.
18
‘historical truth’” y añade que, en realidad, el borrado
del pasado en España “affected not so much the field of
historiography as the areas related to sensory experience
and the virtual space of collective memory” [2000: 84].
Así pues, las ficciones sobre la guerra y la posguerra se
erigen, utilizando la feliz expresión de Pierre Nora, en
lugares de memoria capaces de condensar afectos vinculados a los eventos que habían sido relegados a un
olvido sistémico.
¿A quién le pertenece esta memoria del pasado reciente? ¿Es esta memoria patrimonio exclusivo de los
testigos directos del tumultuoso evento? ¿Puede la memoria de un evento transmitirse entre individuos o a través de generaciones? Estas cuestiones, formuladas por
Marianne Hirsch, Eva Hoffman o James Young para hablar de la postmemoria, adquieren un matiz algo distinto
en el caso de España, como consecuencia de las décadas
de silencio entre el evento y su rememoración. Como
comenta Labanyi, los hábitos de silencio adquiridos con
el paso de los años dificultan la narración de la experiencia traumática del franquismo [2009: 24]. Es en este
contexto en el que, posiblemente, las ficciones puedan
proporcionarnos una manera de articular estos discursos
y de generar un flujo de memoria. Sin embargo, cabe
preguntarse: ¿es lícito considerar discursos generadores
de postolvido las obras de ficción –películas, novelas,
obras de teatro–, junto a, digamos, reportajes periodísticos, testimonios o memoriales? Teniendo en cuenta la
dimensión subjetiva, afectiva y elástica de la memoria –
tanto individual como colectiva–, la respuesta parece ser
claramente afirmativa. Salvador Cardús, por ejemplo,
habla de la memoria en tanto que narración que otorga
sentido tanto a un relato personal (lo que vendría a ser
la memoria individual) como a un discurso hegemónico
dentro de un grupo específico (la memoria colectiva).
Cardús, además, diferencia la memoria (en minúscula)
del estudio de la Historia (en mayúsculas), en tanto que
disciplina “científica” –eso sí, sin abordar la problemática relación entre Historia y “verdad” o “realidad”– y
estipula, también, que “toda memoria sigue la lógica
narrativa oral, escrita o audiovisual” [2009: 23]. La ficción, por lo tanto, es una plataforma desde la cual dicha
memoria puede formularse.
Es más, teniendo en cuenta que el boom de la memoria –que trata de dejar atrás tanto el silencio de la dictadura como el pacto del olvido que sirve como precaria
cimentación para la transición hacia la democracia– ha
tenido lugar cuando ya quedan pocos supervivientes de
la guerra civil en vida, la ficción parece erigirse como un
lugar idóneo para alimentar el imaginario de la España
del postolvido mediante narraciones y testimonios que,
siempre operando desde esta subjetividad reconocida,
generan una serie de relatos que, si bien no son necesariamente reales, sí que resultan plausibles. Estas ficciones compensan, de algún modo, la carencia de testimonios generada por las décadas de silencio y porque, dicho de manera simple, los muertos no tienen voz. Existe,
así pues, una dimensión restitutiva que acompaña a esta
voluntad de postolvido. Se trata de una restitución utópica y liminal, que transcurre en una dimensión alternativa –la de la ficción– y que trata de ocupar los vacíos
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dejados por relatos que quedaron enterrados. Vacíos que
se transforman en puro afecto y que, seguramente, no
podrían llenarse de ningún otro modo.
3. No parlis amb estranys y el teatro del postolvido
Desde esta voluntad consciente de recuperar las voces
fragmentarias de un pasado y de zurcir los vacíos y
los silencios se articulan las ficciones del postolvido.
Bou, Faber, Labanyi, Resina y otros han hablado,
fundamentalmente, de largometrajes, de documentales
y de novelas que se inscriben dentro de los discursos de
recuperación de la memoria histórica. ¿Qué sucede en
el ámbito de las artes escénicas, y más concretamente
con el teatro de texto? En tanto que ritual de vivencia
conjunta, evento efímero que se centra en la voz y el
cuerpo de los intérpretes y que supura presencialidad, el
espectáculo teatral parece un evento óptimo para invocar
estos fantasmas –como sucede con ¡Ay, Carmela!, de
José Sanchis Sinisterra (1986), e incluso con la más
reciente El mar. Visió d’uns nens que no l’han vist mai,
de Xavier Bobés y Alberto Conejero (2022)–; para
revivir en escena historias del pasado –el caso de La nit
més freda (veus a l’exili), de Teresa Vilardell (2009), Te
vendré a arropar, de la compañía Espai en Construcció
(2014) o In memoriam. La quinta del biberón, de Lluís
Pasqual y la Kompanyia Lliure (2016)–; o incluso
para tomarse la libertad de reescribir la historia –como
hace Alberto Conejero con la multipremiada La piedra
oscura (2015), que rememora con licencias deliberadas
la figura del último amante de Lorca, Rafael Rodríguez
Rapún, en la última noche antes de su muerte–. Pero si
hay, a mi juicio, una obra paradigmática del teatro del
postolvido, esta es No parlis amb estranys (No hables
con extraños), de Helena Tornero.
No parlis amb estranys fue un encargo del Teatre
Nacional de Catalunya (TNC), y formó parte de la última edición del Projecte T6, una iniciativa nacida para
fomentar la dramaturgia catalana contemporánea. Estrenada en la Sala Petita del TNC en abril de 2013, la obra
no pudo presentarse de manera integral: como la misma
Helena Tornero menciona en el anexo a su teatro reunido, los recortes del gobierno catalán a consecuencia
de la grave crisis económica limitaron las semanas de
preparación del espectáculo, y la autora se vio obligada
a eliminar varios fragmentos por falta de tiempo para
ensayar7. En cualquier caso, desde su planteamiento inicial la pieza ya estaba pensada de modo fragmentario:
No parlis amb estranys se compone, al fin y al cabo,
de una serie de historias independientes –que comparten
7
Durante las funciones del espectáculo, los textos de estos fragmentos
descartados fueron expuestos en el vestíbulo de la sala para que el público los leyera o pudiera escucharlos en voz de los actores a través de
varias pantallas. La autora, además, añadió una explicación de lo sucedido como introducción a aquella exposición montada de urgencia.
Dichos fragmentos también pueden leerse, tanto en el libro del espectáculo como en el teatro reunido de la autora, como anexo a la obra. Es
decir: las circunstancias socioeconómicas acabaron condicionando de
tal manera la forma definitiva de No parlis amb estranys que, incluso
en el texto que ha quedado fijado como definitivo, estos fragmentos
han quedado excluidos del cuerpo central de la pieza.
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la voluntad de rememorar el pasado–, trenzadas en un
lienzo teatral complejo y aleatorio. No en vano, la obra
lleva por subtítulo Fragments de memòria, y en las notas
iniciales la autora especifica que “L’ordre de les escenes no cal que sigui necessàriament el de l’espectacle
final. Les peces d’aquest trencaclosques poden canviar
d’ordre” [2019: 162]. El carácter azaroso y fragmentario
de la obra no responde tanto a una voluntad lúdica o experimental como a la voluntad de generar una pieza polifónica, urdida a partir de retazos de un pasado –ficticio
en ocasiones, verosímil siempre– al cual solo podemos
tener acceso de manera incompleta. Para reforzar esta
sensación de precariedad, los personajes que pueblan la
obra carecen, también, de nombres propios: en el texto
aparecen mencionados de manera genérica, como “El
noi jove” o “La dona nerviosa”, o definidos a través de
una característica o una palabra clave para entender su
función en la pieza: “La dona ‘Horror vacui’”, “La dona
‘Llistes’”, “La dona ‘Perdó per exisitir””, etc. Tornero
dispone un tablero de juego que traduce, en el plano espectacular, los vacíos y los silencios generados por el
olvido8.
El prólogo a la edición original de No parlis amb
estranys viene firmado por la psicóloga clínica y psicoanalista Anna Miñarro, quien también trabajó como
asesora en el montaje. Que Tornero decidiera que el libro de su texto fuera precedido por la presentación de
una psicóloga especializada en transmisión de memoria
en lugar de alguien vinculado con el mundo del teatro o
de la literatura en general funciona como una pista paratextual e indica la relevancia que la autora le dio, en este
caso, a la documentación. En el anexo a la obra, Tornero
menciona explícitamente que ha asumido la necesidad
de “fer sortir a la llum aquestes pàgines esborrades de la
nostra historia que com a ciutadans d’aquest país tenim
el dret –i el deure– de conèixer” [2019: 205]. Existe, por
parte de la autora, el reconocimiento explícito de la responsabilidad social de “sacar a la luz” –es decir, extraer
de las sombras– el pasado reciente. La misma Miñarro
empieza su prólogo hablando de No parlis amb estranys
en tanto que “treball d’investigació convertit en art teatral” [2013: 7], sugiriendo que la pieza no carece de
ambiciones, podríamos decir, científicas. Miñarro añade
que la obra aborda “la persistència de la memòria”, que
“afecta les vides personals dels qui van patir situacions
traumàtiques, i la de les generacions que els segueixen”
[2013: 8]. Quizá la historia que ilustra de una manera
más explícita esta transmisión intergeneracional de la
memoria es la de El noi “Monstres”, un chico que cuenta que, cuando tenía cuatro años, se ahogaba por las noches. “Et despertaves amb uns malsons terribles. Eres al
mig d’un camp, tot voltat de monstres. Els monstres et
8
Cabe mencionar, en este sentido, que en el teatro catalán posterior
a la dictadura existe una particular abundancia de piezas teatrales
cuyos dramatis personae carecen de nombre propio. Es el caso de
piezas tan significativas como Després de la pluja (Después de la
lluvia), de Sergi Belbel (1995), Desig (Deseo), de Josep Maria Benet i Jornet (2000), o Barcelona, mapa d’ombres (Barcelona, mapa
de sombras), de Lluïsa Cunillé (2005), por citar tres de los grandes
nombres de la escena catalana contemporánea. Los motivos de esta
carencia de nombres propios, sin embargo, no tienen nada que ver
con los de Helena Tornero.
19
miraven amb uns ulls grans i rodons. Volies cridar, però
no podies.” [2019: 169]
Este fragmento de memoria (el número 2 de la
obra) pertenece a una serie de fragmentos superpuestos
en una polifonía de voces, que Tornero agrupa bajo el
título “Generacions”. En la escena 2, la autora especifica que se trata de voces de la “Tercera generació”;
estas voces vuelven a aparecer en la escena 12, el siguiente fragmento de “Generacions” que, en este caso,
según la autora, recoge los testimonios de la “Segona
generació”, aunque aquí el chico de los monstruos no
aparece: hay, en esta historia, un vacío generacional.
La regresión finaliza en la escena 21, cuando llegamos
a la “Primera generació”. Aquí, dice la acotación previa, los actores de cada una de las historias se dirigen
directamente al público y se miran entre ellos: con este
reconocimiento del otro se genera la ilusión de una coherencia, de unas voces que rellenan el vacío de varias
generaciones; además, al romper con la cuarta pared y
observar al público, los intérpretes incorporan a los espectadores en el diálogo. El teatro, aquí, no solo ofrece
la posibilidad de dejar atrás el olvido y completar el
mosaico de la memoria, sino también, al incorporar al
público en el relato a través de su reconocimiento, vincula el pasado con el presente.
El chico de los monstruos reaparece en este fragmento de la primera generación. Ahora, sin embargo, el actor
ya no interpreta al chico, sino que lo interpela: con el
salto generacional, el chico de los monstruos se ha desplazado fuera del cuerpo del intérprete, que ha pasado de
referirse a él en primera persona del singular a hacerlo
en segunda persona. El intérprete cuenta que llevaron al
chico a una doctora, quien le pidió que dibujara los supuestos monstruos: “Per a tu eren monstres d’ulls grans
i rodons. Per a ells la imatge era molt clara. Eren homes.
Homes amb màscares de gas. Màscares antigues, com
les que es van fer servir a la guerra” [2019: 201]. Esta
revelación lleva a la confesión del abuelo de la familia:
la ruptura del silencio une los eslabones separados por
el salto generacional. Hasta este momento, el abuelo no
había querido explicarle a la familia que su hermano había muerto en la guerra a los dieciséis años, en 1938,
ahogado por las bombas en el frente de Balaguer (Lleida). “El teu avi no n’havia parlat mai: el record era tan
dolorós que l’havia esborrat de la memòria.” [2019:
201, énfasis mío] Una vez revelado el trauma, es posible
su reparación: las pesadillas del chico de los monstruos
cesan en el momento en el que la familia realiza un funeral en la memoria de su tío abuelo, comenta el actor,
antes de abandonar la escena y sentarse entre el público,
imposibilitando cualquier posibilidad de desconexión o
distancia.
Según me comentó la autora en una conversación
privada, la historia del chico de los monstruos está basada de manera muy libre en un informe psiquiátrico
real9. En cualquier caso, este fragmento sirve para ilus9
En palabras de la propia Tornero: “Totes les històries estan basades
en una realitat, de vegades en casos reals, però són ficcions perquè
me les he inventades. El cas del noi dels monstres és, en realitat, el
d’una nena francesa de quatre anys. Es tracta d’un cas clínic […]
que vaig trobar en un llibre d’estudis sobre genealogia crítica. […]
20
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trar, de manera gráfica, la transmisión intergeneracional de la memoria que defienden tanto Miñarro como
Tornero. Labanyi especifica que “those responsible for
the ‘recovery of historical memory’ in Spain today are
the grandchildren of the generation that lived through
the war, who have reacted against their parents’ silence, which perpetuated the silence of the first generation”
[2009: 25]. Esta generación –la generación de Tornero–
no es solo la que asume, como comenta la autora en el
anexo a la obra, la responsabilidad de dejar atrás el olvido, sino también la que, como ilustra este fragmento de
memoria, puede sufrir las consecuencias de no reparar
los agravios sufridos dos generaciones atrás: si bien esta
generación no vivió en primera persona ni la guerra ni
la posguerra, sí que le afecta de manera directa el olvido
social e institucional de los eventos.
Pero en No parlis amb estranys no solo las personas
son portadoras potenciales de memoria. La obra presenta, también, objetos que ocultan algún tipo de mensaje
críptico, que, nuevamente, la generación de los nietos
tiene que descifrar si quiere desenterrar el pasado del
olvido. “Història d’un armari”, que se inicia en la escena
4, comienza con un descubrimiento, cuando uno de los
dos hermanos recuerda que, de niño, se quedó atrapado
en el inmenso armario de la casa de la abuela, que pertenecía a la familia. De nuevo, como sucede con el chico
de los monstruos, el pasado se cuela en el presente a
través de las pesadillas, el espacio indómito en el que la
imaginación se abre al inconsciente. “Vaig tenir un malson terrible. […] Havia somiat que l’armari era ple de
morts”, dice el hermano, a lo que su hermana responde
que, al escucharle, “era com si la casa sencera estigués
gemegant. Feia basarda.” [2019: 171] Esta comparación
de la hermana nos da una pista importante para entender
lo que, en realidad, está sucediendo: de alguna manera, no es como si la casa gimiera, sino que la casa está
realmente –de nuevo, gracias a el poder evocativo de la
palabra en escena– gimiendo. Poco después, un vecino
que ha visto llorar al hermano le dice que “Als morts no
els agrada que els robin les seves coses” [2019: 172],
así que en la siguiente escena (5) el hermano le pregunta a la abuela por el armario. “L’àvia de vegades no hi
sentia, però d’altres vegades ho feia veure”, comenta la
hermana [2019: 173], sacando a colación uno de los temas que se van repitiendo, en distintas variaciones, a lo
largo de la pieza: el rechazo a saber, la preferencia por
el olvido. Ante las respuestas vagas de la abuela, el hermano añade que dentro del armario ha encontrado una
fecha y un nombre, el de la familia Martí –Tornero parece insinuar aquí que bajo la sepultura de silencio siemA partir d’aquest cas concret, vaig prendre la decisió de traslladar
la historia a un altre context” (conversación por correo electrónico
del 27 de diciembre de 2021). Resulta interesante cómo Tornero
reelabora historias de otros contextos para pensar la herencia de la
memoria en España –el caso en el que se inspira la historia narra la
herencia del trauma de la Primera Guerra Mundial–, y quizá también
podría resultar problemático si pensamos en términos de la supuesta especificidad del caso español, que exige un trato epistemológico
diferente de las tensiones entre memoria y olvido. No olvidemos,
sin embargo, que parte de esta necesidad de postolvido se nutre de
la capacidad de los autores para rellenar los huecos que han dejado
décadas de silencio.
pre quedan residuos de memoria. Es entonces cuando el
abuelo hace acto de presencia en la habitación, después
de escucharlo todo en las sombras, dispuesto a hablar.
El abuelo explica que la casa pertenecía originalmente
a la familia Martí, cuyos integrantes tuvieron que irse
al exilio, a Francia primero y después, probablemente,
a Alemania, donde probablemente murieron: las décadas de silencio hacen que historias como la de la familia
Martí tengan que explicarse a partir de la especulación
y la duda [2019: 174-175]. Ante esta incertidumbre, la
hermana prefiere asumir que los Martí murieron en algún campo de concentración:
La germana: Vull dir que potser és millor per a
nosaltres que hagin mort tots. No me n’alegro, Déu
meu, no, però si no fossin morts, ara tu i jo tindríem
un problema.
eL germà: Quin problema?
La germana: Imagina’t que un dia es presenten aquí i
et demanen la casa. La nostra casa. La casa pairal, la
casa on hem viscut tota la vida.
eL germà: Però no és la nostra casa.
La germana: Per a tu potser no, però per a mi sí que ho
és. I si ara ve una persona i em diu que hagi de marxar,
que haig de deixar la meva casa, perquè fa, –quant fa,
seixanta anys, setanta?–, perquè fa setanta anys que
ells hi van viure, doncs què vols que et digui, jo li diria
que no, que no marxava. M’entens?
eL germà: Però imagina’t el que podria ser per a l’altra
persona. Poder tornar a la casa dels seus avis. Les seves
arrels. Poder-ho explicar. Tancar les ferides. No ho sé,
jo ho veig… no ho sé. Curatiu.
[2019: 175, énfasis mío]
Las últimas palabras del hermano ilustran bien la
idea de postolvido, palpable a lo largo de No parlis amb
estranys y crucial para entender el texto. Se trata de encontrar la manera de interpretar los trazos que nos ha
dejado el pasado oculto, reconstruir las ruinas de la historia, estimular un diálogo con las pocas personas que
vivieron la guerra y la posguerra y, a través de la palabra
en tanto que opuesta al silencio, cerrar unas heridas que,
al contrario de lo que se había venido argumentando
desde 1977, todavía continúan abiertas para muchos. Dicho de otro modo, si Adorno, en sus famosas reflexiones
sobre la estética y el Holocausto, afirmó que “escribir un
poema después de Auschwitz es barbarie, y esto corroe
también al conocimiento que dice por qué hoy es imposible escribir poemas” [2008: 25], la España del siglo
XXI, a medida que se aleja de los eventos dolorosos que
empañaron buena parte del siglo anterior, exige exactamente lo contrario: hablar, escribir, entender y purgar.
No escribir poemas, novelas, obras de teatro después de
Belchite, de la Batalla del Ebro, de Guernica, es envenenarse de derrota10.
10
Si bien la guerra y la posguerra española exigen, como ya hemos dicho, un tratamiento diferente del de los estudios sobre el Holocausto,
resulta interesante ver cómo ambos se relacionan –de manera a veces
opuesta– con respecto a cuestiones como la dicotomía entre lenguaje
y silencio. George Steiner, por ejemplo, apuesta por el silencio, que
sirve como metáfora de los límites de la representación que ofrece el
lenguaje, e investiga cómo los artistas alemanes exploran otros lengua-
Fanlo, I. Talía. Rev. estud. teat. 4, 2022: 15-22
En las escenas de la Historia de un armario, los personajes del hermano y la hermana representan las dos
maneras distintas –opuestas, de hecho– de plantearse
qué hacer respecto al pasado: la dicotomía entre memoria y olvido. Por un lado, la hermana prefiere no conocer la historia que se oculta detrás de la inscripción
en el armario, y cuando la historia sale a la luz prefiere
asumir que nadie de aquella familia sobrevivió. Lo que
importa es que, ahora, esta casa les pertenece, dice. La
casa, aquí, podría funcionar como una metonimia de un
país que prefiere desoír a los fantasmas que, en el fragmento de memoria, menciona el vecino. Por otro lado,
el hermano cree que el conocimiento es “curativo” y
ofrece la posibilidad de “cerrar heridas”. A medida que
el fragmento de memoria avanza hasta su final, Tornero va despojándolo del humor que –fundamentalmente
a través del personaje grotesco de la hermana– hace
más digerible la historia y le da también una evolución
discursiva11. El desenlace de la Historia del armario se
desenvuelve entre la reconciliación y el desencuentro:
lo que para unos supone resolución, para otros implica insatisfacción. Al final de la escena 5 sabemos que
el hermano ha logrado contactar con una nieta de los
Martí: se sabe entonces que una de las hijas de los exiliados había logrado escaparse a América. Y en la escena 7, la última de la Historia del armario, la nieta les
visita. La hermana da por sentado que esta intrusa va a
hacer todo lo posible por recuperar la casa que le había
sido arrebatada a su familia, pero en realidad, la única
petición que tiene para los actuales propietarios de la
casa es se cuelguen una placa, en la que se mencione,
uno por uno, a los miembros de la antigua familia que
vivió en la casa, con la coda “La família i els amics
us recorden” [2019: 180]. Este recuerdo incomoda, por
supuesto, a la hermana, porque la placa conmemorativa, lugar de memoria paradigmático, explicita la historia de una usurpación:
La germana: […] tinc tot el dret a que no m’agradi
tenir això penjat allà tot el dia, a la vista de tothom.
Què pensaran de nosaltres, la gent?
eL germà: Pensaran que no tenim por de la veritat.
La germana: […] La gent pensarà que els avis van ser
uns malparits que van robar la casa a uns altres!
eL germà: I no és això el que va passar?
11
jes como son la música o las matemáticas. El silencio, sin embargo,
tiene, para Steiner, unas consecuencias que pueden hacernos pensar a
las que venimos explorando en este ensayo. “Olvidar el pasado. Trabajar. Alcanzar la prosperidad. La nueva Alemania pertenece al futuro”,
afirma en un texto escrito en 1959 [1990: 149]. Más adelante, respecto a las dificultades a las que se enfrentaban los escritores alemanes
de posguerra a la hora de escribir en un idioma “corrompido” por el
régimen Nazi, Steiner afirma: “Todo se olvida. Pero no un idioma.
Cuando se ha llenado de falsedad sólo puede depurarlo la verdad más
imperiosa. Sin embargo, la historia de posguerra del idioma alemán
ha sido la historia del disimulo y el olvido deliberados. El recuerdo de
los horrores pasados ha sido desarraigado a conciencia. Pero a un alto
precio.” [1990: 150] Las reflexiones de Steiner sobre el olvido indican
que, pese a que Alemania sí tuvo sus actos reparativos, el país no se
libró completamente de estas dinámicas silenciadoras.
Isabel Marcillas, en su artículo sobre la dramaturgia de Helena Tornero en el que habla de No parlis amb estranys, también menciona el
“registre canviant de l’obra, que passa del drama a l’humor perquè la
tensió de certs moments siga més suportable” [2018: 169].
21
La germana: Però les coses es poden dir amb més…
elegància.
[2019: 181]
Ante la imposibilidad del olvido –una vez la historia
se conoce ya no puede volver a desconocerse–, la hermana se inclina por el eufemismo. Al final, sin embargo,
los hermanos no consiguen ponerse de acuerdo con el
mensaje de la placa, y cuando el hermano trata de persuadirla de que es necesario reparar el ultraje que cometieron sus abuelos, que “se aprovecharon” de la guerra
para apropiarse de la casa, la hermana le retrae que él,
que creció cómodamente en aquella casa, también sacó
provecho de la guerra, introduciendo, de manera acaso
involuntaria, una cuestión clave para entender la herencia transgeneracional de la memoria –o el olvido– y
sus consecuencias: tanto los descendientes de los vencedores como de los vencidos son –somos– herederos
de aquella violencia. Y si las consecuencias del evento
están presentes, podríamos decir que el evento en sí, de
alguna manera, también lo está.
Siguiendo la premisa formulada por George Steiner, que afirmaba que un acontecimiento tan devastador
como el Holocausto no se podía explicar únicamente a
través del lenguaje, Tornero alterna, en No parlis amb
estranys –a través de los fragmentos llamados “Història
d’una fotografia”–, la representación del texto con la
proyección y la narración de imágenes: algunas de ellas
son fotografías antiguas, tomadas durante la posguerra –por ejemplo, la primera fotografía del fragmento
11, que habla del “hombre de la Plaça de Catalunya”–;
otras son fotografías actuales, a menudo de lugares que
deberían funcionar como memoriales de la guerra y la
posguerra pero que, siguiendo la tónica del pacto del
olvido, ocultan su pasado –por ejemplo, la imagen de
El Corte Inglés de la Avenida Diagonal de Barcelona,
construido sobre una antigua cárcel de mujeres durante
el franquismo–. Isabel Marcillas afirma que estos fragmentos fotográficos “ens remeten a locacions espacials
tangibles, immediatament relacionables amb els llocs de
memòria”, y añade que las imágenes proyectadas van
más allá de la mera ilustración de los espacios materiales
que retratan: representan, también, “la noció abstracta,
simbòlica, destinada a fer palesa la dimensió rememorada d’aquests objectes” [2018: 170]. Siguiendo a Marcillas, podríamos decir que las imágenes –especialmente
las de archivo–, desvinculadas de su propósito original,
representan afectos que transcienden la especificidad el
recuerdo que retratan, así como, en el caso de los recuerdos personales, la subjetividad del evento retratado.
Tornero concluye No parlis amb estranys con dos de
estas fotografías. Se trata de dos imágenes de su abuelo:
de nuevo nos encontramos con el salto generacional que
mencionaba Labanyi. Podemos deducir que el hombre
que aparece en las proyecciones –hablo de la producción
original del TNC– es el abuelo real de Tornero porque en
la dedicatoria la autora especifica que había sido, entre
otras cosas, carpintero, carretero y cartero [2019: 163],
exactamente como el hombre de la fotografía en este último fragmento de memoria. Al fin y al cabo, en este
momento de la obra, la cuarta pared ya ha caído y el resto de los actores se encuentran sentados entre el público,
22
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completando la disolución de las fronteras entre espectadores y evento escénico, es decir, entre el presente y el
pasado que se ha venido invocando en escena12.
La mujer anónima que, en este último fragmento, se
dirige directamente al público, especifica que aquel hombre está cambiado entre la primera y la segunda imagen
porque entre ambas fotografías “han passat una guerra,
la mort d’un germà de setze anys al front, la presó i dos
anys de servei militar. Tot això només en aquest espai
no retratat, no documentat, que un dia el meu avi va començar a omplir de paraules” [2019: 202]. El derecho y
el deber de conocer el pasado que menciona la dramaturga en el anexo a la obra deriva en la responsabilidad
de llenar este “espacio no retratado, no documentado”:
los espacios de silencio generados por olvido. El teatro del postolvido rastrea entre las ruinas y trata de reconstruir las historias borradas, a través de intuición, del
rescate de documentos precarios y del uso de la imaginación. No es casualidad que la obra finalice con una
mención al olvido: “Una vegada, vaig prometre al meu
avi que un dia compartiria la seva història. I una promesa és una promesa. No us ho havia dit? Perdoneu. Potser
me n’he oblidat. Ens han ensenyat tan bé, en aquest
país, a oblidar les coses.” [2019: 203] Responsabilidad,
promesa, precariedad o duda, flujo intergeneracional de
afectos, resistencia frente al pacto del olvido: este es el
territorio inestable en el que se mueven las ficciones del
postolvido.
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12
En mi conversación con Helena Tornero, la autora me explicó que
esta escena fue, en realidad, una de las primeras que escribió de No
parlis amb estranys. Tornero escribió este fragmento en una residencia creativa en Quebec (Canadá), no para presentarlo originalmente
en el montaje, sino para explicar el conflicto de la guerra y la posguerra españolas a un público que no estaba familiarizado con ellas.
Sin embargo, comenta Tornero, el fragmento generó reacciones tan
positivas que la autora decidió, finalmente, incorporarlo a la pieza.