LEXICOGRAFÍA ACADÉMICA DEL SIGLO XIX:
MACROESTRUCTURA Y ORTOGRAFÍA
NATALIA TERRÓN VINAGRE
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Universitat Autònoma de Barcelona
LEXICOGRAFÍA ACADÉMICA
DEL SIGLO XIX:
MACROESTRUCTURA Y
ORTOGRAFÍA
NATALIA TERRÓN VINAGRE
TESIS DOCTORAL DIRIGIDA POR LA
DRA. GLORIA CLAVERÍA NADAL
Doctorado en Filología Española
Departamento de Filología Española
Facultad de Filosofía y Letras
Universitat Autònoma de Barcelona
Bellaterra, 2020
LEXICOGRAFÍA ACADÉMICA DEL SIGLO XIX:
MACROESTRUCTURA Y ORTOGRAFÍA
NATALIA TERRÓN VINAGRE
TESIS DOCTORAL DIRIGIDA POR LA
DRA. GLORIA CLAVERÍA NADAL
Doctorado en Filología Española
Departamento de Filología Española
Facultad de Filosofía y Letras
Universitat Autònoma de Barcelona
Bellaterra, 2020
El desarrollo de la presente tesis doctoral ha sido posible gracias a una beca predoctoral
de personal investigador novel (FI-DGR 2017) concedida por la Agència de Gestió i
Ajuts Universitaris i de Recerca (AGAUR) de la Generalitat de Catalunya (2017-2021) y
gracias a las ayudadas concedidas para los siguientes proyectos de investigación
dirigidos por la Dra. Gloria Clavería Nadal:
Ayudas concedidas por la DGICYT:
«Historia interna del Diccionario de la lengua castellana de la Real Academia
Española en el siglo XIX (1869-1899)» (n.º de referencia PGC2018-094768-BI00).
«Historia interna del Diccionario de la lengua castellana de la Real Academia
Española en el siglo XIX (1817-1852)» (n.º de referencia: FFI2014-51904-P).
Ayudas concedidas por el Comissionat per Universitats i Recerca de la Generalitat de
Catalunya:
«Grup de lexicografia i Diacronia» (n.º de referencia 2017 SGR 1251)
A mis padres, Juani y Ángel,
por ser los pilares que me sostienen.
A mi abuelo, Luís,
porque de él heredé la pasión por la lengua.
AGRADECIMIENTOS
Siempre había escuchado que la elaboración de una tesis doctoral es un trabajo solitario,
pero lo cierto es que a lo largo de estos cuatro años me he sentido muy acompañada y he
contado con el apoyo de muchas personas. Por este motivo, quiero dar las gracias a
todos los que han estado a mi lado en este camino y han seguido de cerca mis pasos.
En primer lugar, quiero expresar mi más sincera gratitud a la directora de esta
tesis, la Dra. Gloria Clavería, por confiar en mí desde el principio. Hace nueve años que
asistí por primera vez a su clase de historia de la lengua y el entusiasmo con el que me
descubrió este campo hizo que fuese para mí un referente a seguir. Quiero agradecerle
que me haya iniciado en el mundo de la investigación, que me haya orientado en todo
momento y que siempre haya estado dispuesta a prestarme su ayuda y a ofrecerme su
apoyo. Gracias, Gloria, por tus sabios consejos y por dejarme aprender tanto de ti.
En segundo lugar, debo agradecer al profesor Dr. Félix San Vicente que aceptara
la tutorización de mi tesis doctoral durante los meses en los que realicé la estancia de
investigación en la Università di Bologna, fue para mí una experiencia muy valiosa.
También quiero darle las gracias por ponerme en contacto con la Dra. Ana Lourdes De
Hériz, quien mostró un gran interés en el proyecto aquí desarrollado.
Durante estos años he contado con el apoyo de mis compañeros del Seminario de
Filología e Informática de la Universitat Autònoma de Barcelona, que me han animado
y me han acompañado en todo el proceso. Especialmente, quiero mostrar mi gratitud al
Dr. Joan Torruella por sus palabras de aliento en los momentos difíciles, por el cariño
con el que me ha tratado y por regalarme lo más preciado, su tiempo. Gracias también a
la Dra. Cristina Buenafuentes por estar siempre dispuesta a resolverme cualquier duda y
por los buenos momentos que hemos compartido, a la Dra. Carolina Julià por apoyarme
desde el primer día que llegué al seminario y por sus consejos, y no solamente a nivel
académico sino también personal, a la Dra. Marta Prat y a la Dra. Laura Muñoz por sus
mensajes de ánimo que tanto me han servido y a M.ª Ángeles Blanco por su interés en
esta tesis y por ayudarme siempre que lo he necesitado.
Quiero destacar el papel fundamental que han desempeñado mis compañeros de
batalla y amigos, el Dr. Joseph García y la Dra. Alba Igarreta, sin vosotros no hubiese
sido lo mismo. Gracias a los dos por compartir conmigo los largos días en el seminario,
por las charlas y los abrazos tan cálidos que tanto he necesitado, por celebrar juntos los
logros conseguidos y por estar ahí siempre. En estos últimos años he contado también
con el apoyo de Emma Gallardo y de Erica Carriet, a quienes les agradezco el ánimo
que me han transmitido y el soporte mutuo en este aprendizaje como investigadoras.
Es imprescindible que me detenga a dar las gracias a mis amigos, Laura, Dani,
Vita, Jessica, Javi, Judith y Manuela, y a mis amigas extremeñas porque siempre he
podido contar con su apoyo. Los momentos que he vivido con cada uno de ellos han
sido esenciales y me han dado fuerzas para continuar. Me gustaría destacar el papel de
Laura por escuchar pacientemente cada una de las partes de este trabajo, por aguantar
mis agobios y por estar conmigo incondicionalmente. También quiero dar las gracias a
mis compañeras de piso y de confinamiento, Núria y Mireia, que en estos últimos y
difíciles meses han convivido día a día con esta tesis. No puedo olvidarme de todos los
amigos que hice durante mi estancia en Forlì, en especial, de Ana y Giovanni, quienes
me hicieron sentir como en casa y me alegraron las frías tardes de esos meses de
invierno. De Forlì me llevo a la persona más importante, Davide, que llegó a mi vida en
el momento preciso e iluminó mi camino. Gracias por estar a mi lado, aunque a veces
nos separen miles de quilómetros, por darme tu apoyo, por sacarme siempre una sonrisa
y, sobre todo, per condividere con me gioie e dolori. Grazie di cuore.
Por último, no tengo palabras para agradecer a mi familia todo el cariño que me
ha transmitido. Gracias a mi abuela, a mis tíos y a mis primas por animarme siempre. Se
merece una especial mención Ana por ser una gran luchadora. Gracias también a Paqui
y a Mari por seguir de cerca esta tesis y celebrar conmigo cada pequeño logro.
Todos los agradecimientos anteriores no tendrían sentido sin aludir a mis padres,
Juani y Ángel, y a mi hermana, Lourdes. Vosotros sois el sustento que ha permitido que
hoy esté escribiendo estas líneas y que haya llegado hasta aquí. Gracias por entender y
apoyarme en todas mis decisiones y por no soltarme nunca de la mano.
A todos, gracias.
ÍNDICE
ÍNDICE
ADVERTENCIAS ........................................................................................................................... 15
RESUMEN..................................................................................................................................... 16
PREMESSA ................................................................................................................................... 18
1. INTRODUCCIÓN ........................................................................................................................ 21
2. OBJETIVOS ............................................................................................................................... 24
3. HIPÓTESIS ................................................................................................................................ 26
CAPÍTULO 1
LA TEORÍA LEXICOGRÁFICA, EL DICCIONARIO Y LA CONFIGURACIÓN DE LA
MACROESTRUCTURA
INTRODUCCIÓN............................................................................................................................ 29
1. LA TEORÍA LEXICOGRÁFICA O METALEXICOGRAFÍA ............................................................... 29
1.1. La lexicografía como disciplina lingüística ..................................................................... 30
1.2. Aportación de los modelos lingüísticos teóricos a la lexicografía................................... 38
1.3. La metalexicografía en el ámbito hispánico: de la práctica a la teoría .......................... 46
2. EL DICCIONARIO ...................................................................................................................... 56
2.1. El concepto de diccionario ............................................................................................... 57
2.2. Tipos de diccionarios ....................................................................................................... 62
2.3. Tipos de diccionarios según la organización de la macroestructura .............................. 71
3. LA MACROESTRUCTURA DEL DICCIONARIO ............................................................................ 75
3.1. El concepto de macroestructura: partes y terminología .................................................. 76
3.2. El lema y la unidad de codificación lexicográfica ........................................................... 87
3.2.1. El uso de la palabra como unidad lexicográfica ........................................................ 87
3.2.2. Otros tipos de unidades léxicas ................................................................................. 92
3.2.2.1. Elementos ligados .............................................................................................. 93
3.2.2.2. Unidades fraseológicas ....................................................................................... 94
3.3. Coordenadas de la lematización ...................................................................................... 98
3.3.1. Lematización y ortografía ......................................................................................... 99
7
ÍNDICE
3.3.2. Lematización y gramática ....................................................................................... 110
3.3.2.1. Morfología flexiva............................................................................................ 111
A) La flexión nominal ................................................................................................ 111
B) La flexión verbal ................................................................................................... 119
3.3.2.2. Morfología léxica: los derivados ...................................................................... 125
3.3.2.3. Palabras gramaticales ....................................................................................... 128
3.3.2.4. Límites categoriales.......................................................................................... 131
3.3.3. Homonimia y polisemia .......................................................................................... 132
3.4. El lemario: criterios de selección .................................................................................. 136
4. RECAPITULACIÓN .................................................................................................................. 140
CAPÍTULO 2
METODOLOGÍA
INTRODUCCIÓN.......................................................................................................................... 144
1. FUENTES PRIMARIAS.............................................................................................................. 145
1.1. Siglo XVIII ...................................................................................................................... 148
1.1.1. Obras lexicográficas académicas ............................................................................ 148
1.1.2. Obras ortográficas académicas ................................................................................ 149
1.1.3. Obras de autores externos a la Academia ................................................................ 150
1.1.3.1. Obras lexicográficas ......................................................................................... 150
1.1.3.2. Obras ortográficas ............................................................................................ 151
1.2. Siglo XIX ........................................................................................................................ 152
1.2.1. Obras lexicográficas académicas ............................................................................ 153
1.2.2. Obras ortográficas académicas ................................................................................ 154
1.2.2.1. Ortografía de la lengua castellana .................................................................. 154
1.2.2.2. Prontuario de ortografía de la lengua castellana ............................................ 155
1.2.2.3. Gramática de la lengua castellana .................................................................. 157
1.2.3. Obras de autores externos a la Academia ................................................................ 158
1.2.3.1. Obras lexicográficas ......................................................................................... 158
1.2.3.2. Obras ortográficas ............................................................................................ 160
1.3. Recapitulación................................................................................................................ 161
2. BASES METODOLÓGICAS DEL ANÁLISIS DE LOS DATOS ......................................................... 161
2.1. Delimitación cronológica ............................................................................................... 162
8
ÍNDICE
2.2. Extracción y sistematización de los datos ...................................................................... 165
2.2.1. Variantes gráficas .................................................................................................... 169
2.2.2. Cambios gráficos ..................................................................................................... 173
2.2.3. Las erratas gráficas en los lemas ............................................................................. 178
2.3. Estudio contrastivo......................................................................................................... 181
3. RECAPITULACIÓN .................................................................................................................. 184
CAPÍTULO 3
LA LABOR LEXICOGRÁFICA Y ORTOGRÁFICA DE LA REAL ACADEMIA
ESPAÑOLA EN EL SIGLO XIX
INTRODUCCIÓN.......................................................................................................................... 186
1. LA COMPLEMENTARIEDAD DEL DICCIONARIO Y LA ORTOGRAFÍA ........................................ 186
2. LA LABOR LEXICOGRÁFICA DE LA REAL ACADEMIA ESPAÑOLA .......................................... 191
2.1. El siglo XVIII.................................................................................................................. 192
2.1.1. El origen de la lexicografía académica: el Diccionario de autoridades.................. 194
2.1.2. Del Diccionario de autoridades al diccionario usual .............................................. 202
2.2. El siglo XIX .................................................................................................................... 207
2.2.1. Primeras décadas del siglo XIX: la autonomía del diccionario usual ..................... 210
2.2.2. Los años centrales del siglo XIX: resurgimiento de las labores lexicográficas
académicas ........................................................................................................................ 217
2.2.3. Finales del siglo XIX: renovación del diccionario usual......................................... 222
2.2.4. Recapitulación ......................................................................................................... 229
2.3. La lexicografía no académica y su relación con el diccionario académico .................. 230
2.3.1. La lexicografía no académica en el siglo XVIII...................................................... 231
2.3.2. La lexicografía no académica en el siglo XIX ........................................................ 233
2.3.3. Recapitulación ......................................................................................................... 243
3. LA LABOR ORTOGRÁFICA DE LA REAL ACADEMIA ESPAÑOLA ............................................. 244
3.1. Periodización de la ortografía del español .................................................................... 246
3.2. La ortografía académica en el siglo XVIII ..................................................................... 252
3.3. El siglo XIX: la oficialización de la ortografía académica............................................ 260
3.4. Las ortografías no académicas ...................................................................................... 270
3.4.1. Reformas ortográficas en España ............................................................................ 271
3.4.2. Reformas ortográficas en América .......................................................................... 273
4. RECAPITULACIÓN .................................................................................................................. 275
9
ÍNDICE
CAPÍTULO 4
CAMBIOS EN LA MACROESTRUCTURA DEL DRAE 1803-1899: LA
INTERDEPENDENCIA ENTRE EL DICCIONARIO Y LA ORTOGRAFÍA
INTRODUCCIÓN.......................................................................................................................... 278
1. LA REPRESENTACIÓN GRÁFICA DE LOS FONEMAS DEL ESPAÑOL A TRAVÉS DEL DICCIONARIO
................................................................................................................................................... 278
1.1. Cambios en la escritura de las vocales .......................................................................... 279
1.1.1. Cambios en la escritura del fonema vocal cerrado anterior (i e y) .......................... 280
1.1.1.1. El siglo XVIII: gestación de las ideas ortográficas de la Academia ................ 282
1.1.1.2. El siglo XIX: la norma ortográfica a través del diccionario ............................. 286
1.1.2. Cambios en la escritura del fonema vocal cerrado posterior (u y v) ....................... 288
1.1.3. Recapitulación ......................................................................................................... 291
1.2. Cambios en la escritura de las consonantes .................................................................. 292
1.2.1. Cambios en la escritura del fonema bilabial sonoro (b y v) .................................... 292
1.2.1.1. El siglo XVIII: gestación de las ideas ortográficas de la Academia ................ 297
1.2.1.2. El siglo XIX: la norma ortográfica a través del diccionario ............................. 303
1.2.1.3. Recapitulación .................................................................................................. 326
1.2.2. Cambios en la escritura del fonema oclusivo velar sordo (c, k y q) ........................ 327
1.2.2.1. El siglo XVIII: gestación de las ideas ortográficas de la Academia ................ 329
1.2.2.2. El siglo XIX: la norma ortográfica a través del diccionario ............................. 334
1.2.2.3. Recapitulación .................................................................................................. 341
1.2.3. Cambios en la escritura del fonema fricativo interdental sordo (c/ç y z) ................ 342
1.2.3.1. El siglo XVIII: gestación de las ideas ortográficas de la Academia ................ 345
1.2.3.2. El siglo XIX: la norma ortográfica a través del diccionario ............................. 354
1.2.3.3. Recapitulación .................................................................................................. 366
1.2.4. Cambios en la escritura del fonema fricativo velar sordo (g, j y x)......................... 368
1.2.4.1. El siglo XVIII: gestación de las ideas ortográficas de la Academia ................ 371
1.2.4.2. El siglo XIX: la norma ortográfica a través del diccionario ............................. 378
A) Posición inicial e interior intervocálica ............................................................... 379
B) Posición de coda final .......................................................................................... 403
1.2.4.3. Recapitulación .................................................................................................. 409
1.2.5. Cambios en la escritura del fonema vibrante múltiple ............................................ 411
1.2.5.1. El siglo XVIII: gestación de las ideas ortográficas de la Academia ................ 411
10
ÍNDICE
1.2.5.2. El siglo XIX: la norma ortográfica a través del diccionario ............................. 414
1.2.5.3. Recapitulación .................................................................................................. 418
1.2.6. Cambios en la escritura de h ................................................................................... 418
1.2.6.1. El siglo XVIII: gestación de las ideas ortográficas de la Academia ................ 423
1.2.6.2. El siglo XIX: la norma ortográfica a través del diccionario ............................. 430
1.2.6.3. Recapitulación .................................................................................................. 440
1.2.7. Cambios en la escritura de los dígrafos con h ......................................................... 442
1.2.7.1. El siglo XVIII: gestación de las ideas ortográficas de la Academia ................ 443
1.2.7.2. El siglo XIX: la norma ortográfica a través del diccionario ............................. 447
1.2.7.3. Recapitulación .................................................................................................. 448
1.2.8. Cambios en la escritura de las consonantes dobles ................................................. 449
1.2.8.1. El siglo XVIII: gestación de las ideas ortográficas de la Academia ................ 450
1.2.8.2. El siglo XIX: la norma ortográfica a través del diccionario ............................. 455
1.2.8.3. Recapitulación .................................................................................................. 457
1.2.9. Cambios en la escritura de los grupos consonánticos cultos ................................... 457
1.2.9.1. El siglo XVIII: gestación de las ideas ortográficas de la Academia ................ 461
1.2.9.2. El siglo XIX: la norma ortográfica a través del diccionario ............................. 463
A) Grupo -bs+C- ....................................................................................................... 465
B) Grupo -ct- ............................................................................................................. 468
C) Grupo -ns+C- ....................................................................................................... 469
D) Grupo -pt- ............................................................................................................ 472
E) Grupo -sc-............................................................................................................. 474
F) Grupo -x+C- ......................................................................................................... 476
1.2.9.3. Recapitulación .................................................................................................. 483
2. CONTRIBUCIÓN DE LAS EDICIONES DEL DICCIONARIO DEL SIGLO XIX EN EL PROCESO DE
FIJACIÓN ORTOGRÁFICA ............................................................................................................ 485
2.1. DRAE 1803 (4.ª edición) ................................................................................................ 486
2.1.1. Cambios en la escritura del fonema bilabial sonoro................................................ 487
2.1.2. Cambios en la escritura del fonema oclusivo velar sordo ....................................... 488
2.1.3. Cambios en la escritura del fonema fricativo interdental sordo .............................. 488
2.1.4. Cambios en la escritura de la h................................................................................ 490
2.1.5. Cambios en la escritura de los dígrafos con h ......................................................... 490
2.1.6. Cambios en la escritura de las consonantes dobles ................................................. 491
11
ÍNDICE
2.1.7. Cambios en la escritura de los grupos consonánticos cultos ................................... 491
2.1.8. Recapitulación ......................................................................................................... 492
2.2. DRAE 1817 (5.ª edición) ................................................................................................ 493
2.2.1. Cambios en la escritura del fonema vocal cerrado anterior .................................... 494
2.2.2. Cambios en la escritura del fonema bilabial sonoro................................................ 494
2.2.3. Cambios en la escritura del fonema oclusivo velar sordo ....................................... 495
2.2.4. Cambios en la escritura del fonema fricativo interdental sordo .............................. 495
2.2.5. Cambios en la escritura del fonema fricativo velar sordo ....................................... 497
2.2.6. Cambios en la escritura de la h................................................................................ 498
2.2.7. Cambios en la escritura de los grupos consonánticos cultos ................................... 498
2.2.8. Recapitulación ......................................................................................................... 499
2.3. DRAE 1822 (6.ª edición) ................................................................................................ 500
2.3.1. Cambios en la escritura del fonema fricativo interdental sordo .............................. 501
2.3.2. Cambios en la escritura del fonema fricativo velar sordo ....................................... 502
2.3.3. Cambios en la escritura del fonema vibrante múltiple ............................................ 502
2.3.4. Cambios en la escritura de la h................................................................................ 502
2.3.5. Cambios en la escritura de las consonantes dobles ................................................. 503
2.3.6. Cambios en la escritura de los grupos consonánticos cultos ................................... 503
2.3.7. Recapitulación ......................................................................................................... 504
2.4. DRAE 1832 (7.ª edición) ................................................................................................ 504
2.4.1. Cambios en la escritura del fonema bilabial sonoro................................................ 505
2.4.2. Cambios en la escritura del fonema fricativo interdental sordo .............................. 505
2.4.3. Cambios en la escritura del fonema fricativo velar sordo ....................................... 506
2.4.4. Recapitulación ......................................................................................................... 506
2.5. DRAE 1837 (8.ª edición) ................................................................................................ 507
2.5.1. Cambios en la escritura del fonema bilabial sonoro................................................ 507
2.5.2. Cambios en la escritura del fonema fricativo velar sordo ....................................... 508
2.5.3. Cambios en la escritura de los grupos consonánticos cultos ................................... 508
2.5.4. Recapitulación ......................................................................................................... 509
2.6. DRAE 1843 (9.ª edición) ................................................................................................ 509
2.6.1. Cambios en la escritura del fonema fricativo interdental sordo .............................. 510
2.6.2. Cambios en la escritura del fonema fricativo velar sordo ....................................... 511
2.6.3. Cambios en la escritura de los grupos consonánticos cultos ................................... 511
12
ÍNDICE
2.6.4. Recapitulación ......................................................................................................... 511
2.7. DRAE 1852 (10.ª edición) .............................................................................................. 512
2.7.1. Cambios en la escritura del fonema bilabial sonoro................................................ 513
2.7.2. Cambios en la escritura del fonema fricativo interdental sordo .............................. 513
2.7.3. Cambios en la escritura del fonema fricativo velar sordo ....................................... 513
2.7.4. Recapitulación ......................................................................................................... 514
2.8. DRAE 1869 (11.ª edición) .............................................................................................. 514
2.8.1. Cambios en la escritura del fonema oclusivo velar sordo ....................................... 515
2.8.2. Cambios en la escritura del fonema fricativo interdental sordo .............................. 515
2.8.3. Cambios en la escritura del fonema fricativo velar sordo ....................................... 516
2.8.4. Cambios en la escritura de los grupos consonánticos cultos ................................... 516
2.8.5. Recapitulación ......................................................................................................... 517
2.9. DRAE 1884 (12.ª edición) .............................................................................................. 518
2.9.1. Cambios en la escritura del fonema bilabial sonoro................................................ 519
2.9.2. Cambios en la escritura del fonema fricativo interdental sordo .............................. 520
2.9.3. Cambios en la escritura del fonema fricativo velar sordo ....................................... 520
2.9.4. Cambios en la escritura del fonema vibrante múltiple ............................................ 521
2.9.5. Cambios en la escritura de la h................................................................................ 521
2.9.6. Cambios en la escritura de los grupos consonánticos cultos ................................... 521
2.9.7. Recapitulación ......................................................................................................... 522
2.10. DRAE 1899 (13.ª edición) ............................................................................................ 523
2.10.1. Cambios en la escritura del fonema bilabial sonoro.............................................. 523
2.10.2. Cambios en la escritura del fonema oclusivo velar sordo ..................................... 523
2.10.3. Recapitulación ....................................................................................................... 524
2.11. Líneas de evolución de la ortografía en la lexicografía académica ............................ 524
CONCLUSIONES ................................................................................................................... 527
CONCLUSIONI ...................................................................................................................... 537
BIBLIOGRAFÍA ..................................................................................................................... 547
13
ÍNDICE
ANEJOS 1
ANEJO 1. LISTA ALFABÉTICA DE FORMAS CON CAMBIOS GRÁFICOS
ANEJO 2. FORMAS CON CAMBIOS GRÁFICOS CLASIFICADAS POR EDICIONES
ANEJO 3. FORMAS CON CAMBIOS GRÁFICOS CLASIFICADAS POR FENÓMENOS
ANEJO 4. FORMAS CON CAMBIOS GRÁFICOS CLASIFICADAS POR EDICIONES Y FENÓMENOS
1
Los anejos se encuentran ubicados en la página web del proyecto de investigación «Historia interna
del Diccionario de la lengua castellana de la Real Academia Española (1817-1899)» en la pestaña
dedicada a las tesis doctorales (https://draesxix.wixsite.com/draesxix/tesis). También se puede acceder al
PDF que contiene los anejos mediante el enlace que se ha vinculado a esta palabra.
14
ADVERTENCIAS
En la transcripción de los pasajes de los diccionarios, ortografías o gramáticas citadas,
se acentúa, se puntúa y se utilizan las grafías y las mayúsculas del original. Se utiliza la
negrita para enfatizar alguna parte del pasaje citado. Asimismo, se prescinde de la
indicación de la moción de género en los lemas en las enumeraciones cuando no es
absolutamente necesario.
En los ejemplos del texto se han empleado dos signos diferentes para distinguir entre
cambio gráfico y variante gráfica. El símbolo > representa un cambio gráfico, es decir,
cuando una forma se sustituye por otra. La barra (/), en cambio, siguiendo la OLE
(2010: 426), representa una variante gráfica, es decir, cuando una palabra alterna con
otra. Finalmente, los períodos de vigencia de las formas gráficas se han indicado con los
años de las ediciones del diccionario. Cuando estos años aparecen separados por un
guion se entiende que las formas están en todas las ediciones que comprende desde la
primera edición indicada hasta la última (casa 1729-2014). Cuando el año de edición
aparece separado por una coma se entiende que hay una discontinuidad en la aparición
de dicha forma en el diccionario académico (abanicazo 1770-1822, 1884-2014).
15
RESUMEN
La presente tesis doctoral constituye un avance en el estudio del castellano del siglo
XIX, período correspondiente al español moderno según lo estipulado por las
investigaciones actuales sobre historia e historiografía de la lengua española (cfr.
Martínez Alcalde 2010a; Zamorano 2012; Ramírez Luengo 2012; Melis y Flores 2015a;
Carpi y García Jiménez 2017). El estudio que se ha realizado es una aportación a la
historia de la lexicografía, por un lado, y a la historia de la ortografía del español, por el
otro. En concreto, contribuye a la reconstrucción del proceso de fijación del sistema
ortográfico del español a través del análisis de las reformas en la macroestructura de las
diez ediciones decimonónicas del diccionario académico: 1803 (4.ª ed.), 1817 (5.ª ed.),
1822 (6.ª ed.), 1832 (7.ª ed.), 1837 (8.ª ed.), 1843 (9. ª ed.), 1852 (10.ª ed.), 1869 (11.ª
ed.), 1884 (12.ª ed.) y 1899 (13.ª ed.).
Para conseguir dicho objetivo, se ha aplicado un nuevo modelo de investigación
que concibe el diccionario como una fuente fundamental para historiar la ortografía, ya
que proporciona una perspectiva diversa y complementaria a la de las obras ortográficas
y gramaticales (cfr. Martínez Alcalde 2010a; Quilis Merín 2009, 2010a; Alcoba 2012).
La ortografía es parte constitutiva del propio diccionario, puesto que el repertorio léxico
ofrece información ortográfica desde una doble vertiente, como obra metalingüística, en
la que se transmiten observaciones de carácter ortográfico sobre las palabras, y como
texto, en el que se presenta una muestra de la lengua del momento de su confección. Por
lo tanto, las obras lexicográficas son necesarias para obtener una panorámica completa
de la historia de la ortografía.
Los datos que se han analizado comprenden la totalidad de las macroestructuras
de las diez ediciones del diccionario de la Academia publicadas en el siglo XIX, los
cuales se han clasificado en variantes gráficas y cambios gráficos (cfr. capítulo 2). Se ha
ampliado el análisis con el contraste de las diversas obras ortográficas tanto académicas
como no académicas cuyos presupuestos teóricos han ayudado a comprender la práctica
aplicada en el repertorio léxico. El examen ha permitido conocer las ideas ortográficas
propuestas por la Academia en el diccionario y su evolución a lo largo del siglo XIX,
16
una labor que no se ha realizado hasta la fecha en ninguna investigación, puesto que no
existen estudios de conjunto sobre toda la centuria decimonónica que determinen el
papel del diccionario en el proceso de consolidación ortográfica. Como se comprobará,
el siglo XIX desempeña una función concluyente dentro de la tradición lexicográfica y
ortográfica, ya que, por un lado, quedan sentadas las bases de la lexicografía académica
moderna y, por el otro, sucede la oficialización de la ortografía del español (cfr. capítulo
3).
El estudio que se ha desarrollado aporta datos categóricos para la reconstrucción
de la historia de la lexicografía y de la historia de la ortografía del español. Las dos
vertientes metodológicas empleadas —(1) la evolución interna de cada fenómeno y (2)
la contribución a la ortografía de cada una de las ediciones decimonónicas del repertorio
académico— han verificado la importancia del diccionario como promotor de la fijación
ortográfica del español desde la solución individual de las palabras, puesto que la propia
forma gráfica del lema señala la escritura recomendada de cada vocablo (cfr. capítulo
4).
17
PREMESSA
Questa tesi di dottorato costituisce un progresso nello studio del castigliano del XIX
secolo, periodo corrispondente allo spagnolo moderno secondo quanto stipulato dalle
ricerche attuali sulla storia e storiografia della lingua spagnola (cfr. Martínez Alcalde
2010a; Zamorano 2012; Ramírez Luengo 2012; Melis e Flores 2015a; Carpi e García
Jiménez 2017). Lo studio svolto è, da un lato, un contributo alla storia della
lessicografia e, dall’altro, alla storia dell’ortografia dello spagnolo. Nello specifico,
contribuisce alla ricostruzione del processo di fissaggio del sistema ortografico dello
spagnolo attraverso l’analisi delle riforme nella macrostruttura delle dieci edizioni
ottocentesche del dizionario accademico: 1803 (4.ª ed.), 1817 (5.ª ed.), 1822 (6.ª ed.),
1832 (7.ª ed.), 1837 (8.ª ed.), 1843 (9. ª ed.), 1852 (10.ª ed.), 1869 (11.ª ed.), 1884 (12.ª
ed.) e 1899 (13.ª ed.).
Per raggiungere questo scopo, è stato applicato un nuovo modello di indagine che
concepisce il dizionario come una fonte fondamentale per la storia dell’ortografia,
giacché fornisce un punto di vista differente e complementare rispetto alle opere
ortografiche e grammaticali (cfr. Martínez Alcalde 2010a; Quilis Merín 2009, 2010a;
Alcoba 2012). L’ortografia è una parte costitutiva del dizionario stesso, dal momento
che il repertorio lessicale offre l’informazione ortografica da una doppia angolazione:
come opera metalinguistica, secondo la quale si trasmettono osservazioni di carattere
ortografico sulle parole, e come testo, in cui si presenta un campione della lingua nel
momento della sua elaborazione. Pertanto, le opere lessicografiche sono necessarie per
ottenere una panoramica completa della storia dell’ortografia.
I dati analizzati, classificati in varianti grafiche e cambiamenti grafici (cfr.
capitolo 2), comprendono la totalità delle macrostrutture delle dieci edizioni del
dizionario dell’Accademia pubblicate nel XIX secolo. L’analisi è stata ampliata con il
confronto tra le varie opere ortografiche, sia accademiche che non, i cui principi teorici
hanno aiutato a comprendere la prassi applicata nel repertorio lessicale. L’esame ha
permesso di conoscere le idee ortografiche proposte dall’Accademia nel dizionario e la
loro evoluzione durante il XIX secolo; un’opera mai realizzata finora in nessun lavoro
18
di ricerca, dacché non esistono studi d’insieme sul centennio ottocentesco che
determinino il ruolo del dizionario nel processo di consolidamento ortografico. Come si
potrà vedere, il XIX secolo compie una funzione irrefutabile nella tradizione
lessicografica e ortografica, dato che, da una parte, in esso si pongono le basi della
lessicografia
accademica
moderna
e,
dall’altra,
subentra
l’ufficializzazione
dell’ortografia dello spagnolo (cfr. capitolo 3).
Lo studio eseguito apporta dati decisivi alla ricostruzione della storia della
lessicografia e della storia dell’ortografia dello spagnolo. I due aspetti metodologici
utilizzati —(1) l’evoluzione interna di ogni fenomeno e (2) il contributo all’ortografia di
ciascuna delle edizioni ottocentesche del repertorio accademico— hanno confermato
l’importanza del dizionario come promotore del fissaggio ortografico dello spagnolo fin
dalla soluzione individuale delle parole, giacché la forma grafica stessa del lemma
indica la scrittura raccomandata per ogni vocabolo (cfr. capitolo 4).
19
INTRODUCCIÓN, OBJETIVO E HIPÓTESIS
1. INTRODUCCIÓN
La presente tesis doctoral se constituye en base a dos pilares fundamentales: el siglo
XIX, por un lado, período en el que se publicaron diez ediciones del Diccionario de la
lengua castellana de la Real Academia Española, y la macroestructura del repertorio
léxico, por el otro, eje vertebrador del diccionario en el que intervienen cuestiones
básicas de la lengua y plantea sobrados problemas tanto de orden teórico como práctico
(cfr. Rey-Debove 1971; Bergenholtz y Tarp 1995; Porto Dapena 2002; Béjoint 2010).
En concreto, la tesis se centra en la función de la ortografía en la configuración de la
macroestructura y su repercusión en la lematización de las voces. Se pretende conocer el
papel del diccionario en el proceso de fijación de la ortografía del español a través del
examen de las reformas en la macroestructura de las distintas ediciones decimonónicas,
puesto que las palabras como «predicados gráficos» son un fiel reflejo de las normas
ortográficas de la época (cfr. Catach 1989). Este estudio, además, permite indagar en la
relación entre el diccionario y la ortografía, historia que «está aún en buena parte por
desentrañar» (Blanco et al. 2019: 136).
Es, por lo tanto, esta tesis una aportación a la historia de la lengua española, por
un lado, y a la historiografía de la lingüística, por el otro, ya que los textos académicos
constituyen una inestimable fuente de información para el conocimiento de la lengua.
En particular, este estudio contribuye a la reconstrucción del castellano en el siglo XIX,
etapa correspondiente al español moderno según lo estipulado por las investigaciones
actuales sobre la historia y la historiografía de la lengua. Así se plantea, por ejemplo, en
la monografía coordinada por Zamorano (2012) —Reflexión lingüística y lengua en la
España del XIX: marcos, panoramas y nuevas aportaciones—, en el volumen de
Ramírez Luengo (2012) —Por sendas ignoradas. Estudios sobre el español del siglo
XIX— y en el libro editado por Melis y Flores (2015a) —El siglo XIX. Inicio de la
tercera etapa evolutiva del español—. También han contribuido a esclarecer la
complejidad lingüística de este período de la historia los trabajos resultantes de los
encuentros de Brno (2014), reunidos en el monográfico una cercana diacronía opaca:
estudios sobre el español del siglo XIX (2015), de Pisa (2016), publicados en el libro
Herencia e innovación en el español del siglo XIX (Carpi y García Jiménez 2017), y de
21
INTRODUCCIÓN, OBJETIVO E HIPÓTESIS
Sevilla (2018), Tradiciones discursivas y tradiciones idiomáticas en la historia del
español moderno. En estos estudios se ha replanteado la consideración de la centuria
decimonónica dentro de la periodización tradicional del español, siglo que tiene una
importancia mucho mayor de la que se le había otorgado, entre otras cuestiones, porque
en esta etapa tiene lugar la definitiva modernización del sistema lingüístico (cfr. Melis,
Flores y Bogard 2003; Melis y Flores 2015a y 2015b; véase capítulo 2, § 2.1.).
Para llevar a cabo la investigación que se pretende se ha considerado necesario
estructurar la tesis en cuatro capítulos. Todos ellos se inician con una introducción en la
que se aportan las claves básicas de la constitución del capítulo y se cierran con una
recapitulación.
El primero, titulado «la teoría lexicográfica, el diccionario y la configuración de la
macroestructura», constituye una detallada introducción sobre los aspectos teóricos de
la lexicografía teniendo en cuenta estudios tanto hispánicos como del ámbito europeo.
Se ha desarrollado la evolución que ha experimentado la lexicografía teórica, la cual
emerge de la propia práctica de elaborar diccionarios, la influencia que han ejercido los
modelos teóricos del lenguaje en la confección de repertorios léxicos y el cultivo de la
metalexicografía en España que desde su origen ha estado entrelazado con la práctica.
Se ha incidido de manera especial en la macroestructura, parte que siempre ha estado
eclipsada por la complejidad de la microestructura a la que se han dedicado un mayor
número de estudios. Asimismo, se ha indagado tanto en la naturaleza y concepción de la
macroestructura como en los parámetros que intervienen en su configuración, los cuales
se forjan a partir de la intersección de aspectos ortográficos, gramaticales y semánticos.
Este capítulo aporta las bases teóricas sobre las que se fundamenta la investigación.
El segundo capítulo, titulado «metodología», está dedicado a detallar el proceso
de análisis que se ha seguido en la tesis. Se ha aplicado un nuevo modelo de examen
que concibe el diccionario como un recurso fundamental, complementario a los tratados
ortográficos y gramaticales, para historiar la ortografía. Este enfoque, sugerido de una
manera teórica en el trabajo de Catach (1989), en el que se describieron los repertorios
lexicográficos como «les principaux porteurs de norme», se ha practicado recientemente
en los estudios de Martínez Alcalde (2006, 2007 y 2010b), Quilis Merín (2009, 2010a,
22
INTRODUCCIÓN, OBJETIVO E HIPÓTESIS
2010b y 2013a) y Alcoba (2012). En estas investigaciones se aportan nuevas formas de
aproximarse a la información lexicográfica. Los resultados que se han obtenido son de
gran relevancia para la constatación de los cambios fónicos y gráficos en la historia del
español. Como se ha comprobado en los trabajos indicados y se evidenciará a lo largo
de la tesis, los diccionarios son imprescindibles para obtener una panorámica completa
de la historia de la ortografía, especialmente, como se demostró en Terrón (2018a), los
publicados por la Academia, ya que sus obras eran un referente en el territorio hispánico
incluso antes de oficializarse su doctrina a mediados del siglo XIX. Los datos que se
han examinado comprenden la totalidad de las macroestructuras de las diez ediciones
decimonónicas del diccionario de la Academia. La recopilación ha sido posible gracias
a las herramientas informáticas con las que cuenta actualmente la filología, las cuales,
como han recordado Clavería y Freixas (2018b: 117), «han cambiado ostensiblemente
las posibilidades de investigación en el campo de la lexicología y de la lexicografía del
español».
El tercer capítulo, titulado «la labor lexicográfica y ortográfica de la Real
Academia Española», constituye un marco esencial para el desarrollo del análisis. Se ha
evidenciado desde una perspectiva teórica la relación del diccionario y la ortografía,
vínculo especialmente importante en el contexto académico debido a la triple labor
codificadora de la lengua que se pretendía llevar a cabo (léxica, ortográfica, gramatical).
Asimismo, se ha desarrollado la historia del diccionario académico, por un lado, y de la
ortografía, por el otro, no solamente en la centuria que comprende la tesis, sino que ha
sido necesario remontarse al siglo anterior, pues ambos forman parte de un continuo
evolutivo en el trayecto hacia la oficialización de la ortografía del español. Para ello, ha
sido necesario realizar una exhaustiva revisión de la bibliografía existente sobre los
textos académicos desde las primeras ediciones publicadas en el siglo XVIII. También
se ha prestado atención a las obras elaboradas por autores ajenos a la corporación como
parte integrante de un mismo contexto histórico y lingüístico.
El cuarto capítulo, titulado «cambios en la macroestructura del DRAE 1803-1899:
la interdependencia entre el diccionario y la ortografía», es el núcleo de la investigación
desarrollada. Se divide en dos bloques que se corresponden con las dos perspectivas
23
INTRODUCCIÓN, OBJETIVO E HIPÓTESIS
metodológicas que se han adoptado para llevar a cabo el estudio. El primer apartado se
ha enfocado desde el punto de vista de la evolución interna de cada uno de los
fenómenos que presenta variabilidad gráfica en las ediciones del diccionario publicadas
en el siglo XIX. En la segunda parte se han expuesto los cambios en materia ortográfica
introducidos en la macroestructura de cada una de las ediciones decimonónicas del
repertorio académico. Esta doble perspectiva de análisis ha permitido conocer, por un
lado, la evolución de cada fenómeno a lo largo del siglo XIX y, por el otro, la relevancia
de cada edición en particular para la consolidación ortográfica.
Finalmente, en las «conclusiones» se compila el conjunto de los resultados que se
han ido extrayendo de cada uno de los capítulos destacando las particularidades más
relevantes de cada apartado. En esta sección, además, se refutan o validan las hipótesis
que se plantean al comienzo de la investigación. Los resultados obtenidos son de gran
utilidad para el conocimiento de la lexicografía española y para averiguar el papel del
diccionario en el proceso de fijación del sistema ortográfico del español. Asimismo, se
exponen nuevas vías de estudio que se han abierto con el desarrollo de la presente tesis.
Es necesario hacer referencia a los anejos 2 donde se reúnen según varios criterios
el elenco de las formas léxicas que han cambiado su escritura en alguna de las ediciones
decimonónicas del diccionario académico.
2. OBJETIVOS
Los contenidos de la presente tesis, expuestos anteriormente, se van a organizar en torno
a tres objetivos generales vinculados a los capítulos señalados, que, a su vez, se
concretan en varios propósitos específicos:
(1) El primero, detallar los aspectos teóricos de la lexicografía mediante el
compendio de las aportaciones bibliográficas referentes a la materia. De un
modo específico, se pretende conseguir:
2
Los anejos se encuentran ubicados en la página web del proyecto de investigación «Historia interna
del Diccionario de la lengua castellana de la Real Academia Española (1817-1899)» en la pestaña
dedicada a las tesis doctorales (https://draesxix.wixsite.com/draesxix/tesis). También se puede acceder al
PDF que contiene los anejos mediante el enlace que se ha vinculado a esta palabra.
24
INTRODUCCIÓN, OBJETIVO E HIPÓTESIS
a. Situar los diccionarios estudiados dentro de la historia de la lexicografía.
b. Delimitar el concepto de la macroestructura y valorar las características
propias de esta parte del diccionario.
c. Establecer una tipología de las modificaciones metodológicas que
afectan a la configuración de la macroestructura que permita clasificar
los datos de la investigación.
(2) El segundo, contribuir a la reconstrucción del español en el siglo XIX mediante
la fijación de la historia de la relación del diccionario y de la ortografía de la
Real Academia Española, la cual está todavía en buena medida por realizar. Para
cumplir con este propósito general, se han definido los objetivos específicos que
se exponen a continuación:
a. Contribuir a la reconstrucción de la historia del Diccionario de la lengua
castellana de la Real Academia Española.
b. Contribuir a la reconstrucción de la historia de los tratados ortográficos
de la Real Academia Española.
(3) El tercero, analizar la interdependencia entre el diccionario y la ortografía de la
Real Academia Española en el siglo XIX en la confección de la macroestructura,
labor que no se ha realizado hasta la fecha en ninguna investigación, ya que no
existen estudios que determinen el papel del diccionario académico en el
proceso de consolidación del sistema ortográfico del español. Para ello, se han
planteado los siguientes objetivos específicos:
a. Analizar la evolución interna de cada uno de los fenómenos gráficos que
presenta variabilidad en las ediciones del diccionario publicadas en el
siglo XIX.
b. Examinar particularmente la relevancia y contribución de cada una de las
diez ediciones del diccionario académico publicadas en el siglo XIX para
la consolidación ortográfica.
25
INTRODUCCIÓN, OBJETIVO E HIPÓTESIS
c. Fijar las líneas evolutivas de la ortografía en la lexicografía académica
del siglo XIX.
3. HIPÓTESIS
Con relación a los objetivos señalados, las hipótesis iniciales que se plantean como
punto de partida de la investigación son las siguientes. Estas se validarán o se refutarán
en las conclusiones.
(1) Sobre los aspectos teóricos de la lexicografía:
a. Los modelos teóricos lingüísticos que surgen en España en el siglo XIX
influyen en las ediciones del diccionario académico.
b. En la confección de la macroestructura de la obra lexicográfica
intervienen cuestiones que conciernen a la ortografía, a la gramática y a
la semántica.
(2) Sobre la relación del diccionario y la ortografía:
a. La historia del diccionario académico está vinculada a la de la ortografía
desde los inicios de la corporación y durante todo el siglo XIX.
b. Las reflexiones ortográficas que se plantean en el diccionario forman una
continuidad con la ortografía.
(3) Sobre la interdependencia entre el diccionario y la ortografía de la Real
Academia Española en el siglo XIX en la confección de la macroestructura:
a. Las modificaciones ortográficas que se producen a lo largo de la historia
de la Academia influyen de manera directa en la reforma y configuración
de la macroestructura del diccionario.
b. El diccionario actúa como sancionador de las reformas ortográficas que
se proponen en las ortografías académicas.
26
INTRODUCCIÓN, OBJETIVO E HIPÓTESIS
c. Las innovaciones en materia ortográfica que se anuncian en el prólogo
del diccionario emergen de los cambios realizados en el interior de la
obra.
d. Los cambios en materia ortográfica incluidos en el diccionario implican
una pérdida de variación gráfica del sistema académico precedente.
En definitiva, esta tesis doctoral es importante para el conocimiento y estudio de
la lexicografía académica decimonónica. En concreto, esta investigación contribuye a
determinar el papel del diccionario de la Academia en el proceso de fijación ortográfica
del español mediante las modificaciones en la macroestructura y desde una perspectiva
de análisis que concibe el repertorio léxico como un herramienta esencial para historiar
la ortografía.
27
CAPÍTULO 1
LA TEORÍA LEXICOGRÁFICA, EL DICCIONARIO Y LA
CONFIGURACIÓN DE LA MACROESTRUCTURA
CAPÍTULO 1. LA TEORÍA LEXICOGRÁFICA, EL DICCIONARIO Y LA CONFIGURACIÓN DE LA
MACROESTRUCTURA
INTRODUCCIÓN
El presente capítulo constituye una detallada introducción a la teoría lexicográfica,
ámbito disciplinario al que se adscribe la tesis. Los tres bloques en los que se divide, la
metalexicografía (§ 1.), el diccionario (§ 2.) y la macroestructura (§ 3.), enmarcan desde
una perspectiva teórica la investigación que se llevará a cabo.
El primer apartado (§ 1.) se centra en el origen y desarrollo de la metalexicografía
cuyo nacimiento es posterior a la práctica lexicográfica, la cual cuenta con una larga
tradición. La teoría lexicográfica emana de la propia labor de confeccionar diccionarios
y sus áreas de estudio han evolucionado en función de los repertorios lexicográficos que
se han publicado. Esto se percibe en un producto como el diccionario académico, ya que
en cada nueva edición se formulan propuestas de mejora respecto a la técnica empleada
en la anterior y genera una exhaustiva bibliografía en la que se disecciona cada uno de
los aspectos de la obra.
El segundo epígrafe (§ 2.) está dedicado al diccionario, lo que permite delimitar la
fuente en la que se basa la investigación. Se incide en su naturaleza y características, las
cuales se pueden extraer a través de las tipologías que se han propuesto desde el origen
de la metalexicografía y que actualmente se han revisado en función de las innovaciones
que presentan los productos lexicográficos electrónicos.
Finalmente, el tercer apartado (§ 3.) se basa en la macroestructura del diccionario
general monolingüe, que, como se ha expuesto en la introducción, es uno de los pilares
sobre los que se vertebra esta tesis. La macroestructura influye de manera directa en el
concepto de diccionario. El análisis de las modificaciones metodológicas que afectan a
su configuración permite situar los datos que se analizarán en este estudio.
1. LA TEORÍA LEXICOGRÁFICA O METALEXICOGRAFÍA
La compilación de diccionarios es una labor antigua, pues ha estado presente en nuestra
cultura desde la Edad Media con la aparición de los primeros glosarios latinos en los
que se recogían «interpretaciones de palabras más o menos difíciles o explicaciones de
voces poco usuales» (García Turza y García Turza 1997: 172). Sin embargo, el estudio
29
CAPÍTULO 1. LA TEORÍA LEXICOGRÁFICA, EL DICCIONARIO Y LA CONFIGURACIÓN DE LA
MACROESTRUCTURA
teórico de los repertorios es muy posterior y emana de la propia práctica lexicográfica,
ya que tenía como objetivo exponer los problemas que surgían en la confección de las
obras y desarrollar propuestas de mejora. Se considera que el siglo XIX es el período en
el que se empezó a tener consciencia de la importancia de la reflexión lingüística previa
a la elaboración del diccionario (cfr. Hausmann 1989: 216; Alvar Ezquerra 1993a: 215 y
2014-2015: 35; Álvarez de Miranda 2011c). Desde entonces, la teoría lexicográfica ha
ido ampliando sus áreas de investigación y actualmente se está de acuerdo en afirmar
que la metalexicografía proporciona la base lingüística y la coherencia interna a todo
producto lexicográfico (cfr. Azorín 2003: 43; Rundell 2012: 49; Béjoint 2000: 5).
En este apartado se desarrolla la evolución que ha experimentado la lexicografía
teórica desde su origen. En primer lugar, se discute el estatus de la lexicografía y se
exponen las diferentes posturas que han adoptado los lingüistas acerca de su área
disciplinar (§ 1.1.). En segundo lugar, se hace referencia a la influencia que han ejercido
en la práctica lexicográfica las corrientes lingüísticas surgidas desde el siglo XIX y se
pone de manifiesto el grado de independencia de la lexicografía (§ 1.2.). Por último, se
lleva a cabo un recorrido por el desarrollo de la metalexicografía en España, la cual ha
estado estrechamente vinculada desde sus inicios a la vertiente práctica (§ 1.3.).
1.1. La lexicografía como disciplina lingüística
El concepto teórico de la lexicografía es relativamente moderno, aunque la vertiente
práctica cuenta con una larga tradición. En el ámbito hispánico, Terreros (1786-1793)
fue el primer autor que recogió la voz lexicografía en su diccionario y la definió como
el «arte de la ordenacion de un Diccionario» (Terreros 1786-1793: s. v. lexicografía).
Por lo tanto, la designación lexicografía en su origen solamente hacía referencia a la
parte práctica de la disciplina.
La Real Academia Española, por su parte, no registró la voz lexicografía hasta la
edición del diccionario de 1869 y le otorgó un estatus científico 3 que en la siguiente
3
Cabe destacar que Domínguez fue el primero, y el único en el siglo XIX, en definir la lexicografía,
en su primera acepción, como una parte de la lingüística: «Parte de la lingüística ó de la filología, que
30
CAPÍTULO 1. LA TEORÍA LEXICOGRÁFICA, EL DICCIONARIO Y LA CONFIGURACIÓN DE LA
MACROESTRUCTURA
desapareció. En 1869 aparecía definida como la «ciencia o estudio del lexicógrafo»
(DRAE 1869: s. v. lexicografía), entendido este como «el colector de todos los vocablos
que han de entrar en un léxico, y también el que se ocupa en estudios de lexicografía»
(DRAE 1869: s. v. lexicógrafo). Por lo tanto, se tuvo en cuenta una parte de la vertiente
teórica, aunque por poco tiempo, ya que en la edición siguiente de 1884 se definió como
el «arte de componer léxicos ó diccionarios, ó sea de coleccionar todas las palabras de
un idioma y descubrir y fijar el sentido y empleo de cada una de ellas» (DRAE 1884: s.
v. lexicografía). Esta definición, que recoge solamente la parte práctica de la disciplina,
se mantuvo sin modificaciones hasta 1970. Por lo tanto, la concepción tradicional de la
lexicografía permaneció durante casi todo el siglo XX 4.
También en la edición de 1869 se recogió por primera vez el término lexicología,
cuyo objeto de estudio, según la definición propuesta, estaba relacionado con la práctica
lexicográfica:
lexicología. Tratado ó estudio especial de lo relativo á la analogía ó
etimología de los vocablos, sobre todo bajo el concepto de haber de entrar
estos en un léxico ó diccionario (DRAE 1869-1970: s. v. lexicología).
Fue con la lingüística estructural a mediados del siglo XX cuando se concibió la
lexicología como la disciplina que aportaba la base teórica a la lexicografía. Esta idea
fue defendida por Casares (1950: 10), quien señaló que la lexicografía era «la aplicación
práctica de los conocimientos proporcionados por la lexicología», por lo que la primera
estaba supeditada a la segunda. El estrecho vínculo entre la lexicología y la lexicografía
se hacía evidente al compartir ambas disciplinas el mismo objeto de estudio, el léxico,
aunque tratado desde perspectivas distintas. Por lo tanto, el desarrollo de la lexicografía
en esta época todavía era independiente de la lingüística.
trata mas especialmente de las reglas observables en la composicion de los diccionarios, y de los medios
por donde se llega á descubrir y á determinar el verdadero y mas genuino sentido de las voces».
Asimismo, la tercera acepción que proponía era «Tratado de los léxicos en general; estudios o
conocimientos sobre los mejores diccionarios, etc.» (Domínguez 1846-47: s. v. lexicografía). Estas
definiciones aparecen igual en el diccionario de la editorial Gaspar y Roig.
4
También se definió igual el término lexicografía en otros diccionarios como el de Lázaro Carreter
(1953) o el de María Moliner (1966).
31
CAPÍTULO 1. LA TEORÍA LEXICOGRÁFICA, EL DICCIONARIO Y LA CONFIGURACIÓN DE LA
MACROESTRUCTURA
No fue hasta finales del siglo XX cuando la lexicografía se comenzó a concebir
como una disciplina lingüística independiente de la lexicología, por lo que amplió su
área de designación (cfr. Anglada 1991: 7). Así lo defendieron autores como Zgusta
(1971), J. Dubois y C. Dubois (1971) y Quemada (1972). En el ámbito hispánico,
Fernández Sevilla (1974: 15) fue uno de los primeros en deslindar dentro del área
disciplinar de la lexicografía dos perspectivas, aunque de una manera embrionaria. Este
lingüista diferenció una vertiente teórica, independiente de la lexicología y orientada «a
estudiar los principios que deben seguirse en la preparación de repertorios léxicos de
todo tipo», y otra práctica, destinada a la elaboración de dichas obras. Sin embargo, en
la parte teórica propuesta por estos autores, como ha observado Ahumada (1989: 37),
todavía se mezclan problemas que atañen a la lexicología (véase § 1.3.).
En esta tesis se apoyó Werner (1982: 93) para diferenciar dos perspectivas dentro
de la lexicografía y asignarle un carácter independiente de la lexicología. Por un lado, la
que se encarga de la producción de diccionarios y, por el otro, la que se centra «en el
estudio de estos y la metodología en ellos empleada». Por lo tanto, Werner (1982: 93)
diferencia entre una lexicografía de orden práctico y otra teórica que puede coincidir
con cuestiones que atañen a la lexicología. Asimismo, en la confección del diccionario
no solamente se utilizan los resultados obtenidos por la lexicología, sino que también es
necesario acudir a otras disciplinas lingüísticas como la gramática. Es precisamente el
espacio multidisciplinar de la lexicografía, la dificultad para trazar sus límites y su
naturaleza cooperativa con otras ramas de la lingüística, lo que ha puesto en duda su
estatus como ciencia. No obstante, como señala Bogaards (2010: 318), «a dependence
on other sciences does not deny an independent status to the field of lexicography». El
hecho de que en la lexicografía converjan diversas ramas de la lingüística posibilita el
análisis de los diccionarios desde distintas perspectivas.
Debido a este cambio en la concepción de la lexicografía, en 1984 se revisaron las
definiciones que aparecían en el diccionario académico, tratando ambas disciplinas con
independencia y asignando a la lexicografía su propio componente teórico:
32
CAPÍTULO 1. LA TEORÍA LEXICOGRÁFICA, EL DICCIONARIO Y LA CONFIGURACIÓN DE LA
MACROESTRUCTURA
lexicología. (Del gr. λεξικόν diccionario, y -logía) f. Estudio de las unidades
léxicas de una lengua y de las relaciones sistemáticas que se establecen entre
ellas (DRAE 1984-DLE 2014: s. v. lexicología).
lexicografía. (De lexicógrafo) f. Técnica de componer léxicos o
diccionarios. 2. Parte de la lingüística que se ocupa de los principios teóricos
en que se basa la composición de diccionarios (DRAE 1984-DLE 2014: s. v.
lexicografía).
Teniendo en cuenta estas definiciones, la lexicografía empezó a establecerse como
una disciplina lingüística cuando se le asignaron unos principios teóricos diferentes de
los de la lexicología y una metodología eficaz, además de convertirse el diccionario en
objeto de estudio. Sobre esta cuestión reflexionaron, posteriormente, algunos teóricos
como Wiegand (1984), Hausmann (1988), Ahumada (1992), Alvar Ezquerra (1993a),
Hernández (1994), y, ya en el siglo XXI, Bajo (2000), Béjoint (2000 y 2010), Azorín
(2003), Porto Dapena (2002), Bogaards (2010), Rundell (2012), Tarp (2013 y 2015),
entre otros, con el objetivo de definir de una manera más precisa el objeto de estudio de
la lexicografía.
Estos autores, como inicialmente propuso Werner (1982), están de acuerdo en
distinguir dentro de esta rama de la lingüística dos vertientes distintas: por un lado, la
lexicografía teórica o metalexicografía y, por el otro, la lexicografía práctica. El objeto
de estudio de la lexicografía práctica no presenta discrepancia entre los investigadores y
se refieren a él en el sentido más primario del término: elaboración de diccionarios. La
teoría lexicográfica, en cambio, se ha definido de distintos modos y se han incluido en
su estudio diferentes aspectos.
En el ámbito hispánico, se suele incorporar la lexicografía como una rama de la
lingüística. Sin embargo, autores como Lara (1990 y 1997) y Martínez de Sousa (1995) 5
no se muestran de acuerdo con ello, ya que consideran que se trata de una metodología.
El primero cree que la teoría se puede entender de dos maneras, por un lado, como el
«conjunto de los aspectos metódicos y técnicos que intervienen en la elaboración de los
diccionarios» y, por el otro, como el «desarrollo de un conjunto de ideas referentes a la
5
Siguen estos autores la postura defendida por Jonh M. Sinclair (1984), quien, según Azorín (2003:
39), defiende la imposibilidad de delimitar una teoría general de la lexicografía.
33
CAPÍTULO 1. LA TEORÍA LEXICOGRÁFICA, EL DICCIONARIO Y LA CONFIGURACIÓN DE LA
MACROESTRUCTURA
naturaleza de los diccionarios y de su papel en la vida social de una comunidad
lingüística» (Lara 1990: 23-24). Este lingüista defiende el carácter metodológico de la
lexicografía y señala que esta es «una disciplina que tiene por objeto definir y enseñar
los métodos y los procedimientos que se siguen para escribir diccionarios. Es decir, que
la lexicografía no es una ciencia, sino una metodología» (Lara 1997: 17). De la misma
opinión es Martínez de Sousa quien, en su Diccionario de lexicografía práctica (1995),
define la lexicografía teórica como subsidiaria de la lexicología y, por lo tanto, objeto de
estudio de los lexicólogos.
Con excepción de estas aportaciones, es común concebir la lexicografía como una
disciplina lingüística que, juntamente con la elaboración de diccionarios, se encarga de
la descripción de las propias obras y de «todo aquello que trata cuestiones generales de
la disciplina» (Alvar Ezquerra 1993a: 40). En los años ochenta el cultivo de la teoría
lexicográfica estaba en pleno auge (véase § 1.3.) y fue entonces cuando Wiegand (1984)
estableció cuatro campos de examen de la teoría lexicográfica: 1) la teoría general de la
lexicografía, 2) la historia de la lexicografía, 3) estudios sobre el uso de diccionarios y
4) la crítica de productos lexicográficos. El primero es el que más desarrolló, pues está
vinculado directamente con el proceso de elaboración de los diccionarios 6. En opinión
de este lingüista, cada una de estas cuatro «áreas contribuye a la conformación de una
teoría general de la lexicografía» (Wiegand y Fuentes 2010: 23). La teoría de Wiegand
es la que más se ha seguido en el ámbito hispánico. Posteriormente, Hausmann (1988:
80) añadió un quinto campo relacionado con las investigaciones sobre el estatus cultural
y comercial del diccionario (cfr. Azorín 2003: 41). Estos dos temas son fundamentales e
influyen de manera directa en la configuración de los repertorios léxicos y en el propio
concepto del diccionario (véase § 2.1.). Todos estos campos de estudio Quemada (1987)
los incluyó bajo lo que él denomina el nivel diccionarístico, puesto que, en su opinión,
el nivel lexicográfico se ocupa solamente «de la recogida y clasificación del léxico en
grandes bancos de datos» (Azorín 2003: 42) y es donde se estudian y determinan las
particularidades de cada pieza léxica. Por su parte, el nivel diccionarístico abarca tanto
6
Un resumen de lo que se ocupa cada una de las áreas propuestas por H. E. Wiegand se halla en el
primer capítulo, elaborado por Azorín, del manual Lexicografía española (2003: 39-42).
34
CAPÍTULO 1. LA TEORÍA LEXICOGRÁFICA, EL DICCIONARIO Y LA CONFIGURACIÓN DE LA
MACROESTRUCTURA
el diccionario, es decir, la elaboración o producción de repertorios léxicos, como todo lo
relacionado con él, lo que para otros autores es la metalexicografía 7.
Mas reciente, Porto Dapena (2002: 24), siguiendo la teoría general de Wiegand,
aunque con ligeras variaciones, ha descrito la lexicografía como la disciplina lingüística
que se ocupa de todo lo que se relaciona con los diccionarios, «tanto en lo que se refiere
a su contenido científico (estudio del léxico) como a su elaboración material y a las
técnicas adoptadas en su realización». Su propuesta de conceptualización del dominio
disciplinar de la lexicografía se puede observar en el siguiente esquema:
Imagen 1. Conceptualización del dominio disciplinar de la lexicografía
(Porto Dapena 2002: 23)
En su opinión, es difícil confundir la lexicología con la lexicografía, puesto que la
primera se encarga del léxico en general y la segunda de uno concreto y particular. La
lexicografía, por su parte, se estructura en dos vertientes relacionadas: una de carácter
descriptivo junto a otra técnica y metodológica. Por un lado, la lexicografía científica
abarca dos ejes distintos ambos destinados a los usuarios: «la descripción o estudio del
léxico realizado en los diccionarios y el análisis de los diccionarios tanto desde su punto
de vista externo o histórico como interno o descriptivo y crítico» (Porto Dapena 2002:
21). Por otro lado, la lexicografía técnica también comprende dos aspectos distintos con
un mismo destinatario, el lexicógrafo: la metodología para la confección de diccionarios
y su elaboración. Finalmente, el examen conjunto de las dos perspectivas, sin atender al
7
Para una descripción detallada de la propuesta de Quemada véase Azorín (2003: 41-42).
35
CAPÍTULO 1. LA TEORÍA LEXICOGRÁFICA, EL DICCIONARIO Y LA CONFIGURACIÓN DE LA
MACROESTRUCTURA
proceso de elaboración de las obras lexicográficas y lo que denomina diccionarios, es lo
que Porto Dapena (2002: 23) entiende como metalexicografía «cuyo objeto de estudio
es la lexicografía como producto». Es autor excluye como parte de la metalexicografía
uno de los ejes de la lexicografía científica, los diccionarios, es decir, el estudio del
léxico contenido en los repertorios. Sin embargo, este aspecto también concierne a la
metalexicografía.
Omeñaca y Haensch (2004: 34) también siguen la propuesta de Wiegand y han
señalado que la metalexicografía se encarga de estudiar «la historia de los diccionarios,
su estructura, su tipología, su finalidad, su relación con otras disciplinas […] así como
la metodología de su elaboración, y se dedica a la crítica de diccionarios». Todas estas
áreas de examen que se incluyen dentro de la teoría lexicográfica tienen la finalidad de
contribuir al perfeccionamiento de la práctica.
En opinión de Tarp (2015: 23), la teoría general de la lexicografía de Wiegand,
seguida en el ámbito hispánico, es de tipo contemplativo, «que se restringe a estudiar los
diccionarios que ya existen», y actualmente se necesita una teoría transformativa, «que,
además de estudiar lo que ya se ha hecho, también es capaz de orientar la concepción y
producción de una nueva y mejor generación de diccionarios». En este segundo tipo se
enmarca la teoría funcional de la lexicografía desarrollada por este mismo autor hace
más de una década (véase § 1.2.).
El debate sobre la concepción de la lexicografía como una ciencia independiente
sigue todavía abierto, como ha observado Tarp (2013: 113), en especial «dentro de la
tradición anglosajona». Algunos lingüistas se siguen cuestionado la existencia de una
teoría lexicográfica 8. Con relación a este asunto, Rundell (2012: 47) señala que se
hallan dos posturas encontradas, los teóricos que defienden la lexicografía como una
disciplina autónoma y los que niegan su existencia. Tarp (2015: 9) apunta un tercer
punto de vista, los que sí aceptan una teoría lexicográfica pero subordinada a las teorías
lingüísticas. Landau (2001), por ejemplo, se posiciona en el segundo grupo de lingüistas
8
En las últimas décadas, la inclusión de la lexicografía como una disciplina científica es una cuestión
tratada en los estudios europeos. En el territorio hispánico, en cambio, no existen muchas investigaciones
actuales en las que se plantee el estatus científico de la lexicografía.
36
CAPÍTULO 1. LA TEORÍA LEXICOGRÁFICA, EL DICCIONARIO Y LA CONFIGURACIÓN DE LA
MACROESTRUCTURA
que niegan que la lexicografía sea una ciencia y desarrolla esta idea en su obra
Dictionaries: The Art and Craft of Lexicography. De la misma opinión es Béjoint
(2010: 381) que «simply do not believe that there exists a theory of lexicography».
Rundell (2012: 48), en cambio, considera que «making decisions is a big part of the
lexicographer’s job» y estas decisiones tienen que estar reforzadas por aportes teóricos.
Independientemente de su condición, actualmente se piensa que los lexicógrafos
que estudian cuestiones teóricas de la lexicografía deben investigar en temas como los
siguientes (Rundell 2012: 57):
•
•
•
•
•
•
corpus design, and the appropriate use of corpus data
the relationship between lexicography and natural-language
processing (NLP)
the nature of word senses, and their relationship with syntactic and
other contextual features
the effectiveness of different approaches to defining
the lexicographic treatment of multiword expressions
the automatic extraction of lexical data from corpora
Estas premisas, como señala Rundell (2012: 57-58), son las más destacadas en la
última década, pues así se entiende la lexicografía en el sentido actual del término. Estos
temas están a la orden del día en las comunicaciones de los congresos organizados por
Euralex (European Association for Lexicography) 9. También se plantean en manuales
recientes como The Lexicography of English (2010) de Henri Béjoint o en The Oxford
Handbook of lexicography (2016) editado por Philip Durkin.
El desarrollo de la (meta)lexicografía, su renovación y los nuevos retos a los que
se enfrenta han supuesto la consideración de esta disciplina como una de las ramas de la
lingüística. Un indicio de esta evolución es la creación en el año 1983 de la European
9
Esto mismo se puede comprobar si se revisan las comunicaciones presentadas en las últimas décadas
en los congresos de Euralex (https://euralex.org/publications/). Algunos ejemplos destacados son
«Lexicography: Science without Theory?» (2010) de Bogaards, «Terminology, Phraseology, and
Lexicography» (2010) de Hanks, «It works in practice but will it work in theory? The uneasy relationship
between lexicography and matters theoretical» (2012) de Rundell, «The Role of E-lexicography in the
Confirmation of Lexicography as an Independent and Multidisciplinary Field» (2016) de Bothma et al., o
«Lexicography between NLP and Linguistics: Aspects of Theory and Practice» (2018) de Lars TarpJensen (2018).
37
CAPÍTULO 1. LA TEORÍA LEXICOGRÁFICA, EL DICCIONARIO Y LA CONFIGURACIÓN DE LA
MACROESTRUCTURA
Association for Lexicography (Euralex) y, en España, la constitución en el año 2002 de
la Asociación Española de Estudios Lexicográficos (AELex). La organización de
congresos bianuales por parte de estas asociaciones ha impulsado las investigaciones en
el terreno metalexicográfico. Además, la reciente publicación de un abundante número
de manuales de lexicografía (véase § 1.3.) y su presencia en los manuales de
lingüística 10 demuestran la independencia de la lexicografía como rama de la
lingüística.
Por todo ello, se ha de entender la lexicografía como una ciencia aplicada, y no
únicamente por su vertiente más práctica, sino también por «ese componente teórico o
metalexicográfico» (Azorín 2003: 43), el cual proporciona la base lingüística de todo
diccionario y le asigna coherencia interna, puesto que «that good dictionaries draw on a
wide range of theoretical inputs» (Rundell 2012: 49). Para ello, es imprescindible el
papel del metalexicógrafo, que no solamente describe o critica los diccionarios, sino que
también participa en su creación y ayuda al lexicógrafo a poner en práctica las nuevas
perspectivas del lenguaje (cfr. Béjoint 2000: 5).
1.2. Aportación de los modelos lingüísticos teóricos a la lexicografía
Las teorías del lenguaje y los planteamientos metalexicográficos son muy posteriores al
origen de la lexicografía práctica. Como ya se ha comentado, no fue hasta el siglo XIX
cuando se empezó a tener consciencia de la importancia de la reflexión lingüística
previa a la elaboración del diccionario. En esa época, que es cuando nace la lingüística
científica, se intentaron aplicar los principios teóricos de las teorías del lenguaje a la
práctica lexicográfica. A partir de entonces, las distintas corrientes lingüísticas fueron
cristalizando en la lexicografía, por lo que, de algún modo, como han puesto de
manifiesto Sanmartín y Quilis Merín (2019: 9), «la orientación en los estudios
lexicográficos siempre se ha visto condicionada por el devenir de la propia lingüística».
10
Así se demuestra en el recientemente publicado Manual de lingüística española editado por
Ridruejo (2019), en contraposición, por ejemplo, con el volumen Introducción a la lingüística de 1983
coordinado por Abad y García Berrio. En este último la lexicografía no tiene presencia en ningún
capítulo.
38
CAPÍTULO 1. LA TEORÍA LEXICOGRÁFICA, EL DICCIONARIO Y LA CONFIGURACIÓN DE LA
MACROESTRUCTURA
La preocupación por el lenguaje en el siglo XIX se refleja con la aparición de la
lingüística histórico-comparada cuyo objetivo era el estudio de las lenguas desde una
perspectiva diacrónica y en relación con su genética (cfr. Robins 1967 [2000]: 232;
Mourelle-Lema 1968: 15). Los hechos lingüísticos, por lo tanto, se entendían «como el
resultado de un proceso evolutivo» (Porto Dapena 2002: 25). Estas corrientes tuvieron
una gran repercusión en la lexicografía, especialmente en el ámbito europeo, y no solo
por la elaboración de diccionarios históricos y etimológicos, debido al enfoque de la
lingüística en aquellos momentos, sino también porque sus fundamentos todavía están
presentes en algunos repertorios actuales.
La lingüística histórico-comparada irradió en España en la segunda mitad del
siglo XIX y sus postulados pronto calaron en los repertorios lexicográficos de la época
(cfr. Mourelle-Lema 1968; Ridruejo 2002; Clavería 2014). En el contexto académico,
fue Felipe Monlau 11 quien acercó los fundamentos históricos del lenguaje a la práctica
lexicográfica con su discurso en 1859 de ingreso a la Academia «origen y formación del
romance castellano». Este autor reivindicaba la etimología como parte de la filología y
de la lingüística (cfr. Álvarez de Miranda 2011b: 67; Clavería 2014: 280). También el
discurso de Francisco de Paula Canalejas (1869), y la contestación de Juan Valera, o el
de Agustín Pascual (1876) tenían como base los principios de la lingüística históricocomparada (cfr. Mourelle-Lema 1968: 167 y Clavería 2014: 281). En la práctica, la
influencia del historicismo se hace patente, como dejó constancia el propio Valera, en
los proyectos que se estaban preparando en la Academia:
Los grandes trabajos que esta Academia prepara prueban su deseo de que los
recientes progresos de la filología comparativa influyan como deben en el
cultivo de la lengua patria. Uno de estos trabajos es un Diccionario
etimológico […]. Para esta empresa no se debe negar que los doctísimos
filólogos extranjeros no han allanado el camino escribiendo Diccionarios
etimológicos de otras lenguas hermanas […]. Asimismo, piensa la Academia
componer y publicar un Diccionario de arcaísmos y un Diccionario de
neologismos (Valera 1869: 115).
11
Monlau fue el autor del Diccionario etimológico de la lengua castellana publicado en 1856 (cfr.
Ridruejo 2002; Clavería 2014 y 2016a) y profesor de Gramática histórica-comparada de las lenguas
romances en la Escuela Superior de Diplomática de Madrid (cfr. Zamora 1999: 124; Ridruejo 2002: 655657).
39
CAPÍTULO 1. LA TEORÍA LEXICOGRÁFICA, EL DICCIONARIO Y LA CONFIGURACIÓN DE LA
MACROESTRUCTURA
Estos proyectos, como es sabido, nunca vieron la luz, pero, como se ha probado
en el estudio de Clavería (2016a: 139-146), dejaron huella en la lexicografía académica.
Los avances en la confección del Diccionario etimológico se aprovecharon para el
diccionario usual, ya que en la obra de 1869 se suprimieron las correspondencias latinas
para la posterior introducción en la duodécima edición de las etimologías (cfr. Jiménez
Ríos 2008: 316-317, véase capítulo 3, § 2.2.3.).
En la actualidad, Porto Dapena (2002: 225) y Garriga (2003a: 107) han observado
que el arraigo de la lingüística histórica en algunos diccionarios se puede observar en la
organización de las acepciones, ya sea mediante un criterio cronológico, es decir, según
el momento de su aparición en la lengua, o etimológico o genético, que consiste en
iniciar el orden «por la acepción coincidente o más próxima al significado etimológico»
(Porto Dapena 2002: 225). Hay acuerdo general en indicar que estos principios no son
adecuados para un diccionario sincrónico de uso. También se mantienen las bases
historicistas en el tratamiento de la distinción entre homonimia y polisemia, que separa
las unidades léxicas con diferente etimología, y en la información etimológica presente
en algunas obras lexicográficas.
Como reacción a la lingüística decimonónica surgió a comienzos del siglo XX el
estructuralismo, que supuso una revolución en las ciencias del lenguaje y el arranque de
la lingüística moderna (cfr. Fernández Sevilla 1974: 60; Villar 2009: 221). Se considera
a Saussure el iniciador de esta corriente con su Curso de lingüística general (1916)
donde postuló que la lengua se debía describir desde un punto de vista sincrónico y no
individualmente, sino con relación a los demás signos léxicos, es decir, en estructura. A
partir de esta concepción, se creó la noción de campo léxico, desarrollada, entre otros,
por Coseriu (1977). Según la semántica estructural, las palabras se componen de unos
rasgos distintivos a partir de los cuales se establecen oposiciones entre ellas y, por lo
tanto, el campo léxico se define como un conjunto de lexemas relacionados por un valor
significativo común (cfr. Béjoint 2000; Azorín 2003: 48; Villar 2009: 222, 232).
En el ámbito hispánico, según Martínez Montoro (2004: 1084 y 2005), se puede
considerar a Julio Casares como el precursor de los estudios estructuralistas aplicados a
40
CAPÍTULO 1. LA TEORÍA LEXICOGRÁFICA, EL DICCIONARIO Y LA CONFIGURACIÓN DE LA
MACROESTRUCTURA
la lexicografía. Una muestra de ello es su discurso de ingreso a la Academia «Nuevo
concepto del diccionario de la lengua» (1921) y la posterior publicación del Diccionario
ideológico de la lengua española (1942), «donde se ordenan los elementos por afinidad
conceptual» (Martínez Montoro 2004: 1088; § 1.3.).
Las ideas propuestas por el estructuralismo sirvieron de auxilio a la lexicografía y
sus aportaciones influyeron en la microestructura del diccionario, especialmente en la
definición, organización y filiación de las distintas acepciones que presenta una voz en
concreto desde un punto de vista lexemático (cfr. Escobedo 1988: 105). Los términos se
definen según rasgos distintivos (cfr. Batiukova 2009: 496) y expresan «un significado
denotativo que no tiene que explicitar cuestiones contextuales» 12 (Ibarretxe 2010: 197).
En opinion de Béjoint (2000: 174), los lexicógrafos estructurales 13 creían que la función
del diccionario era aclarar los vínculos entre las palabras, puesto que, para ellos, el valor
de cada elemento surge de las relaciones distintivas que entabla con los otros elementos.
Además, las acepciones se ordenan de manera lineal sin tener en cuenta las relaciones
entre ellas 14. En el estudio de Ibarretxe (2010: 197) se ha comprobado que las bases
teóricas de la lingüística estructural también se perciben en la escasez de ejemplos, pues
esta corriente otorga «más importancia al sistema (la lengua, el significado abstracto)
que al uso en concreto (el habla, la realización del significado)».
Sin embargo, a pesar de los postulados estructurales presentes en los diccionarios,
Fernández Sevilla (1974: 60) consideró que el estructuralismo no consiguió cristalizar
en diccionarios concretos y no se lograron los resultados esperados «por los numerosos
problemas que planteaba». Todavía hoy «el “diccionario estructural” sigue siendo una
mera esperanza, posiblemente utópica» (Porto Dapena 2002: 80).
Una de las corrientes lingüísticas que está dando frutos en la práctica lexicografía
es el cognitivismo. A finales del siglo XX surge la lingüística cognitiva de la mano de
Langacker (1987), Lakoff (1987) y Johnson (1987). Esta corriente entiende, de manera
12
Sin embargo, en la mayoría de los diccionarios de corte estructural se entra en conflicto con estas
bases teóricas, pues se suelen incluir marcas connotativas (cfr. Geeraerts 2007: 1166).
13
Béjoint (2000: 175) opina que es en Francia donde más calado ha tenido la lexicografía estructural
como, por ejemplo, en el Dictionnaire du français contemporain (DFC), editado bajo la dirección de Jean
Dubois. Posiblemente porque allí nació la corriente lingüística (cfr. Villar 2009: 219-220).
14
Geeraerts (2007) se ha referido a ello como el problema de la linealidad lexicográfica.
41
CAPÍTULO 1. LA TEORÍA LEXICOGRÁFICA, EL DICCIONARIO Y LA CONFIGURACIÓN DE LA
MACROESTRUCTURA
simplificada, que «el estudio del lenguaje no puede separarse de su función cognitiva y
comunicativa, lo cual impone un enfoque basado en el uso» (Cuenca y Hilferty 1999:
19). Se busca la vinculación entre el pensamiento conceptual, la experiencia corporal y
la estructura lingüística. Asimismo, el léxico y la gramática forman un continuum de
forma y significado (cfr. Mateu 2009: 282).
Ibarretxe (2010: 199-201) ha señalado que el cognitivismo influye en la práctica
lexicográfica principalmente en dos aspectos 15. Por un lado, al adoptar un punto de vista
enciclopedista basado en el conocimiento del mundo del hablante, se incluyen rasgos de
uso (marcas, ejemplos, usos, etc.) en la definición de las unidades léxicas. Por ejemplo,
permite diferenciar los mecanismos cognitivos que causan las extensiones semánticas e
incluirlos en la marca estilística figurado aportando información más precisa sobre la
acepción. Por otro lado, interviene en la ordenación de la microestructura eliminando su
distribución lineal (propia de la lingüística estructural) y ordenando las acepciones en
torno a redes radiales con varios niveles semánticos «unidos por medio de mecanismos
cognitivos como la metáfora o la metonimia, y basados en la selección de propiedades
conceptuales provenientes del concepto central». Esta estructura supone, por ejemplo, la
inclusión de la fraseología dentro de cada una de las acepciones correspondientes.
Recientemente, dentro de los postulados de la semántica cognitiva, se ha incidido
en la Teoría de Prototipos (cfr. Hanks 1994; Rundell 2012: 66) según la cual todas las
unidades léxicas se deben tratar con relación a un significado central (o prototípico). Las
palabras se aproximan en grados variables al prototipo. La ventaja de aplicar esta teoría
reside en la mejora de la desambiguación de los sentidos de una palabra e «implica
aceptar que puede haber diferencias entre estos, sin que por ello dejen de considerarse
como instancias del mismo significado» (Azorín 2003: 49-50). Sin embargo, no siempre
es factible averiguar el sentido prototípico de un término ni el esquema que presenta con
relación a los otros 16. Este enfoque es esencialmente útil para los estudios diacrónicos,
puesto que permite identificar los lazos tanto semánticos como genéticos de las voces
15
Para un examen más detallado de la aplicación de la lingüística cognitiva a la lexicografía, así como
de sus ventajas e inconvenientes véase Ibarretxe (2010) o el capítulo 26 de Geeraerts en el manual editado
por Philip Durkin (2016), The Oxford Handbook of lexicography.
16
Véase al respecto el ejemplo de la entrada alcohol que se propone en Ibarretxe (2010: 208).
42
CAPÍTULO 1. LA TEORÍA LEXICOGRÁFICA, EL DICCIONARIO Y LA CONFIGURACIÓN DE LA
MACROESTRUCTURA
(cfr. García Pérez y Pascual Rodríguez 2007; Paz 2014: 73). La metodología relacional
que concibe la lengua como una red de relaciones se emplea en el Nuevo Diccionario
Histórico del Español (NDHE), dirigido por José Antonio Pascual. En este repertorio se
expone la historia de las palabras «no de forma aislada, sino en relación con el resto de
los términos con las que se hallan vinculadas semánticamente» (Paz 2014: 70).
También se ha prestado atención a la Teoría Sentido-Texto (TST), que es en cierto
modo un modelo único, puesto que «su componente léxico es, de hecho, un diccionario
teórico» (Batiukova 2009: 501). La TST, desarrollada por Mel’čuk (1996), «se sirve de
las funciones léxicas 17 para formalizar las relaciones sintagmáticas y paradigmáticas de
cada lexía» (Barrios 2006: 351). Este modelo lexicográfico se presta a la creación de
diccionarios explicativos y combinatorios 18. A diferencia de las obras lexicográficas de
corte tradicional, son codificadores, es decir, que están orientados a la producción 19 de
textos y no a la comprensión. Asimismo, están formados sobre una «base semántica que
da prioridad a la descripción del significado léxico, que determina en gran medida las
propiedades sintácticas» (Batiukova 2009: 501). En el ámbito hispánico, el Diccionario
de Colocaciones 20 del Español (DiCE) 21, dirigido por Margarita Ramos, es el único
enmarcado en una versión más simplificada de la TST. Los repertorios basados en esta
teoría, como ha señalado Bosque (2004: 19), «no contienen listas de piezas léxicas, sino
análisis formales sumamente elaborados».
Otros repertorios de tipo combinatorio son los dos dirigidos por Ignacio Bosque,
REDES. Diccionario combinatorio del español contemporáneo (2004) y Diccionario
combinatorio práctico del español contemporáneo (2006). Si bien, como el propio autor
17
Una función léxica es, por ejemplo, Magn que asocia la unidad léxica ganas con un conjunto de
adjetivos como terribles, enormes, locas, etc. que expresan el sentido ‘intenso’ (DiCE).
18
En Bosque (2004: 14) y en Barrios (2006: 349-350) se exponen los principales diccionarios
combinatorios que cuentan con más tradición en el extranjero y es solo recientemente que han sido
construidos para el español.
19
Otros diccionarios orientados a la producción o codificación son los diccionarios onomasiológicos
(analógicos, ideológicos, temáticos, de ideas afines).
20
Sobre el uso de la palabra colocación en este diccionario, Bosque (2004: 14-15) señala lo siguiente:
«Desde mi punto de vista, el concepto de ‘colocación’ se apoya demasiado en el de ‘frecuencia de
coaparición’ de dos unidades léxicas, lo que no le otorga un contenido conceptual suficientemente preciso
como unidad de análisis».
21
Como se señala en la propia página web del diccionario, la nomenclatura del DiCE se limita, por el
momento, al campo semántico de los nombres de sentimiento.
43
CAPÍTULO 1. LA TEORÍA LEXICOGRÁFICA, EL DICCIONARIO Y LA CONFIGURACIÓN DE LA
MACROESTRUCTURA
indica (Bosque 2004: 19), no sigue la línea de la Teoría Sentido-Texto, aunque esta «ha
influido en alguna medida a muchos de los que nos hemos embarcado en un proyecto de
diccionario combinatorio». Sin embargo, a diferencia del DiCE, estos diccionarios no se
construyen sobre la noción de función léxica. El objetivo es «describir las restricciones
léxicas o semánticas que se ponen de manifiesto en las relaciones entre predicados y
argumentos» (Bosque 2004: 14).
Actualmente, en el grupo de investigación de Aarhus University se está trazando
una Teoría Funcional de la Lexicografía. A diferencia de los casos anteriores, en esta no
se aplican a la confección de diccionarios los resultados obtenidos en las corrientes
lingüísticas, sino que se elabora una teoría propia dentro del marco de la lexicografía.
Esta teoría se construye a partir de las necesidades de los usuarios, las cuales responden
a cuatro situaciones lexicográficamente relevantes (cfr. Tarp 2013 y 2015):
1) situaciones comunicativas donde puede presentarse la necesidad de
resolver un problema de comunicación; 2) situaciones cognitivas donde
puede presentarse la necesidad de obtener conocimientos sobre algún tema o
disciplina; 3) situaciones operativas donde puede presentarse la necesidad de
tener instrucciones para realizar una acción física, cultural o mental; 4)
situaciones interpretativas donde puede presentarse la necesidad de
interpretar y comprender un signo, señal, símbolo, sonido, etc. (Tarp 2015:
16).
Estos conocimientos son estrictamente necesarios para la compilación de diversos
tipos de diccionarios. Uno de los problemas prácticos que se ha intentado resolver en el
marco de esta teoría es el de la homonimia y la polisemia y se ha llegado a la conclusión
de que son las necesidades de los usuarios las que deben determinar su diferenciación y
no las teorías lingüísticas (véase § 3.3.3.).
Paralelamente a las corrientes lingüísticas surgidas a finales del siglo XX, sucede
una gran revolución tecnológica que implica la introducción de nuevas herramientas de
análisis que, como ha apuntado Rojo (2009: 1), «modifican profundamente la forma de
trabajar» e influyen de manera decisiva en la metodología empleada en la elaboración
de diccionarios. En este contexto se enmarca la lingüística de corpus, la cual nace como
dependiente de la confección de productos lexicográficos y brinda amplias posibilidades
44
CAPÍTULO 1. LA TEORÍA LEXICOGRÁFICA, EL DICCIONARIO Y LA CONFIGURACIÓN DE LA
MACROESTRUCTURA
de investigación que hasta el momento eran inexistentes (cfr. Parodi 2008; Rojo 2009;
Torruella 2017). La lingüística de corpus es un enfoque metodológico especialmente
útil para la compilación de diccionarios por la gran cantidad de datos que se manejan,
los cuales proceden de muestras reales de lengua. Los corpus aseguran la fiabilidad y
permiten decidir sobre la inclusión de ciertas palabras en función de la representatividad
de los resultados, así como afinar las restricciones de uso de las acepciones, las cuales,
además, se pueden organizar según la frecuencia de aparición (cfr. Rojo 2009: 2-3). El
primer diccionario basado en corpus es el COBUILD. En la actualidad, la mayoría de
los diccionarios se forman a partir de corpus lingüísticos 22. Un ejemplo es el Diccionari
Descriptiu de la Llengua Catalana que se está construyendo a partir del Corpus Textual
Informatitzat de la Llengua Catalana (CTILC), el cual recoge más de 52 millones de
palabras (cfr. Rafel y Soler 2010).
Con todo lo expuesto se puede afirmar que las corrientes lingüísticas han influido
en la evolución que ha experimentado la lexicografía y han provocado un cambio en las
investigaciones metalexicográficas. No obstante, en opinión de Hernández (1991: 189),
la lexicografía no ha sabido aprovechar los «progresos que se han producido en el seno
de la moderna ciencia del lenguaje». Porto Dapena (2002: 79) coincide con la opinión
de Hernández e indica que las aportaciones de la lingüística «no han cristalizado todavía
en una teoría lexicográfica susceptible de ser llevada a la práctica, razón por la que su
influjo en los diccionarios modernos podemos afirmar que es prácticamente nulo». En
este sentido, Rundell (2012: 71) afirma que, en la actualidad, todavía queda mucho por
hacer, ya que algunos marcos teóricos no han sido bien explotados en los diccionarios,
pues necesitan ser adaptados para que resulten útiles en la aplicación práctica. A pesar
de estas afirmaciones, las obras lexicográficas generales, como señala Béjoint (2000:
176), «have accumulated the traces of linguistic thought over the centuries».
Es oportuno hacer hincapié en que la lexicografía en su vertiente teórica sí se ha
servido de algunos postulados propuestos por estas corrientes lingüísticas y la fisura se
halla, por lo tanto, entre la lexicografía teórica y la práctica. Al respecto, Bosque (2017)
22
Por ello, uno de los temas recurrentes en los estudios metalexicográficos es la lexicografía basada
en corpus, el diseño y aprovechamiento de los corpus lingüísticos.
45
CAPÍTULO 1. LA TEORÍA LEXICOGRÁFICA, EL DICCIONARIO Y LA CONFIGURACIÓN DE LA
MACROESTRUCTURA
afirma que «existe una brecha considerable entre los estudios teóricos sobre la relación
léxico-gramática y los desarrollos lexicográficos de esa información y en la medida en
que esta brecha se vaya disminuyendo será también la medida de nuestro progreso en
este campo». Por lo tanto, la lexicografía práctica se muestra en cierto grado autónoma
de la lingüística. A pesar de ello, la lexicografía, tanto teórica como práctica, necesita
las teorías lingüísticas para asegurar una descripción sistemática del lenguaje, así como
para facilitar la automatización de las tareas lexicográficas (cfr. Rundell 2012: 83;
Demonte 2017: 33). Tarp (2015: 17) no se muestra de acuerdo con este planteamiento,
ya que, en su opinión, «los problemas que se producen dentro de una disciplina, en este
caso la lexicografía, no pueden resolverse dentro de otra disciplina, p. ej. la lingüística»,
aunque sí pueden auxiliar a solventarlos, pero siempre orientados por una teoría
lexicográfica que permite determinar lo que es relevante o lo que debe ser rechazado.
1.3. La metalexicografía en el ámbito hispánico: de la práctica a la teoría
Como se ha hecho constar en el § 1.1., la teoría lexicográfica nace de la propia práctica
de elaborar diccionarios y se va cultivando en función de las obras que se publican. Esto
se percibe en un producto como el diccionario académico. Ya en los primeros años de
existencia de la corporación, los académicos, «que nada sabían de hacer diccionarios»
(Alvar Ezquerra 2014-2015: 31), emprendieron la elaboración del Diccionario de
autoridades (1726-1739). Se tomaron como modelo los principios que la Accademia
della Crusca había empleado en el Vocabolario degli accademici della Crusca en su
tercera edición (1691) y, en menor medida, los de la Académie Française (cfr. Lázaro
Carreter 1980; Álvarez de Miranda 1995 y 2011a: 18; Ruhstaller 2003: 240; Freixas
2004a y 2010). También se tuvieron en cuenta los diccionarios de mayor relevancia
como, por ejemplo, el Tesoro de la lengua castellana o española de Sebastián de
Covarrubias (cfr. Freixas 2010; Alvar Ezquerra 2014-2015: 31). Para la preparación de
este proyecto se realizó una guía redactada por el académico Andrés González de Barcia
y de la que se repartieron copias impresas a todos los miembros para que el trabajo
fuese uniforme (cfr. Lázaro Carreter 1972: 113-119; Freixas 2010: 139; García de la
46
CAPÍTULO 1. LA TEORÍA LEXICOGRÁFICA, EL DICCIONARIO Y LA CONFIGURACIÓN DE LA
MACROESTRUCTURA
Concha 2014: 51). Como era de esperar, esta guía se quedó corta y se fue ampliando a
medida que se iba redactando la obra. Por lo tanto, la teoría lexicográfica iba surgiendo
al compás de la práctica. Este hecho evidencia la relación entre las dos vertientes de la
lexicografía. Finalmente, la Planta del Diccionario de autoridades se publicó en los
preliminares del primer tomo de la obra (cfr. Freixas 2010: 449-456). Este fue el primer
tratado metalexicográfico que vio la luz en el territorio hispánico.
También en el siglo XVIII, Terreros expuso en el prólogo de su diccionario sus
ideas en materia lexicográfica y, como se ha evidenciado en todos los estudios sobre la
obra del jesuita (cfr. Alvar Ezquerra 1987; Álvarez de Miranda 1992; San Vicente 1995;
Azorín y Santamaría 2009, etc.), demostró una actitud innovadora en lo referente a las
cuestiones metalexicográficas (véase capítulo 3, § 2.3.1.).
Sin embargo, se considera que fue en el siglo XIX cuando se inauguró un período
en el que se empezó a tener consciencia de la importancia de la reflexión lingüística
previa a la confección de los diccionarios. Estas cuestiones de teoría lexicográfica se
recogían en las reglas que se elaboraban para la mejora del repertorio y en los prólogos
o prefacios que servían de pórtico a la obra 23. Estos tratados constituyen la única fuente
metalexicográfica 24 anterior al origen de la teoría lexicográfica (cfr. Hausmann 1989:
216). Uno de los mejores ejemplos es Vicente Salvá que esbozó sus ideas sobre teoría
lexicográfica en la introducción de su obra (cfr. Azorín 2000b: 258; Álvarez de Miranda
2011c). El texto de Salvá es crucial para el cultivo de la metalexicografía, ya que con la
publicación del Nuevo diccionario de la lengua castellana «quedan sentadas las bases
de lo que será la lexicografía española del siglo XX» (Alvar Ezquerra 2014-2015: 35).
Asimismo, también en el siglo decimonónico se inauguró la crítica lexicográfica.
Jiménez Ríos (2013b) ha expuesto que en esta centuria se publicaron unos trabajos cuyo
objetivo era analizar el contenido del diccionario de la Academia. Estas observaciones
realizadas por autores ajenos a la corporación son, en consideración de Jiménez Ríos
23
En el capítulo 3 de la presente tesis se exponen los contenidos de estos tratados metalexicográficos.
Alvar Ezquerra (1993a: 215) indicó sobre este asunto que «leer los prólogos que figuran al frente de
los diccionarios académicos es poco menos que averiguar cuál ha sido la evolución de la lexicografía
española en los dos últimos siglos y medio, contribución nada desdeñable a nuestra cultura y a nuestra
filología».
24
47
CAPÍTULO 1. LA TEORÍA LEXICOGRÁFICA, EL DICCIONARIO Y LA CONFIGURACIÓN DE LA
MACROESTRUCTURA
(2013b: 49), «el motor de la teoría lexicográfica», que se extiende a lo largo del siglo
XIX y tiene su consolidación en la segunda mitad del XX 25. El repertorio académico 26,
por lo tanto, monopolizó la crítica lexicográfica del siglo XIX, que se aplicó después a
la lexicografía en general y a la elaboración de otros diccionarios. Jiménez Ríos (2013b)
postula que la crítica lexicográfica es generadora de una parte de la metalexicografía,
por lo que, igual que ya señaló Wiegand (1984), la considera como parte de los campos
de estudio que se deben desarrollar dentro de la lexicografía teórica. La crítica, «hecha
por y para especialistas», tiene la finalidad de conseguir la mejora de los diccionarios,
por lo que es necesaria para el cultivo de la metalexicografía (cfr. Hausmann 1989: 217;
Jiménez Ríos 2013b: 62).
Ya en el siglo XX las reflexiones filológicas previas a la confección del repertorio
lexicográfico dejan de publicarse solamente en los prólogos y las críticas y se trasmiten
también en monografías independientes. Martínez Montoro (2005: 192) ha expuesto en
su tesis que «el primer acercamiento riguroso y científico al estudio teórico para la
realización de diccionarios» fue en 1921 con el discurso de ingreso a la Academia de
Julio Casares. Este lingüista se planteó una renovación de la lexicografía centrada en la
organización de la macroestructura basándose en modelos europeos y que más tarde
aplicó a su Diccionario ideológico de la lengua española (1942). Posteriormente, en
1950, publicó el primer texto moderno sobre teoría de la lexicografía, Introducción a la
lexicografía moderna, que surgió a raíz de la creación en el año 1947 del Seminario de
Lexicografía dirigido en sus inicios por el propio Casares. Hay acuerdo general en
señalar que con este manual la lexicografía teórica «reclamó un espacio en la literatura
lingüística» (Ahumada 1989: 32). La monografía trata diversos aspectos que atañen a la
relación de la lexicografía con la lexicología, la semántica, la etimología o la estilística.
También se realizó un estudio moderno de las unidades fraseológicas (cfr. Camacho
25
En Jiménez Ríos (2013) se comentan las observaciones hechas por Andrés Bello (1845), Gregorio
García del Pozo (1854), Rufino José Cuervo (1874), Francisco Rodríguez Marín (1886), Gregorio
Herráinz (1886), José María Sbarbi (1886) y Pedro de Múgica (1984).
26
Jiménez Ríos (2013b) indica que la crítica ha prestado más atención al repertorio académico debido
a su historia y trayectoria como diccionario de la lengua y por la repercusión que ha tenido en la
conformación de una norma lingüística del español.
48
CAPÍTULO 1. LA TEORÍA LEXICOGRÁFICA, EL DICCIONARIO Y LA CONFIGURACIÓN DE LA
MACROESTRUCTURA
2014: 29). Las ideas de Casares en materia lexicográfica han servido de modelo a los
investigadores posteriores.
En la primera mitad del siglo XX, Casares es prácticamente el único lingüista que
cultiva la metalexicografía, por lo que, en opinión de Ahumada (1992: 19), este período
se puede considerar como «el más autóctono» de la disciplina, aunque existen también
otros estudios como, por ejemplo, el de Menéndez Pidal en 1945 «El diccionario que
deseamos», que fue el prólogo al Diccionario general ilustrado de la lengua española y
que posteriormente se publicó en 1961 con el título «El diccionario ideal».
Tras las aportaciones de Casares, existe unanimidad en proponer el año de 1971
como el punto de partida para el resurgimiento de los estudios sobre teoría lexicográfica
(cfr. Ahumada 1989; Anglada 1991; Alvar Ezquerra 1993a; Bajo 2000, etc.). Esto
mismo ha afirmado Alvar Ezquerra (1993a: 16-17):
Si hemos de buscar una fecha que nos sirva de punto de referencia para el
relanzamiento de los estudios de teoría lexicográfica, podríamos situarla
alrededor de 1971, tanto para España como para el extranjero. Por supuesto,
con anterioridad existían trabajos que en la actualidad siguen siendo
fundamentales […]. Pero fue en 1971 cuando vieron la luz los libros de Jean
y Claude Dubois, de Josette Rey-Debove y de Ladislav Zgusta, todos ellos
de una importancia capital (Alvar Ezquerra 1993a: 16-17).
A partir de la publicación de las obras citadas por Alvar Ezquerra —Introduction
à la lexicographie: le dictionnaire (J. Dubois y C. Dubois 1971), Êtude linguistique et
sémiotique des dictionnaires français contemporains (Rey-Debove 1971) y Manual of
Lexicography (Zgusta 1971)— la lexicografía se empieza a concebir como una
disciplina científica y, en opinión de Zgusta, una de las esferas más complejas de la
lingüística, ya que en ella confluyen las demás disciplinas: «The theory of lexicography
is connected with all the disciplines which study the lexical system semantics,
lexicology, grammar, stylistics». En estos estudios se discuten los problemas teóricos
que subyacen a la elaboración de los diccionarios con el objetivo de clarificarlos «and to
demostrate the importance of their being conceived in the framework of the linguistic
theory more effectively» (Zgusta 1971: 10). Este año coincide con el desarrollo de las
49
CAPÍTULO 1. LA TEORÍA LEXICOGRÁFICA, EL DICCIONARIO Y LA CONFIGURACIÓN DE LA
MACROESTRUCTURA
corrientes lingüísticas en las que se teoriza sobre el significado, hecho que implica la
reflexión sobre la aplicación práctica en lexicografía de los principios propuestos por
estas. Se trata, por tanto, de los primeros manuales modernos de lexicografía, a pesar de
que, como observó Ahumada (1989: 37), todavía se mezclan problemas de lexicología.
De estos textos emanan todos los estudios españoles (cfr. Alvar Ezquerra 1993a: 17).
Con estos trabajos se inicia el desarrollo de una amplia bibliografía orientada a
analizar los diccionarios y las técnicas para poder elaborarlos. Destacan las aportaciones
de Lázaro Carreter (1971), Transformaciones nominales y diccionarios, de Fernández
Sevilla (1974), Problemas de lexicografía actual, y de Alvar Ezquerra (1976), Proyecto
de lexicografía española. Estos estudios constituyen el primer acercamiento a la
lexicografía desde la perspectiva de la lingüística moderna. En ellos se tratan temas
centrales de la teoría lexicográfica y se plantea una mejora y reforma de la lexicografía
española. Se exponen algunos conceptos fundamentales que en la actualidad siguen en
debate, como, por ejemplo, la delimitación del ámbito disciplinar de la lexicografía o su
relación con otras disciplinas que en ese momento se estaban desarrollando (la geografía
lingüística 27, la semántica estructural, etc.). Alvar Ezquerra (1993a: 40), al respecto, ha
señalado que con el trabajo de Lázaro Carreter (1971) se inauguró una nueva etapa en la
lexicografía, ya que fue el primero en el ámbito hispánico en ofrecer una investigación
innovadora a la luz de la gramática generativa.
A partir de la década de los ochenta 28 los estudios sobre lexicografía teórica están
en pleno apogeo 29. Posiblemente, el cultivo de la metalexicografía en esta época sea a
causa de la práctica lexicográfica, pues por esos años se estaban elaborando diccionarios
por parte de los mismos autores que publicaban trabajos sobre cuestiones teóricas. Esto
27
Sobre esta cuestión cabe citar los trabajos coetáneos a esas publicaciones «Lexicografía y geografía
lingüística» (1982) de Gregorio Salvador y «Atlas lingüísticos y diccionarios» (1982) de Alvar Ezquerra.
28
También en el extranjero la época de los ochenta supone el resurgir de la lexicografía. Hernández
(1989: 9) propone como fecha el año 1983, cuando se celebra el Congreso Internacional de Lexicografía
y se constituye la European Association for Lexicography (Euralex).
29
En 1987, Manuel Seco afirmó que «es curioso que, siendo el diccionario uno de los productos
editoriales de mayor aceptación, resulte la bibliografía sobre este género tan desproporcionadamente
escasa. Me refiero, claro está, a lo que ocurre en el ámbito de nuestra lengua» (Seco 1987: 194). Tras
estas afirmaciones la bibliografía sobre metalexicografía en el ámbito hispánico alcanza su punto álgido.
50
CAPÍTULO 1. LA TEORÍA LEXICOGRÁFICA, EL DICCIONARIO Y LA CONFIGURACIÓN DE LA
MACROESTRUCTURA
mismo han observado Corrales y Corbella (2007: 419), quienes destacan el carácter dual
de algunos lexicógrafos:
En muchos lexicógrafos hay una doble faceta, pues en la misma persona está
el redactor de diccionarios y el teórico de la lexicografía que, precisamente
por ser investigador y analista del diccionario, está en condiciones de aplicar
sus conocimientos y el resultado de sus indagaciones a nuevos proyectos o a
perfeccionar y renovar diccionarios ya existentes (Corrales y Corbella 2007:
419).
Julio Casares fue el primer lexicógrafo con esta doble dimensión. Posteriormente,
algunos lingüistas que se han dedicado tanto a la teoría como a la práctica lexicográfica
son Ignacio Ahumada, Manuel Alvar Ezquerra, Paz Battaner, José Manuel Blecua,
Ignacio Bosque, Dolores Corbella, Juan Gutiérrez Cuadrado, Josefina García Fajardo,
Günther Haensch, Humberto Hernández, Luis Fernando Lara, Concepción Maldonado,
José Martínez de Sousa, Francisco Moreno Fernández, José Antonio Pascual, JoséÁlvaro Porto Dapena, Manuel Seco, Josefina Tejera, Reinhold Werner, entre otros.
Todos ellos han contribuido al cultivo de la lexicografía en sus dos vertientes, ya que la
confección de sus propios diccionarios ha implicado la reflexión previa sobre cuestiones
metalexicográficas. Los repertorios lexicográficos de estos lingüistas se enmarcan en
esa oleada de obras que vieron la luz a partir de la década de los noventa «con afanes
didácticos claros y ciertos deseos, más o menos explícitos, de renovar la lexicografía
española» (Gutiérrez Cuadrado 2000: 123). A ello deben sumarse, además, los
proyectos de lexicografía que se estaban desarrollando a finales del siglo XX en las
universidades españolas y que dieron lugar a la publicación de un gran número de
diccionarios 30.
30
Según Omeñaca y Haensch (2004), el siglo XX ha sido la época de la eclosión editorial, ya que
solamente en el período transcurrido entre 1996 y 2004 habían aparecido en España más de 1300
diccionarios. Algunos ejemplos son:
• Diccionario de ideas afines (1983) de Fernando Corripio.
• Diccionario fundamental del español de México (1982), Diccionario básico del español de
México (1986) y Diccionario del español usual en México (1996), bajo la dirección de Luis
Fernando Lara.
51
CAPÍTULO 1. LA TEORÍA LEXICOGRÁFICA, EL DICCIONARIO Y LA CONFIGURACIÓN DE LA
MACROESTRUCTURA
Por lo que respecta al plano teórico, los estudios publicados en los últimos veinte
años del siglo XX, por lo general, giran en torno a dos de las cuatro áreas que estableció
Wiegand (1984), la teoría de la lexicografía y la historia de la lexicografía. La crítica
lexicográfica, por su parte, ha servido para tratar cuestiones teórico-metodológicas de la
teoría lexicográfica. Algunos ejemplos son la monografía Elementos de lexicografía 31
de Porto Dapena (1980) y Aspectos de lexicografía teórica 32 de Ahumada (1989). En
ambos tratados se parte de la descripción de un diccionario particular para introducir
nociones básicas de teoría lexicográfica.
Sobre teoría general de la lexicografía destaca el manual del grupo de hispanistas
alemanes liderado por Werner y Haensch, La lexicografía: de la lingüística teórica a la
lexicografía práctica (1982), que hoy en día sigue siendo de referencia obligatoria en
todos los programas universitarios, las veintitrés aportaciones de Alvar Ezquerra
(1993a) que compila en Lexicografía descriptiva, el volumen coordinado por Hernández
(1994), Aspectos de lexicografía contemporánea, el manual Los diccionarios del
español en el umbral del siglo XXI 33 de Haensch (1997) y la Teoría del diccionario
monolingüe de Lara (1997). Los postulados de este último autor han sido analizados por
Aliaga (1998), quien pone de manifiesto que su concepción teórica del diccionario se
entrelaza con la práctica en el DEM. Este hecho demuestra que la elaboración de las
•
Diccionario general ilustrado de la lengua española (1987), Diccionario actual de la lengua
española (1990), Diccionario de voces de uso actual (1994) y Diccionario ideológico de la
lengua española (1995), todos dirigidos por Manuel Alvar Ezquerra.
• Nuevo diccionario de americanismos (1993), de Günther Haensch y Reinhold Werner.
• Diccionario para la Enseñanza de la Lengua Española (1995), dirigido por Francisco Moreno
Fernández.
• Diccionario Salamanca de la lengua española (1996), dirigido por Juan Gutiérrez Cuadrado.
• CLAVE. Diccionario de uso del español actual (1997), dirigido por Concepción Maldonado.
• Diccionario del español actual (1999) de Manuel Seco, Olimpia Andrés y Gabino Ramos.
• Diccionario general de sinónimos o antónimos (1999) de José Manuel Blecua.
• Lema. Diccionario de la lengua española (2001), dirigido por Paz Battaner.
• REDES. Diccionario combinatorio del español contemporáneo (2004), dirigido por Ignacio
Bosque.
31
A partir de la descripción del Diccionario de construcción y régimen de la lengua castellana Porto
Dapena introduce las cuestiones básicas de la teoría lexicográfica, por lo que la obra se concibe también
como un manual de lexicografía donde se presenta de manera minuciosa la labor de confección de un
diccionario.
32
Igual que a Porto Dapena (1980), el análisis de algunos aspectos fundamentales del diccionario de
la Academia le sirven para tratar cuestiones teórico-metodológicas de la teoría lexicográfica.
33
En 2004 vio la luz la segunda edición corregida y aumentada por Omeñaca y Haensch.
52
CAPÍTULO 1. LA TEORÍA LEXICOGRÁFICA, EL DICCIONARIO Y LA CONFIGURACIÓN DE LA
MACROESTRUCTURA
obras lexicográficas sirve como punto de partida para las reflexiones teóricas. Por lo
tanto, la teoría surge de la propia práctica, lo que evidencia la estrecha relación entre
ambas vertientes.
Sobre la historia de la lexicografía destacan las aportaciones de Seco (1987) que
recoge en la monografía Estudios de lexicografía española, revisada y ampliada en el
2003, los distintos estudios de Dolores Azorín, así como la monografía Los diccionarios
del español en su perspectiva histórica (Azorín 2000), y la recopilación de los trabajos
que Álvarez de Miranda (2011) redactó entre 1992 y 2008 y que se agrupan en Los
diccionarios del español moderno. También Alvar Ezquerra (1993a) dedica una parte de
sus investigaciones a la historia de la lexicografía. Asimismo, se publican por esos años
un abundante número de estudios en revistas especializadas.
Especial mención merece la Revista de lexicografía de la Universidade da Coruña
que nace en 1994 bajo la dirección de Juan Gutiérrez Cuadrado y en la que actualmente
se siguen difundiendo estudios que versan sobre aspectos específicos de la lexicografía
y que están dirigidos a la comunidad investigadora. Desde el nacimiento de la Revista
de Lexicografía se han publicado 25 volúmenes, el último en 2019. En ellos destacan
las investigaciones sobre historia de la lexicografía o crítica lexicográfica y, por razones
obvias, sobresalen los estudios dedicados al diccionario de la Academia, el cual, como
señalan Bosque y Barrios (2018: 638), «have been carefully dissected, scrutinized,
praised and criticized».
El cultivo de la teoría lexicográfica en el ámbito hispánico continúa con fervor en
la primera década del siglo XXI 34, ya que, como consecuencia de la presencia de esta
disciplina en las universidades españolas, se publican manuales de apoyo a la docencia
que reúnen los conceptos básicos sobre la lexicografía y las técnicas empleadas en la
elaboración de diccionarios 35. Algunos ejemplos son la monografía Introducción a la
34
Prueba de ello son el abundante número de publicaciones que se recogen en el Diccionario
Bibliográfico de la Metalexicografía del Español 2001-2005 (2009) y el Diccionario Bibliográfico de la
Metalexicografía del Español 2006-2010 (2014), dirigidos y editados por Ahumada. En estas obras se
recogen todos los estudios sobre lexicografía organizados tanto temática como alfabéticamente que han
visto la luz entre los años 2001 y 2010.
35
Porto Dapena (2002: 10) señaló sobre este asunto que «los programas que hoy se explican en
nuestras facultades universitarias están más enfocados a informar al alumno sobre el desarrollo histórico
53
CAPÍTULO 1. LA TEORÍA LEXICOGRÁFICA, EL DICCIONARIO Y LA CONFIGURACIÓN DE LA
MACROESTRUCTURA
lexicografía del español de Bajo (2000), Cuestiones de lexicografía y lexicología de
Abad (2001), el Manual de técnica lexicográfica de Porto Dapena (2002) y, más tarde,
Lexicografía y metalexicografía: estudios, propuestas y comentarios (Porto Dapena
2009), en el que recopila sus estudios teóricos sobre la disciplina, el volumen
Lexicografía española coordinado por Medina Guerra (2003), que incluye una parta que
se ocupa de la historia de la lexicografía, Lexicografía Española de Anglada (2005), con
un carácter eminentemente práctico que incluye fragmentos para comentar y cuestiones
al final de cada tema, el Manual básico de lexicografía de Martínez de Sousa (2009) y,
recientemente, Introducción a la lexicografía de Rodríguez Barcia (2016). En este
último se recogen temas más novedosos como la lexicografía digital en la actualidad y
también contiene ejercicios. El objetivo de estos manuales es el planteamiento de unos
principios generales de la disciplina que sirvan tanto a los alumnos como a los
investigadores. Por ello, es posible hallar en sus páginas, además de los fundamentos
teóricos de la lexicografía, «una descripción de los principales diccionarios del español
a lo largo de la historia» (Medina Guerra 2003: 25). La lexicografía también adquiere su
espacio en algunos manuales de lexicología del español donde se plantea la
interdependencia de ambas disciplinas. Ejemplo de ello es el volumen Panorama de la
lexicología coordinado por De Miguel (2009: capítulo 5) o la reciente publicación del
manual Introducción al léxico, componente transversal de la lengua de Battaner y
López Ferrero (2019: capítulo 9).
Asimismo, cabe destacar la constitución en el año 2002 de la Asociación Española
de Estudios Lexicográficos (AELex), fundada en el I Symposium Internacional de
Lexicografía (Barcelona 2002). La AELex organizó en 2004 el primer Congreso
Internacional de Lexicografía Hispánica, del que actualmente se han celebrado ocho
ediciones (http://aelex.net/). Los resultados de estos encuentros se han publicado en
diferentes volúmenes y recopilan investigaciones que atañen a la lexicografía en toda su
amplitud: De lexicografía (Battaner y DeCesaris 2004), El Diccionario de la Real
de nuestra lexicografía que a la formación de posibles futuros lexicógrafos o, por lo menos, a enseñar al
alumno cómo se gesta un diccionario, cuáles son sus características internas y, por supuesto, cómo hay
que manejarlo».
54
CAPÍTULO 1. LA TEORÍA LEXICOGRÁFICA, EL DICCIONARIO Y LA CONFIGURACIÓN DE LA
MACROESTRUCTURA
Academia Española: ayer y hoy (Pérez Pascual y Campos 2006), Diccionarios y
fraseología (Alonso Ramos 2006), Historia de la lexicografía española (Campos,
Cotelo y Pérez Pascual 2007), El diccionario como puente entre las lenguas y las
culturas del mundo (Azorín 2008), Los diccionarios a través de la historia (Medina
Guerra y Ayala 2010), Avances de lexicografía hispánica (Nomdedeu et al. 2012),
Bordeando los márgenes. Gramática, lengua técnica y otras cuestiones fronterizas en
los estudios lexicográficos del español (Cotelo 2016), El diccionario en la encrucijada:
de la sintaxis y la cultura al desafío digital (Sariego, Gutiérrez Cuadrado y Garriga
2017), Retos y avances en lexicografía: los diccionarios del español en el eje de la
variación lingüística (Quilis Merín y Sanmartín 2019a) e Historia e historiografía de
los diccionarios del español (Quilis Merín y Sanmartín 2019b). Todas estas
publicaciones demuestran la vitalidad de la lexicografía en los últimos años.
En la actualidad existe una tendencia al análisis diacrónico que apuesta por la
historia de la lexicografía 36, la cual describe y examina diccionarios de épocas pasadas.
Muestra de ello es la presencia de la lexicografía dentro de la historiografía lingüística,
disciplina que actualmente está en apogeo (cfr. Swiggers 2009). Asimismo, también se
continúa investigando en los otros campos de la metalexicografía, la teoría general de la
lexicografía 37 y la crítica lexicográfica, así como en los nuevos avances tecnológicos en
la elaboración de diccionarios. Finalmente, son destacables los estudios de lexicografía
aplicada como, por ejemplo, los que han surgido en torno al Nuevo diccionario histórico
del español, que tratan aspectos tanto teórico-metodológicos como descriptivos (Pascual
Rodríguez y García Pérez 2008; Gómez Martínez y Carriazo 2010; Campos, Salas y
Torres 2019; Cotelo 2019; Pascual Rodríguez 2019, entre otros) 38.
36
Cabe destacar que, en el ámbito hispánico, desde finales del siglo XX la historia de la lexicografía
ha sido un tema recurrente en la bibliografía, que aun hoy se muestra inagotable por la cantidad de
repertorios publicados y las múltiples perspectivas de análisis que ofrecen estos productos lexicográficos.
37
Las conferencias plenarias de Lingüística y diccionarios son un ejemplo de ello: «La lexicografía y
su relación con otras disciplinas independientes como la lingüística y la ciencia de la información» de
Tarp (2015), «El léxico como pilar inicial de la reflexión lingüística y el diccionario» de Battaner (2015)
y «Diccionarios que todavía no existen» de Simone (2015).
38
En este capítulo no se ha tenido en cuenta toda la lexicografía histórica. No se han incluido, por
ejemplo, los estudios sobre el Diccionario de la Ciencia y de la Técnica del Renacimiento (DICTER).
55
CAPÍTULO 1. LA TEORÍA LEXICOGRÁFICA, EL DICCIONARIO Y LA CONFIGURACIÓN DE LA
MACROESTRUCTURA
Como se ha comprobado a lo largo de este epígrafe, la teoría lexicográfica emerge
de la práctica de elaborar diccionarios y se va desarrollando al compás de las obras que
se van publicando. A finales del siglo XVIII nacen los conceptos teóricos y se empieza
a reflexionar sobre su condición. También en esta época ven la luz los primeros tratados
metalexicográficos que son los prólogos de los repertorios donde se describen las bases
teórico-metodológicas seguidas en la confección de la obra. Durante todo el siglo XIX y
parte del XX la lexicografía solamente abarca la parte práctica o técnica y se entiende
como subsidiaria de la lexicología, disciplina que aporta los principios teóricos. Con la
lingüística estructural se plantea la relación de estas disciplinas, que con el tiempo van
adquiriendo independencia hasta poseer total autonomía a finales del siglo XX. Desde
entonces, el cultivo de la metalexicografía ha crecido exponencialmente y en la medida
en la que los productos lexicográficos han ganado en complejidad la parte teórica ha ido
ampliando su dominio disciplinar y sus campos de investigación. A ello han contribuido
la constitución de asociaciones de lexicografía, la organización de congresos dedicados
a discutir aspectos lexicográficos, la creación de revistas especializadas o la publicación
de manuales de lexicografía. Asimismo, el empleo de herramientas informáticas para la
elaboración de diccionarios ha supuesto que en la actualidad la lexicografía teórica se
dedique al estudio y creación de corpus computacionales, al uso adecuado de los datos
proporcionados por estos, a su relación con el procesamiento natural del lenguaje o la
inclusión de los resultados derivados del gran desarrollo que han experimentado otras
ramas de la lingüística como la sintaxis, la morfología o la semántica. Estos son los ejes
de la lexicografía internacional.
2. EL DICCIONARIO
A lo largo del tiempo en la teoría lexicográfica se han propuesto numerosas definiciones
del concepto de diccionario desde distintas perspectivas y se han intentado determinar y
precisar sus características habitualmente en contraposición a otros tipos de reportorios
(léxico, vocabulario, glosario, tesoro, etc.) estableciendo así una tipología de estos. Esta
idea se desprende del estudio de Fernández Sevilla (1974: 39), pues este lingüista indicó
56
CAPÍTULO 1. LA TEORÍA LEXICOGRÁFICA, EL DICCIONARIO Y LA CONFIGURACIÓN DE LA
MACROESTRUCTURA
que para explicar qué es el diccionario quizá «resulte preferible comenzar por establecer
su tipología». En la actualidad, todavía existe controversia en torno a este asunto, el cual
no se ha logrado resolver en su totalidad de manera satisfactoria, ya que dependiendo
del tipo de obra lexicográfica que se consulte tendrá unas características u otras. Por
ello, como se señala en la mayoría de los manuales (cfr. Haensch 1982; Alvar Ezquerra
1993a; Porto Dapena 2002; Medina Guerra 2003), uno de los retos de la lexicografía
teórica es clarificar los límites y establecer la naturaleza y propiedades de estas obras
lexicográficas (cfr. Campos y Pérez Pascual 2003: 55).
En los siguientes subepígrafes se discuten estas cuestiones a la luz de los estudios
sobre teoría de la lexicografía tanto del ámbito hispánico como del europeo. Por ello, en
primer lugar, se hace referencia al concepto de diccionario, así como a sus principales
características (§ 2.1.). En segundo lugar, se exponen las tipologías que se han
establecido en los manuales de lexicografía del español, las cuales, actualmente, han
sido revisadas en función de las novedades que presentan los productos lexicográficos
electrónicos (§ 2.2.). Finalmente, se presta especial atención a la disposición de las
entradas en los diccionarios, la cual condiciona la macroestructura de la obra (§ 2.3.).
2.1. El concepto de diccionario
Rey-Debove (1971) fue una de las primeras lingüistas que pretendió definir el concepto
de diccionario. Se centraba exclusivamente en el diccionario monolingüe general. Para
esta autora, el diccionario es una «liste ordonnée de mots suivis d'un texte donnant des
informations» (Rey-Debove 1971: 19). Asimismo, para profundizar en esta definición
identificó una serie de características propias del diccionario general. Destacó la forma
de lectura que requiere, puesto que no es un texto que permita una lectura continua, sino
que es una secuencia de mensajes independientes. El usuario solamente consulta el
fragmento que le interesa de la obra y no su totalidad.
Al mismo tiempo, y de una manera más amplia y general, J. Dubois y C. Dubois
(1971) describieron el repertorio lexicográfico como «un producto manufacturado que
responde a exigencias de información y comunicación». Estos autores, consideran que
57
CAPÍTULO 1. LA TEORÍA LEXICOGRÁFICA, EL DICCIONARIO Y LA CONFIGURACIÓN DE LA
MACROESTRUCTURA
su principal «finalidad es pedagógica, pues pretende cubrir los vacíos de lengua o saber,
y también, es un objeto cultural, ya que da testimonio de una civilización» (citado en
Alvar Ezquerra 1983a: 109).
Unos años más tarde, en 1980, Alvar Ezquerra publicó una investigación en cuyo
título se preguntaba ¿Qué es un diccionario? e intentaba responder a esta cuestión «al
hilo de unas definiciones académicas». En este artículo, intentó desgranar la definición
de diccionario recogida en el DRAE 1970 y formuló, a partir de esa, su propuesta:
«conjunto de palabras de una o más lenguas o lenguajes especializados, comúnmente en
orden alfabético, con sus correspondientes explicaciones» (Alvar Ezquerra 1980: 112).
Para fijar los límites del diccionario, Alvar Ezquerra estableció una clasificación de los
productos lexicográficos (véase § 2.2.). Los títulos de las obras que define son el léxico
—explica los vocablos o expresiones de un autor o una obra en concreto—, el glosario
—aclara las palabras difíciles de un texto—, el vocabulario —define una parte de los
términos de la lengua escogidos con criterios extralingüísticos—, la enciclopedia —
describe todo lo que configura la realidad de una época o una cultura y no tiene carácter
lingüístico— y el tesoro —abarca la totalidad del léxico de una lengua en sus diferentes
períodos históricos—. El tesoro, por lo tanto, es un diccionario total. La exhaustividad
propia de esta obra es una meta que todavía hoy en día resulta inalcanzable (cfr. Casares
1950: 13), aun con el empleo de herramientas tecnológicas. Más reciente, Campos y
Pérez Pascual (2003: 55) consideran que en la actualidad todavía existe una gran
vaguedad en la delimitación de estas obras y que los términos léxico, vocabulario,
glosario y enciclopedia se suelen usar como sinónimos de diccionario. Incluso es
habitual utilizar el vocablo diccionario como un hiperónimo de todos los subgéneros y
productos lexicográficos. En opinión de Casares (1921: 11), otorgarle al diccionario
toda esa amplitud designativa solamente lo «desnaturaliza y empequeñece».
Por lo que respecta a la voz diccionario, cabe destacar que la definición de 1970 a
la que acudía Alvar Ezquerra para responder a su pregunta se ha modernizado y en la
edición actual se define como el «repertorio en forma de libro o en soporte electrónico
58
CAPÍTULO 1. LA TEORÍA LEXICOGRÁFICA, EL DICCIONARIO Y LA CONFIGURACIÓN DE LA
MACROESTRUCTURA
en el que se recogen, según un orden determinado, las palabras o expresiones 39 de una o
más lenguas, o de una materia concreta, acompañadas de su definición, equivalencia o
explicación» (DLE 2014: s. v. diccionario). La Academia no ha tenido en cuenta en la
definición el soporte electrónico hasta la versión de 2014, pese a estar informatizado
desde 1992 40.
Tarp (2013: 119 y 2015: 14) define los repertorios lexicográficos atendiendo a
cinco características comunes a todos ellos y que los diferencian de otras obras:
•
•
•
•
•
el diseño y producción de herramientas de uso,
que pueden ser consultados de forma rápida y fácil,
para satisfacer necesidades puntuales de información,
que tienen tipos específicos de usuarios.
que se encuentran en tipos específicos de situaciones extralexicográfica.
Teniendo en cuenta estas premisas, Tarp (2015: 15) indica que el objetivo general
de todos los productos lexicográficos es «facilitar el acceso a datos lexicográficamente
seleccionados y preparados de los cuales los usuarios pueden sacar información puntual
que luego puede aplicarse para un sinfín de propósitos». Esta afirmación se inserta en la
teoría funcional de la lexicografía, explicada en el § 1.2.
De las definiciones propuestas anteriormente para la voz diccionario se pueden
deducir sus principales características, las cuales han sido precisadas y revisadas a lo
largo del tiempo: 1) es un producto lingüístico, 2) se ha creado debido a una necesidad,
3) su finalidad es didáctica y 4) es un objeto de valor sociocultural.
Todos los metalexicógrafos están de acuerdo en señalar el carácter lingüístico de
los diccionarios en contraposición a otras obras no lingüísticas como la enciclopedia
(cfr. Alvar Ezquerra 1980 y 1996; Lara 1990; Azorín 1996-97; Gutiérrez Cuadrado
1996; Anaya 2000; Porto Dapena 2002). Ello se refleja, por ejemplo, en el interés del
39
En esta edición (DLE 2014), por primera vez, se ha hecho referencia a la inclusión en el diccionario
de expresiones y no solamente de palabras simples.
40
La definición de la edición de 2001 es la siguiente: «Libro en el que se recogen y explican de forma
ordenada voces de una o más lenguas, de una ciencia o de una materia determinada» (DRAE 2001: s. v.
diccionario).
59
CAPÍTULO 1. LA TEORÍA LEXICOGRÁFICA, EL DICCIONARIO Y LA CONFIGURACIÓN DE LA
MACROESTRUCTURA
diccionario por recoger indicaciones sobre la pronunciación, la ortografía, la morfología
o las restricciones sintácticas y de uso. Por lo tanto, como producto lingüístico es una
obra inacabada, ya que el léxico constituye un sistema abierto compuesto por un número
no finito de unidades constantemente en movimiento (Alvar Ezquerra 1996: 26). En este
sentido, se concibe la obra lexicográfica como un artefacto vivo y dinámico en continua
renovación. Este aspecto es especialmente destacable en los diccionarios electrónicos,
pues están en constante construcción. Un diccionario incapaz de adaptarse a los cambios
que se producen en la lengua «acabará por no ser más que una obra muerta, carente de
vigencia para servir de referencia inmediata» (Corrales y Corbella 2007: 360).
En la actualidad, las fronteras entre diccionario lingüístico y enciclopedia se han
difuminado, puesto que uno de los objetivos de los productos lexicográficos en formato
electrónico es incorporar el mayor número de información que sea necesaria al usuario
y presentarla de una manera dinámica de acuerdo con sus necesidades. Por ello, para
Rundell (2012: 78) las tipologías binarias del tipo diccionario versus enciclopedia son
cada vez más irrelevantes en la lexicografía electrónica (véase § 2.1.).
Asimismo, parece obvio indicar que el diccionario se ha creado por una necesidad
y con finalidades concretas que pueden variar según el tipo de obra lexicográfica que se
consulte. Ahí radica el carácter práctico del diccionario en la medida en que este facilita
la respuesta a la consulta que se quiere conocer (Wolf 1982: 343). Por ende, la utilidad
del diccionario dependerá, en gran medida, del usuario, un factor clave para establecer
la tipología de estas obras. Menéndez Pidal (1961 [1945]: 108) ya incidió en este rasgo
al indicar que «el diccionario debe ser guía» instruyendo al lector sobre las formas
existentes. Los diccionarios, en este sentido, «are not descriptions of a language […] but
tools with which users of the dictionary solve problems of a particular type» (Fontanelle
2014: 25), es decir, lo que Tarp (2013: 119) denomina información puntual, por lo que
los productos lexicográficos deben diseñarse «como herramientas de consulta rápida y
fácil». Actualmente, la teoría funcional de la lexicografía se encarga de desarrollar las
necesidades lexicográficamente relevantes de los usuarios (cfr. Tarp 2005 y 2013).
Por su parte, el valor sociocultural del diccionario ha sido puesto de relieve por
estudiosos como Lara (1990: 30) quien se refiere al repertorio lexicográfico como «una
60
CAPÍTULO 1. LA TEORÍA LEXICOGRÁFICA, EL DICCIONARIO Y LA CONFIGURACIÓN DE LA
MACROESTRUCTURA
necesaria memoria social que de inmediato trasciende su carácter utilitario para venir a
representar nada menos que el propio carácter social de la lengua». Del mismo modo
opina Alvar Ezquerra (1993a: 13) y, además, menciona que este «trasciende los límites
puramente lingüísticos y culturales, hasta el punto de poder influir de manera decisiva
sobre el desarrollo de la sociedad». Arnal (1996: 25) coincide con esta tesis y la explica
a partir de la relación entre la historia de la cultura y la historia de la lengua. Más
recientemente, Blecua (2014) ha resaltado el valor social del diccionario, pero no como
una «memoria» sino como un reflejo, un «modelo de la lengua» en el estado actual, por
lo que, para él, las palabras que pierden su vigencia no deben aparecer en el diccionario
usual 41. Por este motivo, como señala Jiménez Ríos (2013b: 24), «la lexicografía tiende
un puente entre lengua y realidad». También Demonte (2017: 15) ha destacado el valor
cultural del diccionario y lo define como «el portavoz de la sociedad, de su cultura y de
su visión del mundo».
Debido al influjo que ejerce el diccionario en la sociedad, Lara (1990) ha decidido
incluir como propiedad inherente del repertorio léxico la naturaleza normativa de este
«aun sin que el diccionario en cuestión se lo proponga». Es decir que todo diccionario
posee un valor regulador por ser una obra de referencia. Este rasgo lo favorecen las
propias marcas utilizadas en las obras lexicográficas al dotar a las voces de un estatus
(marcas diatópicas, diacrónicas, etc.). La normatividad es una característica connatural
en el diccionario de la Academia. Así lo expresa Álvarez de Miranda (1995: 413):
Las gentes […] consultan el diccionario de la Academia como a un oráculo,
lo utilizan como juez para dirimir conflictos, acuden a él para ver si tal
palabra “existe” (como si un diccionario pudiera dar fes de vida), invocan
sus definiciones, solicitan de la corporación adiciones o enmiendas (muchas
veces desde la ingenua convicción de que el diccionario es la lengua, en vez
de mero reflejo de ella) (Álvarez de Miranda 1995: 413).
También Demonte (2017: 15) opina que el carácter prescriptivo del diccionario es
inherente a su naturaleza debido a que suelen ser referentes lingüísticos en muchas
lenguas. Este hecho «els converteix en els tresors lingüístics de la comunitat, i en el
41
Estas palabras deben hallarse en diccionarios históricos.
61
CAPÍTULO 1. LA TEORÍA LEXICOGRÁFICA, EL DICCIONARIO Y LA CONFIGURACIÓN DE LA
MACROESTRUCTURA
símbol de la identificació de la llengua amb els parlants» (Arnal 1996: 25). El arraigo
social del diccionario es lo que le otorga dicha normatividad.
Finalmente, es también destacable el aspecto comercial del diccionario que, en
opinión de Alvar Ezquerra (1993a: 13), es lo que da cuenta de la extensa producción de
obras lexicográficas de todo tipo y el interés de las editoriales en estos repertorios. El
prestigio que los diccionarios han logrado alcanzar en la sociedad es una garantía para
las empresas editoriales. Asimismo, cabe destacar que la condición de los repertorios
como productos comerciales influye en su confección. En las obras impresas en papel,
el espacio es el primer aspecto que tienen en cuenta las editoriales y que repercute de
manera directa en su elaboración, tanto en la macroestructura —número de entradas—
como en la microestructura —cantidad de información proporcionada—. En las obras
electrónicas, en cambio, las limitaciones de espacio no son un problema. También en el
prólogo se anuncian cuestiones relacionadas con la política editorial 42 (cfr. Barcia 2013:
28), un aspecto especialmente destacable en los diccionarios del siglo XIX.
2.2. Tipos de diccionarios
La amplitud del concepto de diccionario ha llevado a los lexicógrafos a establecer la
tipología de dichas obras con el objetivo de trazar los límites de estos productos (cfr.
Alvar Ezquerra 1998: 42; Campos y Pérez Pascual 2003: 56-57, etc.). En el epígrafe
anterior se ha expuesto que, en ocasiones, el término diccionario se ha empleado como
un hiperónimo de todos los subgéneros, por lo que resulta fundamental delimitar las
propiedades y características de cada producto lexicográfico. No obstante, es una labor
compleja constituir una tipología exhaustiva que incluya todos los posibles diccionarios
que puedan existir. Son numerosas las investigaciones en las que se ha ofrecido una
clasificación detallada de los repertorios lexicográficos y en todas se ha aludido a la
42
En opinión de Alvar Ezquerra (1993a: 14) «no deja de ser un ardid publicitario anunciar el número
de palabras de cada diccionario». También es habitual describir la obra exaltando sus características
distintivas respecto a otros repertorios. En el siglo XIX este componente es mucho más destacado. En el
estudio de Barcia (2013) se han examinado los prólogos de los diccionarios académicos publicados en la
primera mitad del siglo XIX con el objetivo de destacar las estrategias de valorización que presentan y
ponerlas en relación con el aparato comercial editorial.
62
CAPÍTULO 1. LA TEORÍA LEXICOGRÁFICA, EL DICCIONARIO Y LA CONFIGURACIÓN DE LA
MACROESTRUCTURA
imposibilidad de establecer una clasificación general e integradora, ya que no existen
diccionarios que pertenezcan a un único conjunto ni que cumplan una única función. La
mayoría de las obras combinan rasgos que los incluyen en varios grupos 43.
Entre las muchas tipologías, una de las más conocidas es la del estudioso Yakov
Malkiel (1975 [1962]: 5), quien clasifica los repertorios lexicográficos atendiendo a tres
parámetros: la clase, la perspectiva y la presentación de los materiales. En estos criterios
de clasificación se establecen distintas subdivisiones:
1.
2.
3.
Classification by range
a) Density of entries
b) Number of languages involved
c) Extent of concentration on lexical data
Classification by perspective:
a) With regard to the time axis, the outlook may be historical
(dynamic) or synchronic (static)
b) With regard to the basic arrangement, the sequence may be
conventional (alphabetic), semantic […] or entirely arbitrary
(chaotic)
c) With regard to avowed purpose, the prevalent tone may be
objective, perceptive or jocular
Classification by presentation:
a) Definition
b) Exemplification
c) Graphic illustrations (including maps)
d) Special features (localization in territorial terms, etc.)
Esta clasificación, como ya apuntó Alvar Ezquerra (1983b: 119), ha sido bastante
criticada con posterioridad debido a que instituye «los rasgos distintivos a partir de los
diccionarios ya conocidos».
Unos años más tarde, el propio Alvar Ezquerra (1976), siguiendo el modelo de
Malkiel, intentó clasificar los productos lexicográficos lingüísticos y monolingües.
Prescindió de las enciclopedias, por no tener carácter lingüístico, de los diccionarios
enciclopédicos, por resultar un híbrido entre el diccionario y la enciclopedia, y de los
repertorios léxicos bilingües y plurilingües. Su tipología, también fundamentada en tres
43
La heterogeneidad de estos productos es aún más destacable en los repertorios electrónicos.
63
CAPÍTULO 1. LA TEORÍA LEXICOGRÁFICA, EL DICCIONARIO Y LA CONFIGURACIÓN DE LA
MACROESTRUCTURA
parámetros, se centra en los rasgos distintivos de los diccionarios, léxicos, glosarios,
vocabularios y tesoros, estableciendo las diferencias y las similitudes entre ellos:
1.
2.
3.
Nivel lingüístico 44:
a) Fundados en lengua: léxico, diccionario
b) Fundados en habla: glosario, vocabulario, tesoro
Delimitación del corpus:
a) Los límites están fijados: vocabulario, glosario y léxico,
tesoro.
b) No existen fronteras teóricas: diccionario.
Análisis exhaustivo del corpus:
a) Análisis exhaustivo: glosario, diccionario y léxico.
b) Examinados en su totalidad: vocabulario, tesoro.
En 1982, el grupo liderado por Haensch también reflexionó sobre la tipología de
las obras lexicográficas e intentó reunir todos los posibles repertorios, existieran o no.
Para ello, Haensch expuso en nada menos que 93 páginas de su manual tres complejas
clasificaciones diferenciadas por la perspectiva de análisis, ya que, en su opinión, «han
sido no sólo criterios lingüísticos, sino también factores históricos y culturales los que
han influido en el nacimiento y desarrollo de los distintos tipos de obras lexicográficas»
(Haensch 1982: 96). Por lo tanto, clasifica los repertorios desde el punto de vista de la
lingüística teórica y según criterios histórico-culturales y prácticos (cfr. Gak 1991).
En la primera clasificación, Haensch organiza las obras lexicográficas según dos
rasgos lingüísticos: el objeto de discurso y el enfoque de la descripción lingüística. Por
un lado, el objeto de discurso puede ser individual (de una obra o de un autor: glosario,
diccionarios o vocabularios de obras literarias, etc.) o colectivo (tesoro, diccionarios
generales, etc.). Por otro lado, el enfoque de la descripción lingüística puede tener en
cuenta el punto de vista del emisor, el del receptor o ninguno de los dos. Los primeros,
en los que interviene el emisor, son de tipo onomasiológico o los redactados con el fin
de ofrecer indicaciones sobre el empleo del significante (diccionarios ortográficos, de
44
Alvar Ezquerra (1976: 15) distingue, siguiendo las ideas de Quemada, entre dos tipos de técnicas:
«una, basada en los hechos de lengua, sería la lexicografía, ocupada en analizar lexemas, esto es, en
componer léxicos y diccionarios, y la otra, fundamentada en el habla, sería la lexigrafía, cuya meta estaría
en estudiar las palabras (voces, vocablos, esto es, las realizaciones concretas), y por consiguiente en
elaborar glosarios y vocabularios».
64
CAPÍTULO 1. LA TEORÍA LEXICOGRÁFICA, EL DICCIONARIO Y LA CONFIGURACIÓN DE LA
MACROESTRUCTURA
formación de palabras, de construcción y régimen, de dudas, etc.). Los segundos, en los
que se tiene en cuenta el papel del receptor, son de tipo semasiológico y se agrupan, a su
vez, según el número de lenguas implicadas (monolingües y plurilingües) y la unidad de
descripción (diccionarios de fraseología, de modismos, de refranes, etc.). Finalmente, la
obras que no tienen en cuenta la función del interlocutor son aquellas organizadas según
otros criterios (diccionarios inversos, de frecuencias, de sinónimos y antónimos, etc.).
En la segunda clasificación ofrece una panorámica histórico-cultural de los tipos
de diccionarios y como han ido surgiendo condicionados por la evolución sociocultural
e, incluso, por los gustos y modas de la época. En cada período se ha desarrollado un
tipo de producto lexicográfico, aunque eso no excluye la publicación de los demás. A
inicios de la Edad Moderna «conoció un auge extraordinario el diccionario bilingüe y,
muy pronto también, el multilingüe» (Haensch 1982: 107). En los siglos XVI y XVII se
publicaron los primeros diccionarios y vocabularios de especialidad (diccionarios de
modismos, de arcaísmos o sobre materias específicas: de agricultura, de medicina, etc.).
En el siglo XVIII surgió la lexicografía enciclopédica y se cultivaron los diccionarios
normativos 45. Aparecieron también los diccionarios de sinónimos en el afán racionalista
de selección del léxico (cfr. Alvar Ezquerra 2002: 305; Martínez Real 2016: 161-162).
El siglo XIX fue una época muy fructífera para la lexicografía. En esta centuria, con la
eclosión de la lingüística histórica y, más tarde, de la lingüística comparada, vieron la
luz, sobre todo en Europa, diccionarios históricos y etimológicos. También tuvieron un
enorme auge los diccionarios especializados y, debido al relieve de la dialectología y la
geografía lingüística, se elaboraron diccionarios dialectales (de lenguas regionales de
España, de americanismos, etc.) y se multiplicó la publicación de diccionarios bilingües.
Finalmente, en el siglo XX indica Haensch que «se continúa con la publicación de todos
los diccionarios ya existentes antes» y se introducen, además, nuevos tipos como el
diccionario ideológico, el de uso, diccionarios descriptivos, etc.
45
Haensch (1982: 113-114) indica que un buen ejemplo de ello es el nacimiento de la Real Academia
Española y la publicación del Diccionario de autoridades, aunque como se comprobará en el capítulo 3,
el objetivo de la Academia en sus inicios no era normativo, sino más bien descriptivo. De hecho, es esta
una de las principales características que lo aleja de su modelo francés e italiano.
65
CAPÍTULO 1. LA TEORÍA LEXICOGRÁFICA, EL DICCIONARIO Y LA CONFIGURACIÓN DE LA
MACROESTRUCTURA
En la última clasificación ordena los diccionarios según criterios extralingüísticos
de orden práctico que responden a las características comunes de estos. Los rasgos que
tiene en cuenta son ocho: 1) formato y extensión del repertorio lexicográfico, es decir,
número de entradas que contiene; 2) el carácter lingüístico, enciclopédico o mixto, 3) el
sistema lingüístico en el que se fundamenta, es decir, el corpus, 4) el número de lenguas
implicadas (monolingües, plurilingües), 5) la selección del léxico, esto es, si abarcan la
totalidad del vocabulario o solamente una parte, si son exhaustivos o selectivos, si son
diacrónicos o sincrónicos o de carácter descriptivo o prescriptivo, 6) la ordenación de
los materiales (semasiológicos, onomasiológicos, por familias, por la imagen, etc.), 7) la
finalidad específica del diccionario y, por último, 8) los diccionarios tradicionales de los
electrónicos. En este último apartado no se ofrece información sobre las características
de ambos tipos de repertorios.
Las clasificaciones propuestas por Haensch (1982) se revisan, posteriormente, en
Omeñaca y Haensch (1997 y 2004 68-326), quienes intentan aunar las tres perspectivas
señaladas anteriormente. La tipología propuesta por estos autores es exhaustiva y ocupa
la parte principal de su manual. Omeñaca y Haensch clasifican las obras lexicográficas
en dos grupos: generales y no generales. Por un lado, la organización de los repertorios
lexicográficos generales está organizada en tres subgrupos que se basan en las lenguas
que tratan: diccionarios generales monolingües (definitorios, de uso, de estilo, escolares
y de español como lengua extranjera), diccionarios generales bilingües y diccionarios
generales multilingües. Por otro lado, los repertorios no generales se clasifican en cuatro
grupos: 1) diccionarios sintagmáticos, que «tratan las unidades léxicas en su aplicación
contextual en relación con las otras partes del enunciado» (de construcción y régimen,
de colocaciones, de locuciones y modismos, de refranes, de citas célebres, de frases y de
uso), 2) diccionarios paradigmáticos, que reúnen las palabras en paradigmas, ya sea de
contenido (onomasiológicos, de sinónimos y antónimos, por la imagen y de gestos) o de
expresión (de homónimos y parónimos, de rima e inversos), 3) diccionarios que recogen
un subconjunto de unidades (de arcaísmos, de neologismos, dialectales, de especialidad,
de dudas, etc.) y, por último, 4) diccionarios con una finalidad específica (gramaticales,
diacrónicos, ortográficos, de pronunciación, de frecuencia, etc.). En la actualidad, esta
66
CAPÍTULO 1. LA TEORÍA LEXICOGRÁFICA, EL DICCIONARIO Y LA CONFIGURACIÓN DE LA
MACROESTRUCTURA
clasificación se ha tomado como modelo y es una de las más seguidas en los manuales
de lexicografía del español.
En el estudio de Porto Dapena (2002) también se ordenan las obras lexicográficas
en dos grandes bloques, pero atendiendo al carácter lingüístico de los repertorios 46. Esta
distinción se funda «en la separación signo-cosa», mientras que unos se ocupan de las
palabras los otros «de la realidad representada por éstas» (Porto Dapena 2002: 43). Por
un lado, en las obras de tipo no lingüístico incluye las enciclopedias, los diccionarios
enciclopédicos y los diccionarios terminológicos 47. Porto Dapena (2002: 44) aclara que
las enciclopedias, pese a la semejanza formal que poseen con los diccionarios de lengua,
se distinguen en el número y tipo de entradas, las definiciones y la información ofrecida
en los artículos. Por otro lado, clasifica los diccionarios lingüísticos según siete
criterios: 1) la perspectiva temporal, sincrónica o diacrónica; 2) el volumen y extensión
de las entradas 48, según la extensión los diccionarios se diferencian por el número de
lenguas (monolingües, bilingües y plurilingües), y por la extensión del conjunto léxico,
es decir, generales, estudian el léxico en toda su amplitud (tesoro, diccionario manual,
etc.) o particulares, se ocupan de una parcela del vocabulario, ya sea externa (de jergas,
dialectales, etc.) o interna (ortográficos, sintácticos, de refranes, etc.); 3) el nivel o el
plano lingüístico, que se basa en la distinción tripartita propuesta por Coseriu lengua,
norma y habla; 4) la microestructura o el tratamiento de las entradas (descriptivos y no
descriptivos); 5) la ordenación de las entradas (alfabéticos, de familias etimológicas,
46
En el epígrafe anterior se ha señalado que la frontera fijada por Porto Dapena (lingüístico/no
lingüístico) es cada vez más difusa en los diccionarios en formato electrónico (cfr. Rundell 2012: 78).
47
A diferencia de otros autores, Porto Dapena (2002: 48) clasifica los diccionarios terminológicos
como no lingüísticos siguiendo las ideas de Coseriu quien opina que el vocabulario terminológico «se
estructura de un modo idéntico al de la realidad que representa, de suerte que designación, o relación
entre el signo y la cosa, y significación, o relación entre significados, coinciden plenamente, todo
diccionario terminológico es a la vez un estudio de las palabras y de las cosas».
48
Resulta confusa la delimitación del criterio «extensión y volumen de las entradas», que, en realidad,
como apunta más adelante son dos rasgos diferentes: «con el término extensión nos referíamos a la
amplitud o delimitación del conjunto léxico, mientras que con volumen aludimos a la cantidad de entradas
en relación con la totalidad de ese conjunto léxico» (Porto Dapena 2002: 57). El criterio del volumen de
Porto Dapena coincide con el de extensión de Haensch, es decir, el número de entradas. Porto Dapena
señala que según el volumen los diccionarios pueden ser exhaustivos o selectivos. Asimismo, indica que
teniendo en cuenta la extensión los diccionarios pueden clasificarse por el número de lenguas o por el
conjunto léxico, es decir, generales o particulares. Por lo tanto, con extensión no solamente se refiere a la
amplitud del conjunto léxico sino también a la variedad de lenguas empleadas.
67
CAPÍTULO 1. LA TEORÍA LEXICOGRÁFICA, EL DICCIONARIO Y LA CONFIGURACIÓN DE LA
MACROESTRUCTURA
ideológicos, etc.); 6) la finalidad; y, por último, 7) el soporte. Las distinción según el
soporte se trata de manera superficial, puesto que no se señalan las características de los
diccionarios electrónicos.
La taxonomía propuesta por Campos y Pérez Pascual (2003) es muy similar a la
de Porto Dapena (2002). No obstante, estos autores, como Omeñaca y Haensch (2004),
distinguen el eje sintagmático del paradigmático, siguiendo los postulados saussureanos.
Porto Dapena (2002: 65), en cambio, no hace referencia a esta diferenciación y prefiere
tratar los diccionarios sintagmáticos como diccionarios textuales atendiendo a la
extensión de las entradas, ya que «registran elementos consistentes en textos» (Porto
Dapena 2002: 65). Las obras paradigmáticas, por su parte, las incluye en la clasificación
según la disposición de la macroestructura (semasiológica y onomasiológica).
Finalmente, aunque no se trata propiamente de una clasificación, al menos en el
sentido clásico, en Bosque y Barrios (2018: 636-660) se organizan los principales
diccionarios de la tradición lexicográfica española, así como proyectos en curso 49,
según nueve criterios representativos: 1. Etymological and historical dictionaries; 2.
Thesauri; 3. Geographical variation. Integral and differential dictionaries; 4.
Dictionaries of lexical relations; 5. Grammatical dictionaries. Multi-purpose
dictionaries; 6. Phraseological dictionaries; 7. Didactic dictionaries; 8. Bilingual
dictionaries; 9. Terminological and specialized dictionaries; 10. Illustrated dictionaries.
A pesar de que en las clasificaciones tradicionales (Haensch 1982; Porto Dapena
2002; Campos y Pérez Pascual 2003, etc.) se distinguen los repertorios lexicográficos
según su soporte 50, en ninguna se exponen las subclases ni las características propias de
los diccionarios electrónicos, por lo que estas clasificaciones resultan incompletas, ya
que, como ha señalado Bosque (2014), «un diccionario digital no es simplemente un
diccionario en otro formato». Posiblemente ello se debe, en opinión de Rundell (2012:
72), a que, aunque la lexicografía electrónica se remonta a la época de 1990, no ha sido
hasta la última década cuando se ha producido la gran revolución.
49
El primer capítulo del libro editado por Corbella, Fajardo y Langenbacher-Liebgott (2018) está
dedicado a la explicación de los corpus y recursos electrónicos puestos en marcha a partir del siglo XXI
tanto en España como en América.
50
A excepción de la de Bosque y Barrios (2018).
68
CAPÍTULO 1. LA TEORÍA LEXICOGRÁFICA, EL DICCIONARIO Y LA CONFIGURACIÓN DE LA
MACROESTRUCTURA
Recientemente, Tarp (2013) se ha propuesto cubrir este hueco y ha establecido
una clasificación de los diccionarios en línea actuales y futuros organizada en cuatro
tipos según el grado en el que han aprovechado estas tecnologías. Los primeros son
copias fotografiadas o escaneadas de diccionarios impresos ya existentes y colocadas en
una plataforma en línea. Las características de estos repertorios son, en palabras de Tarp
(2013: 139), «tecnológicamente primitivas». Igual que los diccionarios en papel, se trata
de textos rígidos que no permiten la personalización ni, en muchos casos, las consultas
múltiples, es decir, que «adoptan los mismos tipos de búsqueda que los diccionarios
impresos» (Pastor y Alcina 2014: 304). Los segundos son versiones electrónicas tanto
de diccionarios anteriormente publicados en papel como nuevos 51. En estos casos, los
datos que se proporcionan en la pantalla son estáticos «y están hechos en el molde de
los diccionarios tradicionales» (Tarp 2013: 139). El tercer tipo son repertorios con
artículos y datos dinámicos en función de las necesidades de los usuarios. Según Tarp
estos tipos de repertorios reutilizan los datos ya existentes en internet, puesto que se
conectan mediante hipervínculos con fuentes externas, por ejemplo, corpus lingüísticos.
El cuarto tipo 52 reúne todos los rasgos del tercero y además «permiten la consulta
individualizada ofreciendo exactamente la cantidad y categorías de datos que necesite el
usuario individual en cada consulta específica» (Tarp 2013: 140). Estas características
son las que se defienden en Bosque y Barrios (2018: 648) quienes señalan que la
lexicografía electrónica debe conseguir los siguientes objetivos: 1) conectividad léxica,
2) personalización e 3) integración mediante el acceso hipertextual a otras plataformas
de internet.
Para Tarp, tan solo los diccionarios del tercer y cuarto tipo constituyen verdaderos
repertorios electrónicos, puesto que ambos ofrecen soluciones dinámicas personalizadas
para los usuarios. Se distinguen de los editados en papel en la amplitud de contenidos,
51
Tarp (2013: 140) señala que un ejemplo emblemático de esta clase de diccionarios es la versión
actual del Diccionario de la lengua española de la Academia. Teniendo en cuenta el año de publicación
del artículo, se refería a la edición de 2001. La última versión actualizada presenta mayores novedades en
el plano electrónico. En la guía de uso del diccionario se señala que respecto a la edición anterior se han
ampliado las funciones de búsqueda, así «como la asistencia a la búsqueda mediante la función de
autocompletar; búsquedas exactas, por terminaciones o de anagramas; la navegación por el texto de las
definiciones, o la consulta aleatoria de artículos».
52
Tarp (2013: 140) afirma que los diccionarios del cuarto tipo todavía no han sido publicados.
69
CAPÍTULO 1. LA TEORÍA LEXICOGRÁFICA, EL DICCIONARIO Y LA CONFIGURACIÓN DE LA
MACROESTRUCTURA
las búsquedas 53, el acceso a la información, la mayor flexibilidad o la personalización
para cada usuario debido a la presentación mediante pestañas desplegables 54. En
opinión de Sánchez Cárdenas y Sanz (2017: 20) los diccionarios electrónicos se
diferencian de los de papel en siete aspectos: 1) el modo de analizar la lengua, 2) el
espacio disponible, 3) el contenido de la entrada, 4) la visualización de la información,
5) la estructuración de la información, 6) la adaptabilidad al usuario y 7) el análisis del
comportamiento del usuario. Para Rundell (2012: 72) es el comportamiento cambiante
de los usuarios, en cierto modo, lo que ha impulsado la revolución tecnológica en
lexicografía, por lo que muchas de las características de los diccionarios electrónicos
están a su disposición. Sin embargo, todavía conservan algunos de los rasgos de la
tradición lexicográfica como el empleo de las abreviaturas, hecho que responde al límite
de espacio de los diccionarios analógicos.
Por todo ello, los repertorios en línea se caracterizan por una gran heterogeneidad
que pone en duda la noción clásica de las tipologías, además de los rasgos tradicionales
que se han destacado del diccionario (cfr. Gelpí 2003: 316; Rojo 2009: 1). Las obras
lexicográficas electrónicas no encajan en las clasificaciones establecidas para las obras
lexicográficas tradicionales, ya que ofrecen múltiples posibilidades de mostrar y acceder
a la información contenida. Así, como bien ha evidenciado Rojo (2009: 1), «el formato
electrónico permite tener el equivalente de varios diccionarios tradicionales en un único
soporte». La última actualización del diccionario académico, por ejemplo, es una obra
semasiológica, pero también tiene la opción de buscar los lemas como en los repertorios
inversos, es decir, por la terminación, o por anagramas 55.
Cabe destacar que, con independencia de la terminología utilizada por los autores,
las taxonomías propuestas por cada uno de ellos sirven, principalmente, para presentar
las características de los repertorios lexicográficos existentes, así como para plantear
53
Para las técnicas de búsqueda en diccionarios electrónicos véase Pastor y Alcina (2014: 303-314).
También los del segundo grupo cumplen algunas, aunque no todas, de las características indicadas,
como «el acceso más rápido mediante técnicas más o menos avanzadas de búsqueda y enlace» (Tarp
2013: 139).
55
En la guía de consulta del DLE se especifica que «esta opción de búsqueda muestra los lemas que se
obtienen de reordenar las letras de la palabra buscada. En esta opción también se encuentra deshabilitada
la asistencia mediante autocompletado».
54
70
CAPÍTULO 1. LA TEORÍA LEXICOGRÁFICA, EL DICCIONARIO Y LA CONFIGURACIÓN DE LA
MACROESTRUCTURA
posibles diccionarios todavía no realizados con el ánimo de «despertar en algún autor o
editor la idea de publicar una obra de este carácter» (Omeñaca y Haensch 2004: 52).
2.3. Tipos de diccionarios según la organización de la macroestructura
Una de las cuestiones más discutidas en la teoría lexicográfica ha sido la disposición de
las entradas en los diccionarios, la cual condiciona la macroestructura de dichas obras y
está relacionada con la sustancia del repertorio y su lectura (§ 2.1.). En la tradición
lexicográfica se pueden encontrar dos tipos de organización: semasiológica o formal y
onomasiológica o conceptual. Esta diferenciación, según Alvar Ezquerra (1994: 3), se
construye sobre los principios de la lingüística estructural, en concreto sobre la división
bipartita del signo lingüístico que formuló Saussure: significante/significado, aunque los
diccionarios de tipo onomasiológico existían antes del nacimiento del estructuralismo,
pues tienen su origen en el siglo XIX.
Alvar Ezquerra aplicó esta clasificación a las obras lexicográficas (imagen 3),
pero se basó en el trapecio de Klaus Heger (imagen 2), una versión desarrollada de la
distinción saussureana:
Imagen 2. Trapecio de Klaus Heger
(citado en Alvar Ezquerra 1994: 6)
71
CAPÍTULO 1. LA TEORÍA LEXICOGRÁFICA, EL DICCIONARIO Y LA CONFIGURACIÓN DE LA
MACROESTRUCTURA
Imagen 3. Clasificación de los diccionarios según la manera de organizar los materiales
(Alvar Ezquerra 1994: 7)
El lado izquierdo del trapecio corresponde a la estructura de la lengua y el derecho
se basa en las cosas y en los conceptos (Alvar Ezquerra 1994: 11). En esta clasificación,
los diccionarios etimológicos se sitúan a medio camino entre los de tipo alfabético y los
conceptuales, ya que en ellos se producen, generalmente, agrupaciones lexemáticas, es
decir, «la entrada es una sola palabra bajo la cual se congregan todas aquellas que tienen
como punto de partida una forma común, por más que sus significados hayan podido ir
diversificándose» (Alvar Ezquerra 1994: 7). Asimismo, se diferencian los diccionarios
temáticos de los ideológicos, puesto que en los primeros las agrupaciones no se realizan
por el significado de las voces, sino por el objeto designado.
La disposición planteada en el trapecio no se sigue en los manuales actuales de
lexicografía, puesto que las clasificaciones que se proponen se erigen en la distinción
significante/significado, donde se incluyen todos los subtipos del trapecio.
Según la distinción bipartita, los diccionarios de tipo semasiológico se ordenan
por significantes y la dirección lingüística presente parte de la palabra a la idea. A este
grupo pertenecen los repertorios alfabéticos, tanto los directos como los inversos y de la
rima. También los diccionarios multilingües se organizan formalmente. Esta disposición
de la macroestructura es la más habitual en la tradición hispánica y la más cultivada,
puesto que el criterio formal es un sistema práctico para organizar la realidad que debe
compilarse en un producto lexicográfico, aunque no es de tipo lingüístico. Sobre esta
cuestión, Bergenholtz y Tarp (1995: 190) apuntan que la ordenación alfabética tiene la
ventaja de ser universalmente aplicable a todos los campos temáticos sin importar lo
72
CAPÍTULO 1. LA TEORÍA LEXICOGRÁFICA, EL DICCIONARIO Y LA CONFIGURACIÓN DE LA
MACROESTRUCTURA
diferente que sean sus diagramas de clasificación semántica. No obstante, como bien ha
observado Bosque (2017), «el orden alfabético es una servidumbre del papel» y, por lo
tanto, en los repertorios que no se publican en este formato la disposición alfabética es
secundaria, puesto que, en los diccionarios electrónicos las búsquedas son múltiples y
combinan el orden semasiológico con el onomasiológico.
Por su parte, los diccionarios de la rima son los precursores de los inversos en los
que el orden alfabético se aplica al final de las palabras. Estos diccionarios se emplean
con fines científicos para estudiar, por ejemplo, distintos tipos de sufijos (cfr. Omeñaca
y Haensch 2004: 90).
Los diccionarios onomasiológicas o conceptuales 56 se estructuran por conceptos y
parten del significado al significante. Los repertorios más conocidos son los ideológicos
o analógicos, las temáticos, los de homónimos y parónimos, algunos de sinónimos o
antónimos, los de familias de palabras y los diccionarios por la imagen. Dentro de este
grupo, Porto Dapena (2002: 73) también añade las obras estadísticas o de frecuencia.
Haensch (1982: 166), a diferencia de otros autores, establece una distinción entre los
diccionarios ideológicos y los analógicos. Los ideológicos, igual que los temáticos, se
basan en un sistema de conceptos que organiza las ideas. Los analógicos, en cambio,
reúnen ambos métodos de ordenación de entradas, puesto que «parte de una selección
de conceptos y agrupa por orden alfabético el vocabulario que les corresponde». Por lo
tanto, presenta una distribución mixta utilizada también en los diccionarios de familias
de palabras, los cuales agrupan el léxico alrededor de una base o de una palabra simple.
La primera propuesta de un diccionario ideológico de la lengua castellana fue en
1879 con la publicación del Inventario de la Lengua castellana: índice ideológico del
Diccionario de la Academia por cuyo medio se hallarán los vocablos ignorados ú
olvidados que se necesiten para hablar ó escribir en castellano: verbos de José Ruiz
56
Como se ha mencionado en § 2.2., para Haensch (1982), Omeñaca y Haensch (2004) y Campo y
Pérez Pascual (2003) se denominan diccionarios paradigmáticos haciendo referencia a su organización en
paradigmas tanto de contenido como de expresión. Fuera del territorio hispánico se han nombrado de
distinta manera los diccionarios onomasiológicos: «ideological dictionary [Shcherba 1995], semantic
dictionary [Malkiel 1975 [1962]], conceptual dictionary [Rey 1977], speaker-oriented lexicon [Mallinson
1979], thematic wordbook [McArthur 1986], nomenclature [Riggs 1989]» (Sierra 2000: 224) o nesting
dictionaries.
73
CAPÍTULO 1. LA TEORÍA LEXICOGRÁFICA, EL DICCIONARIO Y LA CONFIGURACIÓN DE LA
MACROESTRUCTURA
León (cfr. Moreno Moreno 2013: 24). No obstante, el trabajo de Ruiz León se redujo
solamente a los verbos. Unos años más tarde, vio la luz el Diccionario de ideas afines y
elementos de tecnología de Eduardo Benot (1899) 57. Este repertorio es el precursor 58 de
los diccionarios conceptuales españoles y con él «se inaugura en España una continua,
sólida y perseverante tradición en lexicografía onomasiológica» (Moreno Moreno 2013:
24). Ya en el prólogo Benot señala que se trata del primer diccionario onomasiológico:
Los Diccionarios vulgares que andan en manos de todo el mundo, se
proponen resolver el siguiente problema: «Dada una palabra, averiguar las
ideas expresadas por ella». Pero el fin de este Léxico especial, que ahora por
primera vez sale á luz en nuestra España, es precisamente todo lo contrario:
«Dada una idea, encontrar las palabras que la expresan» (Benot 1899:
prólogo, V).
Con la publicación de estas obras lexicográficas, se inició en el ámbito hispánico
el debate sobre la elección del orden alfabético o el ideológico. En el año 1921 Casares
pronunció su discurso de ingreso a la Academia en el que defendía una disposición
conceptual de las entradas que más tarde puso en práctica en su Diccionario ideológico
de la lengua española (1945). Su principal argumento se centraba en la arbitrariedad de
la ordenación alfabética además de tacharla de acientífica por no estar constituida en un
criterio racional. Para este lexicógrafo, la catalogación conceptual «representa en el
orden del conocimiento una jerarquía superior a la que resulta de la mera colocación
automática en series, gobernada por cosa tan extrínseca, fortuita, mudable y aun a veces
disparatada, como es la letra inicial del vocablo» (Casares 1921: 66). Opinaba Casares
que la lexicografía no alcanzaría el grado científico comparable a otras ramas de la
lingüística hasta que no se realizara una revisión de la ordenación de la macroestructura
para extraer el mayor rendimiento posible del léxico compilado en los diccionarios. En
este sentido, la disposición conceptual se revela como una manera más práctica y útil
57
Para conocer en detalle el método lexicográfico onomasiológico de Eduardo Benot véase Moreno
Moreno 2013.
58
Como el mismo Benot manifiesta en el prólogo a su diccionario su predecesor fue el Thesaurus of
English Words and Phrases classified and arranged so as to facilitate the expression of ideas and assist
in literary composition (1852) de Peter Mark Roget (Benot 1899: prólogo, IX), «el cual ha sentado
tradición en la lexicografía temática europea» (Moreno Moreno 2013: 37; cfr. Vidal 2017).
74
CAPÍTULO 1. LA TEORÍA LEXICOGRÁFICA, EL DICCIONARIO Y LA CONFIGURACIÓN DE LA
MACROESTRUCTURA
para el usuario, puesto que inventariar el léxico alfabéticamente no es satisfactorio para
quien quiera conocer la manera de denominar una realidad. En todos los diccionarios
compilados por orden alfabético «para poder buscar una palabra hay que empezar por
haberla encontrado» (Casares 1921:64).
Actualmente, ningún autor duda de la arbitrariedad del orden alfabético basado,
principalmente, «en el valor ordinal que hemos concedido a las letras a consecuencia de
haber respetado, como cosa sagrada, su respectiva posición dentro de la serie» (Casares
1921:29). No obstante, todos los expertos coinciden (cfr. Menéndez Pidal 1961 [1945];
Alvar Ezquerra 1976; Béjoint 2000; Porto Dapena 2002) en que esta organización,
aunque no responde a criterios lingüísticos, es la más cómoda y rápida tanto para el
usuario como para el lexicógrafo. Esta comodidad se deriva de la dificultad existente
para catalogar el léxico conceptualmente. Asimismo, Wiegand y Fuentes (2010: 288289) señalan que ningún usuario puede acceder directamente a una macroestructura no
caracterizada por la forma, puesto que necesitarán siempre una ayuda para el acceso,
habitualmente un índice alfabético central 59 en el que se incluyan «todas las expresiones
lingüísticas recogidas en la nomenclatura».
3. LA MACROESTRUCTURA DEL DICCIONARIO
Como se ha comentado en la presentación de la tesis, uno de los pilares fundamentales
de este estudio es la macroestructura del diccionario en cuya configuración intervienen
abundantes aspectos lingüísticos que se discuten y examinan en este epígrafe a la luz de
la bibliografía. Este apartado se centra en el repertorio lexicográfico general monolingüe
cuyas características se han delimitado en el epígrafe anterior y, en concreto, por ser el
objeto de estudio de la presente tesis, en el diccionario académico. Se alude, asimismo,
a otros diccionarios de uso general del español cuando la práctica difiere de la empleada
por la Academia.
59
Algunos autores (Alvar Ezquerra 2002; Wiegand y Fuentes 2010; Moreno Moreno 2013) opinan
que introducir un índice alfabético central rompe el diseño de una arquitectura onomasiológica íntegra y
«puede llevar al usuario más a la fácil búsqueda directa del orden alfabético, que al ejercicio de la
búsqueda ideológica» (Moreno Moreno 2013: 29). No obstante, esta organización alfabética aparece en la
hiperestructura del diccionario, parte imprescindible en una obra lexicográfica de tipo onomasiológico.
75
CAPÍTULO 1. LA TEORÍA LEXICOGRÁFICA, EL DICCIONARIO Y LA CONFIGURACIÓN DE LA
MACROESTRUCTURA
En primer lugar, se describe el concepto de macroestructura y la terminología que
se ha empleado en los estudios metalexicográficos de referencia para designar cada una
de las partes que la componen (§ 3.1.). En segundo lugar, se exponen las características
y los límites de las unidades léxicas que conforman el lemario (§ 3.2.). En tercer lugar,
se establecen las coordenadas de lematización que se forjan a partir de la intersección de
criterios lingüísticos ortográficos, morfosintácticos y semánticos (§ 3.3.). Finalmente, se
plantean las normas de selección del léxico que debe formar parte del lemario (§ 3.4.).
El epígrafe adopta una perspectiva actual y se hace referencia a la tradición
cuando la técnica lexicográfica ha variado en el tiempo. Este enfoque permite
determinar los motores de cambio en la macroestructura y enmarcar adecuadamente los
datos analizados en la tesis.
3.1. El concepto de macroestructura: partes y terminología
Rey-Debove (1971) fue la primera lingüista en ofrecer una propuesta metalexicográfica
para explicar cómo se estructuran los repertorios lexicográficos. Esta autora organizó el
diccionario en torno a dos ejes: la macroestructura 60, constituida por todas las unidades
léxicas ordenadas según algún criterio (alfabético o conceptual), y la microestructura,
formada por el conjunto de informaciones que se proporcionan acerca de estas unidades
léxicas. La concepción del diccionario de Rey-Debove, entendido como una secuencia
de mensajes independientes, permite una aproximación a la obra lexicográfica desde dos
perspectivas espaciales distintas: una vertical y otra horizontal. Estos dos niveles son,
como señaló esta autora (Rey-Debove 1971: 148), «étroitement dépendantes l’une de
l’autre» y la interpenetración de ambos refleja los problemas lingüísticos. Cabe destacar
que en los diccionarios analógicos estas estructuras son cerradas y completas y, en
cambio, en los electrónicos están en constante construcción.
60
Este término empieza a ser utilizado en Francia por Rey-Debove y, según Béjoint (2010: 11), el
equivalente aproximado en inglés es nomenclature, aunque este autor recomienda que nomenclature se
use como sinónimo de word-list. Rey-Debove (1971: 21) indica que «la macrostructure est couramment
nommée NOMENCLATURE». En español, aunque nomenclatura es un vocablo antiguo con varios valores
semánticos, puesto que ya aparece registrado en el Diccionario de autoridades, el significado referente a
la lexicografía no se recoge hasta la edición de 2001: «Ling. Serie de las voces lematizadas en un
diccionario» (DRAE 2001: s. v. nomenclatura).
76
CAPÍTULO 1. LA TEORÍA LEXICOGRÁFICA, EL DICCIONARIO Y LA CONFIGURACIÓN DE LA
MACROESTRUCTURA
Los términos propuestos por Rey-Debove han sido bien acogidos en el lenguaje
lexicográfico y autores como Bergenholtz y Tarp (1995: 188), Porto Dapena (2002:
135), Castillo Carballo (2003: 81) y Béjoint (2010: 12) los han utilizado con el mismo
sentido. Así es como se emplean en la presente tesis. Otros teóricos, en cambio, como
Haensch (1982: 452) y Omeñaca y Haensch (1997 y 2004: 45-46) consideran que, en la
macroestructura, además de «la ordenación del conjunto de los materiales que forman el
cuerpo de un diccionario», se incluye también el prólogo, alguna breve introducción
fonética y gramatical, las instrucciones para el usuario y los posibles anexos. Desde esta
visión, el estudio de la macroestructura abarca tanto los paratextos como el lemario, por
lo que se mezclan diferentes dimensiones que requieren un análisis individual (lectura
vertical y lectura multidimensional).
Además de las lecturas propuestas por la lexicografía tradicional, la horizontal y la
vertical, en el estudio de Bergenholtz y Tarp (1995: 210) también se ha tenido en cuenta
una estructura más amplia denominada frame structure, traducida habitualmente en el
ámbito hispánico como hiperestructura 61. En la hiperestructura se recoge la
información general de la obra lexicográfica, como los preliminares, la guía de uso, las
abreviaturas o los apéndices. Esta perspectiva ofrece una lectura independiente
multidimensional que permite observar los elementos textuales del diccionario. La
hiperestructura, como ha notado Gelpí (2003: 321), es muy importante en los
diccionarios electrónicos, ya que incluye los menús que aparecen en la pantalla
principal con los distintos componentes del repertorio. Asimismo, Gelpí (2003: 324)
también hace referencia a un nivel inferior que designa como iconoestructura. Esta
estructura está compuesta por todo el conjunto de ilustraciones que pueden aparecer en
las obras lexicográficas, por lo que solamente es válida para los diccionarios con
imágenes.
Finalmente, Bergenholtz y Tarp (1995: 219) aluden a lo que ellos designan access
structure. La estructura de acceso, propia de los diccionarios electrónicos, se entiende
como «the structure of the lexicographical indicators directing the user to the
61
Así se denomina en el capítulo XII del manual coordinado por Medina Guerra (2003).
77
CAPÍTULO 1. LA TEORÍA LEXICOGRÁFICA, EL DICCIONARIO Y LA CONFIGURACIÓN DE LA
MACROESTRUCTURA
information required» (Bergenholtz y Tarp 1995: 219). Wiegand y Fuentes (2010: 291)
han indicado que la estructura de acceso puede dirigir al usuario al lema (outer access
structure) o a la información que se halla dentro del artículo (inner access structure).
Los resultados de búsqueda señalados por Wiegand y Fuentes son imposibles de
obtener con las obras lexicográficas impresas. Los diccionarios electrónicos permiten
acceder a los datos desde diferentes vías en función de los intereses y las necesidades
específicas de cada usuario. Por este motivo, la organización tradicional basada en dos
ejes, vertical y horizontal no es suficiente, puesto que la búsqueda de la información no
es lineal, sino circular. Un ejemplo de ello es la consulta en línea del DLE, puesto que
cada una de las palabras de la definición redirigen a su artículo correspondiente. Es
posible, por lo tanto, pasar en cualquier momento de la estructura interna (inner access
structure) a la externa (outer access structure) y viceversa.
En un diccionario, el examen particular de cada una de las unidades léxicas se
denomina artículo. Existe unanimidad entre los lingüistas en definir el artículo como ‘la
secuencia más pequeña que dentro del diccionario tiene autonomía’. Haensch (1982:
462), siguiendo la terminología propuesta por Zgusta (1971: 249), utiliza la voz entrada
como sinónimo de artículo y cuando el artículo tiene una extensión mayor lo designa
monografía. Dentro del artículo lexicográfico los teóricos distinguen dos partes, la
enunciativa y la informativa (Porto Dapena 2002: 183) o definitoria (Haensch 1982:
462). La parte enunciativa pertenece a la macroestructura y la informativa o definitoria a
la microestructura. El objeto de estudio de esta última parte se denomina de forma
unánime cuerpo. En cambio, para designar la unidad lingüística de la parte enunciativa
se han propuesto distintos términos. Algunos metalexicógrafos como, por ejemplo, ReyDebove (1971: 20) o J. Dubois y C. Dubois (1971: 61) emplean la voz entrada. Otros
teóricos, como Zgusta 62 (1971: 249), Haensch (1982: 462) o Porto Dapena (2002: 183),
designan esta unidad léxica lema. Castillo Carballo (2003) utiliza los dos términos,
entrada y lema, indistintamente.
62
Zgusta (1971: 249) utiliza como sinónimo de lema el término head word o entry word.
78
CAPÍTULO 1. LA TEORÍA LEXICOGRÁFICA, EL DICCIONARIO Y LA CONFIGURACIÓN DE LA
MACROESTRUCTURA
Para Haensch (1982: 463) el lema es «el representante de una serie de formas que
se pueden obtener a partir de él». Este autor utiliza los términos palabra-clave, voz guía
o cabecera como sinónimos de lema. Bergenholtz y Tarp (1995: 15), Porto Dapena
(2002: 184) y Castillo Carballo (2003: 82) coinciden con Haensch (1992) en que el
lema es la única forma que aglutina todas las variantes de flexión y que dirige al usuario
al artículo requerido. Sin embargo, Castillo Carballo (2003: 82) no está de acuerdo en
utilizar los términos palabra-clave o voz guía como equivalentes de lema, ya que para
ella estas designaciones «se aplican, en lexicografía, a las voces que, en los repertorios
lexicográficos, se hallan en el extremo superior derecho e izquierdo de la hoja, según
sea par o impar, respectivamente», con el objetivo de ayudar a visualizar las palabras
que empiezan y terminan en una página.
Porto Dapena (2002), en cambio, opina que la voz entrada posee un significado
distinto y más abstracto que lo diferencia del lema. Este estudioso entiende el término
entrada en dos sentidos diferentes:
a) en un sentido estricto, y entonces se toma como ‘unidad que es objeto de
artículo lexicográfico independiente en el diccionario’, y b) en sentido lato,
como ‘cualquier unidad léxica sobre la que el diccionario, sea en su
macroestructura o microestructura, ofrece información’.
A partir de esta descripción se podría interpretar entrada como sinónimo de lema
—igual que lo utiliza Castillo Carballo (2003)—. No obstante, Porto Dapena (2002:
184) aclara que la distinción entre la entrada y el lema es la siguiente:
[…] la entrada es la unidad léxica de que estas formas son mera
representación. Digamos, para entendernos, que la entrada tiene carácter
abstracto y forma parte de lo que algunos llaman nomenclatura del
diccionario, […] mientras que tanto el lema como el enunciado son formas
concretas de la palabra-entrada y forman parte del artículo lexicográfico o
microestructura del diccionario (Porto Dapena 2002: 184).
79
CAPÍTULO 1. LA TEORÍA LEXICOGRÁFICA, EL DICCIONARIO Y LA CONFIGURACIÓN DE LA
MACROESTRUCTURA
Teniendo en cuenta esta tesis, la entrada 63 adquiere representación en la mente de
los hablantes y evoca a todas las formas representadas por el lema. Este, en cambio, es
la forma representativa concreta que está sometida a la ordenación alfabética en los
diccionarios de este tipo. Establecer esta diferenciación entre lema y entrada permite
tratar este último solamente en la microestructura. La distinción propuesta por Porto
Dapena (2002) es simplemente teórica y no tiene repercusión en la práctica. Además,
como él mismo afirma, habitualmente el lema y la entrada coinciden, principalmente
cuando se trata de una única palabra la que aparece como cabecera de artículo.
En el DLE (2014) tampoco se aclara la cuestión terminológica. En él, se define el
vocablo lema, restringido al ámbito de la lingüística, como la «palabra que encabeza un
artículo de un diccionario o de una enciclopedia» y entrada remite en la acepción
veintiuna a «lema (‖ palabra que encabeza un artículo)» y en la veintidós a «artículo (‖
división de un diccionario)», ambas sin ninguna marca. Es decir, la palabra entrada se
emplea como sinónimo de lema, por un lado, y de artículo lexicográfico, por el otro.
Cabe destacar que en el DRAE 1992, edición en la que se recoge por primera vez la
acepción referente a la lexicografía, la entrada se definía como «en un diccionario o
enciclopedia, cada una de las palabras o términos que se definen». Así se mantuvo en la
siguiente edición de 2001. En esta última se introdujo la palabra lema, ausente del
diccionario académico hasta ese momento, con el significado de «entrada (‖ de un
diccionario o una enciclopedia)». Por lo tanto, ha sido recientemente cuando la voz
entrada ha adquirido en el repertorio académico el significado de artículo lexicográfico.
Actualmente, la voz entrada es lexicográficamente polisémica, razón por la que muchos
autores la utilizan como sinónimo de lema y de artículo.
Debido a la confusión terminológica existente se ha creído conveniente explicar
con qué sentido se utilizan estos términos en la presente tesis. De acuerdo con todos los
63
Este concepto de entrada es semejante a lo que Lara denominó en 1997 vocablo. Para él, el vocablo
«es una forma léxica abstracta, de naturaleza social y elaborada a lo largo de la historia de la comunidad
lingüística. Su abstracción consiste en el hecho de que se ha construido como esquema o como
representación de un conjunto de formas léxicas que ocurren en el habla como palabras» (Lara 1997:
119). El lema, por su parte, se compone por el vocablo «que sirve de entrada al artículo y las indicaciones
morfológicas, sintácticas y fonéticas que explican su uso en el habla». No es habitual en metalexicografía
utilizar estos términos con el sentido que propone Lara.
80
CAPÍTULO 1. LA TEORÍA LEXICOGRÁFICA, EL DICCIONARIO Y LA CONFIGURACIÓN DE LA
MACROESTRUCTURA
teóricos mencionados anteriormente, la voz artículo, sinónimo de entrada, se entiende
como cada una de las divisiones de un diccionario cuyo objeto es el examen particular
de las unidades léxicas registradas y en el que aparecen distintos tipos de información.
El artículo o la entrada lexicográfica es la base del diccionario y posee una autonomía
propia. En él, en consonancia con la terminología utilizada por Porto Dapena (2002:
183), se distinguen dos partes fundamentales, la enunciativa, que por sí sola pertenece a
la macroestructura, y la informativa, objeto de la microestructura, la cual está formada
por el conjunto de informaciones que se proporcionan de las unidades léxicas y que se
denomina cuerpo.
En cuanto a la unidad léxica que encabeza el artículo lexicográfico se emplea el
vocablo lema, entendido como el representante de un conjunto de formas léxicas que se
pueden obtener a partir de él. El lema, por lo tanto, es un término lexicográfico elegido
por convención y regido a partir de unos criterios de lematización (véase § 3.3.). Por
ejemplo, en la lexicografía hispánica se utiliza el infinitivo para representar todas las
formas verbales del verbo. El lema pertenece a la macroestructura. Para las unidades
léxicas que se hallan en la microestructura y sobre las que se ofrece información se usa
el término sublema. Los sublemas suelen ser, en consideración de Porto Dapena (2002:
149), «construcciones pluriverbales que el hablante, al igual que las palabras, retiene en
la memoria y reproduce en el discurso sin que, por otro lado, pueda cambiarlas so pena
de introducir una variación de significado». Finalmente, la designación voz guía, que
solamente es útil para los repertorios léxicos impresos en papel, se utiliza con el mismo
sentido que propone Castillo Carballo (2003), es decir, en referencia a las voces que se
hallan en la parte superior de los diccionarios en papel para facilitar la búsqueda a los
usuarios, pero precisando que no solamente son palabras sino también, sobre todo en la
lexicografía de épocas pasadas, las tres primeras letras de la última voz que se encuentra
en esa página.
A continuación, se señalan las partes de un artículo o entrada lexicográfica. Se ha
incluido una imagen de un diccionario en papel (DUE, imagen 4) y otra de un repertorio
electrónico (DLE, imagen 5):
81
CAPÍTULO 1. LA TEORÍA LEXICOGRÁFICA, EL DICCIONARIO Y LA CONFIGURACIÓN DE LA
MACROESTRUCTURA
Imagen 4. Artículo extraído del DUE (2016: s. v. cómico, -a).
Imagen 5. Artículo extraído de la actualización de 2019 del Diccionario de la lengua española de la Real
Academia Española y la Asociación de Academias de la Lengua Española.
Las diferencias entre el papel y el formato electrónico conciernen principalmente
al espacio físico, lo que permite una presentación de los datos más eficaz y atrayente
para el usuario. Además, con una única búsqueda se ofrecen múltiples opciones, ya que
todas las palabras presentes en las definiciones redirigen a su entrada correspondiente
(véase § 2.2.).
En la actualidad, la mayoría de los lemas son simples, aunque también se pueden
hallar lemas múltiples, que aglutinan dos o más variantes formales, y lemas complejos,
constituidos por unidades más amplias que la palabra.
82
CAPÍTULO 1. LA TEORÍA LEXICOGRÁFICA, EL DICCIONARIO Y LA CONFIGURACIÓN DE LA
MACROESTRUCTURA
Los lemas simples están compuestos por una única forma e incluyen, cuando la
unidad presenta variabilidad genérica, los morfemas flexivos de género (cocinero, ra;
gallo, llina; tigre, gresa). Las alternancias basadas en la flexión son de contenido
gramatical y generan el paradigma flexivo de una palabra (imágenes 4 y 5).
Los lemas múltiples están compuestos por dos o más formas que figuran como
encabezamiento de un artículo lexicográfico y aglutinan variantes fonético-fonológicas
(mueblaje/moblaje) y ortográficas, con diferencias en las grafías (chabola/chavola) o en
la acentuación (orgia/orgía, píxel/pixel). Porto Dapena (2009a: 39) se refiere a los lemas
múltiples como enunciados polimórficos 64, que, en su opinión, pueden estar formados
por variantes gráficas y morfofonológicas. En la versión digital del DLE las variantes
que conforman lemas múltiples aparecen separadas por un renglón. La forma preferida
por la Academia se encuentra en primer lugar en un tamaño de fuente mayor:
Imagen 6. DLE 2014: s. v. orgía.
El formato electrónico permite que los lemas múltiples se registren de este modo,
puesto que, a diferencia del papel, no presenta limitaciones de espacio. Por ello, en las
edición anteriores las variantes se hallaban separadas por una conjunción disyuntiva y el
orden no era arbitrario, la primera era la forma recomendada por la Academia: «orgía u
orgia» (DRAE 2001: s. v. orgía u orgia). En la versión impresa en papel del DLE 2014
se intentaron evitar los lemas múltiples y se incluyeron todas las variantes secundarias
en el paréntesis informativo que sigue al lema (véase § 3.3.1.):
64
En contraposición a la designación enunciado monomórfico, el cual está constituido por una sola
forma (cfr. Porto Dapena 2002: 184).
83
CAPÍTULO 1. LA TEORÍA LEXICOGRÁFICA, EL DICCIONARIO Y LA CONFIGURACIÓN DE LA
MACROESTRUCTURA
Imagen 7. DLE 2014: s. v. bustrófedon.
El empleo de esta técnica contribuye al aumento de la información contenida en
los paréntesis, la cual, además, es de muy variado tipo, por lo que puede resultar una
complicación para el usuario (cfr. Buenafuentes 2017: 50; § 3.3.1.).
Por último, los lemas complejos están formados por unidades léxicas más amplias
que la palabra (§ 3.2.2.) que, actualmente, son locuciones latinas (pro rata parte, grosso
modo) y algunos compuestos con guion (ginger-ale, gin-tonic), los cuales, como se
explicará en el § 3.2.2.2., se hallan a medio camino entre los compuestos léxicos y los
sintagmáticos. En la siguiente imagen se muestra un ejemplo de lema complejo:
Imagen 8. DLE 2014: s. v. pro rata parte.
En la tradición lexicográfica académica el tratamiento de los lemas múltiples y los
lemas complejos era más heterogéneo. Por un lado, los lemas múltiples, además de estar
formados por variantes fonético-fonológicas y ortográficas, también se constituían por
variantes morfológicas, con doble posibilidad de género (castóreo ó castóreos 18171869; gagate ó gagates 1803-1869), con distintos afijos derivativos (estajero ó estajista
1817-1869; foliatura ó foliacion 1817-1837) o con diversos sufijos apreciativos, ya que
se recogían los diminutivos y aumentativos en el diccionario (animalon, te 1817-1837
cedacillo, to 1791-1852; papelote ó papelucho 1843-1869).
84
CAPÍTULO 1. LA TEORÍA LEXICOGRÁFICA, EL DICCIONARIO Y LA CONFIGURACIÓN DE LA
MACROESTRUCTURA
Imagen 9. DRAE 1869: s. v. papelote ó papelucho.
Asimismo, aunque no era lo habitual, los lemas múltiples también podían estar
compuestos por variantes léxicas (doblescudo ó anteojo 1817-1869):
Imagen 10. DRAE 1822: s. v. doblescudo ó anteojo.
Sin embargo, existía cierto grado de variación, ya que también era posible hallar
formas próximas por algunos de los criterios señalados y separadas en distintos artículos
(agur y abur). La mejora de la técnica lexicográfica ha contribuido a la supresión de los
lemas múltiples constituidos por variantes morfológicas y léxicas. En la actualidad se
lematizan con entradas propias y definidas por remisión 65:
Imagen 11. DLE 2014: s. v. destajero, ra.
65
Este no es el caso de papelote/papelucho, ya que ambas variantes poseen la definición completa:
«papelote. 1. m. despect. Papel o escrito despreciable» (DLE 2014: s. v. papelote) y «papelucho. 1. m.
despect. Papel o escrito despreciable» (DLE 2014: s. v. papelucho).
85
CAPÍTULO 1. LA TEORÍA LEXICOGRÁFICA, EL DICCIONARIO Y LA CONFIGURACIÓN DE LA
MACROESTRUCTURA
Imagen 12. DLE 2014: s. v. destajista.
Por otro lado, los lemas complejos recogidos en la macroestructura eran, además
de locuciones latinas y compuestos con guion, algunos compuestos sin fusión gráfica
(tente en el aire, trota conventos 66) y expresiones que contenían un elemento único, es
decir, una palabra que carece de uso fuera de una determinada colocación fija (bruces,
horcajadas), lo que García Page (1990) designa palabra idiomática (§ 3.2.1.). En estas
expresiones una de las voces no aparecía lematizada en el lemario (tranzón de tierra,
abríguese vm. con ello):
Imagen 13. DRAE 1837: s. v. tranzón de tierra.
En el ejemplo anterior la voz tranzón no contaba con un artículo propio y aparece
lematizado como tranzón de tierra desde la quinta edición hasta la duodécima. A partir
de la decimotercera el lema es tranzón (tranzón de tierra 1817-1884 > tranzón 18992014).
Actualmente, este tipo de lemas complejos se recogen en la microestructura como
sublemas en el artículo lexicográfico correspondiente a uno de sus integrantes. En las
expresiones con elementos únicos, la palabra lematizada, como se puede observar en la
imagen 14, aparece sin definición, puesto que no tiene uso fuera de la expresión:
66
Los compuestos de este tipo que actualmente se mantienen en la macroestructura del diccionario
académico han sufrido un proceso de fusión gráfica: tente en el aire (1884) > tenteenelaire (1899-1914) >
tentenelaire (1925-2014); trota conventos (1803-1817) > trotaconventos (1822-2014). También podían
aparecer separados por un guion: cena-á-oscuras (1869) > cenaaoscuras (1884-1984) > cenaoscuras
(1992-2014).
86
CAPÍTULO 1. LA TEORÍA LEXICOGRÁFICA, EL DICCIONARIO Y LA CONFIGURACIÓN DE LA
MACROESTRUCTURA
Imagen 14. DLE 2014: s. v. bruces.
La mejora de la técnica lexicográfica ha abogado por la supresión de este tipo de
lemas de la macroestructura del diccionario.
3.2. El lema y la unidad de codificación lexicográfica
Como consecuencia de las corrientes lingüísticas surgidas a mediados del siglo XX y de
la proliferación de las investigaciones metalexicográficas, se comenzó a reflexionar
sobre los aspectos teóricos que sirven de fundamento para la práctica lexicográfica. Uno
de los problemas giró en torno a los tipos de unidades léxicas que debían ser codificadas
como lemas en la macroestructura del diccionario. Al respecto, Werner (1982: 191, 218)
planteó las siguientes preguntas: «¿qué tipos de unidades formales deben considerarse
como unidades básicas de codificación lexicográfica?» y de manera más específica
«¿qué tipos de significantes léxicos hay que poner como lemas?». Estas cuestiones son
un tema recurrente en todos los manuales de lexicografía y subsisten en la actualidad
(cfr. Alvar Ezquerra 1993a; Omeñaca y Haensch 2004; Porto Dapena 2002; Medina
Guerra 2003; Durkin 2016), a pesar de que, como señala Porto Dapena (2002: 135), «no
se ha podido, ni tal vez se podrá nunca, dar una respuesta teóricamente aceptable».
3.2.1. El uso de la palabra como unidad lexicográfica
En la tradición lexicográfica occidental, y concretamente en la hispánica, se codifican
como lemas las palabras de una lengua. El problema, por lo tanto, reside en las
87
CAPÍTULO 1. LA TEORÍA LEXICOGRÁFICA, EL DICCIONARIO Y LA CONFIGURACIÓN DE LA
MACROESTRUCTURA
dificultades de orden teórico que plantea el concepto de palabra y la delimitación de
esta unidad lingüística. Esta cuestión se abordará en la presente investigación desde una
perspectiva lexicográfica, pero primero se expondrá brevemente su naturaleza y se hará
referencia a los diferentes criterios de identificación con el fin de determinar las
unidades léxicas que forman parte de la macroestructura del diccionario.
Los primeros intentos de delimitar la palabra se remontan a la antigüedad clásica
y parten de las ideas filosóficas del lenguaje. En la filosofía platónica la palabra se
definió con criterios puramente semánticos, puesto que esta se entendía, en términos
platónicos, como la «expresión material de una idea». Sin embargo, fue la corriente
aristotélica la que se planteó por primera vez la definición de la palabra, la cual se
concibió como «la unidad mínima significativa» (cfr. Martínez López 1997-98: 848).
La concepción griega del lenguaje, y concretamente de la palabra, perduró hasta
el siglo XX. Los estudios lingüísticos que proliferaron en esa centuria se erigían en las
concepciones teóricas forjadas en la filosofía clásica 67. Teorizaron sobre el concepto de
la palabra lingüistas 68 como Bloomfield (1964 [1933]: 211), Ullman (1980 [1962]: 4261), Robins (1964: 243-254), Martinet (1971: 109), Lyons (1995 [1983]), Cruse (1999
[2011]) y, en el ámbito hispánico, Casares (1921 y 1950), García de Diego (1951),
González Calvo (1982), entre otros. Más recientemente se ha tratado este asunto en el
manual de lexicología editado por De Miguel (2009) y en el de lingüística de Hualde et
al. (2010). Todas estas investigaciones tienen como objetivo fijar unos criterios de
segmentación que sirvan para justificar la delimitación de la palabra mediante criterios
basados en la semántica, la fonología, la gramática o la ortografía.
El principio semántico, como se ha señalado, parte de la concepción aristotélica
de la palabra («unidad mínima significativa»). En el ámbito hispánico, este criterio fue
defendido por Casares en el año 1921 y posteriormente en 1951, en su Introducción a la
67
Ullman (1980 [1962]: 30), por ejemplo, empieza el apartado dedicado a las unidades de significado
aludiendo a la definición propuesta por Aristóteles e indica que fue admitida por los lingüistas durante
mucho tiempo, y es solo recientemente cuando se han descubierto unidades semánticas por debajo del
nivel de la palabra.
68
En el manual de Haensch et al. (1982: 219-21) se ofrece una extensa bibliografía sobre la
concepción teórica de la palabra hasta principios de los ochenta.
88
CAPÍTULO 1. LA TEORÍA LEXICOGRÁFICA, EL DICCIONARIO Y LA CONFIGURACIÓN DE LA
MACROESTRUCTURA
lexicografía moderna, donde definió la palabra como la representación sensible del
concepto que se evoca:
Teniendo siempre cuenta de que, supuesta la mutua y necesaria cooperación
que se prestan pensamiento y lenguaje […] no es lícito en modo alguno
desvincular el signo y el significado cual si fuesen dos realidades con
existencia propia e independiente. La sílaba «luz» por ejemplo, sería una
combinación inerte de sonidos, como «chor», «pel», «criz», etcétera, es
decir, no sería signo de algo, no sería verdadera palabra, sino fuese la
encarnación de un concepto (Casares 1921: 25).
A partir de la evidencia semántica se erige la dicotomía entre las palabras dotadas
de significado, palabras plenas, y las de contenido gramatical, palabras-formas, según
la terminología de Ullman (1980 [1962]: 51). Las definiciones basadas en un enfoque
semanticista excluyen, si no todas, algunas de las palabras gramaticales por no evocar
un concepto ni tener la capacidad de constituir una oración por sí solas. Esta división
entre léxico y gramática ha sido muy discutida tanto por lexicólogos y gramáticos como
por lexicógrafos. Estos últimos se han planteado la introducción en el diccionario de las
palabras de contenido gramatical. Tal discusión solamente ha tenido lugar en el plano
teórico, puesto que siempre han formado parte del lemario de los repertorios léxicos
españoles. A pesar de ello, el tratamiento lexicográfico es bastante diferente al de las
palabras con significado léxico debido a la dificultad que presenta definir términos cuyo
significado es intralingüístico y pertenecen al sistema de lengua 69 (cfr. J. Dubois y C.
Dubois 1971: 62; Alvar Ezquerra 1993a: 93).
Asimismo, el criterio semántico, como se ha demostrado en el estudio de Martínez
López (1997-98), excluye también los elementos únicos 70. Se trata de unidades léxicas
que «por razones diversas, históricas principalmente, aparecen única y exclusivamente
69
El hecho de que los morfemas gramaticales se describan en el diccionario en metalengua de signo
ha llevado a Alvar Ezquerra (1993a: 94) a indicar que «la cuestión fundamental es la de si un diccionario
debe dar cuenta solo de fonemas de significados, o también de funciones, […]. De no admitirse en una
misma obra dos tipos distintos de definiciones, las palabras gramaticales tendrán que excluirse de los
diccionarios de lengua».
70
Algunos autores, como Martí (2003), utilizan para designar este tipo de voces el término palabra
diacrítica, otros, en cambio, como Zuluaga (1980) y García Page (1990), prefieren la designación palabra
idiomática, «por cuanto permite dar cuenta de su práctica dependencia del contexto lingüístico en que se
circunscriben» (García Page 1990: 279).
89
CAPÍTULO 1. LA TEORÍA LEXICOGRÁFICA, EL DICCIONARIO Y LA CONFIGURACIÓN DE LA
MACROESTRUCTURA
dentro del marco de una locución» (García Page 1990: 284). Algunos ejemplos son
barrancas, moxte, troche, en los enunciados a trancas y barrancas, no decir oxte ni
moxte, a troche y moche. A estas voces no se les puede asignar un significado léxico
fuera de la expresión, por lo que resulta difícil su lematización en el diccionario.
Las excepciones al criterio semántico (palabras gramaticales y elementos únicos)
se solventan desde una perspectiva fonológico-ortográfica en cuanto que las palabras
son unidades fónicas entre dos pausas y con un acento que en el plano escrito se
visualizan por espacios en blanco que las delimitan (cfr. NGLE 2009: 409-420). Sin
embargo, la evidencia fonológica-ortográfica excluye los compuestos sintagmáticos 71
(hombre rana), las contracciones (del y al), los adverbios en -mente, por su doble
acentuación (cfr. NGLE 2009: 20), y los clíticos (dárselo/ se lo di) (cfr. Piera 2009: 2545). Según Piera (2009: 28) esta última es la dificultad más problemática, puesto que
«un clítico se comporta como una palabra a ciertos efectos (lo hace la función de
complemento directo), pero a otros como un afijo (tiene que aparecer justo antes del
verbo flexionado o justo detrás del verbo en infinitivo o gerundio)».
Ante la imposibilidad de delimitar la palabra desde un enfoque semanticista, el
lingüista norteamericano Bloomfield (1964 [1933]: 211) recurrió a la evidencia formal.
Este autor distingue dos tipos de formas lingüísticas: formas libres, que constituyen un
enunciado completo (mar, aquí, rehacer), y formas ligadas, que no pueden formar una
oración (-ción, re-, -ble). Partiendo de este planteamiento, se define la palabra como la
‘forma libre mínima’ (minimal free form). Esta definición es una de las más citadas en
la lingüística actual (cfr. Pena 1999: 4327). Sin embargo, en esta propuesta se excluyen
los compuestos sintagmáticos (hombre rana, gato montés), ya que se trata de la unión
de dos o más formas mínimas libres que juntas forman un enunciado completo (cfr.
Mendívil 2009: 84). Asimismo, como ha observado Piera (2009: 26), «si independencia
equivale a capacidad de aparecer por sí solo» también se exceptúan otros elementos, «el
artículo, las formas átonas del pronombre personal, del posesivo, las preposiciones y las
conjunciones» (Pena 1999: 4327; cfr. Trujillo Carreño 1987).
71
Este criterio resulta problemático para delimitar la naturaleza de los compuestos que se pueden
escribir tanto juntos como separados (arcoíris/arco iris, puercoespín/puerco espín).
90
CAPÍTULO 1. LA TEORÍA LEXICOGRÁFICA, EL DICCIONARIO Y LA CONFIGURACIÓN DE LA
MACROESTRUCTURA
Posteriormente Robins (1964: 244-251), en la línea de Bloomfield, describió la
evidencia gramatical 72. Este criterio se fundamenta en tres principios: a) posibilidad de
aparecer en diversos lugares del enunciado; b) capacidad de ser separada mediante otro
segmento o por una pausa momentánea e c) imposibilidad de una reorganización interna
de sus elementos constitutivos. El principio morfosintáctico ha sido redefinido por
Cruse (1999 [2011]: 75) y se centra solamente en la posibilidad de inserción de un
segmento (separable y permutable) entre otros dos segmentos. Para Cruse, la palabra es
‘a minimal permutable element’. Este criterio es especialmente útil para definir los
compuestos sintagmáticos como una única unidad léxica, ya que entre sus componentes
no se puede insertar ningún segmento ni tampoco alterar el orden: *hombre muy rana /
*rana hombre (cfr. Mendívil 2009: 84-85). Sin embargo, como se ha observado en
Porto Dapena (2002: 148) y en Hualde et al. (2010: 124), al principio morfosintáctico se
oponen los adverbios en -mente, ya que es posible obtener estructuras coordinadas del
tipo pausada y cuidadosamente donde -mente se sobreentiende en la primera palabra.
Algo que también ocurre con los prefijos: pre y postelectorales, anti y proabortista.
El tratamiento teórico de la palabra ha tenido muy poca repercusión en la práctica
lexicográfica, ya que, a pesar de las dificultades para delimitarla, los hablantes de una
lengua concreta tienen la capacidad de distinguir las voces que conforman un discurso.
Sobre este juicio de que la palabra es un elemento lingüístico que no plantea dudas a los
hablantes se fundamenta su empleo en lexicografía. Así lo han defendido autores como
Werner (1982: 225), Alvar Ezquerra (1993a: 96 y 160) y Porto Dapena (2002: 139). No
hay que olvidar que el diccionario está dirigido a un cierto tipo de usuarios:
El público al que va destinado el diccionario no lo entendería si éste, en
lugar de las palabras, tomara como entrada los lexemas. No hay que olvidar,
efectivamente, que los diccionarios no están, normalmente, escritos para
especialistas, sino para el público en general, en cuya conciencia lingüística
la palabra está muy arraigada, frente a unidades como los monemas —
lexemas o gramemas—, cuyo manejo incluso por los propios especialistas
crearía hartas dificultades. La palabra es, desde luego, imprescindible en
nuestra tradición lingüística (Porto Dapena 2002: 139-140).
72
También llamada morfosintáctico o sintáctico.
91
CAPÍTULO 1. LA TEORÍA LEXICOGRÁFICA, EL DICCIONARIO Y LA CONFIGURACIÓN DE LA
MACROESTRUCTURA
En la tradición lexicográfica hispánica las palabras que forman la macroestructura
del diccionario se adhieren, por lo general, al principio ortográfico (cfr. Hausmann
1977: 9), el más fácil de reconocer y de delimitar por los hablantes 73. En este sentido,
no hay que olvidar, como ha resaltado Porto Dapena (2002: 140), que el diccionario «es
una obra escrita, y, como tal, tiene que partir de la segmentación gráfica de las palabras:
salvo casos muy excepcionales». Se recogen en la macroestructura todas las palabras,
incluidas las gramaticales, los compuestos léxicos (correveidile, sacacorchos, etc.), ya
que «son el resultado de la unión gráfica, morfológica y semántica de dos bases, ambas
de origen patrimonial» (Buenafuentes 2013: 243) y, por tanto, respetan las evidencias
ortográfica, fónica y morfológica, e, incluso, algunos elementos ajenos al léxico como
las letras 74 (cfr. Porto Dapena 2000-2001). El problema reside en los límites de la
palabra, puesto que también se suelen registrar, a pesar de que no cumplen el principio
ortográfico, los elementos ligados (§ 3.2.2.1.) y las locuciones latinas (grosso modo, in
fraganti). Por su parte, los compuestos sintagmáticos y las locuciones, que se excluyen
al criterio ortográfico, se codifican como sublemas en la microestructura del repertorio
(§ 3.2.2.2.).
3.2.2. Otros tipos de unidades léxicas
Como se ha comprobado en el epígrafe anterior, las unidades lingüísticas que se toman
como base en la lexicografía no solamente son las palabras, pues también se registran en
la macroestructura del diccionario otros tipos de unidades lingüísticas cuyos límites son
borrosos. En la actualidad, mientras que las unidades de rango superior a la palabra se
recogen por lo general en la microestructura, las de nivel inferior han ganado presencia
73
Sobre esta cuestión Porto Dapena (2002: 140) ha puesto de manifiesto que «cuando más arraiga en
nuestra conciencia lingüística la palabra es en el aprendizaje de la escritura, la cual supone, ante todo, una
segmentación o análisis […] del discurso en palabras y no en morfemas o monemas, lo que corresponde a
un análisis posterior y más refinado en la cadena hablada».
74
Porto Dapena (2009a: 38) opina, al respecto, que «una entrada como B, por ejemplo, no es una
palabra (frente al sustantivo be), sino la letra misma, la cual, pese a ser una realidad gráfica —y, por lo
tanto, lingüística—, no debería figurar como entrada en ningún diccionario y solo, en todo caso, en una
enciclopedia».
92
CAPÍTULO 1. LA TEORÍA LEXICOGRÁFICA, EL DICCIONARIO Y LA CONFIGURACIÓN DE LA
MACROESTRUCTURA
entre los lemas, lo cual ha supuesto un cambio muy importante en la concepción de la
macroestructura del diccionario.
3.2.2.1. Elementos ligados
La inclusión de los elementos ligados como parte de la macroestructura del diccionario
ha sido una cuestión muy discutida en los estudios lexicográficos, puesto que el registro
de estas unidades supone un cambio en la concepción tradicional que tomaba la palabra
como la unidad mínima lexicográfica. Algunos lingüistas como Werner (1982), Bosque
(1983), Esmel (1992), Martín García (2000), González Pérez (2002), García Platero
(2007) y Porto Dapena (2002) reivindican la necesidad de lematizar los afijos en la
macroestructura de los repertorios lexicográficos, ya que consideran que su tratamiento
no pertenece exclusivamente a la gramática, sino que son parte integrante del léxico por
estar cargados de significado. La presencia de los elementos ligados en los diccionarios
sincrónicos es fundamental debido a que facilita la capacidad de codificar mensajes en
cuanto que «quedan recogidas las palabras potenciales de una lengua» (Martín García
2000:1086; cfr. § 3.3.2.2.). Asimismo, como ha observado Buenafuentes (2013: 251), su
registro entre los lemas «ayuda al usuario en el momento en el que busca tanto el patrón
regular de formación de palabras como los significados que aporta el afijo».
Además de la razón semántica, su introducción en el diccionario también se ha
justificado por razones de espacio. Esto mismo ha indicado, entre otros, Díaz Hormigo
(2009: 167):
Aunque existe un amplio consenso cuando se trata de determinar que las
unidades lingüísticas que deben ser objeto de tratamiento lexicográfico en
los diccionarios generales han de ser únicamente las unidades léxicas, suele
ser práctica habitual la inclusión como artículos independientes, en la
macroestructura de estos diccionarios, tanto de las denominadas palabras
gramaticales como de los elementos que intervienen en la formación de
palabras (fundamentalmente, prefijos, sufijos y raíces cultas de origen griego
o latino), esgrimiéndose como razones para justificar el hecho de que se
consignen estos elementos formativos, sobre todo, la economía de espacio y
la imposibilidad de registrar como entradas del diccionario todos los
93
CAPÍTULO 1. LA TEORÍA LEXICOGRÁFICA, EL DICCIONARIO Y LA CONFIGURACIÓN DE LA
MACROESTRUCTURA
resultados pertinentes de la formación productiva de palabras (Díaz Hormigo
2009: 167).
Sin embargo, este argumento es válido solamente para los repertorios impresos en
papel, puesto que en los diccionarios electrónicos los límites de espacio no suponen un
problema.
Recientemente, la mayoría de los diccionarios registran en el lemario todos los
elementos ligados 75 (prefijos, sufijos, elementos compositivos patrimoniales y cultos),
lo cual supone un cambio macroestructural muy importante que implica una alteración
en los presupuestos lexicográficos. En el repertorio de la Academia la primera vez que
aparecen algunos afijos y elementos compositivos como lemas es en la edición de
1970 76, aunque no es hasta 1992 cuando se hace explícito en el prólogo de la obra su
presencia en la nomenclatura, aunque de una forma muy indirecta: «las etimologías de
palabras derivadas o compuestas se han simplificado mediante la presencia de sufijos,
prefijos y elementos compositivos en el cuerpo del diccionario» (DRAE 1992: prólogo).
Respecto a las unidades de creación de compuestos, Buenafuentes (2013: 251) ha
notado que todavía faltan en el diccionario académico formantes altamente frecuentes
como, por ejemplo, medio-, guarda- o saca-.
3.2.2.2. Unidades fraseológicas
A diferencia de lo que ocurre con los elementos ligados, existe un acuerdo generalizado
sobre la inclusión en la obra lexicográfica de las unidades léxicas de rango superior a la
75
Para la inclusión y tratamiento de los elementos ligados en la lexicografía española académica y no
académica véase Pérez Lagos (2001) y Torres Martínez (2008); concretamente, para los prefijos en el
diccionario de la Academia véase Díaz Hormigo (2009) y Torres Martínez (2014), para los elementos
compositivos véase Buenafuentes (2013) y Martín García (2017). De manera específica, el estudio de
Pérez Lagos (1999) examina los elementos hiper-/hipo- en el diccionario.
76
A partir de esta edición se incluyen por primera vez los afijos como lemas de manera explícita,
aunque, como ha observado Buenafuentes (2013: 250) ya en los primeros repertorios lexicográficos se
incluían los prefijos, «pero de una manera implícita, es decir, no se utilizaba el guion para dar cuenta de la
naturaleza ligada de estos constituyentes». Al respecto, Díaz Hormigo (2010: 23) indica que desde los
inicios de la lexicografía académica se introducen informaciones en la microestructura relativas a la
composición en los artículos de las preposiciones (en, a) y de las preposiciones inseparables según la
terminología tradicional (anti, des, in,). Por lo tanto, los prefijos, desde el punto de vista actual, siempre
han tenido presencia en la nomenclatura, aunque no han estado catalogados como tales.
94
CAPÍTULO 1. LA TEORÍA LEXICOGRÁFICA, EL DICCIONARIO Y LA CONFIGURACIÓN DE LA
MACROESTRUCTURA
palabra, las unidades fraseológicas (UFS). La problemática en este caso gira en torno a
la delimitación de los tipos de unidades que se deben registrar en el diccionario 77.
En el ámbito hispánico, Casares (1950) fue el primero en plantear los aspectos
implicados en el análisis lexicográfico de las UFS, en su selección y lematización. Este
autor indicó que debían formar parte de los repertorios las «combinaciones binarias de
carácter estable», ya que su significado no es deducible de la suma de sus componentes,
y «las frases proverbiales». Sobre estas últimas, en su consideración, debía ser el propio
lexicógrafo quien decidiera su selección. El resto de UFS, en la terminología de Casares
refranes y modismos, no se debían recoger en el diccionario. Las ideas de este lingüista
supusieron un gran avance en la delimitación y clasificación de las UFS y sirvieron de
modelo en investigaciones posteriores.
En la actualidad todavía no existe un criterio homogéneo que rija la inclusión de
las UFS que deben recogerse en el diccionario, en parte por la complejidad y variedad
de estos elementos. Se está de acuerdo en el registro de las unidades que pertenecen a
una categoría léxico-gramatical (ojo de buey), frente a las que carecen de tal valor
(matar dos pájaros de un tiro). Para el resto de UFS, cada diccionario actúa de un modo
determinado. En la última edición del diccionario de la Academia se distinguen dos
grandes grupos, «combinaciones estables» (cómico, ca de la lengua) y «locuciones y
expresiones» (dar la cómica) (DLE 2014: preámbulo). Los refranes, por su parte,
siempre formaron parte del diccionario hasta la edición de 1970 78.
77
La falta de un acuerdo general sobre la delimitación nocional de las unidades fraseológicas (UFS)
repercute directamente en la práctica lexicográfica (cfr. Castillo Carballo 1997-98: 68). No existe
unanimidad acerca de las unidades que estudia la fraseología y su delimitación, por lo que algunas de las
clasificaciones surgen como resultado de los problemas prácticos en la configuración del diccionario. Una
de las propuestas más influyentes en el ámbito de la lexicología española fue la de Corpas (1997). Esta
autora abogó por una concepción amplia en el examen de las UFS que integraba desde las colocaciones y
locuciones hasta los refranes y citas. En investigaciones posteriores se ha ido delimitando y matizando la
propuesta de Corpas (1997), pero sigue siendo una de las principales referencias en el campo de la
fraseología del español. Sin embargo, Corpas no incidió en la naturaleza de los compuestos sintagmáticos,
ya que consideró que, en abundantes casos, era imposible distinguirlos de las locuciones y de las
colocaciones (cfr. Mendívil 2009: 83-111). En la presente tesis se empleará una perspectiva amplia.
78
En el preámbulo de la edición del diccionario de 1970 se indica que se han eliminado los refranes
debido a que «en su mayor parte estas sentencias de la sabiduría popular tienen más valor intelectual y
moral que puramente lingüístico» (DRAE 1970: preámbulo).
95
CAPÍTULO 1. LA TEORÍA LEXICOGRÁFICA, EL DICCIONARIO Y LA CONFIGURACIÓN DE LA
MACROESTRUCTURA
Las UFS se incluyen en la microestructura del diccionario 79, incluso, como se ha
indicado en el § 3.2.1, cuando se trata de locuciones formadas por elementos únicos que
aportan el significado a toda la expresión (en un santiamén, recogida en el artículo de
santiamén) y de compuestos sintagmáticos (caja fuerte, ojo de buey etc.) susceptibles de
categorización, puesto que no respetan el criterio ortográfico al no aparecer fusionados
gráficamente «ni mostrar unidad acentual ni juntura morfemática» (Buenafuentes 2010:
91). En cambio, sí que cumplen otros criterios, como, por ejemplo, el semántico, puesto
que tienen un significado único que no se deduce de la suma de sus componentes, o el
distribucional, ya que sus integrantes no son reemplazables ni se puede alterar el orden
ni insertar elementos entre sus componentes. Uno de los rasgos que más se ha destacado
y repetido en los estudios para no asignarles la categoría de palabra es que la flexión de
número no es marginal, sino que se efectúa en el núcleo de la formación (*ojo de
bueyes/ojos de buey; *peces espadas/peces espada 80), como sucede en los compuestos
léxicos (pelirrojos, vaivenes) (cfr. Mendívil 2009: 85). Como señala Ambadiang (1999:
4894), solamente admiten una marca final de número los compuestos en los que se
produce una cohesión completa de los miembros (guardiaciviles/guardias civiles),
hecho que demuestra «que se trata de una formación a medio camino entre la estructura
sintagmática y la léxica» (Felíu 2009: 72). Por lo tanto, a pesar de que semántica y
sintácticamente los compuestos sintagmáticos se analizan en bloque (como si fueran
palabras), «a efectos de procesos morfológicos y fonológicos se tratan como auténticos
sintagmas» (Ambadiang 1999: 4894). Este hecho evidencia la prioridad que se le otorga
al criterio ortográfico para seleccionar las unidades léxicas que deben formar parte de la
macroestructura del diccionario.
En el estudio de Buenafuentes (2013: 253) se ha puesto de manifiesto que un caso
de hibridismo entre los compuestos léxicos y los sintagmáticos son los compuestos con
79
Para la introducción de las UFS en el diccionario existe toda una serie de reglas. Actualmente, las
UFS se lematizan siguiendo un orden de preferencia que se rige por la categoría gramatical de sus
componentes: sustantivo, verbo —excepto si se trata de un verbo auxiliar—, adjetivo, pronombre y
adverbio.
80
Si se trata de una combinación N + A (llave inglesa) el plural se manifiesta sobre los dos elementos
(llaves inglesas) (cfr. Felíu 2009: 72).
96
CAPÍTULO 1. LA TEORÍA LEXICOGRÁFICA, EL DICCIONARIO Y LA CONFIGURACIÓN DE LA
MACROESTRUCTURA
guion cuyo registro en el diccionario no siempre es homogéneo. Así lo ha expresado la
propia autora:
Este tipo de formaciones se conciben morfológicamente como un fenómeno
hibrido: por un lado, su cercanía a la sintaxis provoca que muchos de ellos
sean tratados dentro de los compuestos sintagmáticos o incluso como
creaciones ocasionales; por otro, la presencia del guion implica la unión
conceptual de los dos elementos, por lo que actúan como compuestos léxicos
(Buenafuentes 2013: 253).
Los compuestos con guion, debido a su naturaleza en cierto modo dual, «que une
a la vez que separa» (OLE 2010: 411), plantean problemas de carácter lexicográfico en
cuanto a su registro en el diccionario. Por este motivo, se suele evitar su inclusión en los
repertorios, además de que, como se señala en el DPD (2005: s. v. guion o guión) y en
la OLE (2010: 402), el guion se utiliza, mayoritariamente, en compuestos ocasionales,
ya que relaciona palabras independientes entre las cuales existe un estrecho vínculo
(viviendas-puente, calidad-precio) 81. Por ello, «cuando la aparición conjunta de ambos
sustantivos se generaliza en el uso y el concepto unitario que ambos designan pasa a
formar parte del léxico asentado» (DPD 2005: s. v. guion o guión) deben escribirse sin
guion, ya sea como un compuesto sintagmático o fusionando gráficamente sus
constituyentes en un compuesto léxico. Esto ocurre, por ejemplo, en las formas café
teatro o café cantante 82, escritas con guion en la edición del DRAE de 2001 y con
espacio intermedio en la de 2014. En cualquier caso, como opina Buenafuentes (2013:
256), solamente cuando estas unidades se han generalizado en el uso, ya sea como
compuesto léxico o sintagmático, deben registrarse en los diccionarios. Sin embargo, en
las obras actuales, el tratamiento no es homogéneo y se pueden hallar compuestos con
guion en la microestructura de los repertorios e, incluso, es posible encontrarlos entre
81
Además de utilizar el guion en compuestos ocasionales, en la Ortografía (2010: 415) se indica que
debe utilizarse también cuando la expresión resultante «no es una nueva unidad léxica en la que se funden
los significados de sus componentes» (OLE 2010: 415) (guerras árabe-israelíes).
82
La naturaleza de los compuestos yuxtapuestos nominales (salón comedor, coche bomba) o
adjetivales (científico-técnico, político-económico) ha sido muy discutida en la bibliografía especializada
y mientras algunos autores opinan que se trata de compuestos sintagmáticos (cfr. Varela 2005; Felíu
2009: 75) otros los identifican como compuestos léxicos, aunque, como es obvio, menos fusionados (cfr.
Val Álvaro 1992: 4762).
97
CAPÍTULO 1. LA TEORÍA LEXICOGRÁFICA, EL DICCIONARIO Y LA CONFIGURACIÓN DE LA
MACROESTRUCTURA
los lemas, como, por ejemplo, en el DEA (cóctel-bar, coche-restaurante, cochecama) 83. También en el DLE, a pesar de que se evita su introducción en la
macroestructura, se puede advertir alguna excepción (gin-tonic).
Además, la propia evolución de la lengua puede ocasionar que una unidad léxica
que inicialmente se recogía en el interior de un artículo lexicográfico llegue a constituir
una entrada independiente. Este es el caso de puerco espín en el repertorio académico.
Desde su inclusión en la obra, se ha recogido como sublema en el artículo encabezado
por la voz puerco (1791-2014). En la última edición de 2014, puercoespín, con fusión
gráfica, se registra en una entrada propia junto con la forma puerco espín. La variante
preferida por la Academia es la fusionada.
En definitiva, como se ha podido comprobar, la lexicografía tiene como núcleo la
palabra en el sentido ortográfico. Sin embargo, a lo largo del tiempo se han ampliado
los límites macroestructurales en relación con las unidades de rango inferior debido a su
contenido semántico. La incorporación de los elementos ligados está relacionada con las
reglas de formación de palabras. Debido a que el repertorio lexicográfico no recoge
todas las posibilidades neológicas se proporcionan los elementos para que el usuario
pueda construirlas. En cambio, respecto a las UFS, los criterios de lematización cada
vez han sido más restrictivos, por lo que han perdido presencia entre los lemas. En la
actualidad, la tendencia es recoger las unidades superiores a la palabra como sublemas,
incluso en los casos de hibridismo que pueden generar dudas (compuestos con guion).
3.3. Coordenadas de la lematización
Las unidades léxicas que constituyen cabecera de artículo lexicográfico deben ajustarse
a un proceso de lematización que consiste en la reducción de esa palabra a una forma
canónica convencional que representa todas las formas flexivas de la voz en cuestión, el
lema, la puerta de entrada para el usuario. Los lemas que integran la macroestructura
83
Según se ha podido observar en Buenafuentes (2013: 256), «el DEA es el diccionario que muestra
menores restricciones a la hora de incorporar compuestos con guion».
98
CAPÍTULO 1. LA TEORÍA LEXICOGRÁFICA, EL DICCIONARIO Y LA CONFIGURACIÓN DE LA
MACROESTRUCTURA
han sido seleccionados de acuerdo con una serie de coordenadas que se forjan a partir
de la intersección de diferentes aspectos ortográficos, gramaticales y semánticos.
Los criterios de lematización, que están sujetos a la técnica lexicográfica de cada
diccionario, pueden introducir variaciones en los lemas. Por un lado, estos cambios
afectan a la propia forma del lema en tanto que palabra escrita, ya que a través de ella se
reflejan las normas ortográficas del momento de la elaboración del repertorio (§ 3.3.1.).
Por otro lado, en la configuración del lema intervienen fenómenos relacionados con la
morfología y la sintaxis debido a que el proceso de lematización implica la reducción de
la variabilidad flexiva de las palabras (§ 3.3.2.).
Finalmente, los criterios teóricos aplicados para fijar la lematización influyen en
la disposición de la macroestructura en relación con la diferenciación entre homonimia
y polisemia de las palabras donde se combinan principios etimológicos, semánticos y
gramaticales (§ 3.3.3.).
3.3.1. Lematización y ortografía
La importancia de la relación entre la ortografía y el diccionario se evidencia en el
empleo que los usuarios hacen de este último como herramienta para resolver dudas
ortográficas sobre la escritura de ciertas voces problemáticas. En la propia ortografía
(cfr. OLE 2010: 11) se establece una distinción entre las reglas ortográficas generales,
«que afectan a todo un ámbito de la escritura» 84, y las reglas ortográficas particulares,
«que se aplican a la escritura de palabras concretas» y que, por lo general, están
relacionadas con el empleo de varias grafías que representan un único fonema (b, v; g, j;
etc.), con la letra h, o con casos de múltiple acentuación (fútbol/futbol, vídeo/video).
Para las normas de carácter particular, se recomienda constantemente 85 la consulta al
84
En la OLE (2010: 11-12) se ofrece como ejemplo de regla general la acentuación de las palabras
esdrújulas: «se escriben con tilde todas las palabras esdrújulas».
85
Para el uso de h, por ejemplo, se señala que «no es posible determinar, en la mayoría de los casos, si
una palabra debe escribirse o no con h muda sin conocer de antemano su grafía, ni siquiera estando al
corriente de su etimología, ya que la conservación o la supresión de la h etimológica no ha seguido pautas
fijas en nuestro idioma, solo la consulta al diccionario puede resolver, en última instancia, los casos de
duda que a este respecto puedan planteársele a quien escribe» (OLE 2010: 145).
99
CAPÍTULO 1. LA TEORÍA LEXICOGRÁFICA, EL DICCIONARIO Y LA CONFIGURACIÓN DE LA
MACROESTRUCTURA
diccionario 86. Esta función del repertorio léxico ha sido descrita por Porto Dapena
(2009a: 39):
Los diccionarios comunes son consultados con la específica finalidad de
averiguar la ortografía de un vocablo concreto. Se trata, claro está, de un tipo
de información indirecta, por cuanto que la entrada, al venir dada en su
representación gráfica, se supone que estará representada en su forma
correcta (Porto Dapena 2009a: 39).
Así pues, la propia forma gráfica del lema señala la escritura recomendada de
cada vocablo, puesto que el diccionario monolingüe se concibe como un referente de
autoridad para la norma escrita de una determinada comunidad lingüística. Para el
español, esta función la cumple el repertorio léxico de la Academia 87, normativo por
antonomasia.
Desde una perspectiva teórica, Catach (1989: 501-508) ya expuso que la relación
entre la ortografía y el diccionario se manifiesta en la «arquitectura visual» de las obras
lexicográficas por estar construidas a partir de la ordenación alfabética de los lemas. Las
palabras como predicados gráficos son un fiel reflejo de las normas de ortografía de la
época. Estas consideraciones llevaron a Catach (1989: 508) a describir los repertorios
léxicos como «les principaux porteurs de norme». También Lara (1992: 5-6) se refirió a
la normatividad como una característica inherente al diccionario monolingüe (capítulo
1, § 2.1.), el cual presupone un «conocimiento verdadero» de la lengua. Sobre la base de
este fundamento se erige la autoridad del diccionario en materia ortográfica:
Si se toma en cuenta el postulado de que el diccionario se considera
socialmente como un discurso verdadero, la entrada ya es una ostensión
socialmente significativa: su ortografía se vuelve verdadera. Cualquier
discurso que se contraste con ella entrará en una tensión comparativa: si la
palabra usada en el discurso corresponde al vocablo de la entrada
86
En diversos estudios (cfr. Garriga 2003: 113 y 2005: 32; Buenafuentes y Sánchez Lancis 2004: 263)
se ha expuesto que los repertorios léxicos ofrecen al usuario la posibilidad de una consulta rápida. Los
tratados ortográficos, en palabras de Garriga (2005: 32), «resultan menos accesibles y las búsquedas están
menos guiadas». Este aspecto responde a las diferentes características y objetivos con los que se elaboran
dichas obras.
87
Para el inglés británico, por ejemplo, esta función la cumple el Oxford English Dictionary (cfr. OLE
2010: 19).
100
CAPÍTULO 1. LA TEORÍA LEXICOGRÁFICA, EL DICCIONARIO Y LA CONFIGURACIÓN DE LA
MACROESTRUCTURA
lexicográfica, el diccionario la legitima en su ortografía; si hay divergencia,
el lector se ve obligado a asumir una posición en relación con su propio
discurso frente al discurso lexicográfico, una posición que siempre es
conflictiva, en la medida en que se tiene que enfrentar a lo que se asume
como verdad social (Lara 1992: 5).
Efectivamente, en la macroestructura, la información de carácter ortográfico viene
determinada, de manera implícita, por la forma gráfica en la que aparece el lema, ya que
a cada una de las palabras se le asigna una grafía concreta.
Desde una perspectiva histórica y comparativa, en el diccionario de la Academia
las normas de ortografía de la época se manifiestan en la macroestructura de dos
maneras: a) cambios ortográficos de los lemas (acentuales, gráficos, adaptación de
extranjerismos, etc.) que se registran de una edición a otra e implican una variación en
la forma. Ejemplo de ello es el cambio de v a b en el vocablo costribo en la edición del
diccionario de 1884; b) inclusión y supresión de variantes gráficas como lemas, lo cual
supone la aceptación de diversas escrituras para una única palabra. En la edición del
diccionario de 2001 se encontraban registradas las formas guion y guión y se permitía,
por lo tanto, el uso de las dos variantes. En la edición actual se ha eliminado la forma
acentuada como consecuencia de las nuevas normas ortográficas (cfr. OLE 2010: 236).
Asimismo, en el diccionario académico, la información ortográfica sobre las
voces no solamente se manifiesta a través del lema, sino que también se incluyen
indicaciones en la microestructura sobre la ortografía de los vocablos 88, como, por
ejemplo, el empleo de las mayúsculas. El lema, por lo general, se registra en minúscula
inicial cuando la voz tiene uso tanto en mayúscula como en minúscula (biblia/Biblia).
Por este motivo, en la entrada del vocablo en cuestión se señala cuándo se emplea en
mayúscula. En el artículo de biblia se especifica en el paréntesis informativo que se
«Escr. con may. inicial en acep. 1» (DLE 2014: s. v. biblia), acepción que se
corresponde con el ‘Conjunto de Escrituras Sagradas’. En cambio, cuando la palabra
solamente tiene uso en mayúscula el lema aparece registrado con mayúscula inicial,
88
El hecho de que en la nueva edición del diccionario académico se haya aumentado la información
de carácter ortográfico evidencia que los repertorios léxicos se utilicen como herramientas para resolver
dudas ortográficas.
101
CAPÍTULO 1. LA TEORÍA LEXICOGRÁFICA, EL DICCIONARIO Y LA CONFIGURACIÓN DE LA
MACROESTRUCTURA
como en Corán (DLE 2014: s. v. Corán). También se incluyen informaciones sobre la
acentuación en los adverbios relativos. En el artículo de como2 se indica que «Puede
escribirse con acento en acep. 6», que se corresponde con el significado «Algún modo
en que o ningún modo en que. U. sin antecedente expreso, generalmente con los verbos
tener y haber» (DLE 2014: s. v. como).
En los estudios especializados una de las cuestiones que más se ha discutido es el
tratamiento y lematización en el diccionario de las variantes ortográficas de una misma
palabra. Se consideran variantes, siguiendo la definición propuesta en el diccionario de
la Academia, «cada una de las diferentes formas con que se presenta una unidad
lingüística de cualquier nivel» (DLE 2014: s. v. variante). Por lo tanto, las variantes
ortográficas son formas de una misma palabra que se escriben de manera diferente y que
poseen idéntico contenido y significado (cfr. De Vega 2002: 242; Romero Aguilera
2009: 726). Porto Dapena (2002: 183 y 2009a: 39), además, indica que deben poseer la
misma etimología y proceder de ella por igual vía, tradicional o culta, así como no
implicar ningún cambio morfológico o sintáctico 89.
Las variantes ortográficas presentan diversidades en las grafías (chabola/chavola,
pagel/pajel), diferencias gráficas que se correlacionan con el plano fónico (píxel/pixel) o
en la unión y separación de palabras (wifi/wi fi). Existe la posibilidad de que la
variación repercuta en el nivel gráfico y fónico (séptimo/sétimo).
En el ámbito lexicográfico las variantes gráficas conviven, puesto que se registran
en el diccionario las diferentes formas de escritura de una voz. Sin embargo, a pesar de
compartir espacio en la nomenclatura, las variantes gráficas pueden coexistir o no en el
tiempo, es decir, puede ser que todas tengan vigencia o solamente algunas. En la obra de
la Academia, por ejemplo, es posible hallar variantes gráficas antiguas que reflejan las
normas de escritura de épocas pasadas. Como ha advertido Jiménez Ríos (2001: 50), en
la lexicografía académica fue una práctica común la inclusión de arcaísmos gráficos. En
la actualidad, todavía se localizan algunos con remisión a la forma gráfica actual
89
Porto Dapena señala en la Planta del Diccionario “Coruña” de la Lengua Española Actual que esta
es la razón por la que carretilla/ carretillo no pueden considerarse variantes, ya que la alternancia a/o no
es meramente gráfica y fónica, sino que lleva consigo un cambio de género.
102
CAPÍTULO 1. LA TEORÍA LEXICOGRÁFICA, EL DICCIONARIO Y LA CONFIGURACIÓN DE LA
MACROESTRUCTURA
(conceto/concepto, albuhera/albufera). En estos casos, la convivencia en el diccionario
de las diversas formas no implica el uso de todas por parte de los hablantes de un mismo
estadio de lengua (véase capítulo 2, § 2.2.1.). Cabe destacar que los arcaísmos gráficos
no se recogen, por ejemplo, en las obras lexicográficas de uso, como el CLAVE, o en los
compendios, como el Diccionario usual (2006).
La postura más difundida sobre el tratamiento de estas variantes en el diccionario
es la agrupación de las diversas formas en un mismo artículo lexicográfico, ya que no se
trata de palabras diferentes, a pesar de que pueden quedar separadas por la aplicación
del orden alfabético. En este sentido, Del Barrio y Torner (1994-95: 37) consideran que
aglomerar en una misma entrada lexicográfica todas las variantes fonético-fonológicas y
ortográficas «evita la innecesaria dispersión de lo que se considera una misma palabra»
y, además, enriquece la información que se proporciona en el artículo lexicográfico (cfr.
Buenafuentes y Sánchez Lancis 2012: 94).
En la edición del diccionario académico del 2001 los métodos de lematización de
variantes ortográficas eran dos. Cuando se trataba de voces «alfabéticamente contiguas»
todas las variantes aparecían agrupadas en un único artículo lexicográfico. Así se
expresa en el propio prólogo de la obra:
Cuando el orden alfabético lo permite, se disponen las variantes en el mismo
lema, separadas por una conjunción disyuntiva; la forma que aparece en
primer lugar es la preferida y recomendada por la Academia, que, sin
embargo, acepta las consignadas a continuación (DRAE 2001: preámbulo).
Esta medida comportaba la introducción de lemas múltiples en la nomenclatura,
los cuales eran habituales en ediciones pasadas de la obra académica (§ 3.1.):
Imagen 15. DRAE 2001: s. v. hemiplejia o hemiplejía.
103
CAPÍTULO 1. LA TEORÍA LEXICOGRÁFICA, EL DICCIONARIO Y LA CONFIGURACIÓN DE LA
MACROESTRUCTURA
En los demás casos, las diversas variantes ortográficas se registraban en artículos
independientes (transandino/trasandino). En la forma recomendada (variante principal)
se encontraba la definición directa y la no recomendada (variante secundaria) se definía
por remisión:
Imagen 16. DRAE 2001: s. v. transandino, na.
Imagen 17. DRAE 2001: s. v. trasandino, na.
El reenvío, como señala De Vega (2002: 249), aportaba información de carácter
metalingüístico sobre la preferencia normativa del uso de una u otra variante. Esta
técnica, como ha reconocido la propia Academia, tenía, entre otros, el inconveniente de
que la consulta exclusiva del artículo transandino no daba noticia de la existencia de la
variante trasandino (DLE 2014: preámbulo).
Con el objetivo de solventar este problema, se ha modificado la lematización de
las variantes gráficas en la vigesimotercera edición. Se ha observado que existen
diferencias entre la versión en papel y la versión electrónica que afectan a la propia
concepción del diccionario y al funcionamiento de la consulta. En la edición en papel,
se ha optado por incluir las variantes secundarias dentro del paréntesis informativo que
sigue al lema, por lo que la información se halla en la microestructura de la obra:
Imagen 18. DLE 2014: s. v. suscripción.
104
CAPÍTULO 1. LA TEORÍA LEXICOGRÁFICA, EL DICCIONARIO Y LA CONFIGURACIÓN DE LA
MACROESTRUCTURA
Esta técnica contribuye a la supresión de lemas dobles del repertorio, aunque
aumenta la información contenida en los paréntesis. Al respecto, Buenafuentes (2017:
50) considera que puede ser complicado para el usuario interpretar indicaciones de tan
variado tipo en un mismo lugar.
En cambio, en la versión electrónica, las variantes secundarias se vuelven a
registrar en la macroestructura formando un lema múltiple que reúne todas las formas,
aunque tipográficamente distintos a los de las ediciones anteriores (imagen 15). En esta
ocasión, la variante secundaria aparece en un renglón aparte y en un tamaño de fuente
menor que el de la forma principal (imagen 19):
Imagen 19. DLE 2014: s. v. suscripción.
El espacio físico dedicado a cada uno de los artículos lexicográficos anteriores es
notablemente distinto. Como ya se ha comentado (capitulo 1, § 2.), los límites de
espacio no son un problema en los repertorios electrónicos. Este aspecto también ha
condicionado el tratamiento de las variantes secundarias en las dos versiones. Mientras
que en la edición en papel solamente se hallan lematizadas en entradas independientes
las formas que no son alfabéticamente contiguas (suscripción/subscripción), en las
versión en línea se han consignado en artículos propios todas las variantes gráficas,
incluso las que presentan continuidad alfabética (bustrófedon/bustrofedon/bustrofedón).
En este caso, a diferencia de la edición en papel, en la versión electrónica las formas
bustrofedon y bustrofedón constituyen dos lemas separados con remisión a la variante
principal y recomendada:
105
CAPÍTULO 1. LA TEORÍA LEXICOGRÁFICA, EL DICCIONARIO Y LA CONFIGURACIÓN DE LA
MACROESTRUCTURA
Imagen 20. DLE 2014: s. v. bustrófedon.
Imagen 22. DLE 2014: s. v. bustrofedón.
Imagen 21. DLE 2014: s. v. bustrofedon.
Como consecuencia de esta decisión, en cada uno de los artículos lexicográficos
se encuentran todas las variantes. De este modo se enriquece la información que se
ofrece sobre la voz buscada. Cabe destacar que cuando existen restricciones de uso 90 en
alguna de las formas estas se especifican a continuación de la variante secundaria:
90
Sobre esta cuestión, Buenafuentes y Sánchez Lancis (2012: 95) observaron que en la edición del
DRAE 2001 escaseaban las informaciones diastráticas y diacrónicas de las variantes ortográficas. En su
opinión, el nivel diatópico es el peor representado. Así, por ejemplo, en el lema múltiple «cóctel o coctel»
(DRAE 2001: s. v. cóctel o coctel) no se señala que la única forma usada en España es la llana y que
solamente alterna con la aguda en el continente americano (cfr. DPD 2005: s. v. coctel o cóctel). Lo
mismo sucede con otros dobletes acentuales como chofer/chófer o fútbol/futbol, pues solamente se
enuncian las variantes sin hacer referencia a sus restricciones de empleo. En el DPD se señala que «la
forma aguda chofer [chofér] (pl. choferes) —acorde con la pronunciación del étimo francés chauffeur—
es la que se usa en América […]. En España se emplea la forma llana chófer (pl. chóferes)» (DPD 2005:
s. v. chofer o chófer). Para fútbol se indica que «la forma que conserva la acentuación llana etimológica es
la de uso mayoritario en España y en la mayor parte de América. En México y el área centroamericana se
usa la aguda futbol [futból]» (DPD 2005: s. v. fútbol o futbol). En la edición actual del diccionario
académico se sigue sin recoger la restricción de carácter diatópico en esos lemas (cfr. Buenafuentes 2017:
53). Para conocer esta información se deben consultar otro tipo de obras lexicográficas como el DPD
(2005) o un diccionario de uso. En el CLAVE, por ejemplo, sí aparecen las indicaciones diatópicas sobre
el uso de estas formas gráficas en el apartado del artículo lexicográfico dedicado a la pronunciación.
106
CAPÍTULO 1. LA TEORÍA LEXICOGRÁFICA, EL DICCIONARIO Y LA CONFIGURACIÓN DE LA
MACROESTRUCTURA
Imagen 23. DLE 2014: s. v. video.
Imagen 24. DLE 2014: s. v. chabola.
Tanto en la versión en papel como en la consultable en línea, existen dos tipos de
variantes gráficas que se registran de manera distinta al resto: los arcaísmos gráficos y
los extranjerismos crudos. Por un lado, las variantes desusadas están relacionadas con
una tradición lexicográfica que abogaba por la inclusión de arcaísmos en el repertorio
léxico. En estos casos, a pesar de su convivencia en el diccionario, no todas las formas
gráficas tienen vigencia en la actualidad. En el DLE 2014, los arcaísmos gráficos
aparecen registrados en artículos separados con remisión a la forma actual, igual que en
las ediciones anteriores. Tal es el caso de conceto:
Imagen 25. DLE 2014: s. v. concepto, ta.
107
CAPÍTULO 1. LA TEORÍA LEXICOGRÁFICA, EL DICCIONARIO Y LA CONFIGURACIÓN DE LA
MACROESTRUCTURA
Imagen 26. DLE 2014: s. v. conceto.
En la versión electrónica se halla de la misma manera. En este caso, el reenvío es
unidireccional (conceto > concepto).
Por otro lado, se sigue el mismo procedimiento de lematización para las formas
alternantes de los extranjerismos, que reflejan la variación en su adaptación. Estas
variantes gráficas se generan debido al deseo de la Academia «de limitar en lo posible el
empleo de grafemas considerados superfluos por compartir con otros el mismo valor
fonológico» (OLE 2010: 36) y la persistencia en el uso de la forma con las grafías
etimológicas (güisqui/whisky). Ello ha provocado la coexistencia en la escritura de
variantes gráficas que han terminado por ser recogidas en el diccionario, aun si la forma
adaptada no se utiliza en la sociedad. Sobre este tema, Hernández (2005: 378) señaló
que frente a los esfuerzos normalizadores por parte de la Academia el juicio de los
hablantes lleva a decantarse por lo extranjero, hecho que demostró con una búsqueda en
el CREA (1838 resultados para whisky frente a los 118 de güisqui) 91. En el DLE (2014),
las diversas formas gráficas se lematizan dispersas por la macroestructura y aparecen
jerarquizadas mediante remisión a la voz recomendada 92:
Imagen 27. DLE 2014: s. v. güisqui.
91
En la actualidad los resultados prácticamente no han variado: 1843 resultados para whisky frente a
118 para güisqui. En la tesis de López-Quiñones (2015: 237-238) se exponen los resultados obtenidos
para las diferentes formas gráficas en dos períodos, El País y El Mundo.
92
Se ha identificado un caso donde ambas formas poseen definición directa y, por lo tanto, no se
muestra preferencia por ninguna de las dos: router/rúter. Se trata de una incorporación en la nueva
actualización del 2019.
108
CAPÍTULO 1. LA TEORÍA LEXICOGRÁFICA, EL DICCIONARIO Y LA CONFIGURACIÓN DE LA
MACROESTRUCTURA
Imagen 28. DLE 2014: s. v. whisky.
Como se puede observar en las imágenes anteriores, el artículo encabezado por la
forma güisqui no da noticia de la variante secundaria whisky, que, pese a no estar
adaptada gráficamente, se recoge en el diccionario, por lo que se puede utilizar en
español marcada en cursiva al tratarse de un extranjerismo crudo. En cambio, no se
sigue la misma técnica de lematización en las formas con diverso grado de adaptación,
pero que no se consideran extranjerismos crudos (póquer/póker, folclore/folklore,
biquini/bikini, etc.). Estos casos se registran como el resto de las variantes ortográficas,
sin reenvío unidireccional. En la versión en papel las variantes secundarias se
encuentran en el paréntesis informativo y en la edición electrónica se hallan junto a la
principal formando un lema múltiple. En las dos versiones, la variante secundaria posee
un artículo independiente y se define por remisión a la forma recomendada:
Imagen 29. DLE 2014: s. v. bikini.
Imagen 30. DLE 2014: s. v. biquini.
En definitiva, como se ha podido comprobar, la ortografía es un aspecto básico en
la configuración de la macroestructura y a través de ella se refleja la norma ortográfica
del momento de su elaboración. Los lemas que la componen manifiestan implícitamente
las reglas particulares de ortografía, ya que a cada una de las palabras del lemario se le
asigna una grafía concreta que señala la escritura correcta. Por lo tanto, los casos de
109
CAPÍTULO 1. LA TEORÍA LEXICOGRÁFICA, EL DICCIONARIO Y LA CONFIGURACIÓN DE LA
MACROESTRUCTURA
duda se resuelven con la consulta al diccionario donde se fija la ortografía de algunas
voces problemáticas. También en el repertorio lexicográfico se jerarquizan y se otorgan
prioridades de uso a las diferentes variantes ortográficas de una misma palabra (cfr.
Garriga 2003: 113 y 2005: 32).
3.3.2. Lematización y gramática
En la práctica lexicográfica intervienen múltiples aspectos lingüísticos que atañen a la
gramática, hecho que refleja las difusas fronteras entre ambas disciplinas lingüísticas.
Según Demonte (2017: 15), la gramática «es parte fundamental de cada unidad del
diccionario» y ha ido ganando terreno en los últimos años en las obras lexicográficas
debido a los avances en las investigaciones sobre las relaciones entre el léxico y la
morfología y la sintaxis. Los diccionarios, asimismo, como ha señalado Velando (2006:
240), pueden ser una buena herramienta para resolver dudas de tipo gramatical 93.
En la configuración de la macroestructura, en concreto, este vínculo se evidencia,
por un lado, en las excepciones derivadas de los procesos de lematización, que afectan
tanto a la flexión nominal como a la verbal (§ 3.3.2.1.) y, por el otro, en la selección de
la nomenclatura con la introducción de elementos y palabras gramaticales (§ 3.3.2.2. y
§ 3.3.2.3.). Además, las intersecciones transcategoriales de ciertos vocablos suponen un
obstáculo para el lexicógrafo que debe fijar unos criterios que le permitan reflejar de
manera clara el paso de una categoría a otra (§ 3.3.2.4.).
En los siguientes subepígrafes se plantean las cuestiones señaladas tomando como
referencia los estudios que se han realizado en el ámbito hispánico, los cuales auxilian
en las tareas lexicográficas.
93
Una prueba de ello es el aumento de información morfológica relacionada con la flexión nominal
que se ha añadido en la última edición del diccionario académico. Esto mismo se señala en el preámbulo:
«En muchas palabras gramaticales y en determinados artículos con moción de género se ha ampliado
notablemente la información de carácter morfológico».
110
CAPÍTULO 1. LA TEORÍA LEXICOGRÁFICA, EL DICCIONARIO Y LA CONFIGURACIÓN DE LA
MACROESTRUCTURA
3.3.2.1. Morfología flexiva
Como se señala en la NGLE (2009: 21), la morfología flexiva estudia las variaciones de
las palabras que implican cambios de contenido gramatical. Los morfemas flexivos, a
diferencia de los léxicos (§ 3.3.2.2.), no alteran la categoría gramatical de las voces y
aparecen exigidos con frecuencia por la estructura sintáctica (cfr. Bosque 1983: 128).
Las alternancias flexivas pueden afectar tanto al género (delgado/delgada) y al número
(botella/botellas) como a la persona (bebo/bebimos), al tiempo (bebí/beberé), al aspecto
(bebí/bebía) y al modo (bebo/beba). Por lo general, los morfemas flexivos, exceptuando
los de género, no aparecen en el lema, ya que los criterios de lematización implican que
el lema sea la forma menos marcada, por lo que se reduce toda la variabilidad flexiva.
Sin embargo, en los diccionarios generales y, en particular, en el de la Academia, no
siempre se actúa de acuerdo con los principios de lematización homogéneos en el
tratamiento de la flexión nominal y la flexión verbal.
A) La flexión nominal
Los criterios de lematización implican que la forma canónica aparezca, por lo general,
en masculino y singular, debido a que es la menos marcada semánticamente, a la que
sigue, formando parte del mismo lema, la terminación femenina (tigre, gresa; zapatero,
ra) 94.
La aplicación de los principios tradicionales de lematización respecto a la flexión
nominal plantea sobrados problemas en la práctica lexicográfica. En los estudios en los
que se examina el tratamiento de la alternancia genérica en los diccionarios generales
del español se ha llegado a la conclusión de que su representación es muy heterogénea
mostrando, incluso, incoherencia interna en cuanto a la posible separación de las voces
en artículos independientes (cfr. Pérez Lagos 1998: 166; Battaner y Lahuerta 2002: 54).
94
En la nueva versión del diccionario académico se está cambiando la forma de lematizar, aunque
todavía no es general. En la planta de la obra se explica que cuando el lema presenta alternancia genérica
se incluirá seguida de la forma masculina toda la forma femenina y no solo la terminación, ya que puede
llevar a confusión, sobre todo, aunque no únicamente, en los casos en los que se añaden distintos sufijos a
una misma base léxica (actor, ra/actor, triz). Esta manera de proceder ya se ha aplicado en algunos
artículos lexicográficos (véase DLE 2014: s. v. príncipe, princesa).
111
CAPÍTULO 1. LA TEORÍA LEXICOGRÁFICA, EL DICCIONARIO Y LA CONFIGURACIÓN DE LA
MACROESTRUCTURA
La asistematicidad del género en los diccionarios es debida, en gran medida, a las
soluciones de diversa naturaleza que presenta la oposición de género en español. En la
GDLE, Ambadiang (1999: 4846) señala que «el género de cualquier sustantivo puede
estar asociado tanto a su forma como a alguno de sus rasgos léxicos (significado, clase
léxica, característica de su referente, etc.). Si bien sólo el primer tipo de asociación
queda ejemplificado en pares como libro/libra 95, y sólo el segundo en padre/madre 96,
ambos parecen manifestarse en otros pares del tipo gato/gata». En este ejemplo la forma
femenina se refleja tanto en el cambio de la moción como en el sexo del referente.
Como han observado Battaner y Lahuerta (2002: 54-55), las palabras en las que el
género gramatical no es motivado, esto es, la forma femenina no solamente es flexión
sino también significado léxico, parece adecuado lematizar el femenino en un artículo
separado del masculino por constituir voces diversas (cfr. Haensch 1982: 464; Battaner
y Lahuerta 2002: 60; Porto Dapena 2002: 31), pese a «la similitud de forma entre los
dos lemas, la coincidencia en una misma raíz y en cierta relación semántica» (Battaner y
Lahuerta 2002: 55): barco/barca, cesto/cesta, farol/farola. En las palabras en las que el
género gramatical es motivado, es decir, cuando existe una diferenciación de sexo, pero
no de significado (gato, gato), se está de acuerdo en que la forma femenina y masculina
deben reunirse en un único artículo lexicográfico, acuerdo que no incumbe, obviamente,
a los heterónimos (caballo/yegua, padre/madre), que aparecen en entradas separadas
debido al orden alfabético que rige la ordenación de los lemas.
Actualmente, en el diccionario académico se reúnen en un artículo las palabras en
las que el género gramatical es motivado y, además, se lematiza independiente la forma
femenina cuando hay al menos una acepción exclusiva para el femenino. Por ejemplo,
se registra una entrada encabezada por el lema perra y otra por el lema perro, rra. El
artículo de perra remite en su definición al de perro, rra, donde se hallan las acepciones
que se emplean únicamente en femenino (‘prostituta’, ‘rabieta’, ‘dinero’, etc.). Esta
95
96
También llamados «nombres de género formal» (Ambadiang 1999: 4847).
También llamados «nombres de género semántico» (Ambadiang 1999: 4847).
112
CAPÍTULO 1. LA TEORÍA LEXICOGRÁFICA, EL DICCIONARIO Y LA CONFIGURACIÓN DE LA
MACROESTRUCTURA
práctica se ha empezado a aplicar sistemáticamente en la última actualización del DLE,
posiblemente como consecuencia del desajuste que existía en las ediciones anteriores.
En la lexicográfica académica y hasta la edición de 2001 existe gran variación en
la lematización de las voces con género motivado con tendencia a la separación en
artículos independientes en los siguientes casos:
(a) Nombres animados en los que el género depende del sexo de su referente o
está determinado por él. En los animales se corresponde con acepciones
que se inician con la fórmula ‘la hembra del…’ (gallo/gallina, gato/gata,
potro/potra, león/leonesa, tigre/tigresa). En la tradición académica se han
consignado en artículos independientes las formas del masculino y las del
femenino. En los casos en que la alternancia genérica se muestra mediante
diversos sufijos de género añadidos a una misma base léxica (tigre/tigresa)
su distinción se ha justificado por el orden alfabético, a pesar de poseer el
mismo significado.
(b) Palabras en las que la formación del género está relacionada con títulos,
cargos y profesiones (azafato/azafata, alcalde/alcaldesa, médico/médica,
molinero/molinera, rey/reina) 97. En estos casos el tratamiento es bastante
heterogéneo y ha ido variando en las distintas ediciones. Así, por ejemplo,
frutera ‘la mujer que vende fruta’ tiene una entrada separada de frutero ‘el
que vende fruta’ hasta la edición de 1817. A partir de 1822 las dos formas
se unen en un solo artículo: frutero, ra ‘el que vende fruta’. En cambio,
enfermera no ha tenido entrada propia en el lemario en ninguna edición.
Desde los orígenes se ha lematizado enfermero, ra.
(c) Relacionados con los casos de (b) se encuentran las acepciones del tipo ‘la
mujer de…’, que se solían registrar en entradas independientes de la forma
97
Es bastante reciente la inserción en el mundo laboral especializado por parte de las mujeres y la
presencia de estas en ámbitos reservados hasta hace poco para el hombre, por lo que, en algunos casos, el
género femenino es bastante reciente (cfr. Velando 2006: 226).
113
CAPÍTULO 1. LA TEORÍA LEXICOGRÁFICA, EL DICCIONARIO Y LA CONFIGURACIÓN DE LA
MACROESTRUCTURA
masculina, aunque, como han observado Battaner y Lahuerta (2002: 58) 98,
con cierto grado de variación y asistematicidad. Sirva a modo de ejemplo
la lematización de molinera (‘la mujer del molinero’) en el diccionario de
la Academia. En las ediciones de 1803 y 1817 esta acepción se recogía en
el artículo encabezado por el lema molinero, ra. A partir de 1822 y hasta
1970 molinera se registra en la nomenclatura como un lema independiente
de molinero, ra. En 1984 y hasta 2001 la acepción ‘la mujer del molinero’
vuelve a aparecer en el artículo encabezado por molinero, ra. Finalmente,
en el DLE 2014 molinera constituye una entrada propia, pero con remisión
al artículo de molinero, ra.
(d) Masculinos a los que corresponden dos formas femeninas con un posible
diverso significado (actriz/actora, asistente/asistenta, etc.). El tratamiento
de estas voces también ha ido variando en los diccionarios según los
cambios en la técnica lexicográfica. Un ejemplo de ello son las formas
actora y actriz en las ediciones del repertorio académico. Actriz se ha
registrado siempre en una entrada independiente hasta la última edición,
donde se ha aglutinado en un único lema con actor (DLE 2014: s. v.
actor1, triz). Lo mismo ocurre con actora ‘demandante’, aunque en este
caso no se ha incluido hasta el suplemento de la edición de 1803. En 1817
ya no aparece como lema y no se vuelve a incluir hasta 1925 99. En la
actualidad se halla junto con la forma masculina (DLE 2014: s. v. actor2,
ra).
(e) Sustantivos comunes en cuanto al género con alguna acepción solamente
en femenino (oficial/oficiala). Hasta la edición de 2001 la forma femenina
y la masculina aparecían en artículos separados. En la última edición, la
98
Según sus cálculos, en la edición del DRAE 1992 «hay 98 acepciones de este tipo, de las cuales 25
se localizan en el mismo artículo que el nombre masculino y 73 se encuentran en el artículo con entrada
en femenino» (Battaner y Lahuerta 2002: 57-58).
99
En el suplemento de la edición de 1803 se incluyó la voz actora con la definición de ‘la que
demanda en juicio’. No volvió a aparecer la palabra como lema hasta la edición de 1884, pero con
remisión a parte actora, que remitía a su vez a actor ‘el que pone alguna demanda en juicio’. A partir de
la edición de 1925 se incluye el significado de ‘mujer que demanda en juicio’.
114
CAPÍTULO 1. LA TEORÍA LEXICOGRÁFICA, EL DICCIONARIO Y LA CONFIGURACIÓN DE LA
MACROESTRUCTURA
entrada aparece encabezada por el lema con moción de género oficial, la y
en el paréntesis informativo se advierte que «La forma oficiala, solo en
aceps. 6-8, en las que se usa t. oficial para el f.» (DLE 2014: s. v. oficial,
la) 100.
(f) Voces que presentan una variación de categoría entre adjetivo y sustantivo
(ética/ético, ca; química/químico, ca). El sustantivo femenino constituye
una entrada independiente del lema con la moción de género. No obstante,
desde la edición de 2001 el artículo encabezado por el sustantivo química
remite en su definición a químico, ca. En esta última entrada se recogen
todas las acepciones incluida la del sustantivo utilizado exclusivamente en
femenino ‘ciencia que estudia…’ (DLE 2014: s. v. químico, ca). En
ediciones anteriores del diccionario de la Academia, se consignaban dos
artículos y ambos definidos: química ‘ciencia que estudia…’ y químico,
ca, que recogía las acepciones de adjetivo ‘lo que pertenece a la química’
y de sustantivo ‘persona que profesa la química…’ (DRAE 2001).
Por lo que respecta al número, los problemas de lematización son menores que los
que atañen al género. Actualmente, a excepción de las voces que carecen de singular,
pluralia tantum 101 o plurales inherentes (añicos, nupcias, víveres, etc.), no es habitual el
registro de lemas en la forma plural en la macroestructura de los diccionarios.
Sin embargo, en el diccionario académico se han detectado algunas anomalías en
el tratamiento de ciertas voces. Por un lado, existen variaciones en la lematización de las
unidades léxicas en las que la pluralización comporta un cambio de referente, es decir,
cuando el plural posee un significado distinto del singular (celo/celos, esposa/esposas,
posadera/posaderas). En estos casos, se emplean dos maneras de proceder, la forma en
100
Esta manera de actuar evita, como han señalado Battaner y Lahuerta (2002: 58), malas lecturas por
parte de los usuarios, ya que, aunque el lema presente moción de género oficial, la se especifica que el
uso de oficiala no es correcto en todas las acepciones. Pérez Lagos (1998: 168), en cambio, considera que
cuando el femenino presenta acepciones exclusivamente suyas se debe registrar en un artículo encabezado
por la forma en femenino.
101
Como consecuencia de los criterios de lematización resulta imposible averiguar las unidades
léxicas que solamente se emplean en singular, esto es los singularia tantum (grima, sed, salud).
115
CAPÍTULO 1. LA TEORÍA LEXICOGRÁFICA, EL DICCIONARIO Y LA CONFIGURACIÓN DE LA
MACROESTRUCTURA
plural se registra dentro del artículo encabezado por el lema en singular (esposo, sa 102) o
la forma en plural se recoge en una entrada independiente (posadero, ra/posaderas):
Imagen 31. DLE 2014: s. v. esposo, sa.
Imagen 32. DLE 2014: s. v. posadero, ra.
Imagen 33. DLE 2014: s. v. posaderas.
Sobre estas palabras, Ambadiang (1999: 4888) ha señalado que la diferencia de
significado en ocasiones resulta «tan grande y las realidades designadas por ellas tan
dispares que algunos estudiosos aducen un proceso de homonimia 103 para dar cuenta del
doble hecho de la similitud formal y la diferencia de significado» 104. En su opinión, el
102
Cabe destacar que la forma plural esposas se ha registrado en una entrada independiente a la del
singular en todas las ediciones del diccionario académico, excepto en la de 2001 y la de 2014.
103
Se mencionan los estudios de Alcina y Blecua (1975) y Gómez Torrego (1993).
104
Los ejemplos que aduce son los siguientes: corte/cortes, celo/celos, esposa/esposas, grillo/grillos,
parte/partes.
116
CAPÍTULO 1. LA TEORÍA LEXICOGRÁFICA, EL DICCIONARIO Y LA CONFIGURACIÓN DE LA
MACROESTRUCTURA
cambio de referencia en estas unidades léxicas parece ser el mismo que en pares del tipo
manzana/manzano, que se lematizan en dos artículos independientes.
En otros casos, en cambio, los denominados plurales estilísticos o enfáticos, la
modificación del plural no es tan diferente del singular y está motivada por razones
contextuales. En la NGLE (2009: 175) se indica que el uso del plural puede implicar una
diferencia de registro lingüístico, formal o literario (agua/aguas, funeral/funerales), de
matices expresivos (gana/ganas, humo/humos) o estar determinados por restricciones
sintácticas (hacer ascos, hacer las paces, etc.). En estas voces, la información referente
al número se introduce pospuesta a la definición mediante posmarcas, aunque no de
manera regular. Tampoco se suele advertir de la variación de matices señaladas en la
NGLE:
Imagen 33. DLE 2014: s. v. gana.
Por otro lado, tampoco han recibido un tratamiento sistemático las unidades
léxicas que presentan dudas respecto al uso únicamente del plural (bulería/bulerías). En
la edición actual, se registra una única entrada encabezada por la forma en singular y se
emplea una posmarca para indicar su uso mayoritario en plural:
Imagen 34. DLE 2014: s. v. bulería.
117
CAPÍTULO 1. LA TEORÍA LEXICOGRÁFICA, EL DICCIONARIO Y LA CONFIGURACIÓN DE LA
MACROESTRUCTURA
En estos casos, la manera de proceder ha ido cambiando en las distintas ediciones
del diccionario académico. Por ejemplo, en la edición anterior se recogía en el lemario
la forma en plural bulerías y no se indicaba la alternancia con el singular (DRAE 2001):
Imagen 35. DRAE 2001: s. v. bulerías.
Finalmente, los nombres de objetos dobles o duales léxicos, es decir, «sustantivos
que designan cosas que se presentan duplicadas o constituidas por dos partes iguales»
(NGLE 2009: 177-78), se lematizan en singular y se incluyen marcas pospuestas en la
definición en las que se señala la posibilidad que tienen estas unidades de alternar «el
singular y el plural para designar un solo objeto» (NGLE 2009: 177):
Imagen 36. DLE 2014: s. v. gafa.
El plural en los duales léxicos es informativo, a diferencia de los casos anteriores.
En la historia de la lexicográfica académica era posible hallar estas voces lematizadas
en plural (alicates, tenazas, playeras, etc.), a pesar de que no suponen un cambio de
significado. Así, por ejemplo, la forma tenazas constituye cabecera de artículo en las
ediciones de 1803 y 1817 y, a partir de 1822 y hasta la actualidad, tenazas pasa a ser
tratado como acepción de su correlato en singular.
Por lo tanto, el tratamiento de la flexión nominal se ha ido homogeneizando y ha
ganado en coherencia a lo largo del tiempo, aunque todavía es posible encontrar alguna
inconsistencia posiblemente derivada de la tradición lexicográfica.
118
CAPÍTULO 1. LA TEORÍA LEXICOGRÁFICA, EL DICCIONARIO Y LA CONFIGURACIÓN DE LA
MACROESTRUCTURA
B) La flexión verbal
En la NGLE (2009: 181) se expone que en la morfología del verbo se diferencian dos
elementos constitutivos, el radical, «que expresa su significado tal como lo describe el
diccionario», y los morfemas flexivos «a los que corresponden dos funciones: establecer
la concordancia de número y persona con el sujeto gramatical y expresar las nociones de
‘modo’, ‘tiempo’ y ‘aspecto’ que corresponden al evento». Los criterios de lematización
implican que el verbo se registre en infinitivo, ya que es la forma menos caracterizada
semánticamente (no ofrece persona, ni tiempo, ni modo, ni número). Sin embargo, los
morfemas flexivos verbales presentan sobrados problemas en la práctica lexicográfica,
además de constituir un aspecto interesante en la relación entre gramática y diccionario.
Como se indica en Bargalló (1996: 38), Mugdan (1989-91) menciona tres posturas
que puede adoptar el lexicógrafo respecto a la inclusión de la morfología flexiva en el
diccionario:
(1) La información sobre la flexión no debe pertenecer al diccionario si el
usuario la necesita debe consultar la gramática.
(2) Se espera que el usuario esté familiarizado con los patrones regulares de
flexión (o se considera que puede encontrarlos en la gramática); el papel
del diccionario es informar sobre las excepciones.
(3) Es posible consultar el diccionario sin conocimiento específico de la
gramática y sin tener otras palabras de referencia; por lo tanto, debe
darse una explicación que cubra tanto la flexión regular como las
formaciones irregulares.
La primera postura fue recuperada por Alvar Ezquerra (1993a: 108) al indicar que
no deberían aparecer en las obras lexicográficas las variantes puramente gramaticales,
pues «la flexión no altera el significado de las palabras, mientras que sí lo hacen la
composición y la derivación». A pesar de estas aserciones, como ha observado Bargalló
(1996 y 2010), la información sobre la flexión verbal puede aparecer en el diccionario
tanto en el prólogo como en el interior del repertorio lexicográfico. De hecho, Gutiérrez
Cuadrado (1994: 639) indica que desde mediados del siglo XIX hasta bien entrado el
119
CAPÍTULO 1. LA TEORÍA LEXICOGRÁFICA, EL DICCIONARIO Y LA CONFIGURACIÓN DE LA
MACROESTRUCTURA
XX, se sostuvo la idea de que a la gramática le pertenecía estudiar las regularidades y
algunas excepciones y en el diccionario se recogían todas las irregularidades.
La mayoría de las investigaciones existentes sobre la información gramatical del
verbo en el diccionario se centran en el grado de representación en la microestructura,
lugar donde más se manifiestan las consideraciones morfológicas y gramaticales. Sobre
este tema, se hallan numerosos trabajos. Algunos ejemplos son Ahumada (1989), Alvar
Ezquerra (1993a), Català (1996), Bargalló (1996 y 2010), Rojo (1997), Azorín y
Martínez Linares (2001), Battaner y Renau (2008), Lorente (2010), Renau (2012), Serra
(2012), Bosque (2019), Torner y Bernal (2013), Demonte (2017), entre otros. Las líneas
de investigación de estos estudios se centran en las marcas y posmarcas gramaticales, en
la mejora de la estructura definicional de los artículos, en la jerarquización de las
distintas acepciones, en incorporar los contornos de los definidos y sus restricciones y
relaciones léxicas y en el empleo de ejemplos en los que se manifieste explícitamente el
régimen preposicional de los verbos, adjetivos y sustantivos.
Respecto a la macroestructura, la morfología del verbo tiene implicaciones en la
selección de la nomenclatura, en concreto, en la inclusión de las formas flexivas del
verbo. No obstante, en el proceso de lematización el paradigma verbal se reduce al
infinitivo. El recurso a la competencia morfológica y a las reglas de formación de
palabras de los hablantes contribuye a desechar del lemario «las formas fácilmente
deducibles por la aplicación de dichas reglas» (Jiménez Ríos 1999: 57). A esta cuestión
ya aludió Bosque (1983: 127) al afirmar que «los morfemas flexivos poseen mayor
índice de regularidad 105 que los derivativos», además de observar que el grado de
productividad afecta a los morfemas flexivos, pero no a los derivativos 106.
La introducción de formas flexivas del verbo en las obras lexicográficas tiene la
función de facilitar la labor de codificación de mensajes al usuario, por lo que en los
diccionarios en los que se incluyen no se presupone la competencia morfológica y de
105
Bosque (1983: 127) señala que «el significado de una palabra que contenga morfemas flexivos es
fácilmente predecible a partir del significado del morfema, cosa que no siempre ocurre con los
derivativos».
106
«El morfema de plural puede aplicarse prácticamente a cualquier sustantivo, pero el que indica
golpe (-azo) no admite cualquier nombre que designe un objeto ni los que expresan lugar (-orio) cualquier
verbo» (Bosque 1983: 128).
120
CAPÍTULO 1. LA TEORÍA LEXICOGRÁFICA, EL DICCIONARIO Y LA CONFIGURACIÓN DE LA
MACROESTRUCTURA
formación de palabras del hablante. Por ello, es más habitual hallar formas flexivas y
«una descripción más detallada de las características morfosintácticas de las unidades
léxicas» (Serra 2012: 21; cfr. Renau 2012: 58) en las obras para extranjeros o en los
repertorios didácticos dedicados a la enseñanza de primaria o secundaria, ya que estos
se conciben «como primer instrumento de consulta, a partir del cual se accede al mismo
tiempo a la gramática» (Bargalló 1996: 42). La tipología del diccionario condiciona la
información gramatical que en él tendrá cabida y el modo de presentarla (cfr. Fuentes
1997). Asimismo, en todos los estudios se señala la falta de espacio de los diccionarios
en papel para la inclusión de este tipo de voces en la nomenclatura o el desarrollo de la
información morfosintáctica en los artículos, impedimento inexistente en los repertorios
electrónicos. Por lo tanto, en algunos diccionarios los criterios adoptados son más de
tipo comercial que lexicográficos.
Además de los repertorios con fines específicos, en los diccionarios generales, y
en concreto en el académico, también es posible encontrar en la macroestructura formas
irregulares y participios, por un lado, y verbos pronominales, por el otro.
Como observó Bargalló (1996: 46), en algunos repertorios lexicográficos «pueden
aparecer formas irregulares del verbo que se consideran difíciles de relacionar con el
lema escogido». En la actualidad, el diccionario académico no recoge formas irregulares
de los verbos, aunque en ediciones anteriores se registraban algunas en artículos
separados del infinitivo. Sirva a modo de ejemplo la entrada encabezada por el lema
múltiple abstuve, abstuviera, abstuviese (1770-1803) con remisión al verbo infinitivo.
En la mayoría de los repertorios léxicos en los que se decide registrar información sobre
las irregularidades de los verbos se recurre a la microestructura mediante remisiones a
los apéndices gramaticales o se ofrecen los modelos de conjugación detrás de la
definición del infinitivo (cfr. Rey-Debove 1971: 147; Bargalló 1996: 44). Este es el
modo de proceder de la última edición del repertorio de la Academia (véase conducir
https://dle.rae.es/conducir?m=form).
Asimismo, también es posible encontrar en los diccionarios generales algunos
participios, a pesar de que se trata de formas flexivas del verbo. Este asunto ha sido
tratado tanto por los gramáticos como por los lexicógrafos debido a la naturaleza híbrida
121
CAPÍTULO 1. LA TEORÍA LEXICOGRÁFICA, EL DICCIONARIO Y LA CONFIGURACIÓN DE LA
MACROESTRUCTURA
que presentan algunas formas del participio entre el verbo y el sustantivo o el adjetivo
(cfr. Bosque 1989 y 2019: 61; Alvar Ezquerra 1993a; Pena 1994-95; Serrano Dolader
1995; Luque y Manjón 1997; Marín 1997; Di Tullio 2008; Felíu 2008 o Martín García
2008). En estos estudios se ha discutido sobre la presencia de estas formas en el lemario
y su utilidad para los usuarios y se asume, por lo general, la inclusión de los participios
irregulares en la nomenclatura de ciertos tipos de diccionarios. A pesar de los avances
en los estudios sobre este asunto, Luque y Manjón (1997: 117) y, más recientemente,
Felíu (2008: 165) y Bosque (2019: 61) señalan que la atención que se presta en los
diccionarios a los participios es escasa e irregular, hecho que se debe, en consideración
de Felíu (2008: 165), «a su naturaleza categorial “híbrida” o “mixta” y a que no todas
las unidades presentan el mismo grado de lexicalización ni de regularidad semántica».
En la actualidad, los participios que se registran en el repertorio lexicográficos son
aquellos que poseen otros valores categoriales además del participial 107 (cfr. Jiménez
Ríos 1999), ya que el significado que se corresponde a los verbos respectivos se deduce
de la competencia lingüística del hablante «que incluye una competencia léxica en el
ámbito de las palabras derivadas» (Pena 1994-95: 164) tanto flexivas como léxicas 108.
En estos casos, en el diccionario académico se suele introducir en la etimología la
formación morfológica de ligazón con el verbo:
Imagen 37. DLE 2014: s. v. leído, da.
107
Para la codificación de los participios pasivos en el DRAE, DUE, DEA, DSLE y DUEA, véase el
estudio de Martín García (2008).
108
Entendiendo la derivación en un sentido amplio que incluye tanto la flexiva como la léxica (cfr.
Varela 1992).
122
CAPÍTULO 1. LA TEORÍA LEXICOGRÁFICA, EL DICCIONARIO Y LA CONFIGURACIÓN DE LA
MACROESTRUCTURA
Cabe destacar, como han observado Luque y Manjón (1999: 141), que se debe
prestar atención en la lematización de «las formas participiales que adquieren un estatus
adjetivo y que conservan su valor de participio», ya que, en opinión de estos autores, se
trataría de homonimia. Es así como se recogen en la actualidad.
Además de los participios que poseen otros valores categoriales, en el diccionario
académico todavía es posible encontrar registradas algunas formas irregulares sin otros
valores lematizadas en artículos propios respecto al verbo del que proceden (absuelto),
aunque es común que esta información aparezca en la microestructura:
Imagen 38. DLE 2014: s. v. imprimir.
También se registran en una entrada propia los participios regulares que forman
parte de una expresión idiomática (p. ej. convenido, que remite en su definición a juicio
convenido).
Finalmente, otro caso complejo de lematización en el diccionario lo constituyen
los verbos pronominales. Las decisiones adoptadas por parte de los lexicógrafos para la
inclusión de este tipo de formas verbales en la nomenclatura han ido variando a lo largo
de la historia (cfr. Renau 2012; Terrón 2017). Algunos lexicógrafos, como, por ejemplo,
Porto Dapena (2002: 177), considera injustificada la opción de separar en artículos
independientes los usos pronominales de los verbos, puesto que, en su consideración, no
se trata de voces distintas, por lo que no merecen entradas diferentes. Otros lingüistas,
en cambio, como Sanromán (2015: 343) opinan que «la consignación de dos lemas, uno
pronominal y otro no pronominal […] podría resultar más clara para el usuario». La
tendencia actual es la introducción del uso pronominal en el artículo correspondiente al
verbo sin pronombre, excepto en los verbos pronominales inherentes que carecen de
123
CAPÍTULO 1. LA TEORÍA LEXICOGRÁFICA, EL DICCIONARIO Y LA CONFIGURACIÓN DE LA
MACROESTRUCTURA
correlato no pronominal y que se lematizan con el pronombre (adueñarse, arrepentirse,
herniarse, NGLE 2009: 3103).
En el diccionario de la Academia, la información morfosintáctica sobre el uso
pronominal del verbo se indica en la microestructura con una marca (prnl.) o posmarca
gramatical («u. t. c. prnl»). La diferencia entre el uso de una u otra reside en el propio
significado de la forma verbal. La posmarca se utiliza cuando el pronombre implica un
cambio en la construcción del verbo, pero no en el significado de este, razón por la que
no se deslinda en acepciones distintas (cfr. Terrón 2017):
Imagen 39. DLE 2014: s. v. peinar.
Imagen 40. DLE 2014: s. v. quejar.
En la actualidad, solamente se utiliza la abreviatura prnl 109. En todos los estudios
se ha advertido de la ambigüedad y polisemia de dicha marca, puesto que esconde una
109
Como se expuso en otra investigación (Terrón 2017: 929), en ediciones anteriores del diccionario
académico se utilizaban otras abreviaturas. Desde 1780 hasta 1852 se utilizó la marca r. ‘recíproco’,
aunque como sinónimos de verbo pronominal: «ha prevalecido el uso de llamarlos recíprocos; y
entendido así no hay inconveniente en usar de esta denominacion, pues por verbos recíprocos
entenderemos lo mismo que por verbos pronominales» (GRAE 1771: 60-61). A partir de 1869 hasta 1956
se diferenció entre reflexivo y recíproco. En 1970 se distinguió entre pronominal y recíproco. Por último,
a partir de 1984 hasta la actualidad solamente aparece la marca prnl. ‘pronominal’.
124
CAPÍTULO 1. LA TEORÍA LEXICOGRÁFICA, EL DICCIONARIO Y LA CONFIGURACIÓN DE LA
MACROESTRUCTURA
gran variedad de fenómenos (reflexivo, recíproco, pasivo, etc.) que puede dificultar la
comprensión de la definición (cfr. Pérez Lagos 1998: 169; Azorín y Martínez Linares
2001; Battaner y Torner 2008; Sanromán 2015: 331-332).
3.3.2.2. Morfología léxica: los derivados
La morfología léxica, tradicionalmente conocida como formación de palabras, «estudia
la estructura de las palabras y las pautas que permiten construirlas o derivarlas de otras»
(NGLE 2009: 21). A diferencia de las voces flexionadas, formas gramaticales de una
misma unidad léxica (dormiré, flores, tigresa, etc.), las derivadas constituyen palabras
diferentes de las formas de las que proceden (panadería, panadero, rehacer, etc.) «cuyo
significado puede ser composicional y, por tanto, predecible (barrigón ‘barriga grande’)
o no composicional, irregular o incluso lexicalizado (camisón ‘prenda para dormir’ y no
*‘camisa grande’)» (Felíu 2009: 53). Debido a ello, es conveniente observar el grado de
representación de los derivados en la macroestructura de los repertorios lexicográficos,
puesto que el diccionario «ideal» pretende recoger la totalidad del vocabulario de una
lengua (Menéndez Pidal 1961 [1945]) y su dominio «es el saber léxico convencional, es
decir, la puesta en práctica de esa competencia derivativa» (Pena 1994-95: 165). Por lo
tanto, la morfología léxica forma parte integrante de los diccionarios.
En este sentido, el debate actual gira en torno a la inclusión en la nomenclatura de
todos los resultados de la derivación o, por el contrario, la introducción de los afijos
derivativos y compositivos con especificación de sus funciones y significados y de las
posibles formaciones que pueden crear. Como ya se indicó en el § 3.2.2.1., son varios
los autores (Haensch et al. 1982; Bosque 1983; Emsel 1992; Abad 2001; García Platero
2001 y 2007; González Pérez 2002 o Porto Dapena 2009a) que se muestran a favor de
que aparezcan en los repertorios lexicográficos los elementos ligados, ya que observan
que están cargados de significado léxico, por lo que «se sitúan en una zona de transición
entre lo léxico y lo gramatical» (Pena 1999: 4323). Asimismo, el trato de los afijos
como lemas independientes deja abierto el proceso de creación léxica (Martín García
2000: 1086) y proporciona al usuario mecanismos para la formación de palabras. En
125
CAPÍTULO 1. LA TEORÍA LEXICOGRÁFICA, EL DICCIONARIO Y LA CONFIGURACIÓN DE LA
MACROESTRUCTURA
este sentido, el diccionario se concibe como un instrumento para poder codificar un
texto y, por ello, los artículos de los afijos derivativos deben proporcionar información
complementaria para restringir «semánticamente las bases a las que se pueden adjuntar»
(Jiménez Ríos 2002a: 236).
La primera solución, es decir, la inclusión de todos los resultados de la derivación
resulta problemática debido al carácter altamente productivo de algunos afijos como,
por ejemplo, el prefijo des- con verbos adjetivales o denominales (cfr. Bosque 1983:
136) o -miento con verbos de la primera conjugación (NGLE 2009: 359). No obstante,
no registrar las palabras derivadas en la obra lexicográfica podría inducir al hablante a
malas lecturas (cfr. Pascual Rodríguez 1995-96: 351), sobre todo, cuando existen
excepciones que no han sido contempladas en los artículos dedicados a los afijos
correspondientes ni son aclaradas en las gramáticas, ya que el diccionario registra en sus
páginas solamente las formaciones reales y documentadas 110 y no las derivaciones
posibles o potenciales (Pena 1994-95: 165). Es tarea del diccionario recoger las voces
que se han lexicalizado.
Una postura conciliadora incluiría en el diccionario solamente las voces derivadas
no deducibles a partir de la aplicación de las reglas de formación de palabras o las que
presentan particularidades en el significado. De este modo, la gramática debe dar cuenta
de manera exhaustiva de las reglas de formación de palabras. Esta solución excluiría de
la nomenclatura los derivados regulares sin alteraciones de significado y los formados
ocasionalmente como, por ejemplo, las palabras derivadas con sufijos no aspectuales
(diminutivos, aumentativos, despectivos) 111. Por regla general, la derivación apreciativa
no crea palabras nuevas, salvo cuando la significación tenga «un matiz que no sea
simplemente la modificación del positivo» (Casares 1950: 320), es decir, cuando se han
lexicalizado en el uso. Posiblemente el debate sobre la inclusión en el diccionario de los
110
Según Pena (1994-95: 169), el criterio de documentación para considerar los derivados posibles
como reales e introducirlos en el diccionario puede resultar bastante arbitrario, puesto que puede ser que
no haya caído en las manos del lexicógrafo el texto oral u escrito donde aparezca dicha palabra derivada
y, por lo tanto, no sea una formación real en su lexicón.
111
En este sentido, García Platero (2007: 208) menciona con respecto a la prefijación intensificadora
(hiper-, ultra-, mega-, super-, etc.) que, igual que la sufijación apreciativa, los resultados son «palabras
espontáneas conformadas por mecanismos admisibles por el hablante, sin necesidad de que obtengan la
sanción lexicográfica».
126
CAPÍTULO 1. LA TEORÍA LEXICOGRÁFICA, EL DICCIONARIO Y LA CONFIGURACIÓN DE LA
MACROESTRUCTURA
resultados de la derivación apreciativa se base en su naturaleza híbrida que los sitúa,
como ha observado Felíu (2009: 64-65), «a medio camino entre la derivación y la
flexión», puesto que comparte rasgos con ambos procedimientos (cfr. Felíu 2009: 6466) 112. Sin embargo, opina Bajo (2000: 17) que no incluir los derivados apreciativos en
los repertorios puede dificultar la identificación cuando la adición del sufijo induce
modificaciones de tipo ortográfico (coraza > coracilla). García Platero (2007: 2010)
también opina que no se puede prescindir en las obras lexicográficas de los derivados:
«No basta con el registro de la anomalía significativa; lo regular ha de incluirse (bien en
la macroestructura, bien en la microestructura, dependiendo del tipo de diccionario)».
Sobre los derivados regulares, una de las cuestiones que más se ha discutido en
los estudios lexicográficos ha sido la introducción de los adverbios en -mente en los
diccionarios (cfr. Moreno de Alba 1980-81). Sobre estas palabras, ya Casares (1950:
321) señaló que debían formar parte de la macroestructura por varias razones:
Es la primera que muchos adjetivos tienen múltiples acepciones, de las
cuáles sólo han pasado uno a dos al adverbio, y esto exige que se precise la
significación de éste. Otra consideración que merece tenerse en cuenta es la
de que estos adverbios no siempre se contentan con el significado que
tomaron del adjetivo. Una vez formados e introducidos en el uso, campan
por sus respetos y corren las mismas aventuras que cualquier otra palabra
(Casares 1950: 321).
Es útil incluir en los diccionarios los adverbios de esta clase, aunque el significado
esté ya en el adjetivo primitivo, puesto que el uso acepta unos y desecha otros.
Otro de los criterios para la inclusión de los derivados en la macroestructura es la
frecuencia con que estos son utilizados, incluyendo solamente los que presentan mayor
índice de empleo por los hablantes 113.
Actualmente, ningún teórico duda de la necesidad de ofrecer en los diccionarios
información sobre la morfología léxica, la cual siempre ha estado condicionada por las
limitaciones que se imponían a los repertorios impresos en papel y que en la actualidad
112
Es muy ilustrativo el cuadro que propone Felíu (2009: 65) en el que expone las diferencias y
semejanzas entre la sufijación no apreciativa, la sufijación apreciativa y la flexión.
113
Este método ya se utilizó, también para los derivados regulares, en la redacción del Diccionario de
autoridades (Ruhstaller 2001: 184).
127
CAPÍTULO 1. LA TEORÍA LEXICOGRÁFICA, EL DICCIONARIO Y LA CONFIGURACIÓN DE LA
MACROESTRUCTURA
no suponen un problema. Por ello, debido a la variedad de opiniones sobre este asunto
es necesario establecer unos criterios claros para la selección de las voces derivadas y de
los afijos y elementos compositivos que deben formar parte de las obras lexicográficas.
También es conveniente tener presente las necesidades de los usuarios que además de
buscar dudas sobre el léxico pretenden encontrar otras soluciones como las nociones
sobre la gramática. Por esta razón no tendría sentido incluir en el diccionario solamente
los afijos, aunque la formación de palabras siga unas reglas fijas y estables «sin que el
significado de la voz resultante sea distinto de la suma del de sus componentes» (Alvar
Ezquerra 1998: 41).
Por lo tanto, se puede afirmar que el problema de los límites del diccionario radica
en las irregularidades de la morfología flexiva y en las regularidades en la morfología
léxica. Respecto a este último aspecto, en la actualidad, se suelen ofrecer los elementos
ligados con el objetivo de proporcionar al usuario la capacidad de formación neológica.
3.3.2.3. Palabras gramaticales
La inclusión y tratamiento en los diccionarios de las palabras gramaticales libres ha sido
una constante en los tratados metalexicográficos. Su pertenencia al sistema de lengua y
su significado intralingüístico constituye un caso claro de interferencia entre gramática
y diccionario llegando a ofrecer ambos tratados la misma información sin apenas variar
el punto de vista adoptado en su descripción y tratamiento.
La presencia de las palabras gramaticales en la macroestructura y la forma que
adquieren para figurar como lemas es una evidencia de la estrecha relación que existe
entre lexicografía y gramática. Desde un punto de vista microestructural, la mayoría de
los estudios se centran en las complicaciones que presentan este tipo de unidades para
ser definidas, ya que, como ha indicado Alvar Ezquerra (1993a: 121), las definiciones se
realizan en metalengua de signo:
Fundamentalmente existen dos grandes grupos de definiciones lingüísticas,
pues dos son las clases de palabras atesoradas en los diccionarios. Unas son
las que en el discurso expresan las relaciones gramaticales, y su definición se
128
CAPÍTULO 1. LA TEORÍA LEXICOGRÁFICA, EL DICCIONARIO Y LA CONFIGURACIÓN DE LA
MACROESTRUCTURA
hace en metalengua de signo, esto es, se trata de una definición funcional;
[…] Las definiciones de las restantes palabras son conceptuales, las únicas
legitimas en un diccionario de lengua (Alvar Ezquerra 1993a: 121).
Precisamente, debido al tipo de definiciones que se proporciona para estas voces,
algunos teóricos han justificado su exclusión del diccionario. No obstante, actualmente,
ningún lexicógrafo (Fernández Sevilla 1974; Haensch et al.1982; Alvar Ezquerra 1993;
Abad 2001; Porto Dapena 2002 y 2009a, etc.) duda de la necesidad de introducir estas
voces en los repertorios lexicográficos, puesto que «se trata de unidades constantemente
presentes en la comunicación» (Fernández Sevilla 1974: 20).
Para el español, algunas investigaciones que tratan la inclusión y la definición de
las palabras gramaticales en el diccionario son la de Álvarez de Miranda (1993b), las de
Pons (2002a y 2002b), la que han llevado a cabo Fábregas y Gil (2008) o la de Porto
Dapena (2009b), entre otras. Los estudios de Pons (2002a y 2002b) se centran en la
inclusión de las preposiciones como lemas en la nomenclatura de los diccionarios, así
como el tratamiento microestructural que reciben. En la investigación de Fábregas y Gil
(2008) se analizan los problemas de codificación de las interjecciones en la práctica
lexicográfica. Se centran especialmente en la inclusión de las interjecciones impropias
(anda, caracoles, hombre). Asimismo, revisan el concepto de onomatopeya y justifican
su aparición en las obras lexicográficas por ser creadoras, con cierta productividad, de
verbos de emisión de sonido: miar, piar, etc. (Fábregas y Gil 2008: 632). Por último, el
trabajo de Porto Dapena (2009b) se ocupa de la lematización de los pronombres, los
artículos, los demostrativos, los posesivos y los relativos en los diccionarios generales
del español. Porto Dapena (2009b: 179) concluye que todavía no se ha establecido una
norma comúnmente aceptada para la lematización de estas unidades, ya que en algunos
casos se registran todas sus formas de manera independiente en contra del proceso «de
representar mediante una sola forma las palabras flexivas» (Porto Dapena 2009b: 140).
Expone como ejemplo la lematización de los pronombres personales de tercera persona,
los cuales se registran en tres entradas en el diccionario académico (DRAE 2001): 1)
formas singulares (él, ella) 2) formas plurales (ellos, llas) 3) forma neutra (ello). Cabe
destacar que en el repertorio de la Academia el tratamiento de estos elementos ha ido
129
CAPÍTULO 1. LA TEORÍA LEXICOGRÁFICA, EL DICCIONARIO Y LA CONFIGURACIÓN DE LA
MACROESTRUCTURA
variando en las distintas ediciones. Sirva a modo de ejemplo las modificaciones en la
lematización de los demostrativos en las tres últimas ediciones del diccionario:
DRAE 1992
1) aquel, lla, llo, llos, llas
DRAE 2001
1) aquel, lla, llo
2) aquellos
DLE 2014 114
1) aquel, lla
2) aquella
3) aquello
4) aquellos, llas
Tabla 1. Lematización de los demostrativos en el diccionario académico
Como se puede observar en la tabla anterior, en el DLE 2014 se han consignado
cuatro entradas distintas, una para las formas en singular (aquel, lla), otra para la forma
femenina singular (aquella), otra para la forma neutra (aquello) y otra para las formas
en plural (aquellos, llas). Los tres últimas entradas en realidad son reenvíos, puesto que
remiten en su definición al artículo encabezado por aquel.
Independientemente de las dificultades que ofrecen las palabras gramaticales para
ser definidas e, incluso, lematizadas, su inclusión en los diccionarios está justificada por
pertenecer al acervo léxico (cfr. Fernández Sevilla 1974). Actualmente, al menos en las
obras académicas, la información que se proporciona en la gramática es bastante más
detallada que la del diccionario. Un ejemplo de ello es la preposición so:
Imagen 41. NGLE 2009: 2228.
114
Tanto la edición en papel como la versión electrónica.
130
CAPÍTULO 1. LA TEORÍA LEXICOGRÁFICA, EL DICCIONARIO Y LA CONFIGURACIÓN DE LA
MACROESTRUCTURA
Imagen 42. DLE 2014: s. v. so3.
Como se puede observar en las imágenes anteriores, la falta de armonización en el
diccionario puede inducir a malas interpretaciones por parte de los usuarios, puesto que
en la NGLE se indica que es una preposición desusada que se emplea en la lengua actual
en expresiones como so pena de, so color de y so capa de y en el DLE no se especifica
nada sobre sus restricciones de uso. Asimismo, la formalización también es diferente en
la gramática y en el diccionario, puesto que la información se proporciona de acuerdo
con los intereses de cada obra. En este sentido, en las palabras gramaticales puede haber
una complementariedad entre gramática y diccionario.
3.3.2.4. Límites categoriales
Rey-Debove (1971: 136) constató que el paso de una categoría a otra sin cambio de
forma en la palabra es un mecanismo de creación léxico-semántica bastante frecuente en
la lengua (cfr. Espinosa 2009: 175). Este fenómeno tiene implicaciones en la práctica
lexicográfica, puesto que, como ha observado Pena (2008: 183), «los diccionarios son
un buen muestrario de cómo las categorías no son discretas, de cómo hay intersecciones
o zonas de transición de una categoría a otra». El lexicógrafo, por su parte, tiene que
determinar si las unidades léxicas policategoriales constituyen casos de homonimia o
polisemia según los criterios teóricos que adopte para establecer la lematización. De
hecho, en la semántica generativa se recurre al valor morfosintáctico de las unidades
léxicas como prueba formal para distinguir los casos de homonimia de los de polisemia.
En el estudio de Clavería y Planas (2001) se ha podido comprobar que los flujos
transcategoriales más frecuentes son los de verbo y sustantivo (placer, deber 115), verbo
115
Los ejemplos se han extraído del estudio de Clavería y Planas (2001).
131
CAPÍTULO 1. LA TEORÍA LEXICOGRÁFICA, EL DICCIONARIO Y LA CONFIGURACIÓN DE LA
MACROESTRUCTURA
y adjetivo (circular, regular), sustantivo y adjetivo (mero, pío), adjetivo y adverbio
(bajo, derecho) y sustantivo y preposición (ante, sobre), entre otros.
El grado de aplicación del criterio gramatical para la distinción de homógrafos en
el diccionario depende de las categorías involucradas y no se aplica sistemáticamente en
todos los repertorios lexicográficos del español (cfr. Clavería y Planas 2001: 283). No
siempre se recurre a dos entradas independientes cuando dos formas de palabras iguales
tienen diversa categoría gramatical. Los resultados obtenidos en ese trabajo evidencian
que la diferencia en artículos distintos es más regular cuando la unidad léxica comparte
la categoría gramatical de sustantivo o adjetivo y verbo. Esto mismo ha observado Pena
(2008: 184) quien opina que «la única categoría léxica que se considera realmente
diferente de las demás es el verbo» de ahí su tratamiento homogéneo. Además, cuando
el diccionario ofrece las etimologías de las palabras, en cada una de las entradas se suele
mostrar el étimo del que proceden o la dependencia genética con el verbo en los casos
en que los sustantivos han surgido de la forma verbal por un proceso de sustantivación.
Esto se refleja, por ejemplo, en la información que se ofrece en el DUE (2016) en las
palabras cantar o poder: cantar1 (del lat. cantāre)/cantar2 (de cantar1) o poder1 (del sup.
lat. potēre, procedente de las formas de posse con t en la raíz, como potes, potĕram,
etc.)/poder2 (de poder1).
3.3.3. Homonimia y polisemia
La distinción entre las nociones de homonimia y polisemia ha sido motivo de discusión
entre los lexicólogos y lexicógrafos. En la presente tesis se hace referencia a este tema
desde una perspectiva lexicográfica. Han considerado la homonimia en los diccionarios
lingüistas como Zgusta (1971), Rey-Debove (1971), Fernández Sevilla (1974), Werner
(1982), Messelaar (1985), Robins (1987), Malakhovski (1987), Pastor Milán (1988),
Porto Dapena (2002 y 2009a), Tarp (2009 y 2013), entre otros. Para el tratamiento de la
homonimia en los diccionarios españoles existen estudios como los realizados por Casas
y Muñoz Núñez (1992), Clavería (2000), Clavería y Planas (2001), Perdiguero (2001) o
García Platero (2004). Las investigaciones de carácter teórico se centran en la búsqueda
132
CAPÍTULO 1. LA TEORÍA LEXICOGRÁFICA, EL DICCIONARIO Y LA CONFIGURACIÓN DE LA
MACROESTRUCTURA
de criterios estables que permitan diferenciar un fenómeno del otro y en la utilidad de
tal distinción en los diccionarios. Su aceptación interviene tanto en la microestructura
como en la macroestructura actuando de principio organizativo del repertorio.
En la práctica lexicográfica, el problema reside en los casos en que a un mismo
significante léxico le corresponden diversos significados, puesto que dependiendo de los
criterios teórico-prácticos que cada repertorio lexicográfico aplique para establecer la
lematización (Clavería y Planas 2001: 281) se podrán tratar todos los significados en el
mismo artículo como acepciones distintas (polisemia) o, por el contrario, considerar que
a cada significado le corresponde un signo diferente (homonimia). La homonimia posee
dos vertientes: la homofonía, la identificación ocurre en el nivel fónico y gráficamente
presentan significantes distintos (asta/hasta), y la homografía, la coincidencia tiene
lugar en el plano gráfico y también en el fonológico (banda ‘cinta’/banda ‘grupo de
músicos’). En los repertorios, solamente presentan problemas los homógrafos debido al
carácter escrito de la obra. Los homófonos, en los diccionarios de tipo semasiológico, se
registran cada uno en el lugar alfabético correspondiente. Asimismo, cabe reparar en
que las convenciones aplicadas en la lematización implican que no se reflejen todos los
casos de homografía existentes. Por ejemplo, en las formas verbales el paradigma verbal
se reduce al infinitivo, por lo tanto, no se registra la homonimia en las formas como
(verbo) y como (conjunción).
Tarp (2009: 293 y 2013: 128) señala que en la práctica lexicográfica actual existen
tres tipos de homonimia: la etimológica 116, establecida en un análisis diacrónico de las
palabras; la semántica, basada en un análisis sincrónico de las palabras; y la gramatical,
basada en un análisis sintáctico de las palabras. Algunos autores, además, como Werner
(1982: 302-305) y Perdiguero (2001: 115), sugieren un cuarto principio fundado en la
consciencia lingüística de los hablantes, quienes según su juicio distinguen las voces
homónimas de las polisémicas. Sin embargo, la aplicación de este criterio suscitaría
numerosos problemas, ya que no es lo suficientemente objetivo y se fundamenta en las
116
Porto Dapena (2002: 187) y Battaner (2008a: 8) se refieren a este criterio como diacrónico en
oposición al sincrónico, que para Porto Dapena incluye tanto el semántico como el del sentimiento
lingüístico.
133
CAPÍTULO 1. LA TEORÍA LEXICOGRÁFICA, EL DICCIONARIO Y LA CONFIGURACIÓN DE LA
MACROESTRUCTURA
interpretaciones subjetivas de los hablantes (cfr. Zgusta 1971: 75; Werner 1982: 304;
Porto Dapena 2002: 188).
Por un lado, según el criterio etimológico dos o más unidades léxicas constituyen
voces homógrafas cuando se remontan a diferentes significantes y provienen de étimos
diversos: llama (del lat. flamma) ‘masa gaseosa’/llama (del quechua llama) ‘mamífero’.
En el caso contrario, son polisémicas, es decir, una única voz con distintos significados:
gato ‘mamífero’ y gato ‘máquina’ (del lat. tardío cattus). Este principio se aplicó en el
diccionario como consecuencia de los postulados de la lingüística histórica que irradió
en España en la segunda mitad del siglo XIX (§ 1.2.). Ejemplo de ello es la inclusión de
la etimología en la duodécima edición del diccionario académico (cfr. Clavería 2014).
La puesta en práctica del criterio etimológico resulta problemática cuando se desconoce
el étimo y, por lo tanto, resulta imposible o difícil establecer el parentesco genético 117.
Además, en los diccionarios sincrónicos, en los que no se ofrece la base etimológica, no
es posible distinguir homógrafos según este criterio.
Por otro lado, el principio semántico 118 se presenta como el más problemático
para el lexicógrafo debido a la dificultad de precisar unos límites estables que distingan
las palabras homógrafas. Werner (1982: 305) explica que el origen de este criterio se
halla en la semántica estructural y se fundamenta en los semas comunes de un semema.
Es decir, se trata de palabras homónimas cuando los sememas «no contienen ni un solo
sema en común». Por el contrario, si está dentro del mismo campo léxico constituye un
caso de polisemia. No obstante, como indica Porto Dapena (2002: 188), el parentesco
semántico ofrece distintos grados, por lo que una voz puede poseer algunos significados
relacionados semánticamente y otros que no tengan rasgos en común 119.
117
Algunos teóricos como Omeñaca y Haensch (2004), siguiendo la idea de Casares (1950: 46),
opinan que no es necesaria la etimología en los diccionarios generales porque ello requiere un estudio
etimológico profundo, porque ocupan un espacio aprovechable para otra información más útil y,
finalmente, porque no reporta interés a los usuarios habituales de un diccionario general. La presencia de
la etimología en los diccionarios tendrá repercusiones macroestructurales como criterio distinguidor de
homógrafos.
118
Para Werner (1982: 308) este principio es el criterio de semas comunes.
119
Véase el ejemplo de la palabra banco en Porto Dapena (2002: 188-189).
134
CAPÍTULO 1. LA TEORÍA LEXICOGRÁFICA, EL DICCIONARIO Y LA CONFIGURACIÓN DE LA
MACROESTRUCTURA
Finalmente, el criterio gramatical 120 se basa en el distinto valor morfosintáctico de
los vocablos. Según esta evidencia constituyen palabras diferentes aquellas que poseen
distinta categoría gramatical (poder verbo/poder sustantivo). Perdiguero (2001: 117)
indica que este planteamiento es aceptado en el ámbito de la semántica generativa por
autores como Leech (1977) o Paul (1982). La distinción categorial es un procedimiento
fácil de manejar tanto para el lexicógrafo como para el usuario y su uso puede evitar «la
mezcla desconcertante de paradigmas morfológicos que a veces se dan en el mismo
artículo» (Tarp 2013: 130). Sin embargo, en las obras lexicográficas españolas, como se
ha observado en Clavería y Planas (2001: 283), «su grado de aplicación depende en
buena medida de las categorías involucradas» (véase § 3.3.2.4.) 121. De hecho, en los
casos de sustantivo/adjetivo plantearía muchos problemas (cfr. Bosque 1989).
La diversidad de criterios conlleva una práctica heterogénea en los diccionarios,
por lo que se ha cuestionado la utilidad de tal diferenciación en la lexicografía. Werner
(1982: 313) llegó a la conclusión de que supone una ventaja prescindir de la distinción
de homonimia y polisemia en los diccionarios de tipo semasiológico debido a la escasa
importancia que presenta para el usuario. Para este autor, por lo tanto, solamente existen
en el diccionario los signos polisémicos. No obstante, no descarta su diferenciación en
otras obras de orientación diacrónica, especialmente las etimológicas (Werner 1982:
302).
Algunos estudiosos como Perdiguero (2001) o Tarp (2013: 130) siguen la línea de
Werner y, en el caso de que sea adecuado 122, creen conveniente eliminar la distinción de
la homonimia y polisemia. Este último autor se basa en las necesidades de los usuarios,
en el marco de la teoría funcional, para mantener tal diferenciación:
120
Designado por otros autores criterio morfológico y sintáctico (cfr. Perdiguero 2001: 117).
Además de la distinción categorial, el único criterio utilizado en los repertorios hispánicos, Casas y
Muñoz Núñez (1992: 136) mencionan otras características morfológico-sintácticas puestas de manifiesto
por Ullmann como, por ejemplo, la existencia de diferencias en cuanto al género o la flexión o cuando los
significados dan origen a diferentes derivados. También Perdiguero (2001: 117) se refiere a las mismas
evidencias. Según estos postulados, (el) frente y (la) frente constituyen homónimos.
122
Indica Tarp (2013: 128) que «un usuario que tiene problemas de tipo comunicativo no necesita
saber nada sobre homonimia para resolver su problema inmediato, y mucho menos necesita que su ruta de
acceso a los datos requeridos se complique debido a un afán lingüístico de dividir el artículo en dos sobre
la base de un criterio irrelevante de homonimia etimológica o semántica».
121
135
CAPÍTULO 1. LA TEORÍA LEXICOGRÁFICA, EL DICCIONARIO Y LA CONFIGURACIÓN DE LA
MACROESTRUCTURA
Si se trata de un diccionario que pretende resolver problemas comunicativos,
debe concluirse que tanto la homonimia etimológica como la semántica son
irrelevantes para los datos (definiciones) y la forma en que se estructuran, en
tanto que la homonimia gramatical es relevante como criterio de
estructuración. En cambio, cuando un diccionario se concibe para satisfacer
necesidades cognitivas, los dos primeros tipos de homonimia pueden ser
relevantes para las definiciones, y, en menor grado, para la estructura, pero
solo en caso de que se trate de ofrecer información sobre el origen o campo
semántico de las palabras (Tarp 2013: 130).
Asimismo, cree que la diferencia entre la homonimia y la polisemia se reduce a
una cuestión lexicográfica y no lexicológica, «puesto que afecta exclusivamente a la
forma de registrar los significados dentro del diccionario» (Tarp 2013: 130).
En la actualidad, la homonimia solamente es significativa desde un punto de vista
teórico y como criterio organizador de la macroestructura. En la práctica es muy difícil
de aplicar de una manera homogénea a todas las palabras (por ejemplo, una distinción
sistemática de adjetivo/sustantivo comportaría muchos problemas teóricos). Además, se
considera que tal diferenciación no es útil para los usuarios de los diccionarios generales
e incluso complica las búsquedas.
3.4. El lemario: criterios de selección
Como se señala en todos los manuales de lexicografía, una de las primeras tareas que se
debe llevar a cabo en la elaboración de una obra lexicográfica y que influye de manera
directa en la configuración de la macroestructura es la selección del léxico que forma
parte del lemario, tanto en lo que respecta al número de voces como a la tipología del
vocabulario. Este trabajo, como es obvio, depende de las características del repertorio
que se quiere confeccionar. Es esta una labor fundamental si se tiene en cuenta que el
léxico de una lengua está compuesto por «un número no finito de unidades que
constantemente está sometido a alteraciones» (Fernández Sevilla 1974: 40) debido a la
continua pérdida de algunas unidades léxicas y a la adquisición o creación de otras
nuevas.
136
CAPÍTULO 1. LA TEORÍA LEXICOGRÁFICA, EL DICCIONARIO Y LA CONFIGURACIÓN DE LA
MACROESTRUCTURA
En este sentido, Bartol (2010: 86) ha señalado que la complejidad del nivel léxico
de la lengua está causada principalmente por tres fenómenos:
1) El gran número de unidades que lo forman; un número casi ilimitado.
2) La variación léxica: el léxico es el nivel lingüístico donde la variación,
en todas sus formas —diatópica, diastrática o diafásica—, se manifiesta
de manera más evidente.
3) El dinamismo de la lengua: también es el léxico el nivel donde el
dinamismo, el cambio, es más frecuente […].
Ante esta complejidad el lexicógrafo debe establecer unos criterios restrictivos
para seleccionar la tipología del léxico que constituirá la macroestructura del
diccionario ante las dificultades derivadas de inventariar todo el vocabulario de una
lengua. Respecto a ello, Alvar Ezquerra (1998: 41) indicó que la idea de «diccionario
total» que sirve para todo y abarca la totalidad del léxico «está cambiando por la de
diccionario hecho con fines concretos». En la actualidad, esta afirmación se ha revisado
debido a la elaboración de productos lexicográficos electrónicos en los cuales se pueden
integrar diversos tipos de diccionarios con objetivos diferentes (cfr. Rojo 2009: 1)
En todos los manuales de la disciplina se dedica un apartado a explicar los
criterios que se deben tener en cuenta en la selección del léxico. En las monografías
españolas (Porto Dapena 2002; Castillo Carballo 2003, entre otras) se han seguido los
parámetros planteados por Haensch (1982: 396). Este lingüista diferencia entre criterios
externos o extralingüísticos e internos o lingüísticos.
Por un lado, los criterios externos están representados por la finalidad y el grupo
de usuarios al que va destinado el diccionario y la extensión del repertorio, normalmente
condicionada —en las obras en papel— por cuestiones comerciales y físicas. Estos
fundamentos de carácter externo son los que determinan en gran medida la selección de
la macroestructura, tanto la delimitación del número de unidades léxicas que se incluyen
en el lemario como el tipo de palabras vienen determinados por la finalidad de la obra
que se quiere elaborar y por el público al que va dirigida. En el § 3.3.2.1. se ha expuesto
que, por ejemplo, en un repertorio para extranjeros es habitual la inclusión de formas
flexivas del verbo cuando estas son difíciles de relacionar con el infinitivo, lo cual tiene
137
CAPÍTULO 1. LA TEORÍA LEXICOGRÁFICA, EL DICCIONARIO Y LA CONFIGURACIÓN DE LA
MACROESTRUCTURA
la función de facilitar al usuario la codificación de mensajes (cfr. Renau 2012: 58).
Asimismo, en un diccionario de tipo descriptivo se reflejan los extranjerismos recogidos
en el momento de elaboración del diccionario o de su corpus base. En uno normativo,
en cambio, se aplican criterios concretos y restrictivos para la selección de estas voces
(uso, forma, necesidad, etc.) (cfr. Porto Dapena 2002: 174).
Por otro lado, entre los criterios internos destaca la frecuencia de uso, basada en el
análisis estadístico de un corpus, la introducción de variantes pertenecientes a diferentes
niveles de la lengua y el criterio purista o aperturista relacionado, en cierta medida, con
el carácter normativo o descriptivo de la obra. La aplicación del criterio de la frecuencia
de uso es uno de los más discutidos por los lexicógrafos. En consideración de Haensch
(1982), el análisis estadístico de un corpus necesita criterios correctivos, ya que presenta
algunas lagunas, pues «no siempre el índice de frecuencia de un vocablo en el corpus
lexicográfico coincide con el uso» o, en ocasiones, la frecuencia está determinada por la
constitución del corpus. A pesar de ello, Castillo Carballo (2003: 87) ha señalado que
actualmente se trata de uno de los procedimientos más valorados en lexicografía. Esta
técnica se ha utilizado en el Gran Diccionario de Uso del Español Actual de Aquilino
Sánchez, el primer repertorio lexicográfico del español basado en un corpus lingüístico
(Corpus CUMBRE). En este diccionario se proporcionan ejemplos actuales y reales con
información sobre el índice de frecuencia de uso de cada palabra 123. Las acepciones se
organizan con arreglo a este criterio. En opinión de Rodríguez González (2002: 141),
ello supone una gran ventaja práctica tanto para los docentes como para los alumnos de
español como lengua extranjera, ya que se ofrecen los usos más comunes en la lengua.
Asimismo, los corpus lingüísticos son bastante útiles para determinar la inclusión
de tecnicismos en el diccionario, una cuestión que siempre ha sido problemática debido
a sus difusas fronteras con el léxico general. Esto mismo ha observado Pérez Pascual
(2012: 207):
123
En este diccionario se incluyen marcas muy matizadas, «por primera vez en la lexicografía
española, con arreglo a la siguiente gradación: ausencia de marca = frecuencia no significativa; 1=
frecuencia baja (hasta 3 ocurrencias por millón de palabras del corpus); 2 = frecuencia moderada (de 3 a
10); 3= frecuencia notable (de 11 a 25); 4 = frecuencia alta (de 26 a 75); 5 = frecuencia muy alta (más de
75)» (Rodríguez González 2002: 141).
138
CAPÍTULO 1. LA TEORÍA LEXICOGRÁFICA, EL DICCIONARIO Y LA CONFIGURACIÓN DE LA
MACROESTRUCTURA
Uno de los principales problemas que afectan al léxico de especialidad es su
inclusión en los diccionarios generales de la lengua, puesto que no está claro
que se pueda establecer una frontera entre el léxico general (compuesto por
palabras) y el especializado (compuesto por términos); y ello sucede debido
a la transformación continua de palabras en términos y de términos en
palabras (Pérez Pascual 2012: 207).
Gutiérrez Rodilla (2005: 29) ha establecido una gradación del léxico especializado
en la que distingue tres niveles:
a) términos que son palabras absolutamente integradas, familiares para la
mayor parte de los hablantes de una lengua: estómago, suma, sal, alcohol,
corazón, ansiedad, fiebre;
b) tecnicismos ultraespecializados, que son del dominio exclusivo del
profesional de cada área de la ciencia: idiotipo, opsonización, coisogenia,
gesneriáceo, coledoquitis, neurotmesis;
c) varios niveles donde se encuentran los que pueden ser conocidos por más
o menos hablantes no especialistas, dependiendo de su nivel cultural y de sus
circunstancias personales: feldespato, leucocito, clorofila, derivada,
hipotenusa, glucosa, ozono, fimosis (Gutiérrez Rodilla 2005: 29).
Siguiendo esta categorización, los términos del primer grupo deben registrarse en
los diccionarios generales, puesto que han pasado a formar parte del uso cotidiano. En
cambio, el vocabulario «ultraespecializado» pertenece a los repertorios específicos de
cada área científico-técnica. El problema, por lo tanto, reside en el léxico del tercer
conjunto, ya que resulta difícil seleccionar aquellos términos más generalizados en la
sociedad 124. En estos casos, los corpus lingüísticos son esenciales para comprobar su
uso más o menos extendido en la lengua común.
Independientemente de los criterios seleccionados, la lista de voces presentes en el
diccionario general debe «formar un conjunto equilibrado y armonioso» (Haensch 1982:
423), aspecto en el que están de acuerdo todos los lexicógrafos. Con esta afirmación
Haensch hace referencia al grado de representación de los distintos grupos léxicos sobre
124
Según Pérez Pascual (2012: 208) el problema es que en la actualidad los medios de comunicación
de masas dedican secciones a noticias de interés científico, lo que ha favorecido la difusión de la
terminología especializada. En estos casos es mucho más difícil establecer la selección de los términos
que deben formar parte del diccionario general.
139
CAPÍTULO 1. LA TEORÍA LEXICOGRÁFICA, EL DICCIONARIO Y LA CONFIGURACIÓN DE LA
MACROESTRUCTURA
el número total de palabras presentes en el lemario 125. Todas las voces tienen que estar
en proporción con el resto (cfr. Béjoint 2016: 18-19). La Academia ha manifestado en
repetidas ocasiones que en la confección de la macroestructura del diccionario se suele
trabajar por grupos léxicos. Por ejemplo, en el DLE (2014: preámbulo) se señala que
«se ha llevado a cabo la revisión sistemática de diversas series de voces (gentilicios,
denominaciones de lenguas, términos de color, movimientos artísticos y literarios…)».
Esta manera de trabajar es común en todas las ediciones anteriores. Desde las primeras
Reglas (1757) para la corrección del diccionario el apartado dedicado a la nomenclatura
se ha estructurado por grupos léxicos (véase capítulo 3, § 2.1.1.). En las directrices de
1757, por ejemplo, se hace referencia a las voces dialectales, términos de ciencias, artes
y oficios, gentilicios, nombres propios de persona, neologismos y palabras relacionadas
con la gramática —derivados regulares, formas verbales irregulares y verbos recíprocos
y reflexivos con alguna particularidad en el significado al añadirse el pronombre— (cfr.
Garriga y Rodríguez Ortiz 2010 y Freixas 2012).
En la actualidad, la representatividad del vocabulario no está condicionada por el
espacio de la obra lexicográfica, puesto que, como se ha ido comentando a lo largo del
presente capítulo, los diccionarios electrónicos no presentan límites de espacio y además
están, igual que el léxico, en constante construcción.
4. RECAPITULACIÓN
El desarrollo de la historia de la teoría lexicográfica pone de manifiesto que la vertiente
teórica de esta disciplina emana de la propia práctica de elaborar diccionarios, la cual
cuenta con una larga tradición. No fue hasta el siglo XIX cuando se empezó a tener
consciencia de la importancia de la reflexión filológica previa a la confección de los
repertorios lexicográficos (cfr. Hausmann 1989: 216; Alvar Ezquerra 2014-2015: 35).
También en esta centuria nació la lingüística científica y las corrientes teóricas sobre el
lenguaje que surgieron en la época condicionaron el devenir de la teoría lexicográfica e
125
Haensch (1982: 423) señala que, por ejemplo, «no deben figurar en un diccionario general
descriptivo monolingüe ni pocos ni demasiados vocablos literarios, jergales, populares o vulgares».
140
CAPÍTULO 1. LA TEORÍA LEXICOGRÁFICA, EL DICCIONARIO Y LA CONFIGURACIÓN DE LA
MACROESTRUCTURA
influyeron en la práctica. Por ejemplo, la lingüística histórico-comparada, que irradió en
España a mediados del siglo XIX, repercutió en los diccionarios de aquel momento (cfr.
Mourelle-Lema 1968; Ridruejo 2002; Jiménez Ríos 2008; Clavería 2014). Ejemplo de
ello es la inclusión de las etimologías en la duodécima edición del repertorio académico.
Desde entonces, la metalexicografía ha ido ampliando sus áreas de investigación y
se ha desarrollado en función de las corrientes lingüísticas que han ido surgiendo y de la
complejidad que han adquirido los productos lexicográficos a lo largo del tiempo. A
partir del examen de las aportaciones bibliográficas, se ha podido comprobar que una de
las cuestiones que más ha preocupado a los estudiosos es la relación de la lexicografía
con las otras ramas de la lingüística, como la ortografía, la lexicología, la semántica o la
gramática, ya que el diccionario se concibe como un «espacio multidisciplinar» (Azorín
2003: 47) que permite su análisis desde distintas perspectivas.
Como se ha podido comprobar, el vínculo con las otras disciplinas lingüísticas se
manifiesta categóricamente en la macroestructura, eje vertebrador del diccionario que
influye en su concepción. Esta parte del repertorio se forja a partir de la intersección de
criterios lingüísticos ortográficos, morfosintácticos y semánticos, los cuales condicionan
tanto su propia ordenación como la tipología del lemario o la lematización de las voces.
A lo largo del tiempo, la macroestructura ha ido ganando en coherencia interna, lo
que se refleja, por ejemplo, en el tratamiento que reciben las variantes ortográficas o en
la aplicación de los principios de lematización respecto a la flexión nominal y verbal.
Las investigaciones en las que se tratan las relaciones del léxico con la gramática han
puesto de manifiesto los problemas derivados de la intersección de ambas disciplinas y
han contribuido a la sistematización en la macroestructura de ciertas unidades léxicas
con los mismos rasgos, aunque todavía existen inconsistencias. Ejemplo de ello son los
vocablos en los que la flexión de número comporta además un cambio de significado
(posadera/posaderas, esposa/esposas). También los progresos obtenidos en los estudios
metalexicográficos han auxiliado en la resolución de problemas tradicionales como la
distinción de la homonimia y la polisemia. Las nuevas teorías de la lexicografía están
enfocadas a los usuarios (cfr. Tarp 2013 y 2015), por lo que su diferenciación solamente
tendrá sentido en la medida en que sea útil y se adhiera a las características de la obra.
141
CAPÍTULO 1. LA TEORÍA LEXICOGRÁFICA, EL DICCIONARIO Y LA CONFIGURACIÓN DE LA
MACROESTRUCTURA
Finalmente, la informatización del diccionario ha cambiado la concepción tanto
del propio repertorio léxico y sus tipologías, con fronteras más indefinidas cada vez, ya
que los productos lexicográficos actuales se caracterizan por una gran heterogeneidad
(cfr. Rundell 2012), como de la macroestructura. El uso de herramientas informáticas ha
posibilitado la sistematización de los datos. Además, gracias a la informatización de las
obras lexicográficas se han superado los límites de espacio a los que estaban sujetos los
diccionarios analógicos, una cuestión primordial que influye en la selección del lemario
y en la macroestructura, la cual ha ido ampliando sus límites. En la actualidad, por
ejemplo, se recogen en la nomenclatura los elementos ligados, puesto que facilitan la
codificación de mensajes en cuanto que «quedan recogidas las palabras potenciales de
una lengua» (Martín García 2000: 1086). Asimismo, la lingüística de corpus ha
supuesto una revolución para la lexicografía. Los corpus aseguran la fiabilidad de los
datos y permiten decidir sobre la inclusión de ciertas voces (tecnicismos, neologismos,
etc.) en función de la representatividad de los resultados (cfr. Rojo 2009; Torruella
2017).
142
CAPÍTULO 2
METODOLOGÍA
CAPÍTULO 2. METODOLOGÍA
INTRODUCCIÓN
Sacando a colación las palabras de Michelena (1990 [1963]), recordadas hace unos años
por Echenique (2013: 29) y Pla (2013: 17), las investigaciones lingüísticas que parten
de una perspectiva diacrónica, como la presente tesis, se apoyan, por lo general, en
documentos escritos y no en un conocimiento directo de la realidad, «lo cual supone por
necesidad una interpretación previa» (Michelena 1990 [1963]: 16).
Estos textos aportan al investigador los datos con los que deberá trabajar mediante
el empleo de un marco metodológico válido que permita emprender su estudio de forma
sistemática. En opinión de Torruella (2017: 240), la metodología que se debe utilizar en
los trabajos de carácter histórico solamente puede ser la observacional 126, puesto que el
estudioso «analiza los fenómenos tal como se presentan, sin modificarlos ni actuar sobre
ellos» (Torruella 2017: 240). Así lo expone Bel (2001: 67):
El disseny observacional es basa en dades de producció real i, per tant, la
propietat o conjunt de propietats que es vol estudiar no és predeterminat sinó
que cal extreure’l a posteriori; és més: pot servir per a estudis posteriors amb
objectius diferents de l’original tenint en compte la manera com es van
recollir les dades. D’altra banda, si es vol garantir la fiabilitat del corpus, cal
establir a priori quines situacions s’observaran i es recolliran i sota quines
condicions es farà la recollida (Bel 2001: 67).
Sin embargo, el hecho de que el observador no intervenga en las condiciones en
las que se producen los datos, no implica su pasividad, «sino que debe experimentar con
las variantes que pueda establecer a partir de los elementos que le vienen dados»
(Torruella 2017: 240). El diseño observacional, en opinión de Bel (2001: 68), es el más
apropiado para las investigaciones de tipo longitudinal, como la presente, puesto que
estudia la evolución de uno o más fenómenos a lo largo de un período de tiempo.
126
El otro método que se utiliza en las investigaciones de carácter lingüístico es el experimental. El
diseño experimental es un método de experimentación directa en el que «los fenómenos a estudiar pueden
producirse artificialmente, según el deseo del investigador». «En este método el experimentador toma
parte activa en la producción del suceso» (Torruella 2017: 240).
144
CAPÍTULO 2. METODOLOGÍA
Para la obtención de los resultados se ha seguido el método inductivo mediante el
cual se extraen «conclusiones generales a partir del análisis de premisas particulares, o
sea, observar hechos y, a partir de ellos, establecer leyes» (Torruella 2017: 243-244).
En este capítulo se presentan las fuentes primarias sobre las que se erige la
investigación, que son tanto diccionarios como tratados ortográficos (§ 1.), y se exponen
las bases metodológicas que se han seguido para el tratamiento y análisis de los textos,
la extracción de los datos y su posterior sistematización (§ 2).
1. FUENTES PRIMARIAS
Tradicionalmente, las fuentes que se han empleado para la fijación de la historia de la
ortografía del español han sido, por lo general, ortografías y gramáticas en cuanto que se
ocupan de describir y explicar «cuáles son los elementos constitutivos de la escritura de
una lengua y las convenciones normativas de uso en cada caso» (OLE 2010: 9).
A raíz del trabajo de Catach (1989: 501-508), L’orthographe dans le dictionnaire
monolingue, en el que se describieron los diccionarios como «les principaux porteurs de
norme», se ha puesto de relieve la importancia de estos repertorios como promotores de
la codificación ortográfica. En investigaciones más recientes como las de Martínez
Alcalde (2006, 2007, 2010a y 2010b), Quilis Merín (2010a, 2010b, 2013a y 2013b) y
Alcoba (2012), y en consonancia con la idea de Catach, se ha recurrido también a las
obras lexicográficas como fuentes para historiar la ortografía, ya que proporcionan una
perspectiva distinta a la de los textos propiamente ortográficos (cfr. Quilis Merín 2010a:
529). Así lo expresa Quilis Merín:
Es posible, sin embargo, completar estas fuentes primarias [ortografías y
gramáticas] mediante el examen de las distintas obras de la historia de la
lexicografía del español que actuarían, de este modo, como fuentes
indirectas, ya que no tienen como objetivo primordial mostrar la realidad
fónica de la lengua sino los elementos significativos (Quilis Merín 2013a:
491).
145
CAPÍTULO 2. METODOLOGÍA
El estudio de los diccionarios desde esta perspectiva tiene como objetivo obtener
datos «que permitan el contraste con la información proporcionada por otras fuentes» y
poder complementarlos (Quilis Merín 2013a: 492). El repertorio lexicográfico ofrece
información ortográfica desde una doble vertiente, como obra metalingüística, en la que
se transmiten observaciones e indicaciones de carácter ortográfico sobre las palabras, ya
sea en el prólogo, en las propias definiciones, etc., y como texto, en el que se presenta
una muestra de la lengua del momento de su confección. Además, en el siglo XIX, y en
los precedentes, como ya observó Catach (1989: 501), los repertorios lexicográficos
«multipliaient encore les déclarations préliminaires, et les proclamations de conformité
avec l'orthographe officielle» Los diccionarios, por lo tanto, son imprescindibles para
obtener una panorámica completa de la historia de la ortografía.
Asimismo, como advierte Quilis Merín (2013a: 493), estos tratados han estado
siempre relacionados, pues, las labores lexicográficas se han compaginado en bastantes
ocasiones con las ortográficas y gramaticales:
Un factor añadido […] es pensar en la condición de gramáticos y ortógrafos
de algunos de los diccionaristas más destacados de nuestra tradición razón,
entre otras, que ha permitido que tuviera también su lugar la polémica sobre
de la pronunciación y la ortografía en el seno mismo de las obras
lexicográficas, especialmente en aquellas publicadas en el siglo XIX (Quilis
Merín 2013a: 493).
En este contexto se enmarcan las publicaciones de la Academia cuyos «trabajos
lexicográficos, ortográficos y gramaticales ─necesitados unos de otros─ se superponen
en las reuniones académicas» (Blanco Izquierdo 2018: 58). La corporación, desde sus
inicios, concentró sus tareas en la codificación de la lengua desde una triple perspectiva
que abarca todos los ámbitos lingüísticos: léxico, ortográfico y gramatical (Fries 1989:
92). Como se expondrá en el capítulo 3 de la presente tesis, la historia de la lexicografía
académica está íntimamente relacionada con la codificación ortográfica (cfr. Clavería y
Freixas 2018b: 125-126), empezando por la elaboración del Diccionario de autoridades
para el que tuvo que confeccionarse un tratado de ortografía. Las reglas incluidas en las
sucesivas ediciones de la ortografía académica se han ido aplicando al diccionario y, en
146
CAPÍTULO 2. METODOLOGÍA
otras ocasiones, las innovaciones en materia ortográfica se han introducido en el propio
repertorio (cfr. Alcoba 2007 y 2012 y Quilis Merín 2009).
Teniendo en cuenta este modelo de análisis, las fuentes a las que se ha recurrido
en la presente tesis comprenden tanto obras lexicográficas como ortográficas.
En primer lugar, debido a que el propósito principal de la tesis es desentrañar el
papel del diccionario en el proceso de fijación ortográfica del español decimonónico, se
han consultado las diez ediciones del diccionario académico publicadas en el siglo XIX,
las cuales han constituido el grueso de la investigación. Asimismo, con el objetivo de
que el análisis sea exhaustivo, se ha considerado imprescindible tomar como referencia
el Diccionario de autoridades y las tres ediciones dieciochescas del diccionario usual.
En segundo lugar, se han analizado las ortografías académicas publicadas tanto en
el siglo XVIII como en el XIX cuyos presupuestos teóricos han ayudado a comprender
la práctica ejercida en el diccionario. Los tratados ortográficos de la Academia son un
referente principal en la historia de la ortografía del español.
Finalmente, también ha sido necesario acudir, de manera puntual y cuando se ha
creído conveniente, a algunos diccionarios y tratados ortográficos de autores externos a
la corporación con el objetivo, por un lado, de comprobar el grado de aplicación de las
reformas académicas y, por el otro, de determinar la influencia que ejercieron sobre la
corporación.
En el capítulo 3 de la presente tesis se detallarán las características de estas obras
(diccionarios académicos, ortográficas académicas y obras no académicas) teniendo en
cuenta los estudios que se han llevado a cabo sobre ellas.
La consulta de las fuentes se ha realizado principalmente desde dos plataformas
en línea. Por un lado, a los diccionarios, tanto los publicados por la Academia en los
siglos XVIII y XIX como los de autores externos a la corporación, se ha accedido a
través del Nuevo tesoro lexicográfico del español (NTLLE). Este repositorio es de libre
acceso y se halla en la página web de la Real Academia Española (https://www.rae.es/).
Por otro lado, los tratados ortográficos y gramaticales académicos y no académicos se
han consultado en la Biblioteca virtual de la filología española (BVFE), un repositorio
147
CAPÍTULO 2. METODOLOGÍA
bibliográfico de libre acceso en el que se recopilan las digitalizaciones dispersas por la
red de algunas obras lingüísticas de diverso tipo —diccionarios, gramáticas, manuales,
ortografías, diálogos… (cfr. Alvar Ezquerra 2017; Cazorla y García Aranda 2018)—. La
BVFE se encuentra alojada en la siguiente dirección web: https://www.bvfe.es/.
Finalmente, también se ha consultado la página de la Biblioteca virtual del patrimonio
bibliográfico (BVPB, https://bvpb.mcu.es/).
1.1. Siglo XVIII
Los diccionarios y tratados del siglo XVIII se han tomado como punto de partida para
comprender las ideas de la Academia en materia ortográfica en el siglo XIX y su reflejo
en los repertorios lexicográficos publicados en esta centuria. Las obras dieciochescas
que se han consultado se corresponden con los diccionarios académicos (§ 1.1.1.), las
ortografías académicas (§ 1.1.2.) y algunos tratados ortográficos de autores externos a la
corporación (§ 1.2.3.). El estudio de estas obras se expondrá en el capítulo 3 (§ 2.1. y
§ 3.2.).
1.1.1. Obras lexicográficas académicas
En el siglo XVIII la Academia publicó el denominado Diccionario de autoridades, de
cuya segunda edición vio la luz solamente el primer tomo que comprende las letras A y
B. A partir del año 1780 se empezó a publicar el Diccionario de la lengua castellana,
reducido a un solo tomo para su más fácil uso del cual se imprimieron tres ediciones en
esta centuria: 1780, 1783 y 1791. Estas obras implicaron la revisión de las letras A hasta
la F de Autoridades (véase capítulo 3, § 2.1.1. y § 2.1.2.).
Diccionario de autoridades = Real Academia Española (1726-1739): Diccionario de la
lengua castellana, en que se explica el verdadero sentido de las voces, su
naturaleza y calidad con las phrases o modos de hablar, los proverbios o
148
CAPÍTULO 2. METODOLOGÍA
refranes, y otras cosas convenientes al uso de la lengua. 6 vols., Madrid:
Imprenta Francisco del Hierro.
Diccionario de autoridades (1770) = Real Academia Española (1770): Diccionario de
la lengua castellana, segunda impresión corregida y aumentada, tomo primero:
A-B. Madrid: Joachin Ibarra.
DRAE 1780 = Real Academia Española (1780): Diccionario de la lengua castellana,
reducido a un solo tomo para su más fácil uso. Madrid: Joaquín Ibarra.
DRAE 1783 = Real Academia Española (1783): Diccionario de la lengua castellana,
reducido a un solo tomo para su más fácil uso, segunda edición. Madrid:
Joaquín Ibarra.
DRAE 1791 = Real Academia Española (1791): Diccionario de la lengua castellana,
reducido a un solo tomo para su más fácil uso, tercera edición. Madrid: Viuda
de don Joaquín Ibarra.
1.1.2. Obras ortográficas académicas
El trabajo ortográfico de la Academia se inició, como es sabido, con la preparación del
Diccionario de autoridades (cfr. Lázaro 1972: 46-47; García Santos 2011: 457; Freixas
2016: 114-115). Adrián Conink fue el encargado de elaborar el Discurso proemial sobre
la orthographia de la lengua castellana, una guía en la que se sintetizaron los principios
ortográficos seguidos en la redacción de las voces del repertorio, la cual se publicó entre
los preliminares de la propia obra.
La práctica ejercida en el diccionario llevó a los académicos a rectificar y ampliar
el Discurso proemial. Ocho años más tarde, en 1741, vio la luz la Orthographía de la
lengua castellana, un tratado específicamente dedicado al asunto, y se imprimió hasta
en seis ocasiones más en esta centuria: 1754, 1763, 1770, 1775 127, 1779 y 1792 (véase
capítulo 3, § 3.2.). Las ediciones de la ortografía que se han consultado en la tesis son
las siguientes:
127
No ha sido posible consultar la quinta edición de la ortografía.
149
CAPÍTULO 2. METODOLOGÍA
ORAE 1741 = Real Academia Española (1741): Orthographía española. Madrid:
Imprenta de la Real Academia Española.
ORAE 1754 = Real Academia Española (1754): Ortografía de la lengua castellana,
nueva edición corregida, y aumentada. Madrid: Gabriel Ramírez.
ORAE 1763 = Real Academia Española (1763): Ortografía de la lengua castellana,
tercera impresión, corregida y aumentada. Madrid: Imprenta de Antonio Pérez
de Soto.
ORAE 1770 = Real Academia Española (1770): Ortografía de la lengua castellana,
cuarta impresión, corregida y aumentada. Madrid: Joaquín Ibarra.
ORAE 1779 = Real Academia Española (1779): Ortografía de la lengua castellana,
sexta impresión, corregida y aumentada. Madrid: Joaquín Ibarra.
ORAE 1792 = Real Academia Española (1792): Ortografía de la lengua castellana,
séptima impresión, corregida y aumentada. Madrid: Viuda de don Joaquín
Ibarra.
1.1.3. Obras de autores externos a la Academia
Las obras de autores externos a la corporación que se han consultado comprenden tanto
repertorios lexicográficos (§ 1.1.3.1.) como ortografías (§ 1.1.3.2.). A estos tratados se
ha recurrido de manera puntual y solamente para el análisis de algunos fenómenos.
1.1.3.1. Obras lexicográficas
Sin duda, junto con el Diccionario de autoridades, el otro gran diccionario general del
español publicado en el siglo XVIII es el del padre Esteban de Terreros y Pando. Así se
ha manifestado en todos los estudios sobre la obra del jesuita (cfr. Alvar Ezquerra 1987;
Álvarez de Miranda 1992; San Vicente 1995; Carriscondo 2008; Azorín y Santamaría
2009, etc.). Terreros demostró una actitud innovadora en la elaboración de su repertorio,
tanto en lo referente a las cuestiones metalexicográficas como en el sistema ortográfico
150
CAPÍTULO 2. METODOLOGÍA
utilizado (cfr. Martínez Alcalde 2006, 2007 y 2010b; Sánchez Prieto 2008; Quilis Merín
2010c y Terrón 2019). Igual que la Academia en sus inicios, la contribución a la
ortografía por parte de Terreros se hizo a través del diccionario, el cual sirvió para
incluir y transmitir reformas ortográficas tanto en el prólogo de la obra como en las
entradas lexicográficas. La información sobre la fonética y la ortografía de las voces
expuesta en la definición aportan valiosísimos testimonios sobre la variabilidad
existente en la época y muestran «la situación de la codificación ortográfica del español
en el siglo ilustrado» (Martínez Alcalde 2007: 11; cfr. Clavería 2020). Por todo ello, ha
sido necesario recurrir al diccionario de Terreros para el análisis de algunos fenómenos.
Terreros y Pando, Esteban de (1786-1793): Diccionario castellano con las voces de
ciencias y artes y sus correspondientes en las tres lenguas francesa, latina e
italiana. Madrid: Imprenta de la viuda de Ibarra, hijos y compañía.
1.1.3.2. Obras ortográficas
En el siglo XVIII los tratados sobre materia ortográfica fueron muy numerosos 128. En
ellos, se continuaba debatiendo, igual que en las centurias anteriores, sobre el valor que
se debía otorgar a cada uno de los tres criterios que regían la ortografía: pronunciación,
uso y etimología. Entre los ortógrafos dieciochescos destaca la figura de José Mañer
(1725), quien, en un primer momento, criticó el etimologismo como principio rector de
la ortografía (Maquieira 2011: 501). En esta línea se insertan también las aportaciones
de Antonio Bordázar (1728 y 1730) y Gregorio Mayans y Siscar (1735). Estos autores
defendieron la pronunciación y, en menor medida, el uso como guía para la escritura de
las palabras alejándose de las reglas que había propuesto la Academia en el Discurso
proemial (cfr. Martínez Alcalde 1990 y 1992). Por el contrario, ortógrafos como Juan
Pérez Castiel (1727) y José Mañer, en la tercera edición de su obra (1742), se declararon
seguidores de la doctrina académica. Martínez Alcalde (1992) ha observado en esta
128
Azorín (1987: 108) «señala que según los datos que proporciona el Conde la Viñaza en su
Biblioteca Histórica de la Filología Castellana, en el siglo XVIII ven la luz más de una treintena de obras
de temática ortográfica, sin contar las diversas ediciones de las normas de la Academia».
151
CAPÍTULO 2. METODOLOGÍA
versión del tratado de Mañer (1742) la huella de la ortografía de la Academia, impresa
solamente un año antes.
Las ortografías de estos autores, publicadas todas en la primera mitad del siglo
XVIII, se han consultado para la descripción de algunos fenómenos. A continuación, se
exponen las obras en orden cronológico de publicación:
Mañer, Salvador José (1725): Méthodo breve de ortographía castellana para con
facilidad venir en el pleno conocimiento del bien escribir. Córdoba: Imprenta de
la viuda de Esteban Cabrera.
Pérez Castiel, Juan (1727): Breve tratado de la Orthographia Española. Valencia:
Antonio Balle.
Bordázar, Antonio (1728): Ortografía Española fijamente ajustada a la naturaleza
invariable de cada una de las letras. Valencia: Imprenta del autor.
Bordázar, Antonio (1730): Ortografía Española fijamente ajustada a la naturaleza
invariable de cada una de las letras. Segunda impresión en que se añade una
Apología. Valencia: Imprenta del autor.
Mayans y Siscar, Gregorio (1735): Reglas de ortografía de la lengua castellana,
compuestas por el maestro Antonio de Nebrija, cronista de los Reyes Católicos.
Hízolas reimprimir, añadiendo algunas reflexiones Don Gregorio Mayans y
Siscar, Bibliotecario del Rey Nuestro Señor, y catedrático del Código de
Justiniano en la Universidad de Valencia. Madrid: Juan de Zúñiga.
Mañer, Salvador José (1742): Tratado de Orthographia Castellana, tercera edición
revista y considerablemente añadida. Madrid: Imprenta del Reyno.
1.2. Siglo XIX
Los diccionarios y los tratados ortográficos del siglo XIX han constituido el grueso de
esta investigación. Esta centuria, como se ha repetido en varias ocasiones (cfr. Azorín
1996-97; Álvarez de Miranda 2000a; Garriga 2001; Seco 2003, etc.), es muy fructífera
para el desarrollo de la lexicografía tanto académica como no académica. También en
152
CAPÍTULO 2. METODOLOGÍA
esta época proliferó la publicación de tratados ortográficos, no solamente por parte de la
Academia sino de autores externos a la corporación (Esteve Serrano 1982; Martínez
Alcalde 2010a). Las propuestas reformistas aumentaron tanto en España como en los
países americanos, una vez que estos consiguieron su independencia.
Las obras decimonónicas que se han consultado en la tesis se corresponden con
los diccionarios académicos (§ 1.2.1.), las ortografías académicas (§ 1.2.2.), publicadas
en diferentes formatos, y algunas obras de otros autores (§ 1.2.3.). El estudio de estos
tratados se expondrá de detalladamente en el capítulo 3 (§ 2.2. y § 3.3.).
1.2.1. Obras lexicográficas académicas
El siglo XIX fue muy productivo para la lexicografía académica, pues se publicaron
diez ediciones del Diccionario de la lengua castellana, cada una de ellas particular en
algún sentido (véase capítulo 3, § 2.2.). La técnica lexicográfica de la Academia se fue
mejorando a lo largo de la centuria y en ella se instauraron parte de los principios de la
lexicografía académica moderna. En la tesis se han analizado las diez ediciones de la
obra:
DRAE 1803 = Real Academia Española (1803): Diccionario de la lengua castellana,
reducido a un solo tomo para su más fácil uso, tercera edición. Madrid: Viuda
de don Joaquín Ibarra.
DRAE 1817 = Real Academia Española (1817): Diccionario de la lengua castellana,
quinta edición. Madrid: Imprenta Real.
DRAE 1822 = Real Academia Española (1822): Diccionario de la lengua castellana,
sexta edición. Madrid: Imprenta Nacional.
DRAE 1832 = Real Academia Española (1832): Diccionario de la lengua castellana,
séptima edición. Madrid: Imprenta Real.
DRAE 1837 = Real Academia Española (1837): Diccionario de la lengua castellana,
octava edición. Madrid: Imprenta Nacional.
153
CAPÍTULO 2. METODOLOGÍA
DRAE 1843 = Real Academia Española (1843): Diccionario de la lengua castellana,
novena edición. Madrid: Imprenta de D. Francisco María Fernández.
DRAE 1852 = Real Academia Española (1852): Diccionario de la lengua castellana,
décima edición. Madrid: Imprenta Nacional.
DRAE 1869 = Real Academia Española (1869): Diccionario de la lengua castellana,
undécima edición. Madrid: Imprenta de Don Manuel Rivadeneyra.
DRAE 1884 = Real Academia Española (1884): Diccionario de la lengua castellana,
duodécima edición. Madrid: Imprenta de D. Gregorio Hernando.
DRAE 1899 = Real Academia Española (1899): Diccionario de la lengua castellana,
décimatercia edición. Madrid: Imprenta de los Sres. Hernando y compañia.
1.2.2. Obras ortográficas académicas
La evolución de la obra ortográfica de la Academia en el siglo XIX estuvo íntimamente
ligada a la oficialización de su doctrina. En las primeras décadas se continuó editando la
Ortografía de la lengua castellana (§ 1.2.2.1.) donde se siguieron incluyendo reformas.
A mediados de siglo, ya con carácter oficial y adaptada para las escuelas públicas, las
normas en materia ortográfica de la corporación se difundieron en el Prontuario de la
lengua castellana (§ 1.2.2.2.). A partir de 1870, la ortografía se publicó como parte de
la Gramática de la lengua castellana (§ 1.2.2.3.).
1.2.2.1. Ortografía de la lengua castellana
En las primeras décadas del siglo XIX vieron la luz dos ediciones más de la Ortografía
de la lengua castellana, la octava (1815) y la novena (1820). En la octava, publicada 23
años después de su antecesora, se incluyeron notables modificaciones que implicaron la
modernización del sistema ortográfico del español (cfr. Martínez Alcalde 2012; Terrón
154
CAPÍTULO 2. METODOLOGÍA
2018a). La novena, impresa en 1820, no presenta apenas modificaciones respecto a la
anterior 129. En la tesis se han analizado las dos ediciones:
ORAE 1815 = Real Academia Española (1815): Ortografía de la lengua castellana,
octava edición notablemente reformada y corregida. Madrid: Imprenta Real.
ORAE 1820 = Real Academia Española (1820): Ortografía de la lengua castellana,
novena edición notablemente reformada y corregida. Madrid: Imprenta
Nacional.
1.2.2.2. Prontuario de ortografía de la lengua castellana
El desarrollo de propuestas reformistas antes de 1844 llevó a la reina Isabel II a imponer
por Real Orden el 25 de abril de ese mismo año la oficialidad de las normas ortográficas
de la Real Academia Española en la enseñanza. La Academia acomodó su Ortografía a
los diversos niveles educativos de donde surgió el Prontuario de ortografía de la lengua
castellana basado en el sistema ortográfico de la novena edición del diccionario (1843),
posiblemente porque la Ortografía ya quedaba alejada en el tiempo (véase capítulo 3,
§ 3.3.).
La propia corporación señala en la Cronología 130 presentada en su página web
que en el siglo XIX se publicaron hasta trece ediciones del Prontuario, la primera en
129
Alcoba (2007: 34), Martínez Alcalde (2010a: 64) y García Santos (2011: 465) señalan que la
última edición de la Ortografía de la lengua castellana se publicó en 1826 y sería la décima. García
Santos, incluso, señaló otra edición publicada en 1800. Las ediciones que expone este autor en su estudio
son las siguientes: 1741, 1754, 1763, 1770, 1775, 1779, 1792, 1800, 1815, 1820 y 1826. Sin embargo,
más recientemente, en el estudio de Peñalver Castillo (2015: 335) se ha advertido que la edición de 1826
se trata de una reimpresión de la novena, la cual cuenta con otra reimpresión en 1836. La octava edición
se volvió a imprimir también en 1846. No se ha encontrado información referente a la edición publicada
en el año 1800 que indica García Santos. El mismo autor no aporta las referencias sobre estas supuestas
ediciones. La propia Academia señala en su página web nueve ediciones: 1741, 1754, 1763, 1770, 1775,
1779, 1792, 1815 y 1820.
130
En la página web de la Real Academia Española se ha trazado un «resumen de los hechos más
relevantes registrados en la Academia a lo largo de trescientos años». Las fuentes principales de esta
síntesis cronológica son la Historia de la Real Academia Española, de Alonso Zamora (1999, 2015); La
Real Academia Española. Vida e historia (2014), de Víctor García de la Concha, y los distintos estatutos
y publicaciones de la corporación (https://www.rae.es/la-institucion/historia).
155
CAPÍTULO 2. METODOLOGÍA
1844 y la última en 1866. Sin embargo, no existe un acuerdo general con respecto a los
años de publicación de las distintas ediciones.
En la investigación de González Pascual (2009: 28), y más recientemente, en la de
Lombardini (2014), se documentan doce ediciones publicadas en los años 1844, 1845,
1850, 1853, 1854, 1857, 1858, 1859, 1861, 1863, 1866 y 1867. Estas fechas son las que
menciona Peñalver (2015: 335-336) en su estudio. Sin embargo, indica que, según los
documentos de la biblioteca de la Real Academia Española, las ediciones novena y
décima, por un lado, y duodécima y decimotercera, por el otro, comparten año de
publicación, 1861 y 1866, respectivamente. Por lo tanto, Peñalver expone trece
ediciones del Prontuario fechadas en 1844 (1.ª ed.), 1845 (2.ª ed.), 1850 (3.ª ed.), 1853
(4.ª ed.), 1854 (5.ª ed.), 1857 (6.ª ed.), 1858 (7.ª ed.), 1859 (8.ª ed.), 1861 (9.ª ed.), 1861
(10.ª ed.), 1863 (11.ª ed.), 1866 (12.ª ed.) y 1866 (13.ª ed.).
En cambio, en el BICRES, coordinado por Esparza y Niederhe (2012 y 2015), se
proponen las siguientes fechas de publicación del Prontuario: 1844, 1845, 1850, 1851,
1853, 1854, 1857, 1858, 1859, 1861, 1863, 1865 y 1866. No consta el número de
edición de cada una de estas fechas.
En el catálogo de la biblioteca de la Real Academia Española se hallan ejemplares
de los años 1844 (1.ª ed.), 1845 (2.ª ed.), 1850 (3.ª ed.), 1853 (4.ª ed.), 1854 (5.ª ed.),
1857 (6.ª ed.), 1858 (7.ª ed.), 1859 (8.ª ed.), 1861 (9.ª ed.), 1863 (11.ª ed.), 1866 (12.ª
ed.) y 1866 (13.ª ed.). La edición de 1861 figura como la novena y la de 1863 como la
undécima. Por lo tanto, es posible, como expone Peñalver Castillo (2015: 335), que en
1861 vieran la luz dos ediciones del Prontuario, la novena y la décima.
En la tesis se ha seguido la propuesta de Peñalver (2015), que, además, coincide
con los datos que ofrece la propia Academia. Las ediciones que se han consultado son
las siguientes:
Real Academia Española (1844): Prontuario de ortografía de la lengua castellana
dispuesto de real órden para el uso de las escuelas públicas por la Real
156
CAPÍTULO 2. METODOLOGÍA
Academia Española con arreglo al sistema adoptado en la novena edicion de su
diccionario. Madrid: Imprenta Nacional.
Real Academia Española (1845): Prontuario de ortografía de la lengua castellana
dispuesto de real órden para el uso de las escuelas públicas por la Real
Academia Española con arreglo al sistema adoptado en la novena edicion de su
diccionario, segunda edición. Madrid: Imprenta Nacional.
Real Academia Española (1850): Prontuario de ortografía de la lengua castellana
dispuesto de real órden para el uso de las escuelas públicas por la Real
Academia Española con arreglo al sistema adoptado en la novena edicion de su
diccionario, tercera edición. Madrid: Imprenta Nacional.
Real Academia Española (1854): Prontuario de ortografía de la lengua castellana
dispuesto de real órden para el uso de las escuelas públicas, quinta edición.
Madrid: Imprenta Nacional.
Real Academia Española (1857): Prontuario de ortografía de la lengua castellana
dispuesto de real órden para el uso de las escuelas públicas, sexta edición.
Madrid: Imprenta Nacional.
Real Academia Española (1858): Prontuario de ortografía de la lengua castellana
dispuesto de real órden para el uso de las escuelas públicas, séptima edición.
Madrid: Imprenta Nacional.
Real Academia Española (1861): Prontuario de ortografía de la lengua castellana
dispuesto de real órden para el uso de las escuelas públicas, novena edición.
Madrid: Imprenta Nacional.
1.2.2.3. Gramática de la lengua castellana
A partir de 1870 la ortografía se incorporó, por primera vez, en la Gramática. Desde ese
momento y hasta finales de siglo vieron la luz nueve ediciones más de la Gramática de
la lengua castellana 131: 1870 (12.ª ed.), 1874 (13.ª ed.), 1878 (14.ª ed.), 1880 (15.ª ed.),
131
En la BVFE hay una versión digitalizada de una edición publicada en el año 1894, pero esta no ha
sido corroborada por la Academia. Esta edición es igual que la de 1870.
157
CAPÍTULO 2. METODOLOGÍA
1883 (16.ª ed.), 1885 (17.ª ed.), 1888 (18.ª ed.), 1890 (19.ª ed.), 1895 (20.ª ed.) 132. De
estas ediciones, según los resultados obtenidos en la investigación de Gómez Asencio
(2008: 38-40), solamente son nuevos modelos las publicadas en 1870 y 1880. Como ha
señalado este autor, la gramática de1870 estuvo vigente 8 años (1870-1878) y la de
1880, 36 años (1880-1916). Teniendo en cuenta estos datos, las gramáticas que se han
consultado son las de 1870 y 1880, por considerarse nuevas ediciones, y la de 1895, la
última publicada en esta centuria e inmediatamente anterior a la publicación del DRAE
1899:
GRAE 1870 = Real Academia Española (1870): Gramática de la lengua castellana,
nueva edición corregida y aumentada. Madrid: Imprenta y estereotipia de M.
Bivadeneyra.
GRAE 1880 = Real Academia Española (1880): Gramática de la lengua castellana,
nueva edición. Madrid: Gregorio Hernando.
GRAE 1895 = Real Academia Española (1895): Gramática de la lengua castellana,
nueva edición. Madrid: Viuda de Hernando y compañía.
1.2.3. Obras de autores externos a la Academia
Las obras de autores externos a la corporación que se han consultado comprenden tanto
diccionarios (§ 1.2.3.1.) como ortografías (§ 1.2.3.2.).
1.2.3.1. Obras lexicográficas
La abundante producción lexicográfica del siglo XIX se demuestra con la publicación
de una serie de repertorios no académicos con los que se instauraron nuevos modos de
concebir el diccionario monolingüe (Bueno Morales 1995; Azorín 1996-97 y 2006;
Martínez Marín 2000; Seco 2003; Álvarez de Miranda 2007a; García Aranda 2012).
132
En el estudio de Gómez Asencio (2008: 35) se ha indicado que el porcentaje que ocupa la
ortografía en estas gramáticas académicas es el siguiente: 1870 (18,47%), 1874 (17,49%) y 1885-1895
(13,40%).
158
CAPÍTULO 2. METODOLOGÍA
Los autores de estas obras pretendían mejorar el diccionario académico, el cual tomaban
como base, y subrayaban su insuficiencia, sobre todo léxica.
Como se expondrá en el capítulo 3 (§ 2.3.2), de entre las obras lexicográficas no
académicas destacan la de Melchor Manuel Núñez de Taboada (cfr. Clavería 2007), la
de Ramón Joaquín Domínguez (cfr. Seco 1985; Quilis 2007; Iglesias 2008) y la de su
coetáneo Vicente Salvá (cfr. Azorín y Baquero 1994-95; Azorín 2000; Álvarez de
Miranda 2003), la publicada por la editorial Gaspar y Roig (cfr. Bueno Morales 1996) y
la de Elías Zerolo, Miguel del Toro y Gómez y Emiliano Isaza (cfr. Alvar Ezquerra
2018). Estos diccionarios, debido a su relevancia para la historia de la lexicografía, son
los que se han consultado en la tesis. A continuación, se detallan en orden cronológico
de publicación:
Núñez de Taboada, Melchor Manuel (1825): Diccionario de la lengua castellana, para
cuya composición se han consultado los mejores vocabularios de esta lengua, y
el de la Real Academia Española últimamente publicado en 1822; aumentado
con más de 5000 voces o artículos, que no se hallan en ninguno de ellos, 2
tomos. París: Seguin.
Domínguez, Ramón Joaquín (1846-47) 133: Diccionario nacional, o gran diccionario
clásico de la lengua española, el mas completo de los publicados hasta el día.
Madrid: Establecimiento Léxico-Tipográfico de R. J. Domínguez.
Salvá, Vicente (1846): Nuevo diccionario de la lengua castellana que comprende la
última edición íntegra, muy rectificada y mejorada del publicado por la
Academia Española y unas veinte y seis mil voces, acepciones, frases y
locuciones, entre ellas muchas americanas, añadidas. París: Librería de don
Vicente Salvá.
Gaspar y Roig = (1853): Diccionario enciclopédico de lengua española, con todas las
vozes, frases, refranes y locuciones usadas en España y las Américas
españolas... Madrid: Imprenta y librería de Gaspar y Roig.
133
La consulta a esta edición del diccionario se ha hecho a través de la BVFE, puesto que El NTLLE
contiene la quinta edición publicada en 1853.
159
CAPÍTULO 2. METODOLOGÍA
Zerolo, Elías, del Toro y Gómez, Miguel y Isaza, Emiliano (1895):
Diccionario
enciclopédico de la lengua castellana, 2 vols. Paris: Garnier Hermanos,
Libreros-Editores.
1.2.3.2. Obras ortográficas
A lo largo del siglo XIX fueron muchos los autores, y, como ha observado Martínez
Alcalde (2012: 101), pertenecientes a diversas áreas (maestros, gramáticos, impresores,
lexicógrafos, periodistas…), quienes propusieron alteraciones en el sistema ortográfico
del español. Son especialmente significativos los tratados de ortografía publicados antes
de la oficialización de la doctrina académica, pues las puertas seguían abiertas a futuras
reformas y, además, se ofrecía información sobre la aceptación que había tenido en la
sociedad los cambios en materia ortográfica que incluía la Academia.
Las obras que se han consultado son las de Julián Álvarez de Golmayo, Mariano
José Sicilia, Vicente Salvá, Andrés Bello, Antonio Martínez de Noboa y Marino Cubí y
Soler, todas ellas impresas en la primera mitad del siglo XIX. En el capítulo 3 se
describirán las aportaciones de estos autores a la ortografía del español (§ 3.4.). A
continuación, se exponen las obras ortográficas por orden cronológico de publicación:
Álvarez de Golmayo, Julián (1816): Compendio de la ortografía castellana, con arreglo
a la que acaba de publicar la Real Academia Española, notablemente
reformada. Madrid: Imprenta de Repullés.
Sicilia, Mariano José (1827): Lecciones elementales de ortología y prosodia, obra
nueva y original, en que por primera vez se determinan y demuestran
analíticamente los principios y reglas de la pronunciación y del acento de la
lengua castellana. París: Librería Americana.
Salvá, Vicente (1830): Gramática de la lengua castellana según ahora se habla. París:
Librería Hispano-Americana, Imprenta de Demonville.
Sicilia, Mariano José (1832): Lecciones elementales de ortología y prosodia, obra
nueva y original, en que por primera vez se determinan y demuestran
160
CAPÍTULO 2. METODOLOGÍA
analíticamente los principios y reglas de la pronunciación y del acento de la
lengua castellana. Madrid: Imprenta Real.
Bello, Andrés (1835): Principios de la ortolojía y métrica de la lengua castellana.
Santiago de Chile: Imprenta de La Opinión.
Martínez de Noboa, Antonio (1839): Nueva gramática de la lengua castellana, según
los principios de la filosofía gramatical, con un apéndice sobre el arreglo de la
ortografía. Madrid: Imprenta de don Eusebio Aguado.
Cubí y Soler, Mariano (1852): Á la nacion española sobre reformas ortográficas.
Barcelona: Imprenta de Miguel i Jaime Gaspar.
1.3. Recapitulación
Los diccionarios y los tratados ortográficos que se han enumerado en los apartados
anteriores constituyen un verdadero corpus lingüístico mediante el cual se pueden
reconstruir las ideas ortográficas y no solo de la Academia en el siglo XIX.
Las ortografías, como textos metalingüísticos, ofrecen los principios teóricos que
posteriormente se ponen en práctica en los repertorios lexicográficos, donde se decide
de manera individual, es decir, palabra por palabra, cómo aplicarlos. Ambas obras son
necesarias y contribuyen al proceso de fijación del sistema ortográfico del español.
2. BASES METODOLÓGICAS DEL ANÁLISIS DE LOS DATOS
A continuación, se describe el procedimiento metodológico que se ha seguido en esta
investigación. En primer lugar, se delimita el período cronológico escogido (§ 2.1.). En
segundo lugar, se detalla el procedimiento de extracción de los datos y su posterior
sistematización (§ 2.2.). Por último, se expone y justifica el tipo de análisis que se ha
realizado (§ 2.3.).
161
CAPÍTULO 2. METODOLOGÍA
2.1. Delimitación cronológica
Como ya se ha comentado en la introducción de la tesis, el período en el que se enmarca
esta investigación es el siglo XIX, etapa correspondiente al español moderno según lo
estipulado por los distintos estudios actuales sobre la historia y la historiografía de la
lengua española. Ya en el año 2003 Melis, Flores y Bogard reivindicaron la relevancia
de la centuria decimonónica dentro de la periodización tradicional del español 134 en la
que se constituyen dos grandes etapas en la evolución de la lengua cuya línea divisoria
se sitúa a comienzos del siglo XVI: el español medieval (XIII-XVI) y el español
moderno (XVI-actualidad). Los siglos XVI y XVII se conciben como un momento de
transición y se considera que a partir del siglo XVIII se inicia un período de estabilidad
lingüística que llega hasta la actualidad en el que apenas se producen modificaciones
significativas 135 (cfr. Melis, Flores y Bogard 2003: 2). Estos autores, en cambio,
proponen el siglo XIX como el inicio de una tercera etapa evolutiva en la historia del
español.
De manera más contundente, esta hipótesis la defienden en la monografía El siglo
XIX. Inicio de la tercera etapa evolutiva del español (Melis y Flores 2015a) en la que
postulan tres grandes estadios de la lengua: español antiguo o medieval (siglo XII/XIIIXV), español clásico (XVI-XVIII) y español moderno (XIX-actualidad). Para justificar
su periodización, han aportado una lista de cambios lingüísticos que tienen su inicio o
expansión en este período, principalmente se trata de alteraciones en zonas nucleares de
la gramática de la lengua 136. Estas autoras llegan a la conclusión de que el siglo XIX
tiene una importancia mucho mayor de la que se le había otorgado, entre otros aspectos,
134
Por ejemplo, en la Historia de la lengua española coordinada por Cano Aguilar el siglo XIX forma
parte de la octava sección del libro titulada el español en la época moderna, que comprende desde el
XVIII hasta la actualidad, mientras que el siglo XIII abarca toda la quinta parte de la monografía.
135
Así se expone, por ejemplo, en la Historia de la lengua española de Lapesa (1986), en El español a
través de los tiempos de Cano Aguilar (2008 [1988]) o en la Gramática histórica del español de Penny
(2012 [1993]).
136
Se analiza, por ejemplo, la evolución de la predicación con verbos causativos emocionales como
gustar, que según las autoras el uso actual se inicia en el siglo XIX (me gusta comer) o el proceso
histórico de la construcción ir + infinitivo que también en el siglo XIX inicia «el camino que lo llevará a
convertirse en la expresión general de futuro» (Melis, Flores y Bogard 2003: 3).
162
CAPÍTULO 2. METODOLOGÍA
porque en esta etapa tiene lugar la definitiva modernización del sistema lingüístico del
español y la conformación de su variación dialectal actual.
También se evidencia la importancia del siglo XIX en la monografía coordinada
por Zamorano (2012), Reflexión lingüística y lengua en la España del XIX: marcos,
panoramas y nuevas aportaciones, una obra de referencia en la que se ofrece una visión
panorámica de las preocupaciones lingüísticas en esta centuria. Este trabajo ofrece un
marco fundamental para el desarrollo de estudios posteriores, como los presentes en el
volumen de Ramírez Luengo (2012), Por sendas ignoradas. Estudios sobre el español
del siglo XIX. Este autor expuso la necesidad de estudiar los fenómenos lingüísticos que
suceden en esta diacronía tanto en España como en América 137. En su opinión, se trata
de una etapa de esencial trascendencia para la historia del español desde diferentes
puntos de vista y totalmente desatendida por los investigadores:
Decir que el siglo XIX es una época poco atendida por la investigación
acerca de la historia de la lengua española es ser quizá demasiado
benevolente con la situación que el investigador se encuentra a la hora de
analizar este período: más que poco atendida, se puede decir que se trata de
una auténtica época abandonada, un hueco en blanco del que —más allá de
algunos acercamientos al léxico […] u otros muy parciales a la historia
externa […]— es prácticamente todo lo que queda por analizar y por
estudiar (Ramírez Luengo 2012: 7).
Desde el año 2012 138, han contribuido a desentrañar la complejidad lingüística de
este siglo las investigaciones resultantes de los encuentros de Brno (2014), reunidas en
el monográfico una cercana diacronía opaca: estudios sobre el español del siglo XIX
(2015), de Pisa (2016), publicadas en el libro editado por Carpi y García Jiménez (2017)
137
Ramírez Luengo indica que la bibliografía es bastante escasa tanto para España como para el
continente americano donde la «importancia de esta época es aún mayor si cabe». En el siglo XIX tienen
lugar los procesos emancipadores que suponen una ruptura con la situación anterior, hecho que implica
«el desarrollo de las nuevas capitales nacionales como modelos normativos» (Ramírez Luengo 2012: 7).
138
Esto no quiere decir que no se haya reivindicado con anterioridad la necesidad de estudiar la
historia del español a partir del siglo XVIII, con especial atención al siglo XIX (Brumme 1995; Octavio
de Toledo 2007 o Pons 2015), puesto que la periodización tradicional ha centrado el foco de los estudios
en las etapas precedentes, pero los trabajos aquí citados son publicaciones que nacen con la voluntad de
arrojar luz sobre el siglo XIX.
163
CAPÍTULO 2. METODOLOGÍA
Herencia e innovación en el español del siglo XIX, y de Sevilla (2018), Tradiciones
discursivas y tradiciones idiomáticas en la historia del español moderno, además de la
obra indicada anteriormente de Melis y Flores (2015a). Los cambios lingüísticos que se
analizan en estos trabajos, y no solo de carácter gramatical, sino también ortográfico,
fónico y léxico, demuestran la importancia de este siglo para la historia de la lengua
española, pues en él se erige el español contemporáneo.
Las aportaciones mencionadas evidencian que recientemente se está viviendo un
renovado interés por este período del español. Sin embargo, Ramírez Luengo continúa
señalando que todavía quedan aspectos por esclarecer sobre el diecinueve:
Resulta evidente el interés que esta centuria presenta para el más completo y
profundo conocimiento de la diacronía del español, lo que determina que sea
necesario una vez más hacer hincapié en el hecho de que constituye una
tarea ciertamente urgente llevar a cabo nuevas investigaciones que permitan
comprender y conocer mejor una época paradójicamente tan importante en la
historia de esta lengua como —por el momento— poco considerada en la
bibliografía (Ramírez Luengo 2016: 446-447).
La complejidad evolutiva que ha alcanzado la lengua en estos momentos implica
la necesidad de aplicar nuevas perspectivas de análisis para poder reconstruir el «puzle»
completo de la historia de la lengua. Por todo ello, y como respuesta a esta necesidad,
las razones que han motivado la elección del siglo XIX estriban en su relevancia tanto
para la historia de la lexicografía como para la historia de la ortografía del español.
Dentro de la historia de la ortografía, el siglo XIX se inserta en el período que,
tradicionalmente, en las periodizaciones sobre la codificación ortográfica del español se
ha designado académico, cuyo nombre se debe, desde la óptica del presente, al éxito de
la doctrina establecida por la Academia (cfr. Esteve Serrano 1982; Martínez de Sousa
1991 y 2008; Iribarren 2005). En otros estudios más recientes, como en los de Martínez
Alcalde (2007, 2010a, 2012) o en el de Ramírez Luengo (2015) se han diluido las líneas
divisorias entre las etapas que se habían establecido y se ha cuestionado la autoridad de
la corporación. A pesar de ello, es evidente que la propuesta académica marcó un punto
164
CAPÍTULO 2. METODOLOGÍA
de inflexión en la historia de la ortografía consiguiendo el respaldo oficial a mediados
de siglo (véase capítulo 3).
En esta centuria, la Academia difundía su propuesta tanto en las ortografías como
en los diccionarios, pues en estos últimos se introdujeron modificaciones o reformas que
reflejaban las decisiones tomadas por los académicos en materia ortográfica (cfr. García
Santos 2011: 457). Las obras lexicográficas, cuya publicación proliferó en esta época,
se utilizaron como un «campo de ensayo» de las innovaciones en este ámbito (Quilis
Merín 2009: 97). Además, como se ha demostrado en varias investigaciones (Azorín
1996-97; Álvarez de Miranda 2007a o Clavería 2016a), en este siglo se estableció una
nueva forma de concebir el diccionario respecto al XVIII. Como se comprobará en los
capítulos 3 y 4, algunas decisiones metalexicográficas acordadas para la configuración
del diccionario contribuyeron a la estandarización ortográfica. En el siglo XIX, igual
que en la centuria anterior lo fue el Diccionario de autoridades, el repertorio se
concibió como un eslabón más en la evolución de la ortografía y contribuyó de manera
determinante al proceso de fijación del sistema ortográfico del español.
2.2. Extracción y sistematización de los datos
Las reformas ortográficas que se producen a lo largo de la historia de la Academia se
reflejan, desde el punto de vista lexicográfico, en los cambios en la macroestructura de
las distintas ediciones de su diccionario a través de la ordenación alfabética de los lemas
(cfr. Terrón 2018). Por ello, los datos que se analizan en la tesis toman como punto de
partida el contraste del lemario de las diez ediciones de la obra lexicográfica académica
publicadas en el siglo XIX 139: 1803 (4.ª ed.), 1817 (5.ªed.), 1822 (6.ª ed.), 1832 (7.ª ed.),
1837 (8.ª ed.), 1843 (9.ª ed.), 1852 (10.ª ed.), 1869 (11.ª ed.), 1884 (12.ª ed.) y 1899
(13.ª ed.).
139
Por no ser el objetivo de esta investigación, los datos de los diccionarios del siglo XVIII que se
exponen en el capítulo 4 no son totales, sino que representan una muestra que se ha extraído con
búsquedas dirigidas.
165
CAPÍTULO 2. METODOLOGÍA
La obtención de los datos se ha realizado a través del NTLLE de donde se ha
conseguido un listado de formas 140 léxicas que componen el lemario de cada una de las
de las diez ediciones académicas decimonónicas 141. Seguidamente, se han comparado
todas las formas de la nomenclatura de cada edición con las de la inmediatamente
anterior con el programa CompaDRAE, una herramienta informática confeccionada para
los proyectos «Historia interna del Diccionario de la lengua castellana de la Real
Academia Española en el siglo XIX (1817-1852)» (n.º de referencia: FFI2014-51904-P)
y, el ahora vigente, «Historia interna del Diccionario de la lengua castellana de la Real
Academia Española en el siglo XIX (1869-1899)» (PGC2018-094768-BI00).
CompaDRAE permite cotejar dos listados de palabras e identificar las disimilitudes
entre ellos. Concretamente, se han comparado los lemarios de 1803-1817, 1817-1822,
1822-1832, 1832-1837, 1837-1843, 1843-1852, 1852-1869, 1869-1884, 1884-1899 y se
han obtenido las formas que no coinciden en las macroestructuras de cada edición.
Las formas resultantes de esta comparación se han clasificado en supresiones de
lemas, adiciones de lemas y lemas que, aun permaneciendo en la macroestructura del
diccionario, presentan cambios formales de diverso tipo. Las modificaciones en el
registro de los lemas pueden afectar tanto a la forma de la voz como a su lematización.
Por un lado, las alteraciones en la forma pueden deberse a cambios fonéticos de
diverso tipo, normalmente se trata de casos aislados en palabras concretas (1a) y de
cambios ortográficos acordados convencionalmente según las reglas de escritura de
cada época. Por ello, suelen afectar a un grupo de voces con las mismas características.
Los cambios ortográficos se dan en las grafías (1b), en los signos diacríticos (1c) y en la
unión y separación de palabras (1d).
140
Como se ha explicado en el capítulo 1 (§ 3.1.), los lemas se constituyen por formas. Los lemas
simples están compuestos por una única forma e incluyen, cuando la unidad presenta variabilidad
genérica, los morfemas flexivos de género (cocinero, ra; gallo, llina; tigre, gresa). Los lemas múltiples
están compuestos por varias formas que figuran como encabezamiento de un artículo lexicográfico
(cercador ó recercador DRAE 1817-1869; pelotica, lla, ta DRAE 1822-1869).
141
Debido a que el NTLLE no recupera más de 3500 formas en una búsqueda, el lemario se ha ido
obteniendo por letras. Ha sido necesario establecer filtros parciales de cada letra inicial con sus posibles
combinaciones con otras grafías según la estructura silábica del español (ab*, ac*, ad*, ae*, af*, etc.).
166
CAPÍTULO 2. METODOLOGÍA
(1a)
estalacmita (1852-1869) > estalagmita (1884-2014)
repelente (1737-1803, 1832-2014) > repeliente (1817-1822)
urétere (1803-1884) > uréter (1899-2014)
yacht (1869) > yate (1884-2014)
(1b)
abordage (1770-1832) > abordaje (1837-2014)
arraquibe (1726-1803) > arraquive (1817-2014)
bardaxe (1726, 1803) > bardage (1780-1791) > bardaje (1817, 1899-2014)
dibuxo (1732-1803) > dibujo (1817-2014)
(1c)
amabilísimo (1803-1822, 1852-1992) > amabilisimo (1832-1843)
cancion (1729-1869) > canción (1884-2014)
naguela (1734-1884) > nagüela (1899-2014)
saxêo (1803) > saxeo (1817-1822) > sáxeo (1832-2014)
(1d)
dura-máter (1832-1869) > duramáter (1884-2014)
tege manege (1822) > teje maneje (1832-1914) > tejemaneje (1925-2014)
tente en pie (1869-1884) > tenteempié (1899-1914) > tentempié (1925-2014)
trota conventos (1803-1817) > trotaconventos (1822-2014)
Por otro lado, se denominarán cambios en la configuración del lema a las
variaciones que afectan a aspectos morfológicos y morfosintácticos. Aunque en la
actualidad la macroestructura se muestre coherente a nivel interno, en los diccionarios
estudiados existe gran heterogeneidad en la lematización de las palabras según el género
(2a) y el número (2b) y en las formas verbales (2c). Como se ha explicado en el capítulo
1, la tendencia evolutiva que se va imponiendo es la consignación del sustantivo y del
adjetivo en masculino y singular con la terminación femenina a continuación de la
masculina formando parte del mismo lema (2a y 2b). En los verbos, la forma canónica
es el infinitivo, que recoge los usos transitivos, intransitivos y pronominales (2c):
167
CAPÍTULO 2. METODOLOGÍA
(2a)
estanquera (1869) > estanquero, ra (1884-2014)
frutera (1732-1817) y frutero (1732-1817) > frutero, ra (1822-2014)
fumigador (1869) > fumigador, ra (1884-2014)
papagayo (1737-1822, 1884-2001) > papagayo, ya (1832-1869, 2014)
(2b)
barrillos (1884) > barrillo (1899-2014)
natillas (1734-1791, 1882-1992) > natilla (1803-1869, 2001-2014)
tenaza (1739-1791, 1822-2014) > tenazas (1803-1817)
zahon (1739-1869) > zahones (1884) > zahón (1899-2014)
(2c)
acusarse (1770-1822) > s. v. acusar (1832-2014)
agacharse (1726-1869) > agachar (1884-2014)
membrarse (1734-1884) > membrar (1899-2014)
rebelarse (1737-1791, 1869-1992) > rebelar (1803-1852, 2001-2014)
La recuperación de todos los datos ha sido posible gracias a las tareas realizadas
en los proyectos de investigación mencionados anteriormente 142.
Este estudio se centra, por un lado, en las variantes gráficas (§ 2.2.1.), las cuales
se han extraído de las adiciones y supresiones de lemas de cada una de las ediciones, y,
por el otro, en las formas con cambios ortográficos (§ 2.2.2.). Algunos de estos cambios
se han considerado erratas (§ 2.2.3.) y no se han tenido en cuenta en el análisis.
142
Actualmente, el proyecto de investigación está construyendo un repositorio con los lemas que
contienen los diccionarios estudiados (1817-1899). Este repositorio, llamado Lemateca
(http://lemateca.detede.cat/), es un recurso informático que «recoge y sistematiza la trayectoria de los
lemas y los cambios, tanto formales como de lematización, que estos experimentan en las distintas
ediciones de los diccionarios académicos». Además, constituye un instrumento de gestión que permite
explotar todos estos datos adecuadamente y desde distintos puntos de vista (Blanco Izquierdo et al. 2019:
131).
168
CAPÍTULO 2. METODOLOGÍA
2.2.1. Variantes gráficas
En el capítulo 1 se ha señalado que se consideran variantes, siguiendo la definición
propuesta en el diccionario académico, «cada una de las diferentes formas con que se
presenta una unidad lingüística de cualquier nivel» (DLE 2014: s. v. variante). Por lo
tanto, las variantes ortográficas son formas de una misma palabra que se escriben de
manera diversa, lo que se refleja en el ámbito lexicográfico con la convivencia de las
distintas formas en una o más de una edición del diccionario. Un ejemplo de ello son las
variantes ceviche/cebiche, las cuales conviven en el repertorio académico desde la
edición de 1970 hasta la actualidad. En un primer momento, la diferencia ortográfica se
atribuía a la variedad diatópica y el empleo de la forma con b se restringía a los países
de Ecuador, Panamá y Perú. Actualmente, la distinción geográfica se ha eliminado y se
recomienda la escritura con b en todas las zonas hispanohablantes. Cuando las variantes
coinciden solamente en una edición de la obra generando lo que se podría denominar un
hápax lexicográfico generalmente se trata de inconsistencias gráficas y «se suelen
corregir con su supresión en la edición siguiente» (Clavería y Freixas 2018b: 126),
como, por ejemplo, baradero, registrado con b únicamente en la edición de 1817.
Por su parte, en el diccionario académico, la coexistencia de variantes ortográficas
de una misma voz no implica necesariamente el uso de todas las formas por parte de los
hablantes, ya que estas pueden estar marcadas como anticuadas y simplemente reflejar
las normas ortográficas de épocas pasadas. Jiménez Ríos (2001: 50) ha advertido que
fue una práctica común en la lexicografía académica la inclusión de arcaísmos gráficos
con tendencia a su desaparición. En todos los casos, la variante marcada como antigua
remite en su definición a la forma actual: «FEMBRA. s. f. ant. Lo mismo que HEMBRA»
(DRAE 1803: s. v. fembra). La aparición de las variantes arcaicas en el repertorio léxico
no refleja la convivencia de varias normas ortográficas del momento, sino que revela los
diferentes estadios de ortografía del español.
Por lo tanto, las variantes gráficas que se hallan en la obra académica pueden ser
diacrónicas y actuales. Ambas conviven en el diccionario, pero no todas coexisten en
una determinada sincronía. Las variantes ortográficas actuales son las más interesantes
169
CAPÍTULO 2. METODOLOGÍA
para el análisis que se ha llevado a cabo, pues reflejan la variación y vacilación existente
en la escritura. Los arcaísmos gráficos también se han tenido en cuenta en la tesis y en
el análisis siempre se ha indicado su condición.
Las variantes ortográficas actuales se suelen recoger en el diccionario académico
de diferente manera. En el siglo XIX, la práctica más habitual utilizada por la Academia
era la consignación de las formas como lemas independientes y jerarquizados mediante
una remisión. El reenvío, por tanto, tiene la función de «interrelacionar la información
que aparece repartida entre las diferentes entradas del diccionario» (Morales 1998: 6).
En otro estudio (cfr. Terrón y Torruella 2019a) ya se hizo referencia a que en la obra
académica la remisión indica la forma recomendada, es decir, lo que se ha denominado
variante principal, donde se encuentra la información relativa a ambas (DLE 2014: s. v.
psicología/sicología). Por lo tanto, la remisión introduce jerarquización en las formas.
Este acuerdo se tomó en la planta del Diccionario de autoridades y se ha mantenido sin
alteraciones hasta la actualidad 143:
Annotar las variedades que se hallaren en el escribir algunas Voces,
aprobando la mejor y desechando las demás: como algunos dicen aóra, otros
agóra, y parece lo mejor decir ahóra, advirtiéndolo en los lugáres que les
tocáre. [...]. Mas juntamente (atendiendo à excusar la confusion en los
Lectóres del Diccionario, que ignoraren de donde las Voces se origínan, y
las huvieren de buscar) se annotarán segun el uso común, ó vulgar de
escribirlas, en el lugar que les tocare del Alphabéto, pero remitiéndolas para
su explicacion al que deben tener segun su orígen y Etymología: [...] Bolver.
Vease Volver (Diccionario de autoridades 1726: XVI).
Un ejemplo de ello son las variantes gráficas armonía/harmonía, que conviven en
la edición del diccionario de 1869 (véase capítulo 4, § 1.2.6.2.):
143
En el capítulo 1 se ha expuesto que «cuando las variantes admitidas no pueden figurar en un mismo
artículo por exigencias del orden alfabético, la preferida por la Academia es la que lleva la definición
directa; las aceptadas, pero no preferidas, se definen mediante remisión a aquella. Así, psicología,
psicológico, psicólogo, definidas directamente, son las variantes recomendadas; sicología, sicológico,
sicólogo, definidas por remisión a sus correspondientes antedichas, constan como admitidas, pero no se
recomiendan» (DRAE 2001: preámbulo).
170
CAPÍTULO 2. METODOLOGÍA
Imagen 43. DRAE 1869: s. v. armonía.
Imagen 44. DRAE 1869: s. v. harmonía.
Como se puede observar, la forma preferida por la Academia, es decir, la variante
principal, es armonía, ya que la voz escrita con h-, la variante secundaria, remite a ella
en su definición. Independientemente de la preferencia, ambas variantes son aceptadas y
pueden ser usadas, puesto que se encuentran registradas en el diccionario hasta la última
edición «harmonía. V. armonía» (DLE 2014: s. v. harmonía).
En algunas ocasiones, aunque no es lo frecuente, las dos variantes gráficas pueden
aparecer definidas. Este es el caso de las formas berruga/verruga en la cuarta edición
del diccionario:
Imagen 45. DRAE 1803: s. v. berruga.
Imagen 46. DRAE 1803: s. v. verruga.
El origen de esta disposición se halla en el Diccionario de autoridades donde la
forma verruga se consignó como la preferida, ya que era la portadora de la definición.
171
CAPÍTULO 2. METODOLOGÍA
Así se mantuvo hasta la cuarta edición. En 1803 no se ofrecía ninguna información
sobre cuál era la variante gráfica recomendada por la Academia, pues las dos aparecían
definidas posiblemente como consecuencia de la coexistencia y uso de ambas formas
(imagen 45 y 46) o debido a un error en la organización de la información. En la edición
siguiente se eliminó la variante con b.
Lo mismo ocurre cuando las distintas variantes ortográficas encabezan un único
artículo lexicográfico formando un lema múltiple, como en belasquita ó velasquita 144:
Imagen 47. DRAE 1832: s. v. belasquita ó velasquita.
Esta manera de proceder es frecuente en las ediciones publicadas en el siglo XVIII
y en las primeras del XIX. Como se ha comprobado en el capítulo 1, esta práctica se va
sistematizando paulatinamente en el diccionario. Las mejoras en la técnica lexicográfica
que se implantaron en esta centuria conllevaron la supresión de los lemas múltiples, ya
fuese con la eliminación de una de las variantes que lo conforman (bacalao ó bacallao
1832-1869 > bacalao 1884-2014) o con la consignación en lemas independientes de
cada una de ellas (mueblaje ó moblaje 1843-1869 > mueblaje 1884-2014 y moblaje
1884-2014).
El análisis de las variantes gráficas es una de las bases de la tesis, ya que estas son
un reflejo de la vacilación existente en la escritura y de la alternancia de diversas
normas debido a la compleja relación entre los tres principios que rigen la ortografía:
pronunciación, uso y etimología. Por lo tanto, determinan la función del diccionario en
la historia de la ortografía (véase capítulo 3).
144
Actualmente, se ha acordado que «cuando el orden alfabético lo permite, se disponen las variantes
en el mismo lema, separadas por una conjunción disyuntiva; la forma que aparece en primer lugar es la
preferida y recomendada por la Academia, que, sin embargo, acepta las consignadas a continuación. Así,
en el artículo hemiplejia o hemiplejía, la variante recomendada es hemiplejia, aunque también se
considera plenamente aceptable hemiplejía».
172
CAPÍTULO 2. METODOLOGÍA
2.2.2. Cambios gráficos
Se consideran cambios gráficos las voces que presentan modificaciones ortográficas
acordadas convencionalmente de una edición a otra del diccionario. A diferencia de las
variantes gráficas, las dos formas no conviven en una misma edición, sino que una
sustituye a la otra. Un ejemplo de ello es la palabra almogarabe, en la que se reemplazó
la letra v por la b en 1817: almogarave (1770-1803) > almogarabe (1817-1899). Por lo
tanto, la forma escrita con v y la forma con b no coincidieron en la misma edición del
diccionario.
En algunas ocasiones puede ocurrir que la voz que había sido sustituida en una
determinada edición se reincorpore en ediciones posteriores como variante gráfica, este
es el caso de las formas almoradux/almoraduj. La forma con -j reemplazó a la escrita
con -x en la edición de 1832: almoradux (1726-1822) > almoraduj (1832-2014). La
variante almoradux se reintrodujo en la edición de 1884 y ha convivido con almoraduj
hasta la actualidad: almoraduj (1832-2014) y almoradux (1884-2014). Este ejemplo
refleja las vacilaciones en la norma gráfica.
Con el objetivo de facilitar el manejo y el análisis de los vocablos en los que se
producen cambios gráficos 145 en alguna de las diez ediciones del diccionario publicadas
en el siglo XIX, se ha diseñado una base de datos Access estructurada en ocho campos
que aparecen distribuidos según se observa en la figura I. La base de datos cuenta con
un total de 2203 146 registros.
145
En la base de datos solamente se recogen los cambios gráficos, no las variantes gráficas.
En un primer momento la base de datos contaba con un total de 2232 registros. Después de un
primer estudio, se descartaron 29 formas debido a que se consideraron erratas gráficas (véase capítulo 2, §
2.2.3.). Estas son las siguientes: abuado (1832), algabaro (1822-1832), ambajes (1899), bastage (1852),
bribisco (1803), calonge (1843-1869), consegil (1803), corcobar (1843), corcobado (1843), corcobeta
(1843), dozabado (1803), dobelaje (1843), enhervolar (1843), entrecojido (1822), espavilar (1843),
espaviladeras (1843), estinguible (1852), felizemente (1843), gargavero (1837-1843), inagenable (1843),
lanzetazo (1843), lisongeramente (1803), lisongero (1803), mahüera (1837-1843), marvete (1837-1869),
menjía (1843-1852), ruí (1837), trescientos (1837) y vahida (1822).
En el capítulo 4 se ha ido advirtiendo en nota a pie de página de las erratas que pueden coincidir con
los cambios gráficos estudiados en cada edición y de su tratamiento en la tradición lexicográfica.
146
173
CAPÍTULO 2. METODOLOGÍA
Figura I. Formulario de la base de datos
La información que contiene cada uno de los campos es la siguiente:
Hiperforma: en este campo se recoge la forma con la grafía que consta en la última
edición del diccionario académico en la que se registra la voz. Ha sido necesario crear
este campo para poder aglutinar las distintas formas gráficas con las que se ha registrado
una palabra en las diversas ediciones publicadas del diccionario. Así, por ejemplo, la
hiperforma de las formas bardaxe (1726, 1803), bardage (1780-1791) y bardaje (1817,
1899-2014) es bardaje, que es como se encuentra escrita actualmente (DLE 2014: s. v.
bardaje).
Forma: en este campo se recoge la forma escrita con la grafía de la época, tal y como se
halla registrada en el diccionario. Por ejemplo, bardaxe (1726, 1803). En el anejo 1 se
han recogido ordenadas alfabéticamente todas las formas que modifican su escritura en
las ediciones del diccionario académico del siglo XIX.
Vigencia cronológica: es el período de vigencia de cada forma gráfica en las distintas
ediciones del diccionario académico desde Autoridades hasta la actualidad. Por lo tanto,
aunque la voz bardaje, como hiperforma, esté en el diccionario desde 1726 hasta 2014,
174
CAPÍTULO 2. METODOLOGÍA
la cronología de la forma gráfica bardaxe es 1726 y 1803, puesto que solamente se halla
registrada con x en estas dos ediciones, como se puede observar en la figura I.
Adición: en este campo se indica el año de la edición del diccionario en el que se añade
la hiperforma es decir, la palabra con la grafía actual que agrupa las diferentes formas
ortográficas. Este campo se ha completado solamente cuando la edición corresponde al
siglo XIX. Por ello, en la figura I, la casilla aparece vacía, puesto que bardaje, como
hiperforma, se halla en la obra desde la primera edición del Diccionario de autoridades.
Supresión: en este campo se señala el año de la edición del diccionario en el que se
suprime la hiperforma. Este campo se ha completado solamente cuando la edición de la
supresión corresponde al siglo XIX. Por ello, en la figura I, la casilla aparece vacía, ya
que bardaje, como hiperforma, se halla actualmente en el diccionario de la Academia.
Edición del cambio: en este campo se encuentra el año de la edición del diccionario en
el que la forma cambia su escritura. Este campo permite mediante el filtraje obtener
todas las formas que alteran su ortografía en una edición en concreto. A través de él se
han obtenido los resultados que se exponen a continuación (gráfico 1):
1600
1404
1400
1200
1000
800
600
304
400
200
87
33
157
71
65
17
28
1837
1843
1852
1869
37
0
1803
1817
1822
1832
Gráfico 1. Cambios gráficos clasificados por ediciones
175
1884
1899
CAPÍTULO 2. METODOLOGÍA
Los resultados numéricos del gráfico muestran las líneas evolutivas de la ortografía en
la lexicografía académica decimonónica (véase capítulo 4, § 2.11.). En el anejo 2 se
encuentran clasificadas por ediciones y ordenadas alfabéticamente todas las formas que
cambian su escritura en las ediciones del diccionario académico del siglo XIX.
Tipo de cambio gráfico: se indican las grafías que cambian en la forma. Este campo
permite recuperar todas las formas a las que les afecta un mismo tipo de alteración
gráfica. Por ejemplo, a través de los filtrajes se pueden obtener todas las palabras en las
que se sustituye la grafía x por j en las distintas ediciones publicadas en el siglo XIX. La
casuística de modificaciones gráficas que se halla en la base de datos Access se enumera
a continuación. Cada tipo aparece acompañado de un ejemplo ilustrativo y del número
de casos totales registrados.
o Ø > h: araute (1780-1791) > haraute (1803-2014), 8 resultados.
o b > v: rebellín (1737-1869) > revellín (1884-2014), 53 resultados.
o bs > s: obscurísimo (1737-1803) > oscurísimo (1817-1869), 9 resultados.
o c > sc: isóceles (1803-1822) > isósceles (1832-2014), 2 resultados.
o c > z: cerecita (1729-1817, 1852-1869) > cerezita (1822-1843), 11 resultados.
o ch > c: almastech (1726-1791) > almastec (1803-1984), 22 resultados.
o ch > qu: chîmia (1780-1791) > químia (1803-2014), 12 resultados.
o g > h: pariguela (1803) > parihuela (1817-2014), 2 resultados.
o g > j: ginete (1734-1837) > jinete (1843-2014), 440 resultados.
o g > x: bardage (1780-191) > bardaxe (1726, 1803), 1 resultado.
o h > Ø 147: reprehensor (1737-1803) > reprensor (1817-2014), 25 resultados.
o i > y: coi (1791-1822) > coy (1832-2014), 3 resultados.
o j > g: jiba (1837-1852) > giba (1734-1832, 1869-2014), 40 resultados.
o j > h: majarrana (1734-1869) > maharrana (1884-2014), 1 resultado.
o j > x: delajar (1817-1852) > delaxar (791-1803, 1869-2014), 7 resultados.
147
En este tipo se incluyen cambios de h > Ø (abihar 1817-1822 > abiar 1832-2014) y de he > Ø
(comprehension 1729-1803, 1884-2014 > comprensión 1817-2014).
176
CAPÍTULO 2. METODOLOGÍA
o k > c: ukase (1869-1884) > ucase (1899-2014), 7 resultados.
o k > qu: níkel (1869) > níquel (1884-2014), 5 resultados.
o mm > m: ammi (1726-1791) > ami (1803-2014), 1 resultado.
o mp > n: presumptuosidad (1803) > presuntuosidad (1817-2014), 1 resultado.
o nn > n: annúteba (1780-1869) > anúteba (1884-2014), 3 resultados.
o ns > s: translato (1739-1803) > traslato (1817-2014), 22 resultados.
o ph > f: phase (1737-1791) > fase (1803-2014), 13 resultados.
o pt > t: septunx (1739-1803) > setunx (1817-1884), 6 resultados.
o q > c: veintiquatro (1739-1803) > veinticuatro (1817-2014), 304 resultados.
o qu > k: quirieleison (1803-1852) > kirieleisón (1869-2014), 3 resultados.
o r > rr: sobreropa (1739-1869) > sobrerropa (1884-2014), 73 resultados.
o rr > r: buscarruidos (1770-1791, 1884-2014) > buscaruidos (1803-1869), 3
resultados.
o s > bs: oscurar (1817-1852) > obscurar (1737-1803, 1869-1992), 2 resultados.
o s > ns: intrasmutable (1817-1852) > intransmutable (1869-2014), 2 resultados.
o s > ss: lesueste (1803-1822, 1984-2014) > lessueste (1832-2014), 1 resultado.
o s > x: espandir (1732-1869) > expandir (1884-2014), 8 resultados.
o sc > c: aterrescer (1770-1817) > aterrecer (1822-1992), 5 resultados.
o ss > s: accessit (1822) > accesit (1832-2014), 1 resultado.
o t > ct: introdutorio (1803-1817) > introductorio (1822-2014) 148, 2 resultado.
o t > pt: ecetuar (1803-1817) > eceptuar (1822-2014), 3 resultados.
o th > t: anthera (1817) > antera (1822s-2014), 2 resultados.
o v > b: absorver (1726-1822) > absorber (1832-2014), 35 resultados.
o x > g: enxebar (1732-1803) > engebar (1817-1822), 25 resultados.
o x > j: brúxula (1726-1803) > brújula (1817-2014), 732 resultados.
o x > s: mixto (1734-1803, 1869-2014) > misto (1817-2014), 8 resultados.
o y > hi: contrayerba (1780-1852) > contrahierba (1726, 1869-2014), 1 resultado.
148
Podría tratarse de una errata, puesto que las voces de la misma familia se escriben en estas
ediciones con -ct- (introductor). No obstante, ni el orden alfabético en el que se registra la voz ni la fe de
erratas de 1803 y 1817 corroboran esta interpretación.
177
CAPÍTULO 2. METODOLOGÍA
o y > i: frayle (1780-1803) > fraile (1732, 1817-2014), 277 resultados.
o z > c: gazetero (1734-1803) > gacetero (1817-2014), 22 resultados.
En el anejo 3 se hallan clasificadas por fenómenos y ordenadas alfabéticamente
todas las formas que modifican su escritura en las ediciones del diccionario académico
del siglo XIX.
Observaciones: en este campo se recoge información adicional que se ha considerado
útil para el análisis de las formas. Se trata, principalmente, como se puede observar en la
figura I, de indicaciones etimológicas y ortográficas que se registran en la propia obra
lexicográfica.
La base de datos confeccionada es fácilmente ampliable al resto de las ediciones
del diccionario de la Academia, tanto las publicadas en el siglo XVIII como las del XX
y XXI.
2.2.3. Las erratas gráficas en los lemas
En los repertorios lexicográficos, como en cualquier tipo de obra impresa, es común la
presencia de erratas. Como ya observó Álvarez de Miranda (2000b: 56), las causas de
aparición de una errata son diversas y no siempre son responsabilidad de los
lexicógrafos, también incumben a los tipógrafos o cajistas de imprenta. Además, en las
obras sustentadas en textos, los equívocos pueden surgir de una mala interpretación de
las fuentes primarias o de una lectura errónea. Todos los casos anteriores llevan al
registro de vocablos inexistentes fuera de los diccionarios «y permanecen en ellos hasta
que la investigación lexicográfica o textual revela su inadecuación» (Rojo 2014). Si la
errata no se corrige se generan lo que en la actualidad se designa palabra fantasma 149 o
fantasma lexicográfico (Álvarez de Miranda 2000b; Rojo 2014). A este último asunto
149
Álvarez de Miranda (2000b) ha señalado que el término ghost-words fue acuñado por los
lexicógrafos Walter Skeat y James Murray. Posteriormente esta denominación ha sido adoptada por otras
lenguas: mot-fantôme, palabra fantasma, etc.
178
CAPÍTULO 2. METODOLOGÍA
han dedicado sus investigaciones Álvarez de Miranda (1984, 2000b y 2007b),
Rodríguez Molina (2005), Quirós (2007) y Rojo (2005 y 2014).
Las ediciones del diccionario académico estudiadas en la presente tesis no están
exentas de erratas. Los trabajos realizados en los proyectos de investigación indicados
anteriormente han permitido identificar un considerable número de lemas con algún tipo
de incorrección 150. Estas erratas incluyen trueques entre grafías (adobeba en 1852 por
adobera, cenofegias en 1803 por cenopegias, farol 151 en 1817 por faron, etc.), supresión
o adición de alguna letra (consarar 1843-1852 por consagrar, gregorill en 1803 por
gregorillo, ramplojo en 1843-1869 por rampojo, etc.) o, incluso, de una sílaba (equirar
en 1803 por equiparar, italaliano en 1843 por italiano, etc.), entre otros.
Su identificación no siempre es fácil, sobre todo si no se encuentran registradas en
la fe de erratas de propio diccionario o perduran en la historia textual del repertorio. Lo
más frecuente es que el equívoco se detecte y se corrija en la edición posterior, aunque
es posible que permanezca en el cuerpo de la obra en diversas ediciones e, incluso,
«pueda llegar a sentar doctrina filológica» (Álvarez de Miranda 2000b: 57).
Normalmente, la palabra errada no respeta el orden alfabético del lemario, pues ocupa la
posición que le corresponde a la forma correcta. Un ejemplo de ello es la entrada berra
que aparece en las ediciones de 1843 a 1869 como berna, yerro que se mantuvo en el
diccionario por más de cuarenta años, puesto que no se solventó hasta la edición de
1884. La forma errónea, a pesar de no advertirse en la fe de erratas, aparecía en la
nomenclatura entre los artículos berniz y berraza.
150
La errata, como se ha observado en Clavería y Freixas (2018b: 131), cuando afectan a un lema
«influye directamente y de manera muy importante en la recuperación de la información del NTLLE. Las
erratas suelen manifestarse a través de una documentación única en todo el corpus de lemas del NTLLE y
provocan discontinuidades en la documentación lexicográfica».
151
En este caso, además, la forma de la errata coincide con otra palabra existente en el diccionario.
179
CAPÍTULO 2. METODOLOGÍA
Imagen 48. DRAE 1843-1869: s. v. berna.
La errata se trasvasó al diccionario de Castro (1852), donde, además, se cambió de
lugar siguiendo el orden alfabético correspondiente:
Imagen 49. Castro 1852: s. v. berna.
El papel de referente de la Academia, como se ha advertido en la investigación de
Rojo (2014), hace que «la propagación a otras obras se realice con mayor facilidad por
la relajación de las, por otra parte, escasas, medidas de seguridad y comprobación
practicadas en la lexicografía tradicional». Justamente esto es lo que sucedió en la obra
de Castro (1852).
En algunas ocasiones, las equivocaciones que afectan a las grafías se explican por
los abundantes cambios ortográficos que se incluyen en las ediciones del diccionario del
siglo XIX (cfr. Clavería y Freixas 2018b: 131-132; Blanco et al. 2019: 143). Como se
ha observado en Clavería (2018: 38), en la edición de 1817, además de por la celeridad
con la que se elaboró la obra, en la mayoría de los casos «las erratas son fruto del estado
de variabilidad que se registraba en la escritura de algunas palabras». Esta afirmación es
extensible a todas las ediciones de esta centuria. Ejemplo de ello son las permutaciones
y errores entre las grafías b y v (bribisco en 1803 por brivisco, corcobar en 1843 por
corcovar, dobelaje en 1843 por dovelaje, etc.), g y j (ambajes en 1899 por ambages,
consegil en 1803 por consejil), c y z (felizemente y lanzetazo en 1843 por felicemente y
lancetazo), presencia y ausencia de h (abuado en 1832 por abuhado, vahida en 1822
por vaida, etc.), entre otros 152. Por lo tanto, no siempre es posible deslindar las erratas
152
Como se puede observar en la fe de erratas de las distintas ediciones del diccionario académico, los
yerros debido a la variabilidad en la ortografía son más abundantes en la microestructura.
180
CAPÍTULO 2. METODOLOGÍA
de las variantes gráficas (§ 2.2.1.) o de los cambios gráficos realizados voluntariamente
(§ 2.2.2.).
En esta investigación, se han considerado errores y, por ello, no se han tenido en
cuenta en el análisis, las palabras que, por un lado, se hallan registradas en la fe de
erratas del propio diccionario y, por el otro, no respetan el orden alfabético dentro de la
macroestructura. En algunas ocasiones se cumplen las dos premisas, como en el lema
vahida, del que se advierte en 1822 que es un error por vaida. Además, se encuentra en
la nomenclatura después de vaho y antes de vaina. En otras, en cambio, solamente es
decisivo el orden alfabético como, por ejemplo, en la entrada marbete, que aparece en
las ediciones desde 1837 hasta 1869 como marvete. Esta palabra no se registra en la fe
de erratas de 1837, edición en la que se produce el yerro, pero aparece en el lemario
entre los artículos maravilloso y marca. En 1869 se detecta la incorrección y se advierte
en la fe de erratas de esta edición 153.
El examen filológico de los lemas que presentan erratas gráficas es imprescindible
en este estudio, pues su mala interpretación podría inducir al error y, por consiguiente, a
la suposición de estas como variantes o cambios gráficos.
2.3. Estudio contrastivo
Una vez se han compilado las fuentes que han servido de base para la investigación y se
han extraído y sistematizado los datos, se ha realizado un examen contrastivo entre las
diez ediciones del diccionario académico publicadas en el siglo XIX desde dos enfoques
distintos que se corresponden con las dos perspectivas metodológicas resultantes de la
recopilación de los datos: los fenómenos y las ediciones. Estos puntos de vista se
reflejan en los dos grandes apartados que constituyen el capítulo 4: 1. La representación
gráfica de los fonemas del español a través del diccionario y 2. La importancia de las
ediciones del diccionario del siglo XIX en el proceso de fijación ortográfica.
153
Cabe destacar que el error puede deberse a no reordenar la voz. Si fuese así, marvete se
consideraría un cambio gráfico de b a v de 1837. Sin embargo, en la tesis, se han considerado errores
ortográficos los casos que no respetan el orden alfabético dentro de la macroestructura. Las erratas se
encuentran en la nota 144.
181
CAPÍTULO 2. METODOLOGÍA
El primer epígrafe se ha examinado desde la perspectiva de la evolución interna
de cada fenómeno que presenta variabilidad ortográfica en las ediciones decimonónicas
del diccionario. La organización del apartado ha surgido de la casuística establecida
para el campo tipo de cambio gráfico incluido en la base de datos. Las modificaciones
gráficas se han examinado agrupadas según la siguiente distribución:
o Cambios en la escritura de los fonemas vocálicos:
•
i > y (bocoi > bocoy)
•
y > i (aceyte > aceite)
o Cambios en la escritura del fonema bilabial sonoro:
•
b > v (abeso > aveso)
•
v > b (talavera > talabera)
o Cambios en la escritura del fonema oclusivo velar sordo:
•
ch > c (christo > cristo)
•
ch > qu (chimérico > quimérico)
•
k > c (alkali > alcali)
•
k > qu (níkel > níquel)
•
qu > c (liquado > licuado)
•
qu > k (quermes > kermes)
o Cambios en la escritura del fonema fricativo interdental sordo:
•
c > z (arrocero > arrozero)
•
z > c (gazel > gacel)
o Cambios en la escritura del fonema fricativo velar sordo:
•
g > j (borragear > borrajear)
•
g > x (bardage > bardaxe)
•
j > g (alfanje > alfange)
•
j > x (burjaca > burxaca)
•
x > g (enxero > engero)
•
x > j (rebaxa > rebaja)
o Cambios en la escritura del fonema vibrante múltiple:
182
CAPÍTULO 2. METODOLOGÍA
•
r > rr (pelirojo > perlirrojo)
•
rr > r (bancarrota > bancarota)
o Cambios en la escritura de h:
•
Ø > h (ordio > hordio)
•
g > h (pariguela > parihuela)
•
h > Ø (harpeo > arpeo)
•
j > h (majarrana > maharrana)
•
y > h (contrayerba > contrahierba)
o Cambios en la escritura de los dígrafos con h:
•
ph > f (pharmacéutico > farmacéutico)
•
th > t (almicantarath > almicantarat)
o Cambios en la escritura de las consonantes dobles:
•
mm > m (ammi > ami)
•
nn > n (deganna > degana)
•
s > ss (lesueste > lessueste)
•
ss > s (accéssit > accésit)
o Cambios en la escritura de los grupos cultos:
•
bs > s (obscurar > oscurar)
•
c > sc (gradecer > gradescer)
•
mp > n (presumptuosidad > presuntuosidad)
•
ns > s (tránsfugo > trásfugo)
•
pt > t (séptuplo > sétuplo)
•
s > bs (supersubstancial > supersustancial)
•
s > ns (intrasmutable > intransmutable)
•
s > x (bisestil > bisextil)
•
sc > c (aterrescer > aterrecer)
•
t > ct (introdutorio > introductorio)
•
t > pt (setuagésima > septuagésima)
183
CAPÍTULO 2. METODOLOGÍA
•
x > s (mixtura > mistura)
En el anejo 4 se hallan clasificadas por ediciones y fenómenos todas las formas
que modifican su escritura en las ediciones del diccionario académico del siglo XIX.
En el segundo apartado se han expuesto las modificaciones en materia ortográfica
incluidas en la macroestructura de cada una de las ediciones del diccionario académico
publicadas en el período que comprende la tesis: 1803 (4.ª ed.), 1817 (5.ª ed.), 1822 (6.ª
ed.), 1832 (7.ª ed.), 1837 (8.ª ed.), 1843 (9.ª ed.), 1852 (10.ª ed.), 1869 (11.ª ed.), 1884
(12.ª ed.) y 1899 (13.ª ed.).
Esta doble perspectiva de análisis ha permitido conocer, por un lado, la evolución
de cada fenómeno durante el siglo XIX y, por el otro, la relevancia de cada edición para
la consolidación del sistema ortográfico del español.
3. RECAPITULACIÓN
En el presente capítulo se han expuesto, por un lado, las fuentes primarias sobre las que
se erige la investigación y, por el otro, se ha detallado la metodología empleada en este
estudio y la extracción de los datos.
Con el objetivo de trazar la evolución de la ortografía en el diccionario a lo largo
del siglo XIX, se han obtenido las alteraciones en materia ortográfica que se introducen
en la macroestructura de las diez ediciones decimonónicas del repertorio académico.
Los datos recopilados se han clasificado en variantes gráficas y cambios gráficos. Estos
datos sirven para reconstruir la historia de la fijación del sistema ortográfico del
español. Asimismo, se ha tenido en cuenta también distintos tratados lexicográficos y
ortográficos tanto académicos como no académicos.
El análisis permite conocer las ideas ortográficas propuestas por la Academia en
el diccionario y su evolución a lo largo del siglo XIX, una labor que no se ha realizado
hasta la fecha en ninguna investigación, ya que no existen estudios de conjunto sobre
todo el siglo XIX que determinen el papel del diccionario en el proceso de fijación
ortográfica. Los resultados del análisis se han expuesto en el capítulo 4 de la tesis.
184
CAPÍTULO 3
LA LABOR LEXICOGRÁFICA Y ORTOGRÁFICA DE LA
REAL ACADEMIA ESPAÑOLA EN EL SIGLO XIX
CAPÍTULO 3. LA LABOR LEXICOGRÁFICA Y ORTOGRÁFICA DE LA REAL ACADEMIA ESPAÑOLA EN EL SIGLO
XIX
INTRODUCCIÓN
El presente capítulo constituye el preámbulo al análisis que se realizará en el capítulo 4.
Se inicia con una introducción en la que se expone desde un perspectiva teórica la
complementariedad del diccionario y la ortografía desde los inicios de la Real Academia
Española con el objetivo de evidenciar la interdependencia de ambas obras (§ 1.).
En el segundo y el tercer epígrafe se ha desarrollado, tomando como referencia la
bibliografía existente y desde una perspectiva historiográfica, la historia del diccionario
académico, por un lado, y de la ortografía, por el otro. Se ha prestado especial atención
a las relaciones que se establecen entre las dos obras con el fin de determinar el reflejo
de las ideas ortográficas propuestas por la Academia en el repertorio lexicográfico y su
evolución a lo largo del siglo XIX.
A pesar de que la tesis se centra en el siglo XIX, ha sido necesario remontarse a la
centuria precedente para comprender el rumbo que toman estos tratados en la etapa
estudiada. Ambos períodos forman parte de un mismo proceso evolutivo en el trayecto
hacia la oficialización de la ortografía del español. Asimismo, también ha sido
conveniente hacer referencia a las obras de autores ajenos a la corporación como parte
integrante de un mismo contexto histórico y lingüístico.
1. LA COMPLEMENTARIEDAD DEL DICCIONARIO Y LA ORTOGRAFÍA
Todos los estudios en los que se traza la historia de la Real Academia Española (cfr.
Marqués de Molins (1861 [1870]; Lázaro Carreter 1980; Lapesa 1987; Zamora 1999;
Blecua 2006; Díaz Salgado 2011; Gutiérrez Ordoñez 2013; García de la Concha 2014)
comienzan con el relato de su fundación. Nació el 6 de julio de 1713 a raíz de unas
reuniones organizadas durante el mes anterior por don Juan Manuel Fernández Pacheco
y Zúñiga, marqués de Villena. El 3 de agosto de ese año se celebró la primera junta
testificada por escrito y en ella aparecen los nombres de los primeros fundadores: don
Juan de Ferreras, don Gabriel Álvarez de Toledo y Pellicer, don Andrés González de
Barcia, el padre Bartolomé Alcázar, Fray Juan Interián de Ayala, el padre José Casani,
186
CAPÍTULO 3. LA LABOR LEXICOGRÁFICA Y ORTOGRÁFICA DE LA REAL ACADEMIA ESPAÑOLA EN EL SIGLO
XIX
don Antonio Dongo Barnuevo, don Francisco Pizarro, don José de Solís Gante y
Sarmiento y don Vicencio Squarzafigo Centurión y Arriola. Los propósitos de este
grupo de doctos se correspondían con los ideales ilustrados de principios del siglo
XVIII, «período en el que se inició una renovación cultural a través de asociaciones
dedicadas al estudio de un ámbito concreto del saber» (Freixas 2010: 29, cfr. Esposito
2011: 353).
Igual que las academias europeas que la precedieron, la Accademia della Crusca
(1583) y la Académie Française (1635), la Academia Española nació con un ambicioso
programa basado en razones lingüísticas y socioculturales: por un lado, «fijár la puréza
y elegancia de la lengua Castellána» (Estatutos 1715: II), puesto que se creía que esta
había llegado a su perfección en el siglo pasado y, por el otro, aumentar y contribuir a la
gloria nacional. Lapesa (1968: 274-275) y, más específicamente, Lázaro Carreter (1985
[1949], 1980: 85) fueron los primeros investigadores en defender estos motivos
refutando las hipótesis que afirmaban que la Academia había nacido con objetivos
puristas 154. Esta tesis ha sido apoyada posteriormente por estudiosos como Fries (1989),
Sarmiento (2001), Ruhstaller (2003), Freixas (2006), Blecua (2006), Álvarez de
Miranda (2011a) o Esposito (2011), entre otros.
Para cumplir con los propósitos indicados se entendió que lo más necesario era la
elaboración de un repertorio lexicográfico, «el mas copióso que pudiére hazerse» y en el
que se reflejase «la grandeza y poder de la Léngua» (Diccionario de autoridades 1726:
I). El diccionario, por lo tanto, se concibió desde el inicio como el núcleo central de los
proyectos académicos y la lexicografía fue el primer campo al que la Academia prestó
toda su atención. Una vez acabada esta labor, se centraría en confeccionar otras obras
también necesarias para el Estado. Así aparece descrito en el capítulo quinto de los
Estatutos fundacionales:
154
Fries (1989: 21-22) y también Freixas (2003: 107) en su tesis doctoral indican que la idea de que la
Academia nació con objetivos puristas aparece en las reseñas históricas de Ferrer del Río (1870),
Marqués de Molins (1870) y Cotarelo y Mori (1914).
187
CAPÍTULO 3. LA LABOR LEXICOGRÁFICA Y ORTOGRÁFICA DE LA REAL ACADEMIA ESPAÑOLA EN EL SIGLO
XIX
Fenecido el Diccionário (que como vá expresado en el Capítulo primero,
debe ser el primer objéto de la Académia) se trabajará en una Grammática,
y una Poética Españólas, è História de la lengua, por la falta que hazen
España. Y en cuanto á la Rhetorica, podrá excusarse de trabajár de nuevo,
porque hai bastante escríto (Estatutos 1715: 21).
Asimismo, como tarea secundaria, y sin distraer a los académicos de su principal
objetivo, se analizarían obras en prosa y verso para profundizar en las reglas de escritura
del buen uso y a cada miembro se le encomendaría la preparación de un discurso para
ser leído en las juntas. No obstante, como es sabido, estas empresas no llegaron a su fin:
la Academia nunca publicó una poética ni una historia de la lengua y la confección de la
gramática se pospuso hasta el año 1740, la cual se publicó en 1770 (cfr. Garrido Vílchez
2011: 196).
Por lo tanto, aunque se preveía el tratamiento de algunas cuestiones ortográficas,
en los Estatutos no se contempló la elaboración de una ortografía, la cual nació, como
se ha repetido en numerosos trabajos (Lapesa 1987: 335; Martínez de Sousa 1991: 4149; Martínez Alcalde 2001: 199, 2007: 111-113 y 2010: 28-29; Sarmiento 2001: 20-21;
Alcoba 2012: 275; Freixas 2016: 113-148), «juntamente con el diccionario de la que
resulta un aspecto previo y complementario, pero fundamental» (Sarmiento 2001: 20).
La ortografía era necesaria para la homogeneización de las variantes documentadas en
el corpus textual que conformaba el Diccionario de autoridades, ya que, a inicios del
siglo XVIII, aunque ya se habían publicado abundantes propuestas que intentaban fijar
el sistema ortográfico del castellano (cfr. Esteve Serrano 1982; Azorín 1997; Maquieira
2011; Martínez Alcalde 2007), no había una norma común que rigiera la escritura de las
voces albergadas en el cuerpo de la obra (véase § 3.2.).
Así pues, desde los inicios de su creación, la Academia concentró sus esfuerzos en
la consolidación de la lengua española desde una triple perspectiva que abarca todos los
ámbitos lingüísticos: léxico, ortográfico y gramatical. Fries (1989: 92) califica esta labor
de fijación como sistemática y continua:
El trabajo de codificación llevado a cabo por la Academia se distingue por su
sistematicidad y continuidad. Tiene carácter sistemático en tanto que abarca
188
CAPÍTULO 3. LA LABOR LEXICOGRÁFICA Y ORTOGRÁFICA DE LA REAL ACADEMIA ESPAÑOLA EN EL SIGLO
XIX
todos los ámbitos de la lengua —léxico, gramática, ortografía y
pronunciación—, y se puede calificar de continuo, puesto que los
diccionarios, gramáticas, reglas de ortografía y de pronunciación han sido
repetidas veces reelaborados hasta el presente (Fries 1989: 92)
Sin embargo, a pesar de que es cierto que los tres tratados han sido reelaborados
repetidas veces, no todos se han publicado con la misma frecuencia y, en ocasiones,
sobre todo en el caso de la Gramática, la vigencia de algunas ediciones ha perdurado
tanto en el tiempo que los contenidos han quedado obsoletos (cfr. Gómez Asencio
2011a: 19). Garrido Vílchez (2008: 123) y Gómez Asencio (2011a: 17) sostienen que
«la RAE siempre ha puesto mayor premura, celo y diligencia en la factura, reforma,
corrección y ampliación de los diccionarios, y que las gramáticas han ido siempre a la
zaga» 155. Pese a ello, las tres obras han contribuido de manera decisiva al desarrollo de
estas ramas de la lingüística en el territorio hispánico.
Debido a la triple labor codificadora que se pretendía llevar a cabo, primero léxica
y ortográfica y después gramatical, ha existido cierta preocupación por establecer una
armonía entre el diccionario y la ortografía y la gramática, tratados que han auxiliado y
complementado al repertorio lexicográfico (cfr. Blanco Izquierdo 2018: 58). Este hecho
se refleja tanto de manera explícita, a través de los prólogos de las sucesivas ediciones
del diccionario en los que aparecen constantemente remisiones a la ortografía y a la
gramática (cfr. Alcoba 2012: 13; San Vicente y Lombardini 2012: 484; De Hériz 2018:
95), como implícita, es decir, en el cuerpo de la obra, ya sea a nivel macroestructural
(ordenación alfabética, uso de las mayúsculas, tratamiento de las variantes gráficas,
inclusión de voces gramaticales, tratamiento de la flexión verbal y nominal, etc.) o
155
Al respecto, Gómez Asencio (2011: 17-18) indica que «no es improbable que, aun siendo menos
veces editados, los diccionarios —textos: consultados a diario; atentos a las palabras aisladas y no a
estructuras abstractas […]; ajenos a la disciplina de una materia escolar generalmente árida; normativos
aun de modo implícito, sin necesidad de declaraciones expresas […]; disipador de inseguridades,
vacilaciones y dudas puntuales; guía segura, para cuyo manejo, acceso y uso no requiere de una
preparación especial: basta con saber buscar por orden alfabético— no es improbable [repito] que los
diccionarios hayan gozado de mayor prestigio y atractivo […] y, en consecuencia, hayan desempeñado un
papel notablemente mayor que las gramáticas en la labor de encauzamiento de la lengua y de
configuración de la norma».
189
CAPÍTULO 3. LA LABOR LEXICOGRÁFICA Y ORTOGRÁFICA DE LA REAL ACADEMIA ESPAÑOLA EN EL SIGLO
XIX
microestructural (indicaciones de carácter ortográfico, precisiones en la articulación de
las palabras, abreviaturas gramaticales, definiciones en metalengua de signo, etc.).
En este sentido, Val Álvaro (1992: 10) señaló que la primera obra lexicográfica
académica sirvió para difundir una propuesta ortográfica y, además, transmitió ideas
gramaticales, afirmación que se puede extender a las ediciones siguientes:
Este primer diccionario académico cumple una misión importante: es un
instrumento clave para el conocimiento del léxico y la fijación ortográfica.
Pero también, y aunque no suple la necesidad de un tratado gramatical,
puede servir de guía elemental para la comprensión de los conceptos básicos
de la gramática (Val Álvaro 1992: 10).
El repertorio lexicográfico, por lo tanto, en consonancia con las afirmaciones de
Quilis Merín (2013: 491) se muestra útil «al analizar las gramáticas subyacentes en ellos
[…] y en la constatación de aspectos de los cambios fónicos en la historia del español».
El vínculo del diccionario con la ortografía, objeto de estudio de la presente tesis,
se manifiesta categóricamente en la «arquitectura visual» de la obra, expresión utilizada
por Catach (1989: 504) para referirse a las palabras como predicados gráficos, las cuales
son un fiel reflejo de las normas ortográficas de la época. Además, como se expondrá en
el § 3.2, la Academia utilizó las primeras ediciones del repertorio lexicográfico como un
«campo de ensayo» para incluir modificaciones o reformas ortográficas (Quilis Merín
2009: 97). En consonancia con ello, se puede afirmar que el diccionario de la Academia
adquirió un papel fundamental en el proceso de consolidación ortográfica de las voces y
en la fijación del sistema ortográfico del español. Este hecho ha centrado recientemente
la atención de los investigadores en el examen de las relaciones de ambas obras (véase
§ 3.).
La interdependencia del diccionario y la ortografía ha sido explicada por Alcoba
(2012: 274) de la siguiente manera:
Primero, el diccionario depende de la fijación ortográfica, porque si no
dispone de una ortografía, de un “libro de estilo”, el diccionario en la
disposición de lemas y artículos es inviable. Segundo, la ortografía depende
del diccionario: porque el diccionario sanciona la ortografía de las palabras,
190
CAPÍTULO 3. LA LABOR LEXICOGRÁFICA Y ORTOGRÁFICA DE LA REAL ACADEMIA ESPAÑOLA EN EL SIGLO
XIX
es el referente de uso de las palabras, y, por tanto, así, normaliza y fija su
ortografía.
Por lo tanto, el ámbito multidisciplinar que caracteriza al diccionario ha llevado
concebirlo actualmente como una herramienta capaz de resolver dudas, no solamente
léxicas, sino también ortográficas y gramaticales (Catach 1989: 501; Alcoba 2007a: 12;
Quilis Merín 2009a: 529; Buenafuentes 2017: 48), lo que se ha vinculado a la finalidad
didáctica de dicho repertorio. La mayor muestra de ello es el Diccionario panhispánico
de dudas (2005), a pesar de que algunos de sus contenidos ya han quedado obsoletos, se
da respuesta a las cuestiones más habituales que plantea el uso del español, ya sean de
tipo «fonográfico (pronunciación, acentuación, puntuación, grafías, etc.), morfológico
(plurales, femeninos, formas de la conjugación, etc.), sintáctico […] o lexicosemántico
(impropiedades léxicas, calcos semánticos censurables, neologismos y extranjerismos o
topónimos y gentilicios de grafía dudosa o vacilante)» (DPD 2005) (véase capítulo 1,
§ 3.3.1.).
2. LA LABOR LEXICOGRÁFICA DE LA REAL ACADEMIA ESPAÑOLA
Desde la publicación del Diccionario de autoridades (1726-1739) ha sido constante la
preocupación de la Academia por cuestiones (meta)lexicográficas que afectaban a la
configuración del repertorio. Este hecho se demuestra en la atención que se ha prestado
al diccionario y en las mejoras que se han pretendido llevar a cabo en cada una de las
ediciones publicadas.
En 1780, debido a la lentitud en la corrección del Diccionario de autoridades, la
Academia emprendió un largo camino que se convirtió en definitivo: la publicación del
diccionario reducido a un único tomo, del cual se imprimieron tres versiones en el siglo
XVIII: 1780 (1.ª ed.), 1783 (2.ª ed.) y 1791 (3.ª ed.).
En el siglo XIX, período que comprende esta tesis, vieron la luz diez ediciones del
Diccionario de la lengua castellana: 1803 (4.ª ed.), 1817 (5.ª ed.), 1822 (6.ª ed.), 1832
(7.ª ed.), 1837 (8.ª ed.), 1843 (9.ª ed.), 1852 (10.ª ed.), 1869 (11.ª ed.), 1884 (12.ª ed.) y
1899 (13.ª ed.), cada una de ellas particular en algún sentido. La continuidad en la
191
CAPÍTULO 3. LA LABOR LEXICOGRÁFICA Y ORTOGRÁFICA DE LA REAL ACADEMIA ESPAÑOLA EN EL SIGLO
XIX
elaboración de nuevas ediciones demuestra la vitalidad del diccionario académico, el
cual ha marcado la trayectoria de toda la lexicografía española llegando a ser el patrón
de las obras posteriores (Alvar Ezquerra 2007: 270). En la centuria decimonónica
también se publican una serie de repertorios de otros autores «que van creando un
ambiente muy fructífero y adecuado para el desarrollo de la lexicografía del español»
(Garriga 2001: 263). Por todo ello, el siglo XIX ha sido definido por los especialistas
como el Siglo de Oro de la lexicografía.
Como se podrá comprobar en las páginas siguientes, la atención prestada a la
labor lexicográfica de la Academia también se refleja en la bibliografía, puesto que son
numerosas las investigaciones que tienen como objeto el estudio del diccionario.
2.1. El siglo XVIII
El origen de la lexicográfica académica es uno de los períodos más tratados de la
historia de la Real Academia Española. Son numerosos los estudios sobre los propósitos
de su fundación, su relación con otras Academias europeas y las peculiaridades del
primer diccionario, el cual ha suscitado el interés de muchos estudiosos.
Si se tiene en cuenta la bibliografía existente en torno al Diccionario de
autoridades se puede esbozar el estado de los estudios sobre este período en cuatro
grandes grupos. En primer lugar, se sitúan las investigaciones que han atendido a la
historia externa del repertorio, es decir, al contexto histórico que propició la gestación
de la Academia, su relación con las otras Academias europeas y el proceso de redacción
y posterior publicación del diccionario. En este conjunto se distinguen aportaciones de
referencia como las de Lázaro Carreter (1972), Lapesa (1987), Fries (1989), Bomant
(2001), Blecua (2006), Freixas (2004a, 2010 y 2012), García de la Concha (2014: 3470) o González Ollé (2014). Estos trabajos ofrecen una detallada visión del período que
transcurre desde que se inicia el proyecto en 1713 hasta que se publica el último tomo
en 1739 o, en algunos casos, la segunda edición en el año 1770. En ellos se narran las
vicisitudes en la redacción de la obra y la labor de los académicos, así como la
interpretación de sus objetivos, el programa de actividades y las ideas lingüísticas, sobre
192
CAPÍTULO 3. LA LABOR LEXICOGRÁFICA Y ORTOGRÁFICA DE LA REAL ACADEMIA ESPAÑOLA EN EL SIGLO
XIX
las que se llevan a cabo excelentes reflexiones. Estas investigaciones constituyen un
marco de referencia excepcional para el análisis interno del Diccionario de autoridades
y se consideran como las principales fuentes de información sobre la Real Academia
Española.
En segundo lugar, destacan los estudios que analizan el contenido del diccionario,
ya sea de manera general (Ruhstaller 2003; Álvarez de Miranda 2011a: 17-54; Pascual
Fernández 2013) o centrándose en cuestiones particulares de la obra lexicográfica desde
distintas perspectivas. Las investigaciones parciales que abordan aspectos internos del
Diccionario de autoridades son muy numerosas y tienen como objetivo evidenciar la
modernidad que lo caracteriza. Un tema recurrente en la bibliografía son las autoridades
escogidas para su elaboración (Jiménez Ríos 2000; Ruhstaller 2000 y 2008; Florit 2001;
Freixas 2003, 2004b y 2006; Álvarez de Miranda 2005; Almeida 2012; Prieto 2015;
Rojo 2016). Del conjunto de estos trabajos se puede obtener la nómina de autores que la
Academia propuso como modelo lingüístico. Asimismo, ha interesado a los estudiosos
el tipo de léxico que se decidió incluir en la nomenclatura. En este sentido, gran parte de
los trabajos se centran en analizar los neologismos, principalmente galicismos por las
relaciones entre ambos países (Martinell 1984; Corbella 1994; Jiménez Ríos 2002b), los
tecnicismos (Gutiérrez Rodilla 1993; Gómez-Pablos 2002; Henríquez 2004; Sánchez
Lollett 2012; Pascual Fernández 2013) y la variación diatópica (Salvador Rosa 1985;
Alvar Ezquerra 1993a; Aliaga 1994; Cala 2001-2002; Fernández Gordillo 2005;
Montero 2006; Campos y Pérez Pascual 2012 o Pérez Pascual 2016a). También se ha
analizado el tratamiento de algunos grupos léxicos, como, por ejemplo, los participios
pasivos (Jiménez Ríos 1999), las locuciones conjuntivas (González Orejón 2001), los
diminutivos (Ruhstaller 2001), los adverbios en -mente (Henríquez 2007), los
gentilicios (García Padrón 2014) y los superlativos (Rojo 2019). En cuanto a la
microestructura, se ha prestado atención a las etimologías, las correspondencias latinas
de algunas voces del lemario (Jiménez Ríos 2006 y 2013c) y las unidades fraseológicas
(Scandola 2004 y Julià y Paz 2012).
193
CAPÍTULO 3. LA LABOR LEXICOGRÁFICA Y ORTOGRÁFICA DE LA REAL ACADEMIA ESPAÑOLA EN EL SIGLO
XIX
En tercer lugar, se hallan los trabajos que comparan el Diccionario de autoridades
o algún aspecto en concreto de este con otras obras extraacadémicas, principalmente,
por motivos cronológicos, con el Diccionario Castellano con las voces de ciencias y
artes y sus correspondientes en las tres lenguas francesa, latina é italiana de Esteban
de Terreros y Pando (Romero Gualda 1992; Jiménez Ríos 1998; Azorín 2004; Almeda
2015). En estas investigaciones se intenta averiguar la dependencia existente entre
ambos repertorios y como el diccionario de Terreros vino a cubrir el hueco que la
Academia dejó en el ámbito de las voces pertenecientes a las ciencias y artes.
Finalmente, aunque son menos abundantes, existen investigaciones que examinan
el proceso de fijación ortográfica (Alcoba 2007a y Freixas 2016) o el reflejo de las ideas
gramaticales (Val Álvaro 1992 y Marcet 2009) de la propia Academia en el Diccionario
de autoridades y en las primeras ediciones del diccionario usual.
Todos los estudios señalados contribuyen a la reconstrucción de la historia externa
e interna del primer diccionario publicado por la Academia, y el primero también de
carácter general y monolingüe del español, el cual inauguró, en consonancia con los
expertos, la lexicografía moderna en España. Estos trabajos son imprescindibles para
comprender el rumbo que tomaron los repertorios posteriores, los cuales, por lo menos
hasta inicios del siglo XIX, siguen la estela de su predecesor. El número tan elevado de
investigaciones refleja la importancia del Diccionario de autoridades en el ámbito de la
lexicografía hispánica.
2.1.1. El origen de la lexicografía académica: el Diccionario de autoridades
Teniendo en cuenta las aportaciones de las investigaciones señaladas anteriormente y la
propia Historia de la Real Academia Española redactada por José Casani, la idea de
confeccionar un diccionario se inició el 10 de agosto de 1713, fecha en la que se aprobó
una guía de trabajo preparada por Andrés González de Barcia en la que quedaron
esbozados los cimientos sobre los que se fundaría el repertorio. Esta Planta ha sido
analizada en las investigaciones de Blecua (2006: 42), Freixas (2010: 139) y Garriga y
Rodríguez Ortiz (2010: 33). En estos trabajos se ha puesto de manifiesto que en la guía
194
CAPÍTULO 3. LA LABOR LEXICOGRÁFICA Y ORTOGRÁFICA DE LA REAL ACADEMIA ESPAÑOLA EN EL SIGLO
XIX
se trataron cuestiones que afectaban, sobre todo, al tipo de léxico que se debía recoger
en la macroestructura del diccionario, a la información gramatical (partes de la oración,
irregularidades verbales, voces gramaticales, etc.) y a cuestiones ortográficas (variantes
gráficas, duplicaciones consonánticas, acentos, etc.) y de estilo (redacción y distribución
de los artículos). No obstante, la información que contenía la Planta era muy general,
por lo que pronto surgieron algunos problemas no previstos inicialmente y se tuvo que
ampliar a medida que se iba elaborando el diccionario.
Desde 1714 hasta 1723, la labor de recogida de voces y posterior redacción se
dividió entre todos los académicos 156, primero en combinaciones de letras y después en
letras íntegras para cada uno. Lázaro Carreter (1972: 113-119) muestra en el apéndice II
de su Crónica la distribución del trabajo por combinaciones y letras y el calendario de
este. A pesar de que la labor se repartió entre todos los académicos, José Casani explicó
en la Historia de la Real Academia Española que los más constantes en su ejercicio
fueron solamente siete de ellos: Adrián Conink, Vicencio Squarzafigo, Juan de Ferreras,
Fernando de Bustillo, José Casani, Juan Interián de Ayala y Manuel de Villegas. El
trabajo en equipo permitía avanzar de manera, más o menos, rápida, pero presentaba el
inconveniente de no resultar tan uniforme en la escritura y el estilo 157. Por ello, en 1723
el diccionario se sometió a una profunda revisión para obtener una mayor uniformidad y
sistematicidad.
Finalmente, tras una serie de inconvenientes 158, en 1726 vio la luz el primer tomo
del Diccionario de la lengua castellana, en que se explica el verdadero sentido de las
voces, su naturaleza y calidad, con las phrases o modos de hablar, los proverbios o
refranes, y otras cosas convenientes al uso de la lengua formado por las letras A y B.
156
Esta manera de trabajar, tal y como ha observado García de la Concha (2014: 60), difiere del
método utilizado para el Dictionnaire en el que se encargó toda la labor de redacción a una única persona.
157
Es importante destacar este hecho, ya que en todas las críticas e investigaciones sobre el
diccionario se ha señalado la falta de sistematicidad y homogeneidad de este.
158
Los inconvenientes que retrasaron el trabajo de impresión los relata Casani en la «Historia de la
Real Academia Española» (XXXIX-XL). Este autor alude a los errores de imprenta en la corrección de
las primeras pruebas, a la falta de papel «que no solo en nuestros Réinos estaba escáso, sino también en la
general fábrica de Génova» o a la muerte del primer fundador el Marqués de Villena. Casani cuenta que
su fallecimiento estuvo a punto de deshacer la corporación, puesto que dejó a los académicos «assustados,
divididos, balbucientes, y atónitos […]. Cada uno falto de consejo, le buscaba en su afligido compañero».
195
CAPÍTULO 3. LA LABOR LEXICOGRÁFICA Y ORTOGRÁFICA DE LA REAL ACADEMIA ESPAÑOLA EN EL SIGLO
XIX
Las páginas preliminares se distribuyeron en siete apartados distintos cuyos títulos eran
los siguientes: prólogo, historia de la Real Academia Española, discurso proemial
sobre el origen de la lengua castellana, discurso proemial sobre las etymologias,
discurso proemial de la Ortographia de la lengua castellana ylista de los autores
elegidos por la Real Academia Española. Trece años más tarde ya estaban impresos los
demás volúmenes: 1729 (letra C), 1732 (letras D-F), 1734 (letras G-N), 1737 (letras OR) y 1739 (letras S-Z). Justamente los mismos años que transcurrieron desde que se
concibió el proyecto hasta la publicación del primer tomo. Este desajuste temporal ya
fue advertido por Lázaro Carreter (1972: 55) y, más reciente, por García de la Concha
(2014: 67), quienes indican que en esos primeros años también se acopió material de las
demás letras, además de estar más consolidado el método lexicográfico.
Lo cierto es que, como se ha demostrado en diversos estudios (Ruhstaller 2003:
240; Freixas 2010: 48; Álvarez de Miranda 2011a: 18, entre otros), aun partiendo del
modelo del diccionario de la Académie Française y de la Accademia della Crusca, el
Diccionario de autoridades se distancia de la primera en cuanto a la normatividad que
caracteriza al Dictionnaire y sigue el enfoque descriptivo utilizado en la tercera edición
del Vocabolario degli accademici della Crusca (1691). Según se señala en Freixas
(2010: 48), esta versión del repertorio contiene una renovación, «en la que se ampliaron
los criterios lexicográficos iniciales, hasta el punto de que se aumentó el número de
textos del corpus y se dio una mayor cabida al léxico contemporáneo y a las voces de la
ciencia y de la técnica». Por lo tanto, los principios que guiaron la confección del
Diccionario de autoridades se remontan a la tercera edición del diccionario italiano.
«La modernidad lexicográfica» que caracteriza al repertorio ha sido analizada por
Ruhstaller (2003: 240) y Álvarez de Miranda (2011a: 17-54), quienes observan en el
diccionario una obra adelantada a su época tanto en lo que se refiere al tipo de léxico
que se incluye como a las autoridades escogidas para atestiguar el uso de las acepciones
de las voces.
Desde el punto de vista de la historia de la lexicografía, es una obra que se
adelantó notablemente a su tiempo: gracias al Diccionario de autoridades la
196
CAPÍTULO 3. LA LABOR LEXICOGRÁFICA Y ORTOGRÁFICA DE LA REAL ACADEMIA ESPAÑOLA EN EL SIGLO
XIX
lengua española podía legítimamente vanagloriarse, a mediados del siglo
XVIII, de tener el mejor diccionario de Europa. Autoridades es uno de los
primeros grandes diccionarios modernos, y el mejor de su tiempo
precisamente porque en él el afán descriptivo logró imponerse sobre el
espíritu normativo (Álvarez de Miranda 2011a: 18).
La novedad se atribuye, fundamentalmente, al sustento de la obra en una base
documental construida a partir de un corpus de textos. Freixas (2010: 95) indica, al
respecto, que el uso de las autoridades es «el principio metodológico más sobresaliente»
de este diccionario. La comprobación del uso de cada voz con una cita de autoridad se
deriva del Vocabolario, aunque, a diferencia de este, que multiplicaba las autoridades, la
Academia, para evitar «esta prolixidád», fijó un límite de dos o tres, las suficientes para
atestiguar su naturaleza y ejemplificar el uso de los significados de la voz. La amplitud
mostrada por la Academia hizo que se acogiera un gran número de vocablos, algunos de
ellos recogidos sin autoridad, ya fuese por su condición de vulgares y, por lo tanto, su
ausencia en los «escritos sérios» (Diccionario de autoridades 1726: prólogo) o, como se
ha demostrado en Freixas (2010: 325), por ser dialectalismos o voces de especialidad.
La Academia también se mostró innovadora en la selección del lemario. Esto
mismo se ha demostrado en Ruhstaller (2003), Freixas (2006), Álvarez de Miranda
(2011a) y González Ollé (2014). Mientras que la Académie Française intentaba depurar
la lengua «de arcaísmos, neologismos, regionalismos, barbarismos, coloquialismos, etc.
con la aspiración puesta en fijar el uso de la Corte» (González Ollé 2014: 16), la
Academia pretendía incluir en su diccionario todo tipo de voces, tanto las «que están
recibídas debidamente por el uso cortésano, y las que están antiquádas, como también
las que fueren baxas, ò bárbaras» (Estatutos 1715: 12). Asimismo, a diferencia del
Dictionnaire de la Académie Française, que se centraba en el francés hablado en París,
y el Vocabolario de la Accademia della Crusca, en el italiano toscano-florentino
(Lázaro Carreter 1972: 42; García de la Concha 2014: 52), los académicos abrieron el
repertorio a todas las provincias españolas. La investigación de Salvador Rosa (1985)
aporta datos interesantes sobre este asunto. Según los recuentos de esta autora, en el
Diccionario de autoridades se registran unas 1400 voces marcadas diatópicamente. La
197
CAPÍTULO 3. LA LABOR LEXICOGRÁFICA Y ORTOGRÁFICA DE LA REAL ACADEMIA ESPAÑOLA EN EL SIGLO
XIX
región más favorecida fue Aragón, a la que han dedicado sus estudios Alvar Ezquerra
(1993) y Aliaga (1994, 1997 y 2000). También se ha prestado atención a las voces
gallegas (Campo y Pérez Pascual 2012), extremeñas (Montero Curiel 2006), al léxico de
Cantabria (2018 y 2019) y a los indoamericanismos (Cala 2001-2002; Fernández
Gordillo 2005-2006; Gómez Pablos 2017). La variedad diatópica recogida en el lemario
ha llevado a considerar el modelo de lengua expuesto en el repertorio léxico «como un
complejo dialectal» (Álvarez de Miranda 2011a: 23).
Con relación a la concepción del idioma español como un conjunto dialectal, ha
interesado a los investigadores la elección del adjetivo castellano para hacer referencia
al diccionario: Diccionario de la lengua castellana, en que se explica el verdadero
sentido de las voces, su naturaleza y calidad, con las phrases o modos de hablar, los
proverbios o refranes, y otras cosas convenientes al uso de la lengua. Amado Alonso
(1943) expone dos tesis acerca de este hecho. La primera, de carácter histórico, se basa
en el papel de Castilla como cuna del idioma. La segunda atiende a cuestiones políticas
y se refiere al centralismo borbónico el cual desea configurar la vida nacional según el
modelo castellano. Estas dos hipótesis son objetadas por Lázaro Carreter (1972: 25-28).
Respecto a la primera, señala que la Academia por aquel entonces no tenía «una noticia
clara del papel de Castilla en la formación del idioma», como se muestra en el Origen
de la lengua castellana publicado en los preliminares del Diccionario de Autoridades, y
sitúa el nacimiento del español en territorio asturleonés. En cuanto a la segunda, indica
que no existe un exclusivismo cortesano ni centralista, puesto que los académicos
pertenecían a diferentes provincias españolas y el Diccionario no refleja solamente el
uso de la Corte, como sí lo hace, por ejemplo, el Dictionnaire francés. Lázaro Carreter
(1972: 31) atribuye la elección de castellana a una cuestión puramente estilística: para
no repetir el mismo adjetivo en la combinación Diccionario de la lengua española, de la
Real Academia Española. En aquellos años, ambos adjetivos, española y castellana, se
utilizaban como sinónimos estrictos 159 (cfr. Mondéjar 2002).
159
Para reforzar esta hipótesis ofrece como ejemplo el uso indistinto de castellano y español en el
Thesoro de la Léngua Castellana, ò Españóla de Sebastián de Covarrubias (1611).
198
CAPÍTULO 3. LA LABOR LEXICOGRÁFICA Y ORTOGRÁFICA DE LA REAL ACADEMIA ESPAÑOLA EN EL SIGLO
XIX
Asimismo, también se ha considerado una particularidad del Diccionario de
autoridades que los académicos incluyeran, aunque en un primer momento no estuviese
previsto, los términos «de la Gerigonza ò Germanía, de que suelen usar los que
vulgarmente se llaman Gitanos, y los preciados de guapos para entenderse entre sí», así
como las vulgares (Diccionario de autoridades 1726: V). Estas voces se extrajeron en
su totalidad del Vocabulario de Juan Hidalgo (1609) (Bomant 2008: 51). La decisión de
incluir este léxico jergal fue duramente criticada por autores como Antonio de Capmany
(1786: CLXX), quien defendía que la mayoría de estas voces eran inventadas o ya se
habían quedado anticuadas:
Muchos de los vocablos de la germanía son inventados por capricho, sin
conexión alguna con el castellano; otros son tomados de esta lengua,
trocadas las sílabas; otros son enteros y claro, pero mudada su primera y
natural acepción; y otros son palabras anticuadas, sin contar algunas
adoptadas de varias provincias, como propio lenguaje de gente vaga y
colecticia. Pero esta jerigonza se ha mudado casi cada diez años, cuyo
trastorno dictaban la necesidad y el miedo. Así es que el vocabulario escrito
de la germanía, hoy no es entendido de ningún individuo de estas familias,
aun de los más ancianos: experiencia que he practicado por mí mismo (de
Capmany 1786: CLXX).
Este es el aspecto que más distancia al Diccionario de autoridades de sus modelos
europeos, más restrictivos en este sentido.
En cambio, la Academia se mostraba más reticente con la inclusión de palabras
nuevamente introducidas en la lengua y de las pertenecientes a determinadas ciencias,
artes y oficios que no habían traspasado al uso común. Para las primeras, se indicaba
que todavía no había testimonios escritos (Lázaro Carreter 1972: 44) y, por lo tanto,
carecían de autoridad. Sin embargo, en los estudios de Corbella (1994) y Jiménez Ríos
(2002b) se ha comprobado que en el cuerpo de la obra se incluyeron extranjerismos sin
autoridad, especialmente galicismos debido a las influencia y el prestigio de la cultura
francesa en el período dieciochesco (blondo «voz Francesa nuevamente introducida en
nuestro idioma», cadete «Es voz Francesa, introducida poco ha en las tropas»). Para las
segundas, decidió la Academia preparar un diccionario —que nunca vería la luz— en el
199
CAPÍTULO 3. LA LABOR LEXICOGRÁFICA Y ORTOGRÁFICA DE LA REAL ACADEMIA ESPAÑOLA EN EL SIGLO
XIX
que se recogiesen todos los términos de especialidad e incluir en este solamente las más
frecuentes en el uso.
A pesar de la modernidad que caracteriza al diccionario, puesta de relieve en
todos los estudios, la Academia se mostró crítica con su obra y ya en el primer volumen
advirtió a los lectores de los errores que pudieran encontrar y de la posibilidad de
confeccionar una segunda edición para subsanarlos:
Sin duda que en esta primera impresión se echarán de menos algunas, y se
notarán otras con muchos errores, ò equivocaciones, en que inculpablemente
se haya incurrido; pero una obra tan grande como la del Diccionario no
puede salir de una vez con toda la perfección que debe, […] además, que
ningun Vocabulario, ni Diccionario salió de la priméra edición tan perfecto,
que no haya sido preciso corregirle, y emendarle en las siguientes
impressiones (Diccionario de autoridades 1726: II-III).
Con esta idea de imperfección, antes incluso de acabar el último tomo, se pensó
en la posibilidad de elaborar un suplemento para poder subsanar los errores e incluir
voces que no estuviesen en la nomenclatura. Por ello, en 1743 se imprimieron unas
Reglas para trabajar con uniformidad en la corrección y suplemento del Diccionario.
La empresa del suplemento se abandonó en 1753 y se planteó la idea de trabajar en una
nueva edición. Este hecho obligó a los académicos a modificar las primeras Reglas y, ya
pensadas para la segunda edición del diccionario, se publicaron en 1757 unas Nuevas
reglas que ha formado la Academia Española para la corrección, y aumento del
Diccionario. Las Plantas de 1757 se reimprimieron en 1764 y en 1770 160, «parte de
cuyo contenido pasará al prólogo del diccionario» (Álvarez de Miranda 2000a: 37).
La organización y el contenido de estas Reglas es objeto de examen en los
estudios de Garriga y Rodríguez Ortiz (2010) y Freixas (2012); en este último trabajo se
analiza el método lexicográfico empleado por la Academia entre los años 1732 —fecha
en la que se concibe la elaboración del suplemento— y 1770 —año de publicación del
primer y único tomo de la segunda edición del Diccionario de autoridades—. En estos
160
Para la datación de este texto, véase Álvarez de Miranda (2000a: 43). Este autor explica las razones
por las que considera que la publicación de estas Reglas es en 1770 y no en 1760 como aparece —con
interrogante— en el catálogo de la Biblioteca de la RAE.
200
CAPÍTULO 3. LA LABOR LEXICOGRÁFICA Y ORTOGRÁFICA DE LA REAL ACADEMIA ESPAÑOLA EN EL SIGLO
XIX
treinta y ocho años los académicos no trabajaron siempre con la misma constancia e
intensidad en la revisión del diccionario, ya que sus esfuerzos se centraron también en la
redacción de la Orthographia (1741) y de su primera Gramática (1771).
Tal y como ha observado Freixas (2012: 306), en las Reglas de 1757, las primeras
pensadas exclusivamente para la segunda edición del diccionario, existe un afán por
ampliar la nomenclatura influenciado por los diccionarios enciclopédicos que se estaban
llevando a cabo por esos años en el país vecino. Se amplía considerablemente el criterio
de selección del léxico mediante la inclusión de voces dialectales, términos de ciencias,
artes y oficios, refranes y frases proverbiales corrientes en el uso, gentilicios, nombres
propios de persona, neologismos, tiempos irregulares de los verbos 161, con el propósito
de «facilitar su inteligencia á los Estrangeros», derivados regulares sin autoridad 162,
exceptuando aquellos que tengan alguna peculiaridad en su formación o significado, y
verbos recíprocos y reflexivos que adquieran alguna particularidad en el significado al
añadirse el pronombre. En las Plantas posteriores, publicadas en 1764 y 1770, se
reiteran estas directrices, aunque en estas últimas se elimina el párrafo en el que se
proponía incluir en artículos independientes los usos pronominales de los verbos que
tuviesen distinto significado de los transitivos e intransitivos y se incluyó una novedad
respecto al léxico de especialidad: «De las voces de artes y ciencias solo se han de poner
aquellas que estan recibidas en el uso comun de la lengua» (Reglas 1770: 16).
Las innovaciones macroestructurales de la segunda edición del Diccionario de
autoridades, tanto el aumento como las supresiones y los cambios, han sido estudiadas
en profundidad por Garrido Moraga (1987 y 1992). Este autor (1992: 269), teniendo en
cuenta las pautas de las Reglas comentadas anteriormente, opina que «la voluntad de
selección [del léxico] es totalizadora», puesto que abarca desde el uso antiguo hasta el
161
En el prólogo de la edición de 1770 se indica que «En la primera edicion se notaron en los mismo
verbos sus irregularidades, pero despues ha parecido que esto toca advertirse en la Gramática, y que en el
Diccionario deben ponerse estos tiempo para facilitar su inteligencia, pues quien acude á él quiere hallar
explicada en su propio lugar la misma voz que busca, que es una de las principales utilidades de este
género de obras» (Diccionario de autoridades 1770: prólogo).
162
Este criterio varía respecto a las Reglas 1743 en las que se apela a la autoridad para introducir los
derivados regulares, es decir, diminutivos, aumentativos, superlativos adverbios en –mente y «otras voces
fácilmente formables».
201
CAPÍTULO 3. LA LABOR LEXICOGRÁFICA Y ORTOGRÁFICA DE LA REAL ACADEMIA ESPAÑOLA EN EL SIGLO
XIX
común y corriente de la lengua. Según los cómputos de Garrido Moraga (1992: 274), se
incluyen en el primer tomo 2620 entradas nuevas y se suprimen un total de 625 163. Son
significativas estas cifras si se tiene en cuenta que solamente se refieren a las letras A y
B, lo que demuestra el detenimiento con el que revisaron la primera edición.
Más recientemente, Pascual Fernández (2013 y 2014) también ha estudiado este
primer tomo de la segunda edición del Diccionario de autoridades. En el análisis de su
tesis doctoral ofrece una descripción general de la obra. En su opinión, la modernidad
de esta edición recae en el sistema de abreviaturas empleado, el cual se generalizará en
la lexicografía posterior, en la corrección de las definiciones para clarificarlas, en el uso
de ejemplos inventados, a pesar de haber criticado este hecho a la Académie, y en el
tratamiento de los verbos pronominales. Pascual Fernández (2013: 505-506) afirma que
esta segunda edición inacabada se presenta como el nexo entre el primer diccionario y
las sucesivas ediciones del diccionario usual. Las innovaciones introducidas influyeron
en el repertorio lexicográfico académico hasta bien entrado el siglo XIX.
2.1.2. Del Diccionario de autoridades al diccionario usual
Una vez publicado el primer tomo de la segunda edición del Diccionario de autoridades
en 1770, la Academia prosiguió con la corrección y aumento de la letra C. No obstante,
en el año 1777, a causa de la lentitud del trabajo y de la demanda del público, se decidió
compaginar la labor de corrección con la elaboración de otro modelo de diccionario más
manejable y asequible económicamente. El precio de sus obras, según señala Zamora
(1999: 373), es un aspecto que ha preocupado desde siempre a la Academia.
Finalmente, en 1780 se publicó el Diccionario de la lengua castellana compuesto por la
Real Academia Española, reducido á un tomo para su mas fácil uso, denominado en la
actualidad como diccionario usual. En las investigaciones que presentan un recorrido
lexicográfico por la historia de la Academia y, en especial, en la de Seco (2003: 237258), dedicada a esta edición en particular, y en la de Álvarez de Miranda (2011a: 41),
163
Para conocer el tipo de léxico de la ampliación o supresión, véase Garrido Moraga (1987 y 1992).
202
CAPÍTULO 3. LA LABOR LEXICOGRÁFICA Y ORTOGRÁFICA DE LA REAL ACADEMIA ESPAÑOLA EN EL SIGLO
XIX
se define este repertorio como un «éxito perjudicial», puesto que su nacimiento conllevó
la muerte del modelo anterior.
La nueva versión de la obra supuso la transformación de la técnica lexicográfica
empleada para el Diccionario de autoridades. En el prólogo se anunciaron las medidas
que se habían tomado para compendiar el repertorio. Se había incluido un sistema de
abreviaturas más conciso y homogéneo que diese cuenta de la calidad de las voces, se
habían suprimido los artículos correspondientes a los tiempos irregulares de los
verbos 164 y se habían eliminado las etimologías y las autoridades que probaban el uso de
cada definición. Asimismo, para poder publicarlo en un único tomo, se imprimió «en
folio á tres colunas por llana y cada una con noventa lineas, y con letra pequeña, pero
muy clara y limpia» (DRAE 1780: prólogo). Además de estas cuestiones, en Freixas
(2018: 144-145) se ha comprobado que también se acortaron las definiciones
eliminando partes superfluas que no afectaban directamente al significado de la palabra,
una tarea que se prolongó hasta las primeras ediciones publicadas en el siglo XIX (cfr.
Freixas 2018 y Terrón y Torruella 2019b). Destaca, por ejemplo, la supresión de partes
enciclopédicas o de información referente a la ortografía, la cual servía, en ocasiones,
para justificar la escritura de los lemas (véase § 3.2.). En algunos trabajos se ha
comprobado que todas las premisas anunciadas en el prólogo no se cumplieron de
manera sistemática como, por ejemplo, la supresión de las etimologías (Rivera 2005 y
2009), de las que quedaron restos en las primeras ediciones del diccionario usual. Sin
embargo, cabe recordar que la enmienda del repertorio académico era gradual,
seguramente por letras, y, por lo tanto, la aplicación y la consolidación de un cambio
podía producirse en diversas ediciones 165.
En todos los estudios en los que se trata esta edición se está de acuerdo en que el
cambio más drástico fue la supresión de las autoridades (Lapesa 1987: 336; Seco 2003;
164
Todavía en las primeras ediciones del siglo XIX quedan restos en la nomenclatura del Diccionario
de autoridades (por ejemplo, véase el lema aduxera, aduexe, aduxo).
165
Corbella (1994: 63) señala que, por ejemplo, en el caso de las etimologías, se suelen mantener en
las dos primeras letras, «en la C son muy escasas y excepcionales en el resto». Esta autora atribuye la
falta de sistematicidad a descuidos de los académicos como consecuencia de la celeridad con la que se
elaboró la edición.
203
CAPÍTULO 3. LA LABOR LEXICOGRÁFICA Y ORTOGRÁFICA DE LA REAL ACADEMIA ESPAÑOLA EN EL SIGLO
XIX
Ruhstaller 2003: 250; Álvarez de Miranda 2011a: 43), hecho que supuso una gran
pérdida, tanto para el propio diccionario como para los usuarios, a los que privó «de una
información a veces importante para saber valorar adecuadamente una voz» (Ruhstaller
2003: 250). Las citas de autoridad aportaban la modernidad al repertorio y lo dotaban de
un valor documental que se perdió con el diccionario en un tomo.
Álvarez de Miranda (2011a: 43) afirma que el éxito comercial de esta nueva
versión del diccionario fue tal que enseguida se publicó una segunda edición en 1783,
una tercera en 1791 y una cuarta en 1803. En estas ediciones la Academia todavía
advertía en sus prólogos que seguía trabajando en la corrección y aumento del
Diccionario de autoridades, labor de la que se beneficiaba el diccionario pequeño. En la
edición de 1780 y 1783 se había finalizado las letras A, B y C, en 1791 la corrección
había llegado hasta la letra F y en 1803 hasta la L. Sobre este hecho, diversos
investigadores han destacado la falta de coherencia entre las declaraciones de la
Academia y su actuación, puesto que ninguno de los tomos que supuestamente habían
sido enmendados se publicó.
De nuevo surge la pregunta: ¿por qué no publicaba la Academia esos tomos
ya preparados? ¿Es que prefería esperar a que estuviera terminada la
reelaboración de los seis volúmenes? Es difícil saberlo, pues la Corporación
se manifiesta por entonces en términos más bien contradictorios o vacilantes
(Álvarez de Miranda 2011a: 52).
Los estudios que se examinan estas ediciones no son muy abundantes y en ellos se
destaca la poca presencia de cambios sustanciales (Álvarez de Miranda 2000a y 2011a,
Alvar Ezquerra 2001). Posiblemente este hecho se debe, como ha señalado García Pérez
(2000: 61), a que la revisión del Diccionario de autoridades «no les permitía entregarse
a la nueva edición del diccionario con la atención y celeridad que habría sido deseable»,
puesto que los cambios en las primeras ediciones del Diccionario usual venían guiados
por la corrección del repertorio original. Al respecto, Álvarez de Miranda (2011a: 43)
ha señalado que en todas estas reediciones «llegará un momento en que los académicos
trabajen, más que sobre la lengua de los textos, sobre la metalengua del diccionario
204
CAPÍTULO 3. LA LABOR LEXICOGRÁFICA Y ORTOGRÁFICA DE LA REAL ACADEMIA ESPAÑOLA EN EL SIGLO
XIX
mismo», ya que las nuevas ediciones que se van publicando durante el siglo XVIII son
revisiones del Diccionario de autoridades.
La edición de 1803 ha sido examinada por García Pérez (2000). En este estudio se
ha puesto de manifiesto la alteración radical del proceso de reforma desarrollado hasta
entonces, ya que, a pesar de tener concluidos los materiales de Autoridades hasta la letra
L, a diferencia de como se había hecho en las anteriores (1780, 1783, 1791), se decidió
incorporar en el usual todas las enmiendas que poseían del resto de letras debido al gran
desequilibrio que suponía modificar únicamente las grafías iniciales 166. Así se indica en
el propio prólogo de la obra:
En esta edicion, que es la quarta, llega la Academia con el trabajo de su
revision hasta la L inclusive; pero queriendo satisfacer á las insinuaciones de
muchas personas, que deseaban que pusiesen las voces que faltaban en las
otras letras, ha intercalado en todas ellas quantas poseía, y quantas han
recogido los actuales individuos de la Academia, corrigiendo asímismo
algunos artículos de estas combinaciones, añadiendo ademas varias voces á
las letras anteriores, y mejorando las definiciones de otras (DRAE 1803:
prólogo).
La reforma, por lo tanto, pretendía ser global «y no parcial como la que se había
llevado a cabo hasta entonces, y estaba muy decidida a ampliar el caudal léxico» del
lemario (García Pérez 2000: 65).
En opinión de García Pérez (2000), la cuarta edición se concibe como una de las
más importantes debido al método empleado en su elaboración y al amplio aumento de
voces 167. Por primera vez, además del Diccionario de autoridades, se dio cuenta en el
prólogo de los cambios en materia ortográfica que se habían puesto en práctica en el
cuerpo de la obra: asignación de letras independientes a los dígrafos ch y ll, uso de ch
solamente para representar el sonido africado postalveolar sordo (chapa, chillar) y,
166
En el prólogo de la edición de 1791, por ejemplo, se indica que «Las letras A y siguientes hasta la
F inclusive, se han puesto con la correccion y aumento que tienen en el tomo primero de la segunda
impresión, y en el segundo y tercero, […]. La G y demás letras restantes van sin aumento, ni correccion
como están en el DICCIONARIO antiguo, pero alterada la ortografía».
167
En relación con el aumento, García Pérez (2000: 58) señala que esta edición acoge el mayor
número de nuevos diminutivos, lo que condiciona notablemente la macroestructura del diccionario.
205
CAPÍTULO 3. LA LABOR LEXICOGRÁFICA Y ORTOGRÁFICA DE LA REAL ACADEMIA ESPAÑOLA EN EL SIGLO
XIX
como consecuencia, eliminación del acento circunflejo (chîmera > quimera, chîmia >
quimia) y supresión de la grafía latinizante ch (Christo, crhistiano), sustitución de ph
por f en todas las palabras independientemente de su etimología (phalange > falange,
pharmacéutico > farmacéutico) y, por último, eliminación de la grafía k del alfabeto
castellano, aunque se decidió mantener su lugar en el diccionario «para saber su valor
en los nombres extranjeros, en que se usa de ella, los quales si no, podrían desconocerse
facilmente» (DRAE 1803: prólogo).
Los logros anunciados en el prefacio del repertorio llevaron a Abad (1998), en su
periodización de los diccionarios académicos, a situar la edición de 1803 a caballo entre
lo que él denomina una primera y segunda etapa de la lexicografía, en general, y del
diccionario académico, en particular, en la que ya se intuyen algunas reformas, pero
todavía muy moderadas. Para este autor, el desapego de la cuarta edición de la doctrina
dieciochesca se debe a las alteraciones en materia ortográfica descritas en el preámbulo.
No obstante, es importante destacar que algunas de las reformas señaladas se derivaban
de la edición de la ortografía de 1754 (§ 3.2.) y las innovaciones ortográficas de mayor
relevancia no se produjeron hasta la edición siguiente (Terrón 2018b: 67-91).
En Clavería (2016a: 59 y 2018: 16), en cambio, se propone la quinta edición como
el inicio de una nueva etapa, puesto que, en la cuarta, igual que en las anteriores, todavía
«regían las directrices del siglo XVIII concebidas, en realidad, para el Diccionario de
autoridades» (Clavería 2016a: 59). Además, como se ha observado en el estudio de San
Vicente y Lombardini (2012: 481-482) y en el de Clavería (2016a: 61), el prólogo de la
cuarta edición es idéntico en los ocho primeros párrafos al de las ediciones del siglo
XVIII 168. Se inicia con una explicación de las labores de la Academia y se menciona el
trabajo que se había llevado a cabo en la revisión del Diccionario de autoridades y se
justifica la necesidad de publicar el diccionario usual.
168
Cabe destacar la presencia en la edición de 1791 de una nota al pie que no aparece en las otras
ediciones. En ella se da respuesta a un artículo publicado en 1789 en el que se critica al Diccionario
usual. Las críticas estarían dirigidas a su reducción a un solo tomo, puesto que la Academia responde que
este Diccionario no es un compendio del de Autoridades y no es una obra elaborada por un solo autor.
Esta nota desaparece en la edición siguiente.
206
CAPÍTULO 3. LA LABOR LEXICOGRÁFICA Y ORTOGRÁFICA DE LA REAL ACADEMIA ESPAÑOLA EN EL SIGLO
XIX
2.2. El siglo XIX
La labor lexicográfica de la Academia en el siglo XIX también ha interesado a los
especialistas, aunque como afirmaron Azorín (1996-97: 111) y Álvarez de Miranda
(2000) algo menos que el siglo XVIII.
En general, conocemos bastante bien (aunque podríamos conocer mejor,
claro es) lo relativo al siglo XVIII, y algo peor lo que se refiere al XIX,
cuyos diccionarios, o, mejor dicho, cuyas reediciones de un mismo y solo
diccionario, han atraído algo menos la atención de los especialistas (Álvarez
de Miranda 2000a: 35).
Desde el año 2000, los estudios relacionados con el diccionario académico en esta
centuria han aumentado exponencialmente. A ello han contribuido, sin duda alguna, los
asiduos congresos, jornadas y seminarios de lexicografía y los proyectos orientados al
conocimiento y examen de la lexicografía académica decimonónica. Prueba de ello son
las recientes publicaciones resultado de los proyectos de investigación liderados por
Gloria Clavería: «Historia interna del Diccionario de la lengua castellana de la Real
Academia Española en el siglo XIX», ejecutado en dos fases: 1817-1852 y 1869-1899.
Finalmente, también ha favorecido el auge de estudios en este ámbito la creación de
herramientas informáticas como el Nuevo tesoro lexicográfico de la lengua española
(NTLLE) 169 o el Mapa de diccionarios, con las cuales se ha ampliado «ostensiblemente
las posibilidades de investigación en el campo de la lexicología y de la lexicografía del
español al permitir el acceso rápido y fácil a los principales diccionarios bilingües y
monolingües de la historia del español» (Clavería y Freixas 2018b: 118).
Si se repasa la bibliografía existente sobre este ámbito se observa que destacan
investigaciones de tres tipos distintos. Por un lado, existen trabajos dedicados al examen
169
En el estudio de Claveria y Freixas (2018b: 118-121) se ha puesto de manifiesto que la publicación
en el año 1999 del Nuevo tesoro lexicográfico de la lengua española (NTLLE), y su posterior acceso libre
en la red, ha contribuido al crecimiento de los estudios en este ámbito de la lingüística. Es interesante la
reflexión de estas autoras quienes señalan que «la aplicación del NTLLE posibilita la transformación del
diccionario, concebido como objeto, a una base de datos de concepción más avanzada. Se mejora así el
manejo de cada una de las obras y se facilita, además, el contraste entre los textos lexicográficos que
contiene» (Clavería y Freixas 2018b: 120).
207
CAPÍTULO 3. LA LABOR LEXICOGRÁFICA Y ORTOGRÁFICA DE LA REAL ACADEMIA ESPAÑOLA EN EL SIGLO
XIX
general de alguna edición en concreto, como la monografía coordinada por Clavería y
Freixas (2018a) para la quinta edición (1817), el estudio de Terrón y Torruella (2019b)
para la sexta (1822), el análisis de Garriga (2001) para la duodécima (1884) o el trabajo
de Clavería (2003) para la edición finisecular publicada en 1899. En estos estudios se
realiza un examen exhaustivo de la edición en particular señalando los cambios respecto
a las precedentes tanto en la macroestructura como en la microestructura. Además, en
Clavería y Freixas (2018a) se relaciona el repertorio lexicográfico con los otros códigos
vigentes ortográfico y gramatical, ya que en el diccionario confluyen todos los niveles
lingüísticos. En estos estudios se ha afirmado que la duodécima edición es fundamental
en la evolución de la lexicografía académica desde Autoridades.
Asimismo, aunque no se lleva a cabo un análisis tan completo de la edición como
en las investigaciones aludidas, existen trabajos dedicados a examinar el aumento léxico
de algunas ediciones en particular con respecto a la precedente. En Clavería y Freixas
(2015 y 2018a) se han analizado las voces de nueva incorporación de la edición de
1817, en Terrón (2018a) las de 1822, en Carriet (2019) las de 1832, en Julià (2019) las
de 1837, en Freixas (2019) las de 1843, en Buenafuentes (2019) las de 1852 y en
Garriga y Rodríguez Ortiz (2017) se han examinado las adiciones de 1852, 1869, 1884
y 1899. De estos trabajos se puede deducir que las ediciones más importantes en cuanto
al aumento del léxico son las que principian el siglo XIX (1803 y 1817) y las que lo
concluyen (1869, 1884 y 1899), tanto por la cantidad de voces incorporadas como por el
tipo de léxico, ya que es en las últimas décadas de la centuria cuando la ciencia adquiere
en España una importante renovación en todos sus ámbitos.
Por otro lado, se encuentran investigaciones que analizan cuestiones particulares
en todas o varias de las ediciones publicadas en el siglo XIX desde puntos de vista muy
diversos. Las más abundantes son las dedicadas al tipo de léxico recogido en el lemario.
En esta línea se inserta la monografía de Clavería (2016a) sobre el tratamiento de los
neologismos en las ediciones decimonónicas. Asimismo, predominan los estudios sobre
las voces de especialidad, un aspecto que cobra importancia a finales de siglo debido al
auge de la ciencia. Se ha prestado especial atención al léxico científico (Battaner 1996;
208
CAPÍTULO 3. LA LABOR LEXICOGRÁFICA Y ORTOGRÁFICA DE LA REAL ACADEMIA ESPAÑOLA EN EL SIGLO
XIX
Clavería, Julià y Torruella 2012; Garriga 2019) y, en concreto, al de la química (Garriga
1996-97, 2003b y 2018), al vocabulario del correo (Clavería 2001), al de la física
(Contreras Izquierdo 2002), al de la minería (Puche Lorenzo 2002-03 y 2015), a las
voces de la economía (De Hoyos 2007, 2016 y 2018), de la arquitectura (Pascual
Fernández 2011), de la electricidad (Moreno Villanueva 2012), de la náutica (Carriazo
2018) y de las ciencias naturales (Huertas 2014; Gómez de Enterría 2018). El léxico con
marcación diastrática y estilística (Garriga 1993, 1994 y 1994-95; Azorín 2018),
diacrónica (Jiménez Ríos 2010, 2018a, 2018b y 2019) y diatópica (Aliaga 2000;
Clavería 2004; Campos y Pérez Pascual 2006; Muriano 2007; Corbella 2016; Julià 2018
y Varela 2018) también es un tema recurrente en la bibliografía debido a su fácil
identificación, a la importancia que adquieren en la obra lexicográfica y por el reflejo
que a través de ellas se obtiene de la sociedad. Finalmente, los aspectos ortológicos y
ortográficos en el diccionario académico han sido estudiados por Alcoba (2007a y 2012)
y por Quilis Merín (2009, 2010a y 2010b 170). En cuanto a la microestructura, se han
analizado los modelos de la definición (Freixas 2018; Muñoz 2018; Terrón y Torruella
2019a), las correspondencias latinas (Jiménez Ríos y Clavería 2018) y las etimologías
en 1884 y 1899, un tema al que se ha recurrido en diversas ocasiones (Velasco 2002;
Rivera 2005; Jiménez Ríos 2008; Martín González 2008 y Clavería 2014, 2016b). El
estudio de las etimologías se relaciona con el tratamiento de los homónimos (Clavería
2000 y Clavería y Planas 2001), un aspecto innovador de la duodécima edición, que
afecta a la configuración de la macroestructura.
Por último, existen trabajos que confrontan alguna edición del diccionario de la
Academia con otras obras lexicográficas no académicas del siglo XIX. Destacan las
investigaciones de Azorín (2002, 2007 y 2012), dedicadas a la comparación de algún
aspecto del diccionario académico con el Nuevo Diccionario de la lengua castellana de
Vicente Salvá, el trabajo de Clavería (2007), en el que se relaciona la labor lexicográfica
de la Academia con la de Manuel Núñez de Taboada, y el de Iglesias (2008), a
propósito del léxico de la química en el Diccionario Nacional o gran diccionario
170
En las investigaciones de Quilis Merín los fenómenos ortológicos y ortográficos también se
examinan en los diccionarios no académicos publicados en esta centuria.
209
CAPÍTULO 3. LA LABOR LEXICOGRÁFICA Y ORTOGRÁFICA DE LA REAL ACADEMIA ESPAÑOLA EN EL SIGLO
XIX
clásico de la lengua española de Ramón Joaquín Domínguez y en el de la Academia.
En estos estudios se ha demostrado los vínculos existentes entre los diccionarios
académicos y las obras no académicas y como, en ocasiones, se condicionan unos y
otros.
Teniendo en cuenta las investigaciones anteriores, sin duda, las ediciones del siglo
XIX que más han interesado a los especialistas han sido las publicadas en 1817, 1884 y
1899 debido a la importancia que cobran en la historia de la lexicografía académica.
En los subepígrafes siguientes se exponen las principales líneas de desarrollo de
las diez ediciones decimonónicas del repertorio lexicográfico académico tomando como
referencia los estudios presentados anteriormente. En la exposición se ha seguido la
periodización planteada en Clavería (2016a) y Clavería y Freixas (2018a), y defendida
por Blecua (2018: 10), donde se propone la cuarta edición de 1803 como la última en el
conjunto de la primera serie del diccionario usual. La quinta edición, por consiguiente,
se establece como el inicio de una segunda etapa dentro de la lexicografía académica
debido al distanciamiento metodológico respecto a las precedentes. El tercer período lo
comprenden las tres últimas ediciones de la centuria (1869-1899), las cuales se conciben
«como parte de un mismo proceso evolutivo» (Clavería 2016a: 215).
2.2.1. Primeras décadas del siglo XIX: la autonomía del diccionario usual
El inicio del siglo XIX se enmarca en los constantes cambios políticos sucedidos que
afectaron de manera directa a la corporación y, por ende, al diccionario. Por ello, no es
posible examinar las ediciones de esta centuria sin tener en cuenta el complejo marco
político, social y cultural de la época (cfr. Esparza 1999; Álvarez de Miranda 2000a;
Battaner 2008a y 2009; Blecua 2017; Clavería 2019a). Al respecto, cabe recordar las
palabras de Blecua (2017: 52), quien ha repetido en numerosas ocasiones que «la obra
lexicográfica es camino, y camino cierto, para el conocimiento de mundos culturales
pasados».
Tomando como punto de partida estas ideas, es importante resaltar que el período
que discurre entre la Guerra de la Independencia y los años centrales del XIX, como
210
CAPÍTULO 3. LA LABOR LEXICOGRÁFICA Y ORTOGRÁFICA DE LA REAL ACADEMIA ESPAÑOLA EN EL SIGLO
XIX
bien ha señalado Álvarez de Miranda (2000a: 56), «es el más oscuro y anodino en la
historia de la institución». A pesar de que en 1808 ya escaseaban los ejemplares de la
cuarta edición del diccionario, el inicio de la Guerra de la Independencia impidió a la
Academia continuar con sus labores (Álvarez de Miranda 2000a: 48; García de la
Concha 2014: 166; Clavería 2016a: 70), las cuales se retomaron en 1814, fecha en la
que se dio por terminada. De esto mismo se dio cuenta en el prólogo de la quinta
edición del diccionario:
Cuando el estado en el que se hallaba el despacho del Diccionario en el año
de 1808 obligaba á la Academia á pensar en otra nueva edicion, sobrevino la
guerra interior de la Península, que no le permitió realizar este pensamiento.
Entretanto continuó disminuyéndose el surtido de la última impresion hecha
en el año de 1803, de manera que al restablecerse la paz en el de 1814 se
había consumido enteramente la edicion, y era ya forzoso y urgente el
repetirla (DRAE 1817: prólogo).
A pesar del empeño en corregir y aumentar el diccionario, la Academia carecía de
recursos económicos suficientes para afrontar esta empresa, por lo que el Rey tuvo que
anticipar los caudales para que se pudiera proseguir con la labor. A partir de 1814 se
celebraron juntas de manera regular y el trabajo se reestableció con entusiasmo. Según
los datos ofrecidos por Clavería (2018: 54), en la junta celebrada el 13 de agosto de
1814 se tomaron una serie de acuerdos sobre los principios metodológicos que se
seguirían en la redacción de la nueva edición del repertorio. Estas indicaciones hacían
referencia, entre otras cuestiones, al tratamiento y ordenación de las formas complejas y
de los refranes, a la revisión de las correspondencias latinas, a la supresión de algunas
voces antiguas o a las definiciones sinonímicas por remisión.
Con estos objetivos presentes, en 1817, catorce años después de la precedente, se
publicó la quinta edición del Diccionario de la lengua castellana, una obra «en la que
se encuentran cambios fundamentales para la historia de la lexicografía académica»
(Clavería 2018: 21). Como se ha indicado anteriormente, pese a que la primera edición
publicada en el siglo XIX es la de 1803, la posterior supone un cambio en la concepción
del diccionario debido al notable distanciamiento metodológico tanto desde el punto de
211
CAPÍTULO 3. LA LABOR LEXICOGRÁFICA Y ORTOGRÁFICA DE LA REAL ACADEMIA ESPAÑOLA EN EL SIGLO
XIX
vista interno como externo. Siguiendo los planteamientos expuestos en Clavería (2016a
y 2019a) y en Clavería y Freixas (2018a), la quinta edición se presenta como la primera
en la que no existe dependencia lexicográfica respecto al Diccionario de autoridades.
Esta edición ha sido analizada en Clavería y Freixas (2015) y, de manera exhaustiva, en
la monografía coordinada por Clavería y Freixas (2018a) donde se han averiguado las
directrices y las bases metodológicas que se aplicaron en la confección del repertorio.
Por un lado, se prestó atención al aumento de la nomenclatura (1444 formas, lo que
corresponde a 1252 lemas) cuya cifra no se rebasó hasta la undécima edición. Por otro
lado, de los resultados obtenidos en el libro se puede afirmar que los cambios más
importantes afectaron, sobre todo, a cuestiones ortográficas derivadas de las reformas
introducidas en la octava edición de la ortografía (Terrón 2018a), a la restructuración
del sistema de marcas diacrónicas (Jiménez Ríos 2018), diafásicas y diastráticas (Azorín
2018) y a la ordenación de las formas complejas (Buenafuentes 2018) y unidades
fraseológicas (Paz 2018), ya que por primera vez se ofrecieron unos criterios claros para
su lematización basados en la categoría gramatical de los elementos que intervienen en
la expresión. Además de estas modificaciones, también se enmendaron las definiciones
despojándolas de información de carácter enciclopédico procedente del Diccionario de
autoridades (Freixas 2018) y se emplearon nuevos modelos definicionales sobre todo en
los términos de la historia natural en los que se siguieron los principios de la sistemática
linneana (Gómez de Enterría 2018). Estas alteraciones se terminaron de consolidar en la
edición siguiente.
El proyecto de elaborar una nueva edición se planteó antes incluso de terminar la
quinta, pues, como recuerda Clavería (2016a: 88), «ya en el acta de la sesión celebrada
el 14 de noviembre de 1816 aparecen referencias a la preparación de la sexta edición».
Solamente cinco años más tarde, en 1822, vio la luz una nueva en la que se conservaron
los mismos criterios acordados para la de 1817. Álvarez de Miranda (2011a: 46) señala,
al respecto, que en 1822 «no hay novedades dignas de mención». Lo mismo se ha
observado en Terrón (2018b) con relación al aumento del lemario, puesto que las líneas
seguidas en 1822 «son prácticamente las mismas que en la anterior, lo que demuestra la
212
CAPÍTULO 3. LA LABOR LEXICOGRÁFICA Y ORTOGRÁFICA DE LA REAL ACADEMIA ESPAÑOLA EN EL SIGLO
XIX
continuidad y prolongación entre ambas ediciones». No obstante, en Terrón y Torruella
(2019a y 2019b) se han advertido modificaciones que la distancian de la precedente. Sin
duda, el aspecto más relevante concierne al tratamiento en el diccionario de las variantes
formales de una misma palabra. En el prólogo de esta edición se reflexionó sobre el tipo
de léxico que debía incluirse en la nomenclatura. De este modo se justificó el abundante
número de supresiones 171 de lemas que no se ajustaban a las normas de pronunciación y
ortografía actuales y que se habían quedado anticuados (cfr. Terrón y Torruella 2019b:
112). Según los datos ofrecidos en Terrón y Torruella (2019b: 112), el 81% de las voces
eliminadas son variantes arcaicas, hecho que refleja un cambio de pensamiento respecto
a las ediciones anteriores, puesto que hasta la cuarta existía un interés por recoger en el
repertorio palabras arcaizantes (Jiménez Ríos 2001: 48). Como se comprobará en el
capítulo 4, este acuerdo afectó al proceso de estandarización ortográfica de las palabras.
En opinión de Clavería, con estas supresiones «empieza a perfilarse en el pensamiento
lexicográfico académico un nuevo concepto de norma léxica basado en la función del
propio diccionario como instrumento normativo» (Clavería 2019a: 33). En cuanto a la
microestructura, es esta edición más coherente en el tratamiento de las remisiones y de
las definiciones sinonímicas, hecho que preocupó a los académicos desde la elaboración
del Diccionario de autoridades (Terrón y Torruella 2019a: 302).
En estos años la Academia atravesaba por unos momentos realmente críticos, «a
pesar de que la cronología de los diccionarios, de aparición tan regular, no lo refleja»
(Álvarez de Miranda 2000a: 56) 172. Posiblemente la falta de recursos se advierte en el
objetivo fijado para la séptima edición (1832): el ahorro de espacio y la reducción del
volumen del repertorio, ya iniciado en 1822. Esto mismo se ha puesto de manifiesto en
Carriet (2017) donde se ha estudiado el procedimiento seguido en la redacción de esta
edición. La disminución del diccionario se logró debido a la intervención tanto en la
171
En Terrón y Torruella (2019b: 112-117) se ha señalado que es esta la primera edición de la obra en
que la supresión de lemas supera notablemente el aumento, un hecho insólito hasta el momento. Mientras
que se añaden 483 formas, lo que corresponde a 424 lemas, se eliminan 2.348 formas, lo que corresponde
a 2.323 lemas.
172
Al respecto, Zamora (1999: 423) señala que «las publicaciones son el mayor vínculo de la vida
académica con la vida exterior, con la calle, abierto al diálogo con la mirada curiosa y exigente de la
sociedad».
213
CAPÍTULO 3. LA LABOR LEXICOGRÁFICA Y ORTOGRÁFICA DE LA REAL ACADEMIA ESPAÑOLA EN EL SIGLO
XIX
macroestructura como en la microestructura. Por un lado, destaca la eliminación de
voces del lemario, la cual asciende a un total de 6395 lemas. En este caso, a diferencia
de 1822, se trata en su mayoría de palabras de fácil formación, como participios pasados
regulares, adverbios en -mente que proceden de superlativos y sustantivos de acción
acabados en -azo. Para la formación de los derivados y la alteración que causan en las
bases léxicas se remitía en el prólogo a la última gramática publicada, a pesar de que ya
quedaba alejada en el tiempo. Según los cálculos ofrecidos en Carriet (2017: 40), los
derivados regulares suponen el 85% de las supresiones. Las eliminación de lemas en las
ediciones de 1822 y 1832 supuso una importante reestructuración de la obra de donde
surgió «un nuevo modelo de lexicografía académica» (Clavería 2019a: 23). Por otro
lado, se reorganizó la estructura del artículo lexicográfico agrupando las acepciones en
un único párrafo y separadas por una doble pleca (cfr. Carriet 2017: 40). Asimismo, se
prescindió de las abreviaturas gramaticales s. (sustantivo) y v. (verbo), pues ya estaban
implícitas la primera en el género (f. y m.: femenino y masculino) y la segunda en el
tipo de verbo (a., n. y r.: activo, neutro y recíproco).
Las alteraciones producidas en las ediciones de 1817, 1822 y 1832 siguieron los
mismos criterios de actuación, especialmente en relación con la reducción del volumen
del repertorio tanto a nivel macroestructural como microestructural. Clavería (2019a y
2020) ha otorgado la similitud en las líneas de estas tres ediciones a la «existencia de un
proyecto de diccionario manual que, aunque no prosperó, dejó una huella indeleble en
ellas» (Clavería 2019a: 27; cfr. Clavería 2020).
El mayor descenso económico para la corporación llegó después de la publicación
de la séptima edición del diccionario. Fries (1989: 86) ha señalado que en 1837 «la
Academia tuvo que endeudarse todavía más para poder imprimir una nueva edición de
su Diccionario». Las ediciones octava y novena son las que más desajustes económicos
supusieron a la corporación debido a la falta de fondos metálicos. Como ha apuntado
Matilla (1982: 441), hacia mediados de 1842 la Academia pidió un anticipo 173 para
poder afrontar el coste del papel de la novena edición del Diccionario de la lengua
173
Matilla (1982: 442) explica que este préstamo de 80000 reales de vellón se tendría que devolver en
dos años prorrogables, prórroga que pidió la Academia y que, por fin, liquidó en 1847.
214
CAPÍTULO 3. LA LABOR LEXICOGRÁFICA Y ORTOGRÁFICA DE LA REAL ACADEMIA ESPAÑOLA EN EL SIGLO
XIX
castellana. De esto mismo se dio cuenta, según los datos de Clavería (2019a: 30), en el
Acta del 18 de marzo de 1841.
Posiblemente esta sea la causa por la que la octava edición es una de las que
presenta dentro del siglo XIX un menor número de cambios e incorporaciones y la
mayoría de ellos se llevaron a cabo en el suplemento (cfr. Clavería 2019a: 28; Julià
2019: 147-148). En todos los estudios se ha destacado la escasa importancia de esta
obra para la historia de la lexicografía académica (Alvar Ezquerra 1993: 281; Álvarez
de Miranda 2001: 54; Clavería 2016a: 109; Julià 2019: 144 y 177).
Un año después de la publicación de la octava edición se imprimieron unas Reglas
de corrección y aumento del Diccionario (1838), hecho que distancia, moderadamente,
a la edición de 1843 de sus precedentes (Clavería 2016a: 113). El contenido de esta guía
ha sido examinado en Garriga y Rodríguez Ortiz (2010: 47), Clavería (2016a: 113-114)
y en Freixas (2019: 184-186). Como han observado Garriga y Rodríguez Ortiz (2010:
47), para estas Reglas se tomaron como referencia las tres anteriores (1757, 1764,
1770), «refundiendo aspectos diversos de cada una de ellas, desde la estructura al
contenido, pasando por los ejemplos, y creando unas indicaciones que, con toda
seguridad, fueron redactadas a la vista de dichos textos». Al final de las Reglas (1838:
26-30) se halla un apartado cuyo título es Adición que se hizo a estas reglas por
acuerdo de la Academia en 26 de febrero, y 3 de marzo de 1818 y en el que se hace
referencia al acopio de autoridades y al repartimiento de las cédulas. Este hecho ha
llevado a Clavería (2016a: 115) a afirmar que esta Planta fue impresa con el objetivo de
guiar la reelaboración del Diccionario de autoridades. La única novedad introducida se
corresponde a la admisión de las voces de ciencias y artes, pues, a diferencia de lo que
se indicó en las Reglas anteriores de 1770, en estas se señaló que se incluirían en la
obra, «no solo las que están recibidas en el uso común de la lengua, sino todas las que
se puedan dar á conocer con una definición clara, por autoridad ó por el uso» (Reglas
1838: 8).
Precisamente, como han manifestado Álvarez de Miranda (2000a y 2011: 47) y
Clavería (2016a: 115), la inclusión de las voces de especialidad es uno de los aspectos
215
CAPÍTULO 3. LA LABOR LEXICOGRÁFICA Y ORTOGRÁFICA DE LA REAL ACADEMIA ESPAÑOLA EN EL SIGLO
XIX
más destacables de la novena edición, la cual ha sido examinada por Freixas (2019). En
el prólogo que la precede, que ha sido caracterizado por Alvar Ezquerra (2002: 260)
como «magnífico», se trató sobre la inclusión de tecnicismos y neologismos y se dejó
claro cuál era la postura adoptada por la Academia respecto a la admisión de este tipo de
léxico:
Hay tambien una inmensa nomenclatura de las ciencias, artes y profesiones,
cuyo significado deben buscar los curiosos en los vocabularios particulares
de las mismas; […] y si hubieran de formar parte del Diccionario de la
lengua común, léjos de ser un libro manual y de moderado precio,
circunstancias que constituyen su principal utilidad, sería una obra
voluminosa en demasía, semi-enciclopédica y de difícil adquision y manejo
(DRAE 1843: prólogo).
Como se puede observar en la cita anterior, la Academia responde a las críticas
que había recibido 174 debido a su criterio restrictivo en la inclusión de voces técnicas y
se distancia del carácter enciclopédico de otros diccionarios coetáneos (véase § 2.3.). La
taxatividad de la corporación se mantuvo en las siguientes ediciones hasta la de 1884,
aunque ya en 1852 se recogieron voces especializadas que habían sido rechazadas en
1843. A pesar de ello, en los estudios de Ahumada (2000: 87), Camacho (2014) y
Clavería (2016a: 174) se ha puesto de manifiesto que no fue hasta la duodécima cuando
se concibió el léxico especializado como base de la ampliación.
Asimismo, como se ha destacado en los trabajos de Álvarez de Miranda (2000a y
2011: 47) y Clavería (2016a: 122-123), la edición de 1843 no contiene modificaciones
significativas en cuanto al aumento y la corrección. Además, posiblemente debido a las
escaseces económicas que sufría la Academia por estos años 175, el repertorio contiene
174
En Clavería (2016a: 119-120) y Freixas (2019: 187) se ha señalado que «en la redacción de los
preliminares del DRAE 1843 pudieron influir también las críticas que recibió la Corporación a raíz de la
publicación del Panléxico, obra de Juan Peñalver impresa a partir de 1842. El diccionario de Peñalver
(1842) atacaba el método lexicográfico colegiado de la Real Academia Española» (Freixas 2019: 187).
175
En el estudio de Clavería (2019a: 29) se ha indicado que «de toda la serie de diccionarios
analizados [DRAE 1817-1852], es el único que no fue editado por la Imprenta Nacional: las actas de las
juntas reflejan las gestiones realizadas por el secretario de la corporación, Juan Nicasio Gallego, para la
provisión del papel de la nueva edición del diccionario y, en ellas, se deja constancia de “las dificultades
que había por la escasez que se esperimenta por la mala calidad de lo que se halla en los almacenes y por
los precios subidos a que se vende” (Actas, 18 de marzo de 1841)».
216
CAPÍTULO 3. LA LABOR LEXICOGRÁFICA Y ORTOGRÁFICA DE LA REAL ACADEMIA ESPAÑOLA EN EL SIGLO
XIX
un abundante número de erratas de todo tipo. Estos errores no pasaron desapercibidos
para Salvá quien dio cuenta de ello en la Introducción de su Nuevo diccionario (1846):
Á estos defectos, de que adolecia la edicion y en gran parte las anteriores, ha
añadido la nona el ser incorrecta hasta un punto inexcusable, pues si el
Académico encargado de cuidarla, no pudo por sus ocupaciones, edad
avanzada, falta de salud ó de la vista, examinar las pruebas, debieran
haberlas leído y cotejado en la imprenta; y ninguna de las dos cosas se ha
practicado, segun lo prueban el sinnúmero y la clase de las erratas, y los
diversos artículos saltados entera o parcialmente (Salvá 1846: XVII).
Algunos de estos equívocos son atribuibles, en opinión de Salvá (1846: XVIII), a
la nueva ortografía empleada, lo que debía haber implicado la «refundición» de la obra,
para evitar «que se hayan confundido la ortografía á que estaban acostumbrados los
cajistas, y sus yerros particulares con los vestigios que en el Diccionario quedaban de
los diversos sistemas ortográficos seguidos por la Academia en distintas épocas».
También en los periódicos de la época, como ha observado Puche (2019: 85), se
criticó la labor que habían realizado los académicos en la edición de 1843 176.
2.2.2. Los años centrales del siglo XIX: resurgimiento de las labores lexicográficas
académicas
Los estudios elaborados hasta la fecha en los que se explican las tareas académicas en
los años centrales del siglo XIX (Álvarez de Miranda 2000a; García de la Concha 2014:
202; Clavería 2016a: 124 y Garriga y Rodríguez Ortiz 2017) evidencian que en la etapa
que transcurre entre la novena (1843) y la décima (1852) edición del diccionario se
produjo un resurgimiento en la Academia. Bajo el mandato en España de Isabel II y con
176
En la investigación de Puche (2019) se aportan los fragmentos de los periódicos de la época en los
que se critica esta edición. Un ejemplo de ello son las declaraciones del periódico La Esperanza
(13/31850): «Respecto de Diccionario, no diremos nada, porque el de la novena edición, última que ha
dado á luz hace siete años, es en nuestro concepto el mas defectuoso de cuantos ha publicado. Y no crean
nuestros lectores que es por falta de académicos, pues sepan que hay sobrado número, y apenas vaca una
plaza, al momento sale provista. De supernumerarios y honorarios no se hable, porque estos son infinitos:
de manera que en este punto nos hallamos como con los empleados, que estamos peor servidos cuantos
mas tenemos».
217
CAPÍTULO 3. LA LABOR LEXICOGRÁFICA Y ORTOGRÁFICA DE LA REAL ACADEMIA ESPAÑOLA EN EL SIGLO
XIX
Francisco Martínez de la Rosa como presidente de la corporación tuvieron lugar una
serie de reformas que impulsaron las labores académicas. Para Matilla (1982: 442) 1847
es una fecha clave, ya que es el año en el que la Academia saldó sus deudas con el
Gobierno. Además, como observó Seco (1987: 130), durante estos años entraron en el
mercado otros diccionarios rivales que influyeron de manera decisiva en el diccionario
académico (véase § 2.3.).
Uno de los cambios que afrontó la corporación en esta etapa fue la renovación en
1848 de los Estatutos, que reemplazaron a los de la época fundacional. La reforma más
importante se produjo en la reorganización de la Academia fijando en treinta seis sus
miembros. En cuanto a las tareas académicas, se dividieron en cinco comisiones siendo
la principal, como en la fase anterior, la dedicada al repertorio lexicográfico. Además de
los trabajos ya aludidos en los primeros Estatutos (1715), se añadió la publicación de un
diccionario manual 177 y «la ortografía quedó asentada como una actividad particular»
(Fries 1989: 66). Durante estos años, la ortografía adquirió un protagonismo especial,
sobre todo, a raíz de su oficialidad y del nombramiento en el año 1851 de Andrés Bello
como miembro honorario (véase § 3.3.).
Las modificaciones de los Estatutos de 1848 no afectaron todavía a la confección
del diccionario usual, pues, como se ha comprobado en varias investigaciones (Álvarez
de Miranda 2011a: 47; Clavería 2016a: 131; Garriga y Rodríguez Ortiz 2017: 349;
Buenafuentes 2019), la décima edición sigue las mismas directrices que la precedente y
se caracteriza por ser «discreta» en lo que al número de lemas nuevos se refiere (Garriga
y Rodríguez Ortiz 2017: 349). En Clavería (2016a: 132), Garriga y Rodríguez Ortiz
(2017: 349) y Buenafuentes (2019) se ha comprobado que, a pesar de que el aumento es
bastante reducido, existe una voluntad por incluir voces de uso reciente en la época que
reflejan los progresos de la sociedad. Las líneas de aumento y algunas enmiendas giran
en torno a la renovación que se estaba llevando a cabo en el ámbito científico y técnico.
En este sentido, se aumentó el campo léxico de la química (nitrato, sulfato, etc.), de la
177
Fries (1989: 66) señala, al respecto, que la idea de elaborar un diccionario manual no era nueva,
pues desde inicios del siglo XIX la Academia había contemplado esta opción, aunque sin éxito (cfr.
Clavería 2020).
218
CAPÍTULO 3. LA LABOR LEXICOGRÁFICA Y ORTOGRÁFICA DE LA REAL ACADEMIA ESPAÑOLA EN EL SIGLO
XIX
electricidad (pararrayos, telégrafo, etc.) del ferrocarril (ferrocarril, camino de hierro,
etc.) o de la fotografía (fotografía, fotógrafo, etc.). También hubo una transformación en
las estructuras administrativas del Estado que afectaron, principalmente, a la Justicia, a
la Hacienda y a la Economía 178 (cfr. Fusi 2013: 101), hecho que justificó la entrada de
voces 179 como, por ejemplo, cotizar, cotización, finiquitar, folletinista, etc. El aumento
de estos campos léxicos se intensificó notablemente en la siguiente edición.
Una vez terminada la décima edición, los académicos emprendieron la confección
de unos nuevos Estatutos que se publicaron en 1859 y que, junto con el Reglamento de
1861, confirmaron el resurgimiento de la Academia debido a los cambios sustanciales
que presentó en el programa de trabajo (cfr. Fries 1989: 69). Las labores lexicográficas
fueron, sin duda, las más ampliadas, ya que se diseñó la redacción de ocho diccionarios
distintos, además de sus correspondientes compendios:
Artículo II. Será constante ocupación de la Academia formar y enriquecer el
Diccionario Etimológico, mostrando á la vez las alteraciones y
transformaciones sucesivas que ha experimentado cada palabra; el
Diccionario autorizado con testimonios del buen uso que de cada voz han
hecho escritores cultos; el Diccionario de voces de artes y oficios; el de
sinónimos; el de provincialismos; el de arcaísmos; el de neologismos, y el de
la rima; procurando sacar á la luz periódicamente el fruto de sus trabajos, así
como también publicar compendios de estos mismo Diccionarios (Estatutos
1859: 4).
Las obras lexicográficas anunciadas en el artículo II de los Estatutos de 1859
tenían la función de completar el diccionario usual. En todos los repertorios se advierten
las ideas lingüísticas de la época, así como un cambio en la concepción lexicográfica.
La preocupación por el estudio histórico y comparativo de las lenguas (cfr. Robins 1967
[2000]: 232; Mourelle-Lema 1968: 15), que se propagó en España a mediados del siglo
XIX, queda patente en la elaboración del Diccionario de arcaísmos, del Diccionario
178
En estos años se regularizó y homogeneizó la gestión de la Justicia, se ordenaron procedimientos
judiciales, se codificó el derecho penal, se constituyó el sistema tributario, se invirtió capital en deuda del
Estado, surgieron numerosos bancos, etc. (cfr. Buenafuentes 2019: 219).
179
Martínez Bargueño (1992) ha llegado a definir este período histórico como la «Edad de Plata del
lenguaje administrativo».
219
CAPÍTULO 3. LA LABOR LEXICOGRÁFICA Y ORTOGRÁFICA DE LA REAL ACADEMIA ESPAÑOLA EN EL SIGLO
XIX
etimológico, denominado Diccionario histórico de la Lengua en el Reglamento, o del
Diccionario de provincialismos. Asimismo, como se ha advertido en Clavería (2014:
280), durante los años en los que se estaban preparando las ediciones de 1869 y 1884 se
incorporaron «a la Corporación intelectuales muy relacionados con el estudio histórico
de la lengua». En este marco lingüístico se inserta el discurso de ingreso a la Academia
en el año 1859 de Felipe Monlau titulado «origen y formación del romance castellano»,
quien reivindicaba la etimología como parte de la filología y de la lingüística (Álvarez
de Miranda 2011b: 67; Clavería 2014: 280). Además del discurso de Monlau, en el
estudio de Clavería (2014: 281) se han señalado otros donde la lingüística histórica está
bien presente, como el de Juan Valera (1865), el de Francisco de P. Canalejas (1869) o
el de Agustín Pascual (1876) (véase capítulo 1, § 1.2.).
La elaboración de las obras señaladas en los Estatutos de 1859, a pesar de que
ninguna vio la luz, contribuyeron en la redacción de la undécima edición, y sobre todo
de la duodécima, las cuales se deben entender en el marco de esos proyectos (cfr.
Alberte 2011; Clavería 2016a). Posiblemente debido a ello, como se ha señalado en
todos los estudios, la gran reforma del diccionario usual se empezó a notar en la edición
de 1869 y alcanzó su máximo en la siguiente. En el estudio de Clavería (2016a: 139146) se ha demostrado que todos los diccionarios «fallidos» produjeron modificaciones
en la metodología empleada y dejaron huella en la tradición lexicográfica académica.
Por lo que respecta a la undécima edición, la elaboración del Diccionario de arcaísmos
guio la introducción de léxico antiguo, el material recopilado para el Diccionario de
sinónimos se utilizó para la revisión de las definiciones y de las remisiones y la
confección del Diccionario etimológico, como se advirtió en el prólogo de la obra,
supuso la supresión de las correspondencias latinas, una innovación iniciada en las
obras extraacadémicas 180, para la posterior introducción en la duodécima edición de las
etimologías (cfr. Jiménez Ríos 2008: 316-317).
En cuanto a la nomenclatura, el aumento de vocablos en esta edición sobresale en
número con respecto a la anterior y existe una variedad en las áreas temáticas que se
180
Seco (1987: 151) ha señalado que esta característica iniciada por Núñez de Taboada es influencia
de la lexicografía francesa no académica.
220
CAPÍTULO 3. LA LABOR LEXICOGRÁFICA Y ORTOGRÁFICA DE LA REAL ACADEMIA ESPAÑOLA EN EL SIGLO
XIX
incluyen (cfr. Clavería 2016a: 170; Garriga y Rodríguez Ortiz 2017: 350). Según los
datos de Clavería (2016a: 170), «el aumento pertenece a una pluralidad de ámbitos
semánticos sin especial predominio de ninguno de ellos». Especialmente, se incluyen
voces arcaicas (aborrescencia, afalagar, adestría, aboñón, etc.), léxico que, como se
indicó en el prólogo, fue sometido a revisión. Asimismo, se produjo un aumento de
tecnicismos, en particular se ampliaron las áreas que se habían empezado a recoger en
1852, como la electricidad (aislador, condensador, etc.), el ferrocarril (locomovible,
tranvía, etc.) y la fotografía (albúmina, fotolitografía, yodo, etc.), y otras tradicionales
como la medicina (álgido, anquilosis, alvino) o la marina (amorronar, agolar, angaria).
La inclusión de vocabulario especializado de lenguas extranjeras supuso, en ocasiones,
un conflicto ortográfico entre la lengua de origen y la de destino. Esta cuestión afectó a
la ortografía de las voces de esta edición, como se comprobará en el capítulo 4. Sirva
como ejemplo la escritura con k del sistema métrico decimal, grafía que hasta entonces
no formaba parte del alfabeto castellano (kiliárea, kilogramo, kilolitro, kilómetro, etc.).
Todas estas novedades y cambios han llevado a Clavería (2016a: 215) a afirmar
que la edición del repertorio de 1869 supuso un cambio de paradigma que la separa de
las anteriores, por lo que agrupa las tres últimas ediciones de la centuria decimonónica
dentro de un mismo conjunto que describe de la siguiente manera:
Las tres últimas ediciones del siglo deben ser contempladas como fases de
un mismo proceso por lo que entre ellas existe una continuidad a la vez que
una evolución de objetivos y son fruto de todos los cambios en las tareas
lexicográficas que pone en práctica la Academia en la segunda mitad del
siglo XIX. La undécima edición (DRAE 1869) sirve como punto de partida,
la edición siguiente (DRAE 1884) significa la consolidación del cambio tanto
en la faceta lexicográfica como en la lexicológica; en la última edición del
siglo (DRAE 1899) arraigan los presupuestos teórico-prácticos de la edición
anterior a la vez que se emprenden nuevos caminos en el quehacer
lexicográfico (Clavería 2016a: 252).
Los mismos resultados se están obteniendo en la segunda fase del proyecto de
investigación «Historia interna del Diccionario de la lengua castellana de la Real
Academia Española» que estudia las tres ediciones de 1869, 1884 y 1899. Las trabajos
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CAPÍTULO 3. LA LABOR LEXICOGRÁFICA Y ORTOGRÁFICA DE LA REAL ACADEMIA ESPAÑOLA EN EL SIGLO
XIX
que se están realizando actualmente han evidenciado que la undécima edición conllevó
un procedimiento de maduración lexicográfica que culminó, unos meses después de su
publicación, con la impresión de unas nuevas Reglas para la corrección y aumento del
diccionario vulgar (cfr. Garriga y Rodríguez Ortiz 2010; Clavería 2020).
2.2.3. Finales del siglo XIX: renovación del diccionario usual
Unos meses después de la impresión de la undécima edición, se publicaron unas nuevas
Reglas para la corrección y aumento del diccionario vulgar con el objetivo de guiar la
metodología de la siguiente entrega del repertorio. Los académicos se propusieron llevar
a cabo una profunda revisión del diccionario usual que se refleja en los contenidos del
texto y que supera con creces a las que se habían realizado en las ediciones anteriores
(cfr. Garriga y Rodríguez Ortiz 2010; Clavería 2020). Según el estudio de Garriga y
Rodríguez Ortiz (2010: 51-53), en estas Reglas se presta especial atención al tipo de
léxico que debía formar parte del lemario: arcaísmos, neologismos 181, americanismos,
voces de germanía 182, tecnicismos, adjetivos derivados de nombres de persona célebres
y gentilicios, vocablos mitológicos, derivados y compuestos con particularidades en su
formación y significado y tiempos irregulares de las formas verbales 183. Es interesante
la advertencia de carácter normativo sobre la ortografía de las voces técnicas, puesto
que influyó en su escritura, como se comprobará en el capítulo 4:
181
En el apartado de las Reglas (1869) correspondiente a las voces anticuadas y a los neologismos se
menciona la redacción del Diccionario de arcaísmos y del Diccionario de neologismos, respectivamente.
Sobre este último se indica que es competencia de este repertorio «clasificar estas y otras novedades,
explicando las que son innecesarias, ó repugnantes, y hasta absurdas» (Reglas 1869: 1).
182
Sobre las voces de Germanía se indica en las Reglas de 1869 que se eliminarán en la duodécima
edición del diccionario. Esta consideración se omite en la revisión de las Reglas de 1870. Posiblemente
este sea el hecho por el que siguen apareciendo voces con esta marca en la duodécima edición del
diccionario académico.
183
En las Reglas de 1869 se indicó que los tiempos irregulares de los verbos se incluirían en artículos
separados, en su lugar alfabético respectivo. Sin embargo, Garriga y Rodríguez Ortiz (2010: 51) han
señalado que la versión de 1870 se propuso incluir la información sobre tiempos y personas irregulares
bajo el infinitivo.
222
CAPÍTULO 3. LA LABOR LEXICOGRÁFICA Y ORTOGRÁFICA DE LA REAL ACADEMIA ESPAÑOLA EN EL SIGLO
XIX
Si alguna de dichas voces [técnicas] empieza á introducirse con algun vicio
de formación, de prosodia ú ortografía, se harán en ellas las modificaciones
ó enmiendas que se estimen prudentes (Reglas 1869: 2).
Además, por primera vez, se hizo referencia al tratamiento en la obra de las voces
homónimas o unívocas, que se decidieron separar en artículos independientes según la
categoría gramatical (pío, placer, etc.), el significado y la etimología (crema ‘nata de
leche’ y ‘diéresis’, duelo ‘de doler’ y ‘desafío’, era ‘época’ y ‘trillar’, llama ‘fuego’ y
‘animal’, vela ‘de barco’ y ‘de arder’ 184). También se hallan en las Reglas
observaciones relacionadas con la microestructura referentes a la sistematicidad en la
redacción de las definiciones, al uso de ejemplos representativos y al orden de las
acepciones. Como aspecto innovador respecto a las Reglas anteriores, se recomendó la
explicación de estas indicaciones en el prefacio de la duodécima edición del diccionario:
(BASE GENERAL.) — Finalmente, llevará la 12.ª edición una Introducción ó
proemio explicativo y razonado de las bases adoptadas para la reforma y
mejora del Diccionario (Reglas 1869: 6) 185.
Es interesante la reflexión expuesta en las Reglas de 1870 sobre la relación del
diccionario y la gramática con el objetivo de evitar la discordancia entre ambas obras en
la definición de las palabras gramaticales:
Los estudios gramaticales ha de tener colocacion en el Diccionario toda la
nomenclatura. —¿Y por qué tan marcada diferencia? — La Gramática y el
Diccionario, ademas de una palpable afinidad, por su respectiva naturaleza,
tienen la notable circunstancia de ser modos diversos de considerar un
idioma, sintéticamente la primera, analíticamente el segundo, viniendo á
completarse entre sí. —Entran ademas necesariamente en las definiciones
del Diccionario á cada paso términos técnicos gramaticales, de modo que su
inclusion y explicacion son indispensables (Reglas 1870: 6).
184
Los ejemplos citados son los que aparecen en las Reglas de 1869. Todos ellos aparecen en dos
entradas independientes en la edición de 1884.
185
Esta indicación ya no aparece en la revisión de las Reglas de 1870.
223
CAPÍTULO 3. LA LABOR LEXICOGRÁFICA Y ORTOGRÁFICA DE LA REAL ACADEMIA ESPAÑOLA EN EL SIGLO
XIX
En este planteamiento se evidencia la complementariedad de ambos repertorios y
la necesidad de los dos y, además, se justifica la presencia de las palabras gramaticales
en el diccionario, indispensables para entender las definiciones de las voces del lemario.
La información gramatical es un tema recurrente en todas las Reglas elaboradas por la
corporación (cfr. Garriga y Rodríguez Ortiz 2010: 54).
Además de las Reglas (1869 y 1870), la Academia también tuvo en cuenta para la
revisión del Diccionario vulgar las críticas de autores externos a la corporación, aspecto
estudiado por Jiménez Ríos (2013b). Ejemplo de ello son las Observaciones que Cuervo
publicó en 1874 sobre la undécima edición. Estas Observaciones han sido comentadas
en los estudios de Seco (1987: 178) y Jiménez Ríos (2013b: 167). En ambos se llega a
la conclusión de que no es posible determinar con certeza si las aportaciones de Cuervo
fueron decisivas en los cambios que se produjeron en el diccionario, aunque algunas de
ellas se viesen reflejadas en la duodécima edición como, por ejemplo, el aumento de
voces especializadas o la muestra de algunos ejemplos para ilustrar las definiciones y
manifestar el uso real de la lengua.
Por estos años, además, empezaron a colaborar con la Academia Española otras
Academias con el fin de mejorar el diccionario. Todas ellas fueron mencionadas en el
prólogo en la lista de Corporaciones y personas que han auxiliado á la Academia en los
trabajos de esta edición de la duodécima edición. Contribuyeron, en el ámbito de las
voces de especialidad, las Academias de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales y la de
Medicina 186 y, con el vocabulario americano, las recién creadas Academias Colombiana
(1871) y Mexicana (1875) y, más tarde, la Venezolana (1883).
Todas estas consideraciones metalexicográficas culminaron en la edición de 1884,
donde se constata una verdadera reestructuración del diccionario. Como se ha indicado
anteriormente, la duodécima edición es las más estudiada de la centuria decimonónica
debido a que ha sido considerada por los expertos una de las más novedosas de toda la
historia de la lexicografía académica y las reformas incluidas en ella han permanecido
186
En las Advertencias de 1899 solamente se señalan como Academias que han auxiliado en la
elaboración de esta edición la Academia de Medicina, la Mexicana y la Venezolana.
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CAPÍTULO 3. LA LABOR LEXICOGRÁFICA Y ORTOGRÁFICA DE LA REAL ACADEMIA ESPAÑOLA EN EL SIGLO
XIX
casi en su totalidad en las ediciones del siglo posterior (cfr. Garriga 2001: 263; Álvarez
de Miranda 2011a: 48; Clavería 2016a: 173 y Garriga y Rodríguez Ortiz 2017: 351).
En Garriga (2001: 263-315) se exponen las principales novedades de esta edición
tanto a nivel macroestructural como microestructural. En cuanto a la macroestructura,
destaca la nueva organización del lemario sustancialmente distinta a la edición anterior
debido a la separación de homónimos en artículos independientes tanto por el criterio de
la categoría gramatical (capitular, circular, oratorio, etc.), a pesar de que su grado de
aplicación no fue sistemático, como de la procedencia etimológica (alcohol, acuario,
pechera, etc.) (cfr. Clavería 2000 y Clavería y Planas 2001). Asimismo, en consonancia
con las directrices de las Reglas (1869, 1870), el lemario se incrementó ampliamente 187,
con todo tipo de léxico. Las palabras de nueva incorporación de esta edición han sido
examinadas en Garriga (2001) y Garriga y Rodríguez Ortiz (2017). En particular, han
sido objeto de estudio los dialectalismos, el léxico aragonés (Aliaga 2000), de Cantabria
(2018), las voces gallegas (Corbella 1994; Campos y Pérez Pascual 2006) y salmantinas
(Muriano 2007), entre otras, y los neologismos (Clavería 2016a: 199-212). Teniendo en
cuenta los trabajos citados, la nomenclatura se amplió especialmente con tecnicismos,
aunque, como se señaló en el prólogo del repertorio, también con vocablos, acepciones
y frases del lenguaje literario y vulgar, con neologismos «que se han creído necesarios
para designar cosas faltas de denominación castiza» (DRAE 1884: Advertencia) y con
palabras provinciales tanto de España (abubo barí, jándalo, etc.) como de América
(charamusca, cenote, quingos, etc.). En Garriga y Rodríguez Ortiz (2017: 352) se ha
indicado que donde se produce un incremento sin precedentes es en los vocablos con la
marca fam. (ablandahigos, achantar, chirimbolo, descuajaringar, sofocón, zurrado,
etc.).
Respecto a la microestructura, como se ha observado en Garriga (2001: 248), se
aumentó de manera considerable el número de abreviaturas gramaticales y de marcas
187
Sirva como ejemplo los datos que se han obtenido en el proyecto de investigación «Historia interna
del Diccionario de la lengua castellana de la Real Academia Española». En 1884 solamente de la letra A
se añadieron 711 formas nuevas, lo que supone un número más elevado que todo el aumento de las
ediciones de 1822 (483), 1832 (397), 1837 (280), 1843 (442) y 1852 (726) (Clavería 2019a: 16).
225
CAPÍTULO 3. LA LABOR LEXICOGRÁFICA Y ORTOGRÁFICA DE LA REAL ACADEMIA ESPAÑOLA EN EL SIGLO
XIX
diatécnicas, diatópicas y diastráticas, se perfeccionó la redacción de las definiciones y se
incorporaron las etimologías como consecuencia de la omisión de las correspondencias
latinas en 1869 y por la practicidad de aprovechamiento de los trabajos relacionados con
el Diccionario etimológico (cfr. Clavería 2014: 282). La información etimológica se ha
examinado en los estudios de Rivera (2005), Jiménez Ríos (2008), Clavería (2014 y
2016b) y Pérez Pascual (2016b). En estos trabajos se evidencia que la decisión de
incluir la etimología estuvo determinada por el auge a mediados del siglo XIX de la
lingüística histórico-comparativa, por un lado, y por la insistencia de ciertos académicos
del momento como Valera, por el otro (cfr. Clavería 2016b: 232-233). En esta edición,
no se trata de las hipótesis etimológicas formuladas en el Diccionario de autoridades,
sino que ahora es una nueva «etimología científica» y «no deudora de la fantasía» con
un alto grado de codificación y homogeneización. El estudio de Clavería (2014: 283284) ha revelado que los componentes etimológicos fueron de muchos orígenes, además
de introducir precisiones morfoetimológicas de relación entre vocablos («Abadejo. (d.
de abad)», «Disfrez. (Corrupción de disprez» o «Mascar. (Contracc. de masticar)») y
lexicogenéticas relacionadas con el fonosimbolismo («Carraspera. (voz imitativa)»,
«Miau. (onomatopeya)» o «Meauca. (voz imitativa del sonido de su canto)»). Como se
comprobará en el capítulo 4, la inclusión de la etimología provocó abundantes cambios
en la escritura de las palabras del lemario, pues constituía, como en el Diccionario de
autoridades, uno de los principios rectores de la ortografía.
La publicación de la duodécima edición tuvo una importante repercusión en la
prensa y en la sociedad del momento (cfr. Garriga 2001: 308; Clavería 2003: 258; Díaz
Salgado 2011: 106; Jiménez Ríos 2013b: 181-238 y García de la Concha 2014: 240). El
éxito fue tal que «alcanzó una difusión de más de diez mil ejemplares, insólita en la
época» (García de la Concha 2014: 240). No obstante, no estuvo exenta de críticas,
junto con la edición siguiente publicada en 1899, fue sobre la que se hicieron más
observaciones, motivadas, en parte, «por el desarrollo social y científico-técnico que se
produjo en la España de esos años» (Jiménez Ríos 2013b: 79). En las investigaciones de
Clavería (2003: 258-265) y Jiménez Ríos (2013b: 181-238) se examinan las críticas más
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CAPÍTULO 3. LA LABOR LEXICOGRÁFICA Y ORTOGRÁFICA DE LA REAL ACADEMIA ESPAÑOLA EN EL SIGLO
XIX
destacables como las de Antonio de Valbuena (1885-1889), Francisco Rodríguez Marín
(1886), Gregorio Herráinz (1886), José María Sbarbi (1886) y Pedro de Múgica (1894),
entre otras. El contenido de estos textos se centra, principalmente, en resaltar la carencia
de algunos grupos léxicos (tecnicismos y neologismos) y la abundancia de otros
(arcaísmos), los errores en las etimologías, asunto que recibe mayor atención, la
incoherencia en el empleo de algunas marcas y los problemas en la redacción de las
definiciones. También es frecuente la revisión de los errores ortográficos presentes en el
diccionario.
Finalmente, tras un largo camino de quince años en el que se intenta perfeccionar
«los métodos y principios seguidos en la anterior» (DRAE 1899: Advertencia), es decir,
la técnica lexicográfica, en 1899 se publica la última edición del siglo XIX. Para García
de la Concha (2014: 242), una edición más coherente y que se abría a la modernidad
científica. Lo cierto es que la decimotercera es fiel continuadora de la anterior, hasta el
punto de poder servirle de preámbulo «la advertencia escrita al frente de la otra» (DRAE
1899: Advertencia). Esta edición ha sido analizada detalladamente en los estudios de
Clavería (2001, 2003 y 2004). Tal y como se observa en estas investigaciones, una de
las preocupaciones más discutidas por los académicos afecta a los límites de la admisión
de neologismos, especialmente, de neologismos técnicos y científicos. Estos últimos se
incrementan considerablemente. También, como se señala en Clavería (2003: 284), se
incluyeron otros grupos léxicos como, por ejemplo, palabras derivadas en -ista, -ismo o
anti-, gentilicios o dialectalismos, sobre todo, procedentes de América. Asimismo, en
Garriga (1996: 395) y Garriga y Rodríguez Ortiz (2017: 354) se ha observado que, en
esta edición, igual que en la precedente, las voces marcadas como familiares registran
un significativo aumento. En cuanto a la microestructura, destacan las transformaciones
en la redacción de las definiciones, en concreto, de voces especializadas.
Pese a intentar rectificar los errores cometidos en la edición anterior, también esta
recibió críticas destacables como, por ejemplo, la de Miguel de Toro y Gisbert (1909) o
la de Miguel de Unamuno (1903). El contenido de la crítica de Toro y Gisbert es muy
similar al de las comentadas anteriormente. Buscaba este autor una armonía entre las
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CAPÍTULO 3. LA LABOR LEXICOGRÁFICA Y ORTOGRÁFICA DE LA REAL ACADEMIA ESPAÑOLA EN EL SIGLO
XIX
tres obras académicas señalando las diferencias entre las doctrinas de cada una de
ellas 188 (cfr. Jiménez Ríos 2013b: 245). La correspondencia de la ortografía y la
gramática con el diccionario fue un tema recurrente en las reseñas a las ediciones
posteriores, puesto que se interpreta la obra lexicográfica como la vía para consolidar la
norma. En opinión de Jiménez Ríos (2013b: 323), este hecho se debe a que el repertorio
«ha de fijar una norma de uso, no solo léxica, sino también gramatical y ortográfica:
toda la lengua está en el diccionario, y todo lo que a ella le es propio también».
Unamuno (1903), por su parte, criticó duramente el purismo de la Academia frente a la
entrada en el diccionario de neologismos, en su opinión, de uso frecuente en la lengua,
como acaparamiento, agónico, alarmante, alienado, altruismo, entre otras muchas,
ausentes en la decimotercera edición de la obra (cfr. Carriscondo 2005: 17). Como bien
ha observado Carriscondo (2005: 18-19), la preocupación de Unamuno con respecto a la
creatividad léxica del hablante se hace patente en todos los escritos del autor:
Hay que subrayar cómo su propia experiencia le lleva a crear un vocablo
cuando le hace falta, o, más bien, a componerlo, procurando atenerse a «los
procederes espontáneos de la lengua» (1903: 538). Los neologismos creados
por el autor no son más que una faceta constante de su pensamiento y su
obra: la gran pasión unamuniana por la creación lingüística (Carriscondo
2005: 18).
No todas las voces creadas por Unamuno corrieron la misma suerte en el ámbito
lexicográfico, pues algunas nunca se introdujeron en el diccionario de la Academia 189.
188
Por citar algunos ejemplos, con relación a la ortografía, Toro y Gisbert señala el desajuste entre la
b y la v, la ll y la y y la s y la z, la acentuación de las voces y la escritura de las palabras compuestas. En
cuanto a las cuestiones gramaticales, destaca el desajuste con la Gramática en el tratamiento del género
de algunas voces, la confusión de los pronombres de dativo con los de acusativo en las definiciones y en
algunos verbos usados también como activos, neutros o recíprocos (véase Jiménez Ríos 2013b: 254-256,
264-266).
189
El propio Unamuno corrobora esta afirmación cuando señala que «Cada vez que se me hacía notar
que alguna palabra que yo empleaba —casi siempre recogida del habla popular y tal vez forjada, por
analogía, por mí— no estaba en el Diccionario de la dicha Academia, el que pasa por oficial, replicaba
yo: «ya la pondrán!». Que el modo de que se registre algo es que este algo empiece por existir. Mas no se
crea que yo vaya a meterme en la Academia para ir metiendo en su Diccionario las palabras que haya
recogido de boca del pueblo y las que, forjadas por mí, hayan sido acatadas por él, no. Y eso que tal cosa
sería lo debido. ¡Hay tan falsa idea de lo clásico en confusión con lo académico!» (citado en Carriscondo
2005: 19-20).
228
CAPÍTULO 3. LA LABOR LEXICOGRÁFICA Y ORTOGRÁFICA DE LA REAL ACADEMIA ESPAÑOLA EN EL SIGLO
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2.2.4. Recapitulación
Como se ha podido comprobar, el modelo de repertorio lexicográfico reducido a un
tomo, el cual nació para suplir las necesidades comerciales del momento y a la zaga del
Diccionario de autoridades, acabó implantándose en el seno de Academia como tarea
principal, y así aparece descrito en todos los Estatutos y Reglamentos que vieron la luz
en esta centuria. En las ediciones publicadas en 1803 y 1817 todavía están presente los
trabajos que se estaban realizando para el Diccionario de autoridades, aunque en las
recientes investigaciones sobre esta última edición se ha demostrado la independencia
de esta obra en cuyo proceso metodológico se observan novedades de gran calado tanto
a nivel macroestructural como microestructural, las cuales se han expuesto en el § 2.2.1.
(cfr. Clavería y Freixas 2018a).
La sexta edición publicada en el año 1822 supuso el comienzo de una importante
reestructuración del diccionario usual que culminó en la siguiente (DRAE 1832), ya que
la revisión del repertorio estuvo marcada por un afán economizador que se refleja tanto
en la supresión de lemas, que supera notablemente al aumento, un hecho insólito hasta
la fecha, como en la eliminación de información adicional de las definiciones. En 1832
se terminó de reestructurar la forma del artículo lexicográfico, así como sus contenidos.
En estas obras existía un interés por despojar el diccionario de variantes anticuadas, no
normativas o carentes de significado léxico y con formaciones regulares (participios,
formas irregulares de los verbos, etc.). En las ediciones desde 1837 hasta 1852, como se
ha expuesto en los § 2.2.1. y 2.2.2., se siguió primando la reducción y la enmienda más
que la acogida de innovaciones léxicas, lo que se demuestra con el notable descenso de
adiciones de entradas desde 1817. Los principios teóricos de estas ediciones comparten
características comunes y se basan en revisar «más o menos someramente la edición
anterior y no en emprender transformaciones de mayor envergadura» (Clavería 2019a:
37), las cuales llegaron en las últimas décadas del siglo. Las revisiones, por tanto, nunca
fueron sistemáticas, sino parciales. Posiblemente influyó la decadencia económica que
se vivía en esos años en la corporación y la inestabilidad política y social de la época.
229
CAPÍTULO 3. LA LABOR LEXICOGRÁFICA Y ORTOGRÁFICA DE LA REAL ACADEMIA ESPAÑOLA EN EL SIGLO
XIX
El resurgimiento de las labores académicas a mediados del siglo XIX se empezó a
notar en la undécima edición del diccionario, la cual, junto con las dos siguientes, se ha
considerado en Clavería (2016a), que forman parte de un mismo proceso evolutivo. A
partir de esta, se empezó a recoger en la nomenclatura léxico que reflejaba los avances
científicos y técnicos que estaban teniendo lugar en la época (cfr. Garriga 2001; Garriga
y Rodríguez Ortiz 2017). En 1869 y 1884, además, están muy presente los avances de la
lingüística histórico-comparativa que por esas décadas había irradiado en España (cfr.
Ridruejo 2002; Álvarez de Miranda 2011b; Clavería 2014). En esta línea se insertan los
cambios en las correspondencias latinas y en las etimologías, que se incluyeron en el
diccionario en 1884. Esta edición es considerada por los expertos la más importante del
siglo XIX y una de las más relevantes de la historia de la lexicografía académica (cfr.
Garriga 2001; Álvarez de Miranda 2011a; Clavería 2016a). Los cambios ensayados en
1884 se terminaron de consolidar en la siguiente publicada en 1899 cuyas características
se mantuvieron casi sin alteraciones en las publicadas en el siglo XX (García de la
Concha 2014: 242).
2.3. La lexicografía no académica y su relación con el diccionario académico
No es posible conocer exhaustivamente el devenir del diccionario de la Academia sin
tener en cuenta la lexicografía no académica, expresión empleada por Seco (1987) para
designar los repertorios lexicográficos elaborados por autores ajenos a la corporación, o
por un cuerpo colegiado de personas «versadas en distintos ramos del saber» (Azorín
2019: 43), que entraron en competencia con este 190. Con estas obras germinó un nuevo
modo de concebir el diccionario monolingüe general abriendo su capacidad a nuevas
realidades tanto lingüísticas como extralingüísticas que dieron paso en España a los
llamados diccionario enciclopédicos (cfr. Alvar Ezquerra 1993a: 50; Esparza 1999: 54;
Azorín 2019: 42-43).
190
Francisco Rico se refirió a las obras lexicográficas no académicas como los otros en «El
diccionario de la Academia y "los otros"», prólogo al Gran diccionario de la lengua española, en M. A.
Maní (coord.). Barcelona: Larousse Planeta, 1996, pp. V-IX.
230
CAPÍTULO 3. LA LABOR LEXICOGRÁFICA Y ORTOGRÁFICA DE LA REAL ACADEMIA ESPAÑOLA EN EL SIGLO
XIX
En los siguientes subepígrafes se exponen las obras lexicográficas no académicas
más relevantes para la historia de la lexicografía del español, tanto las publicadas en el
siglo XVIII (§ 2.1.3.) como en el XIX (§ 2.3.2.).
2.3.1. La lexicografía no académica en el siglo XVIII
Como afirmó Manuel Seco en su estudio de 1987, la Real Academia Española, fundada
en 1713, había conseguido monopolizar la producción lexicográfica del español gracias
al éxito comercial y a la general aceptación que supuso la publicación del Diccionario
de autoridades y, posteriormente, del Diccionario de la lengua castellana reducido á un
tomo para su mas fácil uso. Ruhstaller (2003: 237) ha señalado que este hecho limitó el
desarrollo de la lexicografía no académica, puesto que no fue hasta bien entrado el siglo
XIX cuando el diccionario académico contó con firmes competidores.
El primer adversario del repertorio académico fue el Diccionario castellano con
las voces de ciencias y artes y sus correspondientes en las tres lenguas francesa, latina
e italiana (1786-1788) de Esteban de Terreros y Pando publicado entre los años 1786 y
1793, pero confeccionado antes de 1767 191 (cfr. Álvarez de Miranda 1992: 560). En la
actualidad, son copiosos los trabajos sobre la contribución de Terreros a la lexicografía,
aunque, como ya se advirtió en Echevarría (2001: 53), su repertorio «sigue siendo en
buena medida un desconocido», pues el examen de este requiere un análisis profundo
desde diversas perspectivas. El interés que ha generado el diccionario del jesuita se
justifica, en cierta medida, por tratarse del único, a parte del publicado por la Academia,
que se compila en España en el siglo XVIII. Son de gran provecho las aportaciones de
Alvar Ezquerra (1987, actualizada en 2002), Álvarez de Miranda (1992), San Vicente
(1995), Azorín (2000a), Echevarría (2001), Carriscondo (2008), Azorín y Santamaría
(2009), además de los trabajos acopiados en la monografía coordinada por Larrázabal y
Gallastegui (2008) con motivo del tercer centenario de su nacimiento. En estos estudios
191
Álvarez de Miranda (1992: 560) señala que «la fecha real de composición del cuerpo de la obra en
ningún caso va más allá de 1767, es decir, el momento en el que se produce en España la expulsión de los
jesuitas».
231
CAPÍTULO 3. LA LABOR LEXICOGRÁFICA Y ORTOGRÁFICA DE LA REAL ACADEMIA ESPAÑOLA EN EL SIGLO
XIX
se ofrece una visión general del diccionario y se incide también en aspectos particulares
como la recepción de tecnicismos y voces dialectales.
En estas investigaciones se destaca la originalidad y la innovación del Diccionario
castellano frente a la tradición y al modelo del Diccionario de autoridades y se inscribe
la obra en «el conjunto de operaciones culturales iniciadas en el período fernandino que
revisan el pasado y ponen a su vez, con cierto "espíritu de nación", siempre presente en
las cuestiones lingüísticas dieciochescas, los criterios necesarios para la renovación»
(San Vicente 1995: 156). Como tal, en la obra lexicográfica de Terreros se registró todo
tipo de léxico, especialmente, debido a que era su objetivo principal, tecnicismos que la
Academia había dejado fuera del Diccionario de autoridades 192. Sin embargo, los datos
que se han aportado en los estudios citados demuestran que el repertorio del jesuita es
mucho más que un vocabulario específico, como el título indicaba, es un diccionario
general en el que se incluyen además voces de ciencias y artes 193 (cfr. Alvar Ezquerra
1993: VI; García de la Concha 2014: 110). Es destacable el registro de palabras que
reflejan realidades que proceden del continente americano como, por ejemplo, nombres
de plantas medicinales (cfr. García Platero 2003: 266). Con esta obra germinó otro tipo
de lexicografía cuya característica principal era el aumento de la nomenclatura con un
afán enciclopédico, que llegó a su máximo esplendor en el siglo XIX (véase § 2.3.2.).
La innovación del Diccionario castellano también queda patente en la ortografía
empleada por el autor quien desarrolló en el prólogo todo un sistema ortográfico bien
fundamentado en sólidos principios teóricos y que puso en práctica en el cuerpo del
repertorio. Esta cuestión ha sido analizada en Martínez Alcalde (2006), Sánchez Prieto
(2008), Quilis (2010) y Terrón (2019). La propuesta de Terreros, que había nacido con
el mismo fin que la de la Academia (§ 3.2.), se basaba en criterios distintos, mientras
que la corporación primaba la etimología el jesuita optó por la pronunciación y, en
menor medida, el uso establecido en la sociedad. La información ortográfica que ofrece
192
Algunos de estos tecnicismos, como ha demostrado Raab (2018: 533-533), se incluyeron en
ediciones posteriores del diccionario académico.
193
Según los cálculos de Alvar Ezquerra (2002) solamente cerca de un 14% de las acepciones nuevas
poseen un uso especializado.
232
CAPÍTULO 3. LA LABOR LEXICOGRÁFICA Y ORTOGRÁFICA DE LA REAL ACADEMIA ESPAÑOLA EN EL SIGLO
XIX
en las entradas lexicográficas sobre la variabilidad en la escritura de ciertas voces refleja
la inestabilidad existente en la época y completan las aportaciones de la Academia, por
lo que son de gran utilidad para la presente investigación.
Pese a la demostrada novedad de este diccionario, en García Platero (2003: 265)
se ha reivindicado que la obra «no obtuvo la repercusión debida, dado que vio la luz en
una época en la que el Diccionario de autoridades suscitó todo el interés». Este hecho
ha llevado a Rodríguez Barcia (2013: 28) a afirmar que la lexicografía de autor no cobró
verdadera entidad hasta mediados del siglo XIX debido, según apuntan los expertos
(Seco 2003; Ávila 2010; Álvarez de Miranda 2011c; Rodríguez Barcia 2013; Azorín
2019), al acierto de la Academia en concentrar su esfuerzos en la elaboración de un
compendio de Autoridades para atender las demandas del público. A pesar de ello, es
innegable el camino abierto por Terreros en la lexicografía española mediante una doble
vía: por un lado, inauguró el aumento léxico de las nomenclaturas y, por el otro, cultivó
el germen del diccionario enciclopédico, «genero inédito en España hasta el siglo XIX»
(Anglada y Bargalló 1992: 956).
2.3.2. La lexicografía no académica en el siglo XIX
La eclosión de la lexicografía no académica en el siglo XIX fue objeto de examen en los
trabajos pioneros de Seco (1987 y 1988), donde quedaron sentadas las bases, en opinión
de Álvarez de Miranda (2007a: 341), para el estudio de los diccionarios decimonónicos.
Posteriormente, también han contribuido a esclarecer este episodio de la lexicografía
Anglada y Bargalló (1992), Bueno Morales (1995), Azorín (1996, 1996-97, 2000c,
2006a y 2019), Esparza (1999), Martínez Marín (2000), García Platero (2003: 263-280),
Contreras Izquierdo (2003), Álvarez de Miranda (2007a), entre otros. Estos trabajos, en
los que se ofrece el panorama de la lexicografía del siglo XIX, constituyen un marco de
referencia excepcional para el análisis particular de cualquier repertorio publicado en
esta centuria.
En los estudios indicados, se ha puesto de manifiesto que el siglo XIX fue muy
fructífero para la lexicografía no académica, la cual modificó por completo el panorama
233
CAPÍTULO 3. LA LABOR LEXICOGRÁFICA Y ORTOGRÁFICA DE LA REAL ACADEMIA ESPAÑOLA EN EL SIGLO
XIX
de la lexicografía española que experimentó un cambio de rumbo sustancial en esta
época. Como explicó Seco (1987: 130), los primeros pasos se dieron a principios de la
centuria con el nacimiento, a partir de 1812, de las nuevas republicas americanas:
Los editores franceses descubrieron las posibilidades que les brindaba el
mercado de las recién emancipadas colonias españolas de América —roto el
comercio de ellas con España—, así como la inestimable colaboración
desinteresada de la propia metrópoli al suministrarle suficiente número de
intelectuales exiliados útiles para desempeñar la necesaria tarea redactora
(Seco 1987: 130).
Por lo tanto, en consonancia con la afirmación de Seco, el surgir de la lexicografía
no académica tuvo su origen en razones comerciales. Durante estas primeras décadas se
llevaron a cabo en la ciudad parisina reimpresiones del diccionario académico, además
de revisiones y compendios de este 194, para ser vendido en América. París, como núcleo
de la vida intelectual y artística (Trujillo González 2013: 11), fue la ciudad en la que los
lexicógrafos particulares imprimieron sus obras para satisfacer las demandas del público
hispanohablante. Además del empuje de las editoriales francesas, Battaner (2008a: 30)
ha observado que también influyó de manera determinante en el auge de la lexicografía
no académica la libertad de imprenta y la propiedad intelectual planteada en las Cortes
de Cádiz (1810-1814). El libre mercado y el amparo de la imprenta ha llevado a esta
autora a volver a etiquetar la lexicografía no académica como lexicografía liberal,
además de porque muchos de los lexicógrafos del momento «militaron en las filas de
esta corriente política» y fueron liberales exiliados.
Álvarez de Miranda (2011c: 91) ha clasificado los diccionarios publicados en esta
primera mitad del siglo XIX en tres grupos distintos: 1. reducciones o abreviaciones; 2.
apropiaciones, es decir, ediciones íntegras del repertorio académico, y 3. ampliaciones.
Como ejemplo de los dos primeros conjuntos cita la edición abreviada del diccionario
académico de 1822 de Vicente González Arnao (1826) y el compendio de la edición de
194
Azorín (1996-97: 114) señala, al respecto, que «el nombre de la ilustre corporación fue estampado
sin recato alguno en las portadas de muchos diccionarios de la época, más a modo de reclamo publicitario
que como declaración intencionada de fuentes».
234
CAPÍTULO 3. LA LABOR LEXICOGRÁFICA Y ORTOGRÁFICA DE LA REAL ACADEMIA ESPAÑOLA EN EL SIGLO
XIX
1822 de Cristóval Pla y Torres (1826), ambos publicados en Paris. Como representante
de las «ampliaciones» destaca el Diccionario de la lengua castellana de Manuel Núñez
de Taboada publicado el año 1825. Sin duda, en consonancia con la opinión de Álvarez
de Miranda, este grupo es el más interesante.
Manuel Núñez de Taboada, intelectual español exiliado en Francia, fue uno de los
primeros representantes de la corriente lexicográfica liberal. En el estudio de Clavería
(2007) se ha analizado su la labor lexicográfica y se ha manifestado que sus intenciones
eran mejorar el diccionario académico tanto a nivel macroestructural, con el aumento
del lemario —más de 5.000 voces y artículos—, como microestructural, con la mejora
de las definiciones. Ya en el título del propio repertorio queda vigente el prestigio que
se le otorga a la corporación, ya que se presenta como una revisión de la sexta edición
de su diccionario 195. En cuanto a la ortografía, en cambio, se declaró fiel seguidor de las
normas de la corporación, por tratarse, en palabras del autor, de la «única autoridad
establecida y aun no revocada». A pesar de ello, no dejó de advertir los errores y las
inconsistencias entre las grafías g y j o c y z que había encontrado en la edición de 1822
y, además, quiso distanciarse del nuevo alfabeto empelado por la Academia, quien
recientemente había otorgado el estatus de letras a los dígrafos ch y ll y así lo reflejaba
en la ordenación de la macroestructura de las ediciones de 1803, 1817 y 1822 (§ 3.3.).
Al respecto, Núñez de Taboada indicó lo siguiente:
La Real Academia Española considera la ch y ll como dos letras diferentes
de las demas del alfabeto. […] Ignoro que razones le habrán movido á ello;
pero puedo asegurar que léjos de parecerme bien esta novedad la encuentro
opuesta al sentir de los gramáticos, de mero capricho y embarazosa para los
que tienen que hacer un frecuente uso del diccionario. No tengo presente que
en alguna lengua la reunion de algunas letras de su abecedario se mire como
letra particular del mismo, ni creo que haya fundamento para que ch y ll sean
letras particulares mas bien que rr, bl, dr, fl, etc., etc.
195
El título completo del diccionario de Núñez de Taboada es el siguiente: Diccionario de la lengua
castellana, para cuya composición se han consultado los mejores vocabularios de esta lengua, y el de la
Real Academia Española últimamente publicado en 1822; aumentado con mas de 5000 voces ó artículos,
que no se hallan en ninguno de ellos.
235
CAPÍTULO 3. LA LABOR LEXICOGRÁFICA Y ORTOGRÁFICA DE LA REAL ACADEMIA ESPAÑOLA EN EL SIGLO
XIX
En mi diccionario ch y ll no son letras por separado, y por tanto sus varias
combinaciones se encuentran en sus respectivos lugares segun el órden
alfabético (Núñez de Taboada 1825: VII).
El diccionario de Núñez de Taboada debió influir en la edición siguiente del
repertorio académico, ya que el prólogo 196 de esta contiene referencias indirectas a su
obra relacionadas con la exclusión de cierto tipo de vocablos, como se puede observar
en la cita siguiente:
Si se diera entrada á estas y otras clases de voces en el Diccionario, fácil
cosa fuera añadirle no solo cinco sino muchos mas millares de artículos.
Sirva esto para satisfacer la delicadeza de los que todavía pudieran tachar al
Diccionario de escaso y diminuto. Y prescinde la Academia de los reparos
que se han opuesto al suyo por no hallarse en él algunos artículos de voces
extrangeras como mutualmente; ó de voces estropeadas y desfiguradas como
Barberescos; ó escritas con mala ortografía como uraño; ó pronunciadas á la
manera del ínfimo vulgo como hespital. Adoptar artículos de esta especie
sería no enriquecer sino manchar el Diccionario, y profanar el carácter del
noble y magestuoso idioma de Castilla 197 (DRAE 1832: prólogo).
Estas consideraciones han llevado a Clavería a afirmar que el repertorio de Núñez
de Taboada «tiene una incidencia importante tanto en la lexicografía no académica
subsiguiente como en la misma lexicografía académica» (Clavería 2007: 13).
Hasta mediados de siglo no se cuenta con un número más elevado de diccionarios
publicados fuera de la actividad de la Academia. A partir del año 1842 la lexicografía
liberal empezó a ganar terreno debido a diversos factores (cfr. Seco 2003: 260-261).
Además del auge de las editoriales francesas y la libertad de imprenta, indicados
anteriormente, para Abad (2001), la pujanza de los repertorios lexicográficos durante
estos años se debe a razones socioculturales relacionadas con el crecimiento de la vida
colectiva de España. En los años centrales del siglo se produjeron reformas en las
estructuras del Estado, desarrollando todos los ramos de la administración pública una
196
Como se ha demostrado en Lombardini (2011) y Clavería (2019a), los preámbulos de las ediciones
del diccionario académico contienen abundantes menciones a obras y autores ajenos a la corporación.
197
Como ha observado Clavería (2019a: 34), todos los ejemplos citados por la Academia se
encuentran registrados en el diccionario de Núñez de Taboada. Además, cinco mil son las voces que
señala este autor en la portada de su obra.
236
CAPÍTULO 3. LA LABOR LEXICOGRÁFICA Y ORTOGRÁFICA DE LA REAL ACADEMIA ESPAÑOLA EN EL SIGLO
XIX
significativa presencia en la sociedad (López Rodó 1963: 62). Además, tuvieron lugar
una serie de innovaciones científicas y técnicas que requerían el uso de nuevos leguajes.
Todas estas modificaciones en la sociedad se pretendían recoger en los repertorios con
el fin de vincular a la comunidad lingüística «con su entorno sociocultural inmediato»
(Martínez Linares y Santamaría 2006: 448).
Los diccionarios no académicos más destacados, y estudiados 198, que vieron la luz
por esos años son el Panléxico: diccionario universal de la lengua castellana de Juan
Peñalver (1842), el Nuevo diccionario de la lengua castellana de Vicente Salvá
(1846) 199, el Diccionario nacional o gran diccionario clásico de la lengua española de
Ramón Joaquín Domínguez (1846-47) y el Diccionario enciclopédico publicado por la
editorial Gaspar y Roig (1853). Este último es el primero elaborado de manera colectiva
fuera de la actividad académica y que presenta una estructura de trabajo jerarquizada 200.
Los tres últimos lexicógrafos pertenecen a lo que Quilis Merín (2016: 51) ha designado
«la generación lexicográfica de 1850» de pensamiento liberal y progresista.
El punto de partida de estas obras fueron las ediciones del diccionario académico
vigentes en el momento, la octava (1837), la novena (1843) y la décima (1852). A partir
de estas nomenclaturas confeccionaron sus propios repertorios incluyendo —aunque no
siempre— modificaciones en el contenido «según el perfil del público destinatario de la
obra» (Azorín 2019: 45), ya que, para abrirse hueco en el mercado, ofrecían alternativas
distintas a la Academia consideradas para diferentes tipos de usuario. Los lexicógrafos
decimonónicos reclamaban a la corporación un vínculo más estrecho con los cambios
sociales que estaban sucediendo en la época y mostraban, a través de sus propias obras,
198
Para el examen específico del Diccionario nacional de Domínguez véase los dos estudios de Seco
(1985) y, más recientemente, el estudio de Quilis Merín (2007), la tesis doctoral de Iglesia (2008) y los
trabajos de Iglesia (2011) y Garriga e Iglesia (2010). Para el Nuevo diccionario de Salvá véase Azorín y
Baquero Mesa (1994-95), Álvarez de Miranda (2003) o Azorín (2003, 2004 y 2012). Para el Diccionario
enciclopédico de la editorial Gaspar y Roig véase Bueno Morales (1996: 151-158), entre otros.
199
Cabe destacar que Salvá ya había publicado con anterioridad dos impresiones de la octava edición
del diccionario de la Academia, una en el año 1838 y otra en 1841. En ambas incluye anotaciones propias
y una «Advertencia del editor» que, en opinión de Álvarez de Miranda (2011c: 101), puede considerarse
un anticipo del Nuevo diccionario. Álvarez de Miranda (2011c) ha examinado estos dos diccionarios de
Salvá.
200
El hecho de poseer un único autor se destaca positivamente en obras como la de Núñez de Taboada
o la de Salvá, quienes atribuyen los defectos del diccionario académico a esa pluralidad en la autoría.
237
CAPÍTULO 3. LA LABOR LEXICOGRÁFICA Y ORTOGRÁFICA DE LA REAL ACADEMIA ESPAÑOLA EN EL SIGLO
XIX
la poca flexibilidad que manifestaba la corporación para aceptar «la variedad de uso real
de la lengua» (Anglada y Bargalló 1992: 956). Por este motivo, una de las principales
quejas era la carencia, sobre todo léxica, del diccionario académico.
Con la idea de superar el repertorio académico —aunque muchos se servían de su
labor—, se concibió el diccionario como una obra extensiva, en la que tenía cabida todo
el léxico existente. La lexicografía no académica, como ha señalado Ahumada (2000:
85) «se vio obligada a transitar por caminos que la institución había abandonado» como,
por ejemplo, el aumento de tecnicismos y de topónimos. Destaca también el interés por
los neologismos 201 y se empieza a plantear la introducción de americanismos (cfr. Seco
1987: 147; Esparza 1999: 63; Bueno Morales 2003: 152; Álvarez de Miranda 2007a).
La introducción de vocabulario de todo tipo hace que los diccionarios de autor sean una
valiosa fuente de información para la historia del léxico del español, por lo que no
sorprende que un tema recurrente en la bibliografía sea el examen de alguna parcela del
lenguaje en algún repertorio lexicográfico en concreto. Una muestra de ello es la tesis
de Iglesia (2008) dedicada al estudio del léxico de la química en la obra lexicográfica de
Domínguez.
Esta concepción del diccionario que difiere de la expuesta por la Academia en el
prólogo de la edición de 1843, donde el punto de vista adoptado respecto a la inclusión
de neologismos y tecnicismos era más restrictivo (véase § 2.2.2.), ha llevado a Esparza a
describir esta época de la lexicografía española como «un conflicto de paradigmas»:
Podemos definir este periodo de la lexicografía española como un conflicto
entre dos paradigmas diferentes. El primero, representado por la Academia,
se caracteriza por ser corporativo e institucional y de actuación retrospectiva,
en el sentido de que actúa dominado por la tensión entre integritas y usus. El
segundo responde a grandes empresas individuales […] y está marcado por
la atención que se presta al momento presente de la lengua (Esparza 1999:
65).
201
En contraposición a los neologismos, Bueno Morales (2003: 153) ha señalado que las voces
arcaicas es uno de los aspectos que más critican del diccionario académico, a pesar de que «ninguno de
los no académicos suprime del corpus léxico las voces anticuadas o en desuso».
238
CAPÍTULO 3. LA LABOR LEXICOGRÁFICA Y ORTOGRÁFICA DE LA REAL ACADEMIA ESPAÑOLA EN EL SIGLO
XIX
La postura restrictiva de la Academia, la cual se explicitó en el prólogo de la
novena edición del repertorio léxico, posiblemente contribuyó al aumento en estos años
de vocabularios especializados y de diccionarios enciclopédicos, en el afán de elaborar
repertorios cada vez más amplios y con el mayor número de datos posibles (Esparza
1999: 54). El Panléxico de Peñalver, a pesar de que la empresa fracasó, el Diccionario
nacional de Domínguez 202 y el Diccionario enciclopédico de los editores Gaspar y Roig
obedecían a este carácter totalizador y pretendían abarcar y recoger «la casi totalidad de
los conocimientos humanos» (Panléxico 1842: 5). Domínguez, por ejemplo, expuso esta
idea en el prefacio de su obra y enalteció su diccionario señalando que era «el más
completo de cuantos se han publicado hasta el día» 203:
Nadie pone en duda la necesidad que hay en España de un Diccionario que
este al nivel de la altura á que en menos de un siglo han llegado todos los
ramos del saber humano. La literatura ha abierto un vasto campo de
pensamiento […]. Las ciencias se han enriquecido con millares de
descubrimientos, cada uno de los cuales ofrece al hombre otros tantos objetos
nuevos que debe conocer y clasificar, necesitando para esto darles una
nomenclatura que los distinga entre sí […] (Domínguez 1846-47: prólogo).
El diccionario de Domínguez, de entre todos los indicados, fue el más crítico con
la corporación. La labor lexicográfica de este autor ha sido analizada en investigaciones
como las de Seco (2003), Quilis Merín (2007), Iglesia (2008 y 2011), Garriga e Iglesia
(2010), entre otras. En estos estudios se pone de manifiesto la importancia de la obra de
Domínguez para la lexicografía del español resaltando las características principales de
su repertorio. Como la mayoría de los diccionarios no académicos, un rasgo distintivo
es el incremento de la nomenclatura académica con léxico diverso, especialmente, como
se advirtió en el prólogo, y ha sido comprobado en la tesis de Iglesia (2008), con voces
de ciencias, artes y oficios con el objetivo de reflejar los progresos ocurridos en la
202
En la tesis doctoral de Iglesias (2008) se ha comprobado que el mayor número de incorporaciones
del diccionario de Domínguez con respecto al diccionario de la Academia se corresponde con léxico
científico y técnico.
203
Esta afirmación fue una constante en la lexicografía no académica. Por ejemplo, en el Prólogo del
Diccionario enciclopédico (1853: IV) se indicó que «la nomenclatura de nuestro Diccionario es, pues, la
mas abundante de cuantas se conocen hasta el día».
239
CAPÍTULO 3. LA LABOR LEXICOGRÁFICA Y ORTOGRÁFICA DE LA REAL ACADEMIA ESPAÑOLA EN EL SIGLO
XIX
distintas ramas del saber. Este aspecto, además de la adición de información relacionada
con los sucesos históricos y lugares geográficos (nombres de ciudades del mundo y de
pueblos de España, de hombres célebres, de sectas religiosas, etc.), son decisivos para
identificar el Diccionario nacional como «el primer diccionario enciclopédico de la
tradición española» (Esparza 1999: 49).
De entre todas las particularidades, la subjetividad empleada en la redacción de su
obra lexicográfica es una de las más recurrentes en la bibliografía, la cual fue sacada a
colación por primera vez por Seco:
Muy pocas obras de la lexicografía española (tal vez una sola: la de
Covarrubias) estarán tan impregnadas de la personalidad del autor como la de
este hombre, del que, paradójicamente, sabemos tan poco. Esta peculiaridad
hace de su obra uno de los diccionarios españoles más originales (Seco 2003
[1987]: 162).
Basta repasar los estudios sobre el Diccionario nacional para comprobar que en
las definiciones de los lemas están muy presentes las opiniones políticas, ideológicas,
satíricas, críticas, irónicas e, incluso, le sirvieron para transmitir doctrinas ortográficas
contrarias a la defendida por la Academia aun ya siendo oficial (cfr. Quilis Merín 2014;
Raab 2019). Este último aspecto es especialmente interesante para la presente tesis, pues
Domínguez expuso y valoró en los artículos correspondientes a las letras del abecedario
las propuestas reformistas de la ortografía fonética de los neógrafos 204, representados en
España por la Academia Literaria y Científica de Profesores de Instrucción Primaria de
Madrid (ALCIP) (véase § 3.4, cfr. Quilis Merín 2008: 283; 2010a: 542 y 2013: 515).
Sirva a modo de ejemplo la siguiente explicación que se encuentra en la definición de la
grafía z:
204
Cabe recordar, como ya dio cuenta Quilis Merín (2010a: 542), que el término neógrafo nunca ha
sido recogido en ningún diccionario académico. En cambio, lo registran un gran número de repertorios no
académicos, el primero el de Terreros y Pando, pero también en el de Núñez de Taboada, Domínguez,
Salvá, etc. Terreros propuso la siguiente definición: «el que escribe con ortografía nueva, y diferente de la
comun, y ordinaria» (Terreros 1787: s. v. neografo). Más tardíamente, Domínguez define este término
como «El que hace innovaciones en la ortografía, ó trata de introducir una ortografía enteramente neuva»
(Domínguez 1846: s. v. neografo).
240
CAPÍTULO 3. LA LABOR LEXICOGRÁFICA Y ORTOGRÁFICA DE LA REAL ACADEMIA ESPAÑOLA EN EL SIGLO
XIX
Sea cual fuere la vocal con que se pronuncie, su articulacion y sonido son
siempre iguales; cuya regularidad ha sugerido á la Academia de profesores
de primera enseñanza la idea de reemplazar con la z á la c no solamente en
los casos de necesidad, esto es, cuando la c equivale al sonido y valor de q ó
de k, segun suena en las terminaciones ca, co, cu, sinó tambien cuando suena
como suave y dulce antes de e y de i, ó en las terminaciones ce, ci
(Domínguez 1846-47: s. v. z).
Algunas de las reformas fonetistas fueron adoptadas por Domínguez y aplicadas
en el cuerpo del diccionario, como, por ejemplo, la sustitución de la x por la s delante de
consonante. La información ortográfica y fónica que aporta este lexicógrafo a través de
su repertorio es de gran relevancia para la historia de la ortografía del español.
El otro gran diccionario publicado en estas décadas fue el de Salvá (Seco 1987 y
1988; Álvarez de Miranda 2003 y 2011c o Azorín 2000b, 2003, 2012 y 2019). La
aportación del Nuevo diccionario de la lengua castellana «es crucial para comprender
cómo llegó a gestarse la moderna lexicografía monolingüe del español» (Azorín 2000b:
258) 205. Los principios teóricos que subyacen a su repertorio se encuentran explicados
en la «Introducción del adicionador» (1846: XVII-XXVII), un texto de gran valor para
la lexicografía debido a las reflexiones metalexicográficas que aparecen en él. En los
estudios indicados anteriormente sobre la labor lexicográfica de Salvá se señalan las
principales características de su obra, la cual fue elaborada con un rigurosa metodología.
Como todos los diccionarios liberales de la época, tomó como base el repertorio de la
Academia en su novena edición con la intención de completarlo y perfeccionarlo. Las
aportaciones de Salvá tanto en la macroestructura de la obra como en la microestructura
fueron numerosas 206. En cuanto a la macroestructura, acrecentó el vocabulario con
americanismos debido a que su repertorio estaba dirigido al público hispanoamericano,
205
El mismo Eduardo Chao pone de manifiesto en el prólogo del Diccionario enciclopédico (1853:
III) el valor de la obra de Salvá. Tras una dura crítica a todos los diccionarios anteriores, ya sea por la
inclusión de palabras innecesarias, por las restricciones léxicas, por la mala calidad de las definiciones o
por actuar sin un plan previo, indica lo siguiente: «Si alguna escepcion debiésemos hacer, sería en favor
de la segunda edicion del Nuevo Diccionario de la lengua castellana, o sea la novena del de la Academia
Española, añadida, correjida y publicada por D. Vicente Salvá en 1847 en París, que ha sido poco
difundida en la Península».
206
Según los datos de Azorín (2019: 49), Salvá incorporó a la novena edición del diccionario
académico 13057 acepciones en artículos nuevos, 15686 adiciones a la microestructura (nuevas
acepciones, marcas, variantes gráficas del lema, etc.) y 2585 americanismos y tecnicismos nuevos.
241
CAPÍTULO 3. LA LABOR LEXICOGRÁFICA Y ORTOGRÁFICA DE LA REAL ACADEMIA ESPAÑOLA EN EL SIGLO
XIX
como reza en el propio título 207. Para la presente investigación, interesa especialmente
la adición de variantes gráficas que Salvá propuso a los lemas ya registrados por la
corporación y las consideraciones expuestas en el prólogo de su obra sobre la doctrina
ortográfica de la Academia. Ejemplo de ello son las formas corcova, añadida al lema
corcoba, o defuncto, en la entrada de defunto.
Por lo que respecta a la microestructura, en los estudios se destaca, en oposición a
su coetáneo Domínguez, el principio de objetividad empleado en la redacción de las
definiciones de las voces, seguido por autores más tardíos como Eduardo Chao, director
del Diccionario enciclopédico (1853), la renovación de los contenidos definicionales y
la adición de marcas. Por todas estas consideraciones, Álvarez de Miranda (2007a: 344)
ha afirmado que Salvá fue «prácticamente el único lexicógrafo español del XIX con
plena conciencia del necesario fundamento filológico» que regía a cualquier repertorio,
por lo que su proyecto lexicográfico se puede considerar, en palabras de Azorín (2019:
60), «un prototipo de diccionario moderno».
La estela del diccionario enciclopédico que inició Domínguez con la publicación
de su repertorio, aunque de manera inconsciente, se continuó cultivando durante todo el
siglo. Muestra de ello es el Diccionario enciclopédico hispano-americano (1887-1910)
publicado por los editores Montaner y Simón. Este repertorio ha sido objeto de estudio
de Prieto (2007, 2008 y 2009) y de Pardo (2012), quien presta especial atención al
léxico de la ciencia y la técnica. Asimismo, otro de los diccionarios enciclopédicos que
ha sido destacado en los estudios lexicográficos es el Diccionario enciclopédico de la
lengua castellana de Elías Zerolo, Miguel de Toro y Gómez y Emiliano Isaza impreso
en el año 1895. Esta obra ha sido estudiada recientemente por Alvar Ezquerra (2018).
En opinión de este autor, en este diccionario se refunden algunos de los principios que
sus antecesores ya habían puesto en práctica. Se trata «de un repertorio acumulativo»
que tomó como base la nomenclatura académica en su duodécima edición (1884) y la
207
El título completo de la obra es el siguiente: Nuevo diccionario de la lengua castellana que
comprende la última edición íntegra, muy rectificada y mejorada, del publicado por la Academia
Española, y unas veinte seis mil voces, acepciones, frases y locuciones, entre ellas muchas americanas,
añadidas por Don Vicente Salvá.
242
CAPÍTULO 3. LA LABOR LEXICOGRÁFICA Y ORTOGRÁFICA DE LA REAL ACADEMIA ESPAÑOLA EN EL SIGLO
XIX
amplió con abundantes nombres propios, terminología científica, americanismos —para
los que se usó de autoridad el diccionario de Salvá (cfr. Alvar Ezquerra 2018: 19)— y
extranjerismos, en especial galicismos y anglicismos y, en menor medida, italianismos.
Según los ejemplos ofrecidos por Alvar Ezquerra, los extranjerismos se registraron en el
repertorio sin ser adaptados a la ortografía y fonética de la lengua castellana (beefsteak,
bitchemare, bouquet, cornbrash, derby, dilettante, ghetto, groom, influenza, lunch, etc.),
por lo que se proporcionó, como rasgo innovador, la pronunciación al inicio de la
entrada lexicográfica: «GROOM. pron. grum. Palabra inglesa con la que se designa al
muchacho empleado…».
2.3.3. Recapitulación
El conjunto de repertorios mencionados trajo consigo novedades de gran calado para la
lexicografía del español y su aportación en este ámbito conllevó nuevas maneras de
concebir el diccionario de lengua. A pesar de que todas las obras tomaron como base la
nomenclatura académica, intentaron superarla, por lo que incluyeron, sobre todo, voces
técnicas, neologismos y léxico dialectal, en especial americano por razones comerciales,
pues respondían a la demanda de la sociedad hispanoamericana (Azorín 2019: 60). La
contribución de la lexicografía no académica estuvo marcada por una visión totalizadora
que pretendía recoger la realidad del mundo en todas sus vertientes y que, finalmente,
acabó calando en los principios lexicográficos de la corporación, pues a partir de la
undécima edición de su diccionario se empezó a recoger vocabulario en la misma línea
que lo hacían sus coetáneos (véase § 2.2.3.).
Por todo lo expuesto en los epígrafes anteriores, se puede afirmar que solamente
mediante el examen de los diccionarios decimonónicos, tanto los académicos como los
de autor, es posible comprender los principios que subyacen a la lexicografía moderna,
pues es en esta centuria cuando se establecieron parte de sus fundamentos.
243
CAPÍTULO 3. LA LABOR LEXICOGRÁFICA Y ORTOGRÁFICA DE LA REAL ACADEMIA ESPAÑOLA EN EL SIGLO
XIX
3. LA LABOR ORTOGRÁFICA DE LA REAL ACADEMIA ESPAÑOLA
Así como el repertorio lexicográfico académico en el siglo XVIII y, algo menos, en el
XIX ha sido objeto de análisis en numerosos estudios (§ 2.), el tratado ortográfico de la
Academia no ha tenido la misma suerte. Esto mismo ha observado Sarmiento (2001: 2324) quien se lamenta de la laguna con que cuenta la historia de la lengua en relación con
el conocimiento del proceso de codificación ortográfica por parte de la Academia y con
el examen de las numerosas decisiones que afectaron al español durante el período que
abarca desde 1713 hasta 1959. También Battaner, aunque no solamente se refiere a las
obras académicas, sino que incluye la de autores ajenos a la corporación, ha dado cuenta
de la escasez de estudios sobre ortografía, fonética y fonología basados en el siglo XIX:
Este último siglo [XIX] apenas se conoce —o, más bien, se desconoce—; de
entre las muchas posibles causas de este desconocimiento podemos apuntar
la ausencia de fuentes primarias a disposición del investigador o, más en
general, la fuerza bibliográfica centrípeta que ejercen los Siglos de Oro en
todo lo que tenga que ver con la historia de España (Battaner 2009: 36).
Para la Academia, existen algunos estudios en los que se lleva a cabo un recorrido
por su labor ortográfica y se analizan las principales novedades de las varias ediciones,
como la monografía de Martínez Alcalde (2010a), La fijación del español: norma y
argumento historiográfico, o el capítulo de Gutiérrez Ordoñez (2013). También en la
obra de Rosenblat (1951) y en la de Esteve Serrano (1982), aunque el marco es mucho
más amplio, se examinan las sucesivas reformas de la corporación.
Como ocurre con el diccionario (véase § 2.1.), en la ortografía también se conocen
mejor sus orígenes, pues en los mismos estudios sobre la elaboración del Diccionario de
autoridades se analiza también el Discurso proemial de la orthographia de la lengua
castellana, el primer tratado ortográfico de la Academia, y su aplicación al cuerpo de la
obra (Lázaro Carreter 1972; Sarmiento 1978 y 2001; Blecua 2006; Carriscondo 2006;
Martínez Alcalde 2007; Freixas 2010). Recientemente han sido objeto de investigación
las discusiones previas a la elaboración del Discurso proemial. Se trata de unos textos
ortográficos pioneros publicados en las Actas o en documentos anexos a ellas. En el
244
CAPÍTULO 3. LA LABOR LEXICOGRÁFICA Y ORTOGRÁFICA DE LA REAL ACADEMIA ESPAÑOLA EN EL SIGLO
XIX
estudio de Freixas (2016) se analizan las disertaciones de Bartolomé Alcázar (1715),
«Sobre si la z es letra castellana», y la respuesta de Adrián Conink (1716), «Discurso de
la Orthographía de la lengua castellana», y en el de Carriscondo (2018) se examina el
discurso de Vicencio Squarzafigo (1718), «Dissertacion Academica en que se pretende
probar que para el mas perfecto conocimiento de la Vozes es conveniente arreglar la
orthographia de ellas à sus origenes». Gracias a estas investigaciones es posible conocer
los principios sobre los que se asentaron las primeras ediciones de la ortografía de la
Academia.
Además de los estudios sobre los orígenes de la ortografía académica, en los que
se incluye el Discurso proemial, en los trabajos de Pozuelo (1987), Martínez Alcalde
(2001) y García Santos (2011) también se han analizado las siete ediciones de la
Ortografía de la lengua castellana con una extensión hasta 1844, fecha en la que se
publicó el Prontuario de ortografía de la lengua castellana, el primer tratado oficial de
la Academia. En el estudio de García Santos se incide especialmente en las ediciones de
1754 y de 1815, por tratarse, en opinión de este autor, de versiones nuevas respecto a la
primera. Asimismo, se cuenta con investigaciones particulares de la primera edición de
la ortografía, a la que han dedicado sendos estudios Sarmiento (2001) y González
Pascual (2009), y de la primera del Prontuario de ortografía de la lengua castellana
(Peñalver 2015). Se sabe muy poco, en cambio, sobre la labor ortográfica de la
Academia en el período que transcurre desde el año 1820 hasta finales del siglo XIX. La
mayoría de las investigaciones terminan en la última edición de la Ortografía de la
lengua castellana (1820) y todas señalan el éxito que adquirió la propuesta académica
en 1844.
Finalmente, uno de los temas que ha interesado recientemente a los investigadores
ha sido el reflejo de las ideas ortográficas y ortológicas propuestas por la Academia en
el diccionario. En este sentido, destacan los trabajos de Alcoba (2007a y 2012) y Quilis
Merín (2009, 2010a y 2013a), en los que se lleva a cabo un recorrido por las ediciones
del diccionario publicadas en los siglos XVIII y XIX a través de la información que se
ofrece en los prólogos, y de el de Terrón (2018a), enfocado en analizar la aplicación de
245
CAPÍTULO 3. LA LABOR LEXICOGRÁFICA Y ORTOGRÁFICA DE LA REAL ACADEMIA ESPAÑOLA EN EL SIGLO
XIX
los principios teóricos de la ortografía de 1815 en la edición del diccionario de 1817. En
todos estos estudios se intenta averiguar el papel del repertorio lexicográfico en el
proceso de fijación ortográfica.
Tomando como base las investigaciones indicadas, en los siguientes subepígrafes,
se enmarca, en primer lugar, la contribución ortográfica de la Real Academia Española
dentro de las periodizaciones sobre la historia de la ortografía del español (§ 3.1.). En
segundo lugar, se expone la labor ortográfica de la corporación tanto en el siglo XVIII
(§ 3.2.) como en el XIX (§ 3.3.), época en la que se oficializó su doctrina. Por último, se
hace referencia a los tratados ortográficos publicados por autores ajenos a la Academia
con el objetivo de observar las relaciones que se establecen con la ortografía académica
(§ 3.4.).
3.1. Periodización de la ortografía del español
Los intentos de establecer una periodización para la historia de la ortografía del español
no son demasiado abundantes, pese a que se cuenta con trabajos ya clásicos como los de
Rosenblat (1951), Esteve Serrano (1982) y Martínez de Sousa (1991). Más reciente,
Rivas (2006 y 2010) también ha dividido en varias etapas la ortografía castellana. En las
periodizaciones de estos investigadores, el sistema ortográfico de la Academia marca un
punto de inflexión debido al resultado final que supuso su doctrina, por lo que el criterio
normativo, visto desde la óptica del presente, es el que predomina en sus propuestas.
Actualmente, existe una postura revisionista (cfr. Martínez Alcalde 2010a y 2012; Frago
2010 y Ramírez Luengo 2015) desde la que se ha cuestionado la importancia otorgada a
la Academia en el ámbito ortográfico y se han revisado las características y los límites
de las etapas fijadas. Sin embargo, todos están de acuerdo en afirmar que el sistema
académico marcó un hito en la historia de la ortografía del español.
En las investigaciones indicadas (Rosenblat 1951; Esteve Serrano 1982; Martínez
de Sousa 1991; Rivas 2006 y 2010) la doctrina de la Academia supuso el inicio de un
período de estabilidad ortográfica sin apenas cambios que llega hasta la actualidad, pero
no es hasta bien entrado el siglo XIX cuando la corporación empezó a tener autoridad
246
CAPÍTULO 3. LA LABOR LEXICOGRÁFICA Y ORTOGRÁFICA DE LA REAL ACADEMIA ESPAÑOLA EN EL SIGLO
XIX
en el proceso de estandarización. El siglo XIX desempeña un papel fundamental para la
historia de la ortografía del español, puesto que en esta etapa tiene lugar la definitiva
fijación del sistema ortográfico en su configuración actual. A continuación, se describen
las periodizaciones propuestas por Rosenblat (1951), Esteve Serrano (1982), Martínez
de Sousa (1991) y Rivas (2006 y 2010).
Rosenblat (1951), aunque no establece propiamente una periodización, divide su
estudio en capítulos que se han concebido como «parcelas cronológico-conceptuales»
dentro de la historia de la ortografía del español (Pérez 2003: 258): 1. Orígenes de la
ortografía castellana; 2. Desde Alfonso el Sabio hasta Nebrija (1252-1492); 3. Nebrija y
la ortografía castellana; 4. La ortografía castellana en el siglo XVI; 5. La ortografía
castellana en el siglo XVII; 6. La Academia Española (1726-1817). Las siguientes
secciones están dedicadas al siglo XIX. Se detiene en la propuesta de Andrés Bello y la
ortografía chilena en contraposición al sistema de la Academia. Rosenblat considera que
la existencia de reformas ortográficas ajenas a la corporación, como la de Bello, son
fruto de la variedad gráfica de la época e implican que la doctrina académica no gozaba
de una aceptación generalizada.
Esteve Serrano (1982: 14), por su parte, propone una periodización bipartita para
la ortografía del español desde el siglo XVI hasta el XX. Este autor, sitúa el eje del
cambio en 1800, aunque se trata de un año elegido de manera arbitraria. En su opinión,
desde el siglo XVI hasta finales del XVIII el sistema ortográfico del español se puede
definir como un «caos». El segundo período, que comienza en 1800, está caracterizado
por la influencia que alcanzó la doctrina ortográfica de la Academia. Para él, el inicio
del siglo XIX marca un cambio en la historia de la ortografía castellana.
A diferencia de Esteve Serrano, Martínez de Sousa (1991) 208 divide la ortografía
del español en tres períodos que él etiqueta como fonético, anárquico y académico. En
primer lugar, el período fonético comprende desde los orígenes hasta la segunda mitad
del siglo XVI y se caracteriza por la diversidad en el empleo de las grafías y por la
adecuación de estas a la pronunciación. En segundo lugar, el período anárquico o
208
La propuesta tripartita de Martínez de Sousa (1991) está basada en la distinción que hizo de Alonso
Pedraz (1975 [1947]: 366-367) (cfr. Martínez Alcalde 2010a: 20 y 2012: 97).
247
CAPÍTULO 3. LA LABOR LEXICOGRÁFICA Y ORTOGRÁFICA DE LA REAL ACADEMIA ESPAÑOLA EN EL SIGLO
XIX
caótico abarca desde mediados del siglo XVI hasta inicios del XVIII; en este tiempo, la
ortografía del español «entra en una época de desbarajuste y anarquía en la que cada
cual pretende escribir con su propio alfabeto y sus reglas particulares» (Martínez de
Sousa 1991: 43). Coexisten en este período, en opinión de este estudioso, dos posturas
ortográficas, la fonética y la etimológica. Por último, el período académico empieza en
1713, año de fundación de la Academia, y alcanza hasta la actualidad. Esta fase de la
ortografía está determinada por la codificación de una norma ortográfica por parte de la
corporación que soluciona el caos del período anárquico. Martínez de Sousa hace
coincidir la fecha de fundación de la Academia con el cambio de etapa, a pesar de que
todavía en el siglo XVIII e inicios del XIX sus objetivos no eran normativos y existían
otros sistemas ortográficos además del académico. Esta periodización es una de las más
difundidas (cfr. Blanco Domínguez 2004; Iribarren 2005; González Pascual 2009).
Más recientemente, Rivas ha propuesto (2006 y 2010) hasta cinco posibles etapas
para historiar la ortografía del español. La primera comprende desde los orígenes hasta
1492, año de publicación de la Gramática de Nebrija 209. Este período se caracteriza
«por el prestigio de la lengua latina sobre la castellana» en materia ortográfica (Rivas
2010: 331). La segunda comienza en 1492 y finaliza en 1726 con el inicio de la
publicación del Diccionario de autoridades. Es esta una época, según el autor, «de caos
ortográfico, iniciado con un movimiento de reforma por parte de Nebrija» (Rivas 2010:
331). La tercera abarca desde 1726 hasta 1844, año de oficialización de la doctrina
ortográfica académica. La cuarta empieza en 1844 y continúa hasta la actualidad. En
este último período prevalece la norma de la corporación sobre las otras debido a su
carácter oficial. Sin embargo, pese a alargar la cuarta etapa hasta la actualidad, incluye
en su periodización otra fase sin delimitación cronológica y que gira en torno a «autores
como J. Polo (1990) o Martínez de Sousa (1991), en la que se discute o debate por un
nuevo cambio ortográfico. No son heterógrafos, sino favorables a una nueva reforma»
209
Rivas (2010: 331) sugiere que esta etapa también podría finalizar en el año 1433, que es la fecha de
publicación de El Arte de Tovar de Antonio de Villena. Por lo tanto, el segundo período se podría iniciar
en 1433.
248
CAPÍTULO 3. LA LABOR LEXICOGRÁFICA Y ORTOGRÁFICA DE LA REAL ACADEMIA ESPAÑOLA EN EL SIGLO
XIX
(Rivas 2010: 333) 210. Rivas sigue la idea de Rosenblat (1951), repetida por Esteve
Serrano (1982) y Martínez de Sousa (1991), de que con el nacimiento de la Academia se
intenta poner orden al «caos ortográfico» de los siglos precedentes.
En todas estas periodizaciones se describen los siglos XVI y XVII como caóticos
en materia ortográfica y es a raíz de la propuesta de la Academia cuando se empieza a
estabilizar la ortografía del español. Así lo expresó Rosenblat (1951: LXII):
Tratadistas y autores [del siglo XVII] se hacen eco de la anarquía ortográfica
y el deseo de regularización. De ese deseo va a nacer, en 1713, la Academia
Española. Hasta entonces la ortografía se estaba desarrollando con entera
libertad, y los autores podían ampararse en el propio bagaje de razones:
pronunciación, etimología, uso, diferenciación. Desde ahora va a entrar en
juego otro factor: la autoridad académica (Rosenblat 1951: LXII).
Actualmente, en investigaciones como las de Sánchez Prieto (2008: 395), Frago
(2010: 158), Martínez Alcalde (2010a: 23-24 y 2012: 98-99) o Ramírez Luengo (2012:
167 y 2015: 433) se ha comprobado que en las periodizaciones expuestas anteriormente
se manejan diferentes criterios para establecer las etapas de la ortografía del español y,
en palabras de Martínez Alcalde (2010a: 24), se «observa la superposición entre historia
e historiografía». La evolución del español escrito se mezcla con la teoría de los tratados
ortográficos. Una muestra de ello es el adjetivo empleado por Martínez de Sousa para
describir el período que transcurre desde mediados del siglo XVI hasta el XVIII. La
denominación anárquico hace referencia al «caos» que existía en la época debido a la
lucha entre autores partidarios del criterio fonético y los ortógrafos que abogaban por el
principio etimológico. Idea que toma de Rosenblat (1951: XLII), pues este autor indica
que «el siglo XVII va a mostrar estas distintas tendencias en forma más combativa y
polémica». Sin embargo, las tendencias ortográficas podían convivir tanto en la práctica
como en algunas propuestas teóricas. Esto mismo apuntó Pozuelo (1981), quien advirtió
que el conflicto entre fonetistas y etimologistas no era tan tajante:
210
Para Rivas (2006: 559) la heterografía surge a partir de 1844 «en el sentido que hoy conocemos,
es decir, autores que se rebelan contra principios normativos establecidos y que se niegan a escribir tal y
como la Real Academia dicta». Sin embargo, como ha observa Martínez Alcalde (2012: 98) este autor no
contempla las propuestas reformistas americanas en su periodización.
249
CAPÍTULO 3. LA LABOR LEXICOGRÁFICA Y ORTOGRÁFICA DE LA REAL ACADEMIA ESPAÑOLA EN EL SIGLO
XIX
Tal pugna entre fonetistas (partidarios del principio de vinculación entre
ortografía y pronunciación) y conservadores (partidarios de una ortografía
etimologista) sólo se da en nuestra lingüística clásica de un modo práctico,
en el establecimiento del propio sistema de representación gráfica, pero en
modo alguno se puede hablar de dicha pugna en un plano teórico, donde
todos los tratadistas manifestaron explícitamente que la letra debe seguir a la
voz o la grafía a la pronunciación. Es precisamente esta unanimidad la que
ha proporcionado a la lengua española un sistema ortográfico tan fonético
(Pozuelo 1981: 20).
En la doctrina de un mismo autor se podían mezclar ambos principios, sobre todo
en la relación del plano teórico y el práctico, aunque posiblemente predominase uno
sobre otro. Este es el caso del tratado de Juan López de Velasco (1582) 211, quien
instituye como primer criterio el de la pronunciación y como segundo el del uso y,
además, considera «la etimología la justificación racional de las grafías» (Pozuelo 1981:
20-22). En trabajos posteriores como los de Cabrera (2005: 215) y González Pascual
(2009: 66) también se han mencionado autores que se acogen en sus doctrinas al
principio del uso. Asimismo, Cabrera ha observado que los ortógrafos calificados como
etimologistas no pretendían aplicar este criterio hasta sus últimas consecuencias, «sino
que defendían usos gráficos que por su implantación aparecían también en autores
caracterizados como fonetistas» (Cabrera 2005: 221). Incluso, la Academia concilió en
su propuesta ortográfica, tanto en la doctrina teórica como en las reglas prácticas, los
criterios de la etimología, la pronunciación y el uso.
El análisis de los textos de la época ha llevado a afirmar a Frago (2002 y 2010:
158) y a Ramírez Luengo (2012: 167 y 2015: 436) que el caos ortográfico 212 al que se
211
Así lo expreso el propio autor: «De las quales y de todas las demas letras se dira en su lugar, lo que
la pronunciacion, figura y uso de cada una hubiere que saber, trayendo en las palabras que ser [sic]
pudiere y fuere necessario la ethymologia y origen dellas, no para mas de que se vea la razon de su
escriptura, donde la huviere: y donde no, lo poco que vale razon contra el vío: que por lo ordinario sigue
la analogía, que es semejança, pronunciando y escriviendo unas palabras como otras que les parece: sean,
o no sean differentes, como en muchas partes se vera» (López de Velasco 1582: 26-27).
212
Ramírez Luengo (2015: 433) considera que la idea de «caos ortográfico» se sigue manteniendo en
la actualidad como consecuencia de la escasez de estudios llevados a cabo sobre el asunto y, «muy
especialmente, por la metodología utilizada en ellos, que se basa en la comparación de los usos que
aparecen en los documentos con las normas establecidas por la Academia, para calibrar así su mayor o
menor acercamiento a esta».
250
CAPÍTULO 3. LA LABOR LEXICOGRÁFICA Y ORTOGRÁFICA DE LA REAL ACADEMIA ESPAÑOLA EN EL SIGLO
XIX
refirió Rosenblat (1951) y han repetido Esteve Serrano (1982: 14), Martínez de Sousa
(1991: 43) y Rivas (2010: 333) para describir el período áureo y el siglo XVIII no era
tal, sino que se trataba de la convivencia en la práctica escrituraria de varias «tendencias
gráficas» que estaban aceptadas socialmente y que eran más bien una cuestión de
estilo 213:
La ausencia de una norma uniforme y efectiva propició la variación
ortográfica, mayormente propagada desde anteriores sincronías, pero jamás
hubo lugar para caos ortográfico de ninguna clase, pues de lo que se trataba
era de la coexistencia de viejas tendencias, coincidentes en aspectos
fundamentales y divergentes en otros usos, accesorios por lo común (Frago
2002: 158).
Se suele mantener que la variación gráfica se solventó gracias a la labor realizada
por la Academia (cfr. Esteve Serrano 1982; Martínez de Sousa 1991). Este es el motivo
por el que en los estudios tradicionales este período se ha denominado académico cuya
característica principal es la fijación de la ortografía del español y abarca, dependiendo
del autor, desde principios/finales del siglo XVIII hasta la actualidad. El siglo XIX, por
lo tanto, queda inmerso en esta extensa cronología. No obstante, esta visión solamente
tiene en cuenta el papel de la Academia para la fijación ortográfica, pero ignora otros
factores como la imprenta, las tradiciones escriturarias, el aumento de la alfabetización
o la escolarización, «cuando es muy probable que tal estandarización sea el resultado de
una mutua interrelación» entre todos los componentes (Ramírez Luengo 2012: 168).
Asimismo, el problema reside en la amplitud cronológica que se ha otorgado en algunos
estudios a esta etapa, ya que, en sus inicios, la ortografía académica era una propuesta
más sin voluntad normativa y hasta su oficialización no se impuso sobre las otras. Así lo
ha explicado Martínez Alcalde:
Para el establecimiento de este período académico dentro de la historia de la
ortografía española se adopta una perspectiva retrospectiva a partir del
213
Ramírez Luengo (2012: 180) utiliza la denominación estandarización gráfica en proceso para
hacer referencia a la coexistencia de varias tendencias gráficas de entre las cuales una se impone sobre las
demás.
251
CAPÍTULO 3. LA LABOR LEXICOGRÁFICA Y ORTOGRÁFICA DE LA REAL ACADEMIA ESPAÑOLA EN EL SIGLO
XIX
momento en que ya se ha producido la unificación en torno a la norma de la
Real Academia Española. Sin embargo, la coincidencia entre la fecha de
fundación de la institución y el comienzo de esta etapa no responde a la
progresiva extensión de un sistema que fue evolucionando en sus intenciones
normativas y que no consiguió una aceptación unánime desde un principio
(Martínez Alcalde 2010a: 28).
En otras periodizaciones como la de Sarmiento (2001: 23-42) se ha matizado la
cronología del período académico y se han distinguido cinco fases que se identifican
con las actuaciones de reforma por parte de la Academia: 1713-1726 (1741), 17411754, 1754-1763, 1763-1815, 1815-1959. A pesar de que la intención de Sarmiento es
no incluir en un único conjunto toda la labor de la corporación, como se hace en los
estudios tradicionales, no establece apenas diferencias dentro del siglo XIX. Para este
autor, igual que para Martínez de Sousa, entre otros, las reformas de la Academia se
detuvieron en 1815 y se solucionaron todos los problemas ortográficos de los siglos
anteriores. Sin embargo, como se podrá comprobar, esta idea es errónea, ya que hasta la
oficialización de la doctrina académica en el año 1844 no tendrá lugar la regularidad y
unificación ortográfica del español (véase capítulo 3, § 3.3. y capítulo 4). Solamente
cuando se impone una norma gráfica es acertado hablar de fijación y estandarización,
que para el español tiene lugar a lo largo del siglo XIX (cfr. Ramírez Luengo 2012:
169).
3.2. La ortografía académica en el siglo XVIII
Como se ha podido comprobar en el § 3.1., en el momento de la fundación de la Real
Academia Española ninguna doctrina ortográfica había conseguido imponerse de forma
predominante, a pesar de que ya se habían redactado diversos tratados sobre ortografía
(cfr. Esteve Serrano 1982; Martínez Alcalde 2010a; Maquieira 2011). De esta situación
confusa se lamentaban los académicos en el prólogo al Diccionario de autoridades 214:
214
Como ha manifestado Cabrera (2005: 222), también Mayans daba cuenta de este hecho en 1728 en
la Carta a Bordázar al afirmar que «ai tantas o mas ortografías que escribientes».
252
CAPÍTULO 3. LA LABOR LEXICOGRÁFICA Y ORTOGRÁFICA DE LA REAL ACADEMIA ESPAÑOLA EN EL SIGLO
XIX
En lo que hai, y se experimenta notable desigualdád en la Orthographía de la
Léngua Castellana es en el modo de escribir las palabras, porque cada uno ha
usado del méthodo que le ha dictado su génio y manera de hablar, ò segun
los priméros rudimentos que aprendió en la escuela quando niño, ù despues
el uso le ha ido enseñando, sin atender à otra regla que à la común y vulgar,
de que siendo la Orthographía un arte de bien escribir, lo que se escribe se
copia de lo que se habla, ò se concibe. Todo esto procéde de no haverse
establecido reglas para su verdadero uso con la autoridad necessária, desde
que se comenzó à escribir la Léngua Castellana […] tambienes constante que
cada uno ha formado sus reglas, segun el concepto que ha hecho del todo de
la Léngua, al modo naturál con que la ha hablado: de suerte, que no solo hai
variedad, sino que tambien se encuentran en algunos diferéncia y
contrariedad en la práctica de los mismo preceptos y reglas que propónen
(Diccionario de autoridades 1726: LXV-LXVI).
Como se ha evidenciado en los estudios de Lázaro Carreter (1972: 46), Martínez
Alcalde (2001: 199, 2007: 111-113, 2010a: 29-30), Alcoba (2012: 275) y Freixas (2016:
114), entre otros, la falta de uniformidad en los usos gráficos en los textos de los autores
clásicos afectaba al trabajo de confección de un diccionario basado en las autoridades y
de tipo semasiológico donde tan importante era el orden alfabético. Debido a ello, para
la elaboración del Diccionario de autoridades era ineludible fijar un acuerdo interno
que unificara los diferentes criterios de escritura con el objetivo de solventar las
variaciones y guiar su redacción.
El tratado de ortografía, por lo tanto, no fue una obra premeditada, como ya se ha
expuesto (§ 1.), ya que ni siquiera aparecía como actividad en los primeros Estatutos
fundacionales publicados en 1715, sino que se fue redactando como consecuencia de la
práctica lexicográfica. Lázaro Carreter (1972: 47) señaló en su Crónica que en las juntas
que tuvieron lugar en el año 1715 se explicitó la necesidad de componer una ortografía,
«pero la idea no cobra cuerpo hasta mucho más tarde: Conink lee, en 1720 y 1721,
sendos informes sobre el tema, que habrán de servir de base al discurso proemial sobre
ortografía». Según Lázaro Carreter, los estudios posteriores en los que se encuentran
referencias a la fijación de la ortografía por parte de la Academia se inician en 1720
(Esteve Serrano 1982: 60-62; Blecua 2006: 47; Carriscondo 2006: 369; Martínez
Alcalde 2007: 112 y 2010a: 29 y González Ollé 2014: 133-148). Sin embargo, y gracias
al estudio de Freixas (2016), este año se puede adelantar, ya que existen, como ha
253
CAPÍTULO 3. LA LABOR LEXICOGRÁFICA Y ORTOGRÁFICA DE LA REAL ACADEMIA ESPAÑOLA EN EL SIGLO
XIX
advertido esta autora, unas disertaciones sobre ortografía fechadas en 1715 y 1716. Se
trata de una discusión expuesta por Bartolomé Alcázar en el año 1715, «Sobre si la z es
letra castellana», y la respuesta del propio Adrián Conink en 1716, «Discurso de la
Orthographía de la lengua castellana», que debió ser «uno de los primeros borradores
del tratado de ortografía que finalmente adoptó la corporación» (Freixas 2016: 115). En
este texto, la intención de Conink era plantear los problemas que se había encontrado y
no ofrecer soluciones definitivas. Posiblemente por ello se lamentaba constantemente de
la variedad en la ortografía:
Lo que causa notable extrañeza, es la irregularidad con que un mesmo Autor,
y en una mesma obra, y á veces en una mesma plana, se hallan escritas
diferentemente unas mesmas palabras (Conink h. 1716: 417-418, citado en
Freixas 2016: 124) 215.
Las variantes gráficas supusieron un gran problema para los académicos, quienes,
finalmente, decidieron colocar las voces escritas de diverso modo en el lugar alfabético
correspondiente, «pero con remisión a la entrada admitida, donde serán desautorizadas
esas escrituras» (Lázaro Carreter 1972: 46).
Recientemente, Carriscondo (2018) también ha estudiado un discurso datado en
1718 de Vicencio Squarzafigo, «Dissertacion Academica en que se pretende porbar que
para el mas perfecto conocimiento de la Vozes es conveniente arreglar la orthographia
de ellas à sus origenes», del que ya dio noticia Lázaro Carreter (1972: 46), pero que se
hallaba ilocalizable. Carriscondo (2018: 352) ha indicado que el objetivo principal de
Squarzafigo era la defensa del criterio etimológico en la fijación ortográfica del español.
Por lo tanto, tuvo influencia sobre el Discurso proemial, donde la etimología tuvo un
papel fundamental.
215
Freixas (2016: 124-125) reproduce en su estudio un fragmento del texto de Conink especialmente
significativo en el que se ejemplifica la variedad en la ortografía a través de la palabra acechar: «para que
se eche de ver á lo que llega la suma variacion; y desigualdad en el modo de escribir, basta para prueba
decir, que esta voz acechar se halla escrita, á lo menos, de cinco modos, porque Antonio de Nebrixa, Don
Bernardo de Alderete, Lope de Vega, y otros, la escriben con dos ss. diciendo assechar; Don Sebastian de
Covarrubias; Don Francisco de Quevedo, y otros, unas veces con c, otras con z, y otras con ç; y el Obispo
Manero la trahe con h, escribiendo hazechar en su Apologia de Tertuliano (Conink, h. 1716: 416)». En el
Diccionario de autoridades se encuentran registradas las variantes gráficas acechar y assechar.
254
CAPÍTULO 3. LA LABOR LEXICOGRÁFICA Y ORTOGRÁFICA DE LA REAL ACADEMIA ESPAÑOLA EN EL SIGLO
XIX
Estos textos pioneros son las bases sobre las que se asentaron los principios que
regían el Discurso proemial de orthographía de la lengua castellana, redactado por don
Adrián Conink e incluido en los preliminares del primer volumen del Diccionario de
autoridades. Este tratado fue examinado por Lázaro Carreter (1972: 40-51), y aunque
posteriormente se han publicado varios estudios sobre este asunto, todavía sigue siendo
el texto de referencia. El análisis del Discurso proemial también se encuentra en
Sarmiento (2001), Martínez Alcalde (2001 y 2010a), Cabrera (2005), Blecua (2016),
Azorín (2006b), Freixas (2010), García Santos (2011), González Ollé (2014).
Los problemas planteados en este tratado afectaban, principalmente, a fenómenos
de polifonía, grafías que eran correlato de diferentes pronunciaciones (por ejemplo, x
para /ks/ y /x/ o c para /k/ y /θ/), y de poligrafía, letras que representaban un mismo
sonido (por ejemplo, q y c para /k/ o x, j y g para /x/), a «duplicaciones de las letras»
(abbreviar, apparejar, etc.) y a «la concurrencia de diversas consonantes», es decir, a
los grupos consonánticos cultos (abstracto, doctrina, excusar, sanctidad, etc.). Lapesa
(1981: 163-164) señaló que donde más habían perdurado las inseguridades de los siglos
anteriores era en las voces que contenían grupos cultos.
Para solventar estas vacilaciones, Conink (1726: LXX) puso de manifiesto los tres
fundamentos que debían guiar la escritura de los vocablos: origen, pronunciación y uso.
Se otorgó primacía al primer criterio, como ya se venía justificando en los documentos
indicados. En opinión de Sarmiento (2001: 76), la elección de la etimología se debía a
que la filiación latina de las lenguas vulgares «todavía era considerada entonces como
un timbre de gloria nacionalista». La importancia de conocer la etimología de las voces
se puso de manifiesto en el Discurso proemial sobre las etymologias redactado por José
Casani y publicado en los preliminares del Diccionario de autoridades.
Sin embargo, en el diccionario frecuentemente se recurrió al uso. Lázaro Carreter
(1972: 47) señaló que de no ser así «iba a salir una ortografía bastante extravagante» 216:
216
Lázaro Carreter (1972: 48) expuso que a medida que se iba redactando el Diccionario de
autoridades iba ganando terreno el uso frente a la etimología. Prueba de ello son las declaraciones que
aparecen en el Acta del 21 de julio de 1731, cuando ya se habían impreso los dos primeros tomos del
repertorio: «Siempre que se pueda componer el uso con la etimología, debe hacerse; pero cuando el uso
común sea tan diferente de la etimología, que, de observarla, resulte aspereza en la pronunciación, se
255
CAPÍTULO 3. LA LABOR LEXICOGRÁFICA Y ORTOGRÁFICA DE LA REAL ACADEMIA ESPAÑOLA EN EL SIGLO
XIX
Para los redactores, ayer procedía directamente heri: ¿cómo contravenir un
uso secular, encajándole la h- de su origen? Algo similar ocurre con otros
muchos vocablos: balumba (de volumen), barrer (de verrere), crisol (de
chrysol) …; y con oy, que escribirán sin h-, impresionados por la autoridad
de Nebrija, Covarrubias, Salas y otros autores más modernos. Por otra parte,
¿cómo escribir fee y veer, si todo el mundo dice fe y ver? ¿No hace falta
valor para imponer translado, monstrar, acceptar, succeder, tal como exige
el modelo latino, con grave alteración de la norma prosódica? (Lázaro
Carreter 1972: 46-47).
La práctica ejercida en el Diccionario de autoridades conllevó la maduración de
algunas de las reglas ortográficas del Discurso proemial, por lo que se decidió elaborar
un tratado de ortografía, el cual se publicó en 1741, dos años después de que viese la luz
el último tomo del repertorio lexicográfico. La publicación de la ortografía como una
obra independiente supuso un cambio de orientación en las ideas de la Academia, ya
que las normas ortográficas dejaron de ser de uso interno y supeditadas al diccionario
como hasta entonces lo habían sido (cfr. García Santos 2011: 466).
Esta edición de la ortografía ha sido estudiada pormenorizadamente por Sarmiento
(2001) y González Pascual (2009). En estos trabajos se resalta la importancia de esta
primera obra, la cual actúa como puente entre «la tradición ortográfica de los siglos XVI
y XVII y la ortografía moderna del español» (González Pascual 2009: 34) e inicia el
camino hacia una mayor uniformidad de la ortografía debido a las reformas expuestas
en ella.
El tratado comienza justificando su existencia a causa de la variación de algunas
reglas ortográficas respecto al Discurso Proemial (1726):
Le ha juzgado la Academia preciso [este tratado], assi porque se ponen en el
mas methódicamente los preceptos, como porque, siendo esta ciencia
práctica, ha sido mucho lo que ha observado en el tiempo mismo, que ha
trabajado el Diccionario, y en el continuo exercicio de imprimir las voces.
La razon de esta experiencia hizo, que, aunque en lo general siga los mismo
preceptos […] en alguna ocasion varíe: porque ya con mas firmeza puede
estará al uso común, quedando a la discreción de la Academia la determinación, en cada caso particular,
sobre cómo se deben escribir las voces en que esto aconteciere».
256
CAPÍTULO 3. LA LABOR LEXICOGRÁFICA Y ORTOGRÁFICA DE LA REAL ACADEMIA ESPAÑOLA EN EL SIGLO
XIX
assegurar el precepto la correccion, y la enmienda, y señalar con mas
seguridad las reglas (ORAE 1741: 3).
La principal novedad de esta ortografía es el cambio de orden en la jerarquización
de los tres principios que rigen la escritura: pronunciación, origen y uso. Este acuerdo,
según lo expuesto en Lázaro Carreter (1972: 48), y repetido en Esteve Serrano (1982:
69), se había tomado en 1739, unos meses antes de la publicación del último tomo del
Diccionario de autoridades. Así consta en el Acta del 5 de marzo:
Se establecio se atienda en primer lugar a la pronunciacion como que es la
que principalmente constituye lengua, que cuando en esto haya alguna
dificultad se atienda a los orígenes de las voces como que son la fuente de
donde dimanan y cuando no puedan ajustarse la pronunciacion y origen por
alguna dificultad que lo ympida se atienda al uso entre los eruditos
comúnmente recibidos (5-III-1739, citado en Esteve Serrano 1982: 69).
Los académicos prestaron esta vez mayor atención a la pronunciación, aunque no
la impusieron como regla general. La Academia se mostró más laxa respecto al criterio
etimológico debido a la dificultad de aplicarlo de modo sistemático a todas las voces de
del diccionario. Este problema se hace patente al ajustar las reglas generales expuestas
en la ortografía a casos particulares presentes en el diccionario (ORAE 1741: 5), puesto
que ninguno de estos tres fundamentos era universal y «juntos entres si se contradicen, y
se oponen en muchas ocasiones» (ORAE 1741: 94). Por ello, en la primera parte de esta
obra de carácter teórico se intentó hallar una fórmula que conciliara los tres principios
que debían regir la ortografía, mezclando la perspectiva diacrónica (etimología) con la
sincrónica (pronunciación).
En el estudio de Sarmiento (2001: 87-88) se exponen las reglas de este tratado. De
ello se deduce que las principales novedades respecto al Discurso Proemial (1726) son
cuatro: exclusión de la ç a favor de la z, supresión de s- líquida, eliminación del
grupo -mp- (redempcion > redención) y uso de la y griega después de vocal (aceyte,
hay, rey, etc.). Sarmiento (2001: 90) considera que la ortografía de 1741 «representó un
paso decisivo en la modernización de nuestro idioma». Sin embargo, las modificaciones
257
CAPÍTULO 3. LA LABOR LEXICOGRÁFICA Y ORTOGRÁFICA DE LA REAL ACADEMIA ESPAÑOLA EN EL SIGLO
XIX
no son abundantes y la etimología, aunque no se indica explícitamente en la ordenación
de los principios, sigue siendo el criterio más importante.
La siguiente edición de la ortografía, publicada trece años después de la anterior,
en 1754, ha sido analizada en el estudio de García Santos (2011), quien, pese a ofrecer
una visión general de todas las ediciones del tratado, se detiene en esta por tratarse, a su
juicio, de una versión realmente nueva. En opinión de este autor, esta edición supuso
una ruptura con respecto a la precedente, sobre todo en el plano teórico o doctrinal. Esto
mismo se ha observado a través de su lectura. Ya en el propio título se percibe la
relegación del criterio etimológico, puesto que se prescinde de los dígrafos latinizantes:
orthographía > ortografía. Además, se vuelve a cambiar el orden de los tres criterios
que rigen la escritura, desplazando la etimología al último lugar (ORAE 1754: 2).
Según ha observado Martínez Alcalde (2010a: 44-45), la evolución en la actitud
académica desde el Discurso proemial hasta la segunda edición se hace patente en la
atención prestada a la tradición anterior, puesto que se incluyó una breve explicación sin
valoraciones críticas de las obras de Antonio de Nebrija, Mateo Alemán, Juan López de
Velasco, Gonzalo Correas y Bartolomé Jiménez Patón. Seguramente la falta de voluntad
normativa de los primeros tratados y su fin eminentemente práctico hizo que se
obviaran las propuestas de otros ortógrafos. La referencia a estos autores en la edición
de la ortografía de 1754 no es casual, pues sirvieron como autoridad, especialmente el
texto de López de Velasco como demostró Pozuelo (1987) 217, para justificar algunas
reformas introducidas. Como ha advertido Martínez Alcalde (2010a: 46-47), la
Academia recurrió a un criterio historiográfico para justificar su propia doctrina e
integrarla en la tradición histórica.
En cuanto a las reformas ortográficas que introdujeron en esta segunda edición de
la ortografía, destaca la modificación del alfabeto que quedó fijado en 28 letras, tres más
que la anterior (ch, ll y ñ), cuyo reconocimiento en el diccionario no se produjo hasta la
edición de 1803 (cfr. Rosenblat 1951: LXXVII). Además, se alteraron algunas reglas
217
Amado Alonso (1967: nota 190) ya había apuntado la misma idea e indicó, al respecto, que
«Velasco fue el tratadista más seguido de entre todos nuestros clásicos por la naciente Academia
Española», puesto que, «era el más acomodable al ideal académico».
258
CAPÍTULO 3. LA LABOR LEXICOGRÁFICA Y ORTOGRÁFICA DE LA REAL ACADEMIA ESPAÑOLA EN EL SIGLO
XIX
que evidencian la pérdida de peso del criterio etimológico, el prioritario en la edición
anterior y «en las voces que comprehende el Diccionario» (ORAE 1754: XIX). A este
principio se adhiere la sustitución en algunos vocablos de los dígrafos th por t y ph por
f, que, en el repertorio lexicográfico, como se comprobará en el capítulo 4, el cambio
fue produciéndose progresivamente hasta la edición de 1803. Por primera vez, además,
se incluyó al final de la obra una lista de palabras con dudosa ortografía que sirvió de
guía para la redacción del diccionario.
La primacía otorgada al criterio de la pronunciación se acabó de evidenciar en la
edición de 1763 con la supresión de la doble s en todas las voces «por ser contrario el
uso á la pronunciacion, en la qual solo se percibe una S» (ORAE 1763: 99). Las reglas
de estas ediciones, como se ha afirmado en diversos estudios (Martínez Alcalde 2010a:
27, García Santos 2011: 465) y se ha comprobado a través de su lectura, se mantuvieron
sin alteraciones en las siguientes publicadas en esta centuria (1770, 1775, 1779 y 1792).
Por todo lo expuesto, se puede afirmar que la segunda edición de la ortografía de
1754 supuso una ruptura, todavía moderada, con los planteamientos de la anterior y del
Discurso proemial. Se observa, en las alteraciones que se incluyen y que se completan
en 1763, la voluntad de ajustar la relación entre fonema y grafema, la cual llegó a sus
últimas consecuencias en la edición de 1815 (véase § 3.3.), a pesar de que, en opinión
de Martínez Alcalde (2012: 101), nunca se olvidó «el criterio etimológico y el respeto al
uso que habían determinado su propuesta inicial».
Las reformas que se incluyeron en los tratados ortográficos se vieron reflejadas en
la segunda edición del Diccionario de autoridades (1770) en cuyo prólogo se mencionó
el nuevo rumbo que había tomado la ortografía de la Academia:
Suspendieronse estas tareas [el Suplemento] para dedicarlas á un tratado
separado de Ortografía, que facilitase la escritura en quanto fuera posible, sin
tanta dependencia del orígen de las voces, como la que estableció el que se
puso entre los discursos proemiales del Diccionario, y sirviese de regla á la
Academia en lo que fuera imprimiendo. Con estos fines se hizo el nuevo
tratado que se publicó el año de 1742: se reimprimió en el de 1754,
mejorando en las reglas, en el método y en el estilo: se volvió a imprimir en
el año 1762 con alguna correccion, y en el presente se ha impreso con poca
novedad. Esta obra, aunque pequeña en el volúmen, ha sido asunto de las
259
CAPÍTULO 3. LA LABOR LEXICOGRÁFICA Y ORTOGRÁFICA DE LA REAL ACADEMIA ESPAÑOLA EN EL SIGLO
XIX
observaciones de la Academia en muchos años, cuyo trabajo ha premiado
con su aceptación el Público 218 (Diccionario de autoridades 1770: XXIX).
La aplicación de las nuevas reglas ortográficas se prolongó durante todas las
ediciones del diccionario usual de esta centuria (1780, 1783 y 1791), además de la
publicada en 1803 (véase capítulo 3, § 2.1.2.) En esta edición del repertorio, a pesar de
que en el prólogo se mencionaron ciertas innovaciones en materia ortográfica, algunas
de los cambios se derivaban de las reglas expuestas en las ortografías dieciochescas
(véase capítulo 4).
3.3. El siglo XIX: la oficialización de la ortografía académica
En las primeras décadas del siglo XIX vieron la luz las dos últimas ediciones de la
Ortografía de la lengua castellana, la octava (1815) y la novena (1820), todavía sin
carácter oficial, aunque, como ha indicado Martínez Alcalde (2010a: 61), «ya había sido
adoptada por particulares e instituciones educativas». La corporación continuó con la
reforma de su sistema ortográfico y se mostraba abierta a las sugerencias del público
ilustrado para su mejora (cfr. Martínez Alcalde 2012: 101).
Antes de la publicación de la ortografía de 1815, ya se incluyeron algunas
reformas en la cuarta edición del diccionario académico que siguieron la misma línea de
adecuación a la pronunciación que las iniciadas en el siglo anterior. En el prólogo de la
obra se señalaron las novedades en materia ortográfica que se habían introducido: los
dígrafos ch y ll como letras distintas de las otras del alfabeto, con las consecuencias
lexicográficas que ello comportó; empleo de ch solamente para representar el fonema
africado postalveolar (chapa, chillar) y, por ende, eliminación del acento circunflejo
(chîmera > quimera, chîmia > quimia) para indicar la pronunciación oclusiva sorda, y
supresión de la grafía latinizante ch (Christo, crhistiano); sustitución de ph por f en
218
Se sabe por Mariano Cubí y Soler (1852: 22) que, después de la publicación de la primera
ortografía, «Los españoles en jeneral no hicieron caso de lo que decia la Academia. Continuaron
escribiendo bien o mal segun pronunciaban, i segun el imperfecto alfabeto que tenian a mano. La
Academia conoció por fin que su mision era fijar i uniformar la pronunciacion de muchas vozes que la
tenian varia, e ir poco a poco reformando el alfabeto hasta que por fin llegase a estar en perfecta armonía
con el principio de pronunciacion que desde tiempo inmemorial habia establecido el USO».
260
CAPÍTULO 3. LA LABOR LEXICOGRÁFICA Y ORTOGRÁFICA DE LA REAL ACADEMIA ESPAÑOLA EN EL SIGLO
XIX
todas las palabras, independientemente de su etimología (phalange > falange, pharmaco
> farmaco); y, por último, eliminación de la grafía k del alfabeto castellano, aunque se
decidió mantener la letra en el lemario (DRAE 1803: prólogo). Por primera vez después
del Diccionario de autoridades, se volvió a utilizar el prefacio del repertorio académico
como transmisor de las reformas ortográficas. Este hecho ha llevado a Alcoba (2007a:
27) a afirmar que «la edición del diccionario de 1803 es el primer hito de los
diccionarios académicos respecto a la ortografía de nuestra lengua», puesto que esta
obra entraña la sanción lexicográfica de los principios enunciados en las ortografías
dieciochescas, además de otros nuevos que emanaron de la práctica lexicográfica.
Las novedades ortográficas aplicadas en la cuarta edición del diccionario 219 se
recogieron en la octava edición de la Ortografía de la lengua castellana notablemente
reformada y corregida por M. Fernández de Navarrete (ORAE 1815), donde también se
introdujeron otras modificaciones de gran calado. En todos los estudios en los que se
traza la historia de la labor ortográfica de la Academia se está de acuerdo en considerar
que esta edición marcó un antes y un después en la historia de la ortografía del español
(Zamora 1999: 378; Alcoba 2007a: 29; Martínez Alcalde 2010a: 62; García Santos
2011: 471; García de la Concha 2014), aunque su contribución es muy distinta en los
aportes teóricos, por un lado, y en las reformas ortográficas, por el otro.
En el plano doctrinal, se mantuvieron los tres principios que rigen la ortografía
jerarquizados igual que en 1754: pronunciación, uso y etimología (cfr. ORAE 1815: 2).
Sin duda, la mayor novedad reside en la descripción de los sonidos, que, a diferencia de
las otras ediciones que no se detenían en detalles fonéticos, en esta adquieren «carta de
naturaleza como fundamento de la escritura» (Pozuelo 1987: 1172). En la investigación
de Pozuelo (1987) se observó que por primera vez se había establecido una clasificación
fonética de todas las consonantes atendiendo al órgano de articulación. Como se ha
219
Según se indicó en la propia obra ortográfica, las reformas incluidas en el diccionario se
discutieron y aprobaron en 1806: «Estas alteraciones hechas entonces solo en el Diccionario, y bien
admitidas ya por el público ilustrado, no habian tenido lugar hasta ahora en el tratado de ortografía; y la
Academia examinando de nuevo este asunto en el año de 1806, oyendo por escrito el dictamen de sus
individuos de continua asistencia, se convenció de la necesidad de algunas otras reformas para rectificar
la pronunciacion, y simplificar mas y mas la escritura: dos objetos que constituyen esencialmente la
perfeccion de la ortografía» (ORAE 1815: XIII-XIV).
261
CAPÍTULO 3. LA LABOR LEXICOGRÁFICA Y ORTOGRÁFICA DE LA REAL ACADEMIA ESPAÑOLA EN EL SIGLO
XIX
comprobado 220, la fuente de referencia de la Academia fue la obra de López de Velasco
(1582) cuyos materiales se aprovecharon casi en su totalidad. Esta cuestión ha sido muy
criticada por los investigadores (Martínez Alcalde 2010a: 62, García Santos 2011: 474,
Quilis Merín 2013: 508, Blanco Izquierdo 2018: 194-199), quienes opinan con acierto
que en el siglo XIX el tratado de López de Velasco ya había quedado obsoleto. Pozuelo
(1987: 1172), tras justificar la actuación de la Academia, se refirió a las descripciones
como uno «de los mayores errores» cometidos por la corporación. Posteriormente,
García Santos (2011: 476) ha calificado esta forma de proceder como «un gran dislate».
Respecto a las reformas ortográficas, la octava edición supuso un gran avance en
la ortografía del español, pese a que, como se indicó en el prólogo de la obra, solamente
se hicieron «aquellas mas principales que el buen uso ha renovado, y que no carecen de
autoridad entre nuestros clásicos escritores del siglo XVI» (ORAE 1815: XVI). Los
cambios afectaron mayoritariamente a los fonemas que se representaban en la escritura
por más de una grafía. En este sentido, destaca la exclusión de la x en representación del
fonema fricativo velar sordo /x/, para el que se conservó únicamente la g y la j según la
etimología, el empleo exclusivo de c combinado con las vocales a, o, u para /k/ y la
supresión del valor vocálico de y a favor de la i en los diptongos decrecientes. También
se permitió la simplificación de los grupos consonánticos cultos -bs+C-, -ns+C-, -pt+Cy -x+C- como consecuencia de la pronunciación. Todas las alteraciones contribuyeron a
simplificar la escritura, objetivo principal de la Academia.
Las nuevas reglas incluidas en la ortografía de 1815, como se comprobó en otro
estudio (Terrón 2018a) y se analizará pormenorizadamente en el capítulo 4, provocaron
cambios de primer orden en el lemario de la quinta edición del diccionario académico.
En el propio prólogo del repertorio se hizo referencia a las modificaciones en materia
ortográfica que se habían introducido en el cuerpo, estableciendo, así, una armonía entre
ambas obras:
Hubiera sido inconsecuencia inexcusable el que la Academia no siguiese con
puntualidad en su Diccionario las reglas que tiene prescritas en su tratado de
220
En el estudio de Pozuelo (1987) se analizan las descripciones fonéticas que propone la Academia.
262
CAPÍTULO 3. LA LABOR LEXICOGRÁFICA Y ORTOGRÁFICA DE LA REAL ACADEMIA ESPAÑOLA EN EL SIGLO
XIX
Ortografía. Algunas de ellas se han simplificado y perfeccionado en la
última edicion hecha en el año de 1815, y esto ha obligado en el Diccionario
á variaciones que siempre son de mucha consideracion en obras donde tanto
influye y de tanta importancia es el órden alfabético (DRAE 1817: prólogo).
No obstante, en unos casos, debido a la celeridad con la que se elaboró la edición
de 1817 y, en otros, por las dudas que generó a los académicos la aplicación de ciertas
reglas, algunas alteraciones no se aplicaron de manera sistemática a todas las voces del
lemario (cfr. Terrón 2018a: 71), por lo que se advirtió en el preámbulo que «posible es
que los inteligentes noten aun alguna variedad ó falta de constancia en la escritura de
ciertasvoces de sonido y pronunciacion semejante» (DRAE 1817: prólogo).
En algunos estudios, como, por ejemplo, el de Martínez de Sousa (1991: 93), se
ha afirmado que las reformas ortográficas académicas se detuvieron en la edición de la
ortografía de 1815. Sin embargo, un examen pormenorizado demuestra que no se
acabaron de perfeccionar algunas modificaciones iniciadas en 1815 hasta el Prontuario
de ortografía (1844-1866). Ya en el preámbulo de la quinta edición del diccionario se
mostró el desacuerdo con algunas reglas propuestas de la ortografía publicada en 1815.
La Academia puso de manifiesto su preferencia por escribir con z todas las palabras
derivadas que tenían la misma grafía en su base (felizes de feliz, pazifico de paz, etc.) y
la primacía por utilizar únicamente la j en representación del fonema fricativo velar
sordo, aunque estas reformas nunca se impusieron en la obra ortográfica (véase capítulo
4).
En 1820 se publicó la última edición de la ortografía y, a pesar de que se presentó
como una versión enmendada, no se han detectado apenas modificaciones respecto a la
precedente (cfr. Martínez Alcalde 2010a: 64). Las reformas sugeridas en el prólogo del
diccionario de 1817 se obviaron en el tratado de 1820, pero se pusieron en práctica en
las ediciones siguientes del repertorio lexicográfico. Por lo tanto, la publicación de la
Ortografía de la lengua castellana no supuso, como se ha señalado en algunos estudios,
el final de las reformas académicas, puesto que en el cuerpo del diccionario se siguieron
incluyendo alteraciones en la ortografía de las voces (véase capítulo 4).
263
CAPÍTULO 3. LA LABOR LEXICOGRÁFICA Y ORTOGRÁFICA DE LA REAL ACADEMIA ESPAÑOLA EN EL SIGLO
XIX
Desde 1820 hasta 1844 las novedades en materia ortográfica se anunciaron en el
diccionario y se acabaron imponiendo como norma en el Prontuario de ortografía de la
lengua castellana. Quilis Merín (2008: 273) ha definido este trayecto de la siguiente
manera:
El proceso de codificación ortográfica académica sigue así un camino de ida
y vuelta: desde la obra lexicográfica que iba avanzando en la fijación de
determinadas voces problemáticas a la obra ortográfica que la sanciona y que
se convierte en este modo en norma de la futura regulación ortográfica y ya
oficial, que en este caso debe regir en la confección del diccionario.
Posiblemente, debido a la falta de una ortografía, en el prólogo de las ediciones
del diccionario de 1822, 1832, 1837 y 1843, las posteriores a la última edición de la
Ortografía de la lengua castellana (1820) y las anteriores al Prontuario de ortografía
(1844), la Academia advirtió de las posibles variaciones en el uso de algunas grafías,
sobre todo en los dobletes j/g, c/z y en los grupos consonánticos cultos. El diccionario,
por lo tanto, como advierte Quilis Merín (2010a: 539), avanza en la fijación ortográfica
de ciertas voces particulares que, posteriormente, se imponen en la ortografía, que rige,
a su vez, la redacción de las siguientes ediciones del diccionario (véase capítulo 4).
Como se ha comentado en el § 2.2.1., en la edición de 1822 se reflexionó sobre el
tipo de léxico que debía incluirse en la nomenclatura desde un punto de vista normativo
como consecuencia del abundante número de supresiones de lemas que no se ajustaban
a las normas de pronunciación y ortografía actuales y que se habían quedado anticuados
(cfr. Lombardini 2011: 312; Terrón y Torruella 2019b: 112; Clavería 2020). Estas
supresiones marcan un cambio de pensamiento de la Academia, pues el diccionario se
empezó a concebir como una herramienta reguladora. Como se ha podido comprobar en
Clavería (2020: 22), este acuerdo estuvo determinado por la elaboración del diccionario
manual que se estaba preparando por esos años, ya que «la sexta edición del diccionario
y el diccionario manual se elaborarían de forma paralela» (Clavería 2020: 25).
También el prólogo de la edición de 1837 sirvió para difundir las ideas en materia
ortográfica de la Academia. Por un lado, se anunció la preferencia de la grafía j para
264
CAPÍTULO 3. LA LABOR LEXICOGRÁFICA Y ORTOGRÁFICA DE LA REAL ACADEMIA ESPAÑOLA EN EL SIGLO
XIX
representar el fonema fricativo velar sordo y, por otro, el rechazo de la norma propuesta
en la ortografía de 1815 en la que se permitía la simplificación del grupo consonántico
culto -x+C-, particularmente se hizo referencia a la sílaba ex. En la edición de 1843 se
reiteró lo anunciado en la precedente. En estas ediciones del repertorio léxico muestra la
Academia una actitud normativa que la distancia de la tomada en el Diccionario de
autoridades (1726-1739) donde las reglas ortográficas eran para «consumo propio»
(García Santos 2011: 458). También se alejó, en cierta medida, de la postura expuesta
en el prólogo de 1817, ya que, en este todavía no se observa el tono prescriptivo de estas
últimas ediciones (véase capítulo 4).
Posiblemente los abundantes debates en materia ortográfica que tuvieron lugar en
la primera mitad del siglo XIX (véase § 3.4.), y especialmente la reforma que pretendía
instaurar en las escuelas la Academia Literaria y Científica de Profesores de Instrucción
Primaria (ALCIP), fue el motivo por el que la Academia adoptó un tono normativo a
partir de la edición de 1822. La propia corporación ha corroborado en el preámbulo de
la ortografía de 2010 que la oficialización de su doctrina ortográfica se produjo debido a
las propuestas reformistas que estaban surgiendo en esa época:
En 1843, un grupo de maestros funda en Madrid una autodeterminada
Academia Literaria i Científica de Profesores de Instrucción Primaria, que se
propone promover y difundir a través de la docencia una reforma radical de
la ortografía del español. La iniciativa no fue bien recibida en instancia
oficiales, y la respuesta no se hizo esperar. La reina Isabel II, a petición del
Consejo de Instrucción Pública, decreta en 1844 la enseñanza obligatoria de
la ortografía académica en todas las escuelas españolas, para lo que se
establece el uso del Prontuario de ortografía de la lengua castellana,
elaborado específicamente por la Real Academia Española con ese fin (OLE
2010: 33) 221.
221
Como ha observado Martínez Alcalde (2012: 103) y se puede comprobar con la comparación de
los textos de las ediciones de la ortografía de 1999 y 2010, la referencia por parte de la Academia a este
episodio de la ortografía del español se hace con diferentes matices en su valoración. El 1999 el tono es
más crítico. El pasaje es el siguiente: «En 1843, una autotitulada «Academia Literaria y Científica de
Profesores de Instrucción Primaria» de Madrid se había propuesto una reforma radical, con supresión de
h, v y q, entre otras estridencias, y había empezado a aplicarla en las escuelas. El asunto era demasiado
serio y de ahí la inmediata oficialización la ortografía académica, que nunca antes se había estimado
necesaria. Sin esa irrupción de espontáneos reformadores con responsabilidad pedagógica, es muy posible
que la Corporación española hubiera dado un par de pasos más, que tenía anunciados y que la hubieran
emparejado con la corriente americana, es decir, con las directrices de Bello […]. Parece obvio suponer
265
CAPÍTULO 3. LA LABOR LEXICOGRÁFICA Y ORTOGRÁFICA DE LA REAL ACADEMIA ESPAÑOLA EN EL SIGLO
XIX
Debido a la falta de uniformidad en la ortografía utilizada en las distintas escuelas,
ya que la ALCIP había decidido implantar su propia doctrina, el Consejo de Instrucción
Pública pidió a la reina Isabel II que oficializara el sistema ortográfico de la Academia.
Como ha observado Villa (2017: 267), aunque no fue la Academia quien lo solicitó, las
dos instituciones —la ALCIP y la Real Academia Española— compartían miembros en
ese momento 222. La petición se consolidó el 25 de abril de 1844 223, fecha en la que se
impuso por Real Orden la ortografía académica entre todos los maestros de primeras
letras 224. Posteriormente, el 1 de diciembre de 1844, recién publicado el Prontuario de
ortografía de ortografía de la lengua castellana, se declaró texto obligatorio en todos
los establecimientos de instrucción primaria y el 9 de septiembre de 1857, debido a la
aprobación de la Ley de Instrucción Pública —conocida como Ley Moyano— se
impuso su obligatoriedad en la enseñanza pública (cfr. Martínez Alcalde 2010a: 72,
Villa 2017: 263-264). A partir de 1844, la Academia adquirió el privilegio de actuar de
«árbitro lingüístico en todo el ámbito hispánico» (Díaz Salgado 2011: 36), hecho que
inició la gestación de una norma unitaria. La propia Academia señala que con la
publicación del Prontuario culminó el proceso de adaptación gráfica iniciado en el
Diccionario de autoridades:
La normativa ortográfica de la lengua española es fruto de un proceso de
adaptación y simplificación de los variados y variables usos antiguos, que
esta Institución emprendió casi al tiempo de su nacimiento y que quedó de
hecho acabada con la publicación, en 1844, del Prontuario de la ortografía
de la lengua castellana (ORAE 1999: XIII).
que la Real Academia Española, sin la obligada intervención gubernamental, o sea, sin la descabellada
actuación de los maestros madrileños, hubiera terminado aceptándolos, puesto que era proclive a ello»
(ORAE 1999: VI-VII).
222
Villa (2017: 267) ha señalado que los miembros de ambas instituciones eran Manuel José Quintana
(tutor de Isabel II), Eugenio de Tapia, Javier de Quinto (director de Boletín de Instrucción Pública),
Martín Fernández de Navarrete, Juan Nicasio Gallego (el secretario de la Academia que firmó la carta
mediante la cual la corporación rechazó la reforma de la ALCIP) y Antonio Gil de Zárate (Director
General de Instrucción Pública).
223
En opinión de Villa (2017: 267), «la reaparición de la cuestión ortográfica en abril de 1844 podría
deberse a la mayor estabilidad política, fruto del progresivo afianzamiento del nuevo reinado que iba
adquiriendo un marcado tinte centralizador y conservador».
224
El incumplimiento de la Real Orden suponía la pena de suspensión del magisterio.
266
CAPÍTULO 3. LA LABOR LEXICOGRÁFICA Y ORTOGRÁFICA DE LA REAL ACADEMIA ESPAÑOLA EN EL SIGLO
XIX
El Prontuario de ortografía de la lengua castellana dispuesto de real órden para
el uso de las escuelas públicas por la Real Academia Española con arreglo al sistema
adoptado en la novena edicion de su diccionario se basó, como se señala en el título
completo de la obra, en el diccionario publicado en 1843 225. No se refirió la Academia a
la última edición publicada de la ortografía en el año 1820, puesto que en las ediciones
del repertorio lexicográfico desde 1822 hasta 1843 se habían tratado algunas cuestiones
ortográficas y, por lo tanto, la ortografía empleada en el diccionario había seguido
evolucionando.
Los estudios sobre el Prontuario de ortografía son muy escasos y, en ocasiones,
en las investigaciones en las que se ofrece un panorama general de la labor ortográfica
de la Academia, se refieren a todas las ediciones en conjunto sin establecer diferencias
entre ellas. La edición de 1844, por tratarse de la primera, ha sido examinada en el
estudio de Peñalver (2015). Este autor destaca que uno de los aspectos más importantes
de este tratado reside en su finalidad pedagógica, ya que «es el primer paso que da la
Real Academia para adaptar su teoría ortográfica a la enseñanza de la lengua» (Peñalver
2015: 316). Por este motivo, en el Prontuario no se incluyó, como en la Ortografía, la
parte teórica de la materia, lo cual se justificó en el prólogo de la obra:
En el oficio en que el Excmo. Sr. Ministro de la Gobernación comunicó de
Real orden á la Academia Española la circular de 25 de Abril de 1844,
prohibiendo que en las escuelas públicas del reino se enseñe otra Ortografía
que la adoptada por el mismo cuerpo, se le mandó que publicase un
compendio de sus reglas breve, sencillo y de moderado precio, que facilitase
su estudio á los maestros y á los niños, sirviendo de texto en las escuelas. En
cumplimiento de esta Real disposición se apresuró la Academia á formar el
Prontuario de Ortografía de la lengua castellana que ofrece al público,
procurando reducir lo posible así los preceptos como su explicación, por
satisfacer á las dos condiciones de brevedad y economía que S. M.
recomienda (Prontuario 1844: I).
225
En el prólogo del diccionario de la novena edición se señaló que esta a su vez utilizaba el sistema
ortográfico seguido en la edición precedente (1837).
267
CAPÍTULO 3. LA LABOR LEXICOGRÁFICA Y ORTOGRÁFICA DE LA REAL ACADEMIA ESPAÑOLA EN EL SIGLO
XIX
Fue en la advertencia donde se expusieron los principios que regían la ortografía y
solamente se mencionaron dos de ellos, el origen y el uso: «la Ortografía de todos los
idiomas se funda en dos principios; á saber, el orígen de las voces y la alteracion que en
muchas de ellas ha introducido el uso, que es el árbitro supremo de las lenguas cuando
llega á hacerse general y uniforme» (Prontuario 1844: II). Esta es la modificación de
más trascendencia respecto a las ortografías anteriores en las que la pronunciación era el
criterio principal. A pesar de que Peñalver (2015: 317) señala que de la lectura de sus
contenidos se deduce la importancia de este fundamento, lo cierto es que tanto en el
prólogo de 1837 como en el de 1843 se puede observar la pérdida de peso del criterio de
la pronunciación, incluso, en este último, se recurre a la etimología para mantener la g
en representación del fonema fricativo velar sordo.
Respecto a las reglas en el uso de las letras, en el Prontuario se impusieron como
norma los cambios que hasta entonces solamente se practicaban en el diccionario (p. ej.
empleo de -j a final de dicción) y no se introdujeron novedades. Peñalver (2015: 318) ha
observado que se incluyeron innovaciones en la segunda parte dedicada a los signos de
puntuación y concretamente en el uso de las mayúsculas y de la acentuación.
La edición del Prontuario de 1854 se desvinculó del diccionario, puesto que en el
título completo ya no aparece la referencia al repertorio lexicográfico 226. Además, en
esta edición se introdujeron algunas modificaciones. El alfabeto se amplió a 28 letras,
ya que se incluyó la grafía k 227, que había sido excluida en la edición de la ortografía de
1754. Asimismo, el apartado dedicado al «oficio y uso de las letras» se redujo, pues
solamente se explicaron las grafías que ofrecían alguna dificultad en la escritura, estas
eran b/v, c, g, h, i/y, j, k, m, q, r o rr, s 228, u, x y z. Así se mantuvo hasta la última
edición publicada en 1866. En estos años, la Academia no trabajó en ningún tratado de
ortografía a parte del compendiado.
226
El título completo es Prontuario de ortografía de la lengua castellana dispuesto de real órden
para el uso de las escuelas públicas.
227
Como se comprobará en el capítulo 4, esta decisión se vio reflejada en la edición del diccionario de
1869, la siguiente a la publicación de la quinta edición del Prontuario (1854).
228
Se recuerda en este apartado que en estadios más antiguos del español estaba permitida la
duplicación de la s (missa) y la s líquida (Scipio).
268
CAPÍTULO 3. LA LABOR LEXICOGRÁFICA Y ORTOGRÁFICA DE LA REAL ACADEMIA ESPAÑOLA EN EL SIGLO
XIX
Dos años después de la impresión de la última edición, en 1868, se decretó la
libertad en el empleo de los materiales destinados a la enseñanza, por lo que el
Prontuario dejó de ser texto obligatorio en las escuelas hasta 1875, año en el que
Alfonso XII derogó el decreto de 1868 (cfr. Martínez Alcalde 2010a: 72-73).
Desde 1870 229 la Ortografía se incorporó, por primera vez, a la Gramática, lo
cual se justificó en la advertencia del tratado argumentando a favor de la división
tradicional de la gramática en cuatro partes en las que se incluía la ortografía y la
prosodia:
Si bien la Prosodia y la Ortografía son partes esenciales de la Gramática, y
como tales han sido siempre consideradas, solían las Gramáticas de las
lenguas modernas limitarse a tratar de la Analogía y la Sintaxis, dejando para
tratados especiales el estudio de las dos últimas partes. Esta misma práctica
siguió la Academia Española en las ediciones anteriores; mas ha parecido
conveniente separarse ya de aquélla, é incluir en un mismo volúmen las
cuatro secciones que integran el arte de hablar y escribir correctamente
(GRAE 1870: XIV-XV) 230.
Por lo que respecta a la prosodia, a pesar de que aparecía como una de las labores
en los estatutos fundacionales, era la primera que publicaba la Academia. En cuanto a la
ortografía, se indicaba lo siguiente:
La nueva Ortografía respeta en lo sustancial la doctrina corriente,
consignada hace años en el Prontuario que pudiera llamarse oficial, y
seguida en el Diccionario y demas publicaciones de la Academia; pero
tampoco han dejado de admitirse algunas pequeñas novedades, ni de
proponerse otras, que han parecido convenientes, por si el uso las acepta y
sanciona (GRAE 1870: XIV-XV).
229
La Academia señala en la Cronología que ofrece en su página web que en 1870 «se inicia la
publicación del Prontuario de ortografía de la lengua castellana en preguntas y respuestas. Tuvo treinta
y una ediciones, la última de 1931. Las tres últimas cambiaron en el título la expresión lengua castellana
por lengua española» (https://www.rae.es/la-institucion/historia).
230
Esta definición se trasladó a la edición siguiente del diccionario: «f. Gram. Parte de la gramática,
que enseña á escribir correctamente por el acertado empleo de las letras y demás signos auxiliares de la
escritura» (DRAE 1884: s. v. ortografía).
269
CAPÍTULO 3. LA LABOR LEXICOGRÁFICA Y ORTOGRÁFICA DE LA REAL ACADEMIA ESPAÑOLA EN EL SIGLO
XIX
En esta ocasión se volvieron a recuperar los tres principios que rigen la ortografía
ordenados del siguiente modo: «la pronunciacion de las letras y sílabas, la etimología, ú
origen, de las voces, y el uso de los que mejor han escrito» (GRAE 1870: 309). Además,
se amplió respecto al Prontuario el epígrafe dedicado al uso de las letras y se incluyeron
más excepciones a las reglas ortográficas propuestas y un mayor número de
ejemplos 231.
Las ediciones de la gramática de 1874 (13.ª ed.) y 1878 (14.ª ed.), según el estudio
de Gómez Asencio (2008: 38-40), son reimpresiones de la de 1870. La de 1880
constituyó un modelo reformado que estuvo vigente hasta 1916. Respecto al capítulo de
ortografía, se modificó el alfabeto fijando en veintinueve sus letras debido a la inclusión
de la rr (GRAE 1880: 349-350) 232. Así se mantuvo hasta la última edición publicada en
el siglo XIX. Alcoba (2012: 293) apunta que, además, se modificaron algunas reglas en
el empleo de ese dígrafo referentes a las voces compuestas que, como se comprobará en
el capítulo 4, afectaron a la duodécima edición del diccionario académico.
3.4. Las ortografías no académicas
Igual que sucede con la labor ortográfica de la Academia en el siglo XIX, la de autores
externos a la corporación también ha recibido una atención menor en la bibliografía. Se
conoce muy poco sobre las ortografías publicadas en esta centuria, pese a que se cuenta
con los estudios de Rosenblat (1951), Esteve Serrano (1982), Alcoba (2006 y 2007b) y
Martínez Alcalde (2010a: 64-71 y 2012: 101-106) en los que se ofrece un panorama de
las distintas obras ortográficas decimonónicas.
231
Según los cálculos de Gómez Asencio (2008: 35), en la gramática de 1870 la ortografía ocupa un
18,47% de los contenidos, porcentaje que disminuyó en las ediciones decimonónicas posteriores: 1874
(17,49%) y 1885-1895 (13,40%).
232
En la GRAE 1880 se expone que «Queda sentado ya en la prosodia que la lengua castellana tiene
veintiséis sonidos, y acabamos de ver que para expresarlos dispone de veintinueve letras, signos ó
caracteres» (GRAE 1880: 350). Asimismo, las letras del abecedario que se citan son a, b, c, ch, d, e, f, g,
h, i, j, k, l, ll, m, n, ñ, o, p, q, r, rr, s, t, u, v, x, y, z. La rr no aparecía en las enumeraciones de las ediciones
anteriores. Este cambio no tuvo repercusión en el diccionario, puesto que tanto en la edición de 1869
como en la de 1884 la s se define como la vigesimosegunda letra del abecedario.
270
CAPÍTULO 3. LA LABOR LEXICOGRÁFICA Y ORTOGRÁFICA DE LA REAL ACADEMIA ESPAÑOLA EN EL SIGLO
XIX
En estos trabajos se señala que en los años en los que el sistema de la Academia
todavía no era oficial se publicó un gran número de tratados ortográficos de autores
particulares que procedían de diferentes ámbitos (periodistas, impresores, lexicógrafo,
maestros, etc.). En todas las obras está presente el sistema de la corporación. Martínez
Alcalde (2010a: 64) ha indicado, al respecto, que «los gramáticos que trataban en sus
obras la ortografía no podían ignorar la doctrina académica, convertida en referencia
inevitable incluso antes de la oficialización, pero no parecían concebirla como una
norma fijada e inamovible».
A continuación, tomando como base las investigaciones señaladas, se exponen las
principales propuestas de reformas ortográficas que surgieron tanto en España (§ 3.4.1.)
como en América (§ 3.4.2.) y su relación con la doctrina de la Academia.
3.4.1. Reformas ortográficas en España
En la primera mitad del siglo XIX vieron la luz un abundante número de ortografías. En
los estudios indicados anteriormente, se destacan los tratados de Juan Manuel Calleja
(1818), Mariano José Sicilia (1826 y 1832) 233, José Herrera y A. Alvear (1829), José
Gómez Hermosilla (1835), Antonio Martínez de Noboa (1839), entre otros.
Estos autores seguían, por lo general, la doctrina de la Academia, aunque incluían
en sus obras críticas al sistema académico y planteaban también sus propias reformas de
simplificación de la ortografía reclamando un mayor fonetismo. Así lo expresa, entre
otros, Martínez de Noboa:
He propuesto en el apéndice el modo á mi entender mas fácil de arreglar la
Ortografía; no obstante que, si se presentase otro mas sencillo, le adoptaría
gustoso como facilitase el objeto deseado. I en este punto i algo otro me
aparto del uso de la Academia, no se atribuya á presuncion, sino al deseo de
llevar adelante la perfeccion de nuestra gramática, en lo cual la misma
Academia nos da ejemplo, reformando cada vez sus ediciones é invitando á
los escritores á esto mismo (Noboa 1839: VI-VII).
233
La obra de Sicilia solamente es mencionada por Rosenblat (1951: CII) quien lo destaca debido a
«su importancia especial».
271
CAPÍTULO 3. LA LABOR LEXICOGRÁFICA Y ORTOGRÁFICA DE LA REAL ACADEMIA ESPAÑOLA EN EL SIGLO
XIX
De entre todos los autores indicados, Noboa es el que más se alejó de la corriente
académica, ya que propuso simplificar el alfabeto fijado por la corporación mediante la
supresión de las grafías c, h, x y v (cfr. Maquieira 2001; Alcoba 2007b: 136; Martínez
Alcalde 2010a: 67). Sin embargo, estos ortógrafos no pretendían romper con la doctrina
de la Academia sino mejorar su sistema respondiendo a su propia petición realizada en
el prólogo de la edición del diccionario de 1817. Esto es precisamente lo que distancia
las ortografías de estos autores de la propuesta por la Academia Literaria y Científica de
Profesores de Instrucción Primaria de Madrid (ALCIP) en el año 1842.
En todos los estudios sobre la ortografía del español se está de acuerdo en sostener
la popularidad que adquirió este cuerpo de profesores de Madrid. Los maestros de la
ALCIP propusieron una reforma radical de la ortografía castellana que empezaron a
emplear en las escuelas españolas. En las investigaciones de Villa (2013 y 2017) se han
analizado detalladamente las características de ese sistema ortográfico. El cambio más
importante consistía en la implantación de un abecedario de 24 letras, cuatro menos que
el de la Academia (k, q, v, x), que se regía por el criterio de la pronunciación «y que
facilitaría, según los maestros, la alfabetización» (Villa 2017: 265). La propia ALCIP
informó a la corporación de su doctrina. Según se expone en Villa (2017: 266), en las
actas de las reuniones académicas del 27 de abril al 4 de mayo del año 1843 se dejó
constancia de haber recibido la propuesta, la cual se rechazó:
Enterada la Academia Española del nuevo sistema ortográfico de la lengua
castellana, acordado por esa corporacion, segun aparece del oficio de V.S. de
24 del pasado y hoja impresa que le acompaña, se ve en la desagradable
necesidad de no poder prestar su asistencia á semejante innovacion, de cuya
observancia resultarian, en su dictamen, gravísimos inconvenientes y
ninguna ventaja (citado en Villa 2017: 266).
Como se ya se ha comentado, este fue el detonante que llevó a la oficialización
del sistema ortográfico de la Academia (véase § 3.3.), el cual se generalizó del todo en
la segunda mitad del siglo XIX (cfr. Rosenblat 1951: CXXVII), a pesar de que también
surgieron voces discordantes. En el estudio de Martínez Alcalde (2010a: 74) se
mencionan las propuestas de Mariano Cubí y Soler (1852), Rafael Monroy (1865), Juan
272
CAPÍTULO 3. LA LABOR LEXICOGRÁFICA Y ORTOGRÁFICA DE LA REAL ACADEMIA ESPAÑOLA EN EL SIGLO
XIX
de Becerril (1881), las cuales tenían como objetivo la simplificación del sistema de la
Academia. También en la lexicografía surgieron ortografías alternativas. Destaca
especialmente, como ha estudiado Quilis Merín (2008 y 2010a), la de Domínguez
(véase § 2.3.2.).
3.4.2. Reformas ortográficas en América
También en la primera mitad del siglo XIX surgieron propuestas de reforma en América
que, como ha observado Martínez Alcalde (2010a: 69), «fueron, en realidad, las que
tuvieron una mayor difusión». Esta relevancia se refleja en los estudios sobre el asunto,
puesto que se ha prestado mayor atención a las reformas de América que a las surgidas
en España, especialmente a la planteada por Andrés Bello por su influencia y la
implicación en la oficialidad de la ortografía chilena (cfr. Rosenblat 1951; Esteve
Serrano 1982: 107-125; Contreras 1993 y 1995; Alcoba 2006 y 2007b; Martínez
Alcalde 2010a: 69-71 y 2012: 104-106; Gallardo 2014). Esto mismo ha sido reconocido
por la Academia en el prólogo de la ortografía de 2010:
De ahí que surgieran con fuerza, en esos momentos, variadas propuestas
reformadoras, guiadas por este ideal, de las cuales la primera y más
importante —por la calidad de su proponente y la transcendencia y
seguimiento que llegó a tener al otro lado del Atlántico— fue la planteada en
1823 por Andrés Bello, venezolano de nacimiento y chileno de adopción
(OLE 2010: 32) 234.
Como ya expuso Rosenblat (1951: LXXXVIII), el interés del venezolano hacia la
ortografía del castellano no surgió por un «impulso antiacadémico, sino en nombre del
mismo movimiento reformador y regulador que animaba a la Academia y que la llevaba
a adoptar innovaciones progresivas en cada nueva edición de su Ortografía y de su
Diccionario». En el año 1823, junto con Juan García del Río, Bello publicó una
disertación titulada Indicaciones sobre la conveniencia de simplificar i uniformar la
234
En la primera versión de este texto, publicado en el prólogo de la ortografía de 1999, se señala que
posiblemente la Academia hubiera seguido incluyendo reformas en su tratado en la línea de la propuesta
de Bello si no hubiese sido por la irrupción de la ALCIP (véase nota 69).
273
CAPÍTULO 3. LA LABOR LEXICOGRÁFICA Y ORTOGRÁFICA DE LA REAL ACADEMIA ESPAÑOLA EN EL SIGLO
XIX
ortografía en América. Las propuestas de este ensayo culminaron posteriormente, en
1835, en su obra Principios de la ortolojía y métrica de la lengua castellana, ya con
miras a todo el territorio hispanohablante. Estos autores propusieron una reforma
completa de la ortografía castellana, llevada a cabo en dos fases y que culminaría en un
alfabeto de 26 letras para representar los 26 fonemas con los que contaba el español 235,
suprimiendo la c y la h. Bello entregó su Ortolojía a la Academia en 1852, un año
después de ser nombrado miembro honorario. García de la Concha (2014: 186) ha
señalado que esta elección demuestra la voluntad de la Academia de escuchar la palabra
de América.
Destaca también en el territorio americano la propuesta de Faustino Sarmiento 236.
En el año 1843, por petición de Bello, este autor elaboró un texto titulado Memoria
sobre ortografía castellana que se expuso y discutió en la Facultad de Filosofía y
Humanidades. Sarmiento pretendía la adaptación del sistema ortográfico del español a
la pronunciación americana. Para lograr este objetivo, propuso un alfabeto en 23 letras
mediante la supresión de h, v, z y x (sustituida por cs 237), además de la y como vocal y la
u muda (qeso, qiso, gerra, etc.). La exclusión de la z se debía al seseo americano y es
este asunto lo que distancia radicalmente la ortografía de Bello de la de Sarmiento.
235
Rosenblat (1951: XCV) explicó que solamente dejó en manos de la etimología la distinción b y v,
con la certeza de que ambas grafías representaban fonemas distintos guiados por la pronunciación de
algunas partes de España.
236
En opinión de García Santos (2011: 484) la propuesta de Sarmiento fue «la causante de la reacción
de la Academia y del decreto de Isabel II». Esto justificaría que la oficialidad de ambas doctrinas, la
española y la chilena, coincidieran en el día, mes y año: 25 de abril de 1844. García Santos (2011: 486)
afirma que el hecho de que se frenaran las innovaciones propuestas por la Academia «hay que ponerlo en
relación con el proceso de independencia de los países americanos y, específicamente, con la intervención
de Sarmiento, que pone de pronto ante los ojos de todos el grave problema que puede haber de ruptura del
español si sigue avanzando hacia el ideal de una ortografía totalmente fonológica, pues hay un problema
irresoluble que Sarmiento plantea en toda su crudeza: el de z (o s), y en el que posiblemente nadie hubiera
reparado hasta aquel momento». Sin embargo, la Academia nunca sugirió una reforma enteramente
fonológica, pues, como se ha comprobado, en el prólogo de la edición del diccionario de 1817 solamente
pretendía eliminar la variación existente en el uso de las grafías g y j en representación del fonema
fricativo velar sordo y así lo hizo, aunque no en su totalidad, en las ediciones siguientes del diccionario,
pues nunca olvidó el criterio etimológico. También pretendía simplificar el empleo de c y z en los
derivados (véase capítulo 4).
237
Como se ha señalado anteriormente, esta propuesta fue duramente criticada en el prólogo de la
edición de 1837 del diccionario académico.
274
CAPÍTULO 3. LA LABOR LEXICOGRÁFICA Y ORTOGRÁFICA DE LA REAL ACADEMIA ESPAÑOLA EN EL SIGLO
XIX
Además, este último, tuvo relación con la ALCIP (cfr. García Santos 2011: 485) cuya
propuesta ocasionó la oficialización del sistema académico.
Finalmente, el 25 de abril de 1844, al mismo tiempo que la Academia oficializó su
ortografía en España, Chile aprobó una reforma ortográfica en la línea defendida por
Bello (1823) y que excluía las particularidades americanas propuestas por Sarmiento. El
sistema fijado por la Facultad de Filosofía y Humanidades de la Universidad de Chile
fue calificado por Rosenblat (1951: CXV) de atrevido, puesto que se suprimió la h, la u
del dígrafo qu y gu, la y con valor vocálico, la g en representación del fonema fricativo
velar sordo, que se representaba únicamente con la j, sustituía la r por la rr en principio
de dicción y aceptaba el uso de la s por la x ante consonante. Según indicó Rosenblat
(1951: CXXII), la reforma de 1844 duró solamente dos o tres años. De todos estos
cambios, persistieron tres: el empleo exclusivo de la j para representar el fonema
fricativo velar sordo, la supresión de la y con valor vocálico y la sustitución de la grafía
x por s delante de consonante.
Martínez Alcalde (2010a: 76) señala que las polémicas ortográficas y las reformas
de los neógrafos se sucedieron en América a lo largo de todo el siglo. Ya a finales de la
centuria destaca la figura de Rodolfo Lenz quien en 1891 publicó unas Observaciones
sobre la ortografía castellana donde criticaba el sistema de la Academia y defendía su
simplificación basándose en criterios fonetistas 238. La ortografía chilena estuvo vigente,
pese a que se aplicó de manera irregular (cfr. Rosenblat 1951: CXIX; Martínez Alcalde
2012: 106), hasta 1927, año en el que se prohibió a favor del sistema ortográfico de la
Real Academia Española.
4. RECAPITULACIÓN
En este capítulo se ha evidenciado que el vínculo del diccionario y la ortografía es
especialmente estrecho en el contexto académico debido a la labor de consolidación de
238
Como ya observó Contreras (1995: 21-23) y ha resaltado de nuevo Martínez Alcalde (2010a: 79),
es destacable que entre las propuestas de reforma de los neógrafos americanos, a excepción de Sarmiento,
no se diese importancia a la plasmación gráfica del seseo.
275
CAPÍTULO 3. LA LABOR LEXICOGRÁFICA Y ORTOGRÁFICA DE LA REAL ACADEMIA ESPAÑOLA EN EL SIGLO
XIX
la lengua que la Academia pretendía llevar a cabo desde una triple perspectiva que
abarcaba todos las áreas lingüísticas: léxica, ortográfica y gramatical. La preocupación
ortográfica nació como consecuencia de la redacción del Diccionario de autoridades, y,
por lo tanto, desde el inicio la ortografía es subsidiaria del diccionario.
La historia del diccionario académico evidencia que este ha sido siempre la labor
principal de la Academia, lo que se refleja también en la bibliografía, pues los estudios
sobre el repertorio lexicográfico son más abundantes que los de la ortografía. Este se ha
analizado desde muy diversas perspectivas y solo recientemente se ha empezado a trazar
la historia de la relación con la ortografía académica (Rosenblat 1951; Lázaro Carreter
1972; Martínez Alcalde 2010a y 2010b; Quilis Merín 2009 y 2010a; Alcoba 2012;
Freixas 2016). En el siglo XIX, igual que en la centuria anterior lo fue el Diccionario de
autoridades, el repertorio léxico sirvió para difundir propuestas ortográficas, ya que en
ellos se incluyeron reformas que reflejaban las decisiones tomadas por los académicos
en materia ortográfica (cfr. García Santos 2011: 457). El siglo decimonónico constituye
un eslabón más dentro de la tradición lexicográfica y ortográfica, aunque definitivo y
concluyente, puesto que, por un lado, quedan sentadas las bases de la lexicografía
académica moderna y, por el otro, sucede la oficialización de la ortografía del español.
El estudio desarrollado en esta tesis doctoral refleja la importancia del diccionario
en materia ortográfica desde la solución individual de cada palabra.
276
CAPÍTULO 4
CAMBIOS EN LA MACROESTRUCTURA DEL DRAE
1803-1899: LA INTERDEPENDENCIA ENTRE EL
DICCIONARIO Y LA ORTOGRAFÍA
CAPITULO 4. CAMBIOS EN LA MACROESTRUCTURA DEL DRAE 1803-1899: LA INTERDEPENDENCIA ENTRE EL
DICCIONARIO Y LA ORTOGRAFÍA
INTRODUCCIÓN
El presente capítulo es el núcleo de la investigación desarrollada: el análisis de las ideas
ortográficas propuestas por la Academia en el diccionario y su evolución a lo largo del
siglo XIX. Para conseguir dicho objetivo, se han examinado las modificaciones en la
macroestructura de la obra lexicográfica originadas por las regularizaciones ortográficas
que emanan de las distintas ediciones de la ortografía académica 239.
El capítulo se divide en dos bloques que se corresponden con las dos perspectivas
metodológicas que se han adoptado para llevar a cabo el estudio. El primer apartado
(§ 1.) se ha enfocado desde el punto de vista de la evolución interna de cada fenómeno
que presenta variabilidad gráfica en las ediciones del diccionario decimonónicas. En el
segundo apartado (§ 2.) se han expuesto los cambios en materia ortográfica introducidos
en la macroestructura de cada una de las ediciones del repertorio académico publicadas
en el período que comprende la tesis: 1803 (4.ª ed.), 1817 (5.ª ed.), 1822 (6.ª ed.), 1832
(7.ª ed.), 1837 (8.ª ed.), 1843 (9.ª ed.), 1852 (10.ª ed.), 1869 (11.ª ed.), 1884 (12.ª ed.) y
1899 (13.ª ed.).
Esta doble perspectiva de análisis ha permitido conocer, por un lado, la evolución
a lo largo del siglo XIX de cada fenómeno y, por el otro, la relevancia de cada edición
en particular para la fijación ortográfica.
1. LA
REPRESENTACIÓN GRÁFICA DE LOS FONEMAS DEL ESPAÑOL A TRAVÉS DEL
DICCIONARIO
El primer gran bloque se ha estructurado siguiendo la organización de las ortografías
modernas que oponen los fonemas del español en dos subconjuntos, por un lado, las
vocales (§ 1.1.) y, por el otro, las consonantes (§ 1.2.) (cfr. OLE 2010). En el epígrafe
correspondiente a las vocales, se han estudiado los cambios en la representación gráfica
del fonema vocálico cerrado anterior (§ 1.1.1.) y del fonema vocálico cerrado posterior
(§ 1.1.2.). En el apartado dedicado a las consonantes, se han examinado las reformas
239
En la tesis no se han considerado los cambios acentuales.
278
CAPITULO 4. CAMBIOS EN LA MACROESTRUCTURA DEL DRAE 1803-1899: LA INTERDEPENDENCIA ENTRE EL
DICCIONARIO Y LA ORTOGRAFÍA
que atañen, en primer lugar, a la escritura de los segmentos que se representan por más
de una grafía: del fonema bilabial sonoro (§ 1.2.1.), del fonema oclusivo velar sordo
(§ 1.2.2.), del fonema fricativo interdental sordo (§ 1.2.3.), del fonema fricativo velar
sordo (§ 1.2.4.) y del fonema vibrante múltiple (§ 1.2.5.); en segundo lugar, a las grafías
sin valor fónico en español: la grafía h (§ 1.2.6.) y, en tercer lugar, a la representación
de los grafemas cultos: los dígrafos con h (§ 1.2.7.), las consonantes dobles (§ 1.2.8.) y
los grupos consonánticos cultos (§ 1.2.9.).
La reconstrucción de la evolución ortográfica de cada fenómeno ha sido analizada
de manera pormenorizada. Cada apartado va precedido de una presentación general en
la que se ofrece una visión panorámica desde el siglo XIII-XIV hasta el XVII teniendo
en cuenta los estudios sobre la materia, fundamentalmente se han consultado manuales
de historia de la lengua 240. También se han expuesto las ideas de los gramáticos del
período áureo con el objetivo de esbozar el panorama con el que se encontró la
Academia en el momento de su fundación. Posteriormente, como punto de partida para
el análisis, se han examinado los fenómenos en las obras académicas del siglo XVIII,
haciendo referencia también a los tratados no académicos para poder contextualizarlos.
Finalmente, se ha desarrollado de manera exhaustiva la evolución de la norma
ortográfica en las ediciones del diccionario de la Academia publicadas en el siglo XIX.
Para ello, ha sido necesario consultar las ortografías académicas de esta centuria y,
cuando se ha considerado imprescindible, se ha recurrido también a las obras de autores
externos a la corporación, que en ocasiones influyen en las reformas ortográficas
propuestas por la Academia.
1.1. Cambios en la escritura de las vocales
La representación gráfica de los fonemas vocálicos no plantea problemas en español,
excepto /i/ y /u/, para los cuales ha existido plurivalencia gráfica: /i/ = i, y; /u/ = u, v.
240
La presentación es de carácter general y tiene como objetivo principal ofrecer una visión
panorámica que permita contextualizar los fenómenos. Por este motivo, las fuentes que han servido de
base para realizar esta breve introducción son principalmente manuales.
279
CAPITULO 4. CAMBIOS EN LA MACROESTRUCTURA DEL DRAE 1803-1899: LA INTERDEPENDENCIA ENTRE EL
DICCIONARIO Y LA ORTOGRAFÍA
Cada uno de estos dos fenómenos presenta una evolución distinta en la historia de la
ortografía del español y, en concreto, en la historia de la ortografía académica, la cual
ayudó a fijar los usos gráficos de cada letra en la escritura.
1.1.1. Cambios en la escritura del fonema vocal cerrado anterior (i e y)
El fonema vocal cerrado anterior se representaba gráficamente desde el siglo XIII, «la
época de fijación escrita del idioma» (Cano Aguilar 2018 [2004]: 825), con las letras i (i
breve), j (i larga) e y (y griega) (cfr. Torrens 2007: 128), las cuales se empleaban tanto
con valores vocálicos como consonánticos, aunque, como se ha afirmado en Sánchez
Prieto (2018 [2004]: 433), con cierto grado de sistematicidad «condicionada por la
tipología paleográfica del escrito». Rosenblat (1951: XIII) ya dio cuenta de ello:
Los escribas medievales, que no podían distinguir entre helenismos y voces
latinas patrimoniales, empezaron en seguida a usar promiscuamente i e y.
Primero en cualquier palabra de aparencia exótica, luego en cualquier
palabra. Se prefería y, por razones de claridad, en contacto con n, m, u (hay
que tener presente que la i se escribía sin punto); y luego en posición final,
sobre todo en diptongo. Como la i representaba a veces un sonido
consonántico (uieio ‘viejo’) se tendió a preferir la y para la vocal (ysla, yr,
tenye ‘tenía’, etc.). Este uso fue general hasta el siglo XVIII (Rosenblat
1951: XIII).
Desde los siglos XV al XVII, como se demostró en Barroso y Sánchez de Bustos
(1993: 175), se seguían manteniendo las dos grafías en la escritura con «redundancia
grafemática», puesto que se utilizaban indistintamente tanto para la vocal como para la
consonante. Estos autores, tras analizar las obras de Penitencia de amor (1516) de Pedro
Manuel de Urrea y el Quijote (1605) de Miguel de Cervantes, aportaron datos de
variación ortográfica en casos de vocal (assy/assi, yndios/indios, etc.), de consonante
(ayer/aier, mayor/maior/major, etc.) 241, de conjunción, de diptongos (quyen/quien,
hoy/hoi, soys/sois, rey/rei, etc.), de hiatos (oy/oi, ay/ai, rey/rei ‘reí’, etc.) y de cultismos
241
Según ha afirmado Sánchez Prieto (2018 [2004]: 434), ya en el siglo XIV «se observa un cierto
auge de este uso, que llegará a hacerse corriente en los siglos XV y XVI».
280
CAPITULO 4. CAMBIOS EN LA MACROESTRUCTURA DEL DRAE 1803-1899: LA INTERDEPENDENCIA ENTRE EL
DICCIONARIO Y LA ORTOGRAFÍA
grafemáticos (mysterio/misterio, sylaba/silaba, etc.). Precisan que, pese a la diversidad,
lo habitual en los cancioneros del XV y algunos de principios del XVI era el empleo de
«y en función puramente vocálica y en diptongos (assy, dyvynidades, yndias, fryas…)».
A partir del siglo XVI se extiendió el uso de i para la vocal, «aunque aparece y en
posición inicial (ygual, ynfierno, ysla, yglesia) y también en diptongos (especialmente
decrecientes: sufijos verbales ays, -eys, -oys, y para palabras concretas como veynte,
seys» (Barroso y Sánchez de Bustos 1993: 175-176). Esta distribución se mantuvo en la
escritura de manera más o menos generalizada en los siglos siguientes.
En las gramáticas de los siglos XVI y XVII se dio cuenta de la irregularidad en la
escritura respecto al empleo de i e y, por lo que se intentaron uniformar sus funciones
gráficas. Antonio de Nebrija propuso en sus Reglas de Orthographia de 1517 utilizar la
grafía i únicamente para los casos en los que ejercía de vocal y eliminar la y del alfabeto
(cfr. Rosenblat 1951: XXV; Schmid 1998: 63).
Los ortógrafos posteriores a Nebrija también pretendieron fijar la distribución en
la escritura de las letras i e y. Esteve Serrano (1982: 129-134) ha señalado que algunos
autores del siglo XVI como, por ejemplo, Juan de Valdés (1531), siguieron el criterio
nebrisense y recomendaron usar la i exclusivamente para la vocal. Otros, en cambio,
como Cristóbal de Villalón (1558), Pedro Madariaga (1565) o Juan López de Velasco
(1582) atribuyeron a la grafía y, siguiendo la tradición escrituraria, valores vocálicos,
principalmente, en cuatro contextos: 1) cuando era conjunción, 2) cuando iba precedida
de otra vocal, 3) en términos de origen hebreo y griego y 4) a principio de palabra en los
textos manuscritos (cfr. Maquieira 2012: 531-533).
La idea de utilizar solamente la i en función vocálica cobró mayor peso en el siglo
XVII. Así aparece descrito, por ejemplo, en las ortografías de Mateo Alemán (1609),
Juan de Robles (1629), Gonzalo Correas (1630) y Gonzalo Bravo Grajera (1634) (cfr.
Rosenblat 1951: XXXIX, LIII, LIX, Esteve Serrano 1982: 129-134).
Estas dos posturas se mantuvieron en los siglos XVIII y XIX, aunque, como se
podrá comprobar, la propuesta de la Academia triunfó sobre las otras.
281
CAPITULO 4. CAMBIOS EN LA MACROESTRUCTURA DEL DRAE 1803-1899: LA INTERDEPENDENCIA ENTRE EL
DICCIONARIO Y LA ORTOGRAFÍA
1.1.1.1. El siglo XVIII: gestación de las ideas ortográficas de la Academia
En el siglo XVIII la distribución gráfica de i e y todavía no estaba fijada. La Academia
estableció unas reglas en el Discurso proemial de orthographía (1726) fundamentadas,
principalmente, en el criterio etimológico. En este tratado se señalaba que las vocales
del español eran a, e, i, o, u, «à que se añade la Y para las voces Griegas» (Diccionario
de autoridades 1726: LXX).
Ni obsta la consideración de que en los vocablos Griegos se usa de la Y
como letra vocál, porque aunque sea cierto, que para no desfigurarlos de su
orígen se use de ella, y no de la I, y se escriba Symbolo, Mysterio, Martyr,
Azymo, &c. en estas voces rara vez se hallará que la Y preceda, ò se junte à
otra vocál, y que la hiera, porque de ordinário, está entre dos consonantes,
como se manifiesta en las referidas Symbolo, Mysterio, &c., y como esto no
sucede en las palabras Castellanas, respecto de que ò precede à vocál: como
Yace, Yerro, Yantar, ò está entre dos vocáles: como Ayuda, Ayer, Arroyo, es
clara la diferéncia para poder usar de ella seguramente como consonante
(Diccionario de autoridades 1726: LXXI-LXXII).
Como se puede observar, a parte de las voces de origen griego, se propuso utilizar
exclusivamente la i en función vocálica con el objetivo de evitar confusiones 242, puesto
que «hallandose escrito Concluia, Destruia, Arguia en todos los tiempos con sola I, no
es facil distinguir quando es preterito imperfecto de indicativo, y quando es presente de
subjuntivo, y separándolos no puede haver la menor equivocación» (Diccionario de
autoridades 1726: LXXI). De esta regla se exceptuaban los diptongos decrecientes de
final de voz, en los que la y se transforma en consonante en las formas plurales (cfr.
OLE 2010: 120):
En semejante junta de vocáles la I es Latina, y no Y, y assi es error notorio
usar de Y escribiendo Ayre, Reyno, Toyson, Buytre, debiendo escribirse con I
Latina, y la razón es porque no hiere à otra vocal. De esta regla general se
exceptúan solo aquellos nombres acabados en y, en que en el plural de ellos
242
La Academia propone también utilizar la y, siguiendo la tradición escrituraria, cuando es
conjunción: «El repáro mayor es acerca de la Y, como conjunción; pero el uso común lo tiene tan
assentado, que en algunos Autóres, que han usado de la I Latina en su lugar, ha sido notado como
extravagáncia» (Diccionario de autoridades 1726: LXXII).
282
CAPITULO 4. CAMBIOS EN LA MACROESTRUCTURA DEL DRAE 1803-1899: LA INTERDEPENDENCIA ENTRE EL
DICCIONARIO Y LA ORTOGRAFÍA
la y se hace consonante, como Rey, Ley, Buey, Cambrey, Camboy, en que se
debe seguir el común uso de escribirlos con Y, porque siendo esta letra en
sus pluráles consonante, como se vé en Reyes, Leyes, Camboyes, no
conviene desfigurar el plural del singular: y por esta razón sin duda ha
prevalecido el uso de escribirlos con ella (Diccionario de autoridades 1726:
LXXI-LXXII).
En la primera edición del Diccionario de autoridades (1726-1739) se siguieron
estas directrices para la escritura de las voces de la nomenclatura. Se utilizó la y para los
términos de origen griego (martyr, mysterio, symbolo) y para los diptongos decrecientes
de final de palabra (ley, buey, comboy/convoy). En el resto de los vocablos se usaba la i
latina (aire, aceite, buitre, reino, etc.).
Las reglas propuestas en el Discurso proemial tuvieron sus detractores. Destacan
las figuras de Antonio Bordázar (1728) y Gregorio Mayans y Siscar (1735), quienes se
mostraron en desacuerdo con las excepciones en las que la Academia había decidido
conservar la y con valor vocálico: voces griegas, conjunción y diptongos decrecientes en
final de palabra. Respecto a los diptongos decrecientes, Bordázar (1728: 25) advertía en
su ortografía que «yà muchos la usan [la i] en mui, Rei, ai, &c.», por lo que tenía «la
esperanza» que esta práctica consiguiera extenderse en la escritura igual que ocurrió con
la u vocal y la v consonante (véase § 1.1.2.) 243. Además, también rechazó el argumento
que aportaba la Academia sobre el cambio de vocal a consonante en los plurales (rey >
reyes):
Sin que sirva de obice, si por razon del incremento se muda la i vocal en y
consonante, para juzgar mal que han de guardar derivacion, como en Rei,
Reino, i hacer Reies, i no Reyes; ni que porque hace Reyes, deva escrivirse
Rey: pues aviendose de escrivir segun se pronuncia, se escrive bien con ye
cuando hiere, Reyes, aunque de Rei, assi como dever, aunque de deuda,
passando las vocales a consonantes semejantemente en ambas voces
(Bordázar 1728: 39).
243
Sobre esta cuestión advirtió Bordázar (1728: 25) que el uso de la grafía u y v se fijó con antelación
debido a que lo abalaban «los Impressores de esta Ciudad, i en la Corte el de la Real Academia de la
Lengua en su nuevo Diccionario», a diferencia de lo que ocurrió con la i e y.
283
CAPITULO 4. CAMBIOS EN LA MACROESTRUCTURA DEL DRAE 1803-1899: LA INTERDEPENDENCIA ENTRE EL
DICCIONARIO Y LA ORTOGRAFÍA
A pesar de las críticas recibidas, la Academia mantuvo las mismas reglas en la
primera edición de la ortografía publicada en 1741, incluso amplió las funciones de la y
como vocal. En esta obra las dos grafías se describieron en un mismo epígrafe, «porque
fuera difícil y confusa si se hiciesse de cada una de ellas en lugares separados» (ORAE
1741: 171). La Academia decidió seguir el uso establecido, en el cual, según se indicaba
en el propio tratado, primaba la y griega en la escritura de los diptongos decrecientes de
principio y medio de dicción. Además, argumentaba que el cambio de i a y evitaba
algunas confusiones de significado:
Reconocese tambien en su uso la utilidad de distinguir fácilmente en lo
escrito las dos pronunciaciones larga, y breve, que conocemos en esta letra,
quando se sigue á otra vocal: pues si la pronunciamos unida con ella,
desuerte que parezca que cási se forma un Diphtongo, se escribe en las mas
voces y Griega, como en ayre, Alcayde; pero si la separamos haciendo la
fuerza en la i, debe escribirse Latina, como en oído, aina, y de este modo se
distinguen tambien fácilmente Ley por el mandato de lei pretérito del verbo
leer: Rey por el Soberano de rei pretérito del verbo reir, sin necesitarse de
mas nota para distinguir la pronunciacion (ORAE 1741: 171-172).
Rosenblat (1951: LXXVIII) se refiere a esta reforma como un «retroceso» de la
Academia que enmendó en la octava edición de la ortografía (véase § 1.1.1.2.).
En la siguiente edición del tratado ortográfico de 1754 se señaló que el uso de la y
griega en los diptongos decrecientes no era general y se añadieron algunas excepciones
siguiendo, según se indicaba en la obra, las costumbres establecidas en la sociedad:
Exceptúanse las voces que tienen en el principio, ó medio la sílaba ui, como
cuidado, descuidar, menos buitre; y assimismo las segundas personas de
plural de los verbos, como amais, amábais, veis, visteis, y otras, en las
quales, aunque la i se pronuncia unida con la vocal que la precede, se usará
de la I Latina conforme á la práctica comun y constante (ORAE 1754: 5253).
Además, en esta edición, se rechazó el uso de la y en los vocablos que la tenían en
su origen, ya que este empleo «no ha prevalecido con el tiempo: de forma que raro es el
que escribe hoy Gerónymo, pyra, lyra con Y Griega; y el que hace esto suele hacerlo
284
CAPITULO 4. CAMBIOS EN LA MACROESTRUCTURA DEL DRAE 1803-1899: LA INTERDEPENDENCIA ENTRE EL
DICCIONARIO Y LA ORTOGRAFÍA
para obtener erudicion» (ORAE 1754: 49). Es interesante destacar que en esta edición de
la ortografía se introdujo otro uso de la y griega con valor vocálico pero que solamente
afectaba a los textos manuscritos, los cuales también se habían considerado en el tratado
ortográfico: «Quando la I vocal ha de ser mayúscula, se usará en lo manuscrito del
carácter de la Y Griega conforme á la práctica comun, como en estas voces Ysla,
Yglesia» (ORAE 1754: 53). Esta regla se mantuvo vigente durante todo el siglo XVIII y
la primera mitad del XIX 244 hasta la publicación del Prontuario de ortografía, donde se
advirtió que se «ha introducido el uso con bastante generalidad que en lugar de la I
vocal mayúscula se use de la Y consonante en los manuscritos […]; pero siempre es
preferible evitar esta irregularidad» (Prontuario 1845: 11).
Los cambios introducidos en las ediciones de 1741 y 1754 tuvieron consecuencias
en las palabras del lemario de la segunda edición del Diccionario de autoridades. En
esta obra se modificó la grafía y por i de todas las voces que la tenían en su origen (lyra
> lira, mysterio > misterio, pyra > pira, synalepha > sinalefa, etc.) y la i latina de los
diptongos decrecientes de inicio y medio de dicción fue sustituida por la y griega (aire >
ayre, bailar > baylar, buitre > buytre, deleite > deleyte, empeine > empeyne, freilar >
freylar, gaita > gayta, prosaico > prosayco, etc.). Las reglas expuestas en 1754 se
mantuvieron vigentes en las ediciones de la ortografía de 1763, 1770, 1779 y 1792.
De esta forma, a finales del siglo XVIII la Academia mantenía la y griega con
valor vocálico en tres distribuciones: 1) en los diptongos decrecientes (aceytera, ayre,
buey, buytre, ley, peyne, rey, etc.), 2) en la conjunción copulativa y 3) en inicio de
palabra en los textos manuscritos 245.
244
Este uso fue corroborado por algunos ortógrafos del siglo XIX como, por ejemplo, Mariano José
Sicilia y así lo expresó su ortografía de 1827: «Por una práctica muy antigua se acostumbra usar de la y
griega en lo manuscrito siempre que es necesario escribir la i vocal con letra mayúscula. Adoptóse esta
práctica para evitar el inconveniente de que la I vocal mayúscula, trazada de prisa, como casi todo lo que
se escribe de mano, se equivocase con la l. Con arreglo á este uso se escribe, por egemplo, Ysla, Yndia,
Yglesia, con y griega mayúscula; pero la pronunciacion es idéntica con la i vocal» (Sicilia 1827: 240241). Esta afirmación también la mantuvo en la edición publicada en 1832.
245
Los dos últimos usos no afectan a las voces del diccionario.
285
CAPITULO 4. CAMBIOS EN LA MACROESTRUCTURA DEL DRAE 1803-1899: LA INTERDEPENDENCIA ENTRE EL
DICCIONARIO Y LA ORTOGRAFÍA
1.1.1.2. El siglo XIX: la norma ortográfica a través del diccionario
En la octava edición de la ortografía de 1815, la primera publicada en el siglo XIX, la
Academia introdujo algunas reformas en el uso de las grafías con el fin de simplificar la
escritura. Respecto a i e y, se deslindaron las explicaciones de cada letra en un epígrafe
distinto según el orden alfabético. Además, se reajustó la distribución en la escritura de
cada grafía. Se volvió a la situación del Discurso proemial en materia de combinaciones
de vocales, puesto que se propuso utilizar la y solamente en los casos en que ejercía de
consonante 246, aunque se exceptuaron «por el uso común aquellas voces que terminan
en i sin acento agudo como hay, Rey, ley, estoy, muy» 247 (ORAE 1815: 36).
Como consecuencia de la regla propuesta en la ortografía de 1815, se sustituyó la
y por la i de manera sistemática en todos los vocablos de la nomenclatura de la edición
del diccionario de 1817 con esta característica 248, por lo que la modificación tuvo un
alcance completo que afectó a un total de 265 lemas. En la tabla 2 se recogen algunos
ejemplos:
DRAE 1803
ay
DRAE 1817
ai
ey
ei
Ejemplos
afraylar > afrailar
amaynar > amainar
ayre > aire
chanfayna > chanfaina
faysar > faisar
gayta > gaita
paysaje > paisaje
vayven > vaiven
aceyte > aceite
albeyte > albeite
conreynar > conreinar
empeyne > empeine
246
También se utilizaba la y cuando ejercía de conjunción copulativa y en los textos manuscritos en
inicio de palabra (Ysla, Yglesia).
247
Sobre esta excepción explica Rosenblat (1951: LXXIX) que Joaquín L. Villanueva (1757-1837)
contó a Andrés Bello que, cuando se iba a promulgar la i sin excepciones, «un académico señaló que en
ese caso habría que corregir la estampilla con que se firmaban los despachos y provisiones reales Yo el
Rey. En vista de esta dificultad se mantuvo la excepción de la y final de palabra».
248
Las formas atraidoradamente, atraidorado, greis, hebraico, heroicamente, heroicidad, heroico,
judaísmo, judaizante, judaizar y putaísmo cambiaron la grafía de y a i en la edición del diccionario de
1803.
286
CAPITULO 4. CAMBIOS EN LA MACROESTRUCTURA DEL DRAE 1803-1899: LA INTERDEPENDENCIA ENTRE EL
DICCIONARIO Y LA ORTOGRAFÍA
oy
oi
uy
ui
peynada > peinada
reynar > reinar
acoytar > acoitar
balsadoyro > balsadoiro
coymero > coimero
lloyca > lloica
sacoyme > socoime
toyson > toison
buytre > buitre, y sus derivados.
Tabla 2.
Los usos de la y griega con valor vocálico no se redujeron en su totalidad, ya que
se seguía manteniendo en los diptongos de final de palabra (buey, ley, rey, etc.). Esta
decisión fue criticada por algunos ortógrafos como José Mariano Sicilia (1827), Andrés
Bello (1835) o Vicente Salvá (1846). Sicilia (1827: 238) indicó, al respecto, que el uso
de la y griega en estos casos «ha comenzado ya á abandonarse como inútil; pero los
rigoristas de nuestra ortografía lo conservan». En la ortografía publicada en 1832 se
retractaba de lo indicado en la anterior y seguía las indicaciones de la Academia. En una
nota a pie de página abogó por conservar la y en los diptongos de final de dicción:
Debe sin embargo advertirse que el uso ha comenzado á mostrarse muy
desigual é inconstante en la observacion de esta regla, y que algunos
escritores han desechado y desechan actualmente la y griega en estos casos.
Es de desear que los buenos impresores se conformen siempre con reglas de
la Academia (Sicilia 1832: 120).
Por su parte, Bello (1835: 2) apuntaba que «sería de desear que se jeneralizase la
práctica de los que señalan este sonido en todos los casos de la letra i, escribiendo, v. gr.
carei, voi, aire, peine, Europa i América».
A pesar de las opiniones de estos ortógrafos, la Academia decidió mantener las
mismas reglas ortográficas en el Prontuario de ortografía (1844). En este tratado se
añadieron, además, algunas excepciones derivadas del uso generalizado. Por un lado, en
una nota a pie de página, se indicó que «la Academia escribe la voz reina con i latina;
pero siendo bastante general el uso de escribirla con y griega, no halla suficiente razon
287
CAPITULO 4. CAMBIOS EN LA MACROESTRUCTURA DEL DRAE 1803-1899: LA INTERDEPENDENCIA ENTRE EL
DICCIONARIO Y LA ORTOGRAFÍA
para reprobarlo» (Prontuario 1845: 10). No obstante, en el diccionario académico no se
incluyó la variante reyna en ninguna edición posterior a 1817. Esta advertencia se
suprimió en la gramática de 1870. Por otro lado, se añadió como excepción a la pauta de
utilizar la i en final de dicción «siempre que cargue sobre ella el acento» (leí, reí, fui)
(Prontuario 1845: 10) la escritura de la voz muy, la cual «por costumbre se escribe con
y griega, y sin acento» (Prontuario 1845: 10). Cabe destacar que, desde 1817 y hasta
1852, se había indicado que el adverbio muy se escribía con y griega por terminar «en i
sin acento agudo», igual que los términos hay, rey, ley, estoy (DRAE 1817-1852: s. v. i).
Posiblemente este cambio se deba, como se señala en la última edición publicada de la
ortografía, a que el fonema /i/ en el adverbio muy es «tónico (pron. [muí]) para buena
parte de los hispanohablantes» (OLE 2010: 78).
Las funciones gráficas de i e y se han mantenido hasta la actualidad, por lo que en
las ediciones del diccionario posteriores a la de 1817 no se produjeron cambios en la
escritura de las voces afectadas, excepto en el vocablo bocoi, registrado por primera vez
en 1843, que se cambió la escritura a favor de la y griega en la edición de 1869.
1.1.2. Cambios en la escritura del fonema vocal cerrado posterior (u y v)
Las grafías u y v se emplearon desde el siglo XIII tanto con valor vocálico (uno, vno)
como consonántico (ueer, veer). La distribución de estas dos letras en la manuscritura
medieval se liga, como ha afirmado Sánchez Prieto (2006: 224 y 2018 [2004]: 437), a la
paleografía, «pues la escritura libraria privilegia u, mientras la tradición cancilleresa es
más proclive a v 249, pero sin que pueda hablarse de reparto uniforme, con diferencias de
contexto (según las letras del entorno) o incluso entre palabras» (Sánchez Prieto 2018
[2004]: 437).
En los siglos siguientes se mantuvieron ambas grafías con cierta sistematización
que dependía, principalmente, de la posición en la palabra. Según los datos que se
249
Asimismo, Sánchez Prieto (2006: 224) afirma que «la cursiva favorece el empleo de la forma
angular, sobre todo en inicio de palabra, por lo que, como en el caso de la h- no etimológica, puede
considerarse, al menos en parte, justificada por su empleo como elemento para discernir palabras».
288
CAPITULO 4. CAMBIOS EN LA MACROESTRUCTURA DEL DRAE 1803-1899: LA INTERDEPENDENCIA ENTRE EL
DICCIONARIO Y LA ORTOGRAFÍA
ofrecieron en Barroso y Sánchez de Bustos (1993: 172), en los siglos XV y XVI la
distribución de u y v seguía las pautas siguientes:
a) Sonido vocálico: el alógrafo v para [u-] inicial de palabra (vno, vsar,
vuiessen) y el alógrafo u en los demás casos (muía, jumento, bujarrón), b)
Sonido consonantico: en posición inicial el alógrafo v (verdad, vómito,
vergajo), y en posición interna (intervocálica o precedida de consonante) u
(cantaua, vuiera, auia, seruir, voluer, aluedrío, oluidar, desuariado,
inuentar). c) Mayúscula: para los dos sonidos siempre V (DVQVE, VVLGO)
(Barroso y Sánchez de Bustos 1993: 172).
Así se mantuvo de manera más o menos generalizada hasta el siglo XVII, aunque
«ya en la época existe un afán neutralizador de la redundancia», reservando la grafía u
para la vocal y la v para la consonante (Barroso y Sánchez de Bustos 1993: 174).
El interés por uniformar los usos en la escritura de u y v también se observa en las
gramáticas publicadas en estos siglos. Nebrija propuso en sus Reglas de Orthographia
de 1517 reservar exclusivamente la grafía u para los casos en que ejercía de vocal y la v
para los de consonante (cfr. Rosenblat 1951: XXV; Schmid 1998: 63).
La u tiene dos fuerças: vna de vocal y otra de consonante. Tambien tiene dos
figuras: vna redonda de que usamos en el comienço delas palabras; y otra de
que en el medio dellas y pues que aquella que vsamos en los comienços si se
sigue vocal siempre es allí consonante: vsuemos della siempre como de
consonante: quedando la otra por vocal en todos los otros lugares (Nebrija
1517).
Las reglas propuestas por Nebrija fueron seguidas por los autores posteriores. Así
se expone en los tratados de Valdés (1535) 250, Alemán (1609), Correas (1630), Robles
(1631) y Bravo (1634). En las ortografías del siglo XVII cada vez es más notable la
regularización de los usos de u y v.
250
A pesar de preferir exclusivamente la grafía u para los valores vocálicos, Valdés aceptó el uso de la
v- como vocal en inicio de palabra «mas por ornamento de la escritura que por otra necesidad alguna»
(Rosenblat 1951: XXXIII). Según Salvador y Lodares (2001: 293) es esta «una práctica que tuvo bastante
predicamento en la imprenta española».
289
CAPITULO 4. CAMBIOS EN LA MACROESTRUCTURA DEL DRAE 1803-1899: LA INTERDEPENDENCIA ENTRE EL
DICCIONARIO Y LA ORTOGRAFÍA
En estos años, además, así se ha expresado en el estudio de Salvador y Lodares, la
imprenta también intentó poner orden en la distribución de u y v:
La imprenta acabó de popularizar una diferenciación por motivos
eminentemente prácticos y económicos entre las dos letras, que pasaron a
denominarse “V vocal”, entiéndase u-que-es-vocal, y “V consonante”, u-quees-consonante (no era corriente entonces el nombre de uve), reservándose
para la primera el equivalente gráfico U cada vez con más frecuencia
(Salvador y Lodares 2001: 293-294).
A finales del siglo XVII los usos de las grafías u y v ya estaban bastante
consolidados y se utilizaba mayoritariamente la primera para representar el fonema
vocálico.
En el siglo XVIII la Academia optó por la distribución en la escritura de las
grafías u y v siguiendo la práctica más extendida que reservaba la primera para la vocal
y la segunda para la consonante 251. Así se expuso en el Discurso proemial (1726)
después de hacer referencia a los dos oficios de las letras —el de vocal y consonante—:
El medio para separar en lo escrito entrambos oficios es usar de la regla yá
comunmente recibida de substituir, quando son consonantes, […] en lugar de
la U abierta ò quadrada la V cerrada, que llaman de corazoncillo: y esto sin
la diferéncia y distinción que à cada passo se halla en qualesquiera obras
impressas, de usar la V cerrada en el princípio de las palabras, sin atender á
si es consonante, ò vocál: porque en qualquiera parte que se hallen, yá sea en
el medio, yá en el princípio, la que es vocál siempre es vocál, y al que es
consonante es consonante: y assi no hai fundamento para confundirlas
(Diccionario de autoridades 1726: LXXI).
En la ortografía de 1741, a pesar de describir en un mismo epígrafe las dos letras,
se ratificaron los mismos usos. En la siguiente edición de 1754 las grafías u y v dejaron
de compartir epígrafe. Además, se advertía de la especial atención que se debía prestar
en la escritura de la u:
251
Salvador y Lodares (2001: 294) explican que esta práctica era regular en las imprentas más
reputadas y no solo de España.
290
CAPITULO 4. CAMBIOS EN LA MACROESTRUCTURA DEL DRAE 1803-1899: LA INTERDEPENDENCIA ENTRE EL
DICCIONARIO Y LA ORTOGRAFÍA
[…] quando se sigue otra vocal, no solo es diferente la pronunciacion, sino
tambien el sentido algunas veces, como en la voz desuelo, que, si se escribe
con v consonante, dirá desvelo: por lo que debe ponerse mucho cuidado en la
distincion de sus caracteres para evitar este inconveniente (ORAE 1754: 71).
Esta indicación se eliminó en la octava edición de la ortografía de 1815.
Las reglas ortográficas expuestas en los tratados dieciochescos se han mantenido
vigentes hasta la actualidad, por lo que no se han producido alteraciones que involucren
estas grafías en las obras lexicográficas académicas.
1.1.3. Recapitulación
El uso de las grafías i e y, por un lado, y u y v, por el otro, para representar los fonemas
vocálicos /i/ y /u/, respectivamente, ya estaba generalmente establecido a inicios del
siglo XVIII, sobre todo el de las letras u y v. Sobre estas últimas, la Academia había
decidido utilizar la u para el fonema vocálico y la v para el consonántico respetando las
prácticas escriturarias de la época. Por lo tanto, el empleo en la escritura de estas dos
grafías no presentó vacilaciones en las ediciones del diccionario académico publicadas
en el siglo XIX.
Por lo que respecta al uso de i e y, aunque también estaba bastante establecido, en
la primera ortografía publicada en el siglo XIX se restringieron los valores vocálicos de
la y griega, aunque nunca se llegó a una exclusión completa debido a la existencia de
costumbres escriturarias muy arraigadas en la sociedad, como, por ejemplo, la y de los
diptongos decrecientes de final de dicción (hay, ley, rey, etc.) o la y de la conjunción
copulativa (Mario y Pedro). Las modificaciones introducidas en la ortografía de 1815
afectaron a todas las palabras con estas características de la edición del diccionario de
1817. A partir de este momento no se produjeron más cambios en el empleo de estas
dos grafías.
291
CAPITULO 4. CAMBIOS EN LA MACROESTRUCTURA DEL DRAE 1803-1899: LA INTERDEPENDENCIA ENTRE EL
DICCIONARIO Y LA ORTOGRAFÍA
1.2. Cambios en la escritura de las consonantes
Las consonantes que presentan variabilidad gráfica en las ediciones del diccionario
académico publicadas en el siglo XIX se corresponden con tres tipos de segmentos. Por
un lado, se registra diversidad gráfica en los fonemas que se representan en la escritura
por más de una letra: el fonema bilabial sonoro (§ 1.2.1.), el fonema oclusivo velar
sordo (§ 1.2.2.), el fonema fricativo interdental sordo (§ 1.2.3.), el fonema fricativo
velar sordo (§ 1.2.4.) y el fonema vibrante múltiple en posición intervocálica (§ 1.2.5.).
Por otro lado, presentan variabilidad las grafías que en la actualidad no tienen valores
fonéticos en español: la grafía h (§ 1.2.6.). Por último, también se documenta variación
en las grafías cultas: los dígrafos con h (§ 1.2.7.), las consonantes dobles (§ 1.2.8.) y los
grupos consonánticos cultos (§ 1.2.9.).
Cada uno de estos fenómenos muestra una evolución particular en la historia de la
ortografía académica, por lo que se ha dedicado un epígrafe a cada uno de ellos.
1.2.1. Cambios en la escritura del fonema bilabial sonoro (b y v)
La igualación de los fonemas /b/ y /v/ es uno de los fenómenos más complejos de la
historia fonológica del español. Existen, al respecto, numerosos trabajos que tratan esta
cuestión. Se han tomado como base fundamentalmente obras de referencia como las de
Amado Alonso (1967), Dámaso Alonso (1972), Rafael Lapesa (1986), Emilio Alarcos
(1988), Rafael Cano Aguilar (2008 [1998] y 2018 [2004]) y Ralph Penny (2000). Estos
estudios se enmarcan en el período que comprende desde el castellano medieval hasta el
siglo XVII. En todos ellos, desde el punto de vista fonológico, se sostiene la pérdida de
los fonemas /b/ y /v/, a pesar de que la fecha y las circunstancias de su coalescencia son
polémicas.
El primero en datar el fenómeno fue Amado Alonso (1967) quien mediante el
análisis exhaustivo de los testimonios de los gramáticos del siglo XVI y XVII concluyó
que la confusión entre /b/ y /v/ existía en algunas zonas peninsulares a finales del XV y
se generalizó por todo el territorio a lo largo de la segunda mitad del XVI, siendo el sur
292
CAPITULO 4. CAMBIOS EN LA MACROESTRUCTURA DEL DRAE 1803-1899: LA INTERDEPENDENCIA ENTRE EL
DICCIONARIO Y LA ORTOGRAFÍA
la última zona en mantener la distinción. Asimismo, afirmó que en el siglo XVII la
igualación ya era absoluta en toda la península. Esta hipótesis fue secundada por Lapesa
(1986: 370-373) y Alarcos (1988: 49-50).
Las conclusiones a las que llegó Amado Alonso fueron puntualizadas por Dámaso
Alonso (1972). Este último criticó el valor probatorio de las gramáticas, ya que no creía
que fuese relevante que, en estas obras, empezando por Nebrija (1517), se distinguieran
ambos fonemas, puesto que la mayoría de los autores basaban sus tratados en modelos
latinos. Debido a ello, opinaba que no fue la confusión de /b/ y /v/ lo que se propagó a
partir del siglo XVI sino la observación del fenómeno en las gramáticas «y con ello su
más exacta localización», ya que «no hay ni la menor prueba de que tal confusión fuera
un hecho reciente» 252 (Alonso 1972: 224). Con el objetivo de establecer la verdadera
cronología de la coalescencia fonética, analizó la distribución que presentaban b y v en
los textos medievales: documentos castellanos no literarios, textos literarios y las rimas
poéticas. Además, creyó conveniente distinguir la posición inicial de la interior, ya que
tenían un comportamiento diferente. Para la posición inicial, llegó a la conclusión de
que en el español medieval b- y v- se distinguían en la escritura según el étimo latino,
aunque con numerosas transgresiones en todo el norte de la Península, las cuales le
indujeron a pensar que en esta zona «no ha habido, en general, la distinción de una [b-]
y una [v-] (sin negar que no pudiera haber algunas zonas o focos donde, aun en el norte,
la distinción se practicara)» (Alonso 1972: 232)». Para la posición interior, fijó la
confusión a finales del siglo XIV y principios del XV, fecha en la que «las dos grafías
medievales -b- y -v- correspondientes a dos fonemas opuestos entre sí durante la Edad
Media, el primero oclusivo y el segundo fricativo, se habían confundido casi
generalmente en un solo fonema fricativo» (Alonso 1972: 251).
La tesis de Alonso (1972) ha sido secundada posteriormente en los estudios de
Maquieira (1989), Ariza (1994), Cano Aguilar (2008 [1998] y 2018 [2004]), Sánchez
252
De hecho, López de Velasco (1582: 34) señaló en su ortografía sobre la confusión de /b/ y /v/ que
se trataba de una costumbre «envegecida y arraygada», por lo que «a muchos les parece impossible, que
la boca pronuncie estas letras de manera que el oydo perciba la differencia de sus vozes».
293
CAPITULO 4. CAMBIOS EN LA MACROESTRUCTURA DEL DRAE 1803-1899: LA INTERDEPENDENCIA ENTRE EL
DICCIONARIO Y LA ORTOGRAFÍA
Prieto (2018 [2004]) y Penny (2000 y 2018 [2004]). En ellos se ha llegado a la misma
conclusión. Así la sintetiza Cano Aguilar:
La confluencia de dos labiales sonoras en un solo fonema (el “betacismo”
castellano) era fenómeno antiguo, bastante extendido en la Baja Edad Media
y con raíces muy anteriores (es posible que tal distinción no llegara siquiera
a producirse en amplias zonas de los primitivos romances hispánicos) (Cano
Aguilar 2018 [2004]: 828).
Para la posición inicial, a diferencia de lo que indicó Alonso, matiza Penny (2012
[1993]: 119-120) que «ya a finales del siglo XIV, /b/ y /β/ iniciales se neutralizarían en
todos los contextos», a pesar de que la distinción ortográfica sobrevivió con alto grado
de coherencia respecto al étimo (b < B- y v < V-) 253. La norma principal era la ortografía
latina; pero, como indicó Alonso (1972: 231), «las transgresiones contra ese criterio
ortográfico son numerosas en todo el norte de la Península, de Aragón a León». Para la
posición intervocálica, se ha defendido la existencia de una oposición entre una oclusiva
bilabial sonora /b/ y una fricativa bilabial sonora /β/. La distinción ortográfica de las
consonantes estaba determinada por la procedencia, -b- aparecía como resultado de -bby -p- latinas y -v- de -b- y -v- latinas, que ya se habían confundido en latín vulgar (cfr.
Penny (2012 [1993]: 119). «En el siglo XV, por fin, se completa la confusión» (Penny
(2012 [1993]: 120).
En el siglo XVI, la diferenciación fonológica de las consonantes estuvo marcada
sociocultural y estilísticamente. En este sentido, Cano Aguilar (2018 [2004]: 830) ha
señalado que «ciertas élites cultas mantendrían una distinción, abandonada ya hacía
tiempo por la inmensa mayoría, a lo largo de todas las capas sociales». A finales del
XVI y principios del XVII la confusión ya estaba generalizada casi completamente 254.
253
Alonso (1972: 226) señala que en los 372 documentos castellanos medievales publicados por
Menéndez Pidal (Documentos lingüísticos de España, I) existen muy pocos ejemplos de confusión de b- y
v-, puesto que la tradición notarial sigue la etimología latina. Posteriormente, en el siglo XIV ya son más
abundantes las confusiones como, por ejemplo, en el manuscrito del Cantar de mío Cid (principios del s.
XIV) o en el libro de Buen Amor (fines del siglo XIV).
254
Alonso (1972: 255) indicó que en el siglo XVI todavía había distinción en Sevilla.
294
CAPITULO 4. CAMBIOS EN LA MACROESTRUCTURA DEL DRAE 1803-1899: LA INTERDEPENDENCIA ENTRE EL
DICCIONARIO Y LA ORTOGRAFÍA
La confusión fonológica culminó en el sistema consonántico de un solo fonema
representado en la escritura por dos grafías: b y v. Este hecho implicó la enunciación de
reglas ortográficas para diferenciar el empleo en la escritura de estas letras, algo que se
puede observar en los tratados del siglo XVI y XVII.
Alonso (1967: 21-61) identifica la confusión fonológica de /b/ y /v/ a través de las
observaciones de las gramáticas de los siglos XVI-XVII. El primer tratadista en
documentar este fenómeno fue Antonio de Nebrija en sus Reglas de Orthographia de
1517, donde denunció la confusión existente tanto a nivel gráfico como fónico:
El qual error, por la mayor parte acontece a causa del parentesco i vezindad
que tienen unas letras con otras, como entre la b y la v consonante; en tal
grado que algunos de los nuestros apenas las pueden distinguir, assí en la
escriptura como en la pronunciacion, siendo entre ellas tanta diferencia
quanta puede ser entre cualesquier dos letras (Nebrija 1517).
Nebrija, que basaba su gramática en modelos latinos, describía la articulación de b
como oclusiva bilabial y la de v como fricativa labiodental.
La mayoría de los gramáticos del siglo XVI siguieron los postulados defendidos
por el gramático citado. Establecían una distinción articulatoria entre /b/ y /v/,
denunciaban la confusión fonética practicada en gran parte del territorio español y se
referían a ella como un fenómeno que debía ser evitado debido al caos ortográfico que
ello suponía. Al igual que Nebrija, tratadistas como, por ejemplo, Alejo Vanegas
(1531), Bernabé de Busto (1533), Francisco de Robles (1533), Antonio de Torquemada
(1552) y Antonio del Corro (h. 1560) describían la /b/ como una oclusiva bilabial y la
/v/ como una fricativa labiodental. Por su parte, Juan López de Velasco (1582) también
otorgaba a la /b/ una pronunciación oclusiva bilabial, aunque se refería a la articulación
de la /v/ como oclusiva labiodental. Cristóbal de Villalón (1558), en cambio,
consideraba que la /v/ era fricativa bilabial (cfr. A. Alonso 1967: 44; D. Alonso 1972:
263; Esteve Serrano 1982: 141-204). La descripción de Villalón se acercaba más a la
realidad lingüística de la época, ya que, como afirmó Alonso (1972: 281), «la defensa
295
CAPITULO 4. CAMBIOS EN LA MACROESTRUCTURA DEL DRAE 1803-1899: LA INTERDEPENDENCIA ENTRE EL
DICCIONARIO Y LA ORTOGRAFÍA
de la v labiodental […] se hace por la idea de que esa articulación es la legítima de esa
“letra”» y no porque se realizara de tal manera.
La distinción articulatoria de /b/ y /v/ se siguió defendiendo en el siglo XVII en
autores como Mateo Alemán (1609), Gonzalo Correas (1630) o Gonzalo Bravo Grajera
(1634), aunque en esta centuria algunos ortógrafos empezaron a asumir la igualación de
los fonemas en sus tratados. Así aparece descrito en las gramáticas de Ambrosio de
Salazar (1627) y de Juan de Villar (1651) (cfr. Esteve Serrano 1982: 141-204).
Ya en el siglo XVIII, describieron la igualación fonológica gramáticos como, por
ejemplo, José Mañer (1742), José del Rey (1743), Esteban de Terreros y Pando (17861793) o Lorenzo Hervás y Panduro (1795). Sin embargo, todavía en el XIX algunos
autores como Mariano José Sicilia (1827), Vicente Salvá (1830) o Andrés Bello (1835)
defendían la diferenciación de ambos fonemas (cfr. Esteve Serrano 1982: 141-204).
Esta última postura fue la que adoptó la Academia (véase § 1.2.1.2.).
A nivel gráfico, algunos tratadistas se plantearon desterrar una de las dos letras
del abecedario, aunque nunca lo llevaron a la práctica porque veían graves problemas en
esta modificación. En este sentido, Terreros pretendió excluir la letra v del alfabeto y así
lo anunció en su diccionario:
Para quitar tanta diversidad, y confusion en ella: esto se conseguiria
desterrando absolutamente una de las dos letras, b, ó v consonante. La b
nunca seria razon desterrarla del Castellano, pues nos ayudamos de ella en
muchas dicciones […]. Desterrar la v seria mas facil; pero como esto
tampoco carezca de inconvenientes bien graves, el remedio que nos queda
aquí, es seguir la practica mas autorizada de neustros mayores (Terreros y
Pando 1786: s. v. b).
La idea de eliminar la v del abecedario tomó mayor peso en el siglo XIX y fue
secundada por ortógrafos como Mariano Basomba y Moreno (1835), Mariá Cubí y
Soler (1852), Rafael Monroy (1865) o Juan de Becerril (1881) (cfr. Esteve Serrano
1982: 182-202). Monroy, por ejemplo, señaló lo siguiente sobre la grafía v:
296
CAPITULO 4. CAMBIOS EN LA MACROESTRUCTURA DEL DRAE 1803-1899: LA INTERDEPENDENCIA ENTRE EL
DICCIONARIO Y LA ORTOGRAFÍA
Siguiendo el órden natural, atendiendo á su origen, á su historia, á los oficios
que ha desempeñado en el curso de sus revoluciones, á su afectada
pronunciacion y á su difícil escritura, debe desaparecer de entre nuestras
letras, y conservarse en nuestras bibliotecas como una curiosidad lingüística,
digna de olvido é indiferencia (Monroy 1865: 83).
Esta medida nunca se puso en práctica. Posiblemente influyó en ello la autoridad
de la Academia, puesto que siempre ha conservado ambas consonantes en el alfabeto
respetando el criterio etimológico y el del uso socialmente extendido, como se expondrá
a continuación.
1.2.1.1. El siglo XVIII: gestación de las ideas ortográficas de la Academia
En el momento de redacción del Discurso proemial de orthographía (1726) las grafías b
y v representaban un mismo fonema y así aparecía descrito en este tratado:
El uso de la B, y de la V, causa mucha confusión, nacida de que los
Españóles, como no hacémos distinción en la pronunciación de estas dos
letras, igualmente nos hemos valido yá de la B, yá de la V, sin el menor
réparo (Diccionario de autoridades 1726: LXXII).
En la primera Orthographia publicada en 1741 también se hacía referencia a una
misma articulación teniendo presente la realidad practicada por los hablantes españoles:
La B confunde nuestra lengua con la V consonante: porque en nuestra
infancia no nos enseñaron á articular con distinta pronunciacion la V. de la B.
Dicese que la B se pronuncia con los labios cerrados, y la V con los labios
abiertos. Este especulativo precepto se dice muy bien, y se entiende con
facilidad; pero llegando á la práctica […] nos es imposible practicar la
obediencia (ORAE 1741: 123).
Cambió de orientación la Academia en la siguiente edición de 1754 y, al igual que
los gramáticos partidarios de las ideas de Nebrija, describió distintamente la articulación
de /b/ y de /v/. Pozuelo (1987: 1174) y, más recientemente, Martínez Alcalde (2010a:
46), han observado que este cambio de pensamiento respecto al Diccionario de
297
CAPITULO 4. CAMBIOS EN LA MACROESTRUCTURA DEL DRAE 1803-1899: LA INTERDEPENDENCIA ENTRE EL
DICCIONARIO Y LA ORTOGRAFÍA
autoridades y a la ortografía de 1741 es debido a la lectura de la obra de López de
Velasco 255, una influencia todavía muy sutil que cobró verdadera entidad en la edición
de la ortografía de 1815. Este planteamiento ortográfico se debe entender como un
eslabón más dentro de una tradición gramatical. La distinción articulatoria de /b/ y /v/
tenía como objetivo resolver las vacilaciones ortográficas, puesto que si se
pronunciaban de manera distinta no habría dudas en la elección de una u otra grafía.
Además, se describieron más detalladamente las articulaciones de ambos fonemas 256.
En el apartado correspondiente a la letra b, como se puede observar en la siguiente cita,
se diferenciaba claramente la pronunciación de /b/ y de /v/:
La B se confunde por lo comun en Castellano con la V consonante, en quanto
á su pronunciacion, de que nace una gran dificultad para distinguirlas en lo
escrito: por lo qual se hace preciso advertir su diferencia, y el motivo de su
equivocacion. El sonido de la B se forma arrojando el aliento al tiempo de
abrir, ó desunir los labios: y el de V hiriendo en los dientes de arriba el labio
de abaxo, acompañado de la lengua, al modo con que se pronuncia la F; pero
sin embargo de esta diferencia, cierta afinidad, ó semejanza, de estas dos
letras, dió motivo á que se fuessen confundiendo en la pronunciacion y en la
escritura (ORAE 1754: 27).
En el epígrafe dedicado a la b, por lo tanto, se defendía una articulación bilabial
oclusiva representada en la escritura por b y una pronunciación labiodental para la cual
se empleaba la letra v. En el apartado de la v, en cambio, se indicaba que «su sonido es
el mismo que el de la B» (ORAE 1754: 71). Esta contradicción se mantuvo en todas las
ortografías publicadas en el siglo XVIII, por lo que la Academia no dejó claro cuál era
la posición que había adoptado respecto a la articulación de estos fonemas.
Como se ha comentado anteriormente, el cambio fonológico dio lugar a reformas
ortográficas que postulaban la indistinción gráfica entre b y v, y como consecuencia, la
255
No es arbitraria la inclusión de López de Velasco como uno de los autores citados en las páginas
preliminares de la ortografía de 1754. En esta edición evitó la Academia cualquier juicio de valor sobre
las propuestas ortográficas de los autores mencionados. No obstante, «puede advertirse un tono más
favorable a la propuesta de López de Velasco» (Martínez Alcalde 2010a: 45).
256
En el capítulo 3 se ha señalado que justamente en la ortografía de 1754 la Academia había decidido
otorgar prioridad al principio de la pronunciación y es a partir de esa edición cuando se empiezan a
perfilar las descripciones fonéticas de las vocales y consonantes del español (cfr. Pozuelo 1987: 1168).
298
CAPITULO 4. CAMBIOS EN LA MACROESTRUCTURA DEL DRAE 1803-1899: LA INTERDEPENDENCIA ENTRE EL
DICCIONARIO Y LA ORTOGRAFÍA
supresión de una de las dos letras del alfabeto. No obstante, la Academia nunca secundó
esta postura y, desde la primera ortografía, tachó esta idea de «phantasía extravagante»
más que considerarla como una «opinion moderna» (ORAE 1741: 129) arguyendo que
la ortografía no solamente se regía por el criterio de la pronunciación. En la edición de
1741 se señalaba que «algunos», sin aportar ningún nombre en concreto, intentaron
eliminar la v del abecedario. Para defender su conservación, se apelaba tanto al origen
de las voces como al «uso comun inveterado, firme, y constante» (ORAE 1741: 130). A
estos mismos principios se apelaba en la entrada de la letra v, la cual se mantuvo sin
ninguna modificación hasta la edición del diccionario de 1817.
[…] Su pronunciación es casi como la de la B; aunque mas blanda, para
distinguirla de ella, y solo tiene uso en aquellas voces que trahen su
etimología de las palabras Latinas, ú otro idioma en que se escriben con V, ù
otra letra, que se convierta en ella, para no desfigurarlas de su origen
(Diccionario de autoridades 1739 - DRAE 1803: s. v. v).
En la ortografía de 1754 se añadió otro motivo más para no desterrar la letra v del
abecedario basado en el valor distinguidor de las grafías. Al respecto, se indicaba: «hay
muchas voces que segun la letra de estas con que se escriben, varían de significacion: y
assí balido con b significa la voz de las ovejas, y valído con v, el favorecido» (ORAE
1754: 31). El rechazo de la v, por lo tanto, supondría la supresión de algunos artículos
lexicográficos escritos con v, los cuales se consignarían en la entrada encabezada por la
forma con b. Este razonamiento fue utilizado por la Academia en más de una ocasión
para no introducir ciertas innovaciones ortográficas. Del mismo modo se justificó el
empleo de la y griega en los diptongos decrecientes a final de dicción (véase § 1.1.1.) o
el rechazo de la simplificación del grupo culto -x+C- (véase § 1.2.9.2.).
La diferenciación entre las dos grafías obligaba a establecer unas normas de
escritura que guiaran su uso, puesto que, a pesar de que en sus tratados se distinguían
las articulaciones de ambas letras, la realidad lingüística era muy distinta. En un primer
momento, se aportó una única regla «universal» basada en el origen de las voces que se
fue matizando en las distintas ortografías dieciochescas. A finales de siglo XVIII, las
299
CAPITULO 4. CAMBIOS EN LA MACROESTRUCTURA DEL DRAE 1803-1899: LA INTERDEPENDENCIA ENTRE EL
DICCIONARIO Y LA ORTOGRAFÍA
directrices que se ofrecían para la distinción de estas dos grafías en la escritura eran las
siguientes:
I. Con B se deben escribir todas las voces que la tienen en su orígen […], á
excepcion de algunas, que aunque en su orígen tienen B, se usa
constantemente escribirlas con V.
II. Otras voces hay que, aunque en la lengua de donde las hemos tomado
tienen V consonante, se escribirán con B, por hallarse escritas así, segun el
uso comun y constante.
III. En la duda de orígen y uso constante se ha de preferir la B.
IV. La P, que tienen algunas voces en su orígen griego ó latino, se suele
convertir en castellano en B.
V. Ántes de L y R quando estas letras se liquidan, es propiedad del
castellano escribir siempre B (ORAE 1792: 33-35).
I. Con V se deben escribir las voces que la tienen en su orígen […] y
asímismo otras, que aunque tienen B en las lenguas de donde las hemos
tomado, ha hecho regla el uso comun para que se escriban con V.
II. En algunas voces la F del orígen se ha convertido en V […] y sus
derivados y compuestos.
III. Tambien se escribirán con V algunos nombres, que aunque son de
orígen desconocido, hay uso comun y constante de escribirlos con esta letra.
IV. Los nombres substantivos y adjetivos derivados de los verbales latinos
en IVUS, ó formados a su imitacion. […] Lo mismo se practicará en los
numerales en AVO y AVA (ORAE 1792: 77-79).
Como se puede observar, las reglas no solamente se basaron en la etimología de
los vocablos, ya que existían numerosas excepciones que se debían, sobre todo, a las
costumbres escriturarias de la época 257 (abogado de advocatus, barrer de verrere, etc.).
El diccionario era una buena herramienta para consultar las anomalías, puesto que en él
se ofrecían distintas soluciones gráficas remitiendo siempre a la forma preferida por la
Academia, que normalmente era la que se escribía según el étimo. Asimismo, como ya
257
La Academia explica en su tratado ortográfico que estas excepciones se debían, mayoritariamente,
a una práctica que fue común en la antigüedad y que no estaba fundada en el origen de las voces: «En
principio de diccion usaban de la B, y en el fin de la V consonante: de modo que si la voz tomada del
Latin, ó de otra Lengua no tenía mas que una sílaba con V, esta se convertía en B […]. Si la voz tenía en
su orígen dos sílabas con B, la segunda B se convertía en V […] y si ambas eran con V, la primera V se
mudaba en B» (ORAE 1754: 28). Esto era así para evitar en una palabra la repetición de un mismo sonido,
por lo que en el momento de redacción de la ortografía de 1754 ya no tenía sentido conservar la regla
porque ambas grafías se pronunciaban igual.
300
CAPITULO 4. CAMBIOS EN LA MACROESTRUCTURA DEL DRAE 1803-1899: LA INTERDEPENDENCIA ENTRE EL
DICCIONARIO Y LA ORTOGRAFÍA
observó Menéndez Pidal (1977: 119), cuando no era posible conocer la etimología la
tendencia académica era utilizar la b. Así aparecía descrito desde la primera ortografía
de 1741, en la que se indicaba que «faltando direccion en el orígen, y en el uso,
debemos estar á la práctica pronunciacion de la b, la qual es propia nuestra» (ORAE
1741: 134-135).
El apego etimologista presente en el Diccionario de autoridades, comportó, en
algunas ocasiones, recomendar formas contrarias al uso extendido, como avuelo, en
cuya definición se advirtió de ello:
AVUELO, LA. s. m. y f. Los Padres de nuestros Padres. El origen es del
Latino Avus, Avia, por lo que se deben escribir con v, y no con b estas
palabras, y las demás que se derivan de ellas […]. En los libros antiguos del
Fuero Juzgo, Partidas y otros se hallan assi escritas: y aunque en los mas
Autóres modernos se hallan escritas con b, es defecto notorio (Diccionario
de autoridades 1726: s. v. avuelo).
La Academia cambió el pensamiento respecto a esta voz en la siguiente edición de
1770, en la que esta forma se eliminó del diccionario a favor de abuelo debido a su
abundante uso en las autoridades, como se había señalado en el diccionario. Otras veces,
en cambio, mantuvo su propuesta gráfica, como en la voz avahar, para la que
recomendaba el empleo de la letra v: «Es formado del nombre Vaho, por lo que no se
debe escribir con b, diciendo Abahar, como se halla en varios Autóres, sino con v»
(Diccionario de autoridades 1726: s. v. avahar).
Cuando el uso de una de las dos grafías estaba afianzado en las autoridades no se
seguía la etimología:
BARRER. v. a. […] Viene del Lat. Verrere: y aunque segun este origen se
debía escribir con v, respecto de que el uso común está en contrario, y que lo
escriben con b Covarr. Nebrixa, Salas, Calepino, y otros Diccionarios se
pone con b (Diccionario de autoridades 1726: s. v. barrer).
301
CAPITULO 4. CAMBIOS EN LA MACROESTRUCTURA DEL DRAE 1803-1899: LA INTERDEPENDENCIA ENTRE EL
DICCIONARIO Y LA ORTOGRAFÍA
En el estudio de Carriscondo (2018: 354) se ha puesto de manifiesto que los casos
en los que el uso era contrario a la etimología fueron muy discutidos en las actas de la
sesiones académicas anteriores al Discurso proemial 258.
Finalmente, en algunas palabras, se exponía en su definición las dudas sobre su
origen y la solución que la Academia había tomado, como en avezar y abalanzarse:
AVEZAR. v. a. […] Hállase escrito en algunos Autóres con b, diciendo
Abezar, derivándole del nombre Bezo, y assi lo dice Covarrubias; pero Juan
Lopez de Velasco 259, en su Orthographia, y otros concuerdan en que sale de
Vez (Diccionario de autoridades 1726: s. v. avezar).
ABALANZARSE. v. r. […] Este verbo assienta Covarr. en su Diccionario,
que se forma del nombre Balanza: y añade, que es mas cierto viene del verbo
Ballo, que significa arrojar. Otros son de dictamen, que sale de la palabra
Avanzar, y que por esta razon no se debe escribir con b, sino con v, diciendo
Avalanzar; pero los mas Vocabularios y Autóres lo escriben con b
(Diccionario de autoridades 1726: s. v. abalanzarse).
Las observaciones sobre la escritura de estas voces se eliminaron de la definición
en la segunda edición del Diccionario de autoridades (1770), pero se mantuvieron las
variantes gráficas durante todo el siglo XVIII.
Las variantes gráficas incluidas en las ediciones del siglo XVIII se eliminaron del
diccionario en las primeras ediciones del XIX (1803, 1817, 1822 y 1832). En la edición
de 1803 se suprimieron formas no preferidas por la Academia, como abahar, abucasta,
abutarda, alcavala, aver, avalorio, avarraz o desabahar. En la edición de 1817 se
prescindió de las variantes abispado, barar, berruga, berrugoso, berruguilla, birar,
birado, birador, y se mantuvieron en la nomenclatura las correspondientes con v. En los
258
En el estudio de Carriscondo (2018: 354) se aporta el siguiente dato del acta de la junta del 24 de
mayo de 1725 sobre la escritura del verbo barrer: «Disputóse si la voz barrer se debe poner en el
Diccionario con b. ò con v. respecto de que por su origen del verbo Latino Verro se corresponde la v, y
que sin embargo en el uso común delos Autores y Diccionarios se halla con b. Haviendose pasado a votar
se resolvió por mayor parte de todos se escriba con b. advirtiendo se esciba así, porque prevalece el uso,
aunque por el origen de esta voz deviera tener la v».
259
Ya en el Diccionario de autoridades se tomó como referencia en materia ortográfica la obra de
López de Velasco, el cual aparece citado en veintitrés entradas más, aunque mayoritariamente a través del
del Tesoro de Covarrubias. Por lo tanto, parece que citaban a López de Velasco de manera indirecta.
302
CAPITULO 4. CAMBIOS EN LA MACROESTRUCTURA DEL DRAE 1803-1899: LA INTERDEPENDENCIA ENTRE EL
DICCIONARIO Y LA ORTOGRAFÍA
casos de berruga, berrugoso y berruguilla, se trata de formas no recomendadas, puesto
que tanto en la edición de la ortografía de 1792 como en la de 1815 aparecían con v
siguiendo la escritura del étimo propuesto en el Diccionario de autoridades para la
forma verruga: «Dixose del Latino Verruca, que significa lo mismo». Asimismo, en las
ediciones del diccionario de 1783 y 1791 se señalaba en la definición de esta palabra
que «con V es mejor, y tiene mas uso» (DRAE 1783-1791: s. v. verruga), aunque ambas
aparecían definidas. Esta indicación se eliminó en la cuarta edición de 1803 pero se
mantuvieron las definiciones. En cambio, la supresión de los términos birador, birado y
birar, pertenecientes a la náutica, estuvo marcada por a la inclusión de las variantes con
v en la edición de 1803, las preferidas en las ediciones de la ortografía de 1792 y 1815.
También la forma avispado era la que aparecía en la edición de 1815. En el diccionario
de 1822 se suprimió la forma velesa, recomendada con la grafía v en la ortografía de
1815. Por último, en la edición de 1832 se eliminaron del lemario las variantes abés,
bilorta, berrugueta y vengala. Las formas vilorta y bilorta aparecían definidas las dos
sin otorgar preferencia a ninguna, aunque en la ortografía de 1815 se recomendaba
escribirla con v, que fue justamente la que se mantuvo en el repertorio lexicográfico 260.
No ocurrió lo mismo con el término vengala, puesto que se eliminó del diccionario la
forma preferida en la ortografía de 1815 (ORAE 1815: 184). Por lo tanto, la supresión
de variantes gráficas en el diccionario no siempre estaba en concordancia con la forma
recomendada en el tratado ortográfico.
1.2.1.2. El siglo XIX: la norma ortográfica a través del diccionario
En la octava edición de la ortografía, la primera publicada en el siglo XIX, la Academia
reafirmó la idea de distinguir la pronunciación de la b y la v, en cuyas descripciones
fonéticas se observa claramente la influencia de López de Velasco (1582), un tratado ya
260
También se suprimió del diccionario en la edición de 1832 la forma bilorto, la cual se volvió a
incluir con v en la edición de 1884, donde además se añadió la etimología que corrobora esta grafía: «Del
lat. virgultum» (DRAE 1884: s. v. vilorto). El étimo se corrigió posteriormente en la edición de 1914 y se
indicó que procedía, igual que vilorta, «Del lat. bis 'dos veces' y el lat. tardío rotŭlus 'ruedecita'.», aunque
la grafía se mantuvo igual en ambas voces.
303
CAPITULO 4. CAMBIOS EN LA MACROESTRUCTURA DEL DRAE 1803-1899: LA INTERDEPENDENCIA ENTRE EL
DICCIONARIO Y LA ORTOGRAFÍA
obsoleto en el siglo XIX (cfr. Pozuelo 1987: 1173-1174; García Santos 2011: 474-476;
Quilis Merín 2013: 508; Blanco Izquierdo 2018: 194-199). En la descripción de b y v la
repetición es casi literal:
ORAE 1815
B. Es una de las consonantes labiales
porque su pronunciacion ó sonido se
forma arrojando el aliento blandamente al
tiempo de unir ó desunir los labios
cerrados y juntos, no por la parte de
afuera sino por el medio de ellos (ORAE
1815: 23-24).
V. Fórmase su sonido al apartar de los
dientes altos juntos con lo interior del
labio de abajo teniéndolos apretados con
él, de manera que no salga aliento alguno
antes de abrirlos, como se percibe en
vírgen, vino, venga: que es en lo que se
conforma y encuentra esta voz con la de
la b, y en lo que difiere de la f que se
forma del mismo modo, salvo que no se
ha de impedir del todo el paso del aliento
(ORAE 1815: 50).
López de Velasco 1582
La, B, se pronuncia como en el Latin, Griego
e Italiano, al abrir de los labios cerrados y
juntos, no por la parte de afuera […] sino por
el medio delos labios y blandamente,
allegandose algo al sonido de la v consonante
(López de Velasco 1582: 9-10).
V. La voz de consonante se forma como la, f
al apartar de los dientes altos juntos, con lo
interior del labio de abajo, teniendolos
apretados con el: demanera que no salga
aliento alguno antes de abrirlos, como en
vino, vega, que es en lo que se conforma y
encuentra ésta voz cómo la de la, b y en lo
que diffiere de la f que se forma en el mesmo
lugar, y de la mesma manera, salvo que no
se ha de impedir del todo el passo del aliento
(López de Velasco 1582: 72).
Tabla 3.
En los dos tratados se describía la b como oclusiva bilabial y la v como oclusiva
labiodental. La influencia de López de Velasco en esta ortografía llevó a la Academia a
adoptar una postura fonetista con el objetivo de justificar las reglas ortográficas por
medio de la pronunciación. Debido a ello, se mostró más determinante respecto a la
distinción de ambos fonemas y criticó duramente la igualación:
El confundir el sonido de la b y de la v, como sucede comunmente, es mas
negligencia ó ignorancia de los maestros y preceptores, y culpa de la mala
costumbre adquirida en los vicios y resabios de la educacion doméstica y de
las primeras èscuelas, que naturaleza de sus voces: las quales conocen y
distinguen perfectamente los estrangeros que las pronuncian bien, y entre
nosotros los Valencianos, Catalanes y Mallorquines, y algunos Castellanos
cultos que procuran hablar con propiedad de su lengua nativa, corrigiendo
los vicios vulgares ó de la mala educacion (ORAE 1815: 51-52).
304
CAPITULO 4. CAMBIOS EN LA MACROESTRUCTURA DEL DRAE 1803-1899: LA INTERDEPENDENCIA ENTRE EL
DICCIONARIO Y LA ORTOGRAFÍA
En la descripción de b y v se observa el cambio de orientación con respecto a la
doctrina del siglo XVIII. En esta ocasión los comentarios son de tipo valorativo y tienen
un carácter normativo que los distancia de aquellos más descriptivos que aparecían en
los tratados publicados en el siglo XVIII.
El contenido de la ortografía de 1815, como se ha demostrado en la investigación
de Blanco Izquierdo (2018: 177), se trasvasó a la edición del diccionario de 1817. Los
artículos dedicados a las letras b y v son idénticos a los que aparecen en el tratado
ortográfico.
Las descripciones articulatorias de b y v se mantuvieron sin ninguna modificación
en la siguiente edición de la ortografía publicada en 1820 y también en las ediciones del
diccionario de 1822 y 1832. En estos años la Academia seguía defendiendo la distinción
de ambos fonemas, igual que hicieron otros tratadistas coetáneos como Sicilia (1827 y
1832) o Salvá (1830). Sicilia, partidario de la distinción fonética, atestiguó en su
ortografía la confusión existente en la sociedad. Asimismo, en una nota a pie de página
señaló que desde inicios del siglo XIX en las escuelas se prestaba especial atención a
este fenómeno, justamente desde que la Academia había criticado con dureza en su
ortografía la confusión de los dos fonemas:
En cuanto à la lengua española, asegura Nebrija que en su tiempo habia
algunos que apenas podian distinguir estas dos articulaciones [/b/ y /v/]. Aun
en el dia el mayor número de los que hablan español no las distinguen, y
pronuncian siempre la b. Sin embargo, de unos veinte años á esta parte, se ha
puesto un gran cuidado en hacer distinguir á los niños estas dos
pronunciaciones, y se nota el particular esmero que ponen los buenos
oradores y los buenos actores en el uso propio y respectivo de cada una
(Sicilia 1827: 100).
Este autor indicaba que volver a distinguir la pronunciación de la v era un hecho
reciente que se había «comenzado á restablecer y á ponerse otra vez en voga» (Sicilia
1827: 106). Esta afirmación atestigua la extensión que hubo a inicios del siglo XIX de
la idea de que la b y la v representaban fonemas distintos.
305
CAPITULO 4. CAMBIOS EN LA MACROESTRUCTURA DEL DRAE 1803-1899: LA INTERDEPENDENCIA ENTRE EL
DICCIONARIO Y LA ORTOGRAFÍA
Salvá, igual que Sicilia, también documentó la confusión existente entre estos dos
fonemas:
Aunqué la b y la v son confundidas por la generalidad de los castellanos, los
cuales pronuncian varon como baron, y valido como balido; debe procurarse
el distinguirlas, por la razon, cuando otra no hubiese, de evitar que sean
unísonas voces de significado tan diverso como las cuatro citadas, y otras
muchas de nuestra lengua. Será bueno por tanto acostumbrarse á emitir en
todas las voces escritas con v el verdadero sonido de esta letra (Salvá 1830:
6).
Ello concuerda con la constatación de Salvador y Lodares (2001: 3001). Estos
autores han hecho referencia al desarrollo que tuvo el fenómeno a comienzos del siglo
XIX, el cual, según indican, «se traspasó a los círculos cultos americanos (y de ahí a las
escuelas)». En este sentido, cabe destacar que el venezolano Andrés Bello también
propuso en su ortografía distinguir estos dos fonemas, pese a que notó la igualación
general que existía:
No el vulgo, sino toda clase de jentes, y aun la de mas educacion y cultura,
suele a menudo colocar mal los sonidos de estas dos letras, pronunciando,
pongo por caso, las palabras vano, tuvo, octava, como si se escribiesen bano,
tubo, octaba; […] Deberémos diferenciar la b de la v, y emplear cada uno de
estos sonidos donde corresponde, pero teniendo presente que la diferencia
entre ellos es lijera y delicada en castellano (Bello 1835: 3-4).
En los tratados académicos, el cambio de orientación respecto a la igualación de
los fonemas representados por b y v se inició en la octava edición del diccionario, como
puede observarse en el artículo de la letra v, en el que se incluyó una puntualización
respecto a las ediciones anteriores en la descripción de la letra v:
Fórmase su sonido al apartar de los dientes altos juntos con lo interior del
labio de abajo teniéndolos apretados con él, de manera que no salga aliento
alguno antes de abrirlos; como se percibe en vírgen, vino, venga; que es en
lo que se conforma y encuentra esta voz con la de la b, y en lo que difiere de
la f, que se forma del mismo modo, salvo que no se ha de impedir del todo el
paso del aliento. Asi parece debió de pronunciarse en otros tiempos:
306
CAPITULO 4. CAMBIOS EN LA MACROESTRUCTURA DEL DRAE 1803-1899: LA INTERDEPENDENCIA ENTRE EL
DICCIONARIO Y LA ORTOGRAFÍA
actualmente su pronunciacion no se distingue de la de la b (DRAE 1837:
s. v. v).
Martínez de Sousa (1991: 156) había afirmado en su investigación que el criterio
diferenciador fue mantenido hasta la edición de 1852. No obstante, aunque es cierto que
fue en el Prontuario (1844) donde se describieron del mismo modo los dos fonemas, ya
se había dejado constancia de la igualación en la edición del diccionario de 1837. La
información de carácter ortográfico que aparecía en el repertorio léxico, por lo tanto,
estaba más actualizada que la de las ortografías. Este hecho evidencia la importancia del
diccionario para la historia de la ortografía del español.
La defensa de una misma articulación para b y v se confirmó de manera explícita
en el Prontuario de ortografía (1844), en el que se dedicó un solo epígrafe para ambas
consonantes. A partir de la edición del Prontuario de 1854 se añadió un juicio de valor
a favor de la distinción de b y v, pese a que la igualación ya estaba asumida (tabla 4).
Prontuario de ortografía (1844-1853)
Siendo igual por lo comun en nuestro idioma
la pronunciacion de la b y de la v consonante,
llamada vulgarmente de corazon, conviene
tratar aquí de las dos aunque tan distantes
segun el órden alfabético.
Prontuario de ortografía (1854-1866)
Siendo en nuestro idioma igual por lo comun,
aunque no lo debiera ser, la pronunciacion
de la b y de la v, llamada vulgarmente de
corazon, conviene tratar aquí las dos, bien que
tan distantes segun el órden alfabético 261.
Tabla 4.
A mediados de siglo, en la edición del diccionario de 1852, la Academia
constataba que todavía existían ortógrafos que pretendían diferenciar las articulaciones
de b y v: «Se cree que en otros tiempos hubo de ser su pronunciacion muy semejante á
la de la f, y algunos siguen todavía esta opinion; pero en la actualidad se pronuncia
comunmente lo mismo que la b» (DRAE 1852: s. v. v). A partir de la undécima edición
(1869), y así se mantuvo hasta la última publicada en el siglo XIX, se eliminaron de las
definiciones de las letras las descripciones fonéticas y se adoptó una formulación mucho
261
En la edición de la gramática de 1870 se cambió el redactado: «Siendo en gran parte de España
igual, aunque no lo debiera, la pronunciación de la b y de la v» (GRAE 1870: 315).
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CAPITULO 4. CAMBIOS EN LA MACROESTRUCTURA DEL DRAE 1803-1899: LA INTERDEPENDENCIA ENTRE EL
DICCIONARIO Y LA ORTOGRAFÍA
más breve sin informaciones de carácter fónico: «B. Segunda letra de nuestro alfabeto, y
la primera de las consonantes: su nombre es be» (DRAE 1869-1899: s. v. b).
Por lo tanto, desde mediados del siglo XIX, la Academia volvió a describir la
igualación de ambos fonemas. Además, se mostraba en contra de los tratadistas que
defendían una articulación distinta como, por ejemplo, Salvá (1846), quien en su obra
enmendó la definición de la letra v de las ediciones de 1837 y 1843 del diccionario
académico y añadió que la igualación era propia solamente de algunas zonas: «[…] Asi
parece debió de pronunciarse en otros tiempos: actualmente su pronunciacion no se
distingue [en las Castillas y alguna otra parte] 262 de la de la B» (Salvá 1846: s. v. v). Sin
embargo, la propia Academia en su ortografía de 1815 había excluido de la igualación
fonética las comunidades catalana, valenciana y mallorquina. Posiblemente Salvá, al ser
valenciano, distinguía la pronunciación de /b/ y /v/.
Domínguez, en cambio, describía una misma articulación para /b/ y /v/, y, en el
plano gráfico, criticó duramente la idea de eliminar la letra v del alfabeto:
En la actualidad apenas se distingue su pronunciacion de la b; especialmente
desde que ciertos filólogos innovadores han tratado de suprimirla [la v]
enteramente como innecesaria, sustituyéndola con la b […] sin considerar
que acostumbrados todos á la ortografía usual en la educacion primaria, y
escritas ó impresas todas las obras de uso general con arreglo á aquello,
surjiría una revolucion literaria no de las menos espantosas, que, sin lograr el
mezquino objeto de la economizacion y eliminacion de tres o cuatro letras
alfabéticas, vendría a parar en no entendernos de manera alguna […]. Los
nuevos ortógrafos se verían ridiculizados en todas partes, y tachados de
ignorantes» (Domínguez 1846-47: s. v. v).
La defensa de la distinción en la pronunciación de b y v en las primeras décadas
del XIX, el mantenimiento de las dos grafías en el abecedario y las fluctuaciones en el
uso suponían un caos en la ortografía. Por ello, igual que en el siglo XVIII, siguieron
siendo comunes durante todo el siglo XIX las vacilaciones en la escritura. En el ámbito
académico, este hecho se refleja tanto en la obra ortográfica como en el diccionario. Por
262
La parte entre corchetes corresponde a la enmienda de Salvá a la definición proporcionada por la
Academia en su diccionario.
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CAPITULO 4. CAMBIOS EN LA MACROESTRUCTURA DEL DRAE 1803-1899: LA INTERDEPENDENCIA ENTRE EL
DICCIONARIO Y LA ORTOGRAFÍA
un lado, en los tratados ortográficos se publicó una lista de palabras cuya ortografía
podía causar confusión 263. Por otro lado, en el diccionario se fueron añadiendo variantes
gráficas y se produjeron algunos cambios en la escritura de las voces del lemario entre
las grafías b y v. A continuación, se analizarán las modificaciones introducidas en cada
una de las ediciones del repertorio lexicográfico académico (1803-1899).
En la edición del diccionario de 1803 264, los cambios en la escritura de las voces
no fueron muy abundantes y se regían por las normas de las ediciones de la ortografía
del siglo XVIII. Se modificó la grafía a favor de la b en alboheza y albuérbola y de la v
en alcrivis y desaviltado. La modificación de la grafía en la voz albuérbola pudo estar
motivada por el desconocimiento del origen de dicho vocablo, puesto que, atendiendo a
las reglas expuestas en la ortografía de 1792, las palabras con etimología desconocida se
debían escribir con la grafía b (ORAE 1792: 35). Además, albuérbola remitía a
albórbola 265, en cuya definición se manifestaron dudas respecto a la etimología:
ALBÓRBOLA, O ALBORBORA, O ARBORBOLA. s. f. [...] Algunos
dicen que es voz inventada y formada à semejanza del sonído y bullicio que
hace el agua cuando hierve, ò quando halla embarazo su naturál curso en
alguna corriente; pero parece mas probable que se haya tomado del nombre
Arabe Boóra, que significa enójo y corage […]» (Diccionario de
autoridades 1726: s. v. albórbola, o alborbora, o arborbola).
En cuanto al término desaviltado el cambio respondía a la escritura del primitivo
aviltar, registrado con la grafía v atendiendo al origen etimológico que se propuso en el
263
Estas listas de voces se hallan al final de los tratados ortográficos. En la edición de 1815, por
ejemplo, se indicaba que este listado estaba formado por «las voces DE DUDOSA ORTOGRAFÍA que en
principio o medio de diccion se deben escribir con H: con J en las combinaciones Je Ji en lugar de G: con
V consonante en lugar de B: con Z en las combinaciones Ze Zi en lugar de C. Y las voces que no
comprende esta lista se ha de entender que deben escribirse con las otras letras que son equivalentes en
la pronunciación, según las reglas dadas en este tratado» (ORAE 1815: 153).
264
También se ha documentado el cambio de v a b en los términos bribisco y dozabado, aunque
parece que se trata de incorrecciones, puesto que, aunque no se advierte de estos errores en la fe de
erratas, en la macroestructura ocupan la posición de brivisco y dozavado. Sobre la voz brivisco cabe
destacar que desde el Diccionario de autoridades (1770: s. v. brivisco) se indicaba que estaba formada de
brivia, nombre antiguo de Biblia.
265
En la segunda edición del Diccionario de autoridades (1770), la voz albuérvola remite en su
definición a alborvola, término no registrado en ninguna edición del diccionario académico con v. La
remisión se corrige en la siguiente edición a albórbola.
309
CAPITULO 4. CAMBIOS EN LA MACROESTRUCTURA DEL DRAE 1803-1899: LA INTERDEPENDENCIA ENTRE EL
DICCIONARIO Y LA ORTOGRAFÍA
Diccionario de autoridades: «tomada del Latino Vilitare» (Diccionario de autoridades
1726: s. v. aviltar).
Las reglas para la escritura de b y v expuestas en las ortografías del siglo XVIII se
mantuvieron en la octava edición, aunque con ligeras variaciones. Para el uso de la letra
b se puntualizaba que se debía escribir delante «de las consonantes en general y de la u
vocal» (ORAE 1815: 25) y no solamente delante de l y r, como se había propuesto en la
ortografía de 1792. Además, se añadió la norma de escribir con b «los tiempos del verbo
haber […] é igualmente en la sílaba ba de los imperfectos […] y en las sílabas ab, ob,
sub» (ORAE 1815: 26). En cuanto a las reglas ortográficas de v se amplió su uso a los
derivados cuyos primitivos la tienen en su origen y a aquellos en cuya base léxica había
prevalecido el uso de escribirlos con v.
Dos años después de la publicación de la octava edición de la ortografía, vio la luz
la quinta edición del diccionario académico, adaptada a las nuevas normas ortográficas,
aunque para el uso de la b y la v existían todavía numerosas vacilaciones. De todas las
ediciones publicadas en el siglo XIX, en la que más variantes gráficas se introdujeron
fue en la de 1817 (abihar/avihar, alabanco, aluvia, baradero, belesa, bolatin, chivo,
dobela, sabia, vesana y yerbo 266). Seis de las variantes señaladas se pueden considerar
hápax, puesto que solamente aparecen en esta edición: alabanco, aluvia baradero 267,
bolatin, dobela y sabia. Contrariamente a lo esperado, nada más los vocablos baradero
y alabanco 268 remitían en su definición a la forma con v, ya que el resto de los términos
aparecían definidos. Este hecho entra en contradicción con la lista de voces de dudosa
ortografía de 1815, donde las formas recomendadas eran dovela y velesa (cfr. Terrón
2018a: 86). La variante velesa se eliminó del diccionario en 1822. Posiblemente la
266
Las variantes gráficas mencionadas se añaden a las formas con b o con v que ya aparecían en el
diccionario (alavanco, alubia, varadero, velesa, volatin, chibo, dovela, savia, besana y yervo).
267
En Clavería (2018: 52) se ha evidenciado que en la edición de 1817 se utiliza como fuente el
Diccionario de las voces geográficas, hecho que comporta la incorporación de esta voz con la grafía que
se utiliza en ese repertorio.
268
La variante gráfica alabanco remitía en su definición a labanco, voz registrada en la fe de erratas
de esta misma edición. El error afectaba a la letra b y la corrección propuesta era lavanco, forma recogida
en todas las ediciones del diccionario académico. Por lo tanto, alabanco debería remitir a la forma
lavanco.
310
CAPITULO 4. CAMBIOS EN LA MACROESTRUCTURA DEL DRAE 1803-1899: LA INTERDEPENDENCIA ENTRE EL
DICCIONARIO Y LA ORTOGRAFÍA
causa de estos desajustes ortográficos entre el diccionario y la ortografía fuera la
celeridad con la que se trabajó en la quinta edición (cfr. Clavería 2018: 24-25).
Además de las variantes gráficas añadidas, en la edición de 1817 se modificó la
escritura de 7 voces, 4 de ellas de b a v y 3 de v a b (tabla 5):
DRAE 1803
b
DRAE 1817
v
v
b
Ejemplos
aberrugado > averrugado
abeso > aveso
arraquibe > arraquive
patiestebado > patiestevado
almogarave > almogarabe
atavillado > atabillado
atavillar > atabillar
Tabla 5.
Los cambios en la escritura de las voces recogidas en la tabla 5 se deben a
diversas causas. En primer lugar, como se ha analizado en otra investigación (cfr.
Terrón 2018a: 86), la modificación de los términos aveso, averrugado y almogarabe
estuvo motivada por el origen etimológico de dichas voces. Las dos primeras proceden
del latín aversus ‘torcido’ y verrūca, respectivamente, y la tercera, según la hipótesis
etimológica que se proporcionaba en el Diccionario de autoridades (1770: s. v.
almogavar), del árabe: «Es voz árabe, compuesta del artículo al, de mo, partícula
formativa de nombre, y del verbo gabar, que significa pasar ó transitar de una parte á
otra». Además, con la modificación en averrugado se homogeneizó toda la familia
léxica, puesto que las formas con b se eliminaron en la edición de 1817. En segundo
lugar, en arraquive 269 la sustitución de b a v pudo deberse a la preferencia que se le
otorgaba a la forma con v en la ortografía de 1815. En cambio, en atavillar y atavillado
se recomendaba el uso de la v, contrariamente a la alteración que se llevó a cabo en el
diccionario. Finalmente, el compuesto patiestevado varió su escritura de b a v
269
El lema arraquibe —escrito con v en 1817— remitía en su definición desde la segunda edición del
Diccionario de autoridades (1770) hasta la quinta del diccionario usual (1817) a la forma arrequibe, la
cual nunca se ha recogido con b en la obra lexicográfica. También aparece esta forma escrita con b en la
definición de requibe de las ediciones de 1817 y 1822.
311
CAPITULO 4. CAMBIOS EN LA MACROESTRUCTURA DEL DRAE 1803-1899: LA INTERDEPENDENCIA ENTRE EL
DICCIONARIO Y LA ORTOGRAFÍA
atendiendo a la grafía del primitivo ─estevado─, como se había expuesto en la última
ortografía publicada en 1815.
En la sexta edición del diccionario 270 los cambios fueron menores que en la
quinta. Solamente se añadió una variante gráfica en el suplemento, bástago. La
introducción de la variante con b supuso la corrección de un error en el cuerpo de la
obra, puesto que desde la segunda edición del Diccionario de autoridades el término
bástigo remitía a bástago en su definición, lema inexistente en la nomenclatura. En la
edición de 1817 se advirtió de esta equivocación en la fe de erratas, que se corrigió en la
edición de 1832, aunque ya se había añadido el lema con b en el suplemento de 1822, el
cual se mantuvo en el repertorio hasta la décima edición. En 1884 vástiga susituyó a la
forma bástiga y con este cambio se homogeneizó la escritura de todas las variantes
gráficas de esta voz. También en 1822 se modificó la escritura a favor de la v en el
término leveche, que se volvió a escribir con b en 1899, justamente cuando se introdujo
la etimología griega de dicho vocablo. En la edición siguiente se añadió la procedencia
latina de lebeche: «Del lat. libs, libis, y éste del gr.» 271 (DRAE 1914: s. v. lebeche).
En la edición del diccionario de 1832 también se produjeron alteraciones respecto
al empleo de estas grafías. Por un lado, se incluyó la variante billa, formando un lema
múltiple con villa (villa ó billa) para la cuarta acepción:
270
También se cambió la grafía de v a b en algabaro, aunque se trata de una errata, puesto que ocupa
el orden alfabético correspondiente a la forma algavaro, entre las voces algarrobo y algazara. El error se
corrigió en la edición de 1837. La incorrección se trasvasó al diccionario de Núñez de Taboada (1825),
quien, además, modificó la ubicación del lema en la nomenclatura.
271
Esta etimología se corrigió en la edición del diccionario de 1956: «Del ár. labáŷ, viento entre
poniente y ábrego».
312
CAPITULO 4. CAMBIOS EN LA MACROESTRUCTURA DEL DRAE 1803-1899: LA INTERDEPENDENCIA ENTRE EL
DICCIONARIO Y LA ORTOGRAFÍA
Imagen 50 (DRAE 1832: s. v. villa)
Justamente en la edición siguiente de 1837 se añadieron los lemas billar y billa
para hacer referencia al juego, significados que ya aparecían en el artículo encabezado
por la forma con v desde la edición de 1817. Villa y villar se mantuvieron en el lemario
de 1837 con los otros significados. El cambio parece que estuvo motivado por seguir la
escritura de origen francés. Cabe destacar que Terreros ya se había referido a esta
procedencia en su diccionario: «Los que juegan al billar, que en España suelen ser
Extranjeros, llaman también Billar à la mesa en que se juega, y al palo corvo con que
dan á la bola; y a esta le llaman en Francia Bille» (Terreros y Pando 1786: s. v. billar).
Núñez de Taboada (1825) también había registrado en su repertorio estos vocablos con
b. Asimismo, se añadió el lema múltiple belasquita ó velasquita, sin otorgar preferencia
a ninguna de las dos formas, y se recogieron en el suplemento los términos serva y
serval. En el Diccionario de autoridades se habían señalado las dudas sobre el origen de
estos dos últimos vocablos, aunque se prefería la escritura con b y, por ello, no se
recogió con v en el repertorio:
SERBA. s. f. […] Viene del Latino Sorbum, que significa lo mismo; aunque
algunos con Covarr. quieren venga del Latino Servare, porque se guarda
para comerse, y en este caso debía escribirse con v (Diccionario de
autoridades 1739: s. v. serba).
313
CAPITULO 4. CAMBIOS EN LA MACROESTRUCTURA DEL DRAE 1803-1899: LA INTERDEPENDENCIA ENTRE EL
DICCIONARIO Y LA ORTOGRAFÍA
Además de las variantes incorporadas, en la edición del diccionario de 1832 se
cambió la escritura de 8 vocablos (tabla 6):
DRAE 1822
b
v
DRAE 1832
v
b
Ejemplos
requibe > requive
absorvencia > absorbencia
absorvente > absorbente
absorver > absorber
inmovil > inmobil
inmovilidad > inmobilidad
malvavisco > malvabisco
talavera > talabera
Tabla 6.
Como se puede observar, la mayoría de los cambios fueron a favor de la grafía b.
Contrariamente a lo que se recomendaba en la última edición de la ortografía publicada
en 1820, se sustituyó la grafía de v a b en las voces absorbencia, absorber, absorbente,
malvabisco, inmobil e inmobilidad 272, estas dos últimas derivadas de móvil, escrita con
v tanto en el tratado ortográfico como en el diccionario. En el Diccionario de
autoridades esta palabra aparecía registrada con b atendiendo al origen etimológico que
se ofrecía en el propio repertorio: «Viene del Latino Mobilis». Seguramente la
preferencia por la v de la ortografía motivó que los tres últimos vocablos volvieran a
modificar su escritura en la décima (1852) y undécima (1869) ediciones del diccionario,
ajustando así las normas de ambas obras. Por lo que respecta a la forma requive varió su
escritura siguiendo el cambio de arraquive en la edición de 1817, ambos términos
remitían en su definición a arrequive, el cual nunca se ha registrado con b en el
diccionario académico.
En la edición siguiente del diccionario de 1837 273 se cambió la ortografía de 5
voces, dos de ellas de b a v y tres de v a b (tabla 7):
272
En la gramática de 1870 se incluyó movilidad como excepción a la regla de escribir con b las voces
terminadas en bilidad.
273
También se cambió la grafía de b a v en gargavero y marvete, aunque parece que se trata de una
errata, puesto que aparecen ordenadas alfabéticamente en el lugar que le corresponde a la forma con b. La
errata en marvete se solventó en la edición de 1884.
314
CAPITULO 4. CAMBIOS EN LA MACROESTRUCTURA DEL DRAE 1803-1899: LA INTERDEPENDENCIA ENTRE EL
DICCIONARIO Y LA ORTOGRAFÍA
DRAE 1832
b
DRAE 1837
v
v
b
Ejemplos
corbaton > corvaton
marabetino > maravetino
chísgaravís > chisgarabís
espivia > espibia
salvadera > salvadera
Tabla 7.
La modificación en salvadera de v a b entró en contradicción con la ortografía
(1815-1820), en la que se recomendaba la forma con v. Esta voz cambió su grafía en las
distintas ediciones del diccionario: salvadera (1739-1832, 1843-1852, 1914-2014) >
salbadera (1837, 1869-1899), a pesar de que también en el Prontuario (1844-1866) se
prefería la forma con v. La alteración pudo estar motivada por el origen etimológico de
dicha palabra, ya que en las ediciones de 1884 y 1899 del diccionario se señalaba que
provenía del latín sabulum. En la decimocuarta edición se modificó la etimología de la
voz: «salvado, usado antiguamente en vez de arenilla» (DRAE 1914: s. v. salvadera),
justamente cuando se volvió a registrar este vocablo con v en el diccionario académico.
Por último, las voces corvaton y marvetino modificaron su escritura posiblemente
atendiendo a las palabras a las que remitían en su definición, curvatón, el primero, y
maravedí, el segundo. En el listado de términos de dudosa ortografía de 1820 se había
recomendado la forma curvatón con v, añadiendo detrás de ella el símbolo &c. usado
para indicar que también se debían escribir igual las palabras derivadas 274. Posiblemente
esta fue la causa del cambio en la escritura de b a v en la voz corvaton.
También se añadieron en la octava edición del diccionario las variantes gráficas
galvánico y galvanismo. Existía variación en las primeras documentaciones de estas
voces y se optó por la forma escrita con v y, en consecuencia, se eliminó en la edición
del diccionario de 1852 la variante gráfica con b, pese a que en todas las ediciones del
274
Al respecto, se señalaba en la edición de la ortografía de 1815 y se mantenía en la de 1820 que
«Las voces derivadas ó compuestas de otras que están en esta lista se omiten cuando es muy fácil
conocer su composicion ó derivacion, pero se ponen cuando puede haber alguna duda» (ORAE 1815:
153).
315
CAPITULO 4. CAMBIOS EN LA MACROESTRUCTURA DEL DRAE 1803-1899: LA INTERDEPENDENCIA ENTRE EL
DICCIONARIO Y LA ORTOGRAFÍA
Prontuario (1844-1866) se recomendaba la escritura con b. Cabe destacar que Núñez de
Taboada (1825) y Salvá (1846) ya habían recogido la variante con v en sus respectivos
diccionarios. Posteriormente, en la edición de 1884 se indicó que el término procedía
del nombre propio Galvani, «físico italiano, el primero que observó este fenómeno»
(DRAE 1884: s. v. galvanismo).
En la edición de 1843 no se produjeron modificaciones entre las grafías b y v 275.
En el Prontuario de ortografía de la lengua castellana (1844-1866), basado en la
ortografía usada en la novena edición del diccionario, se incluyeron directrices más
precisas para el uso de b y v que en las obras ortográficas anteriores. Las reglas que se
añadieron fueron las siguientes:
Regla 1.ª […] Las voces en que b precede á una consonante conservarán la b
en sus derivados; como de afable, afabilidad.
Regla 3.ª […] Tambien se escribe con b el pretérito imperfecto de indicativo
del verbo ir.
Regla 8.ª […] Se escriben siempre con v todos los nombres adjetivos que
terminan en ava, ave, avo, eva, eve, iva, ivo; como octava, grave, dozavo,
nueva, aleve, longevo, fugitiva, activo (Prontuario 1845: 3-5).
A pesar de haber incluido nuevas directrices, la Academia era consciente de que
resultaba difícil saber las voces que se debían escribir respetando el origen etimológico,
por lo que incluyó también, como en las ediciones anteriores de la ortografía, un lista
final con el comentario siguiente: «[…] mas siendo este orígen desconocido de muchas
personas, y especialmente de los niños, se pone al fin del Prontuario un Catálogo
(numero 1) de las voces mas usuales no sujetas á regla fija, que determina cuáles deben
escribirse con b, y cuáles con v» (Prontuario 1845: 5).
275
Todos los cambios que se produjeron entre las grafías b y v en la novena edición del diccionario se
han considerado erratas, puesto que aparecen ordenados alfabéticamente en el lugar que le corresponde a
la forma correcta. Las erratas son: corcobar, corcobado, corcobeta, dobelaje, enhervolar, espaviladeras y
espavilar. Estos errores fueron solventados en la edición posterior.
Las formas corcobar, corcobado y corcobeta, que se ubican en el lemario entre corcova y corcovilla,
también aparecen en el diccionario de Salvá (1846) escritas con b y en su lugar correspondiente, e,
incluso, corrigió la grafía de b a v en corcova, puesto que añadió entre corchetes la forma corcoba. Con
esta corrección homogeneizó toda la familia léxica. Cabe destacar que Terreros (1786-1793) ya había
registrado en su diccionario la variante gráfica corcoba con remisión a la forma con v.
316
CAPITULO 4. CAMBIOS EN LA MACROESTRUCTURA DEL DRAE 1803-1899: LA INTERDEPENDENCIA ENTRE EL
DICCIONARIO Y LA ORTOGRAFÍA
En las ediciones posteriores del diccionario académico, la décima y la undécima,
los cambios gráficos que se produjeron en las voces de la nomenclatura fueron muy
reducidos. Por un lado, en 1852 se modificó la escritura, siguiendo la preferencia del
Prontuario, de los términos inmóvil e inmovilidad, ambos comentados anteriormente.
Con este cambio se homogeneizó la familia léxica, aunque no se respetó la etimología.
También se sustituyó la grafía a favor de la v en la voz talaverano. Por otro lado, en
1869 se cambió la escritura de b a v en virola 276 y se añadió la variante gráfica garvín,
la cual pasó a ser la forma preferida por la Academia: «GARBIN. m. V.
GARVIN»
(1869: s. v. garbín). Posiblemente la variabilidad en la escritura fuese la causa de la
adición de una variante en el diccionario en lugar de sustituir una forma gráfica por la
otra.
Posteriormente, en la edición de la gramática de 1870 se ampliaron las reglas que
ya constaban para la escritura de b y v referentes a casos particulares. Las nuevas pautas
se detallan a continuación:
Regla 3.ª Se usa tambien la b en los infinitivos y en toda la conjugacion de
los verbos beber y deber; en los infinitivos y en casi todos los tiempos de
caber, haber y saber; en los infinitvos con los sonidos finales bir y en todos
sus tiempos; y se escriben con v hervir, servir, vivir y sus derivados.
Regla 4.ª Tambien se han de escribir con b los vocablos que principian con
los sonidos bibl, ó con las sílabas bu, bur y bus […].
Regla 5.ª Igualmente se ha de escribir con b la segunda sílaba de riba en los
vocablos que principian con estas dos, como Ribagorza, Ribadero, ribazo.
Regla 6.ª Se escribirán con b los acabados en bilidad, á excepcion de
movilidad; tambien los en bunda y bundo, como abunda, meditabundo; y los
en sílaba y sílabo, como bisílaba, polisílabo.
Regla 9.ª En dicciones castellanas no se usa una b tras otra, sino v despues de
b, como en obvio y subvenir.
Regla 10. Despues de sílaba terminada en m no se pone v, sino b; despues de
sílaba terminada en n no se pone b, sino v.
Regla 13. Se usa tambien de la v en todas las personas de los presentes de
indicativo, imperativo y subjuntivo del verbo ir […]. Asimismo se usa en el
276
En la edición siguiente del diccionario académico se añadió la siguiente etimología: «Del lat.
viriŏla, manilla, brazalete» (DRAE 1884: s. v. virola). A pesar de que la introducción de la etimología es
posterior al cambio ortográfico, la grafía del étimo pudo condicionar la modificación, puesto que, como
se ha señalado en el capítulo 3 (véase § 2.2.2 y 2.2.3.), ya en la edición de 1869 se estaba trabajando en la
elaboración de un diccionario etimológico cuyos materiales se aprovecharon para el repertorio usual.
317
CAPITULO 4. CAMBIOS EN LA MACROESTRUCTURA DEL DRAE 1803-1899: LA INTERDEPENDENCIA ENTRE EL
DICCIONARIO Y LA ORTOGRAFÍA
pretérito perfecto de indicativo, en el imperfecto de subjuntivo y en el futuro,
tambien de subjuntivo, del verbo estar, y de andar, tener, y sus compuestos.
Regla 14. Con v se escribirán los vocablos que principian con las dicciones
vice, villa y villar […] y tambien los acabados en ívoro ó viro (GRAE 1870:
315-318).
Como se puede observar, las directrices se ampliaron considerablemente respecto
a la edición de la ortografía inmediatamente anterior. La Academia era consciente de las
dudas que generaba la escritura de las voces con b y con v y, por ello, intentó aportar
reglas precisas, aunque, como se señalaba en el Prontuario de ortografía castellana, en
preguntas y respuestas (1874) prefería ofrecer una lista de voces para asegurar la buena
ortografía. Este catálogo sirvió de base para la escritura de las voces del lemario de la
duodécima edición del diccionario académico, aunque la mayoría de los cambios que se
introdujeron en 1884 no respondían a las nuevas pautas, sino a la decisión lexicográfica
que se había acordado para la redacción del repertorio que consistía en la inclusión de la
procedencia del término en el paréntesis etimológico. En este sentido, las etimologías
actuaron como árbitro para determinar la norma ortográfica (cfr. Jiménez Ríos 2008:
321).
A pesar de que en el prólogo del diccionario se exponía que el sistema ortográfico
del español ya estaba fijado, en esta edición fue en la que se produjeron más cambios
entre las grafías b y v. Las palabras que modificaron su escritura aparecen registradas en
la tabla 8 277:
DRAE 1869
b
DRAE 1884
v
Ejemplos
alabesa > alavesa
aljebena > aljevena
balija > valija
balijero > valijero
balijon >valijón
banova > vánova
barga > varga
bastiga > vástiga
277
En la edición de 1884 se volvió a añadir la forma vilorto con v, la cual se había registrado hasta la
edición de 1822 con b. El cambio pudo estar motivado por la etimología que corroboraba esta grafía:
«Del lat. virgultum» (DRAE 1884: s. v. vilorto).
318
CAPITULO 4. CAMBIOS EN LA MACROESTRUCTURA DEL DRAE 1803-1899: LA INTERDEPENDENCIA ENTRE EL
DICCIONARIO Y LA ORTOGRAFÍA
v
b
bedilla > vedilla
besque > vesque
bicenal > vicenal
bitola > vitola
bolado > volado
bolata > volata
bolatero > volatero
bolea > volea
boleador > voleador
desbalijamiento > desvalijamiento
desbalijar > desvalijar
embalijar > envalijar
emberar > enverar
embero > envero
gargabero > gargavero
jilbo, ba > gilvo, va
orbayar > orvallar
orbayo > orvallo
rebellín > revellín
rebellinejo > revellinejo
chichisveo > chichisbeo
costrivo > costribo
estiva > estiba
estival [2] > estibal
estivar > estibar
estivador > estibador
estivo [2] > estibo
estivon > estibón
pavilon > pabilón
quizaves > quizabes
vaca [3] > baca
Tabla 8.
La mayoría de las modificaciones recogidas en la tabla 8 estuvieron motivadas por
la inclusión de la procedencia en la edición de 1884, puesto que, atendiendo a las reglas
propuestas en las distintas ortografías, los vocablos se debían escribir según el origen
etimológico. En la tabla 9 aparecen las etimologías que se propusieron en la propia obra
lexicográfica:
Ejemplos
baca
chichisbeo
DRAE 1884
«Del al. bake, valija»
«Del ital. cicisbeo»
319
CAPITULO 4. CAMBIOS EN LA MACROESTRUCTURA DEL DRAE 1803-1899: LA INTERDEPENDENCIA ENTRE EL
DICCIONARIO Y LA ORTOGRAFÍA
estibar
estiba
estibador
gilvo
orvallar
orvallo
revellín
revellinejo (dim.)
valija
valijero
valijón
desvalijamiento
desvalijar
envalijar
vesque
Vicenal
Vitola
«Del lat. stipare»
«Del lat. gilvus»
«Del port. orvalho»
«Del ital. rivellino»
«Del fr. valise; del b. latin valisia»
«Del lat. viscus»
«Del lat. vicennalis; de vicennium,
espacio de veinte años»
«Del anglo sajón wittol, conocedor»
Tabla 9.
En las voces vánova, vedilla y enverar las procedencias etimológicas se añadieron
en las ediciones siguientes de 1899 y 1914, a pesar de que el cambio gráfico se produjo
en 1884:
Ejemplos
vánova
vedilla
DRAE 1899
«Del b. lat. vanoa; del prov.
vano»
«Del b. lat. velludella; del
lat. vellus, vellocino»
enverar
DRAE 1914
«Del lat. in, en, y variare,
cambiar de color»
Tabla 10.
Cabe destacar que Terreros ya había recogido el verbo enverar en su diccionario
con remisión a la forma emberadas. En la definición de esta última voz hacía referencia
a la variedad en la escritura:
320
CAPITULO 4. CAMBIOS EN LA MACROESTRUCTURA DEL DRAE 1803-1899: LA INTERDEPENDENCIA ENTRE EL
DICCIONARIO Y LA ORTOGRAFÍA
EMBERADAS, se dice de las ubas que empiezan á colorear […] V. el Dicc.
de la Acad. pero otros dicen en jeneral enverar por empezar á madurar, ó
tomar color, y enverado, por part. pas. (Terreros y Pando 1786-1793: s. v.
emberadas).
El cambio de b a v provocó la modificación de m a n, tal y como se indicaba en las
reglas de ortografía: «Después de la sílaba terminada en m no se pone v, sino b; después
de la sílaba terminada en n, no se pone b, sino v» (GRAE 1870: 317).
Como se puede observar en las tablas 9 y 10, todas las voces se escribieron con la
misma grafía que el étimo. En algunas ocasiones, las nuevas etimologías corrigieron las
hipótesis formuladas en el Diccionario de autoridades, las cuales habían condicionado
por un largo período la ortografía de ciertas palabras. Un ejemplo de ello es la familia
léxica desvalijamiento, desvalijar, envalijar, valija, valijero y valijón, ya que se había
escrito con b hasta la undécima edición atendiendo a la etimología que se proponía para
la base, valija, en el Diccionario de autoridades. En esta obra, siguiendo a Covarrubias,
se indicaba que procedía de baúl, «como si se dixera Baulija, por ser a modo de baúl»
(Diccionario de autoridades 1726: s. v. balija). En la duodécima edición, como se
puede observar en la tabla 9, se le atribuyó origen francés, hipótesis que se corrigió en la
edición siguiente a italiano («Del ital. valigia» DRAE 1899: s. v. valija). En ambos
casos la palabra debía escribirse con v- siguiendo la grafía del étimo. No ocurrió lo
mismo en chichisbeo, ya que en el Diccionario de autoridades la etimología propuesta
era la misma que en la edición de 1884, aunque se escribió con v hasta la undécima
edición, igual que en el resto de los diccionarios no académicos (Terreros y Pando
1786-1793, Núñez de Taboada 1825, Salvá 1846, Domínguez 1846-47, etc.).
Asimismo, el cambio de grafía siguiendo el criterio etimológico conllevó la
separación de homófonos en el diccionario, como se había acordado en las Reglas de
1869 (véase capítulo 3, § 2.2.3.). Esto sucedió, por ejemplo, en baca/vaca,
estibal/estival y estibo/estivo. Respecto al vocablo baca, en la edición del diccionario de
1869 había una única entrada encabezada por la forma escrita con v y con cinco
acepciones. En la edición de 1884 se registraron dos artículos diferenciados por la grafía
321
CAPITULO 4. CAMBIOS EN LA MACROESTRUCTURA DEL DRAE 1803-1899: LA INTERDEPENDENCIA ENTRE EL
DICCIONARIO Y LA ORTOGRAFÍA
del lema, vaca y baca, la cual había cambiado debido a la escritura del étimo: vaca
(«Del lat. vacca») y baca («Del al. bake, valija»). La etimología propuesta para baca se
corrigió en la edición siguiente al francés: «Del fr. bache» 278. En ambos casos debía
escribirse con b-. En cuanto a las voces estibal y estibo, también se encontraban en una
única entrada en la edición de 1869. En 1884 se registraron en dos artículos
diferenciados por la forma gráfica: estibal y estival y estivo, va y estibo. En estos casos,
a diferencia del ya comentado, solamente se incluyó el étimo en la entrada cuyo lema se
escribía con v: «Estival. (Del lat. aestivālis) adj. Perteneciente al estío» y «Estivo, va.
(Del lat. aestīvus) adj. Estival». En la edición siguiente de 1899 se introdujo también la
etimología en el otro artículo lexicográfico, motivo por el que se volvió a modificar la
grafía a favor de la v: «Estival (Del ital. stivale, bota) m. Germ. Botín o Borceguí de
mujer» y «Estivo (Del ital. stivale, bota) m. Germ. Zapato». El cambio en estivo
provocó la modificación en el derivado estivón.
En el paréntesis etimológico no solamente se incluyeron etimologías sino también
relaciones morfosintácticas entre las palabras que sirvieron para determinar la escritura
de algunas voces. Este es el caso de las voces pabilón, quizabes, volado, volea, volata y
volatero. En primer lugar, en pabilón se indicó que el término derivaba del sustantivo
pabilo, escrito con b en todas las ediciones del diccionario respetando la procedencia
que aparecía en la propia obra lexicográfica, «De pábulo» (DRAE 1884: s. v. pabilo). En
segundo lugar, en quizabes se señaló que estaba compuesto por el pronombre quien y la
forma verbal sabe, del latín sapere (DRAE 1884: s. v. saber). Posiblemente la escritura
del verbo condicionó el cambio gráfico a favor de la b. Por último, la modificación en
los vocablos volado, volea, volata y volatero estuvo motivada por la escritura de la
base, volar, la cual se introdujo en 1884 en volado y en 1899 en volata y volatero. En
volea, en cambio, se indicó que procedía del verbo volear. Cabe destacar que la forma
volado ya se había registrado con la grafía v en las ediciones desde el Diccionario de
autoridades hasta 1791 y en 1843. En estas ediciones convivió con la variante gráfica
278
El origen de este vocablo se modificará durante el siglo XX en dos ocasiones más, en la edición de
1956, «Del célt. bacca, vaso», y en la de 1970, «De la onomat. bac, del traqueteo». Desde de la edición
de 1992 hasta la actualidad se vuelve a cambiar al origen francés.
322
CAPITULO 4. CAMBIOS EN LA MACROESTRUCTURA DEL DRAE 1803-1899: LA INTERDEPENDENCIA ENTRE EL
DICCIONARIO Y LA ORTOGRAFÍA
bolado (1726-1869, 1914-2014), la cual se volvió a incluir en 1914 como preferida, ya
que era la portadora de la definición.
Finalmente, en el vocablo vicenal el cambio se ajustó, además de a la etimología,
a la nueva regla ortográfica propuestas en la gramática de 1870, y mantenida en las
siguientes ediciones, en la que se indicaba que se debían escribir con v- «los vocablos
que principian con las dicciones vice, villa y villar» (GRAE 1870: 318). Asimismo, la
modificación en varga también seguía las recomendaciones de la lista final de la edición
de la gramática de 1880 donde el término aparecía, a diferencia de las anteriores, con v
(GRAE 1880: 404).
En la última edición del siglo XIX, la publicada en 1899, los cambios gráficos que
se produjeron también estuvieron motivados por la introducción de la información en el
paréntesis que se halla seguido al lema, que podía tratarse bien de una etimología o bien
de una relación morfológica. Respecto a la información etimológica, en esta edición se
llevó a cabo una profunda revisión con el objetivo de precisar las que ya habían sido
introducidas en la edición anterior o «cambiar una hipótesis etimológica» (Clavería
2004: 313). También se pretendía añadir dicha información en aquellos lemas que no la
tenían.
En la edición de 1899 variaron su escritura las voces recogidas en la tabla 11:
DRAE 1884
b
DRAE 1899
v
v
b
323
Ejemplos
barganal > varganal
estibal > estival
estibo > estivo
estibón > estivón
gurbión > gurvión
gurbionado > gurvionado
rebeza > reveza
ubio > uvio
alavesa > alabesa
avalizar > abalizar
avogalla > abogalla
desativar > desatibar
leveche > lebeche
valiza > baliza
voleador [1] > boleador
CAPITULO 4. CAMBIOS EN LA MACROESTRUCTURA DEL DRAE 1803-1899: LA INTERDEPENDENCIA ENTRE EL
DICCIONARIO Y LA ORTOGRAFÍA
Tabla 11.
La mayoría de los cambios de la tabla 11, igual que en la edición del diccionario
de 1884, estuvieron motivados por la escritura del étimo. Este es el caso de los términos
abalizar, abogalla, baliza, desatibar, estival, estivo, estivon y lebeche. La procedencia
de estas voces se encuentra en la tabla 12:
abogalla
baliza
abalizar
desatibar
estivo
estivon
estival
lebeche 279
DRAE 1899
«Del port. bugallo, nuez de agalla»
«Del anglosajón balye, cubeta»
«De des priv. y el lat. stipāre, acumular»
«Del ital. stivale, bota»
«Del ital. stivale, bota»
«Del gr. λíφ»
Tabla 12.
La modificación en el término baliza provocó también el cambio en abalizar, que
siguiendo los preceptos de la última ortografía publicada se debía escribir con la misma
grafía que su primitivo (GRAE 1895: 354). La etimología de baliza era la misma que en
la edición anterior de 1884, pero el cambio gráfico no se produjo hasta 1899.
El cambio en varganal pudo estar motivado por la inclusión de la etimología en el
vocablo várgano, que según el origen propuesto en la obra debía escribirse con v: «Del
lat. virga, vara» (DRAE 1899: s. v. várgano). Por este motivo, se eliminó del diccionario
la variante con b incluida en la edición de 1884.
Las otras voces recogidas en la tabla 11, alabesa, gurvión, gurvionado, reveza y
uvio, también modificaron la escritura debido a la información que se hallaba en el
paréntesis, aunque en estos casos no se trataba de una etimología. Por lo que respecta al
término alabesa, cabe destacar que ya en el Diccionario de autoridades se indicó que el
279
En 1914 aparecía la siguiente etimología: «Del lat. libs, libis, y éste del gr.», la cual se modificó en
la edición del diccionario de 1956: «Del ár. labáŷ, viento entre poniente y ábrego». En ambos casos el
término lebeche se debía escribir con b.
324
CAPITULO 4. CAMBIOS EN LA MACROESTRUCTURA DEL DRAE 1803-1899: LA INTERDEPENDENCIA ENTRE EL
DICCIONARIO Y LA ORTOGRAFÍA
nombre se debía a la ciudad donde se fabricaba el arma que denominaba, «Álaba»
─escrita con b en el artículo de alabesa─. En la segunda edición del Diccionario de
autoridades la ciudad aparecía escrita con la grafía v y también en la definición del
gentilicio alavés, sa, pero la escritura de alabesa no se cambió. Posiblemente la forma
con b se estableció en el uso, puesto que también se encontraba así registrada en otros
diccionarios no académicos, como en el de Núñez de Taboada (1825), Salvá (1846),
Domínguez (1846-47) o Zerolo (1895) 280. En la edición de 1884 se sustituyó la grafía b
por la v, la cual se volvió a alterar en 1899 como consecuencia de la inclusión de la
procedencia: «¿De Abbás, familia real de los mahometanos orientales?» (DRAE 1899: s.
v. alabesa) 281. En cuanto a las palabras gurvión y gurvionado, en la edición de 1899 se
modificó la b por la v debido a la escritura de la base léxica que aparecía en el paréntesis
etimológico de la entrada de gurvión: «De gurvio» (DRAE 1899: s. v. gurvión). En la
edición de 1925 el primitivo gurbio pasó a escribirse con b, y, por consiguiente, los
derivados gurbión y gurbionado. También en el vocablo uvio el cambio posiblemente se
debía a la información del paréntesis donde se advertía que la voz se había formado por
metátesis de yuvo, variante anticuada de yugo. La vigencia del cambio fue breve, puesto
que en 1925 se volvió a escribir con b, edición en la que también se modificó la grafía
de yubo. Por último, la alteración en reveza supuso la homogeneización de la familia
léxica, puesto que las palabras revezar y revezo aparecían desde su incorporación en el
diccionario registradas con v.
Asimismo, igual que en 1884, la inclusión de la etimología supuso la separación
de homógrafos. Este es el caso de boleador y voleador, recogidos en la edición anterior
en un solo artículo encabezado por la forma con v.
280
Una prueba de la generalización en el uso de alabesa escrito con b se encuentra en el artículo que
Zerolo (1895) le dedica a esta voz. Zerolo (1895) copia literalmente la definición que aparecía en el
Diccionario de autoridades, pero añade una precisión entre paréntesis: «Parece que es un asta, según
puede conjeturarse en las Ordenanzas de Sevilla, y que por ser de Álaba (hoy Álava) aquellas astas las
llamasen alabesas, pasando con el tiempo el adj. á ser s. […]» (Zerolo 1895: s. v. alabesa). Es consciente
el lexicógrafo de que el nombre de la ciudad se escribe con v.
281
En la edición 1925 se volvió a la hipótesis inicial: «f. de alavés» (DRAE 1925: s. v. alavesa).
325
CAPITULO 4. CAMBIOS EN LA MACROESTRUCTURA DEL DRAE 1803-1899: LA INTERDEPENDENCIA ENTRE EL
DICCIONARIO Y LA ORTOGRAFÍA
1.2.1.3. Recapitulación
En el siglo XIX, la Academia distinguía en sus tratados ortográficos dos fonemas
distintos representados en la escritura por b y por v, pese a reconocer la confusión
existente en la sociedad. Esta postura fue defendida también por ortógrafos coetáneos
como, por ejemplo, Sicilia (1827 y 1832), Salvá (1830) o Bello (1835). Sin embargo, no
pudo obviar la realidad lingüística practicada por los hablantes y, en la edición del
diccionario de 1837, cambió la orientación adoptada en la descripción de estas
consonantes. Hacia mediados de siglo, en el Prontuario, reconoció la igualación de los
dos fonemas, a los cuales les dedicó un único epígrafe.
A nivel gráfico, el empleo de las grafías b y v presentó vacilaciones esporádicas
que se circunscriben a unos pocos ejemplos durante todo el siglo XIX. Las ediciones del
diccionario en las que se llevaron a cabo un mayor número de cambios gráficos fueron
en la quinta y en la duodécima. Por un lado, la edición de 1817 destaca, sobre todo, por
la introducción de un abundante número de variantes gráficas en el lemario (aluvia,
alabanco, baradero, bolatin, dovela, vesana, etc.), lo cual es una prueba evidente de la
vacilación existente en el uso en la escritura de estas dos consonantes. En ocasiones, se
generaron desajustes entre el tratado ortográfico y el diccionario recomendando formas
distintas en ambas obras. Es el caso de dobela, alabanco, absorbencia, inmobilidad,
entre otras, recogidas con b en el diccionario y recomendadas con v en la ortografía.
Ello también pudo deberse a la celeridad con la que se elaboró la quinta edición. Por
otro lado, las alteraciones en la edición de 1884 estuvieron motivadas, en su mayoría,
por la inclusión de la etimología (abogalla, baliza, gilvo, pabilón, vesque, etc.), puesto
que atendiendo a las distintas ortografías publicadas el vocablo debía escribirse con la
misma grafía que el étimo. El criterio etimológico volvió a ganar peso en esta edición y
fue determinante en la escritura de ciertas voces. Incluso, en ocasiones, como se ha
podido comprobar, se corrigieron algunas hipótesis etimológicas formuladas en el
Diccionario de autoridades y que habían condicionado la escritura de algunas palabras
hasta la edición de 1869 (valija y sus derivados).
326
CAPITULO 4. CAMBIOS EN LA MACROESTRUCTURA DEL DRAE 1803-1899: LA INTERDEPENDENCIA ENTRE EL
DICCIONARIO Y LA ORTOGRAFÍA
1.2.2. Cambios en la escritura del fonema oclusivo velar sordo (c, k y q)
Desde los inicios de la lengua castellana el fonema velar oclusivo sordo /k/ ha estado
representado en la escritura por tres grafías distintas c, q y k 282, además de por el dígrafo
ch, que en la tradición latina quedó simplificado a esta pronunciación 283 (cfr. Cabrera
1998: 18 y 2000: 163; Sánchez Prieto 1998a: 121). Asimismo, la letra c y el dígrafo ch
eran polifónicos, es decir, correlatos de diferentes articulaciones. Cabrera (1998: 18) ha
señalado que el empleo de todas estas grafías en la escritura se debe entender como
«normas gráficas distintas que van a ir poco a poco fijándose y autoseleccionándose».
El problema, por lo tanto, es meramente ortográfico y no se debe, como en otros casos
(b y v § 1.2.1. o c/ç y z § 1.2.3.), a la representación de varios fonemas que confluyeron
en uno solo debido al reajuste del sistema consonántico del español.
En las gramáticas de los siglos XVI y XVII se señaló la identidad fónica de estas
grafías, excepto en el Diálogo de la lengua de Valdés (1535). Este tratadista pretendía
apoyar la distinción gráfica c/q en una diferencia fonética. Para él, la pronunciación
servía de guía para su correcto empleo en la escritura:
No tengo regla ninguna que daros, salvo que, pareciendome que conviene
assi, a todos los nombres que significan numero, como quatro, quarente,
pongo q, y tambien a los pronombres, como qual, y de verdad son muy
pocos los que me parecen se deven escribir con c, pero todavía ay algunos
como cuchara […] y si uno, siendo natural de la lengua, quisiere con
deligencia mirar en ello, la mesma pronunciacion l’enseñara como ha de
scrivir el vocablo, porque vera que los que se an de scribir con q, tienen la
pronunciacion mas hueca que los que se han de scrivir con c, los quales la
tienen mucho mas blanda; sé que mas vehemencia pongo yo quando digo
quaresma que no quando cuello (Valdés 2010 [1535]: 170-171).
Sin embargo, tal y como se observó en el estudio de Esteve Serrano (1982: 362),
la diferencia articulatoria propuesta por Valdés carece de fundamento, puesto que no fue
282
Sánchez Prieto (1998a: 121) indicó que con la escritura gótica desapareció casi por completo el
empleo de la grafía la k. No obstante, esta letra reaparecerá en el Siglo de Oro, aunque con un uso escaso.
283
La articulación postalveolar africada sorda es de creación romance y su representación en la
escritura con el dígrafo ch es, como señala Menéndez Pidal (1977: 62), relativamente tardía en Castilla,
puesto que primero se pasó por una etapa de vacilación y confusión alternando distintas letras o grupos de
letras (cfr. Menéndez Pidal 1977: 60-63; Esteve Serrano 1982: 310).
327
CAPITULO 4. CAMBIOS EN LA MACROESTRUCTURA DEL DRAE 1803-1899: LA INTERDEPENDENCIA ENTRE EL
DICCIONARIO Y LA ORTOGRAFÍA
documentada por ningún otro ortógrafo. Por lo tanto, las propuestas de reforma para la
distribución de c, ch, q y k en la escritura estaban basadas en el criterio etimológico y en
la tradición escrituraria y tenían como objetivo fundamental la simplificación de grafías.
Nebrija planteó en su ortografía de 1517 el problema ortográfico e intentó buscar
una solución con el fin de simplificar la ortografía. En consonancia con sus principios
teóricos, consideró que lo más oportuno era conservar las letras c y q y eliminar la k del
alfabeto debido a su procedencia extranjera y a su inutilidad en la lengua castellana (cfr.
Rosenblat 1951: XXV; Schmid 1998).
Esta propuesta fue secundada por ortógrafos como Torquemada (1552), Villalón
(1558) y, ya en el siglo XVII, Alemán (1609) y Robles (1631). Alemán, a pesar de
aceptar el dígrafo qu, seguido de vocal palatal, consideró innecesaria la u defendiendo el
empleo exclusivo de la grafía q en casos como qe, qi (cfr. Alemán 1609: 67).
La reforma de Nebrija también contó con detractores que decidieron mantener
todas las letras en el alfabeto. López de Velasco (1582), por ejemplo, teniendo en cuenta
el peso de la tradición y la etimología decidió conservar todas las grafías, aun siendo
consciente del escaso uso de la k en la lengua castellana. Al respecto, Pozuelo (1981:
26-27) considera que con esta decisión «prueba Velasco su falta de originalidad y lo que
es más grave: muestra una evidente contradicción con sus principios ortográficos
teóricos especialmente el de la ligazón ortografía-pronunciación».
Una de las propuestas más innovadora fue la de Correas (1630), quien eligió la
letra k para representar el fonema velar oclusivo sordo y desechó la c y la q, alejándose,
con esta decisión, de las ortografías de Nebrija y Alemán, con los que se mostraba de
acuerdo en otras reformas (cfr. Bustos Tovar 1998: 49). Correas, aun aceptando el
origen griego de la grafía k, la prefirió como signo único para representar el fonema
oclusivo velar sordo: «honramos kon echar á las dos c, q del Abeze, y kedarnos kon la
k» (Correas 1630: 31). Esta reforma fue criticada y rechazada por autores posteriores.
Entre ellos destaca Terreros y Pando, quien consideró que utilizar exclusivamente la k
era una novedad «extravagante» e innecesaria (cfr. Terrón 2019):
328
CAPITULO 4. CAMBIOS EN LA MACROESTRUCTURA DEL DRAE 1803-1899: LA INTERDEPENDENCIA ENTRE EL
DICCIONARIO Y LA ORTOGRAFÍA
No llevaría tan bien lo contrario como han querido algunos: esto es, que la k
supliese por la c y qu, de lo cual se burló con mucha gracia y razon
Moderno, pues decir ke kiere, ke kiera, kien nunca kiso kosa, en vez de que
quiere, que quiera, quien nunca quiso cosa, trahe á la verdad un aire
extravagante y ridículo (Terreros y Pando 1786-1793: XXVI).
Como se comprobará a continuación, la Academia tampoco aceptó esta propuesta
y decidió conservar las tres letras en representación del fonema oclusivo velar sordo.
1.2.2.1. El siglo XVIII: gestación de las ideas ortográficas de la Academia
A principios del siglo XVIII la distribución en la escritura de las grafías c, qu y k y del
dígrafo ch para representar el fonema velar oclusivo sordo todavía seguía sin fijarse. La
Academia se hizo eco de este problema en el Discurso proemial (1726):
En quanto à la Q, y su uso hai tambien entre los Autóres variedad, porque
algúnos la reputan por inútil, assi por no usarse sola, sino acompañada de la
u antes de otra vocál 284, como porque sus voces se pueden suplir
perfectamente con la C, y con la K. El uso especiál que tiene en el lenguaje
Castellano, es el de enterar las combinaciones del Ca, Co, Cu, en las dos
vocáles e, i, à fin de que se pueda expresar en lo escrito la pronunciación
Que, Qui como de una sola vocál, respecto de no haverla en la C, por la
colisión que se hace en estas dos vocáles. Fuera de estos casos quando se
pronúncian las Qu como una vocál, sino como dos separadas y distintas, no
es dudable que el mismo modo que decimos Qua, y Que, decimos tambien
Cua, y Cue, y que igualmente pronunciamos Qual, Quatro, Quaderno,
Qüestion, Eloqüencia, Freqüencia, que Cuajo, Ascua, Pascua, Cuenta,
Cuero, &c. Pero aunque esto sea cierto, y que con la K se pueda suplir el
Que, Qui, monosylabos, y que por esta consideración parezca supérflua la Q,
aun quando el uso común no huviera deprobado la singularidád de los que
han intentado descartarla, es patente la razón para que se deba conservar,
porque assi no se confunden los orígenes de las voces, y se distinguen las
que salen de la C: como Cuajo, Cuenta, de las que vienen de la Q: como
Qual, Questión, que es la basa principál sobre que estriba la Orthographía
(Diccionario de autoridades 1726: LXXV).
284
Este argumento es el que aportó Correas (1630: 30) en su ortografía con un tono irónico: «Viene
esta qu perpetuamente arrimada a la u, komo dueña con brazero, ke tiene melindre, i asko de llegarse a las
otras vokales, i las toma su boz deskortes kon guante. Kien kon esto no la echará de si por enfadosa?».
329
CAPITULO 4. CAMBIOS EN LA MACROESTRUCTURA DEL DRAE 1803-1899: LA INTERDEPENDENCIA ENTRE EL
DICCIONARIO Y LA ORTOGRAFÍA
La conservación de todas las grafías se fundamentaba en el criterio etimológico y
no se dictó ninguna regla más para su correcto uso en la escritura. En el Diccionario de
autoridades se hizo referencia también a la etimología para el empleo de la letra k:
«Tiene poquissimo uso en nuestra Lengua, y solo en aquellas voces que se toman de
otro idioma», aunque se mostraba de acuerdo con su supresión, como se observa en la
cita siguiente:
absolutamente se pudiere excluir de nuestro Alphabeto, pues su
pronunciacion se podia suplir, ò con la C fuerte, como queda dicho, con las
vocales a, o, u, ò con la C aspirada en todas: como Charidad, Cherubin,
Chimera, Choro, Chuio, ò con la Q en las vocales e, i (Diccionario de
autoridades 1726: s. v. k).
A pesar de estas declaraciones, la Academia mantuvo durante todo el siglo XVIII
la letra k en el alfabeto, ya que no era su intención «excluir letras; sino explicar el buen
uso de las recibidas, y admitidas en el Abecedario» (ORAE 1741: 179). Esta afirmación
aparecía en todas las ediciones de la ortografía del siglo XVIII.
En la primera edición de la ortografía de 1741 se ampliaron y precisaron las reglas
ortográficas ofrecidas en el Discurso proemial y el Diccionario de autoridades. Antes
de ofrecer los preceptos ortográficos, se hizo una revisión de algunos autores que habían
pretendido excluir una de estas dos grafías del alfabeto con el objetivo de simplificar la
ortografía (cfr. Martínez Alcalde 2010a: 40):
Despues escribió Paton: no se le niega á este Autor lo docto; pero su
Othographía es de poca enseñanza: refiere muchos cuentos, habla de las
letras, y en preceptos solo pone los muy comunes, y sale con la
extravagancia de condenar á destierro del Alphabeto Español á la Q en la
combinacion Cu, escribiendo cuando por quando, sin atender al orígen
conocido de estas voces, en que se fundó el continuado uso de escribirlas
con las mismas letras, que en su original se escribían. Esta reflexîon no hizo
Paton, y esta no han hecho algunos, que llevados de la hermosura de una
novedad, han querido ó seguir, ó inventar ideas de phantasía (ORAE 1741:
49-50).
330
CAPITULO 4. CAMBIOS EN LA MACROESTRUCTURA DEL DRAE 1803-1899: LA INTERDEPENDENCIA ENTRE EL
DICCIONARIO Y LA ORTOGRAFÍA
La Academia se mostraba en contra de excluir la letra q del alfabeto y de que no
se siguiese el origen en la escritura de las voces y criticaba a quien lo hacía. Además, en
el epígrafe correspondiente a la q, incluyó una reflexión sobre esta grafía y la necesidad
de mantenerla en el abecedario:
En los Españoles no hay duda de la necesidad de esta letra, la qual, aunque
pudiera escusarse, supliendo su pronunciacion con la C en las
combinaciones, en que indisputablemente es la misma, […], es indispensable
su uso en las combinaciones que, qui, en que si nos faltasse la Q estaríamos
precisados, ó á inventar cifra nueva, para significarlas en lo escrito, ó á
valernos de una letra extrangera, qual es la K, únicamente admitida en
nuestro Abecedario para las voces extrañas que la tienen en su orígen (ORAE
1741: 187-188).
La ortografía de 1741 es la que más se adhiere al principio etimológico (véase
capítulo 3). Este hecho se refleja también en las reglas para el uso de las letras c, ch, q y
k. Se recomendaba el uso de la grafía c, en las combinaciones ca, co, cu, a excepción de
aquellas voces que en su origen se escribían con k (kalendas, kalendario, Kafka, etc.) y
con q (quanto, quotidiano, quando, etc.) (ORAE 1741: 145-148). Ante vocal anterior se
empleaba siempre la grafía q, excepto en las palabras que tenían ch (chêrubin, cherva) y
k (alkermes, kalendas) en su origen. Se indicaba, además, que cuando la u que seguía a
la q se pronunciaba se debían poner dos puntos sobre la vocal para distinguir su
articulación (eloqüencia, freqüencia, etc.). En cambio, no se fijó ninguna pauta para la
escritura de los términos que tenían qua en su origen y la u no sonaba, puesto que se
ofrecía la posibilidad de escribirlas tanto con c (cantidad, calidad, etc.) como con q
(quantidad, qualidad, etc.). Posiblemente las formas escritas con q se documentaban en
los textos y se extendió en el uso, ya que, Sánchez Prieto (1998a: 122) ha señalado, al
respecto, que «Qua- inicial tónica fue usual durante la Edad Media, y aun corriente en
los impresos del Siglo de Oro» y, por ello, «habrá de considerarse grafía primaria frente
a la minoritaria cua-».
El criterio etimológico obligaba a usar el dígrafo ch en voces griegas y hebreas y
se recurría al signo circunflejo sobre la vocal siguiente para distinguir la pronunciación
331
CAPITULO 4. CAMBIOS EN LA MACROESTRUCTURA DEL DRAE 1803-1899: LA INTERDEPENDENCIA ENTRE EL
DICCIONARIO Y LA ORTOGRAFÍA
velar oclusiva sorda (châridad, Christo, Patriarchâ, Ezechîas, choripheo, etc.) de la
postalveolar africada sorda (chacina, chacotear, cháchara, etc.). Solamente se desviaba
del origen etimológico la escritura de los vocablos «cariño, y caricia, que si bien la
razon es la misma que en châridad, de quien se derivan, el uso comun las ha quitado el
H, que conserva en los otros derivados châro, y chârísimo» (ORAE 1741: 164-165).
Esta regla era resultado de la práctica utilizada en la primera edición del Diccionario de
autoridades, en el que se registraron numerosos términos con ch, algunos en contra del
uso establecido, como se aprecia, por ejemplo, en choro en cuya definición se indicaba
que se escribía con ch «y aunque freqüentemente se halla escrito con c sola, es abúso»
(Diccionario de autoridades 1729: s. v. choro). Lo mismo se señalaba en la definición
del adjetivo charo: «y aunque mui comunmente se halla escrito sin h, debe tenerla en
conseqüencia de su origen» (Diccionario de autoridades 1729: s. v. charo). Las formas
con ch se eliminaron en la primera edición del diccionario usual a favor de las variantes
sin h: coro, y sus derivados, y caro. En algunos casos se introdujeron en el diccionario
las dos formas gráficas con preferencia a la voz con el dígrafo: alchimia/alquimia,
apocha/apoca,
chalcedonia/calcedonia,
chamaleon/camaleon,
character/caracter,
charidad/caridad, chaos/caos, charisma/carisma, chorista/corista, choro/coro, etc.
En la siguiente edición de la ortografía publicada en 1754 se evitaron las críticas a
los tratadistas que habían decidido suprimir las letras c y q del alfabeto. A los ortógrafos
mencionados se añadió la propuesta de Correas. La Academia, por su parte, se siguió
mostrando partidaria de mantener todas las grafías para representar el fonema velar
oclusivo sordo (c, ch, q y k). Además, a partir de la edición de 1754 la ch adquirió el
estatus de letra: «La c seguida de la H es en Castellano una letra doble en su figura, y
sencilla en el valor» (ORAE 1754: 37); Pese a que su consideración en el diccionario
como tal no se produjo hasta la cuarta edición publicada en 1803.
En las reglas ortográficas se tuvo más presente el uso inventariado, un criterio que
en la edición de 1754 adquirió preferencia, ya que se posicionó en segundo lugar y
desplazó el origen al tercero. Igual que en la primera edición (1741), se debía utilizar
siempre la letra c en las combinaciones ca, co, cu. No obstante, en esta ocasión se apeló
332
CAPITULO 4. CAMBIOS EN LA MACROESTRUCTURA DEL DRAE 1803-1899: LA INTERDEPENDENCIA ENTRE EL
DICCIONARIO Y LA ORTOGRAFÍA
para las excepciones, además de al origen, al uso establecido, tanto para las voces con la
sílaba ca —y así se indicaba: «exceptuandose solo aquellas voces en que hubiere uso
constante de escribirlas con K, ó con la Ch de su orígen» (ORAE 1754: 35) o las que
«el uso ha conservado» la q (ORAE 1754: 64)— como para los términos escritos con las
sílabas co y cu, para los que se señalaba que «se exceptúan varias voces que conforme a
su orígen y al uso mas comun se acostumbran a escribir con Q» (iniqüo, propinqüo,
quociente) (ORAE 1754: 35-37). Asimismo, no se ofreció una regla para la combinación
qüe, la cual se podía escribir tanto con c como con q.
En cuanto a las grafías k y ch, en esta edición de la ortografía, a diferencia de la
anterior, se aconsejaba evitar su uso. Sobre la letra k se indicaba que era «ociosa é inútil
[…], á excepcion de algunos nombres que conservamos sin novedad, ó variacion
alguna de como los recibimos, los quales se escribirán con la K de su orígen» (ORAE
1754: 56-57). Sobre la ch se advirtió que
da motivo á equivocaciones, y hace difícil su escritura: y assi se debe
escusar, en quanto fuere posible, inclinando el uso á nuestros propios
caracteres, que son la c con la a, o, u, y la q con las sílabas ue y ui, […], á
excepcion de algunos nombres Hebreos, ó Griegos, en que fuere muy
notable la novedad de escribirlos sin h, como Christo, Melchîsedech (ORAE
1754: 38).
Las reglas de la edición de la ortografía de 1754 se mantuvieron vigentes durante
todas las ediciones publicadas en el siglo XVIII (1763, 1770, 1775, 1779 y 1792).
La recomendación de evitar el uso del dígrafo ch tuvo consecuencias en la obra
lexicográfica. De la primera edición del Diccionario de autoridades (1726) a la segunda
(1770) y la primera del diccionario usual (1780) se cambió la grafía de ch a c o qu en
algunos términos: anachoreta > anacoreta, anarchia > anarquía, antechoro >
antecoro, archangel > arcángel, architecto > arquitecto, architectura > arquitectura,
architrabe > arquitrabe, anchusa > ancusa, bachara > bacara, epocha > epoca,
catechista > catequista, eschela > esquela, etc. Otros, en cambio, se mantuvieron en el
diccionario escritos con el dígrafo ch durante todo el siglo XVIII, tal y como se había
333
CAPITULO 4. CAMBIOS EN LA MACROESTRUCTURA DEL DRAE 1803-1899: LA INTERDEPENDENCIA ENTRE EL
DICCIONARIO Y LA ORTOGRAFÍA
indicado en las distintas ediciones de la ortografía (ORAE 1754-1792). Este es el caso
de las voces antechîno, chîmera, chîmica, hemistichîo, etc.
Lo mismo ocurrió con la grafía k, la cual se había calificado desde la edición de la
ortografía de 1754 como «inútil», aunque se conservaba en algunas palabras. Por esta
razón se suprimieron en la edición del diccionario de 1780 algunas voces escritas con k,
como kalendario, kalendas, kyriar, etc.
Finalmente, también se añadieron, tal y como se había indicado en la ortografía,
los dos puntos sobre la u cuando esta se pronunciaba: eloquente > eloqüente, frequente
> freqüente, etc.
Respecto a los vocablos escritos con c y qu, no hubo modificaciones significativas
en las ediciones del diccionario del siglo XVIII.
1.2.2.2. El siglo XIX: la norma ortográfica a través del diccionario
Al inicio del siglo XIX existían cuatro grafías para representar en la escritura el fonema
velar oclusivo sordo: c, ch, q y k. Debido a la pluralidad gráfica, la Academia llevó a
cabo una serie de reformas ortográficas con el objetivo de simplificar la representación
en la escritura de este fonema. A continuación, se van a examinar estas modificaciones
en cada una de las ediciones del diccionario académico.
Las primeras alteraciones se produjeron en la edición del diccionario de 1803. En
el prólogo de la obra se advirtieron las reformas ortográficas, las cuales se aplicaron de
manera sistemática a las palabras de la nomenclatura del repertorio. Estos cambios
afectaban a las grafías que ya habían sido tachadas de innecesarias desde la ortografía
de 1754: la ch y la k. Por un lado, se decidió conservar exclusivamente la grafía ch para
la representación del fonema postalveolar africado sordo [tʃ]:
Siguiendo la Academia estos principios para simplificar mas y mas la
escritura, ha suprimido el signo llamado capucha en las palabras en que la ch
no tenia el mismo valor y sonido que chapin y otras semejantes, y ha
trasladado aquellas á las letras equivalentes, con las quales deben escribirse
en los sucesivo. Así las voces chîmera, chîmérico, chîmerizar, chîmia,
334
CAPITULO 4. CAMBIOS EN LA MACROESTRUCTURA DEL DRAE 1803-1899: LA INTERDEPENDENCIA ENTRE EL
DICCIONARIO Y LA ORTOGRAFÍA
chîmica, que por medio del signo expuesto se pronunciaban con un sonido
diferente del de la ch, se han colocado en las combinaciones de la q, al modo
que se ha hecho yá con las palabras que podian reducirse y se han reducido
en efecto á la combinacion ca. Por igual razon de conservar á la ch
solamente el sonido cha, se ha suprimido la h en todas las voces en que no
tiene ese mismo valor, como en Christo, y sus derivados; pues no hay
diferencia alguna entre ellas y las demas que segun los principios
establecidos, se ha trasladado á otros caracteres equivalentes, para excusar
equivocaciones y hacer mas fácil y corriente la escritura (DRAE 1803:
prólogo).
Como se señalaba en el prólogo, el cambio de ch a c o q ya se había empezado a
llevar a cabo en algunas palabras, aunque en otras se había conservado la ch por ser
todavía «muy notable la novedad de escribirlos sin h» (ORAE 1754: 38). A partir de
esta edición del diccionario, el dígrafo ch se usó para representar solamente el fonema
postalveolar africado sordo. Por lo tanto, en esta edición del diccionario se cambió en
todas las voces de la nomenclatura la grafía ch por c cuando se encontraba delante de
consonante o a final de dicción 285 (almastech > almástec, achristianado > acristianado,
Jesuchristo > Jesucristo, etc.), y por qu, cuando le seguía una vocal palatal (chîmerico
> quimérico, chîmica > química, etc.). Asimismo, en los casos en que las dos variantes
gráficas se hallaban en el diccionario, se suprimió la forma escrita con ch (alchîmia,
chîmera, etc.).
Por otro lado, se decidió excluir la letra k del alfabeto:
Últimamente se ha excluido la k de todas nuestras voces, poniendo las que
ántes se escribían con ella en las combinaciones ca, cu y que, qui, que son de
una pronunciacion equivalente. Pero se ha conservado su figura y noticia en
el Diccionario, para saber su valor en los nombres extrageros, en que se usa
de ella, los quales si no, podrian desconocerse facilmente (DRAE 1803:
prólogo).
Tal y como se indicó en el prólogo, en el cuerpo del diccionario se conservó sin
ninguna modificación el artículo lexicográfico dedicado a la letra k. Sin embargo, se
285
Es una excepción el término fadrich (1791-1817), variante antigua apocopada de fadrique, forma
no registrada en ninguna edición del diccionario académico.
335
CAPITULO 4. CAMBIOS EN LA MACROESTRUCTURA DEL DRAE 1803-1899: LA INTERDEPENDENCIA ENTRE EL
DICCIONARIO Y LA ORTOGRAFÍA
cambió 286 la grafía k por c o q en todos los términos del lemario. En la tabla 13 se han
representado algunos ejemplos:
DRAE 1791
k
DRAE 1803
c
k
q
Ejemplos
kali > cali
alkali > álcali
alkermes > alquermes
kiries > quirie
kirieleyson > quirieleyson
kermes > quermes
Tabla 13.
Asimismo, en los pocos casos en que las dos variantes gráficas formaban parte de
la nomenclatura se eliminó la forma con k (alkalino, etc.).
Las nuevas reglas gráficas presentadas en el prólogo de la edición del diccionario
de 1803 y puestas en práctica en el cuerpo de la obra se trasvasaron a la octava edición
de la ortografía. Por lo tanto, los cambios ortográficos se iniciaron en el diccionario y
acabaron imponiéndose como norma en la ortografía. En la edición de 1815 ya no
aparecía descrita la grafía k ni se señalaba nada sobre el valor velar oclusivo sordo del
dígrafo ch. Además, también se propusieron nuevas reformas con el propósito de
simplificar todavía más la escritura. En esta ocasión el cambio afectó a la letra q en los
casos en los que la u de detrás se pronunciaba:
Solo se escribirán con q aquellas voces en que la u que la sigue se elide sin
pronunciarse, como sucede en las combinaciones de que y qui en las voces
queja, querer, quicio, quijada; y se reservarán a la c exclusivamente todas
aquellas en que suena la u (ORAE 1815: 44) 287.
En opinión de Salvador (1987: 25), esta decisión fue rápidamente aceptada en la
sociedad:
286
A excepción de la voz almanak (1803) > almanac (1817-2014), que cambió la grafía en 1817.
Según los datos ofrecidos por Salvador (1987: 27) en su discurso de ingreso a la Academia, no se
discutió mucho sobre este cambio ortográfico y el acuerdo definitivo sobre la q se tomó en la junta del 10
de enero de 1815.
287
336
CAPITULO 4. CAMBIOS EN LA MACROESTRUCTURA DEL DRAE 1803-1899: LA INTERDEPENDENCIA ENTRE EL
DICCIONARIO Y LA ORTOGRAFÍA
La determinación era tan acorde con el uso que se había extendido y tan clara y
precisa en la distribución del único fonema entre los dos signos, según la vocal
siguiente (la posición en grupo consonántico o final de sílaba las cubría
exclusivamente la c), que la regla se generalizó sin esfuerzo y fue aceptada de buen
talante por autores e impresores (Salvador 1987: 25).
Como consecuencia de esta regla, en la edición del diccionario de 1817 se añadió
en la definición de la letra q que «se remitirán a la c todas las voces en que suene ó se
pronuncia esta vocal» (DRAE 1817: s. v. q) y se cambió la grafía q por c en todos los
términos del lemario en los que la u se pronunciaba. La modificación, por lo tanto, tuvo
un alcance total y afectó a 296 voces. En la tabla 14 se observan algunos ejemplos:
DRAE 1803
q
DRAE 1817
c
Ejemplos
aquosidad > acuosidad
conseqüencia > consecuencia
freqüencia > frecuencia
pasqüilla > pascuilla
propinqüo > propincuo
quadril > cuadril
qual > cual
qüestor > cuestor
Tabla 14.
A esta modificación se exceptuaron los vocablos propincuidad y propincuísimo,
en los que se cambió la grafía de q a c en la edición del diccionario de 1822, colicuecer,
en 1832, y licuefacción, en 1852. Asimismo, cuando se encontraban las dos variantes
gráficas en el diccionario se suprimió la forma escrita con la grafía q (seqüestracion,
seqüestrado, seqüestrar, etc.). El uso de la letra q exclusivamente combinado con las
vocales palatales se ha mantenido vigente hasta la actualidad. Cabe destacar que en la
gramática de 1870 la q pasó a considerarse una letra «simple en el sonido y doble en la
escritura á la manera que la ch, la ll y la rr» (GRAE 1870: 319).
337
CAPITULO 4. CAMBIOS EN LA MACROESTRUCTURA DEL DRAE 1803-1899: LA INTERDEPENDENCIA ENTRE EL
DICCIONARIO Y LA ORTOGRAFÍA
También en la edición del diccionario de 1817 se modificó el artículo dedicado a
la letra k, en el que se indicaba que esta grafía ya no pertenecía al alfabeto castellano, tal
y como se había decidido en el prólogo de la edición de 1803:
DRAE 1803
K. Duodécima letra de nuestro abecedario, y
novena de las consonantes, pertenece á la
clase de las que llamamos mudas. Solo se usa
en algunas voces tomadas de otros idiomas, y
aun en estas se puede suplir con la C ántes de
las vocales A, O, U y con Q, U, ántes de la E,
I.
DRAE 1817-1852
K. Esta letra, que se ha contado hasta ahora
como perteneciente a nuestro abecedario, solo
se usa en algunas voces tomadas de otros
idiomas, y aun en estas se puede suplir con la
C antes de las vocales A, O, U, y con la Q,
interponiéndose la U antes de la E, I.
Tabla 15.
Algunos ortógrafos coetáneos no se mostraron de acuerdo con la decisión tomada
por la Academia de eliminar la letra k del alfabeto. Sicilia, por ejemplo, criticó esta
propuesta en su ortografía de 1827:
Aunque la letra k haya sido siempre considerada en el alfabeto español como
una letra extrangera, no por eso fué nunca excluida de él, ni en mi concepto
deberia excluirse, aun cuando no ofreciese mas servicio que el conocimiento
fijo y seguro de la articulacion de c fuerte que representa sobre todas cinco
vocales. La Academia la ha excluido sin embargo con el fin de simplificar el
alfabeto. Pero esto no es bastante para impedir que se haga uso de ella en la
nomenclatura ortológica de las articulaciones (Sicilia 1827: 40).
No obstante, en la siguiente edición de 1832 no se refirió a la exclusión de esta
grafía.
Por su parte, la Academia exceptuó la letra k del abecedario hasta la edición del
Prontuario de ortografía de 1854. En esta edición se volvió a incluir en el alfabeto,
aunque se indicaba que solamente «se usa en castellano para escribir unas pocas voces
tomadas de idiomas extranjeros, como kirieleisón, kilómetro, kilógramo» (Prontuario
1854: 48). Esta decisión entraba en contradicción con el principio de simplicidad de la
ortografía, expuesto desde el prólogo de la edición del diccionario de 1803, puesto que
se volvieron a emplear tres grafías para representar un único fonema (/k/: c, k, q).
338
CAPITULO 4. CAMBIOS EN LA MACROESTRUCTURA DEL DRAE 1803-1899: LA INTERDEPENDENCIA ENTRE EL
DICCIONARIO Y LA ORTOGRAFÍA
Como consecuencia de la restitución de la k, en la edición de 1869 del diccionario
se cambió el artículo de esta letra, el cual se había conservado sin modificaciones desde
la edición de 1817 hasta la de 1852 (véase tabla 15):
K. Duodécima letra del alfabeto castellano, y novena de las consonantes. Ha
estado en desuso por espacio de bastantes años, supliéndose, como todavía
se suple en algunos vocablos, con la C ántes de las vocales A, O, U y con la
Q, interponiéndose la U, ántes de la E y de la I (DRAE 1869: s. v. k).
Además, en esta edición del diccionario se incluyeron palabras con k (kabila,
kaid, kan, karaita, képis, kilogramo, kurdo, cok, etc.), algunas de ellas como variantes
de las formas escritas con c o con q (kadí, kalenda y kalmuko). También se sustituyó la
grafía a favor de la k en algunas voces: quermes > kermes, quirieleison > kirieleisón,
quirie > kirie. Por lo tanto, esta letra no solamente se utilizó en palabras de nueva
incorporación, sino que también se volvió a emplear en formas ya registradas en el
lemario.
Posteriormente, en la edición de la gramática de 1870 se incluyeron en el catálogo
final todos los términos que se podían escribir con k. Estos son: Kabila, Kaleidoscopio,
Kalmuco, Kan, Kantismo, Karaíta, Kepis, Kermes, Kiliárea, Kilogramo, Kilolitro,
Kilómetro, Kiosko, Kirie, Kisto, Kostka (San Estanislao de), Kurdo. Todas estas voces
ya habían sido introducidas en la edición el diccionario de 1869, excepto kantismo que
se incluyó en 1884. La palabra kisto, con el significado perteneciente al ámbito de la
medicina, solamente se registró con k en la undécima edición, ya que en la siguiente se
modificó la grafía de k a q: quiste. Este término ya había sido recogido con k en el
diccionario de Terreros y Pando (1787) y en el suplemento del diccionario de Gaspar y
Roig (1855), en este último con la misma definición que se propuso en el diccionario
académico de 1869. También en la duodécima edición se cambió la escritura de algunas
voces con el objetivo de adaptarlas a la ortografía castellana, proceso que destacó en la
edición de 1899. Este es el caso de kiosko (1869) > kiosco (1884-2014) y níkel (1869) >
níquel (1884-2014) (Clavería 2016a: 171). En la edición de 1899 se incluyó la variante
339
CAPITULO 4. CAMBIOS EN LA MACROESTRUCTURA DEL DRAE 1803-1899: LA INTERDEPENDENCIA ENTRE EL
DICCIONARIO Y LA ORTOGRAFÍA
con quiosco y pasó a ser considerada como forma preferida por la Academia: «Kiosco.
m. Quiosco» (DRAE 1899: s. v. kiosco).
Finalmente, en la edición de la gramática de 1895, la inmediatamente anterior a la
publicación de la edición del diccionario académico de 1899, es menor el número de
voces que aparecen escritas con k. Los términos que no se encuentran en la lista son los
siguientes: kabila, kaleidoscopio, kalmuco, kisto, kurdo. Como ya se ha indicado, kisto
modificó la grafía de k a q en la edición de 1884. La ausencia de estas voces en la
gramática de 1895 tuvo consecuencias en la edición del diccionario de 1899. Por un
lado, se eliminó kalmuco a favor de la variante calmuco (1837-2014). También se
suprimieron otras palabras escritas con k, como kadí, kaid, kalenda, kármes o fakir. La
voz kurdo, en cambio, se ha mantenido en el diccionario hasta la actualidad conviviendo
desde 1899 con la variante con c, que pasó a ser la forma preferida por la Academia. Por
otro lado, se cambió la grafía k por c o q en cokera > coquera, kabila > cabila, kaid >
caid, karaita > caraíta, kepis > quepis mazurka > mazurca y ukase > ucase. La
modificación de k a q en quepis y ucase se produjo a pesar de que en sus lenguas de
origen se escribían con k, como se indicaba en los propios artículos lexicográficos: «Del
fr. kepis» (DRAE 1899: s. v. quepis) y «Del ruso ukasati, indicar» (DRAE 1899: s. v.
ucase). Por último, destacó esta edición por la inclusión de variantes con c o q de
vocablos que ya aparecían escritos con k anteriormente en el diccionario: coque, quili,
quiliárea, quilográmetro, quilogramo, quilolitro, quilométrico, quilómetro, quiosco, etc.
Por lo tanto, todas las modificaciones de la edición de 1899 fueron a favor de las
letras c y q. Las restricciones del uso de la letra k denotan un cambio de orientación
respecto a las dos ediciones anteriores de 1869 y 1884 en las que se había priorizado el
empleo de k, especialmente en voces extranjeras. En opinión de Clavería (2016a: 147),
en la última edición se observa «un incipiente cambio en los criterios de admisión de los
préstamos y su adaptación en aquella época».
Cabe destacar, además, que en la edición del diccionario de 1899 se cambió la
grafía de q a c en el término tepeizcuinte, posiblemente como consecuencia de la
340
CAPITULO 4. CAMBIOS EN LA MACROESTRUCTURA DEL DRAE 1803-1899: LA INTERDEPENDENCIA ENTRE EL
DICCIONARIO Y LA ORTOGRAFÍA
inclusión del origen en el paréntesis etimológico: «Del mejic. tépetl 'monte' e izcuintli
'perro'» (DRAE 1899: s. v. tepeizcuinte).
1.2.2.3. Recapitulación
En el siglo XIX la Academia pretendía fijar unas reglas para el uso en la escritura de las
grafías que representaban el fonema velar oclusivo sordo que, a inicios del siglo, eran
cuatro c, ch, q y k. Con el objetivo de simplificar la ortografía, en el prólogo de la
edición del diccionario de 1803 se decidió conservar solamente la c, combinada con a,
o, u, y la qu, por lo que se eliminó del alfabeto la letra k y se suprimió el valor velar
oclusivo sordo a la ch. Estas decisiones se pusieron en práctica en las voces de la
edición de 1803 y se trasvasaron a la ortografía de 1815. Es un cambio, por lo tanto, que
se inició en el diccionario y que se llevó a cabo de manera sistemática en todas las
palabras de la nomenclatura, por lo que tuvo un alcance general. Además, en la edición
de la ortografía de 1815 se reajustó la distribución de las grafías c y q en la escritura. A
partir de este momento se decidió utilizar la qu únicamente para los casos en que la u no
se pronunciaba. La regla comportó cambios de primer orden en la macroestructura de la
edición del diccionario de 1817, ya que se escribieron con la c todas las voces con la
característica enunciada anteriormente (cuatro, cuaderno, cuota, frecuente, etc.). Las
reformas de 1815 se han mantenido vigentes hasta la actualidad.
Por lo que respecta a la grafía k, en la edición del Prontuario de 1854 se decidió
volver a restituirla en el alfabeto castellano como consecuencia de la escritura de voces
extranjeras. Esta decisión no cumplía con el objetivo de simplificación de la ortografía,
repetido desde el prólogo de la edición del diccionario de 1803, ya que se volvieron a
usar tres grafías distintas para representar un único fonema (/k/: c, q, k). En las ediciones
del diccionario de 1869 y 1884 se incluyeron voces con k en el lemario (kaid, karaita,
képis, kilogramo, kantiano, etc.), especialmente extranjerismos. En la edición de 1899
se observa un cambio con respecto al empleo de la k en relación con los criterios de
admisión de los préstamos y su adaptación. Se prioriza la escritura con las grafías c y q.
341
CAPITULO 4. CAMBIOS EN LA MACROESTRUCTURA DEL DRAE 1803-1899: LA INTERDEPENDENCIA ENTRE EL
DICCIONARIO Y LA ORTOGRAFÍA
Debido a ello algunas formas incluidas en las dos ediciones anteriores modificaron la
escritura (kabila > cabila, kaid > caid, karaíta > caraíta, kepis > quepis). También se
introdujeron variantes gráficas con c o q de voces que ya aparecían registradas en el
diccionario con k (quilogramo, quiliárea, quilolitro, etc.).
1.2.3. Cambios en la escritura del fonema fricativo interdental sordo (c/ç y z)
En diversos estudios se recoge que en el castellano medieval el subsistema de sibilantes
estaba integrado por siete 288 fonemas (cfr. Rosenblat 1951: XII; Alonso 1967: 79-371;
Menéndez Pidal 1977: 112; Lapesa 1986: 373; Cano Aguilar 2018 [2004]: 838; Penny
2000: 42-45, 2012 [1993]: 120-125 y 2018 [2004]: 602-606). Seis de estos fonemas se
organizaban en tres parejas que se oponían por la correlación de sonoridad:
Sordos
Sonoros
Africada dental
/ts/
/dz/
Fricativa alveolar
/s/
/z/
Fricativa prepalatal
/ʃ/
/ʒ/
Tabla 16. Los fonemas sibilantes del español medieval
(Penny 2012 [1993]: 120)
La pareja de africadas dentales, analizada en este epígrafe, se representaba en la
escritura con las grafías siguientes: /ts/: c/ç (decir ‘bajar’, caça, plaça) y /dz/: z (dezir
‘decir’, fazer).
A lo largo de los siglos XIV-XVII las sibilantes medievales sufrieron una serie de
alteraciones que se relacionan con la propia constitución del subsistema. En primer
lugar, se produce la debilitación de las africadas que se convirtieron en fricativas. La
opinión más difundida entre los historiadores de la lengua sitúa durante los siglos XIV y
XV la fecha en la que las africadas dentales empezaron a debilitarse hasta realizarse
como fricativas, aunque el momento de la evolución no es determinable con exactitud
288
Siguiendo el estudio de Penny (2010 [1993]: 120), no se ha incluido en la tabla en la que se
exponen los fonemas de sibilantes del español medieval el fonema /tʃ/, «pues ha llegado inalterado hasta
la lengua moderna».
342
CAPITULO 4. CAMBIOS EN LA MACROESTRUCTURA DEL DRAE 1803-1899: LA INTERDEPENDENCIA ENTRE EL
DICCIONARIO Y LA ORTOGRAFÍA
(cfr. Cano Aguilar 2018 [2004]: 833-838 y Penny 2000: 42-45, 2012 [1993]: 120-122 y
2018 [2004]: 603- 604). En opinión de Penny (2012 [1993]: 121) parece probable que el
cambio se llevara a cabo durante el siglo XV. A finales de la Edad Media el sistema de
sibilantes contaba con seis fricativas:
Sordos
Sonoros
Fricativa dental
/ş/
/z̧/
Fricativa alveolar
/s/
/z/
Fricativa prepalatal
/ʃ/
/ʒ/
Tabla 17. El sistema español de sibilantes a principios del siglo XVI
(Penny 2012 [1993]: 121)
También en este período 289 se empezó a difundir desde el norte de la Península la
pérdida de la sonoridad de los tres fonemas sonoros, confluyendo con sus correlatos
sordos 290. Así lo ha expresado Penny:
Parece razonable concluir que el sistema de seis fonemas sibilantes,
establecido para el castellano alfonsí, había cambiado por otro de sólo tres
fonemas mucho antes del fin de la Edad Media, en ciertas comarcas
castellanas (Cantabria, norte de Burgos, etc.), y que esta nueva modalidad se
extendió social y geográficamente hasta alcanzar la lengua normativa en la
segunda mitad del s. XVI (Penny 2000: 42-45).
289
En los estudios ha sido muy discutida la fecha de ensordecimiento de los fonemas sonoros. La
opinión más difundida, que parte del estudio de Dámaso Alonso (1972), es que en la zona norte quizá
ocurrió incluso antes del siglo XIV. Para defender esta hipótesis Alonso (1972: 131) expuso en su trabajo
los datos que ofreció Tomás Navarro procedentes de Documentos lingüísticos del Alto Aragón. En estos
textos abundan «enormemente» desde el siglo XIII al XV las confusiones de ç y z (también de s y ss).
Posteriormente, también Penny (2018 [2004]: 603-604) trae a colación los ejemplos que aportó
Lapesa de intercambio de ç con z, los cuales datan de principios del siglo XIV. Este hecho le lleva a
afirmar que ya en la Baja Edad Media «los escribas no distinguían fonológicamente entre sibilantes
sordas y sonoras». Al respecto, señala que «estos y otros testimonios nos permiten concluir que en el
centro-norte de la Península, desde principios del s. XIV si no antes, algunos hablantes confundían las
sibilantes sonoras con las sordas». Todos estos ejemplos han servido para situar la confusión en el Norte
antes del siglo XIV.
290
También se ha discutido en la bibliografía sobre qué fenómeno ocurrió antes, la fricación o el
ensordecimiento. Posiblemente, como ya afirmó Ariza (1994: 225), «en unas zonas fuese antes la
fricatización y en otras el ensordecimiento».
343
CAPITULO 4. CAMBIOS EN LA MACROESTRUCTURA DEL DRAE 1803-1899: LA INTERDEPENDENCIA ENTRE EL
DICCIONARIO Y LA ORTOGRAFÍA
A partir del siglo XVI el subsistema de sibilantes del español solamente contó con
un fonema fricativo dental sordo representado en la escritura por tres grafías distintas
que se habían mantenido de la vieja oposición fonética: /ş/: c, ç y z. Cano Aguilar (2008
[1988]: 238) ha afirmado que la igualación se hizo general a todo el territorio español
desde la segunda mitad del siglo XVI. Posteriormente, desde finales de siglo, se produjo
el cambio en el punto de articulación de dental a interdental y adquirió la pronunciación
moderna con /θ/, la cual «no debió consolidarse hasta fines del XVII» (Cano Aguilar
(2008 [1988]: 240).
Como analizó Alonso (1967), las alteraciones comentadas anteriormente fueron
documentadas en las gramáticas de los siglos XVI y XVII. Algunos ortógrafos como
Busto (1533), Torquemada (1552), Villalón (1558), López de Velasco (1582), Alemán
(1609) o Robles (1631) defendían la distinción de los dos fonemas y denunciaban en sus
obras dicha confusión. López de Velasco, por ejemplo, dio cuenta de ello en su obra:
De ser tan propincuo y parecido el sonido de la, ç cedilla al de la z, viene a
no percebirse por todos, la differencia que ay del uno al otro: y el error y
confussion que ay en la pronunciacion dellas, no solo entre gentes sin letras,
pero entre curiosos y obligados a saberlo: de cuya causa no puede fiarse la
escriptura de sola la pronunciacion (López de Velasco 1582: 76-77).
Otros gramáticos, en cambio, como Valdés (1582), Jiménez Patón (1614), Correas
(1630), Bravo Grajera (1634) o Villar (1651) asumían la igualación en un único fonema.
Por ejemplo, Jiménez Patón (1614: 32) indicaba sobre la ç que «se pronuncia como zeta
Griega, poniendole debaxo una zerilla como en estas dicciones Zapato, çapato, zedaço,
zarça, çeniça, çieno».
El problema fonológico documentado en las gramáticas de la época derivó en una
complicación ortográfica, ya que, a pesar de no existir diferencia en la pronunciación, la
distinción en la ortografía se mantuvo, por lo que existían en español tres grafías para
representar un mismo fonema. Hasta entonces, la pronunciación había servido como
árbitro en la escritura, pero ya no era posible recurrir a la articulación de los fonemas
para distinguir el empleo de las tres grafías. Debido a ello, los tratadistas de estos siglos
344
CAPITULO 4. CAMBIOS EN LA MACROESTRUCTURA DEL DRAE 1803-1899: LA INTERDEPENDENCIA ENTRE EL
DICCIONARIO Y LA ORTOGRAFÍA
pretendieron sistematizar el empleo de las grafías c/ç y z aportando unas reglas para su
correcto uso en la escritura (cfr. Esteve Serrano 1982: 207-236). Una de las reformas
ortográficas más revolucionarias fue la de Correas en su ortografía de 1630 291, quien
propuso utilizar siempre la grafía z para representar el fonema fricativo interdental sordo
y rechazó el uso de c y ç (cfr. Bustos Tovar 1998: 53).
El sistema de Correas tuvo sus detractores en el siglo XVIII como, por ejemplo,
Terreros (1786-1793), quien decidió emplear solamente la letra c «siempre que se sigue
e ó i, pues tiene el mismo sonido o valor» que la z (Terreros y Pando 1786-1793:
prólogo). Como se expondrá más adelante, a pesar del intento de sistematización de las
grafías, fue la Academia en el siglo XVIII quien rechazó la letra ç, dejando solamente la
c y la z.
1.2.3.1. El siglo XVIII: gestación de las ideas ortográficas de la Academia
Desde los orígenes, la Academia se lamentó de la falta de coherencia en las autoridades
en los usos gráficos para representar el fonema fricativo interdental sordo. Conink dio
cuenta de ello en la elaboración de la guía ortográfica (cfr. Freixas 2016):
Para que se eche de ver á lo que llega la suma variacion; y desigualdad en el
modo de escribir, basta para prueba decir, que esta voz acechar se halla
escrita, á lo menos, de cinco modos, porque Antonio de Nebrixa, Don
Bernardo de Alderete, Lope de Vega, y otros, la escriben con dos ss diciendo
assechar; Don Sebastian de Covarrubias; Don Francisco de Quevedo, y
otros, unas veces con c, otras con z, y otras con ç; y el Obispo Manero la
trahe con h, escribiendo hazechar en su Apologia de Tertuliano (Conink, h.
1716: 420-421).
Con el objetivo de solucionar este problema, la Academia reguló el uso de las
letras ç y z, pues consideraba que representaban un mismo fonema (cfr. Pozuelo 1987:
1175). Según ha contrastado Freixas (2016), este problema preocupó a la corporación
desde sus inicios y así se refleja en las Actas de las juntas celebradas en los años previos
291
Cabe destacar que en 1625 Correas propuso utilizar la c delante de e, i en palabras de origen latino.
Esta reforma fue rectificada en su tratado de 1630.
345
CAPITULO 4. CAMBIOS EN LA MACROESTRUCTURA DEL DRAE 1803-1899: LA INTERDEPENDENCIA ENTRE EL
DICCIONARIO Y LA ORTOGRAFÍA
a la publicación del Diccionario de autoridades. En la investigación de Freixas (2016)
se aportan datos reveladores sobre esta cuestión gracias al análisis de un texto de
Bartolomé Alcázar fechado en 1715, anterior a la redacción del Discurso proemial de
Adrián Conink, presentado en juntas del año 1716 292, el cual acabó por imprimirse entre
los preliminares del Diccionario de autoridades (1726).
Alcázar (1715) expuso en su texto, titulado Sobre si la Z es letra castellana, que
la z es una letra «castellana» y rigió su uso atendiendo a las costumbres consolidadas y a
la etimología. Asimismo, desaconsejaba utilizar la grafía ç «por tener menor raigambre
en la tradición ortográfica española y un uso limitado, ya que “se inbentó para suavizar
la aspereza de la C” (Alcázar 1715: 118)» (Freixas 2016: 120). En el Discurso proemial
se siguió la propuesta de Alcázar y se rechazó la ç por considerarse innecesaria en la
ortografía castellana y con la misma pronunciación que la z:
no obstante, el medio mas conveniente y oportúno es retener la z, y no usar
de la ç: lo uno, porque la z es letra general para princípio, medio y fin de
qualesquiera vocablos, lo que no compete ni es capáz de adaptarse à la ç,
respecto de que muchas veces en el medio no se puede usar de ella, y en el
fin nunca […], y lo otro, porque haviéndose inventado la ç únicamente para
suplir el defecto de la combinacion del Ce, Ci, en las tres vocales a, o, u, à
fin de pronunciar ça, ço, çu, en lugar de Ca, Co, Cu: lográndose esto mismo,
y con la misma igualdád y blandúra el dia de oy con la z, realmente se puede
reputar por supérflua la ç (Diccionario de autoridades 1726: LXXIII).
Con esta decisión se planteó por primera vez una propuesta reformista que excluía
la grafía ç del alfabeto. Así se trasvasó al Diccionario de autoridades y se describió en
la entrada dedicada a la c, ya que la ç, al no constituir una letra, no tenía artículo propio
en el diccionario:
292
Freixas (2016) no se muestra de acuerdo con otras investigaciones en las que se señala que fue
entre 1720 y 1721 cuando Conink presentó en las juntas una primera versión del tratado de ortografía
(Lázaro Carreter 1972; Sarmiento 1978, 2001; Zamora 1999; Azorín 2006; Blecua 2006; Carriscondo
Esquivel 2006; Martínez Alcalde 2010a; García Santos 2011; Alcoba 2012). Esta autora afirma que estas
fechas deberían adelantarse, puesto que el texto puede datarse en 1716 gracias a la referencia al escrito de
Alcázar sobre el que indica Conink que se redactó «el año passado de 1715».
346
CAPITULO 4. CAMBIOS EN LA MACROESTRUCTURA DEL DRAE 1803-1899: LA INTERDEPENDENCIA ENTRE EL
DICCIONARIO Y LA ORTOGRAFÍA
Si à la c se le añade una virgulilla por abaxo en esta forma ç, se constitúye
nueva letra própia y peculiar de la Léngua […], la qual entre los Castellanos
se pronúncia generalmente del mismo modo que la z, y sin la menor
distincion (Diccionario de autoridades 1729: s. v. c).
También en el artículo encabezado por el lema zedilla se describió la igualación
de ç y z:
ZEDILLA. s. f. dim. de Zeda. La letra antigua nuestra, que se formaba de
una c, y de una virgulilla, ù tilde unido debaxo (como esta ç) cuya
pronunciacion, que la de la z, aunque segun algunos con mayor suavidad, la
que por imperceptible, y demas razones, que se exponen en el discurso
Proemial, se ha excluído de nuestro Alphabéto, como no necessaria
(Diccionario de autoridades 1739: s. v. zedilla).
En la primera edición de la ortografía se reiteró la exclusión de la grafía ç, que se
fundamentaba en «peso de razon, con que debe proceder un sentado, pero rígido juicio»
(ORAE 1741: 148). Asimismo, se aportó un nuevo argumento a favor de su omisión
basado en las confusiones que generaba el empleo de la letra ç: «el uso de la ç está
expuesto á equivocaciones, y algunas menos dignas, como en esta palabra caza 293».
Por lo tanto, desde el Discurso proemial solamente quedaron las grafías c, seguida
de vocal palatal, y z para representar el fonema fricativo interdental sordo. La decisión
posiblemente se atribuía a la distinción en la pronunciación de ambas letras. Así se
describió en el Diccionario de autoridades en los artículos lexicográficos dedicados a
las grafías c y z:
293
Este argumento fue criticado duramente por Sicilia (1827: 132-133). Para este autor, este criterio
no era una razón de peso para excluir la ç del alfabeto y para justificar su opinión expuso otro argumento:
«La segunda razon de que el uso de la cedilla estaba expuesto á algunas equivocaciones ridículas, no es
ciertamente digna de una corporación de tanta gravedad y respeto. Si, como yo lo creo, es cierto lo que
sobre esto me contó un Académico antiguo, la palabra caza le revolvió el estómago un dia á otro
individuo de la misma Academia, personage muy subido de títulos y grandezas, porque á un amigo suyo
que le escribia ofreciéndole parte de la caza que haria en una partida de campo á que se disponia, se le
olvidó poner a la cedilla, de que hacia uso, su pequeña cola. Este académico, altamente humillado con
semejante olvido, se declaró desde aquel instante enemigo mortal de esta pobre letra, y no paró hasta que
obtuvo que la Academia la proscribiese y la expatriase. Un gran número de leyes se hacen así en el
mundo».
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CAPITULO 4. CAMBIOS EN LA MACROESTRUCTURA DEL DRAE 1803-1899: LA INTERDEPENDENCIA ENTRE EL
DICCIONARIO Y LA ORTOGRAFÍA
C. […] Antes de las dos vocáles e, i: como en celeste, ceder, cirio, civil, se
pronuncia blandamente cerrando un poco los dientes, y llegando à ellos con
la punta de la lengua (Diccionario de autoridades 1729: s. v. c).
Z. […] su pronunciacion es de letra muda, parecida à la de la c, quando
hiere a las vocales e, i, aunque mas fuerte (Diccionario de autoridades 1739:
s. v. z).
Como se observa, se estableció una distinción basada en el rasgo blando/fuerte.
La descripción fonética de la z se mantuvo sin alteraciones en todas las ediciones del
diccionario publicadas en el siglo XVIII (1780, 1783, 1791) y en la primera del siglo
XIX (1803). La articulación de la c, en cambio, se eliminó de la definición. Por lo tanto,
en todas las ediciones dieciochescas del diccionario la c y la z no representaban el
mismo fonema, puesto que siempre se usó el adjetivo parecida.
Sin embargo, en la ortografía de 1741 se defendió la igualación fonética de c y z.
En el epígrafe correspondiente a la letra c se indicaba que cuando esta va seguida de e, i
«se pronuncia como Z» (ORAE 1741: 145). Esteve Serrano (1982: 231) señala que la
Academia defendió el criterio igualador hasta la octava edición de la ortografía (1815).
No obstante, lo cierto es que, aunque muy sutilmente, en la edición de la ortografía de
1754, se hizo una precisión en la descripción de la c, cuando a esta le seguía una vocal
palatal, que deja entrever una pequeña diferencia en la articulación de ambas grafías:
«Quando la c hiere á las vocales e, i, tiene un sonido semejante al de la z, como en
cera, cisco» (ORAE 1754: 35). En el apartado dedicado a la letra z se seguía indicando
que eran el mismo fonema: «la C tiene la misma pronunciacion que la Z con la E, y la I,
[…]» (ORAE 1754: 76). Por lo tanto, no dejó claro la Academia la articulación de estas
dos consonantes 294. En opinión de Pozuelo (1987), el cambio de pensamiento en la
edición de 1754 respecto a 1741 se puede atribuir, igual que se señaló para las
consonantes b y v (véase § 1.2.1.), al aprovechamiento por parte de la Academia de la
gramática de López de Velasco (1582). Como se ha indicado, en esta edición de la
294
En el epígrafe § 1.2.1. se ha comprobado que también para b/v se cambió la descripción en el
apartado de la b y se mantuvo igual en el de la v creando un desajuste en las dos descripciones.
348
CAPITULO 4. CAMBIOS EN LA MACROESTRUCTURA DEL DRAE 1803-1899: LA INTERDEPENDENCIA ENTRE EL
DICCIONARIO Y LA ORTOGRAFÍA
ortografía la influencia del humanista 295 todavía era muy leve y no cobró verdadera
entidad hasta la octava edición (1815). La descripción de las consonantes se mantuvo
sin modificaciones en el resto de las ediciones de la ortografía publicadas en el siglo
XVIII.
Por lo tanto, el contenido del diccionario académico y de la ortografía no era el
mismo. Mientras que en la obra lexicográfica se mantenía la distinción, en el tratado
ortográfico se equiparó la pronunciación, aunque en 1754 se volvió a distinguir, pero
solamente en el apartado dedicado a la c:
ORAE 1741
Diccionario de autoridades-DRAE 1803
Quando la C hiere á las vocales E, I, se
pronuncia como Z, como en cisco, cieno, cera,
cero.
Z. […] su pronunciacion es de letra muda,
parecida à la de la c, quando hiere a las
vocales e, i, aunque mas fuerte.
ORAE 1754-1792
Quando la C hiere á las vocales e, i, tiene un
sonido semejante al de la Z, como en cera, cisco.
La Z en Castellano es de un sonido uniforme con
todas las vocales; pero como la C tiene la misma
pronunciacion que la Z con la E, y con la I […].
Tabla 18.
El problema ortográfico no se solucionó, ya que seguían existiendo dos grafías
para representar un mismo fonema (c y z). Por ello, la Academia tuvo que ofrecer unas
reglas ortográficas que guiaran su uso en la escritura. Las normas establecidas eran
breves y se fundamentaban principalmente en la etimología de las voces. La c se
reservaba para las palabras de origen latino (ceja, cinta, etc.) y la z para los términos
griegos y arábigos (zelo, almazen, etc.). Para la formación de los plurales y derivados de
las voces terminadas en z se acordó la siguiente regla:
295
Asimismo, en el Diccionario de autoridades también aparecía citado López de Velasco como
autoridad ortográfica en la definición de 23 voces, aunque mayoritariamente a través del texto de
Covarrubias (véase las entradas de las voces alcacel o alcacer, descabullirse, horro, etc.).
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CAPITULO 4. CAMBIOS EN LA MACROESTRUCTURA DEL DRAE 1803-1899: LA INTERDEPENDENCIA ENTRE EL
DICCIONARIO Y LA ORTOGRAFÍA
Pero se debe notar que la z no se debe conservar en las palabras derivadas de
la Léngua Latina, en cuyos primitivos se halla finál quando el Latin en los
plurales y derivados la muda en c, como en estas Paz, Vez, Felíz, Voz, Luz,
escribiendo Pazes, Vezes, Felizes, Vozes, Luzes, porque aunque sea regla
ortográphica, que los derivados retengan el orígen de sus primitivos: esto se
debe entender y observar en aquellos, en quienes se consideráre razón
manifiesta que la retengan […]; pero no quando se hallare inconveniente y
prejuício en su execución, como le hai en ir contra el estílo y fuentes Latinas
de donde proceden: y escribiendo el Latino Paces, Veces, Felices, Voces,
Luces con c, pretender escribirlas en Castellano con z es invertir el méthodo
sin necessidád, y aun contra toda razón, porque no solo comprehende à los
pluráles de estas palabras, sino à sus derivados, que todos en sus raíces
tienen c, y no z: como Pacífico, Vicissitud, Felicidád, Vocear, Lucimiento
(Diccionario de autoridades 1726: LXXIII-LXXIV).
A las pautas expuestas en el Discurso proemial se añadió otra en el diccionario,
concretamente en el artículo correspondiente a la letra z: «las voces Latinas terminadas
en x, se terminan en z: como Lux, luz, Velox, velóz» (Diccionario de autoridades 1739:
s. v. z).
Todas estas reglas guiaron la redacción del Diccionario de autoridades. Por este
motivo, se recogieron en el lemario términos escritos con z procedentes principalmente
de voces griegas y arábigas (alhazena, almazen, azedar, azeite, azeitoso, azemila,
azeña, azerrado, azitara, gazela, hamezes, mazereon, trapezio, zephiro, etc.), indicando
en la definición su etimología y su escritura en castellano:
AZEMILA. s. f. Mulo, ò macho de carga grande y fuerte, para transportar y
llevar las cargas de repuesto, assi en los exércitos, como quando alguna
Persóna grave y acomodada hace algun viage. El P. Guadix citado por
Covarr. dice que viene de la palabra Arábiga Zemil, que significa lo mismo.
Diego de Urréa le dá su orígen de la voz tambien Arábiga Zemiletum, por
cuya razón se debe escribir con z, como la trahen Nebrixa, y otros Autóres
modernos y antíguos, y no con c, como hacen algunos (Diccionario de
autoridades 1726: s. v. azemila).
350
CAPITULO 4. CAMBIOS EN LA MACROESTRUCTURA DEL DRAE 1803-1899: LA INTERDEPENDENCIA ENTRE EL
DICCIONARIO Y LA ORTOGRAFÍA
El vocablo también podía ser originario de otras lenguas como, por ejemplo, el
término almagazen: «ALMAGAZEN. s. m. […] Es voz tomada del Francés Magasin, ù
del Toscano Magazzino […]» (Diccionario de autoridades 1726: s. v. almagazen).
Esta forma de proceder comportó, en algunas ocasiones, recoger formas gráficas
contrarias al uso extendido, por lo que se decidió incluir también la otra variante gráfica
en el diccionario. En estos casos una de las dos voces remitía a la forma preferida por la
Academia, que normalmente era la que se escribía respetando el origen etimológico:
«ACEITE. Vease Azeite» (Diccionario de autoridades 1726: s. v. azeite) o «AZEDAR.
Vease Acedar» (Diccionario de autoridades 1726: s. v. azedar), aunque no siempre,
como se puede observar en la definición del vocablo zea:
CEA. […] Es voz puramente Latina Zea: y aunque por esta razón se debía
escribir con z, el uso ha introducido se escriba con c, como lo hicieron
Covarr. Lagúna y otros. (Diccionario de autoridades 1739: s. v. zea).
Las grafías azeite y azedar, posiblemente por no estar extendidas en el uso, se
eliminaron del diccionario en la edición siguiente de 1770. En algunas ocasiones las dos
formas gráficas se mantuvieron en el diccionario durante todo el siglo XVIII, como en
el caso de cea/zea.
Asimismo, cuando existían dudas en la escritura de la voz debido al uso fluctuante
en las autoridades se aportaban indicaciones ortográficas en la definición como, por
ejemplo, en el verbo hacer, en el que se señalaba que «Viene del Latino Facere, que
significa lo mismo, por cuya razon se debe escribir con c, aunque mui regularmente se
halla escrito con z» (Diccionario de autoridades 1734: s. v. hacer). También se ofrecía
información sobre la ortografía cuando el uso era contrario a la etimología de la palabra
como, por ejemplo, en el sustantivo cea, en el que se indicaba que «Es voz puramente
Latina Zea: y aunque por esta razón se debía escribir con z, el uso ha introducido se
escriba con c, como lo hicieron Covarr. Lagúna y otros» (Diccionario de autoridades
1729: s. v. cea).
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CAPITULO 4. CAMBIOS EN LA MACROESTRUCTURA DEL DRAE 1803-1899: LA INTERDEPENDENCIA ENTRE EL
DICCIONARIO Y LA ORTOGRAFÍA
Posteriormente, en la edición de la ortografía de 1741 se especificó que eran muy
pocas las palabras que en español se escribían con la grafía z, «porque, siendo la misma
la pronunciacion, el uso de nuestra lengua prefiere la C, á la Z» (ORAE 1741: 147), ya
que la c era «letra mas Castellana» que la z (ORAE 1741: 219). La z, por lo tanto, se
reservaba para casos muy concretos avalados mayoritariamente por la etimología.
Al mismo tiempo que se restringió en 1741 el empleo de la z etimológica, en la
edición de 1754 se ofreció la posibilidad de utilizarla en los plurales y los derivados de
voces que tenían esta misma grafía, independientemente del origen etimológico:
En las voces que en singular acaban en Z, como paz, vez, feliz, voz, luz,
aunque los plurales que terminan en la sílaba ces, puedan escribirse
tambien con Z, conservando la misma pronunciacion; se acostumbra no
obstante escribirlos con C, conforme á su orígen, como paces, veces, felices,
voces, luces: lo que tambien se observará en los derivados y compuestos,
como pacífico, apaciguar: felicidad, infelicidad: lucido, deslucido (ORAE
1754: 79).
Por lo tanto, como se puede observar en la cita anterior, no rechazó la Academia
el empleo de la grafía z en la escritura de estos vocablos, aunque prefería la c.
Las reglas ortográficas para el uso de las grafías c, seguida de vocal palatal, y z se
mantuvieron sin modificaciones en todas las ediciones de la ortografía publicadas en el
siglo XVIII e influyeron en algunas de las alteraciones que tuvieron lugar en la edición
del diccionario de 1803.
Los cambios que se produjeron en 1803 responden a las reglas que se fijaron en
los primeros tratados del siglo XVIII. En estas modificaciones se observa la vacilación
en el uso de la c y la z delante de las vocales palatales. Por un lado, la z etimológica
perdió peso a favor de la c por ser esta última «letra más Castellana» (ORAE 1741:
219). En esta línea se insertan las supresiones de las variantes gráficas zitara, zea,
zebra, zelador, zelante, etc. Mayoritariamente se trata de formas no preferidas, aunque
en zelador y zelante no se puede determinar la preferencia de la Academia, puesto que
tanto las variantes con z como con c aparecían definidas sin jerarquizar la información
mediante una remisión. Algunas de estas voces se volvieron a incluir en el diccionario
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CAPITULO 4. CAMBIOS EN LA MACROESTRUCTURA DEL DRAE 1803-1899: LA INTERDEPENDENCIA ENTRE EL
DICCIONARIO Y LA ORTOGRAFÍA
en ediciones posteriores: zelador (1739-1791, 1843-1869), zebra (1739-1791, 19362014). También corrobora la pérdida de peso del criterio etimológico el cambio gráfico
en el término máncer, registrado con z hasta la edición del diccionario de 1791.
Posiblemente la sustitución pudo estar motivada por la preferencia otorgada a la c en las
voces de origen latino, aunque en el Diccionario de autoridades (1734: s. v. manzer) se
indicaba que procedía del hebreo, lengua en la que se escribía con z. Seguramente esta
fue la causa de la vacilación en su escritura, aunque finalmente se optó por la grafía c.
Por otro lado, algunas de las modificaciones evidencian la variabilidad existente
en el uso de c y z. A pesar de que la tendencia mayoritaria era el empleo de c, en esta
edición se introdujeron cambios que no respetaban esa línea de actuación. En primer
lugar, esto se corrobora con la supresión de los términos ácimo, acimut(h) y acimutal, y
se mantuvieron en el diccionario los respectivos con z. En las ediciones finiseculares se
volvieron a incluir las variantes gráficas con c: ácimo (1770-1791, 1884-2014), acimut
(1791, 1899-2014) y acimutal (1770-1791, 1899-2014). En segundo lugar, también se
evidencia la preferencia por la grafía z en los cambios que se produjeron en los vocablos
marzear y marzeado, en los que se sustituyó la c por la z debido a la aceptación, desde
la ortografía de 1754, de escribir con esta última grafía los plurales y derivados cuya
base léxica tenía esta misma letra. En la definición del verbo marzear se indicaba que
era una práctica que «regularmente se hace en el mes de marzo» (DRAE 1803: s. v.
marzear). Por lo tanto, al tratarse de un derivado de marzo 296, se decidió cambiar la
grafía, aunque en 1884 se volvió a modificar a favor de la c. En esta misma edición se
eliminó el sustantivo marzeo (1803-1869) y se mantuvo la variante marceo (18172014), a pesar de que en los años en los que ambas formas convivieron en el diccionario
el vocablo escrito con z era el preferido por la Academia, ya que poseía la definición.
Finalmente, siguiendo este mismo criterio, se incluyeron las voces patimazizo, rebozito,
sezenos —a partir de 1822 sezeno— y seze. En patimazizo y rebozito, igual que en el
cambio en marzeo y marzeado, la sustitución de c por z se insertó en la posibilidad
296
Esta es la relación morfológica que se ofrece en el DLE (2014: s. v. marcear): «De marzo y -ear;
en acep. 1, por ser el mes en que, en algunos climas, suele hacerse la esquila».
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CAPITULO 4. CAMBIOS EN LA MACROESTRUCTURA DEL DRAE 1803-1899: LA INTERDEPENDENCIA ENTRE EL
DICCIONARIO Y LA ORTOGRAFÍA
ofrecida en la ortografía de escribir con z los plurales y derivados cuya base tiene esta
misma grafía: patimazizo de mazo y rebozito de rebozo. En patimazizo no es coherente
la Academia al utilizar la grafía z en su escritura, ya que el adjetivo macizo, a pesar de
estar «formado del nombre Mazo» (Diccionario de autoridades 1734: s. v. macizo), se
ha registrado con c en todas las ediciones del diccionario académico.
Las modificaciones a favor de la grafía z se siguieron produciendo en las primeras
ediciones del diccionario publicadas en el siglo XIX.
1.2.3.2. El siglo XIX: la norma ortográfica a través del diccionario
En la octava edición de la ortografía (1815), la primera publicada en el siglo XIX, se
distinguió la pronunciación de c y z, igual que se había hecho en el diccionario y en las
ediciones de la ortografía a partir de 1754. Como ya se ha comentado en el capítulo 3,
en la edición de 1815 se añadieron las descripciones articulatorias de los sonidos, las
cuales han sido tachadas por los investigadores como anacrónicas debido a la copia casi
literal del tratado de López de Velasco (1582) (cfr. Pozuelo 1987: 1175; García Santos
2011: 474-476; Quilis Merín 2013: 508; Blanco Izquierdo 2018: 194-199). En concreto,
la igualación fónica de c y z en el siglo XIX era una realidad lingüística innegable y
resulta insostenible defender la distinción (cfr. Navarro Tomás 1961 [1918]). Esta
similitud se refleja en la descripción de la letra z:
ORAE 1815
Z. Ultima letra de nuestro abecedario, y una
de las consonantes dentales, cuya voz se
forma arrimada la parte anterior de la lengua
á los dientes, no tan apegada como para la c,
sino de manera que quede paso para que el
aliento ó espíritu adelgazado ó con fuerza
salga con una especie de zumbido (ORAE
1815: 58-59).
López de Velasco 1582
Z. La zeta ultima letra del alphabeto
castellano, se forma como la ç cedilla
arrimada a la parte anterior de la lengua a los
dientes, no tan apegada como para la, c sino
de manera que quéde passo, para algun
aliento, o espiritu, que adelgazado, o con
fuerça, salga con alguna manera de zumbido,
que es en lo que diffiere del ç cedilla (López
de Velasco 1582: 253).
Tabla 19.
354
CAPITULO 4. CAMBIOS EN LA MACROESTRUCTURA DEL DRAE 1803-1899: LA INTERDEPENDENCIA ENTRE EL
DICCIONARIO Y LA ORTOGRAFÍA
Como se puede observar en la tabla 19, la Academia eliminó las referencias a la ç
del tratado de López de Velasco, excluida del alfabeto desde el Discurso proemial
(1726). En esta edición de la ortografía la Academia no solamente atribuyó la distinción
de las consonantes a la correlación de sorda y sonora, sino también al grado de
obstrucción. Sobre ello, Pozuelo (1987: 1175) ha señalado que la Academia convirtió
«en distinción z - c, lo que en Velasco era una distinción z - ç, esto es, atribuido a una
distinción de sonoridad y de menor fricación a z respecto de ç».
El contenido de la ortografía de 1815, como se ha demostrado en la investigación
de Blanco Izquierdo (2018: 177), se trasvasó a la edición del diccionario de 1817. El
artículo dedicado a la letra z es igual al que aparece en la ortografía, el cual se mantuvo
sin ningún cambio en la siguiente edición publicada en 1820 y también en las ediciones
del diccionario de 1822, 1832, 1837 y 1843. En estos años defendió la Academia, igual
que otros autores coetáneos como, por ejemplo, Sicilia (1827: 127), dos articulaciones
diferentes para c y z. Este autor atribuye la distinción al punto de articulación y a la
correlación de sonoridad:
Se diferencia la una de la otra, en que la de la c es mas suave ó mas delgada
que la de z; razon por la cual, cuando se pronuncia esta última, la extremidad
de la lengua entra un poco mas en la abertura de los dientes, y el espíritu que
se forma, al susurrarla, es mas fuerte y mas denso (Sicilia 1827: 127).
Esteve Serrano (1982: 232) señala que la Academia mantuvo la distinción de
ambos fonemas hasta la gramática de 1870. No obstante, en el Prontuario de ortografía
(1844-1866) ya se asumió la igualación, puesto que se señalaba que ambas consonantes
tenían el mismo sonido: «Antes de las vocales e, i no se usará la z sino la c que en tales
casos tiene el mismo sonido» (Prontuario 1845: 18).
El cambio incluido en el Prontuario tuvo consecuencias en la descripción de la
letra z en la edición de 1852 del diccionario, en la que se mantuvo la diferenciación,
pero se introdujo una precisión:
355
CAPITULO 4. CAMBIOS EN LA MACROESTRUCTURA DEL DRAE 1803-1899: LA INTERDEPENDENCIA ENTRE EL
DICCIONARIO Y LA ORTOGRAFÍA
DRAE 1843
Z. Ultima letra de nuestro alfabeto, y una de
las consonantes dentales: cuya pronunciacion
se forma arrimada la parte anterior de la
lengua á los dientes, no tan pegada como para
la c, sino de manera que quede paso para que
el aliento ó espíritu adelgazado ó con fuerza
salga con una especie de zumbido.
DRAE 1852
Z. Ultima letra de nuestro alfabeto, y una de
las consonantes dentales; cuya pronunciacion
se forma arrimada la parte anterior de la
lengua á los dientes, no tan pegada, a juicio
de algunos, como para la c, sino de manera
que quede paso para que el aliento ó espíritu
adelgazado ó con fuerza salga con una especie
de zumbido.
Tabla 20.
A pesar de que todavía se establecía la distinción, parece despegarse la Academia
de esa postura y atribuirla a otros ortógrafos. De esta manera, se acercó a la igualación
de c y z defendida en el Prontuario. En la siguiente edición del diccionario de 1869 se
eliminaron las descripciones fonéticas de las definiciones de las letras con lo que se
asumía la igualación descrita en el tratado ortográfico.
En la gramática de 1870 se seguía defendiendo una misma articulación figurada
en la escritura por dos grafías distintas: «la c seguida de estas mismas e, i, se pronuncia
como al z» (GRAE 1870: 293). Sin embargo, parece que la Academia no asumió la
igualación por completo, puesto que en una nota a pie de página especificaba que «No
es difícil, sin embargo, para un oído delicado, distinguir cierta propensión natural en los
que pronuncian bien, á dar mayor fuerza á la articulación de la z que á la de la c». En la
siguiente edición de 1880 se eliminó esta nota.
Por lo que respecta al plano escrito, en el siglo XIX se llevaron a cabo una serie
de modificaciones en el uso de c y z que se vieron reflejadas en las diferentes ediciones
del diccionario académico. A continuación, se van a examinar estos cambios en las
distintas ediciones del diccionario académico.
En el siglo XIX las reglas de ortografía para el uso de c y z se mantuvieron igual
que en el siglo XVIII, aunque a partir de la edición de la ortografía de 1815 ya no se
ofrecía la posibilidad, como se había indicado en la edición de 1754, de emplear la z en
los plurales y derivados de aquellas voces que terminaban con esa grafía:
356
CAPITULO 4. CAMBIOS EN LA MACROESTRUCTURA DEL DRAE 1803-1899: LA INTERDEPENDENCIA ENTRE EL
DICCIONARIO Y LA ORTOGRAFÍA
Antes de las vocales e, i no se usará de la z sino de la c: estendiéndose esta
regla á los plurales y derivados de las voces que en singular acaban con z,
como de paz, paces, pacífico, apaciguar: de luz, luces, lucir, deslucido: de
feliz, felices, felicitar, infelicidad: y así de las demás. Exceptúanse las voces
que tienen z en su orígen y el uso la ha conservado, como en zéfiro, zizaña y
otras (ORAE 1815: 59-60).
Por lo tanto, el objetivo era restringir el empleo de z, siempre que no estuviese
afianzado en el uso, para simplificar al máximo la ortografía castellana.
La propia Academia mostró su discrepancia con la regla expuesta en la ortografía
en el prólogo de la edición del diccionario de 1817:
Posible es que los inteligentes noten aun alguna variedad ó falta de
constancia en la escritura de ciertas voces de sonido y pronunciacion
semejante. […]. Otro tanto viene á suceder con las letras c y z. La Academia
preferiría que se escribiesen con esta última las dicciones que la tienen en su
raiz, como pazes, felizes; pero en este y otros casos hay diversidad entre los
dóctos, el uso flúctua, y la Academia que puede dirigirlo, no tiene derecho
por sí sola para fijarlo. Es de desear que la práctica comun y general señale y
establezca reglas sencillas, uniformes é inalterables en esta materia (DRAE
1817: prólogo).
Como se puede observar, esta pauta no hacía referencia solamente a los plurales y
derivados, sino a todos los vocablos que tenían la grafía z en su raíz y se remontaba a las
recomendaciones de la edición de la ortografía de1754. No obstante, en esta ocasión, no
se atrevió la Academia a modificar por sí sola esta regla y pedía auxilio a las «personas
instruidas» y a los «buenos impresores» (DRAE 1817: prólogo). Como ya se observó en
otra investigación (cfr. Terrón 2018a: 71), la propia actitud reformista de la Academia,
abierta a sugerencias, influye en la irregularidad ortográfica de algunos términos.
La preferencia por la grafía z manifestada en el prólogo de la obra lexicográfica,
contrariamente a lo que se había fijado en la ortografía de 1815, se reflejó en la edición
del diccionario de 1817 con la inclusión de las palabras almazen, desbroze y nizeno, y
los cambios gráficos en las voces adazilla, aljezeria, aljezero, atenazear y atenazeado.
La modificación de estas voces se debió a dos causas distintas. Por un lado, en adazilla,
aljezeria, aljezero, atenazear, atenazeado y desbroze el cambio estuvo motivado por el
357
CAPITULO 4. CAMBIOS EN LA MACROESTRUCTURA DEL DRAE 1803-1899: LA INTERDEPENDENCIA ENTRE EL
DICCIONARIO Y LA ORTOGRAFÍA
criterio expuesto en el prólogo del diccionario de utilizar la z en las voces que la tenían
en su raíz (cfr. Terrón 2018a: 83): adaza para adazilla, aljez para aljezero y aljezeria,
tenaz para atenazeado y atenazear y broza para desbroze.
Por otro lado, la z en el vocablo almazen seguía la regla expuesta en el Discurso
proemial en el que se indicaba que los préstamos del árabe debían conservar la grafía de
su lengua de origen. Esta hipótesis etimológica fue la que se ofreció en el Diccionario
de autoridades (1726: s. v. almazen): «Es voz tomada del Arabigo Mahzen, o Mahzin,
según el P. Alcalá, que vale esto mismo, por lo qual se debe escribir con z, y no con c,
como lo trahen algunos, y añadido el articulo Al se formó Almahzén, y despues quitada
la h quedó Almazén». No obstante, en la edición siguiente de 1770 se cambió la grafía a
favor de la c. En la edición del diccionario 1817, más abierta a las reformas ortográficas,
se incluyó la variante gráfica con z, aunque con remisión a la forma escrita con la c, y se
mantuvo en el repertorio hasta la edición de 1852.
No se siguió el mismo criterio en la escritura de las voces gacel, gacela, gaceta,
gacetero y gacetista, las cuales cambiaron la grafía de z a c en la edición del diccionario
de 1817, a pesar de escribirse con z en su lengua de origen. Por un lado, los vocablos
gacel y gacela procedían, según la información del propio Diccionario de autoridades
(1734: s. v. gazela), «del Arabigo Gazel, que vale Cabra montés». Por otro lado, en la
definición del término gaceta se indicaba que «Es tomado del italiano Gazzeta, que
significa esto mismo, por cuya razón se debe escribir con z, y no con c, como hacen
algunos» (Diccionario de autoridades 1734: s. v. gazeta) y, por extensión, los derivados
gacetero y gacetista. Posiblemente, a inicios del siglo XIX el término con c debió de
estar más extendido en la escritura, motivo por el cual cambió la grafía 297.
Tampoco se observa este prinicipio en la adición de los diminutivos crucecilla,
crucetita, balancita, garbancico, pececico y pececito, formados respectivamente de los
sustantivos cruz, balanza, garbanzo y pez. Por lo tanto, parece que la tendencia seguía
297
Se ha realizado una búsqueda en la hemeroteca digital (http://hemerotecadigital.bne.es/index.vm)
de las variantes gráficas gaceta y gazeta entre los años 1800 y 1830. Para la forma gaceta se han
recuperado 7177 resultados y para gazeta 2787. Por lo tanto, estos datos revelan que, a pesar de utilizarse
las dos variantes en la escritura, la forma con c estaba más extendida en el uso.
358
CAPITULO 4. CAMBIOS EN LA MACROESTRUCTURA DEL DRAE 1803-1899: LA INTERDEPENDENCIA ENTRE EL
DICCIONARIO Y LA ORTOGRAFÍA
siendo el uso de la c delante de vocal palatal, como se había acordado en la ortografía de
1815, pero con cierto grado de variación que se conservó en las ediciones siguientes.
La edición de la ortografía de 1820 se mantuvo sin ninguna modificación respecto
a su precedente, obviando la propuesta del prólogo de la edición del diccionario de
1817. Esta edición de la ortografía fue analizada en 1823 por Bello y García del Río.
Estos dos autores formularon una reforma ortográfica del español con el objetivo de
simplificar la ortografía, la cual se llevaría a cabo en dos etapas. Respecto al empleo de
c y z, pretendían excluir la letra c en representación del fonema fricativo interdental
sordo. Así lo expresaron:
Nos parecería, pues, lo más conveniente empezar por hacer exclusiva a la z
el sonido suave que le es común con la c; y cuando ya el público
(especialmente el público iliterario, que es con quien debe tenerse
contemplación) esté acostumbrado a dar la c en todos los casos el valor de k,
será tiempo de sustituirla a la combinación qu; a menos que se prefiera (que
quizá hubiera sido lo más acertado) desterrar enteramente la c,
sustituyéndole la q en el sonido fuerte, y la z en el suave (Bello y García del
Río 1823: 264).
De esta propuesta solamente llevaron a la práctica la sustitución «de la z a la c en
las dicciones cuya raíz se escribe con la primera de estas dos letras» (Bello y García del
Río 1823: 269), en consonancia con lo que se había señalado en el prólogo de la edición
del diccionario académico de 1817.
A pesar de que en la ortografía de 1820 se obvió la propuesta del prólogo de 1817,
en las ediciones del diccionario de 1822, 1832 y 1837 se produjeron cambios a favor de
la grafía z en algunas pocas voces (tabla 21) 298:
DRAE 1822
arrocero > arrozero
cerecita > cerezita
DRAE 1832
caperucita > caperuzita
caperucilla > caperuzilla
caperuceta > caperuzeta
Tabla 21.
DRAE 1837
zabarceda > zabarzeda
298
En la novena edición del diccionario también se han documentado dos cambios de c a z en las
voces felizemente y lanzetazo, pero parece que se trata de erratas, puesto que aparecen ordenadas en el
lugar que le corresponde a las formas con c.
359
CAPITULO 4. CAMBIOS EN LA MACROESTRUCTURA DEL DRAE 1803-1899: LA INTERDEPENDENCIA ENTRE EL
DICCIONARIO Y LA ORTOGRAFÍA
Todos los términos representados en la tabla 21 son derivados de otras voces que
tienen la grafía z en su raíz: arroz para arrozero, cereza para cerezita, caperuza para
caperuzita, caperuzilla y caperuzeta. En esta misma línea, se incluyeron en la edición
de 1822 la palabra navazero, derivada del sustantivo navazo, y en 1832 mazico y
mazito, diminutivos de mazo. En la edición de 1832, aunque no respondía a este
principio, se añadió la variante zarzillo, en cuya definición se remitía a la forma con c,
zarcillo. En esta ocasión, la práctica ejecutada en el diccionario es contraria a la teoría
expuesta en la ortografía.
Como se puede observar, la preferencia por la grafía z solamente se manifestó en
unas pocas voces, ya que también se añadieron términos escritos con c, a pesar de tener
la z en su raíz. Este es el caso de las voces tenacero (1822-2014) de tenaza, lancetero
(1822-2014) de lanza, raicita y raicica (1822-1869) de raíz, ibicenco (1832-2014) de
Ibiza, placica 299 (1832-1869) de plaza, trocillo, trocico y trocito (1832-1869) de trozo y
pecera (1832-2014) de pez. En este sentido, es destacable la inclusión en el suplemento
de la edición de 1822 del vocablo almacenista cuya base, almacen, había sido añadida
con z en la edición anterior de 1817, aunque con remisión a la forma escrita con c. Por
lo tanto, el empleo de la c delante de vocal palatal seguía siendo el uso mayoritario, pero
con cierto grado de variación en las ediciones de 1817-1837.
Mención aparte merecen las variantes celo, celoso, recelar, incluidas en 1822. Las
formas gráficas con z aparecían desde el Diccionario de autoridades hasta la undécima
edición. Sicilia (1827) atribuyó la inclusión de las voces celo, celoso, recelar en la
edición de 1822 a la distinción articulatoria de c y z que se propuso en la edición de la
ortografía de 1815, ya que cada variante respondía a significados distintos diferenciados
por la pronunciación:
299
Cabe destacar que los diminutivos raicita, raicica y placica se incluyeron a la forma diminutiva
que ya aparecía en el diccionario formando junto a ellas un lema múltiple: raicilla se hallaba desde 1737
y placilla desde 1803.
360
CAPITULO 4. CAMBIOS EN LA MACROESTRUCTURA DEL DRAE 1803-1899: LA INTERDEPENDENCIA ENTRE EL
DICCIONARIO Y LA ORTOGRAFÍA
M. ¿Me podreis mostrar en confirmacion de esa misma teoría algunas voces
cuya significacion no se diferencie sino por la distinta pronunciacion de c y
de z?
D. Sí: tales son estas dos palabras celo y zelo. La primera pronunciada con c,
significa la vigilancia eficaz que se tiene para cumplir y hacer cumplir las
leyes y los deberes comunes á todos, ó á muchos; y la segunda pronunciada
con z, significa el ardor del macho y de la hembra entre los animales. Celo
con c no tiene plural; zelo con z lo tiene, y varía y extiende mucho mas la
significacion. De la misma manera se diferencian los adjetivos celoso y
zeloso (Sicilia 1827: 136-137).
Y en nota a pie de página indicaba:
El error en que ha estado largo tiempo la Academia de mirar como dos
articulaciones idénticas las de ce y ze, le ha hecho desconocer la diferencia
de estos dos homónimos celo y zelo, y de celoso y zeloso. Baste ver todavía
la definicion de estas voces en su Diccionario, y la confusion y promiscuidad
que hace de ellas, para inferir que aun permanece en este error, ó llamase
inadvertencia. El estudio de la ortologia no tan solamente es necesario para
la recta pronunciacion, sino que ademas contribuye mucho para las
averiguaciones lexicográficas (Sicilia 1827: 136-137).
Sicilia se mostraba a favor de la distinción articulatoria con el objetivo de guiar la
escritura y distinguir significados. En este sentido, es interesante la reflexión final sobre
el vínculo existente entre la ortografía y el diccionario a través de los homónimos.
Asimismo, también propuso Sicilia escribir con c la voz cedilla y no con z como
se hallaba registrado en el diccionario académico:
He escrito cedilla con c, y no con z, como la escribe la Academia,
atendiendo á la derivacion y significacion de esta palabra que es un
diminutivo de ce, y vale tanto como decir ce pequeña. Por esta razon se
escribe también con c ceceo y cecear (Sicilia 1827: 133-134).
En la edición siguiente de su tratado (1832), Sicilia eliminó las anotaciones sobre
la escritura de las voces celo y cedilla y escribió esta última palabra con z.
Las aportaciones de este autor en la obra de 1827 fueron en la misma línea que las
de la Academia, puesto que en la edición del diccionario de 1832 se incluyó la variante
361
CAPITULO 4. CAMBIOS EN LA MACROESTRUCTURA DEL DRAE 1803-1899: LA INTERDEPENDENCIA ENTRE EL
DICCIONARIO Y LA ORTOGRAFÍA
gráfica cedilla. Ambas formas aparecieron definidas hasta la edición de 1869, en la que
se remitió en la definición de zedilla a cedilla.
Entre los años 1841 y 1843 destaca también la reforma ortográfica propuesta por
la Academia Literaria y Científica de Profesores de Instrucción Primaria de Madrid
(ALCIP). Sus ideas fueron trasmitidas por Domínguez en su Diccionario Nacional (cfr.
Quilis Merín 2008: 283). Respecto a la representación gráfica del fonema fricativo
interdental sordo pretendían utilizar solamente la grafía z, «simplificando de este modo
la escritura y facilitando los medios de generalizarla» (Domínguez 1846-47: s. v. c). No
obstante, el propio Domínguez indicó que una reforma de tal calado implicaría «una
especie de revolución ortográfica, por no estar generalmente admitido semejante modo
de escribir y porque no hay obras impresas bajo tales condiciones» (Domínguez 184647: s. v. z).
La diversidad de opiniones, incitadas en cierta medida por la propia Academia, ya
que no había un acuerdo entre el diccionario y la ortografía, conllevaba la fluctuación en
la escritura de algunos términos y la inclusión de variantes gráficas en el diccionario.
Para frenar este problema ortográfico la Academia empezó a mostrar tanto en su obra
lexicográfica como en la ortografía su preferencia por la grafía c en todos los casos, ya
fuesen derivados de voces con z o la tuviesen en su origen. En este sentido, en la edición
del diccionario de 1843 se introdujeron variantes gráficas con c de voces que ya estaban
registradas en el lemario con z. Este es el caso de celosísimo, cedoaria, celandes, celera,
celillo, celosamente, celotipia, cenzalino, cénzalo, recelo, receloso y troceo. Todas estas
voces se incluyeron con definición, la cual se mantuvo también en la variante con z,
excepto en recelo y receloso que remitían a la forma gráfica con z. No fue hasta la
edición del diccionario de 1869 cuando las formas con z remitieron en la definición a las
palabras escritas con c. Por lo tanto, en las ediciones de 1843 y 1852 no se mostró
preferencia por ninguna de las dos variantes.
Esta diversidad también se observa en el Prontuario de ortografía (1844-1866),
ya que no se fijó una norma para estos casos y se admitía cierto grado de variación:
362
CAPITULO 4. CAMBIOS EN LA MACROESTRUCTURA DEL DRAE 1803-1899: LA INTERDEPENDENCIA ENTRE EL
DICCIONARIO Y LA ORTOGRAFÍA
Se empleará la z en las palabras que, teniéndola en su origen, la han
conservado por uso bastante general; como zelo, zizaña, y otras pocas; si
bien la Academia no considera como defecto notable que se escriban con
c (Prontuario 1845: 18).
Para los derivados de las voces que tenían z en su raíz, igual que se propuso en la
ortografía de 1815, solamente se ofrecía la posibilidad de escribirlos con c:
Siempre que una palabra termine en z en el número singular, se convertirá en
c en el plural y en sus derivados. Así de feliz se escribirá felices, y también
felicitar; de paz paces, pacífico; de voz voces, vocear, &c. (Prontuario 1845:
6).
Esta regla fue criticada por Salvá (1846: XIX), quien indicaba que «Aferrada pues
la Academia al sistema usual de treinta ó cuarenta años atrás, continúa escribiendo con c
los plurales y derivados de singulares y raíces que terminan por z, como cruces y
felicitar, no obstante que vienen de cruz y feliz». También criticó Salvá la vacilación de
la Academia en la escritura de algunos vocablos con estas dos grafías, reflejada en las
ediciones del diccionario de 1817, 1822, 1832, 1837 y 1843, en las que se seguía un
criterio contrario a las reglas de la ortografía:
La Academia, que tan adherida está á la x donde no se pronuncia, acatando
mas de lo que debiera el origen, lo abandona respecto de la z, alargando la
época en que esta letra quede exclusivamente para las sílabas ze, zi, fuera de
los casos que he indicado en mi Gramática. De este error nace la poca
seguridad con que camina en su diccionario poniendo dos artículos para
Aljecero y Aljezero, Zarcillo y Zarzillo; escribiendo Atenazear, Cerzita,
Mazico, Navazero y Rebozito contra su ortografía, y repitiendo á Celo y sus
derivados en la Z, donde yo únicamente los pondria (Salvá 1846: XX).
Posiblemente por las críticas recibidas, la Academia se mostró más determinante
en las ediciones del diccionario de 1852 y 1869, en las que se suprimieron variantes
gráficas escritas con z y se añadieron otras con c. Además, los cambios gráficos que se
produjeron fueron todos a favor de la grafía c. Por lo que respecta a la edición de 1852,
363
CAPITULO 4. CAMBIOS EN LA MACROESTRUCTURA DEL DRAE 1803-1899: LA INTERDEPENDENCIA ENTRE EL
DICCIONARIO Y LA ORTOGRAFÍA
se suprimieron las voces trozeo y rebozito y se modificó la escritura de arrocero 300,
caperuceta, caperucilla, caperucita, cerecita y zabarceda, escritos con la grafía z en las
ediciones anteriores (véase tabla 21). En cuanto a la undécima edición, se siguieron
suprimiendo variantes gráficas con z como, por ejemplo, almazen, y se cambió la grafía
a c en las voces adacilla y atenacear, escritas con z desde la edición de 1817. Además,
en esta edición del diccionario se incluyeron variantes gráficas con c de términos que ya
estaban registrados en el lemario con la letra z: ceda, cizaña, cizañero, dieciocheno,
dieciseiseno. Estas alteraciones demuestran la generalización de la letra c delante de
vocal palatal.
La preferencia por la grafía c mostrada en la edición de 1869 se reafirmó en la
gramática de 1870 y, por extensión, en las ediciones del diccionario de 1884 y 1899. En
esta edición de la ortografía se señaló que el empleo de la z estaba restringido a muy
pocas palabras y se remitía al catálogo final para conocerlas:
El sonido de z, seguido en la misma sílaba de e ó i, se expresará con c, á
excepción de muy pocas voces, que se incluyen en el Catálogo al fin de la
Gramática. Se escribe, pues, cebo, cima, endurecerse, enflaquecer, felices,
felicitar, paces, pacífico, macito, recemos, tacilla (GRAE 1870: 319).
Los términos que aparecían en el catálogo y que todavía conservaban la z ante e, i
eran los siguientes: zebra, zeca, zeda, zeta, zedilla, zedoaria, zéfiro, zelandés, zelar,
zelo, zelotipia, zenit, zequí, zequia, zeugma, zeúzalo, zibelina, zilográmo, zinc,
zincografía, zíngaro, zipizape, zirigaña, ziszas y zizaña 301.
Las voces zéuzalo, zibelina, zincografía y zingaro nunca se registraron con z en el
diccionario académico. Otras ya se habían suprimido en ediciones anteriores: zefiro en
1780, zebra y zenit/zénit en 1803. A finales del siglo, en la gramática de 1895, seguían
apareciendo estos mismos vocablos en el catálogo, aunque se especificaba que se
podían escribir indistintamente con c o con z (cfr. GRAE 1895: 355).
300
El término arrocero con c aparece registrado en la edición de 1843, aunque parece que se trata de
una errata, ya que se encuentra en el lugar alfabético que le corresponde a la voz con z.
301
En los términos cebra, ceca, celandes, ceugma y cíngaro se ofrecía la posibilidad de escribirlos
con c, ya que en el catálogo aparecían las dos opciones.
364
CAPITULO 4. CAMBIOS EN LA MACROESTRUCTURA DEL DRAE 1803-1899: LA INTERDEPENDENCIA ENTRE EL
DICCIONARIO Y LA ORTOGRAFÍA
En la edición del diccionario de 1884 se suprimió un gran número de variantes
escritas con z que habían sido incluidas en el Diccionario de autoridades. Tal es el caso
de dieziocheno, dieziseiseno, rezelo, rezeloso, sezeno, zedoaria, zeloso, zelador, zelar,
zelo, zelotipia, zenit, zenzalo, zequí, zequia, zilórgano, zeca, zizaña, zizañero. También
se eliminó la variante marzeo, incluida en 1803. Las formas zedoaria, zeca, zelar, zelo,
zelotipia, zenir, zequí, zequia, zilórgano, zizaña, eliminadas del diccionario, eran las que
se recomendaban en la ortografía de 1870, por lo que se creó una contradicción entre las
dos obras. En esta línea se inserta la inclusión de las variantes ácimo, cirigaña, ceugma
y cinc. Esta última era la forma preferida por la Academia, a pesar de indicarse en la
entrada lexicográfica que procedía «del al. zink» (DRAE 1884: s. v. cinc).
Asimismo, como se puede observar en la tabla 22, todos los cambios gráficos que
se llevaron a cabo en esta edición fueron a favor de la grafía c, lo que demuestra la
consolidación de su uso:
DRAE 1869
z
DRAE 1884
c
Ejemplos
aljezeria > algeceria
aljezero > algecero
almuezin > almuecin
jazilia 302 > jacilla
marzear > marcear
marzelino > marcelino
seze > sece
Tabla 22.
Por un lado, algunas de las modificaciones que aparecen en la tabla 22 estuvieron
motivadas por la preferencia de utilizar la letra c delante de las vocales e, i en todos los
casos independientemente de su etimología y de la escritura de su primitivo. Como ya
se ha comentado anteriormente, el origen arábigo de las voces algecería, algecero y
almuecín requería el uso de z. Lo mismo ocurre con las bases léxicas de las palabras
marcelino, formada de marzal y marcear, de marzo. Por otro lado, en jacilla y sece fue
302
En las ediciones de 1843 y 1852 la voz aparecía registrada con c pero se trata de una errata, puesto
que aparece ordenada alfabéticamente en el lugar que le correspondería al término con z, es decir, detrás
de jazarino.
365
CAPITULO 4. CAMBIOS EN LA MACROESTRUCTURA DEL DRAE 1803-1899: LA INTERDEPENDENCIA ENTRE EL
DICCIONARIO Y LA ORTOGRAFÍA
la inclusión de la etimología lo que motivó la sustitución a c: «Del lat. iacēre, estar
acostado» (DRAE 1884: s. v. jacilla) y «Del lat. sedĕcim» (DRAE 1884: s. v. sece)
En la gramática de 1895, a pesar de introducir en el catálogo final las mismas
voces con z que en la edición anterior, se indicaba que se escribían indistintamente con c
o con z (cfr. GRAE 1895: 355).
En la última edición del diccionario publicada en el siglo XIX, el uso de c y z ya
era bastante estable, puesto que los cambios gráficos que se produjeron fueron mínimos.
Destaca la modificación en la escritura del vocablo ozena > ocena, el cual se deriva del
griego, y de muecín, escrito con z en la edición anterior. En 1884 muezín remitía en su
definición a almuezín, aunque en el lemario esta voz aparecía registrada con c.
Posiblemente por ello en 1899 se cambió la grafía de z a c en consonancia con la
escritura de almuecín. Finalmente, también en esta edición se introdujeron las variantes
acimut 303 y acimutal.
1.2.3.3. Recapitulación
En el siglo XVIII, el fonema fricativo interdental sordo se representaba en la escritura
por las grafías c, ç y z. Desde el Discurso proemial, la Academia eliminó la ç del
alfabeto cuya pronunciación se equiparó a la de la z.
Respecto a las grafías c y z, en el plano fónico, la Academia, desde el Diccionario
de autoridades opuso mediante la correlación de sonoridad la pronunciación de dichas
grafías. En cambio, en el tratado ortográfico aceptó la igualación en 1741 y a partir de
1754 solamente en la descripción de la letra z, puesto que en la c se indicaba que eran
fonemas semejantes y, por lo tanto, no eran el mismo. Además, en la edición de 1815
distinguió también el modo de articulación otorgando un grado menor de fricación a la
z. Pese a que estas descripciones eran totalmente anacrónicas en la época, no se asumió
la igualación fónica hasta la publicación del Prontuario de ortografía (1844) y así se
mantuvo hasta finales de siglo XIX.
303
Desde el Diccionario de autoridades (1726) hasta la edición de 1783 del diccionario usual la forma
gráfica es acimuth.
366
CAPITULO 4. CAMBIOS EN LA MACROESTRUCTURA DEL DRAE 1803-1899: LA INTERDEPENDENCIA ENTRE EL
DICCIONARIO Y LA ORTOGRAFÍA
En cuanto al plano escrito, las reglas ortográficas para el correcto uso de c y z se
mantuvieron prácticamente sin variaciones desde la primera ortografía de 1741. En un
primer momento, la z se reservaba para las voces de origen no latino, mayoritariamente
de procedencia arábiga y griega, aunque paulatinamente la preferencia fue cambiando a
favor de la grafía c independientemente de la etimología del vocablo, por lo que, en este
sentido, se produjeron alteraciones esporádicas en los vocablos del diccionario durante
todo el siglo XIX. Por lo tanto, en el siglo XIX se observa en las voces de procedencia
arábiga, griega o italiana un cambio de preferencia respecto al siglo XVIII a favor de c,
aunque existe alguna excepción en la edición de 1817 (almazen). En la edición de 1803
y, sobre todo, en la de 1884 se suprimieron del lemario variantes gráficas con z (zitara,
zea, zebra, dieziocheno, dieziseiseno, rezelo, rezeloso, zedoaria, zeloso, zelador, etc.).
Asimismo, desde la edición de 1843 se fueron incluyendo variantes escritas con c en el
diccionario (cedoaria, celandes, celera, celillo, cénzalo, etc.) y, aunque en esta edición
solían aparecer ambas formas definidas sin preferencia por ninguna de las dos, a partir
de 1852 y hasta final de siglo se concedió prioridad a la forma escrita con c.
Por lo que respecta a los términos derivados de otros que tenían z en su raíz, se
permitió desde la ortografía 1754 hasta de 1815 el uso de la z, aunque se recomendaba
la grafía c. A pesar de que las reglas en la ortografía se mantuvieron prácticamente sin
alteraciones, en las distintas ediciones del diccionario del siglo XIX se puede observar
un cambio de orientación a mediados de centuria respecto a la regla que atañe a la
formación de los derivados que tienen z en su raíz. Desde la edición de 1803 hasta la de
1837 los cambios gráficos producidos demuestran una preferencia por utilizar la grafía
z, tal y como se expuso en el prólogo de 1817, en las voces derivadas cuya base se
escribía con z (adazilla, aljezeria, atenazear, arrozero, marzear, navazero, etc.), aunque
en las palabras de nueva incorporación no se respetaba este principio (lancetero, pecera,
trocico, etc.). Este hecho demuestra la variabilidad existente en el empleo de estas dos
grafías. La sugerencia de la Academia fue secundada por otros ortógrafos coetáneos
como, por ejemplo, Bello y García del Río (1823). La edición de 1843, por su parte,
supone un punto de inflexión, puesto que se incluyen en el lemario variantes con c de
367
CAPITULO 4. CAMBIOS EN LA MACROESTRUCTURA DEL DRAE 1803-1899: LA INTERDEPENDENCIA ENTRE EL
DICCIONARIO Y LA ORTOGRAFÍA
vocablos que ya aparecían con z, pero sin otorgar prioridad a ninguna de las dos formas.
Salvá sancionó esta manera de proceder y atribuyó las fluctuaciones en la escritura a la
falta de una regla fija por parte de la Academia. A partir de la edición del diccionario de
1852 y hasta finales de siglo se otorgó preferencia a las formas con la grafía c y se
volvió a modificar la escritura de aquellos términos que ya la habían cambiado en las
ediciones anteriores (adacilla, aljeceria, atenacear, arrocero, caperucita, marcear,
etc.).
1.2.4. Cambios en la escritura del fonema fricativo velar sordo (g, j y x)
En los estudios en los que se trata la evolución fonológica y ortográfica del español
(Rosenblat 1951: XVIII; Quilis y Rozas 1963: 446; Cano Aguilar 2008 [1988]: 211 y
2018 [2004]: 834-835; Bustos 1998: 50; Menéndez Pidal 2005: 881; Penny 2012
[1993]: 120-125 y 2018 [2004]: 602-606) se ha demostrado que las grafías g y j, por un
lado, y x, por el otro, representaban en el español medieval fonemas distintos opuestos
por la correlación de sonoridad articulados como fricativos prepalatales (véase § 1.2.3.):
/ʒ/ 304 (fijo ‘hijo’) y /ʃ/ (fixo ‘fijo’).
Igual que sucedió con el resto de las parejas de sibilantes opuestas por el rasgo de
sonoridad, durante los siglos XIV y XV el fonema sonoro perdió sonoridad y confluyó
con su correlato sordo. Este hecho se evidencia, como se ha señalado en los trabajos
anteriores, en que desde muy pronto empiezan a aparecer confusiones ortográficas tanto
en posición inicial como interior entre sordas y sonoras: fixo (por fijo < FĪLIU), concexo,
ovexa, conexos (<
CŬNĬC(Ŭ)LOS),
coneja, madexa, dexa, quexa (Cano Aguilar 2008
[1988]: 211) 305. En posición final, en cambio, Penny (2012 [1993]: 121) ha demostrado
304
Penny (2012 [1993]: 121) ha señalado que «es posible que el fonema /ʒ/, descrito aquí como
fricativo, fuese africado, al menos en algunas de sus realizaciones (ej. después de pausa o de ciertas
consonantes».
305
Estos ejemplos expuestos por Cano Aguilar (2008 [1988]: 211) están extraídos del estudio de
Alonso (1972: 133-137) y se documentan en el Fuero de Alba de Tormes, Fuero de Guadalajara y las
rimas del Arcipreste de Hita. Por lo tanto, las confusiones gráficas, atribuidas a confusiones fonémicas, se
han documentado a finales del siglo XIII. También Lapesa aportó ejemplos de confusión en el siglo XIV
en el Cancionero de Palacio. Alonso (1972: 130) señaló que en ese texto «aparece constantemente lo
368
CAPITULO 4. CAMBIOS EN LA MACROESTRUCTURA DEL DRAE 1803-1899: LA INTERDEPENDENCIA ENTRE EL
DICCIONARIO Y LA ORTOGRAFÍA
que la neutralización entre fonemas sordos y sonoros «era probablemente la norma» y
que tal hecho «se refleja en la inexistencia, en esta posición, de una oposición gráfica
entre x y g/j en español medieval», solamente se utilizaba la x (linax, relox, etc.).
En el siglo XVI el subsistema de sibilantes del español solamente contaba con un
fonema fricativo prepalatal sordo, el cual se representaba en la escritura por tres grafías
distintas que se habían mantenido de la vieja oposición fonética, /ʃ/: g, j y x (cfr. Cano
2008 [1988]: 211; Penny 2000: 42-45, 2018 [2004]: 604; Menéndez Pidal 2005: 881).
A finales del siglo, el fonema prepalatal retrasó su lugar de articulación «hacia la parte
posterior de la cavidad bucal, dando lugar primero a un sonido postpalatal y, en seguida,
a una articulación velar»: /ʃ/ > /x/ (Bustos Tovar 1998: 50). La pronunciación velar se
generalizó hacia la mitad del siglo XVII (cfr. Penny 2012 [1993]: 123; Cano Aguilar
2018 [2004]: 834-835).
Este fenómeno fue documentado en las gramáticas de los siglos XVI y XVII (cfr.
Alonso 1967). En estas obras se defendía, siguiendo la tradición latina, la distinción
articulatoria de los dos fonemas basada en el rasgo blando/fuerte. Así aparecía descrito,
partiendo de Nebrija (1517), en los tratados de Torquemada (1552), Villalón (1558),
Madariaga (1565), Velasco (1582) y Ruiz (1587), entre otros (cfr. Quilis y Rozas 1963).
Villalón, por ejemplo, indicó lo siguiente en su Gramática castellana:
La X, enel Castellano tiene la mesma pronunçiaçion enel vocablo que tiene
la j, larga, que el Latino llama consonante: porque poca differençia haze
dezir jarro, o xarro, jornada, o xornada: porque todo se halla escripto enel
Castellano. Verdad es que algo mas aspera se pronunçia la x, que la j,
consonante. Y por esta causa digo, que se debe aconsejar al cuerdo escriptor
con sus orejas para bien escrevir: porque el sonido de la pronunçiaçion le
enseñara con que letra deva escrevir (Villalón 1558: s. n.).
En las gramáticas del siglo XVII, como en la de Alemán (1609), Jiménez Patón
(1614) o Correas (1630), también se documentó la confusión de los fonemas. Jiménez
Patón (1614), por ejemplo, dio cuenta de la difusión del fenómeno:
mismo para las etimologías que dieron sorda en castellano (dixo, etc.), que para las que dieron sonora (en
el Cancionero, siempre oxo, foxa, etc.)».
369
CAPITULO 4. CAMBIOS EN LA MACROESTRUCTURA DEL DRAE 1803-1899: LA INTERDEPENDENCIA ENTRE EL
DICCIONARIO Y LA ORTOGRAFÍA
X. es letra semivocal, y tiene fuerça de dos consonantes, por la qual ponian
algunas veces antiguamente la C. y S. (como dice Antonio) y otros G. y S.
como Apecs, Gregs, que es decir, Apex, Grex. […] Su pronunciacion á de
ser la misma al principio que al medio, que al fin, y assi pronuncian mal los
que la pronuncian, como G. ó jota. Diciendo Xarave, Paxaro, Dixo. Lo qual
en Castellano no tengo por remediable (Jiménez Patón 1614: 65).
Según los datos ofrecidos por Quilis y Rozas (1963: 447), este tratadista fue el
primero en describir el fonema como velar /x/.
En el siglo XVIII, en cambio, todos los ortógrafos se referían en sus tratados a un
único fonema y hacían referencia a la complejidad en la ortografía derivada de la vieja
oposición fonemática. Sin embargo, algunos autores decidieron conservar las tres letras
en la escritura respetando el uso extendido. Tal es el caso de Sánchez Montero (1713),
Mañer (1725) y Pérez Castiel (1727). Otros gramáticos, como, por ejemplo, Bordázar
(1728) y Mayans y Siscar (1735) eliminaron parte de la variación innecesaria entre estas
tres grafías, pero no consiguieron una relación biunívoca entre grafema y fonema, ya
que mantuvieron en sus sistemas dos grafías para representar un único fonema: g y j. A
finales del siglo XVIII, destaca la propuesta ortográfica de Terreros (1786-1793), quien
decidió conservar solamente la letra j en representación del fonema velar fricativo sordo
(cfr. Terrón 2019). Así lo advirtió en el prólogo de su diccionario:
La j hace tambien en esta obra un papel mui principal; pues ademas de las
voces que se escriben con ella, comunmente se pone tambien en lugar de g
en toda voz en que se siga á esta letra e, i, v. g. jente, jigante; y asimismo
sirve en vez de x siempre que la x conserva la pronunciacion gutural, ó no
valga por cs, ó por gs; v. g. en xavon, xalapa, xaque, caxa, en que no se
escribe así; sino javon, jalapa, &c. La razon de todo esto es porque siendo la
pronunciacion propia de la j, se escribe como se pronuncia, que es la base de
mi sistema (Terreros y Pando 1786-1793: XXVIII-XXIX).
A pesar de la diversidad de opiniones en materia ortográfica, el siglo XVIII estuvo
marcado por la doctrina académica (cfr. Martínez Alcalde 2010a: 158).
370
CAPITULO 4. CAMBIOS EN LA MACROESTRUCTURA DEL DRAE 1803-1899: LA INTERDEPENDENCIA ENTRE EL
DICCIONARIO Y LA ORTOGRAFÍA
1.2.4.1. El siglo XVIII: gestación de las ideas ortográficas de la Academia
En el momento de redacción del Discurso proemial (1726) las grafías g, ante e y i, j y x
representaban en la escritura un único fonema, el cual, tras una serie de modificaciones,
se realizaba como fricativo velar sordo /x/. Así aparecía descrito en la mayor parte de
las gramáticas. La Academia, siguiendo la línea de los ortógrafos coetáneos, admitió la
igualación fonémica desde su primer tratado e hizo referencia al problema ortográfico
que ello suponía:
En el uso de las letras g, j, x, (cuya articulación y pronunciación es fuerte y
uniforme en la aspiración y modo de proferirlas con la garganta) hai no
pequeña controversia y dificultad. La j, y la x son iguales en toda la
combinación de las cinco vocáles, porque del mismo modo que se pronúncia
Ja, Je, Ji, Jo, Ju, se pronúncia tambien en muchas dicciones la x
(Diccionario de autoridades 1726: LXXIV).
Esta postura se trasvasó al Diccionario de autoridades, puesto que las tres letras
se describieron como guturales. Así se mantuvo, como se puede observar en la cita, en
todas las ediciones del diccionario publicadas en el siglo XVIII:
G. […] pero el dia de oy se pronuncia guturalmente con la e y la i: como en
Genio, Gigante, &c. (Diccionario de autoridades 1734-DRAE 1791: s. v. g).
J. […] Su pronunciacion es guturál, como la propia y naturál de la X»
(Diccionario de autoridades 1734-DRAE 1791: s. v. j).
X. […] En Castellano conservamos el sonido de la c, y s: como Examen,
Exótico, pero el de la g, y s lo convertimos en otro mucho mas fuerte, y
guturál, tanto que no la distinguimos de la j ò g fuerte, como en Xamugas,
Exército (Diccionario de autoridades 1739-DRAE 1791: s. v. x).
Con el propósito de solventar la dificultad ortográfica derivada de la igualación
fonémica, en el Discurso proemial se ofrecieron unas reglas que guiaron el empleo de
las tres grafías en la escritura. Estas pautas se basaban en el origen de las voces, aunque
con algunas excepciones que atendían al uso generalizado. Se proponía utilizar la letra g
371
CAPITULO 4. CAMBIOS EN LA MACROESTRUCTURA DEL DRAE 1803-1899: LA INTERDEPENDENCIA ENTRE EL
DICCIONARIO Y LA ORTOGRAFÍA
en vocablos derivados cuyos primitivos tenían g (elegir, regir, colegir, afligir, proteger,
coger, &c. escribiendo elige, rige, colige, aflige, protegía, protegió, cogía, cogió, &c.);
la grafía x en palabras que tenían x y s en su raíz (vexacion, relaxacion, execucion, caxa,
dexar, xabon, etc. que proceden de vexatio, relaxatio, executio, capsa, deserere, sapo) y
la letra j en el resto de términos, los cuales provenían principalmente de g (teja, lejos,
que vienen de tegula, longe), de i (jactancia, justícia, que vienen de iactancia, iustitia)
y de l (paja, consejo, hijo, que vienen de palea, consilium, filius). También se debía usar
la j en los vocablos derivados cuya base léxica tenían esta misma grafía (aconsejar,
aparejar, montejar) 306.
La regla basada en el origen fue la que guio la escritura de las voces del lemario
de la primera edición del Diccionario de autoridades. Cuando existía vacilación en las
autoridades, se documentaba la variedad en la definición y se indicaba cuál era la forma
preferida por la Academia, que normalmente se correspondía con la que se escribía con
la misma grafía que el étimo. Algunos ejemplos son las palabras almarraxa, artejo y
baxo:
ALMARRAXA. […] Covarr. citando al P. Guadix, y à Urréa dice que es voz
Arábiga, y que significa rociadór: lo que confirma el P. Alcalá, que pone por
correspondiente Arábigo Marráxa, y añadiéndole el artículo Al se dixo
Almarráxa. Covarr. lo escribe con j, diciendo Almarrája; pero atendiendo à
su orígen se debe retener la x (Diccionario de autoridades 1726: s. v.
almarraxa).
ARTEJO. […] Viene del Latino Articulus, que significa esto mismo.
Algunos le escriben con x; pero mal, porque la l se convierte en j, y no en x
(Diccionario de autoridades 1726: s. v. artejo).
BAXO, XA. […] El orígen de esta palabra, segun dicen Juan Lopez de
Velasco y otros, viene del Italiano Basso, que significa lo mismo. Covarr. la
dedúce del Griego Basis; pero es mas probable la priméra etymología.
Débese escribir con x, y no con j, por razón de venir de s, como se ha
advertido en el Discurso de la orthographía (Diccionario de autoridades
1726: s. v. baxo, xa).
306
Los ejemplos y las etimologías son las que se ofrecen en el Discurso proemial y en el Diccionario
de autoridades.
372
CAPITULO 4. CAMBIOS EN LA MACROESTRUCTURA DEL DRAE 1803-1899: LA INTERDEPENDENCIA ENTRE EL
DICCIONARIO Y LA ORTOGRAFÍA
En algunas ocasiones se consignaban como lemas independientes las dos variantes
gráficas en el diccionario y, habitualmente, la forma recomendada era la que respetaba
la etimología (ageno/ajeno), aunque con algunas excepciones, como, por ejemplo, en
jareta/xareta:
AGENO, NA. Vease Ajeno (Diccionario de autoridades 1726: s. v. ageno,
na).
AJENO, NA. […] Viene del Lat. Alienus, que significa esto mismo, por cuya
razon se débe escribir con j, aunque mui comunmente se halla con g
(Diccionario de autoridades 1726: s. v. ajeno, na).
JARETA. […] (Diccionario de autoridades 1734: s. v. jareta).
XARETA. s. f. Vease Jareta. Muchos la escriben con x, dandole la
etymología del Arábigo Xarega, ò Xareca, que vale apretar, ò cerrar, ù de
Sareta, que significa tragar, por el modo con que se entra la cinta en la
costura (Diccionario de autoridades 1739: s. v. xareta).
El criterio etimológico fue también el que primó, por encima del uso establecido y
de la pronunciación, en la primera edición de la ortografía de 1741. En este tratado se
indicaba que «de los tres principios, que son los exes, en que se mantiene esta máchîna,
y el norte de la Orthographia, solo nos queda en estas guturales el tercero, que es el del
origen de las voces, para que nos gobierne al acierto» (ORAE 1741: 154). Esta directriz
marcó las reglas para el uso en la escritura de las tres grafías, las cuales se ampliaron
respecto al Discurso proemial. Por un lado, la letra g se debía utilizar en las palabras
que la tuvieran en su etimología, ya fuese griega (geometría, geographía), arábiga (gira,
ginete), latina (gemido, generación) o francesa (gigote), y cuando en latín se iniciaban
con hi (gerarchîa). Sin embargo, no siempre se podía recurrir a la etimología, ya que
«muchas veces se hallan voces, que teniendo en su orígen G, no la conservan en el
Castellano, como se ve en hielo del Latino gelu; hierno del Latino gener» (ORAE 1741:
154). Por otro lado, la j se empleaba, además de en los casos indicados en el Discurso
proemial, en los términos arábigos de donde «aprehendimos, y tomamos esta gutural
pronunciacion, como jubon, jabali, jazmin: de jubon, jebeli, jezmin» (ORAE 1741: 177)
y en los casos en los que existiesen dudas sobre el origen (arrojar, abadejo) (cfr. ORAE
373
CAPITULO 4. CAMBIOS EN LA MACROESTRUCTURA DEL DRAE 1803-1899: LA INTERDEPENDENCIA ENTRE EL
DICCIONARIO Y LA ORTOGRAFÍA
1741: 179). Finalmente, para la x se mantuvieron las mismas reglas, se utilizaba cuando
procedía de x y s latina, y se añadió la referente a la posición final absoluta:
Tambien se escribe X en aquellas voces, que terminamos con pronunciacion
gutural, como en carcax, relox, la qual se conserva en los plurales, como
carcaxes, reloxes (ORAE 1741: 217-218).
Asimismo, para indicar la pronunciación /ks/ de la x se acordó utilizar el signo
circunflejo en la vocal posterior a esta letra:
Se ha de poner la X, quando se halle en la lengua latina; pero para
facilidad de los que leen: […] quando equivale á la cs, y se ha de
pronunciar suave, se señalará la vocal, á quien hiere, con el acento, que los
Latinos llaman circunflexo, y en las Imprentas capucha, escribiendo, assi
exâmen, exorbitante: y se debe advertir que esta señal en Castellano no es
nota de acento, sino signo de la pronunciacion suave (ORAE 1741: 216).
Como se había expuesto en la obra ortográfica, el empleo de la letra g era el más
difícil de fijar, ya que no siempre era posible conocer el origen de las voces, por lo que
en la edición de la ortografía de 1754 se cambió de criterio para el uso de esta grafía. Se
propuso la siguiente norma con el objetivo de facilitar y simplificar la ortografía:
En la primera impresion de este Tratado estableció la Academia que todas
las voces, cuya pronunciacion con la e y la i es gutural, se debían escribir
con G, teniendola en su orígen, como tambien las que empiezan con sonido
gutural por conversion de la hie que tienen en Latin […]. Pero como estas
reglas tienen en su práctica la precisa dificultad que todas las que dependen
de los orígenes, se han hecho, con el fin de mejorarlas, nuevas
observaciones. De ellas ha resultado con vista de las voces que están en el
Diccionario, y de las que se hallan recogidas para su aumento, que á
diferencia de algunas que se señalarán por excepcion, en todas las demas
voces las sílabas ge, gi se acostumbran a escribir en Castellano con G: de
forma que está á su favor la pronunciacion que inclina á esta letra, está el uso
mas comun y constante, y está tambien por lo general el orígen:
concurriendo estos tres principios para seguridad de la regla que en lugar de
las que se dieron antes, se establece ahora, y es la siguiente (ORAE 1754: 4143).
374
CAPITULO 4. CAMBIOS EN LA MACROESTRUCTURA DEL DRAE 1803-1899: LA INTERDEPENDENCIA ENTRE EL
DICCIONARIO Y LA ORTOGRAFÍA
El uso exclusivo de la g delante de e y i suponía un gran avance para la ortografía,
puesto que evitaba la vacilación con la j. Asimismo, se planteó utilizar siempre la letra j
delante de las vocales a, o y u, «exceptuandose de esta Regla general algunas voces que
según su orígen y el uso mas comun y constante se escriben con X» (ORAE 1754: 55).
Las excepciones que se debían escribir con x se correspondían con algunos arabismos
(axuar, almoxarife) y nombres propios (Faxardo, Luxan, Quixada), además de aquellas
voces que tenían x y s en su raíz, como ya se había fijado desde el Discurso proemial
(dexar, xabon que remontaba el diccionario a deserere, sapo). Cabe destacar que,
aunque la regla que hacía referencia al uso de x en posición final de dicción se mantuvo
igual que en la ORAE 1741, se añadió una precisión articulatoria. Así se indicaba en la
explicación de la consonante:
El mismo sonido, si bien algo menos perceptible, tiene siempre esta letra
[la x] en fin de diccion, como en carcax, relex, dix, relox, almoradux: y
aunque pudiera suplir por ella la G, ó la J, estas voces y todas las semejantes
se escriben con X, porque es proprio del Castellano no acabar en G, ni J voz
alguna (ORAE 1754: 75-76).
La pronunciación de x en final absoluto, por lo tanto, debía ser más relajada que
en inicio o interior de palabra, puesto que era «algo menos perceptible» al oído.
Las reglas propuestas en el tratado de 1754 se mantuvieron sin ninguna alteración
en las ediciones de la ortografía de 1763, 1770, 1775, 1779 y 1792.
Las nuevas normas ortográficas expuestas en la edición de la ortografía de 1754 y
conservadas en todas las ediciones publicadas en el siglo XVIII se vieron reflejadas en
la macroestructura de la segunda edición del Diccionario de autoridades (1770) y en las
primeras ediciones del diccionario usual de 1780, 1783, 1791 y 1803.
La propuesta de utilizar siempre la letra g delante de las vocales e y i motivó la
supresión de variantes gráficas y algunos cambios en la escritura de las palabras de la
nomenclatura. Por un lado, se suprimieron del lemario variantes escritas con j y con x,
como ajeno, ajenador, ajenar, axenuz y xefe y se mantuvieron las formas escritas con g
siguiendo las recomiendaciones de la ortografía (ageno, agenador, agenar, agenuz),
375
CAPITULO 4. CAMBIOS EN LA MACROESTRUCTURA DEL DRAE 1803-1899: LA INTERDEPENDENCIA ENTRE EL
DICCIONARIO Y LA ORTOGRAFÍA
excepto para la voz xefe, registrada con x en la edición de la ortografía de 1792. Cabe
destacar que la variante axenuz se volvió a introducir en el suplemento de 1783 y se
eliminó en 1791, conviviendo en estas ediciones con la voz escrita con g: agenuz (17261852). Por otro lado, se modificó la grafía a favor de la g en voces como apoplegia y
bardage, escritas con x en 1726, y en alfange, enagenacion, enagenamiento, enagenado
y enagenar, escritas con j en 1726. Todos estos términos volvieron a escribirse con j en
la edición del diccionario de 1837. Por su parte, los vocablos apoplegia y bardage
aparecían con x en la ortografía de 1754, por lo que se produjo una contradicción entre
la obra ortográfica y el diccionario. El adjetivo bardage volvió a modificar su escritura
en la edición del diccionario de 1803, que se registró con x, y 1817, con j: bardaxe
(1726) > bardage (1780-1791) > bardaxe (1803) > bardaje (1817, 1899-2014); y el
sustantivo apoplegia cambió la grafía en la edición de 1832: apoplexia (1726) >
apoplegia (1770-1822) > apoplejía (1832-2014).
También se cambió la grafía de j a x en fixar, fixado, sonroxar, sonroxado y
sonroxo y de g a x en afixir. En los términos fixar y fixado la modificación seguía las
recomendaciones de la ortografía, a pesar de que la hipótesis etimológica ofrecida en la
primera edición del Diccionario de autoridades (1726: s. v. fijar) requería el uso de j, ya
que provenía de una g: «Tiene la anomalía de mudar la j en x en los tiempos pretéritos,
arreglada a la del verbo Latino Figo, gis, de donde se formó, el qual hace el preterito y
supino Fixi, Fixum». En cambio, en los vocablos sonroxar, sonroxado y sonroxo la
variación gráfica se adecuó a la escritura del primitivo roxo (1739-1803), procedente del
latín russus. En este sentido, no es coherente la supresión del verbo arroxar con x y el
mantenimiento de la variante con j en las ediciones siguientes, ya que en la definición se
indicaba que este verbo «Es formado del nombre Roxo» (Diccionario de autoridades
(1726: s. v. arroxar). La modificación de g a x en el verbo afixir tampoco respetaba el
origen etimológico propuesto en el Diccionario de autoridades (1726: s. v. afigir)
donde se señalaba que procedía de una g seguida de vocal palatal, por lo que se debía
utilizar la g: «Lo mismo que Fijar, Voz antiquada de Aragón, tomada del Lat. Figere,
que significa esto mismo».
376
CAPITULO 4. CAMBIOS EN LA MACROESTRUCTURA DEL DRAE 1803-1899: LA INTERDEPENDENCIA ENTRE EL
DICCIONARIO Y LA ORTOGRAFÍA
Las alteraciones llevadas a cabo en la edición del diccionario de 1803 también se
rigieron por las pautas establecidas en las ediciones de la ortografía del siglo XVIII. Por
un lado, se suprimieron las variantes gráficas gergon, ingerto, ingerir, que según las
hipótesis etimológicas formuladas en el Diccionario de autoridades debían escribirse
con x, ya que procedían de una s o de una x: ingerto de insertus y ingerir de inserere.
Para el sustantivo gergon se ofrecían dos etimologías distintas, aunque en ambos casos
la palabra debía escribirse con x:
XERGON. s. m. […] Puede venir del Arabe Sergon, que vale Albardón;
pero tambien pudo decirse de Xerga, por ser la tela, de que se suelen hacer
(Diccionario de autoridades 1739: s. v. xergon).
Por otro lado, se modificó la grafía de g a j en los términos callejear, callejero y
losanje, este último en contra de su etimología francesa documentada en el Diccionario
de autoridades, aunque se volvió a cambiar en la edición de 1822, y de x a j en los
vocablos ajufayna, desmadejamiento, desmadejado y desmadejar, a pesar de que en la
ortografía se recomendaba la escritura con x (ORAE 1792: 169-207). También se
cambió la escritura en torongil siguiendo la propuesta de usar siempre la letra g delante
de las vocales palatales, independientemente de su formación, ya que en el Diccionario
de autoridades (1739: s. v. toronjil) se señalaba que este nombre se tomó de toronja,
escrito con j. En la edición de 1832 se volvió a registrar este término con j.
Finalmente, se añadieron los vocablos jato y jurel, los cuales convivieron en esta
edición con xato y xurel. Es destacable la introducción de jato con j, representando la j
al fonema fricativo velar sordo, ya que desde el Diccionario de autoridades hasta 1803
se indicaba en la información lexicográfica que en este término dialectal de Galicia «se
pronuncia la x suavemente» (DRAE 1803: s. v. xato). Posiblemente esta pronunciación
estuviera influenciada por el gallego, puesto que la variante con j no aparecía marcada
diatópicamente en ninguna edición.
En definitiva, las modificaciones en la macroestructura que se llevaron a cabo en
la segunda edición del Diccionario de autoridades (1770) y en las primeras ediciones
377
CAPITULO 4. CAMBIOS EN LA MACROESTRUCTURA DEL DRAE 1803-1899: LA INTERDEPENDENCIA ENTRE EL
DICCIONARIO Y LA ORTOGRAFÍA
del diccionario usual (1780, 1783, 1791 y 1803) se rigieron por las pautas propuestas en
la edición de la ortografía de 1754. Estas reglas eran tres: 1) uso exclusivo de la letra g
delante de las vocales palatales, lo que provocó cambios gráficos (alfange, apoplegia,
bardage, torongil, etc.) y supresiones de variantes registradas con j y con x (ajeno, xefe,
etc.); 2) adecuación gráfica de la voz a su etimología, por lo que se suprimieron formas
gráficas antietimológicas (gergon, ingerir, etc.), con alguna anomalía (fixar, afixir); 3)
homogeneización de los derivados con la escritura de la base léxica (sonroxar de roxo),
con alguna excepción (arrojar).
1.2.4.2. El siglo XIX: la norma ortográfica a través del diccionario
A inicios del siglo XIX seguían existiendo, como en la centuria anterior, tres grafías
para la representación del fonema fricativo velar sordo /x/: g, j y x. La g y la x, además,
eran correlatos de diferentes pronunciaciones: g para /g/ (gato, gubernativo, visigodo) y
/x/ (ingenioso, giboso) y x para /ks/ (examen, exortacion) y /x/ (axedrez, xarabe,
xugoso). Como ya se ha expuesto, la Academia había decidido mantener en su sistema
ortográfico las tres letras respetando el criterio etimológico y el del uso generalizado,
por lo que en los tratados del siglo XVIII se fueron precisando las reglas para el correcto
empleo de estas grafías, aunque seguían existiendo numerosas vacilaciones derivadas de
las costumbres escriturarias.
En el siglo XIX se llevaron a cabo una serie de reformas respecto al empleo de g, j
y x con el objetivo de simplificar la ortografía castellana. En las reglas propuestas por la
Academia se observa una manera distinta de proceder que depende del lugar de la grafía
dentro la palabra. Por ello, se ha decidido organizar este apartado teniendo en cuenta la
distribución: posición inicial e interior intervocálica (A), por un lado, y posición final
(B), por el otro.
378
CAPITULO 4. CAMBIOS EN LA MACROESTRUCTURA DEL DRAE 1803-1899: LA INTERDEPENDENCIA ENTRE EL
DICCIONARIO Y LA ORTOGRAFÍA
A) Posición inicial e interior intervocálica
Como se ha indicado anteriormente, las reglas para el empleo en la escritura de g, j y x
se fueron precisando en las distintas ediciones de la ortografía del siglo XVIII, aunque
se mantenían las tres grafías en representación del fonema fricativo velar sordo.
En la octava edición de la ortografía (1815) se llevó a cabo una gran reforma con
el propósito de eliminar parte de la variación existente entre estas tres letras. La propia
Academia se refirió a este cambio como una novedad «hecha para facilitar la escritura y
perfeccionar la ortografía castellana» (ORAE 1815: 55). En esta edición se redujo la
grafía x al «sonido suave equivalente á cs en todas las voces en que se halle» y «los
sonidos fuertes ó guturales, que antes se agregaban a la x en algunas voces, se
remitirán constantemente á la j y g en los casos y combinaciones que respectivamente
les correspondan» (ORAE 1815: 55).
Sin embargo, aunque se había reservado la x únicamente para la pronunciación
latina /ks/, seguía existiendo variación en el empleo de g y j delante de vocal palatal. A
diferencia de lo acordado a partir de la ortografía de 1754, en la que se decidió utilizar
solamente la letra g delante de e y i, con alguna anomalía, en 1815 se volvió a recurrir a
la etimología para su correcto empleo, exceptuando «diferentes voces que según uso
constante acostumbran escribirse con j, como los nombres Jesús, Jerusalen, Jeremías, y
los diminutivos ó derivados de los que acaban en ja, jo, como de ajo, ajito, de baraja,
barajita» (ORAE 1815: 33).
Estas reglas se vieron reflejadas en la edición del diccionario académico de 1817.
En el prólogo se declaró el acuerdo del repertorio lexicográfico a la última ortografía
publicada, puesto que «hubiera sido inconsecuencia inexcusable el que la Academia no
siguiese con puntualidad en su Diccionario las reglas que tiene prescritas en su tratado
de Ortografía» (DRAE 1817: prólogo). Respecto al empleo en la escritura de las grafías
g y j se especificó lo siguiente:
Posible es que los inteligentes noten aun alguna variedad ó falta de
constancia en la escritura de ciertas voces de sonido y pronunciacion
379
CAPITULO 4. CAMBIOS EN LA MACROESTRUCTURA DEL DRAE 1803-1899: LA INTERDEPENDENCIA ENTRE EL
DICCIONARIO Y LA ORTOGRAFÍA
semejante. Aunque la Academia ha manifestado en su Ortografia el deseo
que tiene de que el sonido áspero y gutural se circunscriba exclusivamente á
la j, todavía lo conserva la g en algunas combinaciones (DRAE 1817:
prólogo).
No obstante, en el tratado ortográfico no se había otorgado preferencia a la grafía
j, sino que el origen y las costumbres escriturarias dirigían el uso de g y j.
Estas reformas ortográficas se pusieron en práctica en las voces del lemario.
Debido a la exclusión de la x en representación del fonema fricativo velar se cambió la
grafía de todas las voces que tenían x a j y, en algunos pocos casos, a g. Se exceptuó, sin
embargo, cuando la x se hallaba en coda final, ya que en la edición de la ortografía de
1815 se le había atribuido la pronunciación /ks/ (§ 1.2.4.2. B). La modificación, por lo
tanto, tuvo un alcance general y afectó a todas las palabras con estas características, lo
que supuso un total de 735 cambios 307. Respecto a la combinación con las vocales e, i,
cabe destacar que en 256 ocasiones la sustitución se produjo de x a j y en 24 de x a g,
por lo que se demuestra la preferencia por utilizar la j, tal y como se había manifestado
en el prólogo de la obra. En la tabla 23 se hallan algunos ejemplos del cambio de x a j
seguida de las cinco vocales:
DRAE 1803
x
DRAE 1817
j
Ejemplos
afloxar > aflojar
coxear > cojear
encaxe > encaje
luxuriar > lujuriar
mexillon > mejillon
roxo > rojo
texon > tejon
vaxilla > vajilla
xugosidad > jugosidad
Tabla 23.
307
El gran número de cambios posiblemente provocó algunos descuidos como, por ejemplo, el de las
voces geringa, y sus derivados, las cuales se añadieron con g en el suplemento de esta edición (cfr.
Clavería 2018: nota 37).
380
CAPITULO 4. CAMBIOS EN LA MACROESTRUCTURA DEL DRAE 1803-1899: LA INTERDEPENDENCIA ENTRE EL
DICCIONARIO Y LA ORTOGRAFÍA
Los 24 términos en los que se modificó la grafía de x a g fueron los siguientes:
DRAE 1803
x
DRAE 1817
g
Ejemplos
dixe > dige
dixecillo > digecillo
dixecito > digecito
enxerimiento > engerimiento
enxebado > engebado
enxebar > engebar
enxebe > engebe
enxerido > engerido
enxeridor > engeridor
enxeridura > engeridura
enxerir > engerir
enxero > engero
enxertacion > engertacion
enxertado > engertado
enxertal > engertal
enxertar > engertar
enxerto > engerto
enxierto > engierto
xeringado > geringado
xeringar > geringar
xeringa > geringa
xeringacion > geringacion
xeringazo > geringazo
Tabla 24.
La mayoría de estos vocablos volvieron a modificar la grafía a j en alguna edición
posterior del diccionario 308. Las voces dige y engebar, y sus derivados, en 1832;
geringa y sus derivados, en 1837; engertar y sus derivados, en 1884 y engero, en 1947.
En engebar y geringar, y los derivados de ambos, la variación de g a j se produjo en
contra de la escritura que se recomendaba en la ortografía de 1815. Por su parte, los
términos engerir, engeridor y engerimiento se han mantenido con la grafía g hasta la
actualidad.
308
A excepción de los participios engebado, engerido, engertado, geringado, los cuales se
suprimieron del diccionario en la edición de 1832 y de la forma engierto que se eliminó en la edición
siguiente de 1822.
381
CAPITULO 4. CAMBIOS EN LA MACROESTRUCTURA DEL DRAE 1803-1899: LA INTERDEPENDENCIA ENTRE EL
DICCIONARIO Y LA ORTOGRAFÍA
Como consecuencia de la sustitución de x por j, algunas voces que en la edición
de 1803 se consignaban como dos lemas con significados y grafía distinta, pero con una
misma pronunciación 309, se unieron en un único artículo lexicográfico. Este es el caso,
por ejemplo, como se puede observar en la tabla 25, de oxear/ojear y texa/teja:
DRAE 1803
OXEAR. v. a. Espantar con voces la
caza, para que se levante y vaya al sitio
donde se le ha de tirar.
OXEAR. Por analogia vale espantar y
ahuyentar de cualquiera suerte alguna
cosa.
DRAE 1817
OJEAR. v. a. Echar los ojos y mirar
con atencion á determinada parte.
OJEAR. v. a. Espantar con voces la
caza para que se levante y vaya al
sitio donde se le ha de tirar.
OJEAR. Por analogia vale espantar y
ahuyentar de cualquiera suerte alguna
OJEAR. v. a. Echar los ojos, y mirar cosa.
con atencion á determinada parte.
TEXA. s. f. Lo mismo que TEXO TEJA. s. f. Pieza de barro cocido
hecha en forma de canal, para cubrir
ÁRBOL.
por fuera los techos, recibir y vaciar
TEJA. s. f. Pieza de barro cocido hecha las aguas de las lluvias.
en forma de canal, para cubrir por TEJA. p. Mur. La parte cóncava y baja
fuera los techos, recibir y vaciar las del capúz que ciñe el árbol.
aguas de las lluvias.
TEJA. s. f. Lo mismo que TEJO
TEJA. p. Mur. La parte cóncava y baxa ÁRBOL.
del capúz que ciñe el árbol.
Tabla 25.
Este cambio conllevó que voces que eran homófonas en la edición del diccionario
académico de 1803, es decir, con igual pronunciación, pero con distinto significado y
grafía y, por lo tanto, registradas en dos entradas respetando el orden alfabético, en 1817
se consignaran en un artículo lexicográfico debido a la coincidencia gráfica.
Cabe destacar que el verbo oxear escrito con x y con el significado de ‘espantar
las gallinas ú otras aves domésticas’ (DRAE 1837: s. v. oxear) se volvió a incluir en la
edición de 1837 y se ha mantenido en el diccionario hasta la actualidad. No obstante, las
acepciones que en la edición de 1803 se encontraban en oxear se han conservado en el
309
Se ha atribuido la pronunciación fricativa velar sorda a la x, puesto que en la vocal posterior no
aparecía el signo circunflejo que indicaba la pronunciación latina /ks/.
382
CAPITULO 4. CAMBIOS EN LA MACROESTRUCTURA DEL DRAE 1803-1899: LA INTERDEPENDENCIA ENTRE EL
DICCIONARIO Y LA ORTOGRAFÍA
artículo encabezado por la variante con j, aunque a partir de 1884, debido a la distinción
de homógrafos con criterio etimológico, se registraron en dos artículos distintos:
Ojear. a. Dirigir los ojos y mirar con atención á determinada parte.
Ojear. (De ox.) a. Espantar la caza con voces, tiros, golpes ó ruidos de
palmadas, para que se levante, acosándola hasta que llega al sitio donde se le
ha de tirar ó coger con redes, lazos, etc. || fig. Espantar y ahuyentar de
cualquiera suerte una cosa.
Oxear. (De ox.) a. Espantar las gallinas ú otras aves domésticas.
La información del paréntesis etimológico de ojear se ha cambiado en la última
edición del diccionario académico: «Der. del ár. hisp. ušš» (DLE 2014: s. v. ojear2).
Sobre la pronunciación de oxear en el DECH se advierte lo siguiente:
Cuando se perdió en castellano el valor antiguo de la x = š, nuestro ojear
perdió algunas de sus cualidades onomatopéyicas, pues lo esencial de la
interjección para ahuyentar animales es la fricación prepalatal de la š; de ahí
que en parte se reemplazara este sonido por la s, más próxima y más
adecuada que la j moderna para reemplazar la antigua š; así resultó la forma
andaluza osear (DECH: s. v. ojear).
De hecho, en la edición del diccionario académico de 1869 se incluyó la variante
gráfica osear con remisión a la forma oxear. Actualmente, en la OLE (2010: 159-161)
se indica que el verbo derivado de la interjección ox se pronuncia con /ks/ y presenta
una variante escrita con s. En el DLE 2014 se hallan registradas las onomatopeyas ox y
su variante gráfica os. Asimismo, también se ha mantenido en el repertorio el verbo
escrito con la j y con el significado de ‘ahuyentar la caza…’ (DLE 2014: s. v. ojear2).
No ocurrió lo mismo en voces como fijo o tejillo, puesto que, pese a registrarse en
dos artículos distintos en 1803 (fijo/fixo, tejillo/texillo), en 1817 se conservaron las dos
entradas lexicográficas, pero con el lema escrito con j en ambos casos, como se puede
observar en la tabla 26:
383
CAPITULO 4. CAMBIOS EN LA MACROESTRUCTURA DEL DRAE 1803-1899: LA INTERDEPENDENCIA ENTRE EL
DICCIONARIO Y LA ORTOGRAFÍA
DRAE 1803
DRAE 1817
FIJO. s. m. ant. Lo mismo que HIJO.
FIJO. s. m. ant. Lo mismo que HIJO.
FIJO.
ant.
Lo
mismo
que FIJO.
ant.
Lo
mismo
que
DESCENDIENTE.
DESCENDIENTE.
FIXO, XA. p. p. irreg. de FIXAR.
adj. Firme, asegurado.
Lo que está permanentemente
establecido sobre reglas determinadas,
y no expuesto á movimiento, ó
alteracion; así se dice: sueldo FIXO, dia
FIXO, &c.
TEJILLO. s. m. d. de TEJO.
FIJO, JA. p. p. irreg. de FIJAR.
adj. Firme, asegurado.
Lo que está permanentemente
establecido
sobre
reglas
determinadas, y no expuesto á
movimiento, ó alteracion; así se dice:
sueldo FIJO, dia FIJO, &c.
TEJILLO. s. m. Especie de trencilla
de que usaban las mugeres como
TEXILLO. s. m. Especie de trencilla ceñidor.
de que usaban las mugeres como
TEJILLO. s. m. d. de TEJO.
ceñidor.
Tabla 26.
FIXO.
FIXO.
FIJO.
FIJO.
Las dos entradas se unieron en una sola en la edición de 1832. El artículo de fijo
se volvió a separar en dos en la edición de 1884 debido a la inclusión de la etimología.
Posiblemente la consignación en dos lemas en 1817 fuese una errata tipográfica fruto de
la rapidez con la que se elaboró esta edición (cfr. Clavería 2018: 21-27), la cual se
corrigió en 1832 310, puesto que hasta 1884 no se empezaron a separar los homógrafos
en el diccionario.
Asimismo, el cambio de x a j también conllevó que voces que estaban en un único
artículo lexicográfico se separaran en dos en la edición de 1817 atendiendo a la nueva
distribución en la que la grafía x representaba solamente la pronunciación /ks/, por lo
que este cambio permitió descubrir dobletes gráficos ocultos en una misma entrada.
Este es el caso, como se puede observar en la tabla 27, de los dobletes anexo/anejo y
próximo/prójimo:
DRAE 1803
DRAE 1817
310
Como se ha demostrado en el estudio de Carriet (2017), la séptima edición del diccionario tenía
como objetivo fundamental el ahorro de espacio y, por ende, la reducción del volumen de la obra. Por este
motivo, se cambió el aspecto del artículo lexicográfico: las acepciones se concentraron en un único
párrafo y se recurrió a la doble pleca para poder separarlas y distinguirlas.
384
CAPITULO 4. CAMBIOS EN LA MACROESTRUCTURA DEL DRAE 1803-1899: LA INTERDEPENDENCIA ENTRE EL
DICCIONARIO Y LA ORTOGRAFÍA
ANEXO, XA. adj. Lo unido á otra
cosa con dependencia de ella.
ANEXO. s. m. El beneficio, ó iglesia
que depende de otra, que es su
principal, ó cabeza.
ANEJO. s. m. El beneficio, ó iglesia
que depende de otra que es su
principal ó cabeza.
ANEJO, JA. adj. Lo mismo que
ANEXO.
ANEXO, XA. adj. Lo unido á otra
cosa con dependencia de ella.
PRÓXÎMO, MA. adj. Inmediato, PROJIMO. s. m. Cualquiera criatura
cercano, ó allegado.
capaz de gozar la bienaventuranza.
PRÓXÍMO. s. m. Qualquiera criatura PRÓXIMO. fest. El asno.
capaz de gozar la bienaventuranza; y
así son próximos los ángeles, y todas PRÓXIMO, MA. adj. Inmediato,
las personas de este mundo, aunque cercano, ó allegado.
sean infieles; pero no son próximos los
demonios, ni los condenados.
PRÓXIMO. fest. El asno.
Tabla 27.
La forma anejo, con la pronunciación fricativa velar sorda, se consignó en dos
lemas, el último con remisión a la forma con la grafía x pronunciada como /ks/, la cual
se empezó a distinguir a partir de la edición de 1817. Cabe destacar que Terreros ya
había documentado esta doble pronunciación en su diccionario (cfr. Terrón 2019;
Clavería 2020):
ANEJO, ó segun pronuncian otros, Anexo, dándole á la x el sonido de cs; lo
que está unido, ó junto, dependiente, ó hace como parte de alguna cosa
(Terreros y Pando 1786: s. v. anejo).
Este hecho demuestra la existencia de alternancia en la pronunciación entre /ks/ y
/x/ en la época, la cual ha sido documentada en el DECH 311:
Hasta el S. XVIII no distinguió la ortografía corriente entre la x (=cs) y la j
procedente de x, pero en la Edad Media y en el Siglo de Oro anejo (-xo) rima
con palabras que hoy se pronuncian con j, y la pronunciacion con x = cs no
311
Terreros también documentó la variación en la pronunciación de la voz anejo en su diccionario:
«ANEJO, ó segun pronuncian otros, Anexo, dándole á la x el sonido de cs; lo que está unido, ó junto,
dependiente, ó hace como parte de alguna cosa» (Terreros y Pando 1786: s. v. anejo).
385
CAPITULO 4. CAMBIOS EN LA MACROESTRUCTURA DEL DRAE 1803-1899: LA INTERDEPENDENCIA ENTRE EL
DICCIONARIO Y LA ORTOGRAFÍA
parece ser anterior al S. XIX; hoy anexo se ha hecho general menos cuando
es sustantivo, y en algunos países, aun en este caso (DECH: s. v. anejo).
Al respecto, señala Clavería (2020) que los comentarios fonéticos de Terreros
«nos permiten intuir la existencia de un elevado grado de variación en la adaptación de
los cultismos (latinismos y helenismos) con el grupo culto -ks- (grafía x)».
En próximo, en cambio, las dos pronunciaciones, /x/ y /ks/, se distinguían desde el
Diccionario de autoridades, pero se recogieron en un mismo artículo lexicográfico dada
su coincidencia gráfica:
PROXIMO, MA. adj. Immediato, cercano o allegado. Pronunciase la x como
cs. Es del Latino Proximus, a, um. […].
PRÓXIMO Usado como substantivo, y siempre en la terminación masculina,
se toma por qualquiera criatura capaz de gozar la Bienaventuranza […]. En
este sentido se pronuncia la x como j. Latín. Proximus (Diccionario de
autoridades 1737: s. v. proximo, ma).
En la edición del diccionario de 1817 se dividió el artículo lexicográfico en dos
entradas atendiendo a la pronunciación (tabla 27).
Finalmente, cabe destacar que la modificación de x a j también se llevó a cabo en
voces en las que la articulación defendida por la Academia se correspondía con la latina
/ks/: coanexô, circunflexo, fraxînela, galaxía, helxîne, luxo, transfixô, rixa, puesto que
algunas de estas palabras tenían el signo circunflejo que indicaba dicha articulación y en
otras se señalaba la pronunciación latina /ks/ en la propia definición del Diccionario de
autoridades. Por ejemplo, en las voces circunflexo, luxo, galaxia y rixa se exponía que
eran vocablos latinos en los que se pronunciaba «la x como cs» (1734: s. v. circunflexo,
luxo, galaxia 312, rixa). Terreros ya había documentado en luxo la doble pronunciación,
por lo que consignó las dos variantes gráficas en su diccionario otorgando preferencia a
la forma escrita con x: «Escríbese luxo porque comunmente se pronuncia la x como cs»
(Terreros y Pando 1787: s. v. luxo).
312
Cabe destacar que Terreros había registrado en su diccionario esta voz con la grafía j.
386
CAPITULO 4. CAMBIOS EN LA MACROESTRUCTURA DEL DRAE 1803-1899: LA INTERDEPENDENCIA ENTRE EL
DICCIONARIO Y LA ORTOGRAFÍA
En la edición de 1817 todas estas palabras se registraron con j, excepto helgine
con g: coanejo, circunflejo, frajinela, galajia, lujo, transfijo y rija. La entrada rixa se
eliminó del diccionario en 1817 y su definición pasó al artículo lexicográfico de rija.
Las voces circunflejo, lujo, transfijo y rija se han conservado con j hasta la actualidad y,
por lo tanto, con la pronunciación fricativa velar sorda. Por su parte, las formas coanejo,
frajinela y helgine se suprimieron en la edición de 1822 y galajia volvió a la grafía a x
también en esta edición. Como ya se expuso en otro estudio (cfr. Terrón 2018a: 77), en
la lista de voces de dudosa ortografía de la obra de 1815 se hallaba la forma galagia
(ORAE 1815: 166), que no se registró en ninguna edición del diccionario académico.
Estos ejemplos evidencian, como señala Clavería (2020), «la compleja convivencia
entre el componente culto-prestado y el patrimonial hasta principios de siglo XIX».
Además de la reforma de x a g o j, la cual afectó a todos los vocablos del lemario,
también se produjeron algunos cambios, aunque en unas pocas voces, entre las grafías g
y j. En total se vieron afectados 20 términos y, como se puede observar en la tabla 28,
todos excepto uno de ellos a favor de la grafía j:
DRAE 1803
g
DRAE 1817
j
Ejemplos
algeceria > aljezeria 313
algecero > aljecero
algemifao > aljemifao
algerife > aljerife
algerifero > aljerifero
algez > aljez
algezar > aljezar
algezon > aljezon
algibe > aljibe
algibero > aljibero
algimifrado > aljimifrado
aljonge > aljonje
aljongera > aljonjera
aljongero > aljonjero
gargageada > gargajeada
gargageado > gargajeado
gargagear > gargajear
313
Como se ha expuesto en el § 1.2.3.2., también se producen cambios en esta voz, y en todos los
derivados de aljez, en relación con las grafías c y z.
387
CAPITULO 4. CAMBIOS EN LA MACROESTRUCTURA DEL DRAE 1803-1899: LA INTERDEPENDENCIA ENTRE EL
DICCIONARIO Y LA ORTOGRAFÍA
j
g
gargageo > gargajeo
hostaje 314 > hostage
Tabla 28.
En los cambios representados en la tabla 28 se puede observar la preferencia de la
Academia por utilizar la grafía j en representación del fonema fricativo velar sordo, tal y
como se había manifestado en el prólogo del diccionario, independientemente de la
etimología. No obstante, en la ortografía de 1815 se recurría justamente al origen para el
empleo de g: «Las sílabas ge, gi deben escribirse con g siempre que sea conforme á su
orígen» (ORAE 1815: 33). Esto se evidencia, por ejemplo, en las modificaciones de las
voces aljibe y aljibero, que según la información del Diccionario de autoridades (1726:
s. v. algibe) procedían «del Hebreo Gebe», aljerife y aljerifero, «tomadas del Arábigo
Algarif» (Diccionario de autoridades 1726: s. v. algerife), y de aljez, y sus derivados,
formados «del artículo al, y del nombre árabe gebç». Teniendo en cuenta estas hipótesis
etimológicas, todos estos vocablos debían escribirse con g, ya que tenían esta misma
grafía en su origen. La familia aljez, aljezar, aljezón, aljecería y aljecero se volvió
escribir con g en las ediciones del diccionario de 1884 y de 1899. En 1914, y se han
mantenido así hasta la actualidad, se modificó nuevamente la escritura a j.
Asimismo, el cambio en las voces gargajeada, gargajeado, gargajear, gargajeo,
derivadas de gargajo, se adecuaba a la regla expuesta en la edición de la ortografía de
1815 en la que se indicaba que, como excepción al empleo de g, se debían escribir con
la grafía j los «derivados de los que acaban en ja, jo» (ORAE 1815: 33). La ortografía
propuesta para estos términos en la edición de 1817 ha permanecido hasta la actualidad.
En la edición del diccionario de 1822 se siguieron produciendo oscilaciones entre
las grafías g y j. Algunos de estas modificaciones tenían como objetivo, por un lado,
enmendar los descuidos de la edición anterior (galaxia 1734-1803, 1822-2014 > galajia
1817) y, por el otro, ajustar la escritura de las palabras a las normas de la edición de la
314
Posiblemente la forma escrita con j en la edición del diccionario de 1803 pudiera ser un error,
puesto que el cambio de g a j en todas las voces terminadas en -aje se llevó a cabo en la edición de 1832.
Sin embargo, el orden alfabético no es decisivo para indicar que se trata de una equivocación y tampoco
aparece en la fe de erratas de esta edición.
388
CAPITULO 4. CAMBIOS EN LA MACROESTRUCTURA DEL DRAE 1803-1899: LA INTERDEPENDENCIA ENTRE EL
DICCIONARIO Y LA ORTOGRAFÍA
ortografía de 1815. Este es el caso de las familias léxicas ingerido, ingeridura e ingerir
e ingertado, ingertar e ingerto, que habían cambiado la grafía de x a j en la edición de
1817. En 1822 pasaron a escribirse con g siguiendo las reglas de la ortografía de 1815
donde aparecían las voces «ingertar, ingerir, engertar ó engerir, ingerto» (ORAE 1815:
174). Cabe destacar que engertar y engerir ya se escribían con g en 1817 y remitían en
su definición a ingertar e ingerir, formas recogidas con j en el lemario. En estos casos,
por lo tanto, la modificación en 1822 subsanó un descuido de 1817. Las voces ingertar
e ingerto se volvieron a escribir con j en 1884. Asimismo, en 1925 se añadieron las
variantes gráficas injeridura e injerir, la primera convivió hasta 1956 con ingeridura y
la segunda hasta la actualidad con ingerir 315.
Lo mismo ocurrió en la voz megilla 316, la cual se encontraba con g en la ortografía
de 1815 (ORAE 1815: 176) y con j en la edición del diccionario de 1817. No obstante,
la forma megilla solamente se registró con la grafía g en el suplemento de 1822. En el
resto de las ediciones aparecía escrita con x y con j: mexilla (1734-1803) > mejilla
(1817s) > megilla (1822s) > mejilla (1832-2014).
Los demás cambios que se llevaron a cabo en la edición del diccionario de 1822
aparecen registrados en la tabla 29. En 5 ocasiones la dirección fue de g a j 317 y en 2 de j
a g:
DRAE 1817
g
DRAE 1822
j
j
g
Ejemplos
arribage > arribaje
consergería > conserjería
lenguage > lenguaje
sonrugido > sonrujido
sonrugirse > sonrujirse
ajilimogili > agilimogili
losanje > losange 318
315
A partir de la edición de 1956 ingerir e injerir poseen significados distintos que son los que se han
conservado hasta la actualidad.
316
Núñez de Taboada (1825) también recoge este vocablo escrito con g.
317
También se cambió la grafía de g a j en el participio entrecojido, aunque parece que se trata de una
errata, puesto que la forma infinitiva del verbo entrecoger aparece registrada con g en todas las ediciones
del diccionario académico. Asimismo, el participio solamente se escribió con j en esta edición.
318
Esta voz ya ha sido comentada en el § 1.2.4.1. para la edición de 1803.
389
CAPITULO 4. CAMBIOS EN LA MACROESTRUCTURA DEL DRAE 1803-1899: LA INTERDEPENDENCIA ENTRE EL
DICCIONARIO Y LA ORTOGRAFÍA
Tabla 29.
La modificación de g a j en los términos arribaje y lenguaje inauguró el cambio
que en la edición siguiente se llevaría a cabo en todas las voces de la nomenclatura
acabadas en -aje. Por su parte, el verbo sonrujirse solamente se registró con j desde
1822 hasta 1852. En 1869 se volvió a escribir con g.
Los cambios que se produjeron de j a g debieron ser fruto de las vacilaciones que
existían en la época, puesto que se modificó la escritura de estos vocablos en más de
una ocasión y, en la mayoría de las voces indicadas, solamente fueron temporales. Un
ejemplo de ello es el compuesto ajilimójili, registrado en un lema múltiple junto con la
forma ajilimoge, que se escribió de tres modos diversos en las ediciones del diccionario
publicadas en el siglo XIX 319: ajilimogili (1803-1817) > agilimogili (1822) > ajilimogili
(1832) > ajilimójili (1837-2014). Teniendo en cuenta las reglas del tratado ortográfico,
la palabra se debía escribir con j, conservando la misma grafía de sus primitivos: ajo y
moje 320. Por lo tanto, el cambio de 1822 entraba en contradicción con la ortografía.
Los cambios en el lemario de esta edición no denotan una prioridad por la grafía j,
como se había manifestado en el prólogo de 1817. Por ello, parece que fue la ortografía
de 1815 la que guio la redacción de la sexta edición del diccionario.
En la edición de 1832 las normas para la escritura continuaban siendo las mismas
que para la de 1822, puesto que no se había publicado ninguna edición nueva de la
ortografía entre 1822 y 1832, e incluso se indicó en el prólogo que el repertorio seguía
«las reglas ortográficas de la Academia igualmente que las anteriores» (DRAE 1832:
prólogo). Por este motivo, una parte de las modificaciones respondían a las reglas de la
ortografía de 1815 como el cambio en los derivados cuyo primitivo terminaba en ja y
319
En las ediciones del siglo XVIII, a pesar de que no aparece como lema sino en la definición del
término ajilimoge, también se registra de distinta manera: ajilimógili (1726-1770) > agilimogili (17801791).
320
En el Diccionario de autoridades esta voz se registró con la grafía g, a pesar de que se indicaba en
la definición que «dixose assi porque en él se moja pan» (Diccionario de autoridades 1734: s. v. moge).
Por lo tanto, al ser un derivado de mojar se debía escribir con j, por lo que cambió la escritura en la
edición siguiente.
390
CAPITULO 4. CAMBIOS EN LA MACROESTRUCTURA DEL DRAE 1803-1899: LA INTERDEPENDENCIA ENTRE EL
DICCIONARIO Y LA ORTOGRAFÍA
jo: golmajear, golmajería de golmajo, granjear, granjeo, granjería, granjero de granja,
granujiento de granujo, mojicón de mojar, pajujero de paja y toronjina, toronjil de
toronja.
Las otras alteraciones no seguían ninguna pauta explicíta del tratado ortográfico,
pero se guiaban por la voluntad anunciada en el prólogo de la edición del diccionario de
1817 de emplear únicamente la grafía j para representar el fonema fricativo velar sordo.
En algunas ocasiones, la sustitución de g por j se llevó a cabo en todos los términos con
las mismas características. En este sentido, se usó la j en las palabras acabadas en -aje,
lo que supuso un total de 151 voces afectadas. Las únicas formas que se mantuvieron
con g fueron tres: abordage, malcorage y rebalage, las cuales cambiaron su escritura en
la edición siguiente. Cabe destacar que en esta misma edición la voz rebalaj, añadida en
1832, remitía en su definición a rebalaje, forma gráfica no recogida hasta 1837.
La modificación de los sustantivos terminados en -aje supuso también el cambio
en las voces formadas con otros sufijos que tenían la misma base léxica. Esta reforma se
ajustaba a la norma expuesta en la edición de la ortografía de 1815, y repetida en 1820,
en la que se indicaba que se debía conservar la j de los primitivos en los derivados.
Como se puede observar en la tabla 30, en la que se han representado algunos ejemplos,
destacan las voces formadas con los sufijos -ear, -ería, -era y -ero:
DRAE 1822
g
DRAE 1832
j
Ejemplos
carruaje, carruajero.
follaje, follajería.
forraje, forrajeador, forrajear, forrajero.
herbaje, herbajear, herbajero.
mensaje, mensajera, mensajería, mensajero.
pasaje, pasajero.
peaje, peajero.
plumaje, plumajear, plumajería, plumajero.
salvaje, salvajemente, salvajería, salvajez,
salvajico, salvajillo, salvajina, salvajino,
salvajito.
• viaje, viajecico, viajecillo, viajecito, viajero,
tornaviaje.
Tabla 30.
•
•
•
•
•
•
•
•
•
391
CAPITULO 4. CAMBIOS EN LA MACROESTRUCTURA DEL DRAE 1803-1899: LA INTERDEPENDENCIA ENTRE EL
DICCIONARIO Y LA ORTOGRAFÍA
Mención aparte merece la voz ajear, puesto que la sustitución de g por j en 1832
no respetaba la grafía de la base, ax, escrita con x en todas las ediciones del diccionario
académico. Cabe destacar que a partir de 1832 en la definición del verbo se encontraba
la interjección escrita con j, aunque en el lemario seguía registrándose con x: «AJEAR.
n. Dícese por onomatopeya de las perdices cuando por verse acosadas repiten como
quejándose aj, aj, aj» (DRAE 1832: s. v. ajear).
Asimismo, el cambio a favor de la grafía j en los vocablos majestad, mujer, paje y
trajín conllevó, como se recoge en la tabla 31, la modificación en la escritura de las
voces pertenecientes a la misma familia léxica:
DRAE 1822
g
DRAE 1832
j
•
•
•
•
Ejemplos
majestad, majestoso, majestuosamente,
majestuosidad, majestuoso.
mujer, mujercilla, mujeriego, mujeril,
mujerilmente, mujerona, palabrimujer.
paje 321, pajecico, pajecillo, pajecito.
trajín, trajinante, trajinar, trajinería,
trajinero, trajino.
Tabla 31.
Finalmente, además de las voces señaladas anteriormente, también se modificó la
escritura en 33 términos más de diversa índole. Algunos de ellos ya habían cambiado la
grafía de x a g en 1817 (dije, dijecillo, dijecito, enjebar, enjebe). El resto de las voces se
hallan representadas en la tabla 32:
DRAE 1822
g
DRAE 1832
j
Ejemplos
calonge > calonje
calongía > calonjía
cenogil > cenojil
conserge > conserje
321
En realidad, la forma paje no cambió su grafía en la edición del diccionario de 1832, sino que se
incluyó como variante gráfica de page. Ambas formas convivieron en esta edición. En 1837 la voz page
se eliminó del diccionario.
392
CAPITULO 4. CAMBIOS EN LA MACROESTRUCTURA DEL DRAE 1803-1899: LA INTERDEPENDENCIA ENTRE EL
DICCIONARIO Y LA ORTOGRAFÍA
x
j
emperegilar > emperejilar
extrangería > extranjería
extrangero > extranjero
fonge > fonje
foragido > forajido
gragea > grajea
grugidor > grujidor
henogil > henojil
herege > hereje
heregía > herejía
megido > mejido
megilla > mejilla
mogeles > mojeles
mogiganga > mojiganga
mogigatez > mojigatez
murages > murajes
potagier > potajier
senogil > senojil
tege manege > teje maneje
togino > tojino
vergel > verjel
tauxía > taujía
Tabla 32.
Solamente en las voces calonje, calonjía, grajea y verjel se volvió a modificar la
escritura en alguna edición posterior e, incluso, hubo más de una alteración: calongia
(1729-1822) > calonjia (1832-1837) > calongia (1843-1869) > calonjia (1884-1914) >
calongia (1925-2014); calonge (1729-1822) > calonje (1832-1914 322), calonge (19252014); gragea (1734-1822) > grajea (1832-1884) > gragea (1899-2014); vergel (17391822) > verjel (1832-1884) > vergel (1899-2014). El resto se han mantenido con j hasta
la actualidad.
Respecto al cambio de x a j en el vocablo taujía, el cual se había conservado con x
hasta 1822, se ajustó a la recomendación del tratado ortográfico de 1815, en el que
aparecían en la lista final de voces con dudosa ortografía los términos «ataujía ó taujía,
ataujiado» escritos con j (ORAE 1815: 157). En este sentido, es contradictora la adición
en el suplemento de 1822 de la variante atauxía, la cual se mantuvo en el lemario hasta
322
Como se ha indicado en el capítulo 2, calonge (1843-1869) se ha considerado una errata, puesto
que se halla en el lugar de calonje en el lemario.
393
CAPITULO 4. CAMBIOS EN LA MACROESTRUCTURA DEL DRAE 1803-1899: LA INTERDEPENDENCIA ENTRE EL
DICCIONARIO Y LA ORTOGRAFÍA
la edición de 1869 con remisión a la forma con j. La adición posiblemente trató de
solventar un problema en las remisiones, ya que tauxía remitía a atauxía en 1822, forma
que no estaba registrada en el diccionario, ya que desde 1817 aparecía escrita con j.
Además de estas reformas, también se incluyeron en el suplemento de esta edición
las variantes jerarquía y mojigato. A consecuencia de ello, en la siguiente se eliminaron
de la nomenclatura las formas con g: gerarquía y mogigato (1734-1832).
Todos los cambios que se produjeron en el lemario de la edición del diccionario
de 1832 fueron a favor de la j, por lo que es evidente que existió una clara preferencia
por el uso de esta grafía en representación del fonema fricativo velar sordo.
La primacía otorgada a la j en estos años fue corroborada también por Sicilia en la
ortografía de 1832, en la que añadió, respecto a la edición anterior de 1827, lo siguiente:
Por la regla de la Academia de que los sonidos fuertes ó guturales que antes
se agregaban á la x en algunas voces, se remitan constantemente á la j y á
la g en los casos y combinaciones respectivas que les correspondan, parece
deber inferirse que la j se substituya sobre la a, la o y la u, y que se use de la
g sobre la e y sobre la i. Sin embargo, el uso general se inclina mucho á
escribir en estos casos la j sobre todas cinco vocales (Sicilia 1832: 195).
Según indicó Sicilia, el uso generalizado, por lo tanto, guiaba el empleo de j.
La preferencia de la grafía j otorgada en la edición del diccionario académico de
1832, y corroborada por los autores coetáneos, se explicitó en el prólogo de la edición
siguiente del diccionario de 1837:
En lo que echarán de ver algunas, aunque no muchas, innovaciones, es en la
parte ortográfica, pues atendiendo al deseo y conveniencia general de
simplificar en lo posible la escritura de la lengua patria, ha creido oportuno
la Academia sustituir la j á la g fuerte en gran número de voces que hasta
aquí se habían escrito con la segunda de estas consonantes. Mas procediendo
con el pulso y la circunspeccion que acostumbra, se ha limitado por regla
general á escribir con j las palabras en cuya etimología no se halla la g,
conservando en los demás esta letra por respeto á su orígen y á la antigua
posesion que lo autoriza. Tal vez algunos años más serán suficiente á
legitimar el uso contrario, y entonces la Academia, como fiel observadora
del rumbo seguido por los buenos escritores, hallará quizá mas fundados
motivos para descartar la g fuerte de todas las voces castellanas, empleando
394
CAPITULO 4. CAMBIOS EN LA MACROESTRUCTURA DEL DRAE 1803-1899: LA INTERDEPENDENCIA ENTRE EL
DICCIONARIO Y LA ORTOGRAFÍA
exclusivamente esta letra en aquellas sílabas en que se pronuncia con
suavidad, como gracia y golilla (DRAE 1837: prólogo).
La Academia, por tanto, no descartaba, si así lo determinaba el uso, una reforma
en la que se excluyera la grafía g en representación del fonema fricativo velar sordo.
En consonancia con las declaraciones del prólogo, en esta edición del diccionario
se continuó con la reforma iniciada en 1832 en la que se otorgaba preferencia a la grafía
j en representación del fonema fricativo velar sordo. En 1837 se llevaron a cabo un total
de 63 cambios gráficos, 61 a favor de la letra j. Los otros dos se produjeron en calongía,
comentado anteriormente, y burxaca, que volvió a variar la escritura en la edición de
1869. Sobre esta palabra indicaba Salvá que «ha de pronunciarse y escribirse
BURJACA ó BURSACA» (Salvá 1846: s. v. burxaca). Por lo tanto, la pronunciación
con s también estaba extendida en la época.
De las 61 voces que cambiaron la escritura de g a j, en 28 la consonante se hallaba
en posición inicial, distribución que no se había modificado en la edición anterior de
1832. En 1837 se cambió la escritura de los vocablos jefe, jema, jemal, jeme, jemoso,
jengibre, jerarca, jerárquico, jerigonza, jerigonzar, jeringa, jeringacion, jeringar,
jeringazo, jeromico, jeromillo, jeromito, jeromo, jeronimiano, jerónimo, jerpa, jeta,
jetudo, jiba, jibado, jibar, jiboso y jirpear. La mayoría de estas palabras se iniciaban
con la combinación je. Las modificaciones respetaban el criterio etimológico señalado
en el prólogo, ya que, según la información del DECH, estas voces no procedían de una
g, excepto jema y jemoso (del lat. gemma, DECH: s. v. yema), las cuales se volvieron a
escribir con la grafía g en la edición del diccionario de 1925, y jiba, jibado, jibar y
jiboso (del lat. gibba, DECH: s. v. jiba), que modificaron la escritura en 1869.
En el resto de los vocablos la consonante se encontraba en posición intervocálica
y las reformas seguían las mismas líneas de actuación que en la edición anterior. En este
sentido, se modificó la escritura de las voces abordaje, malcoraje y rebalaje, las únicas
terminadas en -aje que se mantuvieron con la grafía g en la edición de 1832, y de
amujerado y amujeramiento, pertenecientes a la familia léxica de mujer, término escrito
con j desde 1832. Asimismo, se cambió la escritura de los derivados de enajenar,
395
CAPITULO 4. CAMBIOS EN LA MACROESTRUCTURA DEL DRAE 1803-1899: LA INTERDEPENDENCIA ENTRE EL
DICCIONARIO Y LA ORTOGRAFÍA
enajenacion, enajenamiento, enajenante e inajenable, y sus variantes antiguas ajenable,
ajenacion, ajenamiento, ajenar, de los derivados de ajeno, ajenisimo y ajenado, y en
alfanje y alfanjete.
También se sustituyó la g por la j en otras voces de diversa índole: ajengibre, ají,
ajilimoje, ajilimójili, alfajía, alfarje, alfarjía, aljebena, bujía, bujier, bujiería, drajea,
masejicomar y menjurje. En todos los casos se ha mantenido la escritura con j hasta la
actualidad, excepto en drajea, la cual se volvió a registrar con g en la edición de 1899,
posiblemente como consecuencia de la introducción de la etimología: «Del lat.
tragemata» (DRAE 1899: s. v. dragea). A esta procedencia se añadió en la edición
siguiente de 1914 la del francés: «Del fr. drageé; éste del lat. tragemata» (DRAE 1914:
s. v. dragea).
En la edición del diccionario de 1843, igual que en la anterior de 1837, también se
continuó con la reforma iniciada en 1832 en la que se prefería la j en representación del
fonema fricativo velar sordo. Esto mismo se manifestó en el prólogo de la obra:
El sistema ortográfico, seguido por la Academia en esta edicion, es igual al
de la precedente, sustituyendo siempre la j á la g á excepción de aquellas
voces que de notoriedad tienen en su orígen esta última consonante, como
regio, ingenio, régimen. El arrojo con que algunos escritores con mas
ligereza que discrecion se empeñan en desnaturalizar la escritura de las
voces castellanas, ha obligado á la Academia á proceder en esta parte con el
mayor detenimiento y mesura (DRAE 1843: prólogo) 323.
Como se puede observar, a diferencia de la edición del diccionario de 1837, en la
que se exponía la conformidad a nuevas reformas ortográficas, en esta edición se mostró
más cautelosa la Academia respecto al empleo únicamente de la grafía j para representar
el fonema fricativo velar sordo. No obstante, en las voces del lemario de esta edición se
323
Las cuestiones ortográficas expuestas en el prólogo de la edición de 1843, como observó Rosenblat
(1951: CXVII), fueron comentadas por Bello. Este autor, reconoció como un progreso la prioridad que la
Academia había otorgado a la grafía j en representación del fonema fricativo velar sordo, pero condenó el
mantenimiento de la g en algunas voces.
396
CAPITULO 4. CAMBIOS EN LA MACROESTRUCTURA DEL DRAE 1803-1899: LA INTERDEPENDENCIA ENTRE EL
DICCIONARIO Y LA ORTOGRAFÍA
produjeron un total de 63 324 cambios ortográficos y solamente 2 de ellos a favor de la
grafía g: arpegio y malcorage 325. Cabe destacar que la voz arpegio únicamente aparecía
registrada con j en el suplemento del diccionario de 1837 326, edición en la que se
recogió por primera vez. El cambio de j a g en la edición de 1843 no se trasvasó al
Prontuario, puesto que se indicaba que se debía escribir con g «Colegio, y todos los de
esta terminacion, como regio, privilegio. Exceptúase arpejio» (Prontuario 1845: 69).
En la edición del Prontuario de 1854 ya no aparecía esta excepción.
El resto de las modificaciones fueron de g a j. En 35 vocablos la g se hallaba en
inicio de dicción, por lo que se concluyó con la reforma que se había iniciado en 1837:
jelfe, jeliz, jerricote, jertas, jerviguilla, jiga, jigote, jilbo, jilmaestre, jinebro, jinestada,
jinete, jineton, jinglar, jinja, jinjo, jinjol, jinjolero, jira, jirafa, jiraldete, jirapliega,
jirasal, jirel, jirino, jirofina, jirofle, jiron, jironado, jironcillo, jironcito, jis, jisma,
jismero y jiste. La mayoría de estas voces, según la información que se ofrece en el
DECH, proceden del francés (jiga, jinglar, jira, jirofina, jirofle, jiron, jironado, jis,
etc.), del árabe (jeliz, jinete, jinja, jirafa, jirel, etc.) o del alemán (jilmaestre, jiste). Cabe
destacar que en los términos jelfe, jilbo, jiraldete, jirino y jis se volvió a modificar la
escritura a favor de la g en la edición del diccionario de 1884 y en jiste en 1925,
posiblemente debido a la inclusión de la etimología 327: «Gilvo, va. (Del lat. gilvus)»,
324
También se han documentado en esta edición del diccionario académico las formas menjia, escrita
con g desde 1803, inagenable, registrada con j desde 1837 y calonge, escrita con j desde 1832. No
obstante, a pesar de parecer un cambio gráfico de la edición de 1843, se ha comprobado que se trata de
una errata en todos los casos, puesto que en la nomenclatura se encontraban en el lugar alfabético que les
correspondía a mengia, inajenable y calonje. La errata en el término mengía se subsanó en la edición de
1869. Es destacable el hecho de que Salvá también recogió esta voz con j en su diccionario y, además,
corrigió el error en el orden alfabético que aparecía en la edición de 1843.
325
La voz malcorage escrita con g en la edición del diccionario de 1843 también podría tratarse de
una errata, puesto que en 1837 se había modificado la grafía a j. Además, en la edición de 1852 y hasta la
actualidad este término vuelve a registrarse con j. Sin embargo, en esta ocasión, a diferencia de lo que
ocurre con inagenable, el orden alfabético no lo demuestra. Cabe destacar el abundante número de erratas
ortográficas de la edición 1843.
326
En la hemeroteca digital se han recuperado solamente 6 resultados para el término arpejio entre los
años 1800 y 1860. Todos los ejemplos se documentan entre los años 1841 y 1849. Para la forma gráfica
arpegio, en cambio, se recogen un total de 77 resultados, el primero de ellos de 1813.
327
El término giraldete no ofrecía información en el paréntesis etimológico. En el DECH se señala
que esta voz procede del nombre propio Giraldo (DECH: s. v. giraldete).
397
CAPITULO 4. CAMBIOS EN LA MACROESTRUCTURA DEL DRAE 1803-1899: LA INTERDEPENDENCIA ENTRE EL
DICCIONARIO Y LA ORTOGRAFÍA
«Girino. (Del lat. gyrinus)», «Gis. (Del lat. gypsum, yeso» y «Giste. (Del al. gischt,
espuma)».
Asimismo, se continuó modificando derivados de otras voces cuyo primitivo se
escribía con j, como gorjeador, gorjeamiento, gorjear, gorjeo, gorjería, formados a
partir del sustantivo gorja, o en familias de palabras: monje, monjecico, monjecillo,
monjecito, monjía, monjil y monjío.
Finalmente, también se sustituyó la g por la j en términos de diversa índole:
bojeta, bojiganga 328, brujidor, brujir, buje, bujellada, canonje, canonjía, canonjible,
herrujento, herrujiento, lijeruela, pajel y taragozajida. Los vocablos herrujento,
herrujiento y lijeruela se volvieron a registrar con g en la edición del diccionario de
1884 y la forma pagel se añadió en 1914 como variante preferida por la Academia, ya
que era la portadora de la definición. Es destacable el cambio ortográfico en la voz
lijeruela, puesto que no se ajustaba a la escritura del primitivo ligero, registrado con g
en todas las ediciones del diccionario académico. Esto mismo señaló Salvá en su
diccionario:
+ LIJERO y sus derivados los escribe todavía con G la Academia, ménos el
que se pone a continuación. LIJERUELA (Salvá 1846: s. v. lijero).
La modificación en la voz ligero y sus derivados nunca se llevó a cabo.
La preferencia otorgada a la grafía j en las ediciones del diccionario de 1832, 1837
y 1843 se impuso como norma en el Prontuario de ortografía. En el prólogo de esta
obra se advirtió sobre ello:
Salvada así esta dificultad, fue necesario vencer otra nueva, que es la relativa
á las voces que, segun el sistema de este cuerpo, están en posesion legítima
de conservar la g fuerte ó gutural, letra que propenden á descartar de nuestro
abecedario muchos de los escritores actuales. La Academia observando y
328
Las voces bojeta y bojiganga aparecen en el lugar alfabético que les corresponde a bogeta y
bogiganga, por lo que podría tratarse de una errata, ya sea porque el cambio de g a j no se tendría que
haber llevado a cabo en esta edición, sino en la posterior, ya que se mantiene con j, o porque una vez
modificada la grafía no se respetó el orden alfabético.
398
CAPITULO 4. CAMBIOS EN LA MACROESTRUCTURA DEL DRAE 1803-1899: LA INTERDEPENDENCIA ENTRE EL
DICCIONARIO Y LA ORTOGRAFÍA
tomando en cuenta esta propension, pero procediendo con la lentitud y pulso
que requiere toda clase de innovaciones, ha reducido ya el uso de la g fuerte
á aquellas palabras que de notoriedad la traen desde su origen; y para que los
niños sepan distinguirlas ha formado otro Catálogo (N.º 2) en que se
contienen las mas notables (Prontuario 1845: III).
A pesar de admitir que el empleo únicamente de la j seguida de vocal palatal era
practicado por «muchos» escritores, la Academia decidió conservar la g en consonancia
con la etimología, y señalaba específicamente, cuando esta era evidente y conocida por
todos. Este hecho generaba numerosas vacilaciones en la escritura.
La postura ortográfica mencionada en el prólogo del Prontuario, es decir, la que
abogaba por la supresión de la g en representación del fonema fricativo velar sordo, fue
defendida por la Academia Literaria y Científica de Profesores de Instrucción Primaria
de Madrid y trasmitida por Domínguez (1846-47) en su Diccionario nacional. Así lo
expresa en los artículos lexicográficos de las letras g y j:
Los reformistas opinan que debe adoptarse la g para todos los casos en que
haya de pronunciarse suave, aun antes de e, i, escribiéndose gerra, gia, en
vez de guerra, guia […] segun este simple sistema, que por mas que se diga
contra él es el mas filosófico, solo debe usarse la g para el sonido suave,
reemplazando con la j el fuerte de je, ji (Domínguez 1846-47: s. v. g).
No varíen todas sus combinaciones con las vocales, y tiene con ellas el
sonido de la g con la e y con i, tanto que algunos quiéren, y no sin razon, que
no se escriba ge, gi, con sonido de j, sinó je, ji (Domínguez 1846-47: s. v. j).
Esta innovación ortográfica no consiguió imponerse como norma, ya que, a pesar
de que la Academia ya había restringido el uso de g en las ediciones del diccionario de
1817 a 1843, y especialmente en las de 1832, 1837 y 1843, se decidió frenar la reforma.
Las reglas expuestas en el Prontuario se siguieron acogiendo, como en la ortografía de
1815, al principio etimológico, aunque, como consecuencia de los cambios que habían
tenido lugar en las voces del diccionario, se especificó que solamente se usaría la g en
«las voces que notoriamente la tienen en su origen».
399
CAPITULO 4. CAMBIOS EN LA MACROESTRUCTURA DEL DRAE 1803-1899: LA INTERDEPENDENCIA ENTRE EL
DICCIONARIO Y LA ORTOGRAFÍA
Este cambio de pensamiento se reflejó en las siguientes ediciones del diccionario
hasta final del siglo XIX (1852, 1869, 1884 y 1899); incluso, como se podrá comprobar,
en las tres últimas se volvió a modificar la escritura de términos que en las ediciones de
1817 a 1843 ya la habían cambiado a favor de la j.
De todas las ediciones decimonónicas, en la que se llevaron a cabo un menor
número de cambios ortográficos fue en la de 1852. Solamente se modificó la escritura
de 6 329 voces, 5 de ellas de g a j, calonjía, comentada anteriormente, canje, canjear 330,
correjel y jorjina, registrada como jorguin/na a partir de 1899 331, y 1 de j a g,
entregerir. La forma entregerir se ajustó a la escritura de ingerir, registrada con g desde
la edición de 1822. Cabe destacar que en la definición del verbo entrejerir (1817-1843)
se encontraba la forma injerir con j, a pesar de que en el lemario aparecía registrada con
g. La escritura se modificó en 1852, edición en la que también se cambió la grafía de
entregerir. Ello testimonia la variación existente en las formas de escribir este verbo.
Finalmente, a pesar de que no se cambió una forma gráfica por la otra, como en
los ejemplos anteriores, se eliminó de la nomenclatura la voz sugeto cuyas acepciones
se empezaron a registrar en la entrada de sujeto.
En la siguiente edición del diccionario de 1869 (tabla 33), las modificaciones que
se llevaron a cabo también fueron pocas, solamente se cambió la escritura de 9 palabras:
DRAE 1852
g
DRAE 1869
j
j
g
Ejemplos
agironar > ajironar
angeo > anjeo
calonjia > calongía
jiba > giba
jibado > gibado
jibar > gibar
jiboso > giboso
329
También se ha documentado en esta edición del diccionario académico la forma bastage, escrita
con j desde 1832. No obstante, a pesar de parecer un cambio gráfico de la edición de 1852, se ha
comprobado que se trata de una errata, puesto que en la nomenclatura se encontraba en el lugar alfabético
que le correspondía a bastaje.
330
Canje y canjear ya aparecían con j en la edición de 1843, pero se han considerado erratas, puesto
que no siguen el orden alfabético y se registran en el lugar de cange y cangear.
331
La variante gráfica jurjina se ha mantenido en el diccionario hasta la actualidad.
400
CAPITULO 4. CAMBIOS EN LA MACROESTRUCTURA DEL DRAE 1803-1899: LA INTERDEPENDENCIA ENTRE EL
DICCIONARIO Y LA ORTOGRAFÍA
j
x
sonrujirse > sonrugirse
delajar > delaxar
Tabla 33.
Por un lado, los cambios de g a j se debieron a dos causas distintas. Ajironar se
homogeneizó la escritura con la de su primitivo jiron, registrado con la grafía j desde la
edición del diccionario de 1843. En anjeo, en cambio, la modificación se produjo
debido a la escritura del topónimo Anjou, lugar de donde procedía el lienzo en cuestión.
Esta información ya se encontraba en el Diccionario de autoridades: «Lienzo de estópa,
ò lino basto y grosséro, que se trahe de fuera de estos Réinos, y comunmente de la
Provincia de Anjou en Francia» (Diccionario de autoridades 1726: s. v. angeo).
Por otro lado, las voces que modificaron la escritura de j a g ya habían alterado la
grafía a j en la edición de 1832. En los términos giba, y sus derivados, gibado, gibar,
giboso, el cambio fue fruto de las recomendaciones de la ortografía, puesto que desde el
Prontuario de 1854 aparecían con g. La sustitución de j por g, además, respetaba el
principio etimológico y, aunque la etimología no se incluyó hasta la edición de 1884, en
el prólogo de esta ya se señaló que la Academia estaba trabajando en la «formacion de
un Diccionario
ETIMOLÓGICO,
que consigne el orígen, la formacion y las vicisitudes de
cada vocablo» (DRAE 1869: prólogo), labor que pudo condicionar la escritura de
algunas voces.
Las dos últimas ediciones del diccionario del siglo XIX siguieron la misma línea
de actuación que en 1869, a pesar de que en 1870 se publicó una nueva edición de la
ortografía con pautas más precisas para el correcto empleo de g y j. No obstante, estas
normas no influyeron en los cambios gráficos que se llevaron a cabo en 1884 y 1899.
En estas ediciones, igual que en la anterior, se modificó, mayoritariamente, la escritura
de palabras que ya habían cambiado la grafía en las ediciones de 1817 a 1843. Este es el
caso, por ejemplo, de algez, algezar, algezón, algecero, algecería, cangilón, dragea,
gelfe, gilvo, giraldete, girino, gis, gragea, herrugento, herugiento, ligeruelo y vergel,
que volvieron a escribirse con g, y de calonje, calonjía e injerto, que se escribieron otra
vez con j. Algunas de estas modificaciones estuvieron motivadas por la inclusión de la
401
CAPITULO 4. CAMBIOS EN LA MACROESTRUCTURA DEL DRAE 1803-1899: LA INTERDEPENDENCIA ENTRE EL
DICCIONARIO Y LA ORTOGRAFÍA
procedencia en el paréntesis etimológico, puesto que, de acuerdo con las reglas de las
distintas ortografías, los vocablos debían escribirse con la misma grafía que el étimo o
que la base de la que se derivaban. Esto se puede observar en la siguiente tabla en la que
se incluye la voz y la información que aparece en el paréntesis:
Ejemplos
cangilón
dragea
gilvo
girino
gis
gragea
injerto
vergel
Información del paréntesis
«Del lat. congĭus, congio» (DRAE 1884)
«Del lat. tragemăta» (DRAE 1899)
«Del lat. gilvus» (DRAE 1884)
«Del lat. gyrinus» (DRAE 1884)
«Del lat. gypsum, yeso» (DRAE 1884)
«De dragea» (DRAE 1899)
«Del lat. insērtus, introducido»
«Del b. lat. virgarium; del lat. viridarĭum»
Tabla 34.
Además de estas voces, en la edición de 1884 también se modificó la escritura de
g a j en alfajeme, y la variante alhájeme, en la familia léxica berenjena, berenjenado,
berenjenín y berenjenal y en hemiplejia, registrada por primera vez con g en la edición
de 1869. En 1899 332 se cambió la escritura en aberenjenado, homogeneizando la familia
léxica, fajina, fajinada, paraplejia y taujel.
Finalmente, en 1884 también se cambió la grafía a favor de la x en el participio
aduxo y en 1899 en el sustantivo axe ‘eje’, posiblemente por ser formas antiguas.
Asimismo, en 1884 se incluyeron variantes gráficas con x de palabras que ya aparecían
escritas con j en el lemario: almoradux, alixares, carcax, luxacion, oximel y oximiel. En
ningún caso se trata de formas antiguas. Los vocablos almoradux, carcax y luxación,
además, eran los preferidos por la Academia, puesto que las variantes escritas con j
remitían a ellas en su definición. En los tres casos se añadió la etimología del término.
Cabe destacar que luxación se registró por primera vez en 1803 con la grafía x, la cual
modificó a j en 1817. En ninguna de las dos ediciones se ofrecía información sobre la
332
En el lemario de 1899 también aparece la forma ambajes, aunque se trata de una errata advertida en
la fe de erratas de esta edición.
402
CAPITULO 4. CAMBIOS EN LA MACROESTRUCTURA DEL DRAE 1803-1899: LA INTERDEPENDENCIA ENTRE EL
DICCIONARIO Y LA ORTOGRAFÍA
articulación de este vocablo, por lo que el cambio de x a j, sistemático en 1817, atribuía
a esta palabra la pronunciación fricativa velar sorda /x/. No obstante, la introducción de
la variante con x en 1884 podría indicar que se prefería la pronunciación latina /ks/ 333.
Algo similar ocurrió también en las voces oximel y oximiel, las cuales cambiaron la
grafía a j en la edición del diccionario de 1817. A pesar de que la Academia no indicó
nada sobre la articulación de esta voz, Terreros documentó en su diccionario la variedad
en la pronunciación y consignó las dos formas gráficas como lemas. Posteriormente, se
recogió con la x en los diccionarios de Núñez de Taboada y Domínguez. La Academia
consignó las dos variantes a partir de la edición de 1884.
B) Posición de coda final
Como se ya se ha expuesto anteriormente, en las ediciones de la ortografía publicadas
en el siglo XVIII se indicaba que en posición final se debía usar la grafía x respetando
las costumbres escriturarias 334. En los tratados de la época se corroboró este fenómeno.
Pérez Castiel, por ejemplo, señaló lo siguiente:
Respondo que el usarse ahora la x en algunos nombres y verbos y no j, es lo
uno, por seguirlo assi graves autores modernos; y lo otro porque muchos de
ellos traen su origen del latin: exemplum, texo; y tambien por el privilegio de
jotear, como queda dicho; y se ve en este vocablo box, que es mas natural
terminado en x que en j (Pérez Castiel 1727: 46).
Por lo tanto, la grafía x en esta posición representaba la «pronunciacion gutural»
(ORAE 1741: 218), es decir, el fonema fricativo velar sordo.
La Academia, por su parte, a partir de la edición de la ortografía de 1754, advirtió
de una relajación de este fonema en posición de coda final, aunque mantuvo las mismas
reglas para su empleo en la escritura (véase § 1.2.4.1.).
333
En ningún diccionario de autores externos a la Academia se señaló la pronunciación de este
término.
334
Estas costumbres podrían remontarse a la Edad Media, puesto que, como demostró Penny (2012
[1993]: 121), en esta época no existía una oposición gráfica entre g/j y x en posición implosiva, solamente
se utilizaba la x (linax, relox, etc.).
403
CAPITULO 4. CAMBIOS EN LA MACROESTRUCTURA DEL DRAE 1803-1899: LA INTERDEPENDENCIA ENTRE EL
DICCIONARIO Y LA ORTOGRAFÍA
En la edición de la ortografía de 1815 rechazó el uso de la x en representación del
fonema fricativo velar sordo, pero conservó esta grafía en posición de coda final debido
a una cuestión fonética, puesto que se indicaba que representaba la articulación latina
/ks/:
Se conservará la x en las pocas voces que terminan con esta letra, como
relox, box, carcax, relex, dix, almoradux; pero inclinando siempre la
pronunciación á la suavidad de la cs, por no ser propio de nuestra lengua
las terminaciones fuertes de la g y de la j en fin de dicción (ORAE 1815: 56).
Debido a esta norma, en la que se había decidido conservar la x a final de dicción,
no se cambió la escritura de las voces del lemario de la edición de 1817, excepto en el
término dig 335, escrito con x hasta 1803. Posiblemente influyó en esta variación el hecho
de que la voz se hallara en un lema múltiple junto con la forma no apocopada dige, que
debía ser la más utilizada en la época 336. Asimismo, en la definición se indicaba que su
uso era «mas frecuentemente en plural» (DRAE 1817: s. v. dig, ó dige) y en el Acta de la
sesión del 5 de enero de 1815 se señaló expresamente que se debía cambiar la grafía en
las formas plurales de estos vocablos (cfr. Terrón 2018a: 78). No obstante, en la lista
final de la ortografía de 1815 aparecía esta voz escrita con x.
La pronunciación /ks/ representada por la grafía x a final de dicción fue defendida,
en cierta medida, por Sicilia en su tratado de 1827. Este autor atribuyó a la x en esta
posición una articulación distinta de la fricativa velar sorda, aunque no se mostraba del
todo de acuerdo con la Academia:
Por el contexto de esta regla se conoce bien lo que la Academia se propuso
decir, aunque no haya acertado á explicarse con propiedad. Inclinar la
pronunciacion á la suavidad de la cs, no es pronunciar cs, sino pronunciar
una cosa que se le parezca. ¿Y que otra pronunciacion hay que parecérsele
pueda sino la de la gs que nosotros hemos indicado? He aquí pues nuestra
335
También se registra en esta edición del diccionario el lema múltiple almirag, ó almirage (17701822), aunque aparece escrito así desde la segunda edición del Diccionario de autoridades.
336
Así lo corroboró, por ejemplo, Sicilia en su ortografía: «En dix el uso ha establecido generalmente
pronunciar y aun escribir dige. Al que pronunciase dix, habria ya pocos que le entendiesen» (Sicilia 1827:
162).
404
CAPITULO 4. CAMBIOS EN LA MACROESTRUCTURA DEL DRAE 1803-1899: LA INTERDEPENDENCIA ENTRE EL
DICCIONARIO Y LA ORTOGRAFÍA
doctrina confirmada por la misma Academia. Reducida y restituida la x á la
sola pronunciacion de su orígen latino, la pronunciamos en fin de diccion de
la misma manera, que hemos visto en otra nota por el testimonio de
Victoriano, que la pronunciaban los Romanos, entre los cuales, los que no
quisieron servirse de la x, escribian en lugar de ella gs, poniendo conjugs,
legs, en lugar de conjux y lex (Sicilia 1827: 160).
Sin embargo, Sicilia admitía en su ortografía que esta pronunciación no se daba en
todas las palabras terminadas con x, puesto que, en algunas, «como relox, box, carcax y
dix, el uso ha introducido alguna variedad» (Sicilia 1827: 161). A continuación, exponía
las particularidades en la pronunciación de estas voces que asociaba a una j, «como si
digesen, reloje, boje, con una e sumamente muda», a una «s gruesa muda» y a «una s
muy gruesa que se inclina á la z» (Sicilia 1827: 161-162). Por lo tanto, para Sicilia,
igual que para la Academia en esos años, la pronunciación correcta era la propia de la x
en su origen latino, aunque admitía la relajación del fonema en posición final absoluta.
En la siguiente edición de su ortografía publicada en el año 1832 afirmó que la
pronunciación «correcta» en casos como box, carcax, dix y relox era la fricativa velar
sorda, a pesar de que en la sociedad existía variación en la articulación. Se exceptuaban
algunos vocablos como, por ejemplo, «relex, dux, almoradux, diciéndose relegs, dugs,
almoradugs» (Sicilia 1832: 190). Sobre los términos box y relox, en cambio, indicó lo
siguiente:
El uso ha dado un leve sonido de j á la x final de alguna que otra voz, como
se nota en relox y en box. […].
(I) Sin embargo, hay muchas personas y no de inferior esfera, que para decir
box pronuncian boje sin e sorda […]. En relox no sucede asi: son muy raros
los que pronuncian la x; en las clases inferiores se oye á unos decir reló y á
otros relos; la pronunciacion mas culta parece ser la de reloj, pero se puede
afirmar que la pronunciacion final de esta palabra no se halla todavía fijada
por un uso uniforme y constante (Sicilia 1832: 82).
Como se puede observar, Sicilia documentó la relajación del fonema fricativo
velar sordo en coda final como un fenómeno extendido en el uso y describió dicha
relajación como una s o, incluso, elisión total del segmento.
405
CAPITULO 4. CAMBIOS EN LA MACROESTRUCTURA DEL DRAE 1803-1899: LA INTERDEPENDENCIA ENTRE EL
DICCIONARIO Y LA ORTOGRAFÍA
El DECH también corrobora las distintas pronunciaciones del término reloj:
En cat., relotge […]. Al pasar relotge al castellano se hizo *reloje; la forma
reloj se extrajo del plural relojes, según el modelo de almofrej, eraj, gambaj
y análogos (junto a los plurales respectivos en -jes). De ahí que en posición
final se ensordeciera la -j volviéndose -x, como se pronuncia todavía en
judeoespañol de Marruecos. Modernamente existen las pronunciaciones
vulgares reló, en España y América (rimando con pasó en José Zorrilla:
Cuervo, Ap., 577), relós se pronuncia en Extremadura (y muchas partes de
España), Nuevo Méjico, Columbia, Argentina, etc. (DECH: s. v. reloj).
A pesar de la variedad en la pronunciación, la forma normativa que se impuso fue
la terminada en j con pronunciación fricativa velar sorda.
También Salvá en su gramática de 1830 indicó que la articulación de la grafía x en
posición final era la fricativa velar sorda, por lo que prefería el empleo de la j:
Todavía conservan algunos la x al final de las voces con el sonido de j, v. g.
box, relox; si bien parece preferible escribir boj, reloj, guardando la x final
para las dicciones en que esta letra, o más bien nexo, tiene su sonido doble,
como en fénix, flux, Pólux. A carcax lo pronuncian y escriben unos con x, y
otros con j (Salvá 1830: 375)
La Academia mantuvo la grafía x en posición final hasta la edición del diccionario
de 1832, pese a que la regla vigente seguía siendo la expuesta en la ortografía de 1815.
En esta edición, una de las que se produjeron más modificaciones respecto a g, j y x, se
cambió la escritura a favor de la j en todas las voces que tenían x en final de dicción y se
correspondían con el fonema fricativo velar sordo 337, excepto en trox, que, a pesar de
remitir en la definición a la variante escrita con j, se ha conservado con la grafía antigua
hasta la actualidad, aunque sin ningún tipo de marcación. El cambio se produjo en las
voces alioj, almofrej, almoraduj, balaj, boj, borraj, cambuj, carcaj, erraj, gambaj,
gambuj, herraj, maniblaj, pedicoj, relej y reloj. En almiraj y dij 338 la sustitución fue de
337
Se mantuvo en catorce voces: arúspex, ax, cástor y polux, dux, excrex, fénix, flux, ónix, ox, patax,
pólex, sárdonix, saxafrax y setunx.
338
También se cambió la grafía de g a j en palabras de la misma familia de dij: dije, dijecillo y
dijecito.
406
CAPITULO 4. CAMBIOS EN LA MACROESTRUCTURA DEL DRAE 1803-1899: LA INTERDEPENDENCIA ENTRE EL
DICCIONARIO Y LA ORTOGRAFÍA
g por j. Se trata, principalmente, de términos de procedencia arábiga (alioj 339, almofrej,
almoraduj, balaj, borraj, cambuj, erraj, herraj 340, gambaj, gambuj) 341, de préstamos de
otras lenguas (carcaj, relej y reloj) 342 y de variantes apocopadas (boj 343, cox coj, dix,
pedicoj y troj) (cfr. Terrón 2019). Cabe destacar que el vocablo cox coj mantuvo la
primera x, pero sustituyó la segunda por j, aunque en la edición de 1869 se volvió a
modificar por x: cox cox (1780-1822) > cox coj (1832-1852) > coxcox (1869-2014).
Las formas almoradux y carcax se volvieron a incluir en la duodécima edición del
diccionario como variantes principales. La palabra almoradux fue la preferida por la
Academia hasta la edición de 1992 donde las dos formas gráficas pasaron a encabezar
un único artículo («almoraduj o almoradux» DRAE 1992-2001). En el DLE (2014) han
vuelto a constituir dos entradas diferentes. La variante almoraduj es la principal y, por
lo tanto, la portadora de la definición. Por lo que respecta a carcaj, en la edición de
1869 el artículo estaba compuesto por dos significados, ‘caja’ y ‘ajorca’, que se
separaron en entradas independientes en 1884 como consecuencia de la inclusión de la
etimología. En esta edición del diccionario la forma carcaj remitía en su definición a
carcax, la cual aparecía registrada en dos artículos diferenciados por el étimo, aunque
los dos provenían del árabe. En la entrada de carcax ‘caja’ se indicaba que procedía de
tarcax y en la de carcax ‘ajorca’ de halhal (DRAE 1884: s. v. carcax). Por lo tanto,
parece que la inclusión de la variante carcax estuvo determinada por la introducción de
la procedencia etimológica. En la edición de 1899 se corrigió la etimología de carcax
‘caja’, pero no se eliminó la variante. En esta ocasión se señaló que provenía «Del lat.
339
En la forma alioj la etimología es dudosa, aunque lo más probable es que proceda del árabe
hispánico yašb (cfr. DECH: s. v. alioj).
340
Corominas señala que «a pesar de su fisonomía arábiga es voz de origen desconocido» (DECH: s.
v. herraj), pero actualmente la Academia ha atribuido su procedencia a arráhǧ 'polvo', palabra del árabe
hispánico (DLE 2014: s. v. herrax).
341
Estos arabismos proceden, según las etimologías que se ofrecen en el DECH, del fonema fricativo
palatal sordo en la pronunciación árabe /š/, el cual, como demostró Steiger (1959: 18), se corresponde en
español a un fonema fricativo velar sordo /x/.
342
Actualmente se ofrecen las siguientes etimologías: carcaj («Del fr. ant. carcais» DECH 19801991, s. v. carcaj), relej («tomado del cat. relleix ‘cornisa o resalte en una pared, etc.’» DECH 19801991, s. v. relej) y reloj («Del cat. ant. y dial. relotge (hoy rellotge)» DECH: s. v. reloj).
343
Sobre esta voz se informa en el DECH (s. v. boj) que en castellano «se esperaría *bojo o bujo» al
proceder del latín buxus.
407
CAPITULO 4. CAMBIOS EN LA MACROESTRUCTURA DEL DRAE 1803-1899: LA INTERDEPENDENCIA ENTRE EL
DICCIONARIO Y LA ORTOGRAFÍA
carchesĭum, cierta vasija» (DRAE 1899: s. v. carcax) y carcaj volvió a constituirse
como la variante principal. En el paréntesis etimológico se estableció una conexión con
la forma escrita con x («Del carcax» DRAE 1899: s. v. carcaj). Las dos variantes se han
mantenido hasta la actualidad sin ninguna marca, aunque la etimología ha ido variando.
Por su parte, la entrada de carcax con el significado de ‘ajorca’ también se mantuvo en
el diccionario, pero se corrigió la grafía del étimo, jaljāl. Este artículo se ha conservado
sin alteraciones hasta la edición de 2014.
En estos años, y pese a la reforma llevada a cabo por la Academia en la edición
del diccionario de 1832, se seguía documentando la variedad en la pronunciación de las
voces con esta característica. Bello, por ejemplo, indicaba en su ortografía de 1835:
Hai ciertos nombres acerca de cuya terminacion en el singular no estan
acordes las opiniones, escribiendo unos x y otros j, v. gr. relox, reloj, carcax,
carcaj. Lo mas ordinario es escribir x; pero sucede que en los nombres de
que estoi hablando unos pronuncian esta letra final con el sonido de cs o gs
que es propio de la x; otros como s; otros como z; otros como j; y otros la
hacen enteramente muda; relocs, relogs, relos, reloz, reloj, reló. Entre los
diferentes finales el de la j es el que me parece mas conforme a la analojía,
supuesto que solo de él ha podido nacer el plural relojes, carcajes. Por esto,
y porque está a su favor el uso de los mejores hablistas, creo que debemos
pronunciar y escribir, reloj, carcaj, pero teniendo presente que la j, en fin de
diccion, se profiere con ménos fuerza y de un modo algo oscuro (Bello 1835:
10).
A pesar de la diversidad tanto en la escritura como en el plano oral, la Academia
ratificó la modificación practicada en la edición de 1832 en el Prontuario de ortografía,
donde se hacía referencia a la pronunciación fricativa velar sorda:
Por consecuencia de la indicada abolición de la x fuerte se escribirán con j
final las voces que antes terminaban en aquella consonante; como reloj,
carcaj, cuyo plural es relojes y carcajes (Prontuario 1845: 17).
Como se puede observar, ya no se señalaba nada acerca de la pronunciación /ks/,
incluso, se indicaba que la x estaba representando el fonema fricativo velar sordo. Así se
mantuvo en todas las ediciones posteriores de la ortografía.
408
CAPITULO 4. CAMBIOS EN LA MACROESTRUCTURA DEL DRAE 1803-1899: LA INTERDEPENDENCIA ENTRE EL
DICCIONARIO Y LA ORTOGRAFÍA
En esta ocasión, la regla ortográfica se inició en el diccionario y se impuso como
norma en la ortografía.
1.2.4.3. Recapitulación
A inicios del siglo XIX existían tres grafías para la representación en la escritura del
fonema fricativo velar sordo /x/: g, j y x. Con el objetivo de simplificar la ortografía, en
la edición de 1815 se decidió reservar la x únicamente para la pronunciación latina /ks/
y conservar la g y la j según el criterio etimológico para el fonema fricativo velar sordo,
como ya habían propuesto algunos ortógrafos del siglo XVIII como Bordázar o Mayans
y Siscar. Esta reforma generó numerosos cambios en la macroestructura del diccionario.
Además, como se ha comprobado, la sustitución afectó a palabras cuya pronunciación,
según la información que se proporcionaba en el Diccionario de autoridades, era /ks/
(coanexo, luxo, galaxia, etc.). Asimismo, también se generaron algunos dobletes
gráficos registrados a partir de la edición de 1817 en dos artículos lexicográficos (anexo
> anexo/anejo) y se unieron en una única entrada lemas que aparecían consignados en
dos debido a la coincidencia gráfica (texa/teja > teja).
Sin embargo, a pesar de la reforma llevada a cabo, la variación seguía existiendo
entre las grafías g y j. En cuanto al empleo de estas letras en posición inicial e interior se
observan líneas distintas de actuación en las ediciones publicadas en el siglo XIX.
Los cambios de las ediciones de 1817 a 1843 denotan una preferencia por la grafía
j en representación del fonema fricativo velar sordo. En el prólogo de la edición del
diccionario de 1817 se expresó la voluntad de emplear exclusivamente esta letra. Este
hecho se reflejó en los cambios que se produjeron en las ediciones del diccionario
siguientes, especialmente en la de 1832. En esta edición se llevó a cabo un gran número
de modificaciones, algunas de las cuales afectaron a todas las voces con las mismas
características, como, por ejemplo, en las voces terminadas en -aje (costillaje, equipaje,
personaje, etc.) o en los derivados cuyos primitivos acababan en ja y jo (golmajear,
golmajería de golmajo, pajujero de paja, etc.), entre otras. En las siguientes ediciones
409
CAPITULO 4. CAMBIOS EN LA MACROESTRUCTURA DEL DRAE 1803-1899: LA INTERDEPENDENCIA ENTRE EL
DICCIONARIO Y LA ORTOGRAFÍA
de 1837 y 1843 se siguió con las mismas líneas de actuación que en 1832, y además se
cambió la grafía en posición inicial, distribución que no había sido modificada antes
(jefe, jema, jeta, jirpear, jinete, etc.).
La preferencia por la grafía j en representación del fonema fricativo velar sordo
fue corroborada por autores coetáneos como, por ejemplo, Sicilia o los Profesores de
Instrucción Primaria de Madrid. Estos últimos pretendían excluir la g para terminar con
la variación existente entre la g y la j. No obstante, la Academia, a pesar de que ya había
restringido el empleo de g en las ediciones del diccionario de 1832, 1837 y 1843, trató
de frenar la reforma que pretendía emplear únicamente la grafía j. En el Prontuario de
ortografía no se realizaron más innovaciones y se incluyó un catálogo final para las
palabras que podían causar vacilación en la escritura. Posiblemente por ello en las
ediciones de 1852 y 1869 no se produjeron apenas cambios entre estas consonantes.
Finalmente, las dos últimas ediciones del siglo XIX destacan porque en ellas se
cambió la escritura de algunos vocablos que ya la habían modificado en las ediciones
desde 1817 hasta 1843 (algez, algezar, dragea, gelfe, gilvo, va, etc.). Estas alteraciones
estuvieron motivadas, mayoritariamente, por la inclusión de la etimología, por lo que se
volvió a recurrir al criterio etimológico como rector de la ortografía.
En cuanto a la posición final de dicción, la Academia había documentado desde el
siglo XVIII una relajación del fonema en esta distribución. En la edición de la ortografía
de 1815 se reservó únicamente la grafía x para representar la pronunciación /ks/. Los
casos de final absoluto, en los que mantuvo la x, se reinterpretaron como /ks/ y así se
describió en la ortografía. Posiblemente esta reinterpretación pudo estar influida por la
relajación propia de la posición implosiva. La variedad en la pronunciación del final
absoluto fue documentada también por otros ortógrafos coetáneos como, por ejemplo,
Sicilia y Bello. En la edición del diccionario de 1832 la Academia sustituyó la x por la j
en todas estas voces y, posteriormente, en el Prontuario de ortografía, indicó que la
articulación se correspondía con el fonema fricativo velar sordo. En esta ocasión, por lo
tanto, la regla ortográfica se inició en el diccionario y se impuso como norma en la
ortografía.
410
CAPITULO 4. CAMBIOS EN LA MACROESTRUCTURA DEL DRAE 1803-1899: LA INTERDEPENDENCIA ENTRE EL
DICCIONARIO Y LA ORTOGRAFÍA
1.2.5. Cambios en la escritura del fonema vibrante múltiple
El fonema vibrante múltiple se representa en la escritura de dos maneras distintas: con
la grafía r y con el dígrafo rr. El empleo de una u otra depende del contexto dentro de la
palabra. En posición inicial de dicción e interior detrás de consonante perteneciente a la
sílaba anterior se emplea la letra r en representación de dicho fonema (rama, risueño,
alrededor, honrado, israelí, etc.) (cfr. OLE 2010: 118).
En posición intervocálica, r y rr han tenido siempre función distintiva. La primera
se emplea para representar la vibrante simple y la segunda para la vibrante múltiple
(caro/carro, pero/perro). En este contexto, Sánchez Prieto (1998a: 129) ha advertido
sobre el problema de la unión y separación de palabras (a reveces/areveces), el cual es
extensible, como se comprobará, a los derivados y compuestos cuyo segundo elemento
se inicia con r (preromano/prerromano, pelirojo/pelirrojo). Esta distribución es la que
presenta variabilidad en el siglo XIX 344.
1.2.5.1. El siglo XVIII: gestación de las ideas ortográficas de la Academia
En el Discurso proemial la grafía rr se consideró una letra geminada y se explicaban sus
funciones gráficas en el epígrafe dedicado a la duplicación de las consonantes. El uso en
la escritura de este dígrafo se restringía al contexto intervocálico y se utilizaba con el
objetivo de diferenciar sus dos articulaciones, vibrante y simple. En este sentido, se
indicaba que «entre dos vocáles cabe la pronunciación blanda, y es debido distinguir
con dos rr los casos en que es fuerte» (Diccionario de autoridades 1726: LXXVII). Por
ello, pese a que también era posible hallar la vibrante múltiple en principio de dicción y
delante de consonante, no se debía utilizar el dígrafo, ya que en estas posiciones no era
posible la pronunciación simple, aunque se advertía que «à cada passo se encuentra en
344
La norma mayoritaria en el reparto de r y rr para representar la vibrante múltiple siempre ha sido la
expuesta, pero ha existido otra tendencia que empleaba el dígrafo para dicho fonema independientemente
del contexto (rrazón, perro, honrra, etc.) (cfr. Sánchez Prieto 1998a: 129 y 2018 [2004]: 440; Torrens
2007: 178).
411
CAPITULO 4. CAMBIOS EN LA MACROESTRUCTURA DEL DRAE 1803-1899: LA INTERDEPENDENCIA ENTRE EL
DICCIONARIO Y LA ORTOGRAFÍA
vários escritos», lo que era «en contra de todo méthodo» (Diccionario de autoridades
1726: LXXVII- LXXVIII).
Posteriormente, en la ortografía publicada en 1741 la rr dejó de considerarse una
grafía geminada y se expuso su uso en el apartado correspondiente a letra r:
Las dos ll de que se usa en las voces llama, rallo, y las dos rr en arrojo,
barro, no son consonantes duplicadas, sino unos signos, ó caracteres dobles
en la figura, y sencillos en el valor, porque cada uno de ellos explica en
nuestra Lengua una solo é indivisible pronunciacion (ORAE 1741: 195).
Sin embargo, pese a su consideración como letra independiente, al no aparecer
en posición inicial, nunca se le reconoció ese estatus en el diccionario académico, a
diferencia de lo que ocurrió con la ll y la ch, que en la edición de 1803 contaban como
letras del alfabeto y así aparecían descritas en el cuerpo de la obra lexicográfica 345.
Para representar el sonido múltiple en inicio de palabra, se aconsejó, debido al
apego etimologista de esta ortografía, el uso de rh «en aquellas voces, en que á su modo
aspiraban los Griegos las consonantes: como en Rheuma, Rhitmo, Rhombo» (ORAE
1741: 166). Esta propuesta se desestimó en la edición siguiente de la ortografía de 1754,
como se puede observar en la cita siguiente:
Despues de R […] se omitirá del todo la H que tienen algunas voces en su
orígen, escribiendo sin ella reuma, ritmo, teatro, tesoro, &c. respecto de ser
la H en estas voces, y sus semejantes superflua é inútil en Castellano; pues
no tiene sonido alguno, ni hay uso constante de escribirlas con ella (ORAE
1754: 47-48).
Asimismo, en la edición de la ortografía de 1741 se añadieron dos excepciones a
la regla ortográfica que se expuso en el Discurso proemial de utilizar solamente la rr en
345
La ll se describía como la «Decimoquarta letra de nuestro alfabeto, la qual es doble en la figura
porque se compone de dos ll juntas, y sencilla en su valor porque es expresiva de aquel sonido que
explican las voces llave, lleno, mellizo, lloro, lluvia […]» (DRAE 1803: s. v. ll). Para la ch se señalaba lo
siguiente: «La CH, ó la C seguida de H es en nuestro alfabeto castellano la quarta letra la qual es doble en
su figura y sencilla en el valor, y explicamos con ella aquel sonido que se percibe en las voces chpain,
cherrido, chico, choza, […]» (DRAE 1803: s. v. ch).
412
CAPITULO 4. CAMBIOS EN LA MACROESTRUCTURA DEL DRAE 1803-1899: LA INTERDEPENDENCIA ENTRE EL
DICCIONARIO Y LA ORTOGRAFÍA
contexto intervocálico. Por un lado, se excluyeron las voces formadas con los prefijos
pre y pro. No obstante, esta norma ya se había expuesto en el artículo dedicado de la
letra r del Diccionario de autoridades donde, además, se incluía también el prefijo
contra-.
Los compuestos de las preposiciones pre, y pro, en los quales no se duplica
la R, para pronunciarla fuerte, aunque está entre dos vocales, como en
prerogativa, prerogar: esto nos lo enseña el uso, que se puede haber fundado
en tener ya una R en si las mismas preposiciones (ORAE 1741: 195).
Por otro lado, también se eximieron de esta regla los términos compuestos cuyo
segundo elemento se iniciaba con r:
Los compuestos de dos nombres, como mani-roto, cari-redondo, se debe
poner solo una R, y entre los dos nombres se puede poner esta raya -, para
denotar que no es nombre incomplexô, y que por consiguiente la R queda
primera letra de la segunda diccion, por lo que debe seguir la regla general
(ORAE 1741: 196).
El empleo de la raya en los compuestos nominales se rechazó en la edición de
1754: «Y aunque se suele poner una raya en medio de las voces compuestas de dos
nombres […] se podrá escusar por no ser necesaria para que se conozca su
composicion» (ORAE 1754: 68). La escasa vigencia de esta pauta no permitió que se
produjeran modificaciones en los términos de la nomenclatura del diccionario. En
contra de la norma citada anteriormente, en la segunda edición del Diccionario de
autoridades se cambió la grafía de r a rr en el compuesto boquirrubio y se recogieron
los vocablos boquirrasgado y buscarruidos. Posteriormente, en la edición de 1783 se
modificó la escritura de rr a r en boquirubio y boquirasgado y en 1791 en buscaruidos.
Las nuevas reglas ortográficas se mantuvieron sin modificaciones durante todo el
siglo XVIII.
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CAPITULO 4. CAMBIOS EN LA MACROESTRUCTURA DEL DRAE 1803-1899: LA INTERDEPENDENCIA ENTRE EL
DICCIONARIO Y LA ORTOGRAFÍA
1.2.5.2. El siglo XIX: la norma ortográfica a través del diccionario
En la edición de la ortografía de 1815, la primera publicada en el siglo XIX, se volvió a
considerar, a diferencia de las ortografías del siglo XVIII, la r múltiple como una letra
duplicada. Así aparece descrito en este tratado:
No se ha adoptado el dictámen de los que han contado tambien las dos rr por
unos de los caractéres que se deben añadir á nuestro alfabeto, pues mas
parece una duplicacion de la r, aun en su pronunciacion, que un sonido
diferente y letra particular (ORAE 1815: 45-46).
Esta valoración se encuentra también en el artículo lexicográfico dedicado a la
letra r en la edición del diccionario de 1817.
Sobre esta cuestión se generaron diferentes opiniones en la época. Por ejemplo,
Bello y García del Río (1823) defendían la propuesta de incluir la rr como uno de los
caracteres del alfabeto: «La rr, doble a la vista, representa en realidad un sonido que no
puede partirse en dos, y debe mirarse como un carácter simple, no de otro que la ch, la
ñ, la ll» (Bello y García del Río 1823: 266). No obstante, la Academia no cambió de
criterio sobre el estatus del dígrafo rr.
Por lo que respecta al empleo en la escritura de la doble r, en la edición de 1815
se mantuvieron las mismas pautas que en la ortografía de 1754:
I. La r simple suena siempre suavemente, excepto cuando está á principio de
diccion, pues entonces sin necesidad de duplicarla, adquiere el sonido fuerte
que se nota en las voces razon, remo, rico, romo, rueda.
II. Suena tambien fuerte, aunque sin duplicarse, despues de las
preposiciones ab, ob, sub, en los nombres compuestos de ellas, como
abrogar, obrepción, subrepcion.
III. Igual sonido conserva la r sencilla en los nombres compuestos de las
preposiciones pre y pro y de nombre y verbo como en prerogativa, prorogar.
IV. Tambien suena fuerte en los compuestos de dos nombres en que tenga el
segundo lugar el que fuera de composicion empieza con r, como maniroto,
cariredondo, enriquecer, enroscar; y generalmente siempre que las
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CAPITULO 4. CAMBIOS EN LA MACROESTRUCTURA DEL DRAE 1803-1899: LA INTERDEPENDENCIA ENTRE EL
DICCIONARIO Y LA ORTOGRAFÍA
consonantes 1, n, s preceden á la r, ya sea en voz simple ó ya compuesta,
como en malrotar, honra, Israel, desreglado. (ORAE 1815: 46-47).
Por lo tanto, en los casos en los que r y rr no compartían distribución, es decir, en
posición inicial e interior tras consonante, se utilizaba la r simple. Para la representación
de la vibrante múltiple en el contexto intervocálico, en cambio, se seguía un criterio
morfológico que excluía a las voces prefijadas y compuestas cuyo segundo componente
se iniciaba con r, puesto que en la palabra simple el mismo fonema se representaba con
una única r.
Al respecto, Sicilia (1827: 74) opinaba que la Academia había olvidado incluir en
su tratado ortográfico la siguiente regla que había puesto en práctica en su diccionario:
«En los compuestos de las preposiciones contra, entre ó sobre, y de un nombre ó un
verbo que comienze con r, se pronuncia la erre, y no se escribe sino la r sencilla, como
en contrarestar, contraronda, entreraido, entrerenglonar, sobreronda y sobreropa» 346.
Este tipo de voces, como bien observó Sicilia, aparecían en el diccionario académico
escritas con r. Por lo tanto, el empleo de la grafía r para representar el fonema vibrante
múltiple en posición intervocálica no se restringía solamente a los prefijos pre y pro,
sino a la mayor parte de los elementos compositivos (contra-, entre-, sobre-, etc.) 347. En
este sentido, son interesantes los cambios gráficos que se produjeron en la sexta edición
del diccionario en las palabras derriscar, derriscado, derraigado y derraigamiento,
formadas con el prefijo de- y una base con r inicial. Cabe destacar que la forma verbal
derraigar había convivido en la edición de 1817 con deraigar, la cual se eliminó del
diccionario en 1822. Sin embargo, la modificación no se produjo en otros vocablos con
estas mismas características, puesto que ya se escribían con rr desde su incorporación
en el repertorio (derrabar, derramar, derranchar, derraspado, derredor, derrocar, etc.).
Incluso en el Diccionario de autoridades se indicaba su formación. Este es el caso, por
346
Sicilia (1827: 75) indicó que para las reglas ortográficas propuestas por él mismo había seguido la
práctica que utilizaba la Academia: «no he temido ser demasiado prolijo en reunir aquí todas sus reglas, y
suplir los olvidos de la Academia; cuidando empero de fijarlas en conformidad de su doctrina y de su
práctica, mediante á hallarse sancionada una y otra por el uso general».
347
Cabe destacar que el prefijo contra- ya aparecía en todas las ediciones del diccionario publicadas
en el siglo XVIII, aunque no en la ortografías.
415
CAPITULO 4. CAMBIOS EN LA MACROESTRUCTURA DEL DRAE 1803-1899: LA INTERDEPENDENCIA ENTRE EL
DICCIONARIO Y LA ORTOGRAFÍA
ejemplo, del término derrocar para el que se señalaba que se formaba «de la
preposicion De, y el nombre, Roca» (Diccionario de autoridades 1732: s. v. derrocar).
Las siguientes ediciones del diccionario académico se rigieron por las normas de
la edición de la ortografía de 1815, las cuales se mantuvieron vigentes hasta 1870. Por
este motivo, solamente se modificó la escritura de dos términos en las ediciones del
diccionario desde 1817 hasta 1869.
En la edición de 1832 se modificó la escritura de ringorrango, registrado con una
sola r hasta 1822. Según el DECH, este vocablo es una onomatopeya que procede «del
chirrido de la pluma» (DECH 1980-1991: s. v. ringorrango). Por lo tanto, la escritura
con una r era un error ortográfico según la norma propuesta en la ortografía, ya que no
se trataba de una palabra compuesta y, por ello, debía escribirse con doble r al aparecer
esta en contexto intervocálico. También en esta edición, y sin razón aparente, se incluyó
una guion en el compuesto guarda-rio (1832-1837), el cual se había registrado como
guardarío (1734-1822, 1843-1869).
En la edición de 1837 se cambió la grafía a favor del dígrafo rr en bancarrota. En
este caso, a pesar de que sí se trata de un compuesto en italiano, su lengua de origen
─bancarotta (comp. de banca y rotta, DECH: s. v. banco)─, el préstamo se adaptó a las
reglas del español desde el Diccionario de autoridades hasta la edición de 1832, por lo
que en estas ediciones se escribía con rr. En la propia obra lexicográfica se especificaba
su procedencia italiana: «Es voz puramente italiana, y usada en Aragón» (Diccionario
de autoridades 1726: s. v. bancarrota). Esta información se eliminó en la segunda
edición de 1770. A partir de la edición de 1837 y hasta 1869 el vocablo se registró con
una sola r, por lo que, atendiendo a las reglas expuestas en la ortografía de 1815, este
término se consideró un compuesto en español. En la duodécima edición del diccionario
académico se volvió a cambiar la escritura de r a rr y se incluyó el origen italiano en el
paréntesis etimológico: «Del ital. bancarotta» (DRAE 1884: s. v. bancarrota).
416
CAPITULO 4. CAMBIOS EN LA MACROESTRUCTURA DEL DRAE 1803-1899: LA INTERDEPENDENCIA ENTRE EL
DICCIONARIO Y LA ORTOGRAFÍA
La escritura de bancarrota con dos r, grafía utilizada por la Academia desde el
Diccionario de autoridades hasta 1832, había sido criticada por Sicilia (1827: 74) 348 en
su obra, puesto que en su opinión se estaba faltando a la regla explicitada en su propia
ortografía. La propuesta de este autor fue en la misma línea que la de la Academia, ya
que en la edición del diccionario académico de 1837 se cambió la escritura a una sola r.
En los periódicos de la época era posible hallar el término escrito tanto con r como con
rr, aunque se encontraba más frecuentemente con el dígrafo 349. Esto mismo se observa
en otros diccionarios no académicos coetáneos, los cuales registraron la palabra escrita
con r doble, como, por ejemplo, Domínguez (1846-47) o Gaspar y Roig (1853), donde
además se registraron los vocablos bancarrotero y bancarrotista.
Las reglas ortográficas para la distribución de r y rr no se volvieron a modificar
hasta la edición de la gramática de 1870. En este tratado se indicaba que solamente se
exceptuaba al uso de la rr en representación del fonema vibrante múltiple, los casos de
principio de dicción y cuando iba precedida de las consonantes l, n, s (cfr. GRAE 1870:
327). La modificación en la ortografía tuvo importantes repercusiones en la duodécima
edición del diccionario. Por un lado, se cambió la escritura de todas las voces formadas
con un elemento compositivo y con una base léxica iniciada por r. Algunos ejemplos
son contrarronda, entrerrenglonar, prerrogativa, prorrata, prorrogar, prorrumpir,
sobrerropa, trirreme 350, etc. Por otro lado, se modificó la escritura de los compuestos
nominales cuyo segundo elemento empezaba por la r. Este es el caso, por ejemplo, de
los términos andarraya, anquirredondo, boquirrasgado, carirredondo, falsarrienda 351,
guardarropa, hazmerreir, manirroto, pejerrey, entre otros. Es destacable el cambio en
348
Sicilia (1827: 74) también critica la escritura de la voz cañarroya, registrada con doble r en todas
las ediciones del diccionario usual (1780-2014). Atribuye este error ortográfico a la dificultad de
descubrir su composición «á primera vista». Parecía estar en lo cierto Sicilia, puesto que en la edición de
1914 del diccionario académico se indica que su procedencia es de caña y royo.
349
En la Hemeroteca digital se han recuperado 1809 resultados para el término bancarota entre los
años 1800 y 1870. Para la voz bancarrota se han recuperado 3.742 resultados en el mismo período
cronológico.
350
La forma trirreme ya aparecía registrada con rr en el Diccionario de autoridades.
351
Esta voz se encuentra en el artículo de rienda en todas las ediciones del diccionario académico:
falsa rienda. La unión gráfica solamente se registra en la undécima y duodécima edición, con una sola r
en 1869: falsarienda y con dos en 1884: falsarrienda.
417
CAPITULO 4. CAMBIOS EN LA MACROESTRUCTURA DEL DRAE 1803-1899: LA INTERDEPENDENCIA ENTRE EL
DICCIONARIO Y LA ORTOGRAFÍA
la edición de 1899 de la voz similirrate, escrita con una sola r hasta 1884. La sustitución
de r por rr estuvo motivada por la inclusión de la etimología, la cual permitió conocer
su formación: «Del lat. marcarrónico simĭlis ratae, parecido á la rata» (DRAE 1899: s. v.
similirrate).
Con esta modificación se simplificó la ortografía, objetivo que la Academia ha
perseguido siempre desde sus inicios, ya que se dejó de emplear el criterio morfológico
en la escritura de estos vocablos y se usó solamente el criterio fonotáctico, utilizando
exclusivamente el dígrafo en contexto intervocálico siempre que representaba el fonema
vibrante múltiple.
1.2.5.3. Recapitulación
Las reglas ortográficas que guiaban la escritura de r y rr en contexto intervocálico
estuvieron vigentes desde la edición de la ortografía de 1741 hasta 1870 y se basaban en
criterios fonotácticos y morfológicos. En esta edición de la gramática se dejó de emplear
el criterio morfológico que había regido hasta entonces la escritura de los derivados y
compuestos cuyo segundo elemento empezaba por r. Con este cambio se simplificó la
ortografía castellana. Además, tuvo repercusiones importantes en la duodécima edición
del diccionario académico, ya que se alteró la escritura de todos los vocablos con estas
características (altarreina, manirroto, prorrogar, etc.).
1.2.6. Cambios en la escritura de h
Desde los inicios de la lengua castellana la grafía h se ha empleado en la escritura en
diversos contextos. En la Edad Media, Rosenblat (1951: XIX) indicó que generalmente
la h no se utilizaba (onra, oy, istoria, etc.), aunque ya era común en las distribuciones
que se señalan a continuación:
Está ya generalizada la h antes ue inicial (hueste, huerta, etc.), y la h para
marcar el hiato entre vocales (acahesçer, Tuhy, Iahen, mahestre, etc.): se
418
CAPITULO 4. CAMBIOS EN LA MACROESTRUCTURA DEL DRAE 1803-1899: LA INTERDEPENDENCIA ENTRE EL
DICCIONARIO Y LA ORTOGRAFÍA
encuentra además, con frecuencia, en las formas monosilábicas del verbo
haber (ha, han), en algunas palabras que tienen h en latín (heredad, humor,
heredar, junto a deseredar; también eredar), en otras ocasiones (hay ‘ya’, hy
‘allí’, hermanos), y aun a veces una h antietimológica, ultracultista: horden,
husar, etc. (Rosenblat 1951: XIX).
Además de estos casos, se utilizaba la h para representar la aspiración procedente
de f latina realizada en el norte de Castilla. Por lo tanto, en los textos castellanos debió
«alternar la h aspirada con la h puramente etimológica» (Rosenblat 1951: XV).
Del texto de Rosenblat se deducen seis funciones gráficas en la época medieval,
aunque con las habituales vacilaciones: 1) h procedente de f latina; 2) h ante ue inicial;
3) h para marcar el hiato entre vocales; 4) h etimológica latina; 5) h antietimológica; 6)
otros casos (formas del verbo haber, etc.).
Más recientemente, Lapesa, en una anotación al texto del Diálogo de la lengua, ha
señalado para el Siglo de Oro cuatro distribuciones diversas de la letra h en la escritura:
Hay que distinguir varias clases de h: 1º) la procedente de h latina, que no se
pronunciaba y era, por tanto, mero signo ortográfico (havía, han) […]; la h
antietimológica y también muda (hera, leher). 2º) La h procedente de f
latina. La f había pasado a h aspirada (fustigare-hostigar); en Castilla la
Vieja; desde fines del siglo XV se había generalizado la pérdida de esa
aspiración; y se decía ostigar, pero en Toledo se conservaba aun la
aspiración. 3º) la h aspirada procedente de sonidos aspirados árabes (harre,
halagar), que ha seguido igual suerte que la derivada de f latina. 4º) la h de
huerta, huérfano huésped, que no se aspiraba, representando solamente la
cerrazón inicial del diptongo ué (Lapesa 2008: 148).
Siguiendo las clasificaciones propuestas por Rosenblat (1951) y Lapesa (2008),
las cuales se han tomado como referencia también en otros estudios como, por ejemplo,
en la tesis de Pla (2013: 739-745), las funciones gráficas de la letra h en la escritura
castellana fueron las siguientes:
1) h etimológica procedente del latín (heredad, humor).
2) h antietimológica debida al influjo cultista (hera, horden).
3) h ante los diptongos [wé] y [ié], que podía coincidir (huerta, hierba) o no
(hueso, hielo) con el latín.
419
CAPITULO 4. CAMBIOS EN LA MACROESTRUCTURA DEL DRAE 1803-1899: LA INTERDEPENDENCIA ENTRE EL
DICCIONARIO Y LA ORTOGRAFÍA
4) h para marcar el hiato entre vocales (acahescer, mahestre).
5) h procedente de f inicial latina (hazer, hermoso).
6) h aspirada procedente de sonidos aspirados árabes (harre, halagar).
Los seis empleos enumerados se pueden agrupar según si la letra h tenía o no
valor fónico. Por un lado, en los cuatro primeros usos la grafía h hacía la función de
signo ortográfico sin reflejo en la pronunciación. En el caso de 3) se podía producir una
consonantización cercana al fonema /g/ (cfr. OLE 2010: 81). La falta de valor fónico
comportaba numerosas vacilaciones en la escritura, puesto que no era posible conocer
mediante la pronunciación en qué palabras se debía utilizar dicho grafema. Estas
irregularidades ortográficas también se debían a las costumbres escriturarias.
Por otro lado, en las dos últimas funciones la h tuvo valor fónico 352. Actualmente,
se considera que probablemente en el siglo XIV la articulación /h/ formara parte de la
pronunciación estándar toledana y llegara «con la reconquista al sur de España» (Penny
2012 [1993]: 116). Al mismo tiempo, la realización aspirada iba desapareciendo del
sistema norteño. La pérdida de /h/ se fue extendiendo, geográfica y socialmente, desde
352
La cuestión de la evolución f latina tiene una amplia bibliografía (cfr. Alarcos 1951; Menéndez
Pidal 1977 [1904]; Plans 1982; Lapesa 1986; Blake 1988; Cano 2008 [1988], 2018 [2004]; Penny 2012
[1993], 2000, 2018 [2004]; Pensado 1993; Ariza 1994; Quilis Merín 1996; Sánchez Prieto 1998a; Pla
2013). En estos estudios se ha discutido sobre las causas y la datación de la sustitución de /f/ por /h/ y la
posterior pérdida de la aspiración (/f/ > /h/ > /ø/).
Teniendo en cuenta las investigaciones anteriores, existen diversas explicaciones sobre la aspiración
de la f- latina y la pérdida de /h/, las cuales han sido sintetizadas y descritas en Ariza (1994: 98) y Quilis
Merín (1996: 386). En primer lugar, algunos autores opinan que el fenómeno se produjo debido al influjo
del sustrato vasco. Esta teoría fue desarrollada por Menéndez Pidal (1904 y 1926) y se ha tomado como
base para las investigaciones posteriores, estén de acuerdo con ella o no. En segundo lugar, existen
quienes piensan que la evolución se originó por el reajuste interno del sistema de las labiales. Esta teoría
fue desarrollada por Meyer-Lübke (1935), quien refutó la tesis pidaliana. Penny (2012 [1993]: 113)
también ha rechazado la explicación de Pidal y ha argumentado, al respecto, que la evolución f- > h es
conocida en (pequeñas) áreas románicas donde la influencia vasca resulta imposible. Finalmente, debido a
la revisión de las hipótesis anteriores, algunos lingüistas creen que la evolución fue consecuencia de
tendencias internas del latín. Penny (2012 [1993]) es uno de los defensores de esta explicación y se apoya
para defenderla en la pronunciación regional y arcaizante del latín. Este autor indica que «es posible que
el latín hablado en las áreas más remotas (como Cantabria) conservase una articulación bilabial de la F(/φ/), que antes había sido normal, pero que se había visto sustituida por la labiodental /f/ en Roma y en
las zonas más estrechamente en contacto con ella» (Penny 2012 [1993]: 114). Respecto a ello, Pensado
(1993: 18) considera que la realización bilabial /φ/ «es una condición necesaria para la evolución de h
pero no suficiente», ya que, de ser así, el cambio habría afectado a casi toda la Romania. Actualmente, se
intentan aunar las teorías anteriores (cfr. Quilis 1996: 402) y la mayoría de los lingüistas reconstruyen una
evolución fonética de /f/ > /φ/ > /h/ > /ø/.
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CAPITULO 4. CAMBIOS EN LA MACROESTRUCTURA DEL DRAE 1803-1899: LA INTERDEPENDENCIA ENTRE EL
DICCIONARIO Y LA ORTOGRAFÍA
Castilla la Vieja 353 hacia zonas meridionales hasta que en ese territorio se convirtió en
norma en la segunda mitad del siglo XVI. La aspiración perduró en algunos lugares
occidentales de la Península: oriente de Asturias, Cantabria, gran parte de la Meseta
occidental (Salamanca, etc.), Extremadura, gran parte de Castilla la Nueva, Andalucía
occidental (cfr. Penny 2012 [1993]: 116 y 2018 [2004]: 599-601).
En el plano escrito, cuando la h procedía de f- latina, competía, en los primeros
estadios del español, con la letra f (fazer/hazer, fijo/hijo, forno/horno). En el siglo XV,
como señaló Lapesa (1986: 280), «la literatura conserva abundantes restos de f inicial,
fallar, fasta, fablar, fermosura, pero es muy general la h, hazañas, holgar, herir, que se
impone por completo entre 1500 y 1520». Más recientemente, Penny (2018 [2004]:
600) y Cano Aguilar (2008 [1988]: 209-2010 y 2018 [2004]: 840) han puntualizado que
la reforma ortográfica se consolidó a finales del siglo XV y principios del XVI, cuando
las formas del castellano medieval escritas con f- fueron sustituidas por h.
La escritura de la imprenta, los manuscritos, más o menos elevados,
literarios o notariales se habían decantado por hijo, hembra, humo, hazer,
etc., relegando la f a formas más o menos cultas, recientes o no (fama,
fortuna, familia), a antiguallas jurídicas (fallar, falta, fecha), y a los casos
donde la aspiración fonética no se había dado (ante consonante: frente, flor,
o diptongo fuerte, fiesta). Perduró la f, pero ya como variante arcaica, casi
limitada al ámbito notarial y progresivamente abandonada (Cano 2018
[2004]: 840).
En esa época, se utilizó regularmente la h en voces que procedían de una f latina, a
pesar de que, como se ha señalado anteriormente, se iba generalizando la pérdida de la
aspiración (cfr. Penny 2018 [2004]: 600).
También en los arabismos, como demostró Steiger (1932), existían alternancias
entre h y f (forro/horro, alfaja/alhaja, alfolla/alholla, etc.), aunque, en opinión de
Alarcos (1951: 38) «los resultados de los sonidos árabes en romance no son evoluciones
fonéticas, como los del latín, sino puramente sustituciones o adaptaciones fonéticas y
353
Lapesa (1986: 280) señaló que ya a principios del siglo XVI «en Castilla la Vieja la h no se
apiraba».
421
CAPITULO 4. CAMBIOS EN LA MACROESTRUCTURA DEL DRAE 1803-1899: LA INTERDEPENDENCIA ENTRE EL
DICCIONARIO Y LA ORTOGRAFÍA
más bien fonológicas». Por ello, la presencia de la letra f en los arabismos se debía,
según Alarcos (1951: 39), a dos motivos: «1) porque fueron adaptados por hablantes no
castellanos (mozárabes, etc.), y aquí deben incluirse los topónimos; 2) porque la lengua
escrita persistió en escribirlos con f hasta la época en que el castellano común ya no
repugnó la f».
La evolución fonológica, además de las costumbres escriturarias de cada período,
suponía la existencia de vacilación en la ortografía. La variedad se documentó en las
gramáticas de los siglos XVI y XVII. En estos tratados se discutía, principalmente,
sobre el carácter y las funciones de la grafía h y su realización aspirada. La mayoría de
los ortógrafos, incluso en el siglo XVII, secundaban la pronunciación glotal en algunas
voces. A pesar de ello, como ha señalado Esteve Serrano (1982: 295), «la aspiración de
la h, como característica general de la lengua castellana, defendida por los tratadistas de
la segunda mitad del siglo XVII responde más a noticias librescas que al análisis directo
del habla».
En el estudio de Plans (1982: 167-172) se han expuesto las aportaciones teóricas
que realizaron los autores de la época. Gramáticos como, por ejemplo, Nebrija (1517),
Vanegas (1531), Busto (1533), Robles (1533), Valdés (1535), Alemán (1609),
Covarrubias (1611), Jiménez Patón (1614) y Correas (1630), entre otros, deslindaron los
empleos en la escritura de la grafía h. La mayoría de estos tratadistas describieron una
pronunciación aspirada en los casos en que provenía de una f latina y de sonidos árabes
aspirados. El problema ortográfico residía, por lo tanto, en las voces en las que la h era
solamente un signo ortográfico. En estos términos, algunos reformistas del siglo XVI,
como Alemán (1609), Jiménez Patón (1614) o Correas (1630) propusieron eliminarla de
la escritura.
La polémica se mantuvo en el siglo XVIII, aunque fue cobrando peso entre los
ortógrafos el rechazo de la grafía h. Esta es la postura que adoptaron tratadistas como
Bordázar (1728, 1730) o Mañer (1742). Bordázar, por ejemplo, indicaba lo siguiente:
422
CAPITULO 4. CAMBIOS EN LA MACROESTRUCTURA DEL DRAE 1803-1899: LA INTERDEPENDENCIA ENTRE EL
DICCIONARIO Y LA ORTOGRAFÍA
Si me digessen, que no es acento, sino una aspiracion, que no articulandose
como letra con cuerpo de sonido, se alienta alli con alguna muda fuerza, tan
dificil de expressar, como de percibir; la reducen assi, a un elemento
imaginado, i con esso mas ciertamente ocioso […]. Siguese pues, que solo es
divisa etimologica, con que se prohíjan los escritos, aunque no las voces, a
sus patrios lares: en lo cual me sugeto al uso comun, por no ser tan
importante su exclusion (Bordázar 1728: 23).
Por lo tanto, a pesar de no atribuirle ningún valor fonológico, la conservación de
la grafía en la escritura se justificaba por la etimología y por el uso establecido.
1.2.6.1. El siglo XVIII: gestación de las ideas ortográficas de la Academia
En el Discurso proemial no se otorgaba ningún valor fonológico a la grafía h, siguiendo
la postura adoptada por los autores coetáneos. Se negaba la pronunciación glotal como
norma generalizada y se atribuía dicha aspiración a una particularidad geográfica:
Pues los Castellanos jamás usan de la letra H, y aunque precisamente la
pidan diferentes palabras, en su boca no se oye el mas leve indicio de
aspiración: lo que no sucede en Andalucía, y en casi toda la Extremadúra,
donde se habla con tan fuerte aspiración, que es dificultoso discernir si
pronúncian la H, ò la J (Diccionario de autoridades 1726: LXXV).
Esta explicación no se trasvasó al cuerpo del diccionario, puesto que en la entrada
de la letra h se ofrecía una descripción de la articulación de la consonante: «Pronunciase
fuertemente, abriendo la boca y arrojando el aliento, pegando la lengua à los dientes de
arriba» (Diccionario de autoridades 1734: s. v. h). Así se mantuvo en las ediciones del
diccionario usual hasta la de 1803.
Asimismo, también se describieron las funciones de la grafía h. En combinación
con las vocales 354, se indicaba que se debía emplear en las palabras que se escribían con
f en latín (hada, hijo, hoja, etc.) y delante del diptongo ue (huevo, huesso, hueco, etc.).
En este último uso se advertía sobre la sustitución de g por h, puesto que «de la misma
354
En la entrada dedicada a la grafía h se explicaban también los dígrafos ch, ph, th y rh (véase
§ 1.2.7.).
423
CAPITULO 4. CAMBIOS EN LA MACROESTRUCTURA DEL DRAE 1803-1899: LA INTERDEPENDENCIA ENTRE EL
DICCIONARIO Y LA ORTOGRAFÍA
manéra que se pronúncia Agüero, Pingüe, Degüello, Regüeldo, se pronúncia tambien
Hueco, Huebra, Huevo, Huella, y Huerta» (Diccionario de autoridades 1726: LXXV), y
se recomendaba, para su correcto uso en la escritura, recurrir a la etimología y utilizar la
g cuando la tuviesen en su origen y la h en los otros casos, siempre y cuando el uso no
estuviera fijado como, por ejemplo, en alcahuete.
ALCAHUETE. […] Voz Arabe de Cagiíit, que vale atizadór, inflamadór,
añadido el artículo Al, y con pequeña corrupción se dixo Alcahuéte. Y
aunque parece debía escribirse con g, atendida esta etymología, el uso de
escribir esta voz con h está en contrario desde mui antiguo. (Diccionario de
autoridades 1726: s. v. alcahuete).
Teniendo en cuenta la bibliografía (§ 1.2.6.), las funciones descritas, por lo tanto,
eran incompletas, puesto que no se hacía referencia a las voces que en latín tenían h ni a
la h procedente de sonidos árabes aspirados, también presentes en la nomenclatura del
diccionario.
Las excepciones derivadas de las costumbres escriturarias se documentaban en la
definición de las palabras donde se ofrecía información sobre la ortografía cuando el
uso era contrario a la etimología:
OY. adv. de tiempo. […] Viene del Latino Hodie, por cuya razon parece se
debía escribir con h, pero el uso comun lo escribe sin ella (Diccionario de
autoridades 1726: s. v. oy).
AYER. adv. de tiempo. […] Viene del Latino Heri, que significa esto
mismo, por cuya razon se debiera escribir con h, pero el uso comun la ha
excusado (Diccionario de autoridades 1726: s. v. ayer).
También se añadía información en la definición referente a la ortografía cuando
había diversidad gráfica en las autoridades. Este es el caso de acia y hierba:
ACIA. adv. Vease Hácia. Esta voz se halla usáda muchas veces sin la h; pero
atendiendo à la etymología, que la dá Covarr. de la palábra Haz, y traherla
con h Nebrixa, el P. Salas, y otros Diccionários, y hallarse del mismo modo
en muchos Autóres classicos antiguos, se debe escribir con ella.
424
CAPITULO 4. CAMBIOS EN LA MACROESTRUCTURA DEL DRAE 1803-1899: LA INTERDEPENDENCIA ENTRE EL
DICCIONARIO Y LA ORTOGRAFÍA
HIERBA. s. f. […] Derivase del Latino Herba, por lo qual se debe escribir
con h, aunque algunos la ponen freqüentemente con y.
En estos términos se seguía para su correcta escritura el origen etimológico y se
solía incluir en la nomenclatura la otra variante gráfica (acia/hacia, ahunque/aunque,
ahun/aun, etc.) 355. En algunas ocasiones no se ofrecía información sobre la ortografía y
solamente se remitía a la forma preferida por la Academia (alhelí/alelí, haber/aver 356,
haldear/aldear, harpon/arpon, haraldo/araldo, etc.) 357.
El apego etimologista presente en el Diccionario de autoridades comportó, en
algunas ocasiones, recomendar formas contrarias al uso extendido como hierno, haber,
etc. En la definición de hierno, por ejemplo, se señalaba que la práctica común era
escribir esta voz con y griega. En la primera edición del diccionario usual (1780) se
modificó la grafía a favor de yerno. Lo mismo se indicaba en la definición de haber:
«Sale del Latino Habere, por cuya razon se debe escribir Haber, y no Aver, como hacen
muchos» (Diccionario de autoridades 1734: s. v. haber). En esta ocasión, se mantuvo
en el diccionario la forma con la h etimológica.
Las observaciones ortográficas de las definiciones de las palabras se eliminaron en
la segunda edición del Diccionario de autoridades (1770), aunque las variantes gráficas
se mantuvieron en el repertorio lexicográfico durante todo el siglo XVIII.
Las reglas ortográficas expuestas en el Discurso proemial y en el Diccionario de
autoridades se ampliaron en la edición de la ortografía de 1741. Antes de exponer las
pautas, se hizo una reflexión sobre la condición de la h a través de las teorías expuestas
desde Nebrija. No obstante, la Academia no se decantó por ninguna postura, ya que en
su opinión este asunto no era necesario para fijar unas reglas de ortografía y «sea o no
sea letra igualmente se ha de escribir donde le toca» (ORAE 1741: 162). A diferencia
355
La información sobre la ortografía de la voz se encuentra en la primera variante del par señalado.
El verbo aver remitía en su definición a haver, forma no registrada en ninguna edición del
diccionario académico. En la segunda edición del Diccionario de autoridades (1770) la remisión cambió
a haber.
357
La forma preferida por la Academia y, por lo tanto, la portadora de la definición es la primera de
los pares de variantes.
356
425
CAPITULO 4. CAMBIOS EN LA MACROESTRUCTURA DEL DRAE 1803-1899: LA INTERDEPENDENCIA ENTRE EL
DICCIONARIO Y LA ORTOGRAFÍA
del Diccionario de autoridades, en esta edición de la ortografía no se ofrecía ninguna
descripción articulatoria de la consonante y solamente se formularon las normas para el
uso de la grafía. Las reglas ortográficas que se propusieron fueron las siguientes:
I. Todas las voces, que en su orígen reciben H antes de alguna vocal, y
conservan la misma pronunciacion 358, como honor, hora, hoy, horóscopo, se
deben escribir con H.
II. Todas las voces, que en su orígen se escriben con F, y por la mayor
suavidad se ha mitigado la pronunciacion, y se escusa la prolacion fuerte de
la F, se deben escribir con H, como hacer del facer antiguo, y de facere
latino: hablar de fablar antiguo, y de fabulare latino.
III. En las voces compuestas se debe conservar el H, que recibian de sus
simples, como deshacer, rehacer, de hacer […]. De esta regla se deben
exceptuar los compuestos de la preposicion ab, porque en estos el uso
comun, y el natural empeño, ó genio de pronunciar los Españoles la B, ha
suprimido el H de su orígen, como aborrecer de abhorrere.
IV. Quando empieza la diccion con la sylaba ue, en que muchas veces
convertimos la O latina, se le añade al principio la H, como en huevo de
ovum, huérfano de orphanus (ORAE 1741: 162-163).
Como se puede observar, se precisaron las pautas que se habían expuesto en el
Discurso proemial, aunque solamente la primera —h etimológica— y la tercera — h en
voces compuestas— eran realmente nuevas. Cabe destacar el cambio de pensamiento
respecto a la articulación de la letra h cuando aparecía reemplazando a una f inicial
latina, ya que en el Diccionario de autoridades se había indicado que en este contexto
no tenía pronunciación en español.
En la siguiente edición de la ortografía de 1754 la Academia se posicionó respecto
a la condición de la h, para la que se indicaba que «no es letra sino señal de aspiración»,
a pesar de que la articulación aspirada ya había sido negada en el Discurso proemial. En
opinión de Pozuelo (1987: 1179), la descripción de la h como un signo de aspiración se
debe a «la existencia de una cultura gramatical tópica enormemente anquilosada» más
358
Como ya afirmó Esteve Serrano (1982: 297) «conservan la misma pronunciacion», por lo tanto, se
pronuncian con aspiración, «no tiene razón de ser; está atestiguado desde Nebrija que la aspiración
representada en latín por la h, no tenía valor en castellano».
426
CAPITULO 4. CAMBIOS EN LA MACROESTRUCTURA DEL DRAE 1803-1899: LA INTERDEPENDENCIA ENTRE EL
DICCIONARIO Y LA ORTOGRAFÍA
que a la realidad, ya que la h dejaría de aspirarse de manera generalizada 359 en español a
comienzos del siglo XVI. La pronunciación aspirada solamente se atribuía a los casos
en que aparecía delante del diptongo ue, «y aun se ha engrosado tanto, que ha llegado á
parecer G», es decir, se producía una consonantización, y «quando concurre entre dos
vocales» (ORAE 1754: 44-45), como en albahaca. En los demás contextos se señalaba
que «no tiene sonido» alguno, aunque, debido a la tradición gramatical, se conservaba
en la escritura siguiendo «el orígen corroborado del uso comun y constante; porque
donde este fuere contrario, ha de prevalecer, como en aborrecer, y sus derivados»
(ORAE 1754: 45).
En cuanto a las reglas ortográficas, se añadió una nueva respecto a la edición de
1741:
IV. Otras veces hay, en las quales la F del orígen se ha mudado en Y Griega
consonante: y assí comunmente pronunciamos yerro que viene de ferrum,
yel de fel, &c. Pero no es esto tan general, que no haya muchos que
pronuncien con I vocal hierro, hiel y otros vocablos semejantes, poniendo
una H antes de la I para denotar la sensible separacion de la vocal
siguiente, y tambien porque la F del orígen se convierte en Castellano por lo
comun en H. En esta variedad de pronunciaciones se puede conservar el uso
mas constante de nuestra escritura, que es escribir con hi estas voces, y las
demas de su especie (ORAE 1754: 47).
En el epígrafe dedicado a la letra i también se hizo referencia a ello, pero en esta
ocasión se indicaba que «en esta variedad puede tener lugar la práctica freqüente de
nuestra escritura, que es escribir con hi estas voces, y sus semejantes; aunque hará
bien quien las escriba como las pronuncie» (ORAE 1754: 52). Por lo tanto, la Academia
aceptó la escritura de estos vocablos con hi y con y griega hasta la sexta edición de la
ortografía (1779), en la que se suprimió la apostilla final del texto citado. Este hecho
tuvo consecuencias en la obra lexicográfica, puesto que en la edición de 1780 se cambió
la grafía hi por la y en voces como contrahierba > contrayerba, hiedra > yedra, hiema >
yema, hierba > yerba, hierno > yerno (y sus derivados), hielo > yelo, hyeso > yeso (y
359
La distribución dialectal del fenómeno ha llegado hasta el siglo XX en algunas zonas.
427
CAPITULO 4. CAMBIOS EN LA MACROESTRUCTURA DEL DRAE 1803-1899: LA INTERDEPENDENCIA ENTRE EL
DICCIONARIO Y LA ORTOGRAFÍA
sus derivados). En la edición del diccionario de 1791 se volvió a cambiar la grafía de y a
h en las voces hiedra y hielo.
El resto de las reglas se mantuvieron sin modificaciones en todas las ediciones de
la ortografía publicadas en el siglo XVIII (1763, 1770, 1775, 1779 y 1792).
Las variantes gráficas registradas en las ediciones del diccionario del siglo XVIII
se eliminaron en la edición de 1803. Estas variantes eran de diversa índole: 1) formas
que seguían en su escritura el origen etimológico y que no estaban extendidas en el uso:
ahun, ahunque; 2) formas contrarias a la etimología: abito, acia, acina, acinar, aver,
amadriades, ahechar (y sus derivados), hortiga; 3) variantes de arabismos sin h:
alandal, alaja (y sus derivados), alania, alaraquiento, alaraca, albaca; y 4) palabras
que procedían de una f- latina de las que, en el diccionario, se recogía una variante sin h:
alcon, y sus derivados, aldear, aldudo, aragan (y sus derivados), arija, ollejo, etc.
También en la cuarta edición del diccionario académico se cambió la grafía de los
arcaísmos araute > haraute, espital > hespital y ahedo > haedo, esta última sustitución
en contra de la recomendación de la ortografía de 1792 (cfr. ORAE 1792: 170).
Tampoco seguía la preferencia de la obra ortográfica la inclusión de la variante gráfica
soez, ya que se hallaba con h en la lista final de voces con dudosa ortografía (cfr. ORAE
1792: 197). La forma sohez se mantuvo en los tratados ortográficos de 1815 y 1820,
pero se eliminó del diccionario en la edición de 1832.
Asimismo, se incluyeron las variantes cañaherla y hurraca, las cuales seguían las
etimologías propuestas en el Diccionario de autoridades. Por un lado, para la forma
cañaherla se había propuesto la etimología «caña férula» y, por lo tanto, como se había
acordado en la ortografía, se debían escribir con h, puesto que procedía de una f latina.
La forma gráfica con h se ha mantenido hasta la actualidad. Lo mismo ha sucedido con
las variantes antiguas cañierla (1803, 1822-1843, 1884-1899) y cañiherla (1852-1869,
1914-2014), aunque, en esta ocasión, solamente se ha conservado la forma escrita con h.
Las modificaciones que se han ido produciendo en la escritura de esta palabra reflejan la
vacilación existente respecto al uso de h.
428
CAPITULO 4. CAMBIOS EN LA MACROESTRUCTURA DEL DRAE 1803-1899: LA INTERDEPENDENCIA ENTRE EL
DICCIONARIO Y LA ORTOGRAFÍA
Por otro lado, para la voz hurraca se proponía la hipótesis etimológica siguiente:
«dixose del Latino Fur, quasi Furraca (como se decía en lo antiguo) porque hurta y
esconde las cosas que encuentra» (Diccionario de autoridades 1734: s. v. hurraca). Por
lo tanto, la h se justificaba por la f- latina. Posteriormente, en la edición de 1780 se
eliminó la información sobre el origen y se modificó la escritura del término a urraca, a
pesar de que en la definición se seguía indicando que «en lo antiguo se decía furraca»
(DRAE 1780: s. v. urraca). Posiblemente la forma urraca estaba más generalizada en el
uso 360. Así se ha mantenido hasta la actualidad, pero desde 1899, de manera continuada,
conviviendo con la variante gráfica hurraca (1734, 1803, 1899-2014). En esta edición
se incluyó la etimología del vocablo, «Del lat. furax, ‘inclinado á robar’» (DRAE 1899:
s. v. hurraca), distinta a la que aparecía en urraca, tanto en la edición de 1884, «De
Urraca, n. p. de mujer» (DRAE 1884: s. v. urraca), como en la de 1899, «De hurraca»
(DRAE 1899: s. v. urraca) 361. La etimología de urraca se corrigió en la edición de 1970
donde se indicaba que provenía «De la onomat. urrac de su canto» (DRAE 1970: s. v.
urraca) 362. La variabilidad en la escritura de este término pudo deberse a las distintas
procedencias atribuidas en el diccionario académico.
Finalmente, es destacable en esta edición del diccionario la inclusión de variantes
antiguas (cfr. Jiménez Ríos 2001: 50) con f inicial en cuya definición se remitía a la
forma moderna escrita con h: fediondo, fenchidor, fedor, fembra, fenchir, fendedura,
ferida, fermoso, fermosura, fija, fijo, fijodalgo, filadillo, filador, finchazon, furto, etc.;
algunas de estas variantes todavía se mantienen en la edición actual del diccionario
académico (fembra, ferida, fermoso, fijo, furto, etc.).
360
Se ha realizado una búsqueda en la Hemeroteca digital de los términos hurraca y urraca entre los
años 1700 y 1800 y se han recuperado solamente 2 casos para la forma hurraca y 94 para urraca.
361
En el DECH (s. v. urraca) se ha sostenido que esta etimología es errónea, ya «que tropieza con
otras varias dificultades fonéticas, y sobre todo con el hecho de que Urraca se escribe constantemente sin
H- en la Edad Media».
362
En la última edición del diccionario se ha vuelto a cambiar la etimología de la voz: «Del n. p.
Urraca; cf. marica, lat. tardío gaia, fr. margot e ingl. mag, denominaciones de la urraca provenientes de
n. p. de mujer.» (DLE 2014: s. v. urraca). Esta misma etimología le atribuye Corominas: «del antiguo
nombre propio femenino Urraca, aplicado a la picaza por su conocida propiedad de parlotear
volublemente como si remendara a una mujer; el nombre propio es de origen incierto, seguramente
prerromano» (DECH: s. v. urraca).
429
CAPITULO 4. CAMBIOS EN LA MACROESTRUCTURA DEL DRAE 1803-1899: LA INTERDEPENDENCIA ENTRE EL
DICCIONARIO Y LA ORTOGRAFÍA
1.2.6.2. El siglo XIX: la norma ortográfica a través del diccionario
En el siglo XIX la Academia cambió de postura respecto a la condición de la grafía h. A
diferencia de las ortografías publicadas en el siglo XVIII y de la edición del diccionario
de 1803 363, en la ortografía de 1815 se reiteró el carácter de letra de la h y se modificó la
descripción de la articulación de la consonante. Como ha demostrado Pozuelo (1987:
1179), esta descripción «muestra la falta de criterio y de selección y cuidado con que la
Academia copia a López de Velasco», puesto que se trata del párrafo en el que López de
Velasco describe la pronunciación de ch:
ORAE 1815
H. La pronunciacion de esta letra se
forma arrimando toda la parte anterior
de la lengua en el principio del paladar
junto á los dientes de arriba
apartándola de golpe. Su sonido es una
especie de aspiracion tenue y suave con
que se alienta y esfuerza el espíritu que
concurre á la formación de las vocales;
porque de las consonantes ninguna se
aspira en castellano (ORAE 1815: 33-34).
López de Velasco 1582
Quando antes de si [la h] tiene, c. sin cedilla:
con la qual representa la voz que su nombre
declára en la postrera sylaba del, [...], la qual
se forma arrimando toda la parte anterior
de la lengua en el principio del paladar,
junto a los dientes de arriba, apartandola
de golpe (como queda dicho) que se forma
la, c. sin cedilla en medio del paladar: y assi
por la vezindad que tiene estas dos letras en
el lugar de su formacion, las juntan para esta
voz que: se atribuye a la, h. por la razon de
su nombre (López de Velasco 1582: 133).
Tabla 35.
La Academia, como consecuencia de la selección errónea de la parte del texto de
López de Velasco, atribuyó a la grafía h la articulación propia de la ch, la cual, además,
aparecía repetida en la descripción de este dígrafo:
CH. Es una de las consonantes dentales porque su sonido se forma
arrimando toda la parte anterior de la lengua en el principio del paladar junto
á los dientes de arriba, apartándola de golpe al tiempo de arrojar la voz
(ORAE 1815: 28-29).
363
La descripción articulatoria de la h que se ofrece en la edición del diccionario de 1803 es la misma
que la que aparece en las ediciones del siglo XVIII.
430
CAPITULO 4. CAMBIOS EN LA MACROESTRUCTURA DEL DRAE 1803-1899: LA INTERDEPENDENCIA ENTRE EL
DICCIONARIO Y LA ORTOGRAFÍA
Asimismo, las indicaciones que se encuentran al final de la descripción de la letra
h también fueron tomadas del texto de López de Velasco:
ORAE 1815
H. La pronunciacion de esta letra se
forma arrimando toda la parte anterior de
la lengua en el principio del paladar junto
á los dientes de arriba apartándola de
golpe. Su sonido es una especie de
aspiracion tenue y suave con que se
alienta y esfuerza el espíritu que
concurre á la formación de las vocales;
porque de las consonantes ninguna se
aspira en castellano (ORAE 1815: 33-34).
López de Velasco 1582
La, h. sola sin, c. como quéda dicho, no es
letra sino señal de aspiracion, cuyo officio es
alentar y efforçar el espíritu con que se
forman las vocales, que de las consonantes
ninguna se aspira en la lengua Castellana,
adonde es comunmente tan tenue y
delgada la aspiracion, que en algunas partes
aunque la aya no se echa de ver (López de
Velasco 1582: 137).
Tabla 36.
Más adelante, solamente atribuyó dicha aspiración cuando aparecía precediendo al
diptongo ue, «la qual tiene en estos casos una aspiracion fuerte algo semejante á la
suave de la g, como en huevo, hueso, huerta» (ORAE 1815: 35).
La descripción articulatoria de la grafía h se trasvasó literalmente al cuerpo del
diccionario de 1817 y se mantuvo sin modificaciones hasta 1837.
Nona letra del alfabeto, si es que se debe llamar letra, pues segun los
gramáticos es solamente aspiracion, y no sirve por si sola, ni tiene otro
oficio, que el de dar la fuerza al sonido de la letra á quien se junta. La
pronunciacion de esta letra se forma arrimando toda la parte anterior de la
lengua en el principio del paladar junto á los dientes de arriba apartándola de
golpe. Su sonido es una especie de aspiracion tenue y suave con que se
alienta y esfuerza el espíritu que concurre á la formación de las vocales,
porque de las consonantes ninguna se aspira en castellano (DRAE 18171837: s. v. h).
En estas ediciones del diccionario, además, la letra h compartió definición con el
dígrafo ch, igual que ocurría en el tratado ortográfico. La descripción equivocada de la
Academia trascendió a autores externos a la corporación. Núñez de Taboada (1825), por
431
CAPITULO 4. CAMBIOS EN LA MACROESTRUCTURA DEL DRAE 1803-1899: LA INTERDEPENDENCIA ENTRE EL
DICCIONARIO Y LA ORTOGRAFÍA
ejemplo, copió exactamente la misma definición en su diccionario 364. Sicilia (1827:
186), en cambio, detectó el yerro y cuando ofreció la propuesta de la Academia omitió
la parte en la que se describía erróneamente la articulación de la grafía h 365.
En la edición del diccionario de 1843 se suprimió la descripción articulatoria de la
letra h y se subsanó el error que aparecía en las ediciones anteriores (1817-1837). Igual
que en el Discurso proemial, en esta edición se atribuyó la aspiración solamente a las
zonas meridionales, a excepción de cuando precedía al diptongo ue:
Nona letra del alfabeto, si es que se debe llamar letra, pues segun los
gramáticos es solamente aspiracion, y no sirve por si sola, ni tiene otro
oficio, que el de dar la fuerza al sonido de la letra á quien se junta. En
algunas de nuestras provincias meridionales su sonido se confunde con el de
la jota: pero en el resto de España es imperceptible á excepcion de las voces
en que precede al diptongo ue, y en este caso es muy parecido a la g suave,
como en huevo, huerto (DRAE 1843: s. v. h).
La definición se mantuvo en las ediciones de 1852 y 1869, aunque en esta última
se suprimió la parte en la que se mencionaban las ideas de algunos gramáticos que no
consideraban que la h fuese letra.
El cambio en la descripción de la grafía h en la edición del diccionario de 1843 se
trasvasó a la primera edición del Prontuario de ortografía (1844), donde se señaló que
esta letra «no tiene sonido alguno en nuestro idioma», aunque se mantuvo la excepción
referente al diptongo ue. Así se conservó en todas las ediciones del Prontuario (18441866).
364
La definición que aparece en el diccionario de Núñez de Taboada (1825: s. v. h) es la siguiente:
«Octava lettra del alfabeto, cuya pronunciacion se forma arrimando toda la parte anterior de la lengua en
el principio del paladar junto á los dientes de arriba, apartándola de golpe».
365
Sicilia (1827: 186) expuso lo siguiente cuando su interlocutor le preguntó sobre la letra h: «He aquí
lo que dice de ella la Academia en la última edición de su Diccionario “H, nona letra del alfabeto, si es
que se debe llamar letra, pues segun los Gramáticos es solamente aspiracion, y no sirve por si sola ni tiene
otro oficio que de dar fuerza al sonido de la letra á quien se junta… Su sonido es una especie de
aspiracion tenue y suave con que se alienta y esfuerza el espíritu que concurre a la formacion de las
vocales; porque de las consonantes ninguna se aspira en Castellano». Como se puede observar, Sicilia
cambió la descripción de la articulación de la grafía h por los tres puntos suspensivos omitiendo la parte
con la que no estaba de acuerdo.
432
CAPITULO 4. CAMBIOS EN LA MACROESTRUCTURA DEL DRAE 1803-1899: LA INTERDEPENDENCIA ENTRE EL
DICCIONARIO Y LA ORTOGRAFÍA
En la Gramática de 1870 se mantuvo la misma excepción sobre la pronunciación
de la letra h que en el Prontuario. En el capítulo de prosodia se indicó, al respecto, que
«los sonidos representados son solamente 25, ó mas bien 26, si se tiene en cuenta la
aspiracion ligera que damos á la h cuando va seguida del diptongo ue» (GRAE 1870:
289). Más adelante se insistía en este aspecto:
La indicada combinacion hue, que forma excepcion de la regla de ser muda
la letra h, porque en realidad no lo es enteramente seguida de aquel diptongo,
como en las voces hueco, hueso, huérfano. El pronunciarla de idéntico modo
que si empezáran con güe (sílaba que se encuentra en agüero, cigüeña, etc.),
es una vulgaridad; el dejar completamente muda la h, es una incorreccion.
Así es que para decir el hueso, ni debe pronunciarse como si estuviese
escrito el güeso, ni de esta otra manera: e-lueso. El término medio entre
ambos extremos es cierta suave aspiracion, la única que se ha conservado en
castellano (GRAE 1870: 290).
En la edición de la Gramática de 1880 ya no se hizo referencia a la aspiración de
la h delante de ue, aunque se añadió una nota a pie de página en la que se recordaba este
fenómeno en estadios anteriores del español:
El uso, que no siempre afina y perfecciona las lenguas, sino que tal vez
menoscaba y desfigura sus bellezas, ha privado al idioma castellano de la
aspiración de la h, la cual, delicadamente ejecutada, y en ciertos casos no
carece de gracia, como puede observarse, oyéndola de labios andaluces o
extremeños. Los poetas de nuestro siglo de oro tuvieron muchas veces en
cuenta la h aspirada, en sus composiciones métricas; y gran número de
versos suyos, leídos sin aspiración, desmerecen, y hasta suenan como si no
constasen (GRAE 1880: 358).
El rechazo en esta obra de la aspiración de la consonante se plasmó a la edición
del diccionario de 1884:
Novena letra del abecedario castellano, y séptima de sus consonantes. Su
nombre es hache y hoy no tiene sonido. Antiguamente se aspiraba en algunas
palabras, y aun suele pronunciarse así en Andalucía y Extremadura (DRAE
1884: s. v. h).
433
CAPITULO 4. CAMBIOS EN LA MACROESTRUCTURA DEL DRAE 1803-1899: LA INTERDEPENDENCIA ENTRE EL
DICCIONARIO Y LA ORTOGRAFÍA
Esta definición se mantuvo sin modificaciones en la edición siguiente de 1899.
El empleo de la h en la escritura suponía una dificultad ortográfica que se intentó
resolver con las reglas propuestas en las distintas ortografías. No obstante, durante todo
el siglo XIX existieron casos de vacilaciones gráficas que se reflejaron en el diccionario
con la adición y supresión de variantes y las modificaciones que se llevaron a cabo de
manera esporádica en la escritura de las voces del lemario. A continuación, se van a
examinar estos cambios en las ediciones del diccionario académico.
Las pautas para el empleo de la grafía h en la escritura expuestas en las ediciones
de las ortografías del siglo XVIII se restringieron en la edición de 1815. Por un lado, se
suprimieron dos reglas, la que hacía referencia al uso de la h en términos como hierba y
hiedra y la referente a la escritura de los derivados y compuestos cuya base léxica se
iniciaba con h (deshacer, rehacer, deshabito, etc.). Por otro lado, a pesar de no aparecer
como una norma en el epígrafe de esta letra, en el prólogo de la obra se indicaba que se
debía suprimir la h de palabras como subhasta 366 y reprehender (cfr. ORAE 1815: XIII).
Las dos primeras pautas no tuvieron consecuencias en las voces del diccionario. La
última, en cambio, conllevó la supresión de la h antihiática de las formas comprender, y
sus derivados, dentrotraer, irreprensible, y sus derivados, reprender, y sus derivados
(cfr. Terrón 2018a: 89).
Independientemente de las reglas expuestas en las ortografías de 1815 y 1820, en
las primeras ediciones del diccionario del siglo XIX se llevaron a cabo modificaciones
respecto al uso de la h en combinación con el diptongo ue que revelan una misma línea
de actuación.
Por un lado, se cambió la escritura de algunas voces formadas con el sufijo -uelo
cuya base léxica terminaba en vocal. Las alteraciones que se produjeron fueron todas de
g a h 367. En la edición de 1803 se modificó la escritura de lamprehuela (lampreguela >
lamprehuela), voz formada del sustantivo lamprea, en 1817 de batahuela, diminutivo
366
La forma subhasta, y sus derivados, no se ha registrado en ninguna edición del diccionario
académico. Terreros (1788), en cambio, recogió en su obra las voces subhastar y subhastacion.
367
En las ediciones de 1837 y 1843 la entrada magüera se registra como mahüera. Se trata de una
errata que, además, es documentada por Salvá en su diccionario.
434
CAPITULO 4. CAMBIOS EN LA MACROESTRUCTURA DEL DRAE 1803-1899: LA INTERDEPENDENCIA ENTRE EL
DICCIONARIO Y LA ORTOGRAFÍA
de batea, y en 1832 se añadió la variante correhuela, diminutivo de correa, que se
estableció como forma preferida, puesto que los términos corregüela y correyuela
remitían a ella en sus definiciones. Las variantes con g registradas en el diccionario
reflejaban una pronunciación con refuerzo consonántico articulado como /g/. No
obstante, como se puede observar, en el plano escrito se prefería el empleo de la h.
Posiblemente como consecuencia de esta prioridad, en la gramática de 1854 se incluyó
una regla ortográfica respecto a la formación de los diminutivos con el sufijo -uelo:
«Cuando el nombre primitivo termina en ea ó en ia, su diminutivo uela suele ir
precedido de una h. Así, de aldea, decimos aldehuela, y de Lucía, Lucihuela» (GRAE
1854: 21).
Por otro lado, a pesar de no incluir ninguna excepción en el tratado ortográfico de
1815, las modificaciones que se produjeron en las ediciones del diccionario de 18221837 parecen indicar que se prefería la escritura sin h de los derivados en o- de los
términos que se iniciaban con la combinación h + ue. En este sentido, en la edición del
diccionario de 1822 se eliminaron las variantes horfandad y horfanidad a favor de las
formas sin h y se modificó la escritura de los diminutivos orfanico, orfanillo y orfanito.
En la edición de 1837 se suprimió la variante hosario, derivada de hueso, la cual había
sido incluida en la edición de 1817. La excepción a la regla de conservar la letra h en los
derivados no se introdujo en la ortografía hasta la primera edición del Prontuario.
Además de las modificaciones producidas en las voces con la combinación h + ue,
también se incluyeron en el diccionario variantes gráficas de distinta índole que reflejan
la variación existente en el empleo de la grafía h 368. En la edición de 1817 se añadieron
las formas alhacran, alhacranera, alhoncigo/aloncigo, harmonía y moheda. Por un
lado, las variantes alhoncigo y aloncigo solamente se registraron en el lemario de la
edición de 1817. Por otro lado, los términos alhacran y alhacranera se mantuvieron
hasta la edición de 1884, aunque siempre remitiendo en sus definiciones a las formas sin
368
La variación entre presencia y ausencia de h también se evidencia en las erratas presentes en el
diccionario. Este es el caso de las formas erróneas vahida en 1822 y abuado en 1832. Ninguna de estas
dos formas respeta el orden alfabético. La primera, además, aparece registrada en la fe de erratas de esa
edición.
435
CAPITULO 4. CAMBIOS EN LA MACROESTRUCTURA DEL DRAE 1803-1899: LA INTERDEPENDENCIA ENTRE EL
DICCIONARIO Y LA ORTOGRAFÍA
h, de acuerdo con la etimología arábiga propuesta en 1884 y 1899: «Del ár. alacrab»
(DRAE 1884-1899: s. v. alacrán). Finalmente, las voces harmonía y moheda se han
mantenido con h hasta la actualidad. Por lo que respecta a la forma harmonía, ya se
había recogido con h en el Diccionario de autoridades respetando la etimología
propuesta en el propio repertorio: «Covarr. escribe esta voz sin h; pero los más Autores
la ponen con ella, siguiendo el origen Latino Harmonia» (Diccionario de autoridades
1734: s. v. harmonía). Fruto de la variabilidad en las autoridades, también se incluyó en
el lemario la variante armonía, y aunque en la definición se remitía a la voz con h, esta
forma fue la que se mantuvo en las ediciones posteriores con las mismas acepciones del
término escrito con h. En la edición de 1817 la variante gráfica harmonía se volvió a
incluir y solamente se refería a la primera acepción de armonía.
ARMONÍA. s. f. La consonancia en la música, que resulta de la variedad de
las voces puestas en debida proporcion.
ARMONÍA. met. La conveniente proporción y correspondencia de unas cosas
con otras.
ARMONÍA. Amistad y buena correspondencia; y asi se dice: correr con
ARMONÍA, tener buena ARMONÍA.
ARMONÍA. Extrañeza, novedad, admiración. Úsase con los verbos hacer y
causar (DRAE 1817: s. v. armonía).
HARMONÍA. s. f. La union y consonancia de voces é instrumentos en la
música (DRAE 1817: s. v. harmonía).
Posiblemente se tratase de un error en las remisiones que se mantuvo hasta la
edición de 1832 en la que la variante harmonía remitió en su definición a armonía:
«HARMONÍA. f.
ARMONÍA»
(DRAE 1832: s. v. harmonía). Gil (2019: 524) señala que
«a finales del siglo XIX se puso de moda escribir harmonía, quizá por haberlo dicho así
el DicAut». Sin embargo, aunque en el Diccionario de autoridades se recomendaba la
forma con h, esta se eliminó del diccionario en 1780 y se volvió a introducir en 1817
con remisión a armonía. Por lo tanto, en el siglo XIX la preferencia de la Academia era
la forma escrita sin h. Asimismo, los derivados de la voz harmonía no se recogieron con
h hasta ediciones posteriores del diccionario, a pesar de registrarse en otras obras no
436
CAPITULO 4. CAMBIOS EN LA MACROESTRUCTURA DEL DRAE 1803-1899: LA INTERDEPENDENCIA ENTRE EL
DICCIONARIO Y LA ORTOGRAFÍA
académicas como en la Núñez de Taboada (1825) o la de Salvá (1846); las variantes
harmonico y harmonioso se incluyeron en 1832 y harmonista y harmoniosamente en
1899. En cambio, las formas sin h han estado presentes en todas las ediciones.
En la edición de 1837 se incluyó la forma hacera, la cual solamente se encontraba
registrada en el diccionario sin h, a pesar de las hipótesis etimológicas que se ofrecían
en el Diccionario de autoridades, la primera de las cuales requería el empleo de la
grafía h al derivarse de una f latina 369:
Covarrubias en su Diccionário trahe esta palábra con H, diciendo Hacéra, y
la deduce del Latino Facies, quasi facera: pero no siendo la acéra la fachada
ò delantéra de las casas, sino la parte del suelo, ù calle contigua à las casas,
parece mas verosimil que esta voz venga del nombre Griego Seira que
propriamente significa cadena, y tambien línea (Diccionario de autoridades
1726: s. v. acera).
Independientemente de la etimología, la variante sin h ha sido la forma preferida
en todas las ediciones del diccionario académico, posiblemente por estar ya afianzada
en el uso 370.
Las pautas ortográficas para el empleo de la h en la escritura se mantuvieron sin
modificaciones hasta la publicación del Prontuario. En esta obra se volvió a incluir la
regla que hacía referencia al mantenimiento de la h en los compuestos y derivados, y,
como consecuencia de los cambios en el diccionario, se exceptuaron las palabras que
modificaban el diptongo ue por una o (osamenta, óvalo, orfandad, etc.). También se
excluyeron de escribirse con la letra h las voces armonía 371 y arpa, «porque el uso, juez
supremo de los idiomas, lo ha querido así á pesar de tenerla en su origen» (Prontuario
1845: 9). En la edición publicada en 1854 se exceptuaron además los términos «ueste
369
Actualmente, se ha aceptado la etimología facera (cfr. DECH: s. v. acera).
Este dato se corrobora con los resultados que se han obtenido en la búsqueda que se ha realizado en
la hemeroteca digital de los términos hacera y acera entre los años 1800 y 1899. Para la forma hacera se
han recuperado 1.897 resultados y para acera 22.879.
371
No obstante, la variante gráfica harmonía, la cual se había incorporado en la edición de 1817, se ha
mantenido en el diccionario hasta la actualidad.
370
437
CAPITULO 4. CAMBIOS EN LA MACROESTRUCTURA DEL DRAE 1803-1899: LA INTERDEPENDENCIA ENTRE EL
DICCIONARIO Y LA ORTOGRAFÍA
(poniente) y sus derivados uesnordeste 372 y uessudueste 373, que ya tienen poco uso, pues
lo común es empezarlos con o y no con u» y «algunas otras» voces sin especificar
cuáles (Prontuario 1845: 9). Para los casos de dudosa ortografía o para los que no se
podía ofrecer una regla general se recomendaba acudir al catálogo final donde aparecían
todos los vocablos que se debían escribir con h. Es esta una estrategia que responde al
carácter pedagógico de esta obra.
En la edición del diccionario de 1869 se siguieron incluyendo variantes gráficas.
Por un lado, se introdujo la forma hierba, la cual había sido eliminada en la primera
edición del diccionario usual, y los diminutivos hierbecica, lla, ta. Posiblemente debido
a esta inclusión en el diccionario en la edición de la Gramática de 1870 se volvió a
incluir la regla en la que se recomendaba el empleo de h delante del diptongo ie, la cual
había sido suprimida en la edición de la ortografía de 1815. Por otro lado, se incluyeron
también las variantes gráficas alábega, suprimida en la edición de 1803, y éptagono.
Respecto a este último término, cabe destacar que se recomendaba la escritura con la
grafía h en la lista final de todos los tratados ortográficos publicados en el siglo XIX, a
diferencia de lo que ocurría con hexágono, ya que aparecían las dos formas: hexágono o
exágono.
En la edición de la gramática de 1870 se ampliaron las recomendaciones para el
uso de la h que se ofrecían en el Prontuario. En esta edición se añadieron más ejemplos
y excepciones. Respecto a las excepciones, se excluyó al empleo de la h etimológica,
además de en los vocablos arpa y armonía, en España, procedente de Hispania, y en
aborrecer, de abhorrere. Esta última variante nunca se ha registrado en el diccionario
académico. Asimismo, se añadió una regla nueva: «Llevan h inicial todas las voces que
en nuestro idioma se pronuncian principiando con los sonidos: idr, iper, ipo, y los
diptongos ie y ue» (hidráulico, hipérbole, hierro, huele, etc.) (GRAE 1870: 324), la cual
372
La palabra que aparece registrada en el diccionario es uesnorueste. La forma uesnordeste no se
encuentra en ninguna edición del diccionario académico.
373
Las voces ueste, uesnorueste y uessudueste se añaden en el suplemento la edición de 1803 del
diccionario y se mantienen hasta 1992.
438
CAPITULO 4. CAMBIOS EN LA MACROESTRUCTURA DEL DRAE 1803-1899: LA INTERDEPENDENCIA ENTRE EL
DICCIONARIO Y LA ORTOGRAFÍA
ya se había aplicado a las palabras del lemario de 1869 (hierba). En la edición de 1899
se añadió la voz deshierba.
Las reglas para el empleo de la h en la escritura se mantuvieron igual durante todo
el siglo XIX. A pesar de ello, también se llevaron a cabo modificaciones gráficas en los
vocablos de la nomenclatura de la edición del diccionario de 1884, las cuales aparecen
recogidas en la tabla 37:
DRAE 1869
Ø
DRAE 1884
h
j
h
Ejemplos
ordio > hordio
parélia > parhelia
parélio > parhelio
parilera > parhilera
majarrana > maharrana
Tabla 37.
Los cambios en la escritura de los términos de la tabla 37 estuvieron motivados
por la procedencia de dichas palabras, la cual se incluyó en la edición de 1884. Por un
lado, en el artículo de hordio se añadió la etimología latina «hordeum» (DRAE 1884: s.
v. hordio). Esta forma ya se había recogido con h- en las ediciones de 1803 y 1817, en
esta última, además, se encontraban las dos variantes gráficas registradas en el lemario
(ordio/hordio). Con esta modificación, además, se ajustó a la escritura del sustantivo
hordiate, registrado con h- en todas las ediciones del diccionario académico. Por otro
lado, en parhelio, y su derivado parhelia, se incluyó el origen griego, formadas por el
elemento compositivo helio. Finalmente, en la voz parhilera se señaló que procedía «de
par e hilera» (DRAE 1884: s. v. parhilera). Por lo tanto, siguiendo las reglas expuestas
en las ortografías, estos tres vocablos se debían escribir con la h respetando el origen
etimológico y la grafía de la base léxica.
Es destacable el cambio de j a h en el vocablo maharrana, restringido a Andalucía
desde el Diccionario de autoridades: «Es voz usada en Andalucia». Como ya se ha
indicado en § 1.2.6., en algunas zonas de Andalucía hubo coalescencia de /h/ «con el
resultado velarizado de /š/ […]. La confusión de estos fonemas lleva a su realización
439
CAPITULO 4. CAMBIOS EN LA MACROESTRUCTURA DEL DRAE 1803-1899: LA INTERDEPENDENCIA ENTRE EL
DICCIONARIO Y LA ORTOGRAFÍA
como glotal ([h]), en algunos casos velar ([x])» (Penny (2018 [2004]: 601). Esta última
pronunciación se podía reflejar en el plano escrito con la j. Posiblemente este fenómeno
condicionó la escritura de esta voz hasta la undécima edición del diccionario.
También en 1884 se incluyeron las variantes barahustar, harpa y harpía, voces
que ya se hallaban con h en el Diccionario de autoridades. Las formas harpa y harpía,
además, eran las preferidas por la Academia, ya que eran las portadoras de la definición.
Sin embargo, desde la edición de 1884 se ha otorgado preferencia a las variantes sin h,
posiblemente por estar ya afianzadas en el uso. Esto se demuestra con la excepción que
se había incluido en el Prontuario de escribir sin h la voz arpa.
Finalmente, en la edición del diccionario de 1899 se modificó la escritura en los
vocablos paraúso y rehalero. Respecto al término paraúso, escrito con h desde 1837
hasta 1884, se indicó en la obra lexicográfica que procedía del alemán bohereisen. Esta
etimología se corrigió en la edición de 1925 en la que se señaló que el vocablo estaba
formado de par y huso, por lo que, atendiendo a las reglas ortográficas, se debía escribir
con h. Así se ha mantenido hasta la actualidad. En cuanto a la voz rehalero, el cambio
en la escritura posiblemente estuvo motivado por la procedencia etimológica, puesto
que en el artículo de rehala se indicaba que este vocablo procedía del árabe «raḥála,
colectivo de rehal, rebaño» (DRAE 1899: s. v. rehala). Debía existir vacilación en la
escritura de rehala, ya que en el diccionario aparecían las dos variantes gráficas, las
cuales se han mantenido hasta la actualidad.
1.2.6.3. Recapitulación
Como se ha podido comprobar, en el siglo XIX la grafía h se empleaba en la escritura
en distintos contextos que dependían de razones etimológicas, por un lado, y de usos
escriturarios, por otro. Por lo tanto, el empleo de la h no se regía por la pronunciación,
excepto en algunas áreas y para la f- latina, por lo que las vacilaciones ortográficas
fueron constantes durante todo el siglo, aunque se circunscriben a unos pocos ejemplos
440
CAPITULO 4. CAMBIOS EN LA MACROESTRUCTURA DEL DRAE 1803-1899: LA INTERDEPENDENCIA ENTRE EL
DICCIONARIO Y LA ORTOGRAFÍA
que se corresponden con tres funciones de la grafía: 1) h procedente de f latina; 2) h
etimológica, y 3) h delante del diptongo /wé/.
En primer lugar, las modificaciones que se produjeron en las voces que procedían
de f inicial latina se llevaron a cabo, mayoritariamente, en la edición del diccionario de
1803. En esta edición se incluyeron variantes antiguas con f- (fediondo, fedor, fembra,
ferida, fermoso, etc.), posiblemente por estar recogidas en los textos antiguos, y formas
sin h (alcon, aldear, aldudo, etc.) y se incluyeron otras con h (cañaherla y hurraca).
Cabe destacar en la edición de 1837 la inclusión de la variante hacera, la cual se ha
mantenido hasta la actualidad, aunque con remisión a la forma sin h, posiblemente por
estar afianzada en el uso.
En segundo lugar, las modificaciones en el diccionario respecto a la h etimológica
se produjeron, mayoritariamente, en las ediciones de 1803, 1817 y 1884. En la edición
de 1803 se eliminaron de la nomenclatura formas cuya escritura no se correspondía con
las hipótesis etimológicas formuladas en la propia obra lexicográfica (abito, acia, acina,
aver, etc.). En 1817 se suprimió de manera sistemática la h antihiática en voces como
comprender, dentrotraer, irreprensible, reprender, etc. Finalmente, en la edición de
1884 los cambios gráficos que se llevaron a cabo también estuvieron motivados por la
etimología de los términos (hordio, parhelio, etc.), así como la inclusión de las variantes
harpa y harpía, las cuales se han mantenido en el diccionario hasta la actualidad,
aunque remitiendo a la forma son h, contraria a la etimología.
En último lugar, los cambios respecto a la combinación h + ue se produjeron en
las primeras ediciones del diccionario publicadas en el siglo XIX (1803-1837). En estas
ediciones se observa una preferencia por el empleo de la grafía h en las voces formadas
con el sufijo -uelo cuya base léxica terminaba en vocal (lamprehuela, batahuela, etc.) y
por la supresión de la h en los derivados que cambiaban la ue- inicial por o- (orfandad,
orfanico, osario, etc.). Ambas reglas se pusieron en práctica a través del diccionario y
acabaron imponiéndose como norma en el Prontuario de ortografía.
441
CAPITULO 4. CAMBIOS EN LA MACROESTRUCTURA DEL DRAE 1803-1899: LA INTERDEPENDENCIA ENTRE EL
DICCIONARIO Y LA ORTOGRAFÍA
1.2.7. Cambios en la escritura de los dígrafos con h
El valor fonológico en castellano de los dígrafos ch, ph, rh y th se correspondía con /k/,
/f/ 374, /r/ y /t/, respectivamente (cfr. Rosenblat 1951; Clavería 1998; Sánchez Prieto
1998a; 2018 [2004], etc.), y solían utilizarse en la escritura, como señaló Clavería
(1998: 54), en «préstamos de transmisión compleja: helenismos (en griego, a su vez,
pueden proceder de otra lengua) tomados por el latín y del latín pasan al romance»,
aunque, como observó Sánchez Prieto (1998a: 147), el uso de las grafías «latinizantes»
tenía un carácter convencional ligado a la tradición escrituraria de la época. Sánchez
Prieto comprobó, por ejemplo, que el empleo del dígrafo th se extendió en la escritura
durante los siglos XIV-XVI a contextos no etimológicos 375.
En los tratados de los siglos XVI-XVIII se solía abogar, mayoritariamente, por la
supresión de los dígrafos, a pesar de que existían posturas contrarias. López de Velasco
hizo referencia a esa diversidad de opiniones respecto al empleo de ph:
Los nombres venidos de la lengua griega a la latina o de entreambas a la
castellana comunmente se escriven con ph aunque algunos, y no sin
fundamento an querido que en todos se quiten: y que en su lugar se use la f,
por facilitar mas la escriptura: pero a otros no les a parecido queriendo que
en las palabras quede rastro de su origen: y assi las palabras griegas que
tuvieren la letra phi, se escrevira con ella: como, philosophia, ortographia
(López de Velasco 1582: 107).
Rosenblat (1951: XXXV, XL, XLIV-LVII) y, más tarde, Esteve Serrano (1982:
269, 343-344 y 358-359) observaron que tratadistas como, por ejemplo, Torquemada
(1552), Madariaga (1565), López de Velasco (1582) y Bravo (1634), aunque rechazaban
374
Sánchez Prieto (1998a: 151) señaló que en la Edad Media el dígrafo ph también podría
interpretarse como /p/: «En el caso de esphera, palabra escrita en romance como esphera y espera. […]
Ello nos lleva a dudar de si los casos de esphera se leían con [f] o con [p] en la Edad Media (lo mismo
vale para emisperio)». Asimismo, también señaló que «Muestra de la doble posibilidad de interpretación
fonética de –ph es la coexistencia de Josefo y la adaptación Josepe, posiblemente popular en otras épocas
como nombre del esposo de María». A pesar de estos indicios de doble posibilidad, se decantó por
interpretar p como /p/, «incluso cuando alterne con ph en el mismo documento».
375
Sánchez Prieto (1998a: 148) expuso que «ha habido y hay protestas contra el uso de th incluso en
helenismos. Clarín anotó pathos así: “pongo yo la h, ya que la habían de poner los cajistas, pero bien sabe
Dios que sobra”».
442
CAPITULO 4. CAMBIOS EN LA MACROESTRUCTURA DEL DRAE 1803-1899: LA INTERDEPENDENCIA ENTRE EL
DICCIONARIO Y LA ORTOGRAFÍA
los dígrafos en algunas ocasiones, decidieron conservarlos en las palabras en las que
existía costumbre de escribirlas con h. En este sentido, López de Velasco señaló sobre la
th que, «aunque en rigor pudiera quitarse [la h] de todo punto de las palabras venidas
del Griego, parece que puede censurarse en algunas por señal de origen». Este autor, por
lo tanto, decidió mantenerlos en su ortografía respetando el criterio etimológico y el del
uso generalizado. Como se podrá comprobar, esta postura es la que adoptó la Academia
en sus primeros tratados ortográficos.
Otros gramáticos, en cambio, como Valdés (1535), Ruiz (1587), Alemán (1609),
Jiménez Patón (1614), Correas (1630), y más tardíamente, Bordázar (1728, 1730) y
Terreros y Pando (17886-1793) no aceptaron su empleo en ningún caso, puesto que
solamente complicaban la escritura.
1.2.7.1. El siglo XVIII: gestación de las ideas ortográficas de la Academia
Como se ha comentado anteriormente, la mayoría de los gramáticos de los siglos XVIXVIII evidenciaron en sus tratados la inutilidad de la h en los dígrafos. A pesar de ello,
algunos autores decidieron conservarlos respetando las costumbres escriturarias y la
etimología de las voces. La Academia, por su parte, siguió esta misma línea y, aunque
los mantuvo en la ortografía apelando al criterio etimológico, en el Discurso proemial
reconoció que no eran necesarios:
Se han conservado para la expressión y notoriedád de las voces Griegas
admitidas en nuestra Léngua algunas letras suyas, quales son la Y, K, Ch, Ph,
Th, y esto no porque se necessite de ellas para su pronunciación, sino para
que se distingan y conozcan, à imitación de lo que acostumbraron los
Latinos, de quienes las hemos tomado, y de lo que hacen otras Naciónes que
tambien las mantienen, aunque para pronunciarlas no las necessitan
(Diccionario de autoridades 1726: LXIX).
Esta decisión afectó a las voces que aparecían en el Diccionario de autoridades.
Por un lado, como puede observarse en la tabla 38, se incluyó en las definiciones de las
letras h, r y t este uso de la h:
443
CAPITULO 4. CAMBIOS EN LA MACROESTRUCTURA DEL DRAE 1803-1899: LA INTERDEPENDENCIA ENTRE EL
DICCIONARIO Y LA ORTOGRAFÍA
Diccionario de autoridades 1726-1739
H. […] Si á la H sigue consonante, que regularmente es
la R, y tal vez la L, pierde el sonido y se pronuncia la
voz como si no huviesse la h: como Christo,
Chromático, Phlegra, Phrase. Quando sigue à la P,
forma con ella el sonído de la F, y esto se usa en
algunas voces de origen Griego, ò Hebreo: como
Phenix, philosophia, Joseph.
Después de la R ù T no tiene sonído alguno; pero se
debe escribir en aquellas voces que en su origen de otra
Léngua tienen aspiradas las dichas letras: como en
Rhetórica, Rhombo, Matheo, Theatro; pero nunca en
las voces legítimamente Españolas.
T. […] escribese aspirada en algunas voces, que vienen
del Idioma Griego: como Thesóro, Throno (aunque sin
mudar su pronunciacion) por no desfigurarlas de su
origen.
R. […] La R. aspirada corresponde al Rhoo de los
Griegos, y por esso en algunas voces, que tienen su
origen de esta Lengua, se escriben con la aspiracion:
como Rhetorica, Rhombo, &c.
Tabla 38.
Por otro lado, se recogieron en el lemario numerosos términos escritos con los
dígrafos ph y th debido a su origen griego. Normalmente se trataba, como se indicó en
el prólogo del diccionario, de nombres de artes o ciencias (Geographia, Mathematica,
Philosophia, Theologia,) o de «figúras y tropos» 376 (Metáphora, Sinalepha), «en las
quales no puede haver variación; y aunque de algunos de ellos se formen adjetivos,
advérbios y verbos» (Diccionario de autoridades 1726: LXX), como, por ejemplo,
philosophar o methaphisicamente. Asimismo, a pesar de no advertir nada en el prólogo
sobre rh, se recogieron también voces escritas con este dígrafo. Cuando aparecía en
posición inicial se incluía en la nomenclatura la variante sin h, la cual remitía a la forma
con el dígrafo: rhetórica/retórica, rheuma/reuma, rhombo/rombo, etc. En posición
376
También era muy habitual escribir con ph y th algunos nombres propios, aunque no se hace
referencia a ello en el prólogo, ya que este tipo de voces no se recogen en el diccionario.
444
CAPITULO 4. CAMBIOS EN LA MACROESTRUCTURA DEL DRAE 1803-1899: LA INTERDEPENDENCIA ENTRE EL
DICCIONARIO Y LA ORTOGRAFÍA
interior, en cambio, solamente se registraba en la nomenclatura la voz con rh: diarrhea,
gonorrhea, hemorrhoidas, myrrha, etc.
Las directrices para el empleo de los dígrafos se concretaron en la primera edición
de la ortografía (1741). En este tratado también se aludía al origen etimológico para la
conservación de los dígrafos con h, pero se añadía, además, el criterio del uso:
Es innegable que debemos respetar el uso, y costumbre, quando lo sea, esto
es, quando constantemente se escriba por todos una voz con las mismas
letras: y si alguno se aparta de este uso, se mira su escrito como errado. Esto
se verifica en muchas ocasiones, y voces como estas, Phelipe, Joseph, que
todos escriben con Ph; y si alguno escribe Felipe, Josef, se le mira como
extravagante, ó como poco versado (ORAE 1741: 108).
Por lo tanto, el uso de los dígrafos era una cuestión de costumbres escriturarias
que, en algunos casos, incluso, era contrario a la etimología. Esto mismo se expuso en la
ortografía de 1741:
En otras ocasiones el uso constante contraría á la raíz, como se ve
manifiestamente en esta voz cántaro, que, escribiendose en su orígen Griego
cántharo, aspirando la t, ó lo que es lo mismo, escribiendo th, el uso comun
ha omitido el h tan constantemente, que fuera el dia de hoy ridícula
afectacion escribir cántaro con la th de su orígen (ORAE 1741: 109).
Por este motivo, se aportaron unas reglas ortográficas para su correcto empleo en
la escritura. Como ya se había indicado en el Discurso proemial (1726), se utilizaban en
voces de origen hebreo y griego. Con ph se debían escribir «los nombres de facultades,
y proprios, como Philosophía, Pharmacopéa, Phelipe, Joseph, Pharés» (ORAE 1741:
165). La th y la rh, en cambio, no eran de uso obligatorio, pues señalaba la Academia
que «el poner la H despues de la R, y la T, en las voces dichas, y otras semejantes será
erudicion; pero el omitirla no será gran falta de Orthographía» (ORAE 1741: 167).
Asimismo, se mostraba en contra y desaconsejaba el uso excesivo del dígrafo th, el cual
estaba bastante extendido: «Nota aquí la Academia, que deben los Impresores, y los que
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CAPITULO 4. CAMBIOS EN LA MACROESTRUCTURA DEL DRAE 1803-1899: LA INTERDEPENDENCIA ENTRE EL
DICCIONARIO Y LA ORTOGRAFÍA
escriben, corregir el comun abuso de escribir con th las voces, que no la tienen en su
orígen, como Theresa, Theniente» (ORAE 1741: 167).
En la siguiente edición de la ortografía de 1754 todavía fue más determinante la
Academia y rechazó por completo el uso de h detrás de r y t:
Despues de R, y de la F [sic] 377 se omitirá del todo la H que tienen algunas
voces en su orígen, escribiendo sin ella reuma, ritmo, teatro, tesoro, &c.
respecto de ser la H en estas voces, y sus semejantes superflua é inútil en
Castellano; pues no tiene sonido alguno, ni hay uso constante de escribirlas
con ella (ORAE 1754: 47-48).
Asimismo, se propuso sustituir el dígrafo ph por la grafía f en algunas palabras,
como se puede observar en la cita siguiente:
La Ph que tienen algunas voces tomadas del Hebreo, ó del Griego, se debe
omitir en Castellano, sustituyendo en su lugar la F que tiene la misma
pronunciacion, y es una de las letras propias de nuestra Lengua, á
excepcion de algunos nombres proprios, ó facultativos, en que hay uso
comun y constante de escribirlos con la Ph de su orígen, como Pharaon,
Joseph, Pharmacopea (ORAE 1754: 63).
Las reglas propuestas en la obra ortográfica de 1754 se pusieron en práctica en la
segunda edición del Diccionario de autoridades (1770) y en la primera del diccionario
usual (1780). En primer lugar, se suprimieron de los artículos lexicográficos de letras h,
t y r las referencias a la aspiración de la h (véase tabla 38). Solamente se conservaron en
los dígrafos ch y ph, que se mantuvieron hasta la edición del diccionario de 1817.
En segundo lugar, se modificó la grafía de las voces del lemario que se escribían
con los dígrafos th, rh y ph. Por un lado, todos los vocablos con th pasaron a escribirse
con t. Este es el caso de acanthio > acantio, apothecario > apotecario, atheo > ateo,
authentica > autentica, athleta > atleta, gothico > gotico, theoria > teoría, etc. Es una
excepción el sustantivo azimuth, y la variante escrita con c, que, a diferencia de las
voces anteriores, cambiaron la grafía en la edición del diccionario de 1791. Por otro
377
Es un error por la grafía t que se corrige en la siguiente edición de la ortografía de 1763.
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CAPITULO 4. CAMBIOS EN LA MACROESTRUCTURA DEL DRAE 1803-1899: LA INTERDEPENDENCIA ENTRE EL
DICCIONARIO Y LA ORTOGRAFÍA
lado, se eliminaron las variantes gráficas con rh que habían sido incluidas en la edición
precedente del diccionario y se cambió la grafía a favor de la rr cuando el dígrafo se
encontraba en posición interior: diarrhea > diarrea, gonorrhea > gonorrea, myrrha >
mirra, etc. Finalmente, se modificó la ph por la f en algunos vocablos: adephesios >
adefesio, alephanginas > alefanginas, apocrypho > apócrifo, alphabetico > alfabetico,
bosphoro > bosforo, cacophonia > cacofonía, delphin > delfin, Phenix > Fenix, etc. En
ocasiones esta modificación comportó la variación de la grafía precedente: triumpho >
triunfo. Otras voces, en cambio, se mantuvieron con ph, aunque no siempre se trataba
de términos facultativos, tal y como se había señalado en la edición de la ortografía de
1754. Mayoritariamente, se conservó la ph en vocablos pertenecientes al ámbito de la
farmacia: pharmacópola, pharmacia, pharmaco, etc., pero también en voces de diversa
índole como phase, philaucia, phalangio, etc., las cuales no se adscribían a ningún área
temática.
Estas reglas se mantuvieron sin modificaciones en todas las ortografías publicadas
en el siglo XVIII. Por lo tanto, en la edición del diccionario de 1791, la última del siglo,
solamente se hallaban en el lemario algunas pocas voces con ph.
1.2.7.2. El siglo XIX: la norma ortográfica a través del diccionario
A comienzos del siglo XIX la Academia rechazó el uso de los dígrafos que todavía se
conservaban en la escritura: ch (para /k/ véase § 1.2.2.) y ph (para /f/), lo cual se expuso
en el prólogo de la edición del diccionario de 1803. Para la ph se indicaba lo siguiente:
A esta clase pertenece tambien la ph, cuyo sonido se expresa igualmente con
la f, por cuyo motivo se han colocado en esta última letra las palabras
phalange, phalangio, pharmacéutico, pharmacia, phármaco, pharmacopea,
pharmacópola, pharmacopólico, phase y philaucia (DRAE 1803: prólogo).
Esta regla se puso en práctica en las palabras que componían la nomenclatura del
diccionario. Por un lado, se eliminaron todas las variantes escritas con el dígrafo ph y se
mantuvieron las formas con la grafía f. Algunos ejemplos son aphorismo/aforismo,
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CAPITULO 4. CAMBIOS EN LA MACROESTRUCTURA DEL DRAE 1803-1899: LA INTERDEPENDENCIA ENTRE EL
DICCIONARIO Y LA ORTOGRAFÍA
amphibio/anfibio, amphisbena/anfisbena, antíphona/antífona, amphiteatro/anfiteatro,
pharmacia/farmacia, etc. Por otro lado, en los casos en los que solamente aparecía la
voz escrita con ph esta se cambió por la grafía f: phase > fase, philaucia > filaucia, etc.
En esta ocasión, la reforma ortográfica se presentó por primera vez en la edición
del diccionario de 1803 y acabó imponiéndose como norma en la ortografía de 1815, tal
y como se anuncia en el prólogo del tratado ortográfico, en el que se hace referencia a
las reformas de la obra lexicográfica:
Pero todavía fueron mas notables las reformas que hizo en la cuarta edicion
del Diccionario publicada en el año 1803 […]. Por consecuencia quitó la h
de todas las voces en que no se pronunciaba y podia equivocarse con la ch,
como en Christo, christiano […]. Tambien desterró de nuestro alfabeto la
ph, porque para aquel sonido y oficio tenemos la f, que es letra mas sencilla
y propia nuestra (ORAE 1815: XII).
A partir de la edición de 1817 ya no se hallan en la nomenclatura palabras escritas
con ch, ph, rh, th, a excepción del término anthera, una palabra de nueva incorporación
perteneciente al ámbito de la botánica que cambió su grafía en la edición del diccionario
de 1822: anthera > antera.
1.2.7.3. Recapitulación
El empleo en la escritura de los dígrafos con h es un fenómeno que no presenta gran
vacilación en las ediciones del diccionario publicadas en el siglo XIX. A pesar de que
en los primeros tratados ortográficos (1726 y 1741) se decidieron mantener los dígrafos
respetando la etimología de los vocablos y las costumbres escriturarias extendidas en la
época, en la edición de 1754 no se consideró un error ortográfico escribir estos términos
sin h. Debido a ello, a partir de la segunda edición del Diccionario de autoridades se
fue modificando la escritura de las voces del lemario. En un primer momento, se cambió
el dígrafo th y rh por t y r, y, posteriormente, en la edición de 1791, se modificó la ph
por la f, aunque no en todas las palabras de la nomenclatura. Su sustitución completa se
llevó a cabo en la edición del diccionario de 1803. En el prólogo de esta obra se propuso
448
CAPITULO 4. CAMBIOS EN LA MACROESTRUCTURA DEL DRAE 1803-1899: LA INTERDEPENDENCIA ENTRE EL
DICCIONARIO Y LA ORTOGRAFÍA
eliminar de todos los vocablos los dígrafos que todavía se mantenían, es decir, ch y ph,
─esta última solamente en algunos casos─ con el objetivo de simplificar la ortografía
castellana. La reforma propuesta en el prólogo se puso en práctica en las palabras del
lemario y se acabó imponiendo como norma en la edición de la ortografía de 1815. Por
lo tanto, se trata de una innovación progresiva que se planteó y ejecutó en diferentes
ediciones de la ortografía y el diccionario.
1.2.8. Cambios en la escritura de las consonantes dobles
Las consonantes que se han utilizado en español de manera duplicada en la escritura,
tanto en posición inicial como interior, han sido las siguientes: b, c, d, f, g, l 378, m, n, p, s
y t. A partir del siglo XIII, y en adelante, la opinión difundida entre los expertos es que
el uso doble de estas consonantes, a excepción de la s, fue una costumbre escrituraria de
la época secundada por una ortografía latinizante y no cabe atribuirles valores fonéticos
distintos (cfr. Clavería 1998: 55; Sánchez Prieto 1998a: 156 y 2018 [2004]: 440).
Solamente el dígrafo ss mantuvo una oposición fonética con la grafía simple s. El
proceso evolutivo es el mismo que para el resto de las parejas de sibilantes (véase §
1.2.3.). En los primeros estadios del castellano, las grafías s y ss se diferenciaban en
contexto intervocálico 379 por el rasgo de sonoridad, /s/ para la primera y /z/ para la
segunda (cfr. Penny 2012 [1993]: 99-100 y 120-125, 2000: 42-45, 2018 [2004]: 603;
Cano Aguilar 2018 [2004]: 833-838; Sánchez Prieto 2018 [2004]: 442). A partir del
siglo XIV el fonema fricativo alveolar sonoro perdió sonoridad y confluyó con su
correlato sordo, fenómeno que se extendió por todo el territorio durante los siglos XV y
XVI (véase § 1.2.3.). En el plano gráfico, «el reparto -ss-/-s- es el primero en perderse
de los que separan las sibilantes sordas y sonoras» (Sánchez Prieto 1998a: 137). Desde
principios del siglo XIV existen casos de intercambios gráficos entre s y ss, atribuidos a
378
En la articulación alveolar lateral y no a la articulación palatal lateral.
Sánchez Prieto (2018 [2004]: 442) señala que «en posición inicial el desarrollo de ss- es paralelo al
de ff-, y su auge se asocia a la cursividad, por lo que en el s. XIV será muy frecuente. En la gótica libraria
prealfonsí y alfonsí es rara (sólo casos esporádicos)».
379
449
CAPITULO 4. CAMBIOS EN LA MACROESTRUCTURA DEL DRAE 1803-1899: LA INTERDEPENDENCIA ENTRE EL
DICCIONARIO Y LA ORTOGRAFÍA
confusiones fonéticas. Alonso (1972: 130) expuso que en el Cancionero de Palacio eran
abundantes los cambios entre estas dos letras. También Lapesa (1986: 283) citó
ejemplos extraídos de un documento fechado en 1410, a los que posteriormente han
recurrido también Penny (2018 [2004]: 603) y Cano Aguilar (2018 [2004]: 833): por
ejemplo, vsso/vso (por uso).
En las gramáticas de los siglos XVI y XVII los tratadistas se solían posicionar en
contra del uso doble de las consonantes en la escritura (cfr. Esteve Serrano 1982: 254,
341). Sobre la doble n, por ejemplo, López de Velasco señalaba que «no ay que decir en
particular desta letra, ni de su ortographia, mas de que no ay palabra castellana que
tenga dos, nn juntas, ni la aya menester, aunque en el latin las tenga» (López de Velasco
1582: 176-177). Resultan interesantes los debates que se generaron en las gramáticas
entorno a la l gemenida, puesto que el uso del dígrafo ll representaba un nuevo sonido
palatal «de creación romance» (Esteve Serrano 1982: 255). También López de Velasco
hizo referencia a ello en su obra y lo rechazó con el valor que tenía en latín «No deuen
escreuirse dos ll, en palabra ninguna Castellana, donde no se aya de pronunciar: porque
no se de ocasión a pronunciar errada» (López de Velasco 1582: 170).
Para la grafía ss, en cambio, se abogaba en las primeras obras ortográficas por su
conservación en la escritura. López de Velasco describía el sonido de la s geminada
como «mas llano y detenido que el de una sola s» (López de Velasco 1582: 189) y, por
lo tanto, basándose en la distinción fonética abogaba en su tratado por la diferenciación
gráfica. Tratadistas más tardíos como, por ejemplo, Alemán (1609) o Correas (1630)
intentaron «desterrar de la ortografía española la ss» (cfr. Esteve Serrano 1982: 244).
1.2.8.1. El siglo XVIII: gestación de las ideas ortográficas de la Academia
En el siglo XVIII se conservaban las consonantes duplicadas en la escritura siguiendo
los hábitos ortográficos de los siglos anteriores. A pesar de ello, los autores no las
utilizaban de manera uniforme, puesto que «las que unos admiten y conservan, otros las
reprueban y desechan, ò por supérfluas, ò por contrárias al estilo moderno de su
450
CAPITULO 4. CAMBIOS EN LA MACROESTRUCTURA DEL DRAE 1803-1899: LA INTERDEPENDENCIA ENTRE EL
DICCIONARIO Y LA ORTOGRAFÍA
pronunciación» (Diccionario de autoridades 1726: LXXV). En el Discurso proemial se
dio cuenta de la diversidad en las autoridades:
Finalmente son tan vários los dictámenes, que algunos Autóres aborrecen y
descartan del todo la duplicación de las consonantes en qualesquiera
vocablos: y aunque otros admiten algunas en determinadas combinaciones,
no es generalmente en todas las palabras que hai en ellas, sino en las que
segun su concepto tienen alguna fuerza en la pronunciación (Diccionario de
autoridades 1726: LXVI).
La Academia intentó poner orden en este ámbito estableciendo unas reglas de
escritura que sirviesen para la confección del Diccionario de autoridades. Por un lado,
se rechazó la duplicidad de b, d, f, g, l, p y t, aunque advertía que se podían encontrar
«en algunos escritos y libros» (Diccionario de autoridades 1726: LXXVIII).
Por otro lado, siguiendo la tradición latinizante, se decidió conservar cc, mm, nn,
puesto que «yá nadie escribe, ni pronúncia dos bb, dos dd, dos ff, dos gg, dos ll, dos pp
y dos tt, y aunque en algunos escritos y libros se hallen usadas […] es afectación sin
necessidad». El uso en la escritura de estas consonantes estaba guiado, en algunos
casos, por la pronunciación y, en otros, por el origen latino. Para su correcto empleo, se
ofrecieron en el Discurso proemial (1726: LXXVI-LXXVIII) unas reglas ortográficas
muy precisas.
La grafía c se debía duplicar cuando precedía a las vocales palatales e, i, pero no
en todas las palabras, «sino en las que las tienen en su orígen, y el uso y manéra natural
de su pronunciación las ha conservado», excepto en los verbos aceptar y suceder 380, y
sus derivados (Diccionario de autoridades 1726: LXXVI). Si hay pronunciación del
elemento en posición implosiva, el valor fonético de cc se corresponde con dos fonemas
distintos (/k/ y /θ/) en el sistema norteño.
La m se duplicaba «forzosamente» en las voces compuestas que empezaban con la
preposición en y con, puesto que «segun buena Orthographía antes de la m se debe
380
El verbo acceptar nunca se ha registrado en el diccionario académico. En cambio, succeder se
recogió en el lemario de las ediciones de 1852, 1869 y 1884 con remisión en su definición a la forma
simple.
451
CAPITULO 4. CAMBIOS EN LA MACROESTRUCTURA DEL DRAE 1803-1899: LA INTERDEPENDENCIA ENTRE EL
DICCIONARIO Y LA ORTOGRAFÍA
poner otra m, quando lo pide la pronunciación». La articulación distintiva era el motivo
que se utilizaba para la conservación de la doble m:
Ni contra esto hace la vulgar opinión de que en estas y semejantes voces no
se pronuncian dos mm, sino nm, y que decimos, Enmascarar, Enmudecer,
Inmediato, Inminente, Conmover, Conmutar, y que assi se halla
freqüentemente usado en los Autóres. Lo priméro, porque es contra reglas de
buena Orthographía usar de n antes de m en las dicciones compuestas; y lo
segundo, porque comenzando sus simples con m, para cuya pronunciación se
juntan los lábios, es naturalísima la otra m, y en cierto modo contrária la n,
porque los sepára y aparta: por cuya consideración se debe estar à sus
orígenes, y à las reglas que nos dexaron establecidas los Latinos
(Diccionario de autoridades 1726: LXXVII).
Por lo tanto, la conservación de la doble m se rige por la pronunciación. Así, en el
Diccionario de autoridades aparecen las formas emmascarar, emmudecer, immediato,
etc. atendiendo a la articulación mencionada por la Academia.
La grafía n se debía duplicar en las palabras derivadas que se iniciaban con los
prefijos an (a excepción de anunciar, anular, y sus derivados 381), con, en e in y cuya
base léxica comenzaba con una n (annotar, connatural, ennoblecer, innato), ya fueran
cultismos o derivaciones de la propia lengua. Asimismo, también se escribían con nn
algunas voces simples como, por ejemplo, annata, annual, y sus derivados, no
solamente «por razón de sus orígenes, y hallarse assi escritos mui freqüentemente, sino
tambien porque en su pronunciación se insinúan con bastante expresión las dos nn»
(Diccionario de autoridades 1726: LXXVII).
En cuanto a la ss, la única que había representado una oposición en determinados
contextos a la s simple, se indicaba que era muy «grande la dificultad para conocer
cuando se deba duplicar, y en qué palabras, porque del modo de pronunciarlas no se
distingue con la claridád conveniente quando es sencilla, y quando doble» (Diccionario
de autoridades 1726: LXXVIII). Por ello, las reglas ortográficas que se aportaron para
381
Estas excepciones se solían indicar en el artículo correspondiente a dichas voces, como en anillo:
«Comunmente se escribe esta voz con una n sola, aunque su origen Latino Annulus, ò Annelus, que
significa esto mismo, la tengan duplicada» (Diccionario de autoridades 1726: s. v. anillo).
452
CAPITULO 4. CAMBIOS EN LA MACROESTRUCTURA DEL DRAE 1803-1899: LA INTERDEPENDENCIA ENTRE EL
DICCIONARIO Y LA ORTOGRAFÍA
su empleo en la escritura fueron más precisas que en las otras consonantes. En primer
lugar, se debía duplicar la s cuando la tuviese doble en su origen (assar, cessar, etc.), a
excepción de aquellas voces que ya se habían establecido en el uso. No se ofrecieron
ejemplos para estos casos. En segundo lugar, la grafía ss se debía utilizar en palabras
derivadas y compuestas cuyo segundo elemento empezaba por s (assaltar, assentar,
etc.). Finalmente, se duplicaba también en todos los superlativos, ya fuesen de adjetivos
o de adverbios, y en los pretéritos imperfectos de subjuntivo con el fin de distinguirlos
de los presentes (amasse/amase) (Diccionario de autoridades 1726: LXXVIII). El
origen de esta diferenciación era una oposición de sonoridad que en la época ya no
existía (cfr. § 1.2.3.).
Con estas reglas ortográficas quedaba fijado el uso de las consonantes dobles en
español. Las pautas se completan en algunos términos del diccionario, principalmente
cuando se trata de excepciones particulares de las palabras. Por ejemplo, en el vocablo
mapa:
MAPA. […] Es voz Latina Mappa, que suele significar lo mismo: y aunque
por esta razon debiera escribirse con la p duplicada, el uso ha excusado
hacerlo por suavizar la pronunciación (Diccionario de autoridades 1734: s.
v. mapa).
En algunos casos de vacilaciones se incluyeron las dos variantes gráficas en el
diccionario con recomendación a una de ellas, como en la voz anniversario: «Algunos
escriben esta voz con una n, pero segun su origen debe tenerla duplicáda» (Diccionario
de autoridades 1726: s. v. aniversario).
En la ortografía de 1741 también se rechazó el empleo de las consonantes dobles
y se indicaba al respecto que «en el uso moderno no se encuentran, y á la verdad son
enteramente inútiles; pues para la quantidad, y hacer larga la vocal antecedente, no nos
sirven, y para la pronunciacion no aprovechan, porque no la mudan» (ORAE 1741:
229). Las consonantes cc, mm, nn y ss se consideraban excepciones.
453
CAPITULO 4. CAMBIOS EN LA MACROESTRUCTURA DEL DRAE 1803-1899: LA INTERDEPENDENCIA ENTRE EL
DICCIONARIO Y LA ORTOGRAFÍA
Las grafías geminadas que se decidieron conservar (c, m, n y s) se justificaban por
la pronunciación y se advertía que en todos los casos era distinta a la de la letra simple.
Las reglas ortográficas eran las mismas que las que se habían expuesto en el Discurso
proemial, aunque se redujeron considerablemente. En la s, en cambio, se introdujo una
nueva norma: «duplicarla en el adverbio assi, para distinguirle del pretérito asi del
verbo asir» (ORAE 1741: 232).
No se produjeron cambios hasta la tercera edición de la ortografía publicada en
1763. En esta edición, se permitía únicamente la duplicación de las consonantes c y n y
para su escritura no se aportaba ninguna regla ortográfica, ya que servía «de gobierno la
misma pronunciacion» (ORAE 1763: 98). Asimismo, se rechazó, por primera vez, el uso
de la mm y de la ss. Respecto a la m, a diferencia de los tratados anteriores, se indicaba
que en las voces compuestas «antes de M se pronuncia clara y distintamente la N, que es
la que se deberá usar escribiendo enmienda, inmemorial» (ORAE 1763: 63).
También se rectificaba lo que se había expuesto en las ediciones anteriores de la
ortografía sobre el empleo de ss:
Ha parecido ahora que segun los principios, ó fundamentos adoptados por
la Academia en este Tratado, debe omitirse enteramente la S duplicada, así
en estas voces como en todas las demás, por ser contrario el uso á la
pronunciacion, en la qual solo se percibe una S» (ORAE 1763: 99).
El rechazo de mm y ss tuvo consecuencias en la segunda edición del Diccionario
de autoridades (1770) y en la primera del diccionario usual (1780). Por un lado, se
cambió la grafía de mm a nm en algunas voces, como, por ejemplo, inmortal, inmenso,
inmutar o diganma, entre otras. Por otro lado, se simplificó la doble s en todas las
palabras: así, aseverar, asentar, etc.
Asimismo, a pesar de no hacer referencia en el tratado ortográfico, también se
produjeron cambios respecto a la duplicación de la c y de la n. Por un lado, se modificó
la grafía de cc a c seguida de e en algunos términos como, por ejemplo, en acento, y sus
derivados. Además, se incluyó alguna forma con la simplificación (p. ej. afecion). Por
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CAPITULO 4. CAMBIOS EN LA MACROESTRUCTURA DEL DRAE 1803-1899: LA INTERDEPENDENCIA ENTRE EL
DICCIONARIO Y LA ORTOGRAFÍA
otro lado, se añadieron variantes gráficas simplificadas de los vocablos escritos con
doble n: anexar, anexo, aniaga, anotación, anual, etc. Las formas con la simplificación
eran las portadoras de la definición y, por lo tanto, las preferidas por la Academia.
Por lo tanto, a finales del siglo XVIII solamente se permitía la duplicación de las
consonantes c y n en algunos casos concretos, abalados, en opinión de la Academia, por
la propia pronunciación.
Las nuevas reglas se mantuvieron sin modificaciones durante todo el siglo XVIII
y XIX.
1.2.8.2. El siglo XIX: la norma ortográfica a través del diccionario
Igual que en los tratados del siglo XVIII, en los del siglo XIX también se rechazó el uso
de las consonantes dobles, a excepción de algunos vocablos escritos con c, los cuales ya
estaban fijados en el uso, y con n. Esta última consonante se doblaba, sobre todo, en los
derivados formados con prefijos terminados en n (in-, en-, con-). No obstante, en la
ortografía no se proponía ninguna regla para el uso de cc y nn, puesto que el propio
«sonido» guiaba su escritura (ORAE 1815: 70).
Los autores coetáneos tampoco aportaron reglas ortográficas para la duplicación
de las consonantes y seguían, mayoritariamente, los preceptos de la Academia. Así lo
expresó Bello, por ejemplo, para el empleo de la doble n:
Esta es la única articulación que puede duplicarse en castellano (ennoblecer,
innato). Muchos, so color de suavizar el habla, pronuncian y escriben inato,
inovar, inumerable, conivencia. Esta práctica arguye vulgaridad o afectacion
de novedades. Mas no por eso debemos duplicar la n siempre que la
etimolojía parece pedirlo, pues hai dicciones en que ya el oido no lo
toleraria, v. gr. connexion, innocente, annales. Debemos, pues, seguir en esto
el buen uso, de que el diccionario de la Academia es un expositor fiel (Bello
1835: 11).
Por lo tanto, Bello, igual que la Academia, permitía el empleo de la doble n en las
palabras derivadas cuyos prefijos terminaban con n.
455
CAPITULO 4. CAMBIOS EN LA MACROESTRUCTURA DEL DRAE 1803-1899: LA INTERDEPENDENCIA ENTRE EL
DICCIONARIO Y LA ORTOGRAFÍA
Como consecuencia del rechazo de las consonantes dobles en las distintas obras
ortográficas académicas, en las primeras ediciones del diccionario publicadas en el siglo
XIX se eliminaron variantes gráficas que habían sido introducidas en el Diccionario de
autoridades o en las primeras ediciones del diccionario usual, la mayoría de ellas con
doble n. Las ediciones en las que más supresiones se llevaron a cabo, siguiendo las
líneas anunciadas en el prólogo, fueron la de 1803 (abbat, ammos, annexar, annafil,
annexîdad, annexo, anniaga, annoria, anniversario, annual, annotacion, annotar,
arapenne, etc.) y, en especial, la de 1822 (acenna, aledanno, annojo, anno, annoyo,
annoso, cabanna, companna, compannero, empennado, ensanno, innoto, penna,
pennola, pennuela, etc.). Los términos penna, pennola, pennuela, suprimidos en la sexta
edición, habían sido introducidos en la edición precedente de 1817. Todos estos
términos son formas antiguas y, por lo tanto, sin vigencia en la época. La mayoría de
estas variantes gráficas representaban usos antiguos de la doble n, como companna o
compannero que remitían en su definición a compañía y compañero.
Asimismo, los cambios gráficos que se produjeron en las voces de una edición a
otra del diccionario fueron todos a favor de la simplificación de mm, nn. En la edición
de 1803, por ejemplo, se modificó la grafía de ami ‘planta’ y degana 382 ‘granja, casa de
campo, heredad’, escritas con la consonante doble hasta la edición del diccionario de
1791. Se trata en estos casos de formas antiguas. En la edición siguiente de 1817 se
modificó la grafía de nn a n en el término quatrienio en cuya definición se remitía al
lema quadrienio escrito con una sola n desde la primera edición del diccionario usual
(1780). Finalmente, en la duodécima edición se simplificó la n en el vocablo anúteba 383
con el significado de «la persona que daba aviso para acudir á la guerra, y el tributo que
se le pagaba» marcado como antiguo (DRAE 1869: s. v. annuteba).
382
Cabe destacar que las voces deganero y degano no han aparecido escritas con doble n en ninguna
edición del diccionario académico. En el Vocabulario de voces anticuadas de D. T. A. Sánchez (1842) se
encuentran los términos deganna, degannero escritos con n geminada.
383
En el artículo de Líbano (1979: 71), «consideraciones lingüísticas sobre algunos tributos
medievales navarro-aragoneses y riojanos», se afirma que son muy numerosas las variantes de esta voz.
456
CAPITULO 4. CAMBIOS EN LA MACROESTRUCTURA DEL DRAE 1803-1899: LA INTERDEPENDENCIA ENTRE EL
DICCIONARIO Y LA ORTOGRAFÍA
Respecto a la ss, solamente se cambió la grafía a favor de la simplificación en el
compuesto lesueste en la edición del diccionario de 1832, el cual se volvió a introducir
como variante a finales del siglo XX y se ha mantenido hasta la actualidad sin ninguna
razón aparente.
1.2.8.3. Recapitulación
Debido a que las grafías geminadas no presentaban ningún valor fonológico distintivo,
la Academia intentó evitar, en el siglo XIX, la duplicación con el objetivo de simplificar
la ortografía castellana, excepto en algunos casos concretos de c y n. Siguiendo los
tratados ortográficos, en general no se aceptaban las grafías dobles en el diccionario.
Por este motivo, todos los cambios gráficos llevados a cabo en las ediciones del
repertorio léxico fueron a favor de la simplificación de la consonante (degana, ami,
anúteba, etc.). En cuanto a la doble s, la sustitución de ss a s se había producido en la
segunda edición del Diccionario de autoridades y en la primera del diccionario usual,
por lo que en las ediciones del siglo XIX ya no había palabras con la grafía doble.
Asimismo, también se eliminaron en las primeras ediciones del diccionario,
especialmente en la cuarta (1803) y en la sexta (1822), un gran número variantes que
conservaban todavía la grafía antigua y estaban marcadas como tal (abbat, ammos,
annexar, acenna, aledanno, annojo, etc.). En numerosas ocasiones la doble n de algunas
palabras marcadas como antiguas podía corresponderse con una consonante palatal
(aledanno, annal, anno, annojo). En las ortografías no se hacía referencia a este empleo
que aparecía en el diccionario. La supresión de estas formas estaba en consonancia con
la tendencia a la reducción de la macroestructura del diccionario académico.
1.2.9. Cambios en la escritura de los grupos consonánticos cultos
La escritura de los grupos consonánticos cultos constituye uno de los fenómenos más
interesantes y también más problemáticos en la historia de la ortografía del español. Su
representación gráfica está relacionada con la compleja vinculación existente entre la
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CAPITULO 4. CAMBIOS EN LA MACROESTRUCTURA DEL DRAE 1803-1899: LA INTERDEPENDENCIA ENTRE EL
DICCIONARIO Y LA ORTOGRAFÍA
lengua oral y la escrita. De ello ya dio cuenta Rosenblat (1951: XI) cuando indicaba que
«la pronunciación cambia y la letra queda». Más recientemente, Satorre (2013: 382) ha
explicado las palabras de Rosenblat de la siguiente manera:
La lengua oral, dinámica y cambiante, se va transformando, mientras que la
lengua escrita se mantiene anclada a unas normas gráficas que no
experimentan cambios espontáneos, lo que lleva, inexorablemente, al
alejamiento de la lengua oral y de su representación escrita (Satorre 2013:
382).
Esto demuestra la autonomía de la lengua escrita frente a la oral. La escritura
puede ser, en palabras de Sánchez Prieto (2006: 249), «el medio por el que se extienden
usos en principio contrarios a las tendencias fonético-fonológicas del castellano».
En los estudios en los que se trata la evolución de los grupos cultos se está de
acuerdo en proponer el siglo XIV como la etapa en que las agrupaciones consonánticas
se iban haciendo cada vez más frecuentes en la escritura castellana a través de los
abundantes préstamos procedentes del latín escrito (cfr. Lapesa 1986: 260-262; Sánchez
Prieto 1988a, Clavería 1991 y 2019b: 172; Penny 2018 [2004]: 607-608; Torrens 2007:
242; Satorre 2012: 37-46 y 2013: 381-385; Sánchez González de Herrero 2018: 61-78).
Durante los siglos XIV y XV, los cultismos podían experimentar un proceso de
adaptación formal a las características de la lengua romance. En los trabajos citados
anteriormente se ha indicado que la tendencia era la reducción del grupo culto, aunque
en los textos medievales existe una gran variabilidad en la manera de representarlos
gráficamente. En estos documentos es posible encontrar las mismas palabras escritas
con la forma latina (dicción, escripto, doctrina) y con la simplificación (dición escrito,
dotrina). Incluso podían darse soluciones intermedias como el reemplazo por otra
consonante (dottor por doctor, rebto por repto) o, como ya observó Lapesa (1986: 260),
la ultracorrección, es decir, «la representación gráfica de dos consonantes que no
responden a la etimología» (dilactar, doctes, ecxaminar). Para Satorre (2013: 386), este
último fenómeno es un indicio de la falta de apoyo fonético con la que se escribían.
458
CAPITULO 4. CAMBIOS EN LA MACROESTRUCTURA DEL DRAE 1803-1899: LA INTERDEPENDENCIA ENTRE EL
DICCIONARIO Y LA ORTOGRAFÍA
En los siglos XVI y XVII se mantiene prácticamente el mismo panorama que en
la centuria anterior. Los historiadores de la lengua coinciden en señalar la tendencia a la
simplificación del grupo culto, a pesar de que no había una pauta generalizada 384 (cfr.
Lapesa 1986: 390-391; Menéndez Pidal 2005: 1017; Cano Aguilar 2018 [2004]: 852853; Arias 2008: 5-26; Satorre 2013: 385-388). Lapesa (1986: 390) expuso que durante
toda la época áurea se luchó entre «el respeto a la forma latina de los cultismos y la
propensión a adaptarlos a los hábitos de la pronunciación romance». A finales del siglo
XVII no existía todavía un criterio estable; «el gusto del hablante y la mayor o menor
frecuencia de uso eran los factores decisivos» (Lapesa 1986: 390). Cano Aguilar (2018
[2004]: 852) ha destacado que dicha variación no tenía la misma intensidad en todos los
grupos cultos ni en todas las voces, mientras que conceto o efeto eran muy frecuentes,
caturar o manífico apenas se documentan.
Con el nacimiento de la reflexión ortográfica, los grupos cultos son uno de los
centros de atención. En los tratados gramaticales de los siglos XVI y XVII se discutió
sobre el criterio ortográfico que se debía adoptar en el tratamiento de estas agrupaciones
consonánticas. La corriente iniciada con Nebrija prefería la simplificación de los grupos
cultos y prescribían su adaptación a las reglas lingüísticas del castellano. Tal es el caso
de Valdés (1582), Alemán (1609), Jiménez Patón (1614) o Correas (1630). Este último
fue uno de los que más apostó por la simplificación. López de Velasco (1582) o Bueno
(1690) adoptaron en sus gramáticas una postura más moderada y decidieron aceptar la
conservación en algunas voces (docto, afecto, perfecto). Existieron también defensores
de una ortografía etimológica como, por ejemplo, Venegas (1531), Pérez de Nájera
(1604), Robles (1631) o Bravo (1634) quienes abogaron por la representación de los
agrupaciones cultas con la forma latina (cfr. Rosenblat 1951: XXXV, XL, XLIV-LVI;
Clavería 1991: 106-109; Cano Aguilar 2018 [2004]: 852-853; Medina Morales 2006;
Satorre 2013: 395-396; Clavería 2019b: 172).
384
También para el período renacentista y barroco Satorre (2013: 386-387) expone ejemplos de
variación en las rimas. Por ejemplo, Boscán hace rimar secretos con efetos y concetos y Góngora rima
Egito con apetito.
459
CAPITULO 4. CAMBIOS EN LA MACROESTRUCTURA DEL DRAE 1803-1899: LA INTERDEPENDENCIA ENTRE EL
DICCIONARIO Y LA ORTOGRAFÍA
Para el siglo XVIII se ha aceptado comúnmente que la inclinación articulatoria y
escrituraria era la conservación del grupo, aunque, Lapesa (1986: 421) aportó ejemplos
de excepciones que respetaban el uso establecido (afición, cetro, fruto, luto, respeto,
etc.). Menéndez Pidal (1977 [1904]: 11 y 2005: 1017-1018, 1325) explicó la evolución
de los grupos cultos en español de la siguiente manera:
Como muchas voces cultas ofrecen grupos de consonantes extraños a la
lengua popular, resultan de pronunciación difícil, que se tiende a simplificar.
Esta simplificación fue admitida en el habla literaria; los poetas, hasta el
siglo XVII hacían consonar dino (por digno), malino y divino; efeto (por
efecto), conceto (por concepto) y secreto; coluna (por columna) y fortuna,
etc. así en Gómez Manrique, Garcilaso, Cervantes, Quevedo, Calderón,
Solís 385; pero en el siglo XVIII reaccionó el cultismo e impuso la
pronunciación de todas las letras latinas, salvo en voces muy divulgadas
(Menéndez Pidal 1977 [1904]: 11).
Tradicionalmente se ha imputado a la Academia el papel de impulsora de una
pronunciación plena de los grupos consonánticos (cfr. Catalán 1971; Lapesa 1986: 421424 y Clavería 1991: 104-105). Sin embargo, más reciente, Ramírez Luengo (2011:
456), como consecuencia del análisis de unos documentos notariales de los siglos XVI y
XVII redactados en Bilbao, sostiene que lo más habitual en la escritura del siglo XVII
es el empleo de la forma latina. Para este lingüista, el uso de los grupos cultos es un
proceso típico de finales del siglo XVII que se generalizó en la centuria siguiente. Por lo
tanto, a diferencia de los otros estudios, Ramírez Luengo (2011: 470) concluye que «la
reposición de estos elementos en el español culto no se debe a las normas propugnadas
al respecto por la Real Academia». A pesar de ello, la corporación se decantó, en un
primer momento, por la conservación de la agrupación consonántica y, en cierto modo,
es responsable de la fijación de este fenómeno, además de otros factores externos o
socioculturales como es el auge de la imprenta o la escolarización (cfr. Sánchez Prieto
1998b: 459-460; Satorre 2013: 389; Clavería 2019b: 173).
385
Mas recientemente, en Historia de la lengua española (2005: 1325) se indica que «Los autores [del
siglo XVII] no se sienten tentados, ni con fuerzas, para emprender una latinización de los grupos
consonánticos cultos: dejan estar la simplificación que los escritores del siglo XVI habían acatado en su
adhesión a la lengua común».
460
CAPITULO 4. CAMBIOS EN LA MACROESTRUCTURA DEL DRAE 1803-1899: LA INTERDEPENDENCIA ENTRE EL
DICCIONARIO Y LA ORTOGRAFÍA
1.2.9.1. El siglo XVIII: gestación de las ideas ortográficas de la Academia
En el Discurso proemial (1726) la Academia se lamentaba del caos ortográfico existente
en este aspecto derivado de la diversidad en la articulación, «sobre cuyo uso ha havido,
y hay variedad en los escritos, por la diferéncia que se experimenta en el modo de
proferir las palabras» (Diccionario de autoridades 1726: LXXIX). Para solventar estas
vacilaciones se adoptó una posición etimologista que favorecía la pronunciación y la
escritura de las consonantes implosivas en la mayoría de los casos, excepto en aquellos
grupos que ya habían consolidado su simplificación en épocas más antiguas, como, por
ejemplo, las agrupaciones -mpc- (redempción > redención), -mpt- (assumpto > asunto)
y -nct- (sancto > santo), que convivieron los tres con la grafía n. En el Discurso
proemial (1726: LXXX) se indicaba que actualmente su pronunciación no era esa, «sino
es queriendo usar de notable afectacion». Los grupos consonánticos que se decidieron
conservar para «guardar sus raíces» fueron cuatro: -bst(r)- (substancia, abstraer), -ct(r)(docto, doctrina, pacto), -pt- (precepto, concepto) y -x+C- (excelso, exclamar,
experiencia, extraño) «por no haver violéncia en su pronunciación» (Diccionario de
autoridades 1726: LXXXII). Finalmente, se planteó respetar solamente en algunos
casos los grupos -ns+C- (conspiracion, transcendental, monstruo) y -sc- (ascender,
disciplina) siempre que en el uso generalizado no estuviese admitida la simplificación
(trasladar, trasnochar, crecer, florecer, etc.).
En las ortografías publicadas en el siglo XVIII (1741, 1754, 1763, 1770, 1775,
1779 y 1792), como ya se ha expuesto en el capítulo 3, la Academia se mostró menos
determinante en la aplicación del respecto al criterio etimológico. No obstante, por lo
que respecta a la concurrencia de varias consonantes, fue fiel a los criterios establecidos
en el Discurso proemial, por lo que mantuvo mayoritariamente su conservación, puesto
que «debemos suponer que en nuestra Nacion, ò idioma no se escriben letras ociosas»
(ORAE 1741: 220). Además, la escritura y pronunciación plena de los grupos
consonánticos se atribuyó a las clases sociales más altas:
461
CAPITULO 4. CAMBIOS EN LA MACROESTRUCTURA DEL DRAE 1803-1899: LA INTERDEPENDENCIA ENTRE EL
DICCIONARIO Y LA ORTOGRAFÍA
La regla general, que se debe observar en buena Orthographía, es que, en
escribir consonantes se debe seguir en todo á la pronunciacion de los que
saben hablar, segun el estilo de la Corte (ORAE 1741: 223).
A diferencia del Discurso proemial, en estas ediciones de la ortografía no aparecía
unas indicaciones precisas para la pronunciación y escritura de cada agrupación
consonántica. De la lectura de este pasaje, se observa una concepción sociolingüística y
normativa de la pronunciación. A partir de la primera edición de la ortografía (1741), en
el capítulo dedicado a la concurrencia de diversas consonantes, solamente se explicaba
la división de las sílabas y el método del deletreo.
La postura etimologista adoptada por la Academia también se puede observar en
las distintas ediciones del diccionario académico del siglo XVIII (1780, 1783, 1791).
No obstante, y a pesar de seguir los diccionarios las reglas expuestas en el Discurso
proemial, en algunos casos aparecían distintas soluciones gráficas para una misma
palabra, aunque siempre remitiendo a la forma preferida por la Academia. Se actúo, por
lo tanto, de la misma manera que con las consonantes dobles (véase § 1.2.8.).
Por un lado, no se registraban voces con los grupos consonánticos cultos que se
habían rechazado en el Discurso proemial (-mpc-, -mpt- y -nct-).
Por otro lado, se empleaban soluciones diferentes para los casos en los que se
había
decidido
conservar
la
combinación
consonántica
heterosilábica
culta
(-bst(r)-, -ct(r)-, -pt- y -x+C-). El grupo -bst- aparecía mayoritariamente en su forma
plena (obscuro, obscurar, substituir, etc.) y en escasas ocasiones se lematizaba la
simplificación: sustituir, sustitución (1739-2014). En cuanto a la combinación -ct(r)-, se
registraban en el lemario las dos posibilidades, pero siempre remitiendo a la forma
culta: ditado, dotorar, dotrina, dotrinero, dotor, efeto, fator, fatoraje, fatoria, fatura,
vitor, vitorear, vitoria 386, vitorioso 387, etc., excepto en aquellas voces en las que el uso
386
Aunque la variante simplificada remite a la que posee el grupo culto, en la definición de esta última
se indica la siguiente: «Es voz puramente Latina, y freqüentemente dicen Vitoria, suavizando la
pronunciación» (Diccionario de autoridades 1739: s. v. victoria).
387
La mayoría de estas variantes se marcan como antiguas en la edición de 1791.
462
CAPITULO 4. CAMBIOS EN LA MACROESTRUCTURA DEL DRAE 1803-1899: LA INTERDEPENDENCIA ENTRE EL
DICCIONARIO Y LA ORTOGRAFÍA
ya estaba establecido: fruto, contrato, delito, etc. En estos casos se solían incluir
aclaraciones 388 sobre la ortografía de la palabra en la definición; por ejemplo, en el
término delito se señalaba: «Viene del Latino Delictum: y aunque por esta razón parece
debía escribirse con c, diciendo Delicto, el uso la ha omitido por suavizar la
pronunciacion» (Diccionario de autoridades 1732: s. v. delito). Incluso, en algunos
casos, se hallaban en el lemario variantes gráficas en las que una consonante del grupo
culto aparecía reemplazada por otra, como contrabto (1780-1817), con alejamiento de la
forma etimológica y posiblemente por su aparición en textos antiguos (cfr. Clavería
1991: 140). Respecto al grupo -x+C-, se abogaba por su conservación e, incluso, en los
casos en los que existía diversidad en las autoridades se prefería la forma con x. Esto
mismo se indicaba, por ejemplo, en la definición de excusar: «Es del Latino Excusare,
por lo que se debe escribir con x, y no con s, como hacen algunos» (Diccionario de
autoridades 1732: s. v. excusar).
Por último, recibieron un tratamiento distinto las combinaciones que dependían,
en cierto modo, de las costumbres escriturarias (-ns+C- y -sc-). En cuanto a la
combinación -sc-, solían aparecer las dos soluciones gráficas en el diccionario, unas
veces con remisión a la forma con el grupo consonántico culto (decender/descender,
diciplina/disciplina) y otras a la variante simple (apascentar/apacentar, florescer/
florecer). En cambio, para -ns+C- siempre que se registraban las dos formas gráficas en
el diccionario se remitía a la variante con el grupo consonántico culto (trasalpino/
transalpino, trascender/transcender, etc.).
En el siglo XVIII la Academia optó, mayoritariamente, por la conservación de la
consonante en posición implosiva.
1.2.9.2. El siglo XIX: la norma ortográfica a través del diccionario
A pesar de las reglas expuestas en los tratados ortográficos publicados en el siglo XVIII
y el tratamiento que habían recibido los grupos cultos en el diccionario, la Academia
388
Las voces que se escriben con el grupo -ct- son las que tienen más explicaciones aclaratorias sobre
la pronunciación en el enunciado definicional.
463
CAPITULO 4. CAMBIOS EN LA MACROESTRUCTURA DEL DRAE 1803-1899: LA INTERDEPENDENCIA ENTRE EL
DICCIONARIO Y LA ORTOGRAFÍA
tenía como objetivo «simplificar mas y mas la escritura» (DRAE 1803: prólogo). Sin
embargo, en la edición del diccionario de 1803, debido a la introducción de variantes
antiguas (cfr. Jiménez Ríos 2001: 49-50), se recuperaron algunas voces portadoras de
grupos cultos que ya habían fijado su uso en los siglos anteriores. Este es el caso de la
combinación -nct- (junctamente, juncto, sancto, sanctidad, sanctiguado, sanctiguar,
sanctimonia, sanctidad, sanctuario, puncto), rechazada desde el Discurso proemial
(1726), y de voces con la simplificación del grupo -gn- (indinacion, indino, sinificanza)
y -mn- (solene, solenemente, solenizar). Asimismo, como se expondrá a continuación,
también se incluyeron arcaísmos gráficos escritos con otros grupos cultos (-bs+C-, -ct-,
-pt-, -ns+C- y -sc-). Por lo tanto, en la edición del repertorio léxico de 1803 se percibe
una oposición entre las reglas de ortografía y la selección de entradas del lemario.
Todas estas variantes fueron eliminadas en las ediciones del diccionario de 1817
y, en especial, en las de 1822 y 1832. Así se anunció en el prólogo de la sexta edición:
Tambien ha prestado motivo para la supresión ó reforma de muchos artículos
la razon de que los diversos estados de pronunciacion y ortografía que
padece una voz desde que sale de la lengua madre, de la latina por ejemplo,
hasta que se fija en un idioma vulgar como el castellano, no deben mirarse
como palabras diversas, bien se considere la alteracion que con los tiempos
sufren las letras de un mismo órgano, […], ó la torpe pronunciacion de la
gente rústica por el vicio contraido y aun casi peculiar de algunas provincias,
ó la corrupcion de los tiempos del mal gusto y de la decadencia de las letras
(DRAE 1822: prólogo)
Unas líneas más abajo, se mencionaban las voces con los grupos cultos: «de modo
que unos y otros [vocablos] contribuian á multiplicar los que eran de un mismo orígen y
significado, como coluna y columna, afeto y afecto, repunar y repugnar, ecelente y
excelente y otros de esta clase que por lo mismo no merecen artículos separados en el
Diccionario» (DRAE 1822: prólogo).
A partir de la ortografía de 1815 se llevaron a cabo una serie de reformas respecto
a la representación de los grupos consonánticos cultos. El comportamiento y evolución
de cada agrupación consonántica en el diccionario es muy variable, por lo que se ha
464
CAPITULO 4. CAMBIOS EN LA MACROESTRUCTURA DEL DRAE 1803-1899: LA INTERDEPENDENCIA ENTRE EL
DICCIONARIO Y LA ORTOGRAFÍA
decidido dedicar un apartado a cada una. Los grupos cultos que presentan variación en
las ediciones del diccionario del siglo XIX son, por un lado, aquellos que en el Discurso
proemial (1726) se habían decidido conservar, las secuencias -bs+C-, -ct-, -pt- y -x+C-,
y, por el otro, los grupos que su escritura dependía del uso establecido en los textos
clásicos: -ns+C- y -sc-.
A) Grupo -bs+CComo se ha indicado anteriormente, en las ortografías del siglo XVIII se había decidido
conservar la pronunciación y escritura del grupo consonántico -bs+C-, por lo que las
palabras que componían el diccionario aparecían con el grupo culto y en muy pocas
ocasiones se ofrecía la variante simplificada. Así se continuó en la cuarta edición del
diccionario (1803), la primera publicada en el siglo XIX, ya que se incluyeron voces de
nueva incorporación con el grupo consonántico obscuración, obscurado o substracción,
siguiendo la tendencia iniciada en el Diccionario de autoridades y en las primeras
ediciones del diccionario usual, en las que se registraron las voces obscuro, obscuridad,
obscurecer, obscurar, substraer, substraido, substraerse, etc. Cabe destacar que en la
edición del diccionario de 1803 se introdujeron también las variantes simplificadas
sustancia y sustancial, las cuales eran las portadoras de la definición y, por lo tanto, las
formas recomendadas por la Academia. El resto de sus derivados no se añadieron hasta
la edición siguiente.
La preferencia por el grupo culto cambió en la siguiente edición del diccionario
(1817) como consecuencia de una regla propuesta en la ortografía de 1815 (cfr. Terrón
2018a: 88). Como ya se ha hecho constar en el capítulo 3, este tratado ortográfico es el
más abierto a propuestas fonetistas, hecho que se demuestra en el tratamiento que recibe
la combinación -bs+C-. Sobre su representación en la escritura se exponía lo siguiente:
Usase tambien en fin de sílaba como en absolver, obtener, objeto, súbdito,
substancia, aunque en algunas de estas voces y sus semejantes ha solido
suprimirse para suavizar la pronunciación, como lo hicieron varios clásicos
465
CAPITULO 4. CAMBIOS EN LA MACROESTRUCTURA DEL DRAE 1803-1899: LA INTERDEPENDENCIA ENTRE EL
DICCIONARIO Y LA ORTOGRAFÍA
escritores del siglo XVI y algunos modernos diciendo oscuro, sustancia, &c.
(ORAE 1815: 24-25).
Por lo tanto, la propia Academia aceptaba la variedad en la escritura de estas
voces atendiendo al uso establecido y a las autoridades.
De esta regla se derivaron una serie de cambios en la escritura que se plasmaron
en la quinta edición del diccionario académico. Por un lado, se incorporaron variantes
gráficas simplificadas de voces ya existentes en el repertorio: insustancial, suscripción,
suscrito, sustanciar, sustancioso, sustraccion, sustraer, sustraido, trasustanciado,
trasustanciación, transustanciación, transustancial, transustanciar, oscuro, oscuración,
oscuridad, oscurado, oscuramente, oscurecer. De acuerdo con la regla expuesta en la
ortografía, en el diccionario se dio prioridad a la forma simple, ya que la variante con el
grupo culto remitía a ella («OBSCURO, RA. adj. Lo mismo que
OSCURO, RA»
DRAE
1817: s. v. obscuro, ra). Por otro lado, en nueve casos la forma con la simplificación
sustituyó a la que tenía el grupo culto (bs > s): consustancialidad, consustancial,
oscurar, oscurecimiento, oscurecido, oscurísimo, sustancialmente, supersustancial y
sustraerse.
En la siguiente edición de 1822 se siguió con el mismo criterio y, además de
añadir alguna variante en el diccionario con la simplificación que no se había incluido
en 1817 (sustituido), también se eliminaron formas con el grupo culto (insubstancial,
subscrito).
Esta propuesta tuvo sus partidarios y detractores. Por un lado, fue secundada, por
ejemplo, por Núñez de Taboada (1825), quien, a pesar de no entender los motivos de la
Academia para tal sustitución, en el prólogo de su diccionario declaró haber seguido la
norma propuesta por la corporación:
La Academia Española no da razón alguna plausible para suprimir […] la b
en otras en que se sigue á ella una s, como en substituir, obscuro […]. Para
introducir esta novedad en la lengua era forzoso introducir al propio tiempo
la de la diferente pronunciacion de dichas voces, lo que, á mi modo de
pensar, pertenece mas bien al uso corroborado con el tiempo, que á un
cuerpo académico […]. Confieso sin embargo que en esta parte me he
466
CAPITULO 4. CAMBIOS EN LA MACROESTRUCTURA DEL DRAE 1803-1899: LA INTERDEPENDENCIA ENTRE EL
DICCIONARIO Y LA ORTOGRAFÍA
dejado arrastrar casi siempre por la autoridad de la Real Academia, aunque á
pesar mio, y pudiendo decir con verdad: Video meliora proboque, deteriora
sequor (Núñez de Taboada 1825: prólogo).
Por otro lado, Bello se refería a la simplificación del grupo culto como un «vicio»
que se debía evitar:
Hai otro vicio relativo a la b, el cual consiste en suprimirla en las
combinaciones abs, obs, subs, seguidas de otra consonante, como en
abstracto, obstruir, substraer, pronunciando, astracto, ostruir, sustraer.
Deben evitarse estas innovaciones, mientras no estén sancionadas por la
práctica jeneral, como lo estan efectivamente en algunas voces, v. gr. oscuro,
sustancioso. En estas y algunas otras creo que no se podría sonar hoi dia la b,
sin caer en la nota de afectacion y recalcamiento. ¿Pero no ha ido tal vez
demasiado léjos la Academia, escribiendo sustituir, sustraer? Se ha
reclamado y se reclama contra las novedades de esta especie que aparecieron
en la sesta edicion de su diccionario (Bello 1835: 5).
Por lo tanto, a pesar de rechazar la simplificación, la aceptó en algunos casos por
estar muy generalizada 389 en el uso, que eran, precisamente, los que la Academia había
recogido en su diccionario (oscuro y sustancia, y los derivados de ambos) y, además,
les había otorgado preferencia sobre la forma con el grupo consonántico culto. Esta
prioridad se mantuvo hasta la décima edición: («OBSCURO, RA. adj.
OSCURO»
DRAE
1852: s. v. obscuro, ra). En el Prontuario de ortografía de la lengua castellana (18441866) no aparecía ninguna explicación sobre el grupo -bs+C-.
A partir de la edición de 1869, y hasta finales de siglo, quizá como consecuencia
del rechazo de algunos ortógrafos, se volvió a producir una modificación respecto a la
escritura del grupo -bs+C- a favor de la conservación. En esta edición, a diferencia de
las anteriores, la forma con el grupo consonántico culto fue la que aparecía definida y,
por lo tanto, la preferida por la Academia («OSCURO, RA. adj.
OBSCURO, RA»
DRAE
1869: s. v. oscuro, ra). Asimismo, se incorporaron variantes con el grupo consonántico
389
Bello (1835: II) en el prólogo de su ortografía señaló que la simplificación del grupo culto
(también en el caso de -ns+C-) la «hacen hoi dia gran número de personas instruidas». Asimismo, añadió
que «la variedad de prácticas es inevitable en estos confines, por decirlo así, de las diferentes escuelas; y
no seria fácil hacerla desaparecer sino bajo el imperio de una autoridad que en vez de la conviccion
emplease la fuerza».
467
CAPITULO 4. CAMBIOS EN LA MACROESTRUCTURA DEL DRAE 1803-1899: LA INTERDEPENDENCIA ENTRE EL
DICCIONARIO Y LA ORTOGRAFÍA
que habían sido suprimidas en la quinta edición del diccionario (obscurecimiento,
obscurísimo, transubstanciación), se eliminaron algunas variantes con la forma simple
(oscuración) y en dos ocasiones la palabra con la combinación consonántica sustituyó a
la forma simplificada (s > bs): obscurar y supersubstancial.
En la edición del diccionario de 1884 se continuaron incorporando variantes con
el grupo culto que habían sido eliminadas en 1817: consubstancial, consubstancialidad.
Finalmente, en la siguiente edición de 1899, la última publicada en el siglo XIX,
se incluyeron voces con las dos soluciones gráficas, aunque remitiendo siempre a la
variante con el grupo culto: obscurantismo/oscurantismo, obscurantista/oscurantista.
Por lo tanto, en las tres últimas ediciones del siglo se cambió la preferencia a
favor de la forma con la agrupación consonántica.
B) Grupo -ctEn el Discurso proemial se había decidido conservar la combinación consonántica -ctteniendo en cuenta la etimología, por un lado, y el uso establecido «en los mas clásicos
Autóres», por el otro (Diccionario de autoridades 1726: LXXIX). No obstante, en el
diccionario académico se solían ofrecer las dos soluciones gráficas con remisión, en la
mayoría de los casos, a la variante con el grupo culto, a excepción de aquellas voces en
las que el uso común ya estaba admitido, en cuya definición se explicaba esta alteración
(fruto, contrato, delito, etc.).
En la edición de 1803 se incluyeron variantes de otras voces ya registradas en el
diccionario, tanto con el grupo consonántico culto (lectuario, salvoconducto, delicto,
subjectar, subjectador, subjecto) como con la simplificación (inteletual, letor, lutuoso,
otubre, perfetamente, perfeto, retificado, retificar). Todas estas palabras aparecían
marcadas como antiguas, excepto salvoconducto. Esta última acabó imponiéndose como
forma preferida, incluso la variante simplificada se eliminó del diccionario en la edición
de 1822.
468
CAPITULO 4. CAMBIOS EN LA MACROESTRUCTURA DEL DRAE 1803-1899: LA INTERDEPENDENCIA ENTRE EL
DICCIONARIO Y LA ORTOGRAFÍA
En la edición del diccionario académico de 1817 y, sobre todo, en la de 1822 y
1832, se eliminaron del lemario muchas variantes no preferidas por la Academia. Se
suprimieron tanto voces con el grupo consonántico culto (contractado 390, lectuario,
maltractar, maltractado, subjecto, subjectador, tractante o tractado) como con la
simplificación del grupo (inteletual, retificado, retificar, contraditor, conduto,
condutivo, efeto, fator, fatura, perfetamente, contraditorio, lutuoso, reduto, perfeto). La
mayoría eran arcaísmos gráficos y aparecían con la marca ant., excepto fatura, aunque
remitía a la forma factura. Tres de estos términos se volvieron a introducir en una
edición posterior y se han mantenido en el diccionario hasta la actualidad sin ninguna
razón aparente y marcados como antiguos: fator (1732-1817, 1852-2014), efeto (17321817, 1899-2014) y perfeto (1803-1817, 1899-2014).
En las siguientes ediciones del diccionario (1837-1899) no se produjeron cambios
respecto a la combinación -ct-.
La escritura de la agrupación -ct- en las diez ediciones del diccionario del siglo
XIX estuvo guiada por el criterio del uso. A pesar de que la intención de la Academia
era conservar este grupo consonántico, no pudo obviar el uso generalizado que tendía en
algunas voces a la simplificación. Por ello, en la primera edición del siglo XIX, la de
1803, siguiendo las pautas de las ediciones anteriores, se decidió registrar en el lemario
las dos soluciones gráficas, remitiendo a la que se consideraba la forma correcta y,
mayoritariamente, marcando la otra variante como anticuada. Por este motivo, en las
ediciones siguientes se eliminaron del diccionario dejando solamente la forma actual.
C) Grupo -ns+CLa escritura del grupo consonántico culto -ns- en posición implosiva ante consonante
estaba guiada por el uso, aunque, a excepción de los casos «comúnmente admitidos»,
era preferible su conservación, «por mas que à algunos les parezca supérflua la n, y se
hallen escritas sin ella, no solo en vários libros, sino en algunos Diccionarios»
390
En cambio, el verbo contractar y los sustantivos contractacion y contracto, marcados como ant.,
permanecieron en el lemario hasta la edición de 1992.
469
CAPITULO 4. CAMBIOS EN LA MACROESTRUCTURA DEL DRAE 1803-1899: LA INTERDEPENDENCIA ENTRE EL
DICCIONARIO Y LA ORTOGRAFÍA
(Diccionario de autoridades 1726: LXXX). Por ello, en las ediciones del diccionario
del siglo XVIII, siempre que aparecían las dos variantes se remitía a la forma con el
grupo culto. El mismo criterio se mantuvo en la edición del diccionario de 1803, puesto
que, a pesar de incluirse una variante simplificada, se remitía a la forma con el grupo
culto: «TRASMUTABLE. adj. Lo mismo que
TRANSMUTABLE»
(DRAE 1803: s. v.
trasmutable).
En la ortografía de 1815, más atenta a la pronunciación y a la simplificación de la
escritura, se aprobó la supresión de la nasal en la combinación consonántica -ns+C-.
Esta regla tuvo consecuencias en la quinta edición del diccionario. No obstante, aunque
en el tratado ortográfico no se especificó en qué términos se prefería la simplificación,
en la edición del diccionario de 1817 cambiaron la grafía solamente las voces que se
iniciaban o contenían la sílaba trans-. Por un lado, se suprimieron variantes con el grupo
culto (transcendido, transmutable, transmutado, transportado y transportamiento) y se
incluyeron las variantes con la reducción de todas las voces del lemario compuestas con
el prefijo de origen latino trans- 391. Por otro lado, se modificó la escritura de 23 voces a
favor de la simplificación (tabla 39):
DRAE 1803
-ns-
DRAE 1817
-s-
Ejemplos
intransmutable > intrasmutable
intransmutabilidad > intrasmutabilidad
transferidor > trasferidor
transfigurado > trasfigurado
transfixo > trasfixo
transflorado > trasflorado
transfloreado > trasfloreado
transfollado > trasfollado
transformamiento > trasformamiento
transformativo > trasformativo
transfregado > trasfregado
tránsfugo > trásfugo
391
trascendencia, trascendente, trascribir, trascurso, trasferido, trasferir, trasfigurable,
trasfiguración, trasfigurarse, trasfijo , trasfixión, trasflorar, trasflorear, trasformado, trasformación,
trasformador, trasformar, trasfregar, trasfretano, trásfuga, trasfundir, trasfundido, trasfusión, trasgredir,
trasgresión, trasgresor, traslaticiamente, trasmigración, trasmigrar, trasmitir, trasparencia, trasparente,
traspirable, traspirar, traspiración, trasportación, trasporte, trasportin, trasposición, trasustanciación,
trasustancial, trasustanciar, trasustanciado, trasverberación, trasversal y trasverso.
470
CAPITULO 4. CAMBIOS EN LA MACROESTRUCTURA DEL DRAE 1803-1899: LA INTERDEPENDENCIA ENTRE EL
DICCIONARIO Y LA ORTOGRAFÍA
translaticio > traslaticio
translato > traslato
transmigrado > trasmigrado
transmisible > trasmisible
transmision > trasmision
transmitido > trasmitido
transmutativo > trasmutativo
transmutatorio > trasmutatorio
transparentado > trasparentado
transparentarse > trasparentarse
transpirado > traspirado
Tabla 39.
La variante gráfica con la forma simple 392 fue la preferida hasta la décima edición
del diccionario. Cabe destacar que cuando se introdujeron en una misma edición las dos
formas gráficas se remitía a la variante con la reducción: transcurrir/trascurrir (1843) o
transpositivo/traspositivo (1852).
Esta práctica fue rechaza por algunos ortógrafos coetáneos y aceptada por otros.
Por un lado, de entre los detractores destaca Sicilia (1827: 92), quien opinaba que las
reformas que atañían a la reducción de los grupos cultos ya habían llegado a su final en
el siglo XVIII. Por ello, cuando su interlocutor le preguntó si era adecuada la supresión
de ans, como había hecho la Academia, «y que en lugar, por egemplo, de transporte se
pronunciase y escribiese trasporte», él respondió:
No, á lo menos en el juicio de oradores y de escritores graves cuya opinion
tiene grande peso. La lengua española habia llegado hácia fines del siglo
último al punto mejor posible de limpieza, regularidad y fluidez en sus
pronunciaciones, suprimiéndose y reformándose algunas combinaciones de
orígen latino demasiado duras y desagradables tales como ump, emp, amm,
umm, y otras semejantes. Pero si se continúa todavía haciendo mas reformas
en las articulaciones inversas compuestas y en las pocas duplicaciones de
consonantes que nos quedan, la lengua perderá mucha parte de su fuerza
ortológica, se emprobrecerá de sonidos, y tomará un carácter humilde y
afeminado (Sicilia 1827: 92).
392
A excepción de algunas voces muy generalizadas en el uso como, por ejemplo, costruir/construir,
costreñir/constreñir, costelación/constelación, en las que las variantes simplificadas estaban marcadas
como antiguas.
471
CAPITULO 4. CAMBIOS EN LA MACROESTRUCTURA DEL DRAE 1803-1899: LA INTERDEPENDENCIA ENTRE EL
DICCIONARIO Y LA ORTOGRAFÍA
Por lo tanto, no se mostraba de acuerdo con la supresión la combinación ans en
términos como transporte.
Por otro lado, Bello se posicionó a favor de la simplificación del grupo -ns+C- en
las voces formadas por el prefijo trans-, a pesar de condenarla en muchas otras palabras:
Por hábitos vulgares o por el prurito de suavizar el habla suprimen algunos la
n en las combinaciones ins, ons, uns, seguidas de consonante, diciendo, v. gr.
istrumento, mostruo, costruir, circunstancia. Es propio de la ínfima plebe
pronunciar de este modo; pero por lo que toca a la partícula prepositiva
trans, no se puede negar que se ha jeneralizado bastante la práctica de
pronunciarla y escribirla sin n, autorizada ya por la Real Academia (Bello
1835: 11).
A partir de la undécima edición cambió la preferencia de la Academia a favor de
la variante con el grupo consonántico culto («TRASCURSO. m.
TRANSCURSO»
DRAE
1869: s. v. trascurso). Por este motivo, se introdujeron en el diccionario vocablos con la
forma plena que ya habían sido suprimidos en 1817 (transmutable, transportamiento) y,
en algunas ocasiones, se sustituyó la grafía simplificada por el grupo consonántico,
como en intransmutable y intransmutabilidad. La preferencia por el empleo del grupo
culto se mantuvo hasta finales de siglo.
D) Grupo -ptLa postura de la Academia era clara respecto a la conservación del grupo consonántico
culto -pt-, puesto que «escribirlas sin la p, diciendo Preceto, Conceto, Aceto, es contra
toda buena regla y pronunciación: y solamente en la Poesía se puede alguna vez permitir
semejante licéncia por la precisión de los consonantes» (Diccionario de autoridades
1726: LXXX). Es por ello por lo que no se solían incorporar variantes gráficas con la
simplificación en las ediciones del diccionario del siglo XVIII, a excepción de algunas
voces que se utilizaban en la poesía: «ACETAR. v. a. Vease Aceptar. En la Poesía suele
usarse sin la P este verbo, por la precisión del consonante» (Diccionario de autoridades
1726: s. v. acetar).
472
CAPITULO 4. CAMBIOS EN LA MACROESTRUCTURA DEL DRAE 1803-1899: LA INTERDEPENDENCIA ENTRE EL
DICCIONARIO Y LA ORTOGRAFÍA
A principios del siglo XIX, la Academia se desapegó del criterio etimológico y,
como consecuencia de ello, se llevaron a cabo una serie de cambios en las ediciones del
diccionario desde 1803 hasta 1852 respecto a esta combinación consonántica. Por un
lado, se introdujeron variantes con la forma simplificada: setentrion y sétimo (1803) 393,
setena, suscrito, setentrional, setiembre y sétima (1817) y proscrito (1852). Por otro
lado, se suprimieron términos con el grupo culto: séptimo (1817), ceptro y subscripto
(1822) y reptar y reptador (1832). Estos dos últimos aparecían marcados como
antiguos. Finalmente, en la quinta edición, como se puede observar en la tabla 40, se
sustituyó la escritura de algunas palabras a favor de la forma simple:
DRAE 1803
-pt-
DRAE 1817
-t-
Ejemplos
septenio > setenio
septuagenario > setuagenario
septuagésima > setuagésima
septuagésimo > setuagésimo
septunx > setunx
septuplo > setuplo
Tabla 40.
Desde la quinta edición del diccionario hasta la décima (1852) la variante gráfica
simplificada fue la forma preferida y recomendada por la Academia.
A partir de la undécima edición, y hasta final de siglo, se otorgó preferencia a la
variante con el grupo culto. Este cambio de pensamiento se reflejó en el diccionario en
la inclusión de algunas voces con el grupo consonántico que habían sido eliminadas en
ediciones anteriores: septuagenario, séptimo y septenio (1869), septuagésima, suscripto
y subscripto (1884) y septena (1899). Asimismo, cuando estaban registradas las dos
variantes gráficas (séptuplo/sétuplo, septuagésimo/setuagésimo 394) en 1869 se otorgó
preferencia a la forma con el grupo culto, puesto que era la que poseía la definición.
393
Estas dos voces son mencionadas por Salvá en el prólogo de su diccionario. Sobre ellas, señala que
la Academia no tiene un criterio fijo en su escritura y «tan pronto suprime como expresa la p» (Salvá
1846: XX). No obstante, Salvá también consiga las dos formas gráficas como lemas en su diccionario.
394
Las dos variantes conviven en el diccionario desde 1843, que se vuelve a incluir en el lemario la
forma con el grupo culto. En las ediciones de 1843 y 1852 ambas variantes aparecían definidas. Ello
podría reflejar la variación existente en el uso de estas formas.
473
CAPITULO 4. CAMBIOS EN LA MACROESTRUCTURA DEL DRAE 1803-1899: LA INTERDEPENDENCIA ENTRE EL
DICCIONARIO Y LA ORTOGRAFÍA
También se observa la nueva orientación respecto a la conservación de la agrupación
consonántica en la supresión de algunas voces con la base culta de siete en la edición de
1899. Se eliminaron del lemario las variantes gráficas no preferidas setenio, sétuplo,
setuagésimo y setuagenario, que habían sustituido -pt- por -t- en la edición de 1817.
E) Grupo -scEn las obras ortográficas del siglo XVIII no se daba una regla general para la escritura
de la agrupación consonántica -sc- cuando le seguían las vocales e o i. En el Discurso
proemial (1726) se explicaba que la vacilación provenía de la manera en que se
pronunciaban las voces:
Nace la duda de la variedád con que se pronúncian: y aunque los Autóres
esten entre si encontrados, porque unos retienen la s en todos los vocablos, y
otros la desechan como inútil: lo que se debe hacer es retenerla en algunas
voces, que sin ella no se pueden legítimamente pronunciar […] y otras no,
que aunque en sus orígenes Latinos tengan s, en realidád el dia de oy se
pronúncian sin ella (Diccionario de autoridades 1726: LXXIX).
Por este motivo, en las ediciones del diccionario del siglo XVIII solían aparecer
las dos formas gráficas remitiendo a la preferida por la Academia, ya sea con el grupo
culto o con la simplificación (diciplina/disciplina, apascentar/apacentar).
En la cuarta edición del diccionario se siguieron incorporando variantes con el
grupo culto, aunque todas marcadas como antiguas. Algunos ejemplos son anesciarse,
anesciado, aclarescido, acaescerse, aborrescedor, favorescedor, fenescimiento,
florescer 395, florescido, obedescimiento, obedescer, abedescido, obedesciente, perescer,
prescito 396,
prevalescer,
reconoscer,
reconoscido,
remanescer,
remanesciente,
resplandescer, resplandesciente, resuscitado, resuscitar, resuscitador, resuscitamiento,
395
La variante gráfica florescer se eliminó del diccionario en la edición de 1822 y se volvió a
incorporar en la de 1843.
396
La voz prescito no está marcada como antigua y se mantiene en el diccionario hasta la actualidad
conviviendo con la variante precito. La forma con la reducción del grupo culto siempre ha sido la
preferida por la Academia, ya que es la portadora de la definición.
474
CAPITULO 4. CAMBIOS EN LA MACROESTRUCTURA DEL DRAE 1803-1899: LA INTERDEPENDENCIA ENTRE EL
DICCIONARIO Y LA ORTOGRAFÍA
tallescer, terrescido, entre otras. Asimismo, también se incorporó el infinitivo terrecer,
y el participio correspondiente terrecido, que aparecía definido, igual que su correlato
terrescer. La forma simplificada fue la preferida por la Academia y terrescer se eliminó
del diccionario en la edición siguiente (DRAE 1817).
Como consecuencia de las vacilaciones que existían respecto a la pronunciación y
a la escritura de este grupo consonántico se incluyeron en el diccionario algunas formas
ultracorrectas, es decir, sin justificación etimológica, como las voces prescio, rescebir,
rescebido, rescebimiento, rescelo 397, rescibir, rescibido, rescibiente, rescibimiento.
Todas estas variantes, incluidas las ultracorrecciones, marcadas como antiguas 398,
y algunas más que se añadieron en ediciones anteriores a la cuarta edición fueron
eliminadas del diccionario en las tres ediciones siguientes (1817-1832), en especial en la
de 1822. En el prólogo de la sexta edición se hacía referencia a la supresión de los
verbos escritos con -sc-: «Otras voces se han suprimido porque el uso antiguo las hacia
mas ásperas y desabridas, ya interponiendo la s en los verbos» (DRAE 1822: prólogo).
Por este motivo, en la sexta edición es en la que se suprimieron más vocablos con la
forma culta, marcados, habitualmente, como anticuados. Asimismo, en las ediciones de
1817 y 1822 se sustituyó en algunas voces el grupo consonántico por la simplificación
en los verbos terminados en -ecer (sc > c): aterrescido > aterrecido, aterrescer >
aterrecer, afeblescerse > afeblecerse, atumescerse > atumecerse. También se cambió la
grafía en isósceles > isóceles. Este vocablo se volvió a escribir con la combinación
consonántica en la edición de 1832. Cabe destacar que, en el artículo correspondiente a
triángulo, isósceles aparecía en todas las ediciones con el grupo culto: triángulo
isósceles (DRAE 1832: s. v. triángulo).
En las siguientes ediciones del diccionario y hasta final del siglo no se produjeron
cambios respecto a la combinación consonántica -sc-. No obstante, en la duodécima
397
La voz rescelo remite en su definición a recelo. No obstante, esta palabra no se incorporó en el
diccionario hasta la edición de 1843. En estas ediciones la forma que aparecía registrada era rezelo (18371869).
398
A pesar de que los infinitivos aparecen marcados como antiguos, en los participios pasados no se
suele incorporar la marca.
475
CAPITULO 4. CAMBIOS EN LA MACROESTRUCTURA DEL DRAE 1803-1899: LA INTERDEPENDENCIA ENTRE EL
DICCIONARIO Y LA ORTOGRAFÍA
edición se incluyó la palabra fosforescer (1884-2014), la cual ha sido la forma preferida
hasta la actualidad, a pesar de que en la edición de 1914 se añadió la variante fosforecer
(1914-2014). También se cambió la grafía a favor del grupo culto en gradescer, que ya
se había registrado con esta forma en las ediciones de 1803-1817 en las que convivió
con la variante gradecer. En la 1914 esta voz se volvió a escribir con la simplificación:
gradecer (1803-1869, 1914-2014).
F) Grupo -x+CLa escritura y pronunciación de la x en posición de coda silábica ha sido una de las
cuestiones más discutidas por los gramáticos del siglo XIX. En el Discurso proemial
(1726) se decidió conservar la x cuando concurría con diversas consonantes (c, cl, cr, p,
pl, pr, t y q), puesto que, aunque existía gran variedad sobre su representación tanto a
nivel gráfico como oral, «no siendo generál el estilo, y conforme el uso en contrário,
paréce justo no desfigurarlos, y retener la x» (Diccionario de autoridades 1726:
LXXXI). Sin embargo, se advertía constantemente de la posibilidad de hallar escritas
estas voces con s en algunos textos y en la pronunciación de algunas personas cultas 399.
Este uso fue corroborado por algunos ortógrafos de la época. Mañer (1742), al respecto,
indicaba:
Da por regla general la misma Academia, que se escriban con x todas las
voces que la tuvieren en su origen Latino; pero esta regla no me parece debe
ser tan universal como quiere este ilustre Cuerpo, pues hai dicciones en que
el uso, unido con la pronunciacion ha conmutado la x en una sola s, como en
estrangero, y escusar de extranius, y excusare, las que es comun escribir sin
x, como pronunciar con s (Mañer 1742: 67).
399
En la explicación de esta combinación consonántica se hallan advertencias como las siguientes:
«no se debe hacer variación escribiéndolas con s en lugar de la x, ò con c, como hacen algunos», «en
medio de que no ha faltado quien mude la x en s […] porque en su pronunciación no se pone tanta fuerza
en la expresión de la x», «porque fuera novedád reparable desfigurar estas voces contra su pronuncaición,
por mas que algunos procúren usar blandúra en el modo de hablar», «no escribirlas con s, como se hallan
en algunas obras, porque es su pronunciación con la x» (Diccionario de autoridades 1726: LXXXILXXXII).
476
CAPITULO 4. CAMBIOS EN LA MACROESTRUCTURA DEL DRAE 1803-1899: LA INTERDEPENDENCIA ENTRE EL
DICCIONARIO Y LA ORTOGRAFÍA
Por lo tanto, el uso de s en lugar de x en posición implosiva debía estar extendido
en la época, tanto en la pronunciación como en la escritura. No obstante, la Academia,
contraria a la sustitución de x por s, no incorporó en el diccionario variantes de estas
palabras sin el grupo culto, aunque existía alguna excepción como, por ejemplo, las
voces escusa o esquisito (1791). También se hallaban casos en los que no hubo
sustitución de x por s, sino que se incorporó una variante en la que se suprimió la x:
ecepto (1803) y eceptuar (1822), ambas marcadas como antiguas. Los términos escusa,
eceptuar y ecepto se han mantenido en el diccionario hasta la actualidad, aunque estos
dos últimos aparecen marcados como desusados.
En la primera ortografía del siglo XIX, publicada en el año 1815, la Academia,
debido a la extensión social de este fenómeno documentada en las obras de la época,
modificó su postura respecto a las combinaciones consonánticas iniciadas con la grafía
x. En el prólogo ya se anunció que «para hacer mas dulce y suave la pronunciacion,
suprimió o sustituyó algunas consonantes en las voces en que ya el uso iba indicando
esta novedad, escribiendo […] estrangero, estraño por extrangero, extraño» (ORAE
1815: XIII). Más adelante, en el epígrafe correspondiente a la grafía x, se indicaba lo
siguiente:
III. Por el fácil tránsito y conmutación de la x á a la s podrá esta sustituirse
á la primera cuando la sigue una consonante, como estrangero, estraño,
estremo, ya para hacer mas dulce y suave la pronunciacion, ya para evitar
cierta afectacion con que se pronuncia en estos casos la x (ORAE 1815: 5556).
A pesar de ello, las voces escritas con s en la ortografía nunca se incluyeron en el
diccionario académico, aunque en la edición de 1817 se cambió la grafía de x a s en
siete palabras: bisestil, misto, mistion, mistura, misturado, misturar y misturero.
En la edición siguiente de 1822 se incorporaron dos variantes con x, sextuplicar y
séxtuplo (1822-2014), aunque también la forma con s en escoriar, y en el suplemento de
477
CAPITULO 4. CAMBIOS EN LA MACROESTRUCTURA DEL DRAE 1803-1899: LA INTERDEPENDENCIA ENTRE EL
DICCIONARIO Y LA ORTOGRAFÍA
la edición de 1832 la forma ultracorrecta extreñir 400 (1832-1869). La inclusión de
formas ultracorrectas demuestra la vacilación existente respecto a la pronunciación y
escritura del grupo consonántico.
Según indicaban algunos autores coetáneos, la conmutación de x por s seguida de
consonante no tuvo una gran acogida entre los ortógrafos. Julián Álvarez de Golmayo, a
pesar de seguir fielmente las normas propuestas por la Academia, hacía referencia a ello
en su Compendio de ortografía castellana (1816: 38): «Podrá ponerse s en lugar de x
cuando le sigue una consonante; como en estrangero, estraño, estremo, para hacer más
dulce la pronunciación; aunque este uso no está muy seguido».
Autores más tardíos como Sicilia (1827 y 1832) o Bello (1835) aseguraron que se
trataba de una moda actual y pasajera y se mostraron en desacuerdo con esta pauta.
Sicilia (1827) indicaba que este uso era común en «algunos escritores» y en «las últimas
clases de la plebe», por lo cual no debía trascender al uso generalizado:
Sin duda ninguna la pronunciacion de cs en tales casos es muy chocante;
pero la Academia ha remediado este inconveniente, autorizando la práctica
que habían comenzado á ensayar algunos escritores, de no emplear sino la s
en las voces en que la x precede, ó debía preceder, á una consonante (a).
(a) No permita Dios que esta sanción de la Academia en favor de una
práctica tan absurda, llegue á convertir en uso general la substitucion de la s
por la x en estos casos. Llegaria entonces un tiempo en que todos tuviésemos
que decir, como dicen ahora las últimas clases de la peble eshortar,
espatriarse, esregente, estinto, etc. (Sicilia 1827: 152-154).
También atribuyó esta práctica a los impresores, los cuales «con la Ortografía de
la Academia en la mano, que ellos miran como una Biblia, hacen frente á los autores
mismos de las obras que imprimen, y exclaman que su honor se compromete, cuando se
les quiere obligar á seguir una ortografía mas legítima» (Sicilia 1827: 158).
Para este autor el error de la Academia, quien autorizaba la sustitución de x por s,
al haberse «encontrado desagradable y pedante el sonido de la c y de la s antes de otra
consonante», radicaba en el desconocimiento de la articulación «compuesta de g y s,
que corresponde en tales casos» (Sicilia 1827: 154-155). Por todo ello, reclamaba a la
400
Esta última voz será recogida también en el diccionario de Salvá (1843).
478
CAPITULO 4. CAMBIOS EN LA MACROESTRUCTURA DEL DRAE 1803-1899: LA INTERDEPENDENCIA ENTRE EL
DICCIONARIO Y LA ORTOGRAFÍA
corporación que reparara «este mal haciendo la revisión y la reforma de algunas de estas
reglas» (Sicilia 1827: 158). En la edición siguiente de su tratado publicado en 1832
reiteró el desacuerdo con esta norma.
También Bello (1835) se posicionó en contra de esta regla y la calificó, igual que
Sicilia (1827), como una moda nuevamente introducida. No obstante, igual que la
Academia, aceptaba la sustitución de x por s en algunos casos cuando estaban muy
extendidos en el uso:
Otra cosa tenemos que observar sobre la x, y es el abuso que modernamente
se ha introducido de pronunciar y escribir s por x […]. Cuando sigue
consonante, no se ofende tanto el oído; pero me parece preferible pronunciar,
y por consiguiente escribir, expectoracion, expectativa, expedir, &c.; porque
la práctica contraria tiene en contra el uso de las personas instruidas que no
se han dejado contajiar de la manía de las innovaciones, y porque de ella,
como ya ha notado el señor Sicilia, se seguiría que se confundiesen en la
pronunciacion y la escritura ciertos vocablos que solo distinguimos por una s
o x, como espectacion (de spectare) y expectacion (de expectare) […]. Mas
en algunas voces ha prevalecido la articulacion simple s, como en sesto,
pretesto, estraño, estranjero, estremo, estremidad, estremoso; vocablos en
que creo no se podria ya pronunciar la x de su oríjen sin recalcamiento
(Bello 1835: 6).
Dos años más tarde, en la octava edición del diccionario (1837), la Academia,
posiblemente a causa de las críticas recibidas, también rechazó la sustitución de x por s
seguida de consonante y se refirió expresamente a la sílaba ex 401. El párrafo del prólogo
dedicado a este fenómeno recuerda al redactado por Bello en su ortografía. En ambas
obras se calificaba esta práctica como una novedad minoritaria, es decir, sin difusión
generalizada. Asimismo, tanto Bello como la Academia, abogaban por la conservación
de la x debido a la confusión que generaría la sustitución por la sibilante en las palabras
que solamente se distinguían por estas grafías y que tenían diferente significado.
401
El rechazo de la simplificación de la sílaba ex debió estar bastante extendido en la época, pues
también Martínez de Noboa (1839), el «representante gramático de la gramática general o ideológica»
como lo definió Rosenblat (1951: CII), decidió mantener la x en el alfabeto expresamente para los
derivados con el prefijo ex.
479
CAPITULO 4. CAMBIOS EN LA MACROESTRUCTURA DEL DRAE 1803-1899: LA INTERDEPENDENCIA ENTRE EL
DICCIONARIO Y LA ORTOGRAFÍA
Otra novedad va introduciendo, de algunos años acá, la práctica de varios
impresores, y es la de escribir con es la sílaba ex, bien se halle en prinicipio
de diccion, como en extraño, experto, bien en medio de ella, como en
pretexto, contextura. Sin embargo no es tal ni tan calificada la generalidad
de esta alteracion, que se atrave la Academia á adoptarla, y mucho menos al
considerar que por ella se confunden voces de diferente significado; v. g. los
verbos espiar y expiar, y que só color de suavizar la pronunciacion de las
indicadas sílabas, se desvirtúa y afemina en cierto modo la noble y varonil
robustez en nuestro idioma (DRAE 1837: prólogo).
Las declaraciones del preámbulo hacían referencia al fenómeno en general y no
emanaban de los cambios del interior del diccionario, ya que la Academia ya prefería la
x en posición implosiva en casi todas las voces del lemario.
En la edición de 1843, en consonancia con las advertencias del prólogo de 1837,
todas las voces de nueva incorporación se escribieron con el grupo culto: extradición,
expurgo, expendición, expatriación, exclaustrado, excitante, excitación, excarceración,
excepcional, sobrexcedente. Las variantes con la grafía s no se recogieron en ninguna
edición del diccionario académico. No obstante, como la regla del prólogo solamente se
refería a la sílaba ex, se conservaron en el lemario las voces que habían sustituido la x
por la s en la edición de 1817 (bisestil, mistion, misto, mistura, misturado, misturar,
misturero).
Posteriormente, en el Prontuario de ortografía (1844-1866) se reafirmó la
preferencia de conservar la x cuando concurría con otras consonantes. En esta ocasión,
se retractó la regla expuesta en la ortografía de 1815 y ya no se aludió, como en 1837,
solamente a la sílaba ex:
Cuando la x va despues de una vocal terminando sílaba; como en experto,
extraño, suelen algunos poner una s en su lugar, y aun la Academia aprobó
tal sustitución, atendiendo á la mayor suavidad de esta consonante; pero ya
con mejor acuerdo ha creido que debe mantenerse el uso de la x en los casos
dichos, por tres razones: primera, por no apartarse sin utilidad notable de su
etimología; segunda, por juzgar só color de suavizar la pronunciacion
castellana de aquellas sílabas se desvirtúa y afemina; tercera, porque con
dicha sustitucion se confunden palabras de distinto significado, como los
verbos expiar y espiar que significan cosa muy diversa (Prontuario de
ortografía 1845: 17).
480
CAPITULO 4. CAMBIOS EN LA MACROESTRUCTURA DEL DRAE 1803-1899: LA INTERDEPENDENCIA ENTRE EL
DICCIONARIO Y LA ORTOGRAFÍA
Como se puede observar, la Academia volvió a acogerse al criterio etimológico
para mantener su postura ortográfica.
En esta época los ortógrafos rechazaban en algunas voces la conservación de x.
Este es el caso de Salvá (1846), Domínguez (1846-47) o Cubí y Soler (1852). Salvá, por
ejemplo, consideraba que la Academia había retrocedido queriendo conservar la grafía x
delante de consonante y, por ello, añadió que «no lo pronuncia de seguro ninguno de sus
individuos» (Salvá 1846: XIX). Asimismo, también rechazó el argumento que se ofrecía
en el prólogo de la edición de 1837 sobre la confusión de los términos con distinto
significado (expiar y espiar 402). Por último, criticó la falta de sistematicidad en seguir
su propio criterio, ya que se recogieron en el diccionario voces como escoriacion,
escoriar, mistifori, mistilíneo, misto, etc., las cuales debían escribirse con x, «que es
como en latin y en romance se escriben y pronuncian mas de ordinario estas palabras»
(Salvá 1846: XX). La Academia añadió las variantes con el grupo culto en la edición del
diccionario de 1869 y además suprimió del lemario las formas escoriar y escoración,
las cuales se volvieron a registrar en la siguiente de 1884. Todas estas palabras han
convivido con la voz con el grupo culto hasta la actualidad.
Igual que su coetáneo Salvá, Domínguez tampoco aceptó la conservación de la x
delante de consonante, y así lo manifestó en el artículo dedicado a esta letra, en el cual,
además, criticaba duramente a la Academia:
La pronunciación de la x, […] no la citamos antes de consonante, por haberla
suprimido (de motu-propio [sic]) á causa de su redundancia y exageración
enfática y de mal gusto: como se percibe en las palabras extension, extásis,
extraordinario; y en muchísimas otras donde hemos sustituido la x con la s,
como de mas natural, sencillo y fluido sonido, diciendo estension, estásis,
estraordinario, etc. La Academia, sin embargo, como apegada a los rancios
402
Salvá indicó sobre estos términos que «es muy singular que la Academia se pare en el doble
significado que cabria al verbo espiar, cuando la mayor parte de nuestras palabras tienen dos ó mas, muy
distintos entre sí, y algunos del todo contrarios. Alquilar es dar y tomar en alquiler, compadecer tener y
excitar compasión, […]. Si tanta predileccion merece á la Academia el verbo expiar, ¿que obstáculo hay
para señalarlo como una excepcion de la regla general?» (Salvá 1846: XIX).
481
CAPITULO 4. CAMBIOS EN LA MACROESTRUCTURA DEL DRAE 1803-1899: LA INTERDEPENDENCIA ENTRE EL
DICCIONARIO Y LA ORTOGRAFÍA
usos y prácticas antiguas, continua usando la x por la s antes de consonante
(Domínguez 1846-47: s. v. x).
Debido a ello, Domínguez recogió en el Diccionario Nacional (1846-47) todas las
voces escritas con la sílaba es seguida de consonante (estinguible 403, estraordinario,
estrás 404, estratémpora, estravagar, estravagante, etc.) (cfr. Quilis Merín 2008).
A pesar de las discusiones sobre la conservación de x seguida de consonante, y la
preferencia de algunos ortógrafos por la sustitución, la Academia se mantuvo firme en
su criterio e, incluso, en la edición del diccionario de 1869 se recuperaron voces con la
combinación consonántica que habían sido eliminadas en ediciones anteriores: bisextil,
excoriación, excoriar, mixtifori, mixturero, mixtión, mixtura, mixto, mixturar. Además,
en la edición del diccionario de 1884 se cambió la grafía de algunos términos que se
habían escrito con s desde el Diccionario de autoridades: expancimiento, expancirse,
expandir, excandecer, excandecencia 405.
En la representación de -x+C- parece haber existido una lucha entre la preferencia
de la Academia y la de los ortógrafos coetáneos, los impresores y el uso generalizado en
la sociedad. A principios del siglo XIX, la Academia hizo frente al uso extendido, como
anuncia en su ortografía de 1815, y decidió aceptar la sustitución de x por s en algunos
casos, aunque en el diccionario no incluyó ninguna voz con la simplificación propuesta
en la ortografía. Por lo tanto, solamente aceptó la sustitución en el plano teórico, puesto
que en el diccionario las voces seguían apareciendo escritas con x, excepto en 7 casos
(bisestil, mistion, misto, mistura, misturado, misturar, misturero). La aceptación de la
sustitución de x por s no estuvo vigente por mucho tiempo, puesto que, en 1837,
403
En la edición de 1852 del diccionario académico se registra la forma estinguible, aunque se trata de
un error, ya que se advierte de ello en la fe de erratas y aparece en el lugar alfabético que le corresponde a
extinguible.
404
Estrás, perteneciente al ámbito de la minería y con el significado de «sustancia que se usa para
imitar las piedras preciosas» (Domínguez 1846-47: s. v. estrás), no se registra en ninguna edición del
diccionario académico ni escrita con s ni con x. Sí aparece, en cambio, escrita con x en el diccionario de
Núñez de Taboada (1825).
405
Los términos excandecer y excandecencia se registraron con s en el lemario de la edición de 1884.
No obstante, se trata de una errata que fue advertida en la fe de erratas de esta misma edición. En 1899
estas voces ya aparecieron escritas con x.
482
CAPITULO 4. CAMBIOS EN LA MACROESTRUCTURA DEL DRAE 1803-1899: LA INTERDEPENDENCIA ENTRE EL
DICCIONARIO Y LA ORTOGRAFÍA
posiblemente debido a las críticas recibidas por parte de algunos autores como Sicilia y
Bello, quienes defendieron la conservación del grupo culto, se rechazó el uso de la s en
estas combinaciones. No obstante, a mediados de siglo esta decisión contó con varios
detractores, como Salvá, Domínguez y Cubí y Soler, y no obtuvo un apoyo unánime
hasta finales del siglo XIX.
1.2.9.3. Recapitulación
El tratamiento en el diccionario de la Academia de los latinismos cuya forma contiene
grupos cultos ha ido variando durante todo el siglo XIX, período en el que se llevó a
cabo una reforma que afectó a la representación de algunas agrupaciones consonánticas.
Si bien es cierto que la evolución de cada grupo culto en el diccionario es muy variable,
a través de los datos analizados se ha observado un comportamiento análogo en las
agrupaciones -ct- y -sc-, por un lado, -bs+C-, -pt- y -ns+C-, por el otro, y -x+C-, que
presenta un comportamiento distinto.
Por un lado, se puede concluir que los grupos cultos -ct- y -sc- ya habían fijado su
uso en el siglo XIX, a pesar de la dificultad de ofrecer una regla ortográfica, ya que su
escritura se guiaba por el uso establecido en la sociedad y las costumbres escriturarias.
En las primeras ediciones del siglo era posible encontrar en el diccionario la forma con
el grupo culto y la simplificada, aunque marcada como antigua la variante no preferida
por la Academia. En el caso de la agrupación -sc- se solía optar por la simplificación,
especialmente en los verbos terminados en -ecer (florecer, prevalecer, reconocer, etc.).
Por otro lado, la representación de los grupos -bs+C-, -pt- y -ns+C- ha pasado por
tres etapas distintas en las diez ediciones del diccionario publicadas en el siglo XIX:
DRAE 1803, 1817-1852 y 1869-1899. En la primera fase (DRAE 1803), siguiendo las
directrices de las ortografías y diccionarios del siglo XVIII de carácter etimologista, se
dio preferencia a la forma con el grupo culto. En la segunda etapa (DRAE 1817-1852),
que parte de la ortografía de 1815, se otorgó mayor prioridad a la pronunciación y, por
lo tanto, la palabra con la simplificación era la forma preferida. Es por este motivo por
483
CAPITULO 4. CAMBIOS EN LA MACROESTRUCTURA DEL DRAE 1803-1899: LA INTERDEPENDENCIA ENTRE EL
DICCIONARIO Y LA ORTOGRAFÍA
el que se incluyeron variantes con la reducción del grupo consonántico y en algunas
ocasiones incluso se reemplazó una forma gráfica por la otra (obscurar > oscurar,
septuagésima > setuagésima, substancialmente > sustancialmente, transferidor >
trasferidor, etc.). En la última fase, que comprende las tres ediciones de final de siglo
(DRAE 1869-1899), se volvió a cambiar la preferencia a favor de la forma con la
agrupación consonántica. A consecuencia de ello, se incluyeron en el diccionario
variantes gráficas con el grupo culto que habían sido suprimidas en la quinta edición del
diccionario (DRAE 1817).
Finalmente, la combinación consonántica culta -x+C- presenta un comportamiento
distinto a los grupos comentados anteriormente. Como ya se ha señalado, la escritura y
pronunciación de x en posición de coda silábica seguida de consonante ha sido una de
las cuestiones más discutidas por los ortógrafos del siglo XIX. En su representación han
predominado distintos criterios que se han visto reflejados en el tratado ortográfico,
aunque no siempre se han puesto en práctica en el diccionario. En la primera ortografía
del siglo XIX, publicada en 1815, se permitió la simplificación del grupo consonántico
basándose en el uso generalizado en la sociedad. Sin embargo, la mayoría de las voces
propuestas en la obra ortográfica nunca se llegaron a incluir en el diccionario académico
(estraño, estranjero, etc.). Esta regla fue refutada por Sicilia (1827) y Bello (1835) y,
posteriormente, por la propia Academia (DRAE 1837) quien rechazó la sustitución de s
por x seguida de consonante, primero en la sílaba ex y posteriormente, en el Prontuario,
en todas las combinaciones. Esta reforma ortográfica contó con varios detractores a
mediados de la centuria, como, por ejemplo, Salvá y Domínguez, y no obtuvo un apoyo
unánime hasta finales del siglo XIX.
Es importante hacer referencia a los arcaísmos gráficos en relación con los grupos
cultos. En la edición del diccionario de 1803, en contra de lo que se había señalado en el
prólogo, pues se pretendía simplificar la escritura, se admitieron un abundante número
de variantes antiguas portadoras de grupos cultos (aborrescedor, indinación, juncto,
sancto, solene, subjectador, subjecto, etc.) posiblemente como consecuencia de uso en
textos antiguos (cfr. Clavería 2020: 29). Por lo tanto, se advierte una oposición entre las
484
CAPITULO 4. CAMBIOS EN LA MACROESTRUCTURA DEL DRAE 1803-1899: LA INTERDEPENDENCIA ENTRE EL
DICCIONARIO Y LA ORTOGRAFÍA
reglas ortográficas y la selección de entradas del diccionario. Prácticamente todas estas
variantes formales se eliminaron del lemario en las tres ediciones siguientes (18171832).
2. CONTRIBUCIÓN DE LAS EDICIONES DEL DICCIONARIO DEL SIGLO XIX EN EL PROCESO DE
FIJACIÓN ORTOGRÁFICA
La perspectiva de análisis que se ha adoptado en la elaboración de este segundo bloque
permite conocer la significación que cada una de las diez ediciones del diccionario
académico publicadas en el siglo XIX ha tenido para la fijación ortográfica del español.
En el capítulo 2 se expuso que en los estudios de Martínez Alcalde (2006, 2007, 2010a,
2010b) y Quilis Merín (2010a, 2010b, 2013a y 2013b), entre otros, se ha demostrado
que los repertorios lexicográficos, como fuentes indirectas 406, se muestran útiles para la
constatación de los cambios fónicos y gráficos en la historia del español. Este enfoque
es el que se ha seguido en Terrón (2018a y 2019) y el que se adopta también en este
apartado.
El epígrafe consta de diez subapartados, uno por cada edición. Los subepígrafes
van precedidos de una introducción en la que se señalan las características generales de
cada una de las ediciones. A continuación, se indican brevemente los fenómenos que
presentan variabilidad ortográfica y se proporcionan algunos ejemplos representativos,
los cuales han sido analizados pormenorizadamente en el primer bloque del presente
capítulo. Finalmente, en el último subapartado (§ 2.11.), se establece una comparación
entre las diez ediciones de la obra lexicográfica que ha permitido descubrir las líneas
evolutivas de la ortografía académica del siglo XIX.
406
Quilis Merín utiliza la denominación fuente indirecta para los diccionarios, puesto que «no tienen
como objetivo principal mostrar la realidad fónica de la lengua sino los elementos significativos» (Quilis
Merín 2013a: 491), a diferencia de las fuentes ortográficas y gramaticales (véase capítulo 2, § 1.).
485
CAPITULO 4. CAMBIOS EN LA MACROESTRUCTURA DEL DRAE 1803-1899: LA INTERDEPENDENCIA ENTRE EL
DICCIONARIO Y LA ORTOGRAFÍA
2.1. DRAE 1803 (4.ª edición)
La cuarta edición del diccionario académico (1803) se publicó once años después de la
séptima edición de la ortografía (1792). Esta se imprimió, igual que las tres anteriores
(1770, 4.ª edición, 1775, 5.ª edición y 1779, 6.ª edición), sin alteraciones significativas
en las reglas de escritura, pues las reformas de más transcendencia se habían llevado a
cabo en las tres primeras ediciones publicadas en 1741, 1754 y 1763 (véase capítulo 3).
Dentro de la historia de la ortografía, esta época se caracteriza por la inexistencia de un
sistema ortográfico del español unitario (cfr. Martínez de Sousa 1991; Martínez Marín
1992; Martínez Alcalde 2007, 2010a; Maquieira 2011). A pesar de la influencia ejercida
por la Academia, «existieron, como en etapas anteriores, propuestas que intentaban fijar
la ortografía del castellano siguiendo criterios no siempre coincidentes con el
académico» (Martínez Alcalde 2010a: 28). Por lo tanto, el período que transcurre desde
1763, última edición de la ortografía académica con modificaciones relevantes en las
reglas, hasta 1803 es bastante prolongado si se tiene en cuenta que existían alternativas
ortográficas a las propuestas por la corporación.
A diferencia de lo que se ha sostenido en otros estudios (cfr. Abad 1998 y Alcoba
2012), en los que se caracteriza esta edición del diccionario como iniciadora de una
segunda etapa dentro de la periodización de la ortografía académica, los resultados
obtenidos en el análisis permiten concluir que, en realidad y atendiendo a la grafía,
presenta un carácter dual que la ubica a caballo entre el siglo XVIII y el comienzo de un
nuevo rumbo en la ortografía de la Academia. Esta dualidad se observa, por un lado, en
que en esta edición se pusieron en práctica algunas reglas ortográficas que se habían
propuesto en las ortografías de la centuria anterior y, por el otro, en el distanciamiento
respecto de estas obras debido a las innovaciones ortográficas introducidas, algunas de
las cuales se anunciaron en el prefacio del repertorio posiblemente por la falta de una
ortografía reciente. También en esta edición del diccionario se suprimieron formas no
preferidas por la Academia, normalmente contrarias a la grafía del étimo, que se habían
ido incluyendo desde el Diccionario de autoridades. Esta manera de actuar implica un
cambio de actitud respecto al tratamiento de las variantes formales en uso en la obra
486
CAPITULO 4. CAMBIOS EN LA MACROESTRUCTURA DEL DRAE 1803-1899: LA INTERDEPENDENCIA ENTRE EL
DICCIONARIO Y LA ORTOGRAFÍA
lexicográfica. Sin embargo, el lemario se amplió con arcaísmos gráficos escritos según
las normas de ortografía de la época, hecho que entra en contradicción con el objetivo
de simplificación de la ortografía anunciado en el prólogo.
2.1.1. Cambios en la escritura del fonema bilabial sonoro
Desde el Discurso proemial el criterio que primaba para la escritura de los vocablos con
b y con v era el etimológico. El empleo de este principio generó disconformidades entre
las formas extendidas en el uso y las que respetaban la etimología, por lo que se decidió
ofrecer en el diccionario distintas soluciones gráficas de una misma palabra con el
objetivo de reflejar la variedad existente en la escritura. En la edición de 1803 se
eliminaron del lemario variantes formales que, en general, eran las que no respetaban la
grafía del étimo que se había propuesto en el Diccionario de autoridades. Este es el
caso de la voz alcavala, que, siguiendo las hipótesis etimológicas expuestas en el
artículo lexicográfico de la variante alcabala, se debía escribir con b:
ALCABALA. […] Voz Arabe de Cabála, ò Cabéle, que (segun el P. Alcalá)
significa recibir, cobrar, ò entregar, añadido el artículo Al. Tambien puede
venir (segun Covarr.) de Gabál, que significa limitar, o tassar, añadido el
articulo Al, con la corrupcion de mutar la g en c, añadida la a en el final;
pero parece mas natural el primer origen: y atendido qualquiera de los dos,
parece debe escribirse con b, y no con v, como han usado algunos
(Diccionario de autoridades 1726-1770: s. v. alcabala).
La propia Academia señalaba en la definición de la voz la diversidad en el plano
gráfico de esta palabra y recomendaba, ciñéndose al origen etimológico, la forma con b.
Otros ejemplos de supresiones son las voces abahar, abucasta, abutarda, avarraz, etc.
Esta manera de proceder continuó en las ediciones siguientes del diccionario.
487
CAPITULO 4. CAMBIOS EN LA MACROESTRUCTURA DEL DRAE 1803-1899: LA INTERDEPENDENCIA ENTRE EL
DICCIONARIO Y LA ORTOGRAFÍA
2.1.2. Cambios en la escritura del fonema oclusivo velar sordo
En la cuarta edición del diccionario se intentó eliminar parte de la variación existente en
la representación del fonema oclusivo velar sordo. Por un lado, se excluyó la letra k del
abecedario castellano, como se había anunciado en el prólogo, aunque se mantuvo la
entrada como letra en el lemario para dar constancia de ella. La decisión de eliminar la
grafía k del alfabeto comportó cambios en la escritura de las voces que tenían esta letra
(alkermes > alquermes, kermes > quermes, kiries > quirie, etc.) y en los pocos casos en
que las dos variantes gráficas formaban parte de la nomenclatura se eliminó la forma
con k (alkalino/alcalino).
Por otro lado, también se rechazó el empleo del dígrafo ch en representación del
fonema oclusivo velar y se reservó exclusivamente para la articulación postalveolar
africada sorda. Como se ha expuesto en § 1.2.2.1., en la edición de la ortografía de 1754
se desaconsejó el uso de ch con valor velar, motivo por el que se cambió la grafía de ch
a c o qu en algunos términos del lemario de las ediciones de 1770 y 1780 (anachoreta >
anacoreta, anarchia > anarquía, antechoro > antecoro, etc.). La sustitución completa
se produjo en la edición de 1803 (almastech > almástec, chîmerico > quimérico,
chîmica > química), concluyendo, así, con la reforma que se había iniciado en la
ortografía de 1754. La exclusión del dígrafo ch con valor oclusivo velar supuso la
supresión del signo circunflejo que indicaba dicha pronunciación en todas las palabras
de la nomenclatura (châridad, Patriarchâ, Ezechîas, etc.).
2.1.3. Cambios en la escritura del fonema fricativo interdental sordo
Desde el Discurso proemial el empleo en la escritura de las grafías c y z estaba guiado
por el principio etimológico, por lo que en el Diccionario de autoridades se recogieron
vocablos escritos con z originarios, principalmente, del griego y del árabe (almazen,
azedar, azeite, azemila, azeña, gazela, trapezio, etc.). Este modo de proceder comportó
registrar en el lemario algunas formas gráficas posiblemente contrarias al uso extendido,
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CAPITULO 4. CAMBIOS EN LA MACROESTRUCTURA DEL DRAE 1803-1899: LA INTERDEPENDENCIA ENTRE EL
DICCIONARIO Y LA ORTOGRAFÍA
por lo que se decidió incluir también la otra variante gráfica, aunque con remisión a la
voz que se escribía con la grafía del étimo:
AZEITE. s. m. El liquór gruesso que se saca de las azéitúnas,
exprimiéndolas en los molínos ò prensas. Es voz Arábiga del nombre Zeit,
cuya raíz es el Hebreo Zaiit, que vale olíva, por lo que se debe escribir con z,
y non c (Diccionario de autoridades 1726: s. v. aceite).
ACEITE. Vease Azeite (Diccionario de autoridades 1726: s. v. azeite).
La variante gráfica azeite se eliminó del lemario en la segunda edición del
Diccionario de autoridades. Progresivamente, se fue restringiendo el empleo
etimológico de la z hasta utilizarse solamente en unas pocas voces afianzadas en el uso
(zelo, zizaña, etc.).
Al mismo tiempo que se limitó el uso etimológico de la z, en la edición de 1754
de la ortografía, se ofreció la posibilidad de utilizarla en los plurales y derivados cuya
base léxica se escribía con esta misma grafía, aunque se recomendaba el empleo de c:
paces, felices, felicidad, lucido, etc. (cfr. ORAE 1754: 79).
Los cambios que se produjeron de la edición del diccionario de 1803 respondían a
las reglas que se fijaron en las ortografías del siglo XVIII. Por un lado, se suprimieron
de la nomenclatura algunas variantes no preferidas por la Academia, mayoritariamente
escritas con z (zitara, zea, zebra, zelador, etc.), independientemente de la etimología.
Este hecho corrobora la pérdida de peso del criterio etimológico en las ortografías de la
Academia. Por otro lado, se cambió la grafía de c a z en las voces marzear y marzeado,
posiblemente como consecuencia de la opción de escribir con z los derivados cuya base
léxica tenía esta misma grafía. En esta línea se insertan las adiciones de las palabras
patimazizo y rebozito. Con la inclusión de estos términos, se inició una tendencia hacia
el uso de la grafía z delante de vocal palatal en las voces derivadas que continuó en las
primeras ediciones del diccionario publicadas en el siglo XIX.
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CAPITULO 4. CAMBIOS EN LA MACROESTRUCTURA DEL DRAE 1803-1899: LA INTERDEPENDENCIA ENTRE EL
DICCIONARIO Y LA ORTOGRAFÍA
2.1.4. Cambios en la escritura de la h
Las reglas ortográficas en la escritura de la grafía h se fijaron en las primeras ortografías
de 1741 y 1754 y se mantuvieron sin alteraciones en el resto de las ediciones publicadas
en el siglo XVIII. Estas pautas se regían por el criterio etimológico de las voces. En
casos de vacilación tanto en la etimología como en las autoridades se registraban las dos
variantes en el lemario. Este es el caso de los términos ahun/aun:
AHUN. […] adv. Lo mismo que todavia, ò tambien. Débese escribir Aun; si
bien algunos Autóres lo escriben con h, pero sin necessidád (Diccionario de
autoridades 1726: s. v. ahun).
Otros ejemplos son acia/hacia, ahunque/aunque, arpon/harpon, haber/aver, etc.
Algunas de estas variantes gráficas se eliminaron de la nomenclatura en la edición
del diccionario de 1803, las cuales eran de diversa índole: 1) formas que seguían en su
escritura el origen etimológico y que no estaban extendidas en el uso: ahun, ahunque,
etc.; 2) formas contrarias al origen etimológico: abito, acinar, aver, amadriades,
hortiga, etc.; 3) variantes de arabismos sin h: alaja, alania, alaraca, albaca, etc.; y 4)
palabras que procedían de una f- latina de las que, en el diccionario, se recogía una
variante sin h: alcon, aldear, arija, ollejo, etc.
Es destacable en esta edición la inclusión de variantes antiguas (cfr. Jiménez Ríos
2001: 50) con f- en cuya definición se remitía a la forma escrita con h: fediondo,
fenchidor, fedor, fembra, fenchir, fendedura, etc.; algunas de estas entradas todavía se
mantienen en la actualidad como prolongación de las decisiones acordadas en esta
edición.
2.1.5. Cambios en la escritura de los dígrafos con h
En la cuarta edición del diccionario se finalizó con la reforma que atañía a la supresión
de los dígrafos con h (ph, th y rh). En la ortografía de 1754 se decidió prescindir del
empleo de th y rh y sustituir, en algunos términos que no estuviesen consolidados en el
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CAPITULO 4. CAMBIOS EN LA MACROESTRUCTURA DEL DRAE 1803-1899: LA INTERDEPENDENCIA ENTRE EL
DICCIONARIO Y LA ORTOGRAFÍA
uso, el dígrafo ph por la grafía f (alephanginas > alefanginas, adephesios > adefesio,
delphin > delfin, etc.) (véase § 1.2.7.1.). La sustitución completa de ph por f se llevó a
cabo en 1803, concluyendo, así, con la reforma que se había iniciado en 1754. En esta
edición se eliminaron de la nomenclatura todas las variantes escritas con el dígrafo ph y
se mantuvieron las formas con f (amphiteatro/anfiteatro, amphibio/anfibio, etc.); se
modificó, además, la escritura de todas las voces que constaban en el diccionario con la
grafía ph- (phase > fase, philaucia > filaucia, etc).
2.1.6. Cambios en la escritura de las consonantes dobles
El rechazo de las consonantes geminadas en la escritura ya estaba bastante consolidado
en el siglo XVIII, puesto que así se había decidido desde la ortografía de 1763, aunque
se aceptaba la doble n en voces derivadas (innegable, connato, ennudecer, etc.). A pesar
de ello, en las ediciones del diccionario publicadas en el siglo XVIII era posible hallar
en el lemario variantes gráficas con consonantes dobles, las cuales se justificaban, por lo
general, por el origen etimológico. En la edición del diccionario de 1803 se empezaron a
eliminar todas estas formas de la nomenclatura, la mayoría con doble n (annexar,
anniaga, anniversario, annual, annotacion, etc.), aunque también con bb y mm (abbat,
ammos). El mayor número de supresiones se llevó a cabo en 1822 (véase § 2.3.5.).
2.1.7. Cambios en la escritura de los grupos consonánticos cultos
La cuarta edición del diccionario sigue la tendencia de las ortografías del siglo XVIII,
en las que se había decidido conservar, a excepción de los casos afianzados en el uso,
los grupos consonánticos cultos. Esto se demuestra con la incorporación de voces con el
grupo culto (obscuración, obscurado, obedescer, reconoscer, etc.), siguiendo la línea de
actuación del Diccionario de autoridades y de las primeras ediciones del diccionario
usual. Algunas de estas voces introducidas en el lemario eran variantes arcaicas que
conservaban la grafía antigua. Como ha demostrado Jiménez Ríos (2001: 49-50), hasta
la cuarta edición del diccionario existía un interés por recoger palabras arcaizantes en el
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CAPITULO 4. CAMBIOS EN LA MACROESTRUCTURA DEL DRAE 1803-1899: LA INTERDEPENDENCIA ENTRE EL
DICCIONARIO Y LA ORTOGRAFÍA
lemario. Por este motivo se recuperaron términos portadores de grupos cultos que ya
habían fijado su uso en siglos anteriores. Este es el caso de la combinación culta -nct(juncto, puncto, sancto, sanctiguar, sanctuario, etc.), rechazada desde el Discurso
proemial, de vocablos con la simplificación del grupo -gn- (indinación, sinificanza, etc.)
y -mn- (solene, solenizar, etc.) y de voces que ya estaban consolidadas en el uso pero
que añadieron una forma arcaica (delicto, otubre, perfeto, subjectar, etc.). Todas estas
variantes fueron eliminadas del diccionario en las ediciones de 1817 y, en especial, en la
de 1822 y 1832.
2.1.8. Recapitulación
Las modificaciones en materia ortográfica que se introdujeron en la cuarta edición del
diccionario académico la posicionan a caballo entre el siglo XVIII y el comienzo de un
nuevo período en la ortografía de la Academia.
Por un lado, se siguió la misma línea de actuación que en las ediciones publicadas
en el siglo XVIII en el tratamiento de los dígrafos con h, de las consonantes geminadas
y de los grupos consonánticos cultos. Se trata, en estos casos, de fenómenos que fijaron
su uso en las primeras ediciones de la ortografía y que se aplicaron paulatinamente en el
repertorio léxico. En este sentido, se evidencia la continuidad con la centuria anterior.
Asimismo, igual que en las ediciones anteriores, se continuó con la inclusión de formas
arcaicas en el lemario (cfr. Jiménez Ríos 2001: 49-50), un procedimiento recurrente en
la práctica académica y que tiene implicaciones en la ortografía, puesto que supone la
recuperación de variantes escritas según las normas ortográficas de otras épocas y que
conviven en el diccionario con la forma actual. Se crea, por lo tanto, una oposición entre
las reglas ortográficas de la Academia cuyo objetivo es simplificar la ortografía y la
selección del lemario. La mayoría de arcaísmos gráficos se eliminaron del diccionario
en las ediciones siguientes (1817-1832).
Por otro lado, esta edición se distancia del sistema dieciochesco en la supresión de
variantes gráficas no preferidas por la Academia que habían sido introducidas en el
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CAPITULO 4. CAMBIOS EN LA MACROESTRUCTURA DEL DRAE 1803-1899: LA INTERDEPENDENCIA ENTRE EL
DICCIONARIO Y LA ORTOGRAFÍA
Diccionario de autoridades, a pesar de que muchas seguían el origen etimológico, y en
la posibilidad de emplear la grafía z independientemente del criterio etimológico. La
supresión de estas variantes corrobora la pérdida de peso de este principio en la doctrina
académica. Esta forma de proceder se siguió en las ediciones posteriores.
2.2. DRAE 1817 (5.ª edición)
La quinta edición del diccionario es una de las más importantes en materia ortográfica,
puesto que en ella se pusieron en práctica las reformas que se habían introducido en el
tratado ortográfico de 1815. Esta ortografía, así se ha afirmado en diversos estudios
(Martínez de Sousa 1991; Alcoba 2007; Quilis Merín 2009; García Santos 2011;
Martínez Alcalde 2012; Terrón 2018a), marcó un hito en la historia de la ortografía del
español y con ella se inició una nueva etapa dentro de la ortografía académica.
Como se ha señalado en el capítulo 3, fueron abundantes las innovaciones que se
incluyeron en 1815 con el objetivo de simplificar la ortografía y eliminar parte de la
variación existente en la representación gráfica de algunos fonemas. Las nuevas reglas
provocaron cambios de primer orden en la macroestructura de la edición del diccionario
de 1817 estableciendo, así, una armonía entre ambas obras. No obstante, en unos casos,
debido a la celeridad con la que se elaboró esta versión del repertorio y, en otros, por las
vacilaciones que generó la aplicación de ciertas reglas y las excepciones derivadas del
uso establecido en la sociedad, algunas modificaciones no se aplicaron de manera
sistemática a todas las voces del lemario. Este hecho supuso la inclusión de numerosas
variantes gráficas, algunas de las cuales solamente se registraron en esta edición.
Finalmente, cabe destacar que en el prólogo del diccionario se recogieron algunas
nuevas recomendaciones con las que se pretendía simplificar todavía más el sistema
ortográfico del español. En este sentido, la Academia dejó abiertas las puertas a futuras
reformas que nunca se impusieron como norma en las ortografías, aunque sí cuajaron en
algunas pocas voces de la nomenclatura del diccionario. Por lo tanto, todos los cambios
que se produjeron tenían el objetivo principal de facilitar la escritura.
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CAPITULO 4. CAMBIOS EN LA MACROESTRUCTURA DEL DRAE 1803-1899: LA INTERDEPENDENCIA ENTRE EL
DICCIONARIO Y LA ORTOGRAFÍA
2.2.1. Cambios en la escritura del fonema vocal cerrado anterior
A finales del siglo XVIII la y se empleaba con valor vocálico en tres distribuciones: 1)
en los diptongos decrecientes (ayre, bayle, buey, ley, peyne, etc.), 2) en la conjunción
copulativa y 3) en inicio de palabra en los textos manuscritos.
En la edición de la ortografía de 1815 se restringieron los usos de la y como vocal,
puesto que se rechazó su empleo en los diptongos decrecientes, a excepción, debido a
las costumbres afianzadas en la sociedad, de aquellos que se hallaban en posición final
de dicción (hay, ley, estoy, muy). Esta modificación se puso en práctica en la edición del
diccionario de 1817, por lo que se sustituyó la grafía y por i de manera sistemática en
todos los términos del lemario en los que el diptongo aparecía en posición inicial e
interior (afraylar > afrailar, buytre > buitre, conreynar > conreinar, etc.). Con esta
alteración se fijó el uso de la y cuyo empleo no ha variado desde entonces.
2.2.2. Cambios en la escritura del fonema bilabial sonoro
Las reglas para el empleo en la escritura de b y v expuestas en las ortografías del siglo
XVIII se mantuvieron en la octava edición con ligeras variaciones, por lo que seguían
existiendo fluctuaciones en la escritura de algunas palabras derivadas, en su mayoría, de
la conciliación entre el criterio etimológico y el del uso. Estas inseguridades se reflejan,
por un lado, en la inclusión de variantes gráficas en el diccionario. De todas las
ediciones del siglo XIX, en la que más variantes se introdujeron fue en la de 1817
(aluvia, alabanco, bolatin, dovela, sabia, vesana, etc.) e, incluso, algunas solamente se
registraron en esta edición. Además, muchas de estas formas no se escribían de acuerdo
con las recomendaciones de la ortografía de 1815. Como se ha expuesto en el § 1.2.1.2.,
posiblemente la causa de estos desajustes entre el diccionario y la obra ortográfica fuera
la celeridad con la que se trabajó en el repertorio lexicográfico (cfr. Clavería 2018: 2425).
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CAPITULO 4. CAMBIOS EN LA MACROESTRUCTURA DEL DRAE 1803-1899: LA INTERDEPENDENCIA ENTRE EL
DICCIONARIO Y LA ORTOGRAFÍA
Por otro lado, la complejidad en el empleo de b y v también generó el cambio en
la escritura de algunas voces del lemario. Las alteraciones se debían, mayoritariamente,
a dos motivos: la escritura del étimo propuesto en el Diccionario de autoridades y la de
la base léxica en los derivados y compuestos. Este es el caso, por ejemplo, del cambio
en el sustantivo almogarabe cuyo étimo, según la hipótesis etimológica de la obra, se
escribía con b: «Es voz árabe, compuesta del artículo al, de mo, partícula formativa de
nombre, y del verbo gabar, que significa pasar ó transitar de una parte á otra»
(Diccionario de autoridades 1770: s. v. almogavar). Otros ejemplos son abeso > aveso,
atavillar > atabillar, etc.
Los cambios entre b y v afectaron en esta edición a unas pocas voces del lemario y
se produjeron en todas las ediciones del siglo XIX.
2.2.3. Cambios en la escritura del fonema oclusivo velar sordo
En la ortografía de 1815 se propuso una reforma respecto a la representación del fonema
oclusivo velar sordo con el objetivo de simplificar la ortografía castellana. En esta obra,
se decidió utilizar la q solamente para las combinaciones que y qui y reservar la c para
el resto de las distribuciones (ca, co, cu). Como consecuencia de esta regla, en la
edición del diccionario de 1817 se modificó la grafía q por c en todas las voces en las
que la u que seguía a la q se pronunciaba (aquosidad > acuosidad, pasquilla >
pascuilla, qual > cual, etc.). El cambio, por lo tanto, afectó a todas las palabras que
constaban en el diccionario con estas características.
El empleo de la letra q (qu) exclusivamente combinado con las vocales palatales
se ha mantenido vigente hasta la actualidad.
2.2.4. Cambios en la escritura del fonema fricativo interdental sordo
En el prólogo de la edición del diccionario de 1817 se mostró la discrepancia con la
norma de la ortografía de 1815 en la que se rechazaba el uso de la z en los plurales y
derivados de las voces cuya base léxica se escribía con esa misma grafía.
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CAPITULO 4. CAMBIOS EN LA MACROESTRUCTURA DEL DRAE 1803-1899: LA INTERDEPENDENCIA ENTRE EL
DICCIONARIO Y LA ORTOGRAFÍA
Otro tanto viene á suceder con las letras c y z. La Academia preferiría que se
escribiesen con esta última las dicciones que la tienen en su raiz, como
pazes, felizes; pero en este y otros casos hay diversidad entre los dóctos, el
uso flúctua, y la Academia que puede dirigirlo, no tiene derecho por sí sola
para fijarlo. Es de desear que la práctica comun y general señale y establezca
reglas sencillas, uniformes é inalterables en esta materia (DRAE 1817:
prólogo).
Estas declaraciones eran contrarias a las de la ortografía. A pesar de ello, en la
edición de 1817 se incluyeron 3 variantes gráficas con z (almazen, desbroze, nizeno) y
se modificó la escritura de c por z en 5 voces (adacilla > adazilla, algecero > aljezero,
aljeceria > aljezeria, atenacear > atenazear y atenaceado > atenazeado). En estos
casos se homogeneizó la grafía, por un lado, con la del primitivo (atenazear, de tenaza)
y, por el otro, con la del étimo que se había propuesto en el Diccionario de autoridades.
Esto ocurre en la voz almazen:
ALMAZEN. […] Es voz tomada del Arabigo Mahzen, o Mahzin, según el P.
Alcalá, que vale esto mismo, por lo qual se debe escribir con z, y no con c,
como lo trahen algunos, y añadido el articulo Al se formó Almahzén, y
despues quitada la h quedó Almazén (Diccionario de autoridades 1726: s. v.
almazen).
Las modificaciones de c a z fueron en unos pocos vocablos y no todas seguían
esta misma línea de actuación, puesto que en algunas palabras se alteró la grafía a c a
pesar de escribirse con z en su lengua de origen, como en gaceta:
GAZETA. s. f. Sumario o relación que sale todas las semanas o meses, de
las novedades de las Provincias de la Europa, y algunas del Asia y África. Es
tomado del Italiano Gazzeta, que significa esto mismo, por cuya razón se
debe escribir con z, y no con c, como hacen algunos (Diccionario de
autoridades 1734: s. v. gazeta).
Otros ejemplos son los vocablos gazel > gacel y gazela > gacela. Por lo tanto,
siguiendo el acuerdo de la ortografía de 1815, la tendencia era la difusión de c delante
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CAPITULO 4. CAMBIOS EN LA MACROESTRUCTURA DEL DRAE 1803-1899: LA INTERDEPENDENCIA ENTRE EL
DICCIONARIO Y LA ORTOGRAFÍA
de vocal palatal, pero con cierto grado de variación que se mantuvo en las tres ediciones
siguientes.
2.2.5. Cambios en la escritura del fonema fricativo velar sordo
En el siglo XIX se produjeron una serie de alteraciones respecto al empleo de g, j y x
con el objetivo de simplificar el sistema ortográfico del español. La reforma de mayor
transcendencia tuvo lugar en la ortografía de 1815, en la que se redujo la x únicamente
para la pronunciación latina /ks/ y se mantuvieron las grafías g y j para representar el
fonema fricativo velar. Como consecuencia de esta norma, en la edición del diccionario
de 1817 se modificó la escritura de todas las voces en las que la grafía x representaba el
fricativo velar sordo (afloxar > aflojar, coxear > cojear, dixe > dige, enxebe > engebe,
luxuriar> lujuriar, roxo > rojo, etc.). Sin embargo, se exceptuó la posición de coda
final, puesto que en la ortografía de 1815 se le había atribuido la pronunciación latina
/ks/ (almoradux, balax, herrax, relox, etc.). Este cambio permitió descubrir dobletes
gráficos que estaban ocultos en una misma entrada en la edición de 1803 (anexo/anejo,
próximo/prójimo). La sustitución también afectó a palabras cuya pronunciación, según
la información que se proporcionaba en el propio diccionario, era /ks/ (coanexo, luxo,
galaxia, etc.).
A pesar de que se había reducido parte de la variación en la representación gráfica
del fonema fricativo velar sordo, seguían existiendo vacilaciones en el empleo de g y j
delante de vocal palatal. En la ortografía de 1815 se indicó que en estos casos se debía
recurrir al origen etimológico de los vocablos, a excepción de aquellos que ya hubieran
fijado su uso (cfr. ORAE 1815: 33). Posiblemente por las excepciones derivadas de esta
regla, en el prólogo de la edición del diccionario de 1817 se otorgó prioridad a la grafía j
y no se descartó una reforma en la que se excluyera la letra g. Esta innovación nunca
llegó a imponerse como norma en la ortografía, pero las modificaciones en las voces del
diccionario denotan la preferencia de la Academia por usar esta letra en representación
del fonema fricativo velar, independientemente de la etimología (algecero > aljecero,
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CAPITULO 4. CAMBIOS EN LA MACROESTRUCTURA DEL DRAE 1803-1899: LA INTERDEPENDENCIA ENTRE EL
DICCIONARIO Y LA ORTOGRAFÍA
algerife > aljerife, algezar > aljezar, aljonge > aljonje, etc.). Cabe destacar que,
aunque fue en el prólogo de 1817 donde se sugirió la prioridad de la j, el mayor número
de cambios a favor de esta grafía se produjo en las ediciones siguientes, especialmente
en la de 1832.
2.2.6. Cambios en la escritura de la h
Las pautas para el empleo de la grafía h en la escritura expuestas en las ediciones de las
ortografías del siglo XVIII se restringieron en la edición de 1815. La innovación más
notable fue la supresión de la h antihiática, y etimológica en muchos casos, en voces
como reprehender, según aparecía en el prólogo de la obra (cfr. ORAE 1815: XIII). Esta
reforma conllevó que en la edición del diccionario de 1817 se modificara la escritura de
términos con la combinación latina -he- (comprehender > comprender, dentrotraher >
dentrotraer, irreprehensible > irreprensible, reprehender > reprender, etc.).
Asimismo, destaca también esta edición por la inclusión en el lemario de variantes
gráficas de distinta índole, hecho que refleja la variación existente en el empleo de la h
(alhacranera, alhoncigo, moheda). Algunas de estas formas solamente se registraron en
1817.
2.2.7. Cambios en la escritura de los grupos consonánticos cultos
La preferencia por la conservación de los grupos consonánticos cultos explicitada desde
el Discurso proemial cambió en la ortografía de 1815 en la que se aceptó la reducción
de las combinaciones -bs+C-, -ns+C-, -pt- y -x+C-.
Las nuevas directrices se plasmaron en la quinta edición del diccionario. Por un
lado, se incluyeron variantes gráficas simplificadas de voces ya registradas en el lemario
(insustancial, suscripción, sustanciar, trascribir, trasmitir, setentrional, setiembre,
etc.). Por otro lado, en algunos casos la forma con la simplificación sustituyó a la que
tenía el grupo culto (bisextil > bisestil, intransmutable > intrasmutable, mixto > misto,
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CAPITULO 4. CAMBIOS EN LA MACROESTRUCTURA DEL DRAE 1803-1899: LA INTERDEPENDENCIA ENTRE EL
DICCIONARIO Y LA ORTOGRAFÍA
obscurar > oscurar, septenio > setenio, septuplo > setuplo, substancial > sustancial,
transferidor > trasferidor, etc.).
Cabe destacar que en esta edición se eliminaron arcaísmos gráficos que ya habían
fijado su escritura (efeto, fator, inteletual, lectuario, maltractar, etc.). Hay que notar que
algunas de estas formas se habían incorporado en la edición precedente con lo que
puede observarse el cambio de preferencias en la representación de los grupos cultos y
en el tratamiento de los arcaísmos gráficos.
2.2.8. Recapitulación
Los cambios que se introdujeron en la quinta edición del diccionario se derivaron de las
reformas de la ortografía de 1815, edición en la que tuvo lugar la modernización del
sistema ortográfico del español (cfr. Martínez Alcalde 2007 y 2010a; García Santos
2011; Terrón 2018a, etc.). Estas innovaciones, realizadas con el objetivo de simplificar
la ortografía, afectaron, principalmente, a aquellos fonemas que se representaban en la
escritura por más de una grafía. En este sentido, se redujo parte de la variación en la
representación del fonema fricativo velar sordo, puesto que la x se utilizó solamente
para la pronunciación latina /ks/, y se restringieron los usos de la y con valor vocálico y
de la h.
No obstante, a pesar de haber precisado las reglas en la edición de la ortografía de
1815, seguían existiendo vacilaciones, derivadas mayoritariamente de las costumbres
escriturarias, que afectaban a los vocablos con las grafías b y v, c y z, g y j y con grupos
cultos. Por este motivo, en el prólogo del diccionario se intentó ajustar más la relación
entre grafema y fonema. Por un lado, se otorgó preferencia a la letra j para representar el
fonema fricativo velar sordo y, por el otro, se sugirió emplear la z en las voces derivadas
cuya base tenía esta misma grafía, independientemente de la etimología de los vocablos.
Estas propuestas tuvieron consecuencias en el cuerpo de la obra, puesto que se modificó
la escritura de algunas palabras que aparecían registradas anteriormente con g y con c.
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CAPITULO 4. CAMBIOS EN LA MACROESTRUCTURA DEL DRAE 1803-1899: LA INTERDEPENDENCIA ENTRE EL
DICCIONARIO Y LA ORTOGRAFÍA
Respecto al uso de z, los cambios fueron mínimos, por lo que seguía prevaleciendo el
criterio de la ortografía, es decir, utilizar la c delante de vocal palatal.
La decisión respecto a los grupos cultos también se tomó en la elaboración del
diccionario, puesto que en la ortografía no se había rechazado ninguno, aunque se había
mostrado preferencia por la simplificación. La sustitución de la forma plena por la
simple solamente se realizó en algunas voces y en otras se conservó el grupo, pero con
remisión a la forma con la simplificación.
En definitiva, en la quinta edición del diccionario se ensayaron las modificaciones
propuestas en la ortografía de 1815, las cuales se fueron perfeccionando en las ediciones
siguientes. También es destacable el papel de esta edición en materia ortográfica, ya que
en el prólogo se dejó la puerta abierta a futuras reformas con las que se simplificarían
todavía más el sistema ortográfico del español.
2.3. DRAE 1822 (6.ª edición)
La sexta edición del diccionario académico se caracteriza por continuar con las reformas
ortográficas que se habían puesto en práctica en la precedente y que tenían su origen en
la ortografía de 1815. En 1820 se había publicado una nueva edición de este tratado,
pero sin apenas modificaciones. El objetivo principal del DRAE 1822 era concluir con
los cambios que se habían iniciado en 1817, por lo que las alteraciones ortográficas
fueron menores (35 cambios frente a 1405 en 1817); algunos, en realidad, pretendían
subsanar los descuidos de la edición anterior.
Además, el diccionario de 1822 comportó un nuevo rumbo en el tratamiento de
las variantes formales en desuso y que, por lo tanto, conservaban las grafías antiguas o
que no se ajustaban a las normas de pronunciación y ortografía de aquel momento. En el
prólogo del repertorio, se reflexionó desde un punto de vista normativo sobre el estatus
de estas formas:
Tambien ha prestado motivo para la supresion ó reforma de muchos artículos
la razon de que los diversos estados de pronunciacion y ortografía que
500
CAPITULO 4. CAMBIOS EN LA MACROESTRUCTURA DEL DRAE 1803-1899: LA INTERDEPENDENCIA ENTRE EL
DICCIONARIO Y LA ORTOGRAFÍA
padece una voz desde que sale de una lengua madre, de la latina por
ejemplo, hasta que se fija en un idioma vulgar como el castellano, no debe
mirarse como palabras diversas, bien se consideren la alteracion que con los
tiempo sufren las letras de un mismo órgano, como la e y la i, la o y la u, la b
y la p, la t y la d, y así otras, ó la torpe pronunciacion de la gente rústica por
el vicio contraído y aun casi peculiar de algunas provincias, ó la corrupcion
de los tiempos del mal gusto y de la decadencia de las letras (DRAE 1822:
prólogo).
De este modo se justificó la supresión de un copioso número de arcaísmos
gráficos o variantes en uso que no cumplían los estándares ortográficos normativos (cfr.
Jiménez Ríos 2001: 51 y 2019: 246; Lombardini 2011: 312; Terrón y Torruella 2019b:
111-117). En consideración de Clavería (2019a: 33), con estas eliminaciones de lemas
se «empieza a perfilar en el pensamiento lexicográfico académico un nuevo concepto de
norma léxica basado en la función del propio diccionario como instrumento normativo».
A pesar de que el mayor número de supresiones se corresponde con variantes en desuso
(cfr. Terrón y Torruella 2019b), existe una voluntad por erradicar todas las variantes
consideradas no normativas.
2.3.1. Cambios en la escritura del fonema fricativo interdental sordo
En el § 2.2.4. se ha explicado que en el prólogo de la edición del diccionario de 1817 se
había manifestado la preferencia por utilizar la z en las voces derivadas cuya base se
escribía con esta misma grafía. Esta recomendación se aplicó a unas pocas palabras del
lemario, pero la tendencia seguía siendo la difusión de la letra c delante de vocal palatal.
Posiblemente por ello en la edición de la ortografía de 1820 no se incluyó esta pauta.
En el diccionario de 1822 se produjeron 2 modificaciones en esta línea (arrozero
de arroz, cerezita de cereza). Además, se introdujo en el lemario el sustantivo navazero.
Sin embargo, también se añadieron otras voces con c a pesar de tener z en la base léxica
(tenacero de tenaz, lancetero de lanza, etc.). Este hecho denota el grado de variación
existente en el uso de c y z.
501
CAPITULO 4. CAMBIOS EN LA MACROESTRUCTURA DEL DRAE 1803-1899: LA INTERDEPENDENCIA ENTRE EL
DICCIONARIO Y LA ORTOGRAFÍA
2.3.2. Cambios en la escritura del fonema fricativo velar sordo
En la edición de 1822 se siguieron produciendo, igual que en la anterior, oscilaciones
entre las grafías g y j. Mayoritariamente las modificaciones tenían el objetivo, por un
lado, de enmendar los descuidos de 1817 (galaxia 1734-1803 > galajia 1817 > galaxia
1822-2014) y, por el otro, de homogeneizar la escritura de las voces de la nomenclatura
a las recomendaciones de la ortografía de 1815 (ingertar, ingerir, megilla, etc.). Los
cambios en esta edición del diccionario no denotan una preferencia por la grafía j,
incluso no se aplicó la regla propuesta en 1815 en la que se indicaba que se debían
escribir con j los derivados cuya base tenían esta misma grafía, ya que las sustituciones
se produjeron en las voces de la edición siguiente.
2.3.3. Cambios en la escritura del fonema vibrante múltiple
La vibrante múltiple en contexto intervocálico se representaba en la escritura con rr, a
excepción de aquellas voces prefijadas y compuestas cuyo segundo elemento se iniciaba
con r (buscaruidos, contrarestar, maniroto, prerogativa, etc.). No obstante, desde el
Diccionario de autoridades aparecen palabras escritas con rr formadas por el prefijo dey una base con r inicial (derrabar, derramar, derranchar). En la edición de 1822 se
modificó la escritura en cuatro términos con el prefijo de- que se hallaban registrados
solamente con una r (derriscar, derriscado, derraigamiento y derraigado).
2.3.4. Cambios en la escritura de la h
A pesar de no incluir ninguna regla nueva en la ortografía de 1820, las modificaciones
que se llevaron a cabo en las ediciones del diccionario de 1822 hasta1837 siguieron una
nueva línea de actuación respecto a la combinación h + ue, concretamente en las voces
derivadas con o- inicial inacentuada. En este sentido, en la sexta edición se eliminaron
las variantes horfandad y horfanidad a favor de las formas sin la h y se modificó la
escritura de los diminutivos orfanico, orfanillo y orfanito. Esta práctica se impuso como
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CAPITULO 4. CAMBIOS EN LA MACROESTRUCTURA DEL DRAE 1803-1899: LA INTERDEPENDENCIA ENTRE EL
DICCIONARIO Y LA ORTOGRAFÍA
norma en el Prontuario. En esta obra, en consonancia con el diccionario, se rechazó el
uso de la h en las voces compuestas y derivadas que modificaban el diptongo ue por una
o inicial (osamenta, orfandad, etc.).
2.3.5. Cambios en la escritura de las consonantes dobles
Desde la edición de la ortografía de 1763 se permitía únicamente la duplicación de las
consonantes c y n, esta última en voces formadas con prefijos acabados con esa misma
grafía cuya base tenía una n inicial (connatural, ennoblecer, innato, etc.). A pesar de
ello, en el Diccionario de autoridades y en las primeras ediciones del diccionario usual
se habían incluido variantes gráficas con consonantes dobles, las cuales se suprimieron
en las primeras ediciones del siglo XIX (1803, 1817 y 1822). En consonancia con las
declaraciones del prólogo, prácticamente todos los arcaísmos gráficos con consonantes
geminadas se eliminaron en la edición de 1822 (afecion, aledanno, cabanna, companna,
etc.).
2.3.6. Cambios en la escritura de los grupos consonánticos cultos
En la edición de 1822 se siguió con el mismo criterio de la precedente y, además de
añadir alguna variante con simplificación (sustituido), también se eliminaron formas
con el grupo consonántico culto (insubstancial, subscrito).
Asimismo, en esta edición del diccionario se continuaron suprimiendo variantes
arcaicas tanto con el grupo culto (contractado, maltractar, tractante, tractado) como
con simplificación de este (efeto, fator, fatura, perfeto, etc.). Destaca, además, la
supresión de formas con -sc- (perescer, acaescerse, obedescer, resplandescer, etc.), un
acuerdo que se había expuesto en el prólogo de la obra: «Otras voces se han suprimido
porque el uso antiguo las hacia mas ásperas y desabridas, interponiendo la s en los
verbos» (DRAE 1822: prólogo).
503
CAPITULO 4. CAMBIOS EN LA MACROESTRUCTURA DEL DRAE 1803-1899: LA INTERDEPENDENCIA ENTRE EL
DICCIONARIO Y LA ORTOGRAFÍA
2.3.7. Recapitulación
Las modificaciones que se llevaron a cabo en la sexta edición del diccionario siguieron
dos líneas distintas de actuación. En primer lugar, se continuaron aplicando las reglas de
la obra ortográfica de 1815 en voces cuya ortografía todavía no se ajustaba a las normas
del tratado. A este criterio responden, por lo general, los cambios entre g y j.
En segundo lugar, es innovadora esta edición en dos cuestiones. Por un lado, se
rechaza la h- en las voces compuestas y derivadas que modificaban el diptongo ue por
una o inicial, práctica que se impuso como norma en el Prontuario. Por otro lado, se
suprimen del lemario un elevado número de arcaísmos gráficos, mayoritariamente con
consonantes geminadas o con grupos cultos que ya habían consolidado su uso en épocas
anteriores. Esta práctica de selección de variantes implicó el inicio de un proceso de
estandarización ortográfica que se especificó en el prólogo y un decrecimiento de la
heterogeneidad del diccionario.
2.4. DRAE 1832 (7.ª edición)
En el prólogo de la séptima edición del diccionario se anunció que para la elaboración
de la obra se habían seguido las reglas de la ortografía académica cuya última edición se
había publicado en 1820, aunque sin apenas modificaciones respecto a la de 1815: «La
presente edición está ajustada á las reglas ortográficas de la Academia igualmente que
las anteriores» (DRAE 1832: prólogo).
A pesar de estas declaraciones, los cambios gráficos que se llevaron a cabo en el
diccionario evidencian el distanciamiento con las ortografías académicas anteriores. Por
un lado, una parte importante de las alteraciones ortográficas se derivaron de las
sugerencias expuestas en el preámbulo de 1817. Por otro lado, en la redacción de esta
edición se cambió de criterio respecto a la pronunciación y escritura de los vocablos
terminados en x, un fenómeno que fue muy discutido en la época.
504
CAPITULO 4. CAMBIOS EN LA MACROESTRUCTURA DEL DRAE 1803-1899: LA INTERDEPENDENCIA ENTRE EL
DICCIONARIO Y LA ORTOGRAFÍA
2.4.1. Cambios en la escritura del fonema bilabial sonoro
En la edición del diccionario académico de 1832 seguían existiendo, igual que en todas
las publicadas en el siglo XIX, vacilaciones en el empleo de las grafías b y v. A pesar de
que no fueron muy abundantes, se introdujeron en la nomenclatura algunas variantes
gráficas (billa, serva, serval, etc.) y se modificó la escritura de varias voces (absorber,
malvabisco, inmobil, requive, etc.). Algunas de estas alteraciones crearon un desajuste
con las recomendaciones de la ortografía (1815, 1820), por lo que los cambios
solamente fueron temporales. Este es el caso de los términos inmobil e inmobilidad,
derivados de móvil, escrito con v tanto en el tratado ortográfico como en el diccionario.
Cabe destacar que en el Diccionario de autoridades esta palabra aparecía registrada con
b atendiendo al origen etimológico que se ofrecía en el propio repertorio: «Viene del
Latino Mobilis». Seguramente la preferencia por la v de la ortografía motivó que los
vocablos inmóvil e inmovilidad volvieran a modificar su escritura en la décima edición
del diccionario, armonizando así los principios ortográficos de ambas obras.
2.4.2. Cambios en la escritura del fonema fricativo interdental sordo
Igual que en 1822 (véase § 2.3.1.), en esta edición también se llevaron a cabo algunos
pocos cambios a favor de la grafía z. En esta línea se insertan las modificaciones de los
diminutivos caperuzita, caperuzilla y caperuzeta, formados del sustantivo caperuza, y
la adición de la forma mazito, de mazo. No se siguió el mismo criterio en la escritura de
las voces de nueva incorporación ibicenco, pecera, placica y trocico cuyas bases eran
respectivamente los sustantivos Ibiza, pez, plaza y trozo. Estas modificaciones denotan
que, a pesar de que la tendencia era utilizar c delante de vocal palatal, existía variación
en su uso.
505
CAPITULO 4. CAMBIOS EN LA MACROESTRUCTURA DEL DRAE 1803-1899: LA INTERDEPENDENCIA ENTRE EL
DICCIONARIO Y LA ORTOGRAFÍA
2.4.3. Cambios en la escritura del fonema fricativo velar sordo
En la edición del diccionario de 1832 las normas para el empleo de g y j continuaban
siendo las mismas que para la de 1822, puesto que no se había publicado ninguna obra
ortográfica entre estas dos ediciones. Sin embargo, a diferencia de la edición anterior,
las alteraciones que se llevaron a cabo en el uso de estas dos grafías fueron abundantes
(264 frente a 15 en 1822) y todas a favor de la j, en consonancia con las declaraciones
del prólogo de 1817.
Algunas de las alteraciones respondían a la regla expuesta en la ortografía de 1815
en la que se indicaba que se debían escribir con j los derivados cuyo primitivo acababa
en ja y jo (golmajear, golmajería de golmajo, granjería, granjear, granjero de granja,
taronjil de taronja, etc.). Otras, en cambio, se insertaban en la sugerencia propuesta en
el prólogo de 1817 de utilizar la grafía j en el mayor número de casos. En este sentido,
se sustituyó de manera sistemática la g por la j de todas las voces terminadas en -aje
(balconaje, equipaje, fardaje, linaje, mensaje, pasaje, salvaje, etc.) y, por consiguiente,
en aquellas con la misma base léxica, pero con distintos sufijos derivativos (mensajera,
mensajería, pasajero, salvajería, salvajez, etc.).
Asimismo, y como novedad, a pesar de que las reglas vigentes seguían siendo las
de la ortografía de 1815, en esta edición se modificó la escritura a favor de la j en todas
las voces que tenían x en final de dicción y se correspondían con el fonema fricativo
velar sordo (boj, carcaj, erraj, gambaj, reloj, etc.). Esta práctica se impuso oficialmente
en el Prontuario de ortografía (1844).
2.4.4. Recapitulación
Las modificaciones en la escritura que se llevaron a cabo en la edición del diccionario
de 1832 demuestran las vacilaciones que existían en el empleo de las grafías b y v, c y z
y g y j. Respecto a este último par, se decidió restringir ampliamente el uso de la g para
representar el fonema fricativo velar y se utilizó la j, en consonancia con la propuesta
del prólogo de la edición de 1817. Además, también se usó esta letra en final de dicción,
506
CAPITULO 4. CAMBIOS EN LA MACROESTRUCTURA DEL DRAE 1803-1899: LA INTERDEPENDENCIA ENTRE EL
DICCIONARIO Y LA ORTOGRAFÍA
entrando en contradicción con la regla de la ortografía de 1815 en la que se atribuía la
pronunciación latina /ks/ a la x en esta distribución.
2.5. DRAE 1837 (8.ª edición)
La octava edición del diccionario se presentó en el propio prólogo como reformadora en
cuestiones ortográficas:
En lo que se echarán de ver algunas, aunque no muchas innovaciones, en la
parte ortográfica […] atendiendo al deseo y conveniencia general de
simplificar en lo posible la escritura de la lengua patria (DRAE 1837:
prólogo).
Las novedades en la ortografía, por lo tanto, seguían el principio de simplicidad
que se había manifestado en el prólogo de la quinta edición del diccionario 407.
Seguidamente, se exponían las novedades anunciadas, por lo que el preámbulo del
diccionario sirvió para difundir la norma ortográfica académica, posiblemente debido a
la falta de una ortografía reciente. Por un lado, se explicitó la preferencia de emplear la j
para representar el fonema fricativo velar sordo y no se descartó una futura reforma en
la que se excluyera definitivamente la g. Por otro lado, se reflexionó desde un punto de
vista normativo sobre la combinación consonántica -x+C-, un tema que generó bastante
debate en esos años (§ 1.2.9.2. F).
2.5.1. Cambios en la escritura del fonema bilabial sonoro
En la octava edición del diccionario, igual que en las anteriores, seguían existiendo las
vacilaciones en el empleo de las letras b y v. Este hecho se demuestra con la adición de
variantes gráficas en el lemario (galvánico y galvanismo), lo que evidencia la existencia
de diversos códigos ortográficos, y con los cambios en la escritura de algunos vocablos
407
En el prólogo de 1817 se indicó que «es de desear que la práctica comun y general señale y
establezca reglas sencillas, uniformes é inalterables en esta materia».
507
CAPITULO 4. CAMBIOS EN LA MACROESTRUCTURA DEL DRAE 1803-1899: LA INTERDEPENDENCIA ENTRE EL
DICCIONARIO Y LA ORTOGRAFÍA
(chísgaravís > chisgarabís, espivia > espibia, marabetino > maravetino, etc.). Estas
modificaciones se circunscriben a unos pocos ejemplos.
2.5.2. Cambios en la escritura del fonema fricativo velar sordo
La prioridad otorgada a la grafía j para representar el fonema fricativo velar sordo había
sido manifestada en el prólogo de la edición del diccionario de 1817. Esta preferencia se
observa en las modificaciones que se introdujeron en las palabras del lemario de 1832,
ya que todas fueron a favor de la j. Posteriormente, algunos autores, como, por ejemplo,
Sicilia (1832) y Bello (1835) (véase § 1.2.4.2.), también corroboraron esta manera de
proceder (§ 1.2.4.2.). Incluso, la propia Academia hizo referencia a ello en el preámbulo
de 1837 donde no se descartó una reforma en la que se excluyera la grafía g. A pesar de
ello, se indicó que la sustitución afectaba a las voces «en cuya etimología no se halla la
g, conservando en las demás esta letra por respeto á su orígen y á la antigua posesion
que lo autoriza» (DRAE 1837: prólogo).
En consonancia con las declaraciones del prólogo, en la edición del diccionario de
1837 se continuó con la misma línea de actuación que en la precedente. Destaca, en esta
ocasión, la sustitución en posición inicial, una distribución que no se había modificado
anteriormente (jefe, jema, jerigonzar, jeringa, jerónimo, jerpa, jeta, etc.).
2.5.3. Cambios en la escritura de los grupos consonánticos cultos
En el prólogo de la octava edición del diccionario se reflexionó desde una perspectiva
normativa sobre la representación en la escritura del grupo culto -x+C-, fenómeno que
había generado distintas opiniones entre los ortógrafos de la época (véase § 1.2.9.2.F).
La Academia anunció la desaprobación de la sustitución de x por s en la sílaba ex, tanto
a principio como en medio de dicción, combinación que ya prefería en casi todos los
vocablos del diccionario, por lo que no se produjeron cambios en el interior de la obra.
La simplificación se mantuvo en otras distribuciones que habían sido modificadas en
1817 (bisestil, misto, mistion, mistura, misturado, misturar y misturero).
508
CAPITULO 4. CAMBIOS EN LA MACROESTRUCTURA DEL DRAE 1803-1899: LA INTERDEPENDENCIA ENTRE EL
DICCIONARIO Y LA ORTOGRAFÍA
2.5.4. Recapitulación
A pesar de que la edición de 1837 se presentó como innovadora en materia ortográfica,
las modificaciones introducidas en el cuerpo de la obra demuestran lo contrario. Los
cambios respecto a las grafías g y j continuaron en la misma línea que en la edición
precedente, las cuales seguían la recomendación expuesta en el prólogo de 1817 de
restringir los usos de la g en representación del fonema fricativo velar sordo.
Asimismo, el rechazo de la sustitución de la x por la s en la sílaba ex no emanaba
del interior de la obra, puesto que las voces del lemario ya se registraban en la mayoría
de los casos con x. Posiblemente la reflexión sobre el fenómeno estuvo motivada por la
extensión social del mismo, ya que, según las indicaciones del prólogo, se trataba de
una práctica que empezaba a ser empleada por los impresores, la cual, además, había
sido aceptada por la propia Academia en la ortografía de 1815.
Por lo tanto, existe una clara diferencia entre el prólogo, donde se reflexionó y
debatió sobre algunas cuestiones ortográficas (cfr. Alcoba 2007b: 148; Quilis Merín
2010a: 537), y la práctica ejercida en el cuerpo de la obra, ya que las modificaciones
seguían la línea de las ediciones anteriores.
2.6. DRAE 1843 (9.ª edición)
En la novena edición del diccionario académico se siguieron los principios acordados
para las ediciones anteriores, concretamente se señalaba en el prólogo de la obra, que el
sistema ortográfico era igual que el de la precedente.
El sistema ortográfico, seguido por la Academia en esta edicion, es igual al
de la precedente, sustituyendo siempre la j á la g á excepcion de aquellas
voces que de notoriedad tienen en su orígen esta última consonante, como
regio, ingenio, régimen. El arrojo con que algunos escritores con mas
ligereza que discrecion se empeñan en desnaturalizar la escritura de las
voces castellanas, ha obligado á la Academia á proceder en esta parte con el
mayor detenimiento y mesura (DRAE 1843: prólogo).
509
CAPITULO 4. CAMBIOS EN LA MACROESTRUCTURA DEL DRAE 1803-1899: LA INTERDEPENDENCIA ENTRE EL
DICCIONARIO Y LA ORTOGRAFÍA
A pesar de ello, en la cita anterior se observa que, a diferencia de 1837, donde no
se cerraban las puertas a nuevas reformas ortográficas si así lo determinaba el uso, en
1843 se manifestó la prudencia con la que se había actuado en el tratamiento de algunos
fenómenos gráficos, a diferencia de otros autores. Posiblemente se estaba refiriendo la
Academia a las reformas en el sistema ortográfico que solamente un año antes, en 1842,
habían planteado los maestros de la Academia Literaria y Científica de Instrucción
Primaria de Madrid (ALCIP) 408 (capítulo 3; cfr. Villa 2017: 266). La circunspección de
la Academia manifestada en el prólogo se vio reflejada en las ediciones de 1843 y,
especialmente, de 1852.
2.6.1. Cambios en la escritura del fonema fricativo interdental sordo
La diversidad en el empleo de la grafía z conllevaba la fluctuación en la escritura de
algunos términos y la inclusión de variantes gráficas en el diccionario. Esta vacilación
estuvo incitada, en cierta medida, por la propia Academia, ya que no había un acuerdo
entre el repertorio léxico y la ortografía, lo cual se reflejó en algunos cambios gráficos
que se aplicaron a las voces de lemario de las ediciones de 1817-1837.
Para frenar este problema ortográfico, la Academia empezó a mostrar tanto en el
diccionario como en la ortografía preferencia por la grafía c para representar el fonema
fricativo interdental sordo, ya fuese en derivados de palabras con z o en vocablos cuyo
étimo se escribía con esta letra. La difusión de la c delante de vocal palatal se observa
en el lemario con la adición de variantes gráficas con esta letra de voces que ya estaban
registradas con z: celosísimo, cedoaria, celera, celillo, recelo, troceo, etc. No obstante,
408
Según los datos Villa (2017: 266), la propia ALCIP en 1843 envió a la Academia un panfleto con
sus propuestas ortográficas. Las actas de entre el 27 de abril y el 4 de mayo demuestran que los
académicos abordaron este tema y discutieron sobre el contenido de dicho panfleto. La contestación se
manifestó en una carta firmada por el secretario de la Academia que decía lo siguiente: «Enterada la
Academia Española del nuevo sistema ortográfico de la lengua castellana, acordado por esa corporación,
segun aparece del oficio de V.S. de 24 del pasado y hoja impresa que le acompaña, se ve en la
desagradable necesidad de no poder prestar su asistencia á semejante innovacion, de cuya observancia
resultarian, en su dictámen, gravísimos inconvenientes y ninguna ventaja».
510
CAPITULO 4. CAMBIOS EN LA MACROESTRUCTURA DEL DRAE 1803-1899: LA INTERDEPENDENCIA ENTRE EL
DICCIONARIO Y LA ORTOGRAFÍA
no se recomendaba ninguna forma gráfica sobre la otra, puesto que las dos variantes
aparecían definidas.
2.6.2. Cambios en la escritura del fonema fricativo velar sordo
A diferencia de la edición anterior, en la que se manifestaba la conformidad a una
reforma ortográfica que excluyera la grafía g en representación del fonema fricativo
velar sordo, en esta edición se mostró más cautelosa la Academia, por lo que desaprobó
un cambio de tal calado. A pesar de las declaraciones del prólogo, en el interior de la
obra se continuó modificando derivados de otros vocablos cuya base se escribía con j
(gorjear, gorjeo, gorjería, de gorja, etc.) y se concluyó con la sustitución de la grafía g
por j en inicio de voz (jertas, jira, jirafa, jiraldete, jiron, etc.), a excepción de aquellas
palabras que ya estuvieran afianzadas en el uso.
2.6.3. Cambios en la escritura de los grupos consonánticos cultos
El rechazo de la simplificación del grupo culto -x+C- en la sílaba ex expuesto en el
preámbulo de la edición del diccionario de 1837 se reflejó en las adiciones de la edición
de 1843, puesto que todas las palabras se incorporaron con la forma plena: expatriación,
excitante, excitación, excepcional, sobrexcedente, etc. Este es el criterio que se mantuvo
en las ediciones siguientes. Sin embargo, las voces que habían sustituido la grafía x por
s en 1817 se conservaron en el lemario con la simplificación, ya que se trataba de otra
distribución (bisestil, misto, mistion, mistura, misturado, misturar y misturero).
2.6.4. Recapitulación
En el prólogo de la novena edición del diccionario académico se indicó que el sistema
ortográfico empleado era igual que el de la anterior y así lo reflejan tanto los cambios
gráficos introducidos como las voces de nueva incorporación. Por un lado, se terminó
de restringir el uso de la letra g para representar el fonema fricativo velar sordo. Todas
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CAPITULO 4. CAMBIOS EN LA MACROESTRUCTURA DEL DRAE 1803-1899: LA INTERDEPENDENCIA ENTRE EL
DICCIONARIO Y LA ORTOGRAFÍA
las modificaciones gráficas de esta edición fueron en palabras con estas grafías. Por otro
lado, se difundió el uso de c delante de vocal palatal debido a la inclusión de variantes
gráficas de voces que ya aparecían en el lemario con z.
2.7. DRAE 1852 (10.ª edición)
La décima edición del diccionario se circunscribe a las reglas contenidas en las primeras
ediciones del Prontuario de ortografía, el cual se ajustó, según se mencionó en el
propio título del tratado 409, al sistema ortográfico de la novena edición del diccionario
académico, a su vez basado en la anterior de 1837. Como ya se ha comentado (§ 2.6.),
en 1843 la Academia se mostró más prudente respecto a las reformas en el sistema
ortográfico, posiblemente debido a los debates en materia ortográfica que estaban
teniendo lugar en la época. Algunas de las reformas propuestas se alejaban del sistema
académico (véase capítulo 3). Ante esta situación, El Consejo de Instrucción Pública
pidió a la reina Isabel II la oficialización de las reglas de la Academia. Esta petición se
hizo efectiva el 25 de abril de 1844 cuando se impuso por Real Orden la oficialidad de
las normas ortográficas de la Real Academia Española en la enseñanza. La corporación,
por su parte, elaboró un Prontuario de ortografía destinado a la instrucción primaria
que fue de uso obligatorio a partir del 1 de diciembre de 1844 (cfr. Villa 2017: 263264). Las pautas incluidas en este tratado no difirieron mucho de las expuestas en 1815,
aunque se añadieron algunas que se habían aplicado ya a las voces de los diccionarios
de 1832 a 1843 y se ampliaron los ejemplos y excepciones. Esta obra sirvió de base para
la redacción del repertorio de 1852, edición en la que solamente se cambió la escritura
de 18 palabras.
409
El titulo completo es Prontuario de ortografía de la lengua castellana por la Real Academia
Española dispuesto de Real Orden para el uso de las escuelas públicas con arreglo al sistema adoptado
en la novena edición de su diccionario.
512
CAPITULO 4. CAMBIOS EN LA MACROESTRUCTURA DEL DRAE 1803-1899: LA INTERDEPENDENCIA ENTRE EL
DICCIONARIO Y LA ORTOGRAFÍA
2.7.1. Cambios en la escritura del fonema bilabial sonoro
En esta edición del diccionario se produjeron 2 cambios gráficos, los cuales destacan
porque se ajustaron a las indicaciones ortográficas del Prontuario, aunque ello supuso
oponerse al principio del origen etimológico, criterio que había guiado la escritura de
estas palabras en las ediciones anteriores (DRAE 1832-1843): inmóvil e inmovilidad.
Con esta alteración se homogeneizó la ortografía en la familia léxica.
2.7.2. Cambios en la escritura del fonema fricativo interdental sordo
La manera de proceder de la Academia respecto al empleo de la grafía z, para la que se
admitía cierto grado de variación en las voces derivadas y las que la tenían en su origen,
fue criticada por algunos autores coetáneos como, por ejemplo, Salvá (véase § 1.2.3.2.).
Esta variabilidad supuso la vacilación en la escritura de algunos términos, los cuales
fueron recogidos tanto con z como con c en la edición de 1843, además de conservar en
el lemario algunos derivados que habían modificado su escritura a z en las ediciones
anteriores. Posiblemente por las críticas recibidas, la Academia ratificó en el Prontuario
la regla de la ortografía de 1815 de escribir con c todas las palabras derivadas, motivo
por el que se suprimieron algunas variantes gráficas escritas con z (trozeo, rebozito) y se
produjeron sustituciones de z por c (caperuzeta > caperuceta, cerezita > cerecita,
zabarzeda > zabarceda, etc.). Se mantuvo la variación en los vocablos que conservaban
la z etimológica avalada por el uso generalizado (zelo, zizaña, etc.), ya que ofreció la
posibilidad de escribirlos también con c.
2.7.3. Cambios en la escritura del fonema fricativo velar sordo
La reforma ortográfica en la que se pretendía emplear únicamente la j para representar
el fonema fricativo velar sordo no consiguió imponerse como norma, puesto que, a
pesar de que la Academia ya había restringido bastante el uso de la g en las ediciones
del diccionario anteriores se mantuvo en algunas voces avaladas por la etimología. Las
513
CAPITULO 4. CAMBIOS EN LA MACROESTRUCTURA DEL DRAE 1803-1899: LA INTERDEPENDENCIA ENTRE EL
DICCIONARIO Y LA ORTOGRAFÍA
reglas del Prontuario se conservaron sin apenas alteraciones respecto a la edición de la
ortografía de 1815. Este hecho se reflejó en la edición del diccionario de 1852, puesto
que únicamente se modificó la escritura de 4 palabras (calonjía, correjel, entregerir y
jorjina).
2.7.4. Recapitulación
Las alteraciones en materia ortográfica de la décima edición del diccionario estuvieron
guiadas por las normas del Prontuario. Los cambios que se introdujeron en esta edición
fueron mínimos y la mayoría tenían como objetivo restringir el empleo de la grafía z
para representar el fonema fricativo interdental sordo.
2.8. DRAE 1869 (11.ª edición)
La undécima edición del diccionario académico se publicó diecisiete años después que
la anterior, pero, a pesar del largo lapso, las directrices ortográficas seguían siendo
prácticamente las mismas, tal y como se anunciaba en el prólogo del repertorio. Las
reformas de mayor calado se habían frenado a mediados de siglo y las ediciones del
Prontuario desde 1854 se imprimieron sin apenas alteraciones. Las modificaciones
ortográficas no fueron abundantes y, principalmente, afectaron a voces que ya habían
cambiado la escritura en ediciones anteriores.
Asimismo, se indicó en el preámbulo la continuidad en cuestiones ortográficas
con la edición anterior, pero sin renunciar a futuras modificaciones:
Sin estimar del todo perfecta la ortografía castellana actual, y sin renunciar
por completo á las reformas que andando el tiempo puedan adoptarse, ha
creido, no obstante, la Academia que por ahora no conviene alterar su
ortografía, bien consentida años hace por los doctos, y dotada ya de cierta
perfeccion relativa, que al Castellano envidian otras lenguas neolatinas
(DRAE 1869: Al lector).
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CAPITULO 4. CAMBIOS EN LA MACROESTRUCTURA DEL DRAE 1803-1899: LA INTERDEPENDENCIA ENTRE EL
DICCIONARIO Y LA ORTOGRAFÍA
A pesar de las declaraciones del prólogo, la presente edición se distanció de la
precedente en algunos aspectos que denotan un cambio de rumbo dentro de la ortografía
académica decimonónica.
2.8.1. Cambios en la escritura del fonema oclusivo velar sordo
En la edición del Prontuario de 1854 se recuperó la grafía k en el abecedario, aunque se
advirtió que su empleo era muy restringido y se utilizaba solamente en unas pocas
palabras extranjeras. La recuperación de la letra k estuvo determinada por su uso en
ciertas voces, las cuales se incluyeron en el lemario (kabila, képis, kilogramo, kurdo,
etc.), algunas como variantes gráficas de las formas con c o con q que ya se encontraban
registradas en el lemario (kadí/cadí, kalenda/calenda y kalmuko/calmuco). Asimismo,
siguiendo las recomendaciones de la ortografía, se modificó la escritura de algunos
vocablos: quermes > kermes, quirieleison > kirieleisón, quirie > kirie (véase § 1.2.2.2.).
La grafía k, por lo tanto, no solamente se utilizó en voces de nueva incorporación, sino
que también se volvió a emplear en formas ya registradas en el lemario. Este es el caso,
por ejemplo, de la voz kermes, escrita con k en las primeras ediciones del diccionario
usual hasta 1791. Después del cambio gráfico de 1869, la variante con k ha convivido
con la forma con qu desde 1884 hasta la actualidad.
2.8.2. Cambios en la escritura del fonema fricativo interdental sordo
Igual que en la edición anterior, en 1869 se siguió restringiendo el empleo de la grafía z
en representación del fonema fricativo interdental sordo, independientemente de la
etimología o de la composición de la palabra. En este sentido, las alteraciones que se
produjeron en las voces del lemario fueron todos a favor de la c (adazilla > adacilla,
atenazear> atenacear, etc.). Además, se incluyeron variantes gráficas con c de voces
que ya se encontraban registradas con z en la nomenclatura: ceda, cizaña, cizañero,
dieciocheno, dieciseiseno. Estas alteraciones demuestran el proceso de generalización
de la letra c delante de vocal palatal.
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CAPITULO 4. CAMBIOS EN LA MACROESTRUCTURA DEL DRAE 1803-1899: LA INTERDEPENDENCIA ENTRE EL
DICCIONARIO Y LA ORTOGRAFÍA
2.8.3. Cambios en la escritura del fonema fricativo velar sordo
Como se ha comentado anteriormente, a pesar de que ya se había restringido en un gran
número de voces el uso de la g para representar el fonema fricativo velar sordo, se había
decidido mantenerla en aquellas palabras que «de notoriedad» la tuvieran en su origen.
Debido ello, en la edición del diccionario de 1852 no se produjeron apenas cambios en
la escritura de las voces. En 1869 las alteraciones también fueron pocas y se produjeron,
por lo general, en palabras que ya habían modificado su escritura en las ediciones de
1817 a 1843 (calongía, gibar, sonrugirse, ajironar, etc.). En algunos casos los cambios
fueron fruto de las recomendaciones del Prontuario como, por ejemplo, en los términos
giba, y sus derivados, gibado, gibar, giboso, escritos con g en la ortografía y recogidos
con j en el diccionario. La sustitución, asimismo, respetaba el principio etimológico y,
aunque esta información no se incluyó hasta la edición de 1884, en el prólogo de esta ya
se señaló que se estaba trabajando en la «formacion de un Diccionario
ETIMOLÓGICO,
que consigne el orígen, la formacion y las vicisitudes de cada vocablo» (DRAE 1869:
prólogo), labor que pudo condicionar la escritura de algunas voces.
2.8.4. Cambios en la escritura de los grupos consonánticos cultos
En la undécima edición del diccionario académico se volvió a preferir la conservación
de los grupos consonánticos cultos -bs+C-, -ns+C- y -pt-, aunque con cierto grado de
variación. Posiblemente pudo influir en este cambio de rumbo las ideas de ortógrafos
externos a la Academia. Bello, por ejemplo, se mostraba en contra de la simplificación.
Esta orientación en el tratamiento de los grupos cultos se observa en las modificaciones
que se produjeron en el lemario de la edición de 1869, puesto que en ninguna ortografía
se había expuesto nada al respecto. Por un lado, en los casos en los que las dos variantes
gráficas se encontraban en la nomenclatura pasó a definirse la forma con la agrupación
consonántica, lo que indicaba que se trataba de la variante preferida por la Academia:
«OBSCURO, RA. adj. OSCURO» (DRAE 1852: s. v. obscuro, ra) > «OSCURO, RA. adj.
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CAPITULO 4. CAMBIOS EN LA MACROESTRUCTURA DEL DRAE 1803-1899: LA INTERDEPENDENCIA ENTRE EL
DICCIONARIO Y LA ORTOGRAFÍA
OBSCURO, RA»
(DRAE 1869: s. v. oscuro, ra). Por otro lado, se incluyeron en el lemario
variantes con la combinación consonántica que habían sido suprimidas en ediciones
anteriores, especialmente en la de 1817 (séptimo, obscurecimiento, transmutable, etc.).
Finalmente, en algunas ocasiones las voces con el grupo culto sustituyeron a las que se
escribían con la forma simple (oscurar > obscurar, supersustancial > supersubstancial,
etc.).
Respecto al grupo -x+C-, cabe destacar que, a pesar de que la sustitución por la
grafía s ya había sido rechazada en la edición del diccionario de 1837, especialmente en
la sílaba ex, fue en 1869 cuando se sustituyó la s por la x en el resto de las distribuciones
que habían sido modificadas en 1817 (bisextil, excoriar, mixtifori, etc.).
2.8.5. Recapitulación
Algunas de las modificaciones gráficas que tuvieron lugar en esta edición continuaron
con la misma línea de actuación que la anterior y otras, en cambio, fueron innovaciones
con respecto a la tradición ortográfica precedente.
Por un lado, igual que en las ediciones anteriores, en 1869 se siguió restringiendo
el uso de la grafía z para representar en la escritura el fonema fricativo interdental sordo.
Por otro lado, y como consecuencia de la decisión tomada en el Prontuario de
1854, se volvió a restablecer la letra k en el alfabeto, aunque se indicaba que su empleo
se limitaba a unas pocas voces extranjeras. A pesar de estas declaraciones, también se
utilizó la k en palabras ya existentes en el lemario que volvieron a una grafía que había
sido eliminada. Esta manera de proceder no cumplía con el objetivo de simplificación
de la ortografía expuesto desde el prólogo de la edición del diccionario de 1803, puesto
que se volvían a emplear tres grafías distintas para representar el fonema fricativo velar
sordo (c, k, q). En esta misma línea se inserta el cambio en la representación en la
escritura de los grupos cultos -bs+C-, -ns+C-, -pt- y -x+C-, ya que, contradiciendo el
principio de simplicidad ortográfica, se volvía a preferir la forma con la combinación
consonántica, acuerdo que no aparecía especificado en ningún tratado ortográfico. Es
517
CAPITULO 4. CAMBIOS EN LA MACROESTRUCTURA DEL DRAE 1803-1899: LA INTERDEPENDENCIA ENTRE EL
DICCIONARIO Y LA ORTOGRAFÍA
esta, por lo tanto, una modificación que emana del repertorio lexicográfico y que
determina un nuevo rumbo en la ortografía académica.
2.9. DRAE 1884 (12.ª edición)
La duodécima edición del diccionario es considerada una de las más importantes en la
lexicografía académica decimonónica debido a la reestructuración que se llevó a cabo
de la obra, la cual la aleja de las ediciones anteriores (cfr. Álvarez de Miranda 2000 y
2007; Garriga 2001; Ahumada 2011; San Vicente y Lombardini 2012; Clavería 2016a y
2016b, entre otros). En este repertorio se introdujeron «importantes modificaciones
tanto en el contenido del Diccionario como en la concepción lexicográfica que lo
sustentaba» (Clavería 2016b: 230).
Una de las reformas de más trascendencia fue la inclusión de las etimologías en
las que se llevaba trabajando desde la edición precedente 410 (Garriga 2001; Jiménez
Ríos 2008 y 2013; Clavería 2014 y 2016b; Pérez Pascual 2016). Esta decisión está
influida, por un lado, por el auge que en esos años tuvo el estudio histórico de la lengua
y, por el otro, por el proyecto de un diccionario etimológico que la corporación estaba
elaborando. Al respecto, Jiménez Ríos (2008: 317) señala que en los quince años que
transcurrieron entre 1869 y 1884 se produjo en España «el nacimiento de la lingüística
histórica como disciplina científica y la nueva consideración de una etimología no
deudora de la fantasía» con valor científico. Este acuerdo condicionó, posiblemente de
manera involuntaria, la escritura de las palabras del lemario. El origen etimológico
volvió a constituirse como principio rector de la ortografía, hecho que provocó cambios
en un abundante número de voces. Asimismo, en algunas ocasiones, actuó de árbitro
normativo y determinó el triunfo entre varias variantes formales. En opinión de Jiménez
410
Clavería (2016b: 232) señala, al respecto, que nada más finalizar la edición de 1869 surgió la idea
de incluir las etimologías en la edición siguiente del diccionario y «por los datos que atesoran las actas de
las juntas se conoce que la propuesta fue apadrinada por el académico Juan Valera, quien sugirió que se
aprovecharan en la nueva edición los trabajos que se estaban desarrollando para el Diccionario
etimológico».
518
CAPITULO 4. CAMBIOS EN LA MACROESTRUCTURA DEL DRAE 1803-1899: LA INTERDEPENDENCIA ENTRE EL
DICCIONARIO Y LA ORTOGRAFÍA
Ríos (2008: 323), la etimología «sirvió en un momento de normativización para tomar
decisiones que en una lengua que se normativiza podía crear problemas».
Además de la etimología, también influyó en la redacción de esta edición, aunque
en menor medida, los acuerdos ortográficos que se habían tomado en la edición de la
ortografía de 1870.
2.9.1. Cambios en la escritura del fonema bilabial sonoro
El uso de las grafías b y v seguía generando problemas en la ortografía castellana. Por
ello, en los distintos tratados ortográficos se iban ampliando las reglas, los ejemplos y
las excepciones para su correcto empleo en la escritura (véase § 1.2.1.1.).
A pesar de ir ajustando cada vez más las normas, en la edición del diccionario de
1884 es en la que más modificaciones gráficas se llevaron a cabo entre estas dos grafías.
La mayoría de estos cambios estuvieron motivados por la inclusión de la procedencia de
la palabra. Este es el caso del término orvallo en cuya entrada se añadió la etimología
portuguesa «orvalho», motivo por el que se sustituyó la b por la v. Otros ejemplos son
las voces chichisbeo, estibar, gilvo, vesque, vitola, etc. Las etimologías recuperadas en
esta edición tenían un carácter científico (cfr. Jiménez Ríos 2008: 317) y es por ello por
lo que en numerosas ocasiones se corrigieron las hipótesis formuladas en el Diccionario
de autoridades, las cuales habían condicionado por un largo período de tiempo la
escritura de ciertas palabras, hasta 1869. Así ocurrió, por ejemplo, en valija y sus
derivados — desvalijamiento, desvalijar, envalijar, valijero y valijón— escritos con b
hasta 1869 por considerarse que procedían de baúl, «como si se dixera Baulija, por ser a
modo de baúl» (Diccionario de autoridades 1726: s. v. balija).
Asimismo, la introducción de la etimología, y como consecuencia el cambio en la
escritura de las voces de acuerdo con el étimo supuso la separación de homófonos en el
diccionario. Un ejemplo de ello son las palabras baca y vaca, registradas en una única
entrada en 1869 y en dos en 1884, una encabezada por la forma escrita con b y otra con
v: vaca («Del lat. vacca») y baca («Del al. bake, valija»).
519
CAPITULO 4. CAMBIOS EN LA MACROESTRUCTURA DEL DRAE 1803-1899: LA INTERDEPENDENCIA ENTRE EL
DICCIONARIO Y LA ORTOGRAFÍA
2.9.2. Cambios en la escritura del fonema fricativo interdental sordo
La generalización advertida en el diccionario sobre la grafía c delante de vocal palatal se
explicitó en la ortografía de 1870, puesto que se restringió considerablemente el empleo
de la letra z a unas pocas palabras enumeradas en el catálogo final (véase § 1.2.3.2.).
Esta limitación se vio reflejada en la duodécima edición del diccionario. Por un lado, se
suprimieron del lemario un gran número de variantes gráficas con z que aparecían
registradas desde el Diccionario de autoridades (dieziocheno, zeloso, zequia, zilórgano,
zeca, zizaña, etc.). Por otro lado, se produjeron alteraciones gráficas en algunas voces a
favor de la c (aljezero > algecero, almuezin > almuecin, marzear > marcear, etc.), y se
otorgó preferencia a las formas escritas con c, independientemente de la etimología.
Este es el caso de cinc que a pesar de provenir «del al. zink» era la variante preferida por
la Academia.
2.9.3. Cambios en la escritura del fonema fricativo velar sordo
En la edición del diccionario académico de 1884, igual que en la precedente, se alteró la
escritura de términos que ya la habían modificado en las ediciones de 1817 a 1843
(algez, calonje, calonjía, gelfe, gilvo, girino, gis, injerto, ligeruelo, etc.). Una parte
importante de estas alteraciones estuvieron motivadas por la inclusión de la etimología
de las voces como, por ejemplo, en las entradas «Gilvo, va. (Del lat. gilvus)» y «Girino.
(Del lat. gyrinus)».
Cabe destacar que en 1884 se incluyeron variantes gráficas con x de formas que
ya aparecían registradas en el lemario con j (almoraduj/almoradux, alijares/alixares,
lujacion/luxacion, ojimel/oximel, etc.). En ningún caso se ofreció información sobre la
pronunciación de las voces.
520
CAPITULO 4. CAMBIOS EN LA MACROESTRUCTURA DEL DRAE 1803-1899: LA INTERDEPENDENCIA ENTRE EL
DICCIONARIO Y LA ORTOGRAFÍA
2.9.4. Cambios en la escritura del fonema vibrante múltiple
Las reglas ortográficas para la distribución de r y rr se mantuvieron sin modificaciones
desde el siglo XVIII hasta la gramática de 1870. En esta obra se simplificó el empleo de
estas grafías en posición intervocálica, puesto que se acordó que se usaría solamente el
dígrafo independientemente de la formación de los vocablos. Como consecuencia de
esta pauta, en la edición del diccionario de 1884 se modificó la escritura de todos los
términos formados por un elemento compositivo y por una base léxica iniciada por r
(entrerenglonar > entrerrenglonar, prerogativa > prerrogativa, prorata > prorrata,
sobreropa > sobrerropa, etc.) y de los compuestos nominales cuyo segundo elemento
empezaba por r (andaraya > andarraya, boquirasgado > boquirrasgado, hazmereir >
hazmerreir, maniroto > manirroto, etc.). Con esta decisión se simplificó la ortografía
castellana, puesto que se dejó de utilizar el criterio morfológico en la escritura de estas
voces y se usó solamente el fonotáctico.
2.9.5. Cambios en la escritura de la h
A pesar de que las reglas para el empleo de la letra h se mantuvieron sin modificaciones
durante todo el siglo XIX, en la edición del diccionario de 1884 se produjeron cambios
en la escritura de algunas voces que respondían, mayoritariamente, a la procedencia de
dichos vocablos incluidos en esta edición. Este es el caso del vocablo hordio, que se
escribió con h- debido a su procedencia latina «hordeum» (DRAE 1884: s. v. hordio).
Con este cambio se homogeneizó la escritura a la del sustantivo hordiate, registrado con
h- en todas las ediciones del diccionario académico.
2.9.6. Cambios en la escritura de los grupos consonánticos cultos
En la edición del diccionario de 1884 se siguió con el criterio iniciado en la anterior en
el que se prefería la conservación de los grupos cultos -bs+C-, -ns+C-, -pt- y -x+C-,
aunque era posible encontrar en el lemario las dos variantes gráficas, pero con remisión
521
CAPITULO 4. CAMBIOS EN LA MACROESTRUCTURA DEL DRAE 1803-1899: LA INTERDEPENDENCIA ENTRE EL
DICCIONARIO Y LA ORTOGRAFÍA
a la forma con la combinación consonántica: «OSCURO, RA. adj.
OBSCURO, RA»
(DRAE 1869: s. v. oscuro, ra).
Las modificaciones, por lo tanto, fueron en la misma línea que en 1869. Por un
lado, se continuaron incluyendo variantes con el grupo culto (consubstancial, suscripto,
septuagésima, etc.). Por otro lado, se modificó la escritura de algunos términos que se
escribían en ediciones anteriores con la simplificación del grupo -x+C- (espancirse >
expancirse, espandir > expandir, escandecer > excandecer, etc.).
2.9.7. Recapitulación
En la duodécima edición, de entre todas las publicadas en la centuria decimonónica, es
en una de las que más alteraciones gráficas se produjeron, a pesar de que en el prólogo
de la obra no se hizo referencia a ello (cfr. Quilis Merín 2013: 517). Las modificaciones
en materia ortográfica se derivaron principalmente de la inclusión de la etimología, pues
esta se constituía como uno de los tres principios rectores de la ortografía del español. A
pesar de que posiblemente no fue uno de los objetivos principales, como sí lo era en el
Diccionario de autoridades (véase capítulo 3, § 2.2.1 y 3.2.), existía una sólida ligazón
entre etimología y ortografía que justificaba los cambios gráficos de los lemas. A este
criterio respondían las sustituciones entre b y v, g y j y h. En algunas ocasiones, estas
alteraciones influyeron en la organización de la macroestructura, puesto que el origen
etimológico permitió descubrir homófonos ocultos en las ediciones anteriores en una
entrada lexicográfica (baca/vaca, estibal/estival, etc.).
El resto de los cambios siguieron, por un lado, las líneas de actuación iniciadas en
la edición precedente, esto es la restricción del uso de la grafía z, independientemente
del origen del vocablo, y la preferencia por la conservación de los grupos consonánticos
cultos -bs+C, -ns+C-, -pt- y -x+C-, y, por el otro, los acuerdos tomados en la edición de
la ortografía de 1870 con relación al uso exclusivo del dígrafo rr en posición interior
intervocálica sin tener en cuenta la formación de las voces. Esta modificación respetaba
522
CAPITULO 4. CAMBIOS EN LA MACROESTRUCTURA DEL DRAE 1803-1899: LA INTERDEPENDENCIA ENTRE EL
DICCIONARIO Y LA ORTOGRAFÍA
el principio de simplificación de la ortografía, objetivo que guiaba a la Academia desde
sus inicios.
2.10. DRAE 1899 (13.ª edición)
La decimotercera edición del diccionario académico siguió la misma línea de actuación
en materia ortográfica que su predecesora, hecho que evidencia la continuidad entre
ambas. Se anunciaba en el prólogo de 1884 que con las modificaciones introducidas en
el interior del repertorio el sistema ortográfico del español quedaba ya fijado: «La nueva
ortografía observada en el libro no consentirá ya dudar acerca de la verdadera prosodia
de las palabras en él incluídas» (DRAE 1884: prólogo). Posiblemente por ello en 1899
los cambios gráficos no fueron muy abundantes y se derivaban, igual que en 1884, de la
inclusión de la etimología, que en algunas ocasiones eran correcciones de las que se
habían propuesto en la precedente.
2.10.1. Cambios en la escritura del fonema bilabial sonoro
Todavía en la decimotercera edición seguían existiendo vacilaciones en el empleo de b
y v. Así lo demuestran los cambios gráficos que se introdujeron en los términos del
lemario, la mayoría motivados, igual que en 1884, por la etimología, que en algunas
ocasiones eran correcciones de las que se habían propuesto en la edición precedente.
Este es el caso de la palabra estival que modificó su escritura de b a v siguiendo la
etimología añadida en esta edición: «Del ital. stivale, bota» (DRAE 1899: s. v. estival).
Otros ejemplos son las palabras baliza, abogalla, desatibar, estivo, estivon, etc.
2.10.2. Cambios en la escritura del fonema oclusivo velar sordo
En la edición de la gramática de 1895, la inmediatamente anterior a la publicación del
diccionario de 1899, se restringió el empleo de la letra k. En esta línea se insertan las
supresiones de variantes gráficas con k (kadí, kaid, kalenda, kármes, etc.), aunque se
523
CAPITULO 4. CAMBIOS EN LA MACROESTRUCTURA DEL DRAE 1803-1899: LA INTERDEPENDENCIA ENTRE EL
DICCIONARIO Y LA ORTOGRAFÍA
mantuvieron otras de las que se añadieron las formas correspondientes con c o qu
(quiliárea, quilográmetro, quiosco, etc.). También se cambió la grafía de k a c o q en
algunos términos (kabila > cabila, kepis > quepis, etc.). Estas restricciones denotan un
cambio «en los criterios de admisión de los préstamos y su adaptación» respecto a las
dos ediciones anteriores (Clavería 2016b: 147).
2.10.3. Recapitulación
Los cambios gráficos introducidos en la decimotercera edición del diccionario denotan
la continuidad en materia ortográfica con la precedente. En esta, las modificaciones
fueron mucho menores que en la anterior y se debían, mayoritariamente, a la aplicación
del principio etimológico según el cual las voces debían escribirse con la misma grafía
que el étimo. En este sentido destacan las alteraciones entre las grafías b y v.
Se distancia, en cambio, de las dos ediciones anteriores en el nuevo rumbo que se
observa respecto a las voces escritas con k. Las modificaciones introducidas estaban
encaminadas a la restricción del empleo de esta letra. Con esta manera de proceder se
pretendía simplificar la ortografía castellana, objetivo principal de la Academia.
2.11. Líneas de evolución de la ortografía en la lexicografía académica
A lo largo de este capítulo se ha evidenciado la importancia del repertorio lexicográfico
de la Academia para la evolución de la ortografía del español en el siglo XIX. Cada una
de las ediciones decimonónicas del diccionario académico contribuyó en su medida a la
consolidación del sistema ortográfico del español, el cual se oficializó a mediados de la
centuria. Este proceso de estabilización se ha ido comprobando a través del diccionario.
Las modificaciones en materia ortográfica que se produjeron en las distintas ediciones
han permitido descubrir las líneas evolutivas de la ortografía académica en el siglo XIX,
en las que influyen, además de las reformas incluidas en las ortografías, otros factores
como las decisiones metalexicográficas acordadas para la redacción de la propia obra,
524
CAPITULO 4. CAMBIOS EN LA MACROESTRUCTURA DEL DRAE 1803-1899: LA INTERDEPENDENCIA ENTRE EL
DICCIONARIO Y LA ORTOGRAFÍA
las costumbres escriturarias, el uso socialmente más o menos establecido o las ideas de
otros ortógrafos externos a la corporación.
La primera edición publicada en el siglo XIX se ubica a caballo entre la doctrina
dieciochesca y el inicio de un nuevo rumbo en la ortografía académica que culminó en
la edición siguiente donde tuvieron lugar los cambios de mayor calado. La Academia,
desde sus comienzos, tenía como objetivo la simplificación del sistema ortográfico del
español, por lo que desde los primeros tratados se fueron introduciendo paulatinamente
reformas en esa dirección que evidenciaron la pérdida de peso del criterio etimológico
en la norma académica. Todas estas alteraciones se consolidaron en la cuarta edición del
diccionario y se expusieron en el prólogo de este.
Sin duda alguna, las reformas de mayor trascendencia se produjeron en la edición
de 1817, las cuales emanaban de la ortografía de 1815. En esta obra se llevó a cabo una
importante reestructuración del sistema ortográfico del español cuyo propósito era
ajustar todo lo posible la relación entre fonema y grafema. Como consecuencia de ello,
se eliminó parte de la variación existente en la representación de ciertos fonemas. Las
nuevas reglas, a veces aplicadas masivamente, provocaron descuidos o vacilaciones en
la escritura de algunos vocablos que se intentaron enmendar en la edición de 1822. En el
prólogo de 1817, además, se dejó la puerta abierta a futuras modificaciones. Esta actitud
reformista generó, en cierta medida, abundantes debates en materia ortográfica por parte
de autores externos a la corporación. En esta época, la Academia difundió su postura en
este asunto en los preliminares del repertorio lexicográfico (1822, 1832, 1837, 1843), la
cual fue adquiriendo una perspectiva normativa, a diferencia de la centuria anterior. Este
enfoque se observa en la reflexión expuesta en el prólogo de 1822 sobre el tratamiento
de los variantes gráficas, en desuso o no, cuyo origen fueron las supresiones que se
habían realizado en el interior del diccionario. Esta práctica de selección de variantes
formales implica un proceso de estandarización ortográfica que se fue consolidando
durante todo el siglo.
Las alteraciones ortográficas de las ediciones del diccionario desde 1832 hasta
1843 siguieron las recomendaciones del prólogo de 1817. En 1832, por ejemplo, se
525
CAPITULO 4. CAMBIOS EN LA MACROESTRUCTURA DEL DRAE 1803-1899: LA INTERDEPENDENCIA ENTRE EL
DICCIONARIO Y LA ORTOGRAFÍA
evidencia la voluntad que se había manifestado de descartar la letra g en representación
del fonema fricativo velar. Estas ediciones se distanciaron de algunos de los acuerdos
tomados en la ortografía de 1815, y conservados en 1820, puesto que, por un lado, se
introdujeron modificaciones no anunciadas con anterioridad (por ejemplo, uso de -j en
final de dicción) y, por el otro, se cambió la escritura de voces independientemente de
las reglas vigentes (por ejemplo, fluctuaciones en el empleo de c y z delante de vocal
palatal). Los cambios de 1832 a 1843 culminaron en el Prontuario de ortografía (1844)
impuesto por real orden como texto obligatorio en las escuelas. La edición siguiente del
diccionario (1852) se publicó sin apenas modificaciones gráficas y estas se rigieron por
las normas de dicho tratado.
A partir de la edición del diccionario de 1869, las alteraciones gráficas denotan un
cambio de orientación. En esta línea se inserta la restitución del empleo de la letra k
para representar el fonema oclusivo velar sordo (/k/: c, k, q) y la preferencia por la
conservación de los grupos consonánticos cultos -bs+C-, -ns+C-, -pt- y -x+C-, aunque
en ambos fenómenos con cierto grado de variación. En 1884, además, debido a la
inclusión de la etimología en las entradas, el criterio etimológico volvió a constituirse
como rector de la ortografía. La mayoría de los cambios gráficos de esta edición y de la
siguiente estuvieron motivados por la escritura del étimo. Estas alteraciones encuadran
las tres últimas ediciones del diccionario en un mismo proceso evolutivo dentro de la
ortografía académica.
526
CONCLUSIONES
CONCLUSIONES
La investigación que se ha desarrollado en esta tesis constituye un avance en el estudio
del español del siglo XIX, una etapa «poco considerada» (Ramírez Luengo 2016: 447)
en los trabajos sobre la historia de la lengua española. Con esta centuria se inicia lo que
recientemente se ha denominado el español moderno (Melis y Flores 2015a), período de
capital transcendencia para la historia de la lengua porque, entre otros aspectos, en él
tiene lugar la definitiva modernización del sistema lingüístico del español (cfr. Martínez
Alcalde 2010a; Zamorano 2012; Ramírez Luengo 2012; Melis y Flores 2015a; Carpi y
García Jiménez 2017). En el marco de esta diacronía, la investigación se halla en la
intersección de dos disciplinas: la historia de la lingüística y la historia de la lengua. El
estudio que se ha llevado a cabo es una aportación a la historia de la lexicografía, por un
lado, y a la historia de la ortografía del español, por el otro. En concreto, contribuye a la
reconstrucción del proceso de fijación del sistema ortográfico a través de los cambios en
la macroestructura de las diez ediciones decimonónicas del diccionario de la Academia,
que son esenciales para comprender el rumbo que toma la ortografía en el siglo XIX.
A continuación, se van a exponer las conclusiones específicas que se han extraído
de cada capítulo y que se relacionan con los objetivos y las hipótesis formuladas en la
introducción de la tesis:
El desarrollo de la historia de la teoría lexicográfica ha evidenciado que la
vertiente teórica de la disciplina emana de la propia práctica de elaborar diccionarios, la
cual cuenta con una larga tradición (véase capítulo 1). Como se ha podido comprobar,
no fue hasta el siglo XIX cuando se empezó a tener consciencia de la importancia de la
reflexión lingüística previa a la confección del repertorio léxico (cfr. Hausmann 1989:
216; Alvar Ezquerra 1993a: 215 y 2014-2015: 35). También en esa época nació la
lingüística científica y los postulados de las corrientes que surgieron pronto cristalizaron
en los diccionarios del momento. Por este motivo, el siglo XIX es un período clave en la
historia de la lexicografía, en general, y de la española, en particular, puesto que fue
entonces cuando se empezó a replantear el concepto de diccionario debido, en cierta
medida, a los modelos que estaban surgiendo en la época, en especial a los diccionarios
528
CONCLUSIONES
enciclopédicos cuya característica principal era la ampliación de la macroestructura, ya
que se tenía una visión totalizadora del léxico. Asimismo, se empezaron a aplicar a la
práctica lexicográfica los principios teóricos de la lingüística histórico-comparada, la
cual irradió en España a mediados del siglo (cfr. Mourelle-Lema 1968: 167; Ridruejo
2002; Clavería 2014: 280; capítulo 1, § 1.2.). Ejemplo de ello es la nueva ordenación
que adquiere la macroestructura debido a la separación de las palabras homónimas en
artículos independientes por la inclusión de la etimología en la duodécima edición del
diccionario académico (cfr. Jiménez Ríos 2008: 356). Por lo tanto, como se postuló en
la hipótesis, los modelos teóricos lingüísticos que surgen en España en el siglo XIX
influyen en las ediciones del diccionario de la Academia.
Las reflexiones filológicas sobre la confección de la obra lexicográfica, difundidas
entonces en las reglas y prólogos del propio diccionario, se basaban en varios aspectos
del repertorio. La macroestructura fue uno de los temas centrales, puesto que se trata de
una parte primordial del diccionario a través de la cual se jerarquiza la información en él
contenida. Entre otras cuestiones, interesaba la inclusión o exclusión en el lemario de
ciertos grupos léxicos y la adecuación de los lemas a las normas de ortografía de la
época. También en el siglo decimonónico se inauguró la crítica lexicográfica, la cual se
centraba, en un primer momento, en el diccionario de la Academia, y después se aplicó
a la lexicografía en general (cfr. Jiménez Ríos 2013b).
Posteriormente, en el siglo XX, Julio Casares (1921) planteó una renovación de la
lexicografía española centrada en la organización de la macroestructura y estableció las
relaciones con otras disciplinas lingüísticas. A partir del examen de las aportaciones
bibliográficas, se ha podido comprobar que en la configuración de la macroestructura
del diccionario intervienen abundantes aspectos lingüísticos que se manifiestan en su
propia organización, en la selección del lemario y en el proceso de lematización (cfr.
Rey-Debove 1971; Bergenholtz y Tarp 1995; Porto Dapena 2002; Béjoint 2010). De
esta manera, se valida la hipótesis de que los lemas que integran la nomenclatura han
sido seleccionados de acuerdo con una serie de coordenadas que se forjan a partir de la
intersección de aspectos ortográficos (p. ej. variantes gráficas, extranjerismos crudos),
529
CONCLUSIONES
gramaticales (p. ej. variaciones en la morfología flexiva, introducción de elementos y
palabras gramaticales, intersecciones transcategoriales) y semánticos (p. ej. homonimia
y polisemia y su proyección en la macroestructura).
A lo largo del tiempo, la macroestructura del diccionario ha ido ampliando sus
límites y ha evolucionado hacia un mayor grado de homogeneización y normalización
debido a los resultados obtenidos en las investigaciones sobre las relaciones entre el
léxico y la gramática (cfr. Demonte 2017: 15), al empleo de herramientas informáticas
(corpus, bases de datos, informatización de los productos lexicográficos) y a los avances
en los estudios metalexicográficos. Por ejemplo, recientemente en el marco de la teoría
funcional se ha discutido la utilidad de la distinción de homónimos en la lexicografía
(cfr. Tarp 2013). Asimismo, la lingüística de corpus ha supuesto una revolución para la
lexicografía y ha influido de manera decisiva en la metodología usada en la confección
de diccionarios. Los corpus aseguran la fiabilidad y permiten decidir sobre la inclusión
de ciertas palabras en función de la representatividad de los resultados (cfr. Rojo 2009;
Torruella 2017).
También en la macroestructura se evidencia de manera directa el vínculo con la
ortografía a través de los lemas que la componen, que reflejan la norma ortográfica del
momento de su confección (cfr. Catach 1989: 501-508; Lara 1992: 5). Por lo tanto, en la
macroestructura se manifiestan implícitamente las reglas particulares de ortografía, ya
que a cada uno de los lemas se le asigna una grafía concreta. La propia forma gráfica
señala la escritura recomendada de cada una de las palabras. En este sentido, se ha
comprobado que los diccionarios son indispensables para el conocimiento de la solución
ortográfica individual de los vocablos del lemario, algo especialmente visible en el
repertorio de la Academia debido a su carácter normativo. En la actualidad, esta obra se
propone, no solamente resolver dudas sobre el significado de las palabras, sino también
sobre su uso en el discurso y sobre su ortografía.
Por todo lo expuesto, en este estudio, siguiendo los trabajos de Martínez Alcalde
(2006, 2007 y 2010b), Quilis Merín (2009, 2010a, 2010b y 2013a) y Alcoba (2012), se
ha partido del supuesto de que los diccionarios son una fuente imprescindible para
530
CONCLUSIONES
obtener una panorámica completa de la historia de la ortografía del español, puesto que
proporcionan una perspectiva complementaria a la de los tratados ortográficos (cfr.
Quilis Merín 2010a: 529), y, además, como se ha demostrado, forman parte de la propia
historia de la ortografía. El repertorio léxico ofrece información sobre la ortografía
desde una doble vertiente, como una obra metalingüística, en la que se transmiten
observaciones e indicaciones de carácter ortográfico sobre las palabras, ya sea en el
prólogo, a través de los lemas o en las propias definiciones, y como texto, en el que se
presenta una muestra de la lengua del momento de su confección (véase capítulo 2).
Este modelo de análisis, que aporta nuevas formas de aproximarse a la información
lexicográfica, se ha aplicado al estudio de los diccionarios académicos publicados en el
siglo XIX y se han obtenido resultados de gran relevancia para la fijación del sistema
ortográfico del español.
Como se está demostrando en estudios recientes (Ramírez Luengo 2012; Melis y
Flores 2015a; Carpi y García Jiménez 2017, etc.), el siglo XIX desempeña un papel
fundamental en la historia de la lengua española. Los cambios lingüísticos que se
analizan en estos trabajos, tanto gramaticales, como ortográficos, fónicos y léxicos
evidencian la importancia de esta centuria en el devenir de la lengua y demuestran que
en ella se erige el español contemporáneo en su configuración actual. Dentro de la
historia de la ortografía, desarrollada en el capítulo 3 de la tesis, el siglo XIX se inserta
en lo que los estudios tradicionales han designado el período académico (cfr. Esteve
Serrano 1982; Martínez de Sousa 1991 y 2008; Iribarren 2005). Esta etapa se inicia en
el siglo XVIII con el nacimiento de la Academia y la lengua entra en un período de
estabilidad ortográfica que llega hasta la actualidad. Sin embargo, existe una postura
revisionista desde la que se han diluido los límites de las etapas que se habían fijado
para periodizar la ortografía y se ha cuestionado la importancia de la Academia (cfr.
Martínez Alcalde 2010a y 2012; Frago 2010; Ramírez Luengo 2015). Como se ha
comprobado, todavía en el siglo XIX conviven varias «tendencias gráficas» que estaban
aceptadas socialmente y que se acaban imponiendo unas sobre las otras. Si bien es
cierto que la Academia es uno de los vértices de la estandarización ortográfica, también
531
CONCLUSIONES
influyen otros factores como la imprenta, las tradiciones escriturarias, la alfabetización
o la escolarización (cfr. Ramírez Luengo 2012: 168). Con todo, es evidente que el
respaldo oficial a mediados de siglo de la propuesta académica determinó la fijación de
la ortografía del español.
En esta centuria, la Academia difundía su propuesta tanto en las ortografías como
en los diccionarios, ya que, como se ha demostrado, en estos últimos se introdujeron
modificaciones o reformas que reflejaban las decisiones tomadas por los académicos en
materia ortográfica. Por lo tanto, tal y como se planteó en la hipótesis, en el siglo XIX,
igual que en la centuria anterior lo fue el Diccionario de autoridades, el repertorio
léxico se concibió como un eslabón más en la evolución de la ortografía y contribuyó de
manera decisiva al proceso de fijación del sistema ortográfico del español.
Las líneas evolutivas que presenta la ortografía en las ediciones decimonónicas
del diccionario han permitido distinguir algunas fases dentro la centuria. Las ediciones
de la primera mitad del siglo XIX se pueden agrupar en un mismo conjunto (18031843). A pesar de que en 1803 se fijaron las reformas que se habían ido incluyendo en
los tratados ortográficos dieciochescos, ya se observa en esta edición del repertorio una
pérdida de peso del criterio etimológico que culminó en 1815 con la reestructuración del
sistema ortográfico del español. Sin duda, en esta edición de la ortografía tuvieron lugar
las reformas de mayor calado, las cuales se aplicaron a las palabras de la nomenclatura
de 1817 y se fueron afinando en las ediciones siguientes del diccionario (1822-1843).
En estas ediciones se ajustó la relación entre grafema y fonema y se fue gestando el
sistema ortográfico en su configuración actual. La falta de una ortografía y la continua
publicación de la obra lexicográfica condujo a una situación insólita, pues el repertorio
léxico estaba más actualizado en materia ortográfica que la propia ortografía. A partir de
la edición del diccionario de 1852 la ortografía entró en un proceso de estabilización
debido a la oficialidad que se le había otorgado al sistema académico en el año 1844. La
publicación del Prontuario era constante y descendieron las vacilaciones ortográficas en
el diccionario (1852-1869). Algunas de las modificaciones practicadas en la edición del
repertorio de 1869 denotan una preferencia por el criterio etimológico. La etimología
532
CONCLUSIONES
fue determinante en las ediciones de 1884 y 1899 donde el principio etimológico volvió
a constituirse como rector de la ortografía. Este cambio sitúa las tres últimas ediciones
del diccionario de la Academia en un mismo proceso evolutivo dentro de la ortografía
académica.
El análisis que se ha llevado a cabo en el capítulo 4 aporta datos categóricos para
la reconstrucción de la historia de la lexicografía y de la historia de la ortografía del
español. En esta investigación se ha verificado la importancia del diccionario académico
como promotor de la codificación ortográfica, lo cual se ha comprobado a través de los
cambios introducidos en la macroestructura. Los resultados obtenidos permiten afirmar
que las reformas ortográficas propuestas por la Academia en el siglo XIX presentan una
doble dirección. En las hipótesis se planteó que el diccionario actúa como sancionador
de las reformas que se proponen en las ortografías académicas, pero, en ocasiones, es en
el repertorio léxico donde se gestan las reglas.
Es cierto que la trayectoria más habitual es ortografía > diccionario, es decir, en
las ortografías se formulan reformas ortográficas que posteriormente se aplican a los
lemas de la macroestructura autorizando, así, dicha regla. Esta dirección se ejemplifica
con la sustitución de qu por c en las voces en que la u de detrás de la q se pronunciaba
(aquoso > acuoso, conseqüencia > consecuencia, freqüencia > frecuencia, pasqüilla >
pascuilla, etc.). Esta norma se propuso en la edición de la ortografía de 1815 y se puso
en práctica en todas las palabras del lemario de la edición del diccionario de 1817
(véase capítulo 4, § 1.2.2.). De hecho, el tratado ortográfico se emprendió como tarea
previa al repertorio léxico.
En cambio, en otras ocasiones, se ha demostrado que la dirección de la reforma es
la inversa: diccionario > ortografía. Es decir, las decisiones ortográficas se toman en el
diccionario y se terminan imponiendo como norma en la ortografía. Para determinar
esta trayectoria, es imprescindible el análisis de las modificaciones introducidas en la
macroestructura. En algunos casos, los prólogos de los repertorios han servido de ayuda
para constatar las modificaciones ortográficas que se han aplicado en el interior de la
obra. Un ejemplo de ello son las declaraciones transmitidas en el preámbulo de la
533
CONCLUSIONES
edición del diccionario de 1817 sobre la preferencia por el empleo de j seguida de vocal
palatal para representar el fonema fricativo velar sordo /x/. En la ortografía de 1815 se
habían propuesto reglas generales para el uso de g y j delante de e y i, pero seguían
existiendo vacilaciones en la escritura de ciertas palabras. Por ello, las decisiones en
materia ortográfica se tomaron en la redacción del repertorio, puesto que para cada lema
decidieron una grafía. Se otorgó prioridad a la letra j, lo cual se advirtió en el prólogo y
generó abundantes modificaciones en las voces del lemario de las ediciones siguientes
del diccionario (1822, 1832, 1837 y 1843).
Sin embargo, a diferencia de lo que se había indicado en la hipótesis, las
reflexiones ortográficas planteadas en el prólogo no siempre emergen de los cambios en
el cuerpo de la obra. Por ejemplo, en el preámbulo de la edición del diccionario de 1837
se debatió desde una perspectiva normativa sobre la agrupación consonántica -x+C-, un
tema que, como se ha podido comprobar, había generado distintas opiniones entre los
ortógrafos de la época. No obstante, la Academia solo anunció la desaprobación de la
sustitución de x por s en la sílaba ex, pero no se produjeron cambios en las voces del
lemario, puesto que ya prefería la combinación consonántica en casi todas las palabras
del diccionario (véase § 1.2.9.2.F).
Asimismo, el análisis de los datos ha demostrado que el diccionario establece la
ortografía de ciertos lemas problemáticos para los que no existe una regla particular en
los tratados ortográficos o se aceptan varias posibilidades de escritura. Este es el caso
del uso de la z delante de vocal palatal en los plurales y derivados de las palabras cuya
base léxica se escribía con esa misma grafía. Como se ha comprobado, en las ediciones
de la ortografía publicadas en el siglo XVIII se ofreció la posibilidad de utilizar en estas
voces la z, aunque se recomendaba el uso de c. Por ello, aunque la tendencia mayoritaria
era utilizar la letra c, en el diccionario había variación, por lo que se hallan registrados
lemas como atenazear (de tenaza), marzear (de marzo) o rebozito (de rebozo). La
escritura de estas palabras refuta la hipótesis de que los cambios en materia ortográfica
introducidos en el diccionario implican una pérdida de variación gráfica del sistema
académico precedente. Incluso, en algunas ocasiones, es al revés. Por ejemplo, en el
534
CONCLUSIONES
Prontuario (1854) se volvió a incluir la letra k para representar el fonema velar oclusivo
sordo, por lo que, a partir de entonces, se utilizaron tres grafías para un único fonema
(/k/: c, k, q). Sin embargo, su uso se restringía a unas pocas palabras. Este cambio en el
sistema ortográfico es consecuencia de la introducción de algunos extranjerismos sin
adaptación gráfica al español (kabila, képis, kilogramo, etc.). Asimismo, supuso la
inclusión de variantes gráficas con k de voces que ya se hallaban escritas con c o q en el
diccionario (kadí/cadí, kalenda/calenda, kalmuko/calmuco).
Finalmente, el examen llevado a cabo ha permitido descubrir que algunas de las
decisiones metalexicográficas acordadas para la configuración del diccionario tuvieron
repercusiones en la ortografía utilizada en la obra. Así, por ejemplo, en la edición de
1822 se acordó suprimir del lemario las variantes que conservaban las grafías antiguas o
que no se ajustaban a las normas de pronunciación y ortografía del momento (cfr.
Jiménez Ríos 2019: 246; Lombardini 2011: 312). Con estas eliminaciones se empezó a
concebir el diccionario como un instrumento normativo (cfr. Clavería 2019a: 33).
También influyó en la escritura de los lemas, posiblemente de manera involuntaria, la
introducción de la etimología en la duodécima edición del diccionario (1884). El origen
etimológico volvió a constituirse como principio rector de la ortografía, hecho que
provocó cambios en un abundante número de palabras (besque > vesque, bitola > vitola,
estivar > estibar, gilbo > gilvo, etc.). En algunos casos, la etimología actuó de árbitro
normativo y determinó el triunfo entre variantes formales (cfr. Jiménez Ríos 2008: 323).
Por todo lo expuesto, se puede afirmar que el diccionario tiene un papel decisivo
en el proceso de estandarización del sistema ortográfico y la información contenida en
el repertorio es imprescindible para obtener una panorámica completa de la historia de
la ortografía del español.
A raíz de esta tesis se han abierto nuevas vías de indagación fundamentales para
completar la historia de la relación entre el diccionario y la ortografía del español. Por
un lado, desde el punto de vista cronológico, se podría ampliar el período examinado al
siglo XX con el objetivo de determinar la evolución que presenta la estandarización
535
CONCLUSIONES
ortográfica en el repertorio léxico de la Academia. Por otro lado, desde el punto de vista
de los fenómenos analizados, sería interesante examinar la fijación de los otros aspectos
del sistema ortográfico del español, los signos diacríticos (tilde y diéresis) y los signos
de puntuación (cfr. OLE 2010).
Asimismo, este estudio, por motivos temporales, se ha concentrado en la relación
entre la ortografía y el diccionario y no se ha podido acometer el vínculo del diccionario
con la gramática con relación a la configuración de la macroestructura, que, como se ha
hecho constar en el capítulo 1, las posibilidades de estudio en este ámbito son múltiples.
Además, es especialmente importante la relación de estas disciplinas lingüísticas en el
contexto académico debido a la labor de codificación de la lengua española que la
Academia pretendía realizar desde una triple perspectiva, primero léxica y ortográfica y
después gramatical.
En definitiva, la investigación que se ha desarrollado en la presente tesis doctoral
contribuye a completar el vacío existente de estudios sobre el siglo XIX con el objetivo
de esclarecer la complejidad lingüística de esta diacronía del español desde una nueva
perspectiva de análisis que asume el diccionario como una importante fuente de datos
en materia ortográfica. En concreto, esta tesis ha pretendido aportar luz a la historia de
la lexicografía, por un lado, y a la historia de la ortografía, por el otro, en una centuria
donde ambas disciplinas se encuentran.
536
CONCLUSIONI
CONCLUSIONI
La ricerca svolta in questa tesi costituisce un passo avanti nello studio dello spagnolo
del XIX secolo, un’epoca «poco considerada» (Ramírez Luengo 2016: 447) nelle opere
sulla storia della lingua spagnola. Con questo centennio ebbe inizio quel che
recentemente ha preso il nome di español moderno (Melis y Flores 2015a), un periodo
di trascendenza capitale per la storia della lingua perché, tra l’altro, in esso si produce la
modernizzazione definitiva del sistema linguistico spagnolo (cfr. Martínez Alcalde
2010a; Zamorano 2012; Ramírez Luengo 2012; Melis e Flores 2015a; Carpi e García
Jiménez 2017).
Nell’ambito della diacronia, la ricerca si trova al bivio tra due
discipline: la storia della linguistica e la storia della lingua. Lo studio realizzato è, da un
lato, un contributo alla storia della lessicografia e, dall’altro, alla storia dell’ortografia
dello spagnolo. Concretamente, contribuisce alla ricostruzione del processo di fissaggio
del sistema ortografico tramite i cambi nella macrostruttura delle dieci edizioni
ottocentesche del dizionario dell’Accademia, essenziali per capire la rotta che seguì
l’ortografia nel XIX secolo.
Di seguito, si esporranno le conclusioni specifiche estratte da ogni capitolo e che
fanno riferimento agli obiettivi e le ipotesi formulate nell’introduzione a questa tesi:
Lo sviluppo della storia della teoria lessicografica ha evidenziato che il versante
teorico della disciplina deriva dalla pratica stessa dell’elaborazione dei dizionari, che
annovera una lunga tradizione (vedasi capitolo 1). Come si è potuto verificare, non fu
che nel XIX secolo quando si iniziò ad avere la consapevolezza dell’importanza della
riflessione linguistica antecedente all’elaborazione del repertorio lessicale (cfr.
Hausmann 1989: 216; Alvar Ezquerra 1993a: 215 e 2014-2015: 35). In questa stessa
epoca nacque anche la linguistica scientifica e, presto, i postulati delle correnti che
sorsero si concretizzarono nei dizionari di quel momento. Per questa ragione, il XIX
secolo è un periodo chiave nella storia della lessicografia, più in generale, e di quella
spagnola, nello specifico, già che fu allora quando si iniziò a riconsiderare il concetto di
dizionario a causa, in certa misura, dei modelli che stavano emergendo in quell’epoca,
specialmente dei dizionari enciclopedici che presentavano, come caratteristica
538
CONCLUSIONI
principale, l’ampliazione della macrostruttura, conseguenza della visione totalizzatrice
del lessico di quel periodo. Allo stesso modo, si iniziarono ad applicare, alla pratica
lessicografica, i principi teorici della linguistica storico-comparativa, diffusasi in
Spagna a metà secolo. (cfr. Mourelle-Lema 1968: 167; Ridruejo 2002; Clavería 2014:
280; capitolo 1, § 1.2.). Un esempio di ciò è il nuovo ordine che acquisisce la
macrostruttura a effetto della separazione delle parole omonime in articoli indipendenti
per l’incorporazione dell’etimologia nella dodicesima edizione del dizionario
accademico (cfr. Jiménez Ríos 2008: 356). Pertanto, così come si è ipotizzato, i modelli
teorico-linguistici che compaiono in Spagna durante il XIX secolo influiscono sulle
edizioni del dizionario dell’Accademia.
Le riflessioni filologiche sulla produzione dell’opera lessicografica, in quel tempo
divulgate nelle regole e nei prologhi del dizionario stesso, si basavano su vari aspetti del
repertorio. La macrostruttura fu uno dei temi centrali, dato che rappresenta una parte
essenziale del dizionario mediante la quale si gerarchizza l’informazione in esso
contenuta. Tra le varie questioni, interessava l’ammissione o l’esclusione dal lemmario
di certi gruppi lessicali e l’adeguazione dei lemmi alle norme ortografiche dell’epoca.
Nello stesso secolo, si inaugurò anche la critica lessicografica che, in un primo
momento, si concentrava sul dizionario dell’Accademia ma che poi fu applicata alla
lessicografia più in generale. (cfr. Jiménez Ríos 2013b).
Successivamente, nel XX secolo, Julio Casares (1921) propose un rinnovamento
della lessicografia spagnola incentrata sull’organizzazione della macrostruttura e ne
stabilì il rapporto con le altre discipline linguistiche. A partire dall’analisi degli apporti
bibliografici, si è potuto dimostrare che nella configurazione della macrostruttura del
dizionario intervengono abbondanti aspetti linguistici che si manifestano nella sua
organizzazione, nella selezione del lemmario e nel processo di lemmatizzazione (cfr.
Rey-Debove 1971; Bergenholtz e Tarp 1995; Porto Dapena 2002; Béjoint 2010). In
questo modo, si convalida l’ipotesi secondo la quale i lemmi che costituiscono la
nomenclatura sono stati selezionati in accordo con una serie di coordinate generate
dall’intersezione di aspetti ortografici (es. varianti grafiche, forestierismi crudi),
539
CONCLUSIONI
grammaticali (es. variazioni nella morfologia flessiva, introduzione di elementi e parole
grammaticali, intersezioni tra categorie) e semantici (es. omonimia e polisemia e la loro
proiezione sulla macrostruttura).
Nel tempo, la macrostruttura del dizionario ha ampliato i suoi limiti e si è evoluta
verso un maggior grado di omogeneizzazione e normalizzazione grazie ai risultati
ottenuti dalle indagini sulle relazioni tra il lessico e la grammatica (cfr. Demonte 2017:
15), all’uso di strumenti informatici (corpus, banche dati, informatizzazione dei prodotti
lessicografici) e ai progressi negli studi metalessicografici. A esempio, recentemente,
nell’ambito della teoria funzionale, si è discusso sull’utilità della distinzione degli
omonimi in lessicografia (cfr. Tarp 2013). Allo stesso tempo, la linguistica del corpus
ha comportato una rivoluzione per la lessicografia e ha influito in modo decisivo sulla
metodologia utilizzata nell’elaborazione dei dizionari. I corpus assicurano l’affidabilità
e permettono di decidere in merito all’ammissione di certe parole in funzione della
rappresentatività dei risultati (cfr. Rojo 2009; Torruella 2017).
Inoltre, nella macrostruttura si evidenzia in modo diretto il vincolo con
l’ortografia attraverso i lemmi che la conformano, che riflettono la norma ortografica
del momento in cui sono stati confezionati (cfr. Catach 1989: 501-508; Fernando Lara
1992: 5). Perciò, nella macrostruttura si manifestano implicitamente le regole proprie
dell’ortografia, giacché a ognuno dei lemmi si assegna una grafia specifica. La forma
grafica stessa indica la scrittura raccomandata per ogni parola. A tal proposito, si è
confermato che i dizionari sono indispensabili per conoscere la soluzione ortografica
specifica delle voci del lemmario, tratto evidente in special modo nel repertorio
dell’Accademia data la sua natura normativa. Attualmente, quest’opera pretende non
solo di risolvere dubbi sul significato delle parole, bensì anche sul loro uso nel discorso
e sull’ortografia.
Alla luce di ciò e sulla base delle opere di Martínez Alcalde (2006, 2007 e
2010b), Quilis Merín (2009, 2010a, 2010b e 2013a) e Alcoba (2012), in questo studio si
è partiti dalla premessa che i dizionari sono una fonte imprescindibile da cui ottenere
una panoramica completa della storia dell’ortografia dello spagnolo, poiché forniscono
540
CONCLUSIONI
una prospettiva complementare a quella dei trattati ortografici (cfr. Quilis Merín 2010a:
529), e, inoltre, come si è dimostrato, fanno parte della storia stessa dell’ortografia. Il
repertorio lessicale offre informazioni sull’ortografia da due punti di vista: come opera
metalinguistica, in cui si espongono osservazioni di natura ortografica sulle parole,
siano esse nel prologo, mediante i lemmi o nelle definizioni stesse, e come testo, nel
quale si presenta un campione della lingua del momento della sua elaborazione (vedasi
capitolo 2). Questo modello d’analisi, che apporta nuove forme di approccio
all’informazione lessicografica, è stato applicato allo studio dei dizionari accademici
pubblicati nel XIX secolo con risultati di grande rilevanza per il fissaggio del sistema
ortografico dello spagnolo.
Così come si è dimostrato in studi recenti (Ramírez Luengo 2012; Melis e Flores
2015a; Carpi e García Jiménez 2017, ecc.), il XIX secolo riveste un ruolo fondamentale
nella storia della lingua spagnola. Le variazioni linguistiche analizzate in queste opere,
sia grammaticali, sia ortografiche, foniche e lessicali, evidenziano l’importanza di
questo centennio nel divenire della lingua e dimostrano che su di essa si erige lo
spagnolo contemporaneo nella sua configurazione attuale. Nella storia dell’ortografia,
descritta nel capitolo 3 di questa tesi, il XIX secolo si inserisce nel periodo che gli studi
tradizionali hanno catalogato come accademico (cfr. Esteve Serrano 1982; Martínez de
Sousa 1991 e 2008; Iribarren 2005). Questa tappa ha inizio nel XVIII secolo con la
nascita dell’Accademia e l’ingresso della lingua in una fase di stabilità ortografica.
Tuttavia, esiste una postura revisionista che ha proceduto a sfumare i limiti tra le diverse
fasi fissate per periodizzare l’ortografia e ha messo in discussione l’importanza
dell’Accademia (cfr. Martínez Alcalde 2010a e 2012; Frago 2010; Ramírez Luengo
2015). Come si è potuto verificare, nel XIX secolo convivono ancora diverse «tendenze
grafiche» socialmente accettate e che finiscono per imporsi le une sulle altre. Sebbene
sia vero che l’Accademia è uno dei vertici di standardizzazione ortografica, su
quest’ultima influiscono anche altri fattori come la stampa, le tradizioni scritturiste,
l’alfabetizzazione o la scolarizzazione (cfr. Ramírez Luengo 2012: 168). Nonostante
541
CONCLUSIONI
ciò, è evidente che l’appoggio ufficiale, a metà del secolo, della proposta accademica
determinò il fissaggio dell’ortografia dello spagnolo.
In questa epoca, l’Accademia diffondeva la sua proposta sia nelle ortografie sia
nei dizionari, dato che, come constatato, in questi ultimi si introdussero modifiche o
riforme che riflettevano le decisioni degli accademici in materia di ortografia. Dunque,
come esposto nell’ipotesi, nel XIX secolo, così come nel precedente lo fu il Diccionario
de autoridades, il repertorio lessicale fu concepito come un ulteriore anello
nell’evoluzione dell’ortografia e contribuì in modo decisivo al processo di fissaggio del
sistema ortografico spagnolo.
Le linee evolutive che presenta l’ortografia nelle edizioni ottocentesche del
dizionario hanno permesso di distinguere alcune fasi all’interno del centennio. Le
edizioni della prima metà del XIX secolo si possono riunire in un unico gruppo (18031843). Benché nel 1803 fossero già state fissate le riforme incorporate nei trattati
ortografici ottocenteschi, in questa edizione del repertorio si osserva una perdita di peso
del criterio etimologico che culminò nel 1815 con la ristrutturazione del sistema
ortografico dello spagnolo. Senza dubbio, in quest’edizione dell’ortografia avvennero le
riforme di maggiore profondità, che vennero applicate alle parole della nomenclatura
del 1817 e si perfezionarono nelle edizioni successive del dizionario (1822-1843). In
queste ultime si aggiustò la relazione tra grafema e fonema e iniziò la gestazione del
sistema ortografico nella sua configurazione attuale. La mancanza di un’ortografia e
l’incessante pubblicazione dell’opera lessicografica condusse a una situazione insolita,
dacché il repertorio lessicale era più aggiornato in termini ortografici rispetto
all’ortografia stessa. A partire dall’edizione del dizionario del 1852, l’ortografia entrò in
un processo di stabilizzazione dovuto all’ufficialità attribuita al sistema accademico nel
1844. La pubblicazione del Prontuario era costante e calarono le titubanze ortografiche
nel dizionario (1852-1869). Alcune delle modifiche messe in atto nell’edizione del
repertorio del 1869 denotano una preferenza per il criterio etimologico. L’etimologia fu
decisiva nelle edizioni del 1884 e 1899 nelle quali il principio etimologico si ricostituì
quale rettore dell’ortografia. Questo cambiamento situa le tre ultime edizioni del
542
CONCLUSIONI
dizionario dell’Accademia in un unico processo evolutivo nell’ambito dell’ortografia
accademica.
L’analisi portata a termine nel capitolo 4 apporta dati indiscutibili per la
ricostruzione della storia della lessicografia e della storia dell’ortografia dello spagnolo.
In questa ricerca si è verificata l’importanza del dizionario accademico come promotore
della codificazione ortografica, la qual cosa è stata accertata attraverso le modifiche
introdotte nella macrostruttura. I risultati ottenuti permettono di affermare che le riforme
ortografiche proposte dall’Accademia nel XIX secolo presentano una duplice direzione.
Nelle ipotesi si è suggerito che il dizionario si comporta come sanzionatore delle
riforme che vengono proposte nelle ortografie accademiche, però, in alcuni casi, le
regole nascono proprio nel repertorio lessicale.
È pur vero che la traiettoria abituale è ortografia > dizionario, ossia, è nelle
ortografie che si formulano le riforme ortografiche che successivamente si applicano ai
lemmi della macrostruttura autorizzando, così, la regola stessa. Questa direzione si
esemplifica nella sostituzione di qu con c nelle voci in cui veniva pronunciata la u dopo
la q (aquoso > acuoso, conseqüencia > consecuencia, freqüencia > frecuencia,
pasqüilla > pascuilla, ecc.). Questa norma fu proposta nell’edizione dell’ortografia del
1815 e venne messa in pratica in tutte le parole del lemmario dell’edizione del
dizionario del 1817 (vedasi capitolo 4, § 1.2.2.). In effetti, il trattato ortografico si iniziò
come opera anteriore al repertorio lessicale.
Malgrado ciò, in altre occasioni, è stato dimostrato che la direzione della riforma
è in senso contrario: dizionario > ortografia. In altre parole, le decisioni ortografiche si
prendono nel dizionario e finiscono per imporsi come norma nell’ortografia. Per
determinare questa traiettoria, è imprescindibile l’analisi delle modifiche introdotte nella
macrostruttura. In alcuni casi, i prologhi ai repertori sono stati d’aiuto per constatare le
variazioni ortografiche applicate all’interno dell’opera. Un esempio di ciò sono le
dichiarazioni nel preambolo all’edizione del dizionario del 1817 sulla preferenza
dell’uso di j seguita da vocale palatale per rappresentare il fonema fricativo velare sordo
/x/. Nell’ortografia del 1815 si erano proposte delle regole generali per l’utilizzo di g e j
543
CONCLUSIONI
davanti a e ed i, ma continuavano a esistere dei vacillamenti nella scrittura di alcune
parole. Per questo motivo, le decisioni in materia di ortografia si presero nella redazione
del repertorio, visto che per ogni lemma fu stabilita una grafia. Si diede priorità alla
lettera j, come si era anticipato nel prologo, la qual cosa generò cospicue modifiche
nelle voci del lemmario delle edizioni successive del dizionario (1822, 1832, 1837 e
1843).
Tuttavia, a differenza di ciò che è stato palesato nelle ipotesi, le riflessioni
ortografiche presentate nel prologo non sempre emergono dai cambiamenti nel corpo
dell’opera. Ad esempio, nel preambolo all’edizione del dizionario del 1837, si
riesaminò il gruppo consonantico -x+C- in un’ottica normativa, un argomento che, come
dimostrato, aveva originato opinioni contrastanti tra gli ortografi dell’epoca. Eppure,
l’Accademia annunciò solamente la disapprovazione sulla sostituzione di x con s nella
sillaba ex, però non si produssero variazioni nelle voci del lemmario, dato che già si
preferiva la combinazione consonantica in quasi tutte le parole del dizionario (vedasi §
1.2.9.2.F).
Al tempo stesso, l’analisi dei dati ha dimostrato che il dizionario stabilisce
l’ortografia di alcuni lemmi problematici per i quali non esiste una regola propria nei
trattati ortografici o se ne accettano varie possibilità di scrittura. È il caso dell’uso della
z davanti a vocale palatale nei plurali e derivati delle parole la cui base lessicale veniva
scritta con quella stessa grafia. Come appurato, nelle edizioni dell’ortografia pubblicate
nel XVIII secolo si offrì la possibilità di usare la z in queste voci, nonostante si
raccomandasse l’uso della c. Perciò, anche se la tendenza predominante consisteva
nell’usare la lettera c, nel dizionario c’erano delle variazioni, infatti si trovano lemmi
come atenazear (da tenaza), marzear (da marzo) o rebozito (da rebozo). La scrittura di
queste parole refuta l’ipotesi secondo la quale i cambiamenti in materia di ortografia
introdotti nel dizionario implicano una perdita di variazione grafica del sistema
accademico precedente. In alcuni casi è perfino il contrario. Ad esempio, nel Prontuario
(1854) venne reintrodotta la lettera k per rappresentare il fonema velare occlusivo sordo,
per cui, da quel momento, si usarono tre grafie per un solo fonema (/k/: c, k, q).
544
CONCLUSIONI
Ciononostante, come assodato, il suo uso si riduceva a poche parole. Questa modifica
nel sistema ortografico è la conseguenza dell’introduzione di alcuni forestierismi senza
un’adattazione grafica allo spagnolo (kabila, képis, kilogramo, ecc.). Allo stesso modo,
implicò l’inclusione di varianti grafiche con la k di voci che, nel dizionario,
comparivano già scritte con c o q (kadí/cadí, kalenda/calenda, kalmuko/calmuco).
Infine, l’esame realizzato ha permesso di scoprire che alcune delle decisioni
metalessicografiche accordate per la configurazione del dizionario ebbero ripercussioni
sull’ortografia utilizzata nell’opera stessa. Pertanto, ad esempio, nell’edizione del 1822
si accordò di abolire dal lemmario le varianti che conservassero le grafie antiche o che
non si adattassero alle norme di pronuncia e ortografia del momento (cfr. Jiménez Ríos
2019: 246; Lombardini 2011: 312). Con queste eliminazioni si iniziò a concepire il
dizionario come uno strumento normativo (cfr. Clavería 2019a: 33). Nella scrittura dei
lemmi influì anche, probabilmente in modo involontario, l’introduzione dell’etimologia
nella dodicesima edizione del dizionario (1884). L’origine etimologica si ristabilì come
principio rettore dell’ortografia, fatto che provocò dei cambiamenti in un ragguardevole
numero di parole (besque > vesque, bitola > vitola, estivar > estibar, gilbo > gilvo,
ecc.). In alcuni casi, l’etimologia fece da arbitro normativo e determinò la vittoria tra
più varianti formali (cfr. Jiménez Ríos 2008: 323).
Per quanto esposto finora, si può affermare che il dizionario ha un ruolo decisivo
nel processo di standardizzazione del sistema ortografico e che l’informazione
contenuta nel repertorio è imprescindibile per ottenere una visione panoramica completa
sulla storia dell’ortografia dello spagnolo.
Alla luce di questa tesi sono state aperte nuove vie di indagine fondamentali per
completare la storia della relazione tra il dizionario e l’ortografia dello spagnolo. Da un
lato, dal punto di vista cronologico, si potrebbe ampliare il periodo analizzato fino al
XX secolo con l’obiettivo di determinare l’evoluzione che presenta la standardizzazione
ortografica nel repertorio lessicale dell’Accademia. Dall’altro lato, dal punto di vista dei
fenomeni analizzati, sarebbe interessante studiare il fissaggio di altri aspetti del sistema
545
CONCLUSIONI
ortografico dello spagnolo, i segni diacritici (accento e dieresi) e la punteggiatura (cfr.
OLE 2010).
Tuttavia, questo studio, per ragioni di tempo, si è concentrato sul rapporto tra
l’ortografia e il dizionario e non ha potuto spaziare sul vincolo tra il dizionario e la
grammatica rispetto alla configurazione della macrostruttura, ambito che, come
constatato nel capitolo 1, offre molteplici possibilità di studio. Inoltre, è particolarmente
importante la relazione tra queste discipline linguistiche nel contesto accademico grazie
all’opera di codificazione della lingua spagnola che l’Accademia pretendeva di
realizzare da una triplice angolazione: innanzitutto lessicale e ortografica e,
successivamente, grammaticale.
In conclusione, la ricerca svolta nella presente tesi di dottorato contribuisce a
completare la lacuna esistente di studi sul XIX secolo con l’obiettivo di chiarire la
complessità linguistica di questa diacronia dello spagnolo da una nuova prospettiva di
analisi che riconosce il dizionario come un’importante fonte di dati in materia di
ortografia. Concretamente, questa tesi ha voluto ambire, da una parte, a fare luce sulla
storia della lessicografia, e, dall’altra, sulla storia dell’ortografia, in un centennio in cui
convergono entrambe le discipline.
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Esta tesis doctoral constituye un avance en
el estudio del español del siglo XIX. En el
marco de esta diacronía, la investigación
que se ha desarrollado es una aportación a
la historia de la lexicografía, por un lado, y
a la historia de la ortografía del español,
por el otro. El estudio contribuye a la
reconstrucción del proceso de fijación del
sistema ortográfico a través de los cambios
en la macroestructura de las diez ediciones
decimonónicas del diccionario de la
Academia, que son esenciales para
comprender el rumbo que toma la
ortografía en el siglo XIX.
Universitat Autònoma de Barcelona