LAS FUENTES PARA EL ESTUDIO
DE LA POLÍTICA EXTERIOR ESPAÑOLA
Antonio Niño Rodríguez
Universidad Complutense de Madrid
A primera vista, el tema de mi intervención l parece sencillo: hablar de las fuentes
para el estudio de la política exterior española es, simplemente, hablar de los depósitos documentales donde se guarda la documentación admistrativa generada por los
organismos encargados de gestionar la política exterior y, fundamentalmente, del
Archivo del Ministerio de Asuntos Exteriores. No voy a eludir esta tarea, que corresponde a la finalidad eminentemente práctica con que se ha orientado este curso, pero
antes me parece necesario hacer algunas consideraciones metodológicas que sirven
para introducir dudas y plantear problemas y que tienen por objetivo, precisamente,
poner en entredicho esa aparentemente sencilla relación entre los archivos estatales y
el estudio de la política exterior2.
Todo historiador, antes de empezar una investigación en un campo determinado,
establece una jerarquía de fuentes a utilizar en orden a su importancia y a su fiabilidad. El historiador de la política exterior, instintivamente, y siguiendo una ya larga
tradición, coloca en primer lugar las fuentes archivísticas tanto nacionales como
extranjeras, que serán normalmente el principal y más seguro filón de información.
Sólo tras las fuentes archivísticas situará el análisis de los medios de comunicación de
la época, los escritos de publicistas y ensayistas, los testimonios de observadores y
protagonistas en forma.de relatos, valoraciones o memorias, etc. Esta jerarquía de
fuentes es seguramente correcta cuando lo que se pretende es el «establecimiento de
los hechos», a la manera más tradicional y según mandan los cánones del buen oficio
del historiador. Pero tras esta operación, previa y fundamental —y no siempre bien
atendida—, hay que abordar otra, sin duda más delicada pero de mayor rendimiento
científico, que es la búsqueda de explicaciones y el establecimiento de hipótesis. Es en
este momento en el que cabe dudar del orden de prelación de fuentes que hemos indicado. La misma práctica del oficio nos enseña, al menos a los que nos hemos dedi1
Este artículo es la transcripción de la conferencia que, con el mismo título, impartí en el curso organizado por el Departamento de Historia Medieval, Moderna y Contemporánea de la Universidad de Salamanca, sobre Fuentes e Investigación en Historia Contemporánea, celebrado en julio de 1989.
2
Pedimos disculpas por el carácter teórico y poco argumentado que puedan tener estas reflexiones y
por su presentación necesariamente esquemática, pero un análisis más detenido de esta cuestiones exigiría
un espacio del que ahora no disponemos.
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cado a la Historia Contemporánea, que la profusión de documentos de archivo plantea el grave problema de discernir, ante la avalancha documental, qué es lo esencial,
lo decisivo, y qué es lo accesorio. A veces el problema es mucho más elemental y consiste en averiguar dónde puede estar lo esencial. Todos sabemos que de la historia
más reciente se conserva una enorme cantidad de documentación administrativa,
como consecuencia del crecimiento de la burocracia y de la expansión de los medios
de reprografía, pero no sabemos, por ejemplo, cuál es la que realmente utilizó el decisor o decisores, por lo que no podemos, a menudo, reconstruir algo fundamental en la
investigación de la política exterior como es el proceso de toma de decisiones —esto
cuando no se han producido depredaciones de la documentación más relevante,
como ha sido el caso, ya lo veremos, en nuestro país—.
La cuestión se complica desde que se generaliza el uso del teléfono o, más recientemente, otros medios de comunicación como la telemática o la informática. Pensemos,
por ejemplo, en las consecuencias que tuvo la generalización del uso del teléfono al
sustituir una fuente documental tan rica para el historiador como era la correspondencia privada o el telegrama. O en las consecuencias que tendrá la facilidad creciente de los desplazamientos y de las comunicaciones, que ya hace tiempo acabó con
las interesantísimas «instrucciones» escritas que se daban a los embajadores al partir
hacia un nuevo puesto, y que actualmente está restando carga política a la función del
embajador, en beneficio de los jefes de Gobierno y de Estado, cada vez más pródigos
en sus viajes y en sus encuentros. Pensemos también en cuestiones como el impacto
que tendrá la generalización del uso del ordenador en la constitución y utilización de
los archivos; los problemas que planteará su conservación y protección; en qué condiciones se procederá entonces a la crítica de fuentes, etc. Por tanto, la primera reflexión
que viene a poner en duda el valor «histórico» de los archivos disponibles se deriva de
la propia profusión de documentos en los períodos más recientes, de la desaparición
de la información más relevante y de la rápida transformación del soporte material de
la documentación conservada.
Una segunda cuestión, sin duda más importante, es la que tiene que ver con las
transformaciones metodológicas que ha sufrido en su pasado reciente la disciplina,
que vienen a poner también en entredicho la relevancia de las fuentes archivísticas
tradicionales. Esta renovación metodológica, liberada y ejemplificada por la escuela
francesa de Renouvin y Duroselle, se resume en el paso de la historia diplomática a la
historia de las relaciones internacionales. Veamos cómo lo explica el propio Renouvin en la introducción a su famosa Historie des relations internationales: «No es tanto el
objeto de la historia diplomática lo que se contesta; es su método, tal como sus adeptos lo practican demasiado a menudo. El historiador se deja sumergir en los documentos porque dispone de fuentes abundantes de acceso fácil, sin decidirse a
sacrificar en sus investigaciones los incidentes menudos que han retenido, por un instante fugaz, la atención de las cancillerías... Sin embargo, las instrucciones a los
embajadores a menudo no dicen lo esencial, y los informes que ofrecen datos del día a
día omiten con frecuencia la búsqueda de las causas; incluso en el siglo xix, la correspondencia de numerosos embajadores no dedica más que un lugar restringido, a
veces ridículo, a las cuestiones económicas y a los problemas de las nacionalidades
—a todas las fuerzas profundas—, pues para el diplomático la gran política planea
muy por encima de estas contingencias. El error de este historiador es creer que los
documentos diplomáticos pueden bastar para estudiar las relaciones internacionales» 3.
Pierre Renouvin, Historie des relations Internationales, París, Hachette, 1955.
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Dos ideas se desprenden de este párrafo: la crítica a la historia diplomática positivista por su apego estrecho a las fuentes de archivo, y la crítica a esas mismas fuentes
por ser insuficientes para explicar las causas profundas de los fenómenos internacionales. La nueva historia de las relaciones internacionales —término acuñado por la
escuela francesa— procede en consecuencia a una renovación metodológica que, sin
cambiar el objeto de estudio: la política exterior de los Estados, sus relaciones, sus tácticas y estrategias políticas, introduce nuevos elementos y nuevas técnicas de trabajo,
lo que tiene consecuencias en la selección y utilización de las fuentes.
Los nuevos elementos a considerar son los que Renouvin llamó —con un término
que me parece ambiguo y confuso— las «fuerzas profundas»: las fuerzas materiales,
por un lado, es decir, las condiciones del medio geográfico, los fenómenos demográficos, las estructuras y las coyunturas económicas, y, por otro lado, las fuerzas «espirituales», es decir, los sentimientos y pasiones colectivas, las ideologías, la opinión
pública, las tradiciones, las maneras de pensar, etc. Esto supone que la política exterior no se entiende como una elaboración exclusiva de las cancillerías, puesta en ejecución bajo el control absoluto de los diplomáticos, sino como la resultante de
presiones, de grupos y de intereses muy dispares y a veces contradictorios. La política
exterior de un país no se puede explicar por la voluntad de los diplomáticos ni por la
trama de las negociaciones políticas; lo verdaderamente relevante son ahora las condiciones estructurales, las fuerzas profundas de que habla Renouvin, que imponen
límites, que crean las condiciones y que son las únicas que pueden explicar a largo
plazo la evolución de los acontecimientos.
Esta renovación metodológica de la historia de las relaciones internacionales
—que se dio paralelamente pero de forma autónoma a la que realizó la escuela de los
Annales en la historia económica y social— seguía en definitiva la dirección que ha
adoptado el progreso de la historiografía en las últimas décadas: una toma de con
cienca creciente del carácter necesariamente social de la historia o, dicho en palabras
del propio Duroselle, una tendencia «a retrotraer la concepción que se tiene de la causalidad histórica hasta estratos cada vez más profundos, y en particular hasta las reacciones de los grupos sociales» 4 . Ello se traduce en una tendencia a romper el estrecho
límite del estudio de las cancillerías y la multiplicación de biografías, para interrogarse sobre las relaciones entre el hombre de estado y la sociedad, sobre la influencia
de los factores económicos y de los comportamientos colectivos.
Este cambio de actitud entre los historiadores de las relaciones internacionales fue
sin duda importante, pero no tan radical como el que imprimieron sus compatriotas
en el campo de la historia social y económica. Los fundadores de la escuela francesa
de las relaciones internacionales abrieron la perspectiva con la que estudiaban la vida
internacional, pero no para excluirlos fenómenos políticos del interés del historiador,
sino únicamente para mejor explicar, añadiéndole un contexto y una causalidad más
compleja, la trama estrictamente política que sigue siendo el núcelo central de su concepción de las relaciones internacionales. «La historia de las relaciones internacionales, en realidad, es un desarrollo, un enriquecimiento de la tradicional historia
diplomática —explica Duroselle—. Para los historiadores de hoy, la historia diplomática no es más que uno de los elementos del edificio, la obra básica de alguna
forma, la operación primordial que consiste en establecer los hechos, en elegir los más
importantes y en describir los mecanismos visibles de sus encantamientos. Pero la
historia de las relaciones internacionales ensancha la historia diplomática (al esfor4
Jean-Baptiste Duroselle. 'Historie sociale et historie des relations internationales'. Revue économique,
3 (mayo 1956), p. 406.
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zarse) en buscar las causas profundas de los acontecimientos» 5. El acontecimiento,
por tanto, sigue siendo el objetivo último de la historia. Se insiste en el ambiente y en
las circunstancias, pero para comprender mejor el hecho político concreto. Se estudian los comportamientos colectivos y la actuación de los grupos de presión, pero
como elementos que ponen límites a la actuación de los encargados de tomar las decisiones, no como agentes que puedan arrebatar el protagonismo de la historia al hombre de estado.
Esta «reforma» metodológica, más que «ruptura» —y ahí está una de las causas de
la rivalidad soterrada que enfrentó a la escuela de Renouvin y Duroselle con la de
Febvre y Braudel 6 — no dejó de tener, sin embargo, consecuencias sobre el trabajo del
historiador y sus fuentes de información. Los nuevos factores a consideraren las relaciones internacionales requerían, naturalmente, nuevas técnicas de investigación que
en su mayoría se tomaron prestadas de otras ciencias sociales, como la economía, la
demografía, la politología, la sociología, etc. A partir de entonces, el historiador no
podía conformarse con practicar la tradicional heurística y crítica histórica de fuentes, sino que tenía que manejar también la estadística, la modelización, el cálculo económico, el análisis de contenido, etc.
Estos nuevos elementos y estas nuevas técnicas requieren, como es lógico, la búsqueda y el uso de nuevas fuentes de información, que ya no se pueden reducir a los tradicionales archivos diplomáticos. Se utilizará, en consecuencia, la prensa y la
publicística, no ya para el establecimiento de los hechos, sino como un medio que permite estudiar los movimientos de opinión en su doble aspecto: la influencia de la opinión pública en los decisores, imponiendo límites y marcando las pautas de su
actuación, y, a la inversa, la utilización por el poder político de tácticas y técnicas de
condicionamiento de la opinión para apoyar y respaldar su actuación 7 . Se explotará
la literatura, las revistas de opinión, la cinematografía o las representaciones gráficas
para el estudio de los sentimientos colectivos y de las imágenes nacionales. La literatura política, el ensayismo, las declaraciones, programas y discursos públicos son un
medio excelente para el estudio de las ideologías políticas y su proyección internacional. La información económica, las revistas especializadas, los órganos de expresión
y los archivos de corporaciones o grupos organizados: asociaciones empresariales y
sindicales, internacionales políticas y religiosas, sociedades coloniales... todo lo que
pueda proporcionar información sobre los nuevos factores y los nuevos actores internacionales se convierte en una fuente útil para el historiador 8 .
El resultado de estos cambios es que los archivos diplomáticos han dejado de
detentar el monopolio como fuente de información, lo que no quiere decir que ya no
5
Ibidem, p. 408.
Vid. a este respecto los artículos de Jean-Pierr Aguet, 'Un «Combat pour l'histoire»; Lucien Febvre et
l'histoire diplomatique', y de Saul Friendlander y Miklós Molnar, 'Histoire nouvelle et histoire des relations internationales', en L'historien et les relations internationales. Recueil detudes en hommage à Jacques Freymond, Ginebra, Ι.υ.Η.Ε,Ι., 1981, pp. 3-24 y 77-90, respectivamente. El debate continúa, y su última
manifestación ha sido la publicación déla obra dirigida por René Remond, Pour une histoire politique, París,
éditions du Seuil, 1988.
7
Un ejemplo del análisis de la prensa para poner de relieve este fenómeno es el libro de Eduardo Gon
zález y Fredes Limón, La Hispanidad como instrumento de combate. Raza e imperio en la prensa franquista
durante la Guerra Civil española, Madrid, C.E.H., 1988.
8
Recientemente se han leído en nuestro país dos tesis doctorales sobre política exterior española centradas en su elaboración y formulación más que en su ejecución, y en las que el uso de los archivos diplomáticos es marginal o inexistente. Nos referimos a la de Angeles Egido,L<z5 ideas sobre política exterior en la
España de la II República (1931-1936), leída en septiembre de 1985, y la de Montserrat Huguet, Los planteamientos ideológicos de la política exterior española en la inmediata postguerra (1939-1945), leída en 1988, ambas
en la Universidad Complutense.
6
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sean frecuentados por los historiadores o que su importancia haya disminuido. Simplemente, se ha ampliado el abanico de las fuentes a consultary, al mismo tiempo, se
ha transformado radicalmente la forma en que se utilizaban las fuentes tradicionales
—fenómenos ambos que han acompañado la renovación historiográfica general, en
la que la historia de las relaciones internacionales no es una excepción—. De hecho,
dado que el objeto central de la disciplina no ha cambiado: el estudio de las relaciones
interestatales y de la política exterior de los estados, es lógico que los archivos diplomáticos sigan siendo la fuente principal utilizada por los historiadores, aunque, eso
sí, han cambiado los criterios con los que se utilizan. Ya no se privilegia sistemáticamente la información estrictamente política, las negociaciones diplomáticas, sino
que se explotan otras vetas consideradas hasta ahora marginales: la documentación
comercial, los informes de los agregados comerciales, la documentación emanada de
los servicios de propaganda, de los organismos encargados de las relaciones culturales 9, de las oficinas de prensa, de los consulados en el exterior 10, etc.
Un ejemplo muy interesante de este cambio en la manera de «trabajar» las fuentes
diplomáticas es el que se deriva del nuevo interés despertado por los problemas de la
«percepción» de los fenómenos internacionales y de las preconcepciones colectivas,
aspectos considerados decisivos en el proceso de toma de decisiones. Para abordar
estas cuestiones, se analizan los documentos emanados de los organismos o de las
personas responsables de conducir la política exterior, no como una fuente que nos
permite reconstruir los «hechos» y la trama de los acontecimientos, sino como un testimonio de los prejuicios, de los filtros y de las deformaciones con los que los decisores observaban la realidad. Se trata, en definitiva, de analizar el documento no desde
la perspectiva de su intencionalidad explícita, sino desde la del mensaje inconsciente
que contiene, utilizándolo como una fuente circunstancial y buscando lo que no pretendían decir. Este sistema ha permitido a Angel Viñas, por ejemplo, calibrar la profunda y persistente desconfianza con que la clase dirigente del franquismo percibía el
exterior, y explicar así en gran parte la introversión del régimen durante tantos años:
«¿Cómo no ligar la política económica internacional seguida por el régimen en su
fase más autoritaria y aislacionista a la percepción de los peligros que se creía emanaban del entorno por parte de algunos de los más importante decisores del franquismo...?» n . Otro caso: en un reciente coloquio celebrado para estudiar la formación de
la imagen de América Latina en España, varios de los comunicantes utilizaron los
documentos diplomáticos para analizarlos según el método hermenéutico y deducir
de ellos las imágenes, los estereotipos y los prejuicios que impregnaban las opiniones
de los decisores sobre aquel continente, y que condicionaban de forma inconsciente
su percepción de la realidad 12.
Siguen siendo grandes las posibilidades que ofrece la documentación emanada de
las instancias oficiales, sobre todo si sabemos explotarla de todas las formas que permiten las nuevas técnicas y los nuevos objetivos de la investigación, y no solamente
9
El libro de Lorenzo Delgado, Diplomacia franquista y política cultural hacia Iberoamérica (1939-1953),
Madrid. C.E.H., 1988, es una buena prueba de la rentabilidad que se puede obtener de este tipo de documentación para el estudio de la política exterior española.
10
Piénsese en la importancia que tiene la documentación de los consulados y embajadas para el estudio de la emigración, del exilio, de la oposición política en el exterior o del comercio exterior.
1
' Angel Viñas. 'Autarquía y política exterior en el primer franquismo'. Revista de Estudios Internaciones, I, 1 (enero-marzo 1980), p. 86.
12
Nos referimos al coloquio celebrado en Madrid del 22 al 24 de junio de 1989 sobre Laformación de la
imagen de América Latina en España, 1898-1989, y a las comunicaciones de Marisa González, Lorenzo Delgado, Rosa Pardo, Eduardo González y Antonio Niño.
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según el método crítico pero excesivametne apegado a la evidencia que se ha utilizado
hasta ahora. Ello no obstante, es evidente que los nuevos factores y los nuevos actores
a considerar tras la renovación metodológica de la clásica historia diplomática vienen también a relativizar el valor «histórico» de los archivos diplomáticos y de la
documentación administrativa en general para el estudio de la historia contemporánea de la relaciones internacionales.
Pero hay un elemento más a considerar, de mayores consecuencias si cabe, y es el
relacionado con las transformaciones del propio sistema internacional y con las
orientaciones más recientes en la investigación. La evolución del sistema internacional más contemporáneo se puede caracterizar, entre otros, por los siguientes
rasgos:
— Los estados son unidades cada vez mas complejas, constituidas por una multiplicidad de grupos y de agencias, a menudo en competencia entre sí, y que difícilmente pueden producir un comportamiento unívoco, sometido a un único plan
estratégico. La política exterior es cada vez más el resultado de un juego en el que
intervienen diversos organismos del estado y variados grupos de intereses.
— La agenda internacional de los estados se hace cada vez más compleja y menos
jerarquizada. A los problemas de la seguridad y el mantenimiento de la paz, que antes
gozaban de una prioridad incontestable, se les añaden temas que responden no sólo a
los intereses del estado, sino también a los de la sociedad civil organizada.
— Estos temas son manejados por nuevos y múltiples agentes, con frecuencia distintos del estado: círculos económicos y financieros, sindicatos, iglesias, grupos de
presión, multinaciones, etc. Estos actores no gubernamentales no sólo influyen en la
adopción de las decisiones que adopta el poder político, sino que desarrollan una
auténtica capacidad para proyectarse como actores transnacionales en la política
mundial. Se rompe así la antigua homogeneidad de los agentes que actuaban en la
vida internacional, representados exclusivamente por los estados nacionales.
— Como consecuencia de lo anterior, se ponen enjuego recursos de poder no tradicionales, en una variedad de arenas mucho más numerosas, cambiantes y entralazadas que antes. Además de la esfera política y militar, la partida internacional se
juega en el terreno cultural, científico y tecnológico, comercial, de las comunicaciones, del medio ambiente, etc. 13 .
En consecuencia, la concepción de las relaciones internacionales basadas en la
consideración del estado como el principal protagonista, representado por unos
gobiernos capaces de actuar monolíticamente, e inspirados por una concepción del
interés nacional definido casi exclusivamente en términos de «poder» y de «seguridad», debe transformarse por una visión de la política mundial que privilegia la interacción de los distintos segmentos de las sociedades nacionales en función de
múltiples intereses específicos, dentro de un mundo cada vez más transnacionalizado, en el que predominan los conceptos de «interdependencia» y «bienestar».
Esta profunda transformación del sistema internacional tiene sus consecuencias
naturales sobre la investigación, y está en el origen de nuevas teorías que pretenden
dar cuenta precisamente de estos nuevos fenómenos. Así, la todavía joven teoría
transnacional pretende ser una explicación del surgimiento de la sociedad mundial
13
Vid. Luciano Tomassini, 'Relaciones internacionales: Teorías y Realidades', Revista de Ciencia Política (Santiago de Chile), 7 (1985).
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global, de los nuevos actores internacionales y de los nuevos conceptos que vienen a
sustituir al tradicional del interés nacional: la cooperación, la interdependencia, el
bienestar, etc.14. Uno de los resultados de la aparición de esta teoría es que, una vez
superado el paradigma estatocéntrico en las relaciones internacionales, comienza a
serlo también en la investigación. Y este mismo efecto tienen otras teorías que abordan los problemas internacionales, algunas más antiguas —aunque no por ello más
aceptadas en los medios académicos— como las que hacen un análisis estructural del
sistema internacional: la teoría marxista y la teoría de la dependencia, que pretenden
dar cuenta de los fenómenos del desarrollo y el intercambio desigual; otras muy
recientes, como la teoría de las relaciones interculturales, desarrollada por Roy Preiswerk y su escuela que, utilizando el término «cultura» en un sentido antropológico, se
preocupa de estudiarlos fenómenos de aculturación, de etnocentrismo, diálogo cultural y cooperación, de imposición de modelos de desarrollo, etc., fenómenos todos ellos
que escapan a la soberanía de los estados y que se desarrollan por encima de las fronteras políticas.
Estas nuevas tendencias en el estudio de las relaciones internacionales suponen
retos importantes para el historiador. Son teorías surgidas en el seno de otras disciplinas: la ciencia política, la sociología, la antropología, etc. Pero a estas alturas ya sabemos que el progreso de la historiografía se produce en gran medida gracias al diálogo
que es capaz de mantener con otras ciencias sociales. Está claro que estas y otras teorías nos permiten pensar en nuevas problemáticas, enriquecer el catálogo de cuestiones que nos debemos plantear, ensayar nuevas hipótesis explicativas, ampliar las
áreas de investigación con territorios que sólo ahora comienzan a ser relevantes. Pero
está claro también que esta renovación plantea nuevos problemas sobre los métodos
de investigación y sobre la localización y utilización de las fuentes pertinentes. Se
puede suponer, por lo pronto, que el nuevo concepto de las relaciones internacionales, en el que el sistema interestatal no es sino una parte, y no siempre la más importante, tendrá necesariamente consecuencias sobre la importancia relativa concedida
a los archivos diplomáticos como fuente de información para el historiador.
De todas maneras, conviene hacer al menos dos salvedades a lo que acabamos de
decir. En primer lugar, hay que tener en cuenta que la mayor parte de los fenómenso a
los que nos hemos referido anteriormente han madurado en las últimas décadas y,
por tanto, pecaríamos de anacronismo si pretendiéramos estudiar desde esta perspectiva y sin ninguna adaptación previa las relaciones internacionales de épocas históricas en las que la política internacional dependía estrechamente todavía de las
decisiones de los monarcas y de pequeños grupos, aristocráticos o burgueses, que en
la época eran los únicos orientados hacia el exterior. Se impone, a este respecto, una
periodización rigurosa de nuestro objeto de estudio. En segundo lugar, hay que tener
en cuenta que paralelamente a esa transnacionalización de los fenómenos sociales y
a esa multiplicación de los actores internacionales, se ha producido una ampliación
de la capacidad de intervención y de control de los estados, que les ha llevado a inmiscuirse en áreas que hasta hace poco pertenecían exclusivamente a la sociedad civil, de
manera que la pérdida de protagonismo de los estados se compensa en parte con la
extensión de su área de competencias. Estas salvedades pueden relativizar pero no
anular el impacto que necesariamente tendrá la aparición de nuevos paradigmas en
el estudio de las relaciones internacionales sobre el trabajo del historiador.
14
Las obras pioneras de esta perspectiva son las de R. O. Keohane y J. S. Nye, Transnational Relations
anf World Politics, Harvard, Harvard University Press, 1972, y, de los mismos autores, Poer and Interdependence: World Politics in Transition, Boston, Brown 1977.
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Una vez apuntados de forma somera los cambios en la dirección de la investigación que pueden afectar a la localización y utilización de las fuentes de que se sirve el
historiador, conviene que nos concentremos en los problemas específicos que se presentan a este respecto en nuestro país. La primera constatación que debemos hacer es
que aún no está hecha la historia de nuestra política exterior en el período contemporáneo, aunque sea de la manera más tradicional o más positivista que se quiera —sin
dar a este término ninguna carta peyorativa—. Es una laguna que se está superando
gracias a la proliferación en los últimos años de monografías y de estudios concretos,
pero aún estamos lejos de alcanzar el nivel de información que en otros países se ha
conseguido gracias a una larga tradición de estudios en este campo. Se puede obsevar,
además, que sólo cuando en esos países se ha alcanzado esa cota, han surgido intentos para superarlas, iniciando esa renovación metodológica y teórica que hemos
apuntado. No necesariamente se debe concluir de ello, sin embargo, que nos esté
vedada la participación en ese esfuerzo de renovación mientras no cumplamos nuestra cuota de historia diplomática tradicional. Nada nos impide interesarnos por los
problemas de nuestra inserción internacional a todos los niveles y por nuestra comunicación con el exterior en cada uno de los ámbitos sociales, además de estudiar las
peculiaridades y avatares de lo que fue estrictamente la política exterior del estado español.
Pero limitándonos a este último aspecto, se ha citado 15, por ejemplo, el hecho de
que para conocer la política exterior de nuestro siglo XIX sigue siendo fundamental la
obra de Jerónimo Becker, un archivero del Ministerio de Estado que escribió en los
años veinte y que ni siquiere respetaba las reglas de la erudicción de la época. O el
caso de la obra de Albert Musset, un hispanista francés contratado por la embajada
de su país para dirigir la propaganda en España, y que sigue siendo citado como
fuente de autoridad en los estudios que tratan del primer tercio del siglo XX. Ha
habido un largo abandono de los estudios de historia de las relaciones internaciones
en España, que sólo recientemente comienza a ser subsanado 16. Entre las causas que
han motivado este olvido se han apuntado ya varias: el predominio en el interés general, y por tanto en el de los historiadores, de los problemas internos de la sociedad
española; lo que el profesor Jover Zamora ha llamado la primacía del conflicto interior 17, manifestado, por ejemplo, en la focalización de los historiadores en explicar
las causas de la guerra civil. El absorbente interés por los estudios de historia social y
económica de las últimas décadas, por ser los campos en los que se producían los
mayores avances en la renovación historiográfica. El declive evidente del papel internacional jugado por España en la época contemporánea, acentuado por el aislamiento internacional sufrido —y a veces buscado— en el período más reciente, lo que
ha llevado a muchos a pensar —sin decirlo— que no hay lugar para los estudios de
política exterior en un país que no ha tenido política exterior 18. Pero a todas estas causas habría que añadir la que más nos interesa ahora: la carencia relativa de fuentes y
materiales con los que estudiar nuestra política exterior, y la inaccesibilidad, al menos
hasta hace poco, de las más importante de entre ellas.
15
Vid. Manuel Espadas, Franquismo y política exterior, Madrid, Rialp, 1987, p. 10. En la introducción
de esta obra se hacen consideraciones muy pertinentes sobre los estudios de historia de las relaciones internacionales en España.
16
Vid. Juan Carlos Pereira, 'Reflexiones sobre la historia de las relaciones internacionales y la política
exterior española', en Cuadernos de Historia Moderna y Contemporánea, 8 (1987), pp. 269-289.
17
Vid. Jose María Jover, 'La percepción española de los conflictos europeos: notas históricas para su
entendimiento', en Revista de Occidente, 57 (febrero 1986), p. 13.
18
Esta tesis ha sido rebatida, en lo que respecta al período franquista, el más afectado por este prejuicio, por Angel Viñas. Vid. su artículo 'La política exterior española durante el franquismo y el Ministerio de
Asuntos Exteriores', en Guerra, dinero y dictadura, Barcelona, Crítica, 1984.
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Entre las carencias señalaremos, en primer lugar, la excasa tradición que ha existido entre los diplomáticos españoles de dejar constancia de sus experiencias en
forma de relatos o memorias, una práctica bastante más extendida en otros países y
que siempre resulta una fuente de información interesante para el historiador, aunque deba utilizarla con cuidado. Hay excepciones, y son conocidas las memorias de
los embajadores León y Castillo, Francisco de Agramonte o las más recientes de José
María de Areilza, por citar algunos.
Otra carencia, producida por el débil interés que han despertado los problemas
internacionales en el país, es la escasez y la falta de tradición de revistas monográficas y
de publicistas, analistas o teóricos especializados en los problemas internacionales de
la nación, lo que nos impide, a menudo, saber qué es lo que pensaban los contemporáneos —los mejor informados— de la realidad exterior y cómo la percibían. Para subsanar este inconveniente se suele utilizar la prensa y las publicaciones periódicas en
general, principal instrumento, además, de análisis de lo que se llama «opinión pública».
Pero aquí tropezamos con otro inconveniente: la poca fiabilidad de la prensa española
para realizar estudios de este tipo por la censura y el control administrativo a los que se
ha visto sometida durante amplios períodos de nuestra historia más reciente 19.
Una carencia más es la ausencia de instrumentos de trabajo fundamentales para
el historiador como son las colecciones documentales y los estudios sobre la organización y el funcionamiento del propio Ministerio de Asuntos Exteriores. Todos los
países con una larga tradición diplomática cuentan con importantes colecciones de
documentos, publicados generalmente por el propio ministerio. Son conocidos los
Documents diplomatiques français, Documents on German Foreign Policy, Documents on
British Foreign Polyci, The Foreign Relations of United States, Documenti diplomatici italiani, Dokumenty vnieschnojpolitiki SSSR, Documents diplomatiques Suisses, etc. Iniciadas con unos objetivos más o menos cercanos a la propaganda y a la autojustificación,
estas coleccciones se han convertido en un instrumento de trabajo imprescindible,
donde se encuentran reunidos los documentos y la correspondencia diplomática más
relevante de la política exterior de cada país. En España no se ha intentado tal labor,
ni se tiene intención de hacerlo. Sólo contamos con un Censo de tratados internacionales suscritos por España (Madrid, Ministerio de Asuntos Exteriores, 1976), que, naturalmente, no suple la carencia de una publicación de documentos diplomáticos.
Tampoco contamos con un estudio suficiente sobre la historia, el funcionamiento
y la organización del propio Ministerio de Asuntos Exteriores, imprencindible para el
contenido de la máquina diplomática e incluso para la localización de la documentación. Esta es otra labor en la que no faltan modelos extranjeros, y los estudios de Mlle.
Enjalran y M. Bâillon (ed.), Les Affaires étrangères et le corps diplomatiquefrançais (París
1984), de Roger Bullen (ed.), The Foreign Office, 1782-1982 (Londres 1984), y de Enrico
Serra, La Diplomazia in Italia (Milán 1984), son buenos ejemplos de ello. También en
este caso contamos con una publicación que sólo suple muy parcialmente esta carencia: las Disposiciones orgánicas de la Primera Secretaría de Estado y del Ministerio de
Estado, 1705-1936 (Madrid, Minsterio de Asuntos Exteriores, 1972), con un estudio
preliminar donde se examinan brevemente las transformaciones orgánicas del
Ministerio de Estado hasta la Guerra Civil.
Aparte de estas carencias, cuya nómina no pretende ser exahustiva, están los problemas que se derivan de las condiciones y circunstancias de nuestros depósitos
19
Véase, a modo de ejemplo, las dificultades que encuentra Antonio Marquina para realizar ese tipo
de análisis en su artículo Opinión pública y política exterior en España, 1945-1975', en Opinion publique et
politique extérieure. Ill, 1945-1981, Roma, Ecole française de Rome, 1985. pp. 41-58.
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documentales. No vamos a hablar de todos los archivos que contienen documentación interesante para el estudio de la historia de nuestra política exterior, y entre los
que habría que citar el Archivo Histórico Nacional (incluida la sección Guerra Civil
de Salamanca), el Archivo del Patrimonio Nacional, el Archivo del Ministerio de
Comercio, el de las Cortes, etc.20. Nos vamos a detener únicamente en los dos archivos
más importantes para nuestro tema: el Archivo del Ministerio de la Presidencia de
Gobierno y el Archivo del Ministerio de Asuntos Exteriores. En el primero de ellos,
muy bien organizado, se encuentran las actas del Consejo de Ministros del período
1824-1855, y que van a ser publicadas por el propio ministerio —para períodos posteriores sólo se conservan libros de acuerdos del Consejo—; la documentación de la
Comisaría General del Protectorado de Marruecos; los papeles de la Secretaría del
Consejo de Ministros durante el franquismo; informes, correspondencia y telegramas
con embajadas, etc.
Una gravísima laguna hay que señalar en lo que respecta a este archivo, y es la
ausencia de la casi totalidad de la documentación generada por la propia Jefatura del
Estado durante el régimen franquista que, como se sabe, se reservaba el poder de decisión en los principales temas de política exterior. Hace ya años, en su libro Los pactos
secretos de Franco con Estados Unidos21, Angel Viñas advertía que los sesenta legajos
remitidos al Archivo de la Presidencia del Gobierno desde el archivo del Pardo no
podían ser sino una ínfima parte de la documentación generada por esa institución en
sus cuarenta años de ejercicio continuado del poder, y hacía una apelación «al sentido de responsabilidad ética e histórica de quienes detentan actualmente tal documentación, aún no entregada al Estado español» 22. Todos sabemos que tal
documentación sólo se puede encontrar, fragmentariamente, en la obra de Luis Suárez, Francisco Franco y su tiempo 23. La no recuperación de esta documentación la ha
calificado el propio Viñas de «auténtico desastre nacional».
Pero este problema no es-privativo del Archivo de la Presidencia. En el Archivo
del Ministerio de Asuntos Exteriores, por ejemplo, llama poderosamente la atención
la ausencia de documentación sobre la entrevista de Hendaya, sobre las relaciones
con el tercer Reich y, en general, de todo el período del ministerio de Serrano Suñer. El
problema proviene, como ha señalado el profesor Manuel Espadas, de «la conocida
indefinición entre documentación pública y papeles privados, que ha llevado al
domicilio de algunos hombres públicos —cuando no al fuego— tantos papeles del
Estado» 24. La solución, al menos legal, la ha dado el artículo 54 de la ley del Patrimonio Histórico Español de 25 de junio de 1985, al establecer la responsabilidad de
aquellos que se apropien de documentos públicos.
La situación de hecho es que la documentación conservada en los archivos públicos, y en concreto en el del Ministerio de Asuntos Exteriores, no es toda ni con frecuencia la más importante de la generada por la actuación exterior de los Gobiernos.
El resultado es que, en el mejor de los casos, los investigadores dependen de los archivos privados de tan difícil y aleatorio acceso, para completar su información. Quien
llega a utilizarlos, sin embargo, encuentra allí un rico filón que sirve para cubrir las
20
Para obtener información sobre los fondos, características y condiciones de consulta de estos y
otros archivos se recomienda utilizar la base de datos «Censo-Guía de los Archivos españoles», base
CARC, que actualmente se puede consultar en los PIC (Puntos de Información Cultural) del Ministerio de Cultura.
21
Barcelona, Grijalbo 1981.
22
Ibidem, p. 324.
23
Madrid, Fundación nacional Francisco Franco, 1984, 4 vols.
24
Manuel Espadas, op. cit., p. 12.
Las fuentes para el estudio de la política exterior española
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lagunas de los archivos públicos, y así ha ocurrido con los estudios que se han apoyado en los archivos del embajador León y Castillo, en el de Maura, Martín Artajo,
Jordana o Lequerica, por citar algunos ejemplos conocidos. La solución, en este caso,
puede seguir el modelo adoptado por el Archivo del Ministerio de Asuntos Exteriores
francés, que ha creado la figura del archivo en depósito, mediante la cual el archivo
público se compromete a la catalogación, conservación y custodia de los fondos privados, mientras los propietarios conservan la propiedad y la facultad de determinar
las condiciones de consulta. Un repaso al catálogo de la serie llamada «Papiers
d'Agents», donde está recogida esta documentación, es la mejor prueba de la efectividad de esta medida.
Si el Archivo del Ministerio de Asuntos Exteriores no es original en cuanto a las
depredaciones sufridas, sí lo es por otros conceptos. En primer lugar, es el único
ministerio que conserva su archivo histórico, ubicado en la planta baja del edificio
nuevo. Sus fondos, que abarcan genéricamente de 1834, fecha del final del reinado de
Fernando VIL Los fondos anteriores a esa fecha —la Secretaría de Estado se crea en
1705— fueron transferidos en diversas épocas al Archivo de Simancas, al Archivo
General Central de la Administración de Alcalá de Henares y al Archivo Histórico
Nacional. Recientemente se han comenzado a transferir fondos al Archivo General
de la Administración por falta de espacio —otros 2.419 metros lineales se encuentran
ya allí—.
El archivo es al mismo tiempo histórico, intermedio y administrativo, lo que plantea problemas para su consulta por los investigadores. Hasta hace pocos años, la decisión de señalar el período hasta el que era accesible para los investigadores dependía
de la arbitrariedad de «la superioridad», que lo hacía coincidir con alguna fecha
clave, por ejemplo, el final de la Segunda Guerra Mundial. En 1984, el ministro Fernando Moran dictó una orden que liberalizaba el acceso según la regla de consultabilidad de veinticinco años, incorporando un nuevo año de consulta cada año natural
que transcurra (orden ministerial de 16 de enero de 1984). Esta medida no tiene paralelo, no sólo en ningún otro departamento ministerial, sino en ningún otro Ministerio
de Asuntos Exteriores del extranjero u organismo internacional, que suelen aplicar la
norma de los treinta años, recomendada por el Congreso Internacional de Archivos
de 1968.
Pero esta medida tan liberal sólo puede ser efectiva si va acompañada de un catalogación u ordenación de los fondos que los haga realmente accesibles a la investigación, y aquí es donde surgen los problemas 25 . Los fondos del Archivo se dividen en
dos grupos perfectamente diferenciados. El primero de ellos es el llamado «archivo
histórico» —aunque el otro fondo también posea esta condición—, organizado en
grandes series documentales que corresponden a las distintas secciones ministeriales
que generaban la documentación. Este archivo está descrito muy someramente, por
legajos, en un inventario redactado en fichas y reproducido en la guía del archivo 26.
25
Las deficiencias del archivo no son imputables al equipo encargado de su custodia directa, dirigido
por la facultativo María José Lozano Rincón, que realiza una meritoria labor, sino a la escasez de personal
cualificado y a la poca sensibilidad de los responsables del Ministerio hacia los problemas del archivo.
26
María José Lozano y Enrique Romera, Guía del Archivo del Ministerio de Asuntos Exteriores, Madrid,
Ministerio de Asuntos Exteriores, 1981. «La índole reservada de los asuntos internacionales —se dice en
esta guía—, siempre en relación con la seguridad del estado, hace que el Archivo del Ministerio de Asuntos
Exteriores haya tenido siempre y tenga como propio y específico el carácter de secreto, y ello explica que
hasta la fecha no se haya publicado una guía del Archivo en extenso que describa todos los fondos que lo
integran», p. 8.
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Antonio Niño Rodríguez
El otro fondo es el archivo «renovado», constituido con los documentos ingresados a
partir de 1931 —lo que quiere decir que puede contener documentación de fecha muy
anterior— y descrito en forma de catálogo-diccionario, muy utilizada en bibliotecas
pero nada apropiada para un archivo. Ello significa que la recuperación se hace a través de las entradas o descriptores —un millón y medio de fichas aproximadamente—
que remiten a cada expediente, pero sin que exista un thesaurus que sirva para
orientarse en la búsqueda. De esta manera es muy difícil reconstruir las series documentales, y sólo recurriendo a los índices de remisión se puede subsanar en parte este
inconveniente. Está en marcha un proyecto de informatización, basado en el programa Knosys, que facilitará en un futuro el trabajo del investigador, pero de
momento sólo se aplica a las nuevas entradas, y no a los fondos ya existentes.
Además de esos dos grandes bloques, existen otras series documentales que constituyen verdaderas secciones, como la de Personal, Tratados, Obra Pía, la documentación de la embajada de España ante la Santa Sede —que posee sus popios índices
publicados—, y los llamados archivo de Barcelona y archivo de Burgos, que cubren el
período de la Guerra Civil. Por último, el Archivo cuenta también con una abundábante biblioteca y una rica colección de publicaciones periódicas.
Es evidente que el historiador de las relaciones internacionales debe acudir también a los archivos extranjeros para completar y contrastar en ellos la información
obtenida en los archivos españoles, tarea que no siempre es fácil por los problemas
que plantean los largos desplazamientos. No vamos a describir aquí, ni siquiera a
enumerar, los archivos y depósitos documentales situados en el extranjero que pueden ser interesantes para el estudio de nuestra política exterior. Sólo vamos a expresar
nuestro deseo de que se generalice el ejemplo del archivero Carlos Alvarez García,
que ha realizado un útilísimo trabajo al recoger y sistematizar las fuentes documentales para el estudio de la historia española que se encuentran en los archivos franceses
—trabajo que se expone en esta misma publicación—.
Por su novedad, es interesante señalar la reciente apertura a la investigación de los
archivos de las más importantes organizaciones internacionales, acompañada de la
publicación de los catálogos e instrumentos de consulta necesarios. Una decisión del
Consejo de la Comisión de las Comunidades Europeas, del 1 y del 8 de febrero de
1983, reglamentaba el acceso a sus archivos según la regla de los treinta años. Así,
desde enero de 1983 se pueden consultar los archivos de la Comunidad Europea del
Carbón y del Acero, y desde enero de 1989 los de la Comunidad Económica Europea y
de la Comunidad Europea de la Energía Atómica 27. Del mismo modo otras organizaciones internacionales han puesto ya sus archivos a disposición de los investigadores,
como la antigua Sociedad de Naciones, las Naciones Unidas, la Organización Internacional del Trabajo, la UNESCO, etc. 28 .
27
Vid. Communautés Européennes-Commission, Ouverture au public des Archives Historiques des Communautés européennes, Luxembugo, Office des publications officielles des Communautés européennes,
1983. Y, publicado por el mismo organismo, Inventaire des Archives Historiques. Vol. 1. Dossiers de la Haute
Autorité de la CECA, 1952. Discours 1952-1967. vol. 2. Dossiers de la Haute Autorité de la CECA, 1953, Luxemburgo, Office des publications officielles des Communautés européennes, 1985 y 1987. Los archivos de las
Comunidades europeas se encuentan en Bruselas, sus fondos están informatizados y organizados según el
sistema de Clasificación Decimal Universal (CDU).
28
Vid. Guide to the Archives of International Organization, París, UNESCO, 1984 y 1985, 3 vols.
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