UNIVERSIDAD DE DEUSTO
(TERCER CICLO)
Programa de Doctorado Migraciones y Conflicto en la Sociedad Global
Perspectiva-Comprensión-Sentido.
Claves para una «Hermenéutica Figurativa» de Modernidad
Tesis doctoral presentada por don Fernando José Vergara Henríquez
Dirigida por el Dr. Patxi Lanceros M.
El Director
El Doctorando
Bilbao 2008
Para mi mujer Verónica y mis hijos Agustín y Matilde, los de siempre y por siempre…
…que sin ella nada,
…que por ellos todo.
ÍNDICE
Introducción: Perspectiva-Comprensión-Sentido. Conexiones ocultas para un recambio de
interpretaciones
Primera Parte
COORDENADAS DE “HERMENÉUTICA FIGURATIVA”
I. DESPLIEGUE HERMENÉUTICO DE LA “FIGURATIVIDAD”
Capítulo 1
Nietzsche y el tejido de “voluntad como interpretación” del sentido
1. La genealogía como mecánica de develamiento interpretativo
2. El perspectivismo interpretativo o la “visura”
Capítulo 2
Gadamer y la “hermenéutica de la comprensión”
1. La apropiación de(l) sentido de la comprensión: las experiencias hermenéuticas de verdad y
diálogo
2. El tejido trascendental: historia-lenguaje
3. El tejido hermenéutico-figurativo: comprensión-sentido
Capítulo 3
La trama de la metáfora: la “figuratividad”
1. El símbolo como estructura de significados que sostiene al sentido
2. El deslizamiento metafórico hacia la figuratividad
Segunda Parte
LA TRIPLE RAÍZ DE LA “FIGURATIVIDAD”
O LAS HERMENÉUTICAS DEL HACER, PENSAR Y CREER
II. DESPLIEGUE HISTÓRICO-FILOSÓFICO DE LA “FIGURATIVIDAD”
Capítulo 4
El “sacerdote asceta” y el crepúsculo de(l) sentido moderno (hermenéutica del hacer)
1. La moral revisada y el sacro-dominio del sentido
2. El sacerdote y la mutación del ideal ascético
Capítulo 5
El “pastor de la metafísica” y el enigma: ¿aún modernidad? (hermenéutica del pensar)
1. La visión y la sombra de la modernidad: la globalización entre la revelación y la validación
Capítulo 6
El “hombre loco” y los suaves albores de la “identidad destópica” (hermenéutica del creer)
1. La fe deviene en frenesí
2. La identidad descentrada por el frenesí insolente
Tercera Parte
ARTICULACIÓN ENTRE “FIGURATIVIDAD HERMENÉUTICA” Y LAS NARRATIVAS DE
LA MODERNIDAD
III. ESLABONES DEL DESPLIEGUE MODERNO DE (LA) “FIGURATIVIDAD”
Y SU POSICIONAMIENTO NARRATIVO
Capítulo 7
Eslabón de sentido crítico-evaluativo o el largo crepúsculo del “sacerdote asceta” (narrativa de
la dominación)
1. Weber y la racionalización sacro-económica de la modernidad
2. Adorno y Horkheimer y el progreso como d(en)ominación de una modernidad truncada
Capítulo 8
Eslabón de sentido histórico-evaluativo o
el arrojo del “pastor de la metafísica” (narrativa de la decisión)
1. Koselleck y la dicotomía histórico-conceptual de la modernidad
2. Habermas y el consensuado escrutinio de la modernidad
Capítulo 9
Eslabón de sentido postmodernizador-evaluativo o la desazón del “hombre loco” (narrativa de
la ciega veneración)
1. Lyotard y la d(e)uda de una modernidad tecno-lingüística
2. Lanceros y el cansancio de una modernidad onto-tecnologizada
Conclusión: Figuratividad hermenéutica de(l) sentido de la Modernidad
Bibliografía
Bibliografía primaria
Bibliografía secundaria
Si buscamos, desde un principio, una definición de “hermenéutica” que nos oriente la mirada al
otear el horizonte y su claroscuro juego de luces entre la aurora y el crepúsculo, la encontramos en
el infinitivo griego hermeneuein, “dar noticia” (interpretatio1 en latín), que designa al menos tres
direcciones de significado: primero, “expresar” –afirmar y hablar–; segundo, “explicar” –
interpretar y aclarar–; y, tercero, “traducir” –trasladar–. Sin embargo, los determinantes de la
acción hermenéutica son “expresar” e “interpretar”, que acentúan la eficacia lingüística de la
expresión/enunciado como interpretación en tanto que proveniencia de lo interpretable (dar a
conocer y penetrar)–, siendo lo verdaderamente importante del término, es que algo debe hacerse
comprensible –esclarecimiento– o que algo debe ser comprendido –develamiento–, es decir,
intelegir el significado oculto a la comprensión humana, pero inscrito por el carácter de la
interpretación como búsqueda de ese algo. Una búsqueda del espíritu tanto interna como externa
por comprender el sentido íntimo de lo captado internamente y foráneo de lo expresado
externamente, pues el comprender es una elevada aptitud espiritual del ser humano como
penetración de la intención y de la tendencia de ir más allá de lo que la historia nos ha
transmitido.
A lo largo de la historia del pensamiento, existen al menos dos significados de hermenéutica
como “arte del comprender” (acuerdo, avenencia, compenetración, armonía) desde su aparición en
el siglo XVII. El primer significado, se refiere como “ciencia o arte de la interpretación” que se
atiene a determinadas reglas de la correcta interpretación, cuyo fin era preferentemente normativo
e incluso técnico, ya que se limitaba a brindar instrucciones metodológicas a las ciencias
interpretativas medievales –ars interpretandi– para evitar arbitrariedades y “malos entendidos” en
el campo exegético. Es considerada como una disciplina auxiliar y su función consistía en hacer
posible el acceso a la comprensión de pasajes oscuros de las Sagradas Escrituras y/o signos
religiosos, incluida dentro de las ars sermonicales –las artes del sermón– y se enseñaba junto a la
gramática, a la lógica, retórica y casualmente, junto a la poética como “artes de la composición” y
se diferenciada de la retórica como “arte del diálogo”. Desde el Renacimiento, surgió una
diferenciación entre “hermenéutica teológica” o sacra y “hermenéutica filosófica” o profana y una
“hermenéutica jurídica” que podemos llamar también civil. El segundo significado hace referencia
al término de “filosofía hermenéutica”2 acuñado por Gadamer desde su vinculación con la raíz
fenomenológica husserliana, pero especialmente con el pensamiento de Heidegger. Gadamer
busca desentrañar cómo sucede el fenómeno de la comprensión esencialmente limitada por el
lenguaje desde la determinación histórica.
Actualmente, la hermenéutica, en tanto teoría filosófica y a pesar de ser considerada, a
principios del siglo XX, una disciplina menor en el campo de los estudios humanísticos como arte o
técnica para la guía de la interpretación de textos de la tradición cultural con el fin de zanjar la
distancia temporal, espacial y cultural e incorporar el sentido a la comprensión actual, es ideada
como una amplia concepción y perspectiva filosófico-cultural hacia nuevas formas de pensar.
Vattimo es quien ha hecho famosa la expresión de que la hermenéutica constituye una nueva
koiné3 en tanto que evento plurilingüístico de destino –paradigma compartido y discurso filosófico
1
Del latín interpretatio: interpretación, explicación, traducción, distinción, determinación, Vid. Segura Murguía, Santiago (2006) Diccionario por
raíces del latín y de las voces derivadas. Bilbao, Universidad de Deusto, pág. 338.
2 Por “hermenéutica filosófica” se entiende aquella teoría filosófica de la comprensión y se distingue de las hermenéuticas regionales por hacer su
“objeto” aquella mediación esencial: el suelo o fundamento como condiciones de posibilidad de la manifestación (lenguaje-historia-comprensión) con
el mundo, y por “filosofía hermenéutica” se entiende aquella particular concepción de la filosofía que hace de la comprensión el centro problemático de
su interés como rasgo básico de la existencia humana.
3
Berti se mantiene escéptico ante este diagnóstico y destino actual de la hermenéutica: «tal vez no sea precisamente esa koiné filosófica que se ha
intentado sostener, indudablemente constituye una de las posiciones filosóficas hoy en día más difundidas y es, o pretende ser, una de las formas de
racionalidad que con mayor éxito le disputa el campo a la racionalidad de la ciencia.» Berti, Enrico. ‘¿Cómo argumentan los hermeneuta?’, en Vattimo,
Gianni comp. (1994) Hermenéutica y racionalidad. Colombia, Norma, pág. 31. Y el mismo Vattimo equilibra los alcances de la expresión: «Como
todas las precomprensiones hermenéuticas también ésta es una imagen vaga que parece demasiado marcada por una suerte de impresionismo filosóficosociológico; a muchos les parece, con cierta razón, una generalización demasiado ambiciosa que unifica una multiplicidad de fenómenos de todo
heterogéneos. Asumir sin embargo el riesgo de concentrar la atención sobre la koiné hermenéutica como característica comprensiva y vaga de nuestra
cultura actual es indispensable para cualquier comprensión suya teórica, no superficial y capaz de captar ahí un hilo conductor interpretativo.» Vattimo,
actual–, es decir, como el nuevo lenguaje ecuménico y multicultural de la cultura contemporánea que
versa sobre la esencia del sentido o sobre la tendencia profunda de nuestra época que abre el
horizonte histórico-cultural de sentido al reconocerle «una centralidad, que se testimonia por la
presencia misma del término, de las temáticas hermenéuticas y de los textos a que las impone, en los
debates, en la enseñanza, en los cursos universitarios, y hasta en aquellos terrenos como la medicina,
la sociología o la arquitectura, que buscan establecer con la filosofía un nuevo vínculo.»4 En otro
lugar, se refiere por hermenéutica filosófica gadameriana como «una verdadera y propia “ontología
de la actualidad”, una filosofía del mundo tardomoderno donde el mundo se disuelve efectivamente,
y cada vez más, de modo global, en el juego de las interpretaciones.»5 Grondin, por su parte, afirma
que «la hermenéutica es un problema universal. Lo que le otorga […] el estatuto de prima
philosophia de nuestro tiempo [debido a la] omnipresencia del fenómeno interpretativo.»6 Desde otra
perspectiva, Rorty se refiere por hermenéutica como un “paradigma relacional” e “investigación del
espíritu”, todo lo contrario de «una disciplina, ni […] método de conseguir los resultados que la
epistemología no consiguió obtener, ni […] un programa de investigación. Por el contrario, la
hermenéutica es una expresión de esperanza de que el espacio cultural dejado por el abandono de la
epistemología no llegue a llenarse –que nuestra cultura sea una cultura en la que ya no se siente la
exigencia de constricción y confrontación–»7, vale decir, confrontación que se realiza respecto a los
objetos del pensamiento que limitan la investigación como deseo de fundamento de todo discurso. Y
el propio Gadamer, pensando hermenéutica en tanto que interpretación, destaca que éste término
haya tenido «como pocos la rara fortuna de expresar de forma simbólica la actitud de toda nuestra
época»8 y de asumir la «posibilidad de acceder a la historia […] según la cual un presente sabe en
cada caso ser futuro. Éste es el primer principio de toda hermenéutica.»9
¿Cuáles han sido las razones de este cambio de escenario sobre la hermenéutica y la
ampliación ocurrida en el ámbito de acción teórico-práctica de la filosofía contemporánea ante la
hegemonía teórica e ideológica, por ejemplo: del marxismo que impregnó teóricamente los años ’50’60 y ante la influencia teórica del estructuralismo de los años ’60-’70?
Se debió principalmente –desde los años ’80-’90–, a la preocupación por el develamiento de
«la prioridad de la comprensión y de la interpretación, esto es, la prioridad del ser del lenguaje, sobre
cualesquiera otras facultades de la mente humana (la percepción sensible, la intuición, la
imaginación, el entendimiento cognoscente, el raciocinio), todavía más, sobre cualquier forma de
praxis social: el trabajo, la acción político-social, la investigación científica, la conducta moral, la
experiencia religiosa, y, naturalmente, la autorreflexión filosófica»10. La acción del “comprender” no
puede reducirse a pura actividad intelectual, pues designa la totalidad de un comportamiento
práctico, la manera de experimentar nuestro arraigo en el mundo, en otras palabras, la comprensión
como actitud originaria que abre una clarividencia que adviene desde ella misma hacia la realidad.
Descubrimiento y develamiento que tienen de antecedente al pensamiento de Nietzsche, que
continúa en Schleiermacher, Dilthey, Husserl y en los contemporáneos Heidegger, Ricoeur,
Wittgenstein, Collingwood, Berlin, Derrida y Habermas, pero que, en la obra de Gadamer y su neohermenéutica u ontología existencial como filosofía de la comprensión, encuentra la articulación de
perspectiva y metodología filosófico-hermeneuta en considerar como su problema central la
concepción del lenguaje y de la razón como interpretación –comprensión– de ese lenguaje o ser del
lenguaje, es considerado de forma omniabarcante y universal:
Gianni. ‘La tentación del realismo’, en Álvarez, Lluis ed. (1999) Hermenéutica y acción. Crisis de la modernidad y nuevos caminos de la metafísica.
España, Junta de Castilla y León, pág. 11.
4 Vattimo, Gianni (1991) Ética de la interpretación. Barcelona, Paidós, pág. 56.
5 Vattimo, Gianni. ‘Comprender el mundo-transformar el mundo’, en Habermas, Jürgen et. al. (2003) ‘El ser que puede ser comprendido es lenguaje’.
Homenaje a Hans-Georg Gadamer. Madrid, Síntesis, pág. 68.
6 Grondin, Jean (1999) Introducción a la hermenéutica filosófica. Barcelona, Herder, pág. 35.
7 Rorty, Richard (1995) La filosofía y el espejo de la naturaleza. Madrid, Cátedra, págs. 287-288.
8 Gadamer, Hans-Georg (1993a) El problema de la conciencia histórica. Madrid, Tecnos, pág. 43.
9
Heidegger, Martin (2003) El concepto de tiempo. Madrid, Trotta, pág. 58.
10
Ramírez, Mario Teodoro (2003) De la razón a la praxis: vías hermenéuticas. México, Siglo XXI, pág. 101.
«A diferencia de la Hermenéutica clásica, cuyo fundamento y justificación radican en la
necesidad psicológica (individual y colectiva) de integración comprensiva en un corpus de
verdades y creencias que conforman la tradición cultural, la Hermenéutica contemporánea
tiene su origen en el descubrimiento de la radicalidad ontológica de la interpretación y del
lenguaje. Mientras para la época clásica la Hermenéutica es un complemento técnico en el
proceso de búsqueda de la verdad, para la época moderna la interpretación es un destino: el
lugar en el que se constituye la verdad posible (parcial y episódica) dado que el hombre y el
mundo son, desde el punto de vista de las ciencias de la cultura, conjuntos significativos,
formas simbólicas o urdimbres de sentido en los que co-inciden interpretación y lenguaje.»11
Hemos visto, brevemente, el recorrido que ha transitado la hermenéutica filosófica –posterior
tanto a la hermenéutica teológica (medieval, renacentista y moderna) como a la autónoma
hermenéutica romántica de Schleiermacher y a la metódica de las ciencias del espíritu de Dilthey12–
en su ingreso a la escena intelectual con gran fuerza y notoriedad como alternativa a la idolatría por
el enmarcamiento epistemológico –la ciencia metodológicamente positivada– dominante en el
contexto intelectual en la mitad del siglo XX. La perspectiva abierta por la hermenéutica renueva el
interés por la filosofía y su conexión con los “mundos de la vida” y la infinitud del problema del
“sentido” desde la “finitud” de nuestra experiencia histórica gracias al “maestro de la interpretación”,
Nietzsche junto con el “restaurador filosófico de la hermenéutica”, Gadamer.
La hermenéutica entonces, no se presenta como una reflexión o meta-reflexión sobre el método
o el procedimiento que realiza la interpretación, sino más bien, como una teoría que busca esclarecer
el acontecimiento de la interpretación, explorando las condiciones de posibilidad de la experiencia
hermenéutica y asimismo, de la comparecencia del sentido como algo relativo a la interpretación.
La constitución de la hermenéutica en una teoría general del comprender y de la interpretación
ocurre en el contexto de una problemática fundante de las así llamadas ciencias humanas o ciencias
del espíritu, pues postula que lo propio de las ciencias del hombre es la interpretación en oposición a
las ciencias naturales cuyo paradigma sería la explicación. La hermenéutica frente a la
incuestionabilidad que disfruta el saber de la tradición moderna –el encierro de la autorreflexión
científica por el imperialismo metodológico cartesiano–, es decir, que un conocimiento verdadero y
objetivo ejerza un derecho especial sobre quienes no posean tal conocimiento, postula que esa
condición está restringida a un campo determinado según reglas, procedimientos y objetivos
particulares que rigen en ese campo y sólo tienen validez para aquellos que son regulados por esas
reglas, imperados por esos medios y, a la vez, legitimadores de los objetivos. La hermenéutica por su
parte, desborda tanto el ámbito epistemológico como la capacidad de la ciencia de dar cuenta de los
problemas gnoseológicos que afectan a las ciencias del espíritu –la exigencia de la metodología de
medición cuantitativa de proceder sin atender a parcialidades y operaciones subjetivas internas a
estos prejuicios– y se presenta como una ontología que aspira a la universalidad de sus postulados y
campos de acción, ya que su eje –la interpretación conformada por la tradición, el diálogo y el
lenguaje– articula toda relación hombre(s)-vida(s)-mundo(s), pues pensar la interpretación de esa
relación es el peculiar modo de ser o componente esencial vinculado a la finitud del ser humano:
«la presente investigación plantea una cuestión filosófica: pero no se plantea en modo
alguno sólo a las llamadas ciencias del espíritu […] ni siquiera se la plantea a la ciencia y a sus
formas de experiencia: su interpelado es el conjunto de la experiencia humana del mundo y de
la praxis vital. […] Es una pregunta que en realidad precede a todo comportamiento
Lanceros, Patxi. ‘Antropología Hermenéutica’, en Ortiz-Osés, Andrés y Lanceros, Patxi dirs. (2004) Diccionario de hermenéutica. Una obra
interdisciplinar para las ciencias humanas. Bilbao, Universidad de Deusto, pág. 20.
12 La exposición detallada de los planteamientos de Schleiermacher y de Dilthey, exceden los márgenes de nuestro trabajo, atendiendo
fundamentalmente los elementos desarrollados por Gadamer, Vid. Almarza, José Manuel. ‘Hermenéutica’, en Ortiz-Osés, Andrés y Lanceros Patxi dirs.
(2005) Claves de hermenéutica. Para la cultura, la filosofía y la sociedad. Bilbao, Universidad de Deusto, págs. 193-217.
11
comprensivo de la subjetividad, incluso al metodológico de las ciencias comprensivas, a sus
formas y a sus reglas.»13
Un desafío de indagación, hemos afirmado, que el ser humano asume como desafío ante la
carencia de un mediador, un intercesor que domine el comprender como arte y negocie los medios
para alcanzar la comprensión.
Hermes14 como dios mensajero correspondiente al egipcio dios lunar medidor del tiempo
Thot, inventor de la escritura, de las palabras y del lenguaje articulado y al Mercurio romano, dios
de los cambios, el comercio y protector de los ladrones, es un elevado mediador, un daimon
transmisor e interpretativo –complemento e intermediario– de geniales características de inventiva
y capacidad de acertar en el tráfico de mensajes, dichos, susurros y miradas de complicidad entre
los dioses y los hombres y a la inversa: un genio que maneje una lengua divina y una lengua
humana para que haga humano el mensaje divino y pueda representar adecuadamente las
necesidades, súplicas y sacrificios humanos frente a la sublime instancia divina15:
«Hermes, el dios mediador por antonomasia que pese a sus oscuros orígenes fue aceptado en el
Olimpo, está, sino etimológica sí al menos simbólicamente, en el origen de la palabra griega
hermeneia que significa inicialmente “expresión” o “interpretación”. Descrito por Homero
como mensajero de los dioses, Hermes traslada-traduce la voluntad de los dioses a un lenguaje
accesible a los hombres, estando por ello también presente en la palabra hermeneuein cuando
se entiende, en particular, como el arte o técnica del hermeneutés o intérprete que se encarga de
traducir a un lenguaje inteligible […] lo dicho de un modo extraño, incomprensible, “bárbaro”,
y cuando se entiende, de un modo más general, como la acción de explicar o de “significar algo
hablando”.»16
Este daimon, este ángel transmisor-revelador recoge como un sacrificio la incapacidad
humana de dirigirse directamente a los dioses, puesto que sólo balbuceos expresan la atormentada
existencia humana debido a la escasez para articular claramente sus demandas. Para ello, dispone
de una región que podemos llamar la región del “entre” mundos e interpretaciones conectadas con
la realidad17, donde se fraguan las significaciones, se urden los tejidos –nervios– de sentidos, se
demarcan los topos en los que inscriben y deciden las construcciones y futuras transformaciones
de las identidades. Asimismo, donde se articula el lenguaje como modo de acceso al mundo y al
trans-mundo desde claves interpretativas o comprensivas de la experiencia de intelegir. La labor
del hermeneuta, del interpretador de interpretaciones (incluso las suyas) no se reduce sólo a
traducir mensajes, sino a interpretar sus enunciados con el fin de ofrecer una comprensión de
ellos, de modo que no sólo adquieran inteligibilidad para los receptores, sino que también una vez
comprendidos, ejerzan la función normativa y ordenadora que tiene en virtud de la autoridad de
quien los envía.
13
Gadamer, Hans-Georg (2005) Verdad y método. Fundamentos de una hermenéutica filosófica. Sígueme, Salamanca, págs. 11-12. En adelante VM.
«Hermes, hijo de Zeus y de la ninfa Maya, hija de Atlante, es uno de los dioses olímpicos más populares. Nacido en la montañosa Arcadia, región de
pastores, resulta ser un dios pastoril, pero también muy callejero y sociable. Es una amable divinidad de características muy singulares [como] el epíteto
de polytropos […] en alusión a su modo de actuar con muchos trucos, versátil, decidido, astuto y de gran movilidad. Eso le faculta para ejercer
múltiples oficios. Es protector de los caminantes, patrón de los heraldos, los embajadores y los comerciantes, y también de los ladrones arteros, a la vez
que benefactor de los rebaños y conductor de las almas de los muertos en su peregrinación al Hades. Y se encarga de la preparación y brillo del festín
de los olímpicos. Se ocupa además de inspirar a los oradores en la asamblea, es un dios del ágora […], y cuida también de los atletas en los gimnasios.
Es un dios que tiene que ver con el paso a la efebía [lista general de ciudadanos], y con los pasos iniciáticos. Y los dioses lo envían como mensajero
[recadero y diplomático] a los humanos en casos difíciles.» García Gual, Carlos (1997) Diccionario de mitos. Barcelona, Planeta, págs. 191-192.
15 Platón atribuye estas mismas características a los poetas, en Ión, 534e; Epinomis, 975c; y en Político, 260d.
16 Garagalza, Luis (2002) Introducción a la hermenéutica contemporánea: simbolismo, cultura y sociedad. Barcelona, Anthropos, pág. 5.
17
«Hermes se mueve en un espacio intermedio y es un mediador, lo cual constituye una característica común a todas estas funciones que desempeña.
Tanto si esta mediación concierne al matrimonio, el viaje o la palabra, como si tiene lugar entre lo alto y lo bajo, entre el Olimpo, los hombres y el
Hades, Hermes está en medio: feliz portavoz y psicopompo, guía condescendiente a las órdenes del Olimpo o conductor del decreto inapelable de la
muerte, Hermes posee una perfecta movilidad entre uno y otro universo, y asegura el tránsito allí donde los griegos trazaron, de manera estricta, unas
fronteras.» Bonnefoy, Ives dir. (1998) Diccionario de las mitologías y de las religiones de las sociedades tradicionales y del mundo antiguo, vol. II:
Grecia. Barcelona, Destino, pág. 258.
14
Como fruto de la mediación divina y de la situación carencial del ser humano, surgen las
labores fundamentales de la hermenéutica: la “transferencia de sentidos”, la “interpretación de los
sentidos” y la “comprensión de sentidos”. Todas expresiones de la entrega de confianza y el juego de
creencias y esperanzas que despliegan la red de captación de sentido y comprensión de la experiencia
de la realidad del ser humano: experiencia pre-teórica de sentido de acceso al “mundo de la vida”
enmarcada en los límites comprensivos de apropiación de(l) sentido más allá de los fundamentos
epistemológicos modernos.18
18
Vid. VM, pág. 305 y ss.
Nuestra investigación, fundamentalmente, se aventura en su “articulación” y se expresa a modo
de “vertebración” reflexiva, por ello tiene como propósito fundamental descifrar las relaciones que
vinculan las reflexiones de Nietzsche sobre el sujeto y el rechazo ante el hegemónico patrimonio
histórico de la modernidad y las ideas hermenéuticas de Gadamer acerca de la experiencia de
apropiación de(l) sentido de la comprensión bajo la determinación histórico-lingüístico-dialógica,
teniendo como horizonte los itinerarios históricos de las modernidades en sus despliegues teóricos.
Nietzsche, frente a las soterradas estrategias de dominio de la modernidad, inaugura una
actividad de desenmascaramiento de las mistificaciones presentes en la historia de la filosofía:
“pensar como interpretación”. Gadamer re-instala el “comprender” ante la absolutez de la
mecánica pre-juiciosa de la Ilustración como aquella histórica actividad de entendimiento elevada
a categoría ontológica: “ser es comprender” y “pensar es interpretar” la realidad lingüística. Ante
las transformaciones de la modernidad tardía y sus estrategias de subsistencia proponemos una
categoría hermenéutica figurativa de(l) sentido de la modernidad como una acción medial entre
ambas: “voluntad de comprender el sentido de la interpretación” como fundación y
potencialización de una realidad ahora moderna.
El propósito más propio de la hermenéutica, consiste en ser una búsqueda de las
posibilidades fecundas de(l) sentido en tanto capaz de fabricar metáforas que conciernen a una
interpretación adviniente y que dona otra perspectiva de (la) realidad simbólico-interpretada,
como aquella capacidad de inventar intrincadas narrativas que donen un sentido específicamente
humano donde aparecen “concordancias discordantes” en el tiempo, y cuyo fin es presentar una
“identidad narrativa”19 sin importar la presencia inmutable de un carácter preso en una antigua
palabra sedimentada en el tiempo.
Por ello, partimos –y asumimos tal partida en una cuádruple vertiente de significado: como
juego (interpretación), como movida (perspectiva), como inicio (expectativa) y como división
(quiebre)– con la innovación semántica y narrativa propuesta por la hermenéutica figurativa y sus
significaciones inéditas, que tiene que ver más bien con una “imaginación productiva” (Ricoeur)
desplegada a todos los sentidos interpretativos. La función que se deriva de lo anterior, tiene que
ver con que la figuratividad permite captar una semejanza a pesar de no presentarse a primera
vista. Lo que está en juego en el enunciado figurativo es la captación de un “parecido”, de una
semejanza o similitud justamente allí donde la visión habitual no percibe ninguna conveniencia
mutua. Además, la figuratividad nos informa sobre la realidad, pues no constituye un mero
ornamento del discurso o de la narratividad, sino que consiste en una nueva información sobre la
realidad a partir de eslabones de sentido en unidad dinámica que repara perspectivas, renueva
posiciones, rehabilita posibilidades interpretativas.
PARA ALCANZAR LO ANTERIOR, HEMOS AVENTURADO LEVANTAR BASES DE VIABILIDAD DE
UNA PLATAFORMA INTERPRETATIVA BAJO EL RÓTULO DE “HERMENÉUTICA FIGURATIVA” QUE
SIRVA DE TABLADO QUE SOPORTE: UN ARMAZÓN PARA BOSQUEJAR Y MONTAR UN MECANISMO DE
INTERPRETACIÓN FIGURATIVA DE LA EXPERIENCIA DE MODERNIDAD A PARTIR DE ESLABONES
METAFÓRICOS DE POSIBILIDAD HERMENÉUTICA, Y UN PÚLPITO, UNA TARIMA PARA QUE CIERTOS
PERSONAJES VOCIFEREN SUS GUIONES COORDINADOS DE MANERA –APARENTEMENTE– DISPAR Y
ANACRÓNICA, Y ASÍ DEN SENTIDO A LA ESCENOGRAFÍA EN LA QUE LA MODERNIDAD SE
TRANSFORMA EN LA HISTORIA PRESENTE, REBASANDO SU ACCIÓN E INMEDIATEZ; Y, LA HISTORIA
SE TRANSFORMA EN MODERNIDAD, REBASANDO SU PENSAMIENTO Y ACCIÓN, SUS MODOS Y ESTILOS.
Se enfatiza de tal modo, la característica de “figuratividad” de la modernidad para instalarse
en la historia y desde esa instalación, metamorfosear sus estrategias o tácticas de mantenimiento
19
Ricoeur en Tiempo y narración, establece como fundamental la trama que se produce al pensar tiempo e historia bajo la forma de la poética, que
configura lo que ya tiene figura en la acción humana, en sus estructuras inteligibles, recursos simbólicos y en su carácter temporal. La construcción de
la trama del tiempo prefigurado, configurado y refigurado, hace posible la narración de una realidad dinámica y medial, integradora y comprensora,
Vid. Ricoeur, Paul (1987) Tiempo y narración, tomo I ‘Configuración del tiempo en el relato histórico’. Madrid, Cristiandad, págs. 117-166.
en la historia. Y que la modernidad realice este movimiento auspiciado en las acciones de estas
figuras arquetípicas contenidas una en otra desplegadas en planos de sentido conectados
subterráneamente como “figuras de significación hermenéutica”: el “sacerdote asceta” de la
resentida moral con su represión y venganza, el “pastor de la metafísica” y custodio de la voz del
rebaño en nosotros y el “hombre loco” poseído por la visión de la ausencia de Dios, figuras que se
proyectan en eslabones de sentido hermenéutico crítico-evaluativo, histórico-evaluativo y
postmodernizador-evaluativo de una modernidad que se transforma y es transforma por otros.
La apuesta/propuesta es entonces por una “hermenéutica figurativa” de modernidad con el
objetivo de revelar la “figuratividad de(l) sentido de la modernidad” desde la hermenéutica
gadameriana en perspectiva histórico-interpretativa nietzscheana. Este grupo de personajes o
figuras establecen un orden determinado, un discurso significante que los sitúa en las esferas
privilegiadas al interior de las tramas de poder y dominación de la modernidad. Su figuratividad
es consonante con la alegoría de la triple transformación del espíritu enseñada por Zaratustra, con
el fin de presentar su inescindible conexión secreta: un parentesco teórico y de sentido con los
despliegues históricos de la modernidad. Estas representaciones encarnan otro proceso: el
desarrollo transformativo de la modernidad y que éste tiene su patrocinio fundacional en el
proceso transformativo de las figuras de significación, que muestran a una modernidad –aunque
se resista y se escabulle en su clausura o exaltación– incapaz de contener el flujo de identidades,
máscaras, disfraces, voces y símbolos que se filtran por debajo de sus restos como sincrónica luz
y sombra de su ser y reflejo, instaurando una suerte de “narrativa de la ficción enmascaradota” por
parte de las figuras hermenéuticas.20
Además y sin apoyarnos en literatura filosófica anterior sobre “hermenéutica figurativa” ni
sobre la consideración de los personajes nietzscheanos establecen una “similaridad” como
encarnaciones simbólicas o sentido encarnado en símbolo y menos en su eslabonamiento de
sentido para la modernidad. Por ello, en nuestra investigación in progress, entenderemos
“figuratividad” como aquella experiencia de interpretación que revela las conexiones ocultas de
los acontecimientos y de las simbolizaciones –de allí su correlación con la genealogía– con el fin
de que aquella experiencia devenga experiencia hermenéutica de apropiación de(l) sentido de la
comprensión, y tales figuras acaezcan en “figuras de interpretación/comprensión hermenéutica” –
de allí su correlación con el simbolismo– moldeadas como símbolos encarnados y metáforas
teatralizadas como claves o códigos para que, al situarlos en ángulo de perspectiva interpretativa
coherente en el desfile de estos personajes nietzscheanos –en su modulación histórica–, destaquen
el carácter metamórfico de la modernidad. Por ello, forzamos sus guiones y acciones para que
hablen sobre un “modo” de la modernidad entre todas las modernidades que se han levantado: la
modernidad en su constante mutabilidad expresada ahora en “figuras de sentido” hermenéutico en
un recambio de interpretaciones.
Se ensaya, entonces, desde el perspectivismo interpretativo de Nietzsche y desde la
hermenéutica filosófica de Gadamer, la modulación de apropiación de(l) sentido del comprender en
la modernidad tardía, por ello, la “hermenéutica figurativa” ancla su investigación en “eslabones de
sentido” que conectan soterradamente la conformación de un “sentido” por desocultar, sentido que
surge al delatar ciertas estrategias que en la modernidad tardía cobran la “figura” de personajes
filosóficos (“sacerdote asceta”-“pastor de la metafísica”-“hombre loco”) y conceptos filosóficos
(“hacer”, “pensar”, “creer”). La abierta región hermenéutica gadameriana asume la forma de
plataforma desde la cual se inscribe el perspectivismo genealógico nietzscheano en el sentido de
“destrucción”, es decir, de desmontar las capas que ocultan la verdad de las relaciones conceptuales,
simbólicas e históricas.
20
Vid. Vattimo, Gianni (1989) El sujeto y la máscara. Nietzsche y el problema de la liberación. Barcelona, Península, págs. 13-42.
En este sentido, no hay interpretación figurativa que no sea, en cierta forma, una
coproducción de su significación y de su sentido, es decir, la perspectiva hermenéutica figurativa
hace manifestarse el sentido donde parecía oculto por significaciones universales que buscaban
eliminar el “malentendido”, olvidando la pluralidad de la comprensión de la realidad, de la vida y
del mundo.
La estructura de nuestra investigación, se desarrolla en un corpus compuesto de tres Partes y cada
una de éstas, compuesta por tres Capítulos.
La Primera Parte: Coordenadas de “hermenéutica figurativa”, busca allanar la región
hermenéutica para urdir un “tejido figurativo” que sirva de plataforma de la particular
comprensión del devenir transformativo de la modernidad y, a la vez, del pliego que ha ideado y
diseñado este sujeto moderno que traza un peculiar modo de mundo comprendido y precisado
simbólicamente. Se presentan las bases hermenéuticas y conceptuales de la “figuratividad”
teniendo como horizonte una “semántica del sentido” privilegiando dos miradas, la de Nietzsche y
la de Gadamer. No discutiremos las teorías filosóficas ni las relaciones o distancias entre ambos
pensadores, sino que nos moveremos motivados por presentar la perspectiva hermenéutica de la
interpretación del sentido.
La Segunda Parte: La triple raíz de la “figuratividad” o las hermenéuticas del hacer,
pensar y creer, abre la discusión y problematización de la figuratividad. Entramos al terreno
figurativo a través de “metáforas de sentido”, con el fin de desentrañar que sus derroteros tienen
su auspicio en el proceso genealógico de las “figuras de significación hermenéutica”
encomendadas en llevar a cabo las estrategias metafóricas y obturarlas en perspectiva
interpretativa como “itinerarios de sentido”. Los personajes son símiles a la alegoría zaratustriana
de las tres transformaciones del espíritu de “camello de la tradición moral” a “león del sí
imposible” y a “niño reconstructor de sentido” como tres niveles de sentido, que aquí como
prototipos o conatos modélicos de su devenir y sentido, revelarán el proceso de transformación de
la propia modernidad.
Finalmente, la Tercera Parte: Articulación entre “figuratividad hermenéutica” y las
narrativas de la modernidad, explora las problemáticas interpretativas provenientes de las huellas
que han dibujado las figuras y tiene como objetivo desplegar los eslabones de sentido como
estrategias articuladoras desde el “hacer”, el “pensar” y el “creer” como indicadores del moderno
proceso transformativo relatados en las “narrativa de la dominación”, “narrativa de la decisión” y
“narrativa de la ciega veneración”, es decir, la figuratividad hermenéutica del “sacerdote”, del
“pastor” y del “loco” ahora reverberadas en las narrativas modernas crítico-evaluativa, históricoevaluativa y postmodernizadora-evaluativa..
Las coordenadas histórico-conceptuales respecto de la actualidad, las situamos de la
siguiente manera: modernidad hace referencia a una época histórica que arranca en el
Renacimiento, alcanza su máxima expresión en la Ilustración y su depotencialización romántica
en el modernismo artístico de la primera mitad del siglo XX. La modernidad designa la
contemporaneidad de una época cualitativamente nueva, que incluso se trasciende a sí misma,
teniendo la capacidad de distanciar el presente del pasado más reciente, constituyendo la historia
en reiteración del presente significativo como transición perpetua hacia el futuro indeterminado.
Por su parte, la modernidad como idea-proyecto destaca la novedad del presente como ruptura con
el pasado, insistiendo en las ideas de innovación, progreso y moda. La idea de modernidad
destaca la novedad del presente como ruptura con el pasado, insistiendo en las ideas de
innovación, progreso y moda. Por modernismo entenderemos –a partir de los años ’50– como una
serie de formaciones ideológicas y culturales caracterizadas por articular y defender el proyecto
de la modernidad. Por su parte, la modernización se define por constituir una serie de proceso,
más o menos, planificados, que introducen cambios al orden moderno de una sociedad. La
postmodernidad viene a significar un corte radical a los modos de la modernidad social política,
estética, económica y cultural. La postmodernidad es definida a partir de una determinada realidad
socio-histórica acompañada de una condición epistemológica específica, lo que la diferencia y
aleja de la modernidad, y de ahí la idea de su superación. La postmodernización aunaría los
procesos contemporáneos de transformación material y cambio social que se expresan en la
globalización económica y en la sociedad o red informacional.
La narrativa de la promesa o del proyecto moderno, se sustenta en la tesis del progreso o
emancipación que habrían posibilitado la articulación de la universalidad del individuo y de la
razón con la pluralidad de las conveniencias y de procesos teleológicos impulsadores de la
historia. Tal narrativa cuenta con la existencia de un sujeto individual, de una razón universal y de
un proceso ordenado de acontecimientos dirigidos a la emancipación de la humanidad.
En fin, la modernidad y sus tiempos bajo el abrigo de su gran “narrativa de la promesa” y
sus versiones expresadas en las modulaciones de racionalidad, en las contradicciones y en los
desniveles en su praxis social, en el eje del saber científico –la verdad objetiva–, en su status
social de diferenciación, en la exclusión del sujeto en la historia por su cese en lo protagónico y su
actividad en lo agónico, en la reducción de los ámbitos culturales bajo el signo contradictorio de
la forzada e impuesta uni-culturalidad globalizada, en el hastío ante la amenaza del nihilismo
como ausencia de sentido y certeza venidera, en el anónimo ordenamiento de la cultura, en la
lobreguez de los contornos valóricos y en la potencia abrumadora de la desesperanza. En fin, se
trata de interpretar el acaecer –y los matices de su propia metamorfosis como proceso
diferenciador ante lo indistinto de los tantos orígenes de la modernidad– de las energías
revolucionarias de la modernidad ilustrada desde la autoafirmación racional hasta su condición
agónica, desde el énfasis de la razón moderna hasta el agotamiento cultural de la Ilustración en
manos de la tecnología. Tales procesos o modos, versiones, estilos y condiciones revelarán la
instalación y acción de la detracción de la modernidad en su fase de crisis y resultan sintomáticos
de una “re-configuración” de la fisonomía de la cultura moderna capitaneada por el proceso
modernidad-modernización-globalización como ethos totalizador.
Se presentan dos tránsitos de triple vía que empalman en la “hermenéutica figurativa”:
desde la potencia cargadora de sentido de “sacerdote asceta” a la decisión transformadora del
“pastor” y la exhausta conciencia del “hombre loco” que busca y sólo encuentra el horizonte de
declive de la modernidad. Desde la certeza del proyecto ilustrado (Habermas, Kosseleck) hacia la
desfundamentación social (Weber, Adorno & Horkheimer) y debilitamiento de los vínculos
vivificantes que le sostenían (Lyotard y Lanceros).
Las motivaciones para nuestra investigación, devienen inspiradas por las preocupaciones sobre el
desarrollo de la modernidad en sus diversas versiones y cómo se expresan en ciertas conexiones
reveladas en el pensamiento de Nietzsche por los interlocutores de su repertorio simbólico
alejados –siempre en parte y por partes– de las ya tradicionales interpretaciones o lecturas cuasipolíticas, metafísicas y postmodernas de su obra, específicamente aquellas que van desde las
filosofías de la existencia (Jaspers), reaccionarias (Lukács), cósmicas (Löwith) pasando por
Heidegger y su “Nietzsche ontológico”, Deleuze y su “Nietzsche anti-dialéctico” hasta las
propuestas que Vattimo hace de un “Nietzsche desenmascarador genealógico-nihilista de la
metafísica”, para presentarlo aquí como un “Nietzsche hermenéutico-figurativo de la
modernidad”.
Un enfoque o perspectiva que utilizamos también con la misma modernidad, pues también –
siempre en parte y por partes– intentamos recorrer las teorías dominantes de modernidad o
“sociologías” de la modernidad (que aquí llamaremos “narrativas”) y de la tendencia centrífuga
que postmoderniza a la modernidad. Por ello, nos movemos en un plano de triple entrada, es
decir, primero ingresamos al territorio de la hermenéutica proponiendo una vertiente que sería la
de hermenéutica figurativa a partir de la hermenéutica gadameriana y de algunos puntos
nietzscheanos; segundo, montamos las figuras nietzscheanas para que revelen –o delaten– que sus
acciones y sus (o)misiones, sus pensamientos y sus (in)decisiones moldean las versiones de la
modernidad teórica en su despliegue histórico; y tercero, franqueamos una modernidad versionada
por las figuras de significación hermenéutica nietzscheanas en un parentesco estructural con las
transformaciones modernas.
La modernidad, como conjunto de paradigmas responde al ensamble de su naturaleza motriz
en una época histórica, en las que sus manifestaciones metafóricas y metamorfoseadas exponen el
sentido huidizo de la historicidad desde sus despegues científicos (revolución científica),
despliegues filosóficos (Descartes, Hume, Kant), aventuras políticas (revolución francesa),
desafíos tecnológicos (revolución industrial), movimientos estéticos (Rimbaud, Mellarmé o Manet
y Cézanne, Wagner o Mahler), posiciones crítico-sospechosas (Nietzsche, Marx y Freud) hasta
sus modulaciones actuales, tales como fragmentaria (Frisby), híbrida (García Canclini), ontología
fluida (García Selgas), impura (Latour) o líquida (Bauman) entre otras. Actualmente, transita por
una fase tardía, es decir, pendiente en su origen, alertada por su presente y atenta de su futuro y,
debido a esta situación, se despliega como una plataforma en la que reposa el modo anoréxico del
proyecto socio-político-intelectual ilustrado. Delgadez producida por la hegemonía del proceso de
reificación global del actual modelo económico neoliberal (Keynes, Friedman, Hayek) coherente
con una persuasiva secularización del existir moderno y de sus arquetipos simbólicos de consumo
y productividad, regidos por las experiencias subjetivo-individuales y objetivo-sociales de
bienestar y consumo, sucedáneas de satisfacción y consuelos de sentido. Nuestras motivaciones
entonces, son interpretativas, intuitivas-figurativas y ensayísticas, desentrañando los mismos
márgenes de conquista y error que ha definido a la filosofía por siglos: desear, pensar, decir,
decidir, saber, interpretar.
Las Fuentes capitales en las que se apoya nuestro trabajo de investigación doctoral, son las
siguientes:
GADAMER, Hans-Georg (2005) Verdad y método. Fundamentos de una hermenéutica
filosófica. Salamanca, Sígueme.
HABERMAS, Jürgen (1988) Ensayos políticos. Barcelona, Península.
—(1989) El discurso filosófico de la modernidad. (Doce lecciones). Madrid, Taurus.
HORKHEIMER, Max y ADORNO, Theodor W. (1994) Dialéctica de la Ilustración. Fragmentos
filosóficos. Madrid, Trotta.
KOSELLECK, Reinhart (1993) Futuro Pasado. Para una semántica de los tiempos históricos.
Barcelona, Paidós.
LANCEROS, Patxi (2006) La modernidad cansada. Y otras fatigas. Madrid, Biblioteca Nueva.
—(2005) Política mente. De la revolución a la globalización. Barcelona, Anthropos.
LYOTARD, Jean-François (1984) La condición posmoderna. Informe sobre el saber. Madrid,
Cátedra.
NIETZSCHE, Friedrich (2004) Así habló Zaratustra. Un libro para todos y para nadie. Madrid,
Alianza.
—(1994) La genealogía de la moral. Un escrito polémico. Madrid, Alianza.
—(1988) La gaya ciencia. Madrid, Akal
WEBER Max, (1997) La ética protestante y el espíritu del capitalismo. Barcelona, Península.
—(1983) Ensayos sobre sociología de la religión. Madrid, Taurus.
I. DESPLIEGUE HERMENÉUTICO DE LA “FIGURATIVIDAD”
El concepto nietzscheano de “interpretación” demuele la concepción de un sujeto transparente para sí
mismo desde un marco racio-idealista como también trascendental: nuestras representaciones son
máscaras que ocultan las verdaderas intenciones y objetivos en un marco inconsciente.
Desarrollaremos las líneas fundamentales del pensamiento nietzscheano con el objetivo de
fundamentar la conexión entre “voluntad de poder” e “interpretación”.
La crítica de Nietzsche al “hombre moderno” que empieza en Humano, demasiado humano y
que en Más allá del bien y del mal. Preludio de una filosofía del futuro, encuentra un despliegue
agudo y certero sobre la “modernidad” y su crítica al pensamiento moderno «que ha quedado
detenido por la racionalidad pura, por la explicación causal, por la imaginación o por las categorías
del entendimiento, esto es, por haberse vuelto un “yo” separado de su actividad. […] Allí donde el
pensamiento moderno tiene su límite, en la verdad evidente de la causalidad, en el “hay que”, en el
sujeto; Nietzsche lo encuentra en la ficción convencional de la causalidad para no paralizar la vida,
en la necesidad de contemplar valerosamente la realidad desde un pensamiento más amplio.»21
Nietzsche se refiere al “hombre moderno” como el “hombre objetivo”, es decir, aquel
intelectual desenmascarado en su búsqueda de la verdad, busca justificar sus propias teorías con el
fin de que resulten triunfantes para que la aparencialidad venza a la realidad22:
«El hombre objetivo es de hecho un espejo: habituado a someterse a todo lo que quiere ser
conocido, sin ningún otro placer que el que le proporciona el conocer, el “reflejar”, –ese
hombre guarda hasta que algo llega, y entonces se extiende con delicadeza, para que sobre su
superficie y piel no se pierdan tampoco las huellas ligeras y el fugaz deslizarse de seres
fantasmales.»23
De lo anterior, se entiende que la interpretación sea un esfuerzo por unificar el sentido que yace
en la infinitud de pliegues sobre la realidad, sea el intento por extraer el sentido oculto en una
realidad que no “juega en ocultarse”, sino que “sufre ocultada”. Tanto el sujeto como el pensamiento
son para Nietzsche, instalados frente a un “trasfondo” que sería el de una voluntad que persigue y
posibilita la interpretación: sólo a partir de nuestras necesidades interpretamos al mundo, y
ensayando perspectivas desde esa colocación o ubicación es que podemos percibir el dinamismo de
nuestros afectos:
«El ideal del conocimiento, el descubrimiento de la verdad, los sustituye Nietzsche por la
interpretación y la evaluación. Una fija el “sentido”, siempre parcial y fragmentario, de un
fenómeno; la otra determina el “valor” jerárquico de los sentidos y totaliza los fragmentos, sin
atenuar ni suprimir su pluralidad.»24
La suma de perspectivas no se unifican en el objeto, sino en la “voluntad de poder” en virtud
de la caída no sólo de la apariencia, sino también de la realidad debido a su incognoscibilidad. El
diagnóstico nietzscheano sobre la civilización o cultura occidental de “desublimación” 25, confirma
además una sociedad enferma moralmente, escindida entre el elemento racional y las raíces de la
vida misma en cuanto “voluntad de poder”.
¿Qué significa “voluntad de poder” en este contexto? Que la fuerza motriz de la vida es
voluntad de razón (racionalidad operativa sobre la realidad), de verdad (ordenamiento de
significados hacia un fin), y esta energía motriz se manifiesta en el resistir, insistir y persistir en la
vida, y por tanto, en esa reclamación comprendora fundamental que expresa lo más propio de la
“voluntad de poder”: la “voluntad de interpretar”.
21
Luján Salazar, Enrique (2005) Perspectivismo y genealogía. Un ensayo sobre Nietzsche. México. Universidad Autónoma de Aguascalientes, pág. 82.
Vid. especialmente Nietzsche, Friedrich (1993a) Más allá del bien y del mal. Preludio de una filosofía del futuro. Madrid, Alianza, §54, pág. 80.
22
Vid. Nietzsche, Friedrich (1993a) o.c., §19, págs. 39-41.
23
ibid., §207, pág. 145.
24
Deleuze, Gilles (2000) Nietzsche. Madrid, Arena, pág. 23.
25
Nietzsche, Friedrich (1996) Humano demasiado humano. Un libro para espíritus libres, vol. I. Madrid, Akal, §1, págs. 43-44.
La concepción de “voluntad de poder” tiene que ver con «el elemento genealógico de la fuerza,
diferencial y genético a la vez. La “voluntad de poder” es el elemento del que se desprenden a un
tiempo la diferencia de cantidad de las fuerzas en relación, y la cualidad que, en esta relación,
corresponde a cada fuerza […]: es el principio de la síntesis de las fuerzas»26: la Vida:
«En todos los lugares donde encontré seres vivos encontré voluntad de poder; e incluso en la
voluntad del que se sirve encontré voluntad de ser señor. […] Y así como lo más pequeño se
entrega a lo más grande, para disfrutar de placer y poder sobre lo mínimo: así también lo
máximo se entrega, y por amor al poder – expone la vida. […] Ésta es la entrega de lo máximo,
el ser riesgo y peligro y un juego de dados con la muerte. […] Sólo donde hay vida también
voluntad: pero no voluntad de vida, sino […] ¡voluntad de poder! […] Muchas cosas tiene el
viviente en más alto aprecio que la vida misma; pero en el apreciar mismo habla –¡la voluntad
de poder!–»27
La vida es entendida como el elemento energético que diferencia “cualidad” y “cantidad” de
fuerzas. La fuerza «no aporta ningún contenido determinado, ninguna finalidad específica al querer
de la voluntad»28, pues no debemos concebir por “voluntad de poder” aquella «voluntad [que] quiera
el poder; no implica ningún antropomorfismo, ni en su origen, ni en su significación, ni en su
esencia. Voluntad de poder debe interpretarse de un modo completamente distinto: el poder es lo que
quiere en la voluntad. El poder es el elemento genético y diferencial en la voluntad. Por ello la
voluntad de poder es esencialmente creadora.»29 Una “voluntad de poder-ser” creadora, vivificante,
cualificante que «lo que quiere en la voluntad (y no lo querido por ella, no algo de lo que carece, sino
justamente aquello que la constituye y posibilita), […] como determinación de su cualidad»30:
«Hacia la altura quiere edificarse, con pilares y escalones, la vida misma: hacia vastas lejanías
quiere mirar, y hacia buenaventurada belleza, – ¡por eso necesita altura! […] Subir quiere la
vida, y subiendo, superarse a sí misma.»31
Hemos entendido aquí por “voluntad de poder” como la mecánica movilizadora de la Vida.
Una fuerza que habita en toda manifestación de la acción humana, tanto positiva como negativa: es
el todo de la existencia que se expresa en la fuerza de la voluntad y en el poder del querer, y por
tanto, es desde donde es posible la superación de la existencia humana, es decir, el advenimiento del
“superhombre”. El “superhombre” sólo se hace posible a partir de la “muerte de Dios” que, a su vez,
sólo puede plantearse en virtud del conocimiento de la “voluntad de poder”, y la “voluntad de poder”
sólo es viable si hay “eterno retorno de lo mismo”. Estos cuatro elementos conforman un abismal
pensamiento sintético que tiene como centro lo absolutamente diferente que exige un principio
independiente del pensamiento científico, es decir, el de la reproducción de lo diverso como tal, o
dicho en otras palabras, la repetición de la diferencia: lo contrario de la adiaphoria (“igualamiento de
cantidades” o “no diferenciación”) –que no se debe tomar partido por ninguna de las opciones–, el
“eterno retorno” es lo que se dice únicamente de lo diverso y de lo que difiere32:
«El eterno retorno no es el efecto de lo Idéntico sobre un mundo devenido semejante, no es un
orden exterior impuesto al caos del mundo; el eterno retorno es, por el contrario, la identidad
interna del mundo, y del caos, el Caosmos […] El eterno retorno afirma la diferencia, afirma la
desemejanza y lo disperso, al azar, lo múltiple y el devenir. Zaratustra es el precursor oculto
26
Deleuze, Gilles (1994) Nietzsche y la filosofía. Barcelona, Anagrama, págs. 73-74.
Z, II, ‘De la superación de sí mismo’, págs. 176-177.
28
Barrios, Manuel (1990) La voluntad de poder como amor. Barcelona, Del Serbal, pág. 68.
29
Deleuze, Gilles (1994) o.c., pág. 121.
30
Barrios, Manuel (1990) o.c., págs. 68-69.
31
Nietzsche, Friedrich (2004) Así habló Zaratustra. Un libro para todos y para nadie. Madrid, Alianza, II, ‘De las tarántulas’, págs. 157-158. En
adelante Z.
32
Deleuze, Gilles (1994) o.c., pág. 69. La “voluntad de poder” es la síntesis interna de fuerzas que mueve la vida, ibid., pág. 73.
27
del eterno retorno. Lo que el eterno retorno elimina son, precisamente, todas las instancias que
yugulan las diferencias.»33
Para Nietzsche, la doctrina del “eterno retorno de lo mismo” establece el grado de fuerza que
exige pensar la idea de que todo vuelve, la experiencia de sentir como un acontecimiento positivo lo
que, desde la óptica de la metafísica dualista, perecería configurarse como la extrema vacuidad y
absurdo de la existencia. De este modo, frente a la visión cristiana del tiempo como historia de la
salvación (creación, redención, escatología), aceptar la idea del “eterno retorno” equivaldría a decir
sí a la vida, reconciliarse con la tierra y amar lo contingente, lo particular, el devenir plural de las
fuerzas en las que consiste la “voluntad de poder” como trasfondo de todos los motivos de
autosuperación que son propios en la historia humana.
El pensamiento del “eterno retorno de lo mismo” representa el conjuro con que Nietzsche se
opone a la concepción metafísica de la temporalidad, a la soteriología escatológica del pensamiento
judeo-cristiano a la inclinación a la absolutización de toda norma moral impuesta sobre toda acción y
pensamiento humanos. La metafísica traduce la escatología cristiana con un tiempo, entendido como
encadenamiento de momentos puntuales cada uno de los cuales subsume al anterior y hace depender
su propio significado de la conexión con el pasado, que ya no existe, y del futuro, que aún no ha
llegado a ser. El momento o “instante” en su condición de particularidad y contingencia, contradice
esta concepción, pues no es posible reconocer a cada instante de la vida una plenitud autónoma de
significado. A causa de la estructura edípico-escatológica de la temporalidad, «el sentido se
encuentra siempre situado más allá de un presente que no realiza nunca su cumplimiento.»34 La
ruptura de la linealidad de la temporalidad en su flujo, tiene que ver que ya no hay un centro que
privilegia el pasado, presente y futuro, sino que hay una equivalencia entre instantes, restando el
carácter violento que es posible establecer, sobre todo en moral, entre las acciones pasadas, presentes
y futuras.
La noción de “voluntad de poder”, noción central en el pensamiento nietzscheano como se ha
visto, se identifica con la noción de “interpretación”, pues la “voluntad de poder” interpreta
perpetuamente a partir de la pluralidad como proceso contrario a la parcialidad y cuya finalidad no es
precisamente, la universalidad de una interpretación. El valor de toda exposición nietzscheana no es
por tanto el valor de verdad de cada cosa, es decir, de conformidad con la “realidad”, sino respecto a
la diversidad con que se conforma toda la realidad:
«Toda interpretación es determinación del sentido de un fenómeno. El sentido consiste
precisamente en una relación de fuerzas, según la cual algunas ejercen acción y otras
reaccionan en un conjunto complejo y jerarquizado sea cual fuere la complejidad de un
fenómeno, distinguimos de hecho fuerzas activas y de regulación. Esta distinción no es
solamente cuantitativa, sino cualitativa y tipológica. Porque la esencia de la fuerza es estar en
relación con otras fuerzas, y dentro de una relación recibe su esencia o cualidad. […] La
relación de la fuerza con la fuerza se llama “voluntad”.»35
Lo importante es que, una vez situados en el flujo de perspectivas, preguntar por la
capacidad operativa de la interpretación:
«¿Qué es lo único que puede ser conocimiento? –“interpretación”, no “explicación”.36
Capítulo 1
Nietzsche y el tejido de una “voluntad como interpretación” del sentido
33
Deleuze, Gilles (2002) Diferencia y repetición. Buenos Aires, Amorrortú, págs. 439-441.
Sánchez Meca, Diego (2004) El nihilismo. Perspectivas sobre la historia espiritual de Europa. Madrid, Síntesis, pág. 110.
ibid., pág. 31.
36
Nietzsche, Friedrich (1992) Fragmentos póstumos 1881-1888. Santafé de Bogotá, Norma, otoño 1885-otoño 1886, pág. 91.
34
35
Para Nietzsche, el “conocimiento”37 es la suma de las interpretaciones o perspectivas
respecto de un objeto que no se unifica en el objeto, sino en la “voluntad de poder” que se aferra
al vital devenir de la historia:
«El conocimiento debe estar al servicio de la vida, crear aquellas formas que permitan la
manifestación de nuevas formas vitales. En esto se enriquece y se mantiene la multiplicidad de
la misma realidad que no puede sino estar reproduciendo ese continuo flujo del fondo
primordial.»38
Ello sucede en virtud de la caída no sólo de la apariencia, sino también de la realidad. Esta
última cae, en efecto, porque ella es “incognoscible” debido a que el conocimiento no es un dato
natural, sino una maraña o artimaña donde el sujeto se ubica en un lugar referencial frente a un
ámbito hostil de incognoscibilidad. La reflexión sobre el conocimiento adopta la actitud de
“sospecha”: el desenmascaramiento del conocimiento como un modo de engaño y de ilusión,
como una manera de olvido: el conocimiento es propiamente desconocimiento. La “ilusión” es
constitutiva de todo conocimiento humano, no sólo del conocimiento incorrecto o de la falsa
conciencia39:
«Nietzsche parte de dos funciones del conocimiento. El intelecto es un medio de
autoafirmación: sirve al “fingimiento” y a la “dominación de la naturaleza”. La proyección de
mundos simbólicos refleja, por un lado, ilusiones y fantasías desiderativas, que permiten
satisfacciones virtuales, l compensación de renuncias y la negación de debilidades y peligros
reales. La red de formas simbólicas que tendemos sobre la naturaleza tiene, por otro lado, la
función de poner bajo control un entorno que amenaza nuestra existencia y de asegurar la
reproducción de la vida “sin los cuernos ni los afilados colmillos de la fiera”. En ambos casos
el mundo ficticio de los símbolos está al servicio de la satisfacción de necesidades elementales;
en el primer caso, posibilita negociaciones y sustituciones fantásticas; en el segundo, el control
técnico y el ejercicio fáctico del poder.»40
El “conocimiento” es una mecánica de formación imaginativa y sonora de lo sentido, que
cobra el carácter lingüístico-metafórico impuesto por sobre otra forma sensitivo-creativa. El
entendimiento deforma la realidad en la misma medida en que la crea, y los instrumentos para ello
son el “lenguaje” y el “símbolo”: el saber se funda fuera de sí mismo, por tanto, en un no-saber
que a la lo nutre. Por una parte, arraiga en los instintos, en el inconsciente, en el deseo, en
pasiones mucho más poderosas que la pasión por el conocimiento. Por otra parte, arraiga en la
creencia, pues todo conocer presupone un creer.
La verdad no es sino la creencia dominante ante el problema de la tolerancia e intolerancia
respecto de la mentira. El sujeto del conocimiento es un sujeto colectivo y dialéctico-histórico.
Olvidar este proceso para atender sólo al producto, es a lo que suele llamarse “conocimiento”,
cuando sólo es “desconocimiento”, es decir, ilusiones que han olvidado que lo son y por ello
pueden presentarse como verdades:
«Sólo la congelación convencional de determinadas metáforas confiere a los productos
de la fantasía una apariencia de correspondencia y con ello de “verdad”. […] Sólo el aparato de
los conceptos y abstracciones funda un mundo intersubjetivo de vida despierta. Esta
Sobre el “origen” del conocimiento, Vid. Nietzsche, Friedrich (1988) La gaya ciencia. Madrid, Akal, III, §110, ‘El origen del conocimiento’, págs.
149-151. En adelante GC. Sobre su “significado”, GC, IV, §333, ‘¿Qué significa conocer?’, págs. 239-240 y CG, IV, §355, ‘El origen de nuestro
concepto de `conocimiento´’, págs. 272-273.
38
Luján Salazar, Enrique (2005) o.c., pág. 83.
39
Vid. Nietzsche, Friedrich (1990) Sobre verdad y mentira en sentido extramoral. Madrid, Tecnos, págs. 22-25.
40
Habermas, Jürgen (1990) La lógica de las ciencias sociales. Madrid, Tecnos, págs. 431-432.
37
construcción de los conceptos viene prefigurada en el lenguaje [que ordena] categorialmente
los contenidos metafóricos.»41
Ante la incapacidad de la ciencia, de la metafísica y de todo constructo racional para
acceder al conocimiento de la “cosa en sí” por su actitud de desconocer la variedad y el cambio y
de atribuir lo valioso a lo trascendente –que busca la “esencia” o la estructura abstracta
sostenedora de la realidad42–, en contrariedad del presente sensible, Nietzsche devela el papel que
cumplen como ilusiones o ficciones en la existencia social, al preguntarse sobre la presunta
necesidad de verdad que surge en un sujeto carente de los impulso puros hacia la verdad:
«pregunta qué significa la verdad como concepto, qué fuerzas y qué voluntad cualificadas
presupone por derecho este concepto. Nietzsche no critica las falsas pretensiones de la verdad,
sino la verdad en sí y como ideal»43, sino que reclama que existen dos funciones del
conocimiento: el “entendimiento” cuya función es la de “adaptación” y la de “dominio de la
naturaleza”, operaciones que proyectan «mundos simbólicos [que reflejan] por una parte,
ilusiones y fantasías desiderativas que permiten una satisfacción virtual, compensación de
fracasos y el disimulo de debilidades y peligros reales. La red de formas simbólicas que arrojamos
sobre la naturaleza tiene, por otra parte, la función de poner bajo control un medio ambiente
amenazador y asegurar la reproducción de la vida […]. En ambos casos se apoya el entendimiento
en el “instinto de crear metáforas”, y por tanto en la energía fundamental de crear sentido
simbólico.»44 La metáfora es el deslizamiento de la ficción, es la legibilidad de una realidad
binaria que se expresa en líneas contradictorias, paradójicas que dibujan el ámbito de
interpretación.
La consideración nietzscheana sobre el “conocimiento”, versa entonces sobre si el lenguaje
constituye conocimiento o se reduce a una convención o negocio social en que las designaciones
humanas tienen conato adecuado en la realidad de las cosas sin percibirlas como maquinaciones
ilusionistas, pues sólo «la ilusión objetivista de que sus interpretaciones puedan ser básicamente
verdaderas, y sus ficciones de conocimiento, le confiere seguridad»45 al ser humano. La “verdad”
sólo es un convencionalismo lingüístico, pues la comprensión se juega en el conocimiento y
aceptación intersubjetivos de reglas. Por tanto, el “instinto de verdad” radica en el ámbito moral y
la solución se encuentra en el “deber”, en el ámbito extramoral y se juega en la determinación de
si el hombre puede conocer objetivamente y si este conocimiento objetivo puede ser transmitirlo
sin intervenciones o tergiversaciones y poder captarlo sin alterar su “esencia originaria”. Los
polos del “conocer” serían la “significación simbólica” consistente en imágenes producidas
poéticamente por estímulos externos y la “verdad fijada convencionalmente”, polos que
encuentran, en las metáforas, la conexión de “subjetividad creadora” y “sentido”:
«Esta asimilación poética del entorno […] se consuma realmente siempre en el marco de las
formas gramaticales primitivas. Si nos moviésemos sólo en el estrato de las metáforas
quedaríamos cautivos del mundo de los sueños. Sólo el aparato de conceptos y abstracciones
funda un mundo intersubjetivo de vida despierta. Esta construcción de conceptos está
preformada en el lenguaje [donde] están incluidas las reglas según las cuales nosotros
ordenamos categorialmente los contenidos metafóricos».46
41
ibid., págs. 432-433.
Para Nietzsche la “realidad” es inexplicable, es decir, las explicaciones son inaplicable para un mundo en constante fluir y transformación, el orden
establecido es azaroso y no necesario: «El carácter del mundo en su conjunto, empero, es un eterno caos, no en el sentido de falta de necesidad, sino en
el de la falta de orden, de estructuración, de forma, de belleza, de sabiduría y como quiera que se llamen nuestras particularidades estéticas humanas.»
GC, III, §109, ‘¡Cuidado!, pág. 148.
43
Deleuze, Gilles (1994) o.c., pág. 135.
44
Habermas, Jürgen (1994) Sobre Nietzsche y otros ensayos. Madrid, Tecnos, pág. 45.
45
id.
46
ibid., pág. 46.
42
La conexión simbo-conceptual o perspectiva, no es elaborada en argumentos que aspiren a una
rigurosidad lógica o sistémica, sino que cobran la figura de hipótesis instrumentales destinadas a
situarnos en una determinada perspectiva en el universo perspectivístico. De aquí el término
“perspectivismo” que se ha acuñado para referirse a su exposición.
El “perspectivismo” supone la conjugación de una realidad compleja y vertiginosa –que acepta
las lógicas de la diferencia y de la contradicción– puesto que carece de unidad por su intrínseca
aceptación de la multiplicidad expresada en pliegues para interpretar “intensamente” la realidad,
incluso la misma interpretación:
«el desplazamiento de perspectivas abre la posibilidad de producir múltiples contextos
singulares de interpretación, le da sentido a cada perspectiva como momento singular dentro
de un devenir múltiple y exuberante en perspectivas.»47
La perspectiva abierta por las lógicas de la diferencia y contradicción, posibilita otro pliegue
de interpretación: la lógica del descentramiento del sujeto que interpreta:
«Hay descentramiento si hay desplazamiento interpretativo, y si dicho desplazamiento también
desplaza el eje en torno al cual gira el intérprete. Este descentramiento no elimina la
interpretación, sino que la desestabiliza y privilegia los lugares desde el cual se mira.»48
El perspectivismo es una plataforma para múltiples interpretaciones de un mundo
interpretado por un sujeto que a la vez, es interpretable, produciéndose la mecánica entre
universalidad y pluralidad de interpretaciones, donde la “diferencia” tendrá la función de operar lo
devenir singular/plural de las perspectivas. Nietzsche intenta introducir nuevamente el delirio
creador de la vida perdido en la fosilización de la racionalidad metafísica, en una multiplicidad de
interpretaciones con el fin de abrir las posibilidades de aproximación a la realidad no mediada por
la razón, sino por la intensidad y desenfreno de una libertad creativa/interpretativa, y de una vida
que encuentra en el “perspectivismo” su «condición fundamental»49 y condicionamiento mismo50
que rompe la unidad de lo invariable en una multiplicidad de interpretaciones posibles en un juego
entre creatividad y destrucción, entre desenmascaramiento y confirmación de perspectivas.
Este “perspectivismo interpretativo” obtiene su estrategia de la genealogía como mecánica
histórica de develamiento interpretativo. Esta mecánica persigue emitir un diagnóstico acerca de las
conexiones que experimenta la sociedad moderna, para ello se sumerge y concentra su examen en la
profundidad de la experiencia humana que subyace en la historia del pensamiento occidental.
1. La genealogía como mecánica de develamiento interpretativo
La genealogía trabaja en las antípodas de las formas tradicionales de análisis histórico. Estas
enfatizan, por una parte, las formas estables y las continuidades de los acontecimientos que suceden
y que quedan registrados en la historia; la genealogía, por su parte, acentúa la complejidad, la
fragilidad y la contingencia relacionadas con los acontecimientos históricos, de ahí que afirma la
perspectividad del saber y la operatividad de la conciencia teniendo como horizonte las relaciones de
poder:
«La genealogía hunde su mirada analítica en las experiencias y emociones humanas, de su
espíritu y de su carne, que subyacen a la historia del pensamiento occidental, al logos de
aquella historicidad que ha merecido el nombre de universal. De ahí que busque lo más simple,
aquello que mezcla lo ético con el conocimiento, o lo estético con el orden moral y político. Y
de ahí también que su método oscile entre el rigor analítico, y las analogías poéticas y políticas,
47
Hopenhayn, Martín (1998) Después del nihilismo. De Nietzsche a Foucault. Santiago de Chile, Andrés Bello, pág. 168.
id.
Nietzsche, Friedrich (1993a) o.c., ‘Prólogo’, pág. 18.
50
Nietzsche, Friedrich (1996) o.c., vol. II, §6, pág. 39.
48
49
porque su modo de razonar tiene que vincular originariamente aspectos diversos de la actividad
humana, condensados en el principio de la razón, y para ello debe trazar un orden asociativo de
analogías.»51
Del concepto de “genealogía” es posible extraer varios usos: primero, «facilita la
autocomprensión cultural historizando la interpretación moral de la existencia [por medio] de una
continua recreación de esa valoración a través del ejercicio incesante de interpretaciones que le
otorgan vigencia; [segundo uso] explicita el carácter no universal ni incondicional de las
interpretaciones, y luego de los valores que le subyacen [deviene positivamente como el] arte de
mostrar la diferencia bajo la máscara de la identidad; [y tercero] muestra que la lucha de voluntades
marca históricamente nuestra propia subjetividad.»52
El método de develamiento interpretativo, se entiende que no sea metafísico, sino históricogenealógico que trata de establecer lo que el objeto es (verdad, lenguaje, conceptos morales, etc.) a
partir de sus orígenes, pues «en el comienzo de todas las cosas está lo más valioso y esencial»53,
fundando una “hermenéutica de la sospecha” siguiendo el término acuñado por Ricoeur.
Nietzsche, como veremos en el Capítulo 2, fragua críticamente una genealogía lingüísticovalórica donde escudriña las relaciones entre “significado” y “valor”, entre “naturaleza” y “sentido”;
luego una genealogía , donde examina la moral en un movimiento de contranaturaleza; y; finalmente,
una genealogía teológico-conceptual donde examina al concepto de Dios desnaturalizado en su
relación con el hombre.
La genealogía como instrumento de análisis, versa sobre una suerte de figuras que le son
representativas y fundamentales y que devela la interpretación como estrategia de dominio, las cuales
posibilitan su ejemplificación y demostración como radicales experiencias históricas. Se trata de una
plataforma desde la cual presenciamos las historias de la historia: la interpretación de hechos
históricos enmarcados en el tiempo, localizando la singularidad de los acontecimientos y
reconociendo «las diferentes escenas en las que se han representado distintos papeles; definir incluso
el punto de su ausencia, el momento en el que no ha sucedido.»54 La genealogía expone aquel origen
desfundamentador de lo incuestionable, pues es una estrategia que persigue la no-identidad de lo que
en el presente se acepta acríticamente:
«La genealogía es una puesta en cuestión del valor de los valores, problematiza su concepción
como algo dado, aproblemático, indiscutible, en tanto que los inscribe en un proceso de tipo
histórico-natural que atiende a las circunstancias y condiciones reales a partir de las cuales
nacieron y en las que se han ido desarrollando y transformando con el tiempo.»55
En este sentido, la genealogía descubre las evaluaciones que llevan a interpretar de tal o cual
modo un acontecimiento histórico, como también las manipulaciones que un discurso toma en una u
otra dirección al interior de este acontecimiento. Es la lectura de las interpretaciones la que revela la
identidad, la que la disuelve en la historia, y a su vez, es la que demuestra su origen inventado y
reinventado en todas las identidades:
«El seguidor del método genealógico investiga el origen real de los sucesos históricos y de las
formas de pensamiento, renunciando a hipótesis finales o teleológicas. No se deja engañar por
la representación metafísica de que el origen soporta la verdad, de que a partir de allí se
derrama el sentido en las prácticas, instituciones e ideas.»56
51
Subirats, Eduardo (1991) Metamorfosis de la cultura moderna. Barcelona, Anthropos, pág. 19.
Hopenhayn, Martín (1998) o.c., págs. 36-37.
53
Nietzsche, Friedrich (1996) o.c., vol. II, §3, pág. 117.
54
Foucault, Michel (1988) Nietzsche, la genealogía, la historia. Valencia, Pre-Textos, pág. 12.
55
Romero, José Manuel (2001) El caos y las formas. Experiencia, conocimiento y verdad en F. Nietzsche. Granada, Comares, pág. 276.
56
Safranski, Rüdinger (2001) Nietzsche. Biografía de su pensamiento. Barcelona, Tusquets, págs. 371-372.
52
Además, el develamiento interpretativo o genealogía, rompe con la concepción de una historia
dividida en apariencia y verdad; quiebra la imagen de una interpretación absoluta y determinista en
la historia, al abandonar la confianza en un sustrato incondicionado que subyace a la secuencia de los
acontecimientos, dejando al sujeto expuesto a la incapacidad de forjar conceptos verídicos sobre la
realidad, es decir, un sujeto finito, empírico, positivo, condicionado al no poseer la facultad de
establecer lo incondicionado, lo absoluto, lo incontrovertible, tan sólo poder alcanzar
determinaciones conceptuales históricamente condicionadas, incapaces de “verdad” en el clásico
sentido racional de adecuación. En fin, opera un desmantelamiento minucioso de la historia a partir
de perspectivas, convirtiéndola en “historia de perspectivas” cuyo centro sería el retorno o repliegue
a los orígenes en cuanto origen, la que se «opone al carácter absoluto de los valores y a su carácter
relativo o utilitario. La genealogía significa el elemento diferencial de los valores, del cual deriva su
valor mismo […] quiere decir, pues, origen y nacimiento, pero también diferencia o distancia en el
origen.»57 Por ello, Nietzsche rechaza una búsqueda por el “origen” percibiendo el carácter
fundamentalmente interpretativo de nuestra experiencia en el mundo y de el mundo, pues buscar tal
origen «es tratar de encontrar “lo que existía”, el “eso mismo” de una imagen exactamente adecuada
a sí misma; tener por adventicias todas las peripecias que han podido suceder, todas las astucias y
todos los disfraces; comprometerse a quitar todas las máscaras, para desvelar el fin de una identidad
primera.»58 Lo anterior supone el objetivo central del análisis genealógico: «insistir en las
meticulosidades y azares de los comienzos; prestar una atención escrupulosa a su irrisoria
mezquindad; prepararse a verlos surgir, al fin sin máscaras, con la cara de lo otro; no tener pudor en
ir a buscarlos allí donde están […] darles tiempo para ascender del laberinto en el que jamás verdad
alguna los ha tenido bajo custodia»59, descubrir que en la raíz de lo que conocemos y de lo que
somos no hay ni el ser ni la verdad, tan sólo la exterioridad del accidente, proyección de los afectos,
apoteosis de la vida, inaprensibilidad de la interpretación:
«Interpretación, no explicación. No hay ningún estado de hecho, todo es fluido, inaprensible,
huidizo; lo más duradero todavía son nuestras opiniones. Proyectar sentido en la mayoría de los
casos: una nueva interpretación sobre una vieja interpretación devenida incomprensible, pero
que ahora es tan sólo un signo.»60
El “hombre” y la “moral” son hechos históricos61 y como tales, es que buscando sus orígenes
históricos puede comprenderse la realidad de cada uno y obtener la clave que permita interpretar su
decadencia. La crítica revisa el pasado para reaccionar ante él y despedirse de él para realizarlo, pues
toma distancia, pero no extrañándose de su objeto de estudio, sino que ingresa a él para interpelarlo.
La genealogía –tal como se le ha considerado aquí– posibilita el entramado de sentidos de la
voluntad-de-interpretación de y en la historia. La interpretación deviene “voluntad de poder”:
«Comprender no significa ya un comportamiento del pensamiento humano entre otros que se
pueda disciplinar metodológicamente y conformar en un método científico, sino que constituye
el movimiento básico de la existencia humana. Cuando Heidegger caracteriza y acentúa la
comprensión considerándola como el movimiento básico de la existencia, desemboca en el
concepto de interpretación, que Nietzsche había desarrollado especialmente en su significado
teórico [el cual] descansa en la duda frente a los enunciados de la autoconciencia […]. El
resultado de esta duda es […] un cambio de sentido de la verdad, de tal modo que el proceso de
57
Deleuze, Gilles (1994) o.c., pág. 9.
Foucault, Michel (1988) o.c., pág. 18.
59
ibid., pág. 23.
60
Nietzsche, Friedrich (2002) El nihilismo: escritos póstumos. Barcelona, Península, 2[82], págs. 27-28.
61
Nietzsche se refiere a ello: «Mi mayor principio: no hay fenómenos morales, sino solamente una interpretación moral de estos fenómenos. Esa
interpretación misma es de origen extramoral.» Nietzsche, Friedrich (2002) o.c., 2 [165], pág. 35. Además: «No existen fenómenos morales, sino sólo
una interpretación moral de los fenómenos…» Nietzsche, Friedrich (1993a) o.c., §108, pág. 99. Y en otro sitio agrega: «No hay fenómenos morales,
sino solo una interpretación moral de ciertos fenómenos (-¡una interpretación errónea!)» Nietzsche, Friedrich (2003b) Notas de Tautenburg para Lou
Von Salomé. Fragmentos póstumos (Julio-agosto, 1882. Verano-otoño, 1882). Madrid, Biblioteca Nueva, 374, pág. 118.
58
la interpretación se convierte en una forma de la voluntad de poder y adquiere así un
significado ontológico.»62
Para Nietzsche, la interpretación es el modo de expresión fundamental de la “voluntad de
poder”, y por tanto, la forma manifiesta del mundo finito de la vida. La “autointerpretación” de la
“voluntad de poder” bajo la forma diversa de los discursos significantes: la “voluntad de poder”
deviene interpretante de manera constante y finita, siendo correlativo a la finitud del mundo.
2. El perspectivismo interpretativo o la “visura”
Nietzsche con su pensamiento intempestivo, introduce un giro en la filosofía al considerarla
especialmente como perspectiva interpretante: la función “esencial” de la vida es introducir un
sentido en mundo al concebir “ser” identificado con “Vida”, como eterno devenir y fluir vital, lo que
conlleva que el ser no es más que interpretación de esa experiencia vital de sentido. La interpretación
nietzscheana tiene connotaciones de analítica de aquello preexistente a la voluntad, es decir, la vida
como aquello que convierte a la verdad en interpretación, al sentido en comprensión y a la
interpretación en sentido: «interpretar es determinar la fuerza que da sentido a la cosa.»63
Gadamer, por su parte, siguiendo a su maestro Heidegger y éste a Nietzsche en lo referente al
horizonte post-metafísico de la analítica existencial, se debe enfrentar al problema de la
desfundamentación abismal de la metafísica: su positiva “destrucción” (Destruktion que «equivale a
desmontaje, desmontaje de aquello que sirve de ocultamiento. Cuando queremos decir destrucción en
sentido negativo no decimos Destruktion sino Zerstörung.»64 Gadamer intentará desde el
desenmascaramiento nietzscheano-heideggeriano de la fundamentación última de la metafísica
judeo-occidental, retornar al carácter onto-originario del diálogo y del lenguaje en la experiencia
humana históricamente situada:
«Lo que nos fascinó sobre todo fue la intensidad con que Heidegger hacía revivir la filosofía
griega. Apenas éramos concientes de que esa filosofía era más un contrapunto que un modelo
de su propio preguntar. Pero la destrucción de la metafísica por Heidegger no era aplicable sólo
al idealismo de la conciencia de la época moderna, sino también a los orígenes en la metafísica
griega. Su crítica radical cuestionó tanto el carácter cristiano de la teología como la
cientificidad de la filosofía. Frente a la inanidad del filosofar académico, que se movía en un
lenguaje kantiano o hegeliano degradado y pretendía completar o superar una y otra vez el
idealismo trascendental, Platón y Aristóteles aparecían de pronto como aliados de todo el que
había perdido la fe en los juegos de sistemas de la filosofía académica, incluso en ese sistema
abierto de problemas, categorías y valores hacia el que se orientaba la investigación
fenomenológica de las esencias o el análisis categorial basado en la historia de los problemas.
Los griegos nos enseñaban que el pensamiento de la filosofía no puede seguir la idea
sistemática de una fundamentación última en un principio supremo para poder dar cuenta de la
realidad, sino que lleva siempre una dirección: recapacitando sobre la experiencia originaria
del mundo, pensar hasta el fin la virtualidad conceptual e intuitiva del lenguaje dentro del cual
vivimos. Me pareció que el secreto del diálogo platónico consistía en esa enseñanza.»65
Nietzsche es considerado por Vattimo como el precursor de la hermenéutica ontológica
contemporánea, al afirmar que «la orientación filosófica que asume como tema central el fenómeno
62
VM II, págs. 105-106.
Deleuze, Gilles (1994) o.c., pág. 80.
Gadamer, Hans Georg. ‘Romanticismo temprano, hermenéutica, deconstructivismo (1987)’, en (1998) o.c., pág. 66.
65
VM, pág. 380.
63
64
de la interpretación, considerando como rasgo esencial de la existencia humana y como base
apropiada para la crítica y la “destrucción” de la metafísica tradicional.»66
En este entramado de interpretaciones referido a la condición esencialmente interpretante del
ser humano, encontramos entonces las coincidencias teóricas entre Nietzsche y Gadamer.
Sostenemos nuestra intuición en una frase fundante –eso creemos– que Gadamer soterradamente deja
hablar a un Nietzsche crítico de la modernidad en el sentido de que se ha instalado la sospecha sobre
el proceso moderno de cultura:
«La famosa querelle des anciens et des modernes ha dejado de plantear una verdadera
alternativa.»67
Asimismo, la retirada de la disputa por el estatuto epistemológico, estético y político que
incorpora la Ilustración en sus puntos de partida:
«la reivindicación de otras formas de experiencia que trascienden la legitimidad del método
científico y las reivindicaciones veritativas de la ciencia, y la crítica de la ciencia moderna, que
no está en condiciones de comprender la experiencia humana del mundo y de la vida.»68
Ambos pensadores comparten la crítica a la historia específicamente en lo relacionado a los
límites de la autoconciencia histórica de una cultura moderna que se alza incapaz de valorar lo propio
de los fenómenos de la vida, ambos «evitan la ingenuidad positivista y objetivista que consistiría en
negar por una parte la eficacia del prejuicio (Gadamer) o la determinación de la perspectiva
individual, esperando poder hacer hablar a las cosas mismas sin ninguna especie de intrusión del
sujeto.»69
Gadamer se mantiene en equilibrio entre la autodisolución del intérprete, propuesta por el
positivismo y el perspectivismo nietzscheano con su apertura al carácter perspectivista de la
existencia y a la infinitud de perspectivas:
«No podemos salir de esta óptica nuestra: es una curiosidad sin esperanza el querer saber qué
otros tipos de intelectos y perspectivas podría aún existir: por ejemplo, si se conciben seres
cuya noción del tiempo sea hacia atrás, o alternativamente hacia delante y hacia atrás (lo cual
determinaría otra dirección de la vida y una noción diferente de causa y efecto). Mas opino que
hoy día, cuando menos, nos es ajena esa ridícula arrogancia de decretar desde nuestro rincón
que únicamente desde este rincón es lícito tener perspectivas. El mundo se nos ha convertido
otra vez más “infinito”: en tanto que no podemos descartar la posibilidad de que comporte
infinitas interpretaciones.»70
Pero es en el concepto de “interpretación”, donde se encuentran coincidencias vinculantes entre
los dos pensadores y sus posiciones frente a la verdadera dimensión de la realidad. Para Gadamer
interpretar constituye la estructura fundamental del ser-en-el-mundo, para Nietzsche, significa la
posición previa al descubrimiento del sentido, es decir, una proyección de sentido sobre las cosas, a
lo que Gadamer evita, pues representaría la apoteosis del subjetivismo. A pesar de las diferencia, la
vinculación radica en aceptar que tanto la interpretación y comprensión, son “acontecimientos”,
“padecimientos”, es decir, un dejarse interpelar por la tradición, por el texto, por el otro. Así, «la
comprensión e interpretación son propiamente un acontecer, un devenir, un proceso que no
comienza con la “subjetividad”.»71 Y ese padecer implica un impulso, una determinación, un hacer y
un que-hacer. Entonces, «el problema está en saber, si la interpretación es sólo una proyección de
66
Vattimo, Gianni (2002) Diálogo con Nietzsche. Ensayos 1961-2000. Barcelona, Paidós, pág. 128.
VM, pág. 17.
De Santiago Guervós, Luis Enrique. ‘¿Nietzsche contra Gadamer?’, en Acero, J.J., Nicolás, J.A., P. Tapias, J.A., Sáez, L. y Zúñiga, J.F. eds. (2004)
El legado de Gadamer. Granada, Universidad de Granada, pág. 177.
69
ibid., pág. 178.
70
GC, V, §374, ‘Nuestro nuevo `infinito´’, pág. 303.
71
Vattimo, Gianni (2002) o.c., pág. 181.
67
68
sentido o más bien sólo un descubrimiento, o ambas cosas a la vez.»72 Tanto para Gadamer como
para Nietzsche, “interpretación” y “perspectiva” no suponen una radicalización sin sentido de la
subjetividad, sino la designación del “horizonte interpretativo” de una forma de vida, que se
autoproclama como centro de valoraciones que abarcan desde los efectos hasta las organizaciones
culturales y sociales: el «individuo […] es una configuración de perspectivas.»73 Configuración en la
que el sujeto es una construcción, un añadido, pues incluso la afirmación “todo es subjetivo”, es
resultado de una interpretación «pues, se ve envuelto en el juego de la interpretación [como] una
“posición” de perspectiva de una voluntad de poder»74:
«En mi criterio, contra el positivismo que se limita al fenómeno, “sólo hay hechos”. Y quizá,
más que hechos, interpretaciones. No conocemos ningún hecho en sí, y parece absurdo
pretenderlo. “Todo es subjetivo”, os digo; pero sólo al decirlo, nos encontramos con una
interpretación. El sujeto no nos es dado, sino añadido, imaginado, algo que se esconde. Por
consiguiente, ¿se hace necesario contar con una interpretación detrás de la interpretación? En
realidad entramos en el campo de la poesía, de las hipótesis. El mundo es algo “cognoscible”,
en cuanto la palabra “conocimiento” tiene algún sentido; pero, al ser susceptible de diversas
interpretaciones, no tiene un sentido fundamental, sino muchísimos sentidos.
Perspectivismo.»75
Entonces, ¿quién es el sujeto de las interpretaciones o de las perspectivas? Nietzsche
responderá el “cuerpo” donde hay «más razón […] que en tu mejor sabiduría»76 en tanto catalizador
de los afectos, del «poder de la interpretación dominante que ordena, garantiza, y en este sentido,
como algo que continuamente se está haciendo, aconteciendo, y construyendo. […] El sujeto de las
interpretaciones, no puede ser el cognoscente humano en cuanto algo dado, pues no tiene
interpretaciones o perspectivas, sino que ellas son lo que es el sujeto.»77
La interpretación es posibilitada por el energético conflicto entre las valoraciones como
fruto de las fuerzas y pulsiones de una vida que busca el sentido, a pesar de las diversas
interpretaciones por conciliar. La genealogía –opuesta a un relativismo pragmatista– incluye la
interrogación respecto del universo de interpretaciones en conflictos de jerarquía respecto de las
mismas: el conflicto entre las valoraciones y su energética sustentación da lugar al
“perspectivismo”. Por ello, se entiende que el hilo conductor de las interpretaciones sea el
“cuerpo”.
El interpretar mismo es una expresión del devenir, del fluido proceso de la realidad, de la
afección que es quién interpreta78 «desde las más diferentes perspectivas.»79 El sujeto estará privado
de toda acción trascendente en el proceso de interpretación, siendo fundamental o el verdadero sujeto
equivalente al acontecer como la apertura de toda interpretación, como también de toda infinitud de
interpretaciones en un mundo que ha sido –es– infinito en posibilidades de interpretación: el mundo
es interpretable en innumerables sentidos y, a su vez, fuente de incontables sentidos:
«No hay límite en los modos en que el mundo puede ser interpretado en virtud de la visión
perspectivista de toda existencia y del pluralismo interpretativo. Este reconocimiento de las
posibilidades interpretativas ilimitadas sanciona una aproximación pluralista de la
interpretación.»80
72
id.
id.
74
Vattimo, Gianni (1987) Introducción a Nietzsche. Barcelona, Península, pág. 117.
75
Nietzsche, Friedrich (1981) La voluntad de poderío. Madrid, EDAF, §476, pág. 277.
76
Z, I, ‘De los despreciadores del cuerpo’, pág. 65.
77
De Santiago Guervós, Luis Enrique. ‘¿Nietzsche contra Gadamer?’, en Acero, J.J., Nicolás, J.A., P. Tapias, J.A., Sáez, L. y Zúñiga, J.F. eds. (2004)
o.c., pág. 182.
78
Nietzsche, Friedrich (2002) o.c., 2 [151], págs. 34-35; 2 [190], págs. 36-37.
79
Nietzsche, Friedrich (1994a) La genealogía de la moral. Un escrito polémico. Madrid, Alianza, I, 17, pág. 62. En adelante GM.
80
ibid., pág. 186.
73
Ambos hacen eco del aforismo de Lichtenberg:
«No hay que decir “hipótesis”, menos aún “teorías”, sino formas de representación.»81
Se presenta así una suerte de galaxia de interpretaciones sobre un mundo interpretado por un
sujeto que a su vez, es también interpretable, «puesto que aquello a lo que aplicamos la
interpretación es una interpretación, que a su vez es el resultado de otra interpretación, que siempre
está abierta a nuevas interpretaciones. La hermenéutica nietzscheana se funda sobre aquel carácter
infinitamente interpretativo y perspectivístico del pensamiento, lo mismo que la hermenéutica de
Gadamer se funda en el carácter infinito de toda comprensión.»82 Entonces, la interpretación como
devenir o acontecer, está marcada por prejuicios o actitudes hacia la “vida” y desde la “historia”, que
para Nietzsche, es el proceso de constitución de los objetos por conocer “para-nosotros” y no “en sí”,
pues los pensamientos «son la sombra de nuestras sensaciones»83 y la «vida es un medio del
conocimiento»84, pero «el conocimiento [pretende] ser más que un medio»85:
«Para Nietzsche […] la respuesta a la pregunta “qué es esto?”, no puede ser otra que “que es
esto para-mí”. Por lo tanto, nosotros sabemos lo que es el mundo desde la pregunta que
planteamos, pero toda pregunta es siempre abierta, perspectivista, porque abre un campo de
significado en múltiples direcciones.»86
Por su parte, para Gadamer, el conocimiento es la constitución de nuestra coordinación
entre la “realidad” y el “tiempo” en el constante fluir de la historia. El preguntar es la apertura a la
multiplicidad de significados dados por una determinada perspectiva, es también la “otra manera”
de comprender los significados que se dan en el mundo y que hacen mundo, pues el número de
puntos de vistas es infinito, como también es infinita la interpretación como tarea en constante
transformación dada su apertura comprensora de sentido. Multiplicar las perspectivas desde las
que se mira el mundo, desde las que se hacen los mundos y desde las que se coordina el habitar en
el mundo:
«El carácter interpretativo de todo acontecer. No hay ningún suceso en sí. Lo que acontece es
un grupo de fenómenos seleccionados y resumidos por un ser interpretador.»87
Tanto para Nietzsche como para Gadamer, la interpretación tiene un significado ontológico en
tanto que es la actividad fundamental del existir de fundación de(l) sentido y acontecer
intersubjetivo. Para la hermenéutica del sentido gadameriana, el acontecer es un acontecer de corte
dialógico y se comprende a través de la historia. Para el perspectivismo interpretativo nietzscheano,
la realidad se define a partir de su pura transitoriedad de una estructura que se genera y sostiene en la
recíproca alternancia de fuerzas interpretativas.
Según lo dicho, la «diversidad de las perspectivas y de las interpretaciones [radica en que]
existe únicamente un ver perspectivista, únicamente un “conocimiento” perspectivista.»88 El
conocimiento será el resultado de una serie indefinida de percepciones alternadas en el tiempo, que
configuren una red de sentido sobre lo real, lingüísticamente posibilitadas y compartidas, siguiendo
el “principio” de a mayor número de perspectivas y afectos, mayor será la “objetividad” del
conocimiento. El mundo por interpretar y la interpretación de los mundos, son acciones que nos
habla de que «en todos los niveles de la experiencia uno prefiere ser comprendido con anterioridad a
ser juzgado [la] comprensión es, no sólo anterior al juicio, sino condición indispensable del
81
Lichtenberg, Georg Christoph (1995) Aforismos. México, FCE, J-1342, pág. 294.
De Santiago Guervós, Luis Enrique. ‘¿Nietzsche contra Gadamer?’, en Acero, J.J., Nicolás, J.A., P. Tapias, J.A., Sáez, L. y Zúñiga, J.F. eds. (2004)
o.c., pág. 186.
83
GC, I, §179, ‘Pensamientos’, pág. 183.
84
GC, IV, §324, ‘¡In media vita!, pág. 234.
85
GC, III, §123, ‘El conocimiento es más que un medio’, pág. 160.
86
De Santiago Guervós, Luis Enrique. ‘¿Nietzsche contra Gadamer?’, en Acero, J.J., Nicolás, J.A., P. Tapias, J.A., Sáez, L. y Zúñiga J.F. eds. (2004)
o.c., pág. 187.
87
Nietzsche, Friedrich (2002) o.c., 1[115], pág. 26.
88
GM, III, 12, pág. 139.
82
juzgar»89, pues las acciones de “juzgar”, “evaluar”, “pensar” se realizan «desde el lenguaje como
centro»90 en unidad ontológica.
Sobre la base de las anteriores observaciones referidas al perspectivismo nietzscheano y su
relación con la comprensión-interpretación gadameriana de la historia: Nietzsche y su problema de
fijación de la interpretación como forma liberada de “voluntad de poder” y Gadamer y su problema
filosófico de “cómo la comprensión es ser”–, teniendo en perspectiva una “hermenéutica figurativa”,
es que proponemos como pista a seguir la marcada conexión entre “voluntad de poder” 91 y
“comprender”, ahora expresada en un radical proceso que decanta desde la “voluntad de poder” –
posibilidad necesaria de apertura al ser– hacia una “voluntad de poder-ser” –posibilidad contingente
de apertura al sentido– para seguir en una “voluntad de comprender” –posibilidad necesaria de
interpretación–, y finalmente en una “voluntad de ser comprendido” –posibilidad contingente de
diálogo de interpretaciones-: la “voluntad de comprensión”. Y por ello, proponemos un neologismo
que expresaría nuestro proyecto: la “visura” como aquella visión desde los quiebres o fisuras en las
perspectivas. Las “visuras” son guías de perspectivas que de antemano yacían en la estructura de la
realidad, pero ocultas, y ahora son expresiones de interpretación sobre la misma realidad, ahora
abierta, fisurada, visualizada… comprendida.
Líneas orientadoras de reflexión hermenéutica, pues hemos entendido por hermenéutica
como una red de comprensión de sentido y como aparato de interpretación, y a partir de ello
entendemos la expresión de los polos de sentido-interpretado y de interpretación-para-un-sentido
y sobre esta estructura, trazamos una línea-guía de interpretación –que además esboza una
perspectiva-pieza que se incorpora en el puzzle-sentido como una parte en el todo, como la
totalidad para la unidad que se sostienen mutuamente, pues no habría sentido aisladamente–92 que
nos oriente en la exploración por el sentido, en la experiencia de sentido y en el camino hacia el
sentido de los “nexos representativos” (Colli93) del pensamiento nietzscheano con los
acontecimientos modernos y sus representaciones en el recorrido hermenéutico-figurativo por los
pliegues de la modernidad y desde los dobleces de la modernidad tardía.
La hermenéutica «reclama para sí […] tematizar las condiciones de posibilidad de historias
[…], es decir, considerar las aporías de la finitud del hombre en su temporalidad»94 y el lenguaje
en tanto que médium como condición de posibilidad para el acceso comprensivo al ser, como la
reflexión filosófica que abre la trastienda de la realidad y descubre una “imagen” –simbólica–,
tiene un fundamento metafórico, arquetípico, instituyente del conocer y organizador de la
experiencia de sentido, pues trabaja con anterioridad a todo concepto y proyecto. Tal imagen tiene
el carácter de símbolo y como tal es inagotable, ya que encierra una multiplicidad de
interpretaciones, y éstas responden a su vez a una variedad de sentidos. En el símbolo se median
lingüísticamente la comprensión y el sentido de la realidad, y esta mediación «es la coincidencia
de lo sensible y lo insensible [como] referencia significativa»95 que conectan con la cualidad
figurativa de la modernidad.
Lanceros, Patxi. ‘Antropología Hermenéutica’, en Ortiz-Osés, Andrés y Lanceros, Patxi dirs. (2004) o.c., pág. 27.
VM, pág. 552.
91
Seguimos en esto de manera atenta a la consideración nietzscheana de “voluntad de poder” cuyos ejes fundamentales son “crear” y el “dar”, alejados
de la consideración de “voluntad de poder” como “voluntad de sometimiento” o “posesión, “codicia y “dominación”: voluptuosidad, ambición de
dominio y egoísmo, Vid. Z, III, ‘De los tres males’, págs. 266-271.
92
El «elemento no preexiste al conjunto […] el conjunto el que determina los elementos: el conocimiento del todo y de sus leyes, del conjunto y su
estructura, no se puede deducir del conocimiento separado de las partes que lo componen: esto significa que podemos estar mirando una pieza de un
puzzle tres días seguidos y creer que lo sabemos todo sobre su configuración y su color, sin haber progresado lo más mínimo: sólo cuenta la posibilidad
de relacionar esta pieza con otras […]: sólo las piezas que se hayan juntado cobrarán un carácter legible, cobrarán un sentido: considerada
aisladamente, una pieza de un puzzle no quiere decir nada; es tan sólo pregunta imposible, reto opaco; pero no bien logramos, tras varios minutos de
pruebas y errores, o en medio segundo prodigiosamente inspirado, conectarla con una de sus vecinas, desaparece, deja de existir como pieza: la intensa
dificultad que precedió aquel acercamiento […]: las dos piezas milagrosamente reunidas ya sólo son una, a su vez fuente de error, de duda, de desazón
y de espera.» Perec, Georges (1992) La vida. Instrucciones de uso. Barcelona, Anagrama, pág. 13.
93
Colli, Giorgo (1988) Después de Nietzsche. Barcelona, Anagrama, ‘Aparentes paradojas”, pág. 51.
94
Koselleck, Reinhart. ‘Historia y hermenéutica’, en Koselleck, Reinhart y Gadamer, Hans-Georg (1997) o.c., pág. 68.
95
VM, pág. 112.
89
90
El sujeto no vive solamente en un puro universo físico, sino también en una urdimbre de
tejido simbólico que teje un manto representacional de una realidad que le sobrepasa y a la vez, le
contiene y garantiza su existir.
El universo físico aparece como un armazón que nos permite entrar en contacto con ese otro
universo interpretable, que Cassirer ha venido a llamar “universo simbólico”, es decir, una
“organización instauradora” de «aquella realidad, objeto o suceso radicalmente independiente y al
que el símbolo referiría con más o menos acierto.»96 Esto es comprobado, en que el sujeto no
puede enfrentarse con la realidad de un modo inmediato, sino mediado por una suerte de
“mensajero”, lo que manifiesta una suerte de incapacidad que ha intentado resolver con el
lenguaje, el conocimiento, la fe, el arte, la ciencia. El mundo físico guarda, atesora algo esencial
que se expresa en una suerte de complementareidad del mundo simbólico, en una estrategia de
astuto atajo camino al sentido.
Las cosas –en el ámbito simbólico de re-novación de la experiencia de sentido– significan
algo más que su pura materialidad o corporeidad, por ejemplo: un anillo es algo más que un trozo
de metal con su peso atómico, valencia y quilates, pues en él hay un encuentro, una unión, un
regalo, una cercanía no física, sino emocional, un compromiso que se puede cualificar
sensitivamente y no cuantificar en medidas físico-matemáticas y/o geométricas en una
organización matemática de la realidad:
«El hombre no vive en un universo puramente físico sino en un universo simbólico. Lengua,
mito, arte y religión […] son los diversos hilos que componen el tejido simbólico […].
Cualquier progreso humano en el campo del pensamiento y de la experiencia refuerza este
tejido […]. La definición del hombre como animal racional no ha perdido nada su valor […]
pero es fácil observar que esta definición es una parte del total. Porque al lado del lenguaje
lógico o científico está el lenguaje de la imaginación poética. Al principio, el lenguaje no
expresa pensamientos o ideas, sino sentimientos y afectos.»97
A la espontánea actividad del espíritu como un elemento central del conocimiento, Cassirer
la concibe a partir de la científica elaboración teórica que arranca desde la experiencia primaria de
lo real hacia la universalidad de la realidad como un proceso propio de simbolización, vale decir,
el pensamiento objetivador –la ciencia– no será concebida como un “reflejo perfecto” de una
realidad absoluta, sino como el fruto mediado por la asimilación y captación con el fin de elaborar
a través del simbolismo lógico-teórico, es decir, lingüístico y mítico, un material empírico. La
realidad está “situada”, “fijada” a partir de una actividad del espíritu, que espontáneamente
conjuga un mundo simbólicamente proyectado, racionalmente mediado y comprendido en
referencia a «“un punto central unitario, a un centro ideal”.»98
Este principio ideal es un principio “simbólico” o “simbolizado”, a cuya función serán
reducibles las formas de dar sentido a las cosas:
«Ello equivale a afirmar que la esencia de la racionalidad no se manifiesta tanto por el
poder de representar conceptualmente el mundo, cuanto por la capacidad de sobrepasar
imaginativamente el significado usual de las cosas para hacer inteligible a su trasluz sentidos y
valores no equivalentes a los sensiblemente percibidos. Lo que equivale a decir que en el ser
humano la imaginación precede y prevalece sobre el propio entendimiento.»99
Capítulo 2
Lanceros, Patxi. ‘Símbolo’, en Ortiz-Osés, Andrés y Lanceros, Patxi dirs. (2004) o.c., pág. 517.
Cassirer, Ernst (1976) Antropología filosófica. Introducción a una filosofía de la cultura. México, FCE, págs. 47-49.
98
Cassirer, Ernst (1971) Filosofía de las formas simbólicas I. El lenguaje. México, FCE, pág. 21. Sobre la racionalidad mítico-simbólica en Cassirer y
en otros autores, Vid. Mardones, José María (2000) El retorno del mito. La racionalidad mito-simbólica. Madrid, Síntesis, págs. 69-94.
99
Maceiras, Manuel (2002) Metamorfosis del lenguaje. Madrid, Síntesis, pág. 286.
96
97
Gadamer y la “hermenéutica de la comprensión”
La formulación teórica de la hermenéutica filosófica gadameriana como “arte del entendimiento”100
tiene dos raíces fundantes: «por un lado la crítica a la pretensión de absolutizar la actitud positivista,
una crítica que insiste en los límites de esta pretensión, especialmente en su vinculación al método;
por otro lado, la radicalización existente del fracaso de la fenomenología en un intento, no de
superarlo, sino de asumir la imposibilidad de alcanzar una fundamentación racional definitiva del
conocimiento y del mundo»101, puesto que la epojé abriría un ámbito de sentido y de cuestiones de
hecho, es decir, de(l) mundo.
La radicalidad de la propuesta gadameriana, tiene que ver respecto a la consideración de
“hermenéutica” como un “vital acontecer histórico” mediado por el lenguaje, pues la hermenéutica
gadameriana emprenderá una meditación fenomenológica sobre el enraizamiento esencial de la
comprensión como aquella condición lingüística, histórica y existencial del sujeto. La manera más
propia de existencia del ser humano, es la ser comprensor o estar comprendiendo, expresando la
condición humana de instalación en un mundo cargado de significados que exige una comprensión
desde el pasado que determina el modo de vida implícitamente. La convivencia de un sinnúmero de
interpretaciones diferentes e incompatibles, exige el reconocimiento de la necesidad de una
univocidad de sentido en el todo.
El “giro ontológico” realizado a los conceptos de comprensión e interpretación por Heidegger –
interpretación ligada a la “facticidad” y que aquí la relacionaremos con la libertad al interior del
existir: estamos arrojados a un mundo que posee un orden y relaciones de funcionamiento, que
finalmente le otorga un sentido bajo la forma que nuestro acceso al mundo cobra como un acceso
comprensivo/interpretativo, pues la comprensión y la interpretación dependerán de la proyección que
hace la existencia de ese sentido-sobre-el-mundo– como horizonte de proyección y mediación
articuladora hombre-mundo (“hacia donde”, “desde el cual” algo resulta comprensible “como
algo”102)– impulsa el “giro hermenéutico”103 gadameriano en la filosofía, el que hace fecundo las
intuiciones de su maestro respecto al proceso de comprensión e interpretación desarrollado por las
ciencias del espíritu, ampliando el campo de comprensión a partir de la categoría dialógica como un
saber peculiar que se hace cargo de “lo aún no dicho”, considerando ese “aún” un “todavía no” una
suerte de fuente de significación por explorar y explotar, pues ambos definieron hermenéutica como
la autocomprensión, la cual no sería otra cosa que la comprensión del propio ser como ser-en-elmundo. Para Gadamer, entonces, la comprensión, es la interpretación lingüística de los fenómenos
que experimentamos en la vida entendida ésta como venero de sentido104: ser-en-la-vida-para-elsentido, ser-sentido-para-la-vida.
Aquí surge la función metafórica del lenguaje o “metaforismo fundamental” atribuido por
Gadamer, en el sentido de que sirve de acervo de las semejanzas y manifestaciones de las cosas y
del significado que pueda tener para nosotros: el lenguaje expresa de manera genial la conciencia
lingüística de la historia105 de las cosmovisiones que constituyen nuestra situación proyectada y de
búsqueda de unidad en la multiplicidad de aspectos (perspectivas), como asimismo en el natural
enfrentamiento de las cosas con y en las palabras.106 De tal forma, la metaforicidad del lenguaje es
100
VM, pág. 243.
Garagalza, Luis (2002) o.c., pág. 10.
102
Vid. Heidegger, Martin (1998) Ser y tiempo. Santiago de Chile, Universitaria, §32, págs. 172-177.
103
Cfr. Gadamer, Hans-Georg (1998) El giro hermenéutico. Madrid, Cátedra.
104
Del latín sensus: sentido, sensibilidad, facultad de sentir, darse cuenta de, comprender, considerar, tener opiniones, etc. Es un término de acepciones
múltiples en las que no es fácil ver la unidad ni la filiación. No obstante, se las pueda agrupar en: función sensorial, conocimiento (intuición, juicio,
buen sentido, sentido común, sentido moral); significación o significado; y orientación de un movimiento, Vid. Segura Murguía, Santiago (2006) o.c.,
págs. 683-684. La conceptualidad de(l) “sentido” es absoluta, radical y envolvente, pues implica que «el sentido se aprehenda él mismo en tanto que
sentido. Ese modo, ese gesto de aprehender-se-él-mismo en tanto que sentido hace el sentido, el sentido de todo sentido: indisociablemente, su concepto
y su referente.» Nancy, Jean-Luc (2002) Un pensamiento finito. Barcelona, Anthropos, pág. 5. El sentido se juega en su donación, en su entrega no “en
sí”, sino “para sí”, en su autorelacionalidad afectiva y efectiva que siempre tendrá como horizonte “el otro” y “lo otro”.
105
VM, pág. 515.
106
Vid. Foucault, Michel (1993) Las palabras y las cosas: una arqueología de las ciencias humanas. Buenos Aires, Siglo XXI, págs. 1-10.
101
la apertura a la interpretación en tanto que deslizamiento que pretende describir o representar –
coimplicar– al sentido y unir dialógica y especulativamente a “lenguaje” y “mundo”.
1. La apropiación de(l) sentido de la comprensión: las experiencias hermenéuticas de verdad y
diálogo
Siguiendo la estela teórica heideggeriana de una “hermenéutica de la facticidad”107 y luego de una
“hermenéutica del Dasein”108, Gadamer descubre que la hermenéutica es una experiencia más amplia
que la conciencia del sujeto.109
La experiencia de ser en el tiempo, de que el tiempo es el ser y como tal, es la manera en que la
vida humana revela al ser que le comprende, pues somos seres de sentido “arrojados” a un mundo en
el que co-participamos en su conformación y transformación: la conciencia así es conciencia en el
aparecer de(l) sentido. Este ser como tiempo que es la comprensión, es la condición ontológica de la
existencia humana, pues antes que la conciencia tenga contenido –o autocomprendernos– ya estamos
en la comprensión por situarnos al interior de la historia. El problema de la interpretación entonces,
aparece ligado a la olvidada pregunta por el ser pues «aquello sobre lo cual nos interrogamos es la
pregunta por el sentido del ser»110, pregunta que expresa el compromiso que debe asumir la
conciencia en su intento de reintegrarse al circuito histórico.
La hermenéutica aquí, designa el «carácter fundamentalmente móvil del estar ahí, que
constituye su finitud y su especificidad y que por lo tanto abarca el conjunto de su experiencia en
el mundo. Que el movimiento de la comprensión sea abarcante y universal no es arbitrariedad ni
inflación constructiva de un aspecto universal, sino que está en la naturaleza misma de la cosa.»111
El Dasein en Heidegger es el modo de ser del hombre, distinto del modo de ser de las
herramientas y de las cosas. Se caracteriza este modo de ser por estar-en-el-mundo tipificado
fundamentalmente por el cuidado y la angustia. Además, el Dasein es esencialmente temporal (el
horizonte de la temporalidad), pues está orientado hacia el futuro por su proyectabilidad respecto
de la muerte como ser-para-la-muerte. Por Dasein entenderemos el lugar, el topos desde donde
surge la pregunta por el ser o la epifanía comprensiva de su ser. El Dasein se encuentra siempre
en situación de proyectado en su comprender, y a ese despliegue Heidegger lo llama
interpretación, y mediante esto el Dasein proyecta su ser como poder-ser, como pura apertura a la
posibilidad de ser, vale decir, como “sentido” que hace posible que algo sea comprensible en un
horizonte concebido para la existencia. De ahí que la «hermenéutica no es una reflexión sobre la
ciencia del espíritu, sino una explicitación de la base ontológica sobre la cual éstas ciencias
pueden erigirse.»112 El carácter específico de la comprensión, viene dado por la finitud de la
experiencia humana como totalidad, y la movilidad de la experiencia humana de finitud está
determinada por las formas siempre provisionales de la comprensión sobre la historia o tradición
como transmisor condicionante de la comprensión.
El reconocimiento de la equivalencia que Gadamer establece acerca de que toda comprensión
exige situarse en la tradición de la misma manera que «comprender significa entenderse en la
cosa»113, se refiere a que este acontecimiento reflexivo que se efectúa en el momento de la
107
«La hermenéutica tiene la labor de hacer el existir propio [facticidad] de cada momento accesible en su carácter de ser al existir mismo, de
comunicárselo, de tratar de aclarar esa alienación de sí mismo de que está afectado el existir. En la hermenéutica se configura para el existir una
posibilidad de llegar a entenderse y de ser ese entender. […] El ser del vivir fáctico se señala en que es en el cómo del ser de ser-posible él mismo.»
Heidegger, Martin (1999) Ontología. Hermenéutica de la facticidad. Madrid, Alianza, §3, págs. 33-34.
108
«La fenomenología del Dasein es hermenéutica, en la significación originaria de la palabra, significación en que designa el quehacer de la
interpretación.» Heidegger, Martin (1998) o.c., §8, pág. 60.
109
VM, pág. 217.
110
Ricoeur, Paul (2001a) Del texto a la acción. Ensayos de hermenéutica II. Buenos Aires, FCE, pág. 83.
111
VM, pág. 12.
112
Ricoeur, Paul (2001a) o.c., pág. 84.
113
VM, pág. 364. El destacado es nuestro.
comprensión, se debe a que se es parte y deudores de una tradición114, es decir, de una acción de “dar
a través”, una “donación esencial”, diadokhé (sucesión) griega o cábala (articulación físicoespiritual) hebrea como objeto de la experiencia hermenéutica de legado histórico.
Dada esta donación, se posee una historia, y desde este reconocimiento es posible emprender
un proceso de interpretación de lo real por medio de discursos significantes:
«La interpretación no es ninguna descripción por parte de un observador “neutral”, sino un
evento dialógico en el cual los interlocutores se ponen en juego por igual y del cual salen
modificados; se comprenden en la medida en que son comprendidos dentro de un horizonte
tercero, del cual no disponen sino en el cual y por el cual son dispuestos.»115
Un proceso que tiene como centro de su movimiento al lenguaje en cuanto forjador de
existencias y vinculador con el mundo: hombre (ser/espíritu/razón) y realidad
(ser/naturaleza/mundo)116, y como tal posee un carácter ontológico como realidad esencial, pues
posibilita la posesión de un mundo y hace posible todo tipo de interpretación en el espacio de la
historia y de la tradición:
«toda comprensión de la tradición opera el momento de la historia efectual, y que sigue siendo
operante allí donde se ha afirmado ya la metodología de la moderna ciencia histórica, haciendo
de lo que ha devenido históricamente, de lo transmitido por la historia, un “objeto” que se trata
de “establecer” igual que un dato experimental.»117
La propuesta de Gadamer por una “universalidad ontológica del lenguaje” radica en cuanto
envuelve la experiencia lingüística del apalabrar sobre el mundo como exhibición manifestativa
de(l) sentido en un diálogo entre singularidad de la tradición y totalidad de la historia, entre
“universalidad interpretadora” y “pluralidad interpretativa”:
«Para el hombre el mundo está ahí como mundo en una forma bajo la cual no tiene existencia
para ningún otro ser vivo puesto en él. Y esta existencia está constituida lingüísticamente.»118
La existencia es conformada, entendida, ordenada y comprendida a partir del lenguaje como
aquella “realidad intermedia” y «aparece […] como la verdadera dimensión de la realidad»119 que
hace que exista el mundo y de que se manifieste al hombre como mundo o totalidad ordenada de
significaciones en interacción dialógica.
El lenguaje y la tradición histórica articulan la experiencia humana de comprensión
presentada bajo la forma de diálogo entre intérprete y texto, entre tiempo e historia en una fusión
horizóntica de sentido –mediación, integración– como red de inteligibilidad, haciendo posible una
real y efectiva transformación en la vida del intérprete debido a la interpretación realizada bajo el
signo de la “verdad”:
«El lenguaje obra como mediación total de la experiencia del mundo sobre todo en cuanto
lugar de realización concreto del ethos común de una determinada sociedad histórica. De
manera que más que de lenguaje, se podría hablar de una lengua históricamente
determinada.»120
114
Gadamer presenta el concepto de tradición unido al concepto de autoridad trabajado por el romanticismo: «Lo consagrado por la tradición y por el
pasado posee una autoridad que se ha hecho anónima, y nuestro ser histórico y finito está determinado por el hecho de que la autoridad de lo
transmitido, y no sólo lo que se acepta razonadamente, tiene poder sobre nuestra acción y sobre nuestro comportamiento.» VM, pág. 348.
115
Vattimo, Gianni (1991) o.c., págs. 61-62.
116
Aquí, Gadamer se acerca a la línea antropológica desarrollada por Scheler, Plessner, Portmann, Gehlen –en cuanto a los polos culturales de
“apertura” e “inacabamiento” de la condición humana- en investigaciones referidas al lenguaje como constitutivo esencial del ser humano y no un mero
accesorio. Gehlen ha propuesto la “carencialidad ontológica” del ser humano, “dotado” de deficiencias morfobiológicas e instintivas que le incapacitan
para una adaptación inmediata al medio ambiente y que en el resto de los animales asegura la sobrevivencia. Para compensar esa carencia, el hombre
está obligado a interpretarse a sí mismo y a su entorno, intercalando un lenguaje interpretativo que se alza como una “segunda naturaleza”, Vid. Gehlen,
Arnold (1987) El hombre. Su naturaleza y su lugar en el mundo. Salamanca, Sígueme, págs. 227-295.
117
VM, pág. 16.
118
VM, pág. 536.
119
Gadamer, Hans-Georg. ‘Texto e interpretación (1984)’, en (2004) Verdad y método II. Salamanca, Sígueme, pág. 327. En adelante VM II.
120
Vattimo, Gianni (1996a) El fin de la modernidad. Nihilismo y hermenéutica en la cultura posmoderna. Barcelona, Gedisa, pág. 117.
Sin embargo, además de esta característica lingüística de mediación entre el sujeto y la
historia, el lenguaje con su carácter especulativo opera como un «centro en el que se reúnen el yo
y el mundo, o mejor, en el que ambos aparecen en su unidad originaria»121 de manera omniabarcante:
«La perfectibilidad infinita de la experiencia humana del mundo significa que, nos movamos
en el lenguaje que nos movamos, nunca llegamos a otra cosa que a un aspecto cada vez más
amplio, a una acepción del mundo. Estas acepciones del mundo no son relativas en el sentido
de que pudiera oponérseles el mundo en sí, como si la acepción correcta pudiera alcanzar su ser
en sí desde alguna posición exterior al mundo humano-lingüístico. Obviamente no se discute
que el mundo pueda ser sin los hombres, y que incluso quizá vaya a ser sin ellos. Esto está
dentro del sentido en el que vive cualquier acepción del mundo constituida humana y
lingüísticamente. Toda acepción del mundo se refiere al ser en sí de éste. Él es el todo al que se
refiere la experiencia esquematizada lingüísticamente. La multiplicidad de tales acepciones del
mundo no significa relativización del mundo. Al contrario, lo que el mundo es no es nada
distinto de las acepciones en las que se ofrece.»122
De tal forma, el lenguaje no es un ente preexistente de manera independiente, sino que
anuncia «un todo de sentido»123 y reclama para sí la aparición del mundo de sentido como
“acontecer hermenéutico”124 que le subyace y se expresa en la tradición histórica como eje de
subjetividades interpretadoras.
El planteamiento del problema hermenéutico trasciende los límites impuestos por el método
de la ciencia moderna y se extiende a otras formas de experiencia, tales como el arte, la historia y
la filosofía, formas de carácter pre-científico y que elevan, cada una en su ámbito, una pretensión
de verdad tan legítima como la de la ciencia. Sólo así será posible enfrentar las aporías del
historicismo y a los planteamientos epistemológicos neokantianos y liberar a las ciencias del
espíritu de una confrontación teórica con un modelo de cientificidad que les es fundamentalmente
extraño:
«En cualquier caso el sentido de mi investigación no era proporcionar una teoría general de la
interpretación y una doctrina diferencial de sus métodos […], sino rastrear y mostrar lo que es
común a toda manera de comprender: que la comprensión no es nunca un comportamiento
subjetivo, respecto a un objeto dado, sino que pertenece a la historia efectual, esto es al ser de
lo que se comprende.»125
La comprensión –tal como se trata aquí– de los acontecimientos históricos y la acción de
autocomprensión, no puede hacerse bajo el modelo científico-técnico o conforme a criterios de la
lógica administrativo-burocrática de la vida social contemporánea, pues no se trata de un modo de
conocimiento, sino un modo de ser: el modo de este ser que existe al comprender, como asimismo la
implicación que hace la historia de nuestra conciencia como conciencia histórico-efectual.
El plan de Gadamer se plantea como un «proyecto [de] ampliación del modelo occidental de
racionalidad [enunciativa-técnico-instrumental y tiene como finalidad] promover una racionalidad
lingüística que [integre] la potencia mito-poética de la palabra»126 y por ello, concibe por
hermenéutica como la pregunta filosófica que concierne a la posibilidad de la comprensión en
referencia a lo que acontece en la praxis y no en la empiria subjetivista y/o instrumentalista de la
comprensión, es decir, en aquello «que ocurre con nosotros por encima de nuestro querer y hacer.»127
121
VM, pág. 567.
VM, pág. 536.
id.
124
«[…] este acontecer no es nuestra acción con las cosas sino la acción de las cosas mismas.» VM, pág. 555.
125
VM, págs. 13-14.
126
Garagalza, Luis (2002) o.c., pág. 17.
127
VM, pág. 10.
122
123
Gadamer piensa a la hermenéutica como un proceso histórico que se define por la coimplicación de
sucesos de verdad y de sentido. En el pensamiento gadameriano, “sentido” designa el “estatuto” o
“soporte ontológico” del lenguaje como referente interpretativo de lo que se dice. El sentido sería
una suerte de idealidad que nos guía en la comprensión. El “fijar” o “establecer” el sentido de la
interpretación y encontrar una respuesta a la pregunta de cómo sea posible la comprensión donde el
objeto-por-comprender –que no está inmediatamente dado ni menos garantizada la correcta
transmisión y entendimiento de su sentido– es la pregunta central de la hermenéutica gadameriana.
Este proyecto hermenéutico de Gadamer referido a la comprensión, consiste en «rastrear y
mostrar lo que es común a toda manera de comprender: que la comprensión no es nunca un
comportamiento subjetivo respecto a un “objeto” dado, sino que pertenece […] al ser de lo que se
comprende.»128 De tal forma, en Gadamer la hermenéutica cobra la figura, por una parte, de una
teoría de la verdad y, por otra parte, la de un método que expresa la universalización del fenómeno
interpretativo desde la historicidad concreta y personal del sujeto129, y lo hace con el fin de
establecerse como una filosofía interpretativa y comprensiva de la experiencia humana de sentido en
la historia lingüísticamente expresada, ya que:
«en realidad la cuestión de la historia no afecta a la humanidad como un problema de
conocimiento científico, sino de su propia conciencia vital. Tampoco se trata sólo de que los
humanos tengamos una historia en el sentido de que vivimos nuestro destino en fases de
ascenso, plenitud y decadencia. Lo decisivo es que precisamente en este movimiento del
destino buscamos el sentido de nuestro ser. El poder del tiempo que nos arrastra despierta en
nosotros la conciencia de un poder propio sobre el tiempo a través del cual conformamos
nuestro destino. En la finitud misma indagamos un sentido.»130
Desde el modelo clásico de hermenéutica –el análisis del modo en que se puede alcanzar una
adecuada o correcta interpretación de un texto determinado–, es desde donde se establece una íntima
128
VM, págs. 13-14.
Del latín sub-jectum, término compuesto por la preposición sub: debajo y el participio perfecto de iaceo: arrojar, poner, yacer, Vid. Segura Murguía,
Santiago (2006) o.c., pág. 754 y 337 respectivamente. Además, subjectum es la traducción del griego hypokeimenon, término aristotélico utilizado para
designar el “ser” de las cosas. Los griegos entendían el ser, designado por el término ousía, como “lo permanentemente presente”, “lo que es”, “aquello
que permanece invariable en la cosa mientras sus accidentes cambian”, y aquello que estando a la base, siempre presente, sostiene a la cosa sin
modificarla, aunque sus accidentes o propiedades la varíen. De tal forma, aquello que denomina al ser, la ousía (esencia, sustancia, ser; propiedad;
naturaleza; realidad, existencia, vida; fortuna, hacienda, bienes, riqueza, Vid. Pabón de Urbina, José M. (1992) Diccionario Manual griego-español.
Barcelona, VOX, pág. 440, se une en su sentido al hypokeimenom, lo que subyace. Luego, los medievales traducirán ousía por substantia, identificando
aún más, con igual raíz lingüística, el ser con el subjectum: “lo que está puesto a la base como fundamento de la cosa”. En la tradición moderna, la idea
de sujeto dibuja un campo de formas a priori cuya función es la de ordenar efectivamente el sistema de los objetos –leyes que regulan y organizan la
naturaleza descrita por Galileo en lenguaje matemático en un universo mecánico-causalista, funcional y mecanicista- a partir de la visión sustancial –
intuiciones trascendentales kantianas- de las relaciones fenoménicas, visión que forja la historia moderna del concepto de “subjetividad”. La
emancipación a partir de lo racional, es la característica de término contemporáneo de sujeto cuya certeza interna es la razón y el discernimiento entre el
conocimiento verdadero y el falso, entre lo real y lo aparente, se trata de aquel sujeto que se autopercibe como unidad indisoluble en identidad y
convicciones. Ahora bien, hoy el sujeto carece de fundamento que guíe tales convicciones “trascendentales” y “universales”, disueltas bajo las
inconsistencias en sus atributos y certezas.
En Vattimo leemos: «También la palabra “sujeto”, que en la filosofía moderna designa directamente el yo del hombre, sufre un proceso de
transformación y de traducción que es significativo en el desarrollo de la metafísica. La palabra latina subjectum traduce la palabra griega
hypokeimenon acentuando, según Heidegger, el sentido de fundamento y de base que rige todos los caracteres “accidentales”, todas las propiedades del
ente. Pero en la filosofía moderna sujeto ya no es más la sustancia de un ente cualquiera […], sino que significa exclusivamente el yo del hombre; con
esta transformación […], el fundamento absoluto e indudable de la realidad es ahora el yo del hombre, ante el cual se debe legitimar el ser de las cosas
que es reconocido como ser sólo en la medida en que es cierto.» Vattimo, Gianni (1993) Introducción a Heidegger. Barcelona, Gedisa, pág. 83-84.
La hermeneuticidad del concepto “sujeto” viene dada por los trabajos de Heidegger (Vid. (1998) o.c., §25, págs. 140-142, §54, págs. 287-289, y §64,
págs. 335-341) y Foucault (Cfr. (2006) La hermenéutica del sujeto. Curso en el Collage de France (1981-1982). México, FCE), que es la cuestión del
sí mismo ontológicamente planteada que busca comprender en qué consiste ser ese “ser sí mismo” y que se expone en dos tesis fundamentales: «1. Que
el sí mismo no estriba en un subjectum que subyazga idéntico en ese movimiento por el que la existencia se difiere al tener que ser; el ‘se’ del diferirse
no es un punto inicial ni tampoco la meta del movimiento en cuestión, pero menos aún un sujeto que poseyera como algo suyo el movimiento como un
todo; ¿qué podría querer decir un “sujeto de la existencia”?, ¿alguien que tiene la existencia?, ¿pero qué significaría entonces tener?, ¿algo que se
sustrae a la forma de ser del existir y por eso la tiene, o por el contrario, algo que está inmerso en ella, en cuyo caso no la posee, sino más bien es
poseído por ella? A esta segunda posibilidad apunta sin duda lo que he llamado el planteamiento existencial, que considera el sí mismo, la “subjetividad
del sujeto”, como una manera de ser, esto es, como un modo de relacionarse con el propio ser, que, suponiendo la existencia –siendo, en este sentido,
poseída por ella- pone sin embargo en juego una peculiar forma de tenerse, la única compatible con la finitud de la existencia. 2. Que la existencia se
mueve en una cierta concepción o interpretación de ella misma, que sabe de sí, no de una manera puntual y ocasional, sino constantemente y de la
existencia en su conjunto, del sí mismo que soy. Al ser esa transparencia autointerpretación está abierta a reinterpretaciones, y al ser encubridora, abre
la posibilidad de una contra-visión que se apropie de lo que ella transmite y sea a su vez apropiada.» Rodríguez, Ramón (2004) Del sujeto y la verdad.
Madrid, Síntesis, págs. 75-76.
130
Gadamer, Hans-Georg. ‘El problema de la historia en la reciente filosofía alemana (1943)’, en VM II, pág. 35.
129
relación entre comprender e interpretar: la hermenéutica es esencialmente una forma de comprensión
que «pregunta cómo es posible la comprensión.»131 Y en esta línea, la filosofía hermenéutica
propuesta por Gadamer, tiene un carácter general que analiza las condiciones de posibilidad de todo
proceso de comprensión, es decir, del proceso de «comprender-algo-como-algo.»132 La
comprensibilidad de “algo como algo” es una herencia heideggeriana, donde se concibe el fenómeno
hermenéutico fundamental: el fenómeno hermenéutico de la comprensión que adquiere su
articulación en el despliegue de la interpretación como lo abierto originario sobre la proyección
anticipativa del comprender existenciario.133
Gadamer presenta en una triple restitución la experiencia hermenéutica: la estética –el juego–,
la historia –tradición– y el lenguaje –ser/comprensión–, y aquí entenderemos por “experiencia
hermenéutica” como el correlato de la comprensión, es decir, aquella experiencia de apropiación
de(l) sentido del comprender con el fin de alcanzar la clarificación de la relación entre
“comprensión” y “vida”, entre “interpretación” y “experiencia”, entre “perspectiva” y “sentido”
como la labor primordial de la hermenéutica como plataforma comprensora/interpretativa de la
figuratividad moderna y de su proceso transformativo.
La experiencia hermenéutica resulta ser intrínsecamente histórica y la comprensión su
resultado, por ello, es extrínsecamente metahistórica, debido a que la experiencia y la comprensión
se revelan lingüísticamente: expresión y comprensión de un mundo que viene a permanecer delante
de nosotros y en nosotros mediados por el lenguaje. Y a través de este “medio relacionador”, la
experiencia hermenéutica es dialéctica en el sentido de ampliación e iluminación de la
autocomprensión desde el encuentro, el legado que no es precisamente mera captación conceptual,
sino un acontecimiento en el que un mundo se le abre a él como algo que no existía antes. En este
acontecimiento basado en la lingüisticidad y posibilitado por la dialéctica con el significado
transmitido, la experiencia hermenéutica encuentra y alcanza su realización. Asimismo,
“comprensión” y “lenguaje” cumplen una función ontológica, dando el carácter de ontológica a la
experiencia hermenéutica en tanto que revelan el ser de las cosas iluminándolo y revelando “lo que
significa ser” más allá del simple ser de un objeto o cosa, por ello, la hermenéutica es una
experiencia del “acontecer del lenguaje” que hace mundo comprensible para nosotros. Y este
acontecimiento no habla de otra cosa que de la manifestación veritativa del ser en tanto que
desocultamiento que es más bien un ocultamiento simultáneo de la verdad en su plenitud inagotable:
la verdad no es un hecho, “ocurre” al igual que la hermenéutica y su “acontecer experiencial”.
En la abierta región hermenéutica, partir de “aquello que es” no significa otra cosa que retornar
a la pregunta original sobre la comprensión y dirigirse fenomenológicamente “a las cosas mismas”.
Gadamer, de la fuente fenomenológica husserliana, se sirve de tres ideas fundamentales:
primero, la importancia concedida al problema del “sentido” y su horizonte constitutivo de lenguaje
como función reveladora del mundo134; segundo, la noción de “horizonte” como encuadre en el cual
se muestra y constituye el sentido; tercero, el concepto de “mundo de vida”135 (en cuanto mundo de
vivencias no teorizadas y ante-predicativas y de la actitud natural (de la vivencia anterior a toda
elaboración de conceptos y de juicios), es la plataforma que soporta y donde encuentran lugar todos
los saberes, y por ello, destaca el dinamismo de los procesos cotidianos de significación) o ámbito de
experiencia previo a la actividad noética o reflexiva como receptáculo desde y en el cual la vida
ocurre históricamente y discurre lingüísticamente, previo tanto a toda objetivación científica como a
toda reflexión filosófica y supone una suerte de red en la que remite todo sentido constituido y desde
el que se reactiva toda metodología objetivante tanto de la ciencia como de la filosofía.
131
VM, pág. 12.
Dutt, Carsten ed. (1998) En conversación con Hans-Georg Gadamer. Hermenéutica-Estética-Filosofía Práctica. Madrid, Tecnos, pág. 33.
133
Vid. Heidegger, Martin (1998) o.c., §31-33, págs. 166-183.
134
Vid. Husserl, Edmund (1997) Ideas relativas a una fenomenología pura y una filosofía fenomenológica. México, FCE, §27-§29, págs. 64-68.
135
ibid., §27-§30, págs. 64-69, Vid. además Husserl, Edmund (1991) La crisis de las ciencias europeas y la fenomenología trascendental. Una
introducción a la filosofía fenomenológica. Barcelona, Crítica, §33, págs. 124-129.
132
El preguntar por el “ser de la comprensión” o “en qué modo comprender es ser” estará bajo la
forma lingüística –eje de la experiencia de apropiación de(l) sentido de la comprensión– de diálogo
histórico: «el ser que puede ser entendido está lingüísticamente articulado, es lenguaje»136 expresa la
relación entre lingüisticidad y comprensibilidad del ser. Articulación, bajo la forma de diálogo, y ese
entender que nos tiene prendidos137, bajo la forma de comprensión:
«Al convertirse el lenguaje en un tema de la reflexión inextricablemente unido al mundo de la
vida humana, parece nacer un nuevo fundamento para la vieja pregunta metafísica por el todo.
En este contexto el lenguaje ya no es una mera herramienta o una capacidad especial propia del
hombre, sino el medio en el que vivimos desde el principio como seres sociales, y que sostiene
el todo en el que nos introducimos al vivir. Orientación según el todo: esto no es algo que esté
en el lenguaje, si por lenguaje entendemos los hábitos lingüísticos fonológicos de los sistemas
de designación científicos, determinados íntegramente por el ámbito de la investigación en el
cual operan como designaciones. Sin embargo, el lenguaje como orientación por el todo entra
en juego cada vez que se habla de verdad, esto es, cada vez que dos interlocutores que
empiezan a conversar circunscriben “la cosa” por el hecho mismo de dirigirse el uno al otro.
Pues cuando hay comunicación no se hace simplemente uso del lenguaje, sino que se hace
lenguaje.»138
En esto, propone Gadamer la descripción de “lo que hay” en la tradición y en la común
participación en un solidario sentido comunitario por el que nos comprendemos sin recurrir a la
necesidad de reducirlo a objeto científico. La clave en esta proposición, es lo que es la
hermenéutica: un “camino” hacia la comprensión, una búsqueda interpretativa por la comprensión
del sentido mediada por el lenguaje inscrito en la historia:
«comprender e interpretar textos no es solamente una instancia científica, sino que pertenece
con toda evidencia a la experiencia humana del mundo. En su origen el problema hermenéutico
no es en modo alguno un problema metódico. No se interesa por un método de la comprensión
que permita someter los textos, igual que cualquier otro objeto de la experiencia, al
conocimiento científico […]. Cuando se comprende la tradición, no sólo se comprenden textos,
sino que se adquieren perspectivas y se conocen verdades.»139
Todo lo que el hombre puede experimentar, se incluye en esta esfera de la experiencia de
mundo de manera abarcante sobre el fenómeno de la comprensión: un contenido de verdad que
penetra y actúa en el ámbito de nuestra existencia. La comprensión no es un modo o aspecto
meramente gnoseológico, sino un constitutivo ontológico del ser del hombre, pues rebasa la
radical finitud del comprender, toda fundamentación última como asimismo toda pretensión de
irrefutabilidad absoluta, siendo el comprender pura posibilidad de ser como rasgo ontológico de
un ser que es puro proyecto en lo histórico.140 Además, toda comprensión es mediata, pues se
encuentra en medio de conformaciones históricas, prejuicios, pre-opiniones, valoraciones que
delinean toda comprensión que a su vez, es la estructura previa de toda interpretación como
despliegue de esta misma estructura comprensiva:
«Comprender es el carácter óntico original de la vida humana misma. […] Heidegger
[descubre] así el carácter de proyecto que reviste toda comprensión y piensa ésta misma como
el movimiento de la trascendencia, del ascenso por encima de lo que es.»141
VM, pág. 23. Vattimo se refiere a la comprensión del texto: «no es (sólo) ese ser que es objeto de “comprensión” (por ejemplo, en oposición a
“explicación” causal, etc.) que es lenguaje, sino que es todo el ser que, en cuanto puede ser comprendido se identifica con el lenguaje.» Vattimo, Gianni
(1992b) Más allá del sujeto. Nietzsche, Heidegger y la hermenéutica. Barcelona, Paidós, pág. 86.
137
Gadamer, Hans-Georg. ‘Hermenéutica clásica y hermenéutica filosófica (1977)’, en VM II, pág. 110.
138
Gadamer, Hans-Georg (2002) Acotaciones hermenéuticas. Madrid, Trotta, págs. 25-26.
139
id.
140
VM, pág. 327.
141
VM, pág. 325.
136
Por ello, se hace «visible la estructura de la comprensión histórica en toda su fundamentación
ontológica, sobre la base de la futuridad existencial del estar ahí humano.»142 El comprender supone
estar siempre pendiente del hacer de la historia y de la tradición que determinan al sujeto en el aquí y
en el ahora y que provoca la apertura hacia el diálogo143, que es la mecánica de la comprensión:
«El comprender debe pensarse menos como una acción de la subjetividad que como un
desplazarse uno mismo hacia un acontecer de la tradición, en el que el pasado y el presente se
hallan en continua mediación. Esto es lo que tiene que hacerse oír en la teoría hermenéutica,
demasiado dominada por la idea de un procedimiento, de un método.»144
La pretensión de universalidad hermenéutica, resulta fundamental para entender el proyecto
hermenéutico de Gadamer: el “aspecto universal de la hermenéutica” radica en el lenguaje –como se
ha tratado aquí– y en el carácter lingüístico de entender145 planteando una «pregunta universal»146 al
mundo y reconociendo la propia finitud del comprender que alcanza in-finitud en la historia como
estructura ontológica del ser del hombre como ser histórico.
La experiencia hermenéutica, es también una experiencia de la verdad o veritativa en la medida
en que en y con la comprensión lo comprendido se hace accesible como tal, es decir, como un
acontecimiento de sentido –lejos del habitual modelo de correspondencia de la mente y de la cosa o
“adecuacionista”147 y más cercano al modelo “manifestativo” heideggeriano de verdad– como reflejo
de la comprensión de la experiencia hermenéutica, es decir, como acontecer de sentido, como
alétheia148 (revelación), pues «no hay experiencia de verdad sino como acto interpretativo»149:
«La hermenéutica sigue a Heidegger cuando rechaza la teoría de la verdad como
correspondencia: un enunciado puede ser probado sólo al interior de una apertura que hace
posible que se verifique o falsifique, y la apertura es algo a lo cual el ser-ahí pertenece y del
cual no dispone, el proyecto es un proyecto arrojado. La metáfora-guía para la concepción de la
verdad ya no consiste, aquí, en asir, en “aferrar” (comprender; Begriff, con-cipere, etc.), sino
en habitar: decir la verdad significa expresar –manifestar, articular– […] la pertenencia a una
apertura en la cual se está siempre ya arrojados.»150
Para develar lo que la verdad es, Heidegger analiza lo que encierra la determinación de la
verdad dada en la experiencia cotidiana. Sea como sea que concibamos la verdad, lo que siempre
buscamos en ella es una conformidad o rectitud151. Este concordar se muestra en dos sentidos, a
saber: entre la cosa y nuestra pre-concepción de ella, entre el enunciado y la cosa. Esta concepción
común, se funda a su vez, en la verdad como adæquatio intellectus et rei de la tradición filosófica,
fundada en un primer momento en la existencia de Dios como garante de la posibilidad de tal
convergencia y coincidencia.152 Con posterioridad, se olvida la función de este fundamento óntico y
queda así, la verdad reducida a la sola concordancia lógica y, por ende, la no-verdad a simple noconcordancia del enunciado con la pre-concepción de la cosa.
Cabe preguntar, ¿qué es lo que hace posible esta concordancia, puesto que todo concordar es
una relación, cualquier intento de dilucidación de la verdad debe hacerse cargo de la relación que se
142
VM, pág. 326.
Vid. Gadamer, Hans-Georg. ‘La incapacidad para el diálogo (1971)’, en VM II, págs. 203-210.
144
VM, pág. 360.
145
VM, pág. 451.
146
VM, pág. 458.
147
Es Aristóteles quien fija la verdad en la conexión entre las cosas y el pensamiento (Metafísica, IX, 1051, 6-9), estableciendo a la verdad dándose en
el pensamiento (Metafísica, VI, 1027b, 25). De tal forma, el juicio es la acción predicativa que expresa la conformidad –verdad- o disconformidad –
falsedad- entre cosa y entendimiento. Tomás de Aquino, comentando al Estagirita, enriquece la tesis según la cual «la verdad es la adecuación de la
cosa y el entendimiento», es decir, la verdad no puede darse sino en el entendimiento, pues fuera de él, sería imposible hablar de verdad (Suma
Teológica, q.1.ª, a.2.º, 4, 2).
148
Vid. Heidegger, Martin (1998) o.c., §44, págs. 233-250.
149
Vattimo, Gianni (1995) Más allá de la interpretación. Barcelona, Paidós, pág. 41.
150
Vattimo, Gianni comp. (1994) o.c., pág. 144.
151
Heidegger, Martin. ‘De la esencia de la verdad (1930)’, en (2001) Hitos. Madrid, Alianza, pág. 153.
152
ibid., pág. 154.
143
da entre los distintos modos de ser del enunciado y la cosa? Lo que debe ser aclarado, es “el modo de
ser” de esta relación. El fundamento de la concordancia sólo es posible porque ella misma ya está en
lo abierto de la cosa y porque a la cosa le es propio donar su patencia. Su estar patente es anterior a
todo enunciado acerca de ella, es el a priori de todo enunciado. Si el enunciar se comporta de tal o
cual manera con la cosa es porque ella está patente para él. Estar patente sólo es posible en lo abierto.
Lo abierto es lo que da la medida al enunciar para decir la cosa tal cual ella es. Por tanto, el estar
abierto del comportamiento, es el fundamento intrínseco de la concordancia.153
Lo que importa ahora ya no es la concordancia del enunciar, sino la pregunta por el
fundamento de la abertura del comportamiento que da la medida “ligante” al enunciar, que pone
delante, ofrece, dispone la cosa cómo es en cuanto tal. Es decir, ahora ya no es el “qué” (quidditas)
lo importante, sino “lo que” posibilita el “qué”. La relación se nos muestra como el comportamiento
abierto que sólo puede ser libertad, pues ésta es el supuesto de todo comportamiento. Preguntar por
el fundamento de la quidditas es preguntar por la libertad como fundamento intrínseco de todo
comportamiento. En lo sucesivo, esencia ya no mienta quidditas, sino fundamento intrínseco.
Preguntar por la esencia ya no es preguntar “qué es” la verdad, sino preguntar por el fundamento
intrínseco de ella, por la esencia de la libertad.154 Comprender de este modo por “esencia” supone,
afirma Heidegger, desprenderse de prejuicios tales como que “la libertad es una propiedad exclusiva
del hombre”, que “la esencia de libertad es algo que no nos resulta problemático” y que “cualquiera
sabe lo que el hombre es”.
Este desprendimiento anuncia un “giro” en nuestra situación habitual del estar, y se refiere al
estar dispuestos a una transformación del pensar y pensar aquello que aún no se ha pensado: la
esencia de la libertad como fundamento oculto en la misma esencia del Dasein, es decir, en un
“sujeto” marcado por la exterioridad de lo inhóspito, la finitud de la muerte y por la incapacidad de
dar y darse un orden y fundamento a la realidad exterior y a su realidad interior, y esta marca lo
sentencia tan sólo proyectar condiciones de posibilidad para asumir el destino de tener que realizar
su ser en el tiempo, en la historia, y en esta realización consiste su existencia.
¿Cómo debemos pensar la “esencia” de la “libertad”? Como el dejar-ser al ente, presentándolo
en su cómo es en cuanto tal.155 Un dejar-ser que no tiene el sentido de indiferencia u omisión, sino el
de un adentrarse en lo ente, un sumergirse en la abertura en la que está todo ente: la totalidad de lo
desoculto, vale decir, un dejar-ser que nunca es un posibilitar ni un manejar al ente. En este sentido,
la esencia de la libertad se reconoce como el compromiso con el desvelamiento del ente como tal.
Compromiso que responde a lo que antes se anunciaba como un “giro” necesario del pensar, pues
nos obliga a retroceder de la verdad como adecuación al estado de desencubrimiento del ente y al
desencubrimiento o desocultamiento mismo.156 La libertad se constituye en este retroceso, dejándose
medir por lo ente, y se presenta como ex-posición en estado de desencubierto, es ex-sistencia –estarfuera, estar-arrojado–. Aquí, la libertad es el Dasein, la ex-sistencia desveladora que posee al
hombre. La libertad es el modo de ser propio del hombre, el hombre no la posee, es poseído por ella.
El hombre es “puesto” en libertad por el Dasein.
Volviendo a la pregunta de cómo es que hay concordancia, podemos decir que la libertad es
el fundamento del enunciar representativo, porque es ella la que interpela al hombre a decir en
cada caso –según se comporte éste en relación a la cosa– la cosa tal cual es: a decir la verdad. La
libertad nos pone en lo abierto y nos permite que el ente quede siendo para nosotros. En este
punto, encontramos también la razón que derrumba la concepción moderna de la no-verdad como
mera no-concordancia lógica. Pues tal como la libertad hace posible que el hombre deje ser al
ente, también hace posible que no lo deje ser, que lo oculte, lo encubra y lo altera. Por tanto, la
153
ibid., pág. 157.
ibid., pág. 158.
ibid., pág. 159.
156
ibid., pág. 160.
154
155
no-verdad es esencial a la esencia de la verdad. La explicación de la no-esencia de la libertad es el
giro que hará posible develar el sentido total de la pregunta por la esencia de la verdad.
¿Cómo es posible que el hombre no deje-ser al ente en cuanto tal? Es posible, porque la
libertad abre al hombre a la totalidad de lo ente. Se accede a ella porque todo comportamiento
particular se ha puesto a tono con esta totalidad. Este poner a tono es el comportamiento “ligante”
de los entes particulares, comportamiento sólo posible, en tanto que la libertad es una tonalidad
afectiva que abre a los entes, tiñe a todos de una vez de un modo no eidético. El acceso afectivo a
esta tonalidad es tan originario que no hay forma de no encontrarnos siempre en un estado
afectivo y, porque la patencia de la totalidad es de este modo originaria, nos resulta lo más
cercano y común, tanto que no la advertimos, quedando ella como lo más indefinido e indefinible.
Cada dejar-ser a “este” ente en particular es un no-dejar-ser al ente en totalidad, paradojalmente el
dejar-ser de la libertad es un descubrir en-cubridor. La no-verdad como ocultamiento resulta así
más originaria que la verdad como descubrimiento y, por tanto, más esencial a la verdad. Es más,
no sólo se encubre lo ente en totalidad, sino que se encubre también el encubrimiento mismo. Este
encubrir el encubrimiento es el “misterio”, acontecimiento fundante, custodiado por la misma
libertad. El hombre se hunde en el olvido del olvido, en el ocultamiento de la no-verdad. Sin
embargo, el olvido no borra el misterio, el olvido del misterio sigue presente: se hace patente
como lo no-patente que abre la patencia.
El ocultamiento mismo es lo digno de ser pensado. Porque hay ocultamiento puede el hombre
apropiarse de los entes y olvidar la totalidad, puede relacionarse con este o ese ente en particular y
abandonar, al mismo tiempo, el imperio del misterio que es la medida de la verdad, dándose a él
mismo unas medidas e in-sistiendo en ellas. Vemos que lo propio del Dasein no sólo es la exsistencia, sino también la in-sistencia, es decir, la per-sistencia en la patencia o abertura de un ente
particular, y el vagar de éste a ese y de ese a aquel sin detenerse jamás, es la “errancia”, el olvido del
olvido.157
Para salir de este círculo ex-sistencia/in-sistencia/errancia, tendrá el pensar la labor de
experimentar el errar mismo sin aterrarse ante el misterio del Dasein. Es la pregunta por el ser158 de
lo ente en su totalidad la que abrirá el camino de salida, puesto que es esta pregunta la que llevó a la
errancia. Experimentar de este modo la errancia, hará posible que lleguemos al ámbito más originario
todavía, el de lo nunca pensado, de la pregunta por la verdad de la esencia, es decir, a la pregunta por
el ser de lo ente que inaugura la historia.159 Toda la ex-sistencia del hombre está hecha desde el ser.
Todo está dicho desde él. El Dasein es un ser que regresa del ser. Con la pregunta por el ser, el
pensar toma conciencia del ser y de su propia abertura a él. La filosofía descubre que el hombre está
en esa totalidad. Es este descubrimiento el que inaugura la historia. La historia nace con la pregunta
por el ser. Cuando el hombre reconoce que está en el ser, sus actos cobran un nuevo sentido, pues al
abrirse al ser, abre el camino a la libertad. Somos libres, pero ser concientes de serlo, nos hace
doblemente libres como acontecimiento de comprensión e intercompresibilidad entre sujeto
dialogantes en búsqueda de la verdad. Sin embargo, cada vez que la filosofía pensó la esencia, pensó
el ser sólo como totalidad de los entes. Por esto, antes que preguntar por la esencia de la verdad, que
Heidegger nos ha descubierto como aquel acontecimiento único del encubrimiento, habrá que
preguntarse por la verdad de la esencia/por la esencia de la verdad.160
Siguiendo las consideraciones anteriores, vemos que la experiencia hermenéutica de la verdad
se despliega en el horizonte del otro, en la posibilidad del diálogo. Para la hermenéutica filosófica,
además de la función primaria del lenguaje, es decir, aquella función nominativa o designativa –
recabar y ordenar información sobre hechos que se dan en el mundo–, el lenguaje cumple un uso
157
ibid., pág. 166.
Vid. Heidegger, Martin (1998) o.c., §2, págs. 28-31. Pregunta que direcciona la situación de la misma pregunta como de la respuesta en la radical
apertura al ser.
159
Heidegger, Martin (2001) o.c., pág. 167.
160
ibid., pág. 169.
158
primordial: hacer posible un mundo plurisignificativo, comprenderlo y verbalizar tal comprensión
mostrando el sentido y las significaciones que se producen desde el diálogo comprensivo entre seres
humanos, como una «comunicación mantenida o acontecimiento relacional que tiene por objeto la
comprensión de aquello sobre lo que se conversa y de aquél con quien se conversa. Y si el diálogo es
camino de conocimiento de la realidad y del otro hombre, es también el método de “realización” y
“socialización”, ya que somos lo que somos gracias a nuestra relación con los otros y con la realidad
que con ellos co-habitamos. Así, el mundo se nos presenta no sólo como lugar en el que estamos,
sino como obra que realizamos y compartimos [como fruto de] la rectitud de la opinión y llegar a la
verdad pasa por el esfuerzo de la definición, el esfuerzo en la búsqueda compartida de la palabra, de
la fijación de un sentido donde uno y otro, uno con otro, buscamos instalarnos en lo común que
llamamos universal.»161
Para Gadamer, la comprensión –en tanto que construcción estructural de(l) sentido– entraña el
primado del diálogo, es decir, «salir de sí mismo, pensar con el otro y volver sobre sí mismo como
otro.»162 Más que un instrumento, el lenguaje es un “órgano” mediador entre el sujeto y objeto
instaurando un “mundo intermedio”, y como tal, asienta sentido, pues «la interpretación ya no es
considerada como un “modo de conocer” sino como el “modo de ser” constitutivo del ser humano y
va a quedar vinculado a la palabra, […] en tanto que auténtico medio de su realización efectiva en el
interior del diálogo, de la comunicación, de la convivencia»163 histórica en el horizonte de la
comprensión164:
«El lenguaje no es sólo una de las dotaciones de que está pertrechado el hombre tal como está
en el mundo, sino que en él se basa y se representa el que los hombres simplemente tengan
mundo. Para el hombre el mundo está ahí como mundo en una forma bajo la cual no tiene
existencia para ningún otro ser vivo puesto en él. Y esta existencia del mundo está constituida
lingüísticamente […]. No sólo el mundo es mundo en cuanto que accede al lenguaje: el
lenguaje sólo tiene su verdadera existencia en el hecho de que en él se representa el mundo. La
humanidad originaria del lenguaje significa, pues, al mismo tiempo la lingüisticidad originaria
del estar-en-el-mundo del hombre. Tendremos que perseguir un poco más la relación de
lenguaje y mundo si queremos ganar un horizonte adecuado para la lingüisticidad de la
experiencia hermenéutica.»165
El diálogo o experiencia comprensiva de fusión de perspectivas166, es donde se presenta la
primacía hermenéutica de la pregunta como experiencia de íntima necesidad por superar la
limitación de nuestros respectivos horizontes. Resulta esencial a toda pregunta que tenga el sentido
de una orientación, pues con la pregunta, lo preguntado es colocado bajo una determinada
perspectiva hacia el encuentro con la respuesta, en una dialéctica de intercambio entre un sujeto que
“escucha” y un objeto que se revela. El que surja una pregunta supone siempre introducir una cierta
ruptura en el ser de lo preguntado. El logos que desarrolla este ser quebrantado, es en esta medida
siempre ya respuesta y sólo tiene sentido en el sentido de la pregunta. La apertura de la pregunta está
a la base de la estructura de la experiencia hermenéutica: la latencia de una respuesta implica a su
vez que aquel que pregunta es alcanzado e interpelado por la misma corriente de la tradición en que
habita ese texto. El diálogo funde los horizontes de(l) lenguaje como estructura comprensora del
“círculo hermenéutico” con el mundo.
Domingo Moratalla, Agustín. ‘Diálogo’, en Beuchot, Mauricio y Arenas-Dolz, Francisco dirs. (2006) 10 palabras claves en hermenéutica filosófica.
Navarra, Verbo Divino, págs. 177-178.
162
Gadamer, Hans-Georg. ‘Destrucción y deconstrucción (1986)’, en VM II, pág. 356.
163
Garagalza, Luis (2002) o.c., págs. 47-48.
164
Cfr. Koselleck, Reinhart y Gadamer, Hans-Georg (1997) Historia y hermenéutica. Barcelona, Paidós.
165
VM, pág. 531.
166
«Quien escucha al otro, escucha siempre a alguien que tiene su propio horizonte […]. Y esto significa respetar, atender y cuidar al otro y darnos
mutuamente nuevos oídos […] para desarrollar la posibilidad de transmitir al otro lo que uno piensa de verdad y obtener de él la respuesta, la réplica de
su modo de pensar [acogiendo] lo que el otro efectivamente quiere decir, y de buscar y encontrar el suelo común más allá de su respuesta […] con el
intercambio vivo de ideas […] en síntesis, estar presente en el diálogo.» Koselleck, Reinhart y Gadamer, Hans-Georg (1997) o.c., págs. 121-124.
161
El modelo dialógico –como se expone aquí– manifiesta la apertura dada por la alteridad, una
alteridad rebasada por el diálogo como experiencia de apropiación comprensiva y como horizonte de
sentido bajo el régimen de expresión de su potencial crítico-reflexivo como aplicación167 de una
racionalidad dialógico-experiencial:
«Tan pronto como aparece en el texto un primer sentido, el intérprete proyecta enseguida un
sentido del todo. Naturalmente que el sentido sólo se manifiesta porque ya uno lee el texto
desde determinadas expectativas relacionadas a su vez con algún sentido determinado.»168
El “diálogo que somos”169 ocurre en la co-pertenencia o más bien, en la co-impertinencia entre
dos sujetos sobre “aquello que” acontece lo que hace surgir una suerte de experiencia humana de
mundo cuando se interpreta y se comprende, lo que co(i)mplica a ambos sujetos en la fusión
dialógica del lenguaje, en el habla, en la conversación170 ahora involucrados en todo proceso de
apropiación comprensiva:
«El modo efectivo del lenguaje es el diálogo, siquiera el diálogo del alma consigo misma171,
que es como Platón define al pensamiento. En este sentido la hermenéutica como teoría de la
comprensión y del consenso ostenta la máxima generalidad. No considera cada enunciado
meramente en su valor lógico, sino como respuesta a una pregunta; pero esto significa que el
sujeto que comprende debe comprender la pregunta, y como la comprensión ha de alcanzar su
sentido desde su historia motivacional, tiene que trascender por fuerza el contenido enunciativo
expresable lógicamente.»172
El telos dialógico gadameriano no es otro que la “comprensión” –formación, educación,
humanismo–, en el sentido del entendimiento entre quienes dialogan genuinamente sobre aquello en
que se funda viene dado por una orientación compartida, recíproca hacia y sobre el asunto de la
conversación, apareciendo complementarios en el marco de la “comprensión dialógica”173 y en la
experiencia vital y subjetiva –limitada, finita y provisional– de la realidad y del mundo:
«la conversación deja siempre una huella en nosotros. Lo que hace que algo sea una
conversación no es el hecho de habernos enseñado algo nuevo, sino que hayamos encontrado
en el otro algo que no habíamos encontrado aún en nuestra experiencia del mundo. Lo que
movió a los filósofos en su crítica al pensamiento monológico lo siente el individuo en sí
mismo. La conversación posee una fuerza transformadora. Cuando una conversación se logra,
nos queda algo, y algo queda en nosotros que nos transforma. Por eso la conversación ofrece
una afinidad peculiar con la amistad. Sólo en la conversación […] pueden encontrarse los
amigos y crear ese género de comunidad en la que cada cual es él mismo para el otro porque
ambos encuentran al otro y se encuentran a sí mismos en el otro.»174
167
VM, pág. 380.
VM, pág. 333.
Se anuncia el “horizonte ontológico del lenguaje: “somos en tanto que dialogantes/hablantes” donde el lenguaje funda el ser del hombre y se forja la
identidad entre lenguaje-ser como acontecimiento originario del ser del hombre. El “entre los discursos” deja aparecer la fuerza de la historia abriendo y
cerrando la interpretación. Heidegger fue quien, desde un Himno ‘Fiesta de la Paz’ de Hölderlin, propuso una interpretación antropológica de la
ontología existencial que abre el diálogo: «Mucho ha experimentado el hombre. A los celestiales, a muchos ha nombrado, desde que somos habla y
podemos oír unos de otros.» El “habla” (conversación, charla, diálogo) le acontece al Hombre como un enunciado verdadero, y ese decir se hace
presente en la historia, acontece diciendo la historia oyendo al otro y oyéndose a sí, de manera permanente y fundante desde el tiempo y el ser que ha
sido introducido por la palabra, Vid. Heidegger, Martin (2005) Aclaraciones a la poesía de Hölderlin. Madrid, Alianza, págs. 37-53.
170
VM, pág. 242; 446 y ss.
171
Tanto el carácter como la función específicas del diálogo tienen que ver con que esta forma de discursividad reflexiva tiene el objetivo de “formar”
más que “informar”. Platón en Sofista, 263e, afirma que la actividad del ser humano –el pensamiento- se expresa en un “discurso” que el alma establece
consigo misma sobre las cosas que considera relevantes, pero que, sobre ellas, encuentra su factibilidad en el diálogo externo que se produce en el
lenguaje.
172
Gadamer, Hans-Georg. ‘Hermenéutica clásica y hermenéutica filosófica (1977)’, en VM II, pág. 112.
173
VM, págs. 461-478.
174
Gadamer, Hans-Georg. ‘La incapacidad para el diálogo (1993)’, en VM II, pág. 232; Vid. además VM, pág. 463.
168
169
Gadamer defiende el entrañamiento de una verdad que se anida en el diálogo como «la tarea
humana más ardua […] en un mundo marcado por las ciencias monológicas»175 donde dialogar es
aquella «experiencia actualizadora […] de exponerse al trabajo y a la acción de un estar siendo en el
que participamos y que nos interpela poderosamente»176, construyéndonos en una comunidad en la
cual lo central, como afirma Vattimo, es una «pertenencia interpretativa»177.
La apertura realizada por la experiencia de apropiación de(l) sentido de la comprensión, no
habla de una hermenéutica como “práctica” humana, sino que concibe como su telos al
entendimiento desde la comunicación dialógica y que en su despliegue surge un quehacer práctico
correspondiente a un cierto ethos178:
«La verdadera realidad de la comunicación humana consiste en que el diálogo no impone la
opinión de uno contra la de otro ni agrega la opinión de uno a la de otro de modo de suma. El
diálogo transforma una y otra. Un diálogo logrado hace que ya no se pueda recaer en el disenso
que lo puso en marcha. La coincidencia que no es ya mi opinión ni la tuya, sino una
interpretación común del mundo, posibilita la solidaridad moral y social. Lo que es justo y se
considera tal, reclama de suyo la coincidencia que se alcanza en la comprensión recíproca de
las personas. La opinión común se va formando constantemente cuando hablan unos con otros
y desemboca en el silencio del consenso y de lo evidente.»179
Entonces, el núcleo de la hermenéutica filosófica gadameriana se encuentra en la
“experiencia”, más aún, pues consideramos a esta experiencia como aquella de la comprensión y
como comprensión experiencial de un sujeto bajo determinaciones históricas que funda
posibilidades de sentido lingüísticamente expresado. El significado que se otorga a esta forma de
experiencia se entiende como un “acontecer” de mediación recíproca «del pensamiento con la
vida actual»180 y no como dominio del sujeto sobre el objeto: una co-implicación entre sujeto y
objeto posibilitada por la fusión del comprender y el comprender-se:
«Por paradójico que suene, el concepto de la experiencia me parece uno de los menos
ilustrados y aclarados. Debido al papel dominante que desempeña en la lógica de la inducción
de las ciencias naturales, se ha visto sometido a una esquematización epistemológicamente que
me parece recortar ampliamente su contenido originario […]. El objetivo de la ciencia es
objetivar la experiencia hasta que quede libre de cualquier momento histórico. En el
experimento natural-científico esto se logra a través de su organización metodológica. Algo
parecido ha ocurrido también en el método histórico y crítico de las ciencias del espíritu. En
uno y otro caso la objetividad quedaría garantizada por el hecho de que las experiencias
subyacentes podrían ser repetidas por cualquiera. Igual que en la ciencia natural los
experimentos tienen que ser revisables, también en las ciencias del espíritu el procedimiento
completo tiene que estar sometido a control. En la ciencia no puede quedar lugar para la
historicidad de la experiencia.»181
El diálogo, en fin, es una actividad conscientemente histórica que dona sentido a la vida
humana «desde la finitud de la existencia situada»182 y que nos “tiene tomados” en nuestra
historicidad, nos incorpora a una comunidad dialogante o sensus communis183 que se nutre de lo
verosímil, es decir, de la equivalencia entre las palabras en búsqueda de un sentido que es
especificado por la tradición histórica desde la finitud:
175
Koselleck, Reinhart y Gadamer, Hans-Georg (1997) o.c., págs. 119-120.
Domingo Moratalla, Agustín (1991) El arte de poder no tener razón: la hermenéutica dialógica de H. G. Gadamer. Salamanca, Publicaciones
Universidad Pontificia de Salamanca, pág. 221.
177
Vattimo, Gianni (1991) o.c., pág. 131.
178
Vid. Gadamer, Hans-Georg. ‘La hermenéutica como tarea teórica y práctica (1978)’, en VM II, págs. 293-308.
179
Vid. Gadamer, Hans-Georg. ‘Lenguaje y comprensión (1970)’, en VM II, págs. 184-185.
180
VM, pág. 222.
181
VM, pág. 421.
182
Domingo Moratalla, Agustín. ‘Diálogo’, en Beuchot, Mauricio y Arenas-Dolz, Francisco dirs. (2006) o.c., pág. 196.
183
VM, pág. 50.
176
«la cuestión de la historia no afecta a la humanidad como un problema científico, sino de su
propia conciencia vital. Tampoco se trata sólo de que los humanos tengamos una historia en el
sentido de que vivimos nuestro destino en fases de ascenso, plenitud y decadencia. Lo decisivo
es que precisamente en este movimiento del destino buscamos el sentido de nuestro ser. El
poder del tiempo que nos arrastra despierta en nosotros la conciencia de un poder propio sobre
el tiempo a través del cual conformamos nuestro destino. En la finitud misma indagamos un
sentido.»184
2. El tejido trascendental: historia-lenguaje
La hermenéutica –como se ha planteado aquí– es una herramienta de comprensión y análisis de
las representaciones de identidad y subjetividad: pensar-se, representar-se en cuanto forma/molde
y hondura/moldura del existir –como contexto de las figuras y de sus estrategias metafóricas–, es
decir, en cuanto realización de un saber vital e histórico, pues todo «el saber que la vida histórica
tiene de sí misma surge de la vida que tiene fe en sí misma, cuya realización es ese saber» 185, ya
que el sentido de las representaciones de identidad que llegan a producirse en una comunidad,
viene determinado por un universo simbólico llamado cultura186, que es anterior a nosotros
mismos. Lo que llamamos “realidad” es siempre un “sentido” donado a nuestra comprensión,
pues nuestro modo de estar en la realidad es bajo la forma del comprender, forma pre-conceptual
y pre-discursiva en la que se sustenta la captación lógico-conceptual:
«La razón es interpretadora. Inevitablemente nuestro conocimiento de la realidad está marcado
por el sello de la finitud de perspectiva, de situación y de captación de sentido. No poseemos
ningún saber absoluto. Tampoco gozamos de ninguna posición privilegiada que nos procure
acceso a la realidad en sí misma. Conocemos desde una situación en el mundo, en la cultura, en
la historia, que nos posibilita al mismo tiempo que nos limita o nos unilateraliza nuestra visión
de la realidad. Nuestro acercamiento a la realidad está siempre mediado por el lenguaje: es un
conocimiento lingüistizado, que atraviesa los diversos objetos vistos como signos. La realidad
es fundamentalmente simbólica. Conocer es comprender e interpretar nuestra realidad. Este
modo de ser interpretador de nuestra racionalidad nos indica ya el modo de ser hermenéutico
de nuestra condición humana: situada, mundana, proyectada, oyente.»187
El quehacer histórico del pensamiento se aloja en la conciencia dialógicamente fundada y
proyectada en expectativas de un mundo posible y no dado, pues «es cierto que si un día se acaba el
preguntar, se habría acabado también el pensamiento.»188 El conocer, el conocer-se y el conocer-alotro, son experiencias históricas, constituyen el fundamento comprensor de la historia, y como tal,
una forma que se sabe así misma como “efectual”189:
«En el comienzo de toda hermenéutica histórica debe hallarse […] la resolución de la
oposición abstracta entre tradición e investigación histórica, entre historia y conocimiento de la
misma. Por tanto, el efecto de la tradición que pervive y el efecto de la investigación histórica
forman una unidad efectual cuyo análisis sólo podría hallar un entramado de efectos
recíprocos. En este sentido haremos bien en no entender la conciencia histórica –como podría
sugerirse a primera vista– como algo radicalmente nuevo sino más bien como un momento
nuevo dentro de lo que siempre ha sido la relación humana con el pasado. En otras palabras,
Gadamer, Hans-Georg. ‘El problema de la historia en la reciente filosofía alemana (1943)’, en VM II, pág. 35.
Gadamer, Hans-Georg (1997) Mito y razón. Barcelona, Paidós, pág. 21.
186
Del latín colo, colere, cultum: cultivar, por tanto, “cultura” significa etimológicamente “cultivo”. El multívoco y polémico término es considerado
aquí como una situada red de significaciones de alteridad personal y social desplegada en el tiempo y en un espacio determinado, donde la reazabilidad
de la existencia humana es su núcleo conceptual, Vid. Segura Murguía, Santiago (2006) o.c., págs. 125-126.
187
Mardones, José María. ‘Razón hermenéutica’, en Ortiz-Osés, Andrés y Lanceros, Patxi dirs. (2004) o.c., pág. 467.
188
Gadamer, Hans-Georg. ‘Europa y la oikoumene (1993)’, en (1998) o.c., pág. 238.
189
VM, pág. 412.
184
185
hay que reconocer el momento de la tradición en el comportamiento histórico y elucidar su
propia productividad hermenéutica.»190
La “eficacia de la historia”, los “trabajos” o “efectos de la historia en nuestra conciencia”191,
confirma nuestro arraigo histórico y el secreto trabajo que la historia realiza en nosotros en tanto que
condición de acceso coextensivo a la realidad. Por ello, se refiere al hecho de que cada interpretación
de la historia es, a su vez, histórica y viceversa. 192 Tal acontecimiento histórico no quede recluido en
el acontecer, sino que trascienda proyectando su influencia en el futuro, permaneciendo en y por sus
efectos que no son otra cosa, que las interpretaciones que provoca en el tiempo como cadenas de
sentido:
«Cuando intentamos comprender un fenómeno histórico desde la distancia histórica que
determina nuestra situación hermenéutica en general, nos hallamos siempre bajo los efectos de
la historia efectual. Ella es la que determina por adelantado lo que nos va a parecer
cuestionable y objeto de investigación.»193
Tomemos como guía la experiencia hermenéutica comprensiva de(l) sentido histórico: la
actualización de lo comprendido por el flujo histórico194 se convierte, a su vez, en posibilidad
histórica de lo comprendido pese a la distancia temporal195 para una conciencia que viene
determinada por la misma historicidad.196
El destino de los griegos consistió en haber hecho dos experiencias fundantes de la cultura
occidental: una, la condición ético-política, el ethos no asimilable, independiente y exclusivo de la
naturaleza social y cultural; la segunda, la razón teórica y técnica desplegada en su ámbito propio, la
physis. Relación que conlleva la autonomía de un ámbito respecto del otro y la “unidad” o
“coherencia” entre ambos. La distinción entre la dimensión teórica y técnica, por una parte y la
práctica por otra, así como la que aísla la physis y el ethos, no responde a una experiencia originaria:
el existir humano es en su totalidad dinamismo o vitalidad en función de un sentido que es su fuente
vitalizante, dinamizante y transformadora. Dicho sentido, en cuanto integra un mundo común y
posibilita su proyección en el tiempo como destino histórico, constituye el fundamento de la
condición esencial del existir humano: su relacionalidad fundada en la comprensión en el horizonte
del otro como fruto dialógico.
La pérdida de la dimensión de sentido y en consecuencia de la relacionalidad como
dimensión fundante del existir, está a la base de la versión moderna de la fragmentación y que da
a estos –sentido y relacionalidad– el carácter contingente de meros hechos históricos y,
consecuentemente, base de la concepción de “sujeto” en relación con “otro sujeto”. Lo que está a
la base de la gestación de la modernidad es un cambio tanto antropológico que ya articula
Maquiavelo y que luego, Hobbes sistematiza a partir de un nuevo horizonte conceptual como
también un giro epistemológico que lo articula Descartes y que luego lo sistematizan Kant y
Hegel: la modernidad es la apología de que toda certeza debe apoyarse en un examen racional del
conocimiento empírico. La autonomía como autodependencia lleva a tener que enfrentar la vida y
la totalidad a partir de sí mismo, de las propias “facultades” que se han constituido en
connaturales al hombre, en franca independencia de los “dioses” en dirección radicalmente
secularizadora. Cambio que obedece a una constelación de condicionantes que van desde la
imagen secular que de sí misma presenta la Iglesia, del afianzamiento de la idea de Estado en
190
VM, pág. 351.
Sobre esto, Vid. Ricoeur, Paul (2001a) o.c., págs. 320-321.
192
VM, pág. 363.
193
VM, pág. 371.
194
VM, pág. 364 y ss.
195
VM, pág. 367.
196
Heidegger entregó a Gadamer la intuición de que el pasado no existe en el recuerdo, sino en el olvido, haciendo de la historia un conjunto de
rupturas y no de continuidad, pues sólo hay pasado si hay olvido, y hay recuerdo si hay historia, Vid. Gadamer, Hans-Georg. ‘La continuidad de la
historia y el instante de la existencia (1965)’, en VM II, pág. 143.
191
torno a monarquías fuertes, asociadas a los intereses del capitalismo y al quiebre de la imagen
medieval a partir de la ciencia físico-matemática. Desde la Ilustración, la autonomía se presenta
como disolución de las condiciones que hacen posible el existir como relación. La autonomía
moderna, es propiedad del individuo197 que existe desde sí y para sí, es decir, “privada” de la
subjetividad, que tiene el carácter de una experiencia de la vida que hace de ella propiedad de un
sujeto consistente en subjetividad autónoma. El desdibuje de la perspectiva de lo común o de la
inter-discursividad de sentidos, deja al sujeto sin el nexo que hace del existir un vínculo
intersubjetivo. Para tal sujeto, radicalmente arrelacional, el “otro” es eminentemente una realidad
exterior a él. En tal exterioridad el otro se manifiesta como objeto corpóreo vivo, en otra
subjetividad autorreferente inaccesible.
Todo sentido198 es tal en el contexto de un mundo como experiencia de sentido o cultura, un
mundo que en cuanto proceso es Historia en la que el intérprete resulta central, pues entenderemos –
cultura, conceptos, a uno mismo y a los otros– haciendo transparente su génesis en la tradición
histórica como un recíproco esclarecimiento. Así como nuestra propia realidad se constituye bajo la
forma de comprensión, de comprender contextual-histórico, nuestra forma del existir es precisamente
la historicidad: sólo de este modo somos sentido, esto es, realidad en tanto que historia significativa
inserta en el tiempo y en el espacio.
No hay realidad independiente de un contexto y por tanto “absoluta”. Uno de los objetivos
fundamentales de Gadamer, era precisamente combatir la absolutez del relativismo insistiendo en la
“relativización hermenéutica del relativismo” frente a la absolutez en el discurso iluminista. La
absolutez u objetividad la cobra lo real en cuanto sentido a partir de un contexto. Toda percepción y
afirmación de realidad es posible desde un contexto. No hay afirmaciones supra-conceptuales que
permitan confrontar contextos y afirmar “todo es relativo”, afirmación que se refiere a un todo
abstracto y no a realidad alguna. Por otra parte, desde un contexto, tal afirmación tampoco es posible.
Tampoco lo es aquella que sostiene que la realidad –la verdad– es “absoluta”, independientemente de
todo contexto. La cultura, como horizonte se sentido, se inscribe en la autorreferencia a nuestra
propia vida como una estructura de significado: el vivir siempre abiertos al significado es la
condición misma de la hermenéutica. Por ello, entendemos por estructura de significado a la cultura.
Siendo así, la pregunta por el “ser” deviene en enunciado cultural sobre la identidad. En el fondo, lo
que proponemos, es que la metamorfosis explicitada es una transformación de la identidad y su
contexto, es una simultaneidad refleja entre modernidad, sujeto e identidad.
La consideración de la “comprensión” como el “modo de ser” del ser humano y asume
igualmente por estructura de la comprensión al “círculo hermenéutico” o “círculo del comprender”
resulta central en el pensamiento gadameriano:
«El círculo de la comprensión no es en este sentido un círculo “metodológico” sino que
describe un momento estructural ontológico de la comprensión.»199
Una circularidad comprensora que designa el dinamismo recíproco entre los polos “subjetivos”
y “objetivos” de la comprensión desde que experimentamos su influencia transformativa sobre la
raigambre (comprensión) en el mundo. Además, hace referencia a una llamada “metodología
gadameriana de la comprensión”, la que surge en el momento de requerir la comprensión de un texto,
sea necesario anticipar el sentido de su totalidad, a partir de sus partes como piezas que “encajan” en
el modelo de sentido anticipado –comprender la totalidad desde las partes, es la condición de
A pesar de que el “individuo” es «un grupo de representaciones conectadas en el tiempo y en el espacio, que aparecen unificadas por un principio
externo.» Colli, Giorgo (1988) o.c., ‘El individuo como ilusión’, pág. 75.
198
Seguiremos en esto a Heidegger, quien concibe “sentido” como «estructura formal de lo que pertenece necesariamente a lo articulable por la
interpretación comprensora. Sentido es el horizonte del proyecto estructurado por el haber-previo, la manera previa de ver y la manera de entender
previa, horizonte desde el cual algo se hace comprensible en cuanto algo. En la medida en que el comprender y la interpretación conforman la
constitución existencial del ser del Ahí, el sentido debe ser concebido como la estructura existencial-formal de la aperturidad que es propia del
comprender.» Heidegger, Martin (1998) o.c., §32, pag. 175. Tal aperturidad, tal espaciamiento es “lo comprendido”.
199
VM, pág. 363.
197
posibilidad para la comprensión del contexto global, que a su vez, es resultado de la totalidad de
partes textuales individuales–:
«Una conciencia formada hermenéuticamente tiene que mostrarse receptiva desde el principio
para la alteridad del texto [la que] incluye una matizada incorporación de las propias opiniones
previas y prejuicios. Lo que importa es hacerse cargo de las propias anticipaciones, con el fin
de que el texto mismo pueda presentarse en su alteridad y obtenga así la posibilidad de
confrontar su verdad objetiva con las mismas opiniones previas.»200
La conciencia histórica en la tradición, deviene conciencia de la historia efectual, pues la
comprensión es siempre una forma de efecto que se sabe a sí misma como efectual, es tra-dicción
como pertenencia a las consideraciones históricas en un constate fluir dialógico-lingüístico. La
comprensión no es algo que pasa inadvertido para la misma cosa comprendida, sino algo que afecta a
ésta: la modifica, le dona una nueva posibilidad de ser, un nuevo sentido para su existencia. De tal
forma, la mirada hermenéutica desde el círculo previo-prejuicios enriquece el planteamiento
heideggeriano a través del concepto de historia efectual –cierta relación de circularidad entre el
pasado y el presente: el presente es a la vez, efecto y causa del pasado, y viceversa–, remitiéndonos
con él a la apropiación semiótica del sentido presente que ejerce la historia a través del proceso de la
comprensión del sentido sobre lo pasado y engendra el sentido de futuro para alejarse de un
subjetivismo moderno de corte cartesiano, y apostar por un círculo comprensivo como destino
envolvente:
«El objetivismo histórico que se remite a su propio método crítico oculta la trabazón efectual
en la que se encuentra la misma conciencia histórica. Es verdad que gracias a su método crítico
se sustrae a la arbitrariedad y capricho de ciertas actualizaciones del pasado, pero con esto se
crea una buena conciencia desde la que niega aquellos presupuestos que no son arbitrarios ni
caprichosos, sino sustentadores de todo su propio comprender; de esta forma se yerra al mismo
tiempo la verdad que sería asequible a la finitud de nuestra comprensión […]. Pero en su
conjunto el poder de la historia efectual no depende de su reconocimiento. Tal es precisamente
el poder de la historia sobre la conciencia humana limitada: que se impone incluso allí donde la
fe en el método quiere negar la propia historicidad.»201
En fin, esta idea fundamental de destino histórico envolvente de la hermenéutica gadameriana
se refiere a que:
«En realidad no es la historia la que nos pertenece […] somos nosotros los que pertenecemos a
ella.»202
Un análisis fenomenológico de la conciencia históricamente determinada, permite a Gadamer
definir con claridad los límites de dicha conciencia frente a las pretensiones del subjetivismo, a la
estrechez del historicismo con su “objetividad histórica” y al círculo trazado por la hermenéutica
romántica, pues «la comprensión no es nunca un comportamiento sólo reproductivo, sino que es a su
vez siempre productivo [y como tal] cuando se comprende, se comprende de un modo diferente.»203
El hecho de que en la comprensión siempre nos encontramos ya en una situación determinada y que,
por tanto, representa una posición que limita las posibilidades de ver. Pero tales posibilidades de
poder ver, quedan supeditadas a un punto de vista, ya que no nos es dado un punto absoluto desde el
que pudiéramos contemplar todo de manera absoluta. Y ese ámbito de visión que encierra todo lo
que es visible desde ese punto de vista determinado es lo que Gadamer llama “horizonte”. La
tradición aparece como el horizonte de la subjetividad y como posibilidad para la comprensión del
sujeto de sí mismo. El tomar conciencia del hecho de que la historia o la tradición actúan en
200
VM, págs. 335-336.
VM, pág. 371.
VM, pág. 344.
203
VM, págs. 366-367.
201
202
nosotros, significa aceptar a la alteridad de la acción recíproca entre “efecto” y “saber”, como
también a la mediación entre “historia” y “verdad”:
«Todo encuentro con la tradición realizado con conciencia histórica experimenta por sí mismo
la relación de tensión entre texto y presente. La tarea hermenéutica consiste en no ocultar esta
tensión en una asimilación ingenua, sino en desarrollarla conscientemente. Esta es la razón por
la que el comportamiento hermenéutico está obligado a proyectar un horizonte histórico que se
distinga del presente […]. Pero por otra parte ella misma no es, como hemos intentado mostrar,
sino una especie de superposición sobre una tradición que pervive, y por eso está abocada a
recoger enseguida lo que acaba de destacar, con el fin de medirse consigo misma en la unidad
del horizonte histórico que alcanza de esta manera.»204
Ahora bien, la condicionalidad histórica supera nuestra propia conciencia y determina
radicalmente la finitud de toda conciencia hermenéutica –comprensión de sí–, es decir,
“autoconocimiento”. La conciencia histórica implica asumir una posición reflexiva en tanto que se
considera que todo aquello que es pensado, es entregado por la tradición, y como tal, la tarea de la
conciencia histórica frente a la tradición, es la interpretación de aquello que viene del pasado, que
es reflexionado en el presente y que se proyecta en el futuro: la historicidad constituye el espacio
y el horizonte de la interpretación.205
El concepto de “historia efectual” o teoría de la “conciencia expuesta a los efectos de la
historia” o “conciencia de la eficacia histórica” como la define Ricoeur –siguiendo nuestra
argumentación–, clarifica la consideración hermenéutica de la cultura como horizonte de la
identidad, sobre la base de una particular manera de comprender cómo la historicidad de la cultura se
apropia de los individuos hasta condicionar su proceso de comprensión: la conciencia como
determinación, es un producto histórico, pues «la comprensión pertenece al ser de aquello que se
comprende»206. Por ello, el verdadero sujeto de la comprensión es la tradición o el ser de la
humanidad –transmisión histórica de sentido– y su acción determina un horizonte en el que nos
movemos y existimos, somos en la tradición:
«nuestra tradición histórica, si bien es convertida en todas sus formas en objeto de
investigación, habla también de lleno desde su propia verdad. La experiencia de la tradición
histórica va fundamentalmente más allá de lo que en ella es investigable. Ella no es sólo verdad
o no verdad en el sentido en el que decide la crítica histórica; ella proporciona siempre verdad,
una verdad en la que hay que lograr participar.»207
Insistamos, esta pertenencia a la historia se comprende desde el concepto de tradición, pues «lo
consagrado por la tradición y por el pasado posee una autoridad que se ha hecho anónima, y nuestro
ser histórico y finito está determinado por el hecho de que la autoridad de lo trasmitido, y no sólo lo
que se acepta razonadamente, tiene poder sobre nuestra acción y nuestro comportamiento.»208
El concepto de experiencia trabajado aquí, resulta particularmente fecundo al momento de
entender la condición ontológica de la conciencia por la historia efectual:
«La verdadera experiencia es así experiencia de la propia historicidad [y] tiene que ver con la
tradición. Es ésta la que tiene que acceder a la experiencia. Sin embargo, la tradición no es un
simple acontecer que pudiera conocerse y dominarse por la experiencia, sino que es lenguaje,
esto es, habla por sí misma como lo hace un tú.»209
Los componentes de la tra-dicción (frases, textos, obras, documentos, conductas,
monumentos, piezas musicales, vídeos) son una capacidad de comprensión de nuestro entorno y
204
VM, pág. 377.
Vid. Gadamer, Hans-Georg (1993a) o.c., pág. 101.
206
VM, pág. 14.
207
VM, pág. 25.
208
VM, pág. 348.
209
VM, pág. 434.
205
de nuestra condición humana dada por la posesión de un lenguaje –que a la vez, le pertenecemos–
, de una experiencia vivida y de su pertenencia a un mundo histórico y socio-cultural en el
contexto de la finitud ante la tradición, entendida como «el medio universal en el que se realiza la
comprensión misma. La forma de realización de la comprensión es la interpretación. […] Todo
comprender es interpretar, y toda interpretación se desarrolla en el medio de un lenguaje que
pretende dejar hablar al objeto y es al mismo tiempo el lenguaje propio de su intérprete.»210
Para Gadamer, el lenguaje no constituye un real acontecer hermenéutico, «sino en cuanto
que da la palabra a lo dicho en la tradición»211, lo que acontece “hermenéuticamente” –lenguaje y
tradición– no es nuestra acción en y con las cosas, sino la acción de las cosas mismas. El objeto de
la comprensión se ubica en el flujo histórico de la tradición, y ésta se ubica en una posición
medial respecto a la «objetividad de la distancia histórica y la pertenencia a una tradición. Y este
punto medio es el verdadero topos de la hermenéutica.»212 Y este verdadero topos medial hay que
imaginárselo, es decir, inventar una lengua que nos conduzca hacia la comprensión del sentido de
la historia y que podemos dialogar con ella, que en definitiva, es dialogar con todos aquellos
participantes en el devenir histórico.
Gadamer asume como suya213 la definición aristotélica de hombre en tanto que animal
dotado de logos/palabra: zon logon ejon214, es aquel animal portador de lenguaje y de habla capaz
de compartir con otros su intimidad racional y espiritual finita, haciendo una labor de
construcción de lo humano por medio del intercambio permanente que se produce en la
conversación e interacción originaria del “ser-ahí”215 con otros “ser-ahí” instalados y proyectados
en un mundo común.
La apertura al otro, su relación e interacción lleva a cabo una “comunidad de diálogo”
posibilitada por la mediación del lenguaje216:
«si algo caracteriza a nuestro pensamiento es precisamente este diálogo interminable consigo
mismo que nunca lleva a algo definitivo. […] Es nuestra experiencia lingüística, la inserción en
este diálogo interno con nosotros, la que abre y ordena el mundo en todos los ámbitos de la
experiencia.»217
Para Gadamer, el logos resulta ser el centro en el que “yo y “mundo” «aparecen en su
unidad originaria»218, pues «sólo el centro del lenguaje, por su referencia al todo de cuanto es,
puede mediar la esencia histórico-finita del hombre consigo misma y con el mundo»219 en tanto
que «mediación primaria para el acceso al mundo.»220
El giro hacia el lenguaje realizado en el siglo XX por el la filosofía, se relaciona con el
“derrumbamiento” de la metafísica como pensamiento fundamentador de la cultura. El sujeto y la
conciencia operan expuestos a la fragmentación nihilista de una realidad que no transa sus
transformaciones materiales. Así, la filosofía renuncia a la reflexión sobre conciencia y realidad,
apostando por una meditación sobre el hombre como ser-en-el-mundo y por el mundo como
nuestro mundo, quedando coimplicados como ser-en-el-lenguaje. Este giro o torsión a la habitual
manera de entender la acción humana con su palabra –lenguaje– y a la acostumbrada forma de
recepción del flujo histórico –sentido– «apunta a una estructura universal-ontológica, a la
210
VM, pág. 467.
VM, pág. 555.
VM, pág. 365.
213
Gadamer, Hans-Georg. ‘Hombre y lenguaje’, en VM II, pág. 145.
214
Vid. Aristóteles. Política, I, 2 1253a 9.
215
VM, pág. 531.
216
Gadamer, Hans-Georg. ‘Europa y la oikoumene (1993)’, en (1998) o.c., pág. 228.
217
Gadamer, Hans-Georg. ‘¿Hasta qué punto el lenguaje preforma el pensamiento (1973)’, en VM II, pág. 196.
218
VM, pág. 567.
219
VM, pág. 548.
220
Gadamer, Hans-Georg. ‘Texto e interpretación (1984)’, en VM II, pág. 327.
211
212
constitución fundamental de todo aquello hacia lo que puede volverse la comprensión. El ser que
puede ser comprendido es lenguaje.»221
3. El tejido hermenéutico-figurativo: comprensión-sentido
La comprensión como fenómeno hermenéutico devuelve la universalidad –que de suyo la
compone– a la constitución óntica de lo comprendido en cuanto determina lingüísticamente su
sentido universal como interpretación, pues «la lingüisticidad de nuestra experiencia del mundo
precede a todo cuanto puede ser reconocido e interpretado como ente.»222 El logos opera la
estructuración interna del ser en tanto que lenguaje y las referencias sobre el mundo223: el lenguaje
es la medida de todos los mundos humanos.
Permanecemos así en el terreno de la hermenéutica, en la heredad de lo simbólico y
representacional e ingresamos al “taller” de manufactura de las significaciones, a la dimensión
semiótica del significado y del sentido, en fin, a la urbanización gadameriana de la provincia
heideggeriana224 de la reflexión sobre la hermenéutica del ser: el ser humano capaz de preguntar y
preguntar-se sobre sí mismo, lo que es, justamente, aquello que caracteriza su modo de ser. De esa
forma el Dasein, el ser aquí y ahora, existe comprendiendo-se, sabiendo-se, pues la «comprensión
del ser es, ella misma, una determinación de ser del Dasein»225:
«Lo hermenéutico, pues, “no sólo” significa el interpretar sino, con prioridad, el traer un
mensaje y el dar noticia del ser del ente, pero de un modo tal que el ser mismo llegue a brillar
en su apariencia.»226
El “comprender” –referido a la esfera ontológica– es una capacidad para poder “hacer
aparecer” y “valer” la forma de darse el Dasein, facilitando su “poder-ser”, proyectar y dejar que se
realice el ser-en-el-mundo:
«Al modo de ser del ente que llamamos Dasein le pertenece la comprensión del ser.»227
De tal forma, la analítica existenciaria del Dasein permite descubrir al “ser” como una
situación de “comprender”, de “sentido” y de “interpretación”228, desde la aperturidad como forma
esencial del ser del Dasein. Tal aperturidad, tal “estar-en-el-mundo” equivale a “comprender” más
allá de los límites de una forma específica de conocimiento:
«La apertura del comprender concierne siempre a la constitución fundamental entera del estaren-el-mundo. Como poder-ser, el estar-en es siempre un poder-estar-en-el-mundo. […] El
comprender es el ser existencial del propio poder-ser del Dasein mismo, de tal manera que
este se abre en sí mismo lo que pasa consigo mismo.»229
Por tanto, en Heidegger, “ser” y “comprender” conforman una unidad originaria y existenciaria
que define al Dasein como proyecto230 y posibilidad231, enraizando a la historia y a la ontología la
interpretación en tanto desarrollo del comprender en cuanto se apropia de lo comprendido232:
VM, pág. 567. «La frase “un ser que se comprende es lenguaje” [no] hace referencia al dominio absoluto de la comprensión sobre el ser, sino que por
el contrario indica que no se experimenta el ser allí donde algo puede ser producido y por lo tanto concebido por nosotros, sino solo allí donde
meramente puede comprenderse lo que ocurre.» VM, págs. 18-19.
222
VM, pág. 539.
223
VM, pág. 536.
224
Vid. Habermas, Jürgen. (2000a) Perfiles filosófico-políticos. Madrid, Taurus, págs. 346-354.
225
Heidegger, Martin (1998) o.c., §4, pág. 35.
226
Pögeller, Otto (1993) El camino del pensar de Martin Heidegger. Madrid, Alianza, pág. 84.
227
ibid., §43, pág. 221.
228
id.
229
ibid., §31, pág. 168.
230
ibid., §31, págs. 166-172.
231
ibid., §29, págs. 158-164.
232
ibid., §32, pág. 172.
221
«En la interpretación el comprender […] llega a ser él mismo.»233
Y esta apropiación interpretativa hace surgir al “sentido” como «aquello en lo que se apoya la
comprensibilidad de algo.»234 La comprensión de este modo de ser, es aquello que también levanta
los límites del ser del Dasein, pues arraiga en este “ser-en-el-mundo” y de esta forma, el comprender
arraiga en el mundo que habitamos, pertenecemos, conformamos y configuramos, y desde el cual
proyectamos nuestra historicidad y coordinamos dialógicamente la adquisición de sentido.
En fin, se es y se existe comprendiéndose y sabiéndose y, por ende, se trata de una
comprensión autoapropiativa que configura a la existencia misma. Por lo tanto, se existe en actitud
comprensiva, en actitud hermenéutica, siendo la más clara e indicativa manera de ser el preguntar-se
por el mismo ser, por el sí mismo:
«El planteamiento de esta pregunta, como modo de ser de un ente, está, él mismo, determinado
esencialmente por aquello por lo que él se pregunta –por el ser.»235
El empalme entre la comprensión obtenida desde la tradición como elemento comprensivo y
comprensor y la experiencia vital como seres humanos racionales y sociales, dona la posibilidad
no sólo de comprender nuestro mundo, sino que de transformarlo, cuestionarlo, criticarlo y
reorientarlo como “gestores de interpretación” y “herederos de sentido”:
«La comprensión de una tradición histórica traerá consigo […] la huella de esta estructura
existencial del estar-ahí. El problema se plantea, entonces para saber cómo reconocer esta
huella en la hermenéutica de las ciencias humanas. Pues, para las ciencias humanas, no puede
ser cuestión de oponerse al proceso de la tradición, él mismo histórico, al cual ellas deben su
acceso a la historia. Distanciarse, liberarse de la tradición, no puede ser la primera
preocupación en nuestros comportamientos cara a cara del pasado en el cual nosotros –seres
históricos– participamos constantemente. […] Por el contrario, la actitud auténtica es aquella
que interpela a una “cultura” de la tradición en el sentido literal de la palabra, un desarrollo y
una continuación de aquello que reconocemos como siendo el lugar concreto entre todos
nosotros. Ella no se asimila evidentemente hasta que miramos en un espíritu objetivista lo que
nos ha sido entregado por nuestros antepasados, es decir, como el objeto de un método
científico o como si fuese algo profundamente diferente, completamente extraño. Aquello con
lo que preparamos la acogida tiene alguna resonancia en nosotros y es el espejo donde cada
uno de nosotros se reconocía. La realidad de la tradición no constituye, de hecho, un problema
de conocimiento, sino un fenómeno de apropiación espontánea y productivo de contenidos
transmitidos.»236
Es imposible alcanzar la autocomprensión si no es en la comprensión de la historia en la que se
está inmersa y viceversa. En la tradición se establece el modo auténtico de conciencia histórica, que
consiste en establecer una suerte de comunidad de sentido meta-temporal, en la que el sujeto recibe
el saber acumulado en el tiempo y queda constituido como sujeto de esta percepción, y “situado” en
perspectiva de la «reflexión total sobre la historia efectual […] que está en la esencia misma del ser
histórico que somos. Ser histórico quiere decir no agotarse nunca en el saber.»237 La conciencia
histórica arroja un saber comunicado y comunitario con particularidad de inagotabilidad, debido a la
fuente histórica y solidaria de la que se nutre:
«La experiencia hermenéutica tiene que ver con la tradición. Es ésta la que tiene que acceder a
la experiencia. Sin embargo, la tradición no un simple acontecer que pudiera conocerse y
dominarse por la experiencia, sino que es lenguaje, esto es, habla por sí misma como lo hace
un tú. El tú no es objeto sino que se comporta respecto a objetos. Pero esto no debe
233
id.
ibid., §32, pág. 175.
235
ibid., §2, pág. 30.
236
Gadamer, Hans-Georg (1993a) o.c., págs. 78-79.
237
VM, pág. 372.
234
malinterpretarse como si en la tradición lo que en ella accede a la experiencia se comprendiese
como la opinión de otro que es a su vez un tú. Por el contrario, estamos convencidos de que la
comprensión de la tradición no entiende el texto trasmitido como la manifestación vital de un
tú, sino como un contenido de sentido libre de toda atadura a los que opinan, al yo y al tú.»238
El problema hermenéutico de comprensión –en tanto participación y apertura y no
manipulación y control; en tanto experiencia y no conocimiento; en tanto dialéctica y no
metodología– estribaría, entonces en ¿cómo se establece la conexión entre el horizonte del presente y
el horizonte del pasado para que pueda realizarse la comprensión? Es necesario que uno y otro
horizonte se “mezclen”, se “fundan” o se “empalmen” (símbolo), produciendo una tensión radical
entre lo transmitido por la tradición y la situación hermenéutica abierta por la pregunta, por la
interpelación de la historia239. La historicidad enlaza el horizonte presente, que se mueve con el
sujeto y con el horizonte pasado ahora unido por la tradición al presente.240
El comprender es un proceso de fusión de presuntos “horizontes para sí mismos”241: pasado y
presente fundidos en “tradición horizóntica” o eslabonados en un “horizonte tradicional” en y desde
la alteridad históricamente mediada:
«Todo encuentro con la tradición realizado con conciencia histórica experimenta por sí mismo
la relación de tensión entre texto y presente. La tarea hermenéutica consiste en no ocultar esta
tensión en una asimilación ingenua, sino en desarrollarla conscientemente. Esta es la razón por
la que el comportamiento hermenéutico está obligado a proyectar un horizonte histórico que se
distinga del presente. La conciencia histórica es consciente de su propia alteridad y por eso
destaca el horizonte de la tradición respecto al suyo propio. Pero por otra parte ella misma no
es, como hemos intentado mostrar, sino una especie de superposición sobre una tradición que
pervive, y por eso está abocada a recoger enseguida lo que acaba de destacar, con el fin de
medirse consigo misma en la unidad del horizonte histórico que alcanza de esta manera.»242
La fusión horizóntica posibilitada por el lenguaje, revela el acontecimiento significante de la
“unidad del sentido” desde un diálogo histórico transmitido y establecido por la tradición: el diálogo
es la epifanía lingüística como totalidad de significatividad de(l) sentido. Recordemos que Heidegger
fundaba el “círculo” de la comprensión en una estructura de anticipación que constituía el modo de
ser del Dasein243. Gadamer, por su parte, interpreta esa estructura como una pre-estructura de la
comprensión bajo la figura de prejuicios o estructuras previas de sentido que hacen posible y
determinan nuestra comprensión –situación ontológica del comprensor/interpretador– y que
configuran la realidad histórica de nuestro ser, desafiando a la razón ilustrada y a la hegemonía de la
subjetividad, otorgándoles el sentido de condición de posibilidad de toda comprensión:
«[L]os prejuicios de un individuo son, mucho más que sus juicios, la realidad histórica de su
ser.»244
Como condición necesaria para toda comprensión, Gadamer establece la pre-comprensión
desde su carácter prejuicial que consiste en la proyección de un horizonte de sentido para todo
objeto. Los prejuicios designan, en una primera instancia, la pre-estructura de la comprensión
como determinantes de nuestras experiencias inmanentes en la historia, y en segunda instancia,
determina el arraigamiento histórico de nuestro ser con el mundo, es decir, nuestra encarnación
temporal a partir de nuestro acceso a las “cosas mismas” desde un punto de vista determinado, por
ello también designan nuestra apertura finita, limitada al mundo como disposición original:
238
VM, pág. 355.
VM, pág. 447-454.
VM, págs. 354-356.
241
VM, págs. 376-377.
242
VM, pág. 377.
243
Vid. Heidegger, Martin (1998) o.c., §22, págs. 127-130; §32, pág.177.
244
VM, pág. 344.
239
240
«La reflexión hermenéutica ha elaborado así una teoría de los prejuicios que, sin menoscabar el
sentido de crítica de todos los prejuicios que amenazan al conocimiento, hace justicia al sentido
productivo de la precomprensión, que es premisa de toda comprensión. El condicionamiento
hermenéutico del comprender […], no se limita a las ciencias históricas, [sino] que la
estructura circular del comprender implica a la vez la mediación entre la historia y el presente
que preside todo distanciamiento y extrañamiento histórico.»245
Aquí cabe preguntarse entonces ¿qué valor tienen los prejuicios y cuál es el sentido de su
relación con la idea de objetividad en la comprensión?, pues no basta con afirmar que nos
acercamos a un texto “instalado” en determinados juicios previos, como tampoco se trata de la
condición de posibilidad para que veamos algo desde un determinado conjunto de prejuicios. Lo
importante, es considerar que el intérprete contrasta ese horizonte de pre-juicios en el acontecer
mismo de la interpretación como aquello «que siempre está en marcha, que no concluye
nunca.»246 Al contrastarlos, al accionar y hacer valer su alteridad con el texto, con el otro, con la
historia, con la verdad, pone a prueba su horizonte de prejuicios. Este reconocimiento no implica
que el intérprete desaparezca o su realidad se oprima y resulte neutralizada bajo la primacía
canónica del texto, sino que supone una exigencia: la apropiación selectiva o control crítico de los
propios prejuicios, con lo cual nos sea permitido realizar la comprensión desde la conciencia
histórica. De este modo, toda anticipación de sentido determina la comprensión de la tradición, así
como también dicha anticipación es determinada desde la tradición. Obtenemos una nueva
formulación del “círculo hermenéutico”, a partir del cual se justifica la finitud e historicidad del
comprender en una imperceptible transformación247:
«La teoría del prejuicio recibe su característica más propia de este concepto insuperable de
fusión de horizontes: el prejuicio es el horizonte del presente, es la finitud de lo próximo en su
apertura a lo lejano. El concepto de prejuicio recibe su último toque dialéctico de esta relación
con lo propio y lo otro: en la medida en que me transporto hacia lo otro me aporto a mí mismo
con mi horizonte presente, con mis prejuicios. Sólo en esta tensión entre lo otro y lo propio,
entre el texto del pasado y el punto de vista del lector, el prejuicio deviene operante,
constitutivo de historicidad.»248
La historicidad de nuestra existencia implica que los prejuicios se conviertan en los hilos –
nervios– conductores tanto de nuestra experiencia de apertura al mundo como a que las cosas
accedan a su sentido. Gadamer se refiere a esto de la siguiente manera:
«El círculo no es, pues, de naturaleza formal; no es subjetivo ni objetivo, sino que describe la
comprensión como la interpretación del movimiento de la tradición y del movimiento del
intérprete. La anticipación de sentido que guía nuestra comprensión de un texto no es un acto
de la subjetividad sino que se determina desde la comunidad que nos une con la tradición [en]
un proceso de continua formación [y] la instauramos en cuanto que comprendemos […]. El
circulo de la comprensión no es en este sentido un círculo “metodológico”, sino que describe
un momento estructural ontológico de la comprensión.»249
El lenguaje confiere la posibilidad de que exista un mundo y que éste se manifieste al
hombre como tal, es decir, no como una totalidad ordenada de cosas, sino como una totalidad
ordenada de significaciones, pues el “mundo” y lo real comparecen como sentido, como “efecto”
Gadamer, Hans-Georg. ‘La hermenéutica (1969), en VM II, pág. 371.
Gadamer, Hans-Georg (1981) La razón en la época de la ciencia. Barcelona, Alfa, pág. 75.
247
VM, pág. 350.
248
Ricoeur, Paul (2001a) o.c., pág. 321.
249
VM, pág. 363.
245
246
de la mediación lingüística250: todo lenguaje comporta una interpretación del mundo y expresa la
finitud del ser:
«Todo hablar humano es finito en el sentido de que en él yace la infinitud de un sentido por
desplegar e interpretar. Por eso tampoco el fenómeno hermenéutico puede ilustrarse si no es
desde esta constitución fundamentalmente finita del ser, que desde sus cimientos está
construida lingüísticamente.»251
Tal como se ha venido planteando aquí, el lenguaje es una suerte de “mundo intermedio
universal” que sirve de eje para entender la experiencia hermenéutica en vistas del horizonte
histórico consensuado dialógicamente, pues «es el lenguaje, el elemento universal de la
comprensión. Un lenguaje constituye un mundo, una cultura. Pero la característica de los lenguajes
humanos es que no son permeables. No vivimos en un horizonte cerrado. Pertenece a la esencia de
nuestra comprensión el que podamos comprender a los otros; no solamente a las otras personas sino
también las otras culturas. Así que los horizontes están abiertos para la fusión hermenéutica desde el
principio. Es en este sentido de ser un fenómeno de la esfera de acción universal [pues] el objeto de
la hermenéutica es la comprensión de los otros y para hacer que esta empresa tenga sentido tiene que
estar conectada con nuestra comprensión presente.»252 Y como medio universal en el que se realiza
la comprensión misma, y la forma de realización de la comprensión, es la interpretación. 253 El
lenguaje de la razón, es el lenguaje que puede ser comprendido: la interpretación no es un medio para
alcanzar la compresión, sino que aquélla se introduce por sí misma en el contenido de lo que se
comprende.254
Recapitulando a la luz de las consideraciones anteriores, podemos advertir que el camino
recorrido es aquel que comienza en la clarificación del concepto de “comprensión” entendiéndolo
como la puesta de acuerdo con el otro sobre algo a través del lenguaje como medio universal cuyo
fin es el consenso, de allí que el diálogo sea la concreción de la comprensión en aras de la correcta
interpretación, acción encerrada en la dialéctica de la “pregunta” y “respuesta”255 en un círculo
comprensor, y justamente, esta dimensión lingüística de la comprensión señala el acopio de la
conciencia de la historia efectual, donde la tradición consiste en el medio del lenguaje ahora
situado en un horizonte que fusiona las interpretaciones y donde el pasado se actualiza en el
presente, reconociendo su sentido:
«El lenguaje es en sí mismo investigación. En la tradición filosófica, el lenguaje no es más que
un vestigio del que uno puede desprenderse o que se puede corregir, como el soma-sema, como
el cuerpo animal convertido en tumba y signo, como las técnicas, como las artes. El lenguaje es
la única sociedad del hombre (cháchara, cotilleo, familia, genealogía, ciudad, leyes, charla,
cantos, aprendizaje, economía, teología, historia, amor, novela) y no se conoce ningún hombre
que se haya librado de él. Así el logos fue desatendido por la philosophia en su despliegue de
la misma manera que el aire es ignorado por las alas de los pájaros, como el agua del río es
ignorada por los peces excepto al morir por encima de la superficie del agua en donde se
asfixian, una vez transportados por el anzuelo hacia la suavidad y la transparencia atmosféricas
donde dejan de moverse y se iluminan.»256
Platón ya relacionaba “lenguaje” con “entendimiento”, al afirmar que “discurso” y “entendimiento” son la misma cosa, Vid. Teeteto, 189e-190a.
VM, pág. 549.
Tugendhat, Ernst (1998) Ser-verdad-acción. Ensayos filosóficos. Barcelona, Gedisa, pág. 192.
253
VM, págs. 467-470. Todo comprender es interpretar y toda interpretación se desarrolla en medio de un lenguaje –que es al mismo tiempo el lenguaje
propio del intérprete- cuya pretensión es dejar hablar al objeto. Acerca de la relación entre “historia” y “lenguaje” y su condición referida al
conocimiento, Gadamer se sirve de la tesis aristotélica: «Y también resulta claro […] que no corresponde al poeta decir lo que ha sucedido, sino lo que
podría suceder, esto es, lo posible según la verosimilitud o la necesidad. En efecto, el historiador y el poeta no se diferencian por decir las cosas en
verso o prosa […]; la diferencia está en que uno dice lo que ha sucedido, y el otro, lo que podría suceder.» Poética, 1451a 36-1451b 5.
254
VM, pág. 567.
255
VM, pág. 446 y ss.
256
Quignard, Pascal (2006) Retórica especulativa. Buenos Aires, El Cuerno de Plata, pág. 15.
250
251
252
En fin, la historia interpretada lingüísticamente y compartida entre sujetos
interpretadores/comprensores en su diálogo solidario que surge de la experiencia vivida precientífica y despojada de métodos reglados, de juicios de valor y opiniones previas, descubre un
topos que invoca, exige, expulsa y exhorta a caminantes hacia el límite que marca la inalcanzable
pretensión de sentido, un lugar de inasequible acceso para las múltiples facetas, caras y
metamorfosis, orientadas por caminos, atajos y escondrijos: el de la figuratividad a partir de una
coimplicadora preocupación: la acción de interpretar la «experiencia más descorazonadora que la
humanidad ha hecho en este siglo […:] ver que la razón misma es vulnerable»257 y desde la
compartida «duda en cuanto a la existencia de una facultad llamada “razón”.»258
Acción de aquella práctica inequívoca de presencia, de vestigio y de huella, de apertura y de
quicio, de re-unión de lo simbolizado con lo realizado, de lo metafórico con lo (i)realizado: el
tejido/texto259 del sentido como «re-mediación cultural sustitutoria. De esta guisa, el simbolismo se
ofrece como la sutura (cultural) de la fisura (natural), así pues, como el mediador humano de
naturaleza y cultura.»260 A partir de esto, es que hoy el sentido o “el tejido hermenéutico” urde la
figuratividad de la modernidad expresada en personajes cuya acción (a)parece (i)limitada en el
“horizonte tópico” de la historia.
Capítulo 3
La trama de la metáfora: la “figuratividad”
El “conocimiento humano” en todas sus facetas y asumiendo sus características desde las sensitivointuitivas a las práctico-instrumentales, no puede restar importancia al componente imaginativo y
creativo que aporta el ámbito simbólico si aspira a conocer “lo real”. Por su parte, el “sentido”
recolectado de todas las significaciones que poblan el mundo, se expresa simbólicamente y se juega
en una tendencia a la “rebasabilidad” de la experiencia misma de(l) sentido. Se trata de una
experiencia que incluso escapa de sí, en palabras de Nancy, «el acontecimiento del sentido se escapa
a sí mismo»261 en el que se expresa la limitancia del sentido y el sentido de lo limitado: pertenecemos
a la referencia simbólica de(l) sentido desde la huída, la retirada, la esperanza y búsqueda. Debemos
nuestro conocimiento a la donación de las claves que interpelan a la realidad y que nos interpelan
como sujetos de conocimiento.
Es por lo anterior, que entendemos por “símbolo”262 como aquel código o salvoconducto que
abre el paso a pliegues o rincones de un mundo que se desdobla y se muestra para fundar nuestra
comprensión. Una visión que supone la comprensión de la totalidad de los componentes de la
realidad, en tanto que subsidiaria de cuatro elementos fundamentales, el “lenguaje”:
«El lenguaje […] estaría, pues, dotado de una capacidad creativa propia capaz de configurar en
imágenes el caos de las sensaciones, de una fuerza poética que genera metáforas a través de las
cuales lo real adquiere una primera y difusa comprensibilidad.»263
El símbolo, seguimos en esto a Ortiz-Osés, de manera insólida funda una dimensión de la
existencia vertebrando configurativamente la realidad, y «dice esencialmente con-figuración y, por
tanto, figura o imagen mediadora entre la realidad y su significatividad profunda.»264 La
Gadamer, Hans-Georg. ‘La verdad en las ciencias del espíritu (1953)’, en VM II, pág. 48.
Rorty, Richard. ‘La prioridad de la democracia sobre la filosofía’, en Vattimo, Gianni comp. (1992a) La secularización de la filosofía. Hermenéutica
y postmodernidad. Barcelona, Gedisa, pág. 33.
259
Del latín textus: tejido, la acción de tejer –de manera figurada- las oraciones, las palabras y las ideas.
260
Ortiz-Osés, Andrés (1996) La diosa Madre. Interpretación desde la mitología vasca. Madrid, Trotta, págs. 110-111.
261
Nancy, Jean-Luc (2002) o.c., pág. 11.
262
Del griego sym-bolom: contrato, tratado, tratado de comercio, marca, distintivo, contraseña; emblema, insignia; seña, guiño, señal de
reconocimiento. Las diferentes significaciones del término van desde una analogía natural entre la forma concreta del símbolo y lo que éste simboliza,
hasta una relación cultural entre el símbolo y lo simbolizado apoyada en una analogía natural, en una convención o hasta el signo artificial que
representa convencionalmente aquello de lo que es símbolo, Vid. Bayón, Fernando. ‘Símbolo’, en Ortiz-Osés, Andrés y Lanceros, Patxi dirs. (2005)
o.c., págs. 493 y ss.; Lanceros, Patxi. ‘Símbolo’, en Ortiz-Osés Andrés y Lanceros, Patxi dirs. (2004) o.c., págs. 517-520. Aquí recuperamos la
capacidad del símbolo de coimplicar contrarios (complexio oppositorum) cumpliendo la función de insuflar sentido a las paradojas.
263
Garagalza, Luis. ‘Lenguaje y Humanismo’, en Ortiz-Osés, Andrés y Lanceros, Patxi dirs. (2005) o.c., págs. 355-358.
264
Ortiz-Osés, Andrés. ‘La simbólica religiosa’, en Gómez Caffarena, José ed. (1993) Religión. Madrid, Trotta, pág. 134.
257
258
figuratividad desentierra la significatividad secreta que una realidad oculta en las
conceptualizaciones y teorizaciones sobre la realidad, pero no de la realidad.
Como también del “mito” y a su antigua filiación con “figura”, pues para el pensamiento
griego significaban lo mismo en equivalencia a signo, retrato, personificación que se constituyen
fundamentos a través de la tradición. Por una parte, la “figura” es la apariencia que atribuimos a las
cosas: es un tropo, una metáfora. Los mitos designan y estructuran una cosmovisión como protoracionalidad, y sirven de soporte legitimador de la sociedad, de su orden y jerarquización. Por otra,
son formas simbólicas que han adquirido las narraciones o relatos sobre las cosas que se cuentan en
la vida inmanente en su relación con la trascendencia. Son palabras escenificadas, reflexiones
sapienciales expresadas en discursos narrativos, verbos esenciales y esencias verbalizadas. Los mitos
tienen que ver con lo primordial, lo prioritario, lo primigenio, lo previo y principal: son relatos
arquetípicos de lo primordial, que nos guían, inspiran y permiten vivir en un universo que en último
término es incontrolable y misterioso. Los mitos son símbolos desarrollados en forma narrativa que
manifiestan algo sobre lo originario, lo decisivo, lo valioso en la vida y por ello son el mundo del
sentido. Los mitos dan que pensar la experiencia de desgarro de vivir en un mundo-que-hay-quecomprender. Por eso expresan aquello que conceptualmente resulta inexpresable y, en cuanto,
narraciones tradicionales y memorables socialmente relevantes, permiten interpretar los ejes
fundamentales de los pueblos y las culturas.265 Blumenberg afirma que los mitos, unidos a la fuerza
cultural y personal de la memoria, aportan significatividad a la cosmovisión, vale decir, impregnan
de sentido humano la aprehensión de un mundo exterior carente de significación clara. De tal forma,
los mitos contienen la significación humana que carga la realidad “objetiva” que se ve desmontada
por los mitos y sus símbolos-significantes.266 La unión entre relato mítico y realidad narrada es
posibilitada por la palabra:
«Lo real es mítico, el mito no es más que la realidad entendida como evento lingüístico, verbal
[…]. El vínculo entre mito y realidad en la palabra es […]absoluto»267
Un tercer elemento es el “arte”, pues «lo que caracterizaría el arte en cualquiera de sus formas
es la posibilidad que ofrece de ubicarse en una forma nueva de realidad: sea en la que reconocemos
como desde o en una desconocida, ser frente a una realidad de un orden superior (trascendente) o su
distancia alguna con lo cotidiano»268:
«Una hermenéutica que incluya toda la variedad de producciones que a lo largo de la historia
se han llamado “arte” no puede […] limitarse a suscribir una u otra de esas producciones. Debe
más bien tratar de situar el arte dentro de la familia de los “mensajes” que funcionan en la
sociedad, y entienden lo que caracteriza y diferencia de entre todos ellos, a los propiamente
artísticos.» 269
Finalmente, la “religión” entendida aquí como condensaciones simbólico-rituales del sentido,
religadoras y co-implicadoras270, cierra estos “moldes simbólicos” como hilos que tejen la red de
, Vid. Vide, Vicente. ‘Mito’, en Ortiz-Osés, Andrés y Lanceros, Patxi dirs. (2005) o.c., págs. 398-406.
Vid. Blumenberg, Hans (2003) Trabajo sobre el mito. Barcelona, Paidós, pág. 21.
Givone, Sergio (1991) Desencanto del mundo y pensamiento trágico. Madrid, Visor, pág. 63.
268
Zubiaur, Ibon. ‘Arte’, en Ortiz-Osés, Andrés y Lanceros, Patxi dirs. (2005) o.c., pág. 39.
269
Rubert de Ventós, Xavier. ‘Arte’, en Ortiz-Osés, Andrés y Lanceros, Patxi dirs. (2004) o.c., págs. 35.
270
Del latín relegere y religare: su doble vertiente etimológica se explica en que la primera se atribuye a Cicerón, para quien lo esencial de la religión
radica en la repetición cuidadosa de un orden original. El plural “religiones” abarcaba la totalidad de las prescripciones rituales, el cumplimiento de los
deberes jurídicos rituales frente a lo numinoso, frente a la “voluntad de los dioses”. De aquí se deriva la noción de religión como relectura
interpretativa. La segunda, religare, se atribuye a Lactancio. Este término ha sido derivado de religare: Dios se liga con el hombre y lo ata por la
piedad. Esta noción judeocristiana ha dominado todo el intelecto occidental ha hecho que se reduzca la religión a una relación de un creyente con Dios,
de una criatura con su Creador. En el siglo XVIII la crítica de la Ilustración al cristianismo y las crecientes investigaciones sobre cultos y mitologías
extraeuropeos desembocaron en una ampliación del concepto de religión. Desde mediados del siglo XIX los estudios histórico-religiosos y etnológicos
avanzaron hasta intentar definir la religión a partir del material histórico que en aquel entonces se disponía: el naturalismo, el positivismo, el
evolucionismo, la obsesión por los orígenes de la religión y el comparativismo. Se eligieron como explicación determinados fenómenos que se pensaba
comunes a todas las religiones: la fe en Dios, la convicción de la existencia de poderes anímicos en las plantas, los animales, los hombres, una conducta
reverencial y suplicante distinta de la magia, etc. En los siglos XIX y XX se han sucedido diversas definiciones de religión: por un lado, están los
funcionalistas para quienes la definen en función de la creación o recreación de un consenso normativo y de un sentimiento de solidaridad que
265
266
267
sentido en la que descansa la existencia humana, como los nervios que transmiten la potencia de la
existencia humana. Asimismo estas hebras y fibras servirán de nudos con los que se entrelazan los
sentidos de la experiencia de la capacidad del animal symbolicum inserta en la vida cultural del
hombre como elemento de conocimiento de la realidad:
«La pregunta filosófica por el origen y esencia del lenguaje es fundamentalmente tan vieja
como la pregunta por la esencia y origen del ser. Pues justamente lo que caracteriza a la
primera reflexión consciente sobre la totalidad del mundo es el que lenguaje y ser, palabra y
sentido, no se hallen aún separados, sino que aparezcan en una unidad inseparable. Puesto que
el lenguaje mismo es un presupuesto y una condición de la reflexión, puesto que sólo en y por
él surge la “perspicacia” filosófica, la primera toma de conciencia del espíritu lo encuentra ya
como una realidad dada equiparable a la “realidad” física y del mismo rango. El mundo del
lenguaje rodea al hombre en el instante en que dirige su mirada hacia él, con la certidumbre y
necesidad y con la misma “objetividad” con la que se sitúa frente a él el mundo de las cosas
[…]. La palabra no es una designación y denominación, no es un símbolo espiritual del ser,
sino que es una parte real de él.»271
Tal facultad se despliega en otra posibilidad humana: el lenguaje que comunica la experiencia
humana mediante la articulación de sonidos y signos cargados de significados que conecta las
capacidades esenciales de lo humano: símbolo y lenguaje instituyen al ser humano en tanto que
capaz de articular su “lenguaje-palabra”, el lenguaje del habla humano en tanto animal loquax que
«continuamente está hablando consigo mismo»272 y en esta acción parlante, conscientemente
reflexiva, radica la distinción esencial respecto a los otros seres vivos. Entonces, si de algo
predicamos que es real es porque ha mediado una interpretación que así nos lo hace aparecer
mediante la actividad o clave simbólica:
«El hombre, como si dijéramos, ha descubierto un nuevo método para adaptarse a su ambiente.
Entre el sistema receptor y el efector, que se encuentra en todas las especies animales, hallamos
en él como eslabón intermedio algo que podemos señalar como sistema simbólico.»273
1. El símbolo o la estructura de significados que sostiene al sentido
Lo anterior deja en evidencia que la actividad simbólica es una actividad medial o mediata y, en
ningún caso, inmediata o final, pero que sin embargo, es primaria y no secundaria pues entraña
una significación, y que es capaz de desplegar todo un sistema sígnico que construye, genera,
vivifica y organiza las relaciones del ser humano con el entorno físico, ya que no vive «solamente
en un puro universo físico, sino en un universo simbólico. El lenguaje, el mito, el arte y la religión
constituyen parte de este universo, forman los diversos hilos que tejen la red simbólica, la
urdimbre complicada de la existencia humana.»274
El símbolo alcanza a la totalidad de sus expresiones en cuanto manifestaciones de sentido,
abarcando por tanto, a todas las funciones de mediación entre hombre y mundo, a través de las
cuales el espíritu y la conciencia, el logos/sentido/fundamento configuran la percepción y el
lenguaje. Este “sistema” o totalidad ordenada de significaciones dado por las redes simbólicas, se
articula por medio de símbolos que provisionalmente podemos definir como “unidad en tanto que
supuestamente mantiene unida a una sociedad y no primariamente como relación de encuentro con un Numen subsistente; por otro lado, están los
sustancialistas o esencialistas para quienes lo sagrado es una estructura esencial de la conciencia. Para Bellah, por ejemplo: la religión sería un conjunto
de formas simbólicas y de actos que ponen en relación al hombre con las condiciones últimas de la existencia. Cfr. Bellah, Robert et. al. (1989) Hábitos
del corazón. Madrid, Alianza.
271
Cassirer, Ernst (1971) o.c., págs. 63-64.
272
Cassirer, Ernst (1976) o.c., pág. 47.
273
ibid., pág. 48.
274
ibid., pág. 47.
totalidad”275 que presenta, construye y comprende originalmente la relación que surge de la
experiencia subjetiva con la experiencia objetiva en este mundo de la existencia.
El símbolo fragua sentidos sobre la realidad, es decir, re-presentaciones de lo que se muestra
como real, articulando la experiencia humana con el mundo, con este mundo-crisol de mundos
humanos. Sin duda, el símbolo implica una vivencia que va constituyendo, formando y
conformando el propio sujeto-aquí en este-mundo como conjunto ordenado de significados y
valores, pues eleva un “objeto” por sobre los restantes, añadiéndole un nuevo valor o un plus de
sentido y como tal, el sentido es el núcleo posibilitador de la comprensión de la realidad. El
símbolo es la estructura de significados que sostiene al sentido, pues se le reconoce «por su
hospitalidad para con un sentido [como] tessera hospitalis [que opera como] condición de contraseña o credencial que […] facilita la magia del re-conocimiento.»276 Abre un horizonte de
interpretación gracias a su calidad de acogida y recepción, horizonte trans-temporal y transmaterial que juega con los pliegues de significación «al permitir que sea acogido lo que es cada
vez distinto, no otro.»277
Lo simbólico habla de una simultaneidad de sentidos en su representabilidad, es decir, los
símbolos «representan sensiblemente aquello que significan: son sentido encarnado, significado
encarnizado e implican, por eso, un acrecentamiento dinámico en el ser de nuestra realidad, pues no
trafican con un objeto-verdad que pudiera ser localizado en o ilustrado por otros medios. Desde este
punto de vista, el símbolo tiene un poder epifánico. Y, por otro lado, el símbolo no acaba jamás de
adecuarse a sus significados, retardando ad infinitum esa adecuación sin prometerla siquiera: alusivo,
ensayístico, parabólico, tentativo, pone sus verdades a circular por el multiplicado torrente sanguíneo
del sentido»278 de sus relatos sobre el mundo.
Si los símbolos propician la captación del sentido y la interpretación de tal captación, entonces
articulan el comprender en el doblez de la realidad. Y como el comprender es un modo de ser, un
modo de encontrarse, un modo de estar y de hacer en el mundo inherente al ser humano, los símbolos
son un modo de ser de la comprensión en y del mundo en términos senso-lingüísticos. De ahí que los
símbolos sean una forma de habla para nosotros que abre una comprensión que se da
fundamentalmente a través de un lenguaje originario, esto es, a través del lenguaje simbólico.
Con lo anterior, hemos dicho que el símbolo articula la comprensión y, sin embargo, no es un
“concepto” ni una “idea” que sean fabricados teóricamente. De ello surge una dificultad, pues
referirse a través de conceptos acerca del símbolo implica renunciar a entrar en la esfera propia de lo
simbólico, ya que el «concepto es, pues, el mensajero de un sentido al que alude o remite, pero no la
mera máscara imparcial que refiere a un único término en cuya mostración se agota, pues si bien es
juez del proceso epistemológico en la medida en que sin él todo conocimiento es imposible, es
también “parte” al instaurar aquello que por medio de él se pretende conocer.»279 Un concepto, es a
un símbolo como una fotografía es a la realidad. La fotografía es un instante congelado de la historia,
un tiempo suspendido, seleccionado, recortado de la vivencia que articula y da sentido a la vida. No
experimentamos la vida ni la sentimos como se muestra en las fotografías. La vida es un continuo
fluir o devenir de experiencias sentidas como únicas –prejuicios– insertas en un flujo temporal mayor
de experiencias –tradición–. Por esto, todas las fotografías son “falsas”, en el sentido que son
“Unidad” que supone las siguientes características: “emocionalidad” desencadenada desde un compromiso afectivo con algún elemento del entorno;
“presencia” de lo in-visible a partir de lo visible; “ausencia” de algún ente presente que atrae y retiene lo ausente; “re-unión” vertical de los distintos
planos del quehacer humano o reunión de contrarios; “carácter de útil”, en la medida que se insertan en la cotidianidad; “condensar” una enseñanza, una
vivencia, una emoción, etc.; “identificación” de un miembro de una determinada cultura, comunidad; institución, lugar, etc.; “abrir un dominio” donde
adquiere pertinencia cada símbolo; “misterio”, pues un símbolo “vivo” penetra en lo desconocido y comunica lo indecible; “protección” del caos al
propiciar el sentido y unificar el entorno; “analogía” desde la perspectiva del conocimiento es reconocible una estructura analógica desplegada desde la
intuición; “poder” de persuasión o convicción que se muestra cuando a través de la imagen adviene el sentido despertando una experiencia originaria y
vital envuelve y compromete al intérprete, Vid. Durand, Gilbert (1971) La imaginación simbólica. Buenos Aires, Amorrortú, pág. 15.
276
Bayón, Fernando. ‘Símbolo’, en Ortiz-Osés, Andrés y Lanceros, Patxi dirs. (2005) o.c., pág. 507.
277
ibid., pág. 508.
278
ibid., pág. 511.
279
Estorquera, José María. ‘Símbolo’, en Ortiz-Osés, Andrés y Lanceros, Patxi dirs. (2004) o.c., págs. 518.
275
aproximaciones o evocaciones; no son más que “conceptos visuales” o expresiones tecnológicas de
un signo, un jirón de la realidad que cuelga sin trasfondo contextual de lo que no se puede plasmar el
“veloz devenir de la vida”. Pero una fotografía puede llegar a convertirse en un símbolo en la medida
que no re-presente, en la medida que no está “por” alguien o “por” algo (como el concepto y el
signo), sino que sea el vínculo para estar “con” algo o “con” alguien.
De ahí que el símbolo desempeñe una función cognoscitiva que incorpora tres elementos:
objeto material, mente humana y un tertium quid o realidad simbolizada. Con los símbolos
generamos un conocimiento, comprendemos algo de nuestro mundo, pero, sobre todo comprendemos
el dominio predilecto del simbolismo: lo inconsciente, lo ideal, lo metafísico, lo matemático, lo
sobrenatural y lo surreal. Esta comprensión es siempre afectiva, porque un símbolo se inaugura sólo
si media un “sellador emocional” capaz de aglutinar lo sensible con lo no-sensible. El símbolo
relaciona, une y reúne porque nuestra forma humana de existir en el mundo implica relaciones, esto
es, vínculos sociales y culturales en una simultaneidad de lo sensible con lo no-sensible, de lo
gnóstico y lo metafísico.280
La capacidad y función esencial del símbolo, entonces, se concentra en aquella de interpretar lo
no visible (en cualquiera de sus “manifestaciones”) desde lo visible (captación sensorial). Realiza
esta actividad en la medida que recolecta, interpreta y reúne los distintos planos de la realidad
confiriéndole sentido: articular original y originariamente al ser humano con el mundo, esto es,
cumplir con la coimplicación de las realidades del símbolo que unifica al hombre y el sentido:
mediatiza lo real en términos de lenguaje, generando lo real más allá de lo sensorial y cognoscitivo.
Encima, el esfuerzo hermenéutico tiene que ver con hacer notar que la realidad humana es una
realidad interpretativa a partir de un proceso comprensor cuyo centro es el lenguaje como mediador
universal de sentido, el que tiene un impacto ontológico reconocible a partir de su carácter simbólico
que encuentra su “realización” en la interpretación, en su interpretación.
2. El deslizamiento metafórico hacia la figuratividad
El concepto es la revelación figurativa de una metáfora, por ello, el deslizamiento desde un origen
cognoscitivo a un punto de llegada referido a los rasgos que fundan las conceptualizaciones y
reconceptualizaciones de la realidad, es posibilitado por la metáfora (metaphorikós, todo lo
concerniente a los medios de transporte, a la traslación), en tanto que apertura de una visión
alternativa dada por el sujeto cognocente; la metáfora coimplica los diversos elementos que hacen de
la realidad una realidad interpretable a partir de una serie de factores que hacen posible la
comprensión de la misma frente a la ambivalente relación histórica entre logos y metáfora, entre
realidad y aparencialidad. La metáfora es la apertura que libera al sentido de su impronunciabilidad,
mutismo y sordera con que irrumpe en el mundo, a pesar de que suponga una discordancia, pues el
sentido se desliza más allá de las semejanzas y de los reconocimientos, para situarse
impertinentemente gracias a la metáfora. La metáfora amplía el horizonte que demarca lo sabido y
posible, con lo dado y lo imposible.281
Abordamos aquí, el concepto de “metáfora” como clave de apertura al sentido de la
comprensión y articulación de significados a partir de la fusión entre “símbolo” e “historia” como
pistas que desoculten la “figuratividad de(l) sentido” de modernidad, pues lo «que creemos que es la
realidad, y distinguimos de las interpretaciones, es ya el producto de una actividad metafórica.»282
Además, la metáfora entraña símbolos, modelos, arquetipos, ideogramas, como asimismo
representaciones, paradigmas, signos, significados y sentidos.283 Lo que levanta un mecanismo que
280
281
VM, pág. 110 y ss.
Vid. Ricoeur, Paul (1985) Hermenéutica y acción: de la hermenéutica del texto a la hermenéutica de la acción. Buenos Aires, Docencia, pág. 85 y
ss.
282
283
Vattimo, Gianni (2002) Diálogo con Nietzsche. Ensayos 1961-2000. Barcelona, Paidós, pág. 102.
Vid. Eco, Umberto (1990) Semiótica y filosofía del lenguaje. Barcelona, Lumen, pág. 168.
permite construir imágenes transportadoras y comprensivas del mundo hacia su sentido, como
también la característica de figuratividad de ciertos “personajes” como “vehículo” que transporte la
interpretación de estos personajes:
«De una cierta forma –metafórica, claro está, y como un modo de habitar– somos el contenido
y materia de ese vehículo: pasajeros, comprendidos y transportados por metáforas. [Pues]
habitamos en la metáfora y […] circulamos en ella como en una especie de vehículo automóvil
no es algo meramente metafórico. […] Ni tampoco propio, literal o usual, nociones que no
estoy confundiendo porque las aproxime, más vale precisarlo inmediatamente. Ni metafórica,
ni a-metafórica, esta “figura” consiste singularmente en intercambiar los lugares y las
funciones: constituye el sedicente sujeto de los enunciados (el hablante o el escritor que
decimos que somos, o quienquiera que crea que se sirve de metáforas y que habla more
metaphorico) en contenido o en materia, y parcial encima, y siempre ya “embarcada”, “en
coche”, de un vehículo que lo comprende, lo lleva, lo traslada en el mismo momento en que el
llamado sujeto cree que lo designa, lo expresa, lo orienta, lo conduce, lo gobierna “como un
piloto en su navío”.»284
Los personajes en tanto que asumen la figuratividad como vehículo de(l) sentido, se ubican
igual que el lenguaje «a medio camino entre las figuras visible de la naturaleza y las conveniencias
secretas de los discursos [como] una revelación escondida y una revelación que poco a poco se
restituye una claridad ascendente.»285
Seguimos en esta perspectiva, la original línea reflexiva abierta por Deleuze y Guattari en lo
referido a los “personajes conceptuales”286, quienes consideran que la labor fundamental de la
filosofía es la de «crear conceptos»287, pero ésta no es una creación que carezca de partes o
presupuestos, de componentes que lo definen, sino que el concepto «tiene […] una cifra»288, un
código que le revela. Sostenemos que ese código, es la “figuratividad hermenéutica”.
Esta composición se trata de una multiplicidad ordenada por el número de componentes que
salven al concepto del caos de la absolutez, y para ello, «tiene un perímetro irregular, definido por la
cifra de sus componentes [como una] cuestión de articulación, de repartición, de intersección. Forma
un todo, porque totaliza sus componentes, pero un todo fragmentario. Sólo cumpliendo esta
condición puede salir del caos mental, que le asecha incesantemente, y se pega a él para
reabsorberlo.»289 Este perímetro de acción –una acción incorpórea, una intensidad, un acto de
pensamiento, un acontecimiento, una metamorfosis– no posee coordenadas espaciotemporales, ni
referencias esenciales, sino que el concepto «se define por la inseparabilidad de un número finito de
componentes heterogéneos recorridos por un punto en sobrevuelo absoluto, a velocidad infinita»290
con la que opera el pensamiento en un “sobrevuelo” que revisa el estado del concepto o su misma
infinidad. “Infinidad” e “infinitud” establecen los polos en los que el concepto se define y,
paralelamente, en los cabos de “absolutez” y “relatividad”, pues es «absoluto como totalidad, pero
relativo en tanto que fragmentario. Es infinito por su sobrevuelo o su velocidad, pero finito por su
movimiento que delimita el perímetro de los componentes.»291
Destacamos la “composición” conceptual que hace que sus partes los márgenes de su territorio,
pero que a la vez, le dota de la capacidad de visualización externa –“sobrevuelo”–, pues nos habla de
una cierta “mutabilidad” del concepto en el momento en que incorpora, asume, rechaza y luego
cambia incesantemente los componentes, es decir, del acto propio de su peregrinaje entre la
«relatividad y la absolutidad del concepto son como su pedagogía y su ontología, su creación y su
284
Derrida, Jacques (1989) La desconstrucción en las fronteras de la filosofía. La retirada de la metáfora. Barcelona, Paidós, págs. 35-36.
Foucault, Michel (1993) o.c., pág. 43.
286
Vid. Deleuze, Gilles y Guattari, Félix (1997) ¿Qué es filosofía? Barcelona, Anagrama, págs. 63-85.
287
ibid., pág. 11.
288
ibid., pág. 21.
289
id.
290
ibid., pág. 26.
291
ibid., pág. 27.
285
autoposición, su idealidad y su realidad. Real sin ser actual, ideal sin ser abstracto… El concepto se
define por su consistencia, endo-consistencia y exo-consistencia, pero carece de referencia: es
autorreferencial, se plantea a sí mismo y plantea su objeto al mismo tiempo que es creado. […] Por
último, el concepto no es discursivo [ni] proposicional [pues] la proposición nunca es una intensión.
Las intensiones se definen por su referencia […] con el estado de cosas o de cuerpos, así como de las
condiciones de esta relación [que son] extensionales: implican unas operaciones de colocación en
abcisa o de linealización sucesivas que introducen las ordenadas intensivas en unas coordenadas
espaciotemporales y energéticas, de establecimiento de correspondencias de conjuntos delimitados
de este modo. Estas sucesiones y estas correspondencias definen la discursividad en sistemas
extensivos; y la independencia de las variables en las proposiciones se opone a la indisolubilidad de
las variaciones en el concepto. [De ahí que] los conceptos son centros de vibraciones, cada uno en sí
mismo y los unos en relación con los otros […] en tanto que totalidad fragmentarias [son] puentes
móviles […] en estado de perpetua digresión o digresividad.»292
Tanto la indisolubilidad de los componentes referida a los conceptos, como la digresión en su
condición de conector de encrucijadas que se eternizan en la reflexión filosófica, tienen «por único
objeto la indisolubilidad de los componentes por los que [el concepto] pasa una y otra vez, y que
constituye su consistencia»293 en un “plano de consistencia” que es ocupado por “personajes
conceptuales”.
Para los autores, los “personajes conceptuales” son los representantes del filósofo; los
“personajes conceptuales son «“heterónimos” del filósofo, y el nombre del filósofo, el mero
seudónimo de sus personajes. […] El personaje conceptual no tiene nada que ver con una
personificación abstracta, con un símbolo o una alegoría, pues vive, insiste. […] El destino del
filósofo es convertirse en su o sus personajes conceptuales, al mismo tiempo que estos personajes se
convierten ellos mismos en algo distinto de lo que son históricamente, mitológicamente o
corrientemente […].»294
La función principal de los “personajes conceptuales” que queremos rescatar, es la que tiene
que ver con su “relacionalidad”, en la que «los personajes proliferan y se bifurcan, chocan, se
sustituyen»295 en un «sistema de retornos o de relevos perpetuos.»296 Tal función –o capacidad– nos
sirve no sólo como un simple plano, sino como trasfondo en el que resalta la conexión imperceptible
que hace de un “personaje conceptual” una “figura hermenéutica”; no sólo como centro o eje de
vibraciones que mueven sus componentes, sino también como indisoluble conector de líneas
imperceptibles, como aquel que abre los recorridos de la narratividad anclado en la historia, pues la
figuratividad adquirida recoge las representaciones flotantes en los discursos de la historia, se
apropia de aquellas significaciones desatadas de los relatos tradicionales para dejar ver lo
desconocido desde lo conocido, yendo más allá de los límites marcados por las esferas de la realidad,
cruzando impertinentemente las fronteras de lo humano y lo bestial, de lo divino y de lo filosófico,
de lo real y de lo imaginario.
El conjunto de consideraciones precedentes, abren el espacio para observar, que al igual que
con los conceptos, la “figuras hermenéuticas” expresan una actividad de pensamientos compuestos,
un “tejido” de líneas de perspectiva sobre un objeto, una actividad nominal a partir de proposiciones
sobre la realidad. Es la móvil conexión, la innombrable trama en la que somos parte. La
figuratividad, en fin, con-forma y con-firma aquellos vínculos ocultos, clandestinos con el fin de
ampliar nuestra percepción de una realidad plurisignificativa y múltiple en la construcción de
sentido. En este sentido, la metáfora posibilita la tensión entre un “es (como), pero no es”, aun
cuando lo desemejante para poder formar un “nuevo objeto”, resalte su acción antes que su resultado,
es decir, insista en su capacidad de transferencia de sentido más que en su facultad de producción de
292
ibid., págs. 27-29.
ibid., pág. 29.
294
ibid., págs. 65-66.
295
ibid., pág. 73.
296
ibid., pág. 71.
293
sentido: entender la metáfora como núcleo hermenéutico permite diseñar mundos posibles y pensar
mundo imposibles, forzando connotativamente los límites de imágenes dispares o anacrónicas y
ampliando significativamente los alcances de las figuras:
«La carencia humana de disposiciones específicas necesarias para un comportamiento reactivo
frente a la realidad […] su pobreza instintiva, representa el punto de partida para la cuestión
antropológica central, a saber, cómo ese ser, pese a su falta de disposición biológica, es capaz
de existir. La respuesta se puede resumir en la siguiente fórmula: no entablando relaciones
inmediatas con esa realidad. La relación del hombre con la realidad es indirecta, complicada,
aplazada, selectiva y, ante todo, “metafórica”. […] Pero comprender algo como algo concreto
es radicalmente distinto del procedimiento de comprender algo mediante algo distinto. El rodeo
metafórico de mirar, a partir de un objeto temático, a otro distinto, suponiéndolo, de antemano,
interesante, trata a lo dado como algo extraño y a lo otro como lo disponible más familiar y
manejable. Si el valor límite del juicio es la identidad, el de la metáfora es el símbolo; aquí, lo
otro es lo completamente otro, que da poco de sí: nada más que la mera reemplazabilidad de lo
no disponible por lo disponible.»297
La metáfora vehicula verdades, identidades, creencias; reorganiza una misma realidad y/o
descubre otra, revela o devela nuevos elementos y relaciones pre-existentes o ya existentes en la
historia298 «en su retirada (retrait), habría que decir en sus retiradas la metáfora, quizás, se retira, de
la escena mundial, y se retira de ésta en el momento de su más invasora extensión, en el instante en
que desborda todo límite. Su retirada tendría entonces la forma paradójica de una insistencia
indiscreta y desbordante, de una remanencia sobreabundante, de una repetición intrusiva, dejando
siempre la señal de un trazo suplementario de un giro más, de un re-torno y de un re-trazo (re-trait)
en el trazo (trait) que habrá dejado en el mismo texto.»299
De ahí que se le considere a la metáfora como un mecanismo que permite la conceptualización
y reconceptualización del mundo, como también la organización y articulación de “figuras” que
participan en el mundo e interpretar su acción en él.300 Por otra parte, expresa relaciones entre los
componentes de la realidad, siendo capaz de sincronizar, aún atemporalmente, figuras relacionables
o que guarden una interna coherencia y parentesco. De ahí que la metáfora sea una construcción
temporal elaborada en la historia, que se localiza y de la cual se extraen características de la realidad,
con el fin de re-estructurar, modificar, re-conceptualizar lo real desde una óptica interpretativa
abierta. Por ello, se le considera un constructo del lenguaje con el fin de interpretar, es una creación
inesperada atribuida a la historia, «es más la resolución de un enigma que una simple asociación
basada en la semejanza; está constituida por la resolución de una disonancia semántica»301, que en
nuestro caso, sería una disonancia histórica-figurativa que sirve de inagotable fuente de sentido, pues
la metáfora nos dice algo nuevo sobre la realidad y esa narrativa son hilos que la sostienen
indisolublemente.
Las “figuras de significación hermenéutica” que serán trabajadas en la Segunda Parte, tendrán
como propósito fundamental accionar cierta interpretación del transformativo devenir histórico de la
modernidad, y por este motivo, la metáfora y su lenguaje, el símbolo y su significación, y la
genealogía y su perspectiva, invitan a una interpretación metafórica-figurativa que presupone una
contradicción significativa entre sus partes, incluso un “absurdo” que bien pareciera una
autodestrucción significativa, supone más bien, una transformación que aporta un “giro” en la
297
Blumenberg, Hans (1999) Las realidades en que vivimos. Barcelona, Paidós, pág. 125.
Ricoeur en La metáfora viva investiga sobre la creatividad del lenguaje y su capacidad para incidir en la realidad. La vivificante característica de la
metáfora innova sentidos gracias a su “impertinencia semántica” ante la referencia habitual de un término o literal. La metáfora genera una nueva
referencia, una nueva pertinencia semántica. Vid. Ricoeur, Paul (2001b) La metáfora viva. Trotta-Cristiandad, págs. 93-136.
299
Derrida, Jacques (1989) o.c., págs. 37-38.
300
Vid. Maillard, Chantal. ‘Metáfora’, en Ortiz-Osés, Andrés y Lanceros, Patxi (2004) o.c., págs. 352-357; Barrios, Manuel. ‘Metáfora’, en Ortiz-Osés,
Andrés y Lanceros, Patxi (2005) o.c., págs. 383-393.
301
Ricoeur, Paul (2003) Teoría de la interpretación. Discurso y excedente de sentido. México, Siglo XXI, pág. 65.
298
extensión de significado que la metáfora utiliza para replicar las objeciones y poder interpretar
consistentemente los derroteros de la modernidad a partir de la figuratividad hermenéutica.
¿En qué podemos fundar las conexiones entre símbolo y metáfora, entre hermenéutica y
genealogía? La encontramos en nuestros autores-guía: para Gadamer la condición fundamental del
lenguaje radica en la prevalencia del significado sobre el signo. Es decir, lo objetivo de la palabra no
estriba en la formalización del lenguaje, sino en el despliegue de lo metafórico como condición
esencial del lenguaje. Nietzsche, por su parte, con su concepción del conocimiento a partir del
lenguaje-metáfora de la realidad nutren nuestra propuesta de concebir al eje de “figuratividad” para
entender cómo personajes que representan “símbolos encarnados” e “indicadores genealógicos” –
figuratividad– para la comprensión/interpretación del devenir transformativo de la modernidad.
Más arriba nos referíamos a aquellas consideraciones que hacen del “símbolo” un territorio
cognoscitivo, específicamente en su característica de clave senso-racional que abre zonas o
territorios –trastienda– exclusivos para el ser humano comprensor.
Ricoeur se ha referido a esta conexión entre símbolo y razón con su aforismo de que el
«símbolo da que pensar»302 y lo hace en la medida en que seamos capaces de añadirle una
interpretación cuyo objetivo será el sentido a partir de la interpretación hermenéutica que organizará
los datos vivos provenientes del símbolo. La función metafórico-simbólica de la figuratividad, radica
en que el símbolo dona una actividad racional coimplicada con la acción de interpretar: “da algo por
lo que pensar” y “piensa sobre lo donado”. Esta doble donación articula la capacidad heurística que
posee la narración, pero también abre la implicación de una actividad sensorial: el símbolo “da
pensamiento a la acción” y “acciona al pensamiento” figurativo. Para Ricoeur los símbolos son la
clave de bóveda de la filosofía que se expresan en los mitos pre-ilustrados de la filosofía, son los
presupuestos previos de toda filosofía, y ésta es la actividad reflexiva sobre lo dicho –lenguaje– por
la narración simbólica. El símbolo, con ello, se inserta adentro de la palabra filosófica, del raciocinio
reflexivo que recibe empeñado un “lenguaje figurativo” por parte del símbolo. Ricoeur expresa
claramente la relación de esta fusión/función del símbolo con la razón/palabra: «[…] la
interpretación es la que puede abrirnos de nuevo las puertas de la comprensión; de esta manera
vuelve a soldarse por medio de la hermenéutica la donación del sentido, característica del símbolo,
con la iniciativa inteligible y racional, propia de la labor crítico-interpretativa.»303 Esta soldadura
«entre el símbolo que da y la crítica que descifra»304 expresa el “círculo hermenéutico de la
comprensión”, es decir, el símbolo sirve de presupuesto previo para la crítica filosófica en aras del
sentido de la racionalidad de los fundamentos de la realidad y de la existencia. Si hay símbolo, hay
interpretación y por ello, habrá comprensión, pues «lo que une a concepto y símbolo es su
indiferencia a la presencia de aquello que se encargan de representar. Mientras que el concepto
tiende potencialmente a la intuición y sigue dependiendo de ella, el símbolo en la dirección contraria,
se distancia de aquello que representa.»305 En el punto medio que mide las distancias de lo
representado, está la figuratividad como eje de presencia/ausencia del sentido.
Al igual que la metaforología, la “hermenéutica figurativa”, «considera [como] una modalidad
auténtica de comprensión de conexiones que no puede circunscribirse al limitado núcleo de la
“metáfora absoluta” [no dispuesta] a “ser sustituida por predicados reales” en el mismo plano del
lenguaje. Podría decirse que se ha invertido la dirección de la mirada: ésta no se refiere ya ante todo
a la constitución de lo conceptuable sino además a las conexiones hacia atrás con el mundo de la
vida, en cuanto sostén motivacional constante de toda teoría […]. En este sentido las metáforas son
fósiles guía de un estrato arcaico del proceso de curiosidad teórica; el hecho de que no haya retorno a
la plenitud de sus estimulaciones y expectativas de verdad no quiere decir que sea anacrónico.»306 La
metáfora compromete a la conciencia y a la teoría a retrovertir la intuición con la que se nutren para
302
Ricoeur, Paul (1982) Finitud y culpabilidad. Madrid, Taurus, pág. 490.
ibid., págs. 492-493.
304
id.
305
Blumenberg, Hans (1995) o.c., pág. 112.
306
ibid., págs. 97-98.
303
introducir en la realidad los mundos que interpretan y comprenden y, a la vez, ingresar las
comprensiones y las interpretaciones al mundo:
«La metáfora […] no es el añadido subjetivo-fantástico de un observador [al contrario, atribuye
una] incomparable significación situacional.»307
Tal vinculación atisba la relación entre “origen” y “sentido” de la comprensión dada por la
interpretación figurativa o figuración simbólica, es decir, si el “símbolo da que pensar”, la “figura da
para interpretar” montando escenas de producción hermenéutica de las “figuras de significación”.
“Sentido”, “razón mito-lógica”, “comprensión” e “interpretación” son los ejes de nuestra
“figuratividad”, que en la modernidad surgen soterradamente, moldeando su historicidad. En fin, la
hermenéutica no persigue absolutez en la interpretación, sino que aquella aperturidad a la
comprensión de las diversas interpretaciones desplegadas en la historia ante la apabullante
consciencia de que el «proceso del conocimiento se calcula sobre pérdidas»308:
«La hermenéutica se ocupa de aquello que no sólo debe tener o no tener un sentido
determinado, que pueda mantenerse a través de todas las épocas, sino de lo que, justamente por
su polisemia, asume en su significación sus variadas interpretaciones. Ella atribuye a su objeto
la capacidad de enriquecerse mediante una interpretación continuamente nueva, de manera que
aquél base precisamente su realidad histórica en asumir nuevas formas de lectura, en ser
soporte de nuevas interpretaciones. Únicamente con el tiempo y en amplios horizontes
históricos se realiza lo que no puede estar ni ser poseído simultáneamente, de una vez para
siempre, en un estado de univocidad.»309
Como afirma Vattimo, hoy no «existe una historia única, sólo imágenes del pasado proyectadas
desde diferentes puntos de vista. Es ilusorio pensar que existe un punto supremo o comprensivo
capaz de unificar a todos los otros.»310 En otras palabras, se produce una des-unificación de
perspectivas que funda una hermenéutica del sentido que sospecha su camino en la pluralidad de
perspectivas situada en una “coimplicación de contrarios”311 como una “dualéctica” en un maridaje
entre realidad e idealidad figurado por el lenguaje312 «en el que nos encontramos con-diccionados es
el Relato del Ser como Sentido. El Sentido, en efecto, dice relación, logos-reunión, relación de
implicación. […] El lenguaje […] es la topología de un sentido definido como implicación [es] la
explicación implicativa de lo real [que es] caracterización del sentido: explicación implicativa de lo
real, sublimación no-represora de lo subliminal, extracción contracta del Ser»313, que equilibra los
pilares translúcidos en los que se funda el horizonte histórico y de la comprensión perspectivizada.
Capítulo 3
La trama de la metáfora: la “figuratividad”
El “conocimiento humano” en todas sus facetas y asumiendo sus características desde las sensitivointuitivas a las práctico-instrumentales, no puede restar importancia al componente imaginativo y
creativo que aporta el ámbito simbólico si aspira a conocer “lo real”. Por su parte, el “sentido”
recolectado de todas las significaciones que poblan el mundo, se expresa simbólicamente y se juega
en una tendencia a la “rebasabilidad” de la experiencia misma de(l) sentido. Se trata de una
experiencia que incluso escapa de sí, en palabras de Nancy, «el acontecimiento del sentido se escapa
a sí mismo»314 en el que se expresa la limitancia del sentido y el sentido de lo limitado: pertenecemos
a la referencia simbólica de(l) sentido desde la huída, la retirada, la esperanza y búsqueda. Debemos
307
ibid., págs. 99-100.
ibid., pág. 102.
309
Blumenberg, Hans (2000) La legibilidad del mundo. Barcelona, Paidós, pág. 23.
310
Vattimo, Gianni (1992c) La sociedad transparente. Barcelona, Paidós, pág. 23.
311
Ortiz-Osés, Andrés (2003) Amor y sentido. Una hermenéutica simbólica. Barcelona, Anthropos, pág. 99 y ss.
312
Ortiz-Osés, Andrés (1995) Visiones del mundo. Interpretaciones del sentido. Bilbao, Universidad de Deusto, pág. 81.
313
Ortiz-Osés, Andrés (1989) Metafísica del sentido. Una filosofía de la implicancia. Bilbao, Universidad de Deusto, pág. 33.
314
Nancy, Jean-Luc (2002) o.c., pág. 11.
308
nuestro conocimiento a la donación de las claves que interpelan a la realidad y que nos interpelan
como sujetos de conocimiento.
Es por lo anterior, que entendemos por “símbolo”315 como aquel código o salvoconducto que
abre el paso a pliegues o rincones de un mundo que se desdobla y se muestra para fundar nuestra
comprensión. Una visión que supone la comprensión de la totalidad de los componentes de la
realidad, en tanto que subsidiaria de cuatro elementos fundamentales, el “lenguaje”:
«El lenguaje […] estaría, pues, dotado de una capacidad creativa propia capaz de configurar en
imágenes el caos de las sensaciones, de una fuerza poética que genera metáforas a través de las
cuales lo real adquiere una primera y difusa comprensibilidad.»316
El símbolo, seguimos en esto a Ortiz-Osés, de manera insólida funda una dimensión de la
existencia vertebrando configurativamente la realidad, y «dice esencialmente con-figuración y, por
tanto, figura o imagen mediadora entre la realidad y su significatividad profunda.»317 La
figuratividad desentierra la significatividad secreta que una realidad oculta en las
conceptualizaciones y teorizaciones sobre la realidad, pero no de la realidad.
Como también del “mito” y a su antigua filiación con “figura”, pues para el pensamiento
griego significaban lo mismo en equivalencia a signo, retrato, personificación que se constituyen
fundamentos a través de la tradición. Por una parte, la “figura” es la apariencia que atribuimos a las
cosas: es un tropo, una metáfora. Los mitos designan y estructuran una cosmovisión como protoracionalidad, y sirven de soporte legitimador de la sociedad, de su orden y jerarquización. Por otra,
son formas simbólicas que han adquirido las narraciones o relatos sobre las cosas que se cuentan en
la vida inmanente en su relación con la trascendencia. Son palabras escenificadas, reflexiones
sapienciales expresadas en discursos narrativos, verbos esenciales y esencias verbalizadas. Los mitos
tienen que ver con lo primordial, lo prioritario, lo primigenio, lo previo y principal: son relatos
arquetípicos de lo primordial, que nos guían, inspiran y permiten vivir en un universo que en último
término es incontrolable y misterioso. Los mitos son símbolos desarrollados en forma narrativa que
manifiestan algo sobre lo originario, lo decisivo, lo valioso en la vida y por ello son el mundo del
sentido. Los mitos dan que pensar la experiencia de desgarro de vivir en un mundo-que-hay-quecomprender. Por eso expresan aquello que conceptualmente resulta inexpresable y, en cuanto,
narraciones tradicionales y memorables socialmente relevantes, permiten interpretar los ejes
fundamentales de los pueblos y las culturas.318 Blumenberg afirma que los mitos, unidos a la fuerza
cultural y personal de la memoria, aportan significatividad a la cosmovisión, vale decir, impregnan
de sentido humano la aprehensión de un mundo exterior carente de significación clara. De tal forma,
los mitos contienen la significación humana que carga la realidad “objetiva” que se ve desmontada
por los mitos y sus símbolos-significantes.319 La unión entre relato mítico y realidad narrada es
posibilitada por la palabra:
«Lo real es mítico, el mito no es más que la realidad entendida como evento lingüístico, verbal
[…]. El vínculo entre mito y realidad en la palabra es […]absoluto»320
Un tercer elemento es el “arte”, pues «lo que caracterizaría el arte en cualquiera de sus formas
es la posibilidad que ofrece de ubicarse en una forma nueva de realidad: sea en la que reconocemos
315
Del griego sym-bolom: contrato, tratado, tratado de comercio, marca, distintivo, contraseña; emblema, insignia; seña, guiño, señal de
reconocimiento. Las diferentes significaciones del término van desde una analogía natural entre la forma concreta del símbolo y lo que éste simboliza,
hasta una relación cultural entre el símbolo y lo simbolizado apoyada en una analogía natural, en una convención o hasta el signo artificial que
representa convencionalmente aquello de lo que es símbolo, Vid. Bayón, Fernando. ‘Símbolo’, en Ortiz-Osés, Andrés y Lanceros, Patxi dirs. (2005)
o.c., págs. 493 y ss.; Lanceros, Patxi. ‘Símbolo’, en Ortiz-Osés Andrés y Lanceros, Patxi dirs. (2004) o.c., págs. 517-520. Aquí recuperamos la
capacidad del símbolo de coimplicar contrarios (complexio oppositorum) cumpliendo la función de insuflar sentido a las paradojas.
316
Garagalza, Luis. ‘Lenguaje y Humanismo’, en Ortiz-Osés, Andrés y Lanceros, Patxi dirs. (2005) o.c., págs. 355-358.
317
Ortiz-Osés, Andrés. ‘La simbólica religiosa’, en Gómez Caffarena, José ed. (1993) Religión. Madrid, Trotta, pág. 134.
318
, Vid. Vide, Vicente. ‘Mito’, en Ortiz-Osés, Andrés y Lanceros, Patxi dirs. (2005) o.c., págs. 398-406.
319
Vid. Blumenberg, Hans (2003) Trabajo sobre el mito. Barcelona, Paidós, pág. 21.
320
Givone, Sergio (1991) Desencanto del mundo y pensamiento trágico. Madrid, Visor, pág. 63.
como desde o en una desconocida, ser frente a una realidad de un orden superior (trascendente) o su
distancia alguna con lo cotidiano»321:
«Una hermenéutica que incluya toda la variedad de producciones que a lo largo de la historia
se han llamado “arte” no puede […] limitarse a suscribir una u otra de esas producciones. Debe
más bien tratar de situar el arte dentro de la familia de los “mensajes” que funcionan en la
sociedad, y entienden lo que caracteriza y diferencia de entre todos ellos, a los propiamente
artísticos.» 322
Finalmente, la “religión” entendida aquí como condensaciones simbólico-rituales del sentido,
religadoras y co-implicadoras323, cierra estos “moldes simbólicos” como hilos que tejen la red de
sentido en la que descansa la existencia humana, como los nervios que transmiten la potencia de la
existencia humana. Asimismo estas hebras y fibras servirán de nudos con los que se entrelazan los
sentidos de la experiencia de la capacidad del animal symbolicum inserta en la vida cultural del
hombre como elemento de conocimiento de la realidad:
«La pregunta filosófica por el origen y esencia del lenguaje es fundamentalmente tan vieja
como la pregunta por la esencia y origen del ser. Pues justamente lo que caracteriza a la
primera reflexión consciente sobre la totalidad del mundo es el que lenguaje y ser, palabra y
sentido, no se hallen aún separados, sino que aparezcan en una unidad inseparable. Puesto que
el lenguaje mismo es un presupuesto y una condición de la reflexión, puesto que sólo en y por
él surge la “perspicacia” filosófica, la primera toma de conciencia del espíritu lo encuentra ya
como una realidad dada equiparable a la “realidad” física y del mismo rango. El mundo del
lenguaje rodea al hombre en el instante en que dirige su mirada hacia él, con la certidumbre y
necesidad y con la misma “objetividad” con la que se sitúa frente a él el mundo de las cosas
[…]. La palabra no es una designación y denominación, no es un símbolo espiritual del ser,
sino que es una parte real de él.»324
Tal facultad se despliega en otra posibilidad humana: el lenguaje que comunica la experiencia
humana mediante la articulación de sonidos y signos cargados de significados que conecta las
capacidades esenciales de lo humano: símbolo y lenguaje instituyen al ser humano en tanto que
capaz de articular su “lenguaje-palabra”, el lenguaje del habla humano en tanto animal loquax que
«continuamente está hablando consigo mismo»325 y en esta acción parlante, conscientemente
reflexiva, radica la distinción esencial respecto a los otros seres vivos. Entonces, si de algo
predicamos que es real es porque ha mediado una interpretación que así nos lo hace aparecer
mediante la actividad o clave simbólica:
Zubiaur, Ibon. ‘Arte’, en Ortiz-Osés, Andrés y Lanceros, Patxi dirs. (2005) o.c., pág. 39.
Rubert de Ventós, Xavier. ‘Arte’, en Ortiz-Osés, Andrés y Lanceros, Patxi dirs. (2004) o.c., págs. 35.
323
Del latín relegere y religare: su doble vertiente etimológica se explica en que la primera se atribuye a Cicerón, para quien lo esencial de la religión
radica en la repetición cuidadosa de un orden original. El plural “religiones” abarcaba la totalidad de las prescripciones rituales, el cumplimiento de los
deberes jurídicos rituales frente a lo numinoso, frente a la “voluntad de los dioses”. De aquí se deriva la noción de religión como relectura
interpretativa. La segunda, religare, se atribuye a Lactancio. Este término ha sido derivado de religare: Dios se liga con el hombre y lo ata por la
piedad. Esta noción judeocristiana ha dominado todo el intelecto occidental ha hecho que se reduzca la religión a una relación de un creyente con Dios,
de una criatura con su Creador. En el siglo XVIII la crítica de la Ilustración al cristianismo y las crecientes investigaciones sobre cultos y mitologías
extraeuropeos desembocaron en una ampliación del concepto de religión. Desde mediados del siglo XIX los estudios histórico-religiosos y etnológicos
avanzaron hasta intentar definir la religión a partir del material histórico que en aquel entonces se disponía: el naturalismo, el positivismo, el
evolucionismo, la obsesión por los orígenes de la religión y el comparativismo. Se eligieron como explicación determinados fenómenos que se pensaba
comunes a todas las religiones: la fe en Dios, la convicción de la existencia de poderes anímicos en las plantas, los animales, los hombres, una conducta
reverencial y suplicante distinta de la magia, etc. En los siglos XIX y XX se han sucedido diversas definiciones de religión: por un lado, están los
funcionalistas para quienes la definen en función de la creación o recreación de un consenso normativo y de un sentimiento de solidaridad que
supuestamente mantiene unida a una sociedad y no primariamente como relación de encuentro con un Numen subsistente; por otro lado, están los
sustancialistas o esencialistas para quienes lo sagrado es una estructura esencial de la conciencia. Para Bellah, por ejemplo: la religión sería un conjunto
de formas simbólicas y de actos que ponen en relación al hombre con las condiciones últimas de la existencia. Cfr. Bellah, Robert et. al. (1989) Hábitos
del corazón. Madrid, Alianza.
324
Cassirer, Ernst (1971) o.c., págs. 63-64.
325
Cassirer, Ernst (1976) o.c., pág. 47.
321
322
«El hombre, como si dijéramos, ha descubierto un nuevo método para adaptarse a su ambiente.
Entre el sistema receptor y el efector, que se encuentra en todas las especies animales, hallamos
en él como eslabón intermedio algo que podemos señalar como sistema simbólico.»326
1. El símbolo o la estructura de significados que sostiene al sentido
Lo anterior deja en evidencia que la actividad simbólica es una actividad medial o mediata y, en
ningún caso, inmediata o final, pero que sin embargo, es primaria y no secundaria pues entraña
una significación, y que es capaz de desplegar todo un sistema sígnico que construye, genera,
vivifica y organiza las relaciones del ser humano con el entorno físico, ya que no vive «solamente
en un puro universo físico, sino en un universo simbólico. El lenguaje, el mito, el arte y la religión
constituyen parte de este universo, forman los diversos hilos que tejen la red simbólica, la
urdimbre complicada de la existencia humana.»327
El símbolo alcanza a la totalidad de sus expresiones en cuanto manifestaciones de sentido,
abarcando por tanto, a todas las funciones de mediación entre hombre y mundo, a través de las
cuales el espíritu y la conciencia, el logos/sentido/fundamento configuran la percepción y el
lenguaje. Este “sistema” o totalidad ordenada de significaciones dado por las redes simbólicas, se
articula por medio de símbolos que provisionalmente podemos definir como “unidad en tanto que
totalidad”328 que presenta, construye y comprende originalmente la relación que surge de la
experiencia subjetiva con la experiencia objetiva en este mundo de la existencia.
El símbolo fragua sentidos sobre la realidad, es decir, re-presentaciones de lo que se muestra
como real, articulando la experiencia humana con el mundo, con este mundo-crisol de mundos
humanos. Sin duda, el símbolo implica una vivencia que va constituyendo, formando y
conformando el propio sujeto-aquí en este-mundo como conjunto ordenado de significados y
valores, pues eleva un “objeto” por sobre los restantes, añadiéndole un nuevo valor o un plus de
sentido y como tal, el sentido es el núcleo posibilitador de la comprensión de la realidad. El
símbolo es la estructura de significados que sostiene al sentido, pues se le reconoce «por su
hospitalidad para con un sentido [como] tessera hospitalis [que opera como] condición de contraseña o credencial que […] facilita la magia del re-conocimiento.»329 Abre un horizonte de
interpretación gracias a su calidad de acogida y recepción, horizonte trans-temporal y transmaterial que juega con los pliegues de significación «al permitir que sea acogido lo que es cada
vez distinto, no otro.»330
Lo simbólico habla de una simultaneidad de sentidos en su representabilidad, es decir, los
símbolos «representan sensiblemente aquello que significan: son sentido encarnado, significado
encarnizado e implican, por eso, un acrecentamiento dinámico en el ser de nuestra realidad, pues no
trafican con un objeto-verdad que pudiera ser localizado en o ilustrado por otros medios. Desde este
punto de vista, el símbolo tiene un poder epifánico. Y, por otro lado, el símbolo no acaba jamás de
adecuarse a sus significados, retardando ad infinitum esa adecuación sin prometerla siquiera: alusivo,
326
ibid., pág. 48.
ibid., pág. 47.
328
“Unidad” que supone las siguientes características: “emocionalidad” desencadenada desde un compromiso afectivo con algún elemento del entorno;
“presencia” de lo in-visible a partir de lo visible; “ausencia” de algún ente presente que atrae y retiene lo ausente; “re-unión” vertical de los distintos
planos del quehacer humano o reunión de contrarios; “carácter de útil”, en la medida que se insertan en la cotidianidad; “condensar” una enseñanza, una
vivencia, una emoción, etc.; “identificación” de un miembro de una determinada cultura, comunidad; institución, lugar, etc.; “abrir un dominio” donde
adquiere pertinencia cada símbolo; “misterio”, pues un símbolo “vivo” penetra en lo desconocido y comunica lo indecible; “protección” del caos al
propiciar el sentido y unificar el entorno; “analogía” desde la perspectiva del conocimiento es reconocible una estructura analógica desplegada desde la
intuición; “poder” de persuasión o convicción que se muestra cuando a través de la imagen adviene el sentido despertando una experiencia originaria y
vital envuelve y compromete al intérprete, Vid. Durand, Gilbert (1971) La imaginación simbólica. Buenos Aires, Amorrortú, pág. 15.
329
Bayón, Fernando. ‘Símbolo’, en Ortiz-Osés, Andrés y Lanceros, Patxi dirs. (2005) o.c., pág. 507.
330
ibid., pág. 508.
327
ensayístico, parabólico, tentativo, pone sus verdades a circular por el multiplicado torrente sanguíneo
del sentido»331 de sus relatos sobre el mundo.
Si los símbolos propician la captación del sentido y la interpretación de tal captación, entonces
articulan el comprender en el doblez de la realidad. Y como el comprender es un modo de ser, un
modo de encontrarse, un modo de estar y de hacer en el mundo inherente al ser humano, los símbolos
son un modo de ser de la comprensión en y del mundo en términos senso-lingüísticos. De ahí que los
símbolos sean una forma de habla para nosotros que abre una comprensión que se da
fundamentalmente a través de un lenguaje originario, esto es, a través del lenguaje simbólico.
Con lo anterior, hemos dicho que el símbolo articula la comprensión y, sin embargo, no es un
“concepto” ni una “idea” que sean fabricados teóricamente. De ello surge una dificultad, pues
referirse a través de conceptos acerca del símbolo implica renunciar a entrar en la esfera propia de lo
simbólico, ya que el «concepto es, pues, el mensajero de un sentido al que alude o remite, pero no la
mera máscara imparcial que refiere a un único término en cuya mostración se agota, pues si bien es
juez del proceso epistemológico en la medida en que sin él todo conocimiento es imposible, es
también “parte” al instaurar aquello que por medio de él se pretende conocer.»332 Un concepto, es a
un símbolo como una fotografía es a la realidad. La fotografía es un instante congelado de la historia,
un tiempo suspendido, seleccionado, recortado de la vivencia que articula y da sentido a la vida. No
experimentamos la vida ni la sentimos como se muestra en las fotografías. La vida es un continuo
fluir o devenir de experiencias sentidas como únicas –prejuicios– insertas en un flujo temporal mayor
de experiencias –tradición–. Por esto, todas las fotografías son “falsas”, en el sentido que son
aproximaciones o evocaciones; no son más que “conceptos visuales” o expresiones tecnológicas de
un signo, un jirón de la realidad que cuelga sin trasfondo contextual de lo que no se puede plasmar el
“veloz devenir de la vida”. Pero una fotografía puede llegar a convertirse en un símbolo en la medida
que no re-presente, en la medida que no está “por” alguien o “por” algo (como el concepto y el
signo), sino que sea el vínculo para estar “con” algo o “con” alguien.
De ahí que el símbolo desempeñe una función cognoscitiva que incorpora tres elementos:
objeto material, mente humana y un tertium quid o realidad simbolizada. Con los símbolos
generamos un conocimiento, comprendemos algo de nuestro mundo, pero, sobre todo comprendemos
el dominio predilecto del simbolismo: lo inconsciente, lo ideal, lo metafísico, lo matemático, lo
sobrenatural y lo surreal. Esta comprensión es siempre afectiva, porque un símbolo se inaugura sólo
si media un “sellador emocional” capaz de aglutinar lo sensible con lo no-sensible. El símbolo
relaciona, une y reúne porque nuestra forma humana de existir en el mundo implica relaciones, esto
es, vínculos sociales y culturales en una simultaneidad de lo sensible con lo no-sensible, de lo
gnóstico y lo metafísico.333
La capacidad y función esencial del símbolo, entonces, se concentra en aquella de interpretar lo
no visible (en cualquiera de sus “manifestaciones”) desde lo visible (captación sensorial). Realiza
esta actividad en la medida que recolecta, interpreta y reúne los distintos planos de la realidad
confiriéndole sentido: articular original y originariamente al ser humano con el mundo, esto es,
cumplir con la coimplicación de las realidades del símbolo que unifica al hombre y el sentido:
mediatiza lo real en términos de lenguaje, generando lo real más allá de lo sensorial y cognoscitivo.
Encima, el esfuerzo hermenéutico tiene que ver con hacer notar que la realidad humana es una
realidad interpretativa a partir de un proceso comprensor cuyo centro es el lenguaje como mediador
universal de sentido, el que tiene un impacto ontológico reconocible a partir de su carácter simbólico
que encuentra su “realización” en la interpretación, en su interpretación.
331
ibid., pág. 511.
Estorquera, José María. ‘Símbolo’, en Ortiz-Osés, Andrés y Lanceros, Patxi dirs. (2004) o.c., págs. 518.
333
VM, pág. 110 y ss.
332
2. El deslizamiento metafórico hacia la figuratividad
El concepto es la revelación figurativa de una metáfora, por ello, el deslizamiento desde un origen
cognoscitivo a un punto de llegada referido a los rasgos que fundan las conceptualizaciones y
reconceptualizaciones de la realidad, es posibilitado por la metáfora (metaphorikós, todo lo
concerniente a los medios de transporte, a la traslación), en tanto que apertura de una visión
alternativa dada por el sujeto cognocente; la metáfora coimplica los diversos elementos que hacen de
la realidad una realidad interpretable a partir de una serie de factores que hacen posible la
comprensión de la misma frente a la ambivalente relación histórica entre logos y metáfora, entre
realidad y aparencialidad. La metáfora es la apertura que libera al sentido de su impronunciabilidad,
mutismo y sordera con que irrumpe en el mundo, a pesar de que suponga una discordancia, pues el
sentido se desliza más allá de las semejanzas y de los reconocimientos, para situarse
impertinentemente gracias a la metáfora. La metáfora amplía el horizonte que demarca lo sabido y
posible, con lo dado y lo imposible.334
Abordamos aquí, el concepto de “metáfora” como clave de apertura al sentido de la
comprensión y articulación de significados a partir de la fusión entre “símbolo” e “historia” como
pistas que desoculten la “figuratividad de(l) sentido” de modernidad, pues lo «que creemos que es la
realidad, y distinguimos de las interpretaciones, es ya el producto de una actividad metafórica.»335
Además, la metáfora entraña símbolos, modelos, arquetipos, ideogramas, como asimismo
representaciones, paradigmas, signos, significados y sentidos.336 Lo que levanta un mecanismo que
permite construir imágenes transportadoras y comprensivas del mundo hacia su sentido, como
también la característica de figuratividad de ciertos “personajes” como “vehículo” que transporte la
interpretación de estos personajes:
«De una cierta forma –metafórica, claro está, y como un modo de habitar– somos el contenido
y materia de ese vehículo: pasajeros, comprendidos y transportados por metáforas. [Pues]
habitamos en la metáfora y […] circulamos en ella como en una especie de vehículo automóvil
no es algo meramente metafórico. […] Ni tampoco propio, literal o usual, nociones que no
estoy confundiendo porque las aproxime, más vale precisarlo inmediatamente. Ni metafórica,
ni a-metafórica, esta “figura” consiste singularmente en intercambiar los lugares y las
funciones: constituye el sedicente sujeto de los enunciados (el hablante o el escritor que
decimos que somos, o quienquiera que crea que se sirve de metáforas y que habla more
metaphorico) en contenido o en materia, y parcial encima, y siempre ya “embarcada”, “en
coche”, de un vehículo que lo comprende, lo lleva, lo traslada en el mismo momento en que el
llamado sujeto cree que lo designa, lo expresa, lo orienta, lo conduce, lo gobierna “como un
piloto en su navío”.»337
Los personajes en tanto que asumen la figuratividad como vehículo de(l) sentido, se ubican
igual que el lenguaje «a medio camino entre las figuras visible de la naturaleza y las conveniencias
secretas de los discursos [como] una revelación escondida y una revelación que poco a poco se
restituye una claridad ascendente.»338
Seguimos en esta perspectiva, la original línea reflexiva abierta por Deleuze y Guattari en lo
referido a los “personajes conceptuales”339, quienes consideran que la labor fundamental de la
filosofía es la de «crear conceptos»340, pero ésta no es una creación que carezca de partes o
334
Vid. Ricoeur, Paul (1985) Hermenéutica y acción: de la hermenéutica del texto a la hermenéutica de la acción. Buenos Aires, Docencia, pág. 85 y
ss.
335
Vattimo, Gianni (2002) Diálogo con Nietzsche. Ensayos 1961-2000. Barcelona, Paidós, pág. 102.
Vid. Eco, Umberto (1990) Semiótica y filosofía del lenguaje. Barcelona, Lumen, pág. 168.
337
Derrida, Jacques (1989) La desconstrucción en las fronteras de la filosofía. La retirada de la metáfora. Barcelona, Paidós, págs. 35-36.
338
Foucault, Michel (1993) o.c., pág. 43.
339
Vid. Deleuze, Gilles y Guattari, Félix (1997) ¿Qué es filosofía? Barcelona, Anagrama, págs. 63-85.
340
ibid., pág. 11.
336
presupuestos, de componentes que lo definen, sino que el concepto «tiene […] una cifra»341, un
código que le revela. Sostenemos que ese código, es la “figuratividad hermenéutica”.
Esta composición se trata de una multiplicidad ordenada por el número de componentes que
salven al concepto del caos de la absolutez, y para ello, «tiene un perímetro irregular, definido por la
cifra de sus componentes [como una] cuestión de articulación, de repartición, de intersección. Forma
un todo, porque totaliza sus componentes, pero un todo fragmentario. Sólo cumpliendo esta
condición puede salir del caos mental, que le asecha incesantemente, y se pega a él para
reabsorberlo.»342 Este perímetro de acción –una acción incorpórea, una intensidad, un acto de
pensamiento, un acontecimiento, una metamorfosis– no posee coordenadas espaciotemporales, ni
referencias esenciales, sino que el concepto «se define por la inseparabilidad de un número finito de
componentes heterogéneos recorridos por un punto en sobrevuelo absoluto, a velocidad infinita»343
con la que opera el pensamiento en un “sobrevuelo” que revisa el estado del concepto o su misma
infinidad. “Infinidad” e “infinitud” establecen los polos en los que el concepto se define y,
paralelamente, en los cabos de “absolutez” y “relatividad”, pues es «absoluto como totalidad, pero
relativo en tanto que fragmentario. Es infinito por su sobrevuelo o su velocidad, pero finito por su
movimiento que delimita el perímetro de los componentes.»344
Destacamos la “composición” conceptual que hace que sus partes los márgenes de su territorio,
pero que a la vez, le dota de la capacidad de visualización externa –“sobrevuelo”–, pues nos habla de
una cierta “mutabilidad” del concepto en el momento en que incorpora, asume, rechaza y luego
cambia incesantemente los componentes, es decir, del acto propio de su peregrinaje entre la
«relatividad y la absolutidad del concepto son como su pedagogía y su ontología, su creación y su
autoposición, su idealidad y su realidad. Real sin ser actual, ideal sin ser abstracto… El concepto se
define por su consistencia, endo-consistencia y exo-consistencia, pero carece de referencia: es
autorreferencial, se plantea a sí mismo y plantea su objeto al mismo tiempo que es creado. […] Por
último, el concepto no es discursivo [ni] proposicional [pues] la proposición nunca es una intensión.
Las intensiones se definen por su referencia […] con el estado de cosas o de cuerpos, así como de las
condiciones de esta relación [que son] extensionales: implican unas operaciones de colocación en
abcisa o de linealización sucesivas que introducen las ordenadas intensivas en unas coordenadas
espaciotemporales y energéticas, de establecimiento de correspondencias de conjuntos delimitados
de este modo. Estas sucesiones y estas correspondencias definen la discursividad en sistemas
extensivos; y la independencia de las variables en las proposiciones se opone a la indisolubilidad de
las variaciones en el concepto. [De ahí que] los conceptos son centros de vibraciones, cada uno en sí
mismo y los unos en relación con los otros […] en tanto que totalidad fragmentarias [son] puentes
móviles […] en estado de perpetua digresión o digresividad.»345
Tanto la indisolubilidad de los componentes referida a los conceptos, como la digresión en su
condición de conector de encrucijadas que se eternizan en la reflexión filosófica, tienen «por único
objeto la indisolubilidad de los componentes por los que [el concepto] pasa una y otra vez, y que
constituye su consistencia»346 en un “plano de consistencia” que es ocupado por “personajes
conceptuales”.
Para los autores, los “personajes conceptuales” son los representantes del filósofo; los
“personajes conceptuales son «“heterónimos” del filósofo, y el nombre del filósofo, el mero
seudónimo de sus personajes. […] El personaje conceptual no tiene nada que ver con una
personificación abstracta, con un símbolo o una alegoría, pues vive, insiste. […] El destino del
filósofo es convertirse en su o sus personajes conceptuales, al mismo tiempo que estos personajes se
341
ibid., pág. 21.
id.
343
ibid., pág. 26.
344
ibid., pág. 27.
345
ibid., págs. 27-29.
346
ibid., pág. 29.
342
convierten ellos mismos en algo distinto de lo que son históricamente, mitológicamente o
corrientemente […].»347
La función principal de los “personajes conceptuales” que queremos rescatar, es la que tiene
que ver con su “relacionalidad”, en la que «los personajes proliferan y se bifurcan, chocan, se
sustituyen»348 en un «sistema de retornos o de relevos perpetuos.»349 Tal función –o capacidad– nos
sirve no sólo como un simple plano, sino como trasfondo en el que resalta la conexión imperceptible
que hace de un “personaje conceptual” una “figura hermenéutica”; no sólo como centro o eje de
vibraciones que mueven sus componentes, sino también como indisoluble conector de líneas
imperceptibles, como aquel que abre los recorridos de la narratividad anclado en la historia, pues la
figuratividad adquirida recoge las representaciones flotantes en los discursos de la historia, se
apropia de aquellas significaciones desatadas de los relatos tradicionales para dejar ver lo
desconocido desde lo conocido, yendo más allá de los límites marcados por las esferas de la realidad,
cruzando impertinentemente las fronteras de lo humano y lo bestial, de lo divino y de lo filosófico,
de lo real y de lo imaginario.
El conjunto de consideraciones precedentes, abren el espacio para observar, que al igual que
con los conceptos, la “figuras hermenéuticas” expresan una actividad de pensamientos compuestos,
un “tejido” de líneas de perspectiva sobre un objeto, una actividad nominal a partir de proposiciones
sobre la realidad. Es la móvil conexión, la innombrable trama en la que somos parte. La
figuratividad, en fin, con-forma y con-firma aquellos vínculos ocultos, clandestinos con el fin de
ampliar nuestra percepción de una realidad plurisignificativa y múltiple en la construcción de
sentido. En este sentido, la metáfora posibilita la tensión entre un “es (como), pero no es”, aun
cuando lo desemejante para poder formar un “nuevo objeto”, resalte su acción antes que su resultado,
es decir, insista en su capacidad de transferencia de sentido más que en su facultad de producción de
sentido: entender la metáfora como núcleo hermenéutico permite diseñar mundos posibles y pensar
mundo imposibles, forzando connotativamente los límites de imágenes dispares o anacrónicas y
ampliando significativamente los alcances de las figuras:
«La carencia humana de disposiciones específicas necesarias para un comportamiento reactivo
frente a la realidad […] su pobreza instintiva, representa el punto de partida para la cuestión
antropológica central, a saber, cómo ese ser, pese a su falta de disposición biológica, es capaz
de existir. La respuesta se puede resumir en la siguiente fórmula: no entablando relaciones
inmediatas con esa realidad. La relación del hombre con la realidad es indirecta, complicada,
aplazada, selectiva y, ante todo, “metafórica”. […] Pero comprender algo como algo concreto
es radicalmente distinto del procedimiento de comprender algo mediante algo distinto. El rodeo
metafórico de mirar, a partir de un objeto temático, a otro distinto, suponiéndolo, de antemano,
interesante, trata a lo dado como algo extraño y a lo otro como lo disponible más familiar y
manejable. Si el valor límite del juicio es la identidad, el de la metáfora es el símbolo; aquí, lo
otro es lo completamente otro, que da poco de sí: nada más que la mera reemplazabilidad de lo
no disponible por lo disponible.»350
La metáfora vehicula verdades, identidades, creencias; reorganiza una misma realidad y/o
descubre otra, revela o devela nuevos elementos y relaciones pre-existentes o ya existentes en la
historia351 «en su retirada (retrait), habría que decir en sus retiradas la metáfora, quizás, se retira, de
la escena mundial, y se retira de ésta en el momento de su más invasora extensión, en el instante en
que desborda todo límite. Su retirada tendría entonces la forma paradójica de una insistencia
indiscreta y desbordante, de una remanencia sobreabundante, de una repetición intrusiva, dejando
347
ibid., págs. 65-66.
ibid., pág. 73.
ibid., pág. 71.
350
Blumenberg, Hans (1999) Las realidades en que vivimos. Barcelona, Paidós, pág. 125.
351
Ricoeur en La metáfora viva investiga sobre la creatividad del lenguaje y su capacidad para incidir en la realidad. La vivificante característica de la
metáfora innova sentidos gracias a su “impertinencia semántica” ante la referencia habitual de un término o literal. La metáfora genera una nueva
referencia, una nueva pertinencia semántica. Vid. Ricoeur, Paul (2001b) La metáfora viva. Trotta-Cristiandad, págs. 93-136.
348
349
siempre la señal de un trazo suplementario de un giro más, de un re-torno y de un re-trazo (re-trait)
en el trazo (trait) que habrá dejado en el mismo texto.»352
De ahí que se le considere a la metáfora como un mecanismo que permite la conceptualización
y reconceptualización del mundo, como también la organización y articulación de “figuras” que
participan en el mundo e interpretar su acción en él.353 Por otra parte, expresa relaciones entre los
componentes de la realidad, siendo capaz de sincronizar, aún atemporalmente, figuras relacionables
o que guarden una interna coherencia y parentesco. De ahí que la metáfora sea una construcción
temporal elaborada en la historia, que se localiza y de la cual se extraen características de la realidad,
con el fin de re-estructurar, modificar, re-conceptualizar lo real desde una óptica interpretativa
abierta. Por ello, se le considera un constructo del lenguaje con el fin de interpretar, es una creación
inesperada atribuida a la historia, «es más la resolución de un enigma que una simple asociación
basada en la semejanza; está constituida por la resolución de una disonancia semántica»354, que en
nuestro caso, sería una disonancia histórica-figurativa que sirve de inagotable fuente de sentido, pues
la metáfora nos dice algo nuevo sobre la realidad y esa narrativa son hilos que la sostienen
indisolublemente.
Las “figuras de significación hermenéutica” que serán trabajadas en la Segunda Parte, tendrán
como propósito fundamental accionar cierta interpretación del transformativo devenir histórico de la
modernidad, y por este motivo, la metáfora y su lenguaje, el símbolo y su significación, y la
genealogía y su perspectiva, invitan a una interpretación metafórica-figurativa que presupone una
contradicción significativa entre sus partes, incluso un “absurdo” que bien pareciera una
autodestrucción significativa, supone más bien, una transformación que aporta un “giro” en la
extensión de significado que la metáfora utiliza para replicar las objeciones y poder interpretar
consistentemente los derroteros de la modernidad a partir de la figuratividad hermenéutica.
¿En qué podemos fundar las conexiones entre símbolo y metáfora, entre hermenéutica y
genealogía? La encontramos en nuestros autores-guía: para Gadamer la condición fundamental del
lenguaje radica en la prevalencia del significado sobre el signo. Es decir, lo objetivo de la palabra no
estriba en la formalización del lenguaje, sino en el despliegue de lo metafórico como condición
esencial del lenguaje. Nietzsche, por su parte, con su concepción del conocimiento a partir del
lenguaje-metáfora de la realidad nutren nuestra propuesta de concebir al eje de “figuratividad” para
entender cómo personajes que representan “símbolos encarnados” e “indicadores genealógicos” –
figuratividad– para la comprensión/interpretación del devenir transformativo de la modernidad.
Más arriba nos referíamos a aquellas consideraciones que hacen del “símbolo” un territorio
cognoscitivo, específicamente en su característica de clave senso-racional que abre zonas o
territorios –trastienda– exclusivos para el ser humano comprensor.
Ricoeur se ha referido a esta conexión entre símbolo y razón con su aforismo de que el
«símbolo da que pensar»355 y lo hace en la medida en que seamos capaces de añadirle una
interpretación cuyo objetivo será el sentido a partir de la interpretación hermenéutica que organizará
los datos vivos provenientes del símbolo. La función metafórico-simbólica de la figuratividad, radica
en que el símbolo dona una actividad racional coimplicada con la acción de interpretar: “da algo por
lo que pensar” y “piensa sobre lo donado”. Esta doble donación articula la capacidad heurística que
posee la narración, pero también abre la implicación de una actividad sensorial: el símbolo “da
pensamiento a la acción” y “acciona al pensamiento” figurativo. Para Ricoeur los símbolos son la
clave de bóveda de la filosofía que se expresan en los mitos pre-ilustrados de la filosofía, son los
presupuestos previos de toda filosofía, y ésta es la actividad reflexiva sobre lo dicho –lenguaje– por
la narración simbólica. El símbolo, con ello, se inserta adentro de la palabra filosófica, del raciocinio
reflexivo que recibe empeñado un “lenguaje figurativo” por parte del símbolo. Ricoeur expresa
352
Derrida, Jacques (1989) o.c., págs. 37-38.
Vid. Maillard, Chantal. ‘Metáfora’, en Ortiz-Osés, Andrés y Lanceros, Patxi (2004) o.c., págs. 352-357; Barrios, Manuel. ‘Metáfora’, en Ortiz-Osés,
Andrés y Lanceros, Patxi (2005) o.c., págs. 383-393.
354
Ricoeur, Paul (2003) Teoría de la interpretación. Discurso y excedente de sentido. México, Siglo XXI, pág. 65.
355
Ricoeur, Paul (1982) Finitud y culpabilidad. Madrid, Taurus, pág. 490.
353
claramente la relación de esta fusión/función del símbolo con la razón/palabra: «[…] la
interpretación es la que puede abrirnos de nuevo las puertas de la comprensión; de esta manera
vuelve a soldarse por medio de la hermenéutica la donación del sentido, característica del símbolo,
con la iniciativa inteligible y racional, propia de la labor crítico-interpretativa.»356 Esta soldadura
«entre el símbolo que da y la crítica que descifra»357 expresa el “círculo hermenéutico de la
comprensión”, es decir, el símbolo sirve de presupuesto previo para la crítica filosófica en aras del
sentido de la racionalidad de los fundamentos de la realidad y de la existencia. Si hay símbolo, hay
interpretación y por ello, habrá comprensión, pues «lo que une a concepto y símbolo es su
indiferencia a la presencia de aquello que se encargan de representar. Mientras que el concepto
tiende potencialmente a la intuición y sigue dependiendo de ella, el símbolo en la dirección contraria,
se distancia de aquello que representa.»358 En el punto medio que mide las distancias de lo
representado, está la figuratividad como eje de presencia/ausencia del sentido.
Al igual que la metaforología, la “hermenéutica figurativa”, «considera [como] una modalidad
auténtica de comprensión de conexiones que no puede circunscribirse al limitado núcleo de la
“metáfora absoluta” [no dispuesta] a “ser sustituida por predicados reales” en el mismo plano del
lenguaje. Podría decirse que se ha invertido la dirección de la mirada: ésta no se refiere ya ante todo
a la constitución de lo conceptuable sino además a las conexiones hacia atrás con el mundo de la
vida, en cuanto sostén motivacional constante de toda teoría […]. En este sentido las metáforas son
fósiles guía de un estrato arcaico del proceso de curiosidad teórica; el hecho de que no haya retorno a
la plenitud de sus estimulaciones y expectativas de verdad no quiere decir que sea anacrónico.»359 La
metáfora compromete a la conciencia y a la teoría a retrovertir la intuición con la que se nutren para
introducir en la realidad los mundos que interpretan y comprenden y, a la vez, ingresar las
comprensiones y las interpretaciones al mundo:
«La metáfora […] no es el añadido subjetivo-fantástico de un observador [al contrario, atribuye
una] incomparable significación situacional.»360
Tal vinculación atisba la relación entre “origen” y “sentido” de la comprensión dada por la
interpretación figurativa o figuración simbólica, es decir, si el “símbolo da que pensar”, la “figura da
para interpretar” montando escenas de producción hermenéutica de las “figuras de significación”.
“Sentido”, “razón mito-lógica”, “comprensión” e “interpretación” son los ejes de nuestra
“figuratividad”, que en la modernidad surgen soterradamente, moldeando su historicidad. En fin, la
hermenéutica no persigue absolutez en la interpretación, sino que aquella aperturidad a la
comprensión de las diversas interpretaciones desplegadas en la historia ante la apabullante
consciencia de que el «proceso del conocimiento se calcula sobre pérdidas»361:
«La hermenéutica se ocupa de aquello que no sólo debe tener o no tener un sentido
determinado, que pueda mantenerse a través de todas las épocas, sino de lo que, justamente por
su polisemia, asume en su significación sus variadas interpretaciones. Ella atribuye a su objeto
la capacidad de enriquecerse mediante una interpretación continuamente nueva, de manera que
aquél base precisamente su realidad histórica en asumir nuevas formas de lectura, en ser
soporte de nuevas interpretaciones. Únicamente con el tiempo y en amplios horizontes
históricos se realiza lo que no puede estar ni ser poseído simultáneamente, de una vez para
siempre, en un estado de univocidad.»362
Como afirma Vattimo, hoy no «existe una historia única, sólo imágenes del pasado proyectadas
desde diferentes puntos de vista. Es ilusorio pensar que existe un punto supremo o comprensivo
356
ibid., págs. 492-493.
id.
Blumenberg, Hans (1995) o.c., pág. 112.
359
ibid., págs. 97-98.
360
ibid., págs. 99-100.
361
ibid., pág. 102.
362
Blumenberg, Hans (2000) La legibilidad del mundo. Barcelona, Paidós, pág. 23.
357
358
capaz de unificar a todos los otros.»363 En otras palabras, se produce una des-unificación de
perspectivas que funda una hermenéutica del sentido que sospecha su camino en la pluralidad de
perspectivas situada en una “coimplicación de contrarios”364 como una “dualéctica” en un maridaje
entre realidad e idealidad figurado por el lenguaje365 «en el que nos encontramos con-diccionados es
el Relato del Ser como Sentido. El Sentido, en efecto, dice relación, logos-reunión, relación de
implicación. […] El lenguaje […] es la topología de un sentido definido como implicación [es] la
explicación implicativa de lo real [que es] caracterización del sentido: explicación implicativa de lo
real, sublimación no-represora de lo subliminal, extracción contracta del Ser»366, que equilibra los
pilares translúcidos en los que se funda el horizonte histórico y de la comprensión perspectivizada.
Capítulo 4
El “sacerdote asceta” y el crepúsculo de(l) sentido moderno (hermenéutica del hacer)
Para Nietzsche toda metafísica, religión y moral desde el punto de vista de la cultura judeocristiana occidental, encarnan las grandes expresiones del racionalismo teórico inaugurado por
Descartes y perpetuado por el criticismo kantiano, que se traducen en prejuicios (equivalentes a
valores, a verdad) de la actitud práctica propia de una determinada moralidad de vida. Estos
prejuicios originan una civilización o cultura determinada por una «moral […] como una voluntad de
poder que se caracteriza como venganza: no es la propuesta de un valor alternativo respecto de otros,
según Nietzsche; sino más bien la negación nihilista de todo valor al mundo, y la consiguiente
voluntad de rebajarlo aún más, despreciándolo y humillándolo»367 desde el instinto de “decadencia”.
La fórmula que expresa el “diagnóstico nietzscheano” sobre nuestra civilización, dictamina que
la civilización judeo-cristiana occidental es una civilización “enferma moralmente” por estar
escindida entre el elemento racional y las raíces terrenales o sensibles de la vida misma en cuanto
“voluntad de poder”. El propósito, el objetivo no son Dios ni el cristianismo ni los sacerdotes –todos
éstos son sólo recursos para situarnos en la perspectiva correcta respecto de su verdadero blanco–
sino la razón teórica metafísica y, precisamente, la metafísica misma y los valores en los que se
funda.368
La primera vía que hemos elegido para dilucidar los alcances de estos cruces o conexiones
secretas entre las “figuras de significación hermenéutica”, es la genealogía que consiste en
retroceder en busca del origen de “bueno” y “malo” en el campo de lo moral y las estrategias de
su hacedor, mentor y administrador del estado del hombre moral de la cultura occidental: su
condición de enfermo que lo condena a la experiencia del vacío de sentido: el “sacerdote asceta” y
su ideal de sacro-dominio del sentido.
Las prolongaciones figurativas que surgen del “sacerdote asceta” continúan y se radicalizan
en la figura del “pastor” somnoliento del (sin)sentido abandonado, sufriendo un extrañamiento de
sí, un retiro de sus funciones, y finalmente, la figura ya entregada a la visión de su destino:
anunciar la ausencia de Dios y que ese destierro se debe a nuestro olvido mortal de los dioses.
1. La moral revisada y el sacro-dominio del sentido
La originalidad del cuestionamiento nietzscheano sobre la moral, radica en montar una reflexión
genealógica que investiga en las originales pulsiones productivas de las interpretaciones morales
de la realidad, como asimismo en la elucidación de la “valoración” de los valores propios de cada
una de las interpretaciones morales, como afirma Deleuze, de las «categorías de una tipología de
363
Vattimo, Gianni (1992c) La sociedad transparente. Barcelona, Paidós, pág. 23.
Ortiz-Osés, Andrés (2003) Amor y sentido. Una hermenéutica simbólica. Barcelona, Anthropos, pág. 99 y ss.
365
Ortiz-Osés, Andrés (1995) Visiones del mundo. Interpretaciones del sentido. Bilbao, Universidad de Deusto, pág. 81.
366
Ortiz-Osés, Andrés (1989) Metafísica del sentido. Una filosofía de la implicancia. Bilbao, Universidad de Deusto, pág. 33.
367
Vattimo, Gianni (1987) o.c., pág. 119.
368
Cfr. Sánchez Meca, Diego (1989) En torno al superhombre. Nietzsche y la crisis de la modernidad. Barcelona, Anthropos.
364
las profundidades»369 de las lógicas de dominación religiosa: monoteísmo, alianza, profecías
inaugurales, el mesianismo, la universalización paulina, cristología y conquista política.370
Un punto explicativo del desarrollo de esta estrategia de interpretación genealógica sobre las
posibles condiciones de emergencia de la tradición moral, de sus relaciones sociales y de sus
proyecciones culturales, epistemológicas, veritativas e identitarias instaladas en la tradición social
judeo-cristiana occidental, lo encontramos en la distinción histórica y psico-espiritual que realiza
Nietzsche, entre “moral del señor” y “moral de esclavos” en una clara alusión a las teorías
morales propuestas por Aristóteles y por Kant, respectivamente:
«En mi peregrinación a través de los sistemas de las numerosas morales, más delicadas o más
groseras, que hasta ahora han dominado o continúan dominando en la tierra, he encontrado
ciertos rasgos que se repiten juntos y que se coligan entre sí de modo regular: hasta que por fin
se me han revelado dos tipos básicos, y se ha puesto de relieve una diferencia fundamental.
Hay una moral de señores y una moral de esclavos. […] Las diferenciaciones morales de los
valores han surgido o bien entre una especie dominante, la cual adquirió conciencia, con un
sentimiento de bienestar, de su diferencia frente a la especie dominada – o bien entre los
dominados, los esclavos y los subordinados de todo grado. […] La especie aristocrática de
hombre se siente a sí misma como determinadora de los valores, no tiene necesidad de dejarse
autorizar, su juicio es “lo que me es perjudicial a mí, es perjudicial en sí”, sabe que es la que
otorga dignidad en absoluto a las cosas, ella es creadora de valores. Todo lo que conoce que
hay en ella misma lo honra: semejante moral es autoglorificación. En primer plano se
encuentran el sentimiento de la plenitud, del poder que quiere desbordarse, la felicidad de la
tensión elevada, la conciencia de una riqueza que quisiera regalar y repartir: – también el
hombre aristocrático socorre al desgraciado, pero no, o casi no, por compasión, sino más bien
por un impulso engendrado por el exceso de poder. […] Las cosas ocurren de modo distinto en
[…] la moral de esclavos. Suponiendo que los atropellados, los oprimidos, los dolientes, los
serviles, los inseguros y cansados de sí mismos moralicen: ¿cuál será el carácter común de sus
valoraciones morales? […] La mirada del esclavo no ve con buenos ojos las virtudes del
poderoso: esa mirada posee escepticismo y desconfianza, es sutil en su desconfianza frente a
todo lo “bueno” que allí es honrado, quisiera convencerse de que la misma felicidad no es allí
auténtica. A la inversa, las propiedades que sirven para aliviar la existencia de quienes sufren
son puestas de relieve e inundadas de luz: es a la compasión, a la mano afable y socorredora, al
corazón cálido, a la paciencia, a la diligencia, a la humildad, a la amabilidad a lo que aquí se
honra, pues éstas son aquí las propiedades más útiles y casi lo únicos medios para soportar la
presión de la existencia. La moral de los esclavos es, en lo esencial, una moral de la utilidad
[…]. La antítesis llega a su cumbre cuando, de acuerdo con la consecuencia propia de la moral
de esclavos, un soplo de menosprecio acaba por adherirse también al “bueno” de esa moral
[…], porque, dentro del modo de pensar de los esclavos, el bueno tiene que ser en todo caso el
hombre no peligroso: es bonachón, fácil de engañar, acaso un poco estúpido, un bonhomme
[buen hombre].»371
Nietzsche, teniendo en mente tres directrices orientadoras, aborda la cuestión moral de la
siguiente manera: la “pregunta”: ¿qué valor tienen los juicios morales de “bueno” y “malvado”?,
¿qué valor tienen la moral, la metafísica, la religión y la ciencia?; el “significado”: ¿son un signo
de empobrecimiento y degeneración de la vida o, por el contrario, en ellos se manifiestan la
plenitud y voluntad de la vida?372 Estas cuestiones se refieren a una pregunta precisa sobre el
valor, a saber: el valor como expresión de voluntad originaria; y, el “método de investigación”:
una necesaria crítica de los valores morales, y para ello se requiere tener conocimiento de las
369
Deleuze, Gilles (2000) o.c., pág. 36.
Vid. Gauchet, Marcel (2005) El desencantamiento del mundo. Una historia política de la religión. Madrid, Trotta, págs. 145-186.
Nietzsche, Friedrich (1993a) o.c., ‘¿Qué es aristocrático?’, §260, págs. 222-226.
372
ibid., §1, págs. 20-22.
370
371
condiciones y circunstancias de las que aquéllos surgieron, en las que se desarrollaron y
modificaron.373 Es importante destacar que el propósito radica en la explicitación de las
condiciones tanto de invención, interiorización e instalación de los valores, más que una
investigación sobre los orígenes de esos valores, es poner en evidencia su historicidad, pues «el
genealogista necesita de la historia para conjurar la quimera del origen.»374
El genealogista se pregunta por la conciencia de la historicidad de los valores y de la
interpretación de los mismos, vale decir, se sumerge en el minuto de emergencia y desarrollo de
las tradiciones históricas que conforman los juicios de valor del ser humano:
«La indicación de cuál es el camino correcto me la proporcionó el problema referente a
qué es lo que las designaciones de lo “bueno” acuñadas por las diversas lenguas pretenden
propiamente significar en el aspecto etimológico: encontré aquí que todas ellas remiten a
idéntica metamorfosis conceptual,–– que, en todas partes, “noble”, “aristocrático” en el sentido
estamental, es el concepto básico a partir del cual se desarrolló luego, por necesidad, “bueno”
en el sentido de “anímicamente noble”, de “aristocrático”, de “anímicamente de índole
elevada”, “anímicamente privilegiado”: un desarrollo que marcha siempre paralelo a aquel otro
que hace que “vulgar”, “plebeyo”, “bajo”, acaben por pasar al concepto “malo”.»375
Veamos el desarrollo nietzscheano bajo la égida de la revisabilidad figurativa de la
modernidad.
En GM376, Tratado Primero: “‘Bueno’ y ‘malo’, ‘malvado’ y ‘bueno’, tratado destinado a
revelar la psicología del cristianismo (el afecto del resentimiento), Nietzsche constata que hasta
entonces se había situado el origen del concepto de “bueno” en aquellas acciones desinteresadas,
calificadas justamente como “buenas” por aquellos que se beneficiaban en su ejecución,
interiorización, realización y difusión. A partir de ello, cuestiona tal tesis considerándola carente
de sentido histórico y de directo contrasentido psicológico, incluso fisiológico o natural. Sostiene
que toda la evidencia histórica y hasta el análisis psicológico más superficial demostrarían que
fueron los “buenos” mismos, vale decir, los nobles377 y poderosos los que gozaban de una
posición y de una mente elevadas, quienes se consideraron y se establecieron arbitrariamente
como “buenos”, extendiendo esta valoración a las condiciones de carácter y a las acciones propias
de quienes pertenecen a ese rango. Este proceso creador, por parte de los aristócratas, es un
proceso natural que se produce al interior de la sociedad que se viene desarrollando desde los
inicios primitivos de la cultura:
«Toda nueva elevación del tipo “hombre” fue hasta hoy obra de una sociedad aristocrática, y se
deberá siempre a una sociedad que tenga fe en la necesidad de una profunda diferencia del
valor de hombre a hombre, y que para llegar a su fin necesite de la esclavitud bajo una u otra
forma. Sin el pathos de la distancia que nace de la diferencia de clases, y del constante
ejercicio del mandar y del tener a los demás oprimidos y lejanos, no sería posible el otro
misterioso pathos, el deseo de ampliar las distancias dentro del alma misma, el desarrollo de
estados anímicos, cada vez más elevados, más varios y lejanos; en una palabra, la elevación del
tipo hombre, el incesante triunfo del hombre sobre sí mismo (para emplear en sentido
supermoral una fórmula moral). Y no hay que hacerse ilusiones humanitarias acerca del origen
de una sociedad aristocrática (y por tanto, acerca de la elevación del “tipo hombre”); la verdad
373
ibid., §2, págs. 22-23.
Foucault, Michel (1988) o.c., pág. 11.
375
GM, I, 4-5, págs. 33-36.
376
Vid. Nietzsche, Friedrich (1994b) Ecce homo o cómo se llega a ser lo que se es. Madrid, Alianza, págs. 109-110. Nietzsche presenta en estas
páginas su «arte de la sorpresa [de un] contraideal [la] transvaloración de todos los valores.»
377
Vid. GC, I, §55, ‘La última nobleza del alma’, pág. 103. Un “nuevo conocimiento” que Nietzsche lo utiliza para facilitar la contradicción desde la
comprensión forzosa de este nuevo acontecimiento, y lo hace en cuatro tesis, la de la “simplicidad objetivista”, la “ilusorio-moral”, la de la “venganza”,
y la de la “decadencia”. Las cuatro tesis giran en torno a la imposibilidad de concebir “otra realidad” y menos de demostrar, Vid. Nietzsche, Friedrich
(1994c) Crepúsculo de los ídolos o cómo se filosofa a martillazos. Madrid, Alianza, §6, págs. 49-50.
374
es dura. Digamos, sin circunloquios, cómo comenzó en la Tierra toda civilización noble y
elevada. Hombres de naturaleza primitiva, bárbaros en el sentido más terrible de la palabra,
hombres de rapiña, con indómita fuerza de voluntad, con ardiente deseo de dominar, se
precipitaban sobre las razas más débiles, más civilizadas, que se ocupan en el comercio o en el
pastoreo, o sobre otras civilizaciones decrépitas que gastan las últimas energías de la vida en
espléndidos fuegos artificiales del espíritu y de la corrupción. La casta aristocrática fue siempre
en sus comienzos la raza bárbara, y su preponderancia debe buscarse, no en la fuerza física,
sino en la fuerza del espíritu: eran hombres más completos (bestias más completas).»378
A partir de ese sentimiento de pertenencia a un rango superior y colmados de un “pathos de
la distancia” frente a la plebe, captaron como parte de su facultad como señores el derecho de
crear valores y a darles nombres379 gracias a la acción «vieja hembra engañadora»380 de la
gramática.
Lo que se afirma, es que la palabra “bueno” no habría estado así, en su origen, ligada a las
acciones desinteresadas ni a aquellos a los que, a través de ellas se les mostraba bondad.
Fundamenta tal interpretación en el significado etimológico de los términos “bueno” y “malo” en
diversos idiomas. La totalidad de significados muestran una misma “metamorfosis conceptual”:
“noble”, “aristocrático”, en el sentido social, constituye siempre el concepto básico a partir del
cual se desarrolla el “bueno” ya internalizado, en el sentido de con “alma aristocrática”, con “alma
superior”. A partir de este concepto inicial, esencialmente positivo, surge por contraposición el de
“malo”, en el sentido común: “plebeyo”, “mal nacido”, “inferior”, “infeliz”, etc.
Nos encontramos, pues ante dos conceptos valóricos o valorizaciones internalizadas de los
que, el primario u original, es el “bueno” entendido como afirmación espontánea de una forma de
existencia, la del “noble”, la del “poderoso”. El segundo, el “malo” presenta, en cambio, un
carácter secundario o derivado, ofrece junto con su sentido peyorativo frente a lo bajo, lo sucio, lo
común, una especie de condescendencia y piedad hacia el mal nacido, el infeliz, el que no goza de
la misma realidad que la del noble.
Ahora bien, existen otras perspectivas o valoraciones que reconocen otro origen en
sociedades pasadas donde la casta dominante, la aristocrática fue la sacerdotal. Sus características
tanto físicas como psíquicas serían muy diferentes de las de la nobleza generadora del binomio de
valores ya descritos. Mientras la casta aristocrática expresa su “voluntad de poder” en una vida
volcada hacia la actividad libre y robusta, dedicándose a la guerra, la caza, la danza, a todo lo que
expresa energía vital, por su parte la casta sacerdotal, generalmente débil físicamente e
introvertida en lo psíquico, tiende alternadamente a la cavilación y a las explosiones emocionales.
No posee capacidad guerrera e imponer abiertamente su “voluntad de poder”, y esta impotencia
hace de los sacerdotes los enemigos más temibles, pues genera el odio y la búsqueda de vías
arteras y sutiles de dominación.
Se desprende entonces, que un concepto que denota un alma superior, se deriva siempre del
desarrollo de uno que denota superioridad política. Así, la exteriorización de los sentimientos que
alzan al sujeto a un nivel espiritual “superior”, vendría siendo la política, la participación
jerarquizante en el poder derivado y temporal, no necesariamente representativo del rango
“inferior” de cada ser humano.
Nietzsche, Friedrich (1993a) o.c., ‘¿Qué es aristocrático?’, §257, págs. 219-220.
«Antes bien, fueron “los buenos” mismos, es decir, los nobles, los poderosos, los hombres de posición superior y elevados sentimientos quienes se
sintieron y se valoraron a sí mismos y a su obrar como buenos, o sea, como algo de primer rango, en contraposición a todo lo bajo, abyecto, vulgar y
plebeyo. Partiendo de este pathos de la distancia es como se arrogaron el derecho de crear valores, de acuñar nombres de valores: ¡qué les importaba a
ellos la utilidad!» GM, I, 2, pág. 31.
380
Nietzsche, Friedrich (1994c) o.c., ‘La `razón´ en la filosofía’, §5, pág. 49.
378
379
Las sociedades en las cuales la casta aristocrática es la casta sacerdotal, no constituyen una
excepción a esta regla: marcación de la distancia y del rango. Allí, dicha casta, es una descripción de
sí misma, enfatiza un predicado que evoca su función sacerdotal. El término “puro”, que
originariamente correspondía a una asignación meramente exterior: la observación de ciertas normas
higiénicas, llegará a interiorizarse y, enfrentándose a “impuro”, adquirirá una connotación moral.
Este contexto servirá para conceptualizar un “bueno” y un “malo” profundamente moralizados; con
ello la humanidad habrá pasado desde su pre-historia moral, durante la cual ser moral consistía en
respetar la tradición con sus costumbres, y la inmoralidad consistía en transgredirlas, hacia la etapa
moral propiamente tal, donde harán su aparición el sentimiento de culpa y pecado.381
Con los judíos comienza en la moral la rebelión de los esclavos, mediante la inversión de la
identificación aristocrática de los valores; ahora los miserables son los buenos, los pobres, los
impotentes, los bajos, etc.382:
«La rebelión de los esclavos en la moral comienza cuando el resentimiento mismo se
vuelve creador y engendra valores: el resentimiento de aquellos seres a quienes les está vedada
la auténtica reacción, la reacción de la acción y que se desquita únicamente con una venganza
imaginaria. Mientras que toda moral noble nace de un triunfante sí dicho a sí mismo, la moral
de los esclavos dice no, ya de antemano, a un “fuerte”, a un “otro”, a un “no-yo”, y ese no es lo
que constituye su acción creadora […] su acción es, de raíz, reacción.»383
La moral de esclavos, que hace “bueno” lo que resulta de la propia impotencia, se funda en el
supuesto engañoso de que tras la acción hay un sujeto libre, cuya debilidad se debe a una única e
inevitable realidad, sino a un logro voluntario, querido, elegido: un mérito. Para esto se duplica el
hacer y se supone que detrás de todo hacer hay un hacer-hacer, es decir, un agente, en suma, un
“alma”. De no mediar este engaño, no habría bueno ni malvado: el fuerte sólo podría actuar como
fuerte y el débil como débil.384 Así, los conceptos morales de “conciencia”, “culpa”, “deber” y otros,
tienen su origen en la esfera del derecho de las obligaciones. Las formas básicas de cambio y
comercio dieron lugar a la relación contractual entre acreedor y deudor; ello supuso previamente la
larga tarea de educar al hombre para hacer promesas, contrariando con ello su natural capacidad de
olvido, indispensable para el orden anímico y la tranquilidad. La falla en cumplir promesas originó la
pena, cuyo objetivo primario fue beneficiar al acreedor defraudado con la oportunidad para hacer
sufrir al deudor un daño equivalente al perjuicio sufrido:
«el perjudicado cambiaba el daño, así como el desplacer que éste le producía, por un
extraordinario contra-goce: el hacer-sufrir.»385
El prototipo de esta sociedad aristocrático-sacerdotal, es el pueblo judío como el
protagonista de la revolución de los esclavos en moral y representante de la intencionalidad oculta
de la moral cristiana, pues al oponerse a sus enemigos y conquistadores e impulsados por el odio
de la impotencia y de la milenaria interiorización cultural, no se conformaron sino con una radical
inversión de todos los valores nobles, vale decir, con el acto de venganza más grandioso y
espiritual ocurrido en la historia386. Invirtiendo la ecuación valórica aristocrática que identificaba
al “bueno”, al “amado de Dios” con el noble, el poderoso, el hermoso, el feliz, se establece ahora
una nueva equivalencia: el “bueno” es sólo el impotente, el humilde, el pobre, el sufriente, el
infeliz; sólo éstos son los amados por Dios. Los poderosos y los nobles son ahora los malvados,
crueles e impíos, los sin Dios, quienes serán condenados y malditos por toda la eternidad.
Vid. GC, III, §135, ‘Origen del pecado’, pág. 166-167.
GM, I, 6-9, págs. 36-42.
383
GM, I, 10, págs. 42-43.
384
GM, I, 13, págs. 51-53.
385
GM, II, 6, pág. 75.
386
«La indignación moral es la clase más pérfida de venganza.» Nietzsche, Friedrich (2003b) o.c., 54, pág. 80.
381
382
Esta revolución de los esclavos en moral, comienza cuando el resentimiento llega a ser creador
e institucionalizador de valores que surge como expresión del triunfo de la “transvaloración de todos
los valores”, sobre todos los demás ideales, sobre los ideales más nobles:
«El resentimiento: Por tu culpa, por tu culpa… Acusación y recriminación proyectiva. Si
soy débil e infeliz, es por tu culpa. La vida reactiva se sustrae a las fuerzas activas, la reacción
deja de “actuar”. La reacción se convierte en algo sentido, en “resentimiento”, que se ejerce
contra todo lo que es activo. Se hace que la acción sienta “vergüenza”: la vida misma es
acusada, separada de su potencia, separada de lo que puede.»387
La moralidad noble se desarrolla a partir de una triunfante afirmación de sí misma; el modo
de valorar noble actúa y crece espontáneamente desde esta afirmación. Su concepto valórico
negativo “malo”, que se identifica con bajo, común, es sólo una imagen secundaria, derivada por
contraste, de su concepto básico positivo lleno de vida y pasión. Ser incapaz de tomar demasiado
en serio por mucho tiempo los propios enemigos, los propios accidentes e incluso, los propios
delitos, constituiría el signo de estas naturalezas fuertes, enteras, en las que hay un exceso de
poder para formar, para reponerse, para olvidar. En medio de ellas podría darse, si es posible que
exista el auténtico “amor al prójimo”, ya que el noble siente reverencia hacia su enemigo, que es
su igual, y esta reverencia es lo que lo conecta con el amor.
La moralidad del esclavo, en cambio, no actúa ni crece espontáneamente, necesita de la
existencia de un medio hostil en el que asentarse, luego contra el cual reaccionar y finalmente ante el
que revelarse. El hombre del resentimiento no olvida, se calla, espera provisionalmente humilde. Una
raza de tales hombres está destinada a llegar a ser más inteligente que la raza noble, y honrará más la
inteligencia, pues la concibe como una herramienta para una condición de importancia y rango.
Nos referimos a que el hombre del resentimiento, lejos de sentir reverencia por su enemigo,
lo concibe como malvado, pero este “malvado” es su propia creación, su acto, su concepto básico
contrapuesto del cual extraerá secundariamente el concepto de “bueno”. Este “malvado” de la
moralidad esclava será, precisamente el “bueno” de la moralidad noble, el poderoso, el hermoso y
feliz. He aquí la inversión de valores del resentimiento, la cual denota una alteración de las
perspectivas de valoración moral, social y política. Trueque que surge de la gozosa afirmación de
la propia “voluntad de poder”, la cual enfrentada a la que nace, no de la afirmación de sí misma,
sino de la negación de la otra, de su opuesta.
Esta inversión se completa con la elaboración del concepto “bueno”. En él, los hombres del
resentimiento identifican la debilidad con la bondad, la impotencia con la virtud y finalmente, se
identifica con el “malo” de la moral noble. Hablamos aquí sobre dos pares de valores contrarios
entrecruzados: para la moral noble, el concepto primario de “bueno” se identifica con el concepto
primario de “malo” en la moral esclava y, por su parte, el concepto derivado de “malo” en la moral
noble, es identificado con el concepto derivado de “bueno” para la moral esclava.
Pero no se trata sólo de una inversión de valores morales, hay además, un matiz de diferencia
traducido en el concepto “malvado” que reemplaza al “malo” en un sentido espiritual. Lo malo y lo
bueno no se han moralizado, han pasado a ser, respectivamente, culpa y mérito del actor y no
destino, condición de rango, situación de nacimiento. Ha nacido el alma y el libre albedrío. La
debilidad, que es la esencia del hombre del resentimiento, aparece asumida voluntariamente, como si
el hombre del resentimiento pudiera no ser débil y, sin embargo, lo eligiera. Como si el poderoso, el
fuerte pudiera elegir no serlo. Como si el ave de rapiña fuera culpable de su condición, y el cordero
fuera meritorio por la suya.
En GM, Segundo Tratado: “‘Culpa’, ‘mala conciencia’ y similares”, tratado destinado a
desenmascarar la psicología de la conciencia (crueldad), esencialmente la conciencia culpable que
se vuelve hacia dentro, que se vuelve contra sí misma.
387
Deleuze, Gilles (2000) o.c., pág. 36.
La tendencia natural, sana, instintiva del hombre como animal, es el olvido. Tal como un
organismo sano digiere sus alimentos sin problemas, la mente animal digiere sus experiencias sin
que queden residuos molestos. Sin embargo, el hombre para sus relaciones sociales de
intercambio, tuvo que hacerse confiable, predecible, tuvo que crearse una memoria para llegar a
tener el derecho de que le sea lícito hacer promesas al inspirar confianza en su promesa y
cumplimiento. Este derecho, expresado en la orgullosa conciencia de sí mismo como individuo
soberano y libre, es el fruto tardío de un largo aprendizaje producido en torno a las relaciones
contractuales entre “acreedor” y “deudor”. Se habrían formado los conceptos morales de “culpa”,
“deber” y “justicia”, entrelazándose por primera vez las ideas de “culpa” y “sufrimiento”.
A lo largo de la mayor parte de la historia humana, el castigo no era impuesto al que actuaba
mal o equivocadamente, porque se lo consideraba responsable de su acción, no se castigaba a
partir del supuesto de que sólo el culpable merece castigo. Más bien, se lo ejercía como una
manera de desahogar el enojo provocado por un daño o injuria. Paulatinamente fue surgiendo la
idea de convalidación, es decir, de que toda injuria tiene su equivalente y “puede” ser pagada,
aunque no sea con el sufrimiento de quien la infringe. La idea de esta equivalencia entre injuria y
sufrimiento habría extraído su fuerza de la relación contractual entre “acreedor” y “deudor”. Este
es el terreno donde fue planteado las promesas necesarias, la severidad, la crueldad y el dolor que
fueron los instrumentos que crearon la memoria para aquellos que prometían.
Para inspirar confianza en su promesa de pagar, para grabar el pago como un deber en su
propia conciencia, el deudor pactaba un contrato con el acreedor mediante el cual se comprometía
–si llegaba a fallar en la cancelación estipulada– a compensarlo con algo que él poseyera: parte de
su cuerpo, su esposa, su libertad, su vida, e incluso, dadas ciertas premisas religiosas, su descanso
eterno. Especialmente, el acreedor podía infringir un daño en el cuerpo del deudor: mutilar tanto
como pareciera acorde con la magnitud de la deuda. Fueron surgiendo así, evaluaciones exactas,
legales de las partes del cuerpo en función de estas consideraciones, una suerte de “pago eterno”,
más allá de la vida terrenal frente a un “deuda eterna” pactado con Dios y administrado por el
“sacerdote asceta”.
De tal manera, el sentimiento de deuda, de obligación personal y la relación de deuda y
sufrimiento se originaron en la relación personal al interior de esta relación contractual. Además, en
este terreno es donde el hombre, al poner precio y establecer equivalencias, se autopercibió en su
característica esencial, a saber: como animal que valora y nombra valores. Surge así, el concepto de
“justicia” en su sentido más elemental, es decir, como la buena voluntad entre las partes enfrentadas,
cuando tienen aproximadamente igual poder para llegar a un acuerdo o pacto a una equivalencia
satisfactoria para ambas partes e imponer acuerdos a los que tiene menos poder.
Esta relación contractual se da también al interior de la comunidad, pues sus miembros
gozan de las ventajas de la vida comunitaria, y se comprometen a acatar sus normas. Si se
infringen, se falla a la promesa, perjudicando al acreedor (comunidad, sociedad), quien deja caer
sobre éste la fuerza de su poder excluyéndolo de su seno y, por tanto, de las ventajas que
disfrutaba. Al crecer el poder y la confianza de la comunidad en sí misma, las transgresiones
pierden importancia, porque no representan ya un grave peligro para el todo social. Se empezará a
buscar equivalencias y a considerar todo crimen, toda ofensa como esencialmente compensables.
Las leyes penales se moderan, el acreedor se humaniza, hasta que la proporción de injuria que
puede tolerar sin daño llega a ser una medida de su riqueza y poder. Una sociedad que adquiriera
una total seguridad de sí misma podría permitirse el no castigar a los que intentan dañarla. Así
pues, la justicia no se origina en los sentimientos reactivos, sino en la idea de venganza.
Dondequiera que se practique la justicia, se descubre una fuerza que ha buscado la manera de
poner límites a la furia sinsentido del resentimiento entre los más débiles. Para ello ha inventado e
impuesto arreglos, ha establecido equivalencias para las injurias a través de normas. El acto
principal que el poder supremo realiza contra el resentimiento es la institución de la ley, la
declaración imperativa de lo que es permitido como justo y lo que es prohibido como injusto. Una
vez establecida la ley, las transgresiones constituyen ofensas a la ley misma y, a través de ella, al
poder supremo, con lo que despersonaliza el acto ofensivo, la injuria.
Los conceptos de “justo” e “injusto” existen pues, en su pleno desarrollo sólo a partir de la
constitución de la ley. Lo justo e injusto “en sí”, carecen de sentido, pues ninguna injuria, asalto,
explotación o destrucción puede ser injusta, ya que la vida opera esencialmente a través de la
injuria, el asalto, la explotación y la destrucción. Las condiciones legales que dan origen a los
conceptos de “justo” e “injusto” constituyen una restricción parcial de la voluntad de la vida, que
es “voluntad de poder” y no representan sino un medio para lograr un poder mayor. Un orden
legal que fuera concebido como soberano y universal, como un medio para prevenir toda lucha y
no como un medio para la batalla entre complejos de poder, sería un principio hostil a la vida.
Durante un período muy largo de la historia humana, a la largo de toda la etapa pre-moral,
el sentimiento de culpa lejos de ser promovido por el castigo habría sido entorpecido por él. La
contemplación de los procedimientos judiciales y ejecutorios habría convencido al criminal de
que el tipo de su acción como tal no era reprensible; veía exactamente las mismas acciones al
servicio de la justicia, aprobadas y aplicadas con tranquilidad de conciencia. Por otra parte, los
jueces mismos no consideraban a los condenados como personas culpables, sino más bien como
piezas irresponsables del destino. Así, la persona que recibía el castigo, a su vez, lo recibía como
parte del destino, sin otro desasosiego interior debido a la aparición de un imprevisto poco
afortunado.
El origen de la “conciencia culpable” debemos pues, buscarlo en otro sitio.
La conciencia es una grave enfermedad contraída por el hombre bajo la tensión del cambio
más fundamental que jamás haya experimentado: el cambio que ocurrió cuando encontró recluido
entre las murallas de la sociedad, sometido a las condiciones de la civilización, violentado por la
exigencia de la paz y el acuerdo. El hombre, ese semi-animal bien adaptado al pillaje, a la guerra,
al vagabundeo, se encuentra de pronto, con que todos sus instintos han perdido valor y han
quedado “suspendidos”. Sus infalibles impulsos reguladores inconscientes, que lo habían guiado
hasta entonces pierden eficacia. Sólo queda inferir, coordinar causa y efecto. Los antiguos
instintos, sin embargo, no dejan de plantear sus exigencias, sólo que es ya imposible satisfacerlos
y hay que buscarles gratificaciones subterráneas.
Esos instintos, impedidos de descargarse hacia fuera como antes, se internalizan:
«La mala conciencia: Por mi culpa… Momento de la introyección. Desde el momento en que
se ha pescado la vida, como con un anzuelo, las fuerzas reactivas pueden regresar a sí mismas.
Ellas interiorizan la culpa, se llaman culpables, convidan a la vida entera a reunirse, adquieren
el máximo poder contagioso –forman comunidades reactivas.»388
La hostilidad con la crueldad, la alegría de perseguir, de atacar y de destruir se vuelven
contra el poseedor de esos instintos, dando origen a la conciencia culpable. Este nacimiento de
una conciencia que se percibe como autoculpable por sentimientos donados e invertidos, origina
el olvido de sí no-natural. El cambio al que se hace referencia y que trajo como consecuencia el
surgimiento de la conciencia culpable, no es un cambio gradual ni voluntario; no presentó una
adaptación orgánica a nuevas condiciones, sino que fue un quiebre, un salto brusco, una
compulsión. Fue una situación instituida por un acto de violencia, sostenida y perfeccionada por
otros actos de violencia más sutiles. El “estado primitivo” surgió así, como una temible tiranía,
como una máquina represiva carente de todo remordimiento; como resultado de la acción de una
388
id.
raza conquistadora que, organizada para la guerra, impone su dominio sobre un pueblo quizás
superior en número, pero aún informe y nómada en lo social y cultural.
En las comunidades tribales originales, la generación viva reconocía siempre un deber jurídico
hacia las generaciones anteriores, especialmente hacia la primera, la fundadora de la tribu. Reinaba la
convicción de que sólo a través de los sacrificios y acciones de los antepasados había llegado la tribu
a existir; se debía pues, retribuirles con acciones y sacrificios que los honraran. Se reconocía así, una
deuda que crecía constantemente, ya que esos antepasados seguían de forma permanente protegiendo
a la tribu. De tal forma, el temor hacia el antepasado y su poder crecía con el poder de la tribu, que a
través del uso de la imaginación creadora del miedo creciente, fueron introducidos en el reino de lo
divino. El antepasado se transfiguró en Dios. Finalmente, con la aparición del Dios cristiano, como la
máxima concepción de Dios alcanzada, el sentimiento de endeudamiento culpable adquiere también,
su máxima expresión. La deuda irredimible exige que Dios se pague a sí mismo, que se sacrifique
por la culpa de la humanidad. Dios, como el único ser que puede redimir al hombre de aquello que
ha llegado a ser irredimible para el hombre mismo: el acreedor que se sacrifica por el amor del
deudor.
Lo que ha sucedido aquí, es que esa crueldad reprimida e internalizada del animal-hombre,
de esa criatura aprisionada para ser domada, hace surgir la conciencia de culpa para herirse a sí
misma cuando ve bloqueada la descarga natural de este deseo de herir y llevar su autotortura al
máximo grado de severidad y rigor: culpa ante Dios. Ve en Dios la antítesis total de sus propios
instintos animales y los reinterpreta como una forma de culpa ante Dios, como rebelión contra el
“Señor”, el “Padre”. Extrae de sí toda la negación de su propia naturalidad y realidad, bajo la
forma de una afirmación, de algo existente y real, más allá y eternidad, como Dios el Santo, Dios
el Juez, Dios el Verdugo, como tormento sin fin, como infierno.
Esta raza de señores no conoce el sentimiento de culpa ni la consideración. No es en ellos
donde se desarrolla la conciencia culpable, pero sin el poder triunfante no habría aparecido tal tipo de
conciencia. El instinto de libertad retrotraído a un estado de latencia, reprimido y encarcelado por
ellos, se ve obligado a descargarse sobre sí mismo. Esto y sólo esto es la conciencia culpable en sus
comienzos. Fundamentalmente, se trata de la misma fuerza reactiva mediante la cual la raza
conquistadora impone una forma al pueblo, sólo que aquí el material sobre el que trabaja dicha
fuerza, es el mismo hombre que la detenta y no otros hombres. Crea así, la conciencia culpable y los
ideales negativos: los ideales ascéticos.
Llegamos así, en GM, al Tratado Tercero “‘¿Qué significan los ideales ascéticos?’”, tratado
consignado a desnudar la psicología del ideal ascético como aquel Ideal que funde moral y
conocimiento, encarnado en la figura genealógica capital: el “sacerdote asceta”.
En el momento en que los oprimidos, los maltratados, los rebajados se exhortan entre sí,
indignados se dicen con la astucia propia de los impotentes: seamos diferentes de los “malvados”,
seamos “buenos” y se es bueno el que no ofende, el que no daña a nadie, el que no se venga
personalmente y deja la venganza a Dios; aquel que espera poco de la vida, el paciente, el humilde,
el justo. Sin embargo, esta constatación de la propia debilidad se ha revestido, gracias al autoengaño
de la impotencia, con el disfraz ostentoso de la resignación y del logro voluntario.
La declaración de los nuevos ideales, es la que forja a los ideales del resentimiento: la
impotencia que no puede desquitarse se presenta como “bondad de corazón”, la vileza como
“humildad”, la sujeción a los que se odia como “obediencia” exigida por Dios, la cobardía como
“paciencia” y la ineptitud para vengarse como “perdón”, e incluso, como “amor” al prójimo. La
miseria se convierte en signo de elección y predilección por parte de Dios como aquella
preparación para la prueba –vivir la “fe” en la “esperanza”– para alcanzar la compensación del
“Juicio Final” que anuncia la venida del “Reino de Dios”.
El ideal ascético es pues, un arma en la lucha que se establece contra el dolor sordo y constante
del sinsentido y la desesperanza propias de la vida. Sin embargo, resulta ser un artificio de la
voluntad de la vida, una ficción e ilusión de la “voluntad de poder” que, antes de enfrentarse a la
nada y aniquilarse, escoge esta expresión enferma y decadente de valoración y vinculación. Es aquel
ideal que desprecia esta vida y extiende su mirada del final y de sus objetivos en un “más allá”. Un
ideal sinónimo a “nada”, pues ha sido elevado como el ideal y avalado por la divinidad que está por
encima de la vida terrenal. La espiritualidad ascética elevó su espíritu dominante como garantía de su
ideal, pues es «sabido cuales son las tres pomposas palabras del ideal ascético: pobreza, humildad,
castidad.»389 Así, este ideal produce un efecto inhibitorio de los contrarios de estas tres “cualidades”
humanas y todo desvío de esta regla es causa de sanciones divinas y autosanciones físicas:
«El ideal ascético: momento de la sublimación. Lo que finalmente quiere la vida débil o
reactiva es la negación de la vida. Su voluntad de poder es voluntad de nada, como condición
de su triunfo. La voluntad de nada, al revés, sólo tolera la vida débil, mutilada reactiva: estados
cercanos a cero. Se fragua entonces la inquietante alianza. La vida será juzgada según valores
piadosos llamados superiores a la vida: aquellos valores piadosos se oponen a la vida, la
condenan, la conducen a la nada; solamente prometen la salvación a las formas más reactivas,
más débiles y más enfermas de la vida. Ésta es la alianza del Dios-Nada y del HombreReactivo. Todo se ha vuelto al revés: los esclavos se llaman señores, los débiles se llaman
fuertes, la bajeza se denomina nobleza. Se dice que alguien es noble y fuerte porque carga:
carga con el peso de los valores “superiores”, se siente responsable. Incluso con la vida, sobre
todo con la vida, le parece duro cargar. Las evaluaciones son deformadas hasta tal punto que ya
no se puede ver que el cargador es un esclavo, que con lo que carga es con una esclavitud, que
el portalastres es un endeble –lo contrario de un creador, de un bailarían.»390
En síntesis, la función y característica fundamentales del ideal ascético, es que hizo alcanzar a
los sentimientos humanos un estado valórico “en sí”, desvirtuando su naturaleza y emigrándolos de
la tierra a un sitio ultraterreno, haciendo surgir una moral como “contranaturaleza”391. Además,
paralizando el movimiento natural de los valores en una llamada “vida contemplativa”, en la
aceptación muda de las culpas inocentes y en la elevación de la búsqueda de la verdad en el error –
donde la razón resulta el «autoescarnio ascético de la razón»392–, es desde donde se deriva la función
del “sacerdote asceta”: la del salvador predestinado de esta vida. Su misión histórica consiste en
aliviar el sufrimiento, en dominarlo y con este fin se esfuerza por alterar la dirección del
resentimiento393 y combate sólo el desconcierto del sufriente, no combate la causa del sufrimiento y
la verdadera enfermedad que son la conciencia culpable, el sentimiento de culpa y el “pecado”. El
«dominio sobre quienes sufren en su reino»394, es su felicidad y se sirve de algunos medios para
manejar la dirección de los sentimientos del que sufre y, sobre todo, del instinto de autosuperación.
Los medios utilizados por el “sacerdote asceta” para este combate, son los “inocentes” y los
“culpables”. Respecto de los primeros, los ideales ascéticos tienden a abolir o, por lo menos, a
minimizar el deseo, con el fin de reducir la vitalidad a un estado de hibernación, con ello se
produce un embotamiento hipnótico de la “sentitividad”, de la capacidad de sufrimiento por
medio de la actividad mecánica, de la laboriosidad, desviando la atención del que sufre sobre la
causa del sufrimiento. Para ello, prescribe un pequeño placer, fácilmente alcanzable, que puede
constituir un recurso frecuente y aplicarse en combinación con las medidas anteriores: el “placer
de dar placer”, es decir, “hacer el bien”, “ayudar”, “aliviar”, “consolar”, en una palabra,
“solidarizar”. Los medios “culpables”, están apoyados en una especie de orgía del sentimiento que
despierta al hombre de su melancolía y espanta, por un tiempo, al dolor bajo la atracción de un
sentido, de una interpretación y justificación religiosa del sufrimiento. En Dios radica el resguardo
389
GM, III, 8, pág. 126.
Deleuze, Gilles (2000) o.c., pág. 37.
391
Nietzsche, Friedrich (1994c) o.c., págs. 56-59.
392
GM, III, 12, pág. 138.
393
GM, III, 15, pág. 147.
394
GM, III, 15, pág. 148.
390
y consuelo finales, en Él está la explicación del “porque” del sufrimiento. Tratan sólo de algún
desenfreno de los sentimientos: consisten en sacar «el alma humana de todos sus quicios,
sumergirla en terrores, escalofríos, ardores y éxtasis, de modo que se despliegue, como
fulminantemente, de toda la pequeñez y mezquindad propias del desplacer, del letargo, del
fastidio.»395 El principal ardid en este sentido es, por cierto, aprovecharse del sentimiento de
culpa, que aquí cobra la forma de “pecado”.396
Con todo, se trata de la explotación del sentimiento de culpa mediante una inversión en la
dirección del resentimiento. Todo el que sufre busca una causa de su sufrimiento y un agente sobre el
cual desahogar su frustración. Vagando sin encontrar las razones que lo aliviarán, recibe por fin de
un pastor un indicio acerca de la causa de su dolor: debe buscar en sí mismo alguna culpa, debe
entender su sufrimiento como castigo, una experiencia sufriente justificada completamente desde la
lógica ascética y su administración. Este es, precisamente, el significado del ideal ascético: algo le
faltaba al hombre, pero su problema central no era el sufrimiento mismo, sino la carencia de sentido
de tal sufrir, la carencia de respuesta y explicación a las preguntas: “¿por qué sufro?”, “¿qué o cuál es
la causa de este sufrimiento?”, “¿quién es el responsable de tal sensación de culpabilidad?”.
Recapitulemos, afirmando que el carácter central del ideal ascético, es que ofreció un sentido al
hombre397 con el cual interpretar su sufrimiento: su existencia adquirió valor, y su voluntad una
finalidad, pues la voluntad humana se funda en la huída del horror vacui, en la posibilidad de la nada
aunque esa posibilidad sea una “nada” disfrazada: esa voluntad necesita una meta –y prefiere querer
la nada a no querer–398:
«fue necesario un artista de ficción, capaz de aprovecharse de la ocasión, y de dirigir la
proyección, de conducir la acusación, de operar la inversión […]. El que adiestra al
resentimiento, el que lleva la acusación y conduce cada vez más lejos la empresa de venganza,
el que se atreve a invertir los valores, es el sacerdote. Y particularmente el sacerdote judío, el
sacerdote bajo su forma judaica. Él, maestro en dialéctica, es quien […] forja las premisas
negativas. Él es quien concibe el amor, un nuevo que los cristianos se toman por su cuenta,
como la conclusión, la coronación, la flor venenosa de un increíble odio. […] Sin él, el esclavo
jamás habría sabido elevarse por encima del estado bruto del resentimiento. […] Su voluntad
es voluntad de poder, su voluntad de poder es el nihilismo.»399
2. El sacerdote y la mutación del ideal ascético
Insistamos en este punto medular para nuestra interpretación o afán hermenéutico. Nietzsche
considera al ideal ascético a partir de su origen, justamente cuando se encontraba al servicio de la
espiritualidad y la salud del alma, en cuanto “instinto dominante” que imponía sus exigencias a
todos los demás instintos humanos que estaban bajo la atenta mirada de lo divino, lo que
implicaba un desprecio o desvalorización de todo lo relacionado con el “mundo terrenal”,
“sensible” bajo la promesa de salvación del cristianismo y su moral como “virtud”:
«Mírese de cerca la vida de todos los espíritus grandes, fecundos, inventivos, siempre se
volverá a encontrar en ella, hasta cierto grado, esas tres cosas [pobreza, humildad, castidad]. En
modo alguno, ya se entiende, como si fueran acaso sus “virtudes” ––¡qué tiene que ver con
virtudes esa especie de hombres!––, sino como las condiciones más propias y más naturales de
su existencia óptima, de su más bella fecundidad.»400
395
GM, III, 20, pág. 162.
GM, III, 20, págs. 163-164.
397
GM, III, 28, pág. 185.
398
GM, III, 2, pág. 114.
399
Deleuze, Gilles (1994) o.c., págs. 177-178.
400
GM, III, 8, pág. 126.
396
El “sacerdote asceta”, buscando aligerar su existencia, resulta sumiso ante una voluntad ajena,
y ello no significa necesariamente, obediencia o renuncia al dominio, sino que todo lo contrario,
presume un medio eficaz para ejercerlo. El ascetismo es por ello, sintomático de una enfermedad: la
“decadencia” y, por ello, es además la forma esencial de nihilismo como voluntad de nada:
autonegación, compasión y sacrificio donde la voluntad se vuelve contra la vida. Su ejercicio y sus
métodos dan lugar a una interiorización represiva de instintos y a la mala consciencia. El sujeto al no
descargar externamente sus instintos externamente, éstos se vuelven imbuidos de espíritu de
venganza, desencadenando la enfermedad del resentimiento. Pero no sólo nace el ascetismo como
imperio del instinto de espiritualidad, sino que, exacerbado, se eleva como condición de posibilidad
social de tal espiritualidad y forjadora de una cultura que rinde tributo al dolor:
«La condición inactiva, meditativa, no-guerrera, de los instintos de los hombres
contemplativos provocó a su alrededor durante mucho tiempo una profunda desconfianza:
contra ésta no habría otro recurso que inspirar decididamente miedo […] Como hombres de
épocas terribles que eran, hicieron esto con medios terribles: la crueldad consigo mismos, la
automortificación rica en invenciones […] La actitud apartada de los filósofos, actitud
peculiarmente negadora del mundo, hostil a la vida, incrédula con respecto a los sentidos,
desensualizada, que ha sido mantenida hasta la época más reciente y que por ello casi ha valido
como la actitud filosófica en sí,–– esa actitud es sobre todo una consecuencia de la precariedad
de condiciones en que la filosofía nació y existió en general.401»
Sobre la vida ascética, se formulan las siguientes observaciones:
«Esta vida es puesta por [los sacerdotes ascetas] en relación con una existencia
completamente distinta, de la cual es antitética y excluyente, a menos que se vuelva en contra
de sí misma, que se niegue a sí misma: en este caso, el caso de una vida ascética, la vida es
considerada como un puente hacia aquella otra existencia. El asceta trata la vida como un
camino errado, que se acaba por tener que desandar hasta el punto en que se comienza.»402
Una vida puramente ascética, es una autocontradicción:
«en ella domina un resentimiento sin igual, el resentimiento de un insaciado instinto y
voluntad de poder que quisiera enseñorearse, no de algo existente en la vida, sino de la vida
misma […] en ella la mirada se vuelve rencorosa y pérfida, contra el mismo florecimiento
fisiológico […] en cambio, se experimenta y se busca un bienestar en el fracaso, la atrofia, el
dolor, la desventura, lo feo, en la mengua arbitraria, en la negación de sí, en la autoflagelación,
en el autosacrificio.»403
Esta autocontradicción es considerada «fisiológica y ya no psicológicamente, un puro
sinsentido […] Y para contraponer a ella brevemente la realidad de los hechos, digamos: el ideal
ascético nace del instinto de protección y de salud de una vida que degenera, la cual procura
conservarse por todos los medios y lucha por conservarse; es indicio de una paralización y
extenuación fisiológica parciales, contra las cuales combaten constantemente, con nuevos medios e
invenciones, los instintos más profundos de la vida, que permanecen intactos […] el ideal ascético es
una estratagema en la conservación de la vida»404:
«El no que el hombre dice a la vida saca a la luz, como por arte de magia, una
muchedumbre de síes más delicados; más aún, cuando se producen una herida a sí mismo este
maestro de la destrucción, de la autodestrucción,–– a continuación es la herida misma la que le
constriñe a vivir […]. Es el hecho de que ese mismo ideal haya podido dominar sobre el
hombre y enseñorearse de él […] se expresa una gran realidad, la condición enfermiza del tipo
de hombre habido hasta ahora, al menos del hombre domesticado, se expresa la lucha
401
GM, III, 10, págs. 133-135.
GM, III, 11, pág. 136.
GM, III, 11, pág. 137.
404
GM, III, 13, págs. 139-140.
402
403
fisiológica del hombre con la muerte (más exactamente: con el hastío de la vida, con el
cansancio, con el deseo del “final”) […] la condición enfermiza es normal en el hombre.»405
Nietzsche en GM bosqueja entonces, la hipótesis de que el “sacerdote asceta” no logra de
verdad una cura real, cosa que, por lo demás, probablemente no ha pretendido. Todo se reduce a una
cierta organización de los enfermos, la preservación de los más sanos y la separación de éstos de
aquellos incurables. El caso es que se presenta una enfermedad fisiológica, que es interpretada como
dolor anímico, el que, a su vez, por otra interpretación –causal–, exige un origen de tal padecer, más
aún, un causante responsable sobre el cual poder desahogar los efectos:
«Existe una larga escalera de la crueldad religiosa, que consta de numerosos peldaños;
pero tres de éstos son los más importantes. En otro tiempo la gente sacrificaba a su dios seres
humanos, acaso precisamente aquellos a quiénes más amaba […]. Después, en la época moral
de la humanidad, la gente sacrificaba a su dios los instintos más fuertes que poseía, la
“naturaleza” propia; esta alegría festiva brilla en la cruel mirada del asceta, del hombre
entusiastamente “antinatural”. Finalmente, ¿qué quedaba todavía por sacrificar? ¿No tenía la
gente que acabar sacrificando alguna vez todo lo consolador, lo santo, lo saludable, toda
esperanza, toda creencia en una armonía oculta, en bienaventuranzas y justicias futuras?, ¿no
tenía que sacrificar a dios mismo y, por crueldad contra sí, adorar la piedra, la estupidez, la
fuerza de gravedad, el destino, la nada? Sacrificar a Dios por la nada – este misterio paradójico
de la crueldad suprema ha quedado reservado a la generación que precisamente ahora surge en
el horizonte: todos nosotros conocemos ya algo de esto.»406
El sacerdote modifica la dirección del resentimiento, y dice al enfermo: “¡tú mismo eres el
culpable!” Con esto, se salva la vida, sin embargo no se cura la enfermedad407, la “medicación”
ascética no tiende a curar enfermedades, sino a «combatir el desplacer de la depresión, a aliviarlo, a
adormecerlo»408:
«Si quieres una vida fácil, quédate siempre con el rebaño. ¡Olvídate de ti mismo en el
rebaño! ¡Ama al pastor, y honra las fauces de su perro!»409
En su manejo de los sentimientos, y en específico de las fuerzas reactivas, el “sacerdote asceta”
oferta acciones –consejos, lecciones, dictámenes– con el fin de combatir el “placer” en inhibir las
acciones desajustadas respecto a sus recomendaciones: destacaremos los medios no-culpables o
“consuelos”, se pueden encontrar, por ejemplo: la depresión del sentimiento vital, en lo posible la
disminución casi completa de cualquier deseo, de todo querer, lo que encuentra su supremo estado en
la “redención” o ausencia total de sufrimiento; otro es la actividad maquinal, el trabajo, la
regularidad, la obediencia, un modo de vida estable; asimismo la prescripción de “pequeñas
alegrías”, como la caridad, el amor al prójimo; y, finalmente, la actividad gregaria o “formación de
un rebaño” y el cuidado de su “voz”.
Capítulo 5
El “pastor de la metafísica” y el enigma: ¿aún modernidad? (hermenéutica del pensar)
La modernidad adolece en su función operativa para cargar de sentido a la historia y lo que
consideramos aún más importante, incapaz de asignarle un sentido a la historia moderna sobre el
sujeto actual. En la operación de transferencia de sentidos desde la orgánica espiritual medieval a
la mecánica racional moderna, se produjeron fugas, escapes, filtraciones que el debate sobre la
405
GM, III, 13, págs. 140-141.
Nietzsche, Friedrich (1993a) o.c., ‘El ser religioso’, §55, págs. 80-81.
407
GM, III, 15-16, págs. 146-150.
408
GM, III, 20, pág. 162.
409
Nietzsche, Friedrich (2006) La hora del gran desprecio. Fragmentos póstumos (Otoño, 1882-Verano, 1883). Madrid, Biblioteca Nueva, 4 [38], pág.
27; «La moralidad es el instinto de rebaño en el individuo.» GC, III, §116, ‘Instinto de rebaño’, pág. 155.
406
superación de la modernidad o sobre la liberación del proyecto inconcluso de la modernidad, han
posibilitado. Como un guardián que se ha quedado dormido en sus funciones, la modernidad ha
sido indolente en su operatividad de sentidos, lo que denominamos como el “enigma moderno”
por descifrar: su principio de revisabilidad no operativo.
La segunda vía de acceso y de aproximación a las claves ocultas que metamorfosean a la
modernidad, es la de “pastor de la metafísica” y la categoría de “enigma” como reverso de la
metafísica que en Nietzsche «es un juego donde anida una violencia»410, al igual que el símbolo,
es el provocador de la inteligencia, es aquel estímulo vital de las pulsiones ante las insinuaciones,
ante la máscara que profundiza (oculta) al sentido, y «este reconocimiento de la simulación, del
embozo, de la máscara en suma, es justamente lo que vincula el planteamiento nietzscheano con
el enigma y con el símbolo»411:
«Y en verdad lo que vi no lo había visto nunca. Vi a un joven pastor retorciéndose,
ahogándose, convulso, con el rostro descompuesto, de cuya boca colgaba una pesada
serpiente412 negra.
¿Había visto yo alguna vez tanto asco y tanto lívido espanto en un solo rostro? Sin duda
se había dormido. Y entonces la serpiente se deslizó en su garganta y se aferraba a ella
mordiendo.
Mi mano tiró de la serpiente, tiró y tiró: – ¡en vano! No conseguí arrancarla de allí.
Entonces se me escapó un grito: “¡Muerde! ¡Muerde!
¡Arráncale la cabeza! ¡Muerde!” – éste fue el grito que de mí se escapó, mi horror, mi
odio, mi nausea, mi lástima, todas mis cosas buenas y malas gritaban en mí con un solo grito. –
¡Vosotros, hombres audaces que me rodeáis! ¡Vosotros, buscadores indagadores, y
quienquiera de vosotros que se haya lanzado con velas astutas a mares inexplorados!
¡Vosotros, que gozáis con enigmas!
¡Resolvedme, pues, el gran enigma que yo contemplé entonces, interpretadme la visión
del más solitario!
Pues fue una visión y una previsión: – ¿qué vi yo entonces en símbolo? ¿Y quién es el
que algún día tiene que venir aún?
¿Quién es el pastor a quien la serpiente se le introdujo en la garganta? ¿Quién es el
hombre a quien todas las cosas más pesadas, más negras, se le introducirán así en la garganta?
– Pero el pastor mordió, tal como se lo aconsejó mi grito; ¡dio un buen mordisco! Lejos
de sí escupió la cabeza de la serpiente –: y se puso de pie de un salto. –
Ya no pastor, ya no hombre, – ¡un transfigurado, iluminado, que reía! ¡Nunca antes en la
tierra había reído hombre alguno como él rió!
Oh hermanos míos, oí una risa que no era risa de hombre, – – y ahora me devora una sed,
un anhelo que nunca se aplaca.
Mi anhelo de esa risa me devora: ¡oh, cómo soporto el vivir aún! ¡Y cómo soportaría el
morir ahora!–»413
¿Qué muestra aquí esta “visión”? ¿Qué se ve más allá de lo obvio pero en forma de enigma?
¿Qué es lo que subyace bajo el manto simbólico de la escena de la segunda “figura de
significación” hermenéutica de la metamorfosis?:
«Muchos de los significados de este discurso resultan enigmáticos (y Zaratustra mismo los
presenta como tales). Pero al menos está claro que, aquí [el] pastor debe morder la cabeza de la
Colli, Giorgo (1988) o.c., ‘Enigma y competición’, pág. 129.
Ávila, Remedios (1999) Identidad y tragedia. Nietzsche y la fragmentación del sujeto. Barcelona, Crítica, pág. 98.
La serpiente es con el águila, los animales de Zaratustra, que simbolizan la alianza del “eterno retorno” cuando ésta se enrolla al cuello del águila,
pero «la serpiente desenrollada expresa lo que hay de insoportable y de imposible en el Eterno Retorno, en tanto que se lo tome por una certidumbre
natural según la cual “todo regresa”.» Deleuze, Gilles (2000) o.c., pág. 53. La serpiente representa energía y fuerza pura repartida por los elementos de
la naturaleza; el águila es su complemento para la realización superior de las oscuras intenciones de la serpiente.
413
Z, III, ‘De la visión y el enigma’, págs. 231-232.
410
411
412
serpiente (un símbolo de la circularidad y del anillo eterno) liga misteriosamente la idea del
retorno a una decisión que el hombre debe tomar, y en base a la cual, solamente, el hombre se
transforma.»414
El sentido del texto entonces está claro: la “visión” del tiempo no como infinitud, ni como
sucesión infinita, sino como “totalidad actual”, tiene un primer momento horrible, intolerable,
pero que dibuja el horizonte de la decisión por recuperar la circulación de instantes en el devenir
histórico. En ese momento la ilusión de la infinitud temporal se introduce en nosotros, y al estar
dormidos, se aferra. Sólo una acción podrá salvarnos: la de cortar y escupir la cabeza de la
infinitud nihilizadora y decadente expresado en los principios y causas primeras de la metafísica;
cuál sea la cabeza, eso se hará más claro en virtud de los indicios subsiguientes. La acción –por su
parte–, es ella misma posible sólo como salud, es una manifestación de salud. En todo caso, si el
hombre corta y escupe la infinitud él se transfigura, se ilumina, deviene “superhombre”: ese el
precisamente el sentido de la risa, y de la seriedad de que la realidad no es racionalidad e
infinitud, sino puro azar y eternidad:
«El peso más pesado. Suponiendo que un día, o una noche, un demonio te siguiera en la más
solitaria de tus soledades y te dijera: “Esta vida, tal como la has visto y estás viviendo, la
tendrás que vivir otra vez, otras infinitas veces; y no habrá en ella nada nuevo, sino que cada
dolor y cada placer y cada pensamiento y suspiro y todo lo indeciblemente pequeño y grande
de tu vida te llegará de nuevo, y todo en el mismo orden de sucesión e igualmente esta araña y
este claro de luna por entre los árboles, e igualmente este instante, y yo mismo. El eterno reloj
de arena de la existencia es dado vuelta y una y otra vez – ¡y a la par suya tú, polvito de
polvo!” ¿No te arrojarías al suelo rechinando los dientes y maldiciendo al demonio que así te
habló? O has experimentado alguna vez un instante tremendo en que le contestarías: “¡eres un
dios y jamás he oído decir nada tan divino!” Si esa noción llegara a dominarte, te transformaría
y tal vez te aplastaría tal y como eres. ¡La pregunta ante todas las cosas: “¿quieres esto otra vez
y aún infinitas veces?” ¡pesaría como peso más pesado sobre todos tus actos! O ¿cómo
necesitarías amarte a ti mismo y a la vida, para no desear nada más que esta última y eterna
confirmación y ratificación?»415
No debe haber equivocación al respecto: la “visión” muestra que todas las cosas que ocurren
suceden por puro azar y no ocurren en sucesión ordenada, sino como totalidad que se hace
presente en cada instante. Y aquí reside el valor del instante: en que el instante hace presente la
totalidad. Por cierto que, esto es difícilmente comprensible como idea, como explicación, en
definitiva, como teoría. Además de ello, está lo horrible evocado en la imagen del rostro del
“pastor”: el azar, el acaso, que posiblemente se libra de ser el completo caos por ese poco de razón
y sabiduría que dispone. No es extraño que, considerando tal visión/perspectiva, el visionario
pugne por volver al orden, a la racionalidad y a la finitud que ahora aparecen como “salvadoras”
de su embarazosa situación de violencia desgarradora. Sin embargo, para salvarse auténticamente,
es decir, para devenir “superhombre”, se hace necesario morder y tirar de la serpiente y de todas
las “significaciones” que guarda. Se hace necesario, en suma, aceptar y asumir la vida de cara al
azar; pero no sólo eso, sino que, primariamente, es necesario querer cada hecho azaroso, y querer
la totalidad que se expresa en cada hecho azaroso. La “voluntad de poder” triunfante, según esto,
es que “quiere el todo” y por ello “quiere cada cosa”.
La visión del más solitario: pensar a la sombra de la modernidad y pensar desde la sombra
de la modernidad; la perspectiva del más solitario: sentir con la sombra de la modernidad y sentir
fuera de la sombra de la modernidad. Es la visión de la modernidad autodeterminándose en la
historia como aquel anhelo de superación de su pasado metafísico y de sus conatos
414
415
Vattimo, Gianni (1987) o.c., pág. 109.
GC, IV, §341, ‘El peso más pesado’, pág. 250.
trascendentales, pero colapsada, agobiada por su destino, tensada entre la tradición y la novedad
que le exige cumplir con su palabra/promesa. Lo desconcertante de la visión y de la acción del
“pastor”, es la obediencia a los gritos de Zaratustra, que despiertan en él la necesidad terrible de
despejar los atascos de su boca y respiración, para alcanzar la superación y la risa. No hay otra
opción: la propia vida o la misma muerte, la liberación o el sojuzgamiento, la risa o la vergüenza,
la petrificación de la identidad o el vértigo de la superación, el sentido o la desentización de la
existencia. Para la modernidad no hay punto de retorno, pues se ha convertido en el eje de
eternidades “hacia atrás” y “hacia delante”, y este eje proyecta una sombra, la sombra del
progreso enmascarado que no sabe su destino:
«–Viajero, ¿quién eres tú? Veo que recorres tu camino sin desdén, sin amor, con ojos
indescifrables; húmedo y triste cual una sonda que, insaciado, vuelve a retornar a la luz desde
toda profundidad – ¿qué buscaba allá abajo? –, con un pecho que no suspira, con un labio que
oculta su náusea, con una mano que ya sólo con lentitud se aferra a las cosas: ¿Quién eres tú?
¿Qué has hecho? Descansa aquí: este lugar es hospitalario para todo el mundo – ¡recupérate! Y
seas quien seas: ¿Qué es lo que ahora te agrada? ¿Qué es lo te sirve para reconfortarte? Basta
con que lo nombres: ¡lo que yo tenga te lo ofrezco! – “¿Para reconfortarme? ¿Para
reconfortarme? Oh tú, curioso, ¡qué es lo que dices! Pero dame, te lo ruego –”. ¿Qué? ¿Qué?
¡Dilo! – “¡Una máscara más! ¡Una segunda máscara”…»416
La máscara es la contraseña para recorrer el camino del sentido, escuchar los rumores
orientadores hacia el horizonte de la interpretación, y así poder deambular por la realidad nihilizada,
y habiendo sido descubierto el “sacerdote asceta” se sirve de una segunda máscara para permanecer
en el tráfico de significaciones. La rogativa es altamente dramática, pues el viajero lo que busca no
es la reconfortante verdad de ser quien es, de alcanzar la certeza de saber quién es, sino la cómoda y
supletoria certeza de interpretar a otro personaje en la historia. El viajero-asceta viene de las
profundidades húmedas de la oscuridad histórica, con las manos temblorosas por lo que hizo con
ellas, con la boca avergonzada, camina desolado y cansado, busca –ruega– una segunda máscara.
1. La visión y la sombra de la modernidad: la globalización entre la revelación y la validación
La modernidad ha corrido una suerte similar a la experiencia del “pastor de la metafísica”, que
cansada, se le ha metido en la boca la serpiente negra del retro-progreso mítico, y ve que ya no
cumple su misión: salvaguardar al sujeto racional que domina la naturaleza. Lo que ahora ve, es a
un sujeto subyugado por su sed de dominio, ahora lo que se ve, es la sombra del sujeto que se alza
no como su negatividad, sino como su presencia y condición en una modernidad radicalizada por
el proceso de modernización, un sujeto hiperracionalizado y cargado de una ciega confianza en la
razón que le extraña del sentido. El advenimiento del moderno sujeto racional viene emparejado
de un destino bajo la forma huidiza y lábil, que suscita pensamientos y acciones, símbolos y
significaciones, fenómenos y procesos que expresan la mecánica de la nueva forma de
funcionamiento de la cultura occidental como parámetro cultural.
El negativizado símbolo de “sombra” como lo opuesto a la vitalidad espiritual, es trabajado
por Nietzsche417 desde la interiorización y exteriorización corpórea, un símbolo que resulta
fascinante a la hora de conectar “modernidad” con “tiempo” e “historia”:
416
Nietzsche, Friedrich (1993a) o.c., §278, págs. 243-244.
«La sombra viajera: Es la actividad de la cultura, que ha buscado, en todas partes, realizar su objetivo (el hombre libre, seleccionado, amaestrado):
en el reino de Dios, en el conocimiento, en la felicidad, etc. En ninguna parte ha logrado su objetivo, porque ese objetivo mismo es una Sombra. Ese
objetivo, el Hombre superior, es el mismo algo fallido, algo malogrado. Es la sombra de Zaratustra, en absoluta otra cosa que su sombra, que le sigue a
todas partes, pero desaparece en las horas importantes de la Transmutación, Medianoche y Mediodía.» Deleuze, Gilles (2000) o.c., pág. 60.
417
«Mas apenas acababa de irse el mendigo voluntario y volvía Zaratustra a estar solo
consigo mismo cuando oyó a su espalda una nueva voz: ésta gritaba “¡Alto! ¡Zaratustra!
¡Aguarda! ¡Soy yo, oh Zaratustra, yo, tu sombra!” […]
¿Mi sombra me llama? ¡Qué importa mi sombra! ¡Que corra detrás de mí!, yo – escapo
de ella.”
Así habló Zaratustra a su corazón y escapó de allí. Mas aquel que se encontraba detrás de
él lo seguía: de modo que muy pronto hubo tres que corrían uno detrás de otro, a saber, delante
el mendigo voluntario, luego Zaratustra y en tercero y último lugar su sombra.418 […]
¿Le es lícito a Zaratustra tener miedo de una sombra? También me parece, a fin de
cuentas, que ella tiene piernas más largas que yo.”
Así habló Zaratustra, riendo con los ojos y con las entrañas, se detuvo y volvióse con
rapidez – y he aquí que al hacerlo casi arrojó al suelo a su seguidor y sombra: tan pegada iba
ésta a sus talones, y tan débil era. Mas cuando la examinó con los ojos se espantó como si se le
apareciese de repente un fantasma: tan flaco, negruzco, hueco y anticuado era el aspecto de su
seguidor.
“¿Quién eres?, preguntó Zaratustra con vehemencia, ¿qué haces aquí? ¿Y por qué te
llamas a ti mismo mi sombra? No me gustas.”
“Perdóname, respondió la sombra, que sea yo; y si no te gusto, bien, ¡oh Zaratustra!, en
eso te alabo a ti y a tu buen gusto.
Un caminante soy que ha andado ya mucho detrás de tus talones: siempre en camino,
pero sin una meta, también sin un hogar […].
¿Cómo? ¿Tengo que continuar caminando siempre? ¿Agitado, errante, arrastrado lejos
por todos los vientos? […]
En todas las superficies he estado ya sentado, en espejos y cristales de ventanas me he
dormido, semejante a polvo cansado: todas las cosas toman algo de mí, ninguna me da nada, yo
adelgazo, – casi me parezco a una sombra.
Pero a ti, oh Zaratustra, es a quien más tiempo he seguido volando y corriendo, y aunque
de ti me ocultase he sido, sin embargo, tu mejor sombra: en todos los lugares en que has estado
sentado tú, allí estaba también sentado yo.
Contigo he andado errante por los mundos más lejanos, más fríos, semejante a un
fantasma que corre voluntariamente sobre tejados invernales y sobre nieve.
Contigo he aspirado a todo lo prohibido, a lo peor, a lo más remoto: y si hay en mí algo
que sea virtud, eso es el no haber tenido miedo de ninguna prohibición.
Contigo he quebrantado aquello que en otro tiempo mi corazón veneró, he derribado todos los
mojones y todas las imágenes, he perseguido los deseos más peligrosos, – en verdad, por
encima de todos los crímenes he pasado corriendo alguna vez.
Contigo perdí la fe en palabras y valores y en grandes nombres. Cuando el diablo cambia
de piel, ¿no se despoja también de su nombre? […]
“Nada es verdadero, todo está permitido”: así me decía yo para animarme. En las aguas
más frías me arrojé de cabeza y de corazón. […]
¡Ay, dónde se me han ido todo el bien y toda la vergüenza y toda la fe en los buenos!
¡Ay, dónde se ha ido aquella mentida inocencia que en otro tiempo yo poseía, la inocencia de
los buenos y de sus nobles mentiras!
Con demasiada frecuencia, en verdad, he seguido de cerca a la verdad, pegado a sus pies:
entonces ella me pisaba la cabeza. A veces yo creía mentir, y, ¡mira!, sólo entonces acertaba –
con la verdad.
Interesante es la aparición de otro triple grupo de “figuras de significación hermenéutica”, la de “mendigo voluntario”, el mismo Zaratustra y la
“sombra”, y su vinculación con las “figuras” que hemos venido trabajando, pues la relación entre “sacerdote asceta” y “mendigo voluntario” es clara y
no llama a equívocos en su felicidad animada por el resentimiento y la mala conciencia; por su parte, la figura de Zaratustra se puede conectar sin
reparos a la idea de custodio, y finalmente, la de sombra, se puede enlazar con la lobreguez del “hombre loco” con su mortífera vociferación.
418
Demasiadas cosas se me han aclarado: y ahora nada me importa ya. Nada vive ya que yo
ame, – ¿cómo iba a continuar amándome a mí mismo?
“Vivir como me plazca, o no vivir en absoluto”: eso es lo que quiero yo, eso es lo que
quiere también el más santo. Mas ¡ay!, ¿tengo yo ya – placer en algo?
¿Tengo yo – todavía una meta? ¿Un puerto hacia el que naveguen mis velas?
¿Un buen viento? Ay, sólo quien sabe hacia dónde navega sabe también qué viento es
bueno y cuál es el favorable para su navegación.
¿Qué me ha quedado ya? Un corazón cansado y desvergonzado; una voluntad inestable;
alas para revolotear; un espinazo roto.
Esta búsqueda de mi hogar: oh Zaratustra, lo sabes bien, esta búsqueda ha sido mi
aflicción, que me devora.
“¿Dónde está – mi hogar?” Por él pregunto y busco y he buscado, y no lo he encontrado.
¡Oh eterno estar en todas partes, oh eterno estar en ningún sitio, oh eterno – en vano!»
Así habló la sombra, y el rostro de Zaratustra se fue alargando al escuchar sus palabras.
“¡Tú eres mi sombra!, dijo por fin con tristeza.»419
La sombra de la modernidad, es la irrenunciabilidad por el Progreso y la obcecación del
Progreso: la globalización como expresión de que el mundo industrial moderno se ha convertido en
el modo de dominación omnipotente que ha conseguido unidimensionalizar al ser humano, reducirlo,
enjaularlo.
Traigamos a colación –como forma de introducirnos en el marco histórico de la modernidad
globalizada–, algunos pasajes de sorprendente actualidad teórica y de agudeza visionaria sobre los
ritmos transformativos de la sociedad contemporánea como un sistema de poder totalitario: la
denuncia de Marcuse sobre los males de nuestra época, como afirma Habermas: «la ciega lucha por
la existencia, la competitividad despiadada, la productividad despilfarradora, la represión engañosa,
la falsa virilidad y la brutalidad cínica»420:
«Las necesidades políticas de la sociedad se convierten en necesidades y aspiraciones
individuales, su satisfacción promueve los negocios y el bienestar general, y la totalidad parece
tener el aspecto mismo de la Razón. Y sin embargo, esta sociedad es irracional como totalidad.
Su productividad destruye el libre desarrollo de las necesidades y facultades humanas, su paz
se mantiene mediante la constante amenaza de guerra, su crecimiento depende de la represión
de las verdaderas posibilidades de pacificar la lucha por la existencia en el campo individual,
nacional e internacional. Esta expresión, tan diferente de la que caracterizó las etapas anteriores
y menos desarrolladas de nuestra sociedad, funciona hoy no desde una posición de inmadurez
natural y técnica, sino más bien desde una posición de fuerza. Las capacidades (intelectuales y
materiales) de la sociedad contemporánea son inmensamente mayores que nunca. Nuestra
sociedad se caracteriza antes por la conquista de las fuerzas sociales centrífugas por la
tecnología que por el terror, sobre la doble base de una abrumadora eficacia y un nivel cada
vez más alto.»421
Para Marcuse la moderna sociedad industrial basada en la superproducción, esconde un
irracionalismo básico: poner a los seres humanos al servicio de un aparto de producción erigido
ahora en fin en sí mismo. Junto con lo anterior, Marcuse revela el declive de un sujeto que, al
renunciar a la promesa utópica de la modernidad, coincide sus intereses con las formas de vida de
la sociedad capitalista, posterga la emancipación y el cosmopolitismo prometido por el proyecto
de la Ilustración al espacio de una conciencia desencantada. La crítica marcuseana tiene como
centro fundamental a la sociedad capitalista, en el hecho de haber sustituido el principio de
realidad por el principio de rendimiento o rentabilidad, y con ello haber desviado a la tecnología
Z, IV, ‘La sombra’, págs. 370-374.
Habermas, Jürgen. ‘La psique al termidor y el renacimiento de la subjetividad rebelde’, en Giddens, Anthony et al. (1991) Habermas y la
modernidad. Madrid, Cátedra, pág. 111.
421
Marcuse, Herbert (1994) El hombre unidimensional. Ensayo sobre la ideología de la sociedad industrial avanzada. Barcelona, Ariel, págs. 19-20.
419
420
de su finalidad principal: la liberación del ser humano. Dominación y explotación son la nueva
forma de relación del sujeto con la naturaleza instrumentalizada.
Marcuse insiste en la idea de irracionalidad totalitaria de la operación racional de la
sociedad industrial avanzada, que se caracteriza por la creciente pérdida de libertades individuales
y en la filtración dogmática de que esta “inversión” traerá beneficios insospechados para la
sociedad en su conjunto:
«Cuanto más racional, productiva, técnica y total deviene la administración represiva de la
sociedad, más inimaginables resultan los medios y modos mediante los que los individuos
administrados pueden romper su servidumbre y alcanzar su propia liberación. […] El rasgo
distintivo de la sociedad industrial avanzada es la sofocación efectiva de aquellas necesidades
que requieren ser liberadas –liberadas también de aquello que es tolerable, ventajoso y
cómodo– mientras que sostiene y absuelve el poder destructivo y la función represiva de la
sociedad opulenta. Aquí, los controles sociales exigen la abrumadora necesidad de producir y
consumir el despilfarro; la necesidad de un trabajo embrutecedor cuando ha dejado de ser una
verdadera necesidad; la necesidad de modos de descanso que alivian y prolongan ese
embrutecimiento; la necesidad de mantener libertades engañosas tales como la libre
competencia a precios políticos, una prensa libre que se autocensura, una elección libre entre
marcas y gadgets [artilugios, aparatos].»422
La tecnología ha transformado la realidad y con ello, transforma también la percepción que
tiene el individuo de sí mismo y de las posibilidades de realización, de las relaciones sociales y de
su entorno, incluida, paradojalmente, la tecnología misma:
«La tecnología sirve para instituir formas de control social y de cohesión social más efectivas y
más agradables [y] como tal no puede ser separada del empleo que se hace de ella; la sociedad
tecnológica es un sistema de dominación que opera ya en el concepto y la construcción de
técnicas […] conforme el proyecto se desarrolla, configura todo el universo del discurso y la
acción, de la cultura intelectual y material. En el medio tecnológico, la cultura, la política y la
economía, se unen en un sistema omnipresente que devora o rechaza todas las alternativas. La
productividad y el crecimiento potencial de este sistema estabilizan la sociedad y contienen el
progreso técnico dentro del marco de la dominación. La razón tecnológica se ha hecho razón
política.»423
Las innovaciones producidas por la entrada de las sociedades industriales avanzadas, hacen
posible mejoras en la calidad de vida material de los seres humanos, pero que sin embargo, ven
simultáneamente, depotencializadas zonas o necesidades vitales, tales como aquellas que guardan
especial relación con lo simbólico y el horizonte de sentido que abre:
«Una ausencia de libertad cómoda, suave, razonable y democrática, señal del progreso técnico,
prevalece en la civilización industrial avanzada. ¿Qué podría ser, realmente más racional que la
supresión de la individualidad en el proceso de mecanización de actuaciones socialmente
necesarias aunque dolorosas; que la concentración de empresas individuales en corporaciones
desigualmente provistos; que la reducción de prerrogativas y soberanías nacionales que
impiden la organización internacional de los recursos? Que este orden tecnológico implique
también una coordinación política e intelectual puede ser una evolución lamentable y, sin
embargo, prometedora.»424
La promesa del progreso con su espejismo en las realizaciones materiales y espirituales de
la racionalidad progresivo-instrumental, define a las sociedades en su fase de avance industrial:
422
ibid., pág. 37.
ibid., págs. 26-27.
424
ibid., pág. 31.
423
«Las áreas más avanzadas de la sociedad industrial muestran estas dos características: una
tendencia hacia la consumación de la racionalidad tecnológica y esfuerzos intensos para
contener esta tendencia dentro de las instituciones establecidas. Aquí reside la contradicción
interna de esta civilización: el elemento irracional en su racionalidad. Es el signo de sus
realizaciones. La sociedad industrial que hace suya la tecnología y la ciencia se organizan para
el cada vez más efectivo dominio del hombre y la naturaleza, para la cada vez más efectiva
utilización de sus recursos. Se vuelve irracional cuando el éxito de estos esfuerzos abre nuevas
dimensiones para la realización del hombre. La organización para la paz es diferente a la
organización para la guerra; las instituciones que prestaron ayuda en la lucha por la existencia
no pueden servir para la pacificación de la existencia. La vida como fin difiere cualitativamente
de la vida como medio.»425
¿Cuál es el espejismo utópico de la modernidad? ¿Su ilusión más profunda?:
«“Progreso” no es un término neutral; se mueve hacia fines específicos, y estos fines son
definidos por las posibilidades de mejorar la condición humana. La sociedad industrial
avanzada se está acercando al estado en que el progreso continuo exigirá una subversión
radical de la organización y dirección predominante del progreso. Esta fase será alcanzada
cuando la producción material (incluyendo los servicios necesarios) se automatice hasta el
punto en que todas las necesidades vitales puedan ser satisfechas mientras que el tiempo de
trabajo necesario se reduzca a tiempo marginal. De este punto en adelante, el progreso técnico
trascenderá el reino de la necesidad, en el que servía de instrumento de dominación y
explotación, lo cual limitaba por tanto su racionalidad; la tecnología estará sujeta al libre juego
de las facultades en la lucha por la pacificación de la naturaleza y de la sociedad.»426
Luego de lo anterior, podemos adentrarnos en lo complejo del fenómeno de globalización
«que desafía la reflexión y la imaginación de científicos sociales, filósofos y artistas.»427
La globalización como apertura –libertad económica– de inversión, de producción, venta y
compra con mínimo riesgo y restricción gubernamental, es posible por el cruce entre los procesos
políticos, económicos y culturales que renuevan las energías progresistas de la Ilustración, y
acreditan la presencia de un fenómeno económico, cultural y comunicacional que transforma la
organización, distribución y forma del poder económico y político. No se trata sólo de un factor
más de transformación de la fisonomía social contemporánea, sino que es el factor que moviliza y
determina el curso, destino y experiencia espacio-temporal de nuestra sociedad, que independiente
del proyecto moderno ilustrado y de su esfuerzo teórico, se alza como el resultado de la
revolución tecnológica en el ámbito de la economía y de la información.
Como proceso histórico, es el resultado de la innovación humana y el progreso tecnológico
y se refiere a la creciente integración de las economías mundiales, especialmente a través del
comercio y los flujos financieros, de los servicios y capitales, de la mano de obra y del trabajo,
proceso que se ha desarrollado continuamente desde la Segunda Guerra Mundial. Los motores de
este proceso de integración son los cambios tecnológicos –específicamente la reducción de los
costos en transportes y comunicaciones–, y la disminución de las barreras arancelarias –
circulación de bienes, servicios y capitales decidida por los gobiernos–.
La globalización hace del mundo un reflujo de corrientes económicas. Este fenómeno es
entendido aquí como totalización del mercado y así obturar los contornos enigmáticos que
proyecta su sombra, pues el «descubrimiento de que el mundo se volvió mundo, de que el globo
ya no es sólo una figura astronómica, de que la Tierra es el territorio en el que todos nos
425
ibid., págs. 47-48.
ibid., pág. 46.
427
Ianni, Octavio (1996) Teorías de la globalización. México-Madrid, Siglo XXI, pág. 160.
426
encontramos relacionados y remolcados, diferenciados y antagónicos, ese descubrimiento
sorprende, encanta y atemoriza. Se trata de una ruptura drástica en los modos de ser, sentir, actuar,
pensar y fabular. Un evento heurístico de amplias proporciones, que estremece no sólo
convicciones sino también visiones del mundo […]. El mundo se ha mundializado, de tal manera
que el globo ha dejado de ser una figura astronómica para adquirir más plenamente su
significación histórica.»428
Una significación histórica cuyas metáforas y gramáticas novedosas, tienen una «voz ubicua,
cuya semántica ha superado el ámbito económico-tecnológico para ocupar las dimensiones de la
sociedad y la política, de la religión y la cultura [se ha convertido en una suerte de] etiquetacontenedor de fenómenos dispares que se suman y se yuxtaponen o palabra-clave ilusoria, fórmula
passe-partout [“llave maestra” o “comodín”] apta para denotar tanto la exaltación de lo “nuevo”
como su radical negación»429
El pluriforme y polisémico concepto de globalización designa la determinada combinación
de procesos económicos, sociales, políticos, ideológicos y culturales con una acelerada extensión
e intensificación de las relaciones sociales capitalistas y hace referencia fundamentalmente al
surgimiento de “regiones supranacionales”, las cuales buscan constituirse en nuevos polos de
poder económico y político. Tal estructuración se caracteriza por la intensificación en la dinámica
mundial de los capitales, las tecnologías, las comunicaciones, las mercancías y la mano de obra,
integrándose en un mercado de escala internacional a través de las empresas multinacionales, que
hacen del fenómeno de globalización actual, una maquinaria cuya función es hacer irreversible su
poder económico y político, engendrando desigualdades cada vez más profundas entre países
como al interior de los mismos.
Se pueden distinguir cuatro fases históricas en el posicionamiento del fenómeno de
globalización: 1. Período Pre-moderno (antes del 1500 D.C.), en el que participan tres agentes claves
de la globalización: los imperios políticos y militares, las religiones mundiales y los movimientos
migratorios de los grupos nómades, las personas de las estepas y las sociedades agrícolas, en un
encuentro inter-regionales y entre civilizaciones. 2. Período Moderno temprano (1500-1800 D.C.), los
agentes claves de la globalización o la “emergencia de Occidente” son la adquisición de recursos
tecnológicos y de poder que exceden cualquier otro recurso de cualquier otra civilización y la
consecuente creación de imperios globales europeos. 3. Período Moderno (entre 1850 y 1945), opera
una apresurada ampliación y afirmación de redes y flujos globales que habían empezado en el
Período Moderno temprano. Se multiplica el poder y la influencia cultural occidental de manera
extensa, intensa y significativa a nivel social. 4. Período Contemporáneo (de 1950 en adelante), en el
que la globalización se modeló profundamente debido a las consecuencias estructurales de la
Segunda Guerra Mundial y la emergencia de un sistema mundial de naciones-estado, a la par de
sistemas multilaterales regionales y globales de reglamentación y gobierno. Además, surgen
innovaciones en el campo del transporte y de las comunicaciones.430
En fin –o en principio–, la polisemia conceptual sobre la globalización, señala la
prolongación de su accionar más allá de las fronteras nacionales de las mismas fuerzas del
mercado que durante siglos han operado en todos los niveles de la actividad económica humana:
los mercados rurales, las industrias urbanas o los centros financieros gracias a la nueva tecnología
comunicacional. La globalización cobra la figura como un modo informacional de desarrollo tras
la reestructuración del capitalismo y la innovación tecnológica. La revolución tecnológica, por su
parte, se describe como la irrupción de la digitalización, es decir, tecnologías de procesamiento de
información que transforman los procesos de producción debido a los nuevos modos de
organización y gestión:
428
ibid., pág. 3.
Marramao, Giacomo (2006) Pasaje a Occidente. Filosofía y globalización. Buenos Aires, Katz, págs. 12-13.
430
Ribas, Natalia (2002) El debate sobre la globalización. Barcelona, Bellaterra, págs. 47-48.
429
«La economía informacional es global. Una economía global es una realidad nueva para
la historia, distinta de una economía mundial. Una economía mundial, es decir, una economía
en la que la acumulación de capital ocurre en todo el mundo, ha existido en Occidente al
menos desde el siglo XVI, como nos enseñaron Fernand Braudel e Immanuel Wallerstein. Una
economía global es algo diferente. Es una economía con la capacidad de funcionar como una
unidad en tiempo real a escala planetaria.»431
En la búsqueda de definiciones satisfactorias para este fenómeno, nos encontramos con
criterios diferenciadores y con variables legitimadoras, tales como una acción social a distancia, la
compresión tiempo-espacio, aceleración de la interdependencia y el “encogimiento” del mundo. Una
diferenciación pertinente frente a la misma definición de la globalización, la encontramos en Beck,
quien distingue los términos “globalismo”, “globalidad” y “globalización”.
El término “globalismo” alude a la «concepción según la cual el mercado mundial desaloja o
sustituye al quehacer político; es decir, la ideología del dominio del mercado mundial o la ideología
del liberalismo.»432 La influencia de los países avanzados para imponer un orden estratégico con el
fin de situarse como “centro” institucional del sistema que gobierna sobre la “periferia”. La
“globalidad” apunta a la constatación de estar viviendo en una “sociedad mundial” donde no existen
espacios cerrados, de pretensión cerrada e irreversible, ya que responde a procesos paralelos de
diversa profundidad: globalización económica, política, social, cultural, ecológica, cultural…,
mezclando a todos aquellos «procesos en virtud de los cuales los Estados nacionales soberanos se
entremezclan e imbrican mediante actores transnacionales y sus respectivas probabilidades de poder,
orientaciones, identidades y entramados varios.»433 Por “globalización”, se entenderá entonces el
flujo de estos entramados que privilegian lo global, es decir, posibilitan la preponderancia de los
niveles globales por sobre los locales en detrimento de los espacios territoriales tradicionales
modernos, para resaltar procesos globales de economía, cultura, comunicación, información, política
mundial policéntrica y de una geopolítica deslocalizada, es decir, una «globalización [que] significa
la perceptible pérdida de fronteras del quehacer cotidiano en las distintas dimensiones de la
economía, la información, la ecología, la técnica, los conflictos transculturales y la sociedad civil y,
relacionada con todo esto, una cosa que es al mismo tiempo familiar e inasible, que modifica a todas
luces con perceptible violencia la vida cotidiana y que fuerza a todos a adaptarse y a responder.»434
Siguiendo el trabajo realizado por García Canclini sobre la globalización, una definición que
nos parece equilibrada asumiendo el sinnúmero de aristas que de ella se desprenden, tales como
intensificación de las relaciones económicas, políticas, sociales y culturales a través de las fronteras,
el período histórico posterior a la Guerra Fría, la transformación del mundo por la anarquía de los
mercados financiero, el triunfo de los valores norteamericanos que combina neoliberalismo en la
economía y la democracia en lo político y la revolución tecnológica: la globalización es «una etapa
histórica configurada en la segunda etapa del siglo XX, en la cual la convergencia de procesos
económicos, financieros, comunicacionales y migratorios acentúa la interdependencia entre vastos
sectores de muchas sociedades y genera nuevos flujos y estructuras de interconexión
supranacional.»435
El rasgo más destacado de la globalización, es la acción descontrolada de las finanzas
globales, que aparecen independientes de los límites tradicionales de transferencia de
información, regulación nacional, productividad industrial o riqueza real situada en cualquier
sociedad, país o región de manera específica. De ahí, que la interpretación de la globalización
como un proceso de homogeneización del funcionamiento del sistema en todos los ámbitos,
especialmente en los planos económico, social y político y la creencia en su capacidad para cerrar
431
Castells, Manuel (2001) La era de la Información: economía, sociedad y cultura, vol. 1: La sociedad red. Madrid, Alianza, pág. 136.
Beck, Ulrich (1998) ¿Qué es la globalización? Falacias del globalismo, respuestas a la globalización. Barcelona, Paidós, pág. 27.
433
ibid., pág. 29.
434
ibid., pág. 42.
435
García Canclini, Néstor (2001) La globalización imaginada. Buenos Aires, Paidós, pág. 63.
432
las brechas económicas y técnicas internacionales, carece de sustento, ya que por su propia
dinámica doble en constante cambio. Primero, por la expansión mundial del capitalismo que
conduce a la creciente diferenciación y segundo, por la radicalización de las diferencias
económicas y de desarrollo entre regiones del mundo con desiguales niveles de desarrollo. Las
manifiestas desigualdades educativas, técnicas, de bienestar y productivas en unas y otras áreas
contribuyen a explicar las agudas y crecientes disconformidades y comprueban que la dinámica
inercial de la globalización, lejos de homogeneizar, ahonda las disparidades y que la distribución
desigual de recursos, valores, transacciones y beneficios expresan su estructura de
funcionamiento.
Siguiendo esta línea, Giddens aborda este proceso a partir de sus efectos y consecuencias:
«La globalización es pues, una serie compleja de procesos, y no sólo uno. Operan, además, de
manera contradictoria y antitética. La mayoría de la gente cree que la globalización
simplemente “traspasa” poder o influencias de las comunidades locales y países a la arena
mundial. Y ésta es, desde luego, una de sus consecuencias. Las naciones pierden algo de poder
económico que llegaron a tener. Pero también tiene el efecto contrario. La globalización no
sólo presiona hacia arriba, sino también hacia abajo, creando nuevas presiones para la
economía local […]. La globalización también presiona hacia lateralmente. Crea nuevas zonas
económicas y culturales dentro y a través de países […]. Estos cambios se ven impulsados por
una serie de factores, algunos estructurales, otros más específicos e históricos. Los flujos
económicos están, ciertamente, entre las fuerzas motrices –especialmente, el sistema financiero
mundial–. No son, sin embargo, fuerzas de la naturaleza. Han sido modeladas por la tecnología
y la difusión cultural, así como por las decisiones de los gobiernos de liberalizar y desregular
sus economías nacionales.»436
La globalización como “nuevo orden internacional” –es decir, como maquinaria movida por
fuerzas no naturales, humanamente creadas de dimensiones estructurales tales como el tecnoeconómico y el sociopolítico– configura un proceso que podemos llamar homogeneizador al
interior de la cultura, aunque las tendencias teóricas no parecen esclarecer un escenario difuso en
su significación si es constatada y sentida como una implantación de modas, gustos y preferencias
al estandarizar el consumo.
Los medios de comunicación y las tecnologías de la información y su influencia, parecen
homogeneizar la cultura. Esto es debido a que su transmisión masiva, “desterritorializa” la cultura
hacia un esquema global de corte electrónico sin geografía específica, lo que ha llevado a hablar
de una cultura estereotipada y de uniformación transnacional, de una dinámica homogeneizadora
que menoscaba la idiosincrasia y la identidad de cada nación. Sin embargo, la globalización de la
cultura no es un proceso definitivo ni menos reduccionista a una forma exclusiva y hegemónica de
cultura, pues la globalización cultural no es un fenómeno teleológico, es decir, no se trata de un
proceso que conduce inexorablemente a un fin que sería la comunidad humana universal
culturalmente integrada, sino que es un proceso contingente y dialéctico que avanza engendrando
dinámicas contradictorias.
Del mismo modo, la cultura como proceso integrador de disímiles elementos, la constituyen
sin reducir a un elemento primordial su expresión. El mensaje cultural, la transferencia de
información que contiene la cultura, le es fundamental y en esta acción la globalización encuentra
su nexo, su conexión –y tensión– radical, a saber: que lo que la vehicula, es a la vez, aquello que
la aísla; aquello que le supone liberación, le engaña en contornos difuminados y promesas de
poder, proyectando perspectivas apocalípticas o alternativas de consumación. En este sentido, el
trabajo de García Canclini, es un referente obligado para comprender la condición del proceso de
436
Giddens, Anthony (2000) Un mundo desbocado. Los efectos de la globalización en nuestras vidas. Madrid, Taurus, págs. 25-26.
globalización más allá de lo económico en su rebasamiento hacia lo cultural, político y
comunicacional.
La advertencia fundamental, es que opera una condición paradojal de la globalización, pues,
por una parte no es un paradigma científico ni económico, ya que no cuenta con un objeto delimitado
ni ofrece un conjunto coherente de saberes explicitado intersubjetivamente por especialistas. De ahí,
que para vincularnos a este fenómeno, sea desde i-má(r)genes: aldea global437, tercera ola,
mcdonalización, fábrica global, nave espacial, disneylandia global, tecnocosmos, nueva Babel,
shopping center global, sociedad amébica438, entre otras. Por otra parte, la globalización no es un
paradigma político o cultural, pues aunque parezca lo contrario, no constituye el único modo posible
de desarrollo, lo que implica la existencia de múltiples narrativas de la globalización, es decir, que
los conocimientos hasta ahora disponibles sobre la globalización forman narrativas que abren
perspectivas parciales y divergentes:
«Quiero pensar la globalización desde los relatos que muestran, junto con su existencia
pública, la intimidad de los contactos interculturales sin los que no sería lo que es. En tanto la
globalización no sólo homogeneiza y nos vuelve más próximos, sino que multiplica las
diferencias y engendra nuevas desigualdades, no se puede valorar la versión oficial de las
finanzas y de los medios de comunicación globalizados que nos prometen estar en todas partes
sin comprender al mismo tiempo la seducción y el pánico de llegar fácilmente a ciertos lugares
y acercarnos a seres diferentes. También el riesgo de ser excluidos o de sentirse condenados a
convivir con los que no buscábamos. Como la globalización no consiste en que todos estemos
disponibles para todos, ni en que podamos entrar en todos los sitios, ésta no se entiende sin los
dramas de la interculturalidad y la exclusión, las agresiones o autodefensas crueles del racismo
y las disputas amplificadas a escala del mundo por diferenciar los otros que elegimos de los
vecinos por obligación. La globalización sin la interculturalidad es un OCNI, un objeto cultural
no identificado.»439
Expresión que dista mucho de la aparente comprensión, definición, unificación y
universalización de la globalización, incapaz de producir una conciencia de mundo como unidad, un
universo planetario, más bien un multi-universo en el que países, regiones y sistemas de regiones se
enfrentan y compiten entre sí desde perspectivas que fragmentan la totalidad bajo la apariencia de la
unidad. Competencia que se juega en el caudal de capitales, bienes y mensajes de manera cruel en el
flujo de personas440 que llevan su cultura de un lugar a otro: multiculturalismo, transculturalidad,
exilio, inmigración, salvación, condenación.
La globalización alude, en definitiva, a conectividad dinámica de intereses mediatos e
inmediatos de realización, la que si bien intenta cubrir el Planeta, lo que hace, de manera externa a él,
es generar una imagen global de sí misma sin constituirse globalmente. Lo hace por su capacidad de
inaprehensibilidad virtual, usando simultáneamente una potencia envolvente, un desplazamiento
progresista como nunca se había visto y una habilidad para instalarse y hacer-se necesaria como
custodio de un sentido que trasciende las decisiones personales del sujeto para determinar su presente
y futuro, despersonalizándolo más allá de los pilares culturales “postmodernos” de individualismo
centrífugo y fragmentación diferencial, superados por la deslocalización, la dispersión y la
masificación de la sociedad ahora globalizada.
La globalización –en fin y como se ha esbozado aquí– se ha instalado como destino ineludible,
un fenómeno económico de alcances culturales, un proceso irreversible de naturaleza ambivalente a
partir de una nueva comprensión espacio-temporal de los flujos de información y humana, pues los
437
Cfr. McLuhan, Marshall y Powers, Bruce (1990) La aldea global. Transformaciones en la vida y los medios de comunicación mundiales en el siglo
Barcelona.
438
Ianni, Octavio (1996) o.c., págs. 4-5.
439
García Canclini, Néstor (2001) o.c., pág. 49.
440
ibid., págs. 63-64.
XX. Gedisa,
usos del tiempo y el espacio son tan diferentes como diferenciadores y los flujos migratorios
expresan el quiebre de los límites geográficos tradicionales, divide en la misma medida que une: las
causas de la división, exclusión y diferenciación son las mismas que promueven la idea de
uniformidad del globo o globalidad de lo mismo, pues bajo figuras interconectadas de profunda
ambigüedad tanto la planetarización emergente de los negocios, las finanzas, el comercio y el flujo
de información; y la localización insidiosa, como la puesta en marcha de un proceso localizador, de
fijación al espacio.441
Los pivotes sobre los cuales el ilustrado movimiento socio-político intelectual y expresivoestético de “igualdad”, “fraternidad” y “libertad” se independizado, se han revolucionado –valga la
ironía–, produciendo derivas de la modernidad que han terminado por oscurecer las finalidades y
atisbar más claramente los límites, las fronteras y los finales: «la inhumanidad del progreso y la
atrofia del sujeto.»442
La sombra de la modernidad, es la globalización. Y la globalización, es la luz del progreso.
Ambos guiarán a la modernidad hacia el horizonte histórico de la realización o la malograrán
haciéndola víctima en el nuevo “mercado” global de flujos de intereses y necesidades donde se
transan las identidades, se determinan las subjetividades y donde las fusiones dialógicas ya no
determinan la historia: el «reino de la razón instrumental»443 que «articula espacios y tiempos, modos
de producir y consumir, ser y vivir, pensar e imaginar. En el mismo ambiente en que se lanza la
posmodernidad, se suelta la racionalidad. Se ordenan racionalmente el mercado, la producción y la
reproducción, de la misma forma en que las condiciones de vida y las posibilidades de la
imaginación. Las actividades de las personas, grupos y clases, de la misma manera que la vida de las
naciones y nacionalidades, empresas e iglesias, partidos y universidades, pasan a organizarse según
patrones de racionalidad, eficacia, productividad, lucratividad.»444
Capítulo 6
El “hombre loco” y los suaves albores de la “identidad destópica” (hermenéutica del
creer)
La tercera vía para clarificar las conexiones secretas entre metamorfosis y figuratividad, entre
metáfora e historia, con el fin de llegar al topos problemático de la modernidad viene franqueada
por el “hombre loco” que busca a Dios en el mercado. Encarna la expresión moderna de la forma
en que los dioses mueren desde que el hombre y la historia les han hecho un lugar, es la narrativa
de la finitud. Hölderlin y su lamento de la lejanía de los dioses445, y Hegel con su Dios ausente en
la cultura como un “dolor histórico” expresado en el “viernes santo especulativo”: «el sentimiento
sobre el que se basa la religión de la época moderna, el sentimiento de que Dios mismo ha
muerto»446.
El enigmático relato a la “sombra de Dios” que se alza amenazante de cubrir, a lo menos
parte de la historia racional y espiritual de occidente, manifiesta la opaca línea que separa el
acontecimiento447 que relata y la conciencia que se tiene de él y sus consecuencias. 448 Lobreguez
441
442
Vid. Bauman, Zygmunt (2003) La globalización. Consecuencias humanas. México, FCE, pág. 8.
ibid., pág. 33.
Ianni, Octavio (1996) o.c., pág. 64.
ibid., pág. 144.
445
Hölderlin, Friedrich (2005) Poesía completa. Barcelona, Ediciones 29, ‘Pan y vino’, págs. 313-323.
446
Hegel, Georg Wilhem Fredrich (2000) Fe y saber o la filosofía de la reflexión de la subjetividad en la totalidad de sus formas como filosofía de
Kant, Jacobi y Fichte. Madrid, Biblioteca Nueva, pág. 164.
447
«Denominemos acontecimiento a cualquier hecho o ente aislable, individualizable, independientemente del orden a que pertenezca.» Lanceros, Patxi
(1997) La herida trágica: el pensamiento simbólico tras Hölderlin, Nietzsche, Goya y Rilke. Barcelona, Anthropos, pág. 152. Nosotros denominaremos
“acontecimiento” como aquel suceso que forma o hace época en la existencia histórica, y por ello, no puede ser olvidado, pero que a la vez, rebasa la
comprensión del sujeto.
448
GC, III, §108, ‘Nuevas luchas’, pág. 147: «Después de la muerte de Buda, se mostró aún durante siglos, en una cueva, su sombra –una sombra
colosal y pavorosa. Dios ha muerto: pero, siendo los hombres lo que son, habrá acaso aún por espacio de milenios cuevas donde se muestre su sombra.
- ¡Y nosotros –tendremos que vencer también a su sombra!» Sobre “las largas piernas” de la sombra de Zaratustra, de su cómplice compañía, de su
cansancio y posterior baile, Vid. Z, IV, ‘La sombra’, págs. 370-374.
443
444
que alcanza nuestros tiempos de manera radical, pues expresa las simbolizaciones fracturadas, sus
-lusiones, a-lusiones e i-lusiones por un por-venir costoso y trabajoso en reflexiones e inflexiones
que alcanza al mismo Nietzsche como un proceso dual para sí mismo y para su portavoz,
Zaratustra.449
Símil del crepúsculo y extinción de la luz divina, de las consecuencias y alcances de la
crónica mortuoria de Dios450 y de la oscuridad teórico-práctica que hace de la modernidad451 una
época en la que, a pesar de ser un acontecimiento silencioso de sentidos múltiples, representa la
liberación del hombre de toda sujeción al transmundismo y que «el mundo suprasensible [aquel
de las ideas metafísicas] ha perdido fuerza efectiva [y ya no] procura vida»452, es decir, ha dejado
de ser fundamento de lo real y su reflejo, pues «si el mundo suprasensible de las ideas ha perdido
toda fuerza vinculante y sobre todo toda fuerza capaz de despertar y de construir, entonces ya no
queda nada a lo que el hombre pueda atenerse y por lo que pueda guiarse.»453
Significa el ensalzamiento de la tierra por sobre lo ultra-terreno, supone que el
“monoteísmo” del “Dios cristiano” ha perdido su poder para fundamentar al ente y determinar al
ser humano y no expresa un “ateismo” militante ni radical frente a lo religioso, más bien, significa
el politeísmo en una “divinización dionisíaca de los instantes”. Expresa el fin de las narraciones
de sentido y por ende, la significación venidera del nihilismo y de su sentido prometeico en la
figura del superhombre anunciado por Zaratustra como el «sentido de la tierra»454 en oposición a
lo trascendente, al “más allá”. En fin, es la exaltación de la vida sensible y la afirmación
constatable de que ha ocurrido algo de alcances inaprensibles «con la verdad del mundo
suprasensible y su relación con la esencia del hombre.»455
Esta liberación y exaltación aluden a que la potencia divina ya no es eficaz, no dispensa vida,
actividad, movimiento, ingerencia y operatividad; la metafísica –la filosofía occidental entendida
casi exclusivamente como platonismo y luego teología platonizante– ha concluido y con ella las
valoraciones que en ella encontraban su fuerza y fundamento, se han derrumbado:
«Lo que hay que temer, lo que produce efectos más fatales que ninguna otra fatalidad, no
sería el gran miedo [el gran miedo al hombre], sino la gran náusea frente al hombre; y también
la gran compasión por el hombre. Suponiendo que un día ambas se maridasen, entraría
inmediatamente en el mundo de modo inevitable, algo del todo siniestro, la “última voluntad”
del hombre, su voluntad de la nada, el nihilismo.»456
El dictum –y no el factum– nietzscheano de la “muerte de Dios”, por una parte, es la fórmula457
del rechazo a toda la metafísica occidental como “paradigma onto-teo-lógico” que articula al “ser”,
al “pensamiento” y al “saber”, puesto que, pensar el ser desde la razón ha consistido históricamente –
especialmente a partir de la ciencia del ser aristotélica y de la idea de Bien platónica– pensar a Dios
Vid. Z, II, ‘La más silenciosa de todas las horas’, págs. 217-220; IV, ‘La ofrenda de miel’, págs. 328-331.
Vid. Z, I, ‘De la virtud que hace regalos’, §3, págs. 126-127; II, ‘En las islas afortunadas’, págs. 135-138; II, ‘De los compasivos’, págs. 139-142; III,
‘De los apostatas’, págs. 256-260; III, ‘De las tablas viejas y nuevas’, §11, págs. 285-286; IV, ‘Jubilado’, págs. 356-357, IV, ‘Del hombre superior’, §1
y §2, págs. 389-390; IV, ‘La canción de la melancolía’, §2, págs. 403-404; IV, ‘La fiesta del asno’, §1, págs. 423-425.
451
«“Dios ha muerto”, dijo Nietzsche, con una frase demasiado célebre. En el añadido: “y nosotros lo hemos matado” se trasluce una arrogancia
racionalista, se percibe el vómito -¡Dios le haya perdonado!- de una fanatismo iluminista.» Colli, Giorgo (1988) o.c., ‘Vida eterna y larga vida’, pág.
73.
452
Heidegger, Martin. ‘La frase de Nietzsche Dios ha muerto’, en Heidegger, Martin (1995) Caminos de bosque. Madrid, Alianza, pág. 196. El
destacado es nuestro.
453
ibid., pág. 197.
454
Z, ‘Prólogo de Zaratustra’, §3, págs. 36-38 y §7, pág. 44.
455
Heidegger, Martin (1995) o.c., pág. 199.
456
GM, III, 14, pág. 142.
457
Formulación que va desde lo dramático hasta lo salvífico, desde lo íntimo hasta la ciencia física, desde la unidad de sentido hasta la fragmentación,
desde lo teológico hasta lo político, Vid. Deleuze, Gilles (1994) o.c., págs. 214-219. Además tal formulación, es una formulación que contiene y
expresa un género literario “parabólico”, incluso “kerigmático”, que pone en escenas personajes a la vez determinados e indeterminados con el fin de
que los oyentes de la parábola puedan identificarse con algunos de ellos y así poder desentrañar su significación a partir de diversas lecturas e
interpretaciones. Cfr. Biser, Eugen (1974) Nietzsche y la destrucción de la conciencia cristiana. Salamanca, Sígueme. Vid. además Gauchet, Marcel
(2005) o.c., págs. 231-270.
449
450
como garante y fundamento del ser e intentar establecer un conocimiento sobre ellos. Por otra, dibuja
la distancia respecto la moral judeo-cristiana, pues la idea de bien, desde Platón, ligada a la
existencia de Dios ya sea como fundamento en el pensamiento cristiano, ya como postulado en el
pensamiento kantiano. Sin embargo, creemos que expresa la relación entre la definición
trascendental de “Dios” y la definición inmanente de “religión”.
La “muerte de Dios” desenmascara las utilidades que subyacen en la genealogía de los criterios
morales: las virtudes cristianas emanan de la “voz del rebaño en nosotros”, que siendo incapaz de
crear valores superiores, se autodesprecian en sus fracasos y se someten a instintos gregarios y
antinaturales; asimismo, desenmascara el enunciado de una nueva antropología: el “superhombre”,
aquel que asume hasta las últimas consecuencias el prescindir de Dios, aquel hombre que vive para
la tierra, que da un eterno y alegre sí a esta vida tal como es; creador de valores, capaz de no
quedarse en la nada que ha desencadenado la ausencia de Dios, sino que se erige como articulador
de la transvaloración de los valores y superador del nihilismo cristiano que platónicamente había
situado el centro de gravedad de la vida humana en el “más allá”:
«Lo que narro es la historia de los próximos siglos. Describo lo que viene, lo que no
puede venir de otra manera: el advenimiento del nihilismo. Esta historia puede ser ya narrada:
pues la necesidad misma está aquí en marcha. Este futuro habla ya a través de un centenar de
signos, este destino se anuncia por todas partes; para esta música del porvenir están aguzados
ya todos los oídos. Ya, desde hace mucho tiempo, con una tensión torturante que crece de
decenio en decenio, toda nuestra cultura europea se mueve, como hacia una catástrofe:
inquieta, violenta, precipitada: como una corriente que quiere llegar al final, que ya no
recapacita, que tiene miedo de recapacitar.»458
La historia y su narración, los polos de “muerte de Dios” y de “superhombre”, resultan los
ejes de un despliegue errático tomado por la historia, de un “nihilismo” que se presenta, a su vez,
en tres coordenadas que vienen a significar, de una manera provisional, la orientación al interior
de un proceso de contornos difusos, las coordenadas de tanto de límite459 como desafío460 y
síntoma461: coordenadas que puntualizan el derrumbe histórico de la potencia de los conceptos y
valores que la tradición tenía como normativos y explicativos para la existencia humana;
asimismo, supone el descrédito para proponer una finalidad, incorporar un orden y, por tanto,
aportar un sentido –que en el cristianismo, en la moral, en la filosofía se encontraban establecidos
con el carácter de leyes o verdades absolutas– y finalmente, pierde su validez como fuerza
normativa e imperativa:
«El nihilismo hace ahora su aparición no porque el displacer ante la existencia sea mayor que
antes, sino porque se ha llegado en general a ser desconfiado con respecto a un “sentido” en el
mal e incluso en la existencia. Una sola interpretación sucumbió; pero, por el hecho de haber
pasado por ser la interpretación, parece como si no hubiese ningún sentido en la existencia,
como si todo fuese en vano.
Nihilismo: falta la finalidad; falta la respuesta al “¿para qué?” ¿Qué significa el nihilismo? –
que los valores supremos se desvalorizan.
El nihilismo es ambiguo.
A) Nihilismo como signo del poder incrementado del espíritu: en cuanto nihilismo
activo.
458
Nietzsche, Friedrich (1992) o.c., noviembre 1887-marzo 1888, §2, págs. 68-69.
Límite para un mundo en el que, como advierte Camus, Nietzsche «no ha concebido el proyecto de matar a Dios, sino que lo ha encontrado muerto
en el alma de su época.» Camus, Albert (2004) El hombre rebelde. Buenos Aires, Losada, pág. 67.
460
Cfr. Ávila, Remedios (2005) El desafío del nihilismo. La reflexión metafísica como piedad del pensar. Madrid, Trotta.
461
«No se ha comprendido lo que, sin embargo, es palpable: que el pesimismo no es un problema, sino un síntoma, que la cuestión de si el no-ser es
mejor que el ser es ya una enfermedad, un declinar, una idiosincrasia… El movimiento pesimista no es más que la expresión de una decadencia
fisiológica.» Nietzsche, Friedrich (2002) o.c., 17[8], pág. 171. El nihilismo es una extraña fórmula que incluye relativismo e intolerancia, desenfreno y
apatía, adhesión y temor.
459
El nihilismo puede ser un signo de fortaleza: la fuerza del espíritu puede haber crecido de
tal manera que sus finalidades preexistentes (“convicciones”, artículos de fe) son inapropiadas.
[…] Su máximun de fuerza relativa lo alcanza como fuerza de destrucción: como nihilismo
activo. Su contrario sería el nihilismo cansado que ya no ataca: su forma más famosa, el
budismo: en cuanto nihilismo pasivo.
B) Nihilismo como ocaso y regresión del poder del espíritu: el nihilismo pasivo como un
signo de debilidad: la fuerza del espíritu puede estar fatigada, agotada, de forma que las metas
y los valores hasta ahora existentes resultan inadecuados y ya no encuentran ningún crédito –
[…] que todo lo que reconforta, sana, calma, anestesia, aparece en primer plano bajo diversos
disfraces religiosos, o morales, o políticos, o estéticos, etc.»462
El nihilismo es la recogida mirada hacia abajo, hacia el desmoronamiento de todas las
creencias corriendo el riesgo de caer con ellas. La «historia debe, ella misma, resolver el problema de
la historia, el saber debe volver el propio aguijón contra sí mismo»463, y como tal es la manifestación
de procesos humanos, de presencias regulares que hablan de ella, a veces constantes, otras veces
inadvertidas y como tal, el nihilismo se nos muestra como efecto, como consecuencia de la causa del
cristianismo y de su práctica en la sociedad, resultado necesario de una forma impuesta de valoración
y de una ordenación teórico-práctica como morada interpretativa o hermenéutica del nihilismo –la
metafísica–, elevada como única interpretación del valor de la existencia humana, que operada por el
dualismo platónico deshonra el devenir heracliteano y levanta dogmáticamente una estructura
metafísico-moral nociva para el desarrollo integral y creativo de la vida, que ha resuelto «considerar
feo y malo al mundo [lo] ha vuelto feo y malo al mundo.»464
En efecto, la teoría platónica de la realidad escindida entre mundo aparente y trascendente
del ser y del valor, que considera a éste último como el “mundo verdadero”, popularizado por el
cristianismo –que produce una profunda dicotomía en el ser, ahora fracturado por el cristianismo
como «metafísica del verdugo»465–, correspondió a la falta de valor de unos hombres que
incapaces de afrontar la vida en su sentido trágico, imaginaron un mundo y una vida mejor más
allá de ésta: el “mundo verdadero” no es más que una fábula generada por una “voluntad de
poder” determinada a partir de la manipulación de conceptos:
«la metafísica y la moral platón-cristiana han sido el subsuelo para un determinado modo de
sobrevivir. Por ejemplo, la moral cristiana, al conferir al hombre un valor absoluto como hijo
de Dios, contrarrestaba la insignificancia de éste y su naturaleza contingente en el flojo
aniquilador del devenir y del desaparecer. También otorga al mundo un carácter de perfección
como creación divina a pesar del mal. Y hace creíble la posibilidad de un conocimiento de
verdades absolutas.»466
La metafísica y la moral cristianas fundan una cultura, que para Nietzsche resulta una
cultura enferma como producto de un hombre enfermo y, como tal, se manifiesta ahora con toda
crudeza en su momento terminal. Esa estructura metafísica de la realidad o teoría abstracta de la
realidad material, fue el resultado de una larga historia de valoración negativa de la Vida467 –que
es esencialmente apropiación, atención, conquista, exploración, imposición de formas propias,
“voluntad de poder”– que muestra su inconsistencia y carácter decadente cuando al final del
proceso de desarrollo de su dinámica interna desemboca en la “muerte de Dios”, en la “nada”, en
el “nihilismo”. La hermenéutica metafísico-cristiana palidece las fuerzas vitales en tanto que
autonegación valorativa articulada en una moral de la autonegación al hacer entrar en crisis los
462
Nietzsche, Friedrich (1992) o.c., otoño 1887, págs. 45-46.
Nietzsche, Friedrich (2000a) o.c., §8, pág. 119.
464
GC, III, §130, ‘Una decisión peligrosa’, pág. 165.
465
Nietzsche, Friedrich (1994c) o.c., ‘Los cuatro grandes errores’, §7, pág. 69.
466
Sánchez Meca, Diego (2004) o.c., pág. 106.
467
«La vida acaba donde comienza el “reino de Dios”…» Nietzsche, Friedrich (1994c) o.c., ‘La moral como contranaturaleza’, §4, pág. 57.
463
binomios “materialidad sensible” e “inmaterialidad suprasensible”, entre “materialidad
cambiante” e “inmaterialidad invariable y eterna”:
«Los valores superiores, a cuyo servicio debía vivir el hombre, especialmente cuando
disponían de él de manera dura y costosa, estos valores sociales se constituyeron con el fin de
fortalecerle, como si fueran mandamientos de Dios, como “realidad”, como “verdadero”
mundo, como esperanza y mundo futuro, se construyeron sobre los hombres, ahora que se hace
claro el mezquino origen de estos valores, nos parece que el universo se desvaloriza, “pierde su
sentido”; pero éste es solamente un estado de transición.»468
No es difícil de suponer entonces, que la «forma en que se han interpretado hasta ahora los
valores de la existencia»469 cobre la figura del nihilismo:
«¿Qué significa nihilismo? Que los valores supremos han perdido su crédito. Falta el fin;
falta la contestación al porqué.»470
Falta la meta, el horizonte, el fluir de este mundo como conato de interpretación. El nihilismo
es un «movimiento histórico [que] mueve la historia a la manera de un proceso fundamental, apenas
conocido, del destino de los pueblos occidentales […] no es una manifestación histórica entre otras,
no es sólo una corriente espiritual que junto a otras, junto al cristianismo, el humanismo y la
ilustración, también aparezca dentro de la historia occidental.»471
El nihilismo no es nuestro presente ni nuestro futuro, es más bien, nuestro pasado-siemprepresente472, aquel marco de valores y sentidos heredados de la tradición griega platónica y judeocristiana como configuradores de la humanidad occidental que se prolonga en la modernidad. Surge
la imagen de un cristianismo que carga con el “error” de haber dejado entrar en el mundo la
enfermedad de la “decadencia” a través de la compasión y el resentimiento, pero además, el
convertirse en una suerte de crisol de todas las enfermedades arrastradas desde el mundo antiguo; el
haber reducido a los individuos a rebaño que encontraba su afirmación (espíritu de venganza,
resentimiento, mala conciencia, ideal ascético) en su negación vital, más aún, hacerlos partícipes de
la concatenación histórica de acontecimientos de creación, disolución y recreación de sentido y
valores contrarios a la naturaleza humana.
Nietzsche en Crepúsculo de los ídolos o cómo se filosofa a martillazos, presenta la historia del
errático nihilismo platonizante y su salida en seis fases:
«1. El mundo verdadero, asequible al sabio, al piadoso, al virtuoso, –él vive en ese
mundo, es ese mundo. (La forma más antigua de la Idea, relativamente inteligente, simple,
convincente. Trascripción de la tesis “yo, Platón, soy la verdad”.) 2. El mundo verdadero,
inasequible por ahora, pero prometido al sabio, al piadoso, al virtuoso (“al pecador que hace
penitencia”). (Progreso de la Idea: ésta se vuelve más sutil más capciosa, más inaprensible, – se
convierte en una mujer, se hace cristiana…) 3. El mundo verdadero, inasequible,
indemostrable, imprometible, pero, ya en cuanto pensado, un consuelo, una obligación, un
imperativo. (En el fondo, el viejo sol, pero visto a través de la niebla y el escepticismo; la Idea,
sublimizada, pálida, nórdica, königsberguense.) 4. El mundo verdadero –¿inasequible? En todo
caso, inalcanzado. Y en cuanto inalcanzado, también desconocido. Por consiguiente, tampoco
consolador, redentor, obligante: ¿a qué podría obligarnos algo desconocido?… (Mañana gris.
Primer bostezo de la razón. Canto del gallo del positivismo.) 5. El “mundo verdadero” –una
Idea que ya no sirve para nada, que ya ni siquiera obliga, –una Idea que se ha vuelto inútil,
superflua, por consiguiente un Idea refutada: ¡eliminémosla! (Día claro; desayuno; retorno del
468
Nietzsche, Friedrich (1981) o.c., §7, pág. 34.
ibid., §1, pág. 33.
470
ibid., §2, pág. 33.
471
Heidegger, Martin (1995) o.c., pág. 198.
472
Vid. Vergara, Fernando. ‘Modernidad y nihilismo’, en Ortiz-Osés, Andrés y Lanceros, Patxi dirs. (2006) Diccionario de la existencia. Asuntos
relevantes de la vida humana. Barcelona, Anthropos-CRIM/UNAM, págs. 381-386.
469
bon sens [buen sentido] y de la jovialidad; rubor avergonzado de Platón; ruido endiablado de
todos los espíritus libres.) 6. Hemos eliminado el mundo verdadero: ¿qué mundo ha quedado?,
¿acaso el aparente?… ¡No!, ¡al eliminar el mundo verdadero hemos eliminado también el
aparente! (Mediodía; instante de la sombra más corta; fin del error más largo; punto culminante
de la humanidad; INCIPIT ZARATHUSTRA.)»473
La primera fase, que personifica claramente al pensamiento platónico, presenta la existencia de
un mundo verdadero, suprasensible, pero que sin embargo, aún no se ha cristalizado en una entidad
enteramente “ideal”, sino que tan sólo alcanzable, entendible para algunos sabios. En la segunda fase
del nihilismo platonizante, se abre la brecha, la fractura en el mundo en su división sensiblesuprasensible, inmanencia-trascendencia, mundo que en cuando promesa se convierte en
inalcanzable incluso para los sabios, y para el pueblo: ahora es el cristianismo como platonismo
popular en cuanto promesa del “más allá”. Una tercera fase, representa al pensamiento kantiano, en
el sentido en que el mundo verdadero se excluye de la experiencia y ha sido declarado indemostrable
para la razón teórica, pero queda un consuelo: el concepto enflaquecido atado al imperativo moral
universal. La cuarta fase, representa el escepticismo e incredulidad respecto a la metafísica que sigue
al kantismo y al idealismo, identificada con el positivismo. Luego de la declaración kantiana de que
el mundo verdadero es incognoscible, no se deduce que haya sido superado, sino que es irrelevante
desde el punto de vista moral-religioso. En las fases que siguen, Nietzsche las reserva para presentar
su perspectiva filosófica: la abolición del “mundo verdadero” incluyendo en su caída al mundo
aparente, pero no con la intención de caer en la nada, sino de superar la dicotomía ontológica
introducida por el platonismo, abriendo una vía alternativa para una nueva concepción de lo sensible
y su relación con lo no sensible que nos haga salir del horizonte platónico y de sus categorías
metafísicas de “verdad”, “unidad”, “universalidad”, etc. y ampliar el horizonte hacia la Vida. La
decadencia obstaculiza aquellos instintos que tienden a la conservación y a la elevación del valor de
la vida, tanto multiplicador de la miseria de los sentimientos como conservador de todo lo miserable;
la compasión, el resentimiento, el ascetismo, persuaden a entregarse a la “nada”, al “más allá”, lugar
que para Nietzsche no hay “nada”. Más allá de lo real hay “nada” y “no mundo”, o al menos el
“mundo ideal”.
El nihilismo es entendido como la nadificación de una manera de hacer mundo, de cómo se ha
escrito y se ha hecho legible (interpretable). En este sentido, como producto de los acontecimientos
históricos, el nihilismo es un tránsito propio de nuestra cultura, es la manifestación del cansancio del
espíritu de occidente que agotado ya de sostener el “mundo verdadero”, se torna nihilista al descubrir
la mentira metafísica y el sinsentido de los valores morales que en ella se fundamentaban: Dios como
máscara de la nada y el sujeto como máscara de la razón moderna.
El sujeto pierde la confianza en los criterios con los que había guiado su existencia: la verdad
se ha mostrado como el error más profundo y los valores han perdido su estimación, desdibujando el
horizonte de “sentido”. Un terrible vacío paralizante se instala en la conciencia porque sólo queda la
tierra, este mundo terreno, desprestigiado, incluso despreciado por veinticinco siglos de platocristianismo-racionalista. Durante siglos el cristianismo administró el sentido de la existencia, ahora
autónomos, pero inconscientes de la hazaña cometida, deambulamos buscando el valor de hacernos a
la altura de la historia y su devenir, pues ha irrumpido «la forma más extrema de nihilismo: ¡la nada
(la “ausencia de sentido”) eternamente!»474.
Las certezas, los temores, los anhelos e intereses mundanos escuchan la diana del nihilismo
que avisa que nuestro deseo se ha quedado sin objeto, nuestra racionalidad sin objetivo, que nuestra
voluntad podría ya no querer, y correr el riesgo de la inmolación. De ahí, la urgencia por el sentido.
Nietzsche, Friedrich (1994c) o.c., ‘Cómo el `mundo verdadero´ acabó convirtiéndose en fábula’, págs. 51-52. Vid. además Nietzsche, Friedrich
(1993a) o.c., ‘De los prejuicios de los filósofos’, §10, págs. 29-30.
474
Nietzsche, Friedrich (1992) o.c., junio 1887, 6, pág. 34.
473
1. La fe deviene en frenesí
El sujeto moderno, embriagado por la autonomía que produce la liberación de la moral cristiana y
de sus prolongaciones disciplinadoras en la cultura tras la “muerte de Dios”, deberá prolongar esta
ruptura hasta liberarse de todo relato que le determine externamente, debiendo adquirir mil formas
diferentes, como Proteo.475 La cultura moderna, entregada a la promesa del poseer/poder
acumulativo y del control sobre lo natural, se juega el sentido-valor de su experiencia vital,
enmarcada en una suerte de hastío, aburrimiento, bostezo y tedio como “mal del siglo” XIX que se
traslada al siglo XX ampliando el socavamiento de la existencia moderna. El nihilismo co-implica
la “muerte de Dios”, de todo supravalor y su consecuente superación, como también sepultar a
ambos sin inmolarse en el intento ni desidentizarse. De este modo, la caída de la interpretación
cristiana abre, a su vez, la posibilidad de superar toda estructura simbólica como también las
lógicas de poder que conformen y determinen a la subjetividad. Por tanto, esta ruptura también
exige a su artífice soportar el dolor y el cansancio, la responsabilidad y la satisfacción, el
abandono, el pánico y el orgullo: el abismo, pero con ojos de águila, «el que aferra el abismo con
garras de águila: ése tiene valor».476
A este proceso de extravío del sentido-valor, se le ha llamado “nihilismo” como una
experiencia típicamente moderna de ausencia de sentido para el existir humano, cuyo eje es el
acontecimiento meta-histórico de “muerte de Dios”, aquel «espacio imposible […] el ámbito de lo
trágico moderno, con plena conciencia del riesgo que supone habitar el abismo de lo trágico en
ausencia de cualquier referente real o imaginario […] se disipa y se aniquila; sobreviene el
nihilismo»477:
«Para Nietzsche es claro que la figura de Dios mantenía la homogeneidad del edificio
metafísico-teológico vigente en el período más prolongado de la filosofía occidental, en cuanto
aparece como la síntesis hipostática de las ideas de unidad, identidad y totalidad. El sistema
simbólico ofrece legitimidad, justificación y sentido a cada uno de los ámbitos de la acción
humana: cultural, económico, político, moral…, hasta el punto que la vida del hombre, tanto
individual como socialmente considerada, precisa en cada uno de sus momentos de la eficacia
simbólica del paradigma metafísico: los criterios de la vida privada, los límites de la creación
artística, los ámbitos de la investigación teórica, las pautas de la acción política…, se hallan
horizontalmente vinculados entre sí y verticalmente referidos a Dios como instancia suprema
de decisión, legitimidad, sentido y valor.»478
El relato y la promesa decimonónicos judeo-cristiano de la acción de Dios en el mundo –
tanto su elevación a paradigma cosmovisional y simbólico como su consecuente
derrumbamiento–, es uno de los quicios filosóficos fundamentales, pues su aventura dramática y
su patrón dogmático resultan una explosiva advertencia de la caída de los metarrelatos fundantes
de la cultura occidental y no el toque que comunica la llegada del ateísmo, sino lo que desaparece
es la “idea monoteísta” de Dios con todo lo que ella supone y garantiza:
«Dios muere en la medida en que el saber ya no tiene necesidad de llegar a las causas últimas,
en que el hombre no necesita ya creerse con un alma inmortal. Dios muere porque se lo debe
negar en nombre del mismo imperativo de verdad que siempre se presentó como su ley, y con
esto pierde también sentido el imperativo de la verdad y, en última instancia, esto ocurre
porque las condiciones de existencia son ahora menos violentas y, por lo tanto y sobre todo,
menos patéticas.»479
475
Vid. Vattimo, Gianni (1996a) o.c., pág. 33-46.
Z, IV, ‘Del hombre superior’, pág. 392.
477
Lanceros, Patxi. ‘Nihilismo’, en Ortiz-Osés, Andrés y Lanceros, Patxi dirs. (2004) o.c., pág. 392.
478
Lanceros, Patxi (1997) o.c., pág. 183.
479
Vattimo, Gianni (1990) o.c., pág. 27.
476
La dirección de las aristas del acontecimiento de la “muerte de Dios” se pueden visualizar
como sigue: «no es, pues, ni un simple hecho interior, ni una peripecia de orden filosófico ni
parafernalia conceptual ni menos a una suerte de rito religioso, sino una modalidad ingresada al
mundo que ha tomado forma en la historia de una civilización y que, como tal, concierne a todo
hombre que participe (sin haber medido su alcance) en la originalidad de esta historia.»480 Como
tampoco el «“descubrimiento” de una estructura objetiva del mundo [sino] un acontecimiento
histórico global del que, según Nietzsche, somos simultáneamente testigos y protagonistas.»481
El fundamento-razón encarnado en Dios pierde su potencia, su fortaleza y eficacia, debido al
cierre de interpretaciones en una sola posibilidad de afirmación del Dios monoteísta del cristianismo
y su creencia “monótono teísta”482, el resultado de ciertos principios ordenadores del mundo
inteligible que configuran una teología y una suerte de renuncia al devenir terrenal; además
simboliza el fundamento del sistema metafísico como idea que lo explica todo lo que se ordena
jerárquicamente la realidad frente al engañoso devenir:
«Nietzsche […] con el anuncio de que Dios ha muerto, es decir, que la estructura fuerte
de la metafísica –archai, Gründe, evidencias iniciales y destinos últimos– sólo eran formas de
garantía en épocas en las que la técnica y la organización social aún no nos habían vuelto
capaces, como sucede ahora, de vivir en un horizonte más abierto, menos “mágicamente”
garantizado. Los conceptos rectores de la metafísica –así como la idea de una totalidad del
mundo, de un sentido unitario de la historia, de un sujeto autocentrado, eventualmente capaz de
apropiarse de ellos– se revelan como medios de disciplinamiento y garantía ya no necesarios
en el cuadro de las actuales capacidades de disposición de la técnica.»483
Los acontecimientos de nihilismo, “muerte de Dios” y descentramiento del “logos divinizado”
como referencia discursiva de la verdad y del consecuente desalojo de las presencias en el ámbito
metafísico, resultan ser la insignia y santo y seña de la postmodernidad, entendiendo por el prefijo –
post como una “declinación” o un “deslizamiento”, es decir, como la metáfora de legibilidad o
conceptuabilidad de su crisis.
Según Vattimo, los cánones de la hermenéutica484 encuentran su reconocimiento de
mecanismo, su seña identitaria en tanto que «pensamiento de la época del final de la metafísica»485
análoga a la época de la “muerte de Dios” y, como se ha querido presentar, al tránsito a la
postmodernidad:
«El anuncio de la muerte de Dios es realmente un anuncio: o, en nuestros términos, la
anotación de un curso de eventos en que nos hallamos involucrados, que describimos
objetivamente sino que interpretamos arriesgadamente como concluyéndose con el
reconocimiento de que Dios ya no es necesario. La complejidad hermenéutica de todo ello
estriba en el hecho de que Dios ya no es necesario, se revela como una mentira superflua
(mentira, precisamente, sólo en cuanto superflua) a causa de las transformaciones que, en
nuestra existencia individual y social, han sido introducidas precisamente por creer en él. Es
conocido el esquema del razonamiento de Nietzsche: el Dios de la metafísica ha sido necesario
para que la humanidad organizara una vida social ordenada, segura, sin verse expuesta
480
Valadier, Paul (1982) Nietzsche y la crítica del cristianismo. Madrid, Cristiandad, pág. 453.
Vattimo, Gianni (2004) Nihilismo y emancipación. Ética, política, derecho. Barcelona, Paidós, pág. 72.
Nietzsche, Friedrich (1993b) El anticristo. Maldición contra el cristianismo. Madrid, Alianza, §19, pág. 44. En otro lugar, Nietzsche se refiere en los
siguientes términos: «¡Ser filósofo, ser momia, representar el monótono-teísmo con una mímica de sepulturero.» Nietzsche, Friedrich (1994c) o.c., ‘La
`razón´ en la filosofía’, §1, pág. 46.
483
Vattimo, Gianni y Rovatti, Pier Aldo (2000) El pensamiento débil. Madrid, Cátedra, págs. 26-27.
484
«Cuando hablamos de hermenéutica [es] mediante dos preceptos: a) distanciamiento del fundamento metafísico (esto es, de la filosofía de los
primeros principios […]; pero también de la filosofía como consciente develamiento de las condiciones de posibilidad de la experiencia y de la ciencia
[…]; b) concepción del mundo como conflicto de interpretaciones. Estos dos rasgos […] son claramente homólogos […] con los caracteres que definen
la modernidad y el proceso de modernización en la descripción clásica de Max Weber: tanto la disolución del fundacionalismo como la liberación del
conflicto de las interpretaciones son correlatos, aunque no efectos mecánicos, de la pluralización de las esferas de existencia y de los sistemas de
valores constatables en el mundo moderno.» Vattimo, Gianni (1996b) Filosofía, política, religión. Más allá del pensamiento débil. Oviedo, Nobel,
págs. 50-51.
485
Vattimo, Gianni (1991) o.c., pág. 215.
481
482
continuamente a la amenaza de la naturaleza –combatidas victoriosamente gracias a un trabajo
social jerárquicamente ordenado– y por las pulsiones internas, domadas por una moral
sancionada religiosamente; pero hoy, que esta obra de aseguramiento está, aunque sea
relativamente, cumplida, y vivimos en un mundo social formalmente ordenado, disponiendo de
una ciencia y de una técnica que nos permiten vivir en un mundo sin el terror del hombre
primitivo, Dios parece una hipótesis demasiado extrema, bárbara, excesiva; además, ese Dios
que ha funcionado como principio de estabilización y aseguramiento es también el que ha
prohibido siempre la mentira; por lo tanto, son sus mismos fieles, por obediencia, los que
desmienten el embuste que él mismo es: son los fieles los que han asesinado a Dios…»486
El acontecimiento que eclipsa el sentido llega a su clímax con la crítica ilustrada a la religión
como un “valor”:
«La Ilustración en relación a los presupuestos teológicos de nuestro pensamiento condujo
a la destrucción del mundo suprasensible, y ello desde luego en todas sus formas de aparición:
como valor supremo, como creador divino del mundo, como sustancia absoluta, como idea,
como absoluto o también como sujeto que capta-produce las modernas ciencias naturales y la
técnica.»487
Por ello, la idea de Dios encarna el último metarrelato sostenedor del saber pre-moderno y sus
proyecciones morales –desde la filosofía, la metafísica y la teología hasta las ciencias rigurosas,
sociales y humanas– disciplinadoras y teo-metafísicas u onto-teológicas a una «modernidad sin
tristezas»488 ni melancolías, pues ya no siente nostalgia del viejo Dios ni asume neuróticas actitudes
por el “Dios muerto”.489 Además, el relato fundante sobre Dios, se desdibuja en una galaxia abierta
de narraciones e interpretaciones de múltiples sentidos sobre lo Absoluto, lo Infinito, lo
Trascendente, lo Otro, etc.:
«Sin voluntad ni conciencia, los acontecimientos se liberan en una multiplicidad sin
medida, sin criterios, sin significado, sin sentido, sin valor. Los sustitutos posibles del Dios
muerto provocan risa y el desasosiego de un Nietzsche que se sitúa a la distancia: la pérdida del
horizonte vacía la propuesta de la modernidad, que celebra el deicidio sin reparar en sus
consecuencias.»490
Inconsciente del trastocamiento en el “orden”, pero específicamente respecto al “encargado”
de mantener este ordenamiento, pues la liberación del encarcelamiento de la “voluntad de poder”
parece fraguarse independientemente de quién detente tal función y que el precio de tal liberación
–la fe– no resulta alcanzable y de interés de pagar para el sujeto:
«Presos. – Una mañana entran los presos al patio del penal; faltaba el carcelero. Unos,
como de costumbre, se pusieron de inmediato al trabajo; otros se quedaron ociosos y mirando
desafiantes alrededor. Entonces salió uno y dijo en alto: “Trabajad cuanto queráis o no hagáis
nada, es igual. Vuestros planes secretos han salido a la luz, el carcelero os ha estado espiando
hace poco y en unos días os someterá a un juicio definitivo y espantoso. Ya le conocéis, es
duro y rencoroso. Pero atended: hasta hoy no me conocíais; yo no soy lo que parezco, sino
mucho más: soy el hijo del carcelero, y hago valer ante él lo que sea. Puedo salvaros, y quiero
salvaros, pero que quede claro, sólo a aquellos que creáis que soy su hijo; los demás
cosecharán los frutos de su incredulidad”. “Entonces”, dijo tras un silencio un preso viejo,
“¿qué se te puede dar a ti de que te creamos o no? Si de verdad eres su hijo y puedes los que
dices, dile algo en nuestro favor; eso sí que sería bondadoso de tu parte. ¡Pero deja a un lado
486
Vattimo, Gianni (1995) o.c., pág. 44.
Frank, Manfred (2004) Dios en el exilio. Lecciones sobre la nueva mitología. Madrid, Akal, pág. 19.
488
Wellmer, Albrecht (1993) Sobre la dialéctica de la modernidad y la postmodernidad. La crítica de la razón después de Adorno. Madrid, Visor, pág.
59.
489
Vattimo, Gianni (1989) Más allá del sujeto. Nietzsche, Heidegger y la hermenéutica. Barcelona, Paidós, pág. 23.
490
Lanceros, Patxi (1997) o.c., pág. 162.
487
toda esa palabrería de creer o no creer!” “Y además”, se metió voceando un joven, “yo no le
creo: sólo es algo que se le ha metido en la cabeza. Apuesto a que en ocho días nos
encontraremos aquí igual que hoy, y a que el carcelero no sabe nada”. “Y si se ha enterado de
algo, ahora ya no entera de nada” dijo el último de los presos, recién entrando al patio; “el
carcelero acaba de morir de repente”. “¡Vaya!”, vocearon varios a la vez, “¡vaya! ¿Y qué,
señor hijo, como va lo de la herencia? Acaso ahora somos presos tuyos?”. “Ya os lo he dicho”,
replicó manso el aludido, “liberaré a quien quiera que crea en mí, tan cierto como que mi padre
aún vive”. Los presos no se rieron, pero se encogieron de hombros, y lo dejaron estar.»491
Cuando Zaratustra baja de las montañas y encuentra a un anciano eremita –alienado por la
protección materna de la espesura del bosque– quien confiesa amar y alabar a Dios, se asombra
diciendo:
«¡Será posible! ¡Este viejo santo en su bosque no ha oído todavía nada de que Dios ha
muerto!»492
Como es sabido, el acontecimiento filosófico-teológico e histórico-espiritual del alejamiento,
desviación y extravío del sujeto poseído por la pasión del espíritu y de la razón que raya con la
locura, es anunciado en La gaya ciencia:
«El hombre loco.– No habéis oído hablar de aquel hombre loco que en pleno día
encendió una linterna, fue corriendo a la plaza y gritó sin cesar: “¡Busco a Dios! ¡Busco a
Dios!” – Como en aquellos momentos estaban allí reunidos muchos de los que no creían en
Dios, provocó gran regocijo. ¿Es que se ha perdido?, dijo uno. ¿Es que se ha extraviado como
un niño?, dijo otro. ¿O se te está escondiendo? ¿Es que nos tiene miedo? ¿Se ha embarcado?,
¿Emigrado? –así gritaron y rieron a coro. El hombre loco saltó hacia ellos y los fulminó con la
mirada. “¿Dónde se ha ido Dios?”, gritó. “¡Os lo voy a decir! ¡Lo hemos matado vosotros y yo!
¡Todos nosotros somos sus asesinos! Pero ¿cómo hemos hecho esto? ¿Cómo pudimos vaciar el
mar? ¿Quién nos dio la esponja para borrar todo el horizonte? ¿Qué hicimos al desatar esta
Tierra de su Sol? ¿Hacia dónde va ella ahora? ¿Adónde vamos? ¿Alejándonos de todos los
soles? ¿No estamos cayendo continuamente? ¿Hacia atrás, hacia un lado, hacia adelante, hacia
todos los lados? ¿Existe todavía un arriba y abajo? ¿No estamos vagando como a través de una
nada infinita?493 ¿No nos roza el soplo del vacío? ¿No hace ahora más frío que antes? ¿No cae
constantemente la noche, y cada vez más noche? ¿No es preciso, ahora, encender linternas en
pleno día? ¿No oímos aún nada del ruido de los sepultureros que entierran a Dios? ¿No
percibimos aún nada de la podredumbre divina? –también los dioses se pudren! ¡Dios ha
muerto! ¡Dios sigue muerto! ¡Y nosotros lo hemos matado! ¿Cómo podemos consolamos,
asesinos de asesinos? Lo más santo y poderoso que ha habido en el mundo se ha desangrado
bajo nuestros cuchillos – ¿quién nos limpia de esta sangre? ¿Con qué agua podríamos
limpiarnos? ¿Qué fiestas expiatorias, qué juegos sagrados tendremos que inventar? La
grandeza de este acto, ¿no es demasiado grande para nosotros? ¿No hemos de convertirnos
nosotros mismos en dioses para aparecer dignos de él? ¡Jamás ha habido acto más grande y
todos los que nazcan después de nosotros pertenecerá por obra a una historia más grande que
toda historia hasta ahora habida!” – Entonces se calló el hombre loco, mirando de nuevo a sus
oyentes: también éstos callaron, mirándolo extrañados. Al fin él arrojó al suelo su linterna, así
que en pedazos y se apagó. “Llego demasiado pronto”, dijo pronto. Este acontecimiento
tremendo está todavía en camino – no ha llegado aún hasta los oídos de los hombres. El rayo y
el trueno requieren tiempo, la luz de los astros requiere tiempo, los hechos requieren tiempo,
491
Nietzsche, Friedrich (2003a) El paseante y su sombra. Madrid, Siruela, §84, págs. 53-54.
Z, ‘Prólogo de Zaratustra’, §1, pág. 36.
493
Nietzsche en GM, III, 25, pág. 178, se refiere en los siguientes términos a esta errancia específicamente conectada con el “mundo moderno” y su
declinar: «A partir de Copérnico el hombre parece haber caído en un plano inclinado, - rueda cada vez más rápido, alejándose del punto central - ¿hacia
dónde?, ¿hacia la nada?, ¿hacia el “horadante” sentimiento de su nada?...»
492
aún después de cometidos, para ser vistos y oídos.494 Este acto para ellos está todavía más lejos
que los astros más lejanos – ¡y sin embargo, han sido ellos quienes lo cometieron!” – Se cuenta
que ese mismo día el hombre loco penetró en varias iglesias y en ellas entonó su requien
æternam deo [descanso eterno para Dios], y cada vez que lo expulsaron y le pidieron cuentas
se limitó a replicar: “¿qué entonces son aún estas iglesias sino son las tumbas y monumentos
fúnebres de Dios?”»495
La figura del “hombre loco”, es la imagen del “descentramiento cosmovisional”, de la “ruptura
histórica” y de la “fisura de sentido”. La “locura” expresa la clarividencia de una mirada que ve más
allá de los acontecimientos presentes, y expresa por ello, la emotiva tragedia del eclipse de Dios y de
la posibilidad de hallar sustituto, sustitutos o incluso sustitutas, y monta el trasfondo de la
experiencia de la modernidad: la autonomía a través del poder humano desde la “muerte de Dios”
para revelar y develar sus múltiples significaciones y alcances.
¿Quién es el “hombre loco”? Nietzsche en su manuscrito original habría escrito una “Z”
(Zaratustra) que luego tachó. Es sin duda, el portavoz de Nietzsche, es un personaje que “habla por”
y “habla para”, y siguiendo nuestra interpretación, consideramos que el exaltado, es el “sacerdote
asceta”, aquel sacerdote que ha «sufrido demasiado, por esto quieren hacer sufrir a otros»496.
Además, es un conocedor del ejercicio de la fe, es decir, el “hombre loco” al momento de ser
expulsado de las iglesias por entonar el Requien æternam deo, manifiesta un conocimiento que va
más allá del manejo de los creyentes corrientes, es decir, denota un dominio de los rituales
eclesiásticos básicos, pero no populares. Además, el “grito” del hombre que busca a Dios rozando la
desesperación, manifiesta la exterioridad del acontecimiento, es decir, no es una “muerte de Dios”
que se produce en el interior de los hombres, sino en la imaginación religiosa, no se niega a Dios
insensatamente, sino que se busca a Dios pues su presencia está en la semioscuridad, y las
indicaciones que conducen a Él, resultan vagas y poco operativas: «el privilegio divino de resultar
incomprensible»497, pero que resultan en enigmas de transfiguración de la mediación de la “figura de
significación” hermenéutica de “pastor”.
La “palabra que hace pedazos”498, y la “mirada que traspasa”, la “legibilidad silenciosa” de la
dirección del mundo499 y de la “muerte de Dios”, expresan la inminencia de la lejanía, es decir, del
acontecer que aún no llega, pero que se espera: el acontecimiento introduce en el mundo el temor, la
inquieta certeza de que “Dios” haya muerto, o esté muerto o que efectivamente morirá.
La alegría, la jovialidad, la soltura y la excesiva levedad que otorga la liberación por la
búsqueda de justificaciones que re-estructuren la vida ahora sin los residuos del viejo Dios y situada
en los debilitados contornos de la historia dibujados por la herida del acontecimiento:
«Como está nuestra alegría.– El más grande de los acontecimientos recientes –que “Dios ha
muerto”, que la creencia en el Dios cristiano se ha desacreditado – empieza ya a proyectar sus
primeras sombras sobre Europa. A los pocos, por lo menos, cuya mirada, cuya suspicacia en la
mirada, es suficientemente aguda y sutil para este espectáculo, les parece que se hubiera puesto
algún sol, que alguna inveterada y profunda confianza se hubiera trocado en duda: nuestro
viejo mundo se les aparecerá forzosamente cada vez más vespertino, más receloso, más
“viejo”. Pero se puede decir en general: que el acontecimiento mismo es demasiado grande,
demasiado remoto, demasiado apartado de la capacidad de comprensión de los muchos como
«Los acontecimientos y pensamientos más grandes – y los pensamientos más grandes son los acontecimientos más grandes – son los que más se
tarda en comprender: las generaciones contemporáneas de ellos no tienen la vivencia de tales acontecimientos, - viven al margen de ellos. Ocurre aquí
algo parecido a lo que ocurre en el reino de los astros. La luz de los astros más lejanos es la que más tarda en llegar a los hombres; y antes de que haya
llegado, el hombre niega que allí – existan astros. “¿Cuántos siglos necesita un espíritu para ser comprendido?” – éste es también un criterio de medida,
con él se crean también una jerarquía y una etiqueta cuales se precisan: para el espíritu y para el astro.» Nietzsche, Friedrich (1993a) o.c., ‘Qué es
aristocrático’, §285, pág. 247.
495
GC, III, §125, ‘El hombre loco’, págs. 160-162.
496
Z, II, ‘De los sacerdotes’, pág. 143.
497
Nietzsche, Friedrich (2000a) o.c., V, §575, pág. 279.
498
Z, II, ‘La más silenciosa de todas las horas’, pág. 218.
499
ibid., pág. 219.
494
para pueda decirse que la noticia de ello ya ha llegado; y menos aún que muchos sepan lo que
en efecto resultará de ello – y cuantas cosas, una vez socavada esa fe, tendrán que
desmoronarse por estar fundamentadas sobre ella, adosadas a ella, trabadas con ella: por
ejemplo, toda nuestra moral europea. Esa larga plenitud y sucesión de demolición, destrucción,
hundimiento y cambio que ahora se avecina: ¿quién lo adivina hoy por hoy suficientemente
para tener que ser el predicador y pregonero de esta pavorosa lógica de terror, el profeta de un
ensombrecimiento y eclipse tal como probablemente jamás lo ha presenciado la tierra?… Hasta
nosotros, descifradores natos, de enigmas que esperamos, por así decirlo, en las montañas
colocados entre el hoy y el mañana y encajonados en la contradicción entre el hoy y el mañana,
nosotros, primogénitos y prematuros del siglo futuro, que en rigor debiéramos ya percibir las
sombras que no tardarán en volver a Europa: ¿cómo se explica que hasta nosotros aguardemos
su advenimiento sin interés por este ensombrecimiento, sobre todo sin preocupación ni temor
por nosotros mismos? Será que nos hallamos todavía demasiado sujetos a las consecuencias
inmediatas, sus consecuencias para nosotros no son, contrariamente a lo que pudiera acaso
suponerse, en manera alguna tristes y ensombrecedoras, sino muy al contrario como una
especie nueva, difícil de definir, de luz, ventura, alivio, alegría, aliento, aurora… En efecto, los
filósofos y “espíritus libres”, al enterarnos de que “ha muerto el viejo Dios”, nos sentimos
como iluminados por una aurora nueva; con el corazón henchido de gratitud, maravilla,
presentimiento y expectación – por fin el horizonte se nos aparece otra vez libre, aunque no
esté aclarado, por fin nuestra naves pueden otra vez zarpar, desafiando cualquier peligro, toda
aventura del cognoscente está otra vez permitida, el mar, nuestro mar, está otra vez abierto, tal
vez no haya habido jamás mar tan abierto.»500
La visión nietzscheana de la “muerte de Dios” tiene una doble vertiente de significación.
Por un parte, tiene que ver con el descrédito de la creencia judeo-cristiana occidental, que ha
devenido descreíble, se ha revelado nihilista y radicalmente absolutista en lo teórico. ¿Cuál es esa
creencia? Es la tesis introducida por Platón del “mundo verdadero” que versa “Dios es la verdad,
y la verdad es divina” en el cristianismo y que se convierte en un eje teórico-conceptual, que
posteriormente en Kant se ve transformado el “mundo verdadero” en “un orden moral del mundo
trascendente”. Por otra parte, la declaración mortuoria de Dios supone varias otras muertes y
exigencias que cargarán los hombros del “nuevo hombre en tanto que ideal”:
«la muerte de un sujeto que se autodefine como criatura, efecto o analogía de un principio que
lo trasciende desde un comienzo; la muerte de la metafísica, entendida como perspectiva que
establece la distinción categórica entre conocimiento verdadero y falso, entre lo esencial y lo
aparente, entre el sujeto y el mundo, y entre pensamiento y fenómeno; la muerte del principio
que garantiza la certeza y la posibilidad de la unidad interna en el sujeto, llámese ese principio
Razón o conciencia; la muerte de la teleología en la historia (es decir, de la historia como
marcha ascendente hacia un orden superior) y, con ello, del principio que permite derivar hacia
el futuro la promesa de una redención individual en un reencuentro universal; la muerte del
mito moderno del progresivo dominio de la acción personal sobre las condiciones externas que
inciden en su desarrollo; y la muerte de las cosmovisiones estables, de la temporalidad
ordenada, de todo centro en torno al cual sea posible articular nuestras ideas; en fin, la muerte
de la certeza y autoconfianza del yo.»501
GC, V, §343, ‘Como está nuestra alegría’, págs. 253-254; «¡Hemos dejado la tierra firme y nos hemos embarcado! ¡Hemos destruido el puente tras
nosotros – más aún, hemos destruido la tierra tras nosotros! Ahora, barquita, ¿cuidado! A tu lado está el océano, es verdad que no siempre brama y que
a veces se explaya cual seda y oro y ensueño de bondad. Pero horas llegarán en que te darás cuenta de que es infinito y que nada hay tan pavoroso como
la infinitud. ¡Ay del pobre pájaro que se ha sentido libre y ahora choca contra las paredes de esa jaula! ¡Ay de ti, cuando te asalte la añoranza de la
tierra firme, como si allí hubiese habido más libertad – pero no hay más “tierra”!» GC, III, §124, ‘En el horizonte del infinito’, pág. 160. Sobre la
misma metáfora, Vid. GC, IV, § 279, ‘Amistad de estrellas’, págs. 205-206; GC, IV, §283, ‘La fe en sí mismo’, pág. 209; GC, IV, §289, ‘¡A las
naves!’, págs. 211-212; GC, V, §371, ‘Nosotros los incomprensibles’, pág. 299; GC, V, §374, ‘Nuestro nuevo infinito’, págs. 302-303; GC, V, §382,
‘La gran salud?, págs. 311-313 y GC, Apéndice, ‘Hacia nuevos mares’, págs. 323-324.
501
Hopenhayn, Martín (1998) o.c., págs. 19-20.
500
En definitiva, resulta ser una perspectiva exultante, destinal y superadora de la autónoma
condición alcanzada:
«A todos esos pájaros atrevidos que vuelan hacia espacios lejanos les llegará un momento en el
que no podrán avanzar más y habrán de posarse en un mástil o en un pelado arrecife,
sintiéndose felices por haber dado con tan miserable cobijo. Pero ¿cabe concluir de aquí que no
queda ante ellos un espacio libre e infinito y que han volado todo lo que podían volar?
Sin embargo, todos nuestros grandes iniciadores y precursores acabaron deteniéndose, y
cuando el cansancio se detiene no adopta actitudes nobles ni graciosas. Lo mismo nos sucederá
a ti y a mí. ¡Otros pájaros volaron más lejos! Este pensamiento, esta fe nos anima, se echa a
volar. Compite con ellos, vuela cada vez más lejos y más alto, se lanza directamente por los
aires como una flecha, por encima de nuestras impotentes cabezas, y desde lo alto del cielo ve
en las lejanías del espacio bandadas de pájaros mucho más poderosos, que se lanzaron en
nuestra misma dirección, allí donde no hay más que may y mar. ¿Dónde queremos ir?
¿Queremos atravesar el mar? ¿Adónde nos arrastra esta pasión poderosa, que supera a toda otra
pasión? ¿A qué viene ese vuelo desesperado hacia el punto donde hasta ahora todos los soles
han declinado y se han extinguido? Puede que un día se diga de nosotros que echamos a
navegar hacia el oeste esperando llegar a unas Indias desconocidas, pero que nuestro destino
era naufragar en el infinito. O tal vez se diga más bien, hermano mío, que…»502
Pero que sin embargo, exterioriza una contradicción inmanente al discurso secularizador de
la autonomía:
«La muerte de Dios libera y dispersa. Coloca al sujeto entre ambivalencias cruzadas. Lo provee
de autonomía pero le sustrae fundamento y continuidad. No hay un final de la historia en que
confluyan sus acciones, ni un sentido que permita inscribir su vida personal en una totalidad
unitaria.» 503
Como afirma Deleuze, la «proposición de la “muerte de Dios”, es la proposición dramática
por excelencia»504 que expresa la experiencia humana de autonomía como también la conciencia
del nihilismo abierto por la insolencia moderna de liberación. Además de este carácter dramático,
la expresión encierra “momentos”, “instancias” o “versiones” del acontecimiento que cumplen
una función explicativa-genealógica del mismo, pues «la proposición dramática es sintética, luego
esencialmente pluralista, tipológica y diferencial»505 que deriva en la imagen trágica del mundo,
en que el trans-mundo ha sido falazmente develado y que a partir de su evidencia, comienza «el
amanecer de la tierra»506, el comienzo de su sentido, la reposición de su habitante y la revalorización de la “vida”.
La declaración mortuoria de Dios, se presenta en tres partes claramente distinguibles. Se
puede atender primeramente a un símil representado en “sol-existencia” (máxima expresión de
heroísmo frete a lo trágico de la existencia) con el “asesinato-pérdida de sentido” (máxima
expresión de la depotencialización de las fuerzas vitales). Comienza con la imagen de la acción
del asesinato atribuyéndole al hombre la capacidad de desatar la existencia de la tierra del sol.
¿Cómo pudo provocar el descalabro y colapso del sistema solar, acto que evidentemente escapa a
todo poder humano? Esta pregunta pone de relieve otras dos cuestiones: primero, que si bien
Dios, tanto en las preguntas e ironías de los ateos507, como en la tesis de que se lo ha asesinado
502
Nietzsche, Friedrich (2000a) o.c., V, §575, pág. 279.
Hopenhayn, Martín (1998) o.c., pág. 20.
504
Deleuze, Gilles (1994) o.c., pág. 214.
505
id.
506
ibid., pág. 175 y ss.
507
Z, I, ‘De las moscas del mercado’, págs. 90-93. Veamos aquellos símbolos representacionales de la crítica nietzscheana que aplica a su época. En el
mercado pululan dos tipos de personajes de características peculiares, las “moscas” y el “pueblo” vienen a representar a aquellos hombres que sólo
tienen sentidos para los representadores que seducen a los hombres con sus movimientos de grandilocuente comedia. Frente a estos, surge la figura de
503
aparece siendo como un hombre y segundo, que el asesinato de Dios se muestra como un hecho
autónomo de Él, siendo que, al modo de la tierra respecto del sol, recibe de Él la vida y en tal
sentido depende esencialmente de Él. Por eso el destino de la tierra, del hombre es tener al sol, a
Dios, como su centro y poder girar en torno a Él.508
La aspiración de la tierra de autonomía respecto del sol, es un imposible, pues se descentra
radicalmente la existencia humana, porque se ha dado muerte a Dios y con él ha desaparecido
todo centro de referencia fundamental que da sentido y orienta, desaparece toda dirección y la
tierra se precipita a un abismo en el que no existe arriba ni abajo, adelante ni atrás: se arroja hacia
todos los lados y, por ende, hacia ninguno. La tierra vaga errante en un sentido tajante: no es que
se mueva sin cesar de un punto a otro, puesto que no hay referencias. La errancia es radical
porque ocurre al interior de una nada infinita. La ausencia absoluta de sentido y la imposibilidad
absoluta de encontrarlo. Es la noche que se hace más y más noche, más y más fría, precisamente
por efecto de su desvinculamiento del sol. En otras palabras, la propia vida se hace más y más
imposible y camina o deriva hacia su extinción. Desatado del sol (Dios), el hombre, sin dirección
se siente dueño de todas las direcciones, no obstante, es incapaz de erigir una nueva y mantenerla.
El tercer punto en la serie de preguntas, reitera el carácter humano de Dios asesinado, pero con
una intención que pone al descubierto algo que vendrá enseguida: pregunta a los ateos si no
escuchan a los sepultureros de Dios que lo entierran, sino huelen la descomposición del cadáver
de Dios. Interpretamos “descomposición” como aquel proceso de desmontaje de los fundamentos
iniciados por la modernidad racionalizadota.
Se inicia con una nueva serie de preguntas, orientada a los siguientes puntos: primero, que
no hay consuelo posible, esto es, perdón, redención, expiación por la acción colectiva cometida.
La razón es que se ha asesinado a lo más santo y poderoso, fuente y posibilidad de todo acto de
penitencia en vista al perdón y consuelo, puesto que no hay sustituto de Dios: con su muerte
muere todo aquello que consuela al hombre, llámese “sentido”, “valor”, “verdad”, cuya fuente era
Dios mismo. La alternativa ha quedado clara: o Dios, fuente de la vida o la Nada y la muerte. De
la sangre de Dios nadie puede lavarse, sólo Dios puede lavar su sangre y Él ha muerto. Como
consecuencia, el hombre ha de cargar con el desconsuelo y culpa del acontecimiento. Pero viene
un segundo punto, al que ya se había hecho referencia más arriba: se pregunta si tal acto no es
demasiado grande para el hombre –lo que parece ser evidente–. Pero surge una consecuencia
inesperada, aunque enteramente consistente con la lógica del texto. El acto, en efecto, le quedaba
al hombre demasiado grande en un sentido muy preciso: era propio sólo de un Dios. Es lo que está
en el fondo de su pretensión de autonomía total al desatarse del sol, pues tal acto, es irrevocable y
funda una historia nueva más alta que toda historia habida hasta entonces, convirtiéndose para el
hombre en un destino. En efecto, una vez que pretendió ser igual a Dios, debió asumir de manera
radical tal pretensión y esto significa ser capa de ser efectivamente autónomo, esto es, convertirse
en Dios o en supra-hombre, a lo menos, en más que un hombre.
Y la fuerza de su argumento reside en que la “muerte” y “asesinato de Dios” no son
hipótesis, sino descripciones de un rasgo que define a la modernidad y al mundo contemporáneo,
a saber: un mundo y una cultura en el que el hombre ha hecho de su propia autonomía el supremo
valor de la existencia, buscando de manera frenética el dominio de todos los ámbitos de la
existencia, para así convertirse en autodependiente, en autor y señor de la vida y la historia, en
ingeniero de la felicidad y garante de su alcance mediante la ciencia y la técnica como
racionalidad de medios –poder– que se define por medios económicos en función del bienestar,
un hombre cuyo hogar es la soledad, un hombre que supera el “sí” y el “no” y que no necesita afirmarse en los inventos de los comediantes, siendo
capaz de afirmarse a sí mismo en la profundidad de sí mismo. Y esta autoafirmación molesta al pueblo, quien siente reflejada toda su miseria en la
seguridad de sí del hombre que vive en la soledad.
508
Valadier obtura esta acción de desvinculación como un resultado ateo de la propia tradición cristiana, pues la descreencia «ha desembocado en el
asesinato de Dios en la conciencia de los hombres, pues les presenta un Dios que se ha vuelto no creíble.» Valadier, Paul (1982) o.c., pág. 455.
como único fin y supremo valor. Es importante notar que la pretensión a la autonomía de todo
poder superior al hombre, la aspiración a la absoluta autodependencia (lo que se ha llamado la
secularización del mundo moderno fundada en el olvido de los valores supremos que parecen
caducos, fuera de moda o retrógrados), es indisociable de la aspiración al poder y omnipotencia
que tendría que hacer posible tal autonomía. Y se trata, por cierto, de un poder estrictamente
humano, un despliegue al infinito del poder del hombre.
«La imagen nietzscheana del superhombre es ambivalente; y en esta ambivalencia se esconde
un drama existencial. El superhombre representa un tipo biológico más elevado, que podría ser
el producto de un cultivo consciente de su propósito, pero también es un ideal para todo el que
quiere adquirir poder sobre sí y cultivar y desarrollar sus virtudes; es un ideal con fuerza
creadora, que sabe tocar todo el teclado de la capacidad humana de pensar, de la fantasía y de
la imaginación. El superhombre realiza la imagen completa de lo posible para el hombre, y por
eso el superhombre de Nietzsche es también respuesta a la muerte de Dios. […] El
superhombre es el hombre prometeico, que ha descubierto sus talentos teogónicos. El Dios
fuera de él está muerto; pero está vivo el Dios del que sabemos que vive solamente a través del
hombre y en el hombre; este Dios es un nombre para designar el poder creador del hombre.»509
El hombre no aspira ser “Dios”, sino que, para llegar a ser Dios, deberá superar las
consecuencias de la “muerte de Dios”: el nihilismo en su primera fase, marcado esencialmente por
la ausencia y carencia dolorosa de Dios, por la nostalgia de Dios, deberá superar todo sentimiento
de carencia y nostalgia de Dios, llegando a ser capaz de suprimir de su sintaxis tanto la palabra
“Dios” como la palabra “Nada”. Superada esta etapa, será capaz de vivir sólo en dependencia de
sí mismo.510 El relato del silencio tanto del “hombre loco” como de sus auditores marca esta parte
del texto. De ahí que rompa su lámpara contra el suelo (el símbolo de las consecuencias de la
muerte y asesinato de Dios), simplemente porque los hombres no han tenido aún la experiencia de
aquello que les habla. El acto del asesinato y desvinculamiento de Dios, es simultáneo y supone
asumir la búsqueda de la autodependencia, de la omnipotencia. Y ambas exigencias son un hecho
que se despliega en la modernidad, sólo que el hombre aún no ha tomado conciencia de su
significado, particularmente en cuanto sigue pretendiendo ser “creyente” de una ciega veneración
ahora de una sombra de Dios, vale decir, respetar valores absolutos, vivir en función de un
sentido, creer en la verdad, cree en la razón, en el progreso, en la ciencia, etc.
Finalmente, se relata el afán por parte del “hombre loco” de visitar iglesias y cantar el
“descanso eterno de Dios”. Este punto es altamente irónico y mordaz, pero clave para sopesar el
derrumbamiento personal, espiritual del “hombre loco” como expresión de identidad, de una
identidad metamorfoseada, destópica de su sitio original. Lo que se canta en las iglesias es el
requiem, es decir, “Dios, dale el descanso eterno”, lo que resume el sentido del texto y espíritu
moderno que persigue la autonomía. Complejos cruces de significaciones nutren el sentido del
texto, como asimismo sirve para dibujar el espíritu moderno frente a su destino.511
La “muerte de Dios”, es el gran acontecimiento de la indefinición, es decir, es el advenimiento
de lo que no tiene tiempo, pero que ha sucedido, lo que Deleuze y Guattari se refieren con “tiempo
Aiôn” al «tiempo indefinido del acontecimiento, la línea flotante que sólo conoce las velocidades y
que no cesa a la vez de dividir lo que ocurre en un déja-là [ya allí] y un pas-encore-lá [no todavía
allí], un demasiado tarde y un demasiado pronto simultáneos, un algo que sucederá y que a la vez
acaba de suceder.»512
509
Safranski, Rüdinger (2001) o.c., págs. 290-291.
«¡Benignos dioses! ¡Desdichado es aquel que os ignora! Su alma grosera es presa incesante de la discordia, el mundo no es para él más que tinieblas
y nada sabe de cantos ni alegría.» Hölderlin, Friedrich (2005) o.c., ‘Los dioses’, pág. 151.
511
Sobre las imágenes de fenómenos y/o hechos que vendrán a reemplazar los lugares que habitaba Dios, Vid. Z, II, ‘De los sacerdotes’, págs. 143-146;
GC, IV, §280, ‘Arquitectura de los cognoscentes’, pág2. 206-207.
512
Deleuze, Gilles y Guattari, Félix (1994) Mil mesetas. Valencia, Pre-Textos, pág. 264. Platón, en Timeo, 37d, afirma que el tiempo (khrónos)
constituye «una cierta imagen móvil de la eternidad».
510
Lo que debe anunciar Zaratustra junto con la tarea reveladora de compartir la doctrina del
“eterno retorno de lo mismo”: la gran verdad que trae la boca de Zaratustra no se trata de un anhelo o
deseo, sino de una constatación y explicitación de un acontecimiento aterrador y a la vez formidable:
Dios ha muerto y, por ello, ha muerto también el principio y garante de la cultura como se ha venido
pensando. Es la “araña universal” que está en el centro de la telaraña de la razón y que supone
extraer las consecuencias inmediatas y directas de la “muerte de Dios”, es decir, forzar a Dios a salir
de sus tradicionales refugios, que han sido la religión, la teología, la filosofía: el verbo y el lenguaje.
La vieja hembra engañadora o la razón en el lenguaje:
«Temo que no vamos a desembarazarnos de Dios porque continuamos creyendo en la
gramática…»513
La “muerte de Dios” dibuja la bifurcación en los caminos abiertos para el hombre:
«¿De lo que se trata, entonces, es de alcanzar la idea de Dios, del mundo y de la redención, en
lo que uno se encuentra muy cómodamente? ¿Pero no es más bien algo indiferente el resultado
de la investigación precisamente para el verdadero investigador? ¿Buscamos nosotros entonces
en nuestra investigación paz, tranquilidad y felicidad? No, sólo la verdad, aunque ésta fuese
sumamente horrible y repulsiva. […] Aquí se dividen los caminos del hombre; si quieres
alcanzar la paz del alma y la felicidad, entonces cree; pero si quieres ser discípulo de la verdad,
entonces investiga.»514
Como vimos más arriba, la noticia de que “Dios ha muerto” no es futurista, no es un aviso
premonitorio, tampoco un deseo proveniente de un ateísmo desenfadado o un desencanto
espiritual, sino todo lo contrario, relata un acontecimiento en desarrollo, que ha sucedido antes y
que está sucediendo, mientras y después de que se tenga referencia de él. Ya el mar está vacío y el
horizonte no existe. Si bien, como la luz de las estrellas más lejanas, el acontecimiento aún está en
camino, vivimos mirando al sol del crepúsculo y no al de la aurora.
Pero en definitiva, ¿qué tipo de “Dios” muere? y ¿qué tipo de “hombre” es su asesino? La
primera pregunta hace referencia directa al proceso de absolutización teórica del concepto de Dios
elaborada por la filosofía, que ha hecho de Dios un concepto puro que desde la exterioridad funda
la subjetividad y, a la vez, sirve de causa para la interioridad de los afectos. El “dios que muere”,
lo hace a causa de la absolutización de nuestras explicaciones asumidas como leyes de una
gramática de la verdad absoluta más allá de la vida.
En Z encontramos una explicación de la monoteísta “muerte de Dios” y de lo que podemos
llamar el comienzo de “momentos” o “versiones” del acontecimiento. Cuando los dioses mueren,
mueren siempre de muchas especies de muerte.515 Murieron primero los viejos dioses con una
muerte digna de inmortales la pluralidad vital y exultante de la heroica cultura griega fue ahogada
por el monoteísmo bíblico. Los viejos dioses se murieron de risa, al oír decir a uno de ellos que él
era el único:
«Los viejos dioses hace ya mucho tiempo, en efecto, que se acabaron: –¡y en verdad, tuvieron
un buen y alegre final de dioses!
No encontraron la muerte en un “crepúsculo”, ¡esa es la mentira que se dice! Antes bien,
encontraron su propia muerte – ¡riéndose!
Esto ocurrió cuando la palabra más atea de todas fue pronunciada por un dios mismo, –la
palabra: “Existe un único dios! ¡No tendrás otros dioses junto a mí.»516
Un viejo dios huraño, un dios celoso se sobrepasó de ese modo:
513
Nietzsche, Friedrich (1994c) o.c., §5, pág. 49. Además en GM resalta especialmente: «deberíamos permitirnos el concebir también el origen del
lenguaje como una exteriorización de poder de los que dominan: dicen “esto es esto y aquello”, imprimen a cada cosa y a cada acontecimiento el sello
de un sonido y con esto se lo apropian.» GM, I, 2, pág. 32.
514
Nietzsche, Friedrich (2005) Correspondencia. Madrid, Trotta, Carta a Elizabet Nietzsche, 11 de junio de 1865, págs. 336-337.
515
Z, IV, ‘El mago’, pág. 350.
516
Z, III, ‘De los apostatas’, pág. 256.
«Y todos los dioses rieron entonces, se bambolearon en sus asientos y gritaron: “¿No
consiste la divinidad precisamente en que existan dioses, pero no dios?”»517
¿Cómo ha muerto Dios? Una primera respuesta, se expone en la hipótesis de que se suicidó
a causa de su propia compasión, considerada por Nietzsche como el «más perverso de todos los
reblandecimientos y debilidades»518, es decir, el ejercicio de la compasión decadente termina por
asfixiarlo.
Tal suceso lo narra el diálogo de Zaratustra con el último Papa:
«El era un dios lleno de secretos. En verdad no supo procurarse un hijo más que por caminos
tortuosos. En la puerta de su fe se encuentra el adulterio.
Quien le ensalza como a Dios del amor no tiene idea suficientemente alta del amor mismo. ¿No
quería este Dios ser también juez? Pero el amante ama más allá de la recompensa o la
retribución.
Cuando era joven este Dios del Oriente, era duro y vengativo y construyó un infierno
para diversión de sus favoritos.
Pero al final se volvió viejo y débil y blando y compasivo, más parecido a un abuelo que
a un padre, y parecido sobretodo a una vieja abuela vacilante.
Se sentaba allí, mustio, en el rincón de su estufa, se afligía a causa de la debilidad de sus
piernas, cansado del mundo, cansado de querer, y un día se asfixió con su excesiva
compasión.»519
Zaratustra replica dando un nuevo matiz sobre los atributos “negativos” de Dios:
«era ambiguo. Era también oscuro. ¡Cómo se irritaba con nosotros, resoplando cólera, porque
le entendíamos mal! Mas ¿por qué no hablaba con mayor nitidez? Y si dependía de nuestros
oídos, ¿por qué nos dio unos oídos que le oían mal? Si en nuestros oídos había barro ¡bien!
¿quién lo había introducido allí?»520
Ante esto, el último Papa contesta:
«¡Demasiadas cosas se le malograron a ese alfarero que no había aprendido del todo su oficio!
Pero el hecho de que se vengase de sus pucheros y criaturas porque le hubiesen salido mal a él
– eso era un pecado contra el buen gusto. […] También en la piedad existe un buen gusto: éste
acabó por decir “Fuera tal Dios! ¡Mejor ningún Dios, mejor construirse cada uno su destino a
su manera, mejor ser un necio, mejor ser Dios mismo!”»521
Esta primera hipótesis cuenta la historia de la idea del Dios cristiano: la “depuración” del
concepto de Dios a lo largo del pensamiento occidental. El progreso en la civilización de ese Dios
Oriental culmina con su propia desaparición: él mismo se ahoga en su piedad y es ésta misma la
que debe rechazar a semejante Dios. La idea de Dios se hace progresivamente inaceptable para la
estructura de pensamiento nacida del entramado histórico-social tejido precisamente en torno a
esa misma idea:
«Hubo una vez un Dios viejo y honrado; tenía manos y pies, y un corazón también: y
mucha ira y amor en las entrañas.
Y he aquí que el amor le hizo una jugarreta, y se enamoró de los hombres: de tal modo
que este amor se convirtió en un infierno para él.
¿Qué hizo aquel Dios viejo y honrado? Persuadió a una mujer para que alumbrase a un
hijo suyo: y este hijo de Dios sólo dio a los hombres este consejo: ¡Amad a Dios! ¡Como yo le
amo! ¡Qué importan los buenos y los justos, qué nos importan a nosotros, hijos de Dios!
517
id.
Nietzsche, Friedrich (1993a) o.c., §225, pág. 172.
519
Z, IV, ‘Jubilado’, pág. 356.
520
id.
521
ibid., págs. 356-357.
518
Y como un hombre celoso, aquel Dios viejo y honrado perseguía a los hombres con su
amor.
¿Creéis que consiguió su propósito? Con el tiempo convenció precisamente a los hombres que
no le gustaban, los buenos y los justos.
SE LLAMARON A SÍ MISMOS “IGLESIA”, Y “ELEGIDOS”: Y PERORARON MUCHO SOBRE SU
AMOR A DIOS – ¡AQUELLOS POBRES EN AMOR!
Al Dios viejo y honrado se le partió el corazón: y le sucedió lo mismo que a su hijo:
murió en la cruz de la compasión.
En verdad estos buenos y justos arruinan el ansia de vivir, y no sólo a los dioses viejos y
honrados.
“Tres cosas deben faltarnos –decían siempre– la verdad, el dinero y la virtud: así amamos
a Dios.”
“Somos los elegidos, y los más supraterrenales de la tierra.”»522
En segundo término, la “muerte de Dios” surge de la propia evolución de la idea religiosa
de Dios, a saber: la evolución que lleva del judaísmo al cristianismo paulino. Pablo –el inventor
del cristianismo sin Cristo– es aquel representante del ascetismo frente al misticismo
personificado por Jesús:
«En otro tiempo Dios tenía únicamente su pueblo, su pueblo “elegido”523. Entre tanto, al
igual que su pueblo mismo, él marchó al extranjero, se dio a peregrinar, desde entonces no ha
permanecido ya quieto en ningún lugar: hasta que acabó teniendo su casa en todas partes, el
gran cosmopolita, –hasta que logró tener de su parte “el gran número” y media tierra. Pero el
Dios de “gran número”, el demócrata entre los dioses, no se convirtió, a pesar de todo, en un
orgulloso Dios de los paganos: ¡siguió siendo judío, siguió siendo el Dios de los rincones, el
Dios de todas las esquinas y lugares oscuros, de todos los barrios insalubres del mundo
entero!»524
Para Nietzsche, el Dios judío, el dios sacerdotal del odio y la venganza, se hace cosmopolita
en el cristianismo en un proceso de conversión desde el Dios judío que da muerte a su hijo para
reaparecer como el Dios del amor, un amor que es piedad y compasión que se entrega como un
sacrificio por los hombres y su redención. Pero tal amor nace del odio, el Dios cosmopolita no
deja de ser judío. Y la doctrina de Pablo525 se consuma con la transformación:
«A la “buena nueva” le sucedió inmediatamente la peor de todas: la de Pablo.»526
Se repite lo hecho con el Redentor, que, clavado en la cruz una vez, Pablo lo perpetúa con
su lógica implacable de odio como fruto del “resentimiento” y del “ascetismo”. Con la conciencia
de la culpa (“murió a causa de nuestros pecados”) toda la existencia humana, sensible, terrenal
quedó despreciada, invertida en su sublimidad. Pero no sólo esta existencia quedó marcada por tal
sacrificio, sino que la falsificación de Pablo se extiende hasta la “otra” vida con una utilización
Nietzsche, Friedrich (2006) o.c., 4 [42], pág. 29. En Z, se refiere en los siguientes términos aclaratorios: «Así me dijo el demonio una vez: ‘También
Dios tiene su infierno: es su amor a los hombres’. Y hace poco le oí decir esta frase: ‘Dios ha muerto; a causa de su compasión por los hombre ha
muerto Dios’.» Z, II, ‘De los compasivos’, pág. 142; «El amor de Dios por el hombre en su infierno – dijo el diablo. “¡Pero cómo puede uno
enamorarse de los hombres!» Nietzsche, Friedrich (2003b) o.c., 287, pág. 108.
523
«Sacó a su pueblo con alegría, a sus escogidos con aclaraciones», Salmo 105, 43. Nietzsche se refiere desde la esfera moral en su relación con el
poder: «Los judíos, que se sienten el pueblo elegido entre los pueblos, porque entre ellos el genio moral (en virtud de la capacidad de despreciar al
hombre en sí más profundamente que ningún otro pueblo) – los judíos gozan de su monarca y santo divino en forma parecida al goce que Luis XIV
proporcionó a la nobleza francesa. Esta nobleza se había dejado despojar de todo su poder y señorío, volviéndose despreciable: para no sentir esto, para
poder olvidar esto, necesitaba un esplendor real, una autoridad y un poder real sin par, al que sólo la nobleza tenía acceso. Elevándose en virtud de esta
prerrogativa hacia las alturas de la corte y viendo desde ellas a todo lo demás inferior y despreciable, se superaba toda irritabilidad de la conciencia.
Así, la torre del poder real, se levantaba a propósito cada vez más alto, hasta las nubes, cediendo para tal fin hasta el último sillar del propio poder.»
GC, III, §136, ‘El pueblo elegido’, págs. 167-168.
524
Nietzsche, Friedrich (1993b) o.c., §17, págs. 41-43.
525
Una síntesis de las aspiraciones espirituales y políticas de Pablo, como asimismo de las consecuencias históricas para el cristianismo, Vid. Nietzsche,
Friedrich (2000a) o.c., I, §68, págs. 52-56.
526
Nietzsche, Friedrich (1993b) o.c., §42, pág. 73.
522
simbólica con el fin de erigirse como señor de la comunidad naciente, para así organizar y
dominar la masa de fe527:
«El centro de gravedad de toda aquella existencia, Pablo lo desplazó sencillamente detrás
de esa existencia, –lo situó en la mentira del Jesús “resucitado”.»528
Con ello el Dios del amor es el Dios del amor a la vida despreciada y reactiva: él mismo es
también el Juez del odio eterno, del castigo a los “culpables” del resentimiento vengativo.
Llegamos así a la última evolución del sentido de la “muerte de Dios”. Este Dios del odio
transformado en cosmopolita, en Universal y Necesario, es finalmente el objeto de presa de «los
más pálidos entre los pálidos, los señores metafísicos, los albinos del concepto.»529 Los
metafísicos tejieron en torno a él su telaraña. Finalmente él mismo segregó su propia telaraña y se
convirtió en metafísico, «en un ‘ideal’, se convirtió en un ‘espíritu puro’, se convirtió en un
absolutum, se convirtió en ‘cosa en sí’… Ruina de un Dios: Dios se convirtió en ‘cosa en
sí’…»530
Las teorías metafísicas tradicionales operaron como sistemas globales referidos a un único
principio de lo real y fundamento cosmovisional, cuyo objetivo era establecer una correlación
entre “ser” y “pensamiento” donde se privilegia la identidad, la idea y la teoría, respondiendo así a
una necesidad ontológica y epistemológica de un principio explicativo último desde el cual
explicar las determinaciones del ser y desde el cual fundamentar las cualificaciones de la realidad.
Respecto a la segunda pregunta, ¿qué tipo de hombre es el deicida? Nietzsche lo presenta
como el “inexpresable”, como el mismo Zaratustra lo llama, el “más feo de los hombres”, el que
se autoproclama un enigma formulado en la interrogante: “¿cuál es la venganza contra el
testigo?”:
«Mas cuando el camino volvió a girar en torno a una roca el paisaje se transformó de
repente y Zaratustra penetró en un reino de muerte. En él peñascos negros y rojos miraban
rígidos hacia arriba: ni una brizna de hierba, ni un árbol, ni el canto de un pájaro. Era, en
efecto, un valle que todos los animales evitaban, incluso los animales de rapiña; sólo una
especie de serpientes feas, gordas, verdes, cuando se volvían viejas, venían aquí para morir.
Por esto los pastores llamaban a este valle: Muerte de la Serpiente.
Zaratustra se sumergió en un negro recuerdo, pues le parecía que él había estado ya una
vez en aquel valle. Y muchas cosas pesadas oprimieron su ánimo: de modo que comenzó a
caminar cada vez más lentamente, hasta que por fin se detuvo. Entonces, al abrir los ojos, vio
algo que se hallaba sentado junto al camino, algo que tenía una figura como de hombre, pero
que apenas lo parecía, algo inexpresable. […] En ese instante aquel muerto desierto produjo un
ruido: del suelo, en efecto, salía un gorgoteo y un resuello como los que hace el agua por la
noche en tuberías atrancadas; y por fin surgió de allí una voz humana y unas palabras de
hombre: – que decían así:
“¡Zaratustra! ¡Zaratustra! ¡Resuelve mi enigma! ¡Habla, habla! ¿Cuál es la venganza
contra el testigo? […] ¡Tú te crees sabio, orgulloso Zaratustra! Resuelve, pues, el enigma, tú
duro cascanueces, – ¡el enigma que yo soy! ¡Di, pues: quién soy yo!” […]
“Te conozco bien, dijo con voz de bronce: ¡tú eres el asesino de Dios! Déjame ir.
No soportabas a Aquél que te veía, – que te veía siempre y de parte a parte, ¡tú el más
feo de los hombres! ¡Te vengaste de ese testigo!” […] También contra mí te pongo en guardia.
Tú has adivinado mi mejor, mi peor enigma, a mí mismo y lo que yo había hecho. Yo conozco
el hacha que te derriba.
527
ibid., §42, págs. 73-74; §44, págs. 76-78.
ibid., §42, pág. 73.
ibid., §17, págs. 42-43.
530
id.
528
529
Pero Él – tenía que morir: miraba con unos ojos que lo veían todo, – veía las
profundidades y las honduras del hombre, toda la encubierta ignominia y fealdad de éste.
Su compasión carecía de pudor: penetraba arrastrándose hasta mis rincones más sucios.
Ese máximo curioso, super-indiscreto, super-compasivo, tenía que morir.
Me veía siempre: de tal testigo quise vengarme – o dejar de vivir.
El Dios que veía todo, también al hombre: ¡ese Dios tenía que morir! El hombre no
soporta que tal testigo viva.”
Así habló el más feo de los hombres. […]»531
El asesino de Dios, el deicida es el hombre más feo del mundo del cual incluso Zaratustra
intenta huir, es el hombre del resentimiento. Todos ellos abren el entredicho más negro de las
perspectivas sobre la “muerte de Dios”: la perspectiva del gran hastío, del cansancio, del
prescindir de Él, del orgullo ciego que le impugna, de la autonomía vacía, del poder egoísta y del
odiador que hace sufrir.
En fin, la “muerte de Dios”, es un acontecimiento que se anida en el mismo cristianismo, en
su misma administración sacramental, pero sobre todo, se oculta en su accionar socio-cultural
como “cristiandad”, es decir, como paradigma cultural expresivo-estético, psico-espiritual,
normativo-ético forjador de una identidad que en la entrada de la época moderna, cae tanto en
crisis de modulación práctica como en fragmentación en su estructura racional. Pero ¿cuál es el
horizonte próximo de este acontecimiento?:
«Vosotros lo llamáis la destrucción de Dios por sí mismo: pero no es más que una muda: - ¡se
despoja de su piel moral! Y pronto lo veréis de nuevo, más allá del bien y del mal!»532
De todo lo anterior, para finalizar subrayemos que si bien los textos nietzscheanos reflejan
cómo ve el sujeto moderno su situación de desvinculación de Dios y de todo valor absoluto superior
a él, optando por su autodependencia a partir de la insolencia de la racionalidad, revela la autonomía
a través del poder humano que exige el acto heroico de establecer el encuadre con el cual
representar-se la realidad. Vale decir, más allá de la conciencia reflexiva de “saberse estar siendo”,
más allá de la introyección, de la proyección y de su alteridad, situamos la circunstancia moderna del
sujeto como una condición al menos, paradojal respecto al alcance del conocimiento de sí mismo a
partir de las categorías binarias tradicionales, surgiendo la clave de subjetividad en el horizonte de la
diferencia secularizada contemporánea como una identidad en proceso de desmontaje:
«La muerte de Dios ha sido entendida por la modernidad como un progreso, el triunfo de
la razón, la posibilidad de construir un mundo a imagen y semejanza del hombre. La
secularización aparece como la síntesis superadora del dogmatismo y un paso de gigante hacia
un futuro de libertad antes apenas previsto. Para Nietzsche se trata de una sustitución:
destitución de la correlación de fuerzas que culminaba en Dios y de la que pendía todo un
sistema de valores, de convicciones, de certezas…, e institución de otro sistema diferente de
fuerzas que, en algún caso, no es sino la prolongación inconsciente del anterior. La lectura en
clave de progreso, el optimismo moderno, no es otra cosa que la perspectiva del vencedor: el
conjunto de fuerzas “hombre moderno” ha superado al conjunto de fuerzas “hijo de Dios”.
Nietzsche denuncia la conversión de tal victoria en síntesis superadora: el hombre más feo ha
matado a Dios; se trata de la crónica de una batalla; manifiesta un estado coyuntural: también
el hombre es algo que tiene que ser superado.»533
Admitiendo esta crónica bélica del acontecimiento mortuorio divino y en el contexto
victorioso de la modernidad progresista, la identidad desaparece en la disolución de los modelos y
fundamentos metafísicos, pues se fractura la unidad-identidad-totalidad como soporte de los
Z, IV, ‘El más feo de los hombres’, pág. 359-364.
Nietzsche, Friedrich (2003b) o.c., 432, pág. 125.
533
Lanceros, Patxi (1997) o.c., pág. 174.
531
532
acontecimientos, se pierde el horizonte referencial y destinal y se vacía el sentido, diluido por la
distancia/ausencia de lo divino, el funcionamiento de la identidad. Así surge como resultado que
la identidad en tanto que problema, se convierta en el campo de reflexión donde se lidian teorías
filosóficas, sociológicas, culturales, comunicacionales, psicológicas, éticas, etarias, religiosas, de
género, étnicas, artísticas, medioambientales, políticas, etc., tejiendo una compleja red donde, a
veces, se pierde el punto de inicio y el sentido del entramado, pues el concepto de identidad se
resiste a los intentos reflexivos por definirlo, delimitarlo, establecerlo, negociarlo, controlarlo y,
de alguna manera, acabarlo o darlo por terminado. En su interior opera una “resistencia” o
“tenacidad” que manifiesta una densidad reflexiva importante, un espesor que engruesa las capas
del concepto haciéndolo a veces impenetrable, inasible, inaprensible.
Interrogación de mutuas renuencias que esperan decir algo del otro, desplegada en el horizonte
de la diferencia y del reconocimiento.
¿En qué radica esta problemática? En que presenta tendencias contradictorias, que van desde
expresiones como las de “ser nacional” o “espíritu del pueblo” de inclinación metafísica atribuyendo
caracteres esenciales a los sujetos individuales y colectivos hasta sus versiones antropológicas
referidas a la aculturación hegemónica de una sociedad autoconcebida y autovalidada como
adelantada sobre otras menos complejas y desarrolladas, categorizaciones que entran en crisis con los
planteamientos identitarios formulados antes del advenimiento de la globalización económica, de la
llamada revolución conservadora de los años ochenta e incluso antes de la implantación del
neoliberalismo y el advenimiento de la postmodernidad. Los espacios emergentes que surgen con los
nuevos contextos de multidimensionalidad electrónica e informatizada, crean tanto la necesidad de
nuevas experiencias como la apertura de disímiles espacios de interrelación, configurando novedosas
formas de aproximación sensorial referidas a los modos de vida individual y colectiva, inventando
tantas maneras de hacer sociedad como la construcción de nuevas identidades o modos de concebirse
a sí mismos.
Surge así, un dinamismo o laberinto identitario en el cual se mezclan: sensibilidad del
imaginario-simbólico, comprensión de los procesos diversidad-diferencia y la necesidad de
participación solidaria-política-disciplinada, con la posibilidad de inserción-desconexiónindividuación, desde el cual el sujeto contemporáneo articula su existir y proyección en el tiempo
histórico enfatizando el presente personal por sobre el futuro colectivo.
Esta situación emplaza otro modo de reflexionar sobre los procesos socio-históricos: asumir
los actuales tiempos de evanescencia y vaciamiento, pero ocuparse de las acciones de
reivindicación identitaria cultural en virtud de una articulación de significados de presencialidad y
creatividad en la invención de referentes frente a la diversidad de territorios –topos– mediatizados
en una red de relaciones debilitadas, fragmentadas y descentradas entre las oleadas globalizadoras
de nuestra época transitiva.
2. La identidad descentrada por el frenesí insolente
El sujeto moderno articula su racionalidad bajo el signo de la incorruptibilidad de la razón
ilustrada en vista a las nociones de progreso material vehiculado por lo científico-técnico y por la
noción de subjetividad privatizada, abandonando los fundamentos trascendentes de la realidad.
Tal acción levanta un escenario con características de laberinto más que de paraíso: el sujeto se
concibe a partir del extrañamiento diferenciador y, a la vez, aniquilador de los elementos
identificatorios anteriores.
Entonces, la “identidad moderna” zigzaguea, actualmente, entre la emancipación de la
diferencia, la radicalización de lo multicultural y la hegemonía de la universalidad, sin olvidar que
la identidad como problemática conceptual, es que es una simulación, una máscara, una
interpretación.
Y en este vaivén, cabe preguntarse: ¿de qué manera el sujeto contemporáneo se identifica si
ha perdido soporte en una viga central que lo aguante en su individualidad y colectividad?
¿Hablar de identidad no es hablar sobre autoconocimiento y reconocimiento? ¿Cómo hablar de
identidad si el sujeto contemporáneo se define a partir de fragmentos y retazos? Si la identidad es
un proceso en constante construcción, ¿cómo es posible establecer un discurso de la identidad
coherente con los procesos de globalización cultural preponderante? En definitiva, ¿qué tipo de
identidad reflexionar en el enmarque cultural post-metafísico, post-ideológico, incluso postracional? ¿A partir de qué procesos se articulan los patrones identitarios contemporáneos?, ¿Qué
contexto identitario se forja a partir de esta desgarradura histórica?
La modernidad –como se ha visto antes– introdujo y operó una nueva noción de “identidad”
expresada y maniobrada por la “subjetividad” entendida ésta como un corte transversal en la analogía
universalista e integradora de Creador-Cosmos-Naturaleza-criatura auspiciada por el cristianismo,
reemplazada por la funcionalidad de los pivotes de la industria, la tecnología, la política y el mercado
como cultura(s) de un espacio epistémico-antropológico matriz de la conciencia que “sabe de sí
mismo” y “se sabe sí mismo”, es decir, la subjetividad de un individuo-secularizado consciente de su
protagonismo en el proceso de la modernidad, es el sujeto poseedor de la razón y centro del universo
que gestado en el Renacimiento y sus nuevos marcos de pensamiento, tiene su arranque en la teoría
del conocimiento racionalista de Descartes y su ideal de una mathesis universalis y su equivalencia
entre racionalidad y calculabilidad matemática, que hace del cogito el punto de partida de todo
conocimiento, alcanza su madurez teórica con la Ilustración y despliega su hegemonía histórica –tras
las revoluciones burguesas– en las sociedades capitalistas y liberales del siglo XIX, en la filosofía
idealista y en el positivismo europeo, en la ciencia moderna de la naturaleza, en los procesos de
racionalización del Estado, del derecho y de la economía y en las utopías del Progreso y de la
Historia del siglo XX, donde la modernidad encuentra uno de sus principios determinantes: una razón
objetivante, homogeneizadora, totalizadora, controladora y disciplinadora.
El debate en torno a la noción de sujeto, se ha caracterizado por la separación entre
construcción de sujetos y subjetividades como entidades propias de la modernidad. Las
especulaciones desde Marx hasta Foucault, se han esforzado en perfilar aquellos determinismos
de corte económico, sociológico, físico-biológico, filosófico, epistemológico o simplemente
cultural que ingieren sobre el individuo y la sociedad. En la actualidad, el intento teórico se ha
desplazado hacia una síntesis de las antiguas posturas, es decir, realzar el proceso de constitución
y autonomía del sujeto reconociendo las determinaciones a las que está expuesto. La noción
postmoderna de sujeto, por su parte, se funda a partir de una radical “voluntad de reconstrucción”,
debido al descentramiento, desaparición, diseminación, desmitificación, discontinuidad,
ocultación, anonimato, dispersión y diferencia de sus contornos, articulando un rechazo
ontológico del cogito racionalista y de los pilares sostenedores del relato moderno ilustrado:
progreso en libertad, progreso en igualdad y progreso en fraternidad, como el sujeto centro de la
representación y de la historia. La modernidad ilustrada elaborará una identidad fundada en la
unidad trascendental de la conciencia respecto de la particularidad de las acciones y de las
percepciones de los cuerpos en el ordo geometricus, como identidad de lo real en un tipo peculiar
de racionalidad o en otras palabras, en una utilización peculiar y no exclusiva de la razón humana.
El autocercioramiento moderno desde de los resortes racionales progresistas, nublaron la
configuración identitaria del sujeto, desrealizándolo en su conexión con la realidad, como además,
produce un sucesivo alejamiento en la comprensión del sentido y significado, como también en el
de la practicidad cívico-política y ético-moral. El autocercioramiento y la autoconcepción
moderna a partir de los resortes racionales impulsados por los ciegos anhelos progresistas,
nublaron la configuración identitaria del sujeto, desrealizándolo y despersonalizándolo en su
conexión comprensiva con la realidad como también su progresivo alejamiento en el
discernimiento del sentido y significado de la practicidad cívico-política y ético-moral. La
identidad moderna gravitará, entonces, en torno a la libertad a toda costa y la razón hasta las
últimas consecuencias, haciendo su principio operatorio, su fuerza motriz, es decir, estableciendo
las categorías formales de la razón individual como sentido universal y necesario.
En este contexto, la consistencia de la identidad moderna descansa en la confianza en la
capacidad racional del ser humano desplegada al infinito, por tanto “historia”, “tiempo” y
“pertenencia” al programa ilustrado encontraban resonancia interna en un sujeto que creía y
concebía a la razón como única y exclusiva herramienta para acceder al conocimiento de lo que
antes –la verdad– quedaba en el misterio y en la revelación a través de la fe como clave
cognoscitiva. Empiezan a operar eficazmente tanto el desplazamiento de la figura divina de
garante de la consistencia identitaria como también la sustitución de las cualidades internas de
corte metafísico por las de corte epistemológico, alejando la fuente teológica que había donado de
patrones identitarios durante toda la Edad Media (incluso hasta hoy), salvaguardando al sujeto de
lo desconocido, de la fragmentación, del vacío y del sinsentido.
De tal forma, la modernidad534 configuró la identidad del sujeto sobre la base de “otra
creencia” (una nueva creencia sustitutiva de la trabajada por la cristiandad medieval), aquella en
la existencia esencialista de un “sí mismo” concebido como eje de la interioridad del sujeto
concreto y fijado inherentemente a través de la historia. Este sí mismo podía concebirse en
términos de una substancia metafísica que piensa (Descartes, Leibniz) o en términos de la
capacidad de memoria de un sujeto material que siente (Locke, filósofos ilustrados), pero en todo
caso mantenía un sentido de interioridad. Esta consideración sobre la interioridad de la
consistencia del sujeto, encuentra su exteriorización y su relación con el otro, en el pensamiento
de Marx, estableciendo como principio identitario al “conjunto de las relaciones sociales”,
excluyendo cualquier filtración abstracta o substancialista. Sin embargo, estas posiciones teóricas
de manera conjunta, entienden por identidad como un proceso que se desarrolla en la interacción
social. El carácter social de la identidad posee una doble dimensión. Primero, los individuos se
definen a sí mismos en términos de ciertas categorías sociales compartidas. Segundo, la identidad
implica una referencia al “otro”. Al formar su identidad personal los individuos comparten ciertas
afiliaciones, características o lealtades grupales culturalmente definidas tales como religión,
género, clase, etnia, sexualidad, nacionalidad que contribuyen a especificar el sujeto y su sentido
de identidad.
La modernidad hizo de este proceso su matriz o estructura identitaria; la historia que
inaugura la modernidad ilustrada posiciona al sujeto en una dimensión categorial diferente, en el
sentido de superación a partir de la autoconcepción racional interna, haciendo funcionar la
“sustitución de creencias” de la consistencia interna de la identidad, pues supone la existencia de
un soporte o principio trascendente del ámbito por delimitar, rebasando su eje central,
posicionándose como fundamento de sentido que se inserta en el orden histórico: la historia que
narra la identidad, es una historia del fundamento del sentido de las determinaciones históricas.
El moderno sentido de identidad tematiza, tanto el proceso de autocercioramiento del sujeto
ilustrado sobre la base del fundamento racional como la garantía que este proceso sea transhistórico, es decir, desplegado ilimitada, pero fragmentadamente en el tiempo, garantizado por la
autonomía y lo heterónomo en lo moral y religioso, como también en la independencia y
prepotencia de la ciencia técnico-matemática sobre el quehacer epistemológico.
¿Qué entiende Nietzsche por “identidad”? El problema se desplaza hacia la tensión entre crítica
de la “subjetividad moderna” y la afirmación de la “autonomía moderna”, pues rechaza la identidad
534
Vid. Giddens, Anthony (1995) Modernidad e identidad de yo: el yo y la sociedad en la época contemporánea. Barcelona, Península, págs. 93-139.
entendida sobre la base de un sujeto sustancial, pero reconoce el valor de que es capaz de darse a sí
mismo su propia ley, y este es para él el “individuo” y el “otro”.535
En la modernidad, ocupa un lugar central la sensibilidad como subjetividad privatizada, y
definirá una relacionalidad consistente en la contractualidad utilitaria entre individuos
equivalentes e iguales en naturaleza, aspiraciones y eventualmente en poder. Este es el punto de
partida de la nueva experiencia de la autonomía del existir. Pese a todo el desarrollo moderno del
término subjetividad, como también de todo el esfuerzo por circunscribir la hegemonía de la razón
en lo puramente humano, tuvo un resultado falaz: descentramiento y errancia, desvinculación y
azarosa existencia en el horizonte de(l) sentido moderno como encuadre posibilitador de la
identidad y subjetividad del sujeto. Una experiencia de apropiación de(l) sentido autopoiético
enmarcada en la sentencia “conócete a ti mismo”, aquella experiencia subjetiva del existir que ha
acompañado y definido la situación del ser humano536 ante el otro, sus relaciones intersubjetivas y
su afán por conocer la verdad:
«La verdad de la experiencia contiene siempre la referencia a nuevas experiencias. En este
sentido la persona a la que llamamos experimentada no es sólo alguien que se ha hecho el que
es a través de experiencias, sino también alguien que está abierto a nuevas experiencias. La
consumación de su experiencia […] no consiste en ser alguien que lo sabe ya todo, y que de
todo sabe más que nadie. Por el contrario, el hombre experimentado es siempre el más
radicalmente no dogmático, que precisamente porque ha hecho tantas experiencias y ha
aprendido de tanta experiencia está particularmente capacitado para volver a hacer experiencias
y aprender de ellas. La dialéctica de la experiencia tiene su propia consumación no en un saber
concluyente, sino en esa apertura a la experiencia que es puesta en funcionamiento por la
experiencia misma.»537
Para Nietzsche esta experiencia compleja, ambivalente y destinal de apropiación
comprensiva de sentido, de autopóiesis o autoconciencia que busca la alteridad del otro en el acto
comprensivo, tiene su origen y explicación en la paradojal situación de que, quienes conocen o
alcanzan la sabiduría, se desconocen a sí mismos, y quienes se conocen a sí mismos, no llegan al
“conocimiento” –a pesar de la sentencia de Terencio “nada de lo humano puede resultarme
ajeno”–:
«Nosotros los que conocemos somos desconocidos para nosotros, nosotros mismos somos
desconocidos para nosotros mismos: esto tiene un buen fundamento. No nos hemos buscado
nunca, ¿cómo iba a suceder que un día nos encontrásemos?»538
Y éste no es cualquier desconocimiento o vana ignorancia, sino que es un
“autodesconocimiento integrador” en la relación del sujeto consigo mismo, en su autoposesión
como continuo proceso de relación con el otro y con su mundo, es decir, una pieza fundamental
del dinamismo esencial del sujeto y constitutivo como sujeto práxico. Este movimiento dinámico
que atañe especial y directamente al binomio sujeto-conocimiento, arroja como resultado otra
dinámica esencial, a saber: la de su “sentido” como problemática existencial radical,
entendiéndolo desde su carácter primigenio como sentido-de, dirección unitaria del autor-deconocimiento hacia su “autognosis”, su carácter secundario como sentido-para, orientación
binaria entre autores-de-sentido hacia su “reconocimiento”, que da como resultado el
“autoconocimiento como sentido”.
Toda “comprensión”, en cuanto genuina, tiene que ver con “autocompresión” y
“autoconocimiento” como articulaciones mediadoras entre todos los orígenes críticos de todo
535
Vid. Ávila, Remedios (1999) o.c., págs. 272-276.
Nietzsche afirma al respecto: «[¿] tiene algún sentido la existencia? – ese interrogante […] tardará varios siglos en ser siquiera cabalmente percibido
hasta sus fondo últimos.» GC, V, §357, ‘A propósito del viejo problema: ¿qué es `alemán´?’, pág. 279.
537
VM, págs. 431-432.
538
GM, ‘Prólogo’, 1, pág. 17.
536
punto de partida del “conocer” y “comprender” con el mundo y sí mismo, a pesar de que el
«hombre no tiene en sus manos, ni de lejos, el control sobre las condiciones de su existencia»539:
«¿Existe una oposición entre la exigencia de comprenderse a sí mismo y de rendir cuentas de la
propia comprensión de sí y el continuo anhelo de comprender el mundo y nada más que el
mundo? Sin mayores complicaciones, se puede responder: precisamente esto –no querer
comprender más que el mundo– es el núcleo de una comprensión de sí. Ésta puede nutrirse de
lo insoportable que resulta pasar la ida en un mundo que podría tener que abandonarse sin
haberlo comprendido. No es el mundo el episodio; yo lo soy. De aquí se podría deducir todo.
[…] ¿Sería la comprensión de sí el resultado del conocimiento de sí? Probablemente no. El
conocimiento de sí debe conformarse con lo que se encuentra, en tanto que lo encuentra. La
comprensión de sí se considera la mayoría de las veces como la esencia del concepto de vida y
del programa de existencia. […] Quizás una respuesta a la pregunta por la comprensión de sí
sea que uno se comprende precisamente cuando no encuentra en sí nada que comprender.»540
En primer lugar, la clave “autoconocimiento como sentido”, es de carácter délfico como un
destino, una “condena” al autoconocimiento, pues el porvenir de este conocimiento, es el sentido
de tal conocimiento:
«“Reconócete a ti mismo” constituye toda la sabiduría.– Sólo al final del conocimiento de
todas las cosas el hombre se habrá conocido a sí mismo. Porque las cosas no son más que
límites del hombre.»541
Y, por otra, cada «cual es para sí mismo la persona más lejana [y la sentencia] “¡conócete a ti
mismo!”, en boca de un dios y dirigido a los hombres es casi una malicia.»542 El conocimiento que el
hombre debería erigir como ciencia, debe ser el conocimiento que se tiene de sí. Tal máxima es una
empresa de difícil aliento, de corto alcance y de extrema dificultad, pues «el hombre está muy bien
defendido contra sí mismo, contra la exploración y el asedio de sí mismo; no puede habitualmente
percibir ya más de sí que sus obras externas.»543
El sujeto moderno extraviado en los laberintos de la religión, la filosofía, la metafísica y la
ciencia pero, sobre todo, extraviado en sus propios “laberintos refractarios”, es el centro de la
preocupación nietzscheana, pues resulta un desconocido para sí mismo, puesto que jamás se ha
buscado por falta de valentía y voluntad para enfrentar todo lo humano que hay en una vida
trágica –alegría, violencia y crueldad desde la perspectiva griega– y no dramática –culpa,
redención, salvación desde la perspectiva cristiana–. Para Nietzsche, el sujeto moderno u “hombre
objetivo”, traicionando su propia naturaleza y la coherencia en la relación hombre-realidad, se
caracteriza por haber introducido una separación radical entre los conceptos de “sensibilidad” y
“entendimiento”, “voluntad” y “sentimiento”, es decir, rompiendo con las raíces naturales de
dependencia del todo natural –totalidad del universo– y se ha enfrentado –como sujeto– a la
Naturaleza ahora objetivizada. El sujeto moderno enfrentado a la Naturaleza, se presenta
autónomo capaz de actuar libremente contra la naturaleza d(en)ominada por su voluntad.
En tercer lugar, el “autoconocimiento” contiene una experiencia de afirmación elemental de
lo que el sujeto “es”, como también el momento preciso de la toma de conciencia de los
acontecimientos cardinales que protagoniza el sujeto en su existir en función de un “sentido” que
es su fuente motora y vitalizante, en tanto integra un mundo común, constituye el fundamento de
539
Blumenberg, Hans (1992) La inquietud que atraviesa el río. Un ensayo sobre la metáfora. Barcelona, Península, pág. 9.
Blumenberg, Hans (2002) La posibilidad de comprenderse. Obra póstuma. Madrid, Síntesis, pág. 21.
541
Nietzsche, Friedrich (1999b) Aurora. Reflexiones sobre los prejuicios morales. Barcelona, Alba, I, §48, pág. 56.
542
GC, IV, ‘¡Viva la física!’, §335, pág. 241.
543
Nietzsche, Friedrich (1996) o.c., vol. I, §491, pág. 236. Y enfatiza: «El que busca, fácilmente se pierde a sí mismo.» Z, I, ‘Del camino del creador’,
pág. 105.
540
la condición esencial del existir humano, es decir, de la capacidad de entropía o introspección en
pos de una reformulación de la existencia nueva, sanada, recuperada, superada.
La experiencia de autopóiesis o autoconocimiento, remite a la labor hermenéutica de
acercamiento de “lo semejante” a lo “semejante”, es requisito para obtener el certificado que
acreditará la superación y aquí mismo radica su importancia, la cual descansa en que este es un
conocimiento apropiador del sujeto que dona el sentido a su existencia. Apropiación vía conquista
del control del encuadre de la existencia. El “ser lo que se es”, es un estado posterior al del
“autoconocimiento” que sirve de impulso para el desarrollo de las condiciones de posibilidad del
primero. De tal forma, la fórmula “ser lo que se es” y “autoconocerse” no son más que premisas
de la concluyente obtención de sentido:
«¿Qué dice tu conciencia? – “Debes llegar a ser el que eres.”»544
«¿Qué es el sello de la libertad conquistada? – No avergonzarse ya ante sí mismo.»545
Además, para aquellos que buscan el conocimiento objetivo basado en criterios interpretativos
garantizados por u fundamento de la verdad, caen en la trampa del engaño lingüístico:
«No lo intentamos precisamente porque nos desconocemos, porque nos engañan el
lenguaje, los criterios de interpretación de nuestro mundo interior, inspirados en modelos de
objetividad que nosotros mismos hemos creado.»546
En efecto, la tarea es una auténtica búsqueda de sí y un encuentro de(l) sentido. La experiencia
hermenéutica de apropiación autopoiética de “autoconocimiento” tiene como exclusiva labor, donar
un sentido a la existencia del sujeto, iluminar a este sentido y alcanzar un autodevelamiento y
apropiación de sí mismo y no caer en una «esperanza ilusoria [que] consiste en que nos damos
demasiada importancia»547, coincidiendo con el proceso de construcción de “identidad” a partir de la
autonomía y de la subjetividad.
Desarrollaremos este tema más adelante en la perspectiva hermenéutica de la afirmación y
desafirmación de la identidad en la modernidad tardía bajo la seña de “identidad destópica”.
La «sabiduría marca límites al conocimiento»548 y esta sabia demarcación no hace más que
mantener el velo que cubre nuestro conocimiento y sus conceptualizaciones, pues permanecemos
extraños y no nos comprendemos respecto de nosotros mismos. Ahora bien, en el sujeto opera una
suerte de “remotidad” respecto de sí mismo que lo descentra y le ubica en un cruce de paradojas,
destinándole inexorablemente al “mundo desconocido de sí”:
«ESO QUE TANTO TRABAJO CUESTA COMPRENDER A LOS HOMBRES ES SU IGNORANCIA SOBRE
549
SÍ MISMOS ¡DESDE LOS TIEMPOS MÁS ANTIGUOS HASTA HOY!»
Para que el sujeto alcance tanto verdaderos conocimientos de sí como sobre las coordenadas
para su ubicación en la realidad, debe apropiarse del curso de su existencia. El camino de esta
experiencia apropiativa de sí, conduce a un “saberse” finito, inconcluso, perentorio, carencial e
incompleto, pues siempre cabrá la posibilidad de comprenderse más y mejor, puesto que la
apertura y la historicidad propia de la experiencia hermenéutica determina el grado de disposición
del saber sobre sí mismo como de la imposición de las determinaciones sobre la existencia:
«Es experimentado en el auténtico sentido de la palabra aquél que es consciente de esta
limitación. Aquél que sabe que no es señor ni del tiempo ni del futuro; pues el hombre
experimentado conoce los límites de toda previsión y la inseguridad de todo plan.»550
GC, III, §270, ‘¿Qué dice tu conciencia?’, pág. 201.
GC, III, §275, ‘¿Qué es el sello de la libertad conquistada?’ pág. 202.
GM, ‘Prólogo’, 2-4, págs. 18-21.
547
Blumenberg, Hans (1995) Naufragio con espectador. Paradigma de una metáfora de la existencia. Madrid, Visor, pág. 24.
548
CI, §5, pág. 30.
549
Nietzsche, Friedrich (1999b) o.c., I, §116, pág. 115.
550
VM, pág. 433.
544
545
546
Ese saber-se, ese decir radical sobre uno mismo inserto en el devenir de la historia, es la
pregunta por la identidad: ¿qué o quiénes somos?, ¿qué hemos sido?, ¿qué hemos venido siendo?,
¿cómo hemos llegado a ser lo que somos?, ¿cómo llegaremos a ser lo que queremos ser? Si el
existir supone ser, lo que nos conduce a preguntarnos, entonces, si estamos hablando sobre la
identidad. Además, si el existir supone comprensión, entonces estamos hablando de subjetividad y
ambas sólo pueden hallarse en la comprensión del sí mismo, pues allí se estaría definiendo quién
soy, quiénes somos, cómo nos re-presentamos o interpretamos y comprendemos; del mismo
modo, cómo nos transformamos, cómo llegamos a ser lo que somos y cómo llegamos a
representar culturalmente nuestro existir. La concepción de la noción de identidad surge a partir
de una multiplicidad de “yoes” presentes en uno mismo, en un mismo cuerpo como unidad para la
organización de los aspectos particulares (“conciencia”, “razón”, “yo”) como estructura de las
pulsiones, pues el «cuerpo es una gran razón, una pluralidad dotada de un único sentido, una
guerra y una paz, un rebaño y un pastor.»551
El cuerpo, donde habita el “sí mismo”, se convierte así en un campo de batalla donde lidian
pluralidades de signos pero dotado de “un único” sentido. A partir de la consecuente
fragmentación de la subjetividad y de la diferencia, Nietzsche se aleja de la moderna noción de
identidad, es decir, desmiente toda ficción de corte metafísico de la identidad, toda encapsulación
y concentración de la identidad en un nombre o idea cerrada de corte racionalista. La identidad se
asemeja a esa máscara trágica de la multiplicidad de personajes que fuerzan al cuerpo ser hombre.
La noción de “sí mismo” configura la identidad en el entrecruzamiento: no el yo cerrado en
sí mismo, sino el yo que es también los otros de sí mismo y del nos-otros. Es en el “entre” donde
se juegan las fuerzas propias-desapropiadas con las fuerzas de los otros-nosotros y de todo aquello
que tradicionalmente se consideraba como exterioridad de una supuesta interioridad: el adentro y
el afuera, el deseante y lo deseado, el actuante y lo actuado se entretejen en esa red en el que se
asume que el yo no sólo se “dice” sino que también se “constituye” de maneras diversas y
múltiples.
El cuerpo como conglomerado de fuerzas, es el “sí mismo” y el “yo” que se constituyeron
como términos de ordenamiento de ciertos aspectos de la misma corporalidad (pulsiones,
pasiones, instintos). Frente a la disyuntiva alma-cuerpo, la propuesta nietzscheana no pasa por una
reubicación en el cuerpo de todo lo que el alma es o se supone que es, sino por una aceptación
“pragmática” del concepto de alma unida a un reconocimiento de la necesidad de forjar múltiples
conceptos de la misma. Tanto el alma como el cuerpo pertenecen al ámbito de la interpretación,
de la construcción; entonces, ¿por qué no crear otros conceptos de alma y de sujeto? El hombre
que quiso ser todos los hombres con la idea de máscara, esa posibilidad de asumir la subjetividad
desde la pluralidad, posibilidad que se halla en estrecha relación con la idea nietzscheana de
“voluntad de poder” como conjunto de fuerzas. Si el hombre es “voluntad de poder”, y ésta se
caracteriza por las diversas configuraciones que implican una constante tensión de los elementos
aglutinantes y disgregantes que la conforman, la subjetividad se constituye en el entrecruzamiento
de fuerzas de todo aquello que la filosofía moderna había desdeñado como “constituyentes” del
hombre (sentidos, fe, pasiones, sensaciones); implica el abandono del binomio sujeto-objeto, tanto
modelo cognoscitivo como volitivo, veritativo y estatuto epistemológico.
La idea de máscara apunta el rechazo de la noción de sujeto moderno y a la asunción del sí
mismo como configuración de fuerzas. Esta idea ha de suponer que la “identidad” posible es la de
la “pluralidad”, identidad en la que ningún plano de “realización” significa una afirmación o
negación de un supuesto centro o núcleo identitario. Roto el esquema sujeto-objeto, se abre el
camino a una economía plural, en la que tanto el “sujeto”, el yo, como la identidad no son más
que conceptos que sirven para caracterizar el “punto” de mayor densidad de las fuerzas, “punto”
551
Z, I, ‘De los despreciadores del cuerpo’, pág. 60.
que no necesariamente es “real” en la vida cotidiana, sino que su “realidad”, al estar emparentada
siempre con el concepto de máscara y ficción, es la de las diversas arquitecturas posibles desde el
cruce de fuerzas.
El tema de la identidad es problemático por la resistencia conceptual que contiene,
trasladándose desde una temática intelectual a una problemática existencial y cultural al interior
de la sociedad.
Los términos “postmodernidad” y “globalización cultural” representan los procesos
transformativos de la matriz cultural moderna. En este sentido, globalización es un instante más,
determinante, pero un momento o etapa en la cual el problema de la identidad se despliega con
mayor urgencia y precipitación debido al multiculturalismo, la inmigración y la proliferación de la
diferencia. Insistimos que la globalización fuerza a las “identidades” en un plano histórica
dinamizante, surgiendo el neologismo de “identidad destópica” en la que habita diferentes
territorios aplazada espacio-temporalmente a través de los nuevos modelos de información medial
y virtual, como asimismo, pulverizada por el flujo informático y de consumo y, de la misma
forma, trasladada por la oleada económica global.
El concepto de identidad supone un conjunto de bienes o productos culturales, valores,
significaciones y categorías que permiten diferenciar un sujeto de otro y cuyo origen y desarrollo
es preferentemente histórico. Por “identidad” se entiende la posesión de una mismidad
intercambiable, comunicable y compartible, modificable y alterable desplegada en el tiempo y
espacio existencial tanto individual como colectivo.
Lo propio de una identidad, sea ésta personal, cultural, nacional o continental, ha sido el
cultivo de relaciones sociales que imprimen signos en los que los sujetos se ven y se reconocen
como miembros dotados de una conciencia histórica de la comunidad. Tal identidad emana y se
proyecta socialmente desde y a partir del mismo sujeto y de las relaciones que establece, como
propiedad exclusiva que nace de un autorreconocimiento de la pertenencia a un grupo humano en
particular y de toda la herencia cultural en general.
ESTA CONSTITUCIÓN PUEDE REFERIRSE A UNA SUERTE DE “ESENCIA” O “INTERIORIDAD” QUE
ATESORA EL SECRETO DE LO QUE SOMOS EN VERDAD. SIN EMBARGO, SIN DEJARSE SEDUCIR POR
TEORÍAS O VERSIONES HEGEMÓNICAS DE LA IDENTIDAD (TANTO FILOSÓFICAS, COMO
SOCIOLÓGICAS, METAFÍSICAS O PSICOLÓGICAS), NOS AVENTURAMOS POR PREGUNTAR: ¿BAJO QUÉ
CONDICIONES ES POSIBLE HABLAR DE “ESENCIA” EN ESTOS TIEMPOS POST-METAFÍSICOS DEL
PROYECTO RACIONAL-INSTRUMENTAL DE LA MODERNIDAD? ¿CÓMO ES PLAUSIBLE UNA MISMIDAD
CONOCIBLE, RE-CONOCIBLE Y DIFERENCIADORA EN MEDIO DE LA GLOBALIZACIÓN ECONÓMICA,
INFORMÁTICA Y MASS-MEDIÁTICA QUE EXPULSA, AÍSLA, UNIFORMALIZA, ATOMIZA, DESINTEGRA,
ENLAZA UN MULTI-UNIVERSO, SIENDO QUE LA TRADICIÓN HA CONCEBIDO LA IDENTIDAD COMO UN
UNIVERSO AUTÓNOMO, COHERENTE Y CERRADO A INFLUENCIAS EXTERIORES? ¿ES IMPOSIBLE
REIVINDICAR UNA CONCEPCIÓN DE IDENTIDAD COMO UNA SERIE DE RELATOS, OBJETOS POR
RESCATAR Y CONSERVAR, RAÍCES DEFINIDAS, RITOS Y SÍMBOLOS FIJADOS DE UNA VEZ Y PARA
SIEMPRE, COMO UN NÚCLEO O EJE IDENTITARIO SOSTENEDOR DEL SUJETO INDIVIDUAL Y SOCIAL?
LA IDENTIDAD CULTURAL TIENE QUE VER CON LA MANERA EN QUE INDIVIDUOS Y GRUPOS SE
DEFINEN A SÍ MISMOS AL QUERER RELACIONARSE Y REPRESENTARSE A PARTIR DE UNA ACTITUD
COLECTIVA, DE UNA CUALIDAD, DE UNA ORIENTACIÓN DEL IMAGINARIO AFECTIVO BAJO UN
CIERTO SISTEMA DE VALORES CULTURALMENTE COMPARTIDOS, EN LOS CUALES SE PACTAN LOS
SIGNIFICADOS QUE DAN SENTIDO A LAS PRÁCTICAS QUE VAN CONSTRUYENDO LAS RELACIONES
SOCIALES EN UN DETERMINADO ESPACIO CULTURAL.
Como estructura fundante de un proceso activo, la identidad es dinámica y compleja, y
como tal resultante de conflictos, resoluciones, aspiraciones y negociaciones. De ahí que requiera
plasticidad, variabilidad y versionalidad, reacomodamiento y modulación interna, pues emerge,
varía y permuta con el tiempo, se retrae y se expande, se integra y desintegra en el proceso
histórico. Además, es la responsable de la constitución interna del sujeto y garante de su
proyección social, pues contiene una carga “cognoscitiva”, “normativa”, “aspirativa” y
“representativa”, es decir, se refiere a “cómo nos pensamos”, “cómo deberíamos ser”, “cómo
quisiéramos ser” y “cómo nos ven los otros”. Los otros, la sociedad, la cultura, la historia otorgan
un referente identitario, desde el cual se extraen los dispositivos con que el sujeto se diferencia y
se concibe a sí mismo en su individualidad y colectividad social o cultural. La identidad es la
frontera con el otro, y como tal es un intervalo, un horizonte, un encuentro y una coincidencia, por
tanto no se puede anticipar ni idealizar ni determinar. Nos remite al polimorfismo del ser y a su
permanente reconstrucción por la relación dialéctica entre el Yo y el Otro en aras de un Nosotros,
que, a la vez, fuerza una polisemia representada en la cultura. No hay identidad sin el Otro. Por
consiguiente, al hablar de la identidad propia hay que considerar también la identidad ajena. La
identidad personal es básicamente producto de la(s) cultura(s) que nos socializan, mientras que la
identidad cultural se fundamenta por el sentido de pertenencia a una comunidad en específico. La
interacción entre los ámbitos subjetivos –individuales– y objetivos –sociales–, es el eje del cual
gravitará la noción contemporánea de sujeto. Sin embargo, frente a una aparente certeza de esta
constitución o estructura, la postmodernidad ha arrojado la incertidumbre de aquello que
aseguraba la consistencia interna del sujeto, trasladando esta constitución de subjetividades e
identidades a “otros lugares”, siendo el neologismo “destópica”, el más apropiado para referirse a
la transitoriedad, expulsión y “re-configuración” de identidades.
Creemos que la discusión sobre la identidad ha estado marcada por una suerte de “obsesión
ontológica”, pues se le ha concebido como un “ser” o algo que verdaderamente “es”, que tiene un
contorno preciso, pudiendo ser observada, delineada, determinada en uno u otro sentido. Por eso
la identidad necesita de un centro a partir del cual se irradie su territorio, esto es, su legitimidad.
La identidad en tanto construcción simbólica dice relación a un “referente”, es decir, a la
cultura, a la nación, a una etnia, a un color o a un género determinado. En rigor, tiene poco sentido
buscar la existencia de “una identidad”, sería más correcto pensarla en su interacción con “otras
identidades” construidas según otros puntos de vista posicionados en el horizonte temporal de la
historia. Por tanto, debe pensarse a partir de una concepción “histórica-estructural”, es decir, como
un desarrollo discursivo y dialéctico que presenta una multiplicidad de versiones sin la necesidad de
recurrir a esencias innatas o elementales, sino al proceso social de construcción que incorpora
tradiciones, pensamientos, usos, costumbres, valoraciones e ideas al circuito histórico. De tal modo,
la identidad es determinada por la historia y la historia es comprobada por la identidad y su expresión
de contenido. La concepción de identidad histórica-estructural, intenta equilibrar las posiciones
polares sobre la misma, provenientes del “constructivismo” y el “esencialismo”, este entendido como
arbitrariedad a priori de lo que debería ser la identidad. El primero, destaca el carácter
discursivamente construido de la identidad y su apertura al cambio. El segundo, subraya el carácter
fijo y cerrado de la identidad a cualquier cambio, recalca el hecho que la identidad se construye por
las prácticas afianzadas en la cultura y por tanto, puede variar en el tiempo, pero condicionada
materialmente, entendiéndose como identidad trans-histórica, la cual se conforma con la
participación de diversas versiones y elementos configuradores que se completan dinámicamente
desde la fragmentación a la unidad, desde la fijación hacia la integración, a partir de la constatación
de que el “como se es” y “cómo nos ven”, se juega en la mecánica siempre viva de la realidad inserta
en la pregunta “¿quiénes queremos ser?”
Tal concepto de identidad se entiende desde la perspectiva histórica en toda su amplitud, es
decir, como historia, como proto-historia, como presente y futuro. La identidad trans-histórica, es
una conformación en el tiempo, en la cual participan diversas versiones, elementos
configuradores, conectándose dinámicamente desde la fragmentación a la unidad, desde la
fijación hacia la integración, a partir de la constatación de que “el ser” o el “como se es” es una
cuestión que se juega en la mecánica incesante de la realidad desplegada en la historia.
Creemos que tal concepción tiene insinuaciones más “postmodernas” que modernas en el
sentido de coherencia con la época: la imagen fragmentada o “versionada” del sujeto antiesencialista concuerda con los actuales tiempos post-metafísicos inaugurados por el pensamiento
nietzscheano y la crisis del sujeto como núcleo racional secularizado post-esencialista. La
identidad como dimensión subjetiva de los sujetos sociales, no es un atributo o propiedad del
sujeto en sí mismo, sino que tiene un carácter intersubjetivo y relacional. La identidad es una
estructura de relaciones y representaciones y, como tal, no es algo esencial fijo e inmutable, sino
un proceso activo, dinámico y complejo, resultante de conflictos, resoluciones, aspiraciones y
negociaciones. De ahí su radicalidad, plasticidad, variabilidad o versionalidad, su
reacomodamiento y modulación interna. Por tanto, la identidad emerge y varía con el tiempo, es
instrumentalizable y permutable, se retrae y se expande, se integra y se desintegra en el proceso
histórico. La identidad es una actitud colectiva, una cualidad, una orientación cognitiva y afectiva
bajo un cierto sistema de valores culturalmente compartidos. Por tanto, la identidad se definiría a
partir de procesos dinámicos e históricos, en los cuales se pactan los significados que dan sentido
a las prácticas que van construyendo las relaciones sociales en un determinado espacio cultural.
La identidad es determinada por la historia y la historia es comprobada por la identidad y su
estructura.
La situación del problema de la identidad se refiere tanto a su irrenunciabilidad como a su
inaprensibilidad y se debe a que la identidad se ha abordado desde una perspectiva que llamamos
“abstracción de cualidades categóricas” de un sujeto particular hipostasiadas a un grupo social
determinado y no como un “proceso de cualidades explícitas”, es decir, como un suceso inscrito
en el compromiso individual por un devenir histórico colectivo, que incorpore y deseche
elementos incrustados en el tiempo, ya que la identidad cultural es el medio y resultado de las
identidades individuales a las que recursivamente organiza.
Constatamos que la identidad se juega en el plano fenoménico de la historia y no en la
abstracción de cualidades situadas en el tiempo. La identidad manifiesta que el sujeto de la
modernidad tardía se identifica a partir de dos ejes centrales: “autofagia” y “apostasía”. La
errancia de la identidad del sujeto contemporáneo, se articularía a partir de estos puntales, en el
sentido de “re-configuración” de los patrones identitarios donados por la modernidad y todo el
aparataje teórico, valórico, político y cultural integrados en la idea de progreso; en el sentido de
huida de la promesa inconclusa de estabilidad y consistencia interna del sujeto autónomo desde la
racionalidad moderna como nuevo garante universal.
Es entonces que se configura una nueva noción de identidad que remite a los siguientes
aspectos: informatización mediática de las concepciones de lo humano y sus relaciones sociales;
aprehensión de la realidad como diversa, en constante mutabilidad y paradojal; idea de unidad en
la diversidad más allá de barreras étnicas, geográficas o sociales, ampliándose a la identidad de
género, juvenil, política, nacional, etc.; desdogmatizada y metanarrativa; requerimiento de
autoafirmación desde la coparticipación en el poder y el consumo; impulso hacia un activo
proceso de humanización y democratización cargado del prefijo –anti; e idea de transitividad al
interior de la historia. Además de implicar un reconocimiento de la mismidad y la alteridad, de la
tradición y la continuidad junto con la ruptura y el cambio, la visión renovadora sobre la identidad
apunta a una síntesis superadora de los planteamientos arbitrarios tanto del populismo
fundamentalista –que presupone la existencia de masas o culturas indígenas– como de la
adscripción a modelos exógenos del progreso material infinito y la modernización cueste lo que
cueste, como también de posturas esencialistas que conciben la existencia de un núcleo inalterable
al cual remitirse cultural y personalmente, con el cual identificarse. En definitiva, representa un
enfoque acerca de la identidad como el conjunto de los ideales reguladores y de las directrices que
emanan de una intrincada construcción histórica. Los procesos conformadores de la identidad
están determinados por las negociaciones o aspiraciones en función de las expectativas, del
planteamiento de ciertas interrogantes, de la evaluación crítica y de la concepción de un futuro
posible.
La identidad como dimensión subjetiva de los sujetos sociales, no es un atributo o propiedad
del sujeto en sí mismo, sino que tiene un carácter intersubjetivo y relacional como estructura de
relaciones y representaciones y, como tal, no es algo esencial fijo e inmutable, sino que es un proceso
activo, dinámico y complejo, resultante de conflictos, resoluciones, aspiraciones y negociaciones. De
ahí su radicalidad, plasticidad, variabilidad o versionalidad, su reacomodamiento y modulación
interna. Por tanto, las identidades emergen y varían con el tiempo, son instrumentalizables y
permutables, se retraen y se expanden, se integran y desintegran en el dinamismo del proceso
histórico y la cultura. La identidad es una actitud colectiva, una cualidad, orientación cognitiva y
afectiva bajo un cierto sistema de valores culturalmente compartidos. Además, la identidad es
también lugar propio de la competencia discursiva o dialéctica. La identidad individual y la identidad
colectiva es una distinción analítica, pues la identidad individual es el resultado de las múltiples
pertenencias a identidades colectivas. De tal forma, toda identidad individual es multidimensional e
integradora insertada en una dimensión mayor que es la cultura, y ésta en la historia. La identidad, se
definiría entonces a partir de los procesos dinámicos de la historia, donde se acuerdan los
significados que dan sentido a las prácticas que van construyendo las relaciones sociales en un
determinado espacio cultural. Además, la identidad es determinada por la historia y la historia es
comprobada por la identidad y su estructura.
La veta de reflexión que se abre al pensar modernidad tardía e “identidad destópica”, hace
referencia a la liberación de la finalidad negativa impuesta por el pensamiento postmoderno y las
distorsiones teóricas y prácticas del debate modernidad-modernización y su trayectoria
determinante sobre la identidad, ya que creemos que re-impulsaría la dimensión crítica en lo
político-cultural ante la radicalización de lo multicultural, re-inspiraría lo creativo en lo expresivosimbólico ante la emancipación de la diferencia y re-estimularía teóricamente a la modernidad
para hacerle frente a la hegemonía de la universalidad cultural mundializadora.
Sostenemos que las bases gestacionales del descentramiento de la noción moderna de sujeto
y del proceso de construcción de “identidad destópica”, se hallan en el pensamiento nietzscheano
de manera determinante y se confirma en la desrealización cultural proveniente de la centrífuga
acción de los procesos Ilustración, secularización, capitalismo, liberalismo, neoliberalismo,
globalización, en tanto que privilegian el conocimiento práctico, intuitivo sobre el conocimiento
de las representaciones vinculadas a la actividad racional del sujeto. Nietzsche concibe al
individuo como la objetivación de la voluntad de vivir y sometido a sus impulsos, al establecer
que la voluntad de vivir no es sino emanación de una voluntad universal, sin “objeto” más allá de
sí mismo:
«El que conoce camina entre los hombres como entre animales que son. Mas, para el que
conoce, el hombre mismo se llama: el animal que tiene las mejillas rojas. Vergüenza,
vergüenza, vergüenza – ¡esa es la historia del hombre!»552
La idea misma del hombre como sujeto a/de un peculiar tipo de razón con el que autorregula
y disciplina a la naturaleza, resulta para Nietzsche una fábula: el conocimiento mismo está
motivado por la “voluntad de poder”, expresa el deseo de dominar la realidad para ponerla al
servicio de esa voluntad. La “voluntad de saber”, es en realidad “voluntad de poder” y el objetivo
del conocimiento no es saber por saber, sino saber para controlar. Lo exacto hacemos con
552
Z, II, ‘De los compasivos’, pág. 139.
nosotros mismos: el concepto de “yo”, de “sí mismo”, son ficciones que imponemos a nuestro
devenir moderno:
«Todo nuestro ser moderno, en la medida en que no es debilidad, sino poder y conciencia
de poder, resulta pura hybris [desmesura] (orgullo sacrílego) e impiedad; pues todo lo contrario
a lo que hoy veneramos es precisamente lo que, durante un tiempo largísimo, ha tenido a la
conciencia en favor suyo y a Dios como guardián. Hybris es hoy toda nuestra actitud hacia la
naturaleza, el hecho de que la forcemos merced a las máquinas y a la inventiva tan imprudente
de nuestros técnicos e ingenieros; hybris es hoy nuestra actitud para con Dios, es decir, para
con toda araña hecha de finalidad y de moralidad colocada por detrás de la gran red que teje la
causalidad […].Hybris es nuestra actitud hacia nosotros mismos, pues hacemos experimentos
con nosotros que no nos permitiríamos realizar con ningún animal, y, con satisfacción y
curiosidad, nos sajamos el alma en carne viva: ¿qué nos importa ya la “salvación” y la “salud”
del alma?”.»553
Apoyados en las consideraciones anteriores, lo que hemos intentado, es señalar, apuntar (todo
señalar denota un sentido o en palabras de Gadamer «la simple alusión alude a algo»554) líneas de
sucesión, vínculos de familiaridad: eslabones de una cadena de dis-cursos que alineados en
perspectiva narran la metamorfosis de la modernidad. Por ello, hemos entendido aquí por
“hermenéutica figurativa”, como aquella apertura de sentido al devenir transformativo de lo
simbólico, afirmación que situamos en perspectiva respecto a la misma modernidad como prisma
histórico-conceptual de la experiencia subjetiva del existir, pues la hermenéutica es aquel cuerpo
prismático con el cual la policromía forja la interpretación; es la clave, el código que “abre” la nueva
perspectiva con la que se experimenta este mundo y no una imagen preconfeccionada de él, es el
objeto-sujeto de comprensión, una suerte de “tejido hermenéutico” que urde este mundo y que acoge
a un sujeto con una peculiar comprensión del devenir transformativo de la historia y a la vez, un
pliego que ha fraguado este sujeto sobre un representativo modo de este mundo comprendido a partir
de ciertos personajes o “figuras de significación hermenéutica” nietzscheanas alineadas –cómo el
“sacerdote asceta” del sentido mezquino se convierte en “pastor” transfigurado por la cesantía de su
misión y éste en el poseso por el frenesí de la búsqueda de Dios– como “hilos” para este tejido
diseñador del esquema de la modernidad o conato modélico de esta modernidad, entrelazan el lugar
más propio de interpretación propuesto aquí.
III. ESLABONES DEL DESPLIEGUE MODERNO DE (LA) “FIGURATIVIDAD” Y SU POSICIONAMIENTO
NARRATIVO
La modernidad entroniza diversas narrativas –libertad, desarrollo, democracia, bienestar,
igualdad, etc.– condensadas en el “reino sublimado de(l) progreso”, es decir, en el mito evolutivo
de progreso concebido como el despliegue de las narrativas de la Razón o de la racionalización,
de la realización de la subjetividad, de la construcción de instituciones, el enseñoramiento sobre la
naturaleza y global proceso civilizatorio occidental:
«La racionalización del mundo está en marcha, incluyendo las relaciones, procesos y
estructuras con los que se perfeccionan la dominación y la apropiación, la integración y el
antagonismo. Es una racionalización que profundiza y generaliza el desencanto del mundo.
[…] Entre otros, éstos son algunos de sus signos, emblemas o fetiches: progreso, tecnificación,
europeización, americanización, occidentalización.»555
De lo anterior, se entiende que la compleja imagen moderna se funda en su mismo eje
fundacional como gozne del alto optimismo en el sujeto racional, en el conocimiento empíricopositivista, en el progreso rectilíneo y apodíctico de la historia y en la consecuente emancipación
553
GM, III, 9, pág. 132.
Gadamer, Hans-Georg. ‘Hombre y lenguaje (1965)’, en VM II, pág. 151.
555
Ianni, Octavio (2004) La sociedad global. México, Siglo XXI, pág. 45.
554
de la humanidad, pero sobre todo, en la función de articulador de la complicada concepción
disciplinadora de “sujeto como Razón” o “sujeto de Razón” capaz de elevar tanto visiones
globales u “objetivas” de la realidad como también de sí mismo y de los demás o “subjetivas”:
«Desde el comienzo de los tiempos modernos se intensifica y se generaliza el proceso de
racionalización de las organizaciones y las instituciones, y también de las actividades y
mentalidades, incluyendo a individuos y colectividades. Con altibajos, adelantos y retrocesos,
éste es un proceso que se desarrolla con el mercantilismo, el colonialismo, el imperialismo y el
globalismo, sin olvidar al nacionalismo. En gran medida, ésta es también la historia del
capitalismo, como modo de producción y como civilización.»556
En un proceso de identificación entre racionalidad moderna y organización sistemática, la
idea de modernidad anuda historia, progreso, razón y sujeto, pero también metafísica, nihilismo,
secularización e individualismo, por ello, también anula la confianza en la racionalidad del
proyecto y el horizonte histórico dibujado por los trazos ilustrados:
«La modernidad se puede caracterizar, en efecto, como un fenómeno dominado por la idea de
la historia del pensamiento, entendida como una progresiva “iluminación” que se desarrolla
sobre la base de un proceso cada vez más pleno de apropiación y reapropiación de los
“fundamentos”, los cuales a menudo se conciben como los “orígenes”, de suerte que las
revoluciones, teóricas y prácticas, de la historia occidental se presentan y se legitiman por lo
común como “recuperaciones”, renacimientos, retornos.»557
Más adelante, Vattimo afirma sobre la vinculación y exigencia entre modernidad y novedad
que «la tensión al futuro como tensión a la renovación, al retorno a una condición de autenticidad
originaria»558 es la fuente de impaciencia e inquietud propia de nuestros tiempos. Lo que nos
interesa resaltar, es aquella pretensión moderna de fusionar subjetividad con racionalidad que
sucumbe en la reducción de la primera en la segunda asumiendo tal identificación de fundamentos
en lo real como lo verdadero y de lo racional con lo valioso. Los filósofos clásicos modernos
reducen las posibilidades abiertas a únicas, exclusivas, necesarias y universales y cuyo objetivo es
la instalación de un modelo universal de conocimiento y de ciencia, de moral y política que debía
corresponder rigurosamente a la realidad. La facultad racional del sujeto moderno-ilustrado
descansa, paradojalmente, en la voluntad libre que, a su vez, encuentra su fundamento en
premisas supra-humanas y meta-históricas.
La Ilustración se caracterizaba fundamentalmente por su confianza plena en la razón humana,
en la ciencia y en la educación, y cuyo objetivo era, por una parte, mejorar la vida humana, y por
otra, aportar una visión optimista –de la vida, de la naturaleza y de la historia– inscrita en la
perspectiva de progreso de la humanidad, junto con la difusión de posturas de tolerancia ética y
religiosa y defensa de la libertad del hombre y sus derechos como ciudadano. La importancia de la
razón crítica, que es pensar con libertad, y que ha de ser la luz de la humanidad. Todo cuanto se
oponga, como rincón oscuro y escondido, a la iluminación de la luz de la razón –las supersticiones,
las religiones reveladas y la intolerancia– es rechazado como irracional e indigno del hombre
ilustrado. Kant con el lema ilustrado sapere aude!: ¡atrévete a saber!, expresa acertadamente la labor
que cada ser humano ha de ser capaz de emprender y llevar a cabo por propia iniciativa, una vez
alcanzada ya, por historia y por cultura, la mayoría de edad del hombre, reverberando un antiguo
desafío al ser humano respecto de la religión que ya Horacio exigía: «atrévete a saber»559.
Es puesto en escena por Kant un personaje central: el Hombre, la Humanidad, en el momento
en que se está liquidando el Antiguo Régimen (liberación de todo tipo de despotismo), está ya
556
Ianni, Octavio (2000) Enigmas de la modernidad-mundo. México, Siglo XXI, pág. 151
Vattimo, Gianni (1996a) o.c., pág. 10.
ibid., pág. 92.
559
Horacio (1986) Obras completas. Madrid, Planeta, ‘Epístolas’, I, 2, 40.
557
558
triunfando la ciencia moderna positiva (toda idea no examinada, de toda creencia aceptada sin crítica,
de todo tipo de dogmatismo) y se están desmoronando las imágenes religiosas del mundo
(emancipación de toda esencia y de todo destino). El Hombre por fin se hace mayor de edad y dueño
de su propio destino, se hace cargo reflexivamente de su propia historia, de su propio futuro. Es la
audacia de la razón humana que deja la edad del ancillaje de la teología (philosophia ancilla
theologiæ), de la tutela divina al estilo cartesiano donde reposaba metafísicamente su veracidad, con
el respaldo de un Dios Creador; es la audacia del hombre capitaneado por la razón autónoma y
liberada, que lo rescata de su condición como “res domesticada” para “pensar por sí mismos” y
“ejercitar críticamente la razón”.
El componente de hiper-racionalización que incorpora la Ilustración, se inscribe de patrón
identitario que cruza y define no sólo al sujeto sino que también a la modernidad histórica hasta
nuestros días y que «comporta […] el peligro apocalíptico de la destrucción completa de la libertad
individual, del mundo de los sentimientos, etc., en la funcionalización universal de la producción
industrial masificada. El riesgo que plantea es también, y ante todo, el de la pérdida progresiva de
todo significado unitario de la existencia, que se dispersa en los múltiples roles sociales que cada uno
se encuentra ejerciendo [es decir] la fragmentación de los significados efectivamente vividos por
parte de cada uno»560, roles que otorgan sentido y significación a la existencia humana, a la
colectividad social y al transcurso histórico, combinando aleatoriamente autonomía y subjetividad,
secularización y compromiso, individualidad y civilidad, libertad y deber, pertenencia y
diferenciación, haciéndola comprensible racionalmente y otorgando apropiación histórica.
La Ilustración es ante todo un “mecanismo racional antidogmático” respecto al pasado, cuyo
eje es el poder legitimarse a sí misma como proceso histórico desplegado al infinito. Sus ideas
constituyen el depósito conceptual proyectado sobre el que se funda la manera moderna de pensar y,
por tanto, el proyecto que delinea la manera de concebirse el sujeto moderno ilustrado, el
movimiento de asunción de su puesto, la asignación de cómo operar su función y las coordenadas
para entender un destino que ya no está ni escrito ni inscrito, sino que depende de facultades
individuales:
«La Ilustración es la salida del hombre de su autoculpable minoría de edad. La minoría de edad
significa la incapacidad de servirse de su propio entendimiento sin la guía de otro. Uno mismo
es culpable de esta minoría de edad cuando la causa de ella no reside en la carencia de
entendimiento, sino en la falta de decisión y valor para servirse por sí mismo de él sin la guía
de otro. Sapere aude! ¡Ten valor de servirte de tu propio entendimiento!, he aquí el lema de la
Ilustración.»561
La Ilustración es un «período que […] formula su propia divisa, su propio precepto, y que dice
lo que tiene que hacer, tanto con respecto a la historia general del pensamiento como con respecto a
su presente y a las formas de conocimiento, de saber, de ignorancia, de ilusión en las cuales sabe
reconocer su propia situación histórica [interrogándose] sobre su propia actualidad.»562 Actualidad
que se funda en la asignación de la noción de “progreso” como objetivo de la humanidad y sentido
de sus acciones: la consigna es el compromiso por el progreso como causa de posibilidad de efecto,
que se internaliza como el sentido totalitario del progreso: el progreso en sí mismo como certeza
teleológica. La causa sería específicamente –desde un punto de partida negativo– la “salida” o
“resultado”, «un proceso que nos libera del estado de “minoridad” [es decir, de] un estado
determinado de nuestra voluntad que nos hace aceptar la autoridad de algún otro para conducirnos en
los dominios en los que conviene hacer uso de la razón.»563 La Ilustración viene definida, por aquella
modificación internalizada en la relación entre la voluntad, la autoridad y el uso de la razón, un uso
560
Vattimo, Gianni (2004) o.c., pág. 25.
Kant, Immanuel. ‘Respuesta a la pregunta: ¿Qué es la Ilustración?’, en AA.VV. (1999) ¿Qué es Ilustración? Madrid, Tecnos, pág. 17.
Foucault, Michel (2002) ¿Qué es Ilustración? Argentina, Alsión, pág. 70.
563
ibid., pág. 85.
561
562
«universal […] libre [y] público»564 en aras de la instalación siempre renovada y renovadora de la
idea de “proyecto”.
Establece García Canclini las siguientes características de este “proyecto” moderno: es un
«proyecto emancipador [que se manifiesta en] la secularización de los campos culturales, la
producción autoexpresiva y autoregulada de las prácticas simbólicas y su desenvolvimiento en
mercados autónomos [y también] la racionalización de la vida social y el individualismo.» Además,
es un «proyecto expansivo [que] busca extender el conocimiento y la posesión de la naturaleza.» Por
ello también es un «proyecto renovador [el cual intenta] reformar una y otra vez los signos de
distinción que el consumo masificado desgasta», y por último, es un «proyecto democratizador
[pues] confía en la educación, la difusión del arte y los saberes especializados para lograr una
evolución racional y moral.»565
Lo que subyace a esta consideración, es el posicionamiento agente del “dogma del
conocimiento moderno”, es decir, la convicción de que el sujeto racional piensa, siente y actúa
bajo la figura de principios, que luego se transforman en leyes consideradas naturales, esenciales
y originarias para la nueva condición racional esquematizada por procedimientos cognoscitivos,
éticos y estéticos de corte universal, persuadiéndolo de poseer una verdad inequívoca, objetiva,
positiva; como asimismo de una apreciación estética definitiva –la razón como medida y
proporción de la facultad y experiencia original y originaria– y, en fin, de la posesión del bien
como ley y norma universal de comportamiento:
«La modernidad se puede caracterizar […] como un fenómeno dominado por la idea de la
historia del pensamiento [de una] progresiva “iluminación” que se desarrolla sobre la base de
un proceso cada vez más pleno de apropiación y reapropiación de los “fundamentos”, los
cuales a menudo se conciben como los “orígenes”, de suerte que las revoluciones, teóricas y
prácticas, de la historia occidental se presentan y se legitiman por lo común como
“recuperaciones”, renacimientos, retornos. La idea de “superación” […], concibe el curso del
pensamiento como un desarrollo progresivo en el cual lo nuevo se identifica con lo valioso en
virtud de la mediación de la recuperación y de la apropiación del fundamento-origen [que dona
una] dimensión ontológica a la historia [dando] significado determinante a nuestra colocación
en el curso de la historia.»566
Con ello, el sujeto moderno desatendió que se filtraba la declaración del “dogma moderno de
progreso”: un credo que posteriormente excluirá, aislará al mismo creyente de los presagios
racionales, dado que la racionalidad moderna no seduce por la claridad conceptual que está a la base
de su programa, sino por las transformaciones y resultados materiales que es capaz de realizar la
“razón instrumental” independientemente de la capacidad o velocidad de asimilación, comprensión y
reflexión por parte del sujeto que las experimenta de manera parcial, confusa y arbitraria, pues el
«crecimiento de la “razón instrumental” no conduce a una realización concreta de la libertad
universal, sino a la creación de una “jaula de hierro” de racionalidad burocrática dentro de la cual
nadie puede escapar.»567 Asimismo, este afán se debe, en gran medida, a los intentos por hacer
concordar la compleja trama de sentidos –cultura– que articula nuestra sociedad contemporánea en el
tiempo –historia– a partir de una serie de metáforas hasta la náusea: sociedad post-industrial,
sociedad post-moderna, sociedad red, sociedad de consumo, sociedad del riesgo, sociedad del ocio,
sociedad de servicios, sociedad poli-céntrica, sociedad post-nacional, sociedad post-burguesa,
sociedad post-humanista, sociedad post-marxista, sociedad sobre-moderna, sociedades-red, sociedadmundo, sociedad tardomoderna, sociedad de la información, sociedad de masas, sociedad del
conocimiento, sociedad de la comunicación, etc.
564
ibid., pág. 89.
García Canclini, Néstor (1989) Las culturas híbridas. Estrategias para entrar y salir de la modernidad. México, Grijalbo, págs. 31-32.
Vattimo, Gianni (1996a) o.c., págs. 10-11.
567
Picó, Josep comp. (1988) Modernidad y postmodernidad. Madrid, Alianza, pág. 16.
565
566
Tal como se viene presentando y sobre la base del desarrollo anterior, “sujeto” e “historia”
aparecen operados de manera novedosa e irruptiva por la modernidad. Ambas categorías
antropológicas y epistemológicas, desancladas de la tradición metafísica y del paradigma ontoteo-lógico (declarados sistemas externos de conocimiento totalitario de la realidad
metodológicamente irrealizables y empíricamente demostrables), encuentran en el proceso de
aclaración universal y de transformación práctica de la Ilustración una modulación peculiar: nexos
de la revolución en la cual lo nuevo se identifica con lo valioso y lo reciente con lo único; una
articulación de la potencia teórica y de la fuerza práctica para la transformación de la realidad; una
suerte de re-inicio histórico para un nuevo sujeto que deja de ser un residente en un kosmos
pagano o judeo-cristiano para pasar a ser un eje central de toda concepción sin un soporte externo
o imagen del mundo acerca de lo otro, de la realidad y de sí mismo posibilitada (i)racionalmente.
Coincidimos con Vattimo en que la «hermenéutica si quiere ser coherente con su rechazo de
la metafísica, no puede sino presentarse como la interpretación filosófica más persuasiva de una
situación, de una “época”, y, por lo tanto, de una procedencia. No teniendo evidencias
estructurales que ofrecer para justificarse racionalmente, puede argumentar su propia validez sólo
sobre la base de un proceso, desde su perspectiva prepara “lógicamente” una cierta salida. En este
sentido la hermenéutica se presenta, como una filosofía de la modernidad (en el sentido subjetivo
y objetivo del genitivo) y reivindica también ser la filosofía de la modernidad: su verdad se
resume en la pretensión de ser la interpretación filosófica más persuasiva del curso de eventos del
que se siente resultado […] su valor estriba en la capacidad de hacer posible un marco coherente y
compartible, a la espera de que otros propongan un marco alternativo más aceptable.»568
Permaneciendo fieles a las observaciones anteriores tales como asumir una hermenéutica
complementaria y no suplementaria sobre lo que nos concierne como época interpretadora,
afirmamos que la secularización disuelve fundamentalmente el poder con el que el “sacerdote
asceta” cumplía su función de administrador de sentido modulado en la conciencia sufriente de un
eternamente endeudado con la trascendencia, embaucado por la apariencia de una vida terrenal en
vista de totalidad y plenitud. El declive de la ascética potencia administradora de sentido, es la
historia de la modernidad; es la historia de una modernidad que se perpetúa en la caída metafísica
representada en la siesta decisiva del “pastor” y, finalmente, en la apoteosis frenética ocurrida en
el mercado y en las afueras de las iglesias; es el relato de la promesa desmitificadora de la
racionalidad, pero a su vez, la narrativa de la condición mitificada de la misma racionalidad, es el
discurso liberador de la luz de la razón y de la universalización del proyecto moderno, que con su
resplandor, disuelve las “figuras de significación hermenéutica”, haciéndole transitar por caminos
de transformación hasta presentar la delgada sombra que refleja la extenuación de su misión.
Capítulo 7
Eslabón de sentido crítico-evaluativo o el largo crepúsculo del “sacerdote asceta” (narrativa de
la dominación)
Marquemos el primer eslabón de sentido hermenéutico –que se desdobla en dos direcciones
orientadoras como plexos conectivos significativos– para esta topología moderna metamorfoseada
por las figuras simbo-hermenéuticas desde la analogía estructural entre las “figuras de significación
hermenéutica” y la metamorfosis moderna: desde su formación romántica, nostálgica, desencantada,
ilustrada o nihilista.
La Razón –entendida aquí como aquella facultad o capacidad para comprender la naturaleza, el
orden, la legalidad y el sentido del mundo: aquello “que hay”, que “puede haber” o lo que “debe
haber” como eje sustantivo y facultad totalizadora de la modernidad–, opera tanto el propósito
libertador respecto su pasado histórico –la tradición judeo-cristiana occidental– como la apertura de
un nuevo horizonte experiencial, hermenéutico, simbólico y genealógico, pero sobre todo, articula
568
Vattimo, Gianni (1995) o.c., págs. 48-49.
una transformación del sujeto moderno como «un ser más audaz a la hora de conquistar su libertad
[que] parecería coronarse por una secuencia de asimilaciones que, en razón de su carácter
indiscutible, diríase que recuperaba para sí el estilo de lo sagrado: asimilación de lo verdadero a lo
científico, de lo científico a lo racional, de lo racional a lo valioso, de lo valioso a lo normativo, de lo
normativo a lo lleno de sentido.»569
Narratividad de las operaciones traducidas en autocomprensión constitutiva de la vida
particular, social e histórica como intentos universalistas de encausar diversas tradiciones y
simbolizaciones culturales para articularlas dogmáticamente bajo el sino y la aventura racional de un
proyecto cuya dirección, orientación, ruta, huella y seña no se fundan “provisionariamente” –
atendiendo al presente– sino “programaticamente” –insistiendo en el futuro– en tanto órgano de
producción de sentido –rechazando el pasado–.
La figura hermenéutica –en su consecuente devenir transformativo– de “sacerdote asceta”,
encuentra que tanto su génesis, como máxima expresión y decadencia coinciden con el proceso de
Ilustración-racionalización-tecnologización de la subjetividad y de su energía transformativa de la
modernidad. La ruptura epocal que introduce la modernidad respecto al paradigma de la
cristiandad, es abierta por los procesos de subjetivación y secularización, fórmula virulenta y
demoledora de la acción asceta sobre la administración del sentido del ser humano, su
manipulación y control. El “sacerdote asceta” percibe en el desarrollo de la modernidad cómo sus
sagaces movimientos de control son delatados, expuestos a la crítica valorativa, quedando
marginado del negocio del sentido.
La modernidad es el relato significante del “sacerdote asceta” y su decadencia, es la
narratividad de la metabolización del cambio con el que él se debe enfrentar y al cual no puede
controlar; es el nuevo relato –mito, gramática, discurso, semántica– que expulsa todo lastre del
pasado, toda posibilidad de filtración de la decadencia que representaba. Es la decaída en la
potencia de su acción administradora del resentimiento sobre la debilidad psico-moral del sujeto
sufriente y, a la vez, es la nueva condición valórica o enmarque cultural que deberá asumir y al
cual adecuarse, y con el cual se deberá reinventar.
1. Weber y la racionalización sacro-económica de la modernidad
En un movimiento de ampliación de la hermenéutica romántica referida sólo a la interpretación de
“textos”, Weber aplica el concepto de “comprensión” al estudio de esa “racionalidad específicamente
occidental” caracterizada por una revolución en las mentalidades a partir de aquellos aspectos
subjetivos que operan en la interacción cultural y social, operando, lo que podríamos llamar, una
“hermenéutica de la racionalización de la cultura moderna”.
Para Weber la historia universal presenta un “problema”: el oxímoro escenario en que se
desarrollan “modernidad” y “racionalidad occidental” insertas en un proceso histórico-universal de
desencantamiento o conjugación tecnológica de la realidad.570 Weber atisba, como centro del
problema, que las sociedades industriales avanzadas han restringido la racionalidad –logos, ratio,
episteme– a una racionalidad teleológica, es decir, aquella racionalidad que desarrolla los medios
para la consecución de los fines previstos desde un acoplamiento mecanicista. El impuso de la
modernización se debía fundamentalmente a una racionalidad instrumental que vinculaba “medios” y
“fines” sin la necesidad de que los fines estuviesen justificados o, al menos, diferenciados entre la
racionalidad de los fines –adaptación de medios a fines– y la racionalidad del valor –o en la
valoración de la práctica vital–. Responsabilidad de la Ilustración de hacer coincidir el crecimiento
de la ciencia y la libertad humana universal.
569
570
Bayón, Fernando. ‘Sentido’, en Ortiz-Osés, Andrés y Lanceros, Patxi dirs. (2004) o.c., pág. 493.
Weber, Max (1983) Ensayos sobre sociología de la religión. Madrid, Taurus, pág. 11. En adelante ESR.
El avance de la racionalización técnica, como herramienta de dominio y expresión de un
talante moderno, conducen a un progresivo cuestionamiento de las fuentes de sentido, aliento y
realización. Esta fisonomía del racionalismo de la cultura occidental moderna no se trataba de una
simple cuestión mental, sino de algo más profundo y que se instalaba supletoriamente a lo
psicológico, es decir, consistía en una cuestión institucional en cuanto organización económica y
política operada por una racionalidad justificada por su eficiencia enmarcada en el Estado como
asimismo de una forma vital de existir. A partir de ahora, el progreso racional equivaldría a progreso
tecnológico representado por el arranque –en el siglo XVII de la relación entre religión y capitalismo,
como asimismo su decadencia –en los siglos XIX, XX–, debido al movimiento que hace la
modernidad ilustrada al interpretar el progreso en la razón encarnada en la tecnología como único
criterio de racionalidad, donde el empresario, el científico, el político y el líder carismático
representan y llevan a cabo una peculiar “voluntad de poder” para hacer frente a la pregunta por el
sentido del “hacer” en el nuevo escenario de una sociedad secularizada.571
Encontramos conexiones secretas, derivas coherentes, encuentros ciegos entre “sacerdote
asceta” y lo que para Weber representa el rol del protestantismo ascético en la configuración de
los empresarios y de los padres de la democracia radical moderna como expresión del poder
movilizador interno de lo que él denomina “racionalismo occidental”. Son aquellas características
–estilo– que surgen de la acción de custodia, renuncia, ascetismo que coinciden entre religión y
capitalismo, las que alinean las figuras de “sacerdote asceta” con el “espíritu” del capitalismo.
Según Weber el legado cultural de la ética protestante, es la «conducción racional de la vida
sobre la base de la idea profesional»572. El “estilo” de vida burgués es el estilo que expresa la
orientación de división del trabajo y su signo ético, que sabe equilibrar acción con renuncia a la
universalidad como «condición del obrar valioso.»573 La división del trabajo y la especialización,
significan el fin de una época cultural: la humanidad bella y plena de la construcción integral de la
personalidad, dando paso a la época cultural del trabajo, el hombre culto es sobrepasado por el
especialista. Como resultado de esta desligación transformadora, se asoma la “compulsión”: «el
puritano quería ser un hombre profesional, nosotros tenemos que serlo.»574 Es el paso al mundo de la
necesidad por sobre el de la libertad, es el paso del mundo de la obligación por sobre el mundo de la
voluntad: ahora la autonomía está condicionada a la máquina del capitalismo, que «determina hoy
con fuerza irresistible el estilo de vida de cuantos individuos nacen en él.»575 Un mecanismo
devorador autónomo, el cual ha adquirido «un poder creciente y, en último término, irresistible sobre
los hombres, como nunca se había conocido en la historia.»576 La cosificación y la pérdida de
sentido: dónde antes había espíritu, ahora yace una desesperada compulsión que expresando una
paradoja: el punto de llegada de la racionalización no guarda relación con las buenas intenciones del
origen.
Weber «se centra en el proceso de consolidación de una forma metódico-racional de
conducirse en la vida, cuya clave constitutiva rastrea en el ethos ascético-racional que resulta de la
racionalización de la religión de salvación judeocristiana. […] Esta conducción metódica de la
conducta en todos los órdenes de la vida, y no otro, es para Weber el elemento esencial de la
modernización, el centro explicativo genuino de la eficacia social de las estructuras de conciencia
modernas en cuya reconstrucción genealógica ocupan un puesto privilegiado ciertas formas de
pensamiento religioso. Porque el modo metódico de vida es, ciertamente, el trasunto de una
determinada ética ascética religiosa que favorece la aplicación práctica sistemática de los resultados
del progreso teórico-cognitivo, estético-expresivo y práctico jurídico a los fines de la modernización
económica y política, sirviendo, de este modo, de refuerzo y consolidación del mismo proceso de
571
Weber, Max (1997) La ética protestante y el espíritu del capitalismo. Barcelona, Península, págs. 72-78. En adelante EPEC.
EPEC, pág. 257.
573
EPEC, pág. 258.
574
id. El destacado es nuestro.
575
id.
576
EPEC, pág. 259.
572
modernización.»577 El ethos económico se fusiona con un tipo de conducta y aptitud práctica racional
de los hombres como elemento constitutivo de una “nuevo estilo de vida moderno”578:
«Este ethos integra tanto una nueva actitud racional-dominadora hacia el mundo externo e
interno como medio de comprobación de la cualidad ética personal, como una nueva estructura
de la personalidad en la que impulsos, necesidades o intereses queden sistemática y
unitariamente orientados en torno al cumplimiento del deber profesional como fin último dador
de sentido.»579
Este ethos es equivalente en su característica “autoperpetuante” a la modernidad como proceso
legitimador de sus estructuras de modernización que, a su vez, son componentes de la
racionalización de la estructura social capitalista que “selecciona” económicamente a los sujetos que
necesita para su legitimación y permanencia.580 La afinidad que se produce entre “ethos económico”
y “ascetismo-racional” configurando sacro-estrategias de la racionalización económica de la
modernidad, hace concluir a Weber que el “gran empresario” sólo puede ser pensado en el ámbito
del cristianismo como dador de contenidos para la «formación de una mentalidad económica, de un
ethos económico, fijándose en el ejemplo de las conexiones entre la moderna ética económica y la
ética racional del protestantismo ascético»581:
«El poder ejercido por la concepción puritana de la vida no sólo favoreció la formación de
capitales, sino, lo que es más importante, fue favorable sobre todo para la formación de la
conducta burguesa y racional –desde el punto de vista económico–, de la que el puritano fue el
representante más típico y el único consecuente; dicha concepción, pues, asistió al nacimiento
del moderno homo œconomicus.»582
En fin, EPEC «lleva a cabo una reconstrucción genética de la racionalización de la conducta
del hombre profesional, erigida en “estilo de vida moderno”, tomando como clave interpretativa de
su conformación la presencia de un ethos ascético-racional cuya raíz última remite a la ascesis
cristiano-protestante»583:
«La exposición precedente debe haber mostrado que uno de los elementos constitutivos del
moderno espíritu capitalista (y no sólo de éste, sino de la cultura moderna), a saber, la
conducción racional de la vida sobre la base de la idea de profesión, tuvo su origen en el
espíritu de la ascesis cristiana.»584
En este contexto, racionalización cobra la figura de potencialidad dominadora, y por ende,
aquello que desequilibra los polos respecto al desarrollo del ámbito teórico-cognitivo, asumido por
una parte de “positivo”, y que se expresa en la tarea que emprende «el pensamiento sistemático con
la imagen del mundo, [tarea] que aumenta su dominio teórico de la realidad mediante la utilización
de conceptos abstractos cada vez más precisos.»585 Una racionalización equivalente a
“intelectualización” en cuanto proceso necesario para la configuración del sentido de la imagen del
mundo desde el aumento de la complejidad de las estructura formal y sistematización de los patrones
interpretativos de la realidad: en la “intelectualización” concurren tanto un saber técnico de
ordenamiento de la realidad, como una valoración normativa que persigue la orientación de un
mundo con sentido. Y, por otra parte, de “negativo”, es decir, sinónimo de “desencantamiento” o
desacralización progresiva del mundo natural y social, dejando al mundo a merced de una totalitaria
577
Ruano, Yolanda (1996) Racionalidad y conciencia trágica. La modernidad para Max Weber. Madrid, Trotta, págs. 174-175.
ESR, pág. 19.
579
Ruano, Yolanda (1996) o.c., pág. 176.
580
ESR, pág. 38.
581
ESR, págs. 19-20.
582
ESR, pág. 159.
583
Ruano, Yolanda (1996) o.c., pág. 179.
584
ESR, pág. 164.
585
ESR, pág. 215.
578
interpretación de dominio racional que el “progreso científico” y el “positivismo científico”
representan:
«El “desencantamiento del mundo” es un proceso que atraviesa los tiempos modernos. No se
realiza plenamente. Se desarrolla, reitera, diversifica y continúa. No termina nunca, e incluye la
filosofía, las ciencias y las artes, tanto como los modos de ser, pensar, sentir, actuar, imaginar y
fabular. Se traduce como formas de sociabilidad, de organización del trabajo y la producción,
las relaciones, los procesos y estructuras de dominación y de apropiación, enajenación y
emancipación.»586
Entiende Weber el desarrollo de la modernidad como aquel proceso de diferenciación que
se produce al interior del concepto tradicional de razón como “razón sustantiva” 587, ahora
separada en esferas autónomas a partir de una radical desconfianza respecto del optimismo
ilustrado e impulsada por la certidumbre del sujeto sobre el rol de la racionalidad progresista
como factor de soluciones futuras, pues supondría el advenimiento e instalación de, por una parte,
la “formalización”, “instrumentalización” y “burocratización” del mundo de acuerdo a una lógica
sistémica interna, que tejería la “jaula de hierro” o “férreo estuche” en el cual los sujetos
quedarían atrapados por las normativas de la “racionalidad instrumental”588 expresada en macroorganizaciones formales, rígidas y opresoras autónomas al control humano y político, y por otra,
el “desencantamiento del mundo”, es decir, la racionalización total de la vida a partir de la
disolución efectuada por la racionalidad instrumental de la racionalidad sustantiva sobre la que se
fundan los sistemas de significado y sentido humanos:
«Weber se concentra en el proceso de la modernización social, que avanza gracias al tándem
entre el Estado administrador y la economía capitalista. Sobre la base de la diferenciación
funcional entre Estado y economía, ambas partes se complementan: un aparato administrativo
dependiente de los recursos fiscales y una economía de mercado institucionalizada en términos
de derecho privado, que, por su parte, depende de un marco de condiciones y de unas
infraestructuras garantizados estatalmente.»589
La organización racional de la modernidad, entonces, es un destino inapelable para el sujeto,
y este destino tiene las imágenes weberianas de “jaula de hierro” y “desencantamiento del mundo”
como coordenadas del nuevo ordenamiento sistemático de la civilización moderna.
La referencia que hace Weber sobre la naturaleza paradójica de la modernidad de un
proceso de racionalización que, luego de haber sido un mecanismo indispensable para la
liberación del hombre y el desarrollo de su creatividad, le conduce a un confinamiento progresivo
en un sistema deshumanizado, tiene que ver con una concepción crítica-individualista de
modernidad que critica la fe desmedida en el progreso, en un proceso de «intelectualización y
racionalización [que] significan que se sabe o se cree que en cualquier momento en se quiera se
puede llegar a saber que, por tanto, no existen en torno nuestra vida poderes ocultos e
imprevisibles, sino que, por el contrario, todo puede ser dominado mediante el cálculo y la
previsión. Esto quiere decir simplemente que se ha excluido lo mágico del mundo. [Por tanto]
cabe preguntarse si todo este proceso de desencantamiento, prolongado durante milenios en la
cultura occidental, si todo este “progreso” en el que la ciencia se inserta como elemento integrante
y fuerza propulsora, tiene algún sentido que trascienda de lo puramente práctico y técnico590, cuyo
eje se encuentra en la transformación de la racionalidad que transita desde una “racionalidad
586
Ianni, Octavio (2000) o.c., pág. 215.
Facultad encargada de establecer el orden racional de las cosas y del mundo, expresada en una estructura racional consistente y con un valor
objetivo. De tal forma, constituye un criterio de valoración y decisión en relación a los diferentes y restantes usos de razón (teórica, práctica, científica,
técnica, etc.).
588
Este tipo de racionalidad supone una orientación basada en reglas técnicas que descansa en el conocimiento empírico. Sus características centrales es
ser “subjetiva”, “formal”, “procedimental”, “calculadora” y “neutral”, manifestando su inclinación por el orden, la clasificación, el procedimiento
eficaz y rentable independiente del contenido de las valoraciones.
589
Habermas, Jürgen (2000b) La constelación posnacional. Ensayos políticos. Barcelona, Paidós, pág. 178.
590
Weber, Max (1975) El político y el científico. Madrid, Alianza, pág. 200.
587
sustantiva” hacia una “racionalidad formal”, borrando el horizonte de objetivos últimos de acción
y homologando el destino del sujeto por el destino material de la mecánica moderna, socavando la
base social de significado autónomo y racional de los sujetos:
«Max Weber introduce el concepto de racionalidad para definir la forma de la actividad
económica capitalista, del tráfico social regido por el derecho privado burgués, y de la
dominación burocrática. “Racionalización” significa en primer lugar la ampliación de los
ámbitos sociales que quedan sometidos a los criterios de la decisión racional. Paralelamente, a
esto corre, en segundo lugar, la industrialización del trabajo social, con la consecuencia de que
los criterios de la acción instrumental penetran también en otros ámbitos de la vida
(urbanización de las formas de la existencia, tecnificación del tráfico social y de la
comunicación). En los dos casos se trata de la implantación del tipo de acción que es lo
racional con respecto a fines: en el segundo caso esa implantación afecta a la organización de
los medios, y en el primero a la elección entre posibles alternativas. Finalmente, la
planificación puede ser concebida como una modalidad de orden superior de la acción racional
con respecto a fines: tiende a la instauración, mejora o ampliación de los sistemas de acción
racional mismos. La progresiva “racionalización” de la sociedad depende de la
institucionalización del progreso científico y técnico. En la medida en que la ciencia y la
técnica penetran en los ámbitos institucionales de la sociedad, transformando de este modo a
las instituciones mismas, empiezan a desmoronarse las viejas legitimaciones.»591
La reacción de Weber ante los derroteros específicos de la dinámica de racionalización
sociocultural de la tradición occidental, de la autocomprensión moderna y de su proceso de
diferenciación binaria de las esferas del saber, es retratándola como el triunfal pathos positivista de
su racionalidad científica, el irreversible “apropiacionismo administrativo” de las instituciones
político-económicas, como la “autodivinización de la razón” explicada por la “significación cultural
de desencantamiento” (racionalización, intelectualización y racio-cientización) del mundo592 y,
finalmente como un “descentramiento cosmovisional”, que altera las perspectivas iluminadas sobre
el futuro y que trastoca las jerarquías de valor sustituidas por un sistema de medida/magnitud.
Este desencantamiento del mundo tiene su inicio en las antiguas profecías judías y que,
apoyado en el pensamiento científico heleno, las rechaza por considerarlas supersticiosas y
sacrílegas en su búsqueda de todo medio mágico para la salvación. El significado profundo de
esta progresiva intelectualización y racionalización como tal, reside en la conciencia o en la fe
según la cual para poder sólo basta querer, es decir, todas las cosas en principio, pueden ser
dominadas por la razón. Y esto es lo que significa un desencantamiento del mundo: que ya no es
preciso recurrir a la magia para dominar o para congraciarnos con los espíritus como hacen los
salvajes que creen en poderes semejantes, pues la razón y los medios técnicos han asumido esta
función.
En fin, los ámbitos significativos de la sociedad moderna ya no están centradas en el sujeto,
sino en la «institucionalización de la acción teleológica sobre todo en los dos sectores dinámicos
centrales: Estado y economía.»593 Ambas organizaciones racionales de la sociedad, actúan conforme
a un telos de eficiencia y productividad laboral, formal, administrativa y funcional:
«el estado burocrático está hecho a medida de la acción administrativa especializada –
planteada en términos de racionalidad teleológica– de los funcionarios, mientras que el modo
de producción de la economía de mercado se adecua a la elección racional y a la fuerza laboral
cualificada de cuadros directivos y trabajadores.»594
Habermas, Jürgen (1989b) Ciencia y técnica como ‘ideología’. Madrid, Tecnos, págs. 53-54.
ESR, pág. 83.
Habermas, Jürgen (2000a) Perfiles filosófico-políticos. Madrid, Taurus, pág. 178.
594
ibid., pág. 179.
591
592
593
La consecuente racionalización de las organizaciones e instituciones modernas, se funda en una
consistente elección de la ciencia como valor humano frente al místico o religioso: el reino de la
inmanencia con sus conflictos entre cosmovisiones y la pérdida de la totalidad-unidad:
«Pero allí donde el conocimiento racional empírico realiza consecuentemente el
desencantamiento del mundo, trasformándolo en un mecanismo causal, aparece plena la
tensión contra el postulado ético de que el mundo es un universo ordenado por Dios y que, por
tanto, se rige por un sentido ético. En efecto, la consideración empírica del mundo, y también
la matemáticamente orientada, genera por principio el rechazo de toda consideración del
mundo que pregunte por un “significado” del acontecer intramundano. Todo avance del
racionalismo de la ciencia empírica desplaza progresivamente la religión de lo racional hacia lo
irracional, convirtiéndola en el poder suprapersonal irracional o antirracional por
antonomasia.»595
La dialéctica del progreso negativiza y desrealiza la razón humana, ya que ésta no se
concibe como el resultado del despliegue histórico, sino como una ruptura en el continuo devenir
del progreso y obstáculo para la acción burocrática de la racionalidad instrumental. La capacidad
humana de construirse y destruirse expresa un despropósito entre el poder que alcanzamos y el
saber que proyectamos, entre las técnicas que disponemos y la ética que practicamos. Weber
preveía que el destino de nuestra época se caracteriza por la “racionalización” y la
“intelectualización” expresadas en el desencantamiento del mundo, por la desaparición de la
magia, de los espíritus, de los demonios, por la extinción del profetismo en manos del triunfo de
la racionalidad instrumental y del ethos económico del capitalismo moderno –la racionalidad–
consiste en la conjunción entre el afán de lucro –no de valor– y la organización burocrática del
trabajo que «ha canibalizado cualquier negatividad, la de la historia y la del trabajo, en tono
sarcástico; literalmente: es el devorador de la sustancia misma del ser humano, para transformarla
en su esencia de ser productivo. Ha devorado la dialéctica sin mayores miramientos, mediante la
asunción paródica de los términos opuestos, mediante la superación paródica de sus propias
contradicciones. Lo que estamos presenciando es el triunfo paródico de la sociedad sin clases, la
realización paródica de todas las metáforas utópicas: el hombre del ocio, el pluralismo
transdisciplinario, la movilidad y disponibilidad de todos los signos»596:
«La intelectualización y racionalización crecientes no significan, pues, un creciente
conocimiento general de las condiciones generales de nuestra vida. Su significado es muy
distinto; significan que se sabe o se cree que en cualquier momento en que se quiera se puede
llegar a saber que, por tanto, no existen en torno a nuestra vida poderes ocultos e imprevisibles,
sino que, por el contrario, todo puede ser dominado mediante el cálculo y la previsión. Esto
quiere decir simplemente que se ha excluido lo mágico del mundo. A diferencia del salvaje,
para quien tales poderes existen, nosotros no tenemos que recurrir ya a medios mágicos para
controlar los espíritus o moverlos a piedad. Esto es cosa que se logra merced a los medios
técnicos y a la previsión. Tal es, esencialmente, el significado de la intelectualización.»597
Tal como se plantea aquí, occidente opera una modalidad de “racionalidad” que desemboca
en un proceso desmitificador de mundo y/o desmoronamiento del imaginario religioso deviniendo
en una “cultura profana” donde «los valores últimos y más sublimes han desaparecido de la vida
pública y se han retirado, o bien al reino ultraterreno de la vida mística, o bien a la fraternidad de
las relaciones inmediatas de los individuos entre sí»598:
«La “racionalidad” en el sentido de Max Weber muestra aquí su doble rostro: ya no es sólo la
instancia crítica del estado de las fuerzas productivas, ante el que pudiera quedar
595
ESR, pág. 553.
Baudrillard, Jean (1997a) La ilusión del fin o la huelga de los acontecimientos. Barcelona, Anagrama, págs. 83-84.
Weber, Max (1975) o.c., pág. 201.
598
ibid., pág. 231.
596
597
desenmascarada la represión objetivamente superflua propia de las formas de producción
históricamente caducas, sino que es al mismo tiempo un criterio apologético en el que esas
mismas relaciones de producción pueden ser también justificadas como un marco institucional
funcionalmente necesario. A medida que aumenta su fecundidad apologética, la “racionalidad”
queda neutralizada como instrumento de la crítica y rebajada a mero correctivo dentro del
sistema; lo único que todavía puede decirse es, en el mejor de los casos, que la sociedad está
“mal programada”. En la etapa del desarrollo científico y técnico, las fuerzas productivas
parecen entrar, pues, en una nueva constelación con las relaciones de producción: ya no operan
a favor de la ilustración como fundamento de la crítica de las legitimaciones vigentes, sino que
se convierten en las mismas en base de la legitimación.»599
Una cultura moderna occidental como producto de que «las ciencias experimentales
modernas, […] las artes convertidas en autónomas, y con las teorías de la moral y el derecho
fundadas en principios, se desarrollaron aquí esferas culturales de valor que posibilitaron procesos
de aprendizaje de acuerdo en cada caso con la diferente legalidad interna de los problemas
teóricos, estéticos y práctico-morales.»600 Es decir, las esferas de valor (cognitivas, normativas y
expresivas) se autonomizan y pierden el vínculo con la realidad y con el sujeto que las
experimenta, ahora de forma inconexa, lo que genera la autonomía de las prácticas sociales
(conocimiento, autoregulación moral y política, y las expresiones artísticas):
«De esta manera, se decía que en las sociedades complejas modernas los criterios de validez en
el ámbito del conocimiento (las discusiones en torno a la verdad/falsación de los enunciados
científicos y descriptivos), en el ámbito de la justicias (los diversos modelos de teorías de lo
justo o lo correcto), en el ámbito individual (las formas de la autenticidad de los sujetos, tanto
en términos éticos como en su autopresentación expresiva) y en el ámbito estético (los debates
sobre qué se puede entender como arte mismo y sobre los diversos criterios o factores que se
consideran relevantes para definir cualquier producto cultural como producto artístico)
caminaban por rutas distintas y, sobre todo, se configuraban en prácticas y en instituciones
diferentes.»601
A lo que nos conduce interpretar modernidad cargada de “procesos” y vaciada de
“progresos”, es a insertar la existencia humana con su articulación de sentidos, motivaciones,
intenciones y finalidades, con su horizonte de razones y alcances de sus significados, merced a
considerar que:
«Si el programa moderno entendía que esas lógicas y esas prácticas mantenían entre sí alguna
suerte de equilibrio, bien sea ya en programa epistemológico determinado (pensemos, en Kant
y en el neokantismo) o bien sea en alguna suerte de modelo social (y pensemos, a estos efectos,
tanto en la perspectiva analítica de Weber como en los modelos políticos del liberalismo), la
sensibilidad crítica –por ejemplo, tal como se expresó en la Escuela de Frankfurt– acentuó
siempre en la diferenciación de lógicas, prácticas e instituciones conlleva no pequeñas dosis de
ambigüedad: por una parte, la dimensión sentido (el lugar en el que se clarifica y articula el
significado de la acción y donde se establecen los procesos sociales que lo dotan de coherencia
explicativa) no le corresponde ya, en exclusiva, a ninguna de esas lógicas diferenciadas y, a
diferencia de las sociedades no modernas y no racionalizadas, permanece en una esfera en
cierto sentido indiferenciada, sin instituciones que la vehiculen en exclusiva; pero, por otra, la
misma autonomía de esas lógicas permite que algunas de entre ellas se apresuren a reclamar el
599
Habermas, Jürgen (1989b) o.c., pág. 57.
Habermas, Jürgen (1989a) El discurso filosófico de la modernidad. (Doce lecciones). Madrid, Taurus, pág. 11. En adelante DFM.
Thiebaut, Carlos. ‘La mal llamada postmodernidad (o las contradanzas de los moderno)’, en Bozal, Valeriano ed. (1996) Historia de las ideas
estéticas y de las teorías artísticas contemporáneas, vol. II. Madrid, Visor, pág. 380.
600
601
privilegio de acaparar y monopolizar la dimensión sentido que ha quedado en un difuminado
estatuto.»602
En este sentido, la modernidad no es sólo una expresión más de cambio en la historia, sino
que la dinámica transformativa afecta a la misma modernidad, y así se nos presenta entonces
como:
«a) la época […] del abandono de la visión sacra de la existencia y de la afirmación de esferas
de valor profano; en suma, se caracteriza por la secularización; b) el punto clave de la
secularización en el plano conceptual es la fe en el progreso (o la ideología del progreso) que
se constituye en virtud de una readopción de la visión judeocristiana de la historia, en la cual se
eliminan “progresivamente” todos los aspectos y referencias trascendentes, puesto que
precisamente para escapar al rasgo de teorizar el fin de la historia (que es un riesgo cuando no
se cree ya en otra vida en el sentido predicado por el cristianismo), el progreso se caracteriza
cada vez más como un valor en sí; el progreso es tal cuando se encamina hacia un estado de
cosas en el cual es posible un ulterior progreso; c) la secularización extrema de la visión
providencial de la historia equivale simplemente a afirmar lo nuevo como valor
fundamental.»603
En este sentido, la modernidad, es el quicio del cambio y éste, es el sentido de la
modernidad e instaura la variabilidad, la mutabilidad, la metamorfosis como códigos
fundamentales de la vida social:
«La mentalidad moderna nació junto con la idea de que el mundo puede cambiarse. La
modernidad consiste en el rechazo del mundo tal como ha sido hasta el momento y en la
resolución de cambiarlo. La forma de ser moderno estriba en el cambio compulsivo y obsesivo:
en la refutación de lo que “es meramente” en el nombre de lo que podría y, por lo mismo,
debería ocupar su lugar. El mundo moderno es un mundo que alberga un deseo, y una
determinación, de desafiar […] su mismidad. Un deseo de hacerse diferente de lo que es en sí
mismo, de rehacerse y de continuar rehaciéndose. La condición moderna consiste en estar en
camino. La elección es modernizarse o perecer. La historia moderna ha sido, por consiguiente,
una historia de diseño y un museo/cementerio de diseños probados, agotados, rechazados y
abandonados en la guerra en curso de conquista y/o desgaste librada contra la naturaleza.»604
El diseño del cambio modulado por la modernidad, tiene su conato en una realidad
moldeable bajo presupuestos preestablecidos, pero carentes de una fiabilidad intrínseca:
«El diseño “tiene sentido” en la medida en que, en el mundo existente, no todo es como
debería ser. Y, lo que es aún más importante, hace valer sus méritos disponibles o esperados de
hacer las cosas diferentes. La meta del diseño consiste en dibujar más espacio para “lo bueno”
y menos espacio, o ninguno, para “lo malo”. Es lo bueno lo que convierte a lo malo en lo que
es: malo. “Lo malo” es el residuo del perfeccionamiento.»605
Este esquema, es el diseño que viene a reemplazar las leyes de la naturaleza que escapan del
control humano. En esta incapacidad se programa la empresa moderna de reemplazo de las leyes
de la naturaleza por leyes de factoría humana, ya que la «modernidad es una condición de diseño
compulsivo y adictivo»606 que como el “pensamiento destructivo” de Benjamin, es una tarea antiinstitucional, anti-moderna en el sentido de proliferación de perspectivas que rompen la aspiración
de validación universalista de la modernidad y de su proyecto:
602
ibid., pág. 381.
Vattimo, Gianni (1990) o.c., pág. 92 y ss.
604
Bauman, Zygmunt (2005b) Vidas desperdiciadas. La modernidad y sus parias. Barcelona, Paidós, pág. 38.
605
ibid., pág. 44.
606
ibid., pág. 46.
603
«El carácter destructivo no ve nada duradero […]. Como por todas partes ve caminos está
siempre en la encrucijada. En ningún instante es capaz de saber qué traerá consigo al próximo.
Hace escombros de lo existente, y no por los escombros mismos, sino por el camino que pasa a
través de ellos.»607
El proceso de “cambio” –que sólo ve la superficie de la realidad y no su relieve de sentido con
su ojo cíclope–, es sinónimo de mutabilidad material, de modernización efectiva de la realidad, una
acción que, como destaca Bauman, es una acción de licuefacción de la realidad y de los márgenes
modernos, lo fluido es una sustancia que no puede mantener su forma a lo largo del tiempo. Y ese es
el rasgo de la moderna cultura occidental entendida como modernización obsesiva y compulsiva. La
modernidad sólida mantenía la ilusión de que este cambio modernizador acarrearía una solución
permanente, estable y definitiva a los problemas, específicamente a la ausencia de cambios que hacía
peligrar el dinamismo histórico.
Así, la modernización en la modernidad sólida transcurría con la finalidad de lograr un estadio
en el que fuera prescindible cualquier modernización ulterior. Sin embargo, en la modernidad líquida
la modernización sigue operando de manera indolente, pues resuelve un problema acuciante del
momento, pero con ello no desaparecerán los futuros problemas. Cualquier gestión de una crisis crea
nuevos momentos críticos, y así en un proceso sin fin. En otras palabras: la modernidad sólida fundía
los sólidos para moldearlos de nuevo y así crear sólidos mejores, mientras que ahora la modernidad
funde sin solidificar después, quedándose sólo con los residuos, con los restos y no los resultados de
la operación.
Entonces –y siguiendo esta línea argumentativa–, si por modernidad concebimos al desarrollo
de la racionalidad normativa que apunta a la autodeterminación política y moral, por modernización,
la entenderemos como aquella readecuación operativa de las proyecciones cognitivas y morales, los
procedimientos sistémicos y las tecnologías de la racionalidad instrumental sobre pivotes
tecnológico-pragmáticos, que apunta al cálculo y control de los procesos sociales y naturales
incorporando cambios cuantitativos en los niveles económicos, tecnológicos y culturales. Su
especificidad radica en la difusión y aplicación en la cotidianeidad práctica de la vida de los
descubrimientos científicos a partir de la revolución científica. Por ello, se expresa en la flagrante
simultaneidad entre la asimilación y la aplicación de los conocimientos, como también en una
incuestionable interiorización y psicologización de los valores transmitidos608 por este desarrollo:
«El vocablo “modernización” se introduce como término técnico en los años cincuenta [y] se
refiere a una gavilla de procesos acumulativos y que se refuerzan mutuamente: a la formación
de capital y a la movilización de recursos; al desarrollo de las fuerzas productivas y al
incremento de la productividad del trabajo; a la implantación de poderes políticos centralizados
y al desarrollo de identidades nacionales; a la difusión de derechos de participación política, de
las formas de vida urbana y de la educación formal; a la secularización de valores y normas,
etc.»609
Desde sus inicios como temática sociológica y filosófica (Marx, Comte, Tönnies, Durkheim,
Weber), la modernización ha representado una lógica “disyuntiva” y “antitética” referida a la
sociedad, es decir, como paso –cambio social, transformación estructural, ajuste interno– de un modo
de producción pre-capitalista a uno capitalista; de una sociedad agraria a una sociedad industrial; de
una comunidad a una sociedad civil; de una solidaridad mecánica a una orgánica; y, de una
racionalidad substancial a una razón instrumental.
El avance científico se ve impulsado por la fuerza correspondiente que se resta a la tradición y
a la decisión individual retrotraída, es decir, frente al retroceso de la tradición, de la voluntad
607
Benjamin, Walter (1990) Discursos interrumpidos I. Filosofía del arte y de la historia. Buenos Aires, Taurus, pág. 161.
Vid. Solé, Carlota (1998) Modernidad y modernización. Barcelona, Anthropos, págs. 13-29.
609
DFM, pág. 12.
608
individual y de la toma de decisiones en lo social, la ciencia avanza exponencialmente:
desmitologiza la realidad y el universo; el capitalismo opera una desvinculación a los siervos de la
gleba; la secularización se encarga de debilitar el poder y legitimidad religiosa; y el individualismo
en disminuir los lazos familiares.610
En este sentido, la modernización se define como un proceso de adaptación de las instituciones
tradicionales de una sociedad que realiza las funciones rápidamente cambiantes, permitiendo el
manejo o control del hombre sobre su medio ambiente exigiendo una necesaria acoplación de las
funciones tanto intelectuales como tecnológicas desarrolladas globalmente.
De lo anterior, finalmente, se entiende que los mecanismos que definen a la modernización
sean los de “aceleración” y “masividad” de aquellos descubrimientos y avances científicos de
aplicación de métodos y técnicas aplicados a los asuntos humanos, por ello las expresiones más
propias y ajustadas de la modernización resulten ser las de mercado y desarrollo científicotecnológico como dispositivos de integración transnacional operados por una razón instrumental
triunfante y homogeneizante ahora en red global:
«Pero cuando el legado de la Ilustración se extendió, y fue desenmascarado, se puso al
descubierto el triunfo de la razón instrumental. Esta forma de razón afecta e invade toda la vida
social y cultural, abarcando las estructuras económicas, jurídicas, administrativas, burocráticas
y artísticas. El crecimiento de la “razón instrumental” no conduce a una realización concreta de
la libertad universal sino a la creación de una “jaula de hierro” de racionalidad burocrática
dentro de la cual nadie puede escapar.»611
Weber, en fin, describe el significado de la experiencia «en la época de la fragmentación, de la
especialización de los lenguajes científicos y de las capacidades técnicas, del aislamiento de las
esferas de interés, de la pluralización de los roles sociales de todo sujeto individual –en definitiva, en
la época de la racionalización moderna». 612
2. Adorno y Horkheimer y el progreso como d(en)ominación de una modernidad truncada
El énfasis impulsador de la Teoría Crítica613 frankfurtiana tiene como polos críticos la internalización
del dominio, la desmitificación ilustrada y la instrumental deshumanización del saber, por ello versa
sobre «la relación oculta entre el hombre y la naturaleza […] considerada [como] la relación
prevaleciente a través de la mayor parte de la historia occidental»614 ahora traicionada, como
expresión de las formas opresivas de la realización de una razón ilustrada que se vuelve sobre –
contra– sí misma y sospecha de su facultad veritativa. La permanencia regular de la relación de
dominio como seña de «una universal resignación bajo el signo de una angustia históricouniversal»615 por parte del ser humano para con la naturaleza –en la época post-burguesa de la
Parsons, en los años ’50, se refería a este cambio social de la cultura moderna –paso de una sociedad como un todo orgánico a un sistema
autoregulado proporcionado por la cibernética durante y a finales de la Segunda Guerra Mundial–, a partir de cinco variables tipológicas de la acción,
llamadas variables-pautas u opciones valorativas antitéticas: difusividad-especificidad, particularismo-universalismo, adscripción-adquisición,
emotividad-neutralidad afectiva y orientación colectiva-orientación individual. Cfr. Parsons, Talcott (1976) El sistema social. Madrid, Biblioteca de la
Revista de Occidente.
611
Picó, Josep comp. (1988) o.c., pág. 18.
612
Vattimo, Gianni (2004) o.c., pág. 26.
613
El concepto de “crítica” se refiere a tres acepciones fundamentales: a) límite en la validez del uso de la razón; b) análisis de los supuestos
ideológicos de la teoría tradicional que explica los fenómenos sociales, los justifica; y, c) plasmación social de una racionalidad funcional que se torna
contraria al sujeto. Fundamentalmente, descansan en una «crítica epistemológica del principio lógico-formal de cálculo constitutivo de la acción social,
de la razón pragmática e instrumental, y de los momentos normativos y culturalmente constitutivos que entrañaba. La crítica de la epistemología
científica, en aquellos aspectos coincidentes con la lógica del dinero y con una actividad social alienada, en el trabajo y en la acción comunicativa,
cerraban junto con el análisis del empobrecimiento de la experiencia cotidiana y estética, de los fenómenos de la cultura de masa o las normas
socializadoras de carácter autoritario y destructivo, un cuadro relativamente homogéneo y sistemático de la crisis de la sociedad industrial.» Subirats,
Eduardo (1991) o.c., pág. 206.
614
Jay, Martin (1986) La imaginación dialéctica. Historia de la Escuela de Frankfurt y el Instituto de Investigación Social (1923-1950). Madrid,
Taurus, pág. 410.
615
Subirats, Eduardo (1991) o.c., pág. 203.
610
tecnología y del mercado–, se convierte en más virulenta y peligrosa, radical y extrema, en que la
naturaleza cobra «venganza […] por la crueldad y la explotación de que el hombre occidental la
había hecho objeto durante generaciones.»616
En este sentido y siguiendo las consideraciones anteriores, la modernidad se expresa de manera
bifronte, es decir, como «aquel marco de valores legitimantes a los cuales se suele apelar para
justificar o fundamentar el proceso de modernización, pero también desde los cuales se puede
mantener un control crítico de ese mismo proceso, en la medida en que la modernización no refleje
los principios articuladores que se reconocen en los discursos decisivos de la modernidad, sobre todo
a partir de la Ilustración: la universalidad, la socialidad, la libertad, etc. Si el concepto de
modernización tiene que ver con la racionalidad instrumental y con su criterio inmanente, esa especie
de seudolegitimación preformativa, que es el principio de la eficacia, la modernidad sería una
dimensión cultural, valórica. Sin embargo, […] presentar así los términos de “modernización” y
“modernidad” podría resultar un poco unilateral, es decir, podría no verse hasta qué punto hay una
relación inherente entre ambos, en el sentido de que los problemas que la modernización pueda traer
para los principios de la modernidad, no son problemas ante los cuales la modernidad sea ajena, sino
que más bien tiene una responsabilidad bastante fuerte […]. En este sentido, la modernidad se puede
concebir como la instauración de un “fuero interno” que define la autonomía de los sujetos humanos,
su capacidad de proyectarse históricamente. Con ello se establece el lugar desde donde se articula la
realización histórica del proyecto moderno y desde el cual puede ella ser razonada y enjuiciada. La
modernización se referiría al componente de dominación fáctica que es requerida por esa realización
y el riesgo esencial que entraña para el proyecto es que se organiza como una conquista del “fuero
interno”, no tanto para suprimir la autonomía de los sujetos, pero sí para inducir en ellos la facultad
de suspender, reprimir, interrumpir su proceso reflexivo y judicativo, cada vez que el proceso de la
modernización lo requiera.»617
A mayor sacralización del binomio modernidad-modernización menor implicación reflexiva
del pensamiento y anulación del protagonismo histórico, lo que expresa la sucesión de proyectos
inacabados aún en desarrollo: la modernidad como “espíritu de una época” y la modernización como
“tecnología de la transformación” de ese espíritu, revolucionan no sólo las capacidades de
producción material, sino que también las capacidades de producción de conocimiento y
significación sobre estas mismas transformaciones. Los acontecimientos de “modernidad” y
“progreso” son metonimias, pertenecen a la misma especie y dependen mutuamente para asegurar su
permanencia y actividad históricas, a pesar que ambas realizan un quiebre en el tiempo histórico para
situarse como el discurso universal de(l) sentido moderno.
La Ilustración consagra la liberación del hombre mediante la razón a través del proceso
desmitificador que termina allí donde el hombre ve en la naturaleza no una fuerza extraña y terrible,
sino el reflejo de su misma racionalidad realizada en el dominio técnico de esa naturaleza, para ello,
«ha perseguido desde siempre el objetivo de liberar a los hombres del miedo y constituirlos en
señores. Pero la tierra enteramente ilustrada resplandece bajo el signo de una triunfal calamidad. El
programa de la Ilustración era el desencantamiento del mundo. Pretendía disolver los mitos y
derrocar la imaginación mediante la ciencia»618:
«la Ilustración, pese a todas sus afirmaciones de haber superado la confusión mitopoiética
mediante la introducción de un análisis racional, se habría convertido ella misma en víctima de
un nuevo mito. […] En la raíz del programa de dominación de la Ilustración, denunciaban
Horkheimer y Adorno, había una versión secularizada de la creencia en que Dios controlaba el
616
ibid., pág. 414.
Oyarzún, Pablo (2001) La desazón de lo moderno. Problemas de la modernidad. Santiago de Chile, ARCIS-Cuarto Propio, págs. 399-400.
618
Horkheimer, Max y Adorno, Theodor W. (1994) Dialéctica de la Ilustración. Fragmentos filosóficos. Madrid, Trotta, pág. 59. En adelante DI. Las
preocupaciones que motivan DI son aquellas que guardan relación con la conversión de la Ilustración bajo la figura positivista, y que esta figura
esconde una nueva mitologización: mito de la inmanencia como principio explicativo del acaecer y de su regularidad. La legalidad científica y la
fundamentación kantiana de la experiencia se disuelven en el dominio sobre la naturaleza. Sobre el señorío que otorga la ciencia al ser humano y su
entusiasmo, ya Descartes se refería en términos de «jefe y poseedor» abriéndole nuevos cielos y nuevas tierras en la nueva relación “concienciamundo” desde la conquista metodológica del conocimiento, Vid. Descartes, Renè (1981) Discurso del método. Madrid, Alfaguara, pág. 44.
617
mundo. Como resultado, el sujeto humano confrontaba al objeto natural como otro inferior,
externo. El animismo primitivo al menos, pese a toda su falta de conciencia de sí, había
expresado un conocimiento de la interpretación de las dos esferas. Esto se había perdido
totalmente en el pensamiento de la Ilustración, donde el mundo estaba visto como compuesto
de átomos intercambiables, inertes […] Esta manipulación instrumental de la naturaleza por el
hombre conducía inevitablemente a la relación concomitante entre los hombres.»619
La modernidad es ante y sobre todo un “utensilio teórico-crítico desmitologizador” como
“hermenéutica de la dominación” y los instrumentos con los que opera –emancipación, expansión,
secularización, subjetivación, racionalización– se volcarán evaluativamente sobre sí misma,
deviniendo en “época de la interpretación de la interpretación” cuyo objeto-objetivo será la misma
racionalidad moderna, «reconociendo, por lo tanto, que el ideal de una eliminación del mito era
un mito también.»620
Adorno y Horkheimer advertían, en su profundo y agudo diagnóstico «sobre el mundo
burgués que lee de forma integral el proceso de racionalización moderno en términos de
consciencia cosificada»621, el desarrollo de la modernidad, los paradójicos resultados de la
racionalidad tecnológica en el bienestar humano y en la cultura moderna: la incubación de una
depotencialización crónica en la operatividad racional expresada en su consecuente proceso
irreversible de racionalización que percibe a la naturaleza y al sujeto como componentes de una
sociedad tecnológica y simples objetos de sojuzgamiento, en otras palabras, el proceso «de una
razón reducida a las funciones de autoconservación»622:
«Adorno y Horkheimer buscan mostrar […] que la dialéctica histórica de progreso y represión
no tiene una salida “natural” porque el escenario de esa dialéctica es, no en último término, la
subjetividad humana misma: en el proceso de devenir sujetos de los hombres se encuentra ya
preestablecida, de manera dialécticamente embrujada, la eliminación del hombre como sujeto.
Por lo tanto, en el momento histórico en que el estado de las fuerzas productivas haría posibles
la libertad y la abundancia para todos, no existen los sujetos emancipados que pudieran
apropiarse de la riqueza social por la vía de una revolución de las condiciones sociales de
producción.»623
El socavamiento de la credibilidad de la Razón a manos de la industria y su encarnación
histórica en el capitalismo, como asimismo la ruptura de la relación entre modernización y calidad
de vida, la desconexión entre los ámbitos racionales, en fin, la imposición de la razón instrumental
que reclama como suyas las consideraciones de los valores y los fines para arbitrar las reglas del
“conocer”, del “hacer”, del “pensar” y del “creer”, entendemos aquí que lo que se ha producido en
la modernidad tardía es hegemonía de los “medios” sobre la heterogeneidad de los “fines” y
supremacía del “hacer/tener” sobre la diversidad del “saber/desear”.
El peculiar modelo moderno de racionalidad como eje del proyecto ilustrado «ha fallado
espectacularmente en su empeño por extinguir cualquier rastro de su propia autoconciencia (la
obra de Adorno y Horkheimer es, con seguridad, una de las pruebas más vívidas de ese fracaso),
como también de que el pensamiento destructor de mitos (que la Ilustración no pudo sino reforzar
en vez de marginar) probó ser no tanto autodestructivo como destructivo de la ciega arrogancia
del proyecto moderno, de su despotismo y de los sueños legisladores.»624 Un fracaso que tiene
como resultado, la caída de la razón objetiva como visión o imagen racionalista del mundo y de la
619
Jay, Martin (1986) o.c., págs. 420-421.
Vattimo, Gianni. ‘Hermenéutica y experiencia religiosa después de la ontoteología’, en Ortiz-Osés, Andrés y Lanceros, Patxi eds. (2006) La
interpretación del mundo. Cuestiones para el tercer milenio. Barcelona, Anthropos, pág. 44.
621
López Álvarez, Pablo (2000) Espacios de negación. El legado crítico de Adorno y Horkheimer. Madrid, Biblioteca Nueva, pág. 181.
622
Habermas, Jürgen (1996) Textos y contextos. Barcelona, Ariel, pág. 124.
623
Wellmer, Albrecht. ‘Crítica radical de la modernidad vs. teoría de la democracia moderna: dos caras de la teoría crítica’, en Leyva, Gustavo ed.
(2005) La Teoría Crítica y las tareas actuales de la crítica. Barcelona. México, Anthropos-Universidad Autónoma Metropolitana, pág. 27.
624
Bauman, Zygmunt (2005a) Modernidad y ambivalencia. Barcelona, Anthropos, pág. 39.
620
realidad que ha conducido al hombre por el camino de la renuncia por el sentido, pues «sustituyen
el concepto por la fórmula, la causa por la regla y la probabilidad»625 y «el ideal es el sistema, del
cual derivan todas y cada una de las cosas.»626 Si la Ilustración declaró inviable desde un punto de
vista metodológico al sistema de conocimiento metafísico, las ideas metafísicas o sistema de
especulación que sostenía a la Ilustración, siendo la más significativa aquella de la homologación
o identificación entre progreso técnico-productivo y avance de la felicidad, cuyo eje era la
liberación de las trabas histórico-culturales del pasado:
«Por lo tanto, hay dos aspectos de la Ilustración moderna, orientada por la ciencia, que para
Adorno y Horkheimer están íntimamente enlazados: primero, que la naturaleza muerta se
convierte en paradigma de la realidad en general, lo cual significa que también la realidad
social, intelectual y psíquica tiende a ser concebida de acuerdo con las pautas de este
paradigma: al reduccionismo de la ciencia empírica moderna corresponde la cosificación de la
naturaleza espiritual o de la espiritualidad humana afectada de naturaleza; segundo, que una
racionalidad calculadora y cuantificadota y el conocimiento técnicamente aprovechable se
convierten en la forma dominante de racionalidad y pensamiento de la sociedad. [Lo que
conlleva que la] sociedad se convierte en un contexto funcional, los hombres, en cosas
manipulables.»627
La racionalidad moderna moldea su destino paradojalmente negándose a sí misma en un
desencuadre entre teoría y práctica, entre idealidad y realidad, entre individuo, sociedad y naturaleza.
Ya no hay un principio racional superior para que el sujeto se conduzca según reglas universales de
la razón entendidas como metas. Se produce, entonces, una fractura en la modulación estructural de
su eje racional –esfera de las verdades teórico-conceptuales– o racionalidad formal:
intelectualización del mundo y racionalidad práctico-moral: el “deber ser”, el reino del sentido que
no se contenta con descripciones de lo que es, sino que exige ampliar y explicitar el subjetivo reducto
destinal de aquellas verdades por las que merece la pena vivir. Notemos el poder autodestructivo de
la racionalidad valorativa inscrito en los procesos de modernización: los procesos de racionalización
característicos de la modernidad implican una desertización de los valores humanos, que ahora
funcionan al margen de los intereses de la optimización sistémica de su propio rendimiento.
La Teoría Crítica se opone fundamentalmente al modelo racionalista-empirista de enunciados
teóricos predominantes hasta el positivismo lógico, el que presupone que una teoría es un conjunto
de enunciados –o axiomas matemáticos– unidos entre sí de modo que “ciertos” enunciados básicos,
den lugar por derivación lógica a otros enunciados –juicios de experiencia– que deben ser
comprobados empíricamente. Una de las características esenciales de la teoría tradicional, es su
capacidad de aplicación –en principio– a todas las ramas del conocimiento, aunque su
funcionamiento es más eficiente en las ciencias naturales y, por ello, se ha procurado extenderlas a
las ciencias del espíritu y sociales. Para Horkheimer, la teoría como estructura de modos de pensar,
se ha desarrollado en una sociedad dominada por las técnicas de producción instrumental e
industrial.
Tal evaluación tiene como resultado una retroprogresión del impulso crítico, en la cual se filtra
la formulación mítica de la Ilustración como fundamento de liberación desmitificadora de la
modernidad, ya que concibe que ni el sujeto ni la historia pueden librarse del ímpetu mítico que
domina la historia, por ende, el mundo racionalizado es sólo en apariencia: la autoconciencia del
sujeto dominador de la naturaleza ha desarrollado la convicción de una posesión desmedida de
fuerzas de producción en el reconocimiento del poder como señores de la naturaleza, y «pagan el
625
DI, pág. 61.
DI, pág. 62.
Wellmer, Albrecht. ‘Crítica radical de la modernidad vs. teoría de la democracia moderna: dos caras de la teoría crítica’, en Leyva, Gustavo ed.
(2005) o.c., pág. 30.
626
627
acrecentamiento de su poder con la alienación de aquello sobre lo cual lo ejercen»628, quedando
atrofiadas las energías de aceptación, reconciliación y renovación629, como también aquellas fuerzas
de comprensión, asimilación, interpretación y reflexión.
El destino del sujeto moderno, del individuo –portador de la identificación entre capacidad
racional y progreso material– era llevar a cabo el proceso de renovación del mito moderno de
desmitologización que termina allí donde el sujeto ve en la naturaleza el reflejo de su misma
racionalidad, la que se realiza en el dominio técnico de esa naturaleza. Sin embargo, la victoria
ilustrada de la comprensión racional y del dominio técnico del mundo, se ve truncada, ya que
permuta aquella anhelada liberación de la superstición vía dominación fáctica de la naturaleza por
una opresión de corte producto-burocrática volcada contra el mismo sujeto ahora «idealizado, visto
como un valor en abstracto y también narrado como un mito; pero aún es poco real, realidad, ser
social, emancipado, capaz de relacionarse de un modo transparente con los productos “materiales” y
“espirituales” de su actividad. Está enredado en determinaciones por medio de las cuales las
diversidades se transforman en desigualdades, las jerarquías en enajenaciones, los rasgos fenotípicos
en estigmas.»630
Necesaria es la referencia a Benjamin sobre una modernidad atrapada entre su destino
progresista y su misión proyectiva, entre la regresión de su relato y la autoconservación del proyecto:
«Hay un cuadro de Paul Klee que se llama “Angelus Novus”. En él se representa a un ángel
que parece como si estuviera a punto de alejarse de algo que le tiene pasmado. Sus ojos están
desmesuradamente abiertos, la boca abierta y extendidas las alas. Y este deberá ser el aspecto
del ángel de la historia. Ha vuelto el rostro hacia el pasado. Dónde a nosotros se nos manifiesta
una cadena de datos, él ve una catástrofe única que amontona incansablemente ruina sobre
ruina, arrojándola a sus pies. Bien quisiera él detenerse, despertar a los muertos y recomponer
lo despedazado. Pero desde el Paraíso sopla un huracán que se ha enredado en sus alas y que es
tan fuerte que el ángel no puede ya cerrarlas. Este huracán le empuja irreteniblemente hacia el
futuro, al cual da la espalda, mientras que los montones de ruinas crecen ante él hasta el cielo.
Este huracán es lo que nosotros llamamos progreso.»631
El ángel de la historia, con la mirada desencajada por la desgracia de la pobreza de los
restos/rastros del presente, escucha que se anuncia una nueva relación con el mundo, aquella del
progreso dominante sobre la naturaleza comandado por un sujeto asimismo subyugado por el
progreso que se «adueña con mayor facilidad de los hombres [sin la] necesidad de imágenes
numinosas, puesto que las produce industrialmente»632:
«El huracán del progreso es la drástica consecuencia del tiempo homogéneo y vacío en que se
inscribe la historia: no se trata de una edificación constante sino de una incesante destrucción
que ya percibieron Adorno, Horkheimer y Marcuse, aunque tal vez con menor profundidad y
alcance que Benjamin. Las secuelas de su decepción son las que alimentan hoy la pretensión de
impugnar el modelo explicativo del progreso; su pregunta al respecto de la posibilidad de
pensar tras la barbarie nazi debiera bastar para poner en entredicho la representación
racionalista de la historia.»633
Benjamin define “modernidad” como una “época infernal”, es decir, como «lo nuevo en el
contexto de lo que ya siempre ha estado ahí […]. La modernidad es la época del infierno. Las penas
del infierno son lo novísimo que en cada momento hay en este terreno. No se trata de que ocurra
“siempre otra vez lo mismo” (a posteriori no se trata aquí del eterno retorno), sino de que la faz del
628
630
DI, pág. 64.
629
DFM, págs. 136-143.
Ianni, Octavio (2000) o.c., pág. 221.
Benjamin, Walter (1990) o.c., pág. 183.
DI, pág. 296.
633
Lanceros, Patxi. ‘Progreso’, en Ortiz-Osés, Andrés y Lanceros, Patxi dirs. (2004) o.c., pág. 451.
631
632
mundo, la inmensa cabeza, precisamente, en aquello que es lo novísimo, jamás se altera, se trata de
que esto “novísimo” permanece siendo de todo punto siempre lo mismo. Esto constituye la eternidad
del infierno y el afán innovador del sádico. Determinar la totalidad de los rasgos en lo que se
manifiesta la “modernidad” significa exponer el infierno.»634
La finalidad central de la Ilustración ha sido «liberar a los hombres del miedo y constituirlos en
señores. Pero la tierra enteramente ilustrada resplandece bajo el signo de una triunfal calamidad
[pues su proyecto es] el desencantamiento del mundo»635 y en esto, la moralidad ascética y la
racionalidad ilustrada coinciden en su objetivo: cargar al sujeto de un ánimo potente de señorío, antes
el “sacerdote asceta”, sobre “el otro”, el sufriente, ahora la Ilustración sobre la naturaleza, sobre “lo
dominado”, con el mismo resultado: reverbero de la depotencialización de(l) sentido en el “mercado”
de la transacción. “Ilustración” y “dominio” devienen en identidad totalizadora:
«Pero la Ilustración no sólo quiso eliminar los motivos de temor, sino también el miedo
constitutivo de la condición humana: la imprevisibilidad había de ser sustituida por el cálculo
exacto, lo ingobernable por el control, lo indisponible por la dominación, la posibilidad de
fracaso por el progreso necesario.»636
Para Adorno y Horkheimer, el sistema productivo, el capitalismo tardío consistía en una red
creciente de control burocrático y disciplinatorio e interpenetración mutua entre gobierno,
organizaciones formales y estrategia en los grandes negocios (“capitalismo de Estado”), cuyo eje es
la “racionalidad de dominio” que mantiene el sistema cuyo fundamento de legitimación es el
incremento de fuerzas productivas traducidas en las estrategias del progreso científico-técnico
deshumanizado:
«El principio de dominio es el ídolo al que todo se sacrifica […] la historia de los esfuerzos del
hombre por dominar la naturaleza, es también la historia del dominio del hombre por el
hombre.»637
El desenmascaramiento que realiza Horkheimer al modelo moderno de racionalidad, lo
delata como un modelo basado en el apetito de mandar, controlar, rehacer, organizar, dominar y
subordinar la Naturaleza de acuerdo a las necesidades humanas, dando lugar a la sociedad
industrial como fenómeno de un capitalismo de masas que destina descomunales recursos en
someter sistemáticamente los medios de producción, aunque estos fines resulten irracionales:
destrucción, devastación, reificación o cosificación638 de la naturaleza y del hombre mismo:
«Del mismo como toda vida tiende cada vez más a estar sometida a la racionalización y
planificación, así la vida de cada individuo, inclusive sus más íntimos impulsos, que antes
formaban su esfera privada, tiene que corresponder a esas exigencias de racionalidad y
planificación: el automantenimiento del individuo presupone su adaptación a las exigencias de
mantenimiento de ese sistema. El individuo ya no tiene espacio para escaparse del sistema.
[…] Se podría describir un factor de civilización como la paulatina sustitución de la selección
natural por la acción racional. La supervivencia –o, digamos, el éxito– depende de la capacidad
del individuo de adaptarse a las coerciones que le impone la sociedad. Para sobrevivir el
hombre se transforma en una máquina que responde a cada instante con la reacción exacta a las
confusas y difíciles situaciones que definen su vida.»639
634
Benjamin, Walter (2007) o.c., págs. 838-839.
DI, pág. 59. El destacado es nuestro.
636
Innerarity, Daniel (1990) Dialéctica de la modernidad. Madrid, RIALP, págs. 235-236.
637
CRI, pág. 125.
638
Vid. Lukács, György (1969) Historia y conciencia de clase. México, Grijalbo, págs. 111-136.
639
Horkheimer, Max (2002) Crítica de la razón instrumental. Madrid, Trotta, págs. 117-119. En adelante CRI. Las preocupaciones de CRI, giran en
torno a la conversión histórica de la razón en razón instrumental, utilitaria y pragmatista preparada para la adaptación a los ritmos económicos
impuestos por el capitalismo. Asimismo, con la recuperación de la razón objetiva. El individuo, ahora convertido en un complejo histórico, siente la
ausencia de fundamentos y destinos. Y frente a esta situación, Horkheimer se pregunta por el rol de la filosofía al interior de la crisis civilizatoria: el
rescate de la realidad por el lenguaje.
635
El modelo frankfurtiano de interpretación de la cultura moderna y su despliegue histórico,
descansa en las tesis de que «el mito es ya ilustración y la ilustración recae en mitología»640 y «de la
que nunca supo escapar»641, abren en el tiempo moderno una brecha respecto a sus orígenes, es decir,
entre «el estremecimiento ante la pérdida de raíces y el respiro de alivio tras el acto de huída.»642 La
denuncia de Adorno y Horkheimer no es respecto la Ilustración, sino en relación a la perversión de la
razón y su substantividad valórica en razón instrumental, reificadora y cosificadora, la que hizo
olvidar la originaria conformidad entre naturaleza y mito, trocándose el dinamismo en unidad de la
totalidad como sentido que orienta los medios necesarios y suficientes para alcanzar un fin dado. El
mito tranquiliza la conciencia colectiva del retorno a los orígenes, cuyo fin social es la cohesión –
prehistoria de la subjetividad–, pero no la liberación de la tendencia social por la subjetividad
entendida ésta como Ilustración –historia moderna de subjetividad– ahora mitologizada –historia
moderna de objetivación–. La Ilustración –tal como se traza aquí– es el proceso de identificación
entre “sujeto racional” y “naturaleza cosificada” y en el medio, se sitúa la racionalidad instrumental
fusionándolos. Por tanto, la Ilustración es eminentemente desmitificadora de la imagen enajenada
que proyecta el sujeto mítico-religioso, redentora de las febriles imágenes de reconocimiento en los
dioses y radicalmente mitificadota del saber tecno-científico.
El eje problemático se sitúa en el juego del animus operado tanto por el paradigma medieval –
reconocimiento del Espíritu en la naturaleza y viceversa– como por el trabajado por el paradigma
racional moderno ilustrado –cosificación del animus–. En lo práctico, se trata de un juego de
dominador-dominado por la autoafirmación, es decir, el sujeto debe elegir entre ser dominado por la
naturaleza y sus designios o el dominio de éstos por el “yo” por la razón instrumental, que se alza
ahora como el Absoluto frente al cual el mundo es mero instrumento de su infinita autoafirmación:
«La propia mitología ha puesto en marcha el proceso sin fin de la Ilustración, en el cual toda
determinada concepción teórica cae con inevitable necesidad bajo la crítica demoledora de ser
sólo una creencia, hasta que también los conceptos de espíritu, de verdad, e incluso el de
Ilustración, quedan reducidos a magia animista.»643
La evaluación crítica –como se ha presentado aquí– del «programa de la Ilustración [como]
desencantamiento del mundo [y] que la tierra enteramente ilustrada resplandece bajo el signo de una
triunfal calamidad»644, y de los efectos indeseables de la lógica oculta que subyace en el proceso
progresivo e irreversible de racionalización de todas las esferas de la vida social, que se produce a la
par de la consiguiente pérdida de sentido y libertad645 en un movimiento incansable de autoservicio
en lugar de servir al hombre, resulta un pesimista dictamen sobre el sujeto del industrialismo o
capitalismo radical en su relación con la naturaleza. La economía capitalista supone la radical
independencia de la actividad económica respecto de los objetivos propios de la política y de la
religión, como asimismo de los efectos en la cultura y las tradiciones. El capitalismo es el lado
negativo del programa de la modernidad y de su consecuente racionalización ordenada y
disciplinaria en aras de un fin o proyecto:
«En el proceso de su emancipación el hombre comparte el destino de todo el resto de su
mundo. El dominio de la naturaleza incluye el dominio sobre los hombres. Todo sujeto tiene
que participar en el sojuzgamiento de la naturaleza, tanto humana como extrahumana [y] para
conseguirlo tiene que sojuzgar la naturaleza que hay en él mismo. Por mor del dominio mismo,
el dominio se ve así “internalizado”. Lo que usualmente es caracterizado como un fin –la
felicidad del individuo, la salud y la riqueza– obtiene su significación exclusivamente de su
640
DI, pág. 56.
DI, pág. 80.
642
DFM, pág. 137.
643
DI, pág. 66.
644
DI, pág. 59.
645
DI, pág. 61. Habermas, refiriéndose a Weber, presenta un diagnóstico de nuestro tiempo referido a la racionalización del derecho a partir de las tesis
de pérdida de sentido y pérdida de libertad, Vid. Habermas, Jürgen (1987) Teoría de la acción comunicativa. Racionalidad de la acción y
racionalización social, tomo I. Madrid, Taurus, págs. 440-465.
641
posibilidad de convertirse en funcional. Estos conceptos funcionan como indicadores de
condiciones favorables para la producción espiritual y material, Precisamente por eso la
autonegación del individuo en la sociedad industrial no tiene objetivo alguno que pudiera ir
más allá de la propia sociedad industrial. Tal renuncia genera y conlleva racionalidad en lo que
hace a los medios e irracionalidad en lo que hace a la existencia humana. La sociedad y sus
instituciones llevan, no menos que el individuo mismo, el sello de esta discrepancia.»646
La consecuente pérdida de rumbo, es causa de la imposibilidad de un discernimiento racional
de las metas, es decir, una dislocación entre los medios y los fines, pues los medios se independizan
de los fines racionales debido a las transformaciones racionales del sistema económico y la llegada
de la “tecnocracia económica”. De modo que, la razón funcionalista o instrumental, que ya no
encuentra sentido fuera de sí, se repliega y se vuelve contra sí, contra el hombre a cuyo servicio
debería de estar, quedando éste igualmente instrumentalizado, por ello «el progreso de los medios
técnicos se ha visto acompañado por un proceso de deshumanización. Ese progreso amenaza con
destruir la meta que quería realizar: la idea del hombre»647, que ve como cae inexorablemente la
función mítica en la historia como fuente de sentido:
«El animismo había vivificado las cosas; el industrialismo reifica las almas.»648
Se alza una arriesgada estructura interna en la racionalidad occidental moderna: un
inconfundible tipo de razón emancipada de todo límite sobrenatural que relata la historia del
sojuzgamiento irracional de la naturaleza que amenaza con destruir la noción de hombre, es decir,
precisamente aquello que debería llevar a cabo, ahora inmerso en un proceso antropológico
reduccionista que individualiza y cuya razón queda expuesta a una delimitación epistemológica de
mero instrumento que objetiviza su saber, construye y perfecciona los medios adecuados para lograr
los fines establecidos controlados de forma sistémica:
«Los instrumentos de dominio, que deben aferrar a todos: lenguaje, armas y, finalmente,
máquinas, deben dejarse aferrar por todos. Así, en le dominio se afirma el momento de la
racionalidad como distinto de él. El carácter objetivo del instrumento, que lo hace
universalmente disponible, su “objetividad” para todos, implica ya la crítica del dominio a
cuyo servicio creció el pensamiento.»649
Lo que antes fue la realización de una “razón liberadora” y “emancipadora” del peso del
pasado, ha devenido en una peculiar “razón administradora de la realidad” y con ello, se ha
convertido en una “razón opresora” que carga con la «maldición del progreso constante […] la
incesante regresión»650, que condena una sociedad administrada en pos del aumento de la
productividad económica injustamente repartida entre los grupos sociales, donde el individuo –antes
mecanizado ahora maquinizado en su corporeidad reificada651– desaparece ante el aparato al cual
sirve a cambio de reabastecimiento material de bienes, pero presentando sin embargo, carestía en el
reparto de sentido y significaciones. Adorno enriquece esta idea:
«En el ideal del hombre liberado, rebosante de energía y creador se ha infiltrado el fetichismo
de la mercancía, que en la sociedad burguesa trae consigo la inhibición, la impotencia y la
esterilidad de lo siempre igual.»652
646
CRI, pág. 116 y ss.
CRI, págs. 43-44.
648
DI, pág. 79.
649
DI, pág. 90.
650
DI, pág. 65.
651
«Toda reificación es un olvido.» Horkheimer y Adorno hacen referencia a la nuclear capacidad de la reificación de olvidar a la “naturaleza humana”
en el ciego impulso dominador de la “naturaleza” como totalidad real externa. Esta reificación se traslada al cuerpo del ser humano mecanizado y
alineado en su naturaleza a las cosas. DI, pág. 275.
652
Adorno, Theodor W. (1987) Minima moralia. Reflexiones desde la vida dañada. Madrid, Taurus, §100, pág. 156.
647
Por su parte, Horkheimer revela que el progreso de la razón subjetiva en razón automatizada e
instrumental que predica el cientificismo positivista, produce una naturaleza convertida en mero
instrumento para el hombre y objeto de una explotación total; que el pensamiento es útil cuando
entra en referencia a la producción industrial; la cultura de masas es la que certifica el vaciamiento
de sentido de la existencia individual; los fenómenos de necesidad de consumir y las necesidades de
los productores, son metonimias del programa tecnoprogresista; y, que la utilidad de la estructura de
poder vela por el ideal de productividad y no según la necesidad de todos.
La consiguiente aporía se expresa en la “autodestrucción de la Ilustración”653, en la perversión
del dominio racional sobre la naturaleza en la medida en que han devenido en exclusiva razón
instrumental convertida en «totalidad irracional [perdiendo] su propio fundamento normativo»654,
desplegada en un mundo mediatizado y pragmatizado frente a una naturaleza objetivada: el progreso
como la verbalización de la «maldición [de] la imparable regresión»655:
«Hoy se ha privado del lenguaje a la naturaleza. Una vez se creyó que toda manifestación, toda
palabra, todo grito o todo gesto tenían un significado interior; hoy se trata de un mero proceso
[…]. La historia del niño que, mirando al cielo, preguntó: “Papá, ¿de qué es un anuncio la
luna?”, es una alegoría de aquello en lo que ha venido a convertirse la relación entre hombre y
naturaleza en la era de la razón formalizada. Por una parte la naturaleza se ve desprovista de
todo valor interior o sentido. Por otra, el hombre ha sido privado de todos los fines salvo el de
autoconservación. Intenta transformar todo cuanto tiene a su alcance en un medio para este fin.
Toda palabra o frase indicativa de otras relaciones que no sean las pragmáticas resulta
sospechosa. Cuando a un hombre se le incita a admirar una cosa, a respetar un sentimiento o
una actitud, a querer a una persona por ella misma, barrunta en ello sentimentalismo y recela
que alguien le esté tomando por loco o le quiera vender algo.»656
La autodestrucción de la Ilustración o la Ilustración subversiva, radica en la configuración
ilustrada de práctica dominadora sobre la naturaleza, que sigue una lógica implacable que se
vuelca sobre la misma Ilustración y que termina volviéndose contra el sujeto racional dominanteahora-dominado, reduciéndolo a mero sustrato del mismo dominio como resultado de una
introversión del sacrificio descargado de sentido.657 El eterno, infinito, omnipresente,
inmensamente bueno y todopoderoso progreso, ese gran dios de las ideologías modernas y meta
de la ciencia, la gran promesa, ha mostrado su rostro bifronte: por una parte manifiesta la
capacidad racional y espiritual del ser humano y, por otra, todo lo inhumano que ha significado tal
demostración, deslegitimándose como garante universal de sentido. El extremo negativo de esta
vocación de control racional exhaustivo sobre el mundo, impulsa un retorno a la barbarie, una
retrotracción que filtra un proceso de derrumbe de la razón y de regreso al mito como elemento
pre-racional, pre-lógico, pre-sistémico.658
La desproporcionalidad (transnacionalización del riesgo y desterritorialización de las
consecuencias) en los resultados del progreso como “infinito proyecto universal insuperable
históricamente”659, a saber: la ambigüedad entre mejoramiento y retorno a la brutalidad, entre
desarrollo y autodestrucción escribe un texto cultural que «jamás se da […] sin que lo sea a la vez
de la barbarie»660 y con ello, nos recuerda Benjamin, que la «superación del concepto de
“progreso” y del concepto de “periodo de decadencia” son sólo dos caras de una y la misma
cosa.»661
653
CRI, pág. 53.
Habermas, Jürgen (2000a) o.c., pág. 181.
655
DI, pág. 88.
656
CRI, pág. 122.
657
DI, pág. 66.
658
CRI, pág. 27 y ss.
659
Habermas, Jürgen (1988) Ensayos políticos. Barcelona, Península, pág. 61. En adelante EP.
660
Benjamin, Walter (1990) o.c., pág. 182.
661
Benjamín, Walter (2007) Libro de los pasajes. Madrid, Akal, pág. 463.
654
«En otras palabras: tan pronto como el progreso se convierte en el rasgo característico de todo
el curso de la historia, su concepto aparece en un contexto de hipostación acrítica en lugar de
en uno de planteamiento crítico.»662
Vemos cómo se instala la confusa condición inerradicable del progreso en la historia y la
irreversibilidad del proceso de dominio, presentada de forma narcótica como “efectos colaterales
latentes” del sistema industrial (Luhmann) por parte de la racionalidad científica y como “efectos
externos” del crecimiento económico por parte del sistema neoliberal; sus correspondientes
conatos se presentan soporiferamente: precariedad de recursos humanos y materiales, problemas
urbanos, lluvia ácida, efecto invernadero, agujero en la capa de ozono, mutaciones climáticas,
residuos contaminantes, explosión demográfica, desempleo masivo, ingobernabilidad, crisis
internacional de endeudamiento, corrupción, subdesarrollo humano y material, escalada
armamentista, terrorismo, fanatismo y fundamentalismo religioso, ideológico y ciudadano,
xenofobia, muerte atómica, crisis económicas, degradación medioambiental, excesos de poder,
violencia y siniestros en centrales nucleares como Chernóbyl, los vertidos de crudo en las costas
marinas debido a los accidentes de los grandes petroleros, el desciframiento del código genético,
etc.:
«En el siglo XIX la fe en el progreso de la humanidad y la supremacía occidental acabaron
siendo una sola cosa. Se decía entonces que Occidente había logrado dominar el mundo gracias
a las leyes del progreso, las cuales a su vez quedaban demostradas de modo manifiesto por la
superioridad occidental. Hasta hace bien poco tiempo, todo el mundo –menos unos pocos
escépticos y profetas del desastre– creía que la occidentalización (o, en los Estados Unidos, la
“americanización”) del mundo era un hecho inexorable y sería tan duradera como cualquier
otro gran proceso de la historia universal. […] Sin embargo, en un plazo asombrosamente
corto, lo que había tardado más de dos mil años en producirse ha llegado a su fin. Es
manifiesto que el poder y el dominio occidentales han empezado a declinar desde el fin de la
Primera Guerra Mundial.»663
Sobre la base de que «[…] el miedo al futuro existe [ante] las amenazas ecológicas [las que]
han ido sustituyendo a las fantasías del pasado, y su carácter científico las hace todavía más
espantosas»664, vemos la presencia de una situación de verídica coacción de ésta para el futuro de
la humanidad, pero a la vez, apreciamos que paradojalmente, se alza y se instala como la
encargada de la donación de su sentido en la realidad, pues no se trata exclusivamente del
aprovechamiento de la naturaleza, sino de los problemas que surgen como consecuencia del
desarrollo técnico-económico mismo, produciendo una condición “líquida” y “ambivalente”
(Bauman665), “desembarazada” o “desmembrada” (Giddens666), “reflexiva” (Beck667) y de
“riesgo” (Luhmann668).
——¿Qué son ahora estos edificios, más que tumbas y monumentos fúnebres del ciudadano y del
obrero?——
Capítulo 8
Eslabón de sentido histórico-evaluativo o el arrojo del “pastor de la metafísica” (narrativa de
la decisión)
662
ibid., pág. 481.
Nisbet, Robert (1991) Historia de la idea de progreso. Barcelona, Gedisa, pág. 456.
664
Martini, Carlo Maria. ‘La esperanza hace de un fin `un fin´’, en Eco, Umberto (1998) ¿En qué creen los que no creen? Un diálogo sobre la ética en
el fin del milenio. Madrid, Planeta, pág. 24.
665
Cfr. Bauman, Zygmunt (2004a) Modernidad líquida. México, FCE.
666
Vid. Giddens, Anthony (1995) o.c., págs. 21-49.
667
Vid. Beck, Ulrich (1998) La sociedad del riesgo. Barcelona, Paidós, pág. 26.
668
Vid. Luhmann, Niklas. ‘El Concepto de Riesgo’, en Beriain, Josetxo comp. (1996) Las consecuencias perversas de la modernidad. Barcelona,
Anthropos, págs. 123-153.
663
Indiquemos el segundo eslabón de sentido hermenéutico –y sus correspondientes direcciones
puntuales– de la analogía estructural entre las “figuras de significación hermenéutica” y la
metamorfosis moderna en el marco de una “hermenéutica figurativa” de modernidad.
La “figura de significación” hermenéutica de “pastor de la metafísica”, reposando luego de
haber arriado a su rebaño y meditar, creyendo que su misión y labor de resguardo de la prole de la
Creación descansa en el beneplácito de Dios, se ve enfrentado a los avatares de la naturaleza y al
histórico destino implacable de la exigencia de superación humana. La naturaleza humana le
probará que su subsistencia depende de la decisión entre la mantención de el automantenimiento
alejado de las normas “naturales”: es la hora de la gran decisión, de la única decisión: destruir lo
que representa la serpiente negra que se le ha introducido en la boca, si no terminará por
destruirlo, si es que no hace algo para “salvarse a sí mismo” desde su libertad.
La serpiente negra simboliza no sólo la tradicional tentación del mal, del vicio y de la
muerte, sino que ahora viene a significar la puerta que a través de ella se experimentará la
estimulante necesidad de ser el que se es: un transfigurado que deja la piel del ascetismo radical
para advertir el enigma visionario y proyectivo de la transformación histórica de la modernidad.
1. Koselleck y la dicotomía histórico-conceptual de la modernidad
La modernidad es un período temporal que entra en escena histórica, especialmente, en el norte de
Europa, al final del siglo XVII que se solidifica a fines del siglo XVIII, caracterizado por las
instituciones Estado-nación y los aparatos administrativos modernos. Tanto Habermas como Giddens
destacan dos rasgos que le son fundamentales, primero, la “autorreflexidad”, es decir, la modernidad
representa ese primer y único momento en la historia donde el conocimiento teórico se retroalimenta
sobre la sociedad para transformar tanto a la sociedad misma como al sujeto y al conocimiento;
segundo, la “descontextualización”, es decir, el despegar, arrancar la vida local de su contexto.
El núcleo germinal del concepto de “modernidad” es su periorización, es decir, tal como lo
utiliza el Papa Gelasio I (494-495) para distinguir a sus contemporáneos del período anterior de los
Padres de la Iglesia sin asumir ningún privilegio especial para el presente salvo el cronológico en el
sentido de “ahora” o “el tiempo de ahora”. Por tanto, sencillamente supone una frontera en el
horizonte cronológico que pretende establecer una diferencia entre el “presente” y aquel tiempo en el
que se hace necesario acudir a la mediación histórica para acceder a él 669, en el que se acuña la
conciencia de un nuevo modo de entender el mundo a partir de la constante disputa entre los
defensores del nuevo orden que representan los modernos y los antiguos que se esfuerzan por
defender el viejo orden, es decir, esclarecer quiénes son los “superiores”, los filósofos, literatos y
científicos greco-romanos clásicos o los del mundo de los siglos XVI y XVII:
«La Querelle des Anciens et des Modernes [iniciada el 27 de enero de 1687] tiene, en este
contexto, la misma significación: constituye un tópico literario, acuñado en la Antigüedad, que
vuelve una y otra vez en las revueltas de la juventud, condicionadas por las generaciones, y que
indica la forma en que de siglo en siglo van desplazándose las proposiciones entre los
escritores antiguos y los más nuevos. […] El sentido de modernus [“lo de hace poco”,
“recientemente”] no se agota en el significado intemporal del tópico literario. Más bien aparece
con el cambio histórico de la conciencia de la modernidad y lo podemos reconocer en su poder
formador de historia allí donde se manifiesta la oposición condicionante, la “separación” de un
pasado mediante la autocomprensión histórica de una nueva actualidad.»670
El mero uso del lenguaje da pistas suficientes para entender que el significado de la palabra
669
670
Jauss, Hans Robert (1976) La literatura como provocación. Barcelona, Península, pág. 13.
ibid., págs. 16-17.
“moderno”, se comprende a partir de sus opuestos: la «frontera entre lo de hoy y lo de ayer, entre lo
nuevo y lo viejo […]; entre lo que acaba de producirse y lo que acaba de ser puesto de circulación, lo
que ayer era actual y hoy ya es anticuado»671, desvalorizado no sólo en su troquelado, sino que
caduco sin respeto al descenso orgánico de su proceso:
«El partido de los modernos reacciona contra la autocomprensión del clasicismo francés
asimilando el concepto aristotélico de perfección al de progreso, tal como éste venía sugiriendo
por la ciencia moderna de la naturaleza. Los “modernos” ponen en cuestión el sentido de la
imitación de los modelos antiguos con argumentos histórico-críticos, elaboran frente a las
normas de una belleza en apariencia sustraída al tiempo, de una belleza absoluta, los criterios
de una belleza sujeta al tiempo o relativa y articulan con ello la autocomprensión de la
Ilustración francesa como comienzo de una nueva época. Aunque el sustantivo modernitas
(junto con el par de adjetivos “antiqui/moderni”) venía utilizándose ya desde la antigüedad
tardía en un sentido cronológico, en las lenguas europeas de la Edad Moderna el adjetivo
“moderno” sólo se sustantiva bastante tarde, a mediados del siglo XIX, y ello empieza
ocurriendo en el terreno de las bellas artes. Esto implica por qué la expresión “modernidad”,
“modernité” ha mantenido hasta hoy un núcleo semántico de tipo estético que viene acuñado
por la autocomprensión del arte vanguardista.»672
La “separación de lo pasado” que realiza la experiencia temporal, es el reflejo de una
transición constitutiva de cada conciencia de época. Sin embargo, la modernidad se desprende de
su raigambre etimológica, para situar su legitimidad autocomprensivamente en la historia y hacer,
de sus oposiciones, su mecánica funcional. El “mundo moderno” se despega temporalmente del
“mundo antiguo”, substancializando entitativamente al presente.
El término modernus, se utiliza por primera vez en la última década del siglo V, en la época
de transición de la antigua Roma y su pagana cultura helenística-romana al nuevo mundo
cristiano, con el fin de caracterizar un “cambio de época”, un quiebre respecto la tradición, una
distancia de la inmediata prehistoria moderna. Esta separación entre la vieja y la nueva
concepción de mundo y de la nueva conciencia sobre él, que en un principio sólo tiene el matiz de
límite histórico, progresivamente va ampliando sus connotaciones hasta convertirse –con
Casiodoro siglo V– en una separación en la que Roma ya forma parte del pasado modélico como
época progresiva admirable (antiqui: antiguo; antiquitas: antigüedad), mientras que el
cristianismo (moderni: moderno) es “lo nuevo”, “lo actual”, “lo de hoy” opuesto a “lo de ayer”,
nostris temporibus, sæculis modernis, lo propio de una época que aún está por formarse, pero que
ya ha iniciado esa tarea, atribuyéndole una significancia histórica de superación, innovación,
renovación, superación.
En plena Edad Media, en el siglo IX durante la época carolingia, el término modernus
adquiere una gran difusión, aplicándosele a la época de Carlomagno. Aunque posteriormente,
durante el Imperio alemán, esa época moderna de Carlomagno como seculum modernum pasa a
ser una visión de lo antiguo por su intención de restaurar el Imperio Romano. En el terreno de la
filosofía y de la poesía, los autores grecorromanos son considerados como los antiguos, mientras
que los cristianos, con Boecio como límite, forman parte de los modernos (moderni).
Uno de los momentos fundamentales en esta disputa, es el año 1170, conocido como el
“renacimiento del siglo XII”, cuando algunos autores enmarcados en el programa de los modernos
manifiestan que existe una clara superioridad con respecto a lo antiguo, quedando lo antiguo
simplemente sublimado tipológicamente dentro de lo moderno en su perspectiva (Chartres),
siendo lo moderno como una especie de “progresivo” desvelamiento del sentido pleno y objetivo
de la verdad (De Francia), como un orgullo de pertenecer a la “modernidad” por su progreso en
671
672
ibid., pág. 17.
DFM, pág. 19.
historia universal (De Troyer), en fin, como una contundente superioridad del presente (Map).673
En el siglo XIII, se establece la diferencia entre los Antiqui que enseñaban en París durante el
período 1190-1220 y los Moderni que son los que introducen el aristotelismo, desplazando el
platonismo que hasta entonces se mantiene como la línea filosófica dominante. Esta
diferenciación sienta las bases para que en el siglo XIV se establezca la disyunción entre la
denominada via antiqua, representada por Duns Escoto y Tomás de Aquino, que defiende el
realismo y la permanencia del aristotelismo (heredera de los moderni del siglo XIII) y la via
moderna con Ockham como cabeza, que aboga por el nominalismo y por una crítica al
aristotelismo, lo que impulsó el desarrollo de la ciencia en el Renacimiento.674 En el
Renacimiento humanista hay que destacar la exclamación de Von Hutten –1518–, en la que
sostiene que la Edad Media es una suerte de encadenamiento en el pasado identificable con una
barbarie por superar, estableciéndose una clara conciencia histórica de separación entre la
Antigüedad y el presente histórico, ya que la Edad Media queda fuera de esta contraposición:
«Los humanistas restablecen la gran antítesis de antiqui y moderni, al no querer ver ya su
pasado en los últimos siglos transcurridos, que para ellos eran una época de tinieblas, y en
buscarlos en la antiquitas de los autores griegos y romanos.»675
Esta lejanía constituye el indicio de una conciencia profunda de separación, de abandono de la
concepción histórica medieval, unilineal, que, en una sucesión de fases irreversibles se encamina
hacia su fin, como asimismo, la adquisición de un orgullo de pertenecer a una nueva época que se
repliega sobre sí misma para impulsarse definitivamente en el tiempo y no sólo en una metafórica
epocal de disputa.676
El cambio de paradigma –que tenía como objetivo contener la teoría y práctica modernas–
expresa el nuevo interés que despertó entre científicos y burgueses la llegada de la nueva
configuración social moderna con sus promesas y novedad:
«Las nuevas estructuras sociales vienen determinadas por la diferenciación de esos dos
sistemas funcionalmente compenetrados entre sí que cristalizaron en torno a los núcleos
organizativos que son la empresa capitalista y el aparato estatal burocrático. Este proceso lo
entiende Weber como institucionalización de la acción económica y de la acción administrativa
racionales con arreglo a fines. A medida que la vida cotidiana se vio arrastrada por el remolino
de esta racionalización cultural y social, se disolvieron también las formas tradicionales de vida
diferenciadas a principios del mundo moderno mayormente en términos de estamentos
profesionales. Con todo, la modernización del mundo de la vida no viene determinada
solamente por las estructuras de la racionalidad con arreglo a fines. E. Durkheim y G. H. Mead
vieron más bien los mundos de la vida determinados por un trato, convertido en reflexivo, con
tradiciones que habían perdido su carácter cuasinatural; por la universalización de las normas
de acción y por una generalización de los valores, que, en ámbitos de opción ampliados,
desligan la acción comunicativa de contextos estrechamente circunscritos; finalmente, por
patrones de socialización que tienden al desarrollo de “identidades del yo” abstractas y que
obligan a los sujetos a individualizarse. Ésta es a grandes rasgos la imagen de la modernidad tal
como se la presentaron los clásicos de la teoría de la sociedad.»677
La modernidad para Koselleck significa aquella apertura de un abismo temporal entre la
experiencia precedente y la expectativa venidera, es decir, una «nueva experiencia del progreso y la
673
Jauss, Hans Robert (1976) o.c., págs. 25-27.
ibid., pág. 22.
675
ibid., págs. 30-31.
676
ibid., pág. 32.
677
DFM, pág. 12. Vid. además Habermas, Jürgen (1987) o.c., pág. 286-316.
674
de aceleración de los acontecimientos históricos, y la idea de la simultaneidad cronológica de
evoluciones históricamente asimultáneas.»678
El proceso autodestructivo de la Ilustración, la dominación de la naturaleza y el sojuzgamiento
del sujeto, producen un quiebre en el despliegue histórico de la modernidad, a pesar de que en su
inicio, se alzaba como un nuevo punto cero de la Historia. Jauss se refiere sobre este intento
originante de la modernidad, como un “inicio del mito revolucionario del nuevo comienzo de la
historia”. La época histórica moderna está enmarcada por el acontecimiento conector y
temporalizador de “un acto político-social” entendido, internalizado y proyectado como un “mito de
nacimiento”, como la fundación de la conciencia epocal de la modernidad, expresada en la fe en la
posibilidad de un concepto unitario, inmanente y totalizador de la Historia dotada de estructuras
institucionales sólidas y progresivos ritmos racionales disciplinadores como de metas reconocibles y
compartidas:
«Si hay un suceso en la historia que se preste eminentemente a testimoniar la formación de
mitos del comienzo en la era de la Ilustración, ése es la Revolución de 1789 en la conciencia
epocal de sus actores y contemporáneos. Sin embargo, este incontestable cambio de época ha
sido recibido y celebrado en realidad como cumplimiento del deseo de un nuevo comienzo de
la historia, como acto fundamental de una sociedad de libres e iguales. Eso es lo que indica
ante todo la historia del concepto de Revolución. […] Ahora, un nuevo poder exigía cambiar
totalmente el orden existente, desde la acción política al resto de las instituciones de la
sociedad, con un cambio de dirección que no permitiese un regreso al punto de partida, como
en el antiguo modelo del círculo de las constituciones. La palabra “revolución” que, desde el
comienzo de la modernidad se va desprendiendo de su origen astronómico, contradice ahora
toda experiencia natural del tiempo como retorno de lo igual e inaugura su papel moderno,
preñado de historia.»679
La modernidad –y sus hijos (algunos prematuros, otros nacidos muertos, otros póstumos)–,
forman un proceso histórico-comprensor del tiempo que hace época, cuyo centro de movimiento
responde a un mito revolucionario que nombra y narra un suceso “inicial” que abre un “nuevo”
horizonte de expectativas, con el que se reconoce retrospectivamente el momento en que se
comprueba aquello que tuvo que suceder para dar curso a la historia una nueva dirección, ahora
irreversible, un punto-de-no-retorno y de no-inflexión.
La imbricación de “mito revolucionario”-“época moderna”-“tiempo nuevo sin retorno”,
admite una determinación o interpretación alternativa del concepto de cambio trabajada respecto a
la globalización, como mutabilidad-transformación-metamorfosis:
«En la cumbre de la Ilustración europea no hay sólo muchas historias sino una historia; no hay
bellas artes, sino un arte autónomo; no caracteres naturales o sociales, sino un carácter
individual; y no hay revoluciones, sino una sola Revolución, grande e incomparable. El
acontecimiento histórico de un comienzo que tuvo lugar en un instante imprevisible (de modo
espontáneo o tras larga preparación) y, por lo tanto, no derivable lógicamente del pasado, fue
elevado al nivel del concepto desde la nueva experiencia histórica, por los ilustrados, como la
revolución, en singular, ya antes de 1789.»680
Siguiendo en esto a Koselleck y su desarrollo de la categoría de “historia conceptual”, Jauss
afirma que el concepto moderno de revolución «determina el cambio de lo existente de doble
manera: revolución como fuerza espontánea y como cambio lento, apelación enfática de novedad y
regeneración más tranquila de los antiguo llevada a cabo por el trabajo de la Ilustración, es decir,
unicidad y retorno.»681 La novedad –en las costumbres políticas, sociales, religiosas, educativas,
678
DFM, pág. 16.
Jauss, Hans Robert (1995) Las transformaciones de lo moderno. Estudio sobre las etapas de la modernidad estética. Madrid, Visor, pág. 49.
ibid., pág. 50.
681
id.
679
680
etc.– es un marcador incuestionable como “umbral de época” del esfuerzo revolucionario, pero
¿éstas resultan ser un logro rupturista surgido espontáneamente o más bien el resultado final de una
lenta confirmación de un modelo o aspiración incubada desde el pasado? Jauss responde a ello
refriéndose al cruce entre “singularidad” y “repetición”:
«Este cruce de singularidad y repetición se anuncia progresivamente a la conciencia de cambio
de los contemporáneos de 1789. Unos ven en la revolución la ruptura con todo el pasado, otros
una especie de renacimiento. Así, advertía Robespierre a los franceses que su revolución, el
paso del reinado del crimen al reinado de la justicia, que ya se había implantado en medio
mundo, se realizaría ahora en todo el mundo: para cumplir vuestra misión, tenéis que hacer
precisamente lo contrario de lo que se hizo con vosotros. El comienzo del reino de la virtud
acontece ahora bajo la condición de una inversión total del sentido de la anterior metáfora
astronómica. El comienzo de una revolución que promete al género humano un período de
tiempo nuevo, podía ser ensalzado tanto como un acontecimiento único, del que la historia no
tiene ningún ejemplo, que como una ordenación totalmente nueva, separada del antiguo orden
y encaminada a un futuro aún por realizar. La visión radical de los demócratas podía referirse,
con Rousseau, a la voluntad soberana de un pueblo nuevo y transformado, a la Volonté
générale, una constitución estatal con capacidad de cambiar en cualquier momento. Para unos
era el deseo de comenzar de nuevo la historia corrompida de la Humanidad, realizable
mediante un compromiso de instaurar una sociedad de libres e iguales. Para otros se trataba de
cumplir una promesa religiosa: el reino de Dios, largamente esperado, que el joven Hegel y sus
amigos de Tubinga esperaban ver, no al final de los tiempos, sino aquí y ahora en la Francia de
1789.»682
El pasado queda reservado a la memoria como un ejercicio de lejanía y comparación. Un
relevo de las instituciones organizadoras de la cultura anterior bajo la noción de “progreso de la
Providencia” por la noción de “progreso inmanente” fundada en los avances de la ciencia y cuya
finalidad es inherente al mundo mismo, vale decir, operada por una lógica profunda y autorreferente
como la «huída del mundo hacia lo suprasensible [ahora] sustituida por el progreso histórico»683 y
éste, a su vez, sustituye a la idea de “perfección trascendente” por “perfección funcional”.
La idea de(l) progreso684 condensa una red de significaciones sobre la que se edifica el interés
de la percepción de lo real hacia la liberación del potencial del conocimiento humano, conocimiento
operado, validado y concretado en una convicción ilimitada en el saber científico en constante
avance y desarrollo –material– de la vida humana.
Toda experiencia de temporalidad, es producto de una suerte de “puntuación” o “fijación” que
distingue el “devenir” de la “eternidad” optando por el primero, como el relevante para la
interpretación. De ahí que consideremos que el “tiempo” como categoría hermenéutica, es operada
en la modernidad de manera hegemónica, instituyendo sobre ese devenir, uno o varios tiempos
explícitos que, en tanto signos, tienen varias dimensiones: una “referencial” o “identitaria”, que tiene
que ver con el sistema de medida utilizado para contener el flujo del devenir, es el tiempo calendario;
otra “imaginaria” o de “significación”, en relación de presunción recíproca con la anterior, que
semantiza períodos y límites concediendo cualidad y afecto al tiempo y otra “pragmática”, que
construye temporalidades a un nivel superior permitiendo que este nivel de la sociedad controle a su
correspondiente parte dominada.685
682
ibid., pág. 51.
Heidegger, Martin (1995) o.c., pág. 199.
Nos referimos, desde luego, a la consideración de “progreso” siguiendo su etimología del vocablo latino progressus, derivado de progredi, caminar
hacia delante; progredi, a su vez procede de gradi, andar. Por tanto, cuando se habla de progreso, se refiere a “avance”, “crecimiento”, sea positivo o
negativo, pues lo importante del progreso es que demarca una realidad temporal no cíclica, es decir, un tiempo siempre creador y en constante
renovación.
685
Vid. Castoriadis, Cornelius (1989) La institución imaginaria de la sociedad, vol. 2. Barcelona, Tusquets, págs. 71-86.
683
684
Dimensiones, que en la modernidad tardía, encuentran yuxtaposiciones complejas que es
necesario abordar, por ejemplo: utilizando la clave de “historia conceptual” de Koselleck.686 La tesis
central se refiere a la imposición de una semántica de los términos políticos vinculada a los tiempos
históricos. El significado, así condicionado, entrega a estos términos su contenido conceptual capaz
de estructurar las experiencias fundamentales de los agentes sociales. Para dotarse de esa capacidad
de estructurar experiencias fundamentales, los conceptos deben integrar dos elementos: ser factores
de la realidad socio-política y ser índices de la misma. Así que los conceptos son contenidos
significativos de naturaleza epistemológica y a la vez de naturaleza práctica, es decir, incluyen
sentidos teórico-prácticos con los que se traduce la realidad de un mundo histórico.
La modernidad, es la época del acrecentamiento de la diferencia entre pasado y futuro: el
tiempo en que se vive se experimentará como ruptura, como transición, fractura de límites a través de
la cual una y otra vez aparece algo nuevo e inesperado. 687 Así, nace una historia cuya mecánica es
determinada por una dinámica que exige categorías temporales de movimiento, sobre todo, la de
aceleración, que pasa a ser una experiencia específica del tiempo en la modernidad abierta
«radicalmente al futuro.»688 En el campo de lo político-social, la medida del tiempo se convierte en
un teorema clave, ya fuera de los conservadores para retardar el movimiento, ya de los progresistas
para incrementarlo. La dinámica temporal es uno de los marcadores esenciales de la modernidad y
todas sus estrategias, como el acortamiento, la comprensión y, sobre todo, la aceleración del tiempo
y sus plazos, desempeñaron un papel determinante al interior de los programas políticos de la
modernidad y su establecimiento cultural.
En resumen, la «determinación de la modernidad como tiempo de transición no ha perdido en
evidencia epocal desde su descubrimiento. Un criterio infalible de esta modernidad son sus
conceptos de movimiento –como indicadores del cambio social y político y como factores
lingüísticos de la formación de la conciencia, de la crítica ideológica y del control del
comportamiento.»689 Koselleck desarrolla su tesis sobre la modernidad y su mecánica irruptiva de
movimiento basado en que «la experiencia [recuerdo] y la expectativa [esperanza] son dos categorías
adecuadas para tematizar el tiempo histórico por entrecruzar el pasado y el futuro. La historia
concreta se madura en el medio de determinadas experiencias y determinadas expectativas»690 como
significado meta-histórico y giro antropológico.
La experiencia es un «pasado presente, cuyos acontecimientos han sido incorporados y pueden
ser recordados. En la experiencia se fusionan tanto la elaboración racional como los modos
inconscientes del comportamiento que no deben, o no debieran ya, estar presentes en el saber.
Además en la propia experiencia de cada uno, transmitida por generaciones o instituciones, siempre
está contenida y conservada una experiencia ajena.»691 Por su parte, la expectativa ligada a personas,
siendo a la vez impersonal, se efectúa en el hoy, «es futuro hecho presente, apunta al todavía-no, a lo
no experimentado, a lo que sólo se puede descubrir. Esperanza y temor, deseo y voluntad, la
inquietud pero también el análisis racional, la visión receptiva o la curiosidad forman parte de la
expectativa y la constituyen.»692
A pesar de corresponderse –experiencia y expectativa–, de estar presentes recíprocamente,
no son “simétricos complementarios”, es decir, tienen modos de ser diferentes y diferenciables:
«El pasado y el futuro no llegan a coincidir nunca, como tampoco se puede deducir totalmente
una expectativa a partir de la experiencia. Una vez reunida, una experiencia es tan completa
como pasados son sus motivos, mientras que la experiencia futura, la que se va a hacer,
686
Koselleck, Reinhart (1993) Futuro pasado. Para una semántica de los tiempos históricos. Barcelona, Paidós, págs. 286-332. En adelante FP.
FP, pág. 321.
Habermas, Jürgen (2000b) o.c., pág. 171.
689
FP, pág. 332.
690
FP, pág. 337.
691
FP, pág. 338.
692
id.
687
688
anticipada como expectativa se descompone en una infinidad de trayectos temporales
diferentes.»693
Estamos frente a una aporía que sólo el paso del tiempo puede –podrá– resolver, pues es
imposible deducir la expectativa totalmente a partir de la experiencia, cayendo en error; como
también no basar la expectativa en la experiencia, pues también se yerra: es una característica
estructural de la historia que suceda siempre algo más o algo menos de lo que está contenido en los
datos previos.694 Lo pensado por esperar, lo impensado por venir. La metafórica sobre el tiempo, es
decir, la figura de “horizonte” y “espacio”, encajan perfectamente para referirse sobre la estructura
temporal de la experiencia y de la expectativa, como también de nuestro intento “anacrónico” de las
figuras simbo-hermenéuticas provenientes de las escenas nietzscheanas, con el fin de ubicarlas
simultáneamente como eslabones de una “topografía” de la modernidad, pues el “espíritu de la
época” moderna inicia una suerte de repetición y perpetuación en cada momento de la actualidad que
produce desde sí siempre algo nuevo, pero no historia.
La estructura temporal de la “experiencia” reposa en el poder de modificación respecto al
tiempo histórico:
«En la medida en que el propio tiempo se ha experimentado como un tiempo siempre nuevo,
como “tiempo moderno”, el reto del futuro no ha cesado de creer cada vez más.»695
Y la característica fundamental de este “tiempo moderno” como reto al futuro, es la de
“aceleración” como categoría escatológica de planificación terrena y siempre renovadora del
progreso al interior de una temporalización continuada hacia “lo nuevo”. La experiencia es una y la
misma; pero inevitablemente se irá modificando en el tiempo a la luz de las nuevas circunstancias
que vayan ocurriendo a lo largo de la existencia posterior de aquel que la tuvo. En resumen, que si
existe algo modificable y susceptible de cambios ésas son las experiencias: no hay experiencias puras
cuyo significado quede estabilizado de una vez y para siempre. 696 Por su parte, la estructura temporal
de la expectativa, expone a una expectativa que no se puede tener sin la experiencia. Para esperar
algo, es preciso haber acumulado algún tipo de vivencia que predisponga en cierto sentido para
esperarlo, pero las expectativas que se basan en experiencias ya no pueden sorprender cuando
suceden. Sólo puede sorprender lo que no se esperaba, entonces se presenta una nueva experiencia.
La ruptura del horizonte de expectativa funda, pues, una nueva experiencia. Así, la ganancia en
experiencia sobrepasa entonces la limitación del futuro posible presupuesta por la expectativa
precedente.
A lo que se refiere Koselleck, es que una expectativa implica siempre confiar limitadamente en
el futuro y confiar en que éste abra un determinado abanico de posibilidades de experimentación. La
experiencia auténtica, cuando surge, es sin embargo una fractura y desbordamiento de las
expectativas, cuyos límites quedan rebasados por un acontecimiento radicalmente nuevo. En
resumen, la tensión entre experiencia y expectativa es lo que provoca de manera cada vez diferente
nuevas soluciones, empujando de ese modo y desde sí misma al tiempo histórico. Ambas constituyen
una diferencia temporal en el hoy, entrelazando cada una el pasado y el futuro de manera desigual 697,
presentando una de las características del tiempo histórico más peculiares y determinantes: su
variabilidad. Movilidad que tiene como eje estructural el tiempo-siempre-hacia-adelante, marcando
mecánicamente lo por-venir, lo por-llegar, lo por-esperar en el horizonte de continua renovación de
“lo novísimo”.
La tesis fundamental de Koselleck, es que «la época moderna va aumentando
progresivamente la diferencia entre experiencia y expectativa, o, más exactamente, que sólo se
693
FP, pág. 339.
FP, pág. 341.
695
FP, pág. 16.
696
id.
697
FP, pág. 342.
694
puede concebir la modernidad como un tiempo nuevo desde que las expectativas se han ido
alejando cada vez más de las experiencias hechas.»698 La modernidad y el cambio histórico
coordinan experiencia y expectativa, lo que representa el hecho de que el futuro no sólo modifica,
sino también perfecciona la sociedad, caracterizando el horizonte de expectativas que había
esbozado la Ilustración tardía. La cualidad específicamente moderna de esta diferencia ha sido
conceptualizada en la idea de “progreso”.699 La idea de progreso como modernización o la
modernización hecha progreso, rompe con la orientación hacia el futuro respecto de su pasado, es
decir, la experiencia de progreso irrumpe como la nueva experiencia histórica respecto de la
anclada experiencia de la tradición pasada: el proyecto debe ser revisado.
2. Habermas y el consensuado escrutinio de la modernidad
La “constelación moderna” –primera modernidad o “emergente”: desde el Renacimiento hasta
Descartes; segunda modernidad o “constitución consciente”: desde Descartes hasta Kant; y tercera
modernidad o “autocoinciencia”: del idealismo alemán hasta Hegel– como ámbito de experiencia, de
vivencia y de saber, en su incursión histórica se despliega sobre un horizonte múltiple conformado
desde la tradición –“premodernidad”–, instalada operativamente en la modernidad ilustrada –
“fundacional”– y proyectada a una modernidad tardía, múltiple, incómoda, polisémica –
“postmodernidad”–, como aquel orden social y cultural surgido tras la Ilustración como su
“superación”. Y su tránsito está asociado a cuatro grandes ideas-fundamento, estrechamente
relacionadas entre sí: ruptura con la idea de un principio trascendente de ordenamiento social, el
pensamiento Ilustrado, como primera gran manifestación cultural e intelectual de la modernidad
occidental, cuestiona las bases del Antiguo Régimen sustentado en la existencia de un principio
divino que organiza la sociedad; búsqueda de un principio inmanente, en el pensamiento Ilustrado la
naturaleza humana aparece como el principio inmanente del orden. El sujeto requiere y puede
construir una convivencia pública, pues también es un agente moral, ya que detenta valores con los
que puede construir un orden social. La secularización destina a la política la función integradora que
cumplía anteriormente la religión: el fundamento divino es sustituido por el principio de la soberanía
popular; absolutización del concepto de razón y progreso, las revoluciones burguesas –que
encuentran su mejor expresión en la revolución francesa de 1789– y, concomitante a ellas, el
acelerado proceso de urbanización e industrialización, facilitado por los inusitados avances
tecnológicos, van acompañadas de una ilimitada confianza en las posibilidades que ofrece la ciencia
y la razón. Con la Edad Moderna se constituye la idea de historia como progreso, de la aceleración
de los acontecimientos históricos y la idea de simultaneidad cronológica de evoluciones históricas
asimultáneas; y, conciencia de ruptura con el pasado, la modernidad se entiende a sí misma como
una época histórica, en cuanto ésta toma conciencia, como un problema histórico, de su ruptura con
el carácter ejemplar del pasado. Se trata de una concepción liberadora que hace frente a las formas
tradicionales de organización social y cultural y que pugna por crear tanto un mundo nuevo como un
sujeto nuevo en permanente cambio.
La concepción revisionista o consensual sobre la condición moderna del saber y de los
elementos constituyentes de la cultura moderna ilustrada ahora alineados de manera eficiente para
cumplir el cometido para el que habían sido asignados, se funda en la noción de “proyecto” y en
el afán “reconstructor” del pensamiento neomoderno ilustrado de Habermas –heredero del giro
lingüístico y del entendimiento intersubjetivo de cuño weberiano, neo-kantiano y de las ciencias
del espíritu– con su consenso universal apologético e institucionalizador por medio del diálogo de
argumentaciones sobre la defensa de la modernidad como proyecto y el idealismo subjetivo,
entendiendo por sujeto individual moderno desde una valoración sustantiva de su estructura, de su
698
699
FP, págs. 342-343.
FP, pág. 351.
libertad y de su capacidad racional y crítica para construir su “mundo de la vida” y escapar de la
“jaula de hierro” del sistema económico capitalista y gestiones administrativas para participar en
la creación social de sentido:
«el proceso de desarrollo capitalista ha acabado socavando los “residuos de tradiciones
preburguesas” de los que “parasitariamente se nutría” el capitalismo liberal. Las visiones
tradicionales del mundo resultaron ser socioestructuralmente incompatibles con la expansión de
la esfera de “la acción estratégico-utilitarista, esto es, con la “racionalización” (Weber) de áreas
de la vida en otro tiempo reguladas por tradiciones; al mismo tiempo resultaron ser
cognitivamente incompatibles con el crecimiento de la ciencia y de la tecnología y con la
difusión de los modos científico-técnicos de pensamiento que la generalización de la
escolarización formal propuso. Como resultado, los residuos de tradiciones pre-burguesas que
contribuyeron a fomentar el privatismo civil y familiar-profesional están siendo “desmontados
de forma no renovable”.»700
Habermas intenta restituir la vigencia de lo universal y así, ahuyentar los fantasmas de la
desfundamentación de los valores de la racionalidad moderna. Lo hace apelando al relato
emancipador como motor del pensamiento filosófico del proyecto moderno y de las posibles
sujeciones expulsadas por la misma modernidad, manteniéndose dentro de los márgenes de la
misma historia moderna ilustrada.
El diagnóstico realizado por Weber sobre la modernidad y su proceso de desencantamiento del
mundo y la injustificada reducción de la actividad racional a una actividad utilitario-estratégica
desprovista de su carácter veritativo y de su orientación valórica, la esgrime Habermas para justificar
y orientar su propuesta teórico-crítica respecto a la modernidad y la “paradoja de la racionalización”,
distinguiendo “sistema” –estudio de la sociedad como sistema complejo en que subsisten estructuras
subyacentes que interactúan entre sí como también imperativos sistemáticos como asimismo
dinámicas integración y ruptura– y “mundo vital” –que da un rol creativo a los actores sociales al
momento de crear, negociar y reconstruir el sentido social de su mundo cotidiano– como «el
universo que se da por supuesto en la actividad social cotidiana […], un conjunto […] de las formas
de vida dentro de las cuales se desarrolla la conducta cotidiana.»701
El 11 de septiembre de 1980, en la Iglesia de San Pablo en Frankfurt con motivo del
recibimiento del Premio Adorno, Habermas en su discurso titulado ‘La modernidad: un proyecto
inacabado’702, defendía la vigencia de los valores modernos y su programa de “rectificación” o “reencauzamiento” de la modernidad frente al advenimiento de nuevos conservadurismos estéticos,
políticos y culturales, y lo hacía frente a la tesis que diagnosticaba a nuestra época de “antimoderna”,
expresión que «traduce una corriente afectiva que ha penetrado en todos los poros de los ambientes
intelectuales y ha permitido articular teorías de la postilustración, de la postmodernidad, de la
posthistoria, etc.; en resumen, que ha hecho aparecer un nuevo conservadurismo.»703 Habermas se
refiere al surgimiento de la ideología antimoderna de los jóvenes conservadores (de Bataille a
Derrida, pasando por Foucault), de la corriente postmodernista de algunos conservadores viejos
(Strauss, Jonas y Spaemann) y de la ideología postmodernista de los neoconservadores
(Wittgenstein, Schmitt y Benn). Se enfrentan tres actitudes distintas: «por una parte los
conservadores (Bell), que no quieren ser contaminados por el modernismo cultural, denuncian el
proceso de secularización de los valores y auspician un retorno a posiciones anteriores a la
modernidad; por otra los desconstructores y “postmodernos” (Lyotard, Derrida), que rehúsan todas
las metanarrativas emancipadoras, las sustituyen por una multiplicidad de juegos de lenguaje y se
700
McCarthy, Thomas (1998) La teoría crítica de Jürgen Habermas. Madrid, Tecnos, pág. 430.
Giddens, Anthony. ‘¿Razón sin revolución? La Theorie des kommunikativen Handelns de Habermas’, en Giddens, Anthony et. al. (1991) o.c., págs.
162-163.
702
Vid. Habermas, Jürgen (1988) o.c., págs. 265-283.
703
ibid., pág. 265. No obstante, Habermas años más tarde, se refiere al posmodernismo cargado de una carácter curativo respecto al debate sobre las
concepciones de la modernidad.
701
aprestan a de-construir la lógica modernizadora; y, por último, los re-constructores reformistas
(Habermas, Berman), que rechazan los discursos de unos y otros, tratan de desvelar el proceso
selectivo de racionalización que se ha seguido hasta aquí denunciando sus patologías, y trabajan en la
reconstrucción racional de las condiciones universales del desarrollo de la razón que nos guíe hacia
un proyecto de modernidad compartido por todos.»704 Polémica que encuentra su núcleo en la
constatación de una sensibilidad nueva referente a la tradición, de que el término “postmodernidad”
adquiere una presencia y estatuto insoslayable y de alcance global en los ámbitos del arte, la
filosofía, la política, las ciencias humanas y sociales, como ruptura radical con la lógica del progreso
en una discursividad absoluta.
Habermas elabora su conceptualización teórico-crítica a partir del concepto hegeliano de
modernidad en tanto que problema705, pero descentrado desde su inicio en la filosofía alemana a
partir de Kant y su apertura de la época moderna.706 La valoración que hace Habermas sobre el
devenir histórico de la modernidad cultural ilustrada –criticando las tesis frankfurtianas sobre la
disolución y retrogresión de la Ilustración en mitología o sobre la superación estética de la
modernidad y su relación con las vanguardias o su temporal finalización histórica–707, se basa en que
la racionalidad instrumental científico-tecno-lógica, es un elemento dominador en la configuración
cultural contemporánea, atentando tanto contra la construcción simbólica como también al “mundo
de la vida” entendida esta categoría como el horizonte desde el cual se entienden las reproducciones
de las actividades simbólico-sociales mediatizadas lingüísticamente: las modulaciones racionales
modernas de ciencia y tecnología se han transformado en la fuerza productiva y reguladora de lo
humano:
«Este tratamiento profesionalizado de la tradición cultural destaca las estructuras intrínsecas de
cada una de las tres dimensiones de la cultura. Aparecen las estructuras de la racionalidad
cognitivo-instrumental, la moral práctica y la estético-expresiva, cada una de ellas bajo el
control de especialistas que parecen más expertos en ser lógicos de estas particulares maneras
que el resto de la gente. En consecuencia, ha crecido la distinción entre la cultura de los
expertos y el gran público. Lo que corresponde a la cultura a través del tratamiento y la
reflexión especializada no pasa inmediata y necesariamente a la praxis cotidiana.» 708
El ser humano ha asumido acríticamente el quehacer de la ciencia y la concretización social de
la tecnología como formas de legitimación del poder político y económico en la sociedad capitalista,
cancelando según Habermas, la dialéctica entre el “ser” y el “mundo” que instalaba y acreditada la
presencia de la razón entre los sujetos. Tal paradoja «consistiría en que la racionalización del mundo
vital fue la precondición y punto de partida de un proceso de racionalización y diferenciación
sistémicos, que después se ha hecho más y más autónomo frente a las coacciones normativas
incorporadas en el mundo vital, hasta que al final los imperativos sistemáticos comienzan a
instrumentalizar el mundo vital y amenazan con destruirlo.»709
La dialéctica instauradora de la razón moderna, ahora quebrantada, revela que se ha transitado
desde la razón objetiva o instrumental a la par de un proceso de deshumanización basada en la
producción y reproducción del capital. Aquella que ha traicionado a la condición humana a la que se
debe, pues no sólo pretende establecerse como el eje de las transformaciones sociales del siglo XX,
sino como paradigma de todo conocimiento, separando cultura y estructura social. Habermas hace
referencia a lo anterior, insistiendo en la modernización social como aquel proceso de
institucionalización de la acción racional respecto a fines bajo la forma de subsistemas: una
economía de mercado y una burocrática administración estatal regulados por los requerimientos de la
704
Picó, Josep comp. (1988) o.c., págs. 44-45.
DFM, pág. 61.
706
DFM, pág. 312.
707
DFM, págs. 135-162.
708
Habermas, Jürgen. ‘Modernidad versus postmodernidad’, en Picó, Josep comp. (1988) o.c., pág. 94.
709
Wellmer, Albrecht. ‘Razón, utopía y la dialéctica de la ilustración’, en Giddens, Anthony et. al. (1991) o.c., pág. 95.
705
producción material de las sociedades complejas.710
A pesar de los errores/horrores de la modernidad ilustrada, Habermas propone que en lugar de
«renunciar a la modernidad como una causa perdida, deberíamos aprender de los errores de aquellos
programas extravagantes que han intentado negar la modernidad»711 y, por ello, refuta el proceso de
racionalización como patrón autodestructivo de la Ilustración y cree que es necesario distinguir entre
“modernidad como idea” y “modernidad como proyecto”, y poder así rescatar las ideas
fundamentales de la misma: una racionalidad diferenciadora para el desarrollo de una ciencia
objetiva, una moralidad y una ley universales como también de un arte autónomo. Y frente a la
instalación de la postmodernidad como una variable socio-cultural, Habermas la rechaza por no
aportar una energética transformación utópica que supere la propuesta moderna ilustrada y su
proyecto.712
El relato moderno se fundaba en la posibilidad de establecer una suerte de comunicación o
diálogo entre las diversas esferas de la experiencia humana con el fin de “homologar
discursivamente” las diferencias entre “sujeto” y “realidad”, entre “sujeto” y “objeto”, que eran
asumidas interpretativamente como parte de un orden y fundamento. La ambigua noción de
proyecto en su inicio ilustrado aún conservaba ingredientes ideológicos, ideales, morales,
estéticos y políticos que con el tiempo, se fueron concentrando en la noción de “progreso” como
núcleo direccional de tal proyecto. La crisis de la noción de “proyecto” surge, específicamente,
cuando la noción de “progreso” reemplaza el ímpetu emancipador de las esferas teórico-prácticas
y lo homologa por el afán totalitario y desmedido del desarrollo instrumental de la razón.
Centrado en la consideración de la modernidad estética y de la adquisición de sus perfiles en la
teoría del arte de Baudelaire y de las corrientes vanguardistas, alcanza su culminación con los
dadaístas y los super-realistas, Habermas se pregunta sobre los que hay detrás de esta consideración
estética de modernidad: una «orientación hacia delante, la anticipación de un futuro indeterminado y
contingente, el culto de lo nuevo implica en realidad la glorificación de una actualidad que da a luz
pasados siempre determinados de nuevo subjetivamente.»713
La subversión contra la tradición, la rebelión contra lo normativo, la neutralización del bien
moral y de lo útil práctico, la destrucción y la diferencialización radical, el surgimiento de las energía
centrífugas que devoran los márgenes, son los signos de autenticidad y legitimidad de la modernidad.
Sin embargo, la modernidad expulsa de sí misma una aporía fundamental, la oposición entre
modernidad cultural y modernización social, relación insana que mezcla necesidad y lejanía,
obligatoriedad y sinsentido, que pone de «manifiesto las posiciones intelectuales que o bien
propugnan la postmodernidad, o recomiendan el retorno a la premodernidad o rechazan de modo
radical la Modernidad. Con independencia de las consecuencias problemáticas de la modernización
social y también del punto de vista interno del desarrollo cultural, surgen motivos para la duda y la
desesperación ante el proyecto de la Modernidad»714, es decir, respecto la Ilustración.
El “proyecto de la modernidad”, es una categoría que habla de una suerte de superación del
ámbito artístico o estético, y está más bien, en estrecha relación con el proyecto socio-cultural de
Ilustración. Siguiendo a Weber, Habermas se refiere a la separación de la expresión metafísicoreligiosa de la razón sustantiva y su fragmentación tratadas en la Edad Moderna como cuestiones, es
decir, desde la deriva de las esferas axiológicas de la ciencia, la moral y el arte a puntos de vista
específicos de la verdad, la justicia normativa, la autenticidad o la belleza, que serán tratada como
cuestiones de conocimiento, de justicia o de gusto respectivamente.715 La deriva hacia la
consideración de las esferas de valor como cuestiones, se traduce en la elaboración profesional de
710
Vid. Habermas, Jürgen (1989c) Teoría de la acción comunicativa: complementos y estudios previos. Madrid, Cátedra, págs. 471-475.
Habermas, Jürgen. ‘Modernidad versus postmodernidad’, en Picó, Josep comp. (1988) o.c., pág. 98.
Vid. Vergara, Fernando. ‘El crepúsculo de la post-modernidad. La modernidad en su fase post-ilustrada’, en Revista de Humanidades. Universidad
Nacional Andrés Bello, 2005, vol. 11, págs. 17-29.
713
Habermas, Jürgen (1988) o.c., págs. 267-268.
714
Jauss, Hans Robert (1976) o.c., pág. 272.
715
ibid., págs. 272-273.
711
712
especialistas de la crítica artística, en la «elaboración profesional de la tradición cultural bajo el
aspecto de validez abstracta pone de manifiesto las peculiaridades normativas del complejo del
conocimiento en los aspectos cognitivo-instrumentales, práctico-morales y estético-expresivo»716,
vale decir, los procesos de aprendizaje vienen a reemplazar las evoluciones lineales de la historia,
escrita ahora de manera interna. Por otra parte, como un segundo aspecto, «aumenta la distancia
entre la cultura de los expertos y el gran público. El crecimiento de la cultura por medio de la
elaboración y reflexión especializadas no pasa sin más a disposición de la práctica de la vida
cotidiana. La racionalización cultural amenaza más bien con empobrecer el mundo vital devaluado
en su sustancia relacional.
Habermas entonces, intenta recuperar el equilibrio perdido en el proceso de diferenciación
sistémica de esferas, con el fin de «tender un puente por encima del abismo que separa el discurso
del conocimiento, del discurso de la ética y la política, franqueando así un pasaje hacia la unidad de
la experiencia.»717
Por tanto, este proyecto –formulado en el siglo XVIII por los filósofos de la Ilustración–
consiste, en lo esencial «desarrollar las ciencias objetivadoras, los fundamentos universalistas de la
moral y ética post-religiosa y el derecho y el arte autónomo, sin olvidar las características peculiares
de cada uno de ellos y, al mismo tiempo, […] liberar de sus formas esotéricas las potencialidades
cognoscitivas que […] manifiestan y aprovecharlas para la praxis, esto es, para una configuración
racional de las relaciones vitales.»718 Este es el optimismo perdido en el siglo XX por la inconfluencia
de las potencialidades cognoscitivas en el progreso técnico, en el crecimiento económico y en la
administración racional, es decir, las energía reguladoras de la razón moderna no afectan a una
experiencia vital condicionada por unas tradiciones ciegas.719 Esta separación es el problema que
surge de la particularidad de las esferas diferenciadas, que al mismo tiempo, manifiesta los intentos
frustrado de “superar” las culturas de especialistas apartada de la experiencia de la vida cotidiana.
La intención revisionista de Habermas respecto al “proyecto de la modernidad”, es de
«aprender de los extravíos que han acompañado al programa de la Modernidad y de los errores del
desvariado programa de superación [y no] dar por perdida la Modernidad y su proyecto. Quizás
podamos tomar el ejemplo de la recepción del arte para indicar cuando menos una salida de las
aporías de la Modernidad cultural.»720 Habermas con esto, se refiere al lugar de la estética como
aquella experiencia capaz de relacionar el ámbito estético con los problemas vitales, pues «la
experiencia estética no sólo renueva las interpretaciones de las necesidades a cuya luz percibimos el
mundo, sino que interviene al mismo tiempo en las interpretaciones cognoscitivas y las expectativas
normativas y cambia la forma en que todos estos momentos remiten unos a otros.»721 Se trata, en
definitiva de “utilizar” ese poder exploratorio vitalmente orientador que surge de la percepción
estética y sirve como guía al sentido de una biografía personal y social:
«Una reorientación diferenciada de la cultura moderna con una praxis de la vida cotidiana,
basada en las herencias vitales, pero empobrecida por el mero tradicionalismo, solamente se
conseguirá cuando la modernización capitalista también pueda orientarse por otras vías no
capitalistas, cuando el mundo vital pueda extraer de sí instituciones que limiten la peculiar
dinámica sistémica de los sistemas de acción económicos y administrativos.»722
En fin, Habermas intenta conciliar la “cultura de especialistas” con la “cultura vital” a partir
de una apropiación de una perspectiva de sentido, y con ello, ampliar la vida útil del proyecto de
la modernidad gracias a la articulación comunicativa de las esferas axiológicas en instituciones
que administren el desarrollo cognoscitivo o intelectual y el desarrollo económico con las
716
ibid., pág. 273.
Lyotard, Jean-François (1996) La posmodernidad (explicada a los niños). Barcelona, Gedisa, pág. 13.
Habermas, Jürgen (1988) o.c., págs. 267-268.
719
Jauss, Hans Robert (1976) o.c., pág. 274.
720
ibid., pág. 279.
721
ibid., pág. 280.
722
ibid., pág. 281.
717
718
expectativas práctico-morales y expresivo-estéticas723, formuladas en una racionalidad centrada en
el sujeto, pero horizontalizada en perspectiva comunicativa. Para Habermas la razón que se puede
preguntar por el bien o por el mal, por lo justo o injusto, antes que ser un componente constitutivo
del yo humano, es un producto de la interacción social, se construye en el contexto de la
internalización de normas sociales. En Habermas, la moralidad se construye sobre la base de un
proceso comunicativo libre de dominación. La vida colectiva se realiza a través de acciones
comunicativas en las que los individuos están en posición de hablante y oyente tratando de
entenderse. Esta acción comunicativa tiene unos requisitos de validez y unas reglas que suponen
en todo caso, que las personas se reconozcan como interlocutores válidos.
La propuesta habermasiana sobre la modernización de la razón moderna, descansa en la
cuádruple distinción de la acción racional comunicativa: 1. la “teleológica”: por la que el agente
se conecta con el mundo objetivo, en la que racionalidad y verdad se derivan de la capacidad
cognitiva y descriptiva de la realidad; 2. la “regulada por normas”: aquella que guarda relación
con los valores, los roles sociales, etc., que expresa una racionalidad unida a la rectitud de la
acción con los enunciados normativos; 3. la “dramatúrgica”: que expresa la acomodación de
subjetividades en los planos públicos y/o privados respecto de las manifestaciones del otro, es
decir cuando una subjetividad limita con otra subjetividad, orientadas a la autoafirmación724; y, 4.
la “comunicativa”: en la que las subjetividades buscan el entendimiento sobre una situación con el
fin de coordinar un común acuerdo sobre sus planes de acción y con ello sus acciones, haciendo
equivalente racionalidad con interpretación en aras a un consenso lingüístico expresado en un
acuerdo sobre su sentido y comunitariamente aceptable.725
La racionalidad al estar relacionada con el saber, establece como condición de tal relación
que los sistemas simbólicos encarnen un saber y que los sujetos que actúan en él dispongan de un
saber y, por ello, la racionalidad tiene que ver específicamente con el “uso” de ese conocimiento,
y ocurre tanto en la racionalidad práctica (actuar racionalmente implica el empleo racional de la
información cognitiva referidas a lo empírico, a las consecuencias previsibles, a los medios
adecuados desde la técnica y la economía, etc., como también en la racionalidad teórica referida a
una imagen intelectual omnicomprensiva de los sucesos que ocurren en el mundo.726
Sobre la base del desarrollo habermasiano por comprender teóricamente nuestra sociedad
industrializada en vista de un horizonte práctico-comunicativo por transformarla y así
humanizarla, podemos acudir a lo que entiende Giddens por modernidad. Giddens asume el
carácter discontinuo y multidireccional que ha tomado la modernidad, rompieron con cualquier
orden tradicional con su dinamismo y su impacto tanto ne extensión como en intensidad. La
modernidad que «se refiere a los modos de vida u organización social que surgieron en Europa
desde alrededor del siglo XVII en adelante y cuya influencia, posteriormente, los han convertido en
más o menos mundiales.»727 Experiencia que se perfila como una «sensación que muchos de
nosotros tenemos de haber sido atrapados en un universo de acontecimientos que no logramos
entender del todo y que en gran medida parecen escapar a nuestro control.»728 La modernidad en
este sentido, es una cadena de discontinuidades:
«Las formas de vida introducidas por la modernidad arrasaron de manera sin precedentes todas
las modalidades tradicionales del orden social. Tanto en extensión como en intensidad, las
transformaciones que ha acarreado la modernidad son más profundas que la mayoría de los
tipos de cambio característicos de períodos anteriores. Extensivamente han servido para
723
Vid. Habermas, Jürgen (2000a) o.c., págs. 169-198.
Habermas, Jürgen (1987) o.c., pág. 135.
725
ibid., pág. 124.
726
ibid., pág. 24.
727
Giddens, Anthony (1993) Consecuencias de la modernidad. Madrid, Alianza, pág. 15.
728
ibid., pág. 16.
724
establecer formas de interconexión social que abarcan el globo terráqueo; intensivamente, han
alterado algunas de las más íntimas y privadas características de nuestra cotidianeidad.»729
Puntualicemos que Giddens se refiere a este proceso como un acontecimiento histórico sin
precedentes de cambio social, como disyunción espaciotemporal y despliegue del mecanismo de
“desanclaje” de las relaciones sociales de la tradición. El dinamismo de la modernidad es la
separación del tiempo y el espacio: en la pre-modernidad, es decir, «la estimación del tiempo que
configuraba la base de la vida cotidiana vinculaba siempre, al menos para la mayoría de la
población, el tiempo con el espacio, y [que] era normalmente imprecisa y variable [debido a que]
el cuándo estaba casi universalmente conectado al dónde». 730 La separación del tiempo y del
espacio, hace referencia al desenmañaramiento de las dimensiones separadas de “espacio vacío” y
“tiempo vacío” que hace posible articular las relaciones sociales desenclavadas a lo largo de
extensiones espaciotemporales indefinidas.
Esta irregularidad espacio-temporal habría sido estabilizada mediante la fijación a
determinados sistemas de medida que eran, a la vez, espejo tanto del macrocosmos del universo
como del microcosmos social. Este orden temporal fue deshecho por la modernidad con dos
intervenciones: primero respecto al tiempo serializado del reloj, que separó el tiempo de su
contexto social y, segundo, la del tiempo reversible de la mecánica newtoniana que separó el
tiempo de los ciclos cósmicos. La modernidad está vinculada a la transformación del tiempo y del
espacio y, de este modo, al separar ambas dimensiones desconectando al tiempo del espacio, se
fortalece la conexión entre hechos sociales físicamente lejanos, por una parte y la vida social de
los contextos locales, por otra. Debido a esta separación, y sumada la ayuda de señales simbólicas
–dinero, bolsa, banca– y el establecimiento de sistemas de expertos –técnicos, profesionales–731,
se establece el “desanclaje” de las relaciones sociales de sus contextos sociales de interacción y
reestructurarlas en intervalos indefinidos espacio-temporales732 siguiendo el ritmo de la eficacia y
eficiencia mercantil.
Según Giddens, el “vaciado” del tiempo y del espacio formó parte, como hemos visto, de una
vasta operación de “desanclaje” o “desenclave”, en la que las relaciones sociales fueron erradicadas
de sus contextos locales y recombinan a lo largo de extensiones indefinidas de espacio y tiempo, lo
que permitió su reestructuración en los intervalos espacio-temporales producido por la nueva y
racional organización de la sociedad.733
Una de las dimensiones de esta nueva organización (junto con el industrialismo transformador
de la naturaleza, el capitalismo acumulador de valor, el monopolio de la violencia, el proceso
civilizador encargado de contener los instintos, etc.) fue el sistema institucional-disciplinario
moderno encargado de controlar las operaciones corpóreas enmarcadas en la sujeción, docilidad y
utilidad:
«Esta nueva mecánica de poder se apoya más sobre los cuerpos y sobre lo que éstos hacen que
sobre la tierra y sus productos. Es una mecánica de poder que permite extraer de los cuerpos
tiempo y trabajo más que bienes y riqueza. Es un tipo de poder que se ejerce incesantemente a
través de la vigilancia y no de una forma discontinua por medio de sistemas de impuestos y
obligaciones distribuidas en el tiempo. […] Este nuevo tipo de poder […] es el poder
disciplinario. […] En las sociedades modernas, desde el siglo XIX hasta nuestros días,
tenemos, pues, por una parte una legislación, un discurso, una organización del derecho
público articulado en torno al principio del cuerpo social y de la delegación por parte de cada
uno; y por la otra, una cuadriculación compacta de coacciones disciplinarias que aseguran en la
729
ibid., pág. 18.
ibid., págs. 28-29.
731
ibid., pág. 36.
732
ibid., págs. 32-38.
733
ibid., pág. 29.
730
práctica la cohesión de ese mismo cuerpo social. […] Lo cual no quiere decir que exista por
una parte un sistema de derecho docto y explícito, que sería el de la soberanía, y además las
disciplinas oscuras y mudas que trabajarían en profundidad, en la sombra, constituyendo el
subsuelo de la gran mecánica del poder. En realidad las disciplinas tienen su discurso. Son, por
las razones que decía antes, creadoras de aparatos de saber y de múltiples dominaciones de
conocimiento. […] Las disciplinas conllevarán un discurso que será el de la regla, no el de la
regla jurídica derivada de la soberanía, sino el de la regla natural, es decir, el de la norma.
Definirán un código que no será el de la ley, sino el de la normalización, se referirán a un
horizonte teórico que no serán las construcciones del derecho […] Que estas técnicas y estos
discursos invadan el derecho, que los procedimientos de normalización colonicen cada día más
a los de la ley, todo esto, creo, puede explicar el funcionamiento global de lo que querría
llamar sociedad de normalización.»734
Con la modernidad estas exigencias serán generalizadas a otras instituciones e intensificadas al
menos en los siguientes aspectos: la elaboración temporal del acto mediante la imposición desde el
exterior de programas y ritmos colectivos, el establecimiento a nivel individual de sistemas
secuenciales de gestos y la utilización exhaustiva del tiempo para extraer de todo movimiento «cada
vez más instantes disponibles y de cada instante cada vez más fuerzas útiles.»735
Recordemos que el desarrollo de las nuevas tecnologías de la comunicación constituye un
paso singular en la conquista del espacio-tiempo que ha caracterizado a nuestras sociedades desde
sus comienzos:
«La transformación del tiempo bajo el paradigma de la tecnología de la información, moldeado
por las prácticas sociales, es uno de los cimientos de la nueva sociedad, conectado de forma
inextricable con el surgimiento del espacio de los flujos.»736
Por lo anterior, es que se entiende a la modernidad como multidimensional en lo referente a las
instituciones: las dimensiones institucionales de la modernidad (vigilancia, poder militar,
industrialismo, capitalismo) han sido proyectadas en dimensiones de alcance mundial (sistema del
estado nacional, orden militar mundial, división internacional del trabajo, economía capitalista
mundial) que llevan a una situación postmoderna, que interpreta con la metáfora del carro de
dieciséis ruedas juggernaut que servía para sacar en procesión en la ciudad de Puri al dios
brahmánico Krichna, mientras sus ruedas aplastaban a los fieles que se tendían a su paso con la
convicción de que ello les haría alcanzar la felicidad eterna.
De manera semejante, la modernidad sería una poderosa fuerza irrefrenable con una
maquinaria teórica y práctica, sistemas e instituciones «inherentemente orientada-al-futuro, hasta tal
punto, que el futuro posee status de modelador contrafáctico.»737
Es posible encontrar una posición alternativa para este desbocado devenir de una modernidad
que Giddens denomina como producto de una “modernidad radicalizada”, es decir, una modernidad
que incorpora la reflexividad e invierte las dimensiones prefijadas anteriormente en otras de realismo
utópico (política de vida, política de lo global, política emancipatoria, política de lo local que
realicen al “yo” en una dialéctica de lo local y lo mundial), que se fundamentan en diversos
movimientos sociales (libertad de expresión, movimientos democráticos, movimientos por la paz,
movimientos ecológicos, sociales, indígenas o reivindicación étnica, movimiento obrero) y
determinan los contornos de un orden postmoderno (participación democrática, desmilitarización,
humanización de la tecnología, sistema post-escasez).738
734
Foucault, Michel (1979) Microfísica del poder. Madrid, La Piqueta, págs. 149-151.
ibid., pág. 158.
736
Castells, Manuel (1997) o.c., pág. 463.
737
Giddens, Anthony (1993) o.c., pág. 165.
738
ibid., págs. 155-161.
735
De lo contrario, es decir, la no incorporación reflexiva ante las transformaciones sociales, se
llegaría a un sistema de post-escasez (orden mundial coordinado, trascendencia de la guerra,
sistema de cuidado del Planeta, organización económica socializada), donde son evidentes los
riesgos de graves consecuencias para la humanidad (crecimiento del poder totalitario, conflicto
nuclear o guerra a gran escala, desintegración o desastre ecológico, colapso de los mecanismos de
crecimiento económico) estableciendo una “inseguridad ontológica” respecto de la continuidad y
orden en los sucesos y acontecimientos tanto dependiente como independientes del individuo.
En concordancia con lo anterior, la definición socio-histórica de modernidad como una
“modernidad tardía” elaborada por la sociología contemporánea como una fase de desarrollo de
las instituciones modernas marcado por la radicalización y universalización de las características
fundamentales de la modernidad, aporta a la habermasiana concepción revisionista de modernidad
algunos elementos esenciales.
La designación de la actividad de un sujeto centrado en la razón que modula su existir en
oposición al sujeto medieval y a la tradición occidental judeo-cristiana, funda sus formas de vida
en un nuevo reparto de referencias, ahora posibilitado por la constitución de una memoria
histórica, filológica y hermenéutica escrita en referencia al progreso y desarrollo de las ciencias y
de las técnicas, traducidos en una evolución acelerada del movimiento de las fuerzas productivas
al servicio de un dominio sin precedentes sobre los procesos naturales; de un acceso empírico al
mundo natural, objetivado como lugar de mirada de la ciencia y un racional afán dominador de la
realidad.
El desarrollo social de la modernidad o una de la “sociologías” de la modernidad que
interpretan el proceso civilizatorio occidental moderno, es descrito por Touraine, quien a finales de la
década de los ‘60, definía a la sociedad moderna como aquella sociedad que ha realizado un tránsito
desde una “sociedad de industrialización capitalista” hacia una “sociedad programada”,
postindustrial739 o tecnocrática, como una transformación que rebasaba el núcleo económico y los
límites del mercado, para instalarse como constante y determinante de la sociedad de los años
venideros: una novedosa funcionalidad del conocimiento en los sistemas de producción; el deterioro
de la clase obrera; la importancia de los movimientos sociales emergentes –París, Mayo de 1968–;
las nuevas formas de dominación social, pero ahora consciente –consumo–; de ahí, la radicalización
del bienestar y del consumismo masivo y descontrolado; y, las reacciones culturales como una nueva
forma de contestación social –la revolución de las flores con su movimiento hippie de contracultura–
.740 La preocupación de Touraine, tiene que ver con el sujeto y su relación con la sociedad en
términos de historicidad, es decir, «por el tipo de acción que la sociedad ejerce sobre sí misma»741,
por la dinámica de la producción al interior de la sociedad como campo social organizado que
construye su propia historia.
Años más tarde, Touraine especificaría los diferentes elementos filosófico-políticos que
componen la dimensión socio-histórica de la modernidad: una revolución del sujeto ilustrado contra
la tradición, la sacralización de la sociedad y la sumisión de la razón en la identificación de
modernidad con racionalización. En Crítica de la modernidad, presenta una modernidad triunfante,
pero crítica después, componentes que hablan de una modernización en su acepción occidental,
como aquella obra racional que se abre camino entre la ciencia, la tecnología, la educación y las
políticas sociales, suprimiendo las reglas y las normas, las defensas económicas y las seguridades de
Con el término “postindustrial” Bell, hace referencia al carácter transitorio de una sociedad en permanente cambio, especialmente en el ámbito del
conocimiento teórico como eje organizativo de la nueva tecnología, del crecimiento económico y de la estratificacion de la sociedad en un esquema de
profunda disyunción entre cultural y estructura social: «En este libro afirmo que la fuente más importante de cambio estructural en la sociedad –el
cambio en los modos de innovación, en la relación de la ciencia con la tecnología y en la política pública- lo constituye el cambio en el carácter del
conocimiento: el crecimiento exponencial y la especialización de la ciencia, el surgimiento de una nueva tecnología intelectual, la creación de una
investigación sistemática a través de inversiones para la investigación y el desarrollo, y, como meollo de todo lo anterior, la codificación del
conocimiento teórico.» Bell, Daniel (1976) El advenimiento de la sociedad postindustrial: un intento de prognosis social. Madrid, Alianza, pág. 65.
740
Cfr. Touraine, Alain (1969) La sociedad post-industrial. Barcelona, Ariel.
741
ibid., pág. 5.
739
gestión. La modernidad para Touraine, vendría a representar un «esfuerzo global de producción y
control cuyas cuatro dimensiones principales son el industrialismo, el capitalismo, la
industrialización de la guerra y la vigilancia de todos los aspectos de la vida social [incluso] la
tendencia central del mundo moderno lo impulsa hacia una globalización creciente, que toma la
forma de la división internacional del trabajo y de la formación de economías mundiales, pero
también la forma de un orden militar mundial y del esfuerzo de los estados nacionales que
centralizan los sistemas de control.»742 La modernidad extraerá desde sí misma –es decir, de su
“razón antidogmática”– su plan regulador, su normatividad y conjunto de certezas, pues «ya no
puede ni quiere tomar sus criterios de orientación de modelos de otras épocas, tiene que extraer su
normatividad de sí misma […] no tiene otra salida, no tiene más remedio que echar mano de sí
misma. Esto explica la irritabilidad de su autocomprensión, la dinámica de los intentos proseguidos
sin descanso hasta nuestros días de “fijarse”, de “constatarse” a sí misma.»743
Como causa de lo anterior –la secularización–, la modernidad engendra un nuevo principio
ideológico-político como principio de juicio moral que sustituye a Dios por la Sociedad 744. La
sociedad vendrá reserva de los nuevos valores modernos y como contra-valores, se revelarán
aquellos que no integren ni fortalezcan la eficacia del funcionamiento de la sociedad moderna:
«la racionalización imponía la destrucción de los vínculos sociales, de los sentimientos, de las
costumbres y de las creencias llamadas tradicionales, y que el agente de la modernización no
era una categoría o una clase social particular, sino que era la razón misma y la necesidad
histórica que preparaba su triunfo.»745
Específicamente la modernidad –hasta aquí– se define como un proceso de
“secularización”746 ligado íntimamente a la importancia atribuida a la dimensión temporal de la
realidad, pues se trata, del paso de un orden recibido, creado por Dios a un orden producido
socialmente por el sujeto moderno, por ello, se aleja de la fundamentación trascendente y
reivindica la realidad social como un orden determinado por el sujeto como centro –antropológico
y epistemológico– de la sociedad moderna. En tanto secularización de la tradición judeo-cristiana,
la Modernidad confiere a la historia una dimensión ontológica en sentido estricto, puesto que no
742
Touraine, Alain (2000) Crítica de la modernidad. México, FCE, pág. 35.
DFM, pág. 18.
744
Touraine, Alain (2000) o.c., pág. 23.
745
ibid., pág. 18.
746
Del latín sero, serare, sembrar, plantar, engendrar, desperdigar, de ahí su sentido derivado de “generación”, “fase” o “período”. El saeculum no es
simplemente el mundo y menos el kosmos, sino que denota el aspecto temporal del griego aiôn, término que alude a un espacio de “tiempo vital”,
“destino”, “tiempo y mundo” o “mundo temporal”. De esta consideración, se extrae que, cuando el aspecto temporal de la realidad es percibido
negativamente, el saeculum designa el mundo secular contrapuesto al mundo sagrado, y por ende, la secularización, aparece como un proceso de
decadencia y de usurpación del reino de lo sagrado y de los valores que de él dependen. En cambio, cuando el aspecto temporal de la realidad es
concebido positivamente, pasa a convertirse en la seña de la victoria de la recuperación de las realidades que la religión había administrado
monopólicamente, viniendo a significar liberación humana desde la madurez de la persona como responsable de sus acciones. «“Secularización” es una
metáfora. La palabra, surgida originariamente en el ámbito jurídico en al época de la Reforma (para designar la expropiación de los bienes eclesiásticos
en favor de los príncipes o de las iglesias nacionales reformadas), experimentó una notable extensión semántica en el siglo XIX; pasó primero al campo
histórico-político –tras la expropiación de los bienes y dominios religiosos fijada en el decreto napoleónico de 1803 (de ahí la carga polémica con que
se usó el término durante la Kulturkampf)- y posteriormente al campo ético y sociológico, donde ha llegado a cobrar […] el significado de una categoría
genealógica en situación de abarcar el sentido unitario del desenvolvimiento histórico de la sociedad occidental (tanto en Tönnies como en Weber –
aunque con muy distintos acentos- “secularización” señala el paso de la época de la comunidad a la sociedad, de un vínculo fundamentado en la
obligación a otro basado en el contrato, de la “voluntad substancial” a la “voluntad electiva”).» Marramao, Giacomo (1989) Poder y secularización.
Barcelona, Península, pág. 23. Cfr. Marramao, Giacomo (1998) Cielo y tierra. Genealogía de la secularización. Barcelona, Paidós. Además, en un
«primer sentido, la “secularización” da por sentada una lectura de la historia y de la filosofía occidentales en clave de “decadencia”, de progresiva
declinación de los núcleos metafísicos fuertes, de inexorable “pérdida de centro”. En el segundo sentido, […] ilustra en cambio un proceso no ya de
mera pérdida o reducción de valor sino, por el contrario, de positiva liberación de nuevos ámbitos de vida y realidad, de nueva e imprevisibles chances
emancipadoras para el pensamiento y el comportamiento humanos. […] Observados contextualmente, ambos significados parecen dar lugar, sin
embargo, a un doble movimiento. Con más precisión: a un movimiento cuya duplicidad resulta de un modo distinto y opuesto de mirar un único e
idéntico fenómeno. Ambos sentidos, contextualizados, parecen desembocar, pues, en el mismo resultado desde el punto de vista descriptivo; tal
resultado es que la desvalorización de las tradicionales estructuras “centradas”, el derrumbe de los “inmutables” […], implica una irrebocable crisis de
status de la filosofía teoríca.» Marramao, Giacomo. ‘Los idola de lo posmoderno. Consideraciones inactuales sobre el fin (y el principio) de la historia’,
en Vattimo, Gianni comp. (1992a) o.c., págs. 168-169.
743
es sino «aquella época en la cual el ser moderno se convierte en un valor, más aún, en el valor
fundamental al que todos los demás valores se refieren.»747
La modernidad secularizadora instala un humanismo secularizado que prescinde de toda
referencia a lo trascendental, tratando a la religión como un objeto más de la cultura y ya no como
principio explicativo de los fenómenos físicos, psíquicos y existenciales ni tampoco como
precepto normativo de la realidad social, restringiéndola en sus proyecciones socio-políticas y en
la toma de decisiones sacro-estratégicas. La razón toma el espacio de lo sagrado y se hace
fundamento exclusivo de lo individual y social, ensalzando al hombre y posicionando su finitud
en perspectiva ilimitada.
Vemos, sin duda, que la modernidad no es sólo “racionalización” –ajuste de medios a fines– y
“secularización” –sustitución valórica y depotencialización de la ritualidad religiosa–, sino también
“subjetivación”748: una «penetración del sujeto en el individuo y por consiguiente la transformación
–parcial– del individuo en sujeto»749 haciéndose equivalente al proceso de separación entre el objetonaturaleza y el sujeto-humano.
El procedimiento de desvanecimiento del sujeto –que, por ejemplo: en Nietzsche y luego en
Foucault alcanza un nivel profético– se empieza a cumplir con la crítica estructuralista al programa
epistemológico basado en categorías universalistas, racionalistas y subjetivizadoras de la Ilustración
que luego se proyectan en diversas teorías contemporáneas, considerando la idea de hombre una
creación histórica reciente –momento clásico ilustrado– como una noción destinada a su
desaparición:
«El hombre es una invención cuya fecha reciente muestra con toda facilidad la arqueología de
nuestro pensamiento. Y quizás también de su próximo fin. Si estas disposiciones
desaparecieran como aparecieron, si […] oscilaran, como lo hizo, a fines del siglo XVIII todo el
suelo del pensamiento clásico, entonces podría apostarse a que el hombre se borraría, como en
lo límites del mar un rostro de arena.»750
Expresa también tensión histórica entre el espíritu del Renacimiento, el determinismo
científico y el capitalismo con el espíritu de la Reforma, la libertad moral y el individualismo
burgués que hace de idolatría del yo en búsqueda de la autenticidad, el proceso resultante es un
capitalismo sin freno ético, haciendo del placer un modo de vida y justificación cultural del
capitalismo.751 Una modernidad subjetivada que introducirá “ruptura”, “separación” y “tensión” en la
“dualidad” sujeto-razón y avanzará contra la “unidad” del mundo “sagrado y mágico”, contra una
«unidad de un mundo creado por la voluntad divina, la razón o la historia [en otras palabras, contra]
la correspondencia entre un sujeto divino y un orden natural y, consecuentemente, entre el
conocimiento objetivo y el orden del sujeto.»752 Este proceso variado, extenso y complejo diseña un
diferenciado estado o temple de ánimo de la cultura occidental hiperracionalizada, develando
nociones que la promulgan tales como fragmentación, pluralismo, irreductibilidad, dispersividad,
homogeneidad, proliferación de la diferencia y radicalización de los márgenes, particularismo,
autonomía y privatización del existir.
Los rasgos anteriormente expuestos, coinciden en tres características que le son
fundamentales: término de la legitimación teológica del discurso-poder; surgimiento de la vida
urbana como centro económico y cultural; y desplegamiento de la noción de razón en todos los
campos de la existencia social, y que cobran sentido en los grandes descubrimientos de la física,
en la explosión demográfica, en los sistemas masivos de comunicación, en la industrialización de
747
Vattimo, Gianni (1990) o.c., pág. 91.
Touraine, Alain (2000) o.c., págs. 204-206.
ibid., pág. 209.
750
Foucault, Michel (2005) Las palabras y las cosas: una arqueología de las ciencias humanas. Buenos Aires, Siglo XXI, pág. 375. Vid. Además GM,
I, 13, pág. 53, donde Nietzsche afirma que el «sujeto ha sido hasta ahora en la tierra el mejor dogma…» de la “razón moderna”.
751
Bell, Daniel (1977) Las contradicciones culturales del capitalismo. Madrid, Alianza, págs. 33-34.
752
Touraine, Alain (2000) o.c., pág. 209.
748
749
la producción, en la automatización y racionalización del sistema productivo y administrativo y en
el surgimiento del mercado capitalista.
Además, en tanto que proceso creciente y excesivo de racionalización, sus estructuras
sociales vienen determinadas por la empresa capitalista y el aparato estatal burocrático753,
personificadas en el proceso de objetivación de las categorías de la racionalidad instrumental que
conduce a la progresiva racionalización de la sociedad; la secularización reflejada en la
disyunción de los procesos de diferenciación social y sistémica; el surgimiento y consolidación de
esferas independientes de producción de saber especializado guiadas por criterios
autorreferenciales y de mercado; y, la emergencia de la subjetividad y su fijación como proceso de
individuación cerrada:
«La vorágine de la vida moderna ha sido alimentada por muchas fuentes: los grandes
descubrimientos en las ciencias físicas, que han cambiado nuestras imágenes del universo y
nuestro lugar en él; la industrialización de la producción, que transforma el conocimiento
científico en tecnología, crea nuevos entornos humanos y destruye los antiguos, acelera el
ritmo general de la vida, genera nuevas formas de poder colectivo y de lucha de clases; las
inmensas alteraciones demográficas, que han separado a millones de personas de su hábitat
ancestral, lanzándolas a nuevas vidas a través de medio mundo; el crecimiento urbano, rápido y
a menudo caótico; los sistemas de comunicación de masas, de desarrollo dinámico, que
envuelven y unen a las sociedades y pueblos más diversos, los Estados cada vez más
poderosos, estructurados y dirigidos burocráticamente, que se esfuerzan constantemente por
ampliar sus poderes; los movimientos sociales masivos de personas y pueblos, que desafían a
sus dirigentes políticos y económicos y se esfuerzan por conseguir cierto control sobre sus
vidas; y, finalmente, conduciendo y manteniendo a todas estas personas e instituciones, un
mercado capitalista mundial siempre en expansión y drásticamente fluctuante.»754
Conceptualización moderna de progreso que nos ha hecho beber de la fuente de la
objetividad y comer el fruto del árbol de la ciencia y gozar del orgullo racional sobre la
naturaleza: experiencias que expresan la problematización profunda del fundamento racioiluminista de identificación entre los planos o esferas políticas, estéticas y filosóficas, y su
relación con las esferas valóricas, religiosas, de sentido.
Situación propicia para una configuración radical de modernidad bajo la égida de
movimientos culturales, transformaciones sistémicas, mutaciones estilísticas, sospechosas
filiaciones teóricas y empobrecimiento en lo moral y en lo político, instalándose una nueva
semántica que define que nuestra época se “postmoderniza” en lo material y en lo referente a las
transformaciones históricas. Consideramos que la postmodernidad es una suerte de motor
transformativo de la matriz ilustrada y ordenador de la actual experiencia subjetiva de existir, de
la práctica objetiva de la vida social y de la sensibilidad del sujeto de su época. La
postmodernidad es el resultado de una desacoplación o descoordinación entre los procesos de
modernidad y modernización y se alza subsidiaria de este proceso al interior de la “modernidad
histórica”, que maniobra una radicalización y exaltación de tal desorganización entre lo valórico y
lo práctico, entre lo racional y la desracionalización de los ámbitos culturales propios de la
modernidad. La postmodernidad manifestaría la dimensión teórica, cultual y valórica de esta
desacoplación en su faceta transformativa de la modernidad tardía.
Transformaciones que dibujan al conjunto de elementos culturales que ha definido
postmodernidad, entendiéndola como el producto de una descoordinación o desacoplación entre
los procesos internos de modernidad, es decir, al interior de la modernidad se han producido
quiebres en la estructura de revisabilidad crítica o reflexividad discursiva del programa ilustrado o
753
754
DFM, págs. 136-143.
Berman, Marshall (1988) Todo lo sólido se desvanece en el aire. La experiencia de la modernidad. Madrid, Siglo XXI, págs. 1-2.
más aún, de sí misma como permanente movimiento de argumentación del conocimiento de sí
misma y del conocimiento obtenido por sí misma: la radicalización de la razón moderna, la
desorganización entre la razón matemático-funcional y la práctica valórica-cultural, en fin, la
ilustración sufre una merma en su actitud crítica como discurso o logos público reflexivo de
autoesclarecimiento y del esclarecimiento de la articulación teoría-práctica. No encontramos un
símil más adecuado:
«Separados unidos.– El matrimonio, cuya denigrante parodia pervive en una época que ha
privado de fundamento el derecho humano del matrimonio, la mayoría de las veces sirve hoy
de artimaña para la autoconservación: cada uno de los dos juramentados atribuye al otro cara al
exterior la responsabilidad de todos los males que haya causado, mientras sigan existiendo
juntos de una manera a decir verdad turbia y cenagosa.»755
Pese a todo el afán en la fu(n)sión de sentidos por parte de la modernidad, su eje sustancial
–la razón– adolece en su historicidad debido al proceso de disolución y/o sustitución del sentido
con que cargó la historia, pues responde a una «lógica profunda de destitución de todo sentido
como sentido trascendente, a un deseo de afirmar en cuanto sentido al propio proceso de la
historia. Ello implica un doble movimiento: la negación de la trascendencia como lugar desde el
cual se funda y se da el sentido y, al mismo tiempo, la retención del “efecto” de fundación y
donación del sentido al interior del espacio histórico, o, más bien, precisamente en el límite
dinámico de este interior, caracterizado como el no-lugar de lo nuevo.»756 En fin, se presenta una
suerte de “minuto cero” en que se re-inicia la historia, se retrotrae el presente en un movimiento
sobre sí misma para despegar hacia el futuro programado y como tal, profundamente imprevisible
en su itinerario y meta. De ahí que en consecuencia, entre los ámbitos teórico-valóricos y los
instrumentales-materiales, se produzca un roce hostil que enrarece el aire, dando como resultado
la crítica corrosiva y provocadora, que cambia la fisonomía de la cultura bajo la conexión de un
eslabón de sentido postmodernizador de modernidad.
——¿Qué son ahora estas industrias, más que tumbas y monumentos fúnebres del trabajador?——
Capítulo 9
Eslabón de sentido postmodernizador-evaluativo o la desazón del “hombre loco” (narrativa de
la ciega veneración)
Señalemos el tercer eslabón de sentido hermenéutico –con sus determinados puntos conectivos–
de las “figuras de significación hermenéutica” de la metamorfosis moderna.
El “sacerdote asceta” habiendo experimentado la transfiguración superadora del “pastor de
la metafísica”, encuentra que la historia y su devenir avanzan sobre rieles que le son ajenos
radicalmente. El “sacerdote asceta” ahora “pastor” ya no es el reflejo de la realidad ni
representante del más allá, ya no dispensa sentido y sus promesas carecen de sustento y
credibilidad.
De lo anterior, observamos que se alza una modernidad que ya no es la misma, pues ya no
goza de la condición de receptáculo de la racionalidad objetiva de la ciencia ni de la tecnología
del progreso: los aires del progreso soplan hacia otra dirección y cambian el rumbo de la
modernidad y las luces del conocimiento son ensombrecidas y amenazan cubrir
fantasmagóricamente el mundo. El frenesí ha revelado una nueva etapa en el proceso
transformativo del espíritu de la modernidad: la exigencia histórica de estar a la altura de las
circunstancias y acontecimientos que se han desatado desde la autonomía y la secularización de la
racionalidad para posicionarse en el individualismo y pluralismo que insisten en la partición y
755
756
Adorno, Theodor W. (1987) o.c., §10, pág. 27.
Oyarzún, Pablo (2001) o.c., págs. 85-86.
fragmentación de la realidad en lugar de la coimplicación de perspectivas. El “pastor” ahora
“loco” escucha los golpes funerarios de las “grandes y supremas verdades” y los himnos de
avance de los relatos interpretadores de la época que viene. Estos antes descansaban en las
narraciones sobre un Dios base de nuestra existencia teórica y práctica, relatos sustituidos por la
efectividad de la ciencia que se autolegitima, repara en el agotamiento de las energías de sentido,
ve cómo las expectativas se retrotraen en meros epiciclos temporales de la historia, y que la
desfundamentación prometida no tiene salvación, que ha perdido su base de revisión crítica y que
los “monstruos que ha creado el sueño de la razón” han venido para quedarse:
«El verdadero tránsito a la posmodernidad es ese acontecimiento que Nietzsche llama la
“muerte de Dios” […] del hecho de que el hombre moderno ya no necesita a un Dios como
fundamento primero del mundo.757
La postmodernidad es la fisura interpretativa de los contenidos temporales y axiológicos de la
modernidad, expresados en una unitaria lógica lineal de la historia como valor supremo, que coincide
con el acontecimiento de la “muerte de Dios” en lo referido a la «desaparición del sentido unitario de
la historia, pensado como racionalidad objetiva, es una consecuencia, un aspecto, o incluso el
auténtico sentido de la muerte de Dios.»758
1. Lyotard y la d(e)uda de una modernidad tecno-lingüística
Las experiencias de visualización de las fisuras en los márgenes de la historia, de la legibilidad de
los límites de la modernidad y de ampliación crítica de un temple de ánimo cultural, a eso
llamamos “post-modernidad” que piensa la cultura desde una “sabiduría impotente” sobre los
tiempos:
«La mente posmoderna es consciente de que algunos problemas de la vida humana y social no
tienen soluciones adecuadas; son trayectorias torcidas que no pueden enderezarse,
ambivalencias que son más que errores lingüísticos que piden ser corregidos, dudas cuya
desaparición no pueden legislarse, agonías morales que ninguna receta dictada por la razón
puede calmar, y mucho menos curar. La mente posmoderna no espera ya encontrar la fórmula
universal y última para una vida sin ambigüedad, riesgo, peligro y error, y sospecha
profundamente de cualquier voz que prometa lo contrario. La mente posmoderna es consciente
de que cada tratamiento local, especializado y enfocado, eficaz o no cuando se mide por su
meta ostensible, perjudica mucho más de lo que repara, si acaso lo logra. La mente
posmoderna se reconcilia con la idea de que la complicación del predicamento humano es algo
permanente. En esto radica, a grandes rasgos, lo que podría llamarse la “sabiduría
posmoderna”.»759
Y tal sabiduría o lógica postmoderna configuradora de la experiencia de nuestros tiempos, y
las asumimos desde su e(s)quivocidad en su despliegue histórico y propuesta de “época”, y es por
ello que, en adelante, nos referiremos a tales lógicas experienciales como postmodernidad,
aludiendo a una declinación en el prefijo, ángulo de su equivalente condición cultural actual y a
una época que ha tomado como posición respecto a la historia, el “olvido histórico” como
síntoma760 del diagnóstico nietzscheano:
«Lo que todas las formas de pensamiento postmoderno tienen como premisa es la idea de que
todo esto ha empezado a cambiar o ha cambia ya de forma significativa. Los proyectos
757
Vattimo, Gianni (2004) o.c., pág. 71.
ibid., pág. 72.
Bauman, Zygmunt (2004b) Ética posmoderna. Buenos Aires, Siglo XXI, págs. 278-279.
760
Vid. Jameson, Fredric (2001) Teoría de la postmodernidad. Madrid, Trotta, pág. 9.
758
759
postmodernos intentan establecer las dimensiones y parámetros del período moderno que han
cambiado para expresar y comprender los nuevos procesos sociales, formas culturales,
configuraciones institucionales, modelos de análisis y pensamiento, y la emergencia de un
orden social con sus propios principios de organización específicos. El pensamiento
postmoderno rechaza el principio fundamental del proyecto ilustrado basado en la primacía de
la razón, la centralidad del sujeto y la creencia en la existencia de proposiciones o reglas de
validez universal que gobiernan la naturaleza, la sociedad y las formas culturales. Defiende que
las narrativas maestras fundacionales y las teorías totalizadoras propuestas en el pasado tienen
sus raíces en un modelo de realidad basado en conceptos lineales y unidimensionales de
causalidad, en la idea de que la clave para comprender y explicar la realidad es el
descubrimiento de una fuerza o característica fundamental, definitoria y central. En lugar de
eso, los postmodernos defienden la necesidad de modelos de análisis que reconozcan la
complejidad de la causación múltiple arraigada en condiciones históricamente determinadas de
condiciones o lugares locales o particulares.»761
La postmodernidad expresa una «conciencia generalizada de agotamiento de la razón, tanto
por su incapacidad para abrir nuevas vías de progreso humano como por su debilidad teórica para
otear lo que se avecina»762 a pesar de suponer una suerte de “superación” o “acabamiento” de la
modernidad ilustrada y sus promesas. Y esta conciencia «se convierte […] en un discurso de
varias lecturas […] que no acaba nunca de conseguir un consenso unitario, pero que se confiesa
como la primera tarea ambiciosa que trata de describir el mapa del universo cultural resultante de
la desintegración […] del mundo tradicional»763 moderno como modelo cultural.
Como se ha considerado aquí, se ha convertido en el «rótulo [que] englobaba tanto las
constataciones del agotamiento temporal (“después de la modernidad”) como del agotamiento
teórico (“más allá de la modernidad”) que apuntaban, de forma referencialmente confusa, a lo que
de distinto habría en relación a un momento o a un programa históricamente anteriores. [De tal
forma] resumió con efectividad en un mismo valor de cambio muy diversos valores de uso a
efectos de las críticas y las teorías»764 que se han querido presentar aquí. Coherente con las
referencias anteriores, podemos acentuar que la experiencia cultural de malestar expresada por y
desde la postmodernidad, designaría una fase de radicalización de lo moderno, justamente por
situarse “fuera de la modernidad” debido por su lógica de producción, por su tendencia a la
administración y por la internalización de la dominación. Esta situación de “salida”, tiene como
consecuencia la disipación de sus ejes centrales de “efectividad”, “relacionalidad” y “eficiencia”
como narrativa unitaria de progreso, que se disuelve junto a los fundamentos de la noción de
“verdad”, “acción” y “conocimiento”.
El término “postmoderno” rebasa el ámbito filosófico para posicionarse en otras expresiones
socio-culturales, como asimismo sobrepasa al ámbito estético para posicionarse en lo sociocultural
desde Toynbee, Pannwitz, pasando por Hassan, Jenks hasta Lyotard. A comienzos del siglo XX se
refiere a un tipo de hombre con características deportivas, nacionalista, educado militarmente,
religioso, salido de la revolución radical del nihilismo europeo. Este tipo de hombre se asemeja al
superhombre nietzscheano en cuanto superador de la decadencia y nihilismo que caracterizan a la
modernidad. En la historiografía, el término “postmoderno” indica la fase actual de la cultura
occidental, desde 1875 que designa el cambio político desde un nacionalismo-estatal hacia una
interacción global. En el ámbito de la literatura norteamericana el término señalaba –negativamente–
la literatura del presente (1959) como una literatura caracterizada por un adormecimiento y abandono
Rocco, Raymond. ‘Reformulando las construcciones postmodernas de diferencia: espacios subalternos, poder y ciudadanía’, en García Selgas,
Fernando J. y Monleón, José B. eds. (1999) Retos de la postmodernidad. Ciencias sociales y humanas. Madrid, Trotta, pág. 273.
762
Picó, Josep comp. (1988) o.c., pág. 13.
763
ibid., págs. 13-14.
764
Thiebaut, Carlos (1996) o.c., pág. 378.
761
del poder innovador. En la década de los años ’60 –en un sentido positivo– se opone a la literatura
moderna elitista e intelectual como una literatura de masas, romántica, sentimental y popular,
pasando a ser un modelo plural de lenguajes y modos de expresión. Lo plural también se situó en lo
arquitectónico y otras artes, el cual se caracteriza por usar diferentes códigos: elitista y popular,
moderno y tradicional, internacional y regional, etc.765
Sin embargo, su posicionamiento crítico al programa de la modernidad es su rasgo
fundamental, arrojando resultados potentes tanto teóricos como prácticos, culturales como
valóricos766 a partir del trabajo de Lyotard y su concepción postmodernizadora de modernidad,
originó en los años ’80 con la aparición de La condición postmoderna. Informe sobre el saber
publicado en 1979 –Informe encargado por el Consejo Universitario de Québec, en el que analiza la
condición del saber en las sociedades desarrolladas– un intenso debate sobre el estado de las
sociedades post-industriales avanzadas en su despliegue histórico y que la instalación o presencia de
lo “postmoderno”, es una cuestión múltiple que concierne indistintamente a la ciencia –post-método
científico–, a la filosofía –post-metafísica o post-filosófica–, a la moral –post-convencional–, a la
política –post-ideológica– y a la estética –post-vanguardia–, inscritas en un orden epocal
determinado, postulando el descrédito de la idea que capitanea a la modernidad: el Progreso como la
idea de un progreso lineal y coherentemente articulado que ordena las complejidades acumuladas en
la historia de la sociedad moderna.
Esta negación de la posibilidad de la verdad de las “grandes narrativas”, “metarrelatos” o
“narraciones” legitimadoras del saber e interpretadoras de la historia como objetos de fe
(cristianismo, modelo ilustrado, hegelianismo, romanticismo, historicismo, marxismo,
liberalismo…), se constituyó en la autoafirmación de la crítica postmoderna contra la posibilidad y
legitimidad del proyecto moderno en su aspecto epistemológico, sirviéndose del pesimismo creciente
posterior a las Guerras Mundiales respecto a la razón moderna ilustrada, que develó que el
optimismo ilustrado, que en un principio compensó con el desarrollo tecnológico, el bienestar y el
consumo, finalmente, ante los acontecimientos traumáticos de barbarie, desastres ecológicos
producidos por el industrialismo y la transformación urbana, es puesto en duda: ¿el progreso será
capaz de responder a su promesa originaria expresando la vacuidad de aquellas ilusiones o
especulaciones racionales que daban sentido al pensamiento y acción de la Ilustración? Hablar de
“progreso”, hoy es “maldiciente”.
Los fundamentos filosóficos de la modernidad en tanto que proyecto, es decir, aquellos que
según Lyotard cobran la figura de metadiscursos fundantes del proyecto cultural moderno, son el
universitario de Humbolt y la filosofía del espíritu de Hegel en cuanto coincidentes en su aspiración:
«derivarlo todo de un principio original [actividad científica] […] referirlo todo a un principio
ideal [práctica social] […] reunir ese principio y ese ideal en una única Idea, que asegura que la
búsqueda de causas verdaderas en la ciencia no puede dejar de coincidir con la persecución de
fines justos en la vida moral y política.»767
La ciencia está legitimada por el devenir de la Idea y de la razón en la historia y su consecuente
progreso: coincidencia y consecuencia del saber científico en una única idea conforme al itinerario
del autoconocimiento del espíritu. El saber encuentra su fundamento en sí mismo, en la existencia de
un metaprincipio «que funda el desarrollo, a la vez que del conocimiento, de la sociedad y del Estado
en la realización de la “vida” de un Sujeto.»768 El conocimiento se alza así en la actividad que media
para que el sujeto sea Sujeto universal, racional, reconciliado con la finalidad del proyecto: el
progreso, que distribuye y justifica las ciencias. Si en Hegel769, el proyecto encuentra la legitimación
765
Berciano, Modesto (1998) Debate en torno a la posmodernidad. Madrid, Síntesis, págs. 11-12.
Wellmer, Albrecht. ‘La dialéctica de modernidad y postmodernidad’, en Picó, Josep comp. (1988) o.c., págs. 103-140.
767
Lyotard, Jean-François (1984) La condición postmoderna. Informe sobre el saber. Madrid, Cátedra, págs. 65-66. En adelante CPM.
768
CPM, pág. 68.
769
Vid. Hegel, Georg Wilhem Fredrich (1985) Enciclopedia de las ciencias filosóficas. Madrid, Alianza, §377-405.
766
del saber especulativo, es en Kant770, donde alcanza su sentido práctico más allá del conocimiento,
pues para Kant «el saber no encuentra su validez en sí mismo, en un sujeto que se desarrolla al
actualizar sus potencialidades de conocimiento, sino en un sujeto práctico que es la humanidad.»771
De tal forma, el sujeto es un sujeto práctico-moral que internaliza un proyecto emancipador
que vence la heteronomía y la impone a los otros de manera imperativa y universal. Razón y praxis
coinciden en la conformación de un mundo y en un discurso emancipador individual y colectivo.
Asimismo y en coordinación con este proceso, el propio racionalismo ilustrado entra en crisis: la idea
de una racionalidad desmitificadora incuba la posibilidad de volverse contra sí misma y, por tanto, la
crítica se vuelca sobre la misma razón arquitectónica del progreso, sobre su autoafirmación histórica:
la Primera Guerra Mundial significa la caída de la civilización occidental del siglo XIX, es decir, de
lo imperios, del capitalismo mercantil y del liberalismo, y la Segunda, significa el genocidio judío y
las bombas atómicas, dando entrada a la paradojal “Edad de Oro” del progreso material por el
crecimiento económico extraordinario. Para la conciencia progresista ilustrada, Auschwitz cobró la
figura epifánica de mal absoluto. Desde tal experiencia toda la filosofía adorniana (el análisis de la
realidad social, la historia, la cultura, el individuo) carga con la culpa del sufrimiento extremo, del
sufrimiento indecible. La filosofía de Adorno se alimenta de la responsabilidad que la existencia de
Auschwitz impone al pensamiento por haberlo posibilitado e incluso por pervivir después de “la
ruptura de todo discurso” que supone «la objeción más radical a cualquier detención del pensamiento
en el comprender. Más bien constituye una motivación persistente para la renovada reflexión sobre
lo incomprensible de una catástrofe que se produjo en medio de la cultura occidental y de sus
supuestos logros civilizatorios.»772 Incorporando las condiciones de posibilidad de cualquier discurso
ético-religioso: «la razón se ha autoliquidado en cuanto medio de intelección ética, moral y
religiosa»773 al dejar “entrar” al mundo lo insondable del mal:
«No se puede poder a Auschwitz en analogía con la aniquilación de las cuidades-estado griegas
no viendo más que un mero aumento gradual del horror, una analogía con la que conservar la
paz del alma. Pero es innegable que los martirios y humillaciones jamás experimentados antes
de los que fueron transportados en vagones para el ganado arrojan una intensa y mortal luz
sobre aquel remoto pasado, en cuya violencia obtusa y no planificada estaba ya
teleológicamente implícita la violencia científicamente concebida. […] Quien se sustrae a la
evidencia del crecimiento del espanto no sólo cae en la fría contemplación, sino que además se
le escapa, junto con la diferencia específica de lo más reciente respecto a lo acaecido
anteriormente, la verdadera identidad del todo, del terror sin fin.»774
La crisis de efectualidad y efectividad de la razón, debido a la fundación del objeto en la
subjetividad, no expresa otra cosa que la voluntad de dominio sobre ese objeto –ente, naturaleza,
realidad–, que se traduce en la modificación de las formas de experiencia de comprensión sobre lo
real y el sujeto mismo. El sujeto –de libertad y de conocimiento– es ahora un repertorio de
contradicciones y de irresolubles disociaciones como centro antropológico y epistemológico: se
desarticula la idea de totalidad unitaria y con ella, las formas de los “grandes relatos”, cuya
finalidad era la de legitimar política y socialmente el saber moderno ligado a un proyecto de corte
emancipatorio, cuyo sentido ha finalizado en la historia de Occidente (Vattimo):
«El reconocimiento de la carencia de fundamento y de su carácter irrevocable lleva consigo la
renuncia a cualquier tentación de formular un proyecto total de transformación de la realidad
770
Cfr. Kant, Immanuel (1990) Crítica de la razón práctica. Argentina, Losada.
CPM, pág. 69.
772
CRI, pág. 42.
773
CRI, pág. 56. Adorno ilustra la exigencia ética y espiritual frente a esto: «Hitler ha impuesto a los hombres un nuevo imperativo categórico para su
actual estado de esclavitud: el de orientar su pensamiento y acción de modo que Auschwitz no se repita, que no vuelva a ocurrir nada semejante. Este
imperativo es tan reacio a toda fundamentación con lo fue el carácter fáctico del imperativo kantiano. Tratarlo discursivamente sería un crimen: en él se
hace tangible el facto adicional que comporta lo ético. Tangible, corpóreo, porque representa el aborrecimiento, hecho práctico, al inaguantable dolor
físico a que están expuestos los individuos, a pesar de la individualidad, como forma espiritual de reflexión, toca a su fin.» Adorno, Theodor W. (1992)
Dialéctica negativa. Madrid, Taurus, pág. 365.
774
Adorno, Theodor W. (1987) o.c., §149, pág. 241.
771
social; y esto, no sólo por tener cuenta que semejante realidad, a causa de su enorme
complejidad, trasciende y supera cualquier intento emancipador, sino también porque la
admisión de los límites del saber pone de manifiesto la violencia contenida en la voluntad de
encarnar en la experiencia real la excesiva simplificación de los paradigmas teóricos. Por tanto
esa experiencia se encuentra caracterizada por una actitud de atención que por un intento de
acción y de intervención; es decir, por un estado de ánimo que tiende más a mostrar que a
demostrar o a “construir”.»775
Atendiendo a lo anterior, el prefijo “–post” designa entonces la «experiencia del final del
fundamento»776, de la «disolución de los fundamentos [que marca] el momento de tránsito [a] la
posmodernidad»777, y por ende, la expresión de «la decadencia de la potencia unificadora y
legitimadora de los grandes relatos de la especulación y de la emancipación»778. Experiencias que
trazan un cambio en el horizonte epocal donde el pensamiento contemporáneo se ve «in-cluido y
excluido –es decir, dentro y fuera de las formas de mediación simbólica–, sin que ese saber le
permita resolver su situación, com-prendiéndose. [El] pensamiento reconoce el carácter inconciliable
de la situación existencia y de la carencia de una superación definitiva de sus contradicciones; por
tanto, no existe télos alguno de la historia, sino que ésta, al contrario, se presenta como experiencia
repetitiva –a través de mediaciones simbólicas siempre nuevas y con distintos grados de conciencia–
de la misma imposibilidad de conciliación.»779
Se trataría entonces de una hipótesis sobre nuestra cultura post-Auschwitz y la dinámica de
discontinuidad económica en su camino hacia la paradojal racionalización total de la estructura
social –el control total requiere de la totalidad de energía en su aplicación–, de desestabilización de
los significados y destrucción del orden simbólico, una nueva modalidad de subjetividad oscilante,
variable, descentrada, intermitente en el sentido y descomprometida en las convicciones –políticas,
religiosas, colectivas–, que marca distancia de la Ilustración e instala nuevas perspectivas –
culturales, estéticas o artísticas, científicas y sociales– en oposición a los relatos, usos y organismos
modernos.
La sociedad postmoderna ejecuta una retracción del tiempo social e individual, a la vez que
impone la necesidad de prever y organizar el tiempo colectivo: agotamiento del impulso modernista
hacia el futuro, desencanto y monotonía de lo nuevo, cansancio de una sociedad que consiguió
neutralizar en la apatía aquello en lo que se funda: el “cambio”. Los tiempos modernos señalan una
obsesión por lo “nuevo”, por la evanescencia de las modas, las desilusiones del progresismo a la
vista de sus resultados, empuja a los sujetos al cultivo de lo “actual”. El poder de lo racional se ha
cambiado en poder bruto y se vuelve contra la racionalidad misma; el poder que se creía haber
conquistado sobre todas las cosas se revela en puro despoder. La cultura postmoderna, es detectable
por la búsqueda de calidad de vida, la pasión por la personalidad, su sensibilidad medioambientalista,
el culto de la expresión, la moda retro, y la rehabilitación de lo local o regional, como también, por
determinadas creencias y prácticas tradicionales. En fin, es descentrada, materialista y psi, porno,
discreta, renovadora y retro, consumista y ecologista, sofisticada y espontánea, espectacular y
creativa780:
«la verdad de la sociedad posmoderna, sociedad abierta y plural, que tiene en cuenta los deseos
de los individuos y aumenta su libertad combinatoria. La vida sin imperativo categórico, la
vida kit modulada en función de las motivaciones individuales, la vida flexible en la era de las
combinaciones, de las opciones, de las fórmulas independientes que una oferta infinita hace
posibles, así opera la seducción. Seducción en el sentido de que el proceso de personalización
Crespi, Franco. ‘Ausencia de fundamento y proyecto social’, en Vattimo, Gianni y Rovatti, Pier Aldo (2000) El pensamiento débil. Madrid, Cátedra,
pág. 343.
776
ibid., pág. 350.
777
Vattimo, Gianni (2004) o.c., pág. 10.
778
CPM, pág. 76.
779
ibid., pág. 345.
780
Lipovetsky, Gilles (2005) La era del vacío. Ensayos sobre el individualismo contemporáneo. Barcelona, Anagrama, págs. 17-33.
775
reduce los marcos rígidos y coercitivos, funciona sibilinamente jugando la carta de la persona
individual, de su bienestar, de su libertad, de su interés propio.»781
Por su parte, el pensamiento postmoderno, se caracteriza específicamente por la coexistencia
de diversas formas de pensar:
«a) la permanencia temporalmente irreversible de la crisis de los valores, es decir, de su
secularización, b) la pluralidad de los lenguajes correspondientes a los distintos discursos
valorativos, c) la secularización del progreso en el aspecto de que las sociedades han perdido
el sentido de su destino, y el devenir no tiene finalidad. El futuro ha muerto y todo es ya
presente, y, por último, d) el cambio en las coordenadas espacio-temporales. En el mundo de
la tecnología de la información ha cambiado radicalmente nuestra experiencia del tiempo y de
la historia. En una palabra, las cuestiones que afloran en la problemática postmoderna están
claras: el estatus del sujeto y su lenguaje, de la historia y su representación.»782
Al referirnos por “re-configuración”, lo hacemos respecto la imagen de una renovación
primigenia, es decir, un proceso cultural inserto temporalmente en la historia que abre una nueva
historia, cuyo centro de acción es la experiencia siempre nueva del sujeto racional sentida de manera
multiforme, confusa y amenazante ante el devenir moderno, testigo dialéctico de la lógica viciosa del
dominio de la técnica del dominar que trastoca el “sentido moderno” de proporcionalidad entre
“proyecto” y “sociedad”, entre “sujeto” e “historia”, entre “cultura” y “política” ideados por la
Ilustración. La “experiencia de la modernidad” –descrita por Berman resulta altamente adecuada en
este momento–, es rupturista, seductora, violenta, desgarrada y desgarradora, ansiosa, terrible e
intranquila por las novedades que trae el “tiempo más nuevo” de la Historia. Se trata de una radical
“re-configuración” socio-cultural como régimen dominante de justificación cognitiva, moral, estética
y pragmática: un nuevo marco de referencia que
«enfatiza las tendencias centrífugas de las transformaciones sociales actuales y su carácter
disgregador y, en este sentido, supone una radicalización de los procesos de integración por
diferenciación que ya habían caracterizado a la modernidad. Considera al “sí mismo” de la
modernidad avanzada como disuelto o desmembrado por la fragmentación de la experiencia.
Interpreta la pobreza que padecen los individuos en el seno de las tendencias a la globalización.
Advierte del “vaciamiento de sentido” de los contextos de acción de la vida diaria como un
resultado de la intrusión de sistemas abstractos (dinero y poder), éste aspecto enfatizado
asimismo por los críticos de la modernidad que no comulgan con el diagnóstico postmoderno.
Critica el pretendido universalismo del racionalismo occidental que ha permitido la espantosa
Shoah (Zygmunt Bauman). La Razón, la representación y la Historia han sido elementos
constitutivos de la modernidad, que se han desplegado como “fundamentos raíz”, como
“borde-límite” y como “devenir social-histórico”, respectivamente. La Razón insiste en que los
objetos son entendidos como transformaciones racionales desde un origen autoevidente, la
representación afirma que los objetos hacen referencia a valores o imágenes externas a ellos
mismos, y la Historia representa un continuum temporal en el que los individuos están bajo la
influencia de significaciones imaginarias –el reino de Dios, la sociedad justa y buena, el
progreso inevitable y sin fin, etc. Estos elementos que conformaron las formas de clasificación
de la “episteme moderna” no conforman ya, a juicio de las diferentes texturas “postmodernas”,
los límites dentro de los cuales tiene lugar la acción social y su justificación.»783
781
ibid., pág. 19.
Picó, Josep comp. (1988) o.c., pág. 46.
Beriain, Josetxu (2000) La lucha de los dioses: del monoteísmo religioso al politeísmo cultural. Barcelona-Caracas-Pamplona, AnthroposUniversidad Central de Venezuela-Universidad Pública de Navarra, págs. 11-12.
782
783
Estas modernas “formas de clasificación epistemológica” se han disuelto en momentos
mecánicos de repetición, pues la «clasificación es una condición del conocimiento, no el
conocimiento mismo, y el conocimiento vuelve a disolver la clasificación.»784
Esta radicalización en la “re-configuración” socio-cultural de la modernidad determina
significativamente la experiencia, el carácter, estilo, subjetividad, sensibilidad y temple del sujeto
histórico –en palabras de Maceiras: su “mítica actual”– que ve cómo los avatares de su tiempo lo
hacen transitar desde las pretensiones y el optimismo de la modernidad ilustrada hacia la elección
individual desvinculada y fragmentaria de la modernidad tardía; del universalismo de la razón hacia
el pluralismo insensible; desde la unidad del método científico hacia la duda y anarquía
epistemológicas; y desde la unidad cultural hacia el multiculturalismo transnacional. En fin, se
produce una desorganización sistémica entre las esferas universal-permanente-necesaria y las esferas
particular-indeterminada-contingente.
La “encrucijada cultural” que abre la postmodernidad, es un desafío que habla de una
conciencia de transición hacia algo más nuevo, hacia una crisis 785 que impulsa un cambio ante el
“optimismo ingenuo” de la Ilustración, pues se ha cambiado la manera de enfrentar el “problema del
sentido” ahora desde la conciencia de la falta de valor de las actividades humanas, de las relaciones
humanas y de las invocaciones naturales, como afirma Lyotard, proponemos que la postmodernidad
es la narrativa de la «nostalgia por lo imposible»786 que una modernidad creyó y prometió, pero que
sólo alcanzó “lo posible”.
Siguiendo estás líneas de crítica histórica-cultural, Lyotard concibe postmodernidad como
resultado o producto originado por lo que hemos llamado una desacoplación de la modernidad con
un tipo peculiar de racionalidad que apunta al cálculo científico-matemático en aras del Progreso o
modernización instrumental del saber, dando paso a la llamada era postmoderna o cultura posterior a
la crisis de los relatos, es decir, al «desuso del dispositivo metanarrativo de legitimación»787, a «la
erosión interna del principio de legitimidad del saber.»788 Examinaba el destino del pensamiento
ilustrado en el umbral de la informatización de las sociedades, el estado de la cultura ante las
transformaciones que vienen –desde finales del siglo XIX– perturbando a las reglas de la ciencia, la
literatura y las artes. Sin embargo, más allá de estas consideraciones, el problema de fondo era la
“crisis de legitimidad” que se producía en el funcionamiento de las democracias del
tardocapitalismo:
«Este estudio tiene por objeto la condición del saber en las sociedades más desarrolladas. Se ha
decidido llamar a esta condición “postmoderna” […], simplificando al máximo, se tiene por
“postmoderna” la incredulidad con respecto a los metarrelatos.»789
Destaca la transformación de la naturaleza del saber frente a la hegemonía del conocimiento
informático:
«El antiguo principio de que la adquisición del saber es indisociable de la formación del
espíritu, e incluso de la persona, cae y caerá todavía más en desuso. Esa relación de los
proveedores y de los usuarios del conocimiento con el saber tiende y tenderá cada vez más a
revestir la forma que los productores y los consumidores de mercancías mantienen con estas
últimas, es decir, la forma de valor.»790
La idea del avance progresivo –la insistencia de entender modernidad como progreso y no
como un proceso histórico-cultural de avance de lo humano– ya no sería capaz de organizar la
784
DI, pág. 263.
Husserl sitúa como centro de la crisis al interior del conocimiento moderno científico proyectado al saber en general, a aquel «problema
específicamente filosófico […] en cuanto ser racional […], es el “sentido”, la razón en la historia.» Husserl, Edmund (1991) o.c., §3, pág. 9.
786
Lyotard, Jean-François (1996) o.c., pág. 25.
787
CPM, pág. 10.
788
CPM, pág. 75.
789
CPM, págs. 9-10.
790
CPM, pág. 16.
785
infinidad de acontecimientos que constituye la estancia en este mundo, sincronizar eficacia
progresista y complejidad humana, pues el desarrollo tecnológico posee una mecánica y ritmo
propios, independientes de las necesidades humanas. En palabras de Lyotard, hoy se ha hecho
imposible seguir legitimando el desarrollo apelando a la emancipación de la humanidad, incluso no
importa que, en cierto sentido, la conciencia de crisis venga constituyendo la certeza básica del orden
moderno.791
El modo de la modernidad es ser “proyecto792 de orden” y su actividad fundamental, velar por
el funcionamiento de ese orden, el respeto de su jeraquización y la garantía de su mantenimiento en
el tiempo. La “positividad” y la “negatividad” operan en el individuo de manera sorda y sin sentido,
pues el individuo coopera “positivamente” en el sostenimiento del orden que necesita el sistema para
funcionar, pero inconsciente de la “negatividad” que soterradamente desfundamenta su vida.
Las preferencias metafísicas de la modernidad, que se habían expresado en grandes
“metarrelatos” (desde el racionalismo hasta el hegelianismo), tenían por característica unificar el
conocimiento y la experiencia en una síntesis absoluta. La propia ciencia –que durante la
modernidad figura como piedra angular del conocimiento legítimo– escindida ya en una
multiplicidad de disciplinas, habría perdido su unidad y la figura del científico, cuya palabra
antaño explicaba y legislaba, ofrecía sólo “interpretaciones”, quedando inmersos en el mundo de
la opinión. Por su parte, la deslegitimación que experimentan las democracias postindustriales o
Estado-Nación, lleva a preguntarse qué permite hoy afirmar que una ley es justa o un enunciado
verdadero. El sujeto habría dejado de creer en los “grandes relatos” que legitimaban la sociedad y
los saberes institucionalizados. La legitimación parece en efecto dada por la simple eficacia, por la
“performatividad”793 entendida como disminución del input –gasto– y aumento del output –
ganancia–:
«El estatuto que de esta manera se asigna a la ciencia está directamente tomado de la ideología
tecnicista: dialéctica de las necesidades y de los medios, indiferencia en cuanto al origen,
postulado de una capacidad infinita de lo “nuevo”, legitimación por el “más poder”. La razón
científica no es cuestionada de acuerdo con el criterio de lo verdadero de lo falso
(cognoscitivo), sobre el eje mensaje/referente, sino en virtud de la performatividad de sus
enunciados, sobre el eje destinador/destinatario (pragmático).»794
Se intuye una sensación generalizada de pérdida de sentido, sobre todo en el descubrimiento
de que no existe ya relación alguna efectiva entre adquisición del saber y formación del espíritu en
aras a la verdad. La verdad retrocede ante el poder del dato cuando el conocimiento se produce
para ser vendido, despojado por completo de su valor de uso y la enseñanza –el humanismo, la
formación, la Universidad– se reduce, en consecuencia, a un mero subsistema del sistema social
regido por la leyes de mercado.
La traslación operada por la ciencia y la técnica y su legitimación desde la verdad de sus
enunciados a la utilidad de sus argumentos sin pruebas, habla de la transformación del estatuto del
saber acorde a la entrada de las sociedades en la era postindustrial y la cultura en la edad
postmoderna informacional:
«El tomar críticamente conciencia de la fuerza destructora inscrita en la ratio y en la relación
ratio-dominio, no es la consecuencia de un auténtico debilitamiento de la estructura de poder,
791
CPM, pág. 110.
CPM, pág. 30.
793
El término “performatividad” es un neologismo que surge de performance, que alude, en este sentido al rendimiento, productividad y maximización
de la relación insumo/producto, gasto/ganancia como “criterio técnico” en una época en la que domina la tecnociencia, Vid. Lyotard, Jean-François
(1996) o.c., pág. 19.
794
Lyotard, Jean-François (1996) o.c., pág. 75.
792
sino que surge en el momento en que, por haber alcanzado ese sistema su máximo grado de
objetivación, entran en crisis las formas ideológicas que lo legitimaban.»795
Este paso –comenzado desde finales de los años ’50–, expresa la transformación del estatuto
del saber científico al interior de la era de la información o en la galaxia de las comunicaciones o
en infoesfera como arquitectónica de la información o más precisamente, en la fase del
capitalismo informacional796, definiendo el tránsito de la era industrial a la era de la información
donde se produce la conversión de una economía de la producción industrial-capitalista a una
economía de la producción informacional basada en la información electrónica y la
comunicación.797 Del intercambio de bienes, pasando por la producción material hacia la
digitalización del conocimiento, la desmaterialización del capital y del dinero en redes de datos
que fluyen en paquetes de información y conocimiento virtual.
La modificación de la naturaleza del saber como valor de cambio en el mercado y la imagen
de transacción como mercancía, además como principal fuerza de producción, fuente de riqueza y
poder determinado por la tecnología en el campo de la investigación como en la transmisión del
conocimiento.798 El saber pierde su función transmisora de conocimientos: la adquisición del
saber es indispensable en la formación del espíritu se exterioriza respecto del sujeto pensante,
perdiendo su “valor de uso” por el “valor de cambio”, trasladándose desde la sapiencia (paideia,
humanismo, Bildung) o formación del espíritu a la mercancía informacional del dato o valor
económico, reduciendo las posibilidades de construcción de sistemas o visiones filosóficas de
conjunto.
La incredulidad radical respecto a las metanarrativas o metarrelatos legitimadores de la
sociedad moderna, representa el colapso de las fuerzas legitimadoras de la Idea y creencia en
Dios-fundamento, sustituida por las grandes ideas-conceptos de Progreso, Emancipación e
Ilustración, pero también el ideal social moderno y creciente individualismo de las sociedades
complejas desvinculadas de proyectos políticos y utópicos, que como afirma Bell, el
«aflojamiento de los hilos que antaño mantenían unidas la cultura y la economía, y de la
influencia del hedonismo que se ha convertido en el valor predominante de nuestra sociedad»799
dibujan el panorama contradictorio de la cultura capitalista. El “poder” del relato se desdibuja, se
desvanece y se traslada concentrándose en el ámbito económico-empresarial como eje de
proyección y acción. El colapso tanto de los relatos omniexplicativos y vinculantes como del lazo
social garantizador de la participación cívica que sostenían, da lugar al dominio nihilista de un
sujeto tensionado en las redes de este mundo tecno-globalizado:
«Los metarrelatos […] son aquellos que han marcado la modernidad: emancipación progresiva
de la razón y de la libertad, emancipación progresiva o catastrófica del trabajo (fuente de valor
alienado en el capitalismo), enriquecimiento de toda la humanidad a través del progreso de la
tecnociencia capitalista, e incluso, si se cuenta al cristianismo dentro de la modernidad
(opuesto, por lo tanto, al clasicismo antiguo), salvación de las criaturas por medio de la
conversión de las almas vía el relato crístico del amor mártir. La filosofía de Hegel totaliza
todos estos relatos en este sentido, concentra en sí misma la modernidad especulativa. […]
Estos relatos no son mitos en el sentido de fábulas (incluso el relato cristiano). Es cierto que,
igual que los mitos, su finalidad es legitimar las instituciones y las prácticas sociales y
políticas, las legislaciones, las éticas, las maneras de pensar. Pero a diferencia de los mitos,
estos relatos no buscan la referida legitimidad en un acto originario fundacional, sino en un
futuro que se ha de producir, es decir, en una Idea a realizar [que] posee un valor legitimante
Crespi, Franco, ‘Ausencia de fundamento y proyecto social’, en Vattimo, Gianni y Rovatti, Pier Aldo (2000) o.c., pág. 349.
Vid. Castells, Manuel (2001) La era de la información. Economía, sociedad y cultura, vol. II ‘El poder de la identidad’. Madrid, Alianza, pág. 48.
797
Vid. Negroponte, Nicholas (1995) El mundo digital. Madrid, Grupo Zeta, pág. 25.
798
CPM, pág. 107.
799
Bell, Daniel (1977) o.c., pág. 11 y ss.
795
796
porque es universal. Como tal orienta todas las realidades humanas, da a la modernidad su
modo característico: el proyecto […] (de realización de la universalidad) no ha sido
abandonado ni olvidado, sino destruido, “liquidado”.»800
La descripción realizada por Lyotard de un mundo más allá de la “ideología del progreso”, se
funda en la medida en que la dirección tomada por la tecnología contemporánea dictaba ya la
informatización de las sociedades: el paso de la unidad a la fragmentación, de la homogeneidad a la
heterogeneidad y de la identidad unificada a la negación o dispersión de las identidades:
«En la actualidad se dan tres hechos notables: la fusión de las técnicas y de las ciencias en un
enorme aparato tecnocientífico; la revisión en todas las ciencias, no sólo de las hipótesis,
incluso de los “paradigmas”, sino también de los modos de razonamiento, de lógicas
consideradas como “naturales” e imprescriptibles: las paradojas abundan en la teoría
matemática, física, astrofísica, biológica; y, por último, la transformación cualitativa aportada
por las nuevas tecnologías: las máquinas de la última generación llevan a cabo operaciones de
memoria, consulta, cálculo, gramática, retórica y poética, razonamiento y juicio (sistemas
expertos). Estas máquinas son prótesis de lenguaje, o sea, de pensamiento.»801
La ciencia postmoderna –cuya razón ya no se funda en la homología de los expertos, sino en la
“paralogía”802 de los inventores– hace teoría de su propia evolución como discontinua, catastrófica,
no rectificable, paradójica. Al producirse lo desconocido sugiere un nuevo modelo de legitimación:
el de la diferencia, comprendida como paralogía, una “jugada” hecha en la pragmática de los saberes
con el objetivo de legitimar “metodológicamente”, es decir, empíricamente, lo que en teoría no
encuentra fundamento “científico”, pues «la ciencia juega su propio juego, no puede legitimar a los
demás juegos del lenguaje»803:
«Lyotard formuló todo un programa de análisis que recoge y sistematiza elementos de crítica a
la modernidad […]: las sociedades contemporáneas ya no son como las sociedades típicamente
modernas cuya complejidad racional se dejaba analizar en el programa neokantiano de Weber
o en el programa funcionalista y sistémico, y cuyos heroicos retratos aparecían petrificados en
el canon liberal de la modernidad; los procesos de tecnificación e informatización han reducido
al lenguaje mediático e informatizado todas esas complejidades; la inadecuación del canon
racionalista liberal y esa especial primacía del lenguaje deja abierta una forma de saber y de
relato del sentido que la modernidad había dejado en una opaca oscuridad: el saber y el relato
narrativo en el que se expresan las formas de subjetividad cada vez más libres, menos
domesticadas por aquellas ya inadecuadas y férreas autoimágenes racionalistas de la
modernidad.»804
Lo que queda es una red funcional de “juegos de lenguaje” –red que tiene un sentido contrario
al consenso basado en el logos, en el discurso (Diskurs o diálogo de argumentaciones para
Habermas) y es proclive a la paralogía, al disenso–, en la cual el sentido tradicional del conocimiento
como saber y sabiduría se descompone en metanarraciones pequeñas y locales basadas en la
sociolingüística y en la teoría de la performance:
«La nostalgia del relato perdido ha desaparecido por sí misma para la mayoría de la gente. De
lo que no se sigue que estén entregados a la barbarie. Lo que se lo impide es saber que la
800
Lyotard, Jean-François (1996) o.c., págs. 29-30.
ibid., pág. 99.
802
Un paralogismo, es un argumento que contiene una falacia y que es contrario a las reglas de la lógica. En Lyotard, significa “inventiva”, “disenso” y
“aceptación de paradojas”.
803
CPM, pág. 76.
804
Thiebaut, Carlos (1996) o.c., pág. 382.
801
legitimación no puede venir de otra parte que de su práctica lingüística y de su interacción
comunicativa.»805
En este sentido, la postmodernidad operaría una serie de innovaciones en las tradicionales
“reglas del juego” aportadas por la matriz moderna ilustrada: cuestiona la posicionada legitimidad
del saber científico que se apoya en supuestos narrativos –metarrelatos– que no son en sí mismos
científicos. Siguiendo a Wittgenstein, Lyotard emplea la teoría de “juegos de lenguaje”806 y sostiene
que la misma ciencia es un producto de la especialización de sus contenidos y prácticas, pues se
orienta a una fragmentación inconmensurable dotada de una legitimidad particular y local, es decir,
la ciencia pierde su legitimidad universal, ya que cede frente a la legitimidad mercantil de su
conocimiento por la satisfacción consumista en lo operativo-tecnológico:
«El recurso a los grandes relatos está excluido […] Pero […] el “pequeño relato” se mantiene
como la forma por excelencia que toma la invención imaginativa […]. Por otra parte, el
principio del consenso como criterio de validación parece también insuficiente. O bien es el
acuerdo de los hombres en tanto que inteligentes cognoscentes y voluntades libres, obtenido
por medio del diálogo […]. O bien es manipulado por el sistema […] El consenso se ha
convertido en un valor anticuado, y sospechoso. Lo que no ocurre con la justicia.»807
Sobre los “juegos del lenguaje”, Lyotard afirma, en primer lugar, que las reglas no obtienen
su legitimación en ellas mismas, sino que forman parte de un contrato entre los jugadores; en
segundo lugar, que sin reglas no hay juego, y que cualquier modificación en ellas, modifica el
juego, y que por supuesto, si una jugada o enunciado no cumplen las reglas, queda fuera del
juego; y en último lugar, todo enunciado debe ser considerado como una jugada hecha en un
juego.808
La postmodernidad gatilla una “asombrosa aceleración” de un peculiar estado al interior de
y respecto de la modernidad. No es la modernidad en sus postrimerías sino, por el contrario, su
estado naciente y constante, su principio gestacional intra-modernidad que operaría como el
inauguración y no como su ocaso. Es la inmolación de la modernidad llevada a su extremo, a sus
límites tanto operativos, críticos como reflexivos; no es lo contrario de lo moderno, sino la
culminación de la modernidad donde ésta, a través de su propio impulso de revisabilidad crítica,
se autoflagela, pues en la Ilustración el sistema filosófico pierde potencia vinculante y
representativa, fuerzas que debido a su movimiento activador del proceso transformador de las
instituciones y estructuras, devienen en potencias disgregadoras y fragmentadoras. Vale decir, la
postmodernidad no es lo que viene después de la modernidad, sino la asunción de la conciencia de
crisis como un retorno desmedido, “hombre loco” de la imagen que la modernidad hace de sí
misma:
«La post-modernidad sería comprender según la paradoja del futuro (post) anterior
(modos).»809
Afirma al respecto Lyotard, que la «modernidad se desenvuelve en la retirada de lo real y de
acuerdo con la relación sublime de lo presentable con lo concebible, en esta relación se pueden
distinguir dos modos […]. Se puede poner el acento en la impotencia de la facultad de presentación,
en la nostalgia de la presencia que afecta al sujeto humano, en la oscura y vana voluntad que lo
805
CPM, pág. 78.
Wittgenstein considera al lenguaje como un “juego lingüístico” con tiene reglas que respetar para que tenga sentido. El lenguaje es sólo parte del
sistema de acciones humanas; lo que se realiza en la acción es “comprendido” al hablarlo. El juego de lenguaje designaría entonces, el contexto de
sentido, el marco de significación de una palabra dependiente del uso en el lenguaje: «La expresión “juego de lenguaje” debe poner de relieve aquí que
hablar el lenguaje forma parte de una actividad o de una forma de vida.» Wittgenstein, Ludwig (2002) Investigaciones filosóficas. Barcelona, CríticaIIF/UNAM, I, 123, pág. 39.
807
CPM, págs. 109-118.
808
CPM, pág. 27.
809
Lyotard, Jean-François (1996) o.c., pág. 25.
806
anima a pesar de todo. O si no, se puede poner el acento en la potencia de la facultad de concebir
[…], puesto que no es asunto del entendimiento que la sensibilidad o la imaginación humanas se
pongan de acuerdo con aquello que él concibe; y se puede poner el acento sobre el acrecentamiento
del ser y el regocijo que resultan de la invención de nuevas reglas de juego.»810
Lo anterior, no se refiere a una suerte de “superación dialéctica” y epocal que empuje «“más
allá” de la modernidad, sino que precisamente, estamos viviendo la fase de su radicalización»811,
de un “rebasamiento” o continuidad de las tendencias modernas con resultados aún más
novedosos, radicales y descontrolados para la racionalidad moderna: «el “post–” de
“postmoderno” no significa un movimiento de come back, de flask back, de feed back, es decir, de
repetición, sino un proceso a manera de ana–, un proceso de análisis, de anamnesis, de anagogía y
de anamorfosis, que elabora un “olvido inicial”.»812 Representa un repliegue crítico sobre una
cierta autoimagen: la Ilustración como crisol supratemporal de los ámbitos científico-técnico,
ético-político y estético-expresivo de la cultura como pilares de la universalidad del proyecto, en
el que la propia modernidad queda subsumida en el proceso modernizador, desapareciendo como
objeto de investigación.
La modernidad ha fracasado en su global (antes universal) incursión histórica, ya que «la
noción de historicidad se ha vuelto problemática [pues] la idea de historia como proceso unitario
se disuelve y en la existencia concreta se instauran condiciones efectivas, no sólo la amenaza de la
catástrofe atómica, sino también sobre todo la técnica y el sistema de información que le dan una
especie de inmovilidad realmente no histórica»813, al permitir que la totalidad de la vida se haya
fragmentado sin especialidades independientes dejadas en manos de la competencia de los
expertos, mientras que «el individuo concreto vive el sentido “desublimado” y la “forma
desestructurada” no como una liberación, sino en el modo de ese inmenso tedio»814 como parte
«de una masa compuesta por átomos individuales lanzados a un absurdo movimiento browniano
[movimiento aleatorio que se observa en algunas partículas nanoscópicas que se hallan en un
medio fluido].»815
De lo anterior, se entiende que nuestra actualidad se conciba no sólo a partir de la virulencia
histérica de la crítica postmoderna, del patético debilitamiento ideológico, de la orgullosa
autovalidación de la ciencia y tecnología traducida en transacción material con todo su aparataje
progresista, sino también desde una radical desconexión que expresa un “compromiso insolidario”
con la “experiencia” y “expectativa” históricas (Kosseleck) en un mecanismo de trueque de
sentido existencial por veracidad y comprobación: el sesgo de la sociedad moderna «no apunta ya
hacia el sentido sino hacia la verdad. La aventura moderna es fundamentalmente epistemológica;
enuncia las condiciones de la certeza, ausculta los límites de la razón, estudia las variables formas
de adecuación entre el hecho y la palabra, entre el sujeto y el objeto, entre el pensamiento y el
mundo […] En este desplazamiento radican la fuerza y la debilidad del pensar moderno: su fuerza
es de índole veritativo-funcional y se percibe en la notable capacidad de la ciencia y la técnica
contemporáneas para proponer problemas y ensayar correctivos.»816
La modernidad propugnaba la idea de la Historia como un todo que evoluciona impulsado
por fuerzas-maestras, desde un discurso global hacia uno jerarquizado por disímiles metarrelatos
teleológicos. Al contrario, la condición postmoderna desconfía de las visiones totalizadoras y a
partir de ello, la “gran historia” se disuelve en numerosas micro-historias. El objeto no es ya la
“verdad”, sino la “verosimilitud”. Intereses que hacen que el ideario moderno de organización
810
ibid., págs. 23-24.
Giddens, Anthony (1993) o.c., pág. 57.
ibid., pág. 93.
813
Vattimo, Gianni (1996a) o.c., pág. 13.
814
ibid., pág. 12.
815
CPM, pág. 36.
816
Lanceros, Patxi (1997) o.c., pág. 47.
811
812
racional de la realidad, experimente transformaciones que van desde sus dimensiones
estructurales político-económicas, socio-culturales y psico-trascendentales, hasta aquellas que
guardan relación con la conformación, consistencia interna, proyección temporal, identidad,
relacionalidad y temple del sujeto que la conforma, como asimismo la sensibilidad de un peculiar
estado estético-expresivo de la sociedad contemporánea.
Situación que complejiza los referentes interpretativos, debilita los vínculos garantizadores de
sentido, replantea los sistemas de sociabilidad, la elaboración de pautas normativas y la comprensión
de los tradicionales dispositivos racionales a partir de una peculiar “re-configuración” o “remodulación” operada por la modernidad de las categorías epistemológicas, metafísicas u ontológicas
y éticas o morales trabajadas por la tradición greco-romana-escolástica, organizando los ámbitos del
“saber”, “hacer” y “creer” desde el desarrollo de la racionalidad controladora para la
autodeterminación política y moral; el avance de la racionalidad tecno-instrumental, mesológica o
finalística que apunta al cálculo, control y dominio de los procesos sociales y naturales; de un
proyecto normativo ético-político de la sensibilidad y vida colectiva insertas en las líneas de libertad,
igualdad y fraternidad; y finalmente, el desarrollo de una filosofía crítica como autoconciencia de
revisabilidad de estos procesos.817
Insistimos en que hoy esta idealización se ha desarticulado a partir del divorcio entre razón
instructora (objetiva) y razón instrumental (fin en sí mismo), produciéndose un giro desde lo
político-partidista a lo económico-empresarial, desde la sapiencia a la mercancía informacional
del dato, desde la liberación de la minoría de edad vía dominación fáctica a la opresión productoburocrática del sistema neoliberal globalizado. La transformación de la misma modernidad y de
su rumbo histórico, ha dado paso a procesos de abandono de la misma, de su superación y de la
radicalización de la crítica, de la exigencia que la semántica postmoderna verbalice una estructura
que reemplace a la “agotada modernidad” como asimismo de la defensa del inconcluso proyecto
moderno.
Pese a todo, no percibimos vientos de renovación de la modernidad, sino tan sólo la teorización
instalada de la postmodernidad y el estiramiento de los márgenes modernos, operando estructural y
sistemáticamente, administrando lo peor de la herencia moderna: la condición mitologizada del
progreso y la ciencia, la nostalgia de su promesa ilustrada, su autoconciencia global y
autolegitimación tecnológica. Es la seña de aquella modernidad que, delatada por la teoría crítica
frankfutiana, la revisión de las estructuras de poder de Foucault, el agotamiento de los relatos
culturales según Lyotard, el decadentismo, pesimismo, el malestar de la cultura o de angustia
existencial, por las ideologías somníferas de Marx, el carácter destructivo según Benjamin, de un
cierto malestar freudiano, de una tragedia cultural en Simmel, una náusea sartreana, un tedio para
Baudelaire, ambivalencia y liquidez para Bauman, un cierto desánimo incómodo y malestar
desconcertante, se entrega agobiada para su interrogatorio. Pero también supone la repercusión de
una conquista, de una pre-ocupación, de una ocupación y una re-ocupación de nuestro tiempo
presente como objeto de reflexión, de una consecuente reinterpretación del protagonismo del sujeto
en la construcción de su historia, de una revisión en la prosecución en la trayectoria programática de
la modernidad, de un cultivo de aquellos ámbitos abandonados como fuentes de sentido, reclamos
por un re-conocimiento de lo sabido, por último, una re-estructuración histórica de los caminos
retorcidos que la modernidad ha pavimentado, guiados por una cartografía incompleta y de dudosa
utilidad orientativa en lo cognitivo y de sentido:
Jameson se refiere a un cierto “consenso tácito” sobre los indeseados rasgos de la modernidad: «Su ascetismo, por ejemplo, o su falocentrismo (no
estoy tan seguro de que haya sido alguna vez completamente logocéntrico); el autoritarismo e incluso el ocasional carácter represivo de lo moderno; la
teleología de la estética modernista cuando procedía con triunfalismo de lo más nuevo a lo ultimísimo; el minimalismo de gran parte de lo que también
era modernista; el culto del genio o el profeta, y las poco placenteras exigencias planteadas a la audiencia o el público.» Jameson, Fredric (2004) Una
modernidad singular. Ensayo sobre la ontología del presente. Barcelona, Gedisa, pág. 13.
817
«Los individuos ni siquiera son capaces de procesar la complejidad y el ritmo de los datos que
le permitirían sentirse sujetos de su historia, sino que se ven arrastrados […] a consumir en la
mitología blanca de una cosmovisión positivista y tecnocrática.»818
La nueva manera de comprender el despliegue histórico que contiene la crítica postmoderna –
tal como se ha querido presentar aquí–, especialmente en aquellas categorías fundantes del saber y
del hacer, estribaría en la idea de pérdida de legitimidad de los procesos de emancipaciónsecularización desplegados por la modernidad naciente y por la modernidad reciente, en otras
palabras un proceso de «decadencia o declinación en la confianza frente al progreso lineal de la
humanidad»819 y en la desreferencialidad de la función del sujeto al interior de ese mismo progreso.
Un gran movimiento de deslegitimación de la modernidad en su aspiración universalista en la
construcción de múltiples sentidos y referencias, el objetivo totalizante –y paralizante– de lo
moderno que se debilita en los puntos singulares e individuales que la postmodernidad recoge como
constructos de un nuevo y más potente sentido de legitimación, garantes de un gran proceso de
transformación de la capacidad de comprender los acontecimientos e innovaciones ocurridas al
interior de la cultura.
La postmodernidad es la experiencia de la incapacidad de la modernidad por establecer un
discurso unificado y unificador del saber y de la coherencia entre autonomía y progreso: la
postmodernidad o modernidad tardía no es más que la modernidad que se ha vuelto consciente de
sí misma y, por ello, termina volviéndose contra sí misma:
«El posmodernismo es la modernidad autoconsciente y por ello exacerbada, volcada
autorreflexivamente sobre sí misma; una modernidad que, una vez consumada en lo esencial su
tarea de disolución de los mitos, enfoca sus poderes corrosivos contra sí misma, advirtiendo
que el virus mítico se aloja también en el intento de dar un significado a la propia existencia
moderna.»820
La modernidad ha posibilitado una suerte de “animismo”, es decir, un metarrelato impreso en
el imaginario colectivo que garantiza que los proyectos humanos no sean arbitrarios, sino inscritos en
un orden en el que finalmente serán redimidos, pues «el universo debe estar “escrito” en caracteres
legibles para el ser humano.»821 La modernidad constituye «un proceso complejo, que instaura un
orden secularizado, en el interior del cual la libertad humana es posible, pero socava continuamente
sus bases; hasta que, en virtud de esta misma dinámica de secularización y crítica, el animus (el
espíritu que confería significado a la experiencia de la modernidad) se desvanece en el aire, se
marcha del mundo.»822
La presentación que hace Sabrovsky de la Ilustración, hace referencia a que ésta es la
primera forma del esfuerzo, que constituye a la modernidad, de enfrentarse a lo heterónomo y
dominarle, arrebatarle su contenido y verterlo en moldes racionales y universalmente
comprensibles. El significado elaborado, forjado y vehiculado por el lenguaje se convierte en el
genuino adversario de la Ilustración, porque es la máscara intramundana de lo heterónomo.
paradojalmente, el resultado final del intento de la Ilustración por apoderarse racionalmente de lo
heterónomo –y establecer así la plena autonomía– es su propia dinámica de autofagia de la
modernidad ilustrada: su pasión por la novedad la lleva a disolver continuamente las formas
simbólicas en que se plasma y su búsqueda de la autonomía la hace perder el equilibrio entre el
impulso por la autonomía y la heteronomía como condición de posibilidad como producto se este
proceso, surge una Ilustración desgarradamente consciente de sí misma, de su accionar, de las
consecuencias y alcances de su despliegue, búsqueda que lleva a nivel empírico a peligros
818
Ripalda, José María (1996) De angelis. Filosofía, mercado y postmodernidad. Madrid, Trotta, págs. 42 y 38.
ibid., págs. 91-93.
820
Sabrovsky, Eduardo (1996) El desánimo. Ensayo sobre la condición contemporánea. Oviedo, Nobel, págs. 14-17.
821
ibid., pág. 14.
822
id.
819
incontrolables y, a nivel ontológico, a alteraciones del frágil equilibrio entre libertad y
determinación.
Una muestra de este desequilibrio entre lo empírico y lo ontológico, lo encontramos en la
empresa tecnocientífica impulsada por un imaginario colectivo movido, a su vez, por la pulsión de
seguridad y certidumbre; pero lo propio de la racionalidad científica es que sus enunciados siempre
pueden ser demostrados como falsos, es decir, sus observaciones dependen del contexto instrumental
y teórico en que se realizan, de modo que «los argumentos tecnocientíficos son siempre relativos y
contestables.»823 El uso de modelos matemáticos no altera esta inseguridad del conocimiento
científico, debido al llamado “efecto mariposa”. A partir de cierto nivel de complejidad de un
sistema físico, cambios infinitesimales en las condiciones iniciales del sistema (por ejemplo: el aleteo
de una mariposa en la selva amazónica) pueden producir alteraciones enormes, imprevisibles, en un
estado posterior del sistema (por ejemplo, una tempestad en el otro lado del Planeta), de modo que
no tenemos cómo discernir entre predicciones normales y catastróficas, lo que va gestando un estado
de inseguridad ontológica (por ejemplo: el calentamiento global de la Tierra).
Por otro lado, la tecnología informática hace posible citar textos e imágenes al infinito,
cargando a la cultura de posibilidades infinitas de autorreferencia que originan paradojas (como la
tan conocida del mentiroso824) y antinomias; que en los lenguajes no naturales éstas se eliminan
gracias a la distinción rigurosa entre lenguaje y metalenguaje, distinción que no es posible hacer con
igual rigor en el lenguaje natural. Por eso, las antinomias señalan los límites ontológicos del
lenguaje; apuntan «hacia aquellos significados primales y evanescentes que constituyen el motor
inmóvil de nuestra cultura, y que hasta ahora han permanecido ocultos en una suerte de punto ciego.
Este punto ciego se muestra a través de las antinomias.»825 En concreto, este punto ciego en el
paradigma cultural tecnocientífico, es el afán de control, de seguridad, de certidumbre, que funciona
como su “dios oculto”, es decir, «el conjunto de significados irrebasables que se encuentra en la base
de toda formación histórico-cultural.»826 Pretensión de control que entra en la dialéctica paradójica
de la técnica moderna: el esfuerzo de desprenderse de la naturaleza, que llega al clímax de control y
dominación, se liquida, en sumisión. La naturaleza sometida devuelve los golpes en forma de
catástrofes-fábulas que el ser humano sólo comprende las consecuencias, pero no la lección.
Para Bauman, la postmodernidad se nutre de la “continuidad” y de la “ruptura” como dos
aspectos de las complejas relaciones entre la situación social presente y su genética y la formación
social moderna que le antecede. Por ello, concibe por postmodernidad como la modernidad
enteramente desarrollada que se ha percatado de la consecuencia que ha producido en su proceso
de manera no planeada, sino como una consecuencia imprevista derivada de la conciencia de la
modernidad de sí misma: mientras la modernidad luchó por el “universalismo”, la “unidad” y la
“claridad”, se instalan el “pluralismo”, la “diversidad”, “causalidad” y la “ambivalencia” como
rasgos característicos de una postmodernidad que vendrían a cumplir una suerte de misión
liberadora de la matriz de falsa conciencia de la modernidad respecto a los residuos que intentaba
eliminar o al menos, camuflar en su racional proceso institucionalizador, organizador y ordenador.
La modernidad para Bauman, es entonces una incesante lucha contra la “ambivalencia” que
produce la obligatoriedad por “modernizarse” y su afán por construir un orden social bajo unas
estructuras definidas, clasificaciones claras y categorías carentes de ambigüedad, que alejen el
caos y el desorden, pues «la negatividad del caos es un producto de la misma constitución sine
823
ibid., pág. 58.
La paradoja del mentiroso o la paradoja de Epiménides o del Cretense, se refiere a afirmaciones paradójicas que se autocontradicen, por ejemplo:
“Estoy mintiendo” y “Esta oración es falsa”. Esta paradoja muestra que es posible construir oraciones perfectamente correctas según las reglas
gramaticales y semánticas, pero que pueden no tener valor de verdad según la lógica tradicional.
825
Sabrovsky, Eduardo (1996) o.c., pág. 63.
826
ibid., pág. 119.
824
qua non de su posibilidad (reflexiva). Sin la negatividad del caos, no hay posibilidad de orden; sin
caos no hay orden»827:
«La ambivalencia, la posibilidad de referir un objeto o suceso a más de una categoría, es un
desorden en la especificidad del lenguaje: un fracaso de la función denotativa (separadora) que
el lenguaje debiera desempeñar. El síntoma principal es el malestar profundo que sentimos al
no ser capaces de interpretar correctamente alguna situación ni de elegir entre acciones
alternativas.»828
La ingeniería social llevada a cabo por la modernidad reconstruye el mundo dentro de los
límites demarcados por el sujeto mismo, es decir, la pretensión racional del sujeto cognoscente
llevada a su máxima expresión, como asimismo a su máxima delimitación: «el genocidio moderno
no es una explosión descontrolada de pasiones, ni siquiera un acto racional de ingeniería social, que
engendra por medios artificiales la homogeneidad libre de ambivalencia que la realidad social,
embrollada y opaca, no puede producir.»829 El diseño del orden racional como también la
reconstrucción geométrica de la naturaleza y la sociedad, fueron las pretensiones modernas
representadas por el modernismo en el sentido de ausencia de lo establecido o del sentido de los
límites. De tal forma, para Bauman la postmodernidad es un fase temporal vigente en términos
sociológicos que indica que las estructuras totalitarias se han trascendido, pues se vive en una «una
modernidad sin ilusiones»830 socio-sistémicas a escala total; lo postmoderno se desprende de lo
moderno; lo post-moderno y lo moderno son fases de un mismo ciclo histórico, que se reciclan a
partir de las consecuencias culturales que expulsan e internalizan nuevamente al circuito histórico.
¿Qué fuerza conceptual internaliza el término “ambivalencia” para convertirse en un concepto
central a la hora de entender nuestra época actual? En que la realidad se está expresando
semánticamente en términos ambivalentes:
«La ambivalencia, la posibilidad de referir un objeto o suceso a más de una categoría, es el
correlato lingüístico específico del desorden: es el fracaso del lenguaje en su dimensión
denotativa (separadora). El principal síntoma del desorden es el agudo malestar que sentimos
cuando somos incapaces de interpretar correctamente la situación y elegir entre las acciones
alternativas.»831
La ambivalencia no es producto de una supuesta patología del lenguaje o del discurso, sino que
se trata «de un aspecto normal que surge a cada momento en la práctica lingüística. Resulta de una
de las principales funciones del lenguaje: la del nombrar y clasificar.»832 ¿Y qué es clasificar?:
«poner aparte, separar […] el acto de clasificar postula que el mundo consiste en entidades
independientes y diferenciadas»833. Es «dotar al mundo de una estructura: manipular sus
probabilidades; hacer algunos sucesos más verosímiles que otros; comportarse como si los sucesos
no fueran causales o limitar o eliminar la arbitrariedad de los acontecimientos.»834
¿Pero dónde está el problema que Bauman trata de observar con ayuda del concepto de la
ambivalencia? Si toda ambivalencia es un producto colateral que surge del acto clasificatorio de
nuestra lengua, si la ambivalencia es un producto normal del uso de nuestra lengua, entonces por
ende toda ambivalencia es también parte del uso normal de nuestra lengua y, por lo tanto, no es
posible evitarla.835 El pensamiento de Bauman sigue en este contexto el siguiente camino: a) una de
las funciones más relevantes del lenguaje es nombrar y clasificar: «su realización, es verificada en
827
Bauman, Zygmunt (2005a) o.c., pág. 26.
ibid., pág. 19.
829
ibid., pág. 65.
830
Bauman, Zygmunt (2004b) Ética posmoderna. Buenos Aires, Siglo XXI, pág. 41.
831
id.
832
id.
833
id.
834
ibid., pág. 20.
835
ibid., pág. 21.
828
virtud de las nítidas divisiones en clases, de la precisión de sus límites definitorios y de la univocidad
con la que los objetos pueden ser distribuidos por clases»836; b) esta función denotativa del lenguaje
lleva consigo actos de inclusión y exclusión: «cada acto de designación divide el mundo en dos:
entidades que corresponden al nombre y el resto que no»837; c) la parte inclusiva de la función
denotativa del lenguaje constituye colateralmente el orden social, la parte exclusiva señala hacia el
desorden, hacia el caos social: clasificar –desde el punto de vista inclusivo del lenguaje– permite
«dotar al mundo de una estructura»838, el «lenguaje se esmera en mantener el orden y negar la
arbitrariedad inesperada y la contingencia»839; d) la ambivalencia se da cuando surge la conciencia
social de que en toda designación de nuestro lenguaje se constituyen inclusiones y exclusiones, se
constituye estructura y desorden, se constituye orden y caos 840; e) por último el propósito más
relevante de la modernidad –y con ella de la sociedad moderna– es caracterizada por Bauman de la
siguiente manera:
«Entre la multitud de propósitos imposibles que la modernidad se propone a sí misma y
que hicieron de ella lo que es, el propósito del orden (más en concreto y más importante, del
orden como propósito) es el que destaca… como el arquetipo de todos los demás propósitos,
propósito que interpreta al resto como simples metáforas de sí mismo.»841
En resumen, la definición de modernidad de Bauman se refiere a la función denotativa de
nuestro lenguaje que prácticamente oculta todas aquellas exclusiones lingüísticas que señalan
hacia lo no estructurado o caos social:
«El orden refiere a lo que no es caos; el caos a lo que no está ordenado. Orden y caos son
los gemelos modernos… podemos decir que la existencia es moderna en la medida en que se
bifurca en orden y caos. La existencia es moderna en la medida en que contiene la alternativa
orden y caos.»842
La autorreferencialidad lleva, finalmente, a una “anorexia” de la modernidad ilustrada, vale
decir, a la «obsesión autorreferencial, agobiante y culposa, sobre la relación con el entorno nutricio,
con el laberinto de las propias entrañas.»843 Sabrovsky subraya como central en la ciencia moderna la
característica contrafáctica, es decir, que para explicar los fenómenos observados se crea un mundo
no real, basado en modelos matemáticos, gracias a la intervención experimental, crea en el
laboratorio un mundo diferente al de la experiencia.
Nos hemos referido a ello más arriba: la tecnociencia lleva a su apogeo la pretensión de la
Ilustración de inscribir gradualmente lo heterónomo en el significado que se convierte en pura
información. De ahí que “el sueño de la máquina blanda” conduzca al creciente formalismo de la
técnica, a su afán por ser cada vez más “software” (programa intelectivo) que “hardware”
(máquina material). Bauman recupera y amplía esta oposición al referirse a la situación diferencial
entre modernidad clásica o “sólida” y modernidad tardía o “líquida”. La “Modernidad Hardware”
o “modernidad pesada”, se refiere a la modernidad seducida por la idea de lo grande, de lo exitoso
y produce una rutinización del tiempo, es decir, mantenía el lugar o el espacio íntegro, compacto y
sometido a una lógica homogénea: «el tiempo rutinizado ataba el trabajo al suelo, en tanto
masividad de las fábricas, la pesadez de la maquinaria y, no menos importante, la mano de obra
permanente “fijaban” el capital. Ni el capital ni el trabajo deseaban moverse, ni tampoco eran
capaces de hacerlo. […] El tiempo congelado de la rutina fabril, junto con los ladrillos y el
cemento de los muros de la fábrica, inmovilizaba con tanta eficacia el capital como la mano de
836
ibid., págs. 20-21.
ibid., pág. 21.
838
ibid., pág. 20.
839
id.
840
ibid., págs. 22-23.
841
ibid., pág. 23.
842
ibid., pág. 26.
843
Sabrovsky, Eduardo (1996) o.c., pág. 83.
837
obra empleada.» En la “Modernidad Software” o “modernidad liviana”: impera el tiempo
insustancial e instantáneo del mundo del software: «un tiempo sin consecuencias».844
En la “modernidad líquida” sólo hay “momentos”: «puntos sin dimensiones». La pesadez y
el gran tamaño han dejado de ser posesiones valiosas para convertirse en desventajas, de ahí que
la instantaneidad «(anular la resistencia del espacio y “licuificar” la materialidad de los objetos)
hace que cada momento parezca infinitamente espacioso, y la capacidad infinita significa que no
hay límites para lo que pueda extraerse de un momento… por breve y fugaz que sea.»845 Sin
embargo, la materialidad del “hardware” es irreductible y la complejidad técnica que el diseño
tecnológico reduce reaparece bajo la forma de complejidad del “software”:
«Con la máquina blanda, el sueño ilustrado de escapar de la órbita de las cosas por medio
del lenguaje toca su límite: aquel borde que separa, pero a la vez une inseparablemente al
lenguaje y las cosas. Mediante los mismos dispositivos diseñados para contenerla –la lógica,
los sistemas formales, la información– la faz cósica del lenguaje se infiltra, se torna
ineludible.»846
El lenguaje –y el mundo abierto por él– levanta, a su vez, barreras que salvaguardan al ser
humano del caos originario que se produce por la indiferenciación entre él y las cosas.
Protecciones que resultan ser simultáneamente prisión, desgarro, alienación ontológica,
extranjería de lo propio, pérdida de la unidad primordial del universo u hospitalidad cósmica,
desdiferenciación social, caos en el diseño originario de la técnica como medio de subsistencia,
para pasar a ser modo de existencia en un horizonte planetario, pseudo-homogénea y
despersonalizada.
De ahí el esfuerzo paradójico, retroprogresivo de “recuperar la no-dualidad perdida”, la
“novedad gastada” sin anular la dualidad, más bien exacerbándola, con el fin de repotencializarla. En
este afán se sitúa de lleno la tecnología, que está en la dinámica autófaga de la Ilustración. Lo
olvidado en la tecnociencia es la omisión respecto al poder, paradoja de la lógica tecnocrática
contemporánea y «anticipo de la catástrofe simbólica que silenciosamente viene incubando»847:
“todo lo sólido se desvanece” en los cables, en las pantallas, en el flujo “hiperrelacional” de nuestra
sociedad propia de la “hiperrealidad” con la que Baudrillard define a nuestro mundo de simulacros
de la comunicación y, por ende, ante el asomo al abismo entre realidad y medios omnipresentes; lo
oculto del poder es esa misma no-presencia, que a su vez le hace “convenientemente” novedoso,
peligroso.848
La postmodernidad, en definitiva, es el repliegue de la modernidad que muestra lo positivo y lo
negativo de la época histórica a la vez. Representa la fractura al interior de la modernidad con
aquellas modalidades unificadoras y garantizadoras del proyecto ilustrado en manos del progreso
ilimitado de la humanidad a partir de su racionalidad científico-matemática, y se presenta
asistémicamente, pero de forma constante, como aquel temple crepuscular que define a la
modernidad como una modernidad desilusionada. Asimismo, encarna el quiebre de la estabilidad
política y económica sobre la base del capitalismo y la democracia; manifiesta la fisura en la
confianza en el poder del lenguaje y la significación de los antiguos relatos; representa la
desintegración de los edificios teóricos erigidos por siglos en los ámbitos filosóficos, éticos,
metafísicos y teológicos. Lasch sostiene que el «posmodernismo es estrictamente cultural. Es sin
duda una especie de paradigma cultural… un “régimen de significación”.»849
844
Vid. Bauman, Zygmunt (2004a) o.c., págs. 122-138.
id.
846
Sabrovsky, Eduardo (1996) o.c., págs. 135-136.
847
ibid., págs. 154-155.
848
Cfr. Baudrillard, Jean (1993) Cultura y simulacro. Barcelona, Kairos.
849
Lasch, Scott (1997) Sociología del posmodernismo. Buenos Aires, Amorrortú, pág. 20.
845
Recordemos que la inaprensible categoría de “postmodernidad” da lugar a consideraciones
polisémicas referidas a la cultura, pero precisamente a lo concerniente al sujeto, alude a un sujeto
centrado sobre sí mismo como eje de una modalidad de neonarcisismo –tránsito de las modernas
éticas normativas de orientación axiológicas y con aspiraciones universalistas hacia una moral
fundada en la privacidad y al uso de los placeres–, pero que aquí hace referencia a una particularidad
de un sujeto que se inclina por el sinsentido conformista y desvinculante de la dialéctica procesual
histórica de la identidad.
Para Lipovetsky y el diagnóstico de “vaciado de la época” a partir de los cambios en la
socialización global de los últimos años, sitúa la explosión de la libertad y su situación en ámbitos
que antes le estaban vedados (la moral, las costumbres, la intimidad de la personalidad, etc.) como
clave para entender los ciegos impulsos de la «edad moderna […] obsesionada por la producción y la
revolución [y] la edad posmoderna […] por la información y la expresión»850, configura un
panorama de la “cultura postmodernista” que, mediante un “proceso de personalización” con
marcado sesgo narcisista y hedonista, acentúa un individualismo cerrado y desvinculado cuya
máxima finalidad es el placer y la plenitud del desarrollo individual. Este estado de la cultura
predomina lo individual por sobre lo universal; se inclina por la diversificación de los gustos y de los
tipos de conducta; se sirve en su accionar del agotamiento del impulso modernista hacia el futuro
banalizando la innovación; y, por ende, cuestiona los grandes relatos de la historia entregándose a la
lógica del consumo. De hecho, esta lógica, sería en la “cultura postmodernista”, el patrón de
comportamientos referidos a la religión, la moral, la familia, el amor, el sexo, etc.
El estallido social que define en su primera etapa al “postmodernismo” 851 artístico, cultural,
está caracterizado por la disolución de lo político, el individualismo, la preeminencia de lo narcisista,
la apatía, la indiferencia y deserción, por el “principio de seducción” que sustituye al “principio de
convicción” por los nuevos modos de relación social, y un nuevo estado cultural caracterizado por el
agotamiento y derrumbe de lo que ha caracterizado la vanguardia del último siglo. Diagnóstico de la
cultura en su fase individualista como estadio histórico propio de las sociedades democráticas
avanzadas frente a una «conmoción de la sociedad, de las costumbres, del individuo contemporáneo
de la era del consumo masificado, la emergencia de un modo de socialización y de individualización
inédito, que rompe con el instituido de los siglos XVII y XVIII.»852
«EN ESTE SENTIDO PUEDE DECIRSE QUE LA FASE MODERNA DE NUESTRAS SOCIEDADES SE HA
CARACTERIZADO POR LA COEXISTENCIA DE DOS LÓGICAS ADVERSAS [LÓGICA DISCIPLINARIA
Y JERÁRQUICA DE LA PRODUCCIÓN Y BUROCRATIZACIÓN, Y LA LÓGICA POLÍTICA DE
CENTRALIZACIÓN Y UNIFICACIÓN NACIONAL] CON LA EVIDENTE PREEMINENCIA HASTA LOS
AÑOS CINCUENTA Y SESENTA DEL ORDEN DISCIPLINARIO Y AUTORITARIO. EN
CONTRAPARTIDA SE DENOMINA SOCIEDAD POSMODERNA A LA INVERSIÓN DE ESA
ORGANIZACIÓN DOMINANTE, EN EL MOMENTO EN QUE LAS SOCIEDADES OCCIDENTALES
TIENDEN CADA VEZ MÁS A RECHAZAR LAS ESTRUCTURAS UNIFORMES Y A GENERALIZAR LOS
SISTEMAS PERSONALIZADOS A BASE DE SOLICITACIONES, POCIONES, COMUNICACIÓN,
INFORMACIÓN, DESCENTRALIZACIÓN, PARTICIPACIÓN. LA EDAD POSMODERNA, EN ESTE
SENTIDO, NO ES EN ABSOLUTO LA EDAD PAROXÍSTICA LIBIDINAL Y PULSIONAL DEL
MODERNISMO; MÁS BIEN SERÍA LA REVÉS, EL TIEMPO POSMODERNO ES LA FASE COOL Y
DESENCANTADA DEL MODERNISMO, LA TENDENCIA A LA HUMANIZACIÓN A MEDIDA DE LA
SOCIEDAD, EL DESARROLLO DE LAS ESTRUCTURAS FLUIDAS MODULADAS EN FUNCIÓN DEL
INDIVIDUO Y DE SUS DESEOS, LA NEUTRALIZACIÓN DE LOS CONFLICTOS DE CLASE, LA
850
Lipovestsky, Gilles (2005) o.c., pág. 14.
El «posmodernismo remite […] a una forma de la cultura contemporánea […] que refleja [un] cambio de época, un arte sin profundidad,
descentrado, sin fundamentos, autorreflexivo […], pluralista que rompe las fronteras entre cultura “alta” y cultura “popular” […] entre el arte y la
experiencia cotidiana […], mientras que el término posmodernidad alude a un período histórico específico [como] un estilo de pensamiento que
desconfía de las nociones clásicas de verdad, razón, identidad y objetividad, de la idea de progreso universal o de emancipación, de las estructuras
aisladas, de los grandes relatos o de los sistemas definidos de explicación.» Eagleton, Terry (1997) Las ilusiones del posmodernismo. Buenos Aires,
Paidós, págs. 11-12.
852
Lipovestsky, Gilles (2005) o.c., pág. 5.
851
DISIPACIÓN DEL IMAGINARIO REVOLUCIONARIO, LA APATÍA CRECIENTE, LA
DESUBSTANCIALIZACIÓN NARCISISTA, LA REINVESTIDURA COOL DEL PASADO. EL
POSMODERNISMO ES EL PROCESO Y EL MOMENTO HISTÓRICO EN QUE SE OPERA ESE CAMBIO
DE TENDENCIA EN PROVECHO DEL PROCESO DE PERSONALIZACIÓN, EL CUAL NO CESA DE
CONQUISTAR NUEVAS ESFERAS: LA EDUCACIÓN, LA ENSEÑANZA, EL TIEMPO LIBRE, EL
DEPORTE, LA MODA, LAS RELACIONES HUMANAS Y SEXUALES, LA INFORMACIÓN, LOS
HORARIOS, EL TRABAJO, SIENDO ESTE SECTOR, CON MUCHO, EL MÁS REFRACTARIO AL
853
PROCESO EN CURSO.»
El proceso de personalización implica una fractura de la sociedad disciplinaria,
correspondiendo a una sociedad flexible, basada en la información y en la estimulación de las
necesidades: culto a lo natural, predominancia del sexo, sentido de humor. Como nueva forma
social de organizarse y orientarse, opera el proceso de personalización como una nueva forma de
gestionar los comportamientos, no ya por la tiranía, sino por el mínimo de coacciones y el
máximo de elecciones privadas posibles. Mínimo de austeridad y el máximo de deseo, con la
menor represión y la mayor comprensión posible. El ideal moderno de subordinación de lo
individual a las reglas colectivas ha sido pulverizado. El proceso de personalización ha promovido
y encarnado masivamente un valor fundamental, el de la realización personal, el respeto a la
singularidad subjetiva como derecho a ser íntegramente uno mismo, a disfrutar al máximo de la
vida en una sociedad que erige al individuo libre como valor cardinal inspirado por el consumo:
«El consumo es una estructura abierta y dinámica: desembaraza al individuo de los lazos de
dependencia social y acelera los movimientos de asimilación y de rechazo, produce individuos
flotantes y cinéticos, universaliza los modos de vida a la vez que permite un máximo de
singularización de los hombres.»854
Se levanta la figura del narcisista que proyecta su no compromiso, irreverencia y capacidad
psicológica desestabilizada y tolerante, su indiferencia y apatía, colectivamente, es decir, se instala al
interior del sistema social de relaciones entre individuos a partir de estás lógicas alienantes, que
encuentran caldo de cultivo, en las lógicas económicas del capitalismo tardío. Entonces, la
realización, la operatividad y la influencia de la razón científico-tecnológica argumenta el descrédito
de la razón, son su modulación histórica-efectual y efectiva de una especie «de explosión de la
episteme moderna, explosión en la que la razón y su sujeto –como guardián de la ‘unidad’ y del
‘todo’– saltan hechos pedazos.»855
Según Anderson, el proceso cultural de postmodernidad, se encuentra preso de un desarrollo
desigual al interior de un capitalismo avanzado, y que por ello, difícilmente puede mantener una
lógica cultural común, manifestándose permanentemente en las diferencias culturales.856 Diagnóstico
que en el trabajo de Jameson encuentra un desarrollo fundamental. El “postmodernismo” vendría a
representar la “lógica cultural del capitalismo tardío” e insistiendo en señalar la estrecha vinculación
existente entre el “postmodernismo” como estilo de reflexión, canon estético y formas de
sensibilidad como también la envolvente y vertiginosa dinámica del capitalismo globalizado o
neoliberalismo mundializado, como expresión interna y superestructural de un nuevo momento de
dominación hegemónica.
El “postmodernismo” aparece así como dominante cultural de la lógica del capitalismo tardío
en la cual el individuo o sujeto, es el principal protagonista. Las características de esta “dominante
cultural” o “pauta cultural dominante” serían: primero, una nueva superficialidad (la que se relaciona
con una nueva cultura de la imagen, la estética y el simulacro); segundo, un tipo nuevo de
emocionalidad (ahora las “intensidades” de los sentimiento están basadas en lo individual hedonista
853
ibid., págs. 112-113.
ibid., pág. 112.
Wellmer, Albrecht. ‘La dialéctica de modernidad y postmodernidad’, en Picó, Josep comp. (1988) o.c., pág. 105.
856
Anderson, Perry (1998) Los orígenes de la posmodernidad. Barcelona, Anagrama, págs. 161-163.
854
855
y en lo placentero de las relaciones); tercero, un consecuente debilitamiento de la historicidad tanto
en relación con la historia pública como respecto de la historia privada y la profunda relación entre
historia y los rasgos antes mencionados, que, a su vez, relación que constituye la materialización de
un sistema económico internacional nuevo857, lo que determina la concepción de tal proceso
histórico-cultural que desencadena y configura a la actualidad histórica como postmodernidad.
La historia cultural como postmodernidad expresa un tipo peculiar de modernidad que ha
posibilitado una cultura mercantilizada que ha rebasado los límites del capitalismo como lógica
económica, cuyas características centrales serían: la postmodernidad como consumo de la pura
mercantilización como o del proceso858 carente de la conciencia de “hacer época” o “sistema” o
“situación actual”859 de manera coherente; la versión moderna de la historia es la primera víctima y
la primera ausencia misteriosa del periodo postmoderno: el progreso y el telos se presentan como
opacas luces en el horizonte; y, el presente narra pseudo-historias personales y colectivas de dudosa
originalidad que sean capaces de funcionar en el mundo socioeconómico.860
De lo anterior, extraigamos algunas estrategias culturales de instalación que la postmodernidad
utiliza, tales como la idea de “flujo total” de proyecciones vinculables a partir del collage: fin de la
“obra de arte” (acabamiento, perfección, autoconsistencia, “tejido sin costuras”, desubstancialización
del arte) por la llegada del “texto”861. Licuefacción que define el nuevo espacio cultural postmoderno
como una gran superficie sobre la que ya no se proyectan grandes ideas filosóficas como autónomos
conceptos explicativos de su objeto de estudio, sino discursos e ideas mediatizadas que sólo
tematizan la aspiración de todo producto cultural inserto en la lógica del capitalismo avanzado,
desbocado o tardío. La reflexión que lleva Jameson en torno a las consecuencias del capitalismo, le
conduce a establecer que hay dos líneas determinantes del proceso descrito anteriormente asimiladas
e internalizadas: primero, que la cultura postmoderna global es la expresión interna y
superestructural de toda una nueva oleada de dominio militar y económico de EE.UU. en el mundo; y
segundo, que el valor de la postmodernidad no sería tal si no se desarrollara y midiera dentro del
sistema económico del capitalismo tardío.862 Sobre esta situación hegemónica de la cultura
norteamericana, leemos de Adorno y Horkheimer:
«Aquí [en los Estados Unidos] no hay ninguna diferencia entre el destino económico y el
hombre mismo. Nadie es otra cosa que su patrimonio, que su sueldo, que su posición, que sus
oportunidades. La máscara económica y lo que hay bajo ella se superponen en la conciencia de
los hombres, incluidos los interesados, hasta en los pliegues más sutiles. Cada cual vale lo que
gana, cada cual gana lo que vale. Experimenta lo que es en las alternativas de su vida
económica. No se conoce como otra cosa. Si la crítica materialista de la sociedad había
sostenido, frente al idealismo, que no es la conciencia la que determina al ser, sino el ser a la
conciencia, y que la verdad sobre la sociedad no se encuentra en las representaciones
idealizadas que ésta se hace sobre sí misma, sino en su economía, la autoconciencia actual se
ha liberado entre tanto de dicho idealismo. Los individuos valoran su propio sí mismo de
acuerdo con su valor de mercado y aprenden lo que son a través de lo que les acontece en la
economía capitalista.»863
Entonces, la postmodernidad para Jameson expresa una dominante cultural del capitalismo
tardío, es decir, la fase del capitalismo tras su fase liberal del siglo XIX y monopólico-imperialista de
fines del mismo siglo hasta la Segunda Guerra Mundial con el dominio del capitalismo financiero del
post-fordismo, del neoliberalismo y de la globalización, que permite la coexistencia de una polisemia
de rasgos diferenciados aunque subordinados en un campo de fuerzas de formas residuales y
857
Jameson, Fredric (1995) El posmodernismo o la lógica cultural del capitalismo avanzado. Buenos Aires, Paidós, pág. 19.
Jameson, Fredric (2001) o.c., pág. 10.
ibid., pág. 11.
860
ibid., pág. 15.
861
ibid., pág. 17.
862
ibid., pág. 27.
863
DI, pág. 251, Vid. también Baudrillard, Jean (1997b) América. Barcelona, Anagrama, pág. 43 y ss.
858
859
emergentes864, donde el sujeto desenvuelve la experiencia moderna de su existir como una
experiencia terminal respecto a la unidad con la totalidad ordenada en la historia. Se produce un nexo
inseparable entre “producción” y “producción cultural”, designando un modo funcional de lo
producido. Aquí “postmodernidad” sería el sitio, el escenario desde donde tal producción encuentra
una operatividad específica: el mercado.
Algunos de los rasgos característicos y/o constitutivos de esta constante cultural postmoderna,
se pueden resumir como sigue: una nueva superficialidad desde la cual surge toda una nueva cultura
de la imagen o del simulacro y un consiguiente debilitamiento de la historicidad expresada en la
relación con las nuevas formas de nuestra temporalidad privada y/o nuevos tipos de sintaxis
esquizofrénica y de relaciones sintagmáticas, tales como la gramática de las formas de vida basadas
en la división tradicional entre presente-pasado-futuro ha sido sustituida por un fundidor de todas las
épocas, un carrusel de tendencias representadas sincrónicamente en una temporalidad mestiza,
mediática, indeterminada, pues lo postmoderno no tiene ese afán historicista, sino que las formas de
temporalidad postmoderna se resisten a condensarse en una “época”, pues los fenómenos culturales
extremos –en expresión de Baudrillard865– no se alinean como “época” sino que, a lo sumo, se
añaden a esta explosión generalizada y hedonista de estímulos irreductibles a ninguna dialéctica
entre lo viejo y lo nuevo, entre lo tradicional y “lo moderno”.
De lo anterior, se percibe el ocaso de los afectos que Jameson denomina “intensidades”, lo que
conlleva inevitablemente a mantener una relación con una nueva tecnología, que no es otra cosa que
el reflejo a su vez de un nuevo sistema económico mundial de coordinación global expresado en el
apabullante nuevo espacio mundial del capital tardío o multinacional con su mercantilización de los
objetos y de los sujetos que ven cómo son sustituidos por la intertextualidad y las múltiples
superficies estructurales de la totalización del mercado.866 Los ritos que alimentan la sacralización
del mercado son aquellos que Lipovetsky entiende el desencantamiento del mundo weberiano: el
“vacío” y lo “efímero”, que montados en una existencia espectacularizada por lo tecnológico,
anorexia el discurso de lo(s) humano(s).867 Acciones dominantes con muchos dominados y pocos
dominadores. Un mundo que gira sobre goznes mal aceitados que hacen de su mecánica pensada
desarmónicamente, que su andar sea sentido de manera incómoda y que su funcionamiento
experimentado de manera inquietante.
Frente a esto, nos preguntamos con desazón: ¿cuál es el potente resultado teórico y práctico del
debate –ya histórico– entre modernidad y postmodernidad? ¿Qué tipo de modernidad han entrado en
la discusión? Luego de años de discusión, ¿se pueden establecer avances significativos desde la
querella entre modernos recalcitrantes y los apocalípticos postmodernizados de la historia? ¿Cuál es
el balance de un debate que hoy se ha disuelto por el avance de las problemáticas abiertas presentes y
futuras por la globalización y el enigma que plantea a la modernidad? ¿Es posible hablar ya de este
debate cuando la globalización y la modernidad en su fase tardía expresan nuevas problemáticas no
sólo históricas, sino éticas, técnicas, prácticas, relevantemente humanas.
2. Lanceros y el cansancio de una modernidad onto-tecnologizada
La concepción cansada de modernidad868 propuesta por Lanceros, entra a escena en pleno debate
modernidad-postmodernidad a mediados de la década de los ’90 y, luego de algunos años alcanza
madurez argumentativa y confirmación histórica en lo referente a la desnutrición de la
modernidad debido justamente a la querella en torno a su clausura, a las modulaciones y artilugios
de autoconservación y a las advertencias de finalización, superación y reemplazo.
864
Jameson, Fredric (2001) o.c., pág. 28.
Cfr. Baudrillard, Jean (1991) La transparencia del mal. Ensayos sobre los fenómenos extremos. Barcelona, Anagrama.
866
Jameson, Fredric (2001) o.c., págs. 40-57.
867
Vid. Lipovetsky, Gilles (1990) El imperio de lo efímero: la moda y su destino en las sociedades modernas. Barcelona, Anagrama, pág. 196 y ss.
868
Vid. Vergara, Fernando. ‘La condición cansada de modernidad. Patxi Lanceros’, en Revista Persona y Sociedad. Universidad Alberto Hurtado, vol.
XX, Nº 3, 2006, págs. 97-111.
865
Ya en el año 1994 Lyon se refería –escueta pero contundentemente– por “postmodernidad”
como el «agotamiento de la modernidad»869 abriendo una perspectiva medial en el debate
“modernidad-postmodernidad” que hacía eco del anuncio apocalíptico sobre su final, los
preparativos de clausura y los trámites para su sucesión. En este contexto de «malestar de la
modernidad»870, surge un cierto consenso crítico que comparten autores como Lyotard con su
posicionamiento de la postmodernidad como condición de la cultura, Cioran y la negación de la
filosofía, Baudrillard con una realidad como simulación y Vattimo y el pensamiento débil:
expresiones de una razón discontinua, un conocimiento descentrado y un sujeto sin identidad referida
a la totalidad omni-abarcadora en su relación con el mundo.
La crítica dirigida a la modulación clásica de racionalidad –razón como Ilustración–, tiene que
ver con un agotamiento en la operatividad de este tipo de racionalidad, que a su vez, genera un
radical agotamiento frente tanto a su funcionamiento como al mantenimiento del proyecto occidental
de modernización apoyado en los logros de la sociedad capitalista industrial y que estos logros
tengan una resonancia social en pos de un compromiso ciego metamorfoseando la confianza en una
concepción “trágica” de progreso:
«En el concepto de modernización […] subyace una tensión casi de reminiscencia bíblica: la
pérdida de un modelo humano, pero en este caso histórico social. También un tópico con tintes
de tragicidad clásica: un sujeto del presente histórico, [exiliado y] condenado a su reparación
casi imposible, heroica. Una subjetividad […] transida por el destino que borra ciegamente los
propios antecedentes de su identidad. Es decir, en la experiencia de “testimoniar” desde la
razón moderna objetivante el arribo de una novisima vita (de máquinas, metrópolis, gran
producción) subyace la necesidad previa de una escena doliente, irrumpida, homicida, de un
haz de imágenes de trasfondo estético-ético también abordadora de ese nuevo mundo, para
poder entonces pronunciar a este último en términos de verdad objetiva [de un] proceso
modernizador del mundo (el sistema productivo inscribiendo el ethos de la subjetividad que
plasma una nueva historia humana).»871
El cuestionamiento “postmoderno” de interpretación del saber moderno, se dirige
especialmente al concepto de una razón deductiva y al intento de elaborar un pensamiento
sistemático; pero también a la posibilidad de donar un fundamento al conocimiento como asimismo,
el requerido criterio de certeza para alcanzarlo; al optimismo fruto del uso positivo de la razón y de
los éxitos del progreso; y, al despliegue de las ideas de una historia y sujetos únicos en unidad
coherente:
«La idea general es trivial: podemos observar una especie de decadencia o declinación en la
confianza que los occidentales de los dos últimos siglos experimentaban hacia el principio del
progreso general de la humanidad. Esta idea de un progreso posible, probable o necesario, se
arraigaba en la certeza de que el desarrollo de las artes, de las tecnologías, del conocimiento y
de las libertades sería beneficioso para el conjunto de la humanidad. […] El desarrollo de las
tecnociencias se ha convertido en un medio de acrecentar el malestar, no de calmarlo. Ya no
podemos llamar a este desarrollo “progreso”. Parece desenvolverse por sí mismo, por una
fuerza, una motricidad autónoma, independiente de nosotros. No responde a las exigencias que
tienen origen en las necesidades del hombre. Por el contrario, las entidades humanas,
individuales o sociales, parecen siempre desestabilizadas por los resultados del desarrollo y sus
consecuencias.»872
El planteamiento teórico de Lanceros no se deja embaucar por las seducciones provenientes del
debate –extenso, estéril, agotador– sobre los con-fines de la modernidad, los re-inicios de la
869
Lyon, David (1996) Postmodernidad. Madrid, Alianza, pág. 21.
Vid. Taylor, Charles (1994) La ética de la autenticidad. Barcelona, Paidós, págs. 37-49.
Casullo, Nicolás (1998) Modernidad y cultura crítica. Buenos Aires, Paidós, págs. 71-72.
872
Lyotard, Jean-François (1996) o.c., págs. 91-92.
870
871
Ilustración y el ad-venimiento e instalación operativa de la postmodernidad.873 Y no lo hace por una
sencilla razón: se mantiene en un difícil equilibrio argumentativo entablando un diálogo con el
núcleo problemático de la modernidad –modo o estilo y cansancio– y con su expresión cultural o
enmarque filosófico –revolución y globalización–, manteniendo una relación desde la sospecha sobre
su pasado, transitando desde la certeza de su problemática vigencia hasta su crepuscular horizonte.
En una intuición intelectual coherente con la época, Lanceros postula que el debilitamiento de
la modernidad se debe, fundamentalmente, a la misma modernidad debido al olvido del propósito de
su difícil gestación, es decir, la modernidad está cansada de sí misma, de las imágenes que proyecta y
de los márgenes que ha dilatado como de aquellos que aún no ha podido explorar y explotar
satisfactoriamente. Se trata de una merma de las energías movilizadoras con las que los ciclos
temporales de lo moderno –modernus– han operado en la historia, como asimismo, desgaste al
interior de la tensión entre lo que podemos llamar, “meta” –expectativa– y “mecanismo” –
experiencia–. El modo con el cual la modernidad ha modulado su discurso sobre la historia, es decir,
el lugar del sujeto en su devenir, la relación objetivada con la naturaleza, la promesa autoincumplida
de progreso referente a la negligencia de su aparato crítico de revisabilidad, pero sobre todo, el
desmedido patrón que capitanea la proporción de desarrollo racional del sujeto con el desarrollo
material de la realidad, es el carácter, estilo, condición y guiño con que la modernidad se ha
presentado ante la historia.
La modernidad es el modo del Progreso, es la epifánica expresión del desarrollo racional
instrumental-estratégico y funcional contundente, inapelable, pero viscoso, lábil y móvil que reclama
una suerte de detención histórica en un presente que hace futuro sin atender a su pasado: un eterno
presente que absorbe sus instantes incorporando una categoría temporal de significaciones peculiares
que va más allá de la expresión de Gehlen de “rutinización de lo nuevo” como una inagotable
capacidad y cualidad del progreso, pues señala «la novedad o apunta a la actualidad, pero también a
la transitoriedad del tiempo presente por comparación con la fijeza, con la escultórica o
arquitectónica estabilidad del pasado “imitable” [...] De un modo u otro.»874
Un estar móvil de modos en el tiempo: ese es el cuerpo de la modernidad. Un no-estar inmóvil
de estilos en el espacio: esa es la nervatura de la modernidad. Un irrepetible del tiempo presente del
progreso: ese es el sentido de la modernidad. Una renovación de la infinitud del progreso: ese es el
propósito de la modernidad.
Siguiendo estas imágenes, la modernidad opera una suerte de «superación del tiempo y
desplazamiento del modo»875, es decir, maniobra una inimitable e inigualable superación histórica
respecto su pasado más próximo desequilibrando la proporcionalidad entre acumulación temporal del
progreso e combinación progresiva en el espacio: un descentramiento, una ex-centricidad que arroja
la expresión del núcleo moderno de un modo límite-modal de la proporción y medida como pivotes
de la razón, de la acción, de la ética, de sus criterios morales y maneras de hacer, pensar, creer y
decir sobre los múltiples modos que modulan la modernidad:
«En la modernidad –en cada modernidad- hay una exhibición y una promoción de modo y de
modelo, una idea o imagen de proporción y medida que se expone como adecuada y, en
algunos casos se impone como necesaria, o como meramente obligatoria. Por ello cada
modernidad, y cada proceso de modernización, muestran su pretensión de modelar y moldear
(con violencia o astucia, por la persuasión o por la fuerza) el pensamiento y la acción, muestran
su voluntad de definir un estilo.»876
Podemos decir con esto, que el agotamiento de la modernidad es respecto a su proceso de
“legitimación socio-cultural” y no al proceso de “validación” o “cercioramiento autopoiético”.
La «condición posmoderna ha delimitado un espacio de confrontación […]: Caín y Abel, Tirios y Troyanos, modernos y posmodernos.» Lanceros,
Patxi. ‘Apuntes sobre el pensamiento destructivo’, en Vattimo, Gianni et. al. (1990) En torno a la post-modernidad. Barcelona, Anthropos, pág. 138.
874
Lanceros, Patxi (2006) La modernidad cansada. Y otras fatigas. Madrid, Biblioteca Nueva, pág. 18. En adelante MC.
875
MC, pág. 19.
876
id.
873
Lanceros al referirse a la condición de la modernidad, acierta con su diagnóstico, acierto que sin
embargo requiere de una perspectiva paralela o complementaria: la de la legitimidad en tanto que
gastada, es decir, es necesario pensar la depotencialización de la legitimidad, pues ello explicaría el
cansancio de la modernidad y, así comprender la imposibilidad que ha manifestado la modernidad de
forjar puentes entre el conocimiento, las artes, la ciencia, el mundo moral y la experiencia que ella
misma ha internalizado en el sujeto y proyectado a la realidad de manera distorsionada. En otras
palabras, la ingeniería moderna-ilustrada ha carecido de la técnica para llevar a puerto la empresa de
conexión de límites, pero si de la arquitectónica de la razón progresista:
«Pero ¿dónde reside el “problema” de la técnica? Dónde puede estribar, dado que cada uno de
los objetos técnicos, cuya existencia depende la construcción, no plantea ningún otro problema
que el problema, técnico a su vez, de su mejora o inutilidad; por lo demás, en relación con la
fundamental comprensibilidad de su plan de construcción, se trata de algo aproblemático. El
contemplador de un árbol se encuentra ante una dimensión inabarcable y, como nos vemos
obligados a creer hoy día, teóricamente inagotable; quien contemple una locomotora tiene ante
sus ojos una cosa cuyos datos están guardados, en su totalidad, en las oficinas de diseño de una
fábrica. […] El problema de la técnica parece resultar de una suma de aquellos problemas que
tienen que ver con los efecto secundarios de las prestaciones técnicas: el accidente de tráfico,
el ruido de las máquinas, los escapes, los desperdicios, las aguas residuales de las instalaciones
industriales, el tempo impuesto a nuestro trabajo por las máquinas y la desviación de los ritmos
de vida naturales, la monotonía del trabajo industrial, etc. [sencillamente] son problemas
inmanente a la técnica, frecuentemente ya solucionados por la misma técnica, pero cuyas
soluciones o no son todavía económicamente rentables o son poco importante para el prestigio
social, demorándose, por ello, su realización. Este tipo de problemática no puede ofrecernos el
problema de la técnica, porque, al fin y al cabo, no hace sino dejarnos ver que el ámbito de las
cosas y las prestaciones técnicas aún es demasiado poco técnico, quedándose detrás de sus
propios principio.»877
Llamamos límites a las esferas moduladas por la modernidad –ciencia, moral, política, filosofía
y arte–, concentradas en lo que Berman ha llamado la disipada “experiencia de la modernidad”878 y
que Harvey define el “ser moderno” como estar en «un ambiente que promete aventura, poder,
alegría, desarrollo, transformación de nosotros mismos y del mundo y, al mismo tiempo, amenaza
destruir todo lo que tenemos, conocemos y somos.»879 Y por conexión pensamos el diálogo
históricamente desplegado cuyo eje es la “modernidad como experiencia”, es decir, aquella moderna
experiencia dialógica que surge del subjetivo existir, cuyas manijas son la alteridad, la subjetividad y
el estilo siempre novedoso con que se desdobla la modernidad en inflexiones de ritmo irregular. Y
justamente esa arritmia, esa intermitencia temporal es la clave interpretativa que revela que la crisis
energética de la modernidad en tanto que experiencia y en tanto que paradigma, es resultado de la
desmembración teórico-práctica y la materialización de la crisis de la idea de Progreso:
«Frente a unos y otros, lo típico o tópico de la modernidad, así designada por antonomasia y
por autodefinición, es haber desplegado el modo sobre el tiempo, o haber anudado tiempo y
modo para lanzar a ambos por la senda y en la dirección de la perfectibilidad, del progreso.»880
La configuración moderna de nuevos estilos, tiene su aplicación en un reparto diferente de
leyes, reglas, posibilidades y horizontes de sentido, instalando –en poco tiempo– una moderna
ciencia con su correspondiente conciencia, que dan hoy forma a lo que podemos llamar una
“episteme dominante”. ”Irrupción” y “novedad” fueron las fuerzas transformativas e instaladoras del
nuevo modo moderno de historia y cultura:
877
Blumenberg, Hans (1999) o.c., pág. 36.
Vid. Berman, Marshall (1988) o.c., págs. 1-12.
Harvey, David (1998) La condición de la post-modernidad. Investigación sobre los orígenes del cambio cultural. Buenos Aires, Amorrortú, pág. 10.
880
MC, págs. 20-21.
878
879
«En acelerada secuencia se descubren nuevos territorios para la ciencia, la experiencia y la
conciencia, nuevas posibilidades de producción, intercambio y comercio, de adquisición y
dominación. Esos mil cursos diferentes tardarían –cuestión de tiempo– en articularse en un
discurso coherente –cuestión de modo–. Tardarían en requerir y conquistar una nueva
legitimidad, o en imponer su novedad como necesidad y como obligación, en presentar sus
credenciales para convertirse en conciencia de época, en interpretación adecuada y autorizada
del mundo. Se […] necesitará una metáfora poderosa que sirva como esquema en el que se
unifiquen tiempo y modo. Y se hallará una vieja palabra que, convenientemente renovada,
certifica la corrección del proceso, la inevitabilidad del proyecto: modernidad.»881
Se trata de la apertura histórica, del filón abierto por la modernidad, la vena por la que corre el
flujo que hace época y la veta de la cual se extraen los materiales con los que se «anudan
indiscerniblemente y aspiran, uno [el tiempo] a la perpetuación y el otro [el modo] a la perfección.
Así el modo se prolonga y se completa en el tiempo, y éste se llena de valor y sentido con la venia de
aquel. La imagen de la evolución y el esquema del progreso, el dogma de la perfectibilidad y la
devoción del futuro se convirtieron para la modernidad –¿hace falta repetirlo?– en las condiciones
del pensamiento y de la acción. Por ello la modernidad ha podido diferenciarse en mil modos y
diferirse en el tiempo. Y ha podido dar la impresión de que el mismo modo se completa en el
tiempo.»882 Este esquema, en Kant deviene clave interpretativa y clave compresiva de un nuevo
tiempo de creación binaria de proceso-progreso, evolución-perfección:
«Desde ese momento (ese largo momento) la modernidad se convierte en el modo por
excelencia: únicamente aquí, precisamente así, justamente ahora, ya, inmediatamente. Y se
lanza al futuro en busca de la perfección: del mismo modo prorrogado, depurado, críticamente
refinado.»883
Este diseño reza un credo de perfectibilidad del modo desplegado en el tiempo, que hace
historia, y que ese relato hace época, cultura, experiencia. Una experiencia, que luego del erial visto
por el ángel de la historia relatado por Benjamin, ha dejado a un planeta exhausto –de guerras de
todo tipo y alcance– incapaz «de repetir, con énfasis, su discurso. Y ya no hay respuestas seguras, ya
no existe aquella autosuficiencia convincente de la modernidad pletórica.»884
Aquí, con un “tal vez” retórico, Lanceros apuesta por una causa de tal cansancio: una
modernidad esquizoide y presa de «la impaciencia frente a una moderna promesa siempre diferida –
cuestión de tiempo– ha propiciado la rebelión contra el modo: precisamente por estar ambos, desde
el principio, indiferenciados y confundidos. Esa rebelión, consciente de la inconsistencia, se hace
llamar post–. Y quiere seguir siendo, en sus mejores conjugaciones y declinaciones, modernidad.»885
El eje problemático opera un difícil equilibrio entre afanes de una modernidad diferenciada –
contractual– y de una postmodernidad –desestructural–, la primera: impulsar ciegamente su proyecto
de modos haciendo tiempo, la segunda: intentar incorporar modos de cualquier tiempo. En medio,
está el sujeto que experimenta su tiempo de un modo u otro –quizás ya no importe ya cual– de la
formulación –relato mágico, operativo, sistémico y funcional– de la promesa de un por-venir mejor.
Lanceros cuestiona la situación de expulsión del paraíso, de la promesa, y esta expulsión, es la
pérdida de fe en los metarrelatos, que ahora, con sus retazos de sentido y significado, urde
alternativas polares, y así mudas… quizás «la alternativa consista en pensar de otro modo: no ya para
ganar sino para no perder el tiempo. Y porque no hay tiempo. […] Porque el tiempo ya no salva,
porque el paraíso ha sido abolido también en el futuro, es preciso rescatar los restos de mil
naufragios: instantes (Benjamin), otras modernidades (Baudelaire). Es preciso rescatarlos en su
881
MC, pág. 22.
MC, pág. 23.
883
id.
884
id.
885
MC, págs. 23-24.
882
radical contingencia, y modificarlos. Hablar de otro modo los lenguajes que ya no piden prórrogas ni
se entregan al futuro (perfecto) sino que exigen libertad, justicia, dignidad, verdad… Entregándose a
alguno de esos ideales (de la razón y no sólo de ella), tal vez haya alguien que pueda salvarse. O no
perderse del todo.»886
El problema no es el tiempo, sino la descreencia en la potencia del tiempo y en su capacidad de
incorporar tal fuerza en los modos como soporte teórico-práctico por excelencia, que ahora no ofrece
respuestas, sino que expulsa cuestionamientos en su afán por certificar la contingencia de todos sus
modos.
Y aquí está la interpretación del cansancio de la modernidad, de la fatiga de sus modos, de su
fractura en el tiempo:
«la quiebra de un modelo que apostó a la eternidad y ahora muestra su desvalimiento, su
vulnerabilidad. Pero el fracaso no es acabamiento, ni fin, ni muerte. El fracaso, como el
naufragio […] dejan restos [que] siguen interrogando [e] inquietando.»887
Los rasgos/restos que son el legado de una modernidad que Lanceros llama “vieja
modernidad”, una modernidad vetusta, cansada, gastada, que hace que nuestro presente se exponga
quizás a ser otra cosa –como muestra postmoderna– frente, por, con, para, contra otros:
«Quizás la modernidad ya no nos protege con su aura ni nos ampara con sus promesas. Pero
tampoco nos seduce un prefijo. La apuesta y el reto no son ya ganar tiempo sino pensar y actuar de
otro modo. O modificar –sin garantías, sin la coartada de ningún absoluto– los modos que nos
instruyen en este tiempo. De un modo a otro, de un modo u otro. No de cualquier modo.»888
El equilibrio dialéctico –postura, compostura e impostura– de Lanceros, cobra aún más fuerza,
cuando el eje argumentativo se funda en el prefijo “post–”, que designa la disolución del sentido
histórico de la “moderna dimensionalidad temporal” y se expresa en la idea de “moderna dilatación
crítica” del modo como la «postmodernidad piensa la modernidad pensando a la vez (en) lo que nos
separa de ella. El prefijo (–post) es el signo de un espacio-tiempo diferido, y tal vez difer(i)ente.»889
Este filón abierto se difiere en lo teórico y es difer(i)ente en lo práctico como reacción ante la
razón instrumental, y por ello aprovecha las grietas de la razón moderna. En lo filosófico, surge un
serio trastocamiento al interior de las polaridades “mundo exterior” y “mundo interior”, “naturaleza”
y “conciencia”, “objetividad” y “subjetividad”. Kant entrega la soberanía absoluta al sujeto moderno
por sobre el sentimiento defendido por Rousseau, soberanía que gobernará en una secuencia histórica
desde el siglo XIX hasta el XX, que conecta al idealismo, romanticismo, historicismo, incluso a la
fenomenología y al existencialismo, en su crítica de las ciencias naturales como patrón de
racionalidad y la defensa de otro tipo de razón que tome al “hombre” como punto de partida. En lo
científico, el surgimiento de la geometría no euclidiana, que en manos de Riemann sirven de antesala
a la teoría de la relatividad de Einstein, además de las investigaciones en electromagnetismo, en la
propagación de la luz y en termodinámica, todos los cuales tendrán como fruto la mecánica cuántica
de Planck, el cálculo de probabilidades y el principio de indeterminación trabajados por Heisenberg,
los que terminan por debilitar los cimientos fundamentales de la física newtoniana: el carácter
absoluto e infinito del espacio y del tiempo, como también la continuidad de la materia y de la
energía. Estas innovaciones implican que la observación empírica no arranca de individualidades u
objetos externos y estables, sino que surgen de las mismas condiciones de observación y los mismos
instrumentos de medición son los que determinan el carácter del fenómeno observado. Asimismo,
estas innovaciones, teniendo como eje la razón instrumental, tendrán como contexto las
transformaciones sociales que hicieron posible el surgimiento de tales novedades, y se alzan como
886
MC, pág. 25.
MC, págs. 25-26.
MC, pág. 26.
889
Lanceros, Patxi (2000) Verdades frágiles, mentiras útiles. Éticas, estéticas y políticas de la postmodernidad. Guipúscoa, HIRIA, pág. 15.
887
888
determinantes en la evaluación de la situación de la racionalidad moderna, ya lo hemos dicho: el
Progreso.
La modernidad es nuestro pasado más reciente y nuestro presente menos flamante, y como
tal le pertenecemos y ella nos pertenece aún, pues ésta «no es un descubrimiento, sino una
herencia, no es una elección sino un destino […] es la plataforma que nos sostiene o el declive por
el que nos deslizamos»890 hacia una «tardomodernidad que nos cobija […] nos sostiene y nos
instruye, se oculta como realización (o se autodeclara incompleta) y así se prolonga como
promesa: monótonamente, dogmáticamente induce a pesar que sólo son posibles la reiteración y
la experiencia dentro de los límites establecidos.»891 Es el resultado de dos siglos de debate sobre
la fundación, consolidación, declive y superación de la modernidad, y como tal produce
cansancio, hastío y penuria. No obstante, es la motivación de la sensibilidad tardomoderna que
nos anima, pero también nos inquieta, pues los límites de la modernidad, sus postrimerías, no
suponen una solución –al menos hasta hoy–. Un “optimismo moderno ilustrado” y un “pesimismo
moderno post-ilustrado”, son los puntos polares en los que se expresa la fórmula representativa
ilustrada de “libertad”, “igualdad” y “fraternidad” frente a la fórmula distintiva post-ilustrada o
tardomoderna de “fragmentación”, “individualismo” y “secularización”. El componente libertario
de la modernidad se ha vuelto contra ella misma en una aceleración incontrolable, pues liberarse
de la modernidad es el sueño de la postmodernidad, o al menos, su pensamiento predilecto o
pathos-motriz y el sueño de la modernidad es la liberación racional del sujeto pero a «una
velocidad de liberación tal que nos hemos salido de la esfera referencial de lo real y de la historia.
Estamos “liberados” en todos los sentidos del término, tan liberados que hemos salido de un
espacio-tiempo determinado, de un horizonte determinado en el que lo real es posible porque la
gravitación todavía es lo suficientemente fuerte como para que las cosas puedan reflejarse, y por
lo tanto tener alguna duración y alguna consecuencia.»892
La Ilustración con todo su hiperventilado entusiasmo con que su programa/promesa
comprometió, se percibe como un malestar respecto a sus modos y estilos, a su teoría y práctica:
«Se trata más bien de evaluar el grado de persistencia y adecuación de las conductas modernas
(tanto teóricas como prácticas) en un contexto como el actual, más diferenciado y complejo,
menos proclive al optimismo ilustrado. Para lograr tal propósito es preciso cobrar una cierta
distancia. Eso es precisamente la postmodernidad: un lapso de indeterminación, un espacio
para la interrogación irónica, una oportunidad para la interpretación.»893
La clave interpretativa introducida por Lanceros, tiene que ver con que la postmodernidad es el
signo de una “impertinencia hermenéutica”894, una entrada interpretativa que guiará la comprensión
de la configuración moderna de la fisonomía epocal contemporánea. La postmodernidad sería el
espacio abierto de la interpretación, pero ¿sobre qué? ¿Sobre la cultura, la sociedad, la religión, el
arte, sobre el sujeto, la política, etc.? Al parecer sobre todo aquello como también de las relaciones
interpretativas que surgen a partir de ellas.
Interpretar los modos de la modernidad, sus variaciones de tono con que se han ensayado
sus himnos de avance y sus cantos de fracaso, tiene un elemento común, compartido y
permanente: la idea de “revolución” en el entusiasmo del sujeto moderno ante la promesa pseudodivina de “ser como dioses”, de su orgullo cognoscitivo, de su esperanza en lo racional y de que
esta esperanza depende de una modulación temporal ilimitada tanto en su realización como en su
perspectiva histórica –el relato histórico–fundacional deviene mito de iniciación:
890
ibid., pág. 21.
ibid., pág. 22.
892
Baudrillard, Jean (1997) o.c., pág. 9.
893
Lanceros, Patxi (2000) o.c., pág. 186. El destacado es nuestro.
894
Vid. Lanceros, Patxi (2000) o.c., pág. 15.
891
«La historia queda convertida en proyecto, el hombre en permanente sujeto revolucionario, la
filosofía en adecuado instrumento crítico.»895
Se trata de la interpretación de revolución como ritual de “transubstancialización” de la
historia hacia “lo constantemente y siempre más nuevo”, es decir, de un pathos revolucionario de
entusiasmo que, en la sobreabundancia de sus transformaciones y progresos, deviene en pathos
globalizador de desánimo frente al fracaso de la promesa siempre aplazada, convenientemente
prorrogada y consecuentemente desgastada desde la universalidad a la globalidad:
«La modernidad ha recibido varias denominaciones. Cada una de ellas elige un rasgo y lo
convierte en clave de bóveda de la construcción moderna: edad de la razón o de la ciencia, de
la burguesía, de la industria o del capital. O “época de las revoluciones”. Si esta denominación
es más acertada –más comprehensiva– es porque la revolución, su metáfora y su mito, su
cuento y su cuenta (todavía pendiente, siempre pendiente), ha atravesado tiempos y ha
colonizado espacios: ha habido revolución del pensamiento y del método, de la ciencia y de la
técnica, revoluciones políticas y sociales, revolución industrial, revolución burguesa,
revolución proletaria. Hasta una –interminable– revolución conservadora.»896
En un giro propositivo sobre los nexos entre “revolución” y “modernidad”, sitúa Lanceros al
relato moderno de revolución como un mito que «se enuncia y se escribe. Se re-cita. Y la cita que
retorna, que en cada recitado se renueva, es siempre la misma y siempre otra. Diferente y diferida
[como la modernidad], crea espacio y da tiempo…, al tiempo [para recorrerlo como] un paisaje
transitable»897 por sujetos modernos que responden a un llamado, a una cita con la Revolución, y
ella, «solícita y esquiva, no es que no llegue, es que no acaba de llegar.»898 La revolución impone
una mecánica de sentido y dirección que daba lugar y tiempo899 a la modernidad distendida.
Ensayemos una “impertinencia hermenéutica” y asumamos un “reto hermenéutico”:
posicionemos el origen del optimismo moderno ilustrado en aquella anécdota fundacional de la
Ilustración900 y la conectamos con la consideración del acontecimiento fundacional de la llamada
“postmodernidad”: la “revuelta” estudiantil del mayo de 1968 en París como entrada a la historia
de las paradojas rupturistas frente al modelo económico-político liberal. Desde la “revolución”
catalogada de revuelta a la “re-vuelta” inflexiva que expresa el cansancio de las potencias
ilustradas. Desde el principio de irresistibilidad trabajado por la Ilustración hacia el principio de
resistencia de una época cansada de los aplazamientos y postergaciones. Desde el optimismo de
pertenecer a un ethos de un orden nuevo hacia la extrañeza de que el orden establecido violente la
misma naturaleza humana. Desde la nueva manera de relacionarnos con la actualidad hacia un
presente que da la espalda a la historia y al sujeto. En fin, desde la Ilustración como movimiento
cosmológico que instaura orden, luz y sentido hacia la modernidad postilustrada como
movimiento terrenal de resistencia, crítica y descontento:
«Ante todo […] en torno a 1900 […] se creía en el futuro. En un futuro social. En un arte
nuevo. El cambio de siglo le dio un barniz de morbo y decadencia: pero ambas definiciones
negativas fueron sólo una expresión de circunstancias para la voluntad de ser otro y obrar de
895
MC, pág. 32.
Lanceros, Patxi (2005) Política mente. De la revolución a la globalización, Barcelona, Anthropos, págs. 41-42. En adelante PM.
PM, pág. 44.
898
id.
899
PM, pág. 47.
900
«La fecha fue la noche del catorce de julio de 1789, en París, cuando Luis XVI se enteró por el duque de La Rochefoucauld-Liancourt de la toma de
la Bastilla, la liberación de algunos presos y la defección de las tropas reales ante un ataque del pueblo. El famoso diálogo que se cruzó entre el rey y su
mensajero es muy breve y revelador. Según se dice, el rey exclamó: “C’est una révolte”, a lo que respondió Liancourt: “Non, Sire, c’est une
révolution”. Todavía aquí, por última vez desde el punto de vista político, la palabra es pronunciada en el sentido de la antigua metáfora que hace
descender su significado desde el firmamento hasta la tierra; pero, por primera vez quizá, el acento se ha trasladado aquí por completo desde la
legalidad de un movimiento rotatorio y cíclico a su irresistibilidad […] lo que ahora se subraya es que escapa al poder humano la posibilidad de
detenerlo y, por tanto, obedece a sus propias leyes.» Arendt, Hannah (1967) Sobre la revolución. Madrid, Revista de Occidente, pág. 55. En las paredes
de Nanterre durante el Mayo de 1968, se escribió irónica, sentenciosa y quizás razonablemente: “Esto no es una revolución, majestad, es una
mutación”.
896
897
otra forma que el hombre del pasado. […] Ante todo: se creía en el futuro. Se le quería hacer
venir. […] Más tarde nos vimos enfrentados a la cuestión de si existe alguna clase de “progreso
espiritual”. Uno se las apaña incluso sin respuesta si contempla como lo esencial de los
fenómenos […] una cierta “direccionalidad”. Sentimientos, ilusiones, deseos, ideas, llevaban
esa marca de la direccionalidad, se planteaban, real o aparentemente, en paralelo, y señalaban a
alguna parte en el futuro. […] Lo que en aquel entonces parecía una dirección se ha disuelto;
una soga se ha acabado de gastar con el tiempo. Se hace de ver que ya por entonces estaba allí
todo, luego ha ido haciendo su aparición lo uno tras de lo otro, y hoy está yuxtapuesto
simultáneamente. […] Mientras que en 1900 se creía en la llegada de un hombre nuevo, hoy se
está desesperado y sin expectativas. Se tienen todas las posibilidades históricas y ninguna
realidad presente.»901
La modernidad –nostálgica, autoculpable– es un relato fundacional sobre las energías
racionales que mueven al ser humano. Un nuevo espíritu inunda al sujeto moderno de razón como un
todo por una «modernidad demasiado autosatisfecha»902 por el aplazamiento de su promesa de
progreso, liberación, democracia que hace experimentar la dicotomía entre la “promesa de la razón”
y la satisfacción de las “demandas de sentido”903, que expresan la incompatibilidad de discursos,
criterios, esperanzas e ideas de la sociedad contemporánea.
Asimismo, la modernidad como lo hemos dicho antes, es un proceso cultural de cambio, de
mutación, de metamorfosis en las disposiciones, en las pautas normativas y/o descriptivas y en sus
formas de producción y modos de vida. Es el ámbito de tensión entre el pasado, el presente y el
futuro, que representa «el litigio entre lo viejo y lo nuevo –entre tradición y progreso, si se quiere–,
forma parte del patrimonio, agónico y polémico, de la modernidad en todas sus fases»904 desde
aquellas etapas fundacionales y fortificadas hasta las actuales épocas agónicas, cansadas y en crisis
por el paso de un tiempo que le es esquivo: «la modernidad contemporánea no es ya (o no es sólo)
futuro y promesa; es ya pasado o es también pasado. Es ya herencia y testamento, es tradición y
rutina. Es, tal vez como los viejos ídolos abolidos, residuo y superstición. Y también ella, como todo
y como todos, es sometida a procesos de acoso y derribo; también ella es amenazada por
disoluciones y evaporaciones, por licuefacciones y liquidaciones.»905
La condición moderna es la tensión entre “tiempo” y “estilo”, entre “modo” y “espacio”,
tirantez que nos hace hablar de las modernidades. La dinámica moderna se impone ante la resistencia
del mundo –al menos en alguna proporción y lugar–, que en sus movimientos supera en velocidad a
la misma y aleja a las “terminales” o “estaciones” de destino –libertad, igualdad, fraternidad–
fijándolas en sus espacios y en sus tiempos, mientras pasivas sufren las secuelas del movimiento
incesante de este mundo.
A este movimiento o conjunto de múltiples procesos, se ha denominado globalización, como
un «conjunto de múltiples procesos que estratifican los movimientos –que estratifica por medio de
movimientos–, que configura un mundo de distintas velocidades; un mundo en el que es un valor
poder elegir la movilidad»906 como estrategia de sobrevivencia o táctica de flujos acomodaticios en
una modernidad que se presenta “reblandecida”, “desgastada”, “flexible” y “adelgazada” en sus
estructuras “sólidas”.
Para Lanceros, “globalización” es un término sinónimo de una modernidad que «desde sus
inicios […] puede interpretarse como una verdadera revolución […] de la movilidad, los flujos, los
intercambios y los desplazamientos: como la evaporación de todo lo sólido.»907
901
Musil, Robert (1992) Ensayos y conferencias. Madrid, Visor, págs. 363-365.
PM, pág. 109.
PM, pág. 116.
904
PM, pág. 162.
905
PM, pág. 163.
906
PM, pág. 165.
907
PM, págs. 166-167.
902
903
Movilidad que no respeta límites ni supone “remanso” de continentes de certidumbre ni
«mecanismos de seguridad y defensa, de protección y de estabilidad, que configuran un espacio –e
instituían un tiempo– en que lo sólido y lo sólito (lo acostumbrado, lo habitual) se imponían a lo
insólito, a lo insolente: a la penetración de lo extraño, de lo alógeno corrupto y contagioso, a la
circulación de lo imprevisto y tal vez desestabilizador»908 que hiciera peligrar el decurso de su
variación histórica:
«La modernidad […] destruyó, desde el principio (en todos los sentidos del término) muchas
barreras, tanto horizontales como verticales. No sólo completó un proceso de “conquista
planetaria” sino que alteró las jerarquías tradicionales y problematizó las otrora invulnerables
garantías religiosas. La palabra y la acción cambiaron de fundamento y de horizonte. Y el
progresivo paso de la teo-logía a la tecno-logía propició otra historia de la salvación. No ya
una teodicea sino una tecnodicea: de la que todavía parecemos devotos; o de la que ya hemos
hecho apostasía.»909
La modernidad es, en este sentido, modulación móvil de erosión y fragmentación de “todo
lo sólido”, desarticulando los “bloques”, los “equilibrios” y articulando las “fracturas” sociales y
culturales como también las estéticas, éticas y políticas. Nos referimos antes por globalización en
términos de “sombra”, como una lobreguez que dificulta la prosecución y seguimiento de los
fundamentos ilustrados, de la vigencia del modelo –económico, social, político–, estrangulando la
prolongación del programa. Síntoma de una asfixia cuyo nudo es el mercado y su tensión entre
“satanización” y “divinización” que tiene como resultado, un híbrido: la globalización como
metáfora presente en la historia a la hora de interpretar la dicotomía entre “poder” y “saber”,
“tener” y “desear”, entre “compartir” y “pactar”, que expresan la reducción del mundo a un
inmenso mercado asentado sobre una infraestructura planetaria de un sistema de producción
industrial hacia una civilización científico-técnica. El «mercado ha alcanzado una real hegemonía
al instituirse como referente universal, en el momento en el que se ha convertido no sólo en
ámbito, sino en conjunto hegemónico de fuerzas, es preciso reparar en todos los efectos que
produce: demográficos y ecológicos, culturales, sociales y morales, políticos»910, que tiene como
continente a una «modernidad [que] ha sido el momento y la ceremonia de manumisión del
mercado, en la teoría y en la práctica; y el comienzo de su hegemonía, de su penetración en todos
los espacios de la sociedad y de su posición de dominio: la inauguración de una nueva aetas
[tiempo vital] marcada, en estos momentos, por el declive de los ámbitos cultural y político y por
la simultánea capacidad de decisión y creación –casi omnímodas– del mercado.»911
La globalización912 –que «dice y hace [con un lenguaje propio y una acción] post-racional que
no cabía en pre-visiones racionales de la modernidad en declive»913– se formula como “Casino
global” –que expresa la imagen de una nueva configuración en la era de la economía mundializadora,
de las finanzas y de las informaciones– y la de fundamentalismo del mercado –que manifiesta la
ideología que apuesta por un sistema de aperturas y clausuras interesadas financiadas con
servidumbre, mano de obra barata, una docilidad e incondicional sumisión– ambas manifiestan la
“gran mentira”, la falacia de la autorregulación –neoliberal– que «parece bendecir, todavía, a un
mercado de dimensiones globales que pretende operar más allá de toda regla; y la enigmática mano
invisible parece ser la esquiva distribuidora de suertes que, como la lotería de Babilonia, no se
cuentan en moneda sino que algunas se gozan y muchas se sufren en las biografías (y en las
biologías) individuales y colectivas.»914
908
PM, pág. 167.
PM, pág. 168.
910
PM, pág. 178. Adorno sentencia: «Ninguna teoría escapa ya al mercado». Adorno, Thedor W. (1992) o.c., pág. 13.
911
PM, pág. 182.
912
Para la vinculación entre globalización y tecnología, Vid. Lanceros, Patxi. ‘Globalización y tecnología’. en Ortiz-Osés y Lanceros, Patxi dirs. (2004)
o.c., págs. 151-156.
913
PM, pág. 212.
914
PM, pág. 184.
909
El problema que surge, tiene que ver con un eje de confianza –extremadamente ingenua– de la
presunta autorregulación que de manera hegemónica “exige” e “impone” reglas políticas a las
estructuras estatales, deviene ahora en red global informatizada con atribuciones para legislar,
regular, autorizar y resolver los movimientos omnipresentes de manera interesada, pues «exige
libertad y seguridad para sus propias transacciones [lo que a su vez produce] inseguridad y falta de
libertad globales»915, exigencias que ha impuesto una «semántica propia, un idiolecto que altera el
significado de palabras como necesidad y justicia. O que reduce drásticamente el sentido de términos
como libertad y seguridad. Ha delimitado el campo de lo posible y ha decretado imposibilidades
teóricas y prácticas: empleo estable, atención sanitaria garantizada, escuela pública, subsidios de
paro, enfermedad y jubilación, equilibrio ecológico, etc.»916 “Imposibilidades” que hablan de las
aspiraciones sociales que las instituciones políticas debieran asumir como su objeto de pensamiento
y acción:
«Son las teorías y las instituciones políticas las que han de garantizar el sentido pleno y la
posibilidad práctica de la justicia, la libertad, la igualdad y la seguridad. Y han de garantizarla
frente a la acción disolvente del mercado (y su fundamentalismo particular), que erosiona
cualquier sistema de garantías, y frente a la reacción redentora de otras instancias (culturales,
nacionales, religiosas) que se ofrecen como cobijo alternativo a la intemperie, como cimiento,
clausura y cerco desde los que resistir a las mareas ocasionadas por los flujos globales.»917
El lugar que debe ocupar la política918 –aquella política de la co-acción y de la ob-ligación–,
es entre la “acción disolvente del mercado” y la “reacción absorbente de los refugios identitarios”.
Una política consciente de su propia in-trascendencia, es decir, de su falibilidad, contingencia y
artificialidad:
«En el mundo de la economía globalizada y de las culturas localizadas, es la política la que
corre el riesgo de caer abatida entre el fundamentalismo del mercado y los varios
fundamentalismos comunitarios. Es también la política la única esfera potencialmente abierta
al concurso de todos: sin previa declaración de patrimonio, sin previa profesión de fe.»919
La modernidad, decíamos más arriba, es la modulación de un nuevo “dogmatismo” cuya
profesión es el progreso y cuyos credo y misión son la sustitución de lo trascendental por lo
inmanente, lo teo-lógico por lo epistémico, lo criatural por lo subjetivo: la fe moderna se nutre del
desprecio irruptivo contra los hombres y la depreciación respecto con la naturaleza. Sustitución
basada en relatos eminentes «que pretenden descripción “objetiva” del mundo y sus procesos, de la
realidad natural, histórica y social. Pero, a la vez e indisociablemente, son portadores de esperanzas y
miedos colectivos: sobre ellos descansan (o se con-mueven) las posibilidades de la autopercepción
individual y colectiva. [Además estos relatos] se pretenden totales y absolutos [como] verdades
omnicomprensivas y omniexplicativas. [Finalmente y en una] aparente contradicción con las
anteriores, es que esos relatos y sus categorías rectoras han llegado a nuestra modernidad tardía y
cansada desgastados y heridos. Las viejas devociones modernas, las que fueron defendidas con la ira
sagrada en sus prolegómenos, han experimentado una –quizá inevitable– degeneración. Se cumple en
ellas una especie de constante histórica: las creencias toman en sus inicios un decidido impulso que
las confiere forma de epopeya, sufren una inflexión crítica que hace de ellas tragedia, y finalmente
padecen un desgaste que acaba convirtiéndolas en parodia.»920
Con este “dogmatismo”, Lanceros se refiere a aquellas instituciones, hábitos y narraciones
adquiridas por la modernidad, pues «heredó todo menos la fe […] incondicional que aseguraba [para]
tales instituciones, hábitos y narraciones la hegemonía o el monopolio normativos. La epopeya
915
id.
PM, pág. 185.
917
id.
918
Vid. Lanceros, Patxi. ‘Política’, en Ortiz-Osés, Andrés y Lanceros, Patxi dirs. (2005) o.c., págs. 451-458.
919
PM, pág. 190.
920
PM, págs. 195-196.
916
moderna se inicia en ese “todo” y en ese “menos”.»921 En esta operación se expresa la clave de la
distancia, de la identidad y de la diferencia con que se piensa la modernidad crepuscularmente: la “fe
en la razón” y en sus prolongaciones funcionales, se han vuelto vulnerables a la réplica histórica,
perdiendo reservas para su universalidad y normatividad, despoblando el “paraíso de las profecías
racionales” [Nietzsche, Weber] o el mundo de “ideales de la razón moderna” [Kant, Habermas],
dejando el terreno preparado –al menos eso es lo que esperamos filosóficamente– a la interpretación
y a la crítica como aquellas acciones y actitudes que remiten a la pregunta por el sentido en cuanto
«sentido-de-ser»922:
«La pregunta, históricamente desplegada, nos obligaría a la elaboración de una “arqueología”
[…] que mostrara los desplazamientos del fundamento en el lenguaje, las instancias que han
ocupado el centro del pensamiento y del discurso y a las que se habría confinado, o de las que
se habría demandado, una embajada de sentido. Así la naturaleza (physis la llamaban los
griegos) en los albores del decir filosófico que todavía hoy nos convoca. Así el dios, como
condensación y desplazamiento del sentido (sentido de la vida, sentido del mundo, sentido-deser), como metáfora y metonimia; o la razón en la época moderna, último avatar de un logos
que no admite en su cometido de dar sentido a lo que hay y a lo que en el haber deviene.»923
Tales representaciones de sentido, hegemónicas, totalizadoras también fueron sometidas a
escrutinio crítico, y que hoy nos evocan para, justamente, interpelar la certeza de que la globalización
administra el sentido bajo un sistema presuntamente autorregulado por su propia lógica de desarrollo,
generando su propia necesidad y universalidad, bajo la configuración de una alianza entre economía
y tecnología. Ambas detentan la pretensión de delimitar, definir el espacio lógico y legal con un
despótico dialecto que construye realidad –mundo–, pues «en su seno se articulan las categorías del
ser y del poder, porque en ellas se decide el presente y se diseña el futuro, y porque ellas surten al
imaginario colectivo de paisajes utópicos: tanto los que promueven la esperanza como los que
anticipan el terror.»924 Se alza, entonces, como una “re-configuración” del “creer”, del “pensar”, del
“hacer” y del “ser”:
«Configuración del ser y trama de sentido. Eso pretende ser la tecnología, elevada al rango de
razón universal, de razón y sentido de(l) todo. O, más bien, la coalición tecnológicoeconómica. A la ontoteología [un mundo de valor y sentido determinado por Dios] y la “ontoratiología” moderna [un mundo de valor y sentido determinado por la razón], sucedería ahora
una ontotecnología. Una época en la que las categorías del pensar-decir (en expresión de E.
Trías) técnico definirían la realidad y conferirían legitimidad tanto al discurso como a la
acción.»925
Un “pensar-decir” que define el “saber quien manda”, y en este posicionamiento Lanceros
resitúa el antiguo problema de arché griego, del fundamento-principio en esta nueva “reconfiguración” paradigmática abierta por la tecnología o la “universal organización tecnocientífica
del mundo” (Vattimo926). “Saber quién manda” es “saber quién impone” los lenguajes, determina y
define los conceptos, impone los modos y las modas: Dios o la Naturaleza, la Razón o la Técnica. En
esta exigencia identitaria, la modernidad tiene un protagonismo central –no de nostálgica reacción,
pues las innovaciones son aún más radicales que las incorporadas por la modernidad inaugural–:
«La «tecnología (y la economía que la protege y la ampara) no es una mera secuela de la razón
moderna; constituye una nueva disposición del pensar, el decir y el actuar.»927
921
PM, pág. 197.
PM, pág. 202.
id.
924
Lanceros, Patxi. ‘Globalización y tecnología’, en Ortiz-Osés Andrés, Lanceros Patxi dirs. (2004) o.c., pág. 153.
925
PM, pág. 204.
926
Vattimo, Gianni (1992b) o.c., pág. 69.
927
PM, pág. 206.
922
923
Si la industria y la técnica con toda su artificilidad, autónomía valórica, mecanización
autodeterminada e independiente de la intervención humana e imbricada tecno-racionalización
fueron las imágenes con que la razón moderna articuló al logos como instrumento de decisión de
fines, la tecnología actual (técnica más economía) levanta una suerte de reino o dominio en el que se
destaca la lógica y el formalismo como estructuras de pensamiento donde se determinan los medios –
aspecto teórico– conceptuales, las operaciones, los cálculos y las relaciones y encadenamientos
necesarios para establecer la verdad. Un dominio que nos «circunda y nos constituye, dictándonos
imperativamente estándares predeterminados de racionalidad, modelados sobre la base de criterios
exclusivos de funcionalidad y eficiencia.»928
Este aspecto teórico reduce el pensar humano a un mero instrumento organizador de tal
ordenamiento:
«Lo distintivo de la época actual […], es que la tecnología y economía se han convertido en
cosmovisión totalizadora, que a ellas se remiten la vida y la muerte, tanto en lo que respecta a
sus definiciones como lo que atañe a las operaciones que toleran; […] son las flexiones que nos
proporcionan el lenguaje en y con el que nos proporcionan el lenguaje en y con el que nos
comunicamos, además […] de los elementos de “cultura material” de los que nos servimos.»929
Se acrecienta el reino de la técnica que determina los medios físicos –aspecto práctico– con el
fin de alcanzar concretamente un objetivo –aspecto teórico–, reduciendo la acción humana a un
trabajo técnico organizado, ya que la tecno-logía se impone como un «conjunto de discursos y
prácticas que tiene pretensiones de radical autonomía; y pretensiones de totalidad explicativa y tal
vez normativa [y lo hace] en el momento en el que la fe en la razón se desvanece como tal fe, en el
momento en que ya no promueve el múltiple impulso entusiasta»930:
«En nuestra época, la tecnología se ha convertido en un sistema cerrado: considera al resto del
mundo como se “entorno”: una fuente de alimento, de materia prima para someter al
tratamiento tecnológico, o el basurero para los desechos –supuestamente reciclables– de ese
tratamiento, y define las desgracias o infracciones como efectos de su propia insuficiencia, y
los “problemas” resultantes, como una exigencia de más de lo mismo: mientras más
“problemas” genera la tecnología, más tecnología se necesita. Sólo la tecnología puede
“mejorar” la tecnología, curando los males de ayer con las medicinas milagrosas de hoy, antes
de que se conozcan sus efectos secundarios y se necesiten nuevas medicinas mejoradas. Éste
es, probablemente, el único problema “suscitado por los avances tecnológicos” que son
verdaderamente “irresolubles”: no hay salida del sistema cerrado.»931
La modernidad se ve extralimitada por la emancipación del curso de lo técnico incluso de su
misión instrumental-pragmático-utilitarista, la cual crea sus propios discursos justificadores y lógicas
internas de legitimación, coloniza espacios, instaura una nueva realidad, impone un nuevo lenguaje y
con él, una nueva interpretación del mundo y de nosotros mismos. Un lenguaje que «interpreta lo
real, que lo crea. Lenguaje ontológico (onto-tecnológico) que hace ser»932.
Es decir, forja espacios de conexión, relación, comunicación y ámbitos de acción. Este
lenguaje –cosmovisión o visión de mundo–, este tecno-dialecto –tecnovisión, tecnoperspectiva– que
fluye en la economía planetarizada con su lógica de expansión en red de mercado, habla de una
«totalización postracional que no cabía en las pre-visiones racionales de la modernidad en
declive»933, que es el retiro de la modernidad; es la mengua de las energías que fomentaban la
transformación proyectiva de la modernidad; es el repliegue suspensivo de la época de la razón que
928
Marramao, Giacomo (2006) o.c., pág. 36
Lanceros, Patxi. ‘Globalización y tecnología’, en Ortiz-Osés Andrés, Lanceros Patxi dirs. (2004) o.c., pág. 153.
930
PM, pág. 209.
931
Bauman, Zygmunt (2004b) o.c., pág. 212.
932
PM, pág. 211.
933
PM, pág. 212.
929
da paso a la creatividad vertiginosa de la globalización que escribe la realidad y la narratividad del
horizonte con nuevos caracteres tecnológicos.
La tecnología no sólo administra y transforma al “mundo material”, sino que también los
discursos comprensivos y simbólicos –ahora en tensión analítica e interpretativa– de tal
transformación y gestión, y por ende, para el sujeto cambian los medios con los que operar y fines a
los que aspirar. Se ha instalado hegemónicamente un universo tecnologizado:
«Si este universo simbólico tecnológico ha logrado la hegemonía, ha sido porque su motor se
ha convertido en la fuerza de producción preponderante y, a la vez, en ideología dominante. La
razón científico-técnica se nos presenta como el mejor camino para resolver los problemas que
se le plantean; resuelve, al parecer, con eficacia la pretensión de dominar progresivamente la
realidad con el máximo rendimiento y el mínimo costo. Pero, además de fuerza de producción,
se ha convertido en ideología dominante y, para muchos, hasta en horizonte utópico (tal vez,
por la confianza en su ilimitado progreso).»934
Con su poder de explicación e intervención, es la “racionalidad concreta” como poder-hacer
ser que ha reemplazado a la moderna razón carismática, vinculante y universal, imponiéndose como
figura del logos, como brújula de la voluntad práctica de la vida y como horizonte que marca la
distancia entre lo que somos y lo que seremos, y aún más, entre lo que queremos ser y lo que nos
dejarán que seamos:
«El Mercado no siente. Ni consciente. […] Si hoy el mundo puede, con cierta precipitación no
exenta de riesgos, ser descrito como sistema, ese sistema es el Mercado. Y el Mercado no es
sólo, como quizá lo fuera en el quicio inicial de la modernidad, un sistema económico: es un
sistema político y un sistema cultural. Lo cual quiere decir que ha conseguido superar […],
absorber y someter tanto a las instituciones políticas como a las instituciones culturales, que se
validan y se convalidan, precisamente, en el Mercado en el que, como todo y como todos,
cotizan. Quiere decir que ha conseguido imponer su lógica, o imponerse como figura del
logos.»935
La globalización fusiona mercado con tecnología, los sistemas económicos con los sistemas
simbólicos, las trasferencias racionales con los intercambios comunicativos, las esferas de
pensamiento con las de acción, las de resistencia con las de obediencia; y en esta fu(n)sión opera la
ilusión tecnocrática –ahora tecno-económica– de un mundo organizado burocráticamente por una
racionalidad traducida en imagen colectiva de la verdad, de la objetividad, y que ha terminado por
enterrar los discursos revolucionarios de la modernidad jovial.
La modernidad, ahora desgastada y cansada, ve como se instaura un nuevo orden simbólico e
institucional como nuevo sujeto histórico. Se instala además, un lenguaje global de «dominación sin
participación, [y de] legalidad sin legitimidad»936 con una racionalidad convertida en pura
«funcionalidad sin finalidad»937 y operada por un «procedimiento impecable y sin contenido»938,
abriendo la puerta «a cualquier forma concebible de prácticas de barbarie» 939 cultural. Finalmente,
Lanceros lo que revela, es la dialéctica –incluso nos atrevemos a decir “táctica” suponiendo una
voluntad tras de ella– entre los “modos” de la modernidad y las “estrategias” de la modernización;
entre las modulaciones ideales del proyecto y las tácticas de poder/hacer de la racionalidad
cognitivo-instrumental; entre la universalidad del proyecto y la individualidad de la experiencia de
crisis.
934
Conill, Jesús (1991) El enigma del animal fantástico. Madrid, Tecnos, pág. 281.
PM, pág. 230.
936
PM, pág. 234.
937
DI, pág. 136.
938
DI, pág. 137.
939
Bauman, Zygmunt (2005a) o.c., pág. 79.
935
Dialécticas que hablan de la globalización como un discurso-acción que dice-y-hace y se-hacelo-que-dice y no-hace-lo-que-promete, y con ello transforma lo que domina y domina lo que utilizó.
Los límites para el mercado se han desdibujado y con ello, se ha ampliado la hegemonía de su
metáfora cívico-religiosa y económico-política, para pasar a significar que, en fin, esta modernidad
taciturna de la que somos herederos y a la cual traicionamos, yace despojada de las energías
revolucionarias, utópicas e idealistas debido a la acción global de nuestra negligente reacción ante
los resultados agradables del desarrollo tecnológico que nos seduce, conduce y reduce.
Nosotros (no todos, pero bastantes), lectores apostatas de los relatos/promesas modernos y
de las profecías/visiones postmodernas, ya in-creídos de sus ofertas no caemos seducidos por la
perplejidad, sino que buscamos la comprensión del “cuerpo” y “nervatura” modernas, su
significado vacilante que hilvanan sus voces, sus máscaras, sus figuras y símbolos anacrónicos en
tiempos por su ocultamiento, pero sincrónicos y simultáneos como líneas indisolubles de una
“figuratividad moderna” en sus representaciones, con la perspectiva/expectativa que nos farfulle
su sentido y dirección; nos declare sus proporciones y promociones, limitaciones y aperturas; nos
delate sus modelos y diseños, certezas y errores; nos confiese sus pendientes e inacabadas
intenciones.
——¿Qué son ahora estos mundos, más que tumbas y monumentos fúnebres del hombre…
moderno?——
La conclusión –como la muerte– es sólo un paso, un “entonces qué” y un “para”, convertidos
todos en una suerte de confesionario de las ideas que en el camino que le precede se han
desarrollado de manera parcial, siempre limitadas, pendientes. La pregunta de la “conclusión” no
estriba en “qué” se ha dicho, sino en “cómo” se han urdido las ideas, los guiones elegidos para un
reparto de personajes que se entrega a la forzosa dirección del autor en el espionaje de los
camuflajes figurativos.
Este cumplimiento –o tensión hermenéutica– también –como la meta– es sólo un perímetro,
una demarcación que señala la acomodación de figuras de significación en planos de sentido
hermenéutico sobre la transfiguración comprensiva de la modernidad. Esta marcación señala la
esfera de interpretación: una hermenéutica figurativa de la modernidad como esfera crítica de las
relaciones subterráneas que fragua la historia moderna, presentada con un dinamismo de escenas o
metáforas de sentido y transformación, despliegue y desenvolvimiento de acontecimientos.
Asumimos como punto de partida de nuestra investigación, la exploración de nuevas
figuraciones, representaciones alternativas y localizaciones identitarias desplegadas en el devenir
histórico de la modernidad. Las figuras representan posiciones situadas, es decir, puntos
referenciales, orientadores, marcas inscritas y encarnadas, respondiendo a las exigencias históricogenealógicas como asimismo a exigencias hermenéutico-interpretativas por presentar esquemas
alternativos de representación y comprensión de una realidad que a veces cae seducida por
inclinaciones interpretativas totalitarias.
Se ha inaugurado una perspectiva, y creemos que eso ya ha sido un logro: la figuratividad de(l)
sentido de la modernidad. Es decir, no se ha hecho otra cosa que interpretar figurativamente en
símbolos encarnados y metáforas teatralizadas a una modernidad que se diluye y se aplaza en sus
transformaciones buscando fuentes de legitimación a pesar de su declive y depotencialización como
proyecto socio-cultural-intelectual, como aspiración político-normativa y conquista expresivoestética para un sujeto secularizado, individualizado y “desidentizado”, que ha abandonado la
contemplación, asumido la explicación y se ha perdido en la dominación.
La figuratividad convierte la imagen –la mera presencia– del sujeto en una entidad dinámica y
cambiante, posibilitando el rebasamiento de la metáfora, para situarse en la “figuratividad
transformadora” de la autorreferencialidad y de la subjetividad cerrada.
Los planos de interpretación que se han intuido, tienen que ver con una ruta intermedia en
las interpretaciones “dominantes” –si es que hoy podemos hablar de dominio en la interpretación–
tanto del pensamiento de Nietzsche o Gadamer como en las presentaciones canónicas de
modernidad. Lo mismo ocurre con las piezas de un puzzle: la imaginación, la intuición y el saber
negocian la posición exacta de la pieza que done sentido a la totalidad por interpretar. En la
hermenéutica sucede algo similar: no hay interpretación definitiva ni menos detención o
suspensión del comprender-interpretar. Y en la hermenéutica figurativa, en la que se mezcla
genealogía y simbolismo, cumple con el objetivo de forzar la interpretación al alinear las figuras
de significación revelando su parentesco estructural, y que esta ordenación, pregona el proceso
transformativo de la modernidad y de los impulsos que ha llevado que su estructura ingrese a una
global encrucijada cultural de “re-configuración” crítica «en un tiempo que carece de profetas y
está de espaldas a Dios», como ciertamente afirma Weber.
Descubrimos que las “figuras de significación hermenéutica” gozan de una “similaridad”
estructural y, por ello, resultar ser refractarios anacrónicos para la revelación consonante con el
proceso transformativo de la modernidad. Una modernidad que ha venido prorrogando su fundación
y difiriendo las expresiones de este aplazamiento. Tal dilación se encuentra en las figuras dialogantes
con las voces teóricas y prácticas de la modernidad. Además, estas “figuras de significación
hermenéutica” expresan una “similaridad” en el sentido de “asemejarse”, que le vinculan desde los
lazos heredados por la historia bajo la forma de memoria genealógica y genética. Asimismo,
expresan una “similitud”, es decir, una afinidad en una multiplicidad de puntos, de ejes y campos, de
cruces e intersticios, consolidando ciertos enclaves de reconocimientos mutuos: el de la narratividad
de identidad.
Desentrañamos que el ritmo de las modulaciones de la modernidad se ajusta a las
transformaciones experimentadas por los personajes del ideario nietzscheano gracias a su
parentesco o semejanza estructural. Asimismo, los guiones presentados para su vigorización y
posterior deterioro, son las voces que hablan de la triple simbo-narración transformativa de la
modernidad que se hace presente en las estrategias escenificadas en el “hacer”, “pensar” y “creer”
de las figuras de sacerdote asceta-león, pastor-camello y “hombre loco”-“niño” como estrategias
metafóricas correspondientes a las concepciones crítica-evaluativa, histórica-evaluativa,
postmodernizadora-evaluativa que han pavimentado los caminos retorcidos de la Modernidad, con
el objetivo de desentrañar una cualidad de la modernidad en sus discursos de legitimación: su
“figuratividad”.
La figuratividad es la encarnación simbólica del sentido, es su personificación metafórica y
teatralización vital. Además, es el acervo hermenéutico, su expresión semántica y perspectivística
de la interpretación sobre la modernidad.
DE ESTAS AFIRMACIONES, SE RECONOCE CONSCIENTEMENTE LA APERTURA DE CAMINOS A
FUTUROS TRABAJOS QUE ACLAREN LAS LAGUNAS O NEBULOSAS CONCEPTUALES EN LAS QUE SE
INCURRIERON Y SOBRE EL TRATAMIENTO PARCIAL O PROVISIONAL INICIADO EN ALGUNOS TEMAS,
COMO ASIMISMO, LAS CONEXIONES POCO CLARAS QUE PUDIERON HABER QUEDADO EN ESTE
RECORRIDO.
ALGUNAS DE ESTAS APERTURAS O FILONES REFLEXIVOS, TENDRÁN QUE VER CON,
ESPECÍFICAMENTE, LAS RELACIONES QUE VINCULAN A NIETZSCHE CON LA MODERNIDAD TARDÍA,
A GADAMER CON LA INTERPRETACIÓN Y EL LUGAR DE AMBOS AL INTERIOR DE LA FILOSOFÍA
CONTEMPORÁNEA TARDOMODERNA, PERO PRINCIPALMENTE, LAS CONDICIONES DE POSIBILIDAD Y
APLICACIÓN DE UNA “HERMENÉUTICA FIGURATIVA” COMO MÉTODO HISTÓRICO-FIGURATIVO DE
LA MODERNIDAD DESDE LA GENEALOGÍA Y PERSPECTIVA HERMENÉUTICA-FIGURATIVA DESDE EL
SIMBOLISMO. POR ELLO, LAS APERTURAS DE PERSPECTIVAS ABIERTAS POR EL TRABAJO DE ORTIZOSÉS, TANTO EN SU HERMENÉUTICA SIMBÓLICA COMO EN SU ANTROPOLOGÍA HERMENÉUTICA,
PERO SOBRE TODO, EN SU TRABAJO REFERIDO AL SENTIDO COMO CLAVE COIMPLICADORA DE LA
EXPERIENCIA HUMANA EN TANTO QUE INTERPRETADORA Y MEDIADORA DE REALIDADES.
ASIMISMO, EL TRABAJO DE LANCEROS RESPECTO AL LUGAR, DESTINO Y PORVENIR DE LA
FILOSOFÍA RESULTA ESTIMULANTE PARA HACER REALIDAD AQUELLA “IMPERTINENCIA
HERMENÉUTICA” QUE NO ES OTRA COSA LA IMBRICACIÓN REFLEXIVA DE LAS IMÁGENES
REPRESENTACIONALES DE LA INTERPRETACIÓN DEL MUNDO.
LA APROXIMACIÓN A UNA TEORÍA DE MODERNIDAD NIETZSCHEANA ES UNA DEUDA DE ESTA
INVESTIGACIÓN, COMO ASIMISMO ESTABLECER LAS CONEXIONES ENTRE LA “HERMENÉUTICA DEL
SENTIDO” DE GADAMER Y LA “HERMENÉUTICA DE LA SOSPECHA” DE NIETZSCHE, REFERIDAS A LA
MODERNIDAD Y AL ROL DE LA FILOSOFÍA INSCRITA EN ELLA, O TAMBIÉN SIGUIENDO EL TRABAJO
DE BLUMENBERG SOBRE LA METÁFORA Y SU DISCURSIVIDAD VERITATIVA, O DE RICOEUR Y LA
NARRATIVIDAD HERMENÉUTICA DEL SENTIDO. SE HA SUPLIDO TAL CARENCIA, CON EL RECURSO A
LO METAFÓRICO Y SIMBÓLICO COMO PRELUDIOS DE INTERPRETACIÓN, Y CLAVES DE BÓVEDA DEL
UNIVERSO DE COMPRENSIÓN DE UNA “HERMENÉUTICA TRÁGICA” DE LA MODERNIDAD TARDÍA.
La tragedia de la modernidad, es la que nos ha ocupado con desazón y tiene que ver con su
vigente –y constante– “re-configuración” diferida desde una llamada encrucijada cultural hacia una
encrucijada planetaria de reordenamiento global, que ha decantando en proceso transformativo del
sujeto en sus escenas ascéticas, metafísicas y nihilistas como estrategias de un esquema sígnico e
instituyente de la modernidad. Lo épico, heroico de la modernidad –correspondiente a la metafísica
ascética– y autocomplaciente con su fundación y confiada de su futuro, experimenta de una manera
similar a la situación social y cultural del sacerdote asceta en tanto que habitáculo del saber,
administrador del sentido, narrador de las profecías de la fe como de su promesa, del hacer y del
pensar. Articula su voluntad y poder en concordancia a las necesidades políticas y “extramorales” y a
los grados de carencia de sentido o proximidad horrorosa al vacío. El pastor es el medio operativo o
etapa transicional hacia la embriaguez de lo siempre nuevo del “hombre loco”, tal como el “niño” recreador que todo lo juega en la novedad, el loco es el observador de la multiplicidad de la
interpretación de la historia en visiones que retornan en el moderno aplazamiento de la reinterpretación.
La modernidad desamparada, descuidada –correspondiente a la función desafiante del pastor
custodio de la metafísica agónica– e indulgente consigo misma, experimenta el cese de las funciones
de resguardo pastoril de su rebaño y custodio del temor de la posibilidad del sinsentido. Articula su
voluntad y poder en función de mantener a cualquier precio y riesgo las aspiraciones de(l) sentido
moderno. La modernidad desventurada, desamparada –correspondiente al “hombre loco” desaliento
de la metafísica nihilista– y alienada por la ignorancia de la ausencia, verbaliza la delirante
conciencia de la fisura, de la lejanía, del extrañamiento por la retirada de Dios. Articula su desánimo
y debilidad en función de la apariencia y de la memoria nostálgica de los tiempos pasados que no se
pueden fusionar en virtud de principios operativos vaciados de su consistencia vinculante.
Nos referimos finalmente por postmodernidad –que aquí la hemos declinado intencionalmente para
expresar nuestro cuestionamiento acerca de su efectividad histórica y semántica del prefijo
fragmentador– como una plataforma de sostenimiento y mantenimiento diferencial de un modo
anoréxico de modernidad, como aquel que hace referencia a un caminar noctámbulo y enflaquecido
de la Revolución –que nos ha conducido a la mera rebeldía–, del sentir trasnochado del torbellino
social inaugurado por la Ilustración y que la revolución reposa en un movimiento de inercia, no
inerte ante las tensiones del sistema tecno-económico de la globalización. En este sentido, la
situación medial frente a la clausura de la modernidad que hemos recorrido tiene por objetivo abrir
una perspectiva que confluya en una interpretación figurativa o hermenéutica figurativa de la
modernidad fundada en el proceso de triple metamorfosis del espíritu de los personajes simbohermenéuticos, como aquel proceso que encuentra su resonancia en la transformación de la misma
modernidad desde un proceso de fundación en las teorías dominantes de modernidad, consolidación
en las teorías críticas de modernidad y finalmente, en la crisis de las postmodernizadoras de
modernidad.
Nosotros (no todos, pero muchos), insatisfechos y ansiosos, inspirados en los deustenses OrtizOsés, Lanceros y otros, hemos querido dar forma/figura a una «Hermenéutica concebida no como un
Ismo sesgado sino como un Istmo mediador: lengua que une dos continentes, lenguaje que reúne dos
contenidos, relación/relato de contrarios, comunicación intercultural de opuestos. En este sentido la
Hermenéutica se sitúa críticamente entre el protorrelato mítico y el metarrelato lógico a modo de
Interrelato mito-lógico, y ello dice, antropomórfico o humano. Por ello la hermenéutica no ofrece la
solución (absoluta) sino soluciones plurales y comunes: consolaciones como consolaciones basadas
en una […] complicidad unidiversal».
La Bibliografía se divide en “primaria”, es decir aquellos títulos de los autores-guías que
sirvieron de referencia directa para el trabajo crítico de nuestra Investigación Doctoral, y
“secundaria”, que recoge aquellas obras de apoyo referencial y textual para nuestro trabajo.
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