EL CASTIGO EN LA
PENÍNSULA IBÉRICA
PRERROMANA: Registro de
documentación, análisis y perspectivas de
investigación
Trabajo de Fin de Máster
Master Interuniversiterio en Historia y Ciencias de la
antigüedad 2012-2013
Directora - Rosa María Sanz Serrano
Autor - Antonio Gómez Rincón
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ÍNDICE
0. INTRODUCCIÓN (3)
0.1 Precisiones conceptuales para el desarrollo de la investigación (4)
0.1.1. Castigo (4)
0.1.2. Península Ibérica Prerromana (8)
1. HISTORIOGRAFÍA (10)
1.1. El castigo en la Protohistoria (10)
1.2. Estudio del castigo (12)
2. METODOLOGÍA (12)
3. EXPOSICIÓN DE REFERENCIAS HISTÓRICAS (17)
3.1. Exposición de noticias en las fuentes escritas antiguas (17)
3.2. Exposición de noticias en el registro arqueológico (23)
4. ANÁLISIS HISTÓRICO (30)
5. A MODO DE EPÍLOGO: CONCLUSIONES A LA INVESTIGACIÓN Y
DISCUSIÓN
(37)
6. BIBLIOGRAFÍA Y FUENTES (40)
6.1. Bibliografía General
6.2. Fuentes
6.3. Documentación Auxiliar
7. APÉNDICE: FIGURAS (47)
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0. INTRODUCCIÓN
En el comienzo de sus Historias, Herodoto dice que su obra guardará que los hechos de
los hombres no se pierdan en la memoria (Hist. 1,1). Tito Livio advierte que, en su tarea como
historiador, su trabajo debía ser algo provechoso (Ab Urbe Con. 1,1). Dos mil años más tarde
nos vemos en una situación parecida, por más que haya quien desde instituciones y grupos de
presión se dedique a reiterar la inutilidad de la ciencia histórica. El cambio entre nosotros, como
investigadores, y los autores clásicos puede haber sido radical en tanto a método, pero la
inquietud de unos y otros parece continuar intacta. Indirectamente, Jenófanes, ya estaba
indicando qué era provechoso para los hombres de su tiempo: “si el ganado, los caballos y los
leones tuvieran manos, o pudieran pintar con las manos y crear como lo hacen los hombres
(…) también describirían la forma de los Dioses y harían sus cuerpos como ellos mismos los
tienen” (Fr. 15). Resulta lógico pensar que cada grupo humano genera respuestas sociales a los
retos a los que se ve sometido.
La violencia, el castigo o el maltrato físico son preocupaciones de nuestro tiempo, un
tiempo después de los golpes emocionales de la guerra y el genocidio en el siglo XX que, lejos
de estar acabado, parece esconderse, tal como analizaba Norbert Elias en El Proceso de
Civilización (2000), fuera de la óptica del público general. Desde la disciplina de la psicología,
como condicionante, o desde la la disciplina de la sociología, como método de dominio, el
castigo ha sido objeto de múltiples y muy diversas investigaciones, variando los ámbitos de
estudio, los objetivos, la metodología y las ideologías que los alimentaban. Este trabajo, en gran
medida, se ve relacionado con dicha trayectoria. La pregunta a la que me gustaría responder con
esta investigación es si podemos hallar, en la realidad histórica de las comunidades de la
península ibérica prerromana, acciones que puedan interpretarse bajo nuestro prisma actual de
castigo y, en caso de que las hubiera, cuáles son sus características desde un análisis político y
económico, valorando su importancia en el conjunto social.
Supone un análisis, hasta donde he podido averiguar, novedoso por dos razones: la
primera de ellas, en concepto, dado que recopila y analiza por su propia naturaleza las noticias
de castigo en este periodo y espacio de tiempo; la segunda de ellas, y en clara relación con la
anterior, en el método, utilizando autores e investigadores que si bien tratan la naturaleza del
castigo y su impacto social, no tienen por objeto de estudio la Antigüedad – aunque sí otras
sociedades preindustriales. Con el fin de organizar la información, he delimitado estos objetivos
de la siguiente manera:
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1) Enumeración de los episodios de castigo en la península ibérica prerromana
evidenciados en las fuentes literarias.
2) Enumeración de los hallazgos arqueológicos que podrían ser relacionados directa o
indirectamente con episodios de castigo.
3) Análisis de todas estas noticias para la elaboración de una idea general que, desde un
punto de vista económico y político nos permitan comprender la función e importancia
del castigo en el desarrollo socio-histórico de estas comunidades.
El texto está dividido en cuatro grandes apartados. El primero de ellos (capítulos 0 y 1)
es una introducción conceptual, historiográfica y metodológica; enfocan el estudio en el
encuadre adecuado para su desarrollo. El segundo apartado es una exposición de las referencias,
tanto en fuentes literarias como en arqueológicas, que conocemos del castigo en la península
ibérica prerromana. El tercero es el estudio en sí mismo a partir de la metodología prevista en el
primer apartado. En el último apartado reúno las conclusiones de esta investigación, incluyendo
posible desarrollo posterior de la investigación y discusión.
0.1. Precisiones conceptuales para el desarrollo de la investigación
Antes de desarrollar el cuerpo de este trabajo, creo necesario detenerme en la definición
de dos conceptos que son cruciales en esta investigación, Por una parte, el castigo como objeto
de estudio. Por otra, la península ibérica prerromana, como marco crono-espacial en el que
desarrollo la investigación.
0.1.1. Castigo
El término castigo es una construcción cultural contemporánea. Responde, por tanto, a
necesidades sociales de la actualidad. Exportar su uso a la protohistoria peninsular es
terriblemente problemático, en tanto que carecemos de evidencia directa, desde dentro de estas
comunidades, que demuestren su existencia. Su uso es, en definitiva, una herramienta analítica
más cercana a nosotros como investigadores que a la realidad social y emocional de las
sociedades del pasado. Lo cierto es que este razonamiento ha sido asumido por algunos
historiadores (véase el caso de Finley, 1984, p. 44, en el debate entre el imperio o la hegemonía
ateniense), pero todavía no ha sido aplicado por otros importantes autores de nuestra disciplina
(Cantarella, 1996, pp. 11-12). El uso de categorías modernas para comprender el pasado limita y
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obstaculiza el progreso de la investigación.
No estoy diciendo que estas categorías no deban ser utilizadas, sino que en todo
momento debemos ser conscientes que pertenecen a nuestra percepción. Toda historia, como
dijo Benedetto Croce, es elaborada desde el presente, nuestro presente (según Jaramillo Uribe,
1994, p. 160). No podemos escapar de nuestra cosmovisión. Por esto, es totalmente lícito
utilizar el término castigo para analizar el comportamiento de seres humanos del pasado,
siempre y cuando seamos conscientes de que dicha institución no corresponde a la conciencia
de los antiguos, sino a nosotros mismos como intérpretes del pasado. Es decir, en este estudio
no trato cómo, cuando y porqué se llevó a cabo el castigo en la península ibérica prerromana,
pues técnicamente carecemos de evidencia alguna de que dicha idea existiera en sus
mentalidades: aquí se analizan y valoran aquellas acciones de la antigüedad que se adaptan a
nuestra idea contemporánea, nuestro modelo, de castigo.
El término moderno castigo es ya de por sí bastante amplio y conflictivo. Por la
naturaleza de las fuentes disponibles, puedo adelantar que es inabordable en su sentido
completo. Sería especialmente interesante poder analizar las características del castigo en los
hogares: por la importancia de la familia en la estructuración de la sociedad, nos aportarían
información muy interesante sobre la coerción, a todos los niveles, de los individuos. Y aunque
se podría especular que estas formas de castigo se heredarían de generación en generación hasta
la aparición de la escritura, si no tenemos apoyo documental que lo corrobore no dejará de ser
una especulación. La violencia habitual sobre los niños así como la que se ha venido a
denominar en los últimos años como violencia de género desaparece de mi análisis ante la falta
de fuentes: el etnógrafo clásico no estuvo interesado en estos episodios de castigo, y por tanto
no aparecen en la literatura. El castigo al que nos referimos aquí es la agresión llevada a cabo
por una institución política sobre el individuo.
Existen varias definiciones de castigo. Especialmente interesante es la que utiliza Klebe
Trevino (1992, p. 649): la aplicación de una consecuencia negativa o la retirada de una
consecuencia positiva sobre alguien bajo su autoridad 1. Basándonos en la evidencia con la que
contamos y que expondré más adelante, para nuestro caso, creo que el castigo puede definirse
más apropiadamente como una consecuencia negativa y, en la gran mayoría de los casos (con
quizá dos excepciones, que apenas he considerado como hipotéticos castigos), con una gran
carga de violencia y agresividad.
1 Entiéndase que esta consecuencia negativa siempre es desde una perspectiva relativa (esto es, una
consecuencia peor), en tanto el castigo se construye desde una sociedad jerarquizada.
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Por supuesto, esto implica que este estudio incluirá como fenómenos del castigo
diversos fenómenos que, generalmente, no son incluidos en los estudios del castigo en la
Antigüedad. Principalmente, me refiero al sacrificio humano y al suicidio, ya sea individual o
colectivo. Tanto el sacrificio humano como el suicidio implican la eliminación física de un ser
humano; hasta aquí creo que toda la investigación está de acuerdo. En este sentido, si aplicamos
el criterio de Klebe Trevino parece claro que ambos actos son un castigo; la consecuencia
negativa sería la negación de la vida. Es cierto, y puede argumentarse al respecto, que la
relación del sujeto respecto a su propia vida depende de las circunstancias históricas en las que
se desarrolla. Indirectamente, esta línea es la que sigue García Quintela (1991) y Sopeña (2004);
para un guerrero bajo el ethos agonístico, la muerte en combate podría entenderse como una
recompensa.
Pero parte de las fuentes nos ofrecen otra realidad. La primera pista a este respecto nos
la otorga César, quien en su Guerra de las Galias afirma que las víctimas de los sacrificios
humanos escogidas por los Druidas son criminales, pero si no existen de éstos se sacrifican
inocentes (6,16). A este respecto García Quintela argumenta que Diodoro Sículo hace
diferencias claras entre un sacrificio adivinatorio céltico y las ejecuciones (1991, p. 27). Sin
embargo, en un análisis a los textos (y traducciones) que él mismo señala (B.H. 5,31,3-4; 5,4,5),
no sólo no se aprecia esta diferencia que argumenta el autor, sino que se ve claramente que los
sacrificios se hacen en coyunturas políticas. Existen multitud de ejemplos en los que la
represión criminal enlaza con una crisis de estas características.
No niego que puedan existir diferencias entre el sacrificio humano y la ejecución. En
Estrabón, por ejemplo, sí que parece existir de forma más clara la diferencia entre ambos no
tanto por una oposición directa, sino porque el sacrificio humano es asociado a otras prácticas
sacrificiales (p.e. Est. Geo. 3,3,7) . Creo que, aún suponiendo que los autores clásicos conocían
y comprendían la realidad sobre la que estaban escribiendo (lo cuál es mucho suponer, si bien
nosotros, investigadores, tampoco parece que estamos haciendo poco más que dar palos de
ciego [Millar, 1981, p. 81; Álvarez Jiménez, 2005, p. 128]), lo que realmente se vislumbra en
los casos de sacrificio es una alteración de su identidad política; se desnaturaliza al individuo, se
cosifica al ser humano, y por tanto se le permite entrar en un ámbito en el que antes no estaba: el
de poder ser sacrificado. El prisionero de guerra, el esclavo comprado o por deudas, no es más
que fuerza de trabajo2, incluso aquel que no sea esclavo-cosa y tenga ciertas garantías jurídicas.
2
6
Fuerza de trabajo muy útil por su capacidad de llevar a cabo acciones desarrolladas, y al mismo
tiempo muy barata por su alta disponibilidad en las continuas guerras de la Antigüedad. Quizá una
línea de investigación es la comparación de éstos y otros sacrificios con los potlach radicales a los que
hace referencia Marvin Harris (2011, pp. 126-149), la destrucción de riqueza ante abundancia de
Aunque en su cuerpo la víctima sintiese el castigo cuando el frío puñal le atravesase, su
persona, en tanto identidad jurídica, política y religiosa dentro de la comunidad. ya había sido
castigada cuando fue condenado a ser susceptible de sacrificio. Esto no significa que el
sacrificio humano sea inocuo, una práctica que pase desapercibida para la sociedad que lo
comete. Veremos esto en los ejemplos concretos de las fuentes.
Queda por responder al interrogante del suicidio, ya sea colectivo o individual. En otros
contextos, sabemos que existía un suicidio de tipo sacrificial 3 algo que, con todo, no podemos
corroborar para la península ibérica prerromana. Del suicidio existen muy diversas
interpretaciones. Para el caso que nos ocupa, el del conjunto de suicidios colectivos en los
oppida asediados, considero el suicidio como el más alto grado de violencia simbólica, en el
sentido que lo entiende John Corbin: toda actuación mediante la cual el individuo pierde su
propia identidad, sustituida por la de aquel que está ejerciendo dicha violencia (1986, p. 29) 4. Es
cierto que la agresión contra el individuo que se suicida es anterior a su aniquilación, y por tanto
podría considerarse que el suicidio no es castigo en sí mismo. En cambio, tampoco tenemos
evidencia de que el individuo hubiera perdido su identidad hasta el hecho del suicidio como tal.
Al margen de este debate, señalaremos que estos suicidios colectivos no siempre son suicidios
como tal sino que a menudo vienen acompañadas de matanzas de los más desprotegidos
(mujeres respecto a hombres, niños respecto a mujeres...)
Cabría señalar un último evento que podemos relacionar con el castigo: las
características del proceso funerario. En un principio, la muerte debería suponer el fin de los
castigos, sin vida alguna, desde una perspectiva somática, que maltratar. Sin embargo, el cuerpo
prevalece: dañándolo, se daña a su memoria y su linaje. Pero para el caso que nos ocupa,
también ante la falta de fuentes escritos autóctonos, este castigo post mortem debe relacionarse
inexorablemente con el registro material. El mismo sufrimiento que sufre Príamo al no poder
enterrar a su hijo Héctor (Il. 24. 159-170), el mismo que aún perdura en las familias de los
represaliados políticos (p.e. García de Cortázar, 1996, pp.11), revelan la fuerza intestinal de este
castigo. Un castigo que sin duda se ejerce desde la mayor soberbia del oligarca, confiando en su
posesión única del poder, atravesando quizá la más delicada frontera: la de los ancestros.
determinada mercancía en el mercado
3 Muy notable es el ejemplo de la esclava nórdica que se embarcaba en el mismo barco ardiente que
llevaba a su señor al Valhalla, tal como lo relata Ibn Fadhlan: Funeral de un noble, p.50 en la edición
de Lunde et al. 2012
4 Muy probablemente de este modo debamos interpretar el ethos agonístico
7
Para este aspecto pueden sernos útiles los conceptos de buena y mala muerte, utilizados
por primera vez por los antropólogos Thomas y Counts (1968 y 1976). Según Thomas, la buena
muerte es aquellas que se desarrolla en normalidad, y por tanto recibe un buen trato en el más
allá, mientras que la mala muerte es fruto del accidente y la excepcionalidad, viéndose privada,
normalmente, del acceso a la otra vida. Estas categorías han sido utilizadas en arqueología,
asumiendo que los diferentes tipos de muertes – aún admitiendo más graduaciones, por supuesto
– dejarían diferentes huellas en el registro (Hill, 1995; Carr y Knüsell, 1997; Madgwick, 2008;
Redfern, 2008); conozco su aplicación por un estudio reciente (Esparza et al, 2012), y es su
aplicación metodológica la que tengo en cuenta (Figura I).
La identificación de la buena y la mala muerte es muy problemática si no contamos con
el apoyo literario, antropológico o etnográfico. Así, la expositio se revela como una buena
muerte en la cultura arévaca (Sopeña, 2002),a pesar de la clara diferencia con otras culturas
antiguas (Hom. Od. 22.475, Il. 23.20), o nuestros mismos prejuicios ideológicos (Esparza et al.,
2012: 115). Precisamente, Escarza y su grupo, consideran que la buena muerte, en tanto
ortodoxia funeraria, debe vincularse con norma en el grupo. Así parece que se constata en
aquellas sociedades donde se ha llevado a cabo trabajo de campo (Thomas, 1982), de lo que se
deduce lógico aplicar a sociedades del pasado. Sin embargo, cabría señalar que las sociedades
estudiadas por los antropólogos son muy poco jerarquizadas, realidad que no tiene porqué darse
en las sociedades del pasado. Recordemos que, en contra del Cristianismo, en otras religiones
del Mundo Antiguo la mayor parte de la población estaba condena al peor de los olvidos, en
contraste con una élite muy restringida (véase tan diversos ejemplos como Blázquez et al., 2011,
pp. 19; 130-131;146; 282). Estos aspectos se desarrollarán con el ejemplo de la cultura
arqueológica de Cogotas, en el capítulo dedicado al registro arqueológico.
0.1.2. Península Ibérica Prerromana
El marco crono-espacial de este trabajo es la península ibérica prerromana, esto es, los
pueblos existentes anteriores a la conquista romana. El término hunde sus raíces en la
investigación decimonónica (p.e. Gracia Alonso, 2008, pp.13-17), donde el paradigma del
esencialismo de pueblos y naciones era predominante (obviemos que dicho paradigma sigue
activo en una parte fundamental de la investigación, como Peralta Labrador [2000] o el
recientemente fallecido González Echegaray [2004; o, del mismo autor, en Peralta Labrador,
2000, p. 17]). Por su definición, el marco espacial va reduciéndose en tanto Roma fue
estableciendo su autoridad política en la península; según la región, esta cronología puede
extenderse desde el siglo III a.C. hasta el siglo I a.C. En estas circunstancias, quizá sea
8
necesario señalar que el uso de península ibérica prerromana se utiliza como categoría
historiográfica: no se acepta por su uniformidad cultural, que asumo que no existe, sino ante la
escasez de noticias particulares de cada pueblo5, de cada comunidad, así como su evolución en
el tiempo. Muy probablemente (en algunos casos está claramente constatado) se compartieran
castigos entre diferentes grupos culturales. Es más, ante problemas similares, en condiciones
semejantes, y en coexistencia en el tiempo y en el espacio, resulta lícito pensar que muchos
patrones punitivos fueran comunes en las distintas comunidades de la península ibérica.
Cabría hacer una última reflexión más acerca de lo prerromano, más aún teniendo en
cuenta que aquí se trata una institución de ejercicio de poder. Obviamente, deberíamos
considerar prerromanas aquellas comunidades que existían antes de la llegada de los romanos.
Sin embargo, se da la paradoja de que las noticias que nos son útiles de estos pueblos, desde
cántabros a turdetanos, de lusitanos a arévacos, las tenemos a raíz de la llegada de los romanos .
Para nuestro caso, Estrabón es una fuente etnográfica fundamental, y sin embargo, en su tiempo
toda la península estaba bajo el control política de Roma. Es cierto que en gran medida la
información de Estrabón es un anecdotario de los pueblos de Iberia, de ahí que supongamos su
contraste con las costumbres de los conquistadores. Un doble equilibrio, en definitiva, que nos
debe ayudar a ser conscientes de los cambios en estas instituciones, y en cualquier caso nos
deben ayudar a desterrar el paradigma de pueblos estáticos, sino de comunidades dinámicas,
influidas por los influjos de su tiempo.
Lo dicho hasta ahora va más allá de la mera elucubración filosófica. Son problemas
tangenciales a la hora de afrontar estas investigación, y determinan completamente el objeto de
estudio de la misma.
5 Término igualmente problemático, y sin embargo no veo ventaja alguno en utilizar etnia, eufemismo
de pueblo después de los crímenes del nazismo.
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1. HISTORIOGRAFÍA
1.1 El castigo en la Protohistoria
Los temas aquí tratados son habituales en la literatura de investigación, y sin embargo
no se ha abordado el tema del castigo de forma monográfica. Caza de cabezas, torturas,
sacrificios e inmolaciones han llamado la atención de la cultura popular y la academia. Sin
embargo, el enfoque predominante ha sido el ritual y mágico-religioso, dejando a un lado la
perspectiva materialista y del maltrato al cuerpo. Se ahonda más en el carácter exótico de estas
costumbres, a veces ocultando cierto romanticismo que se hace difícil de ocultar.
La investigación en torno al suplicio y a la tortura en la Antigüedad se centra en el
mundo clásico, y por su indiscutible asociación creo necesario hacer referencia a los más
importantes trabajos a este respecto. A fin de cuentas, y tal como veremos más adelante, las
descripciones precisas que las fuentes clásicas nos dan de castigos son de las sociedades
coloniales (para este caso concreto, cartagineses y romanos). En este sentido cabe destacar el
trabajo de Eva Cantarella. Su obra Los Suplicios Capitales en Grecia y Roma (1996) suponen
un profundo despliegue de conocimientos sobre las fuentes, y sin duda uno de sus puntos fuertes
es la adopción en determinados pasajes de una perspectiva de género. Se tratan aquí las
principales vías de ejecución en la Antigüedad greco-romana, haciendo valoraciones globales
muy genéricas. No obstante, a menudo dicha autora convierte sus hipótesis en dogmas 6 cuestión
que, sin menoscabar el valor de sus aportaciones, ciertamente niega mucho del rigor científico a
su trabajo. Diferencia claramente entre justicia cívica y prehistórica, señalando como aquella
supone el control de la justicia frente al caos de la segunda (1996, p. 11). Más adelante trataré
de rebatir esta hipótesis.
Quizá de todos estos temas, el más impresionante para nosotros es el del sacrificio
humano. Usado y abusado desde la ficción, algunas lecturas del mismo no han sido menos
novelescas desde los investigadores. Sin duda, lecturas influidas por la dicotomía barbariecivilización y el marco colonialista decimonónico, aunque algunas de ellas se prolonguen en el
tiempo, congeladas, ignorando el debate científico que las actualiza (García Quintela, 1991)
Podemos agrupar estas lecturas en dos grupos: en primer lugar, quienes consideran el sacrificio
muestra de su agresividad intrínseca (p.e. Davies, 1983: 16-17), y de paso el favor que les
hicieron las potencias europeas al conquistarlas a sangre y fuego (Davies, 1983, p. 18); en
6 Principalmente, sus deducciones en torno a la lapidación y al despeñamiento, así como la
diferenciación radical y tajante que hace la autora entre laicismo/religión o vida cívica/preciudadana,
desde mi perspectiva difícilmente aplicable al estudio de las sociedades de la Antigüedad.
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segundo lugar quienes argumentan que el sacrificio humano aparece ante el choque brutal entre
el inocente buen salvaje y la despiadada civilización, sin duda idealizando a estas poblaciones
nativas (vid Davies, 1983, p. 12). Un fenómeno sin duda complicado; desde la perspectiva del
materialismo cultural, se ha propuesto que el sacrificio humano supliría la falta de proteínas en
la dieta, y se iría sustituyendo paulatinamente por la más beneficiosa caza de esclavos (Harris,
1978). Si bien esta explicación podría ser considerada válida en el ámbito estricto de
Mesoamérica, no parece propicia para abordar el mismo problema en la Protohistoria europea.
No estoy de acuerdo, no obstante, con que esto invalide su teoría para el marco geográfico y
cronológico en el que se desarrolló, como se ha dicho (Clastres, 2004, p. 23); esto implicaría
que todo sacrificio humano conllevaría las mismas consecuencias algo con lo que, por supuesto,
no puedo estar de acuerdo. En lo referido a la península ibérica, no se ha debatido tanto la
naturaleza del sacrificio humano, que por lo general se ha considerado como un aspecto ritual
más (p.e. García Quintela, 1991, p. 25). sino que se ha utilizado su existencia o no como prueba
para incluir a los pueblos de la península ibérica prerromana dentro de una identidad común
céltica o, es más, indoeuropea7 (p.e. García Quintela, 1991). Por supuesto, también existen los
que son más escépticos a estos planteamientos (Alfayé, 2009).
La amputación de miembros es otro aspecto ligado a la barbarie y la falta de
civilización, lo cuál no deja de ser chocante conociendo la amplia difusión de las mutilaciones
en el mundo romano (Cantarella, 1996, pp. 159-206). Para nuestro caso, investigaciones
anteriores han estudiado amputaciones de cabeza y mano, las más habituales en la
documentación, como formas diferentes de un proceso muchas veces relacionado. De nuevo, la
búsqueda de una identidad céltica parece ser la varilla de zahorí de estos trabajos; si los celtas
en Galia cazaban cabezas, tal como se atestigua en algunas fuentes, resultaba lógico -siempre
para estos investigadores- que la emulación del mismo rito implicaba una identidad céltica
común, si no el origen de la institución en sí misma. Esto provocó la búsqueda de cabezas 8 por
toda la península ibérica; Cuando se encontraron cráneos o bien diferentes objetos
arqueológicos que recordaban a ellos (Pujol Puigvehí, 1979, pp. 267ss.) parecía que sus tesis se
corroboraba. No ha sido hasta tiempos muy recientes que otros investigadores llegaron a la
conclusión de que la cultura material de la caza de cabezas y del culto al cráneo podrían
fácilmente confundirse; Ian Armit señaló que estos hallazgos no deben asociarse con la
importancia simbólica que los autores clásicos atribuyen a la cabeza en la mitología celta
7 Como si acaso la existencia de un tronco común lingüístico implicase unas instituciones y
pensamientos comunes.
8 Un proceso comparable al sucedido en Gran Bretaña, si bien allí el objetivo principal de la mayor
parte de la academia inglesa era, frente a escoceses, galeses e irlandeses, justo el contrario: negar las
raíces célticas de los antiguos ingleses (véase James, 1999, pp. 43-66).
11
(2012). Idea que, sin embargo, no parece haber calado en la investigación española (Sopeña,
2009). En lo referido a la amputación de la mano en la península ibérica prerromana, se han
escrito numerosos trabajos, buscando la representación de este fenómeno en la iconografía
(López Monteagudo, 1983; Martín y Pellicer, 1979-1980; Quesada, 1994), principalmente en
estelas y monumentos decorativos. Destacan los recientes trabajos de Silvia Alfayé (2004) y
Gabriel Sopeña (2009). En el primero, la autora analiza la estela de Binéfar en esta línea,
relacionándola con la representación de la vejación del cuerpo enemigo, y los conceptos de
buena y mala muerte. Gabriel Sopeña, por su parte, además de reunir diversos ejemplos de lo
que él denomina la Hispania Indoeuropea (2009: 271), utiliza una metodología interesante –
aún delicada – cómo es la inclusión de elementos de la tradición celto-irlandesa posterior. Su
enfoque, de nuevo, se centra en la relación ideológica del sujeto con la mano en sí misma.
1.2. Estudio del castigo
Por supuesto, el estudio del castigo también ha estado sometido a las normas de su
tiempo. En la actualidad, prima las relación que existe entre el castigo y la modulación del
comportamiento (ver Ellis, 2003). Esta línea de investigación se ha basado en las pautas
establecidas por Thorndike (1911): de acuerdo con él, castigo y recompensa podrían ser
utilizadas a partes iguales para determinar el comportamiento de un individuo. A sus
investigaciones, Miller (1944) matizó que la motivación aumenta en tanto la distancia al
objetivo se reduce, en cierta medida anotaciones compartidas por Skinner (1953). Estudios
posteriores (p.e. Weiner, 1986) señalan que la relación entre castigo y consecución de objetivos
no tiene porqué ser directa, o siquiera existir. Aún en el campo de la sociología política existen
enfoques similares (véase, Martínez Machain et al. 2011 y especialmente Ellis, 2003). La mayor
parte de estas investigaciones se hacen desde las herramientas que permite la psicología que, en
un contexto tan diferente, difícilmente pueden ser aplicadas al campo de la Antigüedad.
2. METODOLOGÍA
De la misma forma que el ámbito cultural en el que se desarrolla el investigador como
individuo determina las preguntas realizadas, este mismo contexto regula el modo en el que han
de ser contestadas. No sólo por la capacidad técnica, que sin duda modifica el resultado,
acercándose a la realidad, sino por los condicionantes ideológicos y la aceptación de
paradigmas, en el sentido que Thomas S. Kuhn los definió (2006). Como en cualquier
investigación de carácter científico, se procederá a un análisis después de una fase previa de
registro de información; son las características de este análisis las que en cierta medida modulan
12
las conclusiones de este proyecto.
He señalado en la introducción la pregunta concreta a la que me gustaría responder con
este trabajo, así como los objetivos específicos en los que se concreta. El registro de datos se ha
elaborado a partir de trabajo bibliográfico, para los restos materiales, y las fuentes
documentales, para los textos. Las fuentes principales para el estudio de cualquier aspecto de las
sociedades del pasado son la arqueología y el análisis de textos históricos. Para el caso
particular de la protohistoria, se da la circunstancia de que los textos que les tratan no forman
parte de una producción cultural propia, sino ajena, lo que en antropología se denomina enfoque
etic (Harris, 2005,p. 18). El análisis desde dentro de la propia comunidad de estudio se
denomina enfoque emic (2005, p. 19). Por supuesto, todo estudio de una sociedad del pasado
forma parte de una perspectiva etic – a no ser que el estudioso en cuestión se baste con
reproducir la información de las fuentes literarias – en tanto que el investigador no forma parte
de la sociedad. Sin embargo, hemos de ser conscientes de que, al tomar las fuentes escritas
como referencia, estamos, si se quiere, haciendo un doble ejercicio de perspectiva etic: estamos
interpretando los textos romanos pasados que a su vez interpretan a unos grupos humanos que
probablemente no comprendían.
El estudio de la cultura material y el de las fuentes escritas no es directamente
comparable. Son las conclusiones obtenidas de ambas, si se considera oportuno, las que deben
ser comparadas. Podría parecer a primera vista que esta aclaración no es necesaria en un trabajo
de investigación histórica, y sin embargo otros investigadores han señalado recientemente la
falta de disciplina metodológica de muchos autores en este sentido 9. La arqueología brinda
información sobre un hecho en un espacio y tiempo concretos; aunque la cultura material nos
pueda brindar información sobre el discurso, lo más importante de ella es que existió en
determinado lugar y momento. La arqueología muestra la realidad histórica más específica. Las
fuentes escritas, por otra parte, si bien fueron realizadas en un espacio y tiempo concretos,
fueron concebidas para expresar directamente el discurso de su autor, generalmente de los
grupos dominantes. Esta diferencia arqueología/escritos, que podría ser discutible en muchos
casos, es más clara para el de este análisis. En lo referido a la arqueología, porque generalmente
me referiré al tratamiento de determinados restos óseos pertenecientes a un individuo en
particular. En lo referido a las fuentes escritas, porque provienen de autores imperialistas cuyo
interés está muy alejado del estudio sistemático y antropológico de estas sociedades en un
9 Tal es el caso, como han remarcado Aja Sánchez, Cisneros Cunchillos y Ramírez Sádaba de la
arqueología de Cantabria en la Edad de Hierro (2008), cuyas estructuras de hábitat rápidamente eran
asociadas con las mitificadas Guerras Cántabras, idea que antes había puntualizado Morillo (1997,
122)
13
sentido moderno, como el mismo Estrabón no dudó en señalar en la introducción a su
Geografía (1,8). Y al mismo tiempo, los relatos de las guerras en la península ibérica (como
Apiano, Polibio o Livio) hacen referencia a episodios concretos de castigo.
Así, si hallamos un esqueleto con diversos cortes y muescas en los huesos de los pies,
podemos afirmar que ese individuo sufrió ese daño, pero no podemos afirmar que fuera una
práctica habitual en su sociedad. Del mismo modo, si una fuente literaria trata que determinado
pueblo llevaba a cabo un sacrificio humano extrayendo las vísceras, podemos afirmar que esta
idea y procedimiento estaba presente en el imaginario del autor, pero no podemos afirmar que se
llevó a cabo en un momento concreto 10, excepto – y no siempre, por supuesto – que el autor
especifique lo contrario. Esto no significa, ni mucho menos, que no podamos inducir del evento
arqueológico pautas generales, o deducir del texto acontecimientos particulares, pero las
conclusiones que obtengamos a partir de la inducción y deducción siempre deben ser sometidas
a la evidencia directa de la ciencia histórica.
Lo dicho hasta aquí no dista de tantos otros trabajos históricos. Es en el análisis, en el
prisma ideológico desde el que observo el castigo en la protohistoria, donde se pueden encontrar
más diferencias. El enfoque teórico desde el que se desarrolla este trabajo se aleja al mismo
tiempo del paradigma actual del castigo, donde priman los estudios estadísticos fruto de la
experimentación. Para esta investigación, considero más útil trabajar desde el aporte teórico de
tres autores (Rusche, Kircheimer y Foucault) que representan dos enfoques diferentes: socioeconómico, el primero y el segundo; político, el tercero. Pese a todo, estos autores tratan la
historia del castigo de un periodo muy concreto (la transición del feudalismo al capitalismo); lo
que aquí se presenta como método no deja de ser una adaptación de sus postulados teóricos.
Estos autores no concibieron su trabajo para tratar la Antigüedad, pero creo que sus
herramientas pueden ser aplicadas a este área del conocimiento.
Rusche y Kircheimer (1939) argumentan que puede establecerse el cambio entre el
castigo del periodo feudal al del periodo capitalista como una transacción de prerrogativas,
admitiendo en la práctica que el Estado adquiriese un mayor control sobre los individuos, a la
vez que el Estado se fortalecía con la incorporación de la burguesía a las clases dirigentes.
También observan un proceso de ahorro en los diferentes recursos punitivos. En lo que afecta a
este trabajo, debemos analizar si el castigo en el periodo referido se ve afectado por cambios en
la constitución política y económica de las clases dirigentes.
10 Ambos son ejemplos reales de otros contextos históricos, aunque se volverá a hacer referencia a ellas
más adelante.
14
Por su parte, Foucault (1976) estableció la evolución del castigo en ese mismo periodo
en base al objeto del castigo. Para el periodo feudal se castiga el cuerpo físicamente, mientras
que la instauración de los regímenes liberales contemplan y favorecen el castigo hacia el alma.
Observa, este autor, en el maltrato al cuerpo una similitud con la concepción del poder, y la
importancia de la guerra en la concepción política. Para este proyecto, nos interesa comprobar si
el castigo se basa en el castigo al cuerpo físico del delincuente, y en caso de ser así cómo
podemos relacionar esto con la concepción del poder en las comunidades de la península ibérica
prerromana.
En definitiva, un análisis de raíz socio-económica y política, en el que ambas facetas
pueden desarrollarse en dinámicas similares. Considero que las relaciones de los individuos con
los medios de producción determinan la existencia de estructuras clasistas, a partir de las cuales
se establece el modo de producción y se desarrollan las relaciones de poder. Y sin embargo,
tampoco pueden ser considerados exactamente iguales, ya que no todo acto de desigualdad se
basa en la asignación de recursos (si bien puedan mantener una relación con la especialización
en el trabajo, como es el caso del varón frente a la mujer o del adulto frente al niño).
A los análisis de estos teóricos, me gustaría añadir un aporte -hasta donde yo sé –
propio. El castigo, como ejercicio de poder llevado a cabo por la autoridad política, puede
entenderse desde una perspectiva de estimación de beneficios y costes. Supongamos que el
principal interés de la autoridad política en el acto del castigo es el beneficio económico: desde
esta perspectiva, el objetivo principal sería el aumento directo de la producción y/o de la
plusvalía obtenida [Bf (ec)]. Los costes, serían las pérdidas económicas [Co (ec)] que la acción
del castigo conllevaría. De forma paralela, existirían costes políticos (Co-pol), dentro de los
cuales habría costes económicos de forma indirecta [Co (ec-i)g]. Podríamos formular, por tanto,
la siguiente relación:
Bf (ec) > Co (ec) + Co (pol) → Bf (ec) > Co (ec-d) + Co (pol) + Co (ec-i)11
Si el objetivo del acto del castigo fuera de carácter político, el beneficio sería el rédito
político [Bf (pol)]. Los costes deberían estimarse en el rechazo hacia la conducta atroz [Co
(pol)]; como en el caso anterior, también podrían existir costes económicos colaterales [Co
11 Sé que parece extraño la presencia de formulación en la metodología histórica pero, teniendo en
cuenta que se ha asumido para tantas otras disciplinas de las ciencias sociales (p.e. Harris, 2005;
también, como en este caso, formulación sin valores numéricos concretos, como Martínez Machain et
al. 2011, p. 302), y que el objeto de estudio es, igualmente, el ser humano, no me parece tanto un error
metodológico como una aproximación innovadora hacia la realidad histórica.
15
(ec)], que podrían derivar en la aparición de otros costes políticos indirectos [Co (pol-i)]. Esto
sería:
Bf (pol) > Co (pol) + Co (ec) → Bf (pol) > Co (pol-d) + Co (ec) + Co (pol-i)
Veamos esto con un ejemplo ficticio. Un caudillo de los lusitanos, Astolpas, es robado
por un campesino asociado a él, Ditalcos. Esto permitiría al líder castigarle de acuerdo con la
costumbre; si Astolpas busca un beneficio económico, carecería de sentido que ejecutase a
Ditalcos dado que, como mano de obra, otorga más beneficio económico de los costes que
acarrea. Esto es, la muerte de Ditalcos tendría un coste económico [Co (ec)] mucho más alto
que el beneficio [Bf (ec)] que se obtendría de su muerte y el fin de sus robos. Si Astolpas busca
un beneficio político, una reafirmación de su autoridad, sería plausible la ejecución de Ditalcos
como método disuasorio para futuros ladrones. Así, la muerte de Ditalcos, en un mundo
acostumbrado a la violencia, tendría un coste político [Co (pol)] menor que el prestigio [Bf
(pol)] político que adquiriría su autoridad.
Como puede deducirse, ambos métodos son complementarios y necesarios entre sí. El
muy simple ejemplo anterior podría desarrollarse en otros cientos de miles de escenarios: la
ejecución de Ditalcos podría entenderse como un beneficio a largo plazo dado que,
amedrentados, los campesinos asociados a Astolpas renunciarían a cualquier tipo de robo y
aumentarían sus esfuerzos por aumentar la producción: pero, a fin de cuentas, este aumento de
la producción sería consecuencia directa de un beneficio de carácter político (el aumento de la
autoridad de Astolpas).
Así, creo que la estructura política está principalmente determinada por las relaciones de
producción económica (aún en el mundo antiguo, siguiendo a Ste. Croix [1981, pp. 66-67], y
personalmente lo hago aplicable a la protohistoria, en la línea de Kristiansen [2012] ). Pero el
castigo en la antigüedad es una actuación básicamente política. Política porque las atrocidades
que se cometen contra la víctima pretenden ser una demostración de autoridad, de fuerza y
poder. Una demostración del liderazgo desde la perspectiva de las aristocracias reinantes, o una
demostración de autonomía desde la perspectiva del conjunto de la comunidad política. No por
ello dejaré de señalar, en este trabajo, las implicaciones económicas de los actos de castigo.
16
3. EXPOSICIÓN DE REFERENCIAS HISTÓRICAS
3.1. Exposición de noticias en las fuentes escritas antiguas
Sorprende el hecho de que, siendo las sociedades de la península ibérica consideradas
bárbaras y atroces por sus colonizadores, existan tan pocas referencias directas al castigo.
Podemos suponer que compartirían castigos con Roma y la superarían, pero esto no deja de ser
una suposición, tal como veremos más adelante. Las noticias están repartidas en diferentes
textos de diferentes autores y periodos, incluidas como parte del relato histórico o como
anécdota del folclore y costumbres bárbaras. He dividido estas noticias entre aquellas que se
producen en contextos de paz y aquellas en contextos de guerra. Esta división puede parecer
artificial, sabiendo la importancia que cumplía el conflicto externo en estas sociedades; sin
embargo, creo conveniente esta división ya que la guerra, como crisis, podría motivar
comportamientos ajenos a la regla consuetudinaria12. Es cierto que las continuas guerras podrían
suponer que determinadas prácticas se sancionaran como costumbre, pero el conflicto bélico
siempre podría permitir la aparición de nuevos comportamientos sólo comprensibles en el
éxtasis de la batalla13.
En tiempos de paz, la primera referencia directa a un castigo proviene de Diodoro de
Sicilia, el cuál utiliza como fuente a Polibio. En el fragmento referido (Hist. 5,34,3), el autor
señala que los vacceos hacen un reparto colectivista de la tierra, y aquel que no cumpla con su
parte, es ejecutado. Aquí parece expresarse de manera más o menos clara la existencia de la
pena de muerte en tanto no respetaba la costumbre de la comunidad. Por otra parte, este pasaje
ha sido tildado, y razonadamente, de problemático (Sánchez Moreno, 1998-1999).
Personalmente, no descarto la posibilidad de un reparto de la tierra más o menos igualitario
entre lo que pudiéramos llamar un cuerpo ciudadano de guerreros entre los vacceos, pero eso
no quita para que se haya abusado de este pasaje (estudiado por Aguilera, 2011). En cualquier
caso, lo más importante de esta referencia es que parece probar la existencia de un castigo de
carácter colectivo.
Estrabón, tratando los pueblos más alejados – y por tanto más bárbaros, siguiendo su
12 Sin olvidar, no obstante, el carácter conservador de estas sociedades y la dificultad de los individuos
para romper con la tradición.
13 Quizá en este sentido debemos interpretar el pánico a los grupos de guerreros autónomos, tales como
los Bersekir, los Mannerbunde o las cofradías guerreras a las que se refiere Peralta Labrador (2000, p.
175), que a menudo se han comprendido como institución típicamente indoeuropea (ibid), a pesar de
que aparecen en tantas otras sociedades guerreras atemorizando a la sociedad campesina (como
ejemplo lejano, los ronin en el Japón feudal (Louis e Ito., 2008, p. 22)
17
propia lógica (Geo. 3,3,7) – de la península, dice que los cántabros despeñan a quienes son
condenados a muerte y lapidan a los parricidas, pasados las montañas y los ríos (ibid). En este
caso, es significativo señalar como las costumbres no parecieron variar demasiado después de la
conquista militar romana, sino conservar una apariencia, a través de los ojos del griego, bárbara
e incivilizada. Y de nuevo parece hacer referencia a castigos de carácter colectivo 14. Existen
fragmentos que pueden interpretarse como referencias generales al castigo. De este modo,
Apiano señala como los cartagineses acusan a los saguntinos de llevar a cabo numerosas
injusticias contra sus súbditos (Ib.11).
En tiempos de guerra, las referencias al castigo son mucho más numerosas. Por Apiano
sabemos que los lusitanos hacían prisioneros, y posteriormente les ejecutaban despeñándoles
(Ib.63). En este mismo fragmento el autor señala que Vetilio no fue reconocido como
magistrado y ejecutado como uno más. De la sorpresa del autor griego podría considerarse que
los lusitanos ejecutarían de forma especial a los cargos, si bien esto no es más que la opinión de
Apiano. En el contexto de las guerras civiles, sin nada parecido a un juicio o proceso, los
habitantes de Ategua lapidaron a quienes consideraban traidores a su causa (César, Hisp. 22)
Viriato incendió los campos como castigo de aquellos agricultores que se negaban a pagarle
tributo (Ap. Ib. 64); también sabemos que debieron sufrir otro tipo de suplicios que no
especifica (Ps.Front., 4,5,22).
Especialmente cruento es el asedio de Astapa; allí, cincuenta hombres ejecutaron a las
mujeres y a los niños cuando la ciudad estaba a punto de caer en las manos de los romanos, acto
tras el cuál se suicidarían ellos mismos arrojándose al fuego (Ap. Ib. 33). El mismo hecho
refleja Livio cuando trata la toma de una ciudad vaccea (Ab Urbe Con. per, 57). Estrabón, por su
parte, revela como las mujeres cántabras asesinan a sus hijos, o como un padre cántabro le pide
a su hijo que mate a su propia familia (Geo. 3.4.18). Valerio Máximo recoge otra práctica de
muerte colectiva: Retógenes, último líder de los numantinos, mandó quemar la ciudad y al resto
de numantinos que se abatiesen entre ellos, tras decapitar al vencedor y echando su cadáver a las
llamas, algo que él mismo siguió cuando se quedó como el último guerrero (Fact. et dic.
mem.3,2,7).
Por Estrabón conocemos cómo los lusitanos sacrificaban a prisioneros de guerra, de los
14 Sobre qué institución o personas llevarían a cabo el juicio o el proceso del ejecutado, por supuesto,
nada nos queda. Quizá simplemente mencionar que no considero apropiado pensar que, sobre todo en
el caso de los cántabros, éste podría ser llevado a cabo por un antecesor del princeps de los epígrafes,
ya que no existe ninguna prueba de un régimen monárquico en época prerromana, a pesar de la
insistencia de algunos autores (vid. Schulten, 1962: 68 y más recientemente Peralta Labrador, 2000:
137).
18
cuáles se leían sus entrañas para conocer el futuro (3,3,6), a lo que también hará referencia
tratando de los montañeses (3,3,7); Livio habla del sacrificio humano específico que llevaron a
cabo los luistanos antes de que Galba les emboscase (Ab Urbe Con. per. 49). Ante el túmulo de
Viriato lucharon doscientas parejas de gladiadores (Diod. Sic. ,BH, 33,21). Existen diversas
noticias de la llamada devotio (p.e. Plu. Sert. 14; Salust. Hist. 1,25) en la cual bajo ningún
concepto, según Sopeña, se debía sobrevivir al líder encomendado (2004: 68). 15
Estas noticias no suponen una excepción dentro del barbaricvm de la Antigüedad.
Diversos autores greco-latinos registran comportamientos similares en diferentes ámbitos
culturales y espaciales. Baste una comparación con el relato de Tácito en su Germania. En
primer lugar, cabría destacar el hecho de que la acción del castigo fue monopolizada por sus
sacerdotes (Germ. 7,1). Probablemente podamos contar el sacrificio humano (Germ. 9,1);
también Tácito relata cómo las mujeres adúlteras son rapadas y azotadas públicamente (Germ.
19,1). La honra es fundamental a la hora de aplicar penas y castigos; el autor se refiere a
ahorcamientos, hundir su cuerpo en pantanos 16, aunque también admite cierta proporcionalidad,
como el pago de una multa en especie (Germ. 12). Finalmente, podemos encontrar ciertas
actuaciones que enlazan con el castigo, daño autoinflingido por un comportamiento deshonroso,
entre las que se incluye el suicidio (Germ. 14,1; 22,2; 31). Actos violentos que, en fin,
igualmente Tácito achaca a los britanos durante la rebelión de Boudicca (Tac. Agr. 14-16; Tac.
Ann. 14,29-39). No es, con mucho, el único autor que se refiere a los bárbaros en este sentido
(algunos ejemplos escogidos, Cic. Prov. 13; Suet. Aug. 80; Liv. Ab Urbe Con. 22.59).
La clave, en fin, parece que se encierra en este término: el bárbaro, el que es incapaz de
hablar (Hom. Il. 2,867), es un ser violento, muy a menudo por lo recóndito de su origen (Estr.
Geo. 3.3.8; Flo. Ep. 2.3). Y sin embargo, cuando los autores clásicos pretenden hablar de sus
15 Existe una práctica determinada que, llevada a cabo por dos pueblos diferentes de la península ibérica
prerromana, probablemente estén haciendo referencia a un castigo en clave local. Me refiero a los
episodios en los que embajadores de estos pueblos, los de Complega y los de Numancia, llevan ramas
de suplicante (Ap. Ib. 43 y 94). En ambos episodios, recogidos por Apiano, miembros de esta
comunidad llevan estos artefactos, sin concretar más, para ofrecer su voluntad de pactar a los
romanos. Estas ramas de olivo son poco comunes en otros textos griegos (aparecen en Las
Suplicantes, de Eurípides, y sin embargo forman parte del imaginario indígena. Cabe la posibilidad de
que, aún dándose las circunstancias de la comunidad de símbolos en lo que supone la ecúmene
mediterránea, estas ramas de suplicante se refieran a una realidad específicamente indígena. En
cualquier caso, no cabe duda alguna de que con estas ramas se está reflejando la sumisión directa y
explícita del sujeto que la porta; es posible que este código intercomunitario remitiera a una práctica
intracomunitaria. De este modo, las ramas de suplicante podrían ser una representación pública de la
culpabilidad del individuo, en un modo similar al de los sambenitos de la tradición medieval y
posterior. Ante la falta de evidencia es difícil profundizar en este aspecto. Sobre las ramas de
suplicante en la diplomacia indígena, véase García Riaza, 2002.
16 Probablemente, debamos entender este pasaje como una referencia directa a lo que la arqueología ha
denominado bog bodies (véase, Stead et al., 1986)
19
enemigos estan más cerca de describirse a sí mismos. Ya he señalado como Estrabón acepta la
geografía como una herramienta más de dominio, una herramienta de los dominadores que, en
boca de Tucídides, hacen lo que pueden mientras los dominados deben sufrir lo que deben
(Pelop. 5,89). La violencia exacerbada de los pueblos de la península ibérica prerromana, igual
que la de otros bárbaros, era un topos diseñado con el fin de acrecentar la alteridad entre los
romanos y sus enemigos.
Asumir este hecho, la imparcialidad de las obras romanas, algo que la investigación ha
tardado demasiado, no implica negar la magnitud de la violencia en la Antigüedad. Me gustaría
incluir también, para entender la magnitud de la agresividad en el pasado, rescatar una tradición
nórdica que, aún muy posterior en el tiempo, probablemente nos de ciertas pistas para
comprender desde la perspectiva emic el sacrificio humano17. Me refiero al llamado águila de
sangre, blóthorn. Su autenticidad ha sido muy discutida, generalmente partiendo de que estas
fuentes han sido tergiversadas por autores cristianos (Frank, 1984). El águila de sangre
consistiría en una serie de cortes en la espalda de la víctima de los que, tras cortar las costillas,
extraerían los pulmones, dejándole en este estado hasta su muerte 18 (Orkneysaga, 9; NornaGestr, 7; Knútsdrápa, 1). Aún admitiendo que haya sido exagerada por las fuentes cristianas, el
hecho de que parezca repetir, hasta cierto punto, la descripción de lo que hay quien llamada
sacrificio humano de tipo céltico (García Quintela, 1991), implica la existencia de estos
sacrificios como una práctica existente (aunque no tuvo porqué ser habitual) dentro del ámbito
atlántico, que sin embargo resulta no ser tan distinto al mediterráneo. De nuevo, esta práctica
aparece como reservada a criminales.
La agresividad en su máximo grado, aunque nos pueda parecer repugnante desde
nuestra perspectiva moderna, es una expresión cultural que debe relacionarse con unos
condicionantes culturales determinados. Esto, en fin, sin quitar el valor de topos a las
descripciones canónicas de los clásicos, permite un nuevo análisis: ante retos similares, la
amenaza constante de la guerra, más aún con el establecimiento de una gran potencia militar
como fueron Cartago y Roma, las comunidades que buscaban sobrevivir precisaban desplegar
una respuesta igualmente violenta – independientemente que estas respuestas no fueran nuevas,
17 Sobre el uso de fuentes medievales para el estudio de la Europa bárbara existe un debate, en el que
quizás Kenneth Jackson (1964) jugó un papel muy destacado. Se suele aceptar que ciertas
instituciones que aparecen en la Europa medieval tienen un origen prerromano, basándose en la
inmovilidad cultural de los pueblos (y en cierta manera en el esencialismo nacional decimonónico). Si
utilizo este ejemplo es más por razón de la antropología comparada, como señalo más adelante, que
por una raíz común y permanente.
18 Por otra parte, sería rápida ante la ineficiencia del diafragma
20
y antes de la amenaza de Roma hubieran sido igualmente violentas 19.
Si tenemos esto en cuenta, no debiera sorprendernos que las descripciones más precisas
del castigo vienen, en cambio, de los colonizadores, tanto cartagineses como romanos. Aunque
éstas no hagan referencia a episodios dentro de una comunidad prerromana, es probable que se
adoptaran dentro de las comunidades, más aún según fueron avanzando en su integración al
Estado romano. Tanto los cartagineses como los romanos castigaron a las comunidades más
rebeldes, exterminando a toda la población masculina en edad de combatir (Ap. Ib. 23; 60; Ap.
Anni. 5.), algo que incluso encuentra su crítica en el mismo Apiano (Ib. 60).
Merece la pena detenerse a los castigos en las mismas líneas romanadas durante su
conquista de la península. Escipión castigó a los líderes de un motín cuando éstos estaban
seguros de su perdón: “Y cuando la multitud se dio cuenta que la asamblea estaba custodiada
por hombres armados, se produjo un sombrío silencio” son las escalofriantes palabras de
Apiano (Ib. 36), relato que también conocemos por Polibio (Hist. 11.31). Apiano explica el
suplicio en ese mismo epígrafe: primero, les clavaron en el suelo; después, les degollaron a la
vista del resto, a los que Escipión perdonó. El caudillo romano también castiga a los indígenas
que le habían traicionado, imponiendo un tributo a las poblaciones, condenando a muerte a sus
líderes y confiscando bienes en beneficio público (Ap. Ib. 38). Maximo Emiliano practica la
amputación de cabezas y manos (Ap. Ib. 68, 94). Las amputaciones de manos aparecen en otras
referencias (Valerio Máximo, Fact. et dic. Mem. 2, 7, 11; Dión Casio, H.R. frag. 75).
Varios autores hablan de un episodio concreto ante las puertas de Numancia; una vez
Mancino pactó con los numantinos una paz vergonzosa para Roma, ésta fue negada por el
Senado y, en castigo a aquel, Furio le dejó desnudo y maniatado ante la ciudad arévaca; pero los
celtíberos, lejos de aceptarle, le consideraron para ellos también deshonroso, por lo que no le
recogieron (Veleyo, H.R. 2, 1, 3; Orosio, Hist. Adv. Pag. 5, 4, 20; Ap. Ib. 83).
Quizá la noticia más importante en torno al castigo en la península ibérica viene de
Diodoro (B.H. 25,10). Cuando los cartagineses capturaron a Indortas, un líder celta, Amílcar
ordenó sacarle los ojos, torturarle, y finalmente crucificarle, mientras que al resto de los diez mil
cautivos les dejó en libertad. Poco antes, el asesino de Asdrúbal había sido torturado (un celta
19 Quizá en este sentido cabría recordar el enfoque materialista cultural de Marvin Harris (2011, pp. 173224); de acuerdo con él, el desarrollo del Cristianismo-pacifista como respuesta al imperialismo
romano debe entenderse después de un golpe emocional tan grave como fue el saqueo del templo de
Jerusalén. ¿Sería ingenuo, quizás, suponer que las ramas de olivo son una tentativa ante el fracaso de
la vía militar?
21
según Polibio, Hist. 2,36,1, siguiendo a Sileno; un esclavo según Justino Ep. 44.5, Apiano, Ib. 8
y Valerio Máximo, Fact. et dic. mem.3.3 ext. 7).
Por su rudeza, me gustaría señalar un último ejemplo punitivo, aunque esté fuera del
ámbito peninsular: se trata de los romanos frente a los vencidos cimbrios y teutones. Ante la
abundancia de datos, una única noticia no puede ser representativa, pero sí indica la rudeza de la
guerra antigua, no sólo en su desarrollo sino en su conclusión, no sólo contra los combatientes
sino contra los vencidos:
“Las mujeres presentaron una batalla casi más difícil, pues, dispuestas sus
carretas en forma de campamento, lucharon desde una posición muy alta y
rechazaron a los romanos durante largo tiempo, pero volvieron las armas, que
estaban usando contra el enemigo, contra sí mismas y sus hijos cuando se
llenaron de pánico por la manera nueva de matar que introdujeron los romanos,
pues cortaban el cuero cabelludo junto con los cabellos dejándolas disformes y
con una herida muy repugnante”20
(Orosio, Hist. Adv. Pag. 5,16; la negrita es mía)
Sin embargo, aunque estos registros sean especialmente útiles para comprender, en un
sentido genérico, la funcionalidad de la violencia en el mundo antiguo, para nuestro caso cabría
diferenciar entre aquellos casos de violencia que pudieran haber sido adquiridos por las
comunidades dominadas, y aquellos propios de los colonizadores. En líneas generales,
podríamos decir que los episodios donde la violencia es más sistemática son propios de Roma y
Cartago, y deben entenderse desde la óptica ocupacional; sólo cuando las élites romanas se
fusionen con las aristocracias locales sería probable que se adoptasen métodos especialmente
técnicos, tales como la amputación a un gran grupo de hombres o la eliminación de sólo
determinados elementos de la disidencia y no a su totalidad21.
20 Cabe destacar la mención al asesinato de los niños y al suicidio de las mujeres, como ya habíamos
visto para diversos casos de la península ibérica. En ese mismo epígrafe, Orosio hace referencia a una
práctica similar entre galos detenidos antes de cruzar los Alpes.
21 Así las cosas, sabiendo que antes de Roma no sólo Cartago sino que las colonias fenicias se habían
integrado en las estructuras sociales locales, podría suponerse que para el estudio del Levante y Sur
peninsular muchas de estas prácticas estuvieran ya asimiladas. Igualmente, estas zonas serían las que
tuvieran más contacto con el mundo mediterráneo, y pudieran haber adquirido muchos de sus valores
antes de que Roma estuviera presente en la península. Ésta es, probablemente, otra de las razones por
las que los romanos describieran más las costumbres del resto de pueblos peninsulares.
22
3.2. Exposición de noticias en el registro arqueológico
En este estudio, la información histórica obtenida a través de la arqueología es menos
completa que la que obtenemos mediante el estudio de las fuentes literarias, aunque por reflejar
la propia producción cultural, puede considerarse más fiable.
Sin embargo, la complejidad
del fenómeno del castigo dificulta enormemente esta tarea, y requiere del investigador la
asunción de ciertas prerrogativas que, en el mejor de los casos, no son más que hipótesis de
trabajo22. El castigo podría verse reflejado en el registro oseo, concretamente en mutilaciones o
lesiones concretas de determinados huesos. Antes de considerar los hallazgos arqueológicos de
la península ibérica, me gustaría hacer referencia a varios restos que, entre los investigadores
europeos, se considera como evidencia de prácticas punitivas en la protohistoria.
El primero de ellos es el de Cliffs End Farm, un yacimiento situado en una isla al
Sureste de Kent. Con todo, esta información todavía no existe en una publicación académica y
ha sido obtenida de los informes previos elaborados por la empresa responsable (Wessex
Archaeology, 2008) y la comunicación personal del profesor Bob Johnston de la Universidad de
Sheffield. Tiene una larga proyección temporal, desde comienzos de la Edad de Bronce al inicio
del periodo sajón, por lo que podemos intuir que mantuvo gran importancia social y religiosa.
Durante toda su existencia funcionó como cementerio, variando las tradiciones según lo habitual
en cada periodo. La tumba 3666 corresponde a cinco individuos del Bronce Final; uno de estos
esqueletos, 3674, corresponde a una mujer de entre diez y once años. Arrojada al foso que es
dicha tumba, ésta tiene las manos atadas a su espalda (Figura II). Otros individuos, como el
varón 3675, presenta diferentes traumas, tanto de percusión en el hueso parietal, como cortes en
la bóveda craneal.
Por otra parte, Kristiansen y Larsson hacen referencia al hallazgo en Nizna Mysla
(Eslovaquia), una mina de sal utilizada durante el periodo otomaní, de un grupo de individuos
con las manos atadas a la espalda en las cercanías de la explotación. Muertos en el sitio, dichos
autores proponen que fueran esclavos (2005, pp. 159-160), muy posiblemente adscritos al
trabajo forzado en dicha mina. Qué decir, en fin, de los múltiples bog bodies, cuerpos del
pantano, que se han ido hallando en diferentes puntos de la Europa húmeda, desde Irlanda hasta
Dinamarca, muchos de estos maniatados (Stead et al., 1986). Probablemente debemos entender
22 Estos problemas son análogos a los de aquellos investigadores que buscan encontrar evidencia de
sacrificios humanos en el registro arqueológico, con un pequeño pero fundamental matiz: como ya se
ha señalado en la introducción, el concepto castigo es moderno, y por lo tanto no puede buscarse su
existencia en la Antigüedad sino, dentro de la evidencia existente, hallazgos que se amolden a nuestra
idea de castigo. Trataré este problema a continuación.
23
estas referencias en relación con el episodio de Mancino; seguimos sin tener evidencia de
manos atadas en la arqueología de los arévacos, pero conociendo esta evidencia paralela resulta
plausible que cuando éstos rechazaron al romano, sabían muy bien sus efectos,
“proporcionando a ambas partes un lacrimoso espectáculo” (Orosio, Hist. Adv. Pag. 5,4,20).
La arqueología británica nos da un ejemplo aún más escabroso de prácticas de castigo.
El castro (hillfort, en el original) de Fin Cop (Mapplethorpe et al., 2011, pp. 53-83), dentro del
conjunto de castros que hay distribuido por toda la región de Peak District (Reino Unido) fue
asaltado en algún momento entre los siglos V y IV a.C. En el perímetro de las murallas se
cavaron una serie de fosas en las que fueron arrojadas mujeres embarazadas, recién paridas, y
niños. Tres esqueletos mostraban lesiones: el primero de ellos, un herida en la cresta de la tibia;
los otros dos, una serie de cortes en las cuñas del pie izquierdo (Figura III). Si bien la herida de
la tibia podría comprenderse como una herida en el transcurso de la batalla, considero que no
cabe esta interpretación para las lesiones en los pies. Más bien parece un escenario de tortura
tras el combate.
Desgraciadamente, para el caso de la península ibérica los hallazgos arqueológicos que
pudiéramos relacionar con el castigo son más escasos y mucho menos representativos. No sería
erróneo afirmar que la arqueología ibérica no proporciona evidencia alguna sobre el fenómeno
del castigo, que los hallazgos que contamos nos permiten conocer ciertos episodios de violencia
y agresividad exacerbada (en el mejor de los casos), pero nada que nos refleje la existencia de
acciones punitivas. En este sentido, podríamos sostener que el castigo es invisible en la
arqueología.
Sin embargo, como ya se ha mencionado, ciertos investigadores han asegurado la
existencia de sacrificios humanos y de caza de cabezas en el registro arqueológico. Por razones
de método, estoy lejos de aceptar tal afirmación pero si en ella hubiera un atisbo de verdad, lo
cierto es que donde hay un sacrificio humano hay castigo, y donde se ha querido ver evidencia
de caza de cabezas puede haber, igualmente, evidencia de castigo. Partiendo de las graves
dificultades metodológicas que ya anuncia Silvia Alfayé (2009), y sólo a modo de hipótesis de
trabajo, a falta de mejores herramientas, reviso aquellos hallazgos que han sido tomados
habitualmente como sacrificios humanos, analizando si pueden ser interpretados, esta vez, como
castigos.
En lo referido a las cabezas-trofeo, cabe hacer otra aclaración. En aquellos casos en los
que el cráneo no haya sufrido ningún traumatismo, parece que podríamos estar ante un culto a
24
los antepasados; aún si aceptásemos que estos cráneos también son resultado de una acción
violenta, de la misma forma que podemos asumir que son cabezas-trofeo de un enemigo
externo, podemos encontrarnos ante otro hecho: la conservación de cabezas-trofeo de enemigos
interiores, esto es, sometidos al castigo. Como con los sacrificios humanos, hago un breve
repaso a la (hasta ahora) evidencia de cabezas-trofeo, y su posible relación con el castigo. Mi
principal referencia para estos hallazgos arqueológicos son aquellos que reúne Silvia Alfayé en
la revisión de su tesis, Santuarios y Rituales en la Hispania Céltica (2009, pp. 287-311)23.
Veamos estos hallazgos por orden cronológico:
La primera evidencia que debemos tener en cuenta probablemente no es demasiado
valiosa para este estudio, en tanto que la adscripción a un fenómeno de castigo sería arbitraria e
incluso, si se me permite, caprichosa. En cualquier caso, considero necesario tener en cuenta
toda la posible (y escasa) evidencia. Se trata de la bóveda craneal de una mujer joven hallada en
el castro de Chao Samartín (Asturias), con una cronología del siglo VIII a.C. Se halla,
concretamente, bajo una parte del muro perimetral, una práctica que, como veremos, está
relativamente presente en los hallazgos arqueológicos. Se desconocen las causas de la muerte.
El siguiente caso también es escasamente relevante; se trata de una mandíbula
encontrada en el asentamiento de Campa Torre (Asturias), de los siglos VI-V a.C., que
corresponde a una mujer joven, aproximadamente entre 25 y 30 años, situado en el nivel
fundacional de las murallas. Tampoco se conoce la causa de la muerte, aunque los descubridores
hacen referencia al sacrificio fundacional (Maya et al., 2001, pp. 295).
También se ha propuesto como evidencia de sacrificio dos cráneos encontrados en la
necrópolis de la Osera (Chamartín de la Sierra, Ávila). Se ha dicho que uno y otro
representarían el principio y el fin del uso de la necrópolis, en una cronología del siglo IV a.C.
Según Baquedano y Escorza (1998, pp. 91-97), debe tenerse en cuenta la alineación de los
cráneos con determinadas estelas, lo cuál a su vez relacionan con una planificación determinada
en base a unos amplios conocimientos astronómicos. En cualquier caso, es clara evidencia del
contexto ritual y especializado en el que se encuentran estos hallazgos. Como en el caso
anterior, se desconocen las causas de la muerte de estos dos individuos.
A partir del siglo III a.C. tenemos hallazgos que nos aportan más información. Así
23 He excluido, generalmente, las inhumaciones infantiles en tanto que en ningún caso aportan
información sobre el castigo; en caso de que ellos hubieran sufrido castigo, debe entenderse como un
castigo generalizado a una población o a un linaje; eliminando la descendencia, al igual que
destruyendo la representación de los ancestros, se les elimina de la Historia.
25
ocurre con el hallazgo de una mujer en
una fosa de Garvão (Alentejo, Portugal), de
aproximadamente cuarenta años. Su cronología es del siglo III a.C. Habría sido golpeada con
un hacha de piedra y posteriormente decapitada; su cabeza fue situada en el fondo de la fosa,
probablemente de forma ritual. Se ha identificado como un sacrificio (Alfayé, 2009, pp. 288,
Beirao et al., 1985: 54; Antunes y Santinhos., 1986: 82; Matos y Antunes, 1986, pp. 78).
En el poblado de la Hoya (Álava), con una cronología también del siglo III a.C., se
halló una bóveda craneal que fue relacionada con la caza de cabezas, asociada a un recipiente
cerámico (Llanos 2007-2008, pp.1275). Sin embargo, considero más interesante en el mismo
yacimiento el caso de un segundo individuo (2007-2008, pp. 1285-1277) que, en un contexto de
violencia (Llanos señala que por gentes ajenas a él, pero en primera instancia sería invisible
para la arqueología si el conflicto viniera de gentes dominadas políticamente por los habitantes
de la Hoya), aparece decapitado, estando situada su cabeza a once metros del resto de su cuerpo.
En ningún caso este episodio puede considerarse culto al cráneo: el autor y la víctima de esta
violencia, aún podrían ser discutibles.
A un tiempo paralelo a la conquista, probablemente corresponden los cráneos de cuatro
varones jóvenes hallados en Numancia (Figura IV), interpretados en primer término como
enemigos vencidos en combate y expuestos para mayor gloria del guerrero vencedor (Taracena,
1943), tesis discutida por la profesora Alfayé ante la falta de evidencia directa (2009, pp. 303310).
Posteriormente, tenemos el caso de una serie de huesos correspondientes a tres
individuos hallados en el torreón de Bílbilis Itálica (Huérmeda en Calatayud, Zaragoza). Silvia
Alfayé puntualiza que la información que se ha proporcionado respecto a éstos es contradictoria
(2007, p. 25), tal como se puede analizar en la lectura de las publicaciones de Martín Bueno
(1975; 1982; 2000). El primero de estos esqueletos, correspondía a un individuo y parece haber
sido arrojado desde cierta altura. La exhumación del esqueleto no fue completa (Alfayé, 2007,
p. 25), y no tiene ninguna lesión registrada; sólo puede ser considerado sacrificio basándose en
su posición y en su relación al muro, último punto que ha servido de base para interpretarlo
como un rito fundacional. El segundo esqueleto estaba en posición fetal, probablemente por
tanto depositado cuidadosamente; parte del mismo había sido descarnado, y basándome en esto
no creo que sea propicio considerarle como evidencia de un sacrificio/castigo, tal como veremos
más adelante. Del tercer individuo apenas se conservan una serie de huesos inconexos, por lo
cuál es imposible obtener cualquier conclusión. La cronología de estos hallazgos es muy
problemática: Martín Bueno los data a comienzos del siglo I a.C. (1982, p. 102), si bien Alfayé
26
recuerda que la fundación de Bílbilis es del 42 a.C. (2009, p. 290) y Burillo defiende que por la
posición de los restos en el hallazgo no puede adscribirse al periodo celtibérico sino a un
momento muy posterior (1990, pp. 376-377).
El último caso al que nos enfrentamos es al de Ercavica, en Cuenca, yacimiento en el
cuál se han hallado en un pozo una serie de restos humanos. Fueron identificados por Barroso y
Morín como sacrificios humanos de fundación (1997, pp. 269-270), mientras que Lorrio (2001,
p. 113) y Alfayé (2010, p. 225) lo consideran un rito tardío para un espacio en desuso, posición
que habían aceptado los primeros autores en primera instancia (1992, p. 270).
Independientemente de este problema, si tal como afirman éstos habían sido arrojados
maniatados al pozo (dado que no hay evidencia fotográfica publicada), considero firmemente
que el estar atados debe interpretarse como símbolo de humillación y por tanto de castigo.
Aunque no haya evidencia directa del significado de las manos atadas para los habitantes de
Ercávica, baste recordar los casos de Mancino, o de la arqueología europea citada
anteriormente. Como en el caso anterior, la cronología de los mismos es muy problemática y
está en discusión; Barroso y Morín opinan que deben relacionarse con la fundación (1997, p.
269); Por su parte, Alfayé y Lorrio opinan que debe relacionarse con una reutilización del
edificio en época tardoimperial (Alfayé, 2009, p. 294; Lorrio, 2001, p. 113).
Asimismo, conservamos otros fragmentos óseos tallados que se han propuesto como
evidencia de sacrificio o culto (Alfayé, 2007, p. 225; Wattenberg 1978, p. 114), pero en este
caso no creo que haya indicio alguno de hablar de amputación como castigo. Lo cuál no quita
para que pudieran ser tanto de ancestros, como de enemigos, como de personas ajusticiadas en
la propia comunidad. Finalmente, cabría mencionar, quizá a nivel más anecdótico que científico
(Alfayé, 2009, pp. 154-164), la importancia del altar de Ulaca o la piedra de sacrificios humanos
de Arcóbriga como centro de sacrificios humanos. Alimentado por la tradición popular, incluso
en antiguas investigaciones científicas, mas sin evidencia alguna más allá del folclore. Sin
embargo, debo señalar que tampoco existe fuente alguna que evidencie un uso diferente al que
ha propuesto la tradición, aunque hay diferentes hipótesis (Alfayé, 2009, pp. 173-176).
Por otra parte, más allá de las lesiones en el registro oseo, probablemente podamos
interpretar una intención punitiva basándonos en los tipos de enterramiento. La evidencia del
fenómeno de buena y mala muerte en la arqueología depende completamente de una
interpretación que, como he señalado, está influido por la perspectiva ideológica del pasado. Por
su carácter innovador, gustaría hacerme eco de una reciente hipótesis propuesta por los
integrantes del grupo de investigación HAR 2009-10105 (Esparza et al. 2012, p. 96: a saber, que
27
en el horizonte cultural de Protocogotas y Cogotas I la exposición de cadáveres representaría la
buena muerte mientras la inhumación simple la mala muerte (Esparza et al. 2012, p. 117). Es
cierto que la de Cogotas es una tradición arqueológica anterior, pero tal como señalan estos
investigadores y Sopeña (2004), es tentador establecer un vínculo paleoétnico, si bien primando
las causas de carácter adaptativo (Esparza et al. 2012, p. 123; Larsson, 2003, p.168). Aunque
todavía está sujeta a multitud de interrogantes, tal y como señalan sus autores, existen elementos
fundamentales que alaban esta tesis: a saber, que una serie de elementos descarnados por
cánidos se agrupan dentro de enterramientos secundarios, los cuáles se consideran prueba de
expositio.
Quizá pudiéramos hacer propuestas similares para otros ámbitos de la península, aunque
pueda considerarse arriesgado sin un estudio tan metódico como el que tenemos para el caso
cogotense. Como meras propuestas, que por razones de espacio no pueden desarrollarse en este
trabajo, podríamos considerar que la excarnación está presente en otros pueblos del ámbito
atlántico (p.e. el caso de los cántabros, ver Figura V) y, hasta cierto punto, la incineración se
situaría como evidencia de la buena muerte general (obsérvese, entre muchos otros, Losada
Gómez, 1966; Sánchez Delgado, 1985; Fernández Gómez, 1997). En otras regiones de Europa,
los mismos bog bodies, especialmente los maniatados, o las conocidas decapitaciones
(Aldhouse-Green, 2001, pp. 93-110), serían ejemplo de mala muerte, independientemente de
que también hubiera sufrido otras acciones de castigo.
Existen otros hallazgos de restos humanos en la primera edad del Hierro que me
gustaría tener en consideración, precisamente porque no se le ha dado demasiado peso en la
investigación. En Los Cuestos (Benavente, Zamora) se hallaron un fémur, probablemente de
mujer joven, una mandíbula de un niño de nueve años de edad, y un molar de un individuo en
edad avanzada (Celis, 1993, pp. 129-130). Celis lo interpreta como material de deshecho. Por el
escaso cuidado en la distribución de los restos, podría tomarse como una evidencia práctica de
la mala muerte y por tanto, evidencia de castigo. Podemos ir incluso un paso más; la presencia
en el registro arqueológico de las llamadas cabezas-trofeo o en la iconografía de manos, como
en la estela de Binéfar, podrían acercarnos, tal vez a un escenario de violencia post mortem. En
efecto, ya Alfayé apunta que dicho monumento podría representar la mala muerte (2002, p. 6971) pero, como en el caso de las cabezas-trofeo, podrían tratarse igualmente de enemigos
internos.
Cabría señalar una última fuente de información para el castigo desde la arqueología: el
estudio iconográfico. En un principio, no parece haber claras expresiones del sacrificio humano
28
representado. Sin embargo, partiendo de que tanto el sacrificio humano como el animal es
englobado por los clásicos dentro de un mismo conjunto, podríamos suponer que ciertas
generalidades de la representación iconográfica de sacrificios podrían aplicarse a sacrificios
humanos, y a su función como castigo. Resulta muy interesante la representación de los
victimarios, especialmente en la cerámica celtibérica (Figura VI). Estos personajes, de cuyo
gorro picudo quizá debiéramos entender cierta autoridad, podrían sustituir a los druidas galos,
cuya ausencia ha sido tantas veces tenida en cuenta en la historiografía (a este respecto, ver
Peralta Labrador, 2000: , quién a mi juicio da una respuesta satisfactoria a este problema
concreto). No se deben olvidar otras interpretaciones, como que pudiera ser un asistente de un
rito más complejo donde intervinieran más de un individuo como ejecutor, como es el caso de
los sacrificios cruentos en Roma (Blázquez et al., 2011, p. 466). Nada es seguro a la hora de
interpretar estas imágenes en relación a nuestro caso de estudio.
Hasta aquí llega lo que podemos afirmar con rotundidad, con evidencia positiva. Pero el
castigo, en contra, abarcaría muchas más acciones que ni aparecen en las fuentes ni han quedado
plasmadas (o mejor, de momento no hay evidencia alguna) en el registro arqueológico,
especialmente si tenemos en cuenta las mejores condiciones ambientales y técnicas de otros
países . Carecemos de más datos concretos, hasta el momento que nos den más información
directa sobre las prácticas específicas del castigo en la protohistoria peninsular. El siguiente
paso, por tanto, debe ser su análisis e interpretación en el contexto de las sociedades en las que
se desarrollaron.
29
4. ANÁLISIS HISTÓRICO
Hemos visto que la información que poseemos es escasa, lo cuál dificulta la
constatación de determinadas hipótesis. Sin olvidar la conexión en cualquier ámbito social, me
referiré en primer lugar a la conexión entre la producción económica. Desde esta perspectiva, es
especialmente interesante el castigo con el que Viriato somete a aquellos campesinos que no le
dan un tributo: la quema de campos y otros suplicios. Puede entenderse desde una perspectiva
económica la política de tierra quemada: la tierra que no vaya a ser productiva para Viriato, que
no lo sea para nadie. Por supuesto, es una política económica a largo plazo, contextualizada en
la guerra con Roma. Los suplicios que menciona el pseudo-Frontino podrían ser analizados
como castigos adicionales, pero existe una segunda interpretación de la quema de campos que
encuadraría ambos episodios como parte de un único fenómeno. Me gustaría utilizar un símil
con el largometraje de Queimada (Burn!, Pontecorvo, 1969), que en general me parece un relato
muy ilustrativo de los procesos históricos que conllevaron la independencia de las naciones del
Caribe. La narración nos sitúa en una isla que, recién liberada del yugo colonial, ve amenazado
su nuevo régimen burgués por una revuelta campesina. Sir William Walker, que en su momento
había movilizado al campesino José Dolores para luchar contra el régimen colonial, se ve
forzado a perseguirle, al haberse erigido éste como líder de la nueva revolución. En un momento
dado William Walker decide quemar una plantación entera de azúcar para dar caza a José
Dolores. Ante el reproche del capataz, el argumento de Walker es demoledor: la empresa puede
elegir entre las pérdidas económicas producidas por ese fuego, o dejar que el fuego
revolucionario de José Dolores se expanda no sólo por toda la isla, sino por el resto de
propiedades que tiene la empresa por todo el Caribe. Como puede verse, aún está presente la
realidad económica (el beneficio a la larga que va a producir lo que en primera instancia es un
desastre a nivel productivo), pero al mismo tiempo está basada en la destrucción del medio de
vida, no del invasor romano, sino del campesino. Con esa acción Viriato está demostrando que
la existencia sólo es posible bajo su mando y liderazgo. Quién esté en contra de esto, se
arriesga, como José Dolores, a ser cazado. Recordemos que, a fin de cuentas, la caza de
hombres era un fenómeno habitual en la Antigüedad (p.e. Hdt. His. 4,183,4). El discurso, la
supremacía única e indiscutible, se basa en una realidad material indiscutible: quien controla los
medios de producción y la fuerza de trabajo controla quién vive y quién no. Es un discurso
político, pero que se fundamenta en la realidad económica.
Cuando, por otra parte, nos enfrentamos a otros casos, como el de la caza de cabezas o
la amputación de la mano derecha, parece ineludible hacer referencia a las clásicas tradiciones a
las que se ha tratado anteriormente. En tanto estamos tratando el castigo en la misma
30
comunidad, sin entrar en las llamadas expediciones punitivas, parece que el acto análogo a la
caza de cabezas es la decapitación, que deberíamos relacionarla con otros castigos llevados a
cabo con la espada, tal como veremos más adelante. Pero la amputación de la mano, por otra
parte, parece que podría haberse dado en escenarios locales; es cierto que carecemos de
evidencia directa (es más, Estrabón cita específicamente que entre los lusitanos es una
costumbre ligada a la guerra) pero sabiendo lo habitual de su uso en un contexto de casi guerra
eterna, incluso aun vigente en algunos sistemas jurídicos de la actualidad (p.e. Terman, 2010),
cabe suponer su uso en tiempos de paz. Normalmente, esta práctica se ha ligado a la vinculación
cuasi mágica entre el arma y el individuo, algo que encaja con el ethos agonístico (Sopeña,
2009) o con la dedicación a la guerra (de Francisco Heredero, 2012). No obstante, Norbert Elias
(2000) hizo otra lectura (si bien es cierto que en otro contexto, el de las guerras medievales) que
considero más interesante: una persona mutilada era, en una sociedad cuya producción estaba
mayormente basada en la agricultura preindustrial, prácticamente inútil. Y sin embargo, aún
debía ser alimentado y protegido por el señor feudal al que estaba vinculado, en virtud de los
lazos que les protegían mutuamente. En el contexto medieval, la amputación de mano reducía la
fuerza de trabajo sin reducir los costes para el caudillo adversario. Pero para nuestro caso, es
lícito preguntarse, por tanto, qué utilidad podría tener reducir la producción propia. Y aunque
esto, en cierta medida, invalida una tesis economicista directa, no creo que debamos mantener el
paradigma de la fuerza guerrera vinculada al brazo, en tanto sería igualmente improductivo
reducir la propia fuerza militar. Debemos, en cualquier caso, pensar en un factor adicional y,
aunque entraré más en detalle posteriormente, baste recordar una cita de Valerio Máximo (Fact.
et dic. Mem. 2,7,11): “Así pues, los rebeldes, arrancadas las manos de sus cuerpos, y
esparcidas por el suelo ensangrentado, sirvieron de ejemplo al resto para que no se atrevieran
a enfrentarse” (trad. Soraya Planchas Gallarte, comunicación personal).
Pese a esto, con la evidencia existente es posible proponer unas hipótesis difícilmente
refutables. Podemos señalar que el castigo en las fuentes escritas aparece como un acto público
vinculado al poder de la comunidad; si admitimos los hallazgos arqueológicos, los restos
aparecen vinculados normalmente a murallas, y en general espacios comunes del grupo. No
tenemos indicio alguno de que el castigo más importante, la ejecución, pudiera ser llevado a
cabo dentro de la familia. Si aceptásemos la tesis de Eva Cantarella, nos encontraríamos en esa
segunda fase donde, siempre según esta autora, se ha legado la autoridad familiar en una supraautoridad estatal. Sin embargo, frente al caso de las civilizaciones clásicas, las mujeres de la
península sufren sus penas en público. Por las características de las fuentes, podría argumentarse
que sólo son castigadas en público en caso de crisis, como es el caso del asedio de Astapa. En la
31
ejecución, el castigo adquiere toda su dimensión política, pública, comunitaria. A fin de cuentas,
este tipo de castigo no puede modular el comportamiento de la víctima más inmediata.
Profundicemos más en este aspecto público del castigo, especialmente a partir de dos ejemplos:
la lapidación y el despeñamiento.
La lapidación es, si se me permite, quizá el castigo más democrático. No tanto porque
previa a su realización se hayan llevado a cabo ritos de carácter igualitario, porque su
realización sea resultado del consenso y debate, sino porque la herramienta de ejecución, la
piedra, está al acceso de todos. Son piedras, los primeros proyectiles de las peleas de niños en
todas las épocas, como lo son de los pueblos que habitaban tierras pobres – siguiendo el
paradigma del determinismo geográfico estraboniano que ya mencioné- en la Antigüedad, como
los honderos baleáricos. No se requiere ninguna herramienta cara, como podría ser un hacha o
una espada. Tampoco la posesión, aun simbólica, de un objeto del medio ambiente, como puede
ser un árbol. Los dos episodios que conocemos de lapidación, el relato de Estrabón para el
parricidio entre los cántabros y el de los habitantes de Ategua para el caso de la guerra civil
pompeyana, se guían por estas premisas. El parricidio es un crimen considerado, casi
universalmente, como terrible y fatal: no sólo se considera contra las leyes del hombre, sino
contra las más básicas leyes naturales (y sin embargo, leyes basadas en la estructura social). El
castigo es tan intestinal como el crimen en sí mismo; toda la comunidad se siente ofendida,
atacada, por el parricidia; por eso todos pueden (o al menos, eso parece) participar. Por otra
parte, el caso de Ategua parece fruto de la improvisación del momento, de la ira furibunda de
los hombres al verse traicionados por sus propios compatriotas. De nuevo, un castigo que parece
haber sido llevado a cabo desde el sentimiento más que desde la razón de la autoridad, por todos
y para todos.
El despeño comparte muchas características con la lapidación, pero igualmente pienso
que se pueden hacer diferencias fundamentales. Para la península ibérica, sólo contamos con la
documentación referida al caso de los cántabros; si, en cambio, aceptásemos la tesis de las
piedras sacrificiales (hipótesis sin duda discutida, como bien ha señalado Alfayé, en la que sin
embargo prefiero no arriesgarme a una interpretación concreta), éstas podrían interpretarse
como un legado tardío de un despeño más sencillo. Cantarella argumentó que este tipo de
sacrificio ha de relacionarse con la fusión con la tierra (1996, pp. 85-108); entre los cántabros es
el modo de ejecución habitual a aquellos condenados a la pena capital. Parece una ejecución
hasta cierto punto más planificada que la lapidación. Como en el caso anterior, no se requiere de
una herramienta especial para el proceso, únicamente, si acaso, el control del territorio y las vías
de acceso (recordemos, fundamental en el ejercicio de poder en la protohistoria, como señalan
32
Rowlands [1980, p. 46] o Cunliffe [2011, p. 230]). Estrabón no detalla los crímenes que llevan
al despeño, pero su contraste respecto a la lapidación y el parricidio sugieren que eran delitos
que rompían las reglas sociales asumidas y construidas por la comunidad. El despeño puede ser
considerado como una construcción social con mayor peso.
Existe otro elemento común entre despeño y lapidación en el relato de Estrabón. En
ambas ocasiones, tal como puntualiza María José Meana, la editora utilizada para la obra de
Estrabón (2002), el castigo se da fuera de los límites del poblado. Cuando un castigo se da fuera
del núcleo ciudadano en el mundo clásico, Eva Cantarella considera que su objetivo es alejarlo
del espacio público, en común, de los sujetos políticos, especialmente en relación al castigo de
la mujer (1996, pp. 42-47). Sin embargo, considero que, al menos para este caso, no es aplicable
ese criterio; parece haber indicios de que estos castigos son llevados a cabo por una parte
importante de la población. El traslado a un lugar alejado del espacio urbanizado debe percibirse
desde otra clave24: muy probablemente estamos ante la evidencia de una jerarquización de los
espacios, donde el núcleo propio, otorgado o protegido por los Dioses, no debe ser manchado
con la sangre de los culpables de crímenes contra la comunidad. Acertadamente, Kristiansen y
Larsson proponen que esta jerarquización de los espacios sería paralela a una jerarquización en
la estructura social, en lo que ellos denominaron cosmología centralizada (Kristiansen y
Larsson, 2006, pp. 396-398; Kristiansen, 2006). Expulsando al criminal antes de ser castigado
se le está castigando por doble partida: no sólo se asesina su cuerpo, sino que antes, tras pronto
su cuerpo es expulsado más allá de las montañas o de los ríos, ha dejado de ser parte de los
cántabros. Es un enemigo.
La introducción de un nuevo elemento material en la ejecución también supondrá una
variación en su significado. Cuando Retógenes, acosado por los romanos, manda que todos sus
compañeros se suiciden y finalmente él mismo mata al último, utiliza una espada. Una espada,
como la que García Quintela considera fundamental para el sacrificio humano en el mundo
céltico y lusitano (1991, p. 28). Junto al hacha, también era herramienta común en las
ejecuciones más importantes del mundo romano (Cantarella, 1996, pp. 143ss). En otros casos,
como el de las mujeres y niños de Astapa, los gladiadores del funeral de Viriato, incluso la
familia cántabra muerta por el hijo, también parece clara la presencia de la espada. La espada no
era un bien común, a disposición de todos, en la protohistoria peninsular: la espada era
24 Se podría argumentar (aunque estoy en desacuerdo) que en el despeño el espacio está alejado
precisamente porque el método de ejecución se basa en un elemento geográfico ajeno a la realidad
urbana. En el caso de la lapidación no hay excusa alguna, más aún cuando tenemos dos casos
diferenciados (cántabros-Ategua): alejar al parricida del espacio físico de la comunidad es una faceta
adicional y fundamental del rito.
33
propiedad de una élite muy concreta, una élite que había adquirido su prestigio por su liderazgo
en la actividad bélica. Los guerreros, de quienes aún creen en la división tripartita indoeuropea,
los bellatores de la concepción medieval de Wulfstan (Inst. Pol., IV). Y sin embargo, ya vimos
como Apiano señaló que los prisioneros de guerra lusitanos eran despeñados; no corresponde la
espada a todos los combatientes, sino a los pertenecientes a una oligarquía específica.
El carácter elitista marca profundamente los rasgos de la ejecución, pues en ésta se ve
impresa su ideología. La función de la guerra es la de defender a un Nosotros frente a los Otros.
Pierre Clastres acierta cuando señala que la guerra primitiva impide que las comunidades se
fusionen como Estados (2004, p. 71), pero creo que se equivoca al señalar que ésta es la
naturaleza esencial de la guerra. Más bien, la guerra no sirve para dividir al Nosotros frente a
Otros, sino para unir los diferentes elementos que cohesionan el Nosotros, una unión de por sí
artificial, susceptible a disolverse en cualquier momento. Un Nosotros que, como cualquier
grupo humano, como cualquier masa, es susceptible de disolverse, tan rápidamente como se
produce (Canetti, 1994); un Nosotros amenazado continuamente por la guerra eterna, la misma
que azota el mundo de 1984 (Orwell, 1983, p. 415):“y al mismo tiempo, la consciencia de estar
en guerra y por tanto en peligro, muestra natural legar todo el poder a una pequeña casta”.
Sin duda esto marca la identidad del castigador, un defensor del orden social. Pero al
mismo tiempo revela la identidad del castigado: el enemigo. Castigado y enemigo son
sometidos con las mismas herramientas porque no sólo están considerados dentro de la misma
categoría; son lo mismo. El castigo es un acto de guerra, un acto excepcionalmente llevado a
cabo por la comunidad contra sí misma y por ello peligroso. Peligroso, porque pueden perderse
los referentes de lo que es correcto e incorrecto, porque esto puede conducir a nuevas fórmulas
sociales que desestabilicen la autoridad política. Consciente o no, el caudillo Astolpas de
nuestro primer ejemplo se está sometiendo a juicio popular si decide la ejecución de Ditalcos; si
sus leales consideran que Ditalcos no está entre los otros, la reacción contra Astolpas será
cuestión de tiempo. Es el mismo juicio al que, como nos relata Foucault (1976, pp. 65-68), se
está sometiendo el rey del siglo XVIII que castiga con el suplicio a cualquier criminal. Si se
equivoca, todo su mundo se puede desplomar; pero si acierta, su autoridad quedará reforzada. El
castigo es venganza. El castigo es la restauración de lo que es correcto sobre lo que no lo es, es
la imposición del discurso de la verdad por la fuerza de las armas.
La arqueología permite trasladarnos, con más o menos eficacia, esta esfera al plano
funerario; esto no quita para que analicemos la problemática concreta. Así, parece difícil de
discutir que en el caso de Cogotas la exposición del cadáver suponía el rito de la buena muerte;
34
así mismo, el hecho de que los restos que pudieran relacionarse con estos hallazgos (al menos
un 40%, subiendo en los últimos tiempos, según Esparza et al. 2012, p. 114), hace del mismo un
rito mayoritario. El rito de la buena muerte es el más habitual, la mayor parte de la población
era merecedora de un enterramiento digno. Los otros, el enemigo, son arrojados a un pozo. Son
olvidados de la Historia porque ésta pertenece a Nosotros. Señalaban un grupo de sociólogos
modernos que, en contextos tan diferentes como Palestina o el País Vasco, la adhesión a
movimientos de disidencia se reducía en tanto la represión se focalizaba en la oposición armada,
sin castigar a la población general (Martínez Machain, et al., 2011, pp. 313-314) Siempre son
controvertidas y discutidas las comparaciones históricas, más aún entre el mundo industrial y el
preindustrial, y sin embargo, ésta parece ser una realidad que funcionó en la sociedad de
Cogotas I, probablemente en toda la protohistoria peninsular, sin ser necesario que la misma
élite beneficiaria fuera consciente de su funcionamiento. La fidelidad al orden se mantendría en
tanto la violencia del castigo no superase sus expectativas.
Así, cuando Max Weber señaló que el Estado tenía el monopolio de la violencia (1946,
p. 78) estaba haciendo referencia al discurso; y, desde esta perspectiva, las comunidades
prerromanas no son una excepción. Esto no significa que no hubiera disidencia armada, es más,
tal como la encontramos en los tiempos modernos aparece en la protohistoria peninsular (Ap.
Ib. 100). Pero la aparición del Estado como órgano que monopoliza la violencia no restringe el
uso de la violencia en sí mismo, sino que la reorganiza. Los mismos sujetos que la llevaban a
cabo en tiempos anteriores al Estado son los que la llevan a cabo tras su fundación; y ésto se
puede corroborar con este estudio, independientemente de que consideremos que estas
comunidades tuvieran o no Estado, o estuvieran en procesos de adoptarlo. Cantarella apunta a
que el Estado funciona como árbitro de los distintos fenómenos de violencia (1996, p. 62); pero
la transmisión, sin intermediarios, del ejercicio del poder desde el carácter privado a las
instituciones del Estado sólo implica el apoderamiento, por parte de los miembros de las
familias más poderosas,
de éstas. El Estado no es árbitro omnisciente, sino garante del
monopolio de la violencia por parte de los más poderosos (Lenin, 2009 [1917], pp. 13-17). No
existe línea discontinua entre las sociedades pre-estatales, ya les llamemos primitivas o de
jefatura, sino una evolución lógica a partir de una apropiación más eficaz y sistemática de los
medios de producción de capital, tanto económico como social. El castigo, antes y después del
Estado, probablemente se diferencia en forma, técnica y presencia, pero seguramente no en su
esencia. El enemigo, los Otros, son anteriores a la existencia del Estado.
35
Esta interpretación, en la línea de Foucault abre un interrogante importante; éste nos
muestra como la víctima es maltratada y su cuerpo destrozado, incluso con la acción de
animales, incluyendo el célebre descuartizamiento por caballos (1976, p. 12). Sin embargo,
hemos visto que era práctica de los arévacos y probablemente de otras comunidades, la
exposición del cuerpo para que pudiera ser devorado por las bestias. Lo que a nuestra óptica
resulta tan desagradable como las torturas que menciona Foucault, para ellos suponía el culmen
de la glorificación en vida. Por su modo de vida, se renuncia al individualismo en virtud del
bien general; el ethos agonístico que de forma muy acertada describe Gabriel Sopeña (2004)
debe entenderse en el contexto de un mundo ultra violento, donde el combate y la muerte son
constantes a su realidad. Es, en definitiva, la asunción de los valores de la comunidad (y, por
tanto, de los grupos dominantes de la misma) sobre el individuo. En el caso que nos ocupa
(quizá frente al que estudió Foucault, aunque no necesariamente) el castigo no es tanto que el
cuerpo sufra los suplicios, sino quién es el victimario de dichos suplicios. Ser castigado por la
autoridad de la comunidad implica ser castigado por la comunidad en sí misma; se trata de una
cuestión de rechazo social, y no de martirio físico. Es así como debemos interpretar la sobriedad
ante la tortura que sufre el asesino de Asdrúbal según Tito Livio (Ab Urbe Con. 21,2,6), la
misma que sufren los cántabros ante la crucifixión, la cuál reciben con cánticos de guerra según
Estrabón (Geo. 3,4,10). En cierta medida, estaban siendo recompensados por su valor y tesón:
“ladran, luego cabalgamos”, que dicta el dicho popular.
El castigo en los antiguos pueblos preromanos fue tomando las técnicas de los
colonizadores. Sin embargo, hasta este momento, es muy probable que no fueron percibidos
como castigo; es el miedo, y no la asunción de esa autoridad como propia, lo que frenó la
rebelión de los indígenas (p.e. Livio, Ab Urbe Con. 34,17). Un nuevo interrogante lógico se abre
tras esta deducción; acaso los criminales asumían la identidad de la comunidad contra la que
habían delinquido, o como en el caso del asesino de Asdrúbal, morían satisfechos en la
realización de su acto. Es difícil cualquier interpretación ante la falta de datos; quizá deba
servirnos como guía metodológica para futuras investigaciones los estudios llevados a cabo por
Juan Cascajero en relación a la conciencia de los oprimidos en la antigüedad (1993, pp. 96-97).
Quizá para el caso de los suicidas o la población no combatiente, muertos por la propia espada,
podemos asumir que mantuvieron su identidad, en la que la comunidad, la masa, se disuelve a sí
misma en sus propias contradicciones. “Por la concordia fue invicta, la discordia la destruyó”
fueron las palabras que el celta Tireso respondió a Escipión cuando éste le preguntó el porqué
de la caída de Numancia (Orosio Hist. Adv. Pag., 5,8,1).
36
5. A MODO DE EPÍLOGO: CONCLUSIONES A LA INVESITGACIÓN Y DISCUSIÓN
Todo lo dicho aquí, aún verosímil, no deja de ser provisional. Una de las principales
ventajas de la ciencia frente a otros métodos de conocimiento es su constante movimiento. A
veces lento, como ya he señalado que puntualizó Kuhn, pero guiado bajo unas reglas que
permiten su avance. Quizá pueda parecer demasiado positivo recordar la frase del académico de
la RAE Domingo Ynduráin Muñoz, “Pero no hay que maravillarse de esto cuando la historia
de la ciencia se ha definido como una serie infinita de errores decrecientes” (1997). Esto, en
fin, demuestra que esta investigación y sus resultados no dejan de ser provisionales. La
superación de este trabajo podría basarse en dos motivos: por una parte, la constatación por
parte del autor u otros investigadores de que el método de análisis ha sido superado desde la
lógica, por lo que se precisa un nuevo análisis que, asimismo, estará sujeto a las vicisitudes de
su tiempo; por otra parte, la aparición de nueva información, principalmente gracias al trabajo
arqueológico, que hicieran variar la información registrada.
Al comienzo señalé que escribimos la Historia desde nuestro presente y por eso
debemos ser conscientes que asistimos a una reconstrucción, no por ello igual de válida que la
mentira acientífica o el criterio irracional, sino con sus propias limitaciones. Aunque
seguramente el castigo no existió, como concepto completamente análogo y traspasable, en la
península ibérica prerromana, podemos afirmar que durante este espacio y periodo existieron
una serie de instituciones y acciones que cumplieron el mismo fin que nuestro castigo, y por lo
tanto nos es lícito hablar del castigo en la península ibérica prerromana.
Este trabajo, hasta donde conozco, consiste en la primera recopilación y análisis de
documentación de castigo en la península ibérica prerromana: en este sentido, me gustaría
destacar la ausencia de fuentes sobre el tema, ya no sólo literarias sino también arqueológicas;
la difícil interpretación de los restos se combina con la falta de un análisis riguroso, incluyendo
vacíos en la documentación, como su representación fotográfica o su registro. Por otra parte, la
inclusión de prácticas rituales, entendiéndolas como prácticas sociales y políticas, ha permitido
un enfoque más amplio y general. Sin considerar los sacrificios humanos, la interpretación
estaría coja: el sacrificio humano provoca un sentimiento de identidad entre los miembros de la
comunidad sólo comparable al sentimiento de alteridad que crea respecto al enemigo.
Civilización o barbarie, desde uno u otro lado.
En la redacción de este texto me he enfrentado a dos grandes problemas, principalmente
de carácter metodológico, notables en la lectura del texto. El primero de ellos, es la ausencia, a
37
nivel genérico, de fuentes para el ámbito levantino y del Sur peninsular. Aunque no pueda
explicar la falta de registro arqueológico más que por pura casualidad – o quizás por la nefasta
política urbanística que, con dudosa legalidad, ha apurado o directamente ignorado las
excavaciones de urgencia -, en lo referido a los textos clásicos todo apunta a que sus autores no
vieron nada especialmente anecdótico en su forma de castigar. Menos integrados en la ecúmene
mediterránea, las poblaciones del centro peninsular y la fachada atlántica mantuvieron sus
propias costumbres punitivas durante más tiempo: no por primitivo esencialismo, sino ante la
ausencia de una gran potencia mediterránea.
Otro aspecto problemático es la delgada frontera que existe entre el castigo dentro de
una sociedad o a un grupo dominado. Por esta razón me he visto obligado a no incluir un
análisis pormenorizado sobre la práctica de la amputación de manos y vejación del enemigo tras
la batalla, tal como lo han estudiado Alfayé y Sopeña en trabajos ya citados. La dependencia
económica de unas comunidades políticas sobre otras, su interacción continua, incluso
desarrollándose en modelos de centro-periferia, hacen difícil el establecimiento de dicha
frontera. Quizá la clave debemos buscarla en algunos pasajes citados anteriormente; si el
individuo sometido considera que el castigo que está sufriendo es legítimo, la víctima está
completamente inserta en la sociedad que representa el castigador.
En definitiva, la principal función del castigo es la dominación, el ejercicio del poder de
una minoría con un poder legitimado por la costumbre y la moral contra la construcción de
cualquier autoridad disidente y combativa. Las fuentes antiguas que tratan la llegada de
colonizadores, primero cartagineses pero sobre todo romanos, translucen que el castigo fue
utilizado como una herramienta más para el dominio de las poblaciones locales; y que, como tal,
de la misma forma que los caudillos se romanizaban con la toga (Tac. Ag. 21), también se
romanizaban adoptando las herramientas de castigo que probablemente conocieron de la mano
de púnicos y romanos. No es posible detallar, con el escaso detalle de las fuentes, cuando se
adoptó éste y otros cambios, y si acaso a la llegada de los romanos, la población del Oeste
peninsular ya conocía muchas de estas técnicas de castigo, como si sabemos que reconocían y
estaban familiarizados con otros elementos culturales.
La colonización y el imperialismo implican un salto cualitativo en la jerarquización,
rápido y radical. Sin embargo, las fuentes translucen que está habiendo cambios, más lentos,
casi invisibles, en la naturaleza intrínseca de estas sociedades. Asistimos a una serie de procesos
en los que, desde el discurso, se lega un poder comunitario en uno magistratual, identificado con
élites socio-económicas y religiosas. No es que estas sociedades fueran libres, sino que en su
38
seno se acepta que el castigo (esto es, la defensa contra el enemigo interior) debe ser monopolio
de un grupo que ya anteriormente dominaba la sociedad. Si el castigo por sí mismo, como la
guerra en Clastres, revela estatismo, y por tanto la naturaleza hermética de los privilegios de un
grupo, este proceso fortalece el estatismo, y se fortalece cada vez que lleva a cabo un castigo en
público. La comunidad ya no castiga directamente, sino que se delega en voluntad de un
magistrado; y la voluntad de magistrado es la voluntad de la comunidad.
Pero no por ello los miembros de la comunidad pierden la voz instantáneamente. La
carta que juega el castigador es la del silencio y la incomunicación. Presupone que los testigos
al castigo, como masa indisoluble, no van a alzar su voz ni siquiera cuando supere el umbral de
violencia permitido. No importa siquiera que sean mayoría los que consideren que un acto
determinado es injusto; mientras no haya comunicación entre ellos, no sólo no se romperá el
status quo del orden dominante sino que irá fortaleciéndose. La historia del castigo en la
protohistoria enlaza con la historia de otro fenómeno fundamental para entender el desarrollo de
las sociedades humanas. Un fenómeno que, como ya han señalado otros autores (Wagner, 2007)
ha sido sistemáticamente ignorado por los historiadores de la Antigüedad, excepto honrosas
excepciones como la citada. Me refiero, por supuesto, al fenómeno del miedo. Pero eso ya es
otra historia.
39
6. BIBLIOGRAFÍA Y FUENTES
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6.2. Fuentes
Aquí recojo las diversas ediciones que he utilizado para acceder a las fuentes antiguas.
Están ordenadas por orden alfabético según el apellido del editor o traductor según el caso. El
autor original -en caso de ser uno- está entre paréntesis al final del título.
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6.3. Documentación Auxiliar
Se incluyen en este epígrafe aquella documentación utilizada para la realización de
esta investigación que por su naturaleza no puede estar en ninguno de los dos anteriores.
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Wessex Archaeology, (2008) Cliffs End Farm, Ramsgate, Kent poster editado por K. Nichols
Wessex Archaeology, (2008) Cliffs End Farm, panfleto editado por K. Nichols, disponible
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[Consultado 04/04/2013]
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http://www.rae.es/rae/gestores/gespub000001.nsf/
(voAnexos)/archA8E52D66740F006BC12571480043C6AA/$FILE/Yndurain.htm [Consultado
el 10/05/2013]
46
7. APÉNDICE: FIGURAS
En este apéndice se reúnen todas las figuras que han sido citadas a lo largo del texto. En
todas ellas se cita la fuente original, cuya referencia completa aparece en la bibliografía.
FIGURA I
Modelo de interpretación de la buena muerte y la mala muerte según Esparza et al.,
2012: 118
FIGURA II
Fotografía de restos óseos de Cliff End
Farm, fotografía de K. Nichols en el
panfleto de Wessex Archaeology, 2008.
Supone una evidencia más o menos
clara de castigo en la protohistoria.
47
FIGURA III
Fotografía de restos óseos, concretamente el cuneiforme medio del pie izquierdo; en la
foto de la derecha pueden apreciarse mejor los cortes a los que se hace referencia. La escala es
de cinco centímetros. La fuente es Mapplethorpe et al. 2011, p. 68
FIGURA IV
En estas dos fotografías se compara una bóveda craneal hallada en Numancia
(izquierda) con dos fracturas cuadrangulares en el hueso frontal, con otro cráneo al que le
atraviesa un cráneo, hallado en el yacimiento galo-romano de Saone. La comparación original y
la figura son de Silvia Alfayé, publicada en 2009, p. 535.
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FIGURA V
La figura representa la estela de Zurita.
Obsérvese como en la parte inferior podría
estar representada una escena de excarnatio,
en la que un buitre devora la carne del
guerrero. La imagen original pertenece a
García Lomas, 1967, aunque yo la conozco
a través de Alfayé, 2009, p. 517
FIGURA VI
Fotografía de un fragmento cerámico de Numancia. Representa al victimario en un
sacrificio. La fotografía es de Silvia Alfayé, publicada en 2009, p. 507
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