55
Connotas. Revista de crítica y teoría literarias
56
PQ6001 Connotas. Revista de crítica y teoría literarias /
Director Fortino Corral Rodríguez.—Hermosillo, Sonora:
.C65
UNISON. Departamento de Letras y Lingüística.
C2011.
v-: 23 cm.
Semianual
Año VII, No. 12 (2011)
ISSN: 1870-6630
Incluye bibliografía.
1. Literatura española – Historia y crítica-Publicaciones
periódicas. 2. Literatura hispanoamericana – Publicaciones
periódicas. I. Corral Rodríguez, Fortino, dir.
CONNOTAS. REVISTA DE CRÍTICA Y TEORÍA LITERARIAS. Año VII, núm. 12, enero junio 2011, es una publicación semestral editada por la Universidad de Sonora, a través
de la División de Humanidades y Bellas Artes, en el Departamento de Letras y Lingüística.
Blvd. Luis Encinas y Blvd. Rosales s/n, Col. Centro, C.P. 83000, Hermosillo Sonora; Tel.
(662) 2592 136, (662) 2592 157, <www.uson.mx>, <http://www.connotas.uson.mx,
connotas@capomo.uson.mx>. Editor responsable: Rosario Fortino Corral Rodríguez.
Reservas de Derechos al Uso Exclusivo núm. 04-2006-020714184900-102. ISSN: 18706630; ambos otorgados por el Instituto Nacional del Derecho de Autor. Licitud de Título
núm. 13434 y de Contenido núm. 11007, otorgados por la Comisión Calificadora de
Publicaciones y Revistas Ilustradas de la Secretaría de Gobernación. Impresa en Impresos
RM S.A. de C.V., Privada Miguel Alemán no. 17, col. San Benito, Hermosillo, Sonora,
México. Tel. 2 100212, e-mail impresosrm@gmail.com. Este número se terminó de
imprimir el 5 de octubre de 2011 con un tiraje de 300 ejemplares. Las opiniones expresadas
por los autores no necesariamente reflejan la postura del editor de la publicación.
Se autoriza la reproducción total o parcial de los contenidos de la presente publicación,
siempre y cuando se acredite adecuadamente el origen de los mismos.
Este número se publicó con apoyo del Programa Integral de Fortalecimiento Institucional
Datos de contacto para la publicación: División de Humanidades y Bellas Artes,
Departamento de Letras y Lingüística; Apartado Postal 793, Col. Centro, C.P. 83000,
Hermosillo, Sonora, México. Tels.: (662) 259-21-87, Tel-fax 212-55-29. Correo electrónico:
connotas@capomo.uson.mx Página web: http://www.connotas.uson.mx
57
Connotas. Revista de crítica y teoría literarias
Año VII / Núm. 12 / Enero-junio 2011
COMPILADOR DE ESTE NÚMERO
César Avilés Icedo
UNIVERSIDAD
DE
SONORA
58
UNIVERSIDAD DE SONORA
RECTOR
Heriberto Grijalva Monteverde
VICERRECTORA
Arminda Guadalupe García de León Peñúñuri
SECRETARIO GENERAL ACADÉMICO
Enrique Fernando Velázquez Contreras
DIVISIÓN DE HUMANIDADES Y BELLAS ARTES
María Rita Plancarte Martínez
DEPARTAMENTO DE LETRAS Y LINGÜÍSTICA
Martha Martínez Figueroa
COMITÉ EDITORIAL INTERNO
César Avilés Icedo
Rosa María Burrola Encinas
Fortino Corral Rodríguez
Leticia Martínez Figueroa
Jesús Abad Navarro Gálvez
Gabriel Osuna Osuna
María Rita Plancarte Martínez
DIRECTOR
Fortino Corral Rodríguez
CONSEJO INTERNACIONAL
Giuseppe Bellini
Universidad de Milán
Luis Beltrán Almería
Universidad de Zaragoza
Helena Beristáin
Universidad Nacional Autónoma de México
Raúl Bueno-Chávez
Dartmouth College
Evodio Escalante
Universidad Autónoma Metropolitana
Beatriz González-Stephan
Rice University
Aníbal González Pérez
Yale University
Aurelio González Pérez
El Colegio de México
Yvette Jiménez de Báez
El Colegio de México
Nelson Osorio Tejeda
Universidad de Santiago de Chile
Carlos Pacheco
Universidad Simón Bolívar
Rafael Olea Franco
El Colegio de México
Joan Oleza Simó
Universidad de Valencia
Julio Ortega
Brown University
Luz Aurora Pimentel
Universidad Nacional Autónoma de México
Susana Reisz
The City University of New York
José Carlos Rovira
Universidad de Alicante
Charles Tatum
The University of Arizona
Jorge Urrutia
Universidad Carlos III de Madrid
Emil Volek
Arizona State University
59
Índice
Artículos
La ciudad fronteriza de Luis Humberto Crosthwaite en Estrella de
la calle sexta e Instrucciones para cruzar la frontera
MARTÍN TORRES SAUCHETT . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 9
Artífices y simuladores: el influjo de los medios masivos y la
cultura popular en la literatura latinoamericana del siglo XX
AMALIA FRANCO CASTAÑO . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 27
“Teoría del túnel”: El pre-texto de Rayuela
MARGARITA DÍAZ DE LEÓN IBARRA . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 45
Metaficción hispanoamericana y crisis de la representación
literaria del sujeto
JESÚS EDUARDO OLIVA ABARCA . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 61
Los refranes y los poemínimos: análisis de una relación
intertextual
ISABELLE POUZET . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 79
Notas
La ciudad como categoría estética e ideológica en Cartas de relación
de Hernán Cortés y Grandeza mexicana de Bernardo de Balbuena
JESÚS ABAD NAVARRO GÁLVEZ . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 99
60
Hacia una hermenéutica estridentista: de la crítica romántica a
la crítica de vanguardia
ALBERTO RODRÍGUEZ GONZÁLEZ . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .111
Casas de encantamiento y El espía del aire, de Ignacio Solares: la
reflexión de la escritura
ALEJANDRA SÁNCHEZ AGUILAR . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .123
Reseñas
Gilberto Giménez. Estudios sobre la cultura y las identidades sociales.
México: Conaculta/ITESO, 2007
ANA LOURDES ÁLVAREZ ROMERO . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .135
Angélica Tornero. El mal en la narrativa de Inés Arredondo. México: Casa Juan Pablos/Universidad Autónoma del Estado de
Morelos, 2008
GRISELDA CÓRDOVA ROMERO . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 141
Guadalupe Fernández Ariza, coord. Literatura hispanoamericana
del siglo XX. Historia y maravilla. España: Universidad de Málaga,
2006
MAYRA ALEJANDRA BORBÓN ESPINOZA . . . . . . . . . . . . . . . . .147
Abstracts . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 151
Résumés . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 157
Normas editoriales . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 163
61
CONNOTAS. REVISTA DE CRÍTICA Y TEORÍA LITERARIAS/AÑO VII, NÚM. 12/2011
Metaficción hispanoamericana y crisis de la
representación literaria del sujeto
JESÚS EDUARDO OLIVA ABARCA*
Resumen:
La categoría del sujeto se representa, usualmente, a través de
tres instancias esenciales al texto literario: la instancia autoral, la
instancia narrativa y la de los personajes. La metaficción es un
modo de escritura a la vez creativa y crítica, que evidencia los
problemas relativos a los modos de representación de una consciencia subjetiva a través del lenguaje literario. Mi objetivo en
este trabajo es analizar las estrategias a través de las cuales la
metaficción problematiza la noción de sujeto en cada una de las
tres instancias mencionadas antes. Para tal fin, examino Abbadón
el exterminador, de Ernesto Sabato, Boquitas pintadas, de Manuel
Puig, y Farabeuf, de Salvador Elizondo.
Palabras clave:
Modernidad, posmodernidad, Manuel Puig, Ernesto Sabato, Salvador Elizondo, narrativa.
1. Entre modernidad y posmodernidad
Uno de los debates actuales más recurrentes en el campo de los
estudios humanísticos es el relativo a la llamada “crisis del sujeto,”
problemática que, desde diversos enfoques, se vincula a las contradicciones y estragos que continúa causando el tan anunciado cierre
*
Centro de Investigaciones en Ciencias, Artes y Humanidades de Monterrey.
62
JESÚS EDUARDO OLIVA ABARCA
de la modernidad y la anhelada –y temida– llegada de la posmodernidad. Sin duda, la época moderna ha estado fundamentada sobre la idea del autoconocimiento, de la autognosis. El ser humano
comienza, durante este periodo, a tomar consciencia de sus propios
alcances y capacidades, de su condición existencial y su esencia
como ser racional diferente y específico. Aunque la autognosis viniera anunciándose desde la antigüedad, en los tiempos de los
presocráticos, y del mismo Sócrates, era más un imperativo moral
que una certeza ontológica. El “conócete a ti mismo” era una manera de adherencia a la vida pública, una participación en la polis,
mientras que el cogito, ergo sum cartesiano, ya de significación metafísica, lleva en sí el germen de la revolución industrial y de las garantías individuales del hombre, es decir, anticipaba los altos vuelos del hombre moderno, para el que su “propio ser es invulnerable
e invencible” (Cassirer 15).
Es la modernidad la época que inaugura la noción de sujeto. Si
bien la época clásica sugería el nacimiento de tal concepto, no logra
concretarse, pues el pensamiento griego prefería la impersonalidad
del logos a la subjetividad del individuo, por ser éste esencialmente
pathos, desenfreno, si no se encuentra regido por la racionalidad de
la polis, por el ethos de la vida pública. La Edad Media tampoco
conocía la noción de sujeto, por lo menos no la que la modernidad
postula. Durante el Medioevo impera el pensamiento teológico, que
concibe al hombre como la manifestación corpórea e imperfecta de
la voluntad divina; el ser humano no es autónomo, mucho menos
es su propia finalidad, y la subjetividad, atributo esencial de la noción moderna de sujeto, existe únicamente en virtud del pensamiento divino.
Es necesario indicar que el concepto de sujeto obedece a una
doble necesidad histórica: por una parte, es una necesidad relacional,
pues debe sacar a relucir la intrínseca naturaleza de la organización
de la realidad, y ésta se constituye por medio de la relación bivalente
entre sujeto y objeto; por otra parte, esta relación es esencialmente
gnoseológica, es decir, el sujeto es siempre sujeto cognoscente y el
objeto es siempre conocido.
METAFICCIÓN HISPANOAMERICANA Y REPRESENTACIÓN DEL SUJETO
Aunque es difícil definir un exacto corte temporal para indicar el
nacimiento de la modernidad, la mayoría de los teóricos coinciden
en que ésta surge tras la sustitución del campo por la urbe como
terreno privilegiado de producción y por el paso de una sociedad
esencialmente agrícola a una industrial. Marx indica que una sociedad nueva, al ser el resultado de un cambio histórico, implica nuevas relaciones del hombre con su entorno, pues el curso de la historia, parafraseando al filósofo, no es sino una transformación continua
de la naturaleza humana; de ello se sigue que la modernidad estableciera nuevas relaciones respecto a los modos en que el ser humano concibe su mundo y a sí mismo. Así pues, la modernidad
marca el cambio para que el concepto de sujeto satisfaga la doble
necesidad histórica indicada antes, pues el cambio de las relaciones
productivas del hombre con su entorno es también un cambio en
sus relaciones epistemológicas con el mundo.
La idea de sujeto comienza a delinearse muy tímidamente en
René Descartes. El “yo pienso,” axioma de la filosofía moderna, es
el hallazgo de una subjetividad que se percibe a sí misma como
pensante. Aunque por razones políticas Descartes no desarrolla las
consecuencias de su propia metafísica de la res cogitans, el paradigma y la filosofía ya habían cambiado, y con ello la especulación
científica moderna remplaza su objeto de estudio, que era el universo –la unidad de todo lo existente–, por el mismo ser pensante
que se interroga sobre lo cognoscible. Kant continúa por el camino
trazado por Descartes, pero se deslinda del idealismo problemático
de este último y, en cambio, interroga al yo pensante de Descartes
acerca de la certeza de sus propias percepciones y conceptos. Éste
es el sentido del criticismo kantiano: en él, la noción del yo, que es
semejante al concepto foucaultiano de sujeto, no es la de un yo
sustancial, cartesiano; al contrario, el yo kantiano no es incondicional ni existe por sí mismo, sino que se unifica en el análisis y síntesis
de los fenómenos; existe en relación con las apariencias y su
autoconocimiento sólo es posible por la mediación del no-yo, es
decir, del objeto. Se puede inferir que, aunque invento moderno,
el concepto de sujeto, en sus primeros esbozos, era ya de por sí
problemático.
63
64
JESÚS EDUARDO OLIVA ABARCA
Sin embargo, en el idealismo alemán posterior a Kant, la idea de
sujeto adquiere la formulación actual y, sobre todo, su autojustificación. Los trabajos de Fichte y Hegel nos remiten a los atributos que actualmente seguimos postulando acerca del sujeto: razón
autónoma, autotélico, reflexivo. El sujeto de Fichte, y sobre todo el
de Hegel, abandona la incertidumbre kantiana acerca de su propia
actividad cognoscente al reconocer que él es a la vez sujeto
cognoscente y objeto conocido; el idealismo alemán suprime, pues,
la dicotomía gnoseológica del sujeto-objeto al hacer del primero el
contenido y fin de su propia actividad reflexiva. Es la autoconciencia,
o la conciencia que retorna a sí misma, el principal atributo que
posee el sujeto, epítome de una modernidad optimista de sus propios alcances.
Pero el descubrimiento del sujeto, aunque relativamente reciente, está siendo superado en lo que los actuales estudios culturales
denominan posmodernidad. Se define a la posmodernidad por la
transición de la sociedad industrial a la postindustrial y por el cambio paradigmático que va de la cultura de la imprenta a la informática; igualmente este concepto se concibe como la superación consciente, radical y abiertamente agresiva de la modernidad. Aunque
esta visión no es del todo equivocada, no deja de resultar parcial.
Una perspectiva más equilibrada, a mi parecer, es la que elabora
Linda Hutcheon. Según esta autora, la posmodernidad no es la antítesis de la modernidad, pero tampoco es su continuación. La teórica postula que este fenómeno es una reflexión consciente sobre
los aparatos institucionales y los conceptos centrales sobre los que
la modernidad asentaba sus bases más sólidas; dicha reflexión conlleva necesariamente una postura crítica, pero no esencialmente
nihilista, sino constructiva:
Postmodernism challenges some aspects of modernist dogma: its view of the autonomy of art and its deliberate
separation from life; its expression of individual subjectivity;
its adversarial status vis-à-vis mass culture and bourgeois life
[...]. But, on the other hand, the postmodern clearly also
developed out of other modernist strategies: its self-reflexive
METAFICCIÓN HISPANOAMERICANA Y REPRESENTACIÓN DEL SUJETO
experimentation, its ironic ambiguities, and its contestations
of classic realist representation.1 (A Poetics 45)
A diferencia de los detractores de la posmodernidad, que ven
ésta como un fenómeno negativo y anárquico, Hutcheon continúa
la línea sugerida por Habermas y Foucault y analiza las relaciones
existentes entre sujeto, discurso, poder e historia. Para Hutcheon,
el sujeto sustancial, autoconsistente, de la modernidad, se disuelve
en su propia expresión, en el discurso que valida su subjetividad.
Toda experiencia, al ser mediada por el lenguaje, se convierte ella
misma en texto, pues la subjetividad es fundamentalmente lenguaje (168). Incluso la historia, largamente considerada como fidedigna representación de la realidad pretérita, bajo la perspectiva
posmodernista se relativiza, se volatiliza en la disparidad de los textos –testigos, testimonios, documentos– que la sustentan, pues estos son objeto de interpretación; están sometidos, pues, a la subjetividad del intérprete. El sujeto es, desde la perspectiva posmoderna,
una entidad constituida por el lenguaje institucionalizado, el de la
historia, la literatura, los medios, la moral, etc.; el sujeto no es entonces una entidad soberanamente libre e independiente, dueño
incuestionable de sí mismo: “If the speaking subject is constituted
in and by language, she cannot be totally autonomous and in control of her or his own subjectivity, for discourse is constrained by
the rules of the language and open to multiple connotations of
anonymous cultural codes” (Hutcheon, A Poetics 168).2
1
[El posmodernismo se opone a algunos aspectos del dogma modernista,
como a la visión de la autonomía del arte y su separación de la vida, o la expresión de
la subjetividad individualista, su postura de separación entre cultura de masas y
burguesía... Por otra parte, el posmodernismo desarrolla también muchas de las
estrategias modernistas, tales como la experimentación autoreflexiva, la ironía ambigua y la contestación a la representación clásica realista] (En este caso, como en los
que continúan, la traducción es mía).
2
[Si el sujeto hablante se constituye en y por el lenguaje, el/ella no puede dominar
por complete su propia subjetividad, pues el discurso está constreñido a reglas del
lenguaje y abierto a múltiples connotaciones de códigos culturales anónimos.]
65
JESÚS EDUARDO OLIVA ABARCA
66
Creo adecuado, entonces, sugerir que si la modernidad descubrió y dio forma a la noción de sujeto, la posmodernidad señala que
éste no es absoluto, que la experiencia subjetiva no es nunca totalizadora, ilimitada y absoluta, sino más bien parcial, limitada y relativa. La postura posmodernista afirma que todo es relativo, e inmediatamente señala –irónica y divertida– la paradójica relatividad de
esa misma frase. La modernidad se maravillaba del poder de la subjetividad autoconsciente; la posmodernidad, en cambio, indica las
limitaciones de esa misma autoconsciencia: no es una negación de
la subjetividad, sino la interrogación acerca de si realmente el sujeto es una unidad, fenomenológica y psicológicamente hablando.
La discusión sobre el concepto de sujeto se ha trasladado del
campo de la reflexión cultural y filosófica al terreno del arte, en
específico, al de la literatura. Una práctica narrativa actual es la
metaficción, escritura autorreferencial y autointerrogativa que traduce al lenguaje literario los problemas más relevantes de las diferentes ciencias humanas. Es pertinente anotar, junto a Hutcheon,
McHale y Waugh, entre otros, que el tema y problemática del sujeto es de importancia capital en la metaficción, producto artístico, a
decir de estos autores, que expresa con fidelidad las antinomias
entre modernidad y posmodernidad.
2. Metaficción y crisis representativa
Patricia Waugh define la metaficción como una escritura ficcional
que “self-consciously and systematically draws attention to its status as an artifact in order to pose questions about the relationship
between fiction and realit” (2).3 El término fue acuñado originalmente por William H. Gass en su ensayo Fiction and the Figures of
Life, y estaba ligado con una práctica de escritura trasgresora, iróni-
3
[una escritura ficcional que autoconsciente y sistemáticamente atrae la atención a su estatus como un artificio para interrogarse acerca de la relación entre ficción
y realidad].
METAFICCIÓN HISPANOAMERICANA Y REPRESENTACIÓN DEL SUJETO
ca y, sobre todo, autoconsciente de su condición de mensaje literario. El término fue rápidamente adoptado por la teoría literaria
anglosajona, constituyendo un amplio campo de estudio y, además,
de especulación sobre la condición actual de la novela y su porvenir. Así pues, los detractores de lo que el término designa afirman
que la metaficción no es más que el signo de un género cansado y
caduco, que se ataca a sí mismo, ya consciente de que sus alcances
son nulos y que su muerte está cerca; mientras tanto, los apologistas
de esta nueva forma de expresión literaria ven en ésta la renovación, divertida y juvenil, de un género que, lejos de estar moribundo, bromea con su tan anunciada defunción.
Independientemente del destino de la novela, algunos teóricos
han emprendido la tarea de elaborar una poética de este fenómeno
novelístico. Los esfuerzos más acabados pertenecen a Linda
Hutcheon y Patricia Waugh, quienes, respectivamente, esbozan
tipologías que intentan comprender las formas y variantes de la
metaficción. La importancia de tal empresa, como intentan demostrar estas autoras, radica en el hecho de que la relación que las
formas novelísticas guardan con la realidad es aún más compleja de
lo que se pudiera creer. Ambas autoras coinciden en definir la
metaficción como una manera de escritura que, al exponer su propia condición de artificio, revelando las técnicas por las cuales se constituye, plantea la interrogante de la distinción entre lo real y lo ficticio.
A este respecto, el planteamiento hecho por Hutcheon es, a mi
parecer, bastante valioso, pues sitúa el problema en el terreno de la
mímesis. La metaficción continúa siendo ficción; únicamente ha
variado el objeto en el que el acento de la escritura recae. La naturaleza de la mímesis en la literatura es problemática, pues, como
indica Genette, existen diversos tipos de representación que poseen desigual estatus literario (201). Así pues, la descripción, que
es la representación de la existencia espacial de objetos, es en cierta
medida una mímesis más pura, mientras que la narración, que incluye la dimensión temporal en la existencia de los objetos, es una
mímesis imperfecta. Genette resuelve el problema de la representación confrontando los conceptos de mímesis y diégesis en los antiguos, y afirma que la distinción entre imitación perfecta e imper-
67
JESÚS EDUARDO OLIVA ABARCA
68
fecta no puede sostenerse pues “la imitación perfecta ya no es una
imitación, es la cosa misma y finalmente la única imitación es la
imperfecta. Mímesis es diégesis” (200). Por lo tanto, la esencia de la mímesis literaria consiste en la representación discursiva, verbal, de
la existencia espaciotemporal de seres y cosas, es decir, en el relato.
El mismo Genette, sin embargo, observando la recurrencia de
una literatura autorreferencial, intuye el problema que la representación significaría para este tipo de escritura: “Todo sucede aquí
como si la literatura hubiera agotado o desbordado los recursos de
su modo representativo y quisiera replegarse sobre el murmullo indefinido de su propio discurso. Quizá la novela, después de la poesía, vaya a salir definitivamente de la edad de la representación”
(209). Si ajustamos estas palabras de Genette a la metaficción, podría concluirse que ésta es, esencialmente, un hecho lingüístico, un
retorno de la novela a su misma constitución verbal. De ello hay
ejemplos en la novela hispanoamericana moderna; baste Tres tristes
tigres, de Guillermo Cabrera Infante, novela esencialmente sonora
en que confluyen los distintos “dialectos” de los habitantes nocturnos de la Habana. Los personajes son voces; existen como discursos en esa Habana ficticia de Cabrera Infante. Lo que con más fuerza resalta de la novela es su oralidad; la mímesis aquí no es
representación de la realidad, sino del discurso con que se le construye u ordena. La novela, pues, no abandona la edad de la representación, solamente la modifica.
Hutcheon está consciente de este cambio de paradigma y afirma
que “Metafiction is still fiction, despite the shift in focus of narration
from the product it presents to the process it is. Autorepresentation
is still representation” (Narcissistic 39).4 La metaficción no anula la
representación al recluirse dentro de su propio material verbal, al
contrario, hace de la representación una experiencia reflexiva, es
decir, autoconsciente. La autora define esta transición por la distin-
4
[La metaficción es aún ficción, a pesar de que la narración se enfoque, no ya
en el producto presentado, sino en el proceso por el que se lleva a cabo. La
autorrepresentación continúa siendo representación]
METAFICCIÓN HISPANOAMERICANA Y REPRESENTACIÓN DEL SUJETO
ción entre mímesis del producto y mímesis del proceso. La primera,
característica del realismo literario según la autora, consiste en considerar la obra como una representación verosímil de la realidad
representada; de este modo, el mundo ficticio de la novela es una
suerte de continuación del mundo social, moral, etc., externo.
La mímesis del proceso, que para la autora es el paradigma de la
metaficción, consiste en incorporar a la ficción el problema de
la génesis, la escritura, la creación y la recepción de la obra. El
universo ficticio no guarda con la realidad una relación de continuidad, sino de diferenciación. Tanto para Hutcheon como para Patricia
Waugh, esta diferenciación cumple una función creativa y crítica a
la vez: la ilusión de la ficción, al evidenciarse como tal, es una crítica consciente a las instituciones y convenciones culturales, así
como a las maneras en que el sujeto humano construye, por medio
del lenguaje, su realidad.
Éste es, quizá, uno de los puntos más importantes del estudio
de la metaficción: la representación, ahora autorrepresentación,
señala hacia la noción filosófica de sujeto, pues es éste un tema
que, aunque presente implícitamente en la literatura, cobra una relevancia capital en este modo contemporáneo de escritura. A este
respecto, me parece adecuado investigar cuáles serían los modos
discursivos más generales de que se sirve la metaficción para exponer las dificultades de la representación del sujeto.
3. El problema del sujeto en la metaficción
Creo que un acercamiento pertinente al problema de la representación del sujeto en la metaficción se daría primeramente estableciendo las “instancias” en las que la noción es más fácilmente identificable. Considero que estas instancias corresponden a las
categorías del autor, narrador y los personajes. A continuación analizaré la instancia que corresponde a la figura del autor, auxiliándome
de la lectura de Abbadón el exterminador, de Ernesto Sabato, una
novela decididamente metaficcional.
Esta novela de Sabato tiene un inicio muy interesante:
69
70
JESÚS EDUARDO OLIVA ABARCA
EN LA TARDE DEL 5 DE ENERO,
de pie en el umbral del café de Guido y Junín, Bruno vio
venir a Sabato, y cuando se disponía a hablarle sintió que un
hecho inexplicable se produciría: a pesar de mantener la mirada en su dirección, Sabato siguió de largo, como si no lo
hubiese visto. Era la primera vez que ocurría algo así y, considerando el tipo de relación que los unía, debía excluir la idea
de un acto deliberado, consecuencia de algún grave malentendido. (11)
Seguidamente, el editor aclara en una nota a pie de página que
Bruno es un personaje de la novela Sobre héroes y tumbas, del mismo
Sabato. Desde el punto de vista de la composición literaria, esta
mención del autor (aunque ficticio) dentro de su propia obra es un
recurso metaficcional; Waugh lo denomina ‘intrusión explícita del
autor,’ y considera a ésta una manera de llamar la atención acerca
de la calidad ficticia del universo literario en que el lector se adentra
al iniciar la lectura de una novela.
Aunque el recurso de por sí es tan antiguo como la literatura
misma, en la novela actual es cada vez más frecuente, convirtiéndose en un elemento tematizado de la obra. Hutcheon establece
una tipología de las formas metaficcionales, y las clasifica en “descubiertas o encubiertas,” dependiendo del grado de explicitación, a
nivel diegético o lingüístico, que la obra despliegue. Esta intrusión
del autor corresponde, en el nivel lingüístico, a una forma descubierta del narcisismo metaficcional, pues la intrusión de Sabato en
su novela Abbadón imprime a la obra un pretendido sentido
autobiográfico, que de inmediato anula la idea preconcebida de la
narración como producto acabado. Sabato es un personaje más de
su novela, coexiste junto con personajes de su imaginación y con
personas de su vida real. Incluso en la novela son incorporados
datos verídicos acerca de la trayectoria literaria y vital de Sabato:
“–Casi al mismo tiempo que me metí en la física me metí en el
marxismo. Y así pude vivir las dos experiencias más trastornadoras
de nuestra época. En 1951 publiqué lo que podría llamar el balance
de esas dos experiencias: Hombres y engranajes. Casi me crucifican”
METAFICCIÓN HISPANOAMERICANA Y REPRESENTACIÓN DEL SUJETO
(195). El dato de publicación es correcto, al igual que la experiencia biográfica de Sabato, que abandona la ciencia por la literatura;
sin embargo, en el contexto de la enunciación en que esta información nos es dada, el diálogo que Sabato comparte con Silvia pudo o
no haber ocurrido, es decir, al ser un texto literario, ese diálogo
queda en la incertidumbre entre lo real y lo ficticio.
Contrario a lo que inmediatamente pudiera pensarse, la presencia explícita de Sabato en la novela no es una afirmación del sujetoautor, sino la revelación de su fragilidad. Sabato, el escritor, el hombre
social, al desdoblarse en el Sabato de Abbadón, plantea la cuestión
que ya Foucault, en su ensayo “¿Qué es un autor?,” estableciera
como principio ético de la escritura contemporánea: ¿qué importa
quién habla?, en obvia alusión al trabajo literario de Samuel Beckett.
Abbadón postula el problema del autor en relación con su obra. La
preocupación de Sabato –del Sabato real y del ficticio– pudiera
traducirse en la interrogante acerca de su propia identidad. La función-autor, siguiendo a Foucault, es una manera de autentificación
del discurso, lo que nos hace ser propietarios de tal o cual texto al
convertirlo en obra. Pero la noción de obra es problemática, pues
de entre “los millones de huellas que alguien deja después de su
muerte, ¿cómo puede definirse una obra?” (357). La presencia de
Sabato en la novela es un modo por el cual anula la noción absoluta
del autor de la obra, pues busca
Una novela en que esté en juego el propio novelista... no hablo de un escritor dentro de la ficción. Hablo de la posibilidad extrema que sea el escritor de la novela el que esté dentro. Pero no como un observador, como un cronista, como un
testigo.
–¿Cómo entonces?
–Como un personaje más, en la misma calidad que los otros,
que sin embargo salen de su propia alma. Como un sujeto
enloquecido que conviviera con sus propios desdoblamientos.
(248-249)
71
72
JESÚS EDUARDO OLIVA ABARCA
Abbadón es una novela experimental. El escritor busca una escritura siempre actual, de ello que intente formar parte del universo
que imagina, sometiendo la función-autor a la relatividad del discurso ficcional. A final de cuentas, el sujeto no puede ser representado de manera estable a través de la figura del autor, pues su discurso no es un objeto acabado ni permanente, sino un proceso, una
escritura siempre en proyecto; no importa el autor, pues en la novela “–Estamos hablando de ficción, de poesía, hombre –dijo Sabato,
ya con fastidio” (175).
Farabeuf, de Salvador Elizondo, es sin duda una obra compleja,
cuya aparente fragmentariedad inclinaría a afirmar que no existe
uno sino múltiples narradores cuyos discursos se contraponen e incluso se contradicen unos respecto a los otros. En esta novela la
noción de sujeto es criticada de una manera aún más radical que en
la de Sabato. De acuerdo al “espectro metaficcional” que propone
Waugh, Farabeuf es una metaficción ‘radical’, pues pertenece a este
tipo de novelas que, parafraseando a Waugh, operan a través de
descontextualizaciones abruptas, no poseen un punto de vista estable o una perspectiva central cuyo narrador sea confiable y, sobre
todo, confunden diferentes planos ontológicos, haciendo imposible
la distinción entre “sueño”, “alucinación”, “ficción” o “realidad”.
En palabras sencillas, este tipo de obras metaficcionales dificultan
al lector una interpretación totalizante de la obra, sugiriéndole –de
maneras más o menos ‘textualmente’ violentas– que la “realidad” y
la “ficción” no son otra cosa más que juegos lingüísticos (136-137).
La manera en que Waugh caracteriza la actitud del lector frente a
este tipo de metaficciones le viene muy bien a Farabeuf: de lo único
que el lector puede estar seguro es de las tapas del libro.
Imposible resumir, por ejemplo, el argumento de la novela de
Elizondo. Podemos, a lo mucho, sugerir que es la historia de la relación entre un hombre y una mujer que se encuentran en los límites
de lo erótico y lo tortuoso, del encuentro sexual y del asesinato;
historia que se nos va revelando, fragmentariamente, a través de
recuerdos difusos y asociación de ideas, a la manera del “stream of
consciousness” joyceano. Es importante señalar la modalidad de la
voz narrativa, que se realiza completamente en segunda persona: el
METAFICCIÓN HISPANOAMERICANA Y REPRESENTACIÓN DEL SUJETO
narrador, o mejor, los narradores (presumiblemente un hombre y
una mujer) intentan comunicarse uno con otro a través de un diálogo imperfecto en el que no existe la posibilidad de réplica o contestación, pues emisor y destinatario se encuentran separados, sea por
el tiempo o el espacio, o incluso por la vida o la muerte. Pudiera
decirse que la novela se rige, a nivel fenomenológico, por tres “dominios” de percepción: el recuerdo, el reflejo y la experiencia límite
de la tortura; pero, además, cada uno de estos dominios entra inmediatamente en oposición discursiva, produciendo una situación
enunciativa, si bien seguramente ambigua, posiblemente dual. Un
ejemplo, en el terreno del recuerdo, se da cuando un narrador apela
a un narratario desconocido: “Tú recuerdas sus gestos llenos de
fatiga, ¿no es así?... De seguro que has retenido todo esto en tu
memoria” (14); páginas más adelante, podría suponerse que otro
narrador contesta a esta primera pregunta: “No recuerdo nada. Es
preciso que no me lo exijas. Me es imposible recordar” (23). Ya
desde el principio, el lector no puede asumir la narración como la
rememoración de un personaje ficticio, pues, dentro del mismo universo imaginario de la novela, la propia “autoridad autentificadora
del discurso” (Martínez), que es el narrador, es contradicho por otro
u otros narradores.
De manera parecida, el lector no puede recibir este texto como
si se tratara de una ensoñación vista a través de un reflejo especular, ya que en el preciso momento en que se alude a esta posibilidad: “Hemos jugado a encontrar nuestras miradas sobre la superficie de aquel espejo” (49), es devastada de manera contundente:
“¿Ve usted? La existencia de un espejo enorme, con marco dorado,
suscita un equívoco esencial en nuestra relación de los hechos”
(63). Si bien pudiera pensarse que la novela de Elizondo se trata de
un texto críptico, que invita a que se descubra la clave de su funcionamiento –supuestamente la clave es leer el mensaje de frente al
espejo–, la misma novela rechaza esta idea, pues los hechos –se
sugiere– existen en su inmediatez, inasibles no sólo para el observador que busca insistente en el espejo, sino también para la memoria. En palabras de Hutcheon, ni psique ni interpretación permiten configurar un sujeto discursivo coherente, pues las relaciones
73
JESÚS EDUARDO OLIVA ABARCA
74
de éste respecto a la historia, la sociedad, e incluso su subconsciente, son manifiestamente discontinuas (Narcissistic 166).
Cuando mencioné arriba la tortura como otro dominio de percepción, me refería a ésta como una dimensión de experiencia puramente corporal, mientras que el recuerdo es de índole cognitiva y
el reflejo de naturaleza interpretativa. En el terreno de la tortura,
experiencia límite y ambigua entre placer y dolor, la novela comienza a presentar cada vez mayores confusiones respecto a la identidad de los narradores: “Se trata de un hombre que ha sido emasculado previamente... Es una mujer. Eres tú. Tú. Ese rostro contiene
todos los rostros” (146). En este punto, ni siquiera lo corporal ofrece garantía o certeza alguna del sujeto representado en un determinado discurso. No solamente la situación enunciativa es puesta en
cuestión, también se interroga al género del sujeto que, muy vagamente, es representado en esta metaficción. ¿Quién habla? ¿Quien
habla es un él o una ella? Éstas son preguntas a las que pudiera
responder la siguiente observación de Hutcheon:
The metafictional self-consciousness about the hermeneutic
power actually to constitute subjectivity finally points to the
foregrounding of the text’s ‘cultural inscription’ (Silverman
1983, 246), to its awareness that its discursive situation cannot
ignore, by definition, the cultural and historical nature of its
own utterance. And such an awareness cannot but involve,
therefore, the issue of the gender of the subject constituted.
(A Poetics 172)5
La última instancia de la que nos ocupamos sería la del personaje. Aunque ésta es una categoría sumamente problemática para la
5
[La autoconciencia metaficcional finalmente descubre que la capacidad de constituir la subjetividad yace en las ‘inscripciones culturales’ del texto (Silverman 1983,
246), en el conocimiento de que no se puede ignorar la situación discursiva, es decir,
la naturaleza histórica y cultural de su propia expresión. Y tal consciencia no puede
sino incluir, el tema del género del sujeto constituido]
METAFICCIÓN HISPANOAMERICANA Y REPRESENTACIÓN DEL SUJETO
teoría literaria, que continúa debatiéndose entre el funcionalismo
(el personaje es una función narratológica) y el esencialismo (el
personaje como ente significativo), me parece que es imprescindible al abordar el tema de la representación del sujeto discursivo.
Existen incontables novelas hispanoamericanas que servirían para
ilustrar esta problemática; sin embargo, me inclino por Boquitas pintadas, de Manuel Puig, pues es una obra que al explotar las formas
discursivas y los géneros literarios populares (cartas, recortes periodísticos, novela rosa) trasgrede la noción tradicional de personaje
sustancial.
La novela consta de dieciséis “entregas,” desarrolladas a través
de cartas, notas periodísticas y diálogos telefónicos. Se oscila entre
la novela de folletín, la novela rosa o sentimental e, incluso, posee
elementos que la equipararían con la novela negra. La historia se
centra en Juan Carlos Etchepare, o mejor, en la historia detrás de la
nota de su defunción con la que la novela comienza:
FALLECIMIENTO LAMENTADO. La desaparición del señor Juan
Carlos Etchepare, acaecida el 18 de abril último, a la temprana edad de veintinueve años, tras soportar las alternativas de
una larga enfermedad, ha producido en esta población, de la
que el extinto era querido hijo, general sentimiento de apesadumbrada sorpresa, no obstante conocer muchos allegados la
seria afección que padecía. (9)
La muerte de este personaje suscita una serie de narraciones,
todas ellas objeto de las “entregas.” Los allegados de Juan Carlos
–familiares, amigos, amantes y novias– van relatando la historia
personal de éste, de manera un tanto fragmentaria, sin la necesaria
linealidad cronológica de una biografía bien constituida, antes bien,
de acuerdo a sus propias apreciaciones sobre el fallecido. A través
del intercambio epistolar entre los distintos personajes, se va perfilando, si bien parcialmente, la personalidad de Juan Carlos; pero
este sujeto no es otra cosa que una construcción verbal, producto
de la alternación entre diversas subjetividades que se esfuerzan por
unificar todos los discursos que sobre el fallecido orbitan en una
75
76
JESÚS EDUARDO OLIVA ABARCA
única y consistente historia personal; en otras palabras, los demás
personajes hacen un esfuerzo por reconstruir narrativamente la figura de Juan Carlos Etchepare.
La novela, además, recurre abiertamente a trasgresiones
transtextuales, es decir, se sirve de textos de distinta naturaleza a la
literaria, como la incorporación de fragmentos de boleros o tangos
al principio de cada “entrega”, el mismo recurso de la redacción de
estilo periodística o, en el caso de la “sexta entrega”, el desarrollo
de las “romerías populares”, que sirve de pretexto para exponer
con mayor detalle a la “Raba”. Este procedimiento de ‘mixtura’
textual es, según Patricia Waugh, una estrategia común de la
metaficción, consistente en la “sobrecarga intertextual” (“intertextual overkill”), que, en el caso específico de Boquitas pintadas, tiene
por resultante fragmentar aún más al personaje protagónico, del que
únicamente sabemos con certeza sus nombres de pila y su apellido.
La reconstrucción textual que sobre Juan Carlos intentan los
otros personajes se revela, sin embargo, imperfecta, discontinua,
por las mismas inconsistencias y contradicciones del finado que,
estando al tanto de su tuberculosis, continúa manteniendo distintos romances. Hay, en este sujeto discursivo reconstruido, una cierta
ambigüedad, producto de su misma naturaleza conjetural, como lo
evidencian las “interrogantes del ocupante de la habitación catorce:”
¿tenía conciencia Juan Carlos de la gravedad de su mal?
¿aceptaría Nené, en caso de ser virgen, casarse con un tuberculoso?
¿aceptaría Nené, en caso de no ser virgen, casarse con un
tuberculoso? (117)
Hay que insistir en que el personaje Juan Carlos es un ente de
naturaleza verbal, no solamente por el hecho de ser un constructo
ficcional, sino además porque, como nos revela la sucesión de “entregas,” Juan Carlos Etchepare consiste en las diversas –y hasta
opuestas– versiones de Nené, Mabel, la “Raba,” etc. El Juan Carlos
del que estas mujeres hablan es un producto de sus respectivos
discursos sobre un antiguo novio. Desde el punto de vista del lec-
METAFICCIÓN HISPANOAMERICANA Y REPRESENTACIÓN DEL SUJETO
tor, el sujeto protagónico de la novela nunca nos es presentado de
manera clara; de éste sólo conocemos algunos trazos personales,
fragmentos narrativos esbozados por sus allegados y por él mismo.
El final de la novela pareciera apoyar esta idea:
…mirá, rubia, ya de charlar un poco con vos me siento mejor
¡cómo será cuando te vea…”
“…te quiero como no he
querido a nadie…”
“…También hay un hospital en
Cosquín…”
“…ni bien tenga más noticias te vuelvo a
escribir…”
“…el agua del río es calentita…”
“…vos
también estás lejos…”
“…pero cada vez que leo tu carta me vuelve la confianza…”
(258)
Recapitulando, y a modo de conclusión, se puede decir que la
metaficción hispanoamericana asume la problemática del sujeto
haciendo evidente la actual crisis de los modos literarios de representación. A mi parecer, este proceso consiste en una renovación
de la novelística, que se esfuerza, con particular vitalidad, en impedir el anquilosamiento de las convenciones autorales, narrativas o
de los personajes y, sobre todo, que se postula en contra de toda
certeza cómoda.
Bibliografía
Cassirer, Ernst. Antropología filosófica. Introducción a una filosofía de la
cultura. Tr. Eugenio Ímaz. México: FCE, 1965.
Elizondo, Salvador. Farabeuf. México: Joaquín Mortiz/SEP, 1985.
Foucault, Michel. “¿Qué es un autor?” Textos de teorías y crítica literarias (del formalismo a los estudios poscoloniales). Comps. Nara Araujo
y Teresa Delgado. México: Universidad Autónoma Metropolitana/Universidad de la Habana, 2003.
Genette, Gerard. “Fronteras del relato.” Análisis estructural del relato.
Eds. Roland Barthes, et al. Tr. Beatriz Dorriots. México: Premia,
1982.
77
78
JESÚS EDUARDO OLIVA ABARCA
Hutcheon, Linda. A Poetics of Postmodernism. Histoy, Theory, Fiction.
New York: Routledge, 1995.
———. Narcissistic Narrative. The Metafictional Paradox. Ontario:
Wilfrid Laurier University Press, 1980.
Martínez Bonati, Félix. La ficción narrativa: su lógica y ontología. Chile:
Editorial Lom, 2001.
Sabato, Ernesto. Abbadón el exterminador. México: Seix Barral/
Artemisa, 1985.
Puig, Manuel. Boquitas pintadas. México: Planeta, 2000.
Waugh, Patricia. Metafiction. Theory and Practice of Self-Conscious Fiction.
New York: Routledge, 1988.