Nothing Special   »   [go: up one dir, main page]

Academia.eduAcademia.edu

Forjando museos. Políticas públicas de institucionalización artística

2018, Estudios Culturales del Occidente de México CECOM. 100 años de investigación en los museos

Instauración del Museo Nacional en México (1825) como parte del proyecto independentista de la naciente nación.

Estudios Culturales del Occidente de México “CECOM” 100 años de investigación en los museos ÍNDICE Prólogo. 1 Introducción. 3-9 Forjando museos. Políticas públicas de institucionalización artística. 11-31 Dra. Ana Garduño / ENCRyM-INAH-Cenidiap-INBA Los museos de arqueología: ¿Condenados a ser un artefacto del pasado? 32-52 Dr. Manuel Gándara Vázquez / Posgrado en Museología – ENCRyM – INAH La etnografía en los museos. 53-66 Dra. Dora Sierra Carrillo / Dirección de Etnohistoria – INAH Artistas e intelectuales jaliscienses y su propuesta de creación de museos: 1916-1936. 67-86 Lic. Thalía Montes Recinas / Museo Nacional de Historia – INAH De transformaciones y traslados, resumen museológico de las colecciones del Museo Nacional de México/Museo Nacional de Antropología. 87-101 Hist. Roberto Velasco Alonso / Museo Regional de Guadalajara – INAH-Jal De un museo de historia natural al museo del estado: los ingenieros en la transición museística de Jalisco (1869-1918). 102 114 Dr. Federico de la Torre de la Torre Departamento de Historia- CUCSH-U de G 1 Habitar el museo: Ixca Farías y su familia en el Museo Regional de 115-129 Guadalajara. Dra. Pilar Herrera Guevara -UdG y Dr. Carlos W. Haro Reyes / UdeG Estudios de público en el Museo Regional de Guadalajara. Aplicación 2015-2016. 130-139 Mtro. Ricardo Ortega González / MRG-INAH Jalisco El género en espacios expositivos del Museo Regional de Guadalajara 2005-2015. 140-151 Lic. Luis Antonio Núñez Figueroa / Centro INAH Jalisco Del contexto al museo. Problemas de vinculación del material orfebre de Michoacán. 152-162 Lic. Aurea Hernández Sánchez / ENAH Artesanos de la microhistoria. Museo Parroquial San Sebastián del Oeste. 163-174 Mtro. Raúl Fabricio Torres / CUAAD – UdG CÁTEDRA OTTO SCHÖNDUBE Las raíces arqueológicas de los coras y los huicholes en el Occidente de México. 176-195 Dr. Joseph Mountjoy / CU. Costa. UdG Currículums. 197-204 2 Estudios Culturales del Occidente de México “CECOM” 100 años de investigación en los museos 10 FORJANDO MUSEOS. POLÍTICAS PÚBLICAS DE INSTITUCIONALIZACIÓN ARTÍSTICA Dra. Ana Garduño ENCRyM-INAH-Cenidiap-INBA Relicario de la patria1 Fundar instituciones que reforzaran el proyecto independentista de nación fue una prioridad política para la incipiente República Mexicana. De allí la importancia de la instauración del Museo Nacional en 1825, que señaló el comienzo de la construcción de una memoria oficial, científico-cultural. Bajo un concepto enciclopédico a tono con la época, se reunieron testimonios históricos, antropológicos, arqueológicos y etnográficos en condición de patrimonio nacional. Desde mediados del siglo XIX se esquematizaron principios hegemónicos de identidad colectiva en el templo-thesaurus que fue el Museo Nacional, promovidos por políticas culturales planeadas y operadas desde el gobierno. Poseer, usufructuar, salvaguardar y exhibir los residuos matéricos, sobre todo de las culturas antiguas asentadas en el territorio que hoy es mexicano, equivale a tener el control de un pasado que pretendía mostrarse como colectivo. La gran excluida de ese repositorio privilegiado de objetos sustanciales para el culto secular a la patria fue la historia artística, que tuvo su germinal espacio oficial hasta 1934, con sede en la Ciudad de México, dedicado a las colecciones de arte del Estado: el Museo de Artes Plásticas, ubicado en el primer piso del Palacio de Bellas Artes. A la fecha, la compleja historia de los museos nacionales no se ha estudiado con la profundidad que amerita. En este texto me propongo reflexionar, aunque brevemente y, con enfoque en los especializados en arte, sobre la única reforma al sistema expositivo que ha 1 Frase modificada de Alfonso Teja Zabre, quien usó “relicario de la raza”. En “Discurso”, Anales del Museo Nacional de México, México, Talleres Gráficos del Museo Nacional de Arqueología, Historia y Etnografía, 4ª época, tomo III, 31 de diciembre de 1925, p. 116. 11 ocurrido en nuestro país, y que generó la fisonomía actual de la red de museos públicos. Para ello, considero indispensable precisar algunos puntos de partida. Después de revisar las fuentes que se han dado a conocer o publicado a lo largo de casi doscientos años de historia sobre el surgimiento de diversos museos en el país, advertí que en la mayoría de los casos es difícil adjudicar a un sólo autor la propuesta de forjar una nueva institución, a el intelectual y/o el agente cultural, quien mediante su personal poder de convencimiento logró que el gobernador, el secretario de Estado o el presidente de la República autorizara el proyecto, o el político que se autopersuadió de patrocinar algún museo para su gloria personal y garantizar la inclusión de su nombre —siempre masculino— en los anales de la historia. Esto es porque, a pesar de que circulen versiones que le atribuyen a un único individuo el arranque de un recinto, normalmente esta génesis es resultado del accionar de varias personalidades, colectividades que exceden una coyuntura específica y más bien ensayan fórmulas diversas con lógicas propias. Así, la fundación de un museo es fruto de un largo proceso en el que intervienen diversas generaciones de especialistas que piensan e imaginan modelos heterogéneos para un espacio cultural, negocian planos arquitectónicos y bocetan guiones curatoriales o calculan remodelaciones —parciales o integrales— en un edificio antiguo. Esto abarcó, como es natural, expectativas y planes fallidos, proyectos abortados tras no lograr convencer a la clase política de su importancia intrínseca, de su eminente función simbólica o de su valor en tanto dispositivo de atracción turística. Aunque no lograran materializarse, en cada caso nutrieron el programa de origen de un museo que al final consiguió existir. Esto deja en claro que innumerables instituciones se deben a más de un gestor. Estoy convencida de que no existe la generación espontánea, al menos no en el universo de los museos. Sólo referiré un caso paradigmático: que el Museo Nacional se trasladara a 12 Chapultepec, en el bosque o en el castillo, fue una demanda formulada desde principios del siglo XIX y reiterada en diversas ocasiones a lo largo de la centuria pasada. La primera ocasión que se propuso en la prensa fue a un año de su instalación, en 1826 (El Iris, 1826: 8); localicé una solicitud semejante en 1869. Intentos de hacer un inmueble ex profeso o trasladarlo a una sede más amplia que Moneda 13 ocurrieron entre 1904-1911, en 1921, 1930, 1932-3, 1944-1949 y 1957 (Garduño, 2014: 168-187). Por lo tanto, el Museo Nacional de Antropología —heredero directo del antiguo Museo Nacional— levantado en 1964 en el citado bosque, no fue idea exclusiva de algún funcionario o intelectual activo en el sexenio de 1958-1964, como lo afirma la historiografía oficial. En ocasiones se le atribuye a Jaime Torres Bodet, acto alejado de la realidad, dado que hay testimonios de que, al menos de manera inicial, estuvo en contra del proyecto y se mantuvo al margen de las decisiones esenciales sobre su vocación y guion curatorial.2 En otras versiones la autoría recae sobre el arquitecto oficial del régimen, Pedro Ramírez Vázquez.3 En entrevistas y discursos públicos, el historiador Miguel León Portilla ha afirmado que fue él, en compañía de autoridades del INAH, quienes convencieron al representante del poder ejecutivo federal en turno, Adolfo López Mateos, de la necesidad de construir un edificio específico a tan simbólico como abandonado museo.4 Incluso, en la prensa hubo quienes llegaron a escribir —o declarar— que fue idea del presidente. Era una época en la que la obsesión por el enaltecimiento de la figura presidencial alcanzó niveles de determinación autoritaria tan elevados que prácticamente no hubo discurso cultural que haya escapado a ella; por supuesto, la fijación también caracterizaba al jefe del ejecutivo en funciones, 2 Ignacio Marquina relata el proceso de gestación del museo en Chapultepec y da cuenta de las reuniones, convocadas por la subsecretaria de Cultura de la SEP, Amalia de Castillo Ledón, comisionada por el Presidente para tales funciones. Véase Memorias, México, INAH, 1994, 181 p. 3 Véase el libro-catálogo de la exposición Pedro Ramírez Vázquez, inédito y funcional, México, MAM-INBAL, 2014, 270 p. 4 “En 1962 se celebró en esta ciudad el trigésimo segundo Congreso Internacional de Americanistas […] En la sesión de clausura se presentaron varios proyectos de resolución, uno de ellos fue exponer ante el presidente de la República, licenciado Adolfo López Mateos, la idea de construir un nuevo recinto para albergar al Museo Nacional de Antropología […] Fuimos varios, el doctor Eusebio Dávalos Hurtado […] el doctor Ignacio Bernal […] don Alfonso Caso […] [El Presidente] nos respondió […] “Sí, autorizaré que se edifique ese nuevo recinto, pero con la condición de que se haga en dos años para que yo pueda inaugurarlo durante mi periodo presidencial”. León Portilla, “Los mexicanos no somos cualquier gato de la historia”, discurso en la ceremonia conmemorativa por el 50 aniversario del MNA, 16 de septiembre de 2014. 13 siempre atento a su autopromoción. Y no es un fenómeno político superado. En este sentido, las imágenes que narran ceremonias fundacionales de museos proporcionan un material óptimo para realizar análisis de iconografía política. Es por esto que estoy convencida de la inutilidad de que los biógrafos de museos públicos sigamos buscando al autor de una institución. A menos que nos ubiquemos en el territorio del mito. Esto va emparejado con otra certeza: todo decreto que hace nacer un museo es un asunto político, aún los de manejo privado. Y no sólo porque el sistema gubernamental decidió que los recintos públicos eran de tutelaje estatal, afianzando su dependencia —en todos los ámbitos— al régimen liberal que gobernó buena parte del siglo XIX y todo el XX, sino también porque el sempiterno presidencialismo que caracteriza a la política mexicana hizo que la decisión de montar un nuevo espacio museal recayera en la clase política nacional. La excepción que cumple la regla son los museos universitarios, dado que se los permite la cláusula de autonomía de la que gozan las universidades públicas. Debido al centralismo perenne que define a la historia político-cultural mexicana, cuando la posrevolución decidió instaurar una red de museos de alcance nacional resolvió forjar instituciones preliminares en la región que actuaba como el centro neurálgico, no geográfico, de México, y después llevarlos a los diferentes estados de la República: “los primeros museos locales surgieron en la capital del país y sus alrededores —Teotihuacán, Acolman, Tepotzotlán y Churubusco—, hacia 1923 el interior del país ya contaba con museos en las ciudades de Zacatecas, Guanajuato, Querétaro, Guadalajara, Morelia, Veracruz, Oaxaca, Mérida y Puebla” (Programa Nacional de Museos, 1986: 2). Para su conducción y regulación se hizo necesaria la creación de instituciones federales que diseñaran políticas homogeneizadoras del naciente sector museal. En ese contexto se implantó el Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) en 1939 y siete años después el Instituto Nacional de Bellas Artes y Literatura (INBAL). Es posible percibir una constante en las colecciones privadas de arte que se institucionalizaron al instalar museos: mientras el aparato político mantuvo poder indiscutible, las fundaciones habitualmente se realizaban mediante donaciones de acervos y 14 casas-museos para su regencia estatal; una vez que el Estado entró en franca decadencia a partir de la segunda mitad de la centuria anterior, empezaron a proliferar los espacios de gestión particular. Los dos museos Bello de la ciudad de Puebla ejemplifican esta transición. Se trata de una familia de coleccionistas de arte que en 1944 no tuvo más opción que donar su rico acervo y la casa del patriarca de esa dinastía al gobierno del estado para poder asegurar el nacimiento del Museo José Luis Bello y González. Uno de sus descendientes decidió lo contrario: en 1972 abrió el Museo José Luis Bello y Zetina, y para su administración creó una asociación privada que en la actualidad casi no cuenta con recursos económicos, pero evitó entregarlo al gobierno, estatal o federal. Esto es evidente si observamos las fechas de fundaciones privadas emblemáticas en el país: Casa Museo Frida Kahlo (1959), Anahuacalli (1964), Museo de Monterrey (1977-2000), Museo Franz Mayer (1986), Museo Amparo de Puebla (1991), Museo de Arte Contemporáneo de Monterrey (MARCO, igual en 1991), Museo Dolores Olmedo (1994) y Museo Soumaya (1995), entre muchos otros. Queda claro que desde las últimas décadas del siglo pasado el Estado perdió el monopolio que había detentado en las exposiciones de arte, temporales y permanentes: ya no le fue posible controlar esos discursos. Una tercera constante en el fenómeno museal en México es: si bien la instalación de un alto porcentaje de sitios es resultado de una repetida demanda de diversos grupos con cierto poder de representación social, agentes culturales con trayectoria y prestigio y solicitudes continuadas por largo tiempo, su materialización, por lo general, es una decisión apresurada, que se realiza en muy corto plazo, siempre en atención a los tiempos políticos. Esto propicia que sus primeros programas no sean suficientemente discutidos y muchas veces no cuenten con los recursos ni el tiempo que requiere imaginar y fraguar una colección adecuada al perfil prefijado para la flamante institución. La clave de esto reside en que su adscripción a lo político dicta que siempre se deben abrir antes del fin de un gobierno, incluso si no están concluidos, en obra negra o gris, o si el recorrido inaugural se hace sobre cemento fresco. A pesar del hándicap inicial que significa la urgencia política y la indefinición de su programa curatorial, siempre es preferible que se instauren a que no surjan instituciones que —en algún 15 momento— fortalecerán la red museal nacional. Por supuesto esta forma de operar de las políticas culturales causa debilidades, vicios de origen y fricciones entre grupos sociales y políticos: es un hecho que prácticamente todos los museos estatales erigidos a lo largo y ancho del país han conllevado polémicas públicas entre los involucrados y comunidades de intelectuales o creadores que toman distancia del plan anunciado o que proponen vocaciones diferentes o complementarias a las bocetadas en un momento preliminar. Esto a pesar de que persiste un contexto mediático reprimido y autocensurado. Así sucedió, por ejemplo, con la edificación en 1934 del Palacio de Bellas Artes y el Museo de Artes Plásticas desplegado en su interior, ya que se cuestionó su display museológico y, en particular, los diseños de su sede. El Palacio fue objeto de exaltadas discusiones, motivadas en buena medida por su origen porfirista y por la suntuosidad decorativa de sus acabados, tan ajena a cierta estética populista posrevolucionaria. Escribió el dramaturgo Celestino Gorostiza: “Al principio la sabiduría zumbona del pueblo hizo mofa […] [y] motejó al Palacio de Bellas Artes de ‘elefante blanco’ y más tarde, cuando sintió que la categoría de los espectáculos no correspondía a la suntuosidad del edificio, lo llamó “la carpa de mármol”.5 A partir del cardenismo, cuando se reformularon la agenda y el programa de las actividades artísticas, y de 1947, al corregirse el guion curatorial del museo para incorporar los requerimientos de las elites, políticas e intelectuales, fue mejor recibido en tanto centro cultural capitalino que emblematiza las artes nacionales.6 Otros son los museos empresariales contemporáneos que viven en tensión entre el “destino manifiesto” decretado por quienes los generaron, pertenezcan a la clase política o financiera, y las demandas culturales de una población. Esto ocurre con la no expertizada colección del Museo Soumaya y la controvertida y dispendiosa arquitectura de su siguiente sede (Landeros, 2012: 183-192), inaugurada en 2011 en la zona de Polanco de la Ciudad de México (Proceso, 2011). 5 En el prólogo a 25 años del Palacio de Bellas Artes, INBAL, México, 1959, s/p. Para este tema véase mi texto “Mexico’s Museo de Artes Plásticas. The Divergent Discourses of 1934 and 1947”, Art Museums of Latin America: Structuring Representation, Nueva York, Routledge, 2018, pp. 32-44. 6 16 Un segundo caso es el poco consensuado nacimiento del Museo Internacional del Barroco en Puebla, que también engendró una intensa controversia, sobre todo por la ambigüedad de su programa museológico, dado que pareciera que los fundadores creían que todo lo que lleva decoración recargada puede clasificarse como barroco, y porque sus deficiencias conceptuales pretendieron esconderse detrás de una costosa arquitectura posmoderna que responde al concepto de “no lugar”: aunque tiene un diseño interesante y sin duda es espectacular, podría estar ubicado en cualquier parte del mundo. 7 Estos dos ejemplos de un fenómeno nacional que excede el ámbito regional, e inclusive el temporal, han ocurrido bajo condiciones neoliberales, globalizadoras. La polémica es parte sustancial de la vida museal. Vistas desde una perspectiva histórica, al cuestionar los proyectos, los nutrieron y fortalecieron. Tengo para mí que, a pesar de las circunstancias concretas de sus orígenes, los museos son establecimientos de carácter social que, aunque pueden tener etapas disfuncionales o que no corresponden a las expectativas de su comunidad, una vez transcurridas esas fases, mediante una gestión comprometida, sensible, atenta a las particularidades de sus públicos, cautivos o potenciales, siempre supone una mejora en la infraestructura cultural. Por regla, su advenimiento marca un antes y un después en las políticas públicas e inciden inevitablemente en el imaginario colectivo. La forma y profundidad de la huella que imprimen en su intervención obedece a sus vocaciones, colecciones específicas y a la profesionalización de su equipo. Sistema museal para el arte El organigrama actual de los museos en México, incluyendo agregados posteriores, es resultado de la reforma iniciada en 1962 y culminada en 1964 en el cierre apoteósico del gobierno de Adolfo López Mateos. Ha sido la única orquestada hasta hoy. Eran años de optimismo pleno, en los que la ideología oficial del desarrollismo auguraba un futuro idílico para el país. La obsesión constructiva que caracteriza a los germinales gobiernos posrevolucionarios no había llegado al universo de los museos; salvo el Palacio de Bellas Salma Martínez Campos, “El Museo Barroco Internacional de Puebla: tendencias y peligros”, Nexos, México, 4 de febrero de 2016; Nika Chilewich, “Museo Internacional del Barroco”, Excélsior, 4 de mayo de 2016; Josué Cantoral, “Museo Internacional del Barroco: fastuosidad sin transparencia”, Horizontal, México, 16 de agosto de 2016. 7 17 Artes, donde en 1934 se asentó el primer recinto de la Ciudad de México para el arte oficial, aunque éste se había heredado, inacabado, del porfiriato. Lo que la posrevolución hizo fue concluirlo: las mayores modificaciones ocurrieron en sus interiores, no en la fachada.8 Bajo el mandato de López Mateos se decidió que después de tantas edificaciones gubernamentales, puentes, carreteras, presas, unidades habitacionales y demás megaproyectos había llegado al turno de los museos, lo que implicaría el mejoramiento de emblemáticas zonas arqueológicas y la apertura al público de muchas otras destinadas a serlo. La clave de la reforma museal residió en una trascendental táctica político-financiera: incrementar los ingresos económicos en el sector turístico. El presidente emitió una Ley de Secretarías y Departamentos de Estado, que entró en vigor en 1959, con la que el Departamento de Turismo salió del control de la Secretaría de Gobernación para convertirse en dependencia directa del poder ejecutivo.9 Se privilegió el fomento al turismo masivo de corte cultural, dado que el objetivo fue cerciorarse de proporcionar playa-ruina-folklore a quienes no reúnen tales atractivos en su propio país.10 La estrategia estaba dirigida, en especial, al turismo de los Estados Unidos, dado que a lo largo del siglo XX fue el país de donde procedían la mayor cantidad de visitantes.11 8 Véase El Museo del Palacio de Bellas Artes, México, INBAL, 2014. “The Tourism Department was an office subsidiary of the Ministry of the Interior (Secretaría de Gobernación) being closer, in this way, to the interests and political agenda of the ‘politicos’ group. This move is interpreted here as the recognition of this group for the need to participate more actively in the organisation of the tourism industry. It meant a greater disposition from ‘politicos’ to embrace the agenda proposed by the ‘technocrats’ in tourism development terms”. Rafael Guerrero Rodríguez, Understanding the Policy Process: Actors, Discourses and Power Relations in the Political Arena of Aourism: A Case Study from México, tesis de doctorado en filosofía, Universidad de East Anglia, Gran Bretaña, 2011, p. 136. 10 “México es uno de los líderes del turismo internacional receptivo […] Esta posición de privilegio se fundamenta en una variada oferta de productos turísticos, desde el clásico turismo de sol y playa […] el turismo arqueológico revalorizando el patrimonio que testimonian el devenir de avanzadas civilizaciones precolombinas; el turismo cultural que refleja la impronta de la conquista española manifiesta en sus ciudades coloniales […] A partir de 1960 el Estado se abocó a la planificación del turismo creando centros turísticos integralmente planificados. Elaboró el primer Plan Nacional de Desarrollo Turístico y ejerció un rol central en la evolución de la actividad, buscando una respuesta favorable a su balanza comercial y paliar las deficiencias en la economía como consecuencia de aplicar una política de sustitución de importaciones”. Graciela Benseny, “El turismo en México”, Aportes y transferencias, Argentina, Universidad Nacional de Mar del Plata, vol. 11, núm. 2, 2007. 11 Un estudio realizado en 1943 demostró que 98 por ciento del turismo en México provenía de Estados Unidos y que 68 por ciento de las ganancias se recaudaban en la región de la frontera norte. Guerrero Rodríguez, op. cit., p. 125. 9 18 Otra maniobra turística era convertir a la Ciudad de México en objetivo de los visitantes temporales, y para ello precisaba de museos ultramodernos. El propósito fue facilitar que si el viajero insertaba una metrópoli en su recorrido se tratara del entonces llamado Distrito Federal, y para ello se le promocionaba como capital cultural no sólo del país sino de América Latina. Así, el centralismo histórico se impondría también —simbólicamente— en el subcontinente, y coronaría una política exterior que, con la riqueza cultural como insignia, buscaba consolidar su auto asignada posición de líder regional en el concierto de las naciones. La gestión del presidente Adolfo López Mateos pidió la elaboración de un informe sobre la situación real de los museos. A pesar de lo apresurado de su realización, el reporte, comisionado al antropólogo y funcionario del INAH Daniel Rubín de la Borbolla, evidenció el estado de abandono en el que se encontraban la red museal de entonces (De la Borbolla, 1959). Cabe mencionar que el citado documento sólo era un diagnóstico con algunas sugerencias. Lo que se logró edificar o abrir entre 1962-1964 no está ligado ni responde en forma precisa a las recomendaciones deslizadas con sutileza en ese dictamen; debe haberse producido un plan posterior, que aún no he logrado localizar. En tan favorable coyuntura se realizó una necesaria reordenación de colecciones, lo que significó una ambiciosa reforma de alcance nacional que generó numerosos y representativos museos, no sólo adscritos al INAH e INBAL, sino a instituciones tan diversas como la Secretaría de la Defensa Nacional, el Departamento del Distrito Federal o la Universidad Nacional Autónoma de México. Se edificaron cuatro inmuebles, todos con base en diseños del arquitecto Ramírez Vázquez: la Galería de Historia o Museo del Caracol, el Museo de Arte e Historia (en Ciudad Juárez, Chihuahua), el Museo de Arte Moderno y el emblemático Museo Nacional de Antropología, sin duda el proyecto constructivo que condensa de mejor manera la voluntad de monumentalidad de la élite política que gobernó México durante buena parte del siglo XX. En cuanto a la morfología interna del sistema cultural, es importante destacar que desde sus orígenes existe enorme disparidad entre las dos instituciones centralizadoras de museos de carácter federal, el INAH y el INBAL, organismos en apariencia complementarios. Sus 19 desigualdades presupuestales y de representatividad nacional se reiteraron durante la reforma museal de 1964 al incrementarse el interés oficial por fabricar museos de sitio e intensificarse las excavaciones arqueológicas, lo que consolidó al INAH en su carácter de instituto de alcance plenamente nacional, dado que hoy cuenta con alrededor de 120 establecimientos museales, a diferencia del INBAL, que con dificultad consiguió inaugurar espacios especializados en los diversos periodos artísticos y puede considerarse una institución de la capital del país, dado que allí se ubican la mayoría de sus 16 recintos. El capitalino INBAL Como ya mencioné, en 1946 se decretó la fundación del Instituto Nacional de Bellas Artes y Literatura, organismo primordial para el diseño y operación de políticas culturales de un régimen que decidió intervenir en el armado de un imaginario artístico colectivo a partir, principalmente, de la determinación de una iconografía política oficial. En sus inicios, el Instituto lideró los discursos visuales sobre el arte local mediante cuatro ejes nodales: fortalecimiento de una burocracia cultural oficializada, unificación del patrimonio plástico, conducción de la galería artística de la nación —en el Palacio de Bellas Artes— e implementación de una estratégica campaña propagandística a través de exposiciones temporales, algunas de ellas itinerantes, para públicos nacionales e internacionales. La fundación del INBAL permitió cristalizar aquel viejo propósito de la intelligentsia cultural de convertir al museo dentro del republicano palacio en el canon museístico-expositivo de la nación, algo que la cuestionada galería de 1934 no había logrado. El reconstituido y rebautizado Museo Nacional de Artes Plásticas (MNAP) se destinó prioritariamente a la exhibición de lo que entonces se promocionaba como Escuela Mexicana de Pintura, categorizada como la cumbre del arte nacional, marginando curatorial y museográficamente los conjuntos virreinales, decimonónicos y de arte europeo. Este movimiento plástico fue apoyado desde sus orígenes por el Estado, por lo que, en coherencia, el Instituto lo presentó durante décadas en exhibiciones locales e internacionales como evidencia de la riqueza intrínseca de la cultura nacional. 20 Esta vanguardia artística y su complemento, la prestigiada modalidad muralista, constituyen dos exitosos mitos culturales que cimentaron las políticas culturales emprendidas en la posrevolución y que se mantuvieron vigentes durante casi toda la centuria pasada. En sus contenidos es evidente el predominio de una imaginería nacionalista. El rostro del arte patrio se fabricó a través de un discurso binario: fungió como mecanismo de diferenciación con relación a los países del orbe y como instrumento de homologación dentro de las fronteras ya que, al ser ungido como producto “nacional”, se hizo políticamente extensivo a todo el territorio del país. El centralismo, en tanto control discursivo del patrimonio y las expresiones artísticas, buscaba la unificación simbólica y no la diversidad ni la acentuación de las diferencias culturales y regionales. Quiero destacar que hasta 1964 el INBAL contaba con un sólo museo, el del Palacio de Bellas Artes, y que allí se concentraba la mayor parte del patrimonio estético, heredado de la Antigua Academia de San Carlos.12 En sus salas se posicionaron creadores, piezas y se forjó un panteón artístico nacional, representativo tanto en el ámbito interno como en el mainstream internacional. La diversificación ocurrió en el llamado “sexenio de los museos” con López Mateos en el poder ejecutivo federal.13 Para el sector de las “bellas artes”, la reforma consistió en generar cuatro sedes permanentes con planes museológicos tan específicos como complementarios. Los primeros dos se asentaron en espacios preexistentes y acondicionados para la exhibición del arte novohispano y europeo: la Pinacoteca Virreinal y el Museo de San Carlos. A los dos restantes se les hicieron recintos exprofeso, dada la importancia concedida a cada uno. Al Museo de Arte Moderno se le ubicó en el recién establecido circuito museístico del Bosque de Chapultepec, al poniente de la ciudad de México; al Museo de Arte e Historia se le situó en Ciudad Juárez, Chihuahua, con la pretensión de iniciar la conversión del INBAL en una 12 En la antigua sede de la Academia de San Carlos existían unas decimonónicas Galerías de Pintura y Escultura que sobrevivían prácticamente sin financiamiento y por décadas no habían sido objeto de actualizaciones museológicas ni museográficas. En 1968 se trasladaron a la colonia Tabacalera ya con el nombre Museo de San Carlos; en 1994 recibió el apellido de nacional. 13 Otros museos inaugurados en la capital del país fueron el Museo del Ejército y Fuerza Aérea Mexicanos, de la Secretaría de la Defensa Nacional, y el Museo de Historia Natural, dependiente del Departamento del Distrito Federal (hoy Gobierno de la Ciudad de México). 21 institución plenamente nacional, planeando futuros museos asentados en diferentes regiones de la República. Es evidente que tal proyecto no contó con las voluntades político- federales que le hubieran permitido tener continuidad y, en consecuencia, los gobiernos de los estados optaron por abrir los suyos. Como ya registré, los dos espacios se construyeron con base en diseños de Ramírez Vázquez. Para tomar nota de lo inusual que es la inversión de fondos públicos en la erección de un nuevo museo federal, es necesario acentuar que debieron pasar más de cuarenta años para que aconteciera un evento equivalente. Así, en lo que va del siglo XXI, la edificación más relevante en la Ciudad de México corrió por cuenta de la Universidad Nacional Autónoma de México con el Museo Universitario de Arte Contemporáneo (MUAC) en 2008. Se trata de la única entidad autónoma que, a través de su red de museos, se perfila como competidor natural a la oferta cultural del gobierno federal. Por supuesto, en la órbita de los museos de financiamiento privado, el panorama es diferente.14 Justo son los que están bajo resguardo de una asociación civil los que retomaron el deseo de monumentalidad y protagonismo arquitectónico museal que el régimen político demostró, de manera primordial, en el Museo Nacional de Antropología. Por otra parte, a pesar de que el Museo de Arte Moderno es el más importante edificado para el INBAL, lo reducido de su perímetro indica que el objetivo no era construir la gran galería de arte nacional que la élite intelectual había solicitado de manera repetida. Centrar la temporalidad del museo de Chapultepec en la modernidad tardía equivalió a que la llamada Escuela Mexicana monopolizara un recinto prácticamente exclusivo para su triunfal exhibición, ya que en ambientes conservadores de la clase política y de la sociedad, se le seguía percibiendo como la cúspide del arte nacional, jerarquizando de una manera ya tradicional a los artistas y manteniendo en el ranking a los “cuatro grandes” pintores, José Clemente Orozco, Diego Rivera, David Alfaro Siqueiros y Rufino Tamayo, lo que ubicaba en una posición de inferioridad a los demás artistas activos en ese periodo. 14 Edificaciones tan pretenciosas como significativas han sido, por ejemplo, las del Museo de Arte Contemporáneo (MARCO) de Monterrey (1991) o Papalote Museo del Niño (1993). 22 Era una clasificación dictada desde las altas esferas de la burocracia artística y promovida a través de los dos más emblemáticos sitios de exhibición, el Museo del Palacio de Bellas Artes y el MAM, controlados evidentemente por el Estado, y suscrita por los circuitos de legitimación estética, como el mercado y el coleccionismo privado. Como ya mencioné, de la colección matriz se desprendió el acervo con que nació la Pinacoteca Virreinal de San Diego (1964-1999), ubicado en un remodelado ex convento, emplazado en el circuito cultural del Centro Histórico de la Ciudad de México, a un costado del antiguo parque de la Alameda. Y el arte europeo tuvo que esperar hasta 1968 para contar con un área permanente de exhibición, el hoy Museo Nacional de San Carlos (MNSC). Su tardía fundación obedece, en buena medida, a que las políticas culturales estructuradas por los regímenes posrevolucionarios no auspiciaron la exhibición del arte europeo post renacentista; acervo que durante el siglo XIX fue paradigmático y capital, a cuyo alrededor gravitaba la producción artística nacional, pero que había ido perdiendo representatividad simbólica y, por tanto, visibilidad pública. En consecuencia, el MNSC fue un museo aplazado al que después de cuatro años de prórroga se le situó fuera del circuito museal del Centro Histórico. Seis años después, en 1974, la red de museos del INBAL se fortaleció con un nuevo recinto, de carácter exento, que no generó tradición: el Museo de Arte Carrillo Gil (MACG). Cabe destacar que el más importante lote de obras de José Clemente Orozco en poder del INBAL procede de este acervo, formado por el empresario Alvar Carrillo Gil (1898-1974), quien ejerció un liderazgo indiscutible en arte moderno mexicano mediante su significativa colección. El yucateco es una excepción al haber negociado la donación-venta de sus posesiones sin que éstas perdieran su identidad original: es la única coyuntura que propició que un museo estatal mexicano lleve el nombre de quien formó su notable colección plástica.15 15 Para este tema véase mi libro El poder del coleccionismo de arte: Alvar Carrillo Gil, México, UNAM, 2009, Colección Posgrado 38, 663 p. 23 Durante el gobierno de José López Portillo (1976-1982) las autoridades culturales agendaron un ambicioso plan de ampliación de la infraestructura de museos públicos, complementario a su reforma a las instituciones culturales, aunque sólo se concretó la creación del Museo Nacional de Arte (Munal). Los graves conflictos político-económicos que caracterizaron ese periodo impidieron la materialización de tales propósitos. A pesar de ello, en 1982, en medio de una terrible crisis económica y en los últimos meses del sexenio, se fundó el Munal, un muy solicitado espacio para desplegar una historia del arte mexicano con particular dedicatoria al siglo XIX e inicios del XX, y se dejaba al Museo del Palacio en calidad de galería expositiva, sin el compromiso de visibilizar una colección especifica. Pocos años después, otra catástrofe —el terremoto de 1985— desestabilizó la vida del centro del país y los proyectos museísticos volvieron a postergarse, dando prioridad a la reconstrucción y restauración de diversas zonas de la ciudad, además de los edificios públicos dañados. En el montaje inaugural del Munal se presentó una visión unidimensional, lineal y hegemónica del arte mexicano, desde los vestigios plásticos prehispánicos hasta los movimientos artísticos de la modernidad. Al decidir concluir el guion curatorial con la plástica de mediados de la centuria anterior, al panorama presentado se le confirió una vocación ineludible de pasado. La prioridad del sistema político, aun entonces, fue reproducir los ya anquilosados paradigmas de identidad cultural normativa. Los vicios discursivos de origen se remediaron mediante el Proyecto Munal 2000, instituido entre 1997 y el año 2000, con el cual el museo fue objeto de una remodelación que implicó no sólo la ampliación de su espacio, al extenderse a todo el antiguo Palacio de Comunicaciones, sino, sobre todo, la actualización de su guion curatorial y museográfico (El Museo del Palacio de Bellas Artes, 2001). Por otra parte, el caso del Museo Tamayo de Arte Contemporáneo (MTAC) es sui géneris; se trata del único que se agregó al INBAL un lustro después de su creación. Se inauguró en 1981 y, durante esa primera etapa, Fundación Cultural Televisa se encargó de su dirección. El Grupo Alfa de Monterrey costeó la construcción del amplio y edificio, mientras que el gobierno federal colaboró entregando en comodato el terreno, ubicado en el Bosque de 24 Chapultepec, para entonces ya consolidado como el segundo circuito museístico de la Ciudad de México. Se censuró a Tamayo por decidir negociar el museo con la iniciativa privada y no privilegiar un acuerdo con el gobierno. Pero la era del monopolio estatal en materia museística se terminaba, de la misma manera en que el régimen que había apadrinado tal doctrina vivía su fase postrera (Proceso, 1981). No obstante, en el caso del MTAC la colaboración con el sector empresarial no funcionó. Los conflictos por el poder de definir la identidad museológica y el programa expositivo motivaron al pintor a solicitar la tutela de las autoridades, con lo que el lugar se añadió a la lista de los museos públicos, y se encargó a la cobertura al arte internacional contemporáneo, de la que hasta entonces no se había ocupado el INBAL, o al menos no de forma metódica. En la última década del siglo XX fue perceptible un nuevo desplazamiento hacia la exhibición de arte contemporáneo, en buena medida como consecuencia de la globalización y la irrupción en México en lo que en términos culturales se ha llamado posmodernidad, y que en la dimensión político-económica se denomina neoliberalismo. Los museos del INBAL se enriquecieron con la materialización de espacios de exhibición que pretendían especializarse en cierto tipo de manifestaciones contemporáneas —sin intención de incorporar todos los medios y narrativas mediante los cuales se expresa el arte de reciente factura, sino sólo algunas, como el performance y el video arte—. Tal es el caso del Museo Ex Teresa Arte Actual (1993) y el Laboratorio de Arte Alameda (2000), a los que no se les proveyó de colección permanente. También hacia el arte contemporáneo se reenfocaron las identidades museológicas de espacios preexistentes: la Sala de Arte Público Siqueiros, entregada al INBAL en 1989, y La Tallera de Cuernavaca, reformada en 2010. De esta breve síntesis de los nacimientos de algunos de los museos estatales de arte adscritos al INBAL se desprende, al menos, una conclusión sustancial: se han caracterizado por exhibir piezas artísticas hechas en el pasado y prácticamente no han podido formar acervos representativos de lo contemporáneo. Esta situación, además de los siempre reducidos presupuestos en contraste con los altos precios en que se cotiza lo artístico en el mercado, explican en buena medida las enormes lagunas patrimoniales que existen. Un coleccionismo 25 institucional de arte reciente, producto de una planeación previa, con marcadas etapas de crecimiento deseado y que exponga con claridad sus objetivos no existe hasta el día de hoy. Aún no. Dentro de este panorama, hay una fundación reciente que impacta directamente a los museos del INBAL que se ocupan de lo contemporáneo: el MUAC, inaugurado en 2008 y que constituye uno de los proyectos culturales más trascendentes de la primera década del siglo XXI. Sin duda, la UNAM pretende remediar un vacío histórico en el centro del país al plasmar su propio espacio monumental y al construir una colección permanente, con la que intervienen en los debates sobre arte contemporáneo. Por todo esto es que el MUAC hace contrapeso a la oferta cultural del Instituto. Un lustro después, otro protagónico recinto volvió a hacer explicitas las debilidades de la estructura museal adscrita al INBAL en el territorio del arte producido en las últimas décadas: el Museo Jumex, instalado en 2013 y ubicado igualmente en la Ciudad de México. Cabe destacar que éste se distingue de todos sus antecesores por, además de su acervo, su interesante diseño arquitectónico, que lo hace mucho más atractivo que los costosos y anacrónicos edificios museales que desde los años ochenta de la centuria anterior empezaron a surgir. Por lógica, instituciones de esta naturaleza, que no sólo cuentan con una excelente, planeada y estudiada colección sino que además disponen de mucho mayor presupuesto que cualquiera dentro del INBAL, ejercen presión sobre los otros museos con perfil semejante para que busquen actualizarse y adecuarse a las demandas del presente y, por supuesto, favorece la forja y consolidación de una élite de curadores, museógrafos y gestores que mejoran la reflexión sobre el trabajo museal e incentivan los diálogos y las negociaciones con los artistas activos en la región. La competencia entre museos —tutelados por los gobiernos de los estados, instituciones federales, las universidades o asociaciones empresariales— siempre eleva la calidad de los productos culturales y redunda en una mayor y mejor oferta expositiva. La capacidad de estimular, despertar interés y contribuir al desarrollo de la sensibilidad estética de públicos diversos, incluso los de menor nivel educativo, tendría que ser resultado de un plan museal sistemático y prioritario. Los recintos que tienden a decantarse hacia lo 26 contemporáneo gozan de una ventaja especial: atraen con cierta facilidad a visitantes con mayor disposición de aprender, dialogar, encontrarse con otros e interactuar en un espacio para el que no se requieren títulos académicos ni convenios mercantiles sino curiosidad intelectual. El museo debe proporcionar las herramientas conceptuales para enmarcar tales diálogos, y hasta discusiones, sin intentar brindar respuestas absolutas como lo pretendieron los todopoderosos museos de los tiempos pretéritos. El sistema actual Como sabemos, desde hace varias décadas el estado de bienestar social se catalogó como ideología política anquilosada y sufrió mutaciones radicales, que en el escenario cultural lo llevaron a una progresiva dimisión de los compromisos institucionales que asumió desde el triunfo de la Revolución, a principios del siglo XX, con lo que lo artístico-cultural ha dejado de clasificarse como sector de prioridad nacional. En consecuencia, a nivel de subsistencia se mantiene la red federal de museos. Hoy por hoy, la mayor problemática de las instituciones culturales de carácter público reside en la sempiterna dependencia de que se active la voluntad política para el otorgamiento discrecional de partidas etiquetadas como excepcionales. El gasto corriente permite sólo ejecutar programas básicos anuales, lo que ocasiona que los recursos se empleen mayormente en la producción de exposiciones temporales (presupuesto indirecto) y que se destinen menores recursos a las labores indispensables de conservación e investigación de su acervo (presupuesto directo), lo que también dificulta la puesta en marcha de un esquema —si no permanente, al menos bienal o trienal— de restauración, equipamiento y mejoras, espaciales y funcionales. Peor aún, la burocracia cultural está atada de manos por reglamentos y disposiciones legales anquilosadas, que no reflejan las necesidades actuales de procuración de fondos. Después de la reforma de 1960-1964 —que fue la excepción que confirma la regla— se regresó a una práctica cultural de añeja raigambre, mediante la cual la red de museos crece de manera aleatoria y fortuita, sin un proyecto maestro para forjar un sistema de museos con base en las necesidades culturales de las diferentes regiones que forman el territorio nacional. 27 En consecuencia, las reconfiguraciones que se han efectuado hasta hoy han sido a resultas del anuncio de una nueva institución museística. Esto es, una de las bases de la estructura cultural en México pasa por el hecho de que las adecuaciones museales se hacen de manera informal, operativa e inmediata como reacción a una inevitable coyuntura. Igualmente, de forma circunstancial se han realizado compras de bienes culturales, se han autorizado transacciones mixtas (donación-venta) o se han aceptado legados, cesiones y donaciones específicas, sin que se hayan implantado políticas con lineamientos, potenciales o reales, de crecimiento sostenido. Frente a este crítico panorama, es evidente la necesidad de una reorganización administrativa y orgánica para dotar a los museos de mejores recursos patrimoniales, técnicos, humanos y económicos. Se precisa de un diagnóstico de las fortalezas y debilidades de las colecciones que resguardan los diversos museos y, por ambicioso que parezca, de reflexionar sobre la pertinencia de acometer una redistribución general, a fin de desarrollar mejores relaciones, conexiones y articulaciones entre ellos, lo que favorecería su complementariedad y se evitarían las actuales duplicidades y redundancias. La movilidad de las piezas contribuiría a su revitalización y posibilitaría que las revisiones de las colecciones permanentes se constituyan en alternativas a las exposiciones temporales, hoy refugio por excelencia de curadores y directivos dado su potencial lúdico, experimental y de marketing. Esto, por supuesto, llevaría a la toma de decisiones sobre la continuidad, o no, del perfil de cada museo, en el entendido de que los parámetros institucionales y los planes museológicos no deben supeditarse a la personalidad de los directores en turno. Redefinir, deslindar y, en su caso, confirmar cada vocación sería tarea sustancial de unas nuevas políticas culturales públicas que sustituirían a las inerciales estrategias actuales. Siempre es esencial el diseño de un programa de adquisiciones/donaciones —a ejecutarse a mediano y largo plazo— para el fomento de los acervos estatales. Esto incluiría una necesaria revisión jurídicoadministrativo-fiscal de las disposiciones reglamentarias y estatutos vigentes, para agilizar procesos hoy laberínticos en materia de donaciones, ventas y entregas en comodato de bienes patrimoniales. 28 Revisar, reflexionar, consensar, transparentar, planificar y legislar no son prácticas independientes del asunto presupuestal. El incremento sustancial y periódico de los recursos es la condición indispensable para la mejora de la red de museos públicos, asumiendo que no hay presupuesto que pudiera alcanzar para remediar todas las carencias. En consecuencia, estoy convencida de la necesidad de una segunda reforma nacional, consensada, que reorganice nuestro patrimonio y las instituciones que lo resguardan. Una actualización integral del sistema de museos de manejo público, que corrija la actual situación mediante la instrumentación de un programa sustentable y trans-sexenal, que busque puntos de acuerdo entre la burocracia museal, la clase política y aquellos interesados en activar no sólo sus derechos sino también sus responsabilidades culturales. 29 Referencias Libros Garduño, Ana, 2009, El poder del coleccionismo de arte: Alvar Carrillo Gil, México, UNAM, Colección Posgrado 38. ______________, 2014, “La utopía construida. El museo en el bosque de Chapultepec”, en Museo Nacional de Antropología. 50 aniversario, México, INAH, pp. 168-187. ______________, 2018, “Mexico’s Museo de Artes Plásticas. The Divergent Discourses of 1934 and 1947”, Art Museums of Latin America: Structuring Representation, Nueva York, Routledge, pp. 32-44. Gorostiza, Celestino, 1959, 25 años del Palacio de Bellas Artes, INBAL, México. Marquina, Ignacio, 1994, Memorias, INAH, México. Programa Nacional de Museos, 1986, INAH, México. Rubín de la Borbolla, Daniel, 1959, “Programa general de museos para México”, documento inédito, México. Archivo Histórico del Museo Nacional de Antropología. V.V.A.A., 2001, Memoria Munal 2000, México, Patronato del Munal. V.V.A.A., 2014, Pedro Ramírez Vázquez, inédito y funcional, México, MAM-INBAL. V.V.A.A., 2014, El Museo del Palacio de Bellas Artes, México, INBAL. Periódicos G., “Chapultepec”, El Iris. Periódico crítico-literario, México, 25 de marzo de 1826. Revistas Teja Zabre, Alfonso, 1925, “Discurso”, Anales del Museo Nacional de México, 4ª época, tomo III, 31 de diciembre, México, Talleres Gráficos del Museo Nacional de Arqueología, Historia y Etnografía, p 116. Fuentes electrónicas Benseny, Graciela, “El turismo en México”, Aportes y transferencias, consultada el 8 de mayo de 2019 https://www.redalyc.org/pdf/276/27611202.pdf. 30 Cantoral, Josué, “Museo Internacional del Barroco: fastuosidad sin transparencia”, Horizontal, consultada el 8 de mayo de 2019, https://horizontal.mx/museo-internacional-delbarroco-fastuosidad-sin-transparencia/ Chilewich, Nika, “Museo Internacional del Barroco”, Excélsior, consultada el 8 de mayo de 2019, www.excelsior.com.mx/blog/cubo-blanco/museo-internacional-del-barroco/1090697 Guerrero Rodríguez, Rafael, “Understanding the Policy Process: Actors, Discourses and Power Relations in the Political Arena of Aourism: A Case Study from México” (tesis de doctorado), Universidad de Est Anglia, Gran Bretaña, consultada el 8 de mayo de 2019. https://ueaeprints.uea.ac.uk/38814/1/_2011GUERRERO-RODRIGUEZRPhD.pdf. Landeros, Isaac, “Nuevo Soumaya. Percepciones alteradas de la arquitectura del espectáculo”, Anales del Instituto de Investigaciones Estéticas, consultada el 8 de mayo de 2019. http://www.analesiie.unam.mx/index.php/analesiie/article/view/2432/2536 León Portilla, “Los mexicanos no somos cualquier gato de la historia”, Animal Político, consultada el 8 de mayo de 2019 https://www.animalpolitico.com/2014/09/los-mexicanossomos-cualquier-gato-de-la-historia-discurso-integro-de-miguel-leon-portilla/ Martínez Campos, Salma, “El Museo Barroco Internacional de Puebla: tendencias y peligros”, Nexos, consultada el 8 de mayo de 2019 https://cultura.nexos.com.mx/?p=9802 Ponce, Armando, “Alfa y Televisa cumplen al fin el sueño de Tamayo: el Museo Internacional de Arte Contemporáneo”, Proceso, consultada el 8 de mayo de 2019 https://www.proceso.com.mx/131066/alfa-y-televisa-cumplen-al-fin-el-sueno-de-tamayoel-museo-internacional-de-arte-contemporaneo Redacción, “Soumaya: museo sin orden, colección dispareja”, Proceso, consultada el 8 de mayo de 2019 https://www.proceso.com.mx/268293/soumaya-museo-sin-orden-colecciondispareja-2 31