Perifèria
CristianismePostmodernitatGlobalització
Nuevos populismos y “sociedad líquida”
Joan Albert Vicens
El atractivo de los populismos radica en que dan
voz a la ira de los excluidos.
Dani Rodrik
1. Los nuevos populismos
“Lo que verdaderamente importa no es
qué partido controla nuestro gobierno,
sino si la gente controla o no el gobierno. El 20 de enero de 2017 se recordará
como el día en que el pueblo volvió a gobernar este país. Los hombres y mujeres
olvidados de nuestro país dejarán de estar olvidados.” (Trump, 2017).
2017), Partido por la libertad (Holanda,
13% en las elecciones de 2017), Partido
de la libertad de Austria (26% en las elecciones de 2017), Demócratas de Suecia
(17% en las elecciones de 2018), o Vox
(España, 15% en las segundas elecciones de 2019), por citar algunos.
Estas palabras habrían parecido no hace
mucho las de un líder izquierdista y casi
revolucionario, pero pertenecen al discurso de toma de posesión de Donald Trump
como presidente de los Estados Unidos.
Su ideario representa perfectamente lo
que podemos llamar “nuevos populismos”, las fórmulas políticas nacionalistas de extrema derecha que gobiernan
en Estados Unidos (Trump), Reino Unido
(Johnson), Brasil (Bolsonaro), Italia (Bersani-Salvini, hasta hace poco), Hungría
(Orban), Polonia (Kaczyski), o que, sin haber llegado al gobierno, atraen a sectores
considerables de la población europea:
Rassemblement National (antiguo Frente
Nacional, Francia, 34% en las elecciones
presidenciales de 2017), Alternativa por
Alemania (12,6% en las elecciones de
Además de prosperar por su cuenta, los
nuevos populismos condicionan el comportamiento de los partidos y gobiernos
que compiten con ellos pero que o bien
han convertido a los partidos populistas
en los enemigos a batir y los esgrimen
como espantajo a los electores, o bien
hacen suyos los temas de la agenda populista (emigración, Islam, patriotismo,
soberanía, proteccionismo, antieuropeísmo) e incluso incorporan elementos discursivos y programáticos del populismo
para conservar a una clientela seducida
por los líderes populistas.
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De una manera u otra, pues, los nuevos
populismos se encuentran hoy en el centro del escenario político y de la lucha
ideológica. Para tratar de caracterizarlos
vamos a señalar brevemente algunos rasgos que se encuentran mutatis mutandis
en todos ellos:
1) La apelación al “pueblo” como sujeto
político principal, identificándolo con una
“comunidad” (cultural, histórica, étnica ...)
o “nación” que se pretende “restaurar”,
enaltecer o “hacer grande “. Quién ha de
conquistar la libertad plena es el “pueblo”,
como equivalente a la “nación”. La idea
rectora de todos los populismos es que el
pueblo-nación ha perdido la soberanía o
ha dejado de ser la prioridad de la política
y se encuentra en una situación de peligro
mortal, agónica, que reclama una intervención decisiva, salvadora. El objetivo es
restaurar la nación. Así lo expresan algunos lemas electorales de los principales
partidos populistas: “Hagamos a América
grande” (Trump), “Queremos recuperar
nuestro país” (Farage), “Austria primero”
(Strache), “España siempre” (Vox).
J. Arcenillas, Sleepers
“la buena gente” que mantiene vivo el
país y se identifica espontáneamente con
su historia y sus tradiciones, “la gente de
aquí”. El pueblo al que apela el populismo es, en el fondo, la base popular de la
nación, la nación por excelencia. “Somos
una sola nación, y su sufrimiento [el de las
familias trabajadoras] es el nuestro –decía Trump en su discurso de investidura–.
Sus sueños son nuestros sueños y sus
triunfos serán nuestros triunfos. Tenemos
un mismo corazón, un hogar y un glorioso
destino” (Trump, 2017).
“Los otros”, en cambio, son ajenos u
hostiles a la nación y a sus intereses,
son sus enemigos declarados dentro y
fuera del país. Son las minorías que se
pueden considerar “no nacionales”, los
inmigrantes legales que practican una
cultura ajena, los migrantes ilegales y
refugiados que “asedian” las fronteras y
que, supuestamente, alimentan la delincuencia y el terrorismo en los países de
acogida. Por extensión, el populismo ve
como adversarios a los países extranjeros hacia donde van a parar las fábricas
deslocalizadas, de donde proceden las
importaciones más competitivas, o de
2) La reducción de todos los conflictos sociales a dos tensiones que no tienen una
salida negociable: “nosotros-los otros”,
“pueblo-élites”.
“Nosotros” equivale al “pueblo”, a la “gente sencilla”, “honrada” y “auténtica”, las
familias que quieren prosperar y no pueden, los trabajadores y emprendedores
que se ganan la vida a duras penas y viven en la inseguridad y la incertidumbre,
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donde llegan los inmigrantes y las bandas urbanas, las mafias o los terroristas que se vinculan con ellos. El Islam,
para los nuevos populismos de derecha,
representa la alteridad mayúscula: es
una “civilización” antagónica (Huntington), habita entre nosotros cuestionando
nuestra identidad y, para colmo, nos ha
declarado la guerra (Al Qaeda, Estado
islámico, Hezbolá, Irán ....). Los nuevos
populismos dan alas a la xenofobia, al
racismo y al supremacismo blanco e incluso al terrorismo racista blanco, como
está pasando en Estados Unidos.
las primeras 100 personas que aparezcan en un mitin de Vox en España o uno
de los 100 políticos de mayor nivel, me
quedo con los primeros. Tendrá un país
gestionado de forma más correcta, eficiente y por gente que entiende la naturaleza humana”. Y concluye Bannon: “La
crisis trajo el populismo, definitivamente,
porque las élites no tienen soluciones”
(Verdú, 2019).
3) Ligado a lo anterior, cabe destacar la
simplificación populista de los problemas
sociales y la correspondiente simplificación de las propuestas para resolverlos.
Así veía Trump la situación de su país: “Llevamos muchas décadas enriqueciendo
a la industria extranjera a expensas de
la industria americana. Financiando los
ejércitos de otros países mientras permitíamos el triste desgaste de Nuestro
Ejército. Hemos defendido las fronteras
de otros países mientras nos negábamos
a defender las nuestras. Y hemos gastado billones de dólares en el extranjero
mientras las infraestructuras nacionales
caían en el deterioro y el abandono. Hemos enriquecido a otros países mientras
la riqueza, la fortaleza y la confianza de
nuestro país desaparecían tras el horizonte” (Trump, 2017). Se alimenta la creencia
de que hay una solución nacional, individual, a todos los problemas, incluidos
los problemas económicos, migratorios o
ambientales globales que en realidad sólo
tienen soluciones globales, multilaterales.
En los programas populistas abundan los
diagnósticos superficiales y a menudo
falsos que motivan propuestas inteligibles
Pero el pueblo sufre también por la traición de sus enemigos interiores: “las élites”, “los de arriba”. Se trata de las élites
económicas globalizadas, “la clase política tradicional”, los partidos políticos que
se han alternado en el poder confabulados con los poderes económicos, sus
medios de comunicación afines, y los tecnócratas y asesores que justifican “científicamente” las políticas globalizadoras
y multiculturalistas. “No vamos a seguir
aceptando a políticos que hablan mucho
pero no hacen nada –decía Trump–, que
se quejan sin cesar pero nunca hacen
nada al respecto. Las palabras huecas
son cosa del pasado. Ha llegado la hora
de actuar. Que nadie os diga que no es
posible” (Trump, 2017).
El gurú-ideólogo de los nuevos populismos de extrema derecha, Steve Bannon,
sostiene que: “Necesitamos más camareros y menos abogados (...); si me deja
elegir entre que me gobierne alguna de
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para todos; recetas simples para abordar
asuntos muy complejos: “Vamos a seguir dos reglas muy sencillas –propone
Trump–: compra estadounidense y contrata a estadounidenses” (Trump, 2017).
Levantar muros en las fronteras para detener las migraciones o subir los aranceles a los productos chinos para proteger
a las empresas nacionales son fórmulas
simples que encarnan muy bien el espíritu
demagógico del populismo. Por el contrario, la idea de que todo es muy complejo
y no hay recetas rápidas para los grandes
problemas se mira como un tópico de los
“expertos”, los manipuladores de estadísticas, los asesores a sueldo de las élites
políticas y económicas.
todo un presidente estadounidense airear
cada día sus tonterías en twitter como
cualquier otro fanático de la red. El líder
populista presenta rasgos autoritarios, un
cierto carácter mesiánico, autosuficiente, voluntarista, se sitúa por encima del
partido que lo avala, quiere ser el líder de
un “movimiento” nacional insertado en un
movimiento populista internacional.
4) El populismo se basa en liderazgos carismáticos que apuestan por la defensa
a ultranza de los intereses del “pueblo”:
“Voy a luchar por vosotros hasta el último
aliento, y nunca, jamás, os abandonaré.
América volverá a triunfar, como nunca
antes (...) Nunca volveréis a ser ignorados. Vuestra voz, vuestras esperanzas y
vuestros sueños definirán nuestro destino como nación”, prometía Trump en su
toma de posesión (Trump, 2017). El líder
populista proclama a los cuatro vientos
que sintoniza con las verdaderas necesidades del pueblo, habla el “lenguaje de
la gente”, se aleja del “lenguaje políticamente correcto”, dice “lo que todos piensan” pero no se atreven a decir por temor
a la “cultura progresista” que lo domina
todo. Se dirige directamente a la gente
mediante las redes sociales, no necesita
intermediarios: resulta espectacular ver a
J. Arcenillas, Sleepers
5) El populismo cuestiona (con variedad
de tonos) la institucionalidad y la legalidad
democráticas en nombre de una “verdadera democracia” nacional donde se ejecute “directamente” la voluntad popular.
Abona el desencanto con la democracia
liberal y sus mediaciones: los partidos
políticos, el parlamento o el sistema judicial. El populismo se presenta como un
reformismo radical que quiere cambiar
seriamente la sociedad en el aspecto político, institucional, económico, educativo
y cultural; por ello, la llegada al poder de
partidos populistas conlleva reformas legales drásticas que ponen en cuarentena
las instituciones o los hábitos democráticos tal y como se han entendido hasta el
momento. Los líderes populistas prescin-
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den a menudo de las formalidades democráticas y desprecian las instituciones, se
mueven al filo de las leyes, se enfrentan al
Parlamento (Johnson, Trump,...) si es necesario, y también a los jueces o la prensa
libre: todos ellos conforman el “tinglado”
que hay que remover para satisfacer las
demandas populares. Contraponen de
forma permanente la democracia nacional a los órganos multinacionales de cooperación, que creen dominados por la
“ideología de la globalización”. El populismo promete una estricta obediencia de
los gobiernos a los intereses particulares
de la nación a base de ignorar a los del
resto de países; menosprecia a la parte de la nación que no comulga con sus
políticas y amenaza los derechos de las
minorías, los colectivos que protestan, las
ONGs de los derechos humanos, etc.
el “sistema de la posverdad” (Vicens,
2018), que utilizan como un arma política de primera magnitud: más que los
hechos, lo que importa es lo que quieren
trasladar como mensaje político, lo que la
gente tiene que creer en cada momento: “¿Es que [las falsedades atribuidas
al presidente] son más importantes que
las muchas cosas que dice que son verdad y que están cambiando la vida de la
gente?”, interrogaba a los periodistas de
la Casa Blanca la asesora de Trump Kellyanne Conway. Las creencias deseables
de los votantes deben producirse al coste
que sea y si es preciso hay que ignorar
los hechos, exagerarlos, tergiversarlos,
olvidarlos, desmentirlos, o inventar otros
nuevos totalmente falsos (“hechos alternativos”). Todos los elementos que configuran el sistema de la posverdad se ponen al servicio de las políticas populistas:
la publicidad y el marketing electoral, la
manipulación subrepticia del electorado
en las redes sociales, los recursos de la
manipulación psicológica de las masas,
la exaltación de una “cultura nacional”
frente a la cultura progresista y el multiculturalismo anti-nacional. Entretanto, los
“intelectuales”, los “expertos”, los “tecnócratas”, las instituciones de investigación
científica o la prensa de investigación son
presentados como manipuladores interesados de la opinión pública: “Os invito a
desconfiar de las caricaturas vehiculadas
por los periodistas, a menudo hostiles a
las ideas que defiendo”, pedía Marine Le
Pen en el auditorio de la Fundación Spinoza (Le Pen, 2019).
6) Si la demagogia acompaña habitualmente a la política, se podría decir que
en el populismo política y demagogia se
identifican absolutamente. El populismo
vive de la adulación de la “gente sencilla” y de la exaltación constante de las
emociones populares; de éstas, estimula las más negativas a base de exagerar
los aspectos más oscuros de la realidad
social y política y de renunciar a un análisis racional y objetivo de las situaciones;
abona al lenguaje maniqueo y las dicotomías sin alternativas: hay buenos y malos,
amigos y enemigos, patriotas y traidores,
los de “arriba” y los de “abajo”.
Por todo ello, no es extraño que los populismos se instalen decididamente en
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neonazis blancos que se enfrentaron a
manifestantes antifascistas en Charlotesville en agosto de 2017, causando un
muerto y 20 heridos.
2. Populismo i fascismo
Abundan las voces que se refieren a los
nuevos populismos como “nuevos fascismos” o, sencillamente, como el rostro actual del fascismo del siglo XX. Sami
Nair habla sin tapujos de un “nuevo fascismo europeo”, que se fundamenta en
una “concepción pura de la nación” y en
el rechazo del mestizaje y de los inmigrantes (Nair, 2018). En la prensa digital
podemos encontrar docenas de artículos
y páginas dedicados a relacionar populismo y fascismo. En España, Iñaki Gabilondo asegura que “Vox es el franquismo, exactamente lo que nos quisimos
quitar de encima”. En Cataluña, Gabriel
Rufián (ERC), con motivo de las elecciones generales de abril de 2019, llamaba
a “levantar un muro contra el fascismo”
de Vox. A Bolsonaro lo han llamado “el
Hitler brasileño”; Trump ha sido acusado
repetidamente de ser fascista y la misma
imputación se ha dirigido contra el FN (o
RN) francés u otros partidos populistas.
En cambio, Marine Le Pen siempre amenaza con llevar ante los tribunales a quien
la trate de fascista.
J. Arcenillas, Sleepers
A primera vista, se podrían señalar algunos puntos de contacto entre los fascismos del período de entreguerras y los
nuevos populismos: la omnipresencia de
un líder carismático, el tradicionalismo, el
nacionalismo radical o los aires racistas,
pero las diferencias entre los nuevos populismos y los viejos fascismos son suficientemente notables como para no caer
en la simplificación: los primeros no se declaran contrarios a la democracia liberal,
como lo hacían de manera muy explícita
los segundos, sino que quieren recuperar la soberanía nacional y el poder de la
“nación pura”, restringiendo los derechos
de ciudadanía “sólo” a los inmigrantes
ilegales o los refugiados. Los nuevos populismos de derecha radical (al menos de
momento) no pretenden instaurar un régimen totalitario de partido único, suprimir
el debate político o encarcelar a los disidentes, sino “devolver el poder al pueblo”.
Quieren tensionar el debate político, des-
El hecho es que algunos políticos o militantes populistas han manifestado ocasionalmente su respeto por Hitler, Mussolini o Franco, o al menos se han negado
a condenarlos taxativamente. Es cierto
también que hay grupos de extrema derecha nostálgicos de los antiguos fascismos que se sienten cómodos dentro de
los partidos populistas. El mismo Trump
llamó “buena gente” a supremacistas y
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legitimar retóricamente a sus antagonistas (son, dicen, “anti-nacionales”) y derrotarlos electoralmente a base de imponer
su agenda y de prometer la restauración
nacional. No encontramos claramente en
el populismo actual la exaltación de la violencia y el heroísmo, el irracionalismo, el
culto a la acción por la acción o el belicismo muy característicos de los antiguos
fascismos, rasgos que Umberto Eco incluía a su perfil del fascismo prototípico.
interesa en este artículo aportar algunas
reflexiones sobre sus orígenes y las razones que explican su emergencia en
nuestro tiempo.
Existe en torno a los nuevos populismos
de derecha un cierto sentimiento de extrañeza. La tendencia a asociarlos al fascismo o a remarcar sus rasgos ultra-nacionalistas y racistas abona la sensación
de que representan algo anacrónico y artificioso, un ideario político superado hace
décadas que ahora revive de manera sorprendente aprovechándose del fracaso de
la mayoría de los gobiernos democráticos
en la gestión de la gran crisis de 2008. Se
sugiere una analogía entre la depresión
de 1929 y la emergencia de los fascismos y la crisis de 2008 y la aparición de
nuevos populismos “neo-fascistas”. Un
cuerpo de ideas caducas y rechazadas
hace tiempo buscarían una nueva oportunidad con el viento favorable de otra
gran depresión, gracias al poder difusor
de internet y de las redes sociales y con
el apoyo de Rusia, que conspira contra la
UE y contra la vieja alianza USA-Europa.
De acuerdo con este enfoque, el nuevo
populismo sería un neofascismo oportunista y en todo caso un anacronismo.
Alguien dirá, como apunta el propio Eco,
que la presencia de uno solo de aquellos
ingredientes (él hace una lista de 16) es
suficiente para justificar la acusación de
fascismo, pero entonces corremos el peligro de banalizar el uso del término y de
restarle precisión histórica, y también de
malentender la naturaleza específica de
los populismos actuales. Hay que tener
en cuenta que las ideas y propuestas populistas, que mucha gente sensata acepta fácilmente, se formulan en un lenguaje
bastante homologable dentro del debate
político actual, lejos de la retórica doctrinaria de los fascismos del siglo pasado.
Equiparar simplemente el populismo de
extrema derecha con el fascismo puede
tener el efecto contraproducente de ahorrarnos la discusión de los argumentos y
las propuestas populistas, porque se supone que los fascistas se han de combatir de muchas maneras pero no hay que
perder el tiempo discutiendo con ellos.
Por nuestra parte, queremos mostrar que
los nuevos populismos no son una moda
antigua que se vuelve a imponer, sino
un fenómeno “muy siglo XXI”: estamos
hablando de algo que responde perfectamente a las coordenadas que definen
nuestro momento histórico. No son ideas
viejas para un tiempo nuevo, sino ideas
A nosotros, más que detenernos a debatir sobre los referentes ideológicos pasados de los populismos actuales, nos
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“adecuadas” a nuestro tiempo, perfectamente “contemporáneas”, que encajan
con las expectativas de sectores importantes de la población y que, por tanto,
“alguna razón” tienen.
No iremos a ninguna parte –o más bien
iremos a peor– si nos limitamos a una autosatisfecha condena de los líderes y los
partidos populistas de extrema derecha
desde un sentimiento de superioridad
moral que no se interesa por la situación
que viven sus votantes, la inmensa mayoría de los cuales de ninguna manera son
unos fascistas nostálgicos y obsoletos.
3. La “societat líquida”
Para poner de manifiesto la actualidad
radical del populismo nos parecen útiles
las reflexiones de Zygmund Bauman sobre la sociedad actual, que ha caracterizado con los conceptos de “modernidad
líquida” o “sociedad líquida”. No tenemos
espacio aquí para desgranar con detalle
todo lo que implican estas nociones; sólo
las esbozaremos y señalaremos después
por qué tienen especial relevancia en la
emergencia del populismo.
J. Arcenillas, Sleepers
La imprescindible lucha política contra
los populismos en todas sus expresiones
sólo será eficaz si asumimos su actualidad y reconocemos su radicación plena
en nuestras sociedades tal y como son
hoy. Que sean rechazables no quiere decir que no sean explicables, y explicarlos
no equivale a justificarlos. Tratar a los populismos derechistas de neo-fascistas,
neo-nazis o neo-franquistas, rechazarlos
sin más y quedarnos tan anchos nos aleja de comprenderlos y nos hace más difícil contrarrestarlos porque no habremos
identificado correctamente las claves de
su éxito. En cambio, vincularlos al presente y no al pasado nos puede ayudar
a entender a quienes son seducidos por
su propaganda y a dialogar con ellos, y
nos obliga a buscar alternativas más viables, justas y democráticas que los programas populistas.
“La fluidez es la metáfora regente de la
actual etapa de la sociedad moderna”
(Bauman, 2000, pos. Kindle 43). Lo que
hace “líquido” nuestro tiempo es el hecho de que se han “licuado” durante la
segunda mitad del siglo XX y hasta hoy
las bases “sólidas” sobre las que se asentaban, primero la sociedad tradicional (la
religión, la iglesia, la monarquía, la estirpe, la vida comunitaria ...), y la sociedad
moderna después (el Estado-nación, la
clase social, las empresas, el trabajo, la
familia, la propiedad...). Toda referencia
sólida orientadora de la vida individual y
social ha perdido consistencia. Las ins-
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tancias tradicionales o modernas dotadas
de autoridad y permanencia, que fijaban
el marco estable de la existencia personal y merecían la lealtad y la confianza de
la gente, se han vuelto inconsistentes,
variables, débiles, no fiables: “Salimos
de la época de los grupos de referencia
preasignados para desplazarnos hacia
una era de ‘comparación universal’ en la
que el destino de la labor de construcción
individual está endémica e irremediablemente indefinido, no dado de antemano,
y tiende a pasar por numerosos y profundos cambios”(Bauman, 2000, pos. Kindle 163). Las consecuencias para las personas han sido la privatización de la vida
(todo lo que hago, todo lo que me pasa,
“es cosa mía” ...), la desorientación, la incertidumbre, la inseguridad y el escepticismo con relación a lo que es común.
lismo pone a nuestra disposición infinitas
posibilidades de consumo que no tienen
en cuenta nuestras necesidades reales,
sino nuestros deseos, que brotan sin cesar. Las personas viven abocadas a una
perpetua inquietud porque nunca se satisfacen con lo que pronto se vuelve obsoleto, lo que es efímero e inconsistente.
“Para que las posibilidades sigan siendo
infinitas –escribe Bauman–, no hay que
permitir que ninguna de ellas se petrifique
cobrando realidad eternamente”; “la incertidumbre está condenada a convertirse en una permanente mosca en la sopa
de la libre elección” (Bauman, 2000, pos.
Kindle 1373 y 1992).
Sociedad líquida y consumismo son,
pues, las dos caras de la misma moneda; la liberación de los individuos en
relación a cualquier patrón estable los
ha conducido a la vida sin norte de los
catacaldos. Para venderlo todo a cualquiera, el capitalismo necesita licuarlo
todo; precisa individuos más que ciudadanos, quiere gente permanentemente
desorientada e insatisfecha.
Una sociedad así, “líquida”, ha sido el terreno propicio para el desarrollo del capitalismo del consumo, que ha sustituido el
capitalismo (fordista) centrado en la producción y el “bienestar”. A los individuos
completamente “liberados” de referentes
sociales y culturales “pesados”, lo único
que les queda es saltar de una cosa a
otra, probarlo todo, experimentar y seguir
siempre buscando una nueva oferta, instalarse en la cadena interminable de los
deseos. Cuando no hay metas mayores
legitimadas por grandes ideales (Justicia,
Igualdad, Socialismo, etc.), sólo quedan
los objetivos menores y particulares, que
se pueden adquirir al contado o a crédito. El dinero se ha convertido en la base
de la existencia. “Por suerte”, el capita-
El otro rasgo que define la sociedad líquida
en la modernidad tardía es la autonomización del poder económico en relación con
cualquier territorio propiciada por las tecnologías de la información y los actuales
medios de transporte. De ello se deriva lo
que Bauman considera una característica
fundamental de nuestro tiempo: el divorcio entre el poder real y la política.
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El poder económico se ha vuelto extraterritorial, es nómada, se mueve a toda
velocidad por todo el planeta, de un nodo
comercial o financiero a otro; aprovecha
internet como recurso para la gestión de
sus activos en todas partes a través de
una red mundial física y virtual por donde
fluyen los negocios, las inversiones, los
activos financieros, la información y las
decisiones económicas y comerciales.
“En la actualidad –dice Bauman–, el capital viaja liviano, con equipaje de mano,
un simple portafolio, un teléfono móvil y
una computadora portátil. Puede hacer
escala en casi cualquier parte, y en ninguna se demora más tiempo del necesario”
(Bauman, 2000, pos. Kindle 1926). Esta
facilidad de movimientos del capital y el
comercio va de la mano del consumismo
sin límites, porque nos facilita el acceso a
productos de cualquier lugar del mundo a
precios bajos.
vida en su conjunto” (Bauman, 1999, pos.
Kindle 175). Sin embargo, a diferencia de
los trabajadores, que no van donde quieren, el trabajo como actividad productiva
no queda fijado en ningún territorio en particular. No cuesta nada trasladar el cultivo
de un producto a otro sitio donde resulte
más barato o mover una fábrica a la otra
punta del mundo a la búsqueda de salarios más bajos, costes sociales reducidos
y un gobierno que “facilite” las inversiones
con una menor carga impositiva. El escenario donde todo esto se produce es el
“mundo global”.
Mientras los capitales y sus gestores
campan por el mundo sin impedimentos,
los trabajadores aún se mantienen muy
mayoritariamente ligados a un territorio.
“El Trabajo [en referencia als treballadors]
sigue tan inmovilizado como en el pasado, pero el lugar al que antes estaba fijado ha perdido solidez; buscando en vano
un fondo firme, las anclas caen todo el
tiempo sobre la arena que no las retiene”
(Bauman, 2000, pos. Kindle 1926). El dinero se mueve rápidamente hacia donde
sea necesario, pero los trabajadores se
quedan donde están: hay una muy clara “asimetría entre la naturaleza extraterritorial del poder y la territorialidad de la
J. Arcenillas, Sleepers
Así pues, la “globalización” consumada
al final del siglo XX ha hecho posible la
movilidad sin límites temporales o espaciales del capital y ha debilitado los vínculos territoriales del trabajo, mientras los
trabajadores, muy mayoritariamente, no
se mueven de su lugar. La velocidad de
movimientos determina una nueva distribución del poder: “Las personas que
se mueven y actúan más rápido, las que
más se acercan a la instantaneidad de
movimiento, son ahora las personas dominantes. Y las personas que no pueden
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moverse tan rápido, y especialmente las
personas que no pueden dejar su lugar
a voluntad, son las dominadas” (Bauman,
2000, pos. Kindle 2683). En esto radica
el carácter “negativo” de la globalización.
Vistos sus resultados, Bauman no duda
en hablar de una “globalización completamente negativa” que ha hecho crecer la
desigualdad y la injusticia, la incertidumbre y el sentimiento de desprotección de
las personas y ha dado lugar a una sociedad mundial abierta que “evoca en la mayoría de las mentes la experiencia aterradora de unes poblaciones heterónomas
y vulnerables, abrumadas por fuerzas
que no pueden controlar ni comprender
plenamente, horrorizadas ante su propia
indefensión y obsesionadas con la seguridad de las fronteras (…) dado que es
precisamente esta seguridad fronteriza e
intrafronteriza la que escapa a su control y
parece estar destinada a quedar fuera de
su alcance para siempre”(Bauman, 2007,
pos. Kindle 125).
pulismos, como veremos a continuación,
resultan ser un subproducto de la globalización negativa en la época de la modernidad fluida.
4. De la “sociedad líquida” a los nuevos
populismos.
Hay aspectos de la sociedad líquida que
guardan funcionalidad con los nuevos
populismos. Queremos mostrar que los
nuevos populismos, lejos de significar
un anacronismo político, están en continuidad con nuestro momento histórico
y canalizan a su manera las quejas y las
necesidades de una buena parte de la
población de las sociedades democráticas, por mucho que lo hagan de una
manera lamentable. Aplicaremos aquí el
principio heurístico de T.H. Marshall, citado por Bauman, de que si encontramos
mucha gente que corre a la vez y en la
misma dirección, hay que formularse dos
preguntas: ¿Detrás de quién corre? ¿De
qué huye?
La licuefacción o más bien la liquidación
de los referentes sociales y culturales tradicionales o modernos y la movilidad sin
límites espaciales y temporales del poder
económico en el mundo globalidad son,
según Bauman, las notas constitutivas de
la sociedad líquida. Sus productos mayores son la desigualdad creciente en todo
el mundo y “la desaparición de la política tal y como la conocemos, la Política
con mayúsculas, la actividad encargada
de traducir los problemas privados en
temas públicos (y viceversa)” (Bauman,
2000, pos. Kindle 1539). Los nuevos po-
Ya sabemos de sobras detrás de quién
corren los votantes del populismo y ahora
nos toca abundar en la segunda cuestión:
ya se puede vislumbrar que debe ser bastante horroroso lo que espanta a la gente
para que acabe confiando en personajes
tan lamentables como Trump, Bolsonaro,
Salvini, Duterte y compañía.
a) El debilitamiento del estado protector.
La movilidad extrema del capital en el
mundo global ha desarbolado el poder
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estatal. “Ahora se abre una brecha entre
política y economía” que parece insalvable (Bauman, 1999, pos. Kindle 965). “El
capital se ha vuelto extraterritorial, liviano,
desahogado y desarraigado hasta niveles
inauditos, y su recientemente adquirida
capacidad de movilidad espacial alcanza,
en la mayoría de los casos, para extorsionar a los agentes locales de la política
y obligarlos a acceder a sus demandas”
(Bauman, 2000, pos. Kindle 3390).
te afectación a los servicios públicos. “Todos somos conscientes –dice Marine Le
Pen– de que la globalización ha enriquecido a algunas empresas que han sabido
producir allí donde el trabajo es gratuito y
vender allí donde el poder de compra es
elevado, arruinando a territorios, creando
millones de parados y destruyendo las
clases medias, es decir, el pilar de nuestras democracias “(Le Pen, 2019).
Los estados sufren el chantaje de las
empresas que amenazan continuamente con trasladar sus fábricas a donde
las condiciones les sean más favorables:
salarios más bajos, contratos precarios,
baja protección social, impuestos reducidos. Por eso intentan “dar confianza a
los mercados” y “alentar las inversiones”
a base del control del gasto público, la reducción impositiva, la reforma del sistema
de protección social o la eliminación de
“las rigideces del mercado de trabajo”.
La expresión que lo resume todo es “racionalización de la economía” (Bauman,
1999, pos. Kindle 1845-97). Entran en
juego los tópicos de la dogmática neoliberal asociada a la globalización.
J. Arcenillas, Sleepers
En la época del capitalismo moderno, los
estados complementaban los sueldos privados con servicios públicos para todos
(sanidad, educación, pensiones, seguro
de desempleo) y las empresas permanecían más fieles a los territorios donde
los estados se cuidaban de sus trabajadores. Hoy, en el capitalismo globalizado
posmoderno, la movilidad extrema del
capital ha reducido al mínimo la capacidad de maniobra de los estados, los cuales, presionados por las empresas y los
mercados, deben hacerse cargo en solitario de las consecuencias de las deslocalizaciones, las regulaciones de plantillas
o las recesiones. Los gobiernos actúan
entonces como “servicio de seguridad
Las consecuencias de la aplicación de
esta ideología son el crecimiento de la
desigualdad entre la población asalariada,
territorializada, y las élites globalizadas, el
debilitamiento de la capacidad negociadora de los trabajadores y de los sindicatos, y la disminución de los recursos
públicos procedentes vía impuestos de la
actividad empresarial, con la consecuen-
55
Perifèria. Cristianisme, Postmodernitat, Globalització 6/2019
de las megaempresas” (Bauman, 1999,
pos. Kindle 1,153), manteniendo a raya
a las clases trabajadoras con el discurso
de que “no hay alternativa” a las políticas
ultra-liberalizadoras. “En el mundo de las
finanzas globales, la tarea que se asigna
a los Gobiernos estatales es poco más
que la de grandes comisarias” (Bauman,
1999, pos. Kindle 2079).
La alternativa populista se presenta como
la vía para que los estados y “los pueblos”
recuperen la soberanía y la libertad frente
a la dictadura de los mercados globalizados y sus instituciones.
Así lo expresa M. Le Pen: “No acepto
que el dinero sea el único principio político de la sociedad, lo que da acceso al
poder, al discurso, a la información, a la
relación. (...) La afirmación “no hay alternativa” es la misma negación de la política. Si existe la política y, por tanto, la
libertad de los pueblos para autodeterminarse, siempre hay una alternativa. Y
vemos en la hegemonía de aquellos que
pretenden someter el debate político a la
ciencia económica, una nueva religión y
un nuevo fundamentalismo. Este liberalismo equivocado es el peor enemigo de
la democracia”(Le Pen, 2019).
Los países tienen fronteras porosas para
los movimientos financieros, ya no controlan su moneda, se diluye su cultura
“nacional”, sus ejércitos no salvaguardan
las fronteras y –esto es lo más grave– han
perdido capacidad de servir a los ciudadanos: los servicios públicos se han deteriorado, la protección de los trabajadores
disminuye, los sistemas de pensiones ya
no están asegurados. “El estado social”
flaquea y esto induce en los ciudadanos
un sentimiento creciente de incertidumbre y desprotección y, en muchos casos,
de abandono. La gente culpa de ello a los
partidos “tradicionales” que se han ido
turnando en el gobierno. Ni los partidos
de derecha liberal que siempre han cantado las glorias de la globalización, ni una
socialdemocracia incapaz de hacer frente
a los mercados, pueden ofrecer alternativas creíbles. En estas circunstancias, mucha gente se vuelve sensible a la promesa
de que su país recobrará el control de su
destino: los líderes populistas aparecen
en el escenario apelando a la soberanía
popular contra los mercados, las megaempresas o los bancos, mientras rechazan “la ideología de la globalización”.
A los males de globalización se oponen
la intervención estatal en la economía y
sobre todo el nacionalismo económico.
En año, 2014, la misma Marine Le Pen
aseguraba en su cuenta de Twitter (7-122014) que «la globalización es una barbaridad, y corresponde al estado nacional
limitar sus abusos y regularlos”. Según
Steve Bannon, tras el “movimiento” populista hay una idea: “Sólo se trata de soberanía, de hacerte cargo de tu destino”
(Verdú, 2019). Trump expresó el mismo
objetivo en términos análogos el primer
día de su presidencia: “A partir de este
día, una nueva visión va a gobernar nuestro país. A partir de este momento, va a
ser América primero. Cada decisión so-
56
Perifèria. Cristianisme, Postmodernitat, Globalització 6/2019
bre temas de comercio, impuestos, inmigración, asuntos exteriores, se tomará en
beneficio de los trabajadores y las familias
americanas” (Trump, 2017).
garantiza una vida digna ni da demasiada
seguridad. Mucha gente no sabe hasta
cuando le durará su trabajo o si lo conservará dentro de unos meses, si le subirán
el sueldo, si podrá pagar la hipoteca o el
alquiler, si sus hijos jóvenes trabajarán y
se emanciparán, o si sus empleos y sus
negocios serán externalizados a China o
a la India, o los ocuparán inmigrantes dispuestos a trabajar 12 horas diarias.
A nadie le puede extrañar que mensajes de este estilo encuentren audiencia
entre la población que directa o indirectamente sufre los efectos de la globalización negativa.
En realidad, esta precariedad en que
vive la población trabajadora persigue
la finalidad de hacerla dócil, que acepte cualquier contrato, cualquier sueldo o
encargo, sin protestas: “El trabajo verdaderamente “flexible” –dice Bauman– sólo
se concibe si los empleados actuales y
del futuro próximo pierden sus arraigados
hábitos de trabajar todos los días, por turnos, en un lugar con los mismos compañeros de labor; si no se habitúan a trabajo
alguno y, sobre todo, si se abstienen (o
si se ven impedidos) de desarrollar actitudes vocacionales hacia el trabajo actual
y abandonan esa tendencia enfermiza a
hacerse fantasías acerca de los derechos
y las responsabilidades de la patronal”
(Bauman , 1999, pos. Kindle 1940).
J. Arcenillas, Sleepers
b) La vida en precario
La imposición a ultranza de la flexibilidad
laboral se traduce en precariedad, incertidumbre, inseguridad y miedo en los
trabajadores. Los asalariados, los emprendedores, las clases medias, incluso
aquellos que no han sufrido directamente
los efectos de la crisis, están inquietos:
ven que su formación se queda obsoleta
debido a los constantes cambios tecnológicos, la robotización les resta oportunidades, las empresas se reestructuran
continuamente, los sueldos son bajos,
el ahorro es menor, la vivienda es cara,
la protección estatal disminuye, las perspectivas son inciertas. Tener trabajo ya no
Son bien conocidos los mecanismos psicológicos que se disparan en aquellos
que sufren una situación de incertidumbre e inseguridad: victimización, mal humor, hipersensibilidad, miedo y agresividad, “una agresividad engendrada por la
insoportable sensación de humillación y
menoscabo, o por el Igualmente inaguantable terror a la degradación y la exclusión
57
Perifèria. Cristianisme, Postmodernitat, Globalització 6/2019
social” (Bauman, 2017, pos. Kindle 605).
Hay mucha ira contenida o desatada que
es agua de mayo para el populismo: “No
hay mejor manera de asegurar el éxito de
los populistas que poner al fuego y hacer
bullir permanentemente el caldero de la
ira –avisa Bauman–: la ira de los excluidos
y los abandonados es una veta excepcionalmente fructífera de la que extraer carretadas y carretadas de capital político”
(Bauman, 2017, pos. Kindle 1132).
de su vida como receta contra la inseguridad y la desprotección: “Los detalles
cambian en cada país –declara Bannon–,
pero la filosofía [del movimiento populista]
es la misma: llevar la toma de decisiones
cerca de la gente, soberanismo, seguridad y economía” (Verdú, 2019).
La oferta populista, hay que decirlo, tiene
trampa: Bauman denuncia que se fundamenta en la práctica de lo que él llama
la “securización” (Securitization), es decir, crear la sensación de que se da seguridad a una ciudadanía inquieta a base
centrarse en asuntos sobre los que el
estado mantiene un cierto control, ocultando otros factores más relevantes sobre los que el estado ya no tiene una gran
influencia: los mercados financieros, las
grandes corporaciones transnacionales.
La emigración, el terrorismo, la identidad
o la lucha cultural se sitúan así en las primeras líneas de la agenda política (Bauman, 2016, pág. 33).
“La inseguridad real (muy real) incorporada a la condición existencial de sectores
cada vez más amplios de la población
es una ayuda para los políticos a la que
estos no hacen ascos” (Bauman, 2016,
pág. 32). El populismo sabe extraer capital político de la inquietud o la ira de la
población trabajadora, desculpabiliza a
los trabajadores y empresarios del país,
y propone un cambio radical que muchos
firmaríamos: la economía al servicio de
las personas y no las personas al servicio de la economía. “Frente a este Chernobyl económico y social, demográfico e
identitario –proclamaba Marine Le Pen el
1 de Mayo de 2019–, nuestro proyecto es
una revolución. Una revolución pacífica y
democrática, pero una revolución, la del
sentido común. (...) La economía está al
servicio del hombre y del bienestar de los
pueblos y no al revés” (Le Pen, 2019b).
“Queremos liberar a Europa –continuamos citando a Le Pen– de una nueva forma de dogmatismo, impuesta en nombre
de la llamada ciencia económica de derecho divino” (Le Pen, 2019). Se trata, en
definitiva, de devolver a la gente el control
c) Los inmigrantes en cuestión
Ya hemos dicho que, para el populismo,
los enemigos de la nación son las élites,
los partidos tradicionales, las corporaciones globalizadas y las instituciones supranacionales, pero dos de cada tres veces
su discurso apunta los inmigrantes. Estos
se convierten en el blanco de las mayores
acusaciones. Se trata de los inmigrantes
legales, pero sobre todo de los ilegales y
los refugiados. Ellos representan en carne viva, dentro de nuestras sociedades,
la realidad de la globalización. La inmigra-
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Perifèria. Cristianisme, Postmodernitat, Globalització 6/2019
perable a la incertidumbre existencial a la
que han dado lugar la nueva fragilidad y la
fluidez de los vínculos sociales” (Bauman,
2000, pos. Kindle 2437).
De manera paradigmática, Trump, en sus
diatribas en Twitter del pasado julio contra cuatro congresistas no blancas, une el
rechazo racista del “otro” y el desprecio
de sus países de origen: “Qué interesante
ver a las congresistas demócratas ‘progresistas’, que proceden de países cuyos
Gobiernos son una completa y total catástrofe, y los peores, los más corruptos e
ineptos del mundo (ni siquiera funcionan),
decir en voz alta y con desprecio al pueblo
de Estados Unidos, la nación más grande y poderosa sobre la Tierra, cómo llevar
el Gobierno. ¿Por qué no vuelven a sus
países y ayudan a arreglar esos lugares,
que están totalmente rotos e infectados
de crímenes? Entonces que vuelvan aquí
y nos digan cómo se hace”.
J. Arcenillas, Sleepers
ción es la obsesión del populismo, que
vincula esencialmente oleadas migratorias y globalización. Así lo expresaba Marin Le Pen en su discurso del pasado 1 de
mayo: “Este movimiento de competencia
global globalizada ha sido acompañado
de una inmigración masiva para reducir
los salarios y las protecciones sociales en
nombre de la competitividad. El resultado es una economía colapsada y clases
pequeñas y medianas laminadas, dejando a nuestros hijos solo la perspectiva
del desempleo masivo, la precariedad, el
colapso de nuestros servicios públicos, la
inseguridad social y la incertidumbre ante
el futuro” (Le Pen, 2019).
Una vez los “otros” son señalados, hay
que buscar las pruebas que justifican tal
rechazo, y no al revés. “En cuanto se estipula la división entre ‘nosotros’ y ‘ellos’
conforme a tales reglas, el propósito de
cualquier encuentro entre los antagonistas deja de ser la atenuación del antagonismo: de lo que se trata a partir de
entonces es de adquirir/crear más pruebas si cabe de que tal atenuación es contraria a la razón y está totalmente fuera
de lugar” (Bauman, 2017, pos. Kindle
833). A los inmigrantes se les atribuyen
todos los males: la presión a la baja de
los salarios, la ocupación de puestos de
Para el populismo, la respuesta a todo
esto es obvia: la híper-regulación de la
inmigración o directamente el rechazo, la
exclusión o la exigencia del retorno a sus
países de origen de los migrantes ilegales
y de los refugiados. “Los esfuerzos por
mantener a distancia al “otro”, el diferente,
el extraño, el extranjero –reflexiona Bauman–, la decisión de excluir la necesidad
de comunicación, negociación y compromiso mutuo, no sólo son concebibles,
sino que aparecen como la respuesta es59
Perifèria. Cristianisme, Postmodernitat, Globalització 6/2019
trabajos que deberían reservarse a los
nacionales, la saturación y degradación
de la educación y la sanidad públicas, el
acaparamiento de las ayudas sociales, la
inseguridad en las calles e incluso el terrorismo. Su culpabilidad precede cualquier
delito real que puedan cometer (Bauman,
2016, pág. 43). “Todos los terroristas son
migrantes”, repite Víctor Orban, y el propio Trump insiste siempre en la misma
idea. Los líderes populistas respaldados
por sus medios de comunicación afines
y mediante las redes sociales abonan la
histeria anti-inmigración, pero la obsesión
con los inmigrantes se alimenta del resorte psicológico que secularmente mueve a
las personas a ver en el extraño al causante de sus problemas.
res. Además, nutre a las mafias, las bandas urbanas, la delincuencia, el narcotráfico o el terrorismo.
Los verdaderos causantes del retroceso
del estado social, de la desigualdad o de
la incertidumbre económica permanecen
en una nebulosa para la mayoría de la población: los mercados, los fondos de inversión, las grandes transnacionales forman un formidable entramado de poder
maléfico pero difuso, abstracto, difícil de
ubicar, lejano; nadie lo encarna claramente cerca de nosotros.
Se grita a los cuatro vientos cualquier
delito cometido por un inmigrante o un
refugiado, pero Bauman dice con razón que cuesta mucho distinguir la actividad legal de la ilegal de los actores
más poderosos de la globalización: “los
actos ilegales cometidos en la cumbre
son sumamente difíciles de separar de
la densa red de transacciones empresariales”. El discurso económico esconde
los verdaderos delitos y los más grandes
delincuentes. “Despojar a una nación de
sus recursos –denuncia Bauman– se llama ‘fomento del libre comercio’; robar a
familias y comunidades enteras sus medios de vida se llama ‘reducción de personal’ o ‘racionalización’. Jamás estas
dos acciones han aparecido en la lista
de actos delictivos y punibles” (Bauman,
1999, pos. Kindle 2129-32).
Por otra parte, como la emigración le debería parecer a cualquier persona sensata como la alternativa lógica y éticamente
justificada de quienes dejan su tierra huyendo de la pobreza o la violencia para
buscar un futuro mejor para su familia,
el discurso populista tiene que justificar
el rechazo al inmigrante divulgando estereotipos (“retratos de inhumanidad”)
“que fortalecen la resolución de rechazar
la inmigrante, la cual carece de argumentos racionales y éticos” (Bauman, 1999,
págs. Kindle 1322- 27). Sostiene que el
inmigrante cuestiona con su sola presencia nuestro estilo de vida, es inasimilable
culturalmente, amenaza nuestro trabajo y
nuestro bienestar, procede de países hacia donde se deslocalizan nuestras empresas y encima desinvierte en nuestro
país cuando envía remesas a sus familia-
A los inmigrantes, a diferencia de los mercados y las empresas globalizadas, los
encontramos cada día en el metro o el bus
60
Perifèria. Cristianisme, Postmodernitat, Globalització 6/2019
y los domingos en nuestras plazas, hacen
cola en el médico y los demás servicios
públicos, ocupan puestos de trabajo que
podrían ser para «la gente de aquí». Viven
cerca, tienen rostro, los podemos identificar. No podemos expulsar del país a los
mercados o a las grandes corporaciones
porque estos ya están “fuera” siempre y
desde fuera nos dominan, pero sí podemos echar a los inmigrantes ilegales o los
refugiados, o al menos impedir que entren muchos más.
nicos blancos en relación a los inmigrantes asiáticos: “nos hemos beneficiado del
creciente disgusto de los blancos británicos con la discriminación a favor de los
asiáticos. Los blancos de las áreas industriales deprimidas son tan pobres como
los pakistaníes, pero disfrutan de muchos
menos beneficios sociales porque tienen
menos hijos y no entran dentro del juego
de la economía sumergida, con trabajos
no declarados. Los blancos del Reino
Unido estamos hartos de la corrección
política y de la discriminación a favor de
los inmigrantes”.
d) De la decadencia nacional a la
restauración nacional
El capitalismo de consumo global ha desguazado las identidades mayores: nacionales, culturales o religiosas. A muchos
les cuesta saber dónde están y quiénes
son porque el mundo que habitan es una
mescolanza de productos y formas de
vida de los cinco continentes donde coexisten la pizza, el yoga, el Iphone, el sushi,
las series de Netflix, el “súper de los pakis” abierto 20 horas todos los días o el
peluquero chino de la esquina.
J. Arcenillas, Sleepers
El populismo se alimenta de la xenofobia,
contribuye a hacerla crecer con su retórica racista y la usa continuamente como
reclamo electoral, dando a entender que
la solución a nuestros problemas pasa
por la dureza sin piedad con los inmigrantes. “Llamar a la nación a las armas
contra un enemigo designado confiere
un beneficio adicional a los políticos que
andan en búsqueda desesperada de votantes” (Bauman, 2016, pág. 36). El eurodiputado populista británico Nick Griffin,
reconocía los beneficios electorales de la
sintonía con las reticencias de los britá-
La sociedad de consumo, líquida y global, ha desnacionalizado nuestras formas de vida. Las identidades fuertes
tradicionales o modernas basadas en
fundamentos sólidos (una religión, una
nación, una clase social, una ideología
política, un ideal moral, ...) se han desvanecido y la gente intenta adoptar alguna
más ligera y portable con los recursos
61
Perifèria. Cristianisme, Postmodernitat, Globalització 6/2019
de la sociedad de consumo. Las personas necesitamos auto-identificarnos
para ordenar y orientar nuestra existencia y situarnos en el mundo. Por eso nos
dotamos al menos de identidades débiles y cambiantes: somos de Android o
de OS, Apple o Samsung, Zara o H &
M, vestimos deportivo, ejecutivo, hippy
o hipster, preferimos Juego de tronos
o La casa de papel, somos del Barça,
el Madrid o la Juventus... “La búsqueda
de identidad –dice Bauman– es la lucha
constante por detener el flujo, por solidificar lo fluido, por dar forma a lo informe”
(Bauman, 2000, pos. Kindle 1809) .
próximas décadas y no falta quien recomiende que nos busquemos otro planeta
para vivir. En la “sociedad del rendimiento”, dice Bauman, todo el mundo sufre
por no ser rentable, “deficiente, inepto e
ineficaz” y no estar a la altura del mundo
que llega (Bauman, 2016, pág. 58). Mirar
el presente, pues, nos desanima y mirar el
futuro nos asusta.
Llegados a este punto, parece que sólo
queda mirar hacia el pasado, para aclarar
lo que somos y encontrar la fuerza que
necesitamos para vivir con esperanza.
Los franceses –asegura Marine Le Pen–
“hemos aprendido de la historia de nuestro país y de nuestro pueblo que sólo a
los hombres les corresponde romper la
cadena pretendidamente inflexible de los
acontecimientos” (Le Pen, 2019). Cuando
perdemos toda referencia sólida, cuando
el presente nos desespera y el futuro no
nos ilusiona, la inspiración tiene que venir del pasado. ¿Y qué podemos hallar en
el pasado? Una comunidad, un pueblo,
una nación haciendo historia. “El comunitarismo es una reacción previsible a la
acelerada ‘licuefacción’ de la vida moderna” (Bauman, 2000, pos. Kindle 3882).
Bauman cita a Miroslaw Hroch cuando
dice: “Cuando la sociedad se desmorona, la nación aparece como garantía final”
(Bauman, 2016, pág. 61).
La convicción de que podemos hacer
juntos un futuro mejor ha sido uno de los
recursos modernos de estructuración de
las identidades. Imbuidos de la idea de
progreso, los occidentales hemos vivido
un par de siglos convencidos de que un
presente bien conducido nos llevará a un
mañana mejor para nosotros, para nuestros hijos y para las generaciones futuras,
pero la desesperanza postmoderna en
relación con el futuro ha dejado sin fundamento la creencia de que estamos preparando un futuro que valga la pena. Más
bien esperamos la próxima crisis, tal vez
peor que el anterior, nos tememos que
nuestros hijos vivirán peor que nosotros
y vemos cómo las nuevas tecnologías
amenazan muchos puestos de trabajos y
pueden transformar de manera inquietante la propia naturaleza humana (transhumanismo). Para acabarlo de estropear, el
cambio climático y la debacle ecológica
se dejarán notar clamorosamente en las
Llegados aquí, sólo se trata de endulzar
en lo posible la idea de la nación histórica, hacerla amable, convertirla en una
comunidad de valores, tradiciones, hazañas memorables y proyectos ilusio-
62
Perifèria. Cristianisme, Postmodernitat, Globalització 6/2019
nantes, en una fuente de confianza y seguridad. Por suerte, el pasado se deja
“interpretar”; la historia de cualquier país
es bastante oscura, compleja y ambigua
como para que cualquiera destaque lo
que le apetezca. “A medida que las esperanzas de progreso se desvanecen –
dice Bauman–, la herencia histórica nos
trae el consuelo de la tradición” (Bauman, 2017, pos. Kindle 958).
pueblo? Los “otros”, como hemos dicho;
los que no son de los nuestros, quienes
con su cercanía nos cuestionan y nos debilitan, aunque así nos confirmen también
como comunidad: “Ese frente unido de
‘inmigrantes’, la encarnación más tangible de la ‘otredad’, está destinado a reunir
la difusa variedad de individuos temerosos y desorientados en algo que recuerda vagamente una ‘comunidad nacional’,
determinando así una de las pocas tareas
que los gobiernos actuales son capaces
de llevar a cabo” (Bauman, 2000, pos.
Kindle 2457). El rechazo de los inmigrantes es una estrategia de cohesión nacional que el populismo explota tanto como
puede y que constituye el primer punto
de su programa político una vez llega al
gobierno. Bauman concede un valor paradigmático a lo que aparece en boca de
un político populista italiano en la novela Dead Lagoon, de Michael Dibdin: “No
puede haber verdaderos amigos sin verdaderos enemigos. A menos que odiemos lo que no somos, no podemos amar
lo que somos. Estas son las viejas verdades que vamos descubriendo de nuevo
dolorosamente tras más de un siglo de
hipocresía sentimental. ¡Quienes las niegan, niegan a su familia, su herencia, su
cultura, su patrimonio y a sí mismos! No
se les perdonará fácilmente” (Bauman,
2017, pos. Kindle 2608).
Sentirse parte de una nación valiente,
viva y en marcha, nos permite saber
quiénes somos y dónde estamos, nos
dota de identidad, nos llena de orgullo,
nos vincula a otros ciudadanos que sentimos como semejantes, compatriotas,
nos da energía para luchar contra una
realidad opresora y deprimente. “La Biblia nos dice: ¡Qué bueno y placentero
es que el pueblo de Dios viva unido!”, recordaba Trump en su discurso de toma
de posesión (Trump, 2017)
J. Arcenillas, Sleepers
Fortalecer el “nosotros”, la comunidad
nacional, es el medio y el fin de la política populista.
Y no hay nada que cohesione más un
grupo que hacerle creer que vive bajo una
amenaza que sólo podrá combatir si permanece unido. Pero, ¿quién amenaza al
63
Perifèria. Cristianisme, Postmodernitat, Globalització 6/2019
Es el medio, porque renacionalizar a la
gente la dota de autoconfianza y la ilusiona en relación con el futuro. La renacionalización tiene un carácter protector,
terapéutico y movilizador. Esto no es cosa
de hoy, sino algo muy experimentado en
la historia moderna. Bauman lo subraya
citando a Richard Sennett: “El ‘nosotros’
[…] un acto de autoprotección. El deseo de pertenecer a una comunidad es
defensivo […] Por cierto, es casi una ley
universal que el ‘nosotros’ puede usarse
como defensa contra la confusión y el
caos” (Bauman, 2000, pos. Kindle 4084).
pulista: “América volverá a triunfar, como
nunca antes. Vamos a recuperar nuestro
empleo. Vamos a recuperar nuestras fronteras. Vamos a recuperar nuestra riqueza.
Y vamos a recuperar nuestros sueños. La
base de nuestra política será una fidelidad
total a los Estados Unidos de América, y,
a través de la lealtad a nuestro país, redescubriremos la lealtad entre nosotros
[…] Juntos vamos a hacer que América
vuelva a ser fuerte. Vamos a hacer que
América vuelva a ser rica. Vamos a hacer
que América vuelva a estar orgullosa. Vamos a hacer que América vuelva a ser segura. Y juntos, vamos a hacer que América vuelva a ser grande” (Trump, 2017).
Y es una finalidad, porque la política populista aspira efectivamente a la restauración de la nación. Dice Bauman que la
“retrotopia” (“mundos ideales ubicados en
un pasado perdido / robado / abandonado que, aun así, se ha resistido a morir”)
ha sustituido a la utopía. El siglo XX nació con la ilusión de la utopía y concluyó
“sumergido en la nostalgia”; “de depositar
las esperanzas generales de mejora en un
futuro incierto y manifiestamente poco fiable, [las gentes del siglo XX] pasaron a depositarlas en un pasado de vago recuerdo, valorado por su presunta estabilidad
y (por lo tanto) también por su presunta
fiabilidad” (Bauman, 2017, pos. Kindle 95
y 116). “La visión de la comunidad es una
isla de cálida y doméstica tranquilidad en
medio de un mar inhóspito y turbulento”
(Bauman, 2000, pos. Kindle 4116).
6. Conclusión
La reducción del papel protector del estado, la precarización del trabajo y de la
vida personal, el sentimiento de vivir amenazados por unos “mercados” que no se
sabe quién controla y por oleadas de migrantes y de refugiados, el disgusto con
el presente y el temor ante un futuro lleno
de interrogantes, o la derrota de las identidades sólidas, han abonado en la época de la modernidad fluida la tierra donde
había de germinar la semilla de los nuevos
populismos de extrema derecha. Aquí los
tenemos, pues. Era “lógico” que llegaran.
No son el pasado que vuelve sino el presente dramático que nos interpela. Tras
ellos no hay solo gente que ha perdido
la razón, sino una parte de la población
de nuestras democracias que vive con inquietud el presente y sufre por su futuro y
el de sus hijos.
Trump, lamentamos decirlo, es magistral
de nuevo a la hora de unir las dos funciones –medio y fin– del nacionalismo po-
64
Perifèria. Cristianisme, Postmodernitat, Globalització 6/2019
El proteccionismo económico, la promesa
de seguridad ante los enemigos interiores
y exteriores, y la retrotopía de la restauración de una comunidad nacional fuerte
son los ingredientes del menú político populista. No es de extrañar que muchos se
sientan atraídos por él.
llones de inmigrantes jóvenes y ya formados. Bauman denuncia la adiaforización
del inmigrante que suponen las políticas
populistas: lo despojan de su humanidad,
ya no lo ven como objeto moral ni creen
que lo que se pueda hacer con él merezca alguna valoración moral (Bauman,
2016, pág. 36).
Hoy ya sabemos que el populismo combina un proteccionismo contraproducente y con un liberalismo radical en el interior
del país que enriquece más a las clases
privilegiadas. Pensamos que la alternativa a la “globalización negativa” no vendrá
del proteccionismo, del liberalismo radical o del nacionalismo económico, sino
de una “globalización positiva” que ordene el mercado global de las finanzas y el
comercio de acuerdo con reglas justas y
principios ecológicos, y que democratice
la sociedad mundial dotándola de instituciones que busquen soluciones globales
a problemas globales.
Y, en fin, sabemos que el nacionalismo mítico y exacerbado de los nuevos populismos desvanece el sentimiento de fraternidad humana y atiza la insolidaridad hacia
la mayoría de las víctimas de las políticas
neoliberales, que se encuentran sobre todo
en los países empobrecidos. Además, los
nuevos populismos de Occidente apuntan
contra un enemigo común: la Unión
Europea, un proyecto democrático de paz
y libre comercio que reúne, con todas las
dificultades y defectos que se quieran, a
más de 500 millones de personas de 28
países en el escenario de dos Guerras
Mundiales devastadoras.
Sabemos también que la política populista de seguridad exterior incentiva el gasto
militar y la de seguridad interior fomenta la
marginación del inmigrante, la xenofobia,
el racismo y, finalmente, el supremacismo y el terrorismo blancos. El populismo
ignora deliberadamente la historia de las
migraciones humanas, niega los vínculos
reales entre las poblaciones que habitan
el planeta, parece que aspira a una sociedad de castas impermeables y no quiere
reconocer la aportación de los emigrantes a las sociedades de acogida, ni que el
envejecimiento de los países más desarrollados hará deseable la llegada de mi-
Veremos cuál es la respuesta del electorado de Estados Unidos y de otros países con gobiernos populistas ante los
resultados de las políticas populistas ya
implementadas. Los problemas a los que
dice responder el populismo son graves
y supuran en la vida de muchísima gente
y muchos confían en sus líderes. Le deberíamos oponer no tan sólo declaraciones de principios, sino políticas económicas centradas en las necesidades de
los ciudadanos y no exclusivamente en
los beneficios de los accionistas, políticas comerciales que propicien intercam-
65
Perifèria. Cristianisme, Postmodernitat, Globalització 6/2019
bios más justos y regulen los mercados
financieros. Hace falta, ciertamente, una
redefinición del papel de las instituciones
supranacionales que regulan la economía
y el comercio y una reforma democrática de la UE que garantice las funciones
sociales de los estados y dé seguridad a
los ciudadanos, que tenga en cuenta la
diversidad de comunidades nacionales
que la forman (con estado o sin él) pero a
la vez los libere de la dinámica egoísta de
los intereses estatales.
de que la falsa ilusión populista es, como
hemos querido mostrar, “el suspiro de la
criatura oprimida”.
Sabadell, octubre de 2019
Bibliografia citada:
Bauman, Z. (1999). Globalización: consecuencias humanas. México: FCE.
Bauman, Z. (2000). Modernidad líquida.
México: FCE.
Es difícil llevar a cabo estas reformas, hay
que reconocerlo, pero la aplicación de
políticas populistas pondrá en peligro la
paz social dentro de cada país y quizás la
paz internacional, y producirá más inseguridad sin garantizar las libertades de los
ciudadanos ni disminuir la desigualdad.
No podemos hacer frente a los grandes
retos del siglo XXI si no se extiende una
verdadera mentalidad cosmopolita y no
se asume una tesis capital de Bauman:
“La humanidad está en crisis y no otra hay
manera de salir de esa crisis que mediante la solidaridad entre los seres humanos
“(Bauman, 2016, pág. 24).
Bauman, Z. (2007). Miedo líquido. La sociedad contemporánea y sus temores.
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11. Obtenido de Institut de Ciències Polítiques i Socials, www.icps.cat.
Lo que no parece razonable es que la
respuesta al populismo consista en negarse al debate profundo de sus propuestas, como si este debate tuviera
que mancharnos, o no pase de la condena moral o, aún peor, abone el distanciamiento e incluso el desprecio en relación con la población que se adhiere
al populismo, cuando lo que haría falta
es darse cuenta, parafraseando a Marx,
Garcia del Muro, J. (2018). Good bye veritat. Lleida: Pagés Ed.
Gutiérrez del Cid, A. T. (2-2019). El discurso fascista de Trump al tomar posesión. Perseo. Programa universitario de
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67
Perifèria. Cristianisme, Postmodernitat, Globalització 6/2019
1
En nuestro artículo, nos decantamos por una caracterización más detallada de los “nuevos populismos” de derecha
renunciando a una definición más general aplicable a cualquier partido o movimiento populista.
Hablamos de “nuevos populismos” para referirnos
a los movimientos populistas de derecha que ganan posiciones en el escenario mundial, para diferenciarlos de los populismos más moderados de izquierda (Podemos, Movimiento
Cinco Estrellas, Syriza) y los viejos populismos radicales latinoamericanos . Estos últimos apelaban al “pueblo” como
sujeto político, lo identificaban claramente con las “clases
oprimidas” (obreros, campesinos, jóvenes, mujeres) y pretendían llevar a cabo un programa revolucionario socialista
y antiimperialista. Las oligarquías nacionales, las compañías
multinacionales, el FMI y, sobre todo, los Estados Unidos
eran denunciados como responsables de los sufrimientos
del pueblo. Castro, Ortega, Chávez han sido ejemplos de
este populismo de izquierdas latinoamericano.
4
Cf. “¿Por qué Trump y la Casa Blanca dicen cosas
falsas?”, Redacción, Hufftington Post, 8-2-2017?”.
5
Resulta especialmente relevante el caso de Polonia: “Existe una discrepancia sorprendente entre la valoración de las condiciones de vida personales por parte de
la ciudadanía polaca y sus opiniones sobre la política y las
condiciones económicas en general. Los polacos consideran que estas últimas son malas año tras año desde 1989
(con escasas excepciones), pero creen que sus condiciones
de vida personales han mejorado. Ley y Justicia ha capitalizado esta discordancia en su carrera de fondo hacia el
poder. Construyó la narrativa de «Polonia en ruinas» (en contraste con los eslóganes electorales de la Plataforma Cívica:
«Isla verde» y «Polonia en construcción»), centrándose en
las percepciones negativas subjetivas de la vida pública y en
las expectativas insatisfechas de algunos grupos. Al mismo
tiempo, esta narrativa omitió hechos como la mejora de los
indicadores socioeconómicos y propuso explicaciones alternativas de la realidad, a la manera de la posverdad. El caso
polaco ilustra cómo el aumento de la prosperidad por sí solo
no es necesariamente el antídoto para la retórica autoritaria
populista. Fueron precisamente un liderazgo político inteligente y una retórica bien afinada lo que parece haber sido
decisivo en la victoria del partido Ley y Justicia” (Owczarek,
4/ 2017, págs. 39-43).
2
La política española exhibe todas las variantes
mencionadas. Vox sería el partido “populista” por excelencia, equivalente a sus homólogos extranjeros. Los partidos
de izquierda, PSOE o Unidas Podemos, han usado el anti-populismo como poderosa arma electoral, provocando
una gran movilización de sus votantes en las elecciones de
2019. PP y Ciudadanos han hecho suya la agenda populista e incluso han incorporado algunas de sus propuestas
en educación, control de la inmigración, violencia contra las
mujeres (reinterpretada como “violencia intrafamiliar”), protección de la caza o tauromaquia, en los programas de los
gobiernos de coalición que han pactado con Vox, en Andalucía, Madrid o Murcia. Ciudadanos esgrime ideas populistas en su argumentario nacionalista radical español: España
como nación vive acosada por los nacionalismos periféricos
(Cataluña y el País Vasco) y hay que liberar al país del mal
gobierno de los partidos de la “vieja política”. Unidas Podemos basaba hasta hace poco su discurso de izquierda
radical en la oposición populista “los de arriba” vs. “los de
abajo”. Y, en fin, el movimiento independentista catalán en
algunas de sus corrientes también reproduce algunos de los
tópicos del nacionalismo populista.
6
Para profundizar en los diferentes mecanismos del
sistema de la posverdad resulta muy recomendable la lectura de Joan Garcia del Muro, Good bye, veritat, Lleida: Pagés
Ed., 2018.
7
Como ejemplo, la catedrática de la UNAM Ana
Teresa Gutiérrez del Cid asegura que “Trump está tratando
de desarrollar un movimiento fascista estadounidense”, Vg.
(Gutiérrez del Cid, 2-2019). Últimamente, la congresista musulmana Omar le ha tachado de “fascista” como respuesta a
las recriminaciones del presidente, que le decía que volviera
“a su país”.
3
En el magnífico libro de F. Sáez, Populisme. El llenguatge de l’adulació de les masses se opta por una definición extensa de populismo que se aplica a los populismos
viejos y nuevos, de derecha e izquierda: “Entenderemos el
populismo como un lenguaje pseudo programático y pseudoideológico centrado en un sujeto concreto llamado “pueblo”, que se contrapone a unas élites igualmente indefinidas.
En la modulación de este antagonismo, el referente de la
racionalidad política suele quedar en un segundo plano, y es
sustituido a menudo por consideraciones de carácter emocional en el contexto de la cultura de masas “ (Saez, 2018,
pág. 29).
8
Para calibrar el carácter fascista o no de los nuevos
populismos es útil tomar como referencia el conocido escrito de Umberto Eco, Il fascismo eterno, Milano: La nave di
Teseo Editiore, 2018, donde enumera las que considera 16
características más relevante difuso ideario fascista advirtiendo al mismo tiempo, con cierta exageración (quizás como
estrategia preventiva), que “basta con que una de ellas esté
presente para hacer coagular una nebulosa fascista” .
En la revista CIDOB Report, nº 1, dedicada a los populismos, se opera también con una definición minimalista de
populismo que Diego Muro toma de Cas Mudde en Populist Radical Right Parties in Europe, Cambridge University
Press, 2007, p. 23: “El populismo es una ideología simple
que considera que la sociedad se divide, en última instancia,
en dos grupos homogéneos y antagónicos, ‘la gente pura’
y ‘la élite corrupta’; y que argumenta que la política debería
ser una expresión de la volonté générale (voluntad general)
de la gente» (Muro, 2017 ).
9
Como muchos individuos se sienten “vacíos” ...
compran cualquier cosa que “les apetezca”, se llenan el
buche de productos de consumo asociados a “deseos”,
“ilusiones” y “experiencias” hasta que, una vez los han saboreado y engullido, los expulsan y buscan otros nuevos.
“La desdicha de los consumidores deriva del exceso, no de
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Perifèria. Cristianisme, Postmodernitat, Globalització 6/2019
la escasez de opciones” (Bauman, Z., (2000), Modernidad
líquida, Kindle Pos. 1390).
10
En una línea similar, el sociólogo Pascal Perrinau en
su libro La France au Front (Paris: Fayard, 2014) menciona
las “fracturas” sociales que han alimentado el Front National
francés, hoy Regroupement National: la fractura económica
que separa los ganadores de la nueva economía globalizada
y los que quedan excluidos de ella, la fractura entre los que
apuestan que una sociedad abierta al mundo y una sociedad autocentrada, protegida y regulada por el estado, con
un fuerte control de la inmigración, la fractura cultural entre
los que apuestan por el multiculturalismo y los que son contrarios a él y oponen la cultura nacional, y la fractura política
entre la “política tradicional” y la nueva política y los anti-sistema. Se puede ver una conferencia de presentación del libro en https://www.dailymotion.com/video/x1evhmc
11
Vg. por ejemplo el artículo de Anton Costas, “Clase
media jibarizada y estresada”, La Vanguardia, 12/06/2019.
12
Citado en (Casals, 2015).
13
En la misma línea apuntada en nuestro artículo, se
mueve Diego Muro cuando dice: “Cada vez son más los
votantes desilusionados con el funcionamiento del libre mercado y de la democracia liberal y que están legítimamente
preocupados por la desigualdad, el desempleo, la inmigración, la desconfianza política, la disminución de los ingresos per cápita, etc. Es urgente comprender los temores, las
preocupaciones y las respuestas emocionales de ciertos
subgrupos y aceptar que, de vez en cuando, los populistas
sueltan la verdad” (Muro, 2017 ).
14
En este sentido, encontramos lamentable que Pedro Sánchez, a su debate de investidura de junio de 2019,
no haya dedicado un minuto a responder los argumentos
del portavoz de Vox y se haya dedicado simplemente a censurar que los demás partidos de la derecha dialoguen y pacten cualquier cosa con la formación de extrema-derecha.
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