Sostenibilidad, mercados y cadenas de
valor agropecuarias
Recomendaciones para políticas públicas y decisiones privadas ante el cambio
climático en Centroamérica
Octubre 2019
Horacio Rodríguez Vázquez
Nahuel Oddone
Autores: Horacio Rodríguez Vázquez y Nahuel Oddone
Forma de citar:
Departamento de Estado de los Estados Unidos, Programa Centroamérica Resiliente (ResCA), The Nature
Conservancy. 2019. Rodríguez Vázquez, Horacio y Oddone, Nahuel. Sostenibilidad, mercados y cadenas
de valor agropecuarias. Recomendaciones para políticas públicas y decisiones privadas ante el cambio
climático en Centroamérica. El Salvador. 20 pp.
www.centroamericaresiliente.org
Este documento fue financiado por una subvención del Departamento de Estado de los Estados Unidos,
bajo los términos del acuerdo S-LMAQM-16-GR-1290 “Climate and Food Security in Central America”.
Los contenidos, opiniones y conclusiones aquí expresadas son las de los autores y no reflejan
necesariamente las del Departamento de Estado de los Estados Unidos, ni las de sus instituciones de
adscripción.
Contenido
Siglas y acrónimos ...........................................................................................................................iii
Introducción .................................................................................................................................... 1
Sostenibilidad y cambio climático ................................................................................................... 2
Productividad.................................................................................................................... 3
Inclusión ........................................................................................................................... 4
Resiliencia ......................................................................................................................... 5
Mercados agropecuarios y cambio climático.................................................................................. 5
Cadenas de valor y cambio climático .............................................................................................. 7
Recomendaciones para políticas públicas y decisiones privadas ante el cambio climático en
Centroamérica ................................................................................................................................. 9
Mejoras en la productividad de la agricultura familiar ...................................................... 10
Mayor inclusión .............................................................................................................. 11
Fortalecimiento de las cadenas de valor agropecuarias .................................................... 13
Hacia una Centroamérica más resiliente al cambio climático ............................................ 14
Conclusiones ................................................................................................................................. 16
Referencias bibliográficas ............................................................................................................. 18
ii
Siglas y acrónimos
CCAD
CCAFS
Comisión Centroamericana de Ambiente y Desarrollo
Programa de Investigación del CGIAR en Cambio Climático, Agricultura y
Seguridad Alimentaria
CENPROMYPE Centro Regional de Promoción de la MIPYME, SICA
CEPAL
Comisión Económica para América Latina y el Caribe
CFA
Collaboration on Forest and Agriculture (Colaboración para los Bosques y la
Agricultura)
CGIAR
Consultative Group for International Agricultural Research (Grupo Consultivo
para la Investigación Agrícola Internacional)
CIAT
Centro Internacional de Agricultura Tropical
CO2
Dióxido de carbono
FAO
Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura
IPCC
Intergovernmental Panel on Climate Change (Panel Intergubernamental sobre
Cambio Climático)
Micro, Pequeña y Mediana Empresa
MIPYME
OCDE
ODS
OIT
OP2B
PCGIR
PNUD
ResCA
SAS
SICA
TFA
TNC
UNDRR
Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos
Objetivos de Desarrollo Sostenible
Organización Internacional del Trabajo
One Planet Business for Biodiversity
Política Centroamericana de Gestión Integral del Riesgo de Desastres
Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo
Programa Centroamérica Resiliente
Sistemas Agropecuarios Sanos
Sistema de la Integración Centroamericana
Tropical Forest Alliance (Alianza Forestal Tropical)
The Nature Conservancy
Oficina de Naciones Unidas para la Reducción del Riesgo de Desastres
iii
Introducción
Nuestras vidas y el progreso de la sociedad dependen del manejo que hacemos de los productos y
servicios de los ecosistemas naturales. El cambio climático está afectando, cada vez con mayor
intensidad, dichos ecosistemas y, por ende, el equilibrio social y el desarrollo económico. Los
desastres naturales y las crisis asociadas a sequías, inundaciones, incendios y cambios extremos en
la temperatura, más frecuentes e intensos, son algunas de sus manifestaciones. Incluso, la Agenda
20301 define al cambio climático como uno de los mayores retos de nuestra época, subrayando que
sus efectos negativos pueden obstaculizar el logro del desarrollo sostenible.
Por su posición geográfica y características socioeconómicas, Centroamérica es una de las regiones
más vulnerables a los impactos del clima, derivados principalmente de tormentas tropicales y
huracanes combinados con periodos de sequía más intensos y recurrentes. De acuerdo con el Índice
de Riesgo Climático Global 2019, entre 1998 y 2017, Honduras ocupó el segundo lugar a nivel
mundial entre los diez países más afectados por el cambio climático, mientras que Nicaragua se
ubicó en la sexta posición. En este periodo, las pérdidas asociadas a fenómenos climáticos
ascendieron a un promedio de 4 muertes por cada 100 mil habitantes y 556.56 millones de dólares
en Honduras; mientras que en Nicaragua fueron de casi 3 muertes por cada 100 mil habitantes y
223.25 millones de dólares (Eckstein et al., 2018).
Los efectos del cambio climático han afectado a los habitantes centroamericanos, especialmente en
las zonas rurales. Según la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura
(FAO), a principios de 2018 cerca de 300 mil familias sufrieron estragos por el desbordamiento de
ríos en Panamá y cinco departamentos de Honduras se vieron afectados por lluvias intensas e
inundaciones. En contraste, según cifras de FAO, 2.2 millones de productores en El Salvador,
Guatemala, Honduras y Nicaragua perdieron sus cosechas por eventos climáticos (principalmente
sequía) en 2018, declarando en abril de 2019 que, de ese total, 1.4 millones de personas necesitan
ayuda alimentaria con urgencia2. Consecuentemente, la prevalencia de la inseguridad alimentaria
ha aumentado en el istmo centroamericano, pasando del 10.2% de la población en 2015, al 12.5%
en 2017 (FAO, 2018). Actualmente, existen 11 millones de personas centroamericanas desnutridas.
El cambio climático también tiene, y seguirá teniendo, efectos en la migración. De acuerdo con el
Banco Mundial, entre 2020 y 2050, el número de centroamericanos que migrarán por razones
asociadas al clima se duplicará, alcanzando un promedio de 1.4 a 2.1 millones de personas. Las zonas
rurales con mayor presencia de agricultura de temporal, especialmente aquellas en zonas de
montaña, serán las principales expulsoras de migrantes, ante la caída esperada en la productividad
y rentabilidad de los cultivos (Kumari, 2018). En julio de 2019, FAO resaltó en sus redes sociales que
cerca de la mitad de los migrantes del norte de Centroamérica provienen de zonas rurales
rezagadas, con menores oportunidades y cada vez más afectados por efectos climáticos3.
1
La Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible fue aprobada por la Asamblea General de las Naciones Unidas el 25 de
septiembre de 2015. Incluye los 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) y 169 metas que conjugan las tres
dimensiones del desarrollo sostenible: económica, social y ambiental. Para mayor información sobre la Agenda 2030 y los
ODS consulte https://sustainabledevelopment.un.org
2 FAO, “Eventos climáticos adversos en el Corredor Seco centroamericano dejan a 1.4 millones de personas en necesidad
de asistencia alimentaria urgente”, Noticias, 25 de abril, 2019, http://www.fao.org/news/story/es/item/1191889/icode/
3 @FAOMesoamerica, 3 de julio, 2019, https://twitter.com/faomesoamerica/status/1146456123274420225?s=21
1
Para hacer frente a estos desafíos, desde 2016 The Nature Conservancy (TNC) está liderando la
implementación del Programa Centroamérica Resiliente (ResCA)4, en el marco de la Estrategia
Regional “Sistemas Agropecuarios Sanos” (SAS)5. ResCA busca contribuir al logro de la seguridad
alimentaria y promover la resiliencia al cambio climático del sector rural en los países
centroamericanos.
Uno de los tres pilares de ResCA, Comercio y Acceso a Mercados, tiene como objetivo vincular a los
productores con la demanda nacional, regional y/o global por productos agropecuarios y pesqueros
más sostenibles, a través de intervenciones vinculadas a la trazabilidad y su incorporación en
cadenas de valor. El presente documento se enmarca, precisamente, en este pilar.
Sostenibilidad y cambio climático
La sostenibilidad tiene tres dimensiones: económica, social y ambiental. Aunque esta concepción
parece obvia, es común que en el discurso y en la práctica se aborde a la sostenibilidad
principalmente desde la perspectiva ambiental, dejando de lado al eje económico y, sobre todo, a
las cuestiones sociales (Boström, 2012).
El cambio climático afecta de manera distinta a cada una de estas dimensiones, no solo en el largo
sino también en el corto y mediano plazo. Algunos de estos efectos, cada vez más visibles, son en
muchos casos irreversibles para las actividades económicas, la vida de las personas y los ecosistemas
naturales (European Union, 2014). En el cuadro 1 se resumen algunos de los principales efectos
negativos del cambio climático en los pilares de la sostenibilidad.
Cuadro 1. Principales efectos negativos del cambio climático en las dimensiones de la sostenibilidad
•
•
•
Económica
Desastres naturales
Pérdida de cosechas
Daños materiales y a la
infraestructura
•
•
•
•
•
•
Social
Pobreza
Inseguridad alimentaria
Inseguridad hídrica
Daños a la salud
Daños a la vivienda
Migración forzada
•
•
•
•
Ambiental
Desertificación
Sequías e inundaciones
Pérdida de
biodiversidad
Acidificación de
acuíferos y océanos
Fuente: Elaboración propia.
4
Para conocer más sobre ResCA, véase www.centroamericaresiliente.org
La Estrategia SAS se enfoca en las relaciones mutuamente beneficiosas entre la producción agrícola y los recursos
naturales (agua, suelo, biodiversidad y hábitats) a través de prácticas regenerativas, promoviendo la resiliencia de la
producción agropecuaria y su sostenibilidad a largo plazo. La implementación de la Estrategia SAS contempla cuatro
intervenciones sinérgicas que se superponen y potencian entre sí, utilizando un enfoque de sistemas: 1) transformar el
sector agropecuario para escalar prácticas productivas sostenibles que reconozcan la importancia del capital natural; 2)
desarrollar e institucionalizar modelos de negocio que incorporen el valor de los servicios ecosistémicos; 3) fortalecer y
asegurar el cumplimiento de leyes, regulaciones y políticas ambientales; y 4) promover una transformación del mercado
para poner en valor la productividad futura de la tierra, y no sólo su rendimiento actual. Dichas intervenciones se
implementan en estrecha coordinación y colaboración con múltiples actores, públicos y privados. Estos actores conforman
una plataforma de gobernanza multi-nivel, multi-actor y multi-sector que genera impacto y amplificación a gran escala.
Para conocer más sobre la Estrategia Regional SAS de TNC consulte: https://bit.ly/2HfNg6F
5
2
En un escenario de cambio climático, el desarrollo sostenible implica promover la productividad en
la dimensión económica, la inclusión en la dimensión social y la resiliencia en la dimensión
ambiental, de manera que podamos satisfacer nuestras necesidades sin comprometer las de las
generaciones futuras sin dejar a nadie atrás.
A continuación, se describen brevemente cada una de estas aristas y se vinculan con los retos que
supone para ellas el cambio climático, haciendo un énfasis particular en su relación con el sector
agropecuario.
Productividad
La productividad al nivel de una firma tiene que ver con qué tan eficientemente los insumos son
convertidos en productos. La productividad empresarial está ligada a muchos factores, que van
desde el efecto de la competencia, los avances tecnológicos, la estructura organizacional, el manejo
gerencial, el capital y talento humano, los incentivos salariales, las conexiones sociales entre colegas
y las relaciones comerciales, entre otros (Dohnert et al., 2017).
Pero la productividad no solo tiene que ver con la dimensión económica de la sostenibilidad, pues
no puede -ni debe- lograrse a costa de la sociedad y el medio ambiente. El orden social entra a la
función de la producción porque, sin éste, el proceso productivo no podría repetirse de manera
continua para la generación de bienes y servicios. El orden social depende fundamentalmente del
grado de equidad en la inversión que se realiza a nivel de los factores productivos.
A nivel nacional, la productividad relativa de los países depende de la distribución de la inversión
pública y privada entre los factores de producción. La productividad de un país depende de su grado
de equidad (Krugman, 1997). Las sociedades compiten unas con otras para atraer la inversión
privada con el fin de hacerse competitivas, pero compiten con su grado de equidad interno. A largo
plazo, atraen más capital las sociedades más equitativas. La relativa escasez de empresas con
empleos y productos intermedios puede afectar la productividad agregada de un país y las
posibilidades de una mayor articulación productiva y laboral (OIT, 2015). Por tanto, la inclusión
productiva y laboral depende del grado de atracción de inversiones y de la equidad en las
condiciones sociales que permitan generar un mayor empleo formal de calidad, fundamental para
consolidar la integralidad del enfoque de derechos, pilar clave del desarrollo sostenible.
En cuestiones ambientales, la productividad laboral puede verse afectada por el cambio climático,
generando pérdidas económicas importantes para las empresas y las comunidades. La Organización
Internacional del Trabajo (OIT) estima que, en 2030, el cambio climático podría provocar la pérdida
de 80 millones de empleos de tiempo completo, equivalentes al 2.2% del total de horas trabajadas
a nivel global, representando pérdidas económicas de 2.4 billones de dólares al año. Esto está
asociado al estrés por exposición a mayores ondas de calor, sobre todo en sectores como el de la
construcción y la agricultura. Con 940 millones de personas trabajando a nivel global en el sector
agropecuario, este será uno de los más afectados, pudiendo representar hasta el 60% del total de
las horas laborales perdidas asociadas al estrés por exposición a temperaturas más altas6.
UN News, “Heat stress spike predicted to cost global economy $2.4 trillion a year”, United Nations, Climate Change,
https://news.un.org/en/story/2019/07/1041652, July 1, 2019.
6
3
Además de los riesgos laborales derivados del cambio climático, la productividad del sector
agropecuario es particularmente vulnerable. Aunque hay algunas regiones y cultivos que
potencialmente pueden ser beneficiadas por los cambios en la temperatura global y la consecuente
redistribución de las actividades agropecuarias, en general se espera que el cambio climático tendrá
un impacto negativo en este sector. Las afectaciones a la productividad agrícola tienen que ver con
pérdidas de rendimiento por el incremento de temperaturas, cambios en la frecuencia e intensidad
de las lluvias y efectos meteorológicos extremos, cambios en los niveles de CO2 disponible para la
fotosíntesis, así como la proliferación de algunas plagas y enfermedades (A Nastis et al., 2012;
Nelson et al., 2009).
Inclusión
La integración y participación de la población, sin que nadie se quede atrás, es crucial para avanzar
hacia sociedades más equitativas como base para el desarrollo sostenible. Como se mencionó en el
apartado anterior, la equidad está estrechamente vinculada con la productividad. Las brechas
productivas tienen su correlato territorial (CEPAL, 2010) y afectan directamente las oportunidades
de inclusión.
Aunque hay muchas aproximaciones al concepto de inclusión social, la mayoría proponen abordar
sus múltiples dimensiones desde un enfoque de derechos. La Agenda 2030 plantea un desarrollo
sostenible que logre reducir la pobreza, la desigualdad y la vulnerabilidad de determinados grupos
sociales (PNUD, 2015), con especial atención en mujeres, niños y niñas y adultos mayores, que serán
las poblaciones vulnerables más afectadas por los efectos del cambio climático.
En este entendido, la inclusión social es un proceso multidimensional orientado a garantizar que
todas las personas, en todo momento y lugar, puedan elegir ser o hacer las cosas que valoran
(superar sus privaciones). Esto puede abarcar desde cuestiones elementales, como comer bien y no
padecer enfermedades que se pueden evitar, hasta actividades o estados personales muy
complejos, como ser capaz de participar en la vida de la comunidad y respetarse a uno mismo
(Rodríguez Vázquez y Gammage, 2012).
A partir de lo anterior, la inclusión consiste en garantizar la satisfacción de las necesidades básicas alimentación, vivienda, ingresos- y las necesidades extendidas -recreación, plenitud- de la
población; la disminución de las brechas inter e intra generacionales, de género, grupo étnico,
preferencia sexual, afiliación política y/o religiosa; el acceso a infraestructura social, movilidad,
áreas verdes, etcétera; la igualdad de derechos, incluyendo los derechos humanos, la titularidad
sobre la tierra, los derechos de las comunidades indígenas; el acceso a educación y salud de calidad;
la posibilidad de contar con un trabajo digno; así como la calidad de vida, la felicidad y el bienestar;
entre otros aspectos.
En el caso del sector agropecuario, la inclusión social de las y los productores y, sobre todo de
aquellos de pequeña escala, depende fundamentalmente del sistema de tenencia de la tierra, los
medios de producción con los que cuentan, el acceso que tienen al mercado, así como su nivel de
salud y educación (Rodríguez Vázquez y Gammage, 2012).
4
La exclusión social puede incrementar la exposición y vulnerabilidad a riesgos y desastres naturales
de diferentes maneras. Como es de esperarse, estos riesgos son mayores para las poblaciones
rurales que viven en condiciones de pobreza, y se exacerban entre ciertos grupos más vulnerables,
como las comunidades indígenas y, sobre todo, las mujeres. Por otro lado, el cambio climático puede
debilitar rápidamente o incluso revertir los avances logrados en materia de desarrollo humano, con
las consecuentes implicaciones negativas en la inclusión y la justicia social, sobre todo de los
individuos y/o los grupos sociales de por sí ya excluidos (United Nations, 2016).
Otros factores ambientales, que son al mismo tiempo causa y efecto del cambio climático, pueden
deteriorar y/o poner en peligro el entorno, la vivienda e incluso la vida de las personas. En otras
palabras, la afectación de derechos por la vulnerabilidad climática. En el sector agropecuario, por
ejemplo, la deforestación, la erosión y degradación de los suelos puede afectar la seguridad
alimentaria de ciertos grupos sociales y aumentar su vulnerabilidad a fenómenos climáticos como
sequías e inundaciones. Esta situación contribuye a perpetuar el círculo vicioso entre la pobreza
rural, las prácticas agrícolas no sostenibles y la inseguridad alimentaria, contribuyendo a mantener
las condiciones de exclusión social de la población rural más vulnerable.
Resiliencia
Las primeras acepciones sobre la resiliencia de los sistemas socio-ecológicos, que datan de la década
de 1970, la definían como la capacidad de volver al estado inicial, o a uno aceptable, después de
enfrentarse a una perturbación. Concepciones posteriores se enfocaron más en el proceso que en
los resultados, incluyendo conceptos como la habilidad de autogestión, aprendizaje y adaptación a
lo largo del tiempo. Las más recientes incluyen la idea de la anticipación y mejora de las estructuras
y funciones básicas del sistema.
A partir de lo anterior, el Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático (IPCC, por sus siglas en
inglés) concibe actualmente a la resiliencia como la capacidad de un sistema y sus componentes
para anticipar, absorber, o recuperarse de los efectos de un evento potencialmente dañino de
manera oportuna y eficiente, incluso a través de garantizar la conservación, restauración o mejora
de sus funciones y estructuras esenciales (Lavell et al., 2012).
La promoción de la resiliencia inicia con la reducción de vulnerabilidades: un sistema es más
resiliente si es menos vulnerable (Gitz and Meybeck, 2012). Los sistemas agropecuarios son
complejos por naturaleza, e incluyen aspectos ecológicos o ambientales, económicos y sociales. Por
lo tanto, la resiliencia de dichos sistemas implica abordar estos tres ejes y las interacciones que
existen entre sí, reduciendo los riesgos y vulnerabilidades ambientales, económicas y sociales de la
producción agropecuaria, al mismo tiempo que aumenta su capacidad de adaptación a los efectos
del cambio climático.
Mercados agropecuarios y cambio climático
Los mercados agropecuarios, ya sea locales, nacionales o globales, dependen directamente de los
recursos naturales, sobre todo suelo, agua y agrobiodiversidad; así como de los servicios que
proveen los ecosistemas naturales, como las especies polinizadoras, la capacidad de infiltración de
agua y el secuestro de carbono. Del mismo modo, dichos mercados dependen de las y los individuos
5
y comunidades rurales, periurbanas y urbanas que se dedican a la producción, manejo postcosecha,
industrialización y comercialización de los productos agropecuarios.
Actualmente, algunos mercados internacionales exigen ciertas certificaciones o estándares
ambientales, pero no hay una valoración clara sobre la biodiversidad y/o la producción agropecuaria
sostenible que se traslade a los diferentes eslabones de las cadenas de valor y, sobre todo, que
distribuya los beneficios del valor agregado de manera equitativa entre los diferentes actores. Según
el último informe de resultados de la Declaración de Nueva York Sobre los Bosques7, publicado el
12 de septiembre de 2019, solo el 8% del total de las compañías que han establecido metas en
materia de cero deforestación trasladan dichos compromisos a lo largo de todas sus operaciones y
sus cadenas de valor (Schulte et al., 2019).
Aunado a lo anterior, si bien existe un marco político, institucional y legal en materia de
sostenibilidad de los territorios rurales y las actividades agropecuarias, muchos de estos
instrumentos presentan vacíos en su aplicación y no siempre existe una coordinación entre los
estímulos productivos y los de conservación. Esto genera una serie de incentivos “perversos” o
inadecuados. Por ejemplo, en algunos países de América Latina los subsidios que promueven la
producción agropecuaria pueden ir en detrimento de la conservación de la biodiversidad. Desde el
punto de vista de la producción, los ecosistemas naturales representan hoy en día una restricción
para algunos productores, pues son percibidos como una barrera para ampliar la superficie que
destinan a las actividades agropecuarias.
La situación anterior es generada porque, aunque resulte paradójico, los recursos naturales y los
servicios ecosistémicos que sustentan a la producción agropecuaria no necesariamente tienen un
valor económico explícito en los modelos de negocios como insumos clave de las cadenas de valor.
Esto se acentúa ante la prevalencia de unidades productivas con bajos márgenes de ganancia, donde
la única opción viable para que muchos productores aumenten sus ingresos es la expansión de la
superficie explotada y/o la sobreexplotación de los recursos naturales a los que tienen acceso
(Rodríguez Vázquez, 2019). Dado que estos recursos son escasos, de muy baja productividad y alta
fragilidad, la fuerte presión a que son sometidos determina que sea sobrepasada la capacidad
normal de recuperación de los suelos y de la cubierta vegetal (Morales y Parada, 2005), generando
una especie de círculo vicioso entre la pobreza rural, las prácticas agrícolas no sostenibles y la
inseguridad alimentaria. Como resultado, a lo largo de los años se ha conformado la estructura
agraria bimodal en América Latina, en general, y en Centroamérica, en particular; conformada por
un sector agroindustrial dinámico y con altos niveles de productividad y, por otro lado, un gran
número de pequeños agricultores que cultivan granos básicos con un desempeño muy pobre.
El tamaño de las unidades de producción agropecuaria plantea un desafío para el desarrollo
productivo regional, pues a menor proporción de tierra se observan menores posibilidades para la
generación de economías de escala, la reducción de costos, el acceso a tecnologías y el logro de
ganancias en productividad. El acceso desigual a los recursos naturales, por lo general, tiene
aparejado un acceso desigual al mercado.
Las empresas más pequeñas enfrentan mayores dificultades para colocar sus productos en los
mercados locales e internacionales. Las asimetrías de información se manifiestan en el
desconocimiento de posibles nichos y mejores canales de distribución para acceder a los mercados.
7
https://forestdeclaration.org/
6
Esta situación abre oportunidad a la intermediación de muchos productos, muchas veces bajo
condiciones de negociación que afectan fuertemente a los productores agropecuarios, sobre todo
aquellos de pequeña y mediana escala.
El cambio climático aumentará la variabilidad y la incertidumbre de la producción agropecuaria, con
los consecuentes efectos negativos en los diferentes eslabones de las cadenas de valor y los
mercados. Según la FAO, los efectos negativos serán peores en aquellos países con latitudes bajas,
sobre todo en África, Asia y América Latina. Como dichos efectos pueden variar entre países y entre
regiones al interior de un mismo país, algunas naciones pueden resultar ganadoras mientras que
otras pierden ventajas comparativas y/o competitivas en los mercados agropecuarios
internacionales ante el cambio climático (FAO, 2018).
Los suelos son, quizás, el principal recurso a través del cual los mercados agropecuarios puedan
contribuir en la lucha contra el cambio climático. Los suelos contienen de dos a tres veces más
carbono que la atmósfera8, por lo que su manejo adecuado es fundamental como respuesta ante el
cambio climático. Las señales de los mercados internacionales son una fuerza tractora en las
actividades agrícolas, afectando el mercado de tierras, el tipo de cultivos sembrados, y pueden
provocar efectos no deseados como la expansión de la frontera agropecuaria a costa de la
deforestación y/o degradación de los ecosistemas naturales (Anderson et al., 2018). En síntesis, las
señales de mercado tienen una incidencia en el manejo de suelo y, en algunos casos, en los cambios
de uso de suelo.
Ante este panorama, es imprescindible que los mercados agropecuarios envíen señales que
contribuyan a la adaptación y mitigación del cambio climático. Si bien existen algunas iniciativas
para hacer frente al cambio climático lideradas por los principales actores de los mercados
agropecuarios internacionales, como One Planet Business for Biodiversity (OP2B)9, la Alianza
Forestal Tropical (TFA, por sus siglas en inglés)10 y la Colaboración para los Bosques y la Agricultura
(CFA, por sus siglas en inglés), estos esfuerzos están limitados a ciertos commodities y la
deforestación generada por los mismos ha continuado a una tasa insostenible, con algunos
esfuerzos aislados y de bajo impacto a escala (Schulte et al., 2019).
Los mercados, y especialmente los vinculados al sector agropecuario, tienen el potencial de
aprovechar el poder de los paisajes naturales que pueden reducir los impactos del clima y mitigar
las emisiones futuras de carbono a través de la mejora en la salud de los suelos.
Cadenas de valor y cambio climático
Una cadena de valor abarca todas las actividades por las que un producto o servicio pasa, desde su
concepción hasta su entrega a los consumidores y la disposición final después de su uso (Kaplinsky
y Morris, 2002). Cada una de estas fases es conocida como eslabón e involucra a un grupo variado
de actores privados. La cantidad de eslabones que conforman una cadena de valor varía con su
grado de complejidad (Padilla y Oddone, 2016). De acuerdo con la Organización para la Cooperación
y el Desarrollo Económicos (OCDE), este enfoque va más allá del análisis de redes de producción,
8
https://www.4p1000.org/es
https://op2b.org/
10
https://www.tfa2020.org/
9
7
que únicamente hace referencia a las relaciones que vinculan a las empresas de manera conjunta,
ya que incorpora en el análisis el ambiente o ecosistema en el que las actividades productivas son
desarrolladas (OCDE, 2013).
Según Rozemberg (2014), los eslabones o fases de la cadena y todas sus actividades conexas pueden
estar fuertemente aglomeradas en un territorio concreto, o bien estar relativamente dispersas,
conformando una cadena productiva nacional, regional o global.
De acuerdo con la Metodología para el Fortalecimiento de Cadenas de Valor de la Comisión
Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL)11, más allá de los actores privados que
conforman los diferentes eslabones, se identifican también una serie de actores públicos que
constituyen las organizaciones de apoyo vinculadas a la cadena. Estas organizaciones contribuyen a
regular y apoyar el funcionamiento de los eslabones de la cadena, más allá de las propias decisiones
empresariales. Pueden tener un carácter técnico-normativo, financiero, de investigación y control,
entre otras funciones que tienden a potenciar o limitar su poder.
Las organizaciones de apoyo también pueden influir en la gobernanza de la cadena, ya que inciden
en el sistema de coordinación, regulación y control en el que se insertan los actores privados. La
metodologia cepalina pone énfasis en las restricciones como obstáculos a los procesos de
escalamiento en cadenas de valor, es decir, en la detección de los principales cuellos de botella,
problemas técnicos, necesidades de financiamiento o deficiencias públicas que los actores
económicos enfrentan en su articulación productiva y para su escalamiento.
Gereffi (2001) y Humphrey y Schmitz (2002) identificaron cuatro tipos de escalamiento (upgrading):
escalamiento de producto, escalamiento de proceso, escalamiento intracadena y escalamiento
intercadena. Cada uno de estos tipos ha sido caracterizado por Kaplinsky (2010):
•
Mejoras de producto dentro de una empresa (intrafirma), o como resultado de la serie de
acciones eslabonadas en las relaciones entre firmas.
•
Mejoras en procesos, bien dentro de una empresa, o como resultado de la serie de acciones
eslabonadas en las relaciones interfirma.
•
Cambio de posiciones funcionales mediante ajuste de actividades comprometidas dentro
de un eslabón particular, o cambios de actividades que tienen lugar en otros eslabones.
•
Mejora intercadena, proceso que permite la creación de otra/s cadena/s de valor.
En paralelo al escalamiento económico, algunos autores han analizado el escalamiento social.
Siguiendo a Barrientos y otros (2013) el escalamiento social provoca un mejor acceso a condiciones
de empleo, una mayor protección social y de derechos, así como avances significativos en el entorno
social y medioambiental de la cadena, es decir, una mayor cohesión social en el territorio. El
escalamiento social se vincula con el nivel de salarios de una población, la calidad de su empleo, el
acceso a protección social y, de manera más general, con la protección de todos sus derechos
humanos.
Es en este contexto de articulación productiva sostenible a través del escalamiento de cadenas de
valor que también cobran importancia los ODS 8 y 9, que buscan promover el crecimiento
económico sostenido, inclusivo y sostenible, el empleo pleno y productivo y el trabajo decente para
todos así como construir infraestructuras resilientes, promover la industrialización inclusiva y
sostenible y fomentar la innovación, respectivamente.
11
Para conocer esta metodología, véase Padilla y Oddone (2016) y Oddone et al. (2014).
8
Parte importante de las restricciones que se observan en términos sistémicos son restricciones
vinculadas a la infraestructura de mercado (acceso, articulación, financiamiento, servicios de
soporte, otros) bajo una perspectiva de inclusión socio-económica sostenible, lo que por lo general
bloquea la inclusión de nuevos actores dentro de los eslabones más competitivos y el desarrollo de
los diferentes tipos de escalamiento.
La participación en cadenas de valor permite el acceso a nuevas tecnologías, habilidades
empresariales y redes de innovación, que tienden a incrementar la productividad y deberían
mejorar la calidad del empleo y de los salarios. Para lograrlo, se requiere de políticas de
convergencia intersectoriales entre programas de apoyo que intervienen en las distintas áreas del
entorno empresarial en materia de formalización, capacitación técnica, financiamiento, innovación
y sostenibilidad. Al mismo tiempo, es un desafío para las empresas potenciar su capacidad de
absorción frente al avance de las nuevas tecnologías sostenibles. La profundización de los
encadenamientos productivos, combinada con el diálogo intersectorial y la incorporación de
innovaciones tecnológicas, permite el escalamiento hacia actividades más complejas dentro de las
cadenas de valor (Oddone, 2016).
Dadas las características de las cadenas de valor agropecuarias, el cambio climático tendrá efectos
negativos de mayor o menor grado en los diferentes eslabones, siendo mayores en el eslabón de la
producción. Según un análisis del Programa de Investigación del CGIAR en Cambio Climático,
Agricultura y Seguridad Alimentaria (CCAFS), las sequías y las inundaciones serán, en términos
generales, las principales amenazas del cambio climático para las cadenas de valor agropecuarias.
En el caso de la ganadería, se estima que las sequías tendrán mayores impactos en comparación con
las inundaciones, y estos serán mayores en los primeros eslabones de la cadena. En el caso de la
agricultura, analizando el caso específico de la cadena de valor de las arvejas, investigadores de
CCAFS concluyeron que las inundaciones presentarán mayores impactos en comparación con las
sequías. Mientras que los efectos de las inundaciones son severos a lo largo de la cadena, al igual
que en la ganadería los efectos de las sequías son mayores en el eslabón de la producción y
disminuyen a lo largo de la cadena (Mwongera et al., 2019).
Vale la pena subrayar que, como es de esperarse, los efectos del cambio climático serán distintos
según el territorio y la cadena de valor que se trate y pueden variar entre cada uno de sus eslabones.
Por ejemplo, en el caso de la cadena del valor del café, otra investigación de CCAFS concluyó que El
Salvador será el país más afectado a nivel mundial por el cambio climático, derivado de una
disminución del 35% de la superficie apta para el desarrollo del cultivo en el 2050 (Salazar et al.,
2019). El mismo estudio concluyó que las pérdidas por el cambio climático a nivel del istmo
centroamericano serán de 125 millones de dólares por año hacia el final de la década de 2020 en
las cadenas de valor de maíz y frijol, como consecuencia de las altas temperaturas y la disminución
de las lluvias.
Recomendaciones para políticas públicas y
decisiones privadas ante el cambio climático en
Centroamérica
Como se mencionó anteriormente, el desarrollo sostenible requiere fortalecer la productividad en
la dimensión económica, la inclusión en la dimensión social y la resiliencia en la dimensión
9
ambiental, para satisfacer nuestras necesidades sin comprometer las de las generaciones futuras y
sin dejar a nadie atrás.
A continuación, se presentan una serie de recomendaciones generales para abordar estas tres
aristas desde los sectores público y privado en Centroamérica, con énfasis especial en la agricultura
familiar. Es importante hacer notar que dichas propuestas son meramente indicativas y tienen por
objeto contribuir al debate y la discusión en el diseño e implementación de políticas, programas e
instrumentos que favorezcan el desarrollo sostenible en las zonas rurales del Istmo
Centroamericano, dependiendo de las particularidades de los actores involucrados y el contexto
local (político, económico, ambiental y sociocultural) donde se desarrollen.
Mejoras en la productividad de la agricultura familiar
Los productores agropecuarios de pequeña escala en Centroamérica enfrentan un problema de
bajos ingresos asociados a una productividad reducida (Soto et al., 2007). En términos generales, el
productor agropecuario típico es un pequeño campesino, con poca educación formal y una familia
numerosa, con una superficie reducida de tierra en ubicaciones remotas y que normalmente no
cuenta con derechos de propiedad bien definidos. Estos productores usualmente establecen
sistemas diversificados de policultivo y cría de animales, con un bajo grado de mecanización o
tecnificación y un alto porcentaje de utilización de mano de obra, ya sea de familiares, integrantes
de la comunidad o trabajadores migrantes/temporales (Ponce et al., 2006; Salas et al., 2007).
Por otro lado, es común que los pequeños productores y, sobre todo, aquellos que viven en
condiciones de pobreza, no destinen todo el capital con el que cuentan a las actividades
agropecuarias o acuícolas, pues priorizan la satisfacción de otras necesidades básicas para asegurar
la supervivencia del grupo familiar (Guan et al., 2007; Long y Dorner, 1954; Rodríguez y Gammage,
2012; Schmidhuber et al., 2009). Ello es posible dado que la agricultura es una actividad económica
muy flexible en comparación con otros sectores productivos, en términos del capital necesario para
realizarla. Precisamente, éste es uno de los factores que explica por qué dichas actividades son de
importancia económica en los países menos desarrollados, pues son compatibles con bajos niveles
de capital, además de que representan una fuente directa de alimentos para la población de escasos
recursos. Sin embargo, existe una relación directamente proporcional entre el capital que se invierte
en el agro y su productividad (Rodríguez Vázquez y Flores Nava, 2014).
Sin embargo, es importante subrayar que para mejorar la productividad, el capital, el ahorro y la
inversión son necesarios, pero no suficientes. No hay incrementos cualitativos de productividad sin
cambios sustantivos en el progreso técnico y la incorporación de innovaciones tecnológicas. Y esta
capacidad de innovación se ve fortalecida gracias a la red de actores, públicos y privados, cuyas
actividades e interacciones inician, adoptan, utilizan, adaptan y difunden conocimiento, información
y herramientas tecnológicas (Pineda, 2010).
En general, los productores de pequeña escala han sido el foco central de programas sociales y han
perdido en términos de inversión productiva, con una visión que prima un enfoque asistencialista
en vez de uno direccionado a la creación de capacidades y el desarrollo productivo en las zonas
rurales (Burstein, 2007; Rodríguez y Gammage, 2012). En lo que respecta específicamente a la
agricultura familiar, algunas políticas y programas públicos se han basado en la subsidiariedad y han
sido poco eficaces para promover su autosuficiencia, como resultado de los paradigmas
históricamente empleados en el apoyo a los productores de menor escala (FAO, 2010).
10
Por tanto, desde la esfera pública, se debe promover el diseño de políticas inclusivas, no
asistencialistas, para minimizar el riesgo de desarrollar una gran cantidad de emprendimientos
agropecuarios muy pequeños que sobreviven gracias a los subsidios provenientes de programas de
fomento nacionales o internacionales, y que crean muchos empleos agropecuarios de baja
productividad que podrían haber sido empleos más productivos y competitivos si se hubiesen
creado en otras empresas y/o sectores (Rodríguez Vázquez y Flores Nava, 2014; Pagés, 2010).
La productividad de la agricultura familiar está estrechamente vinculada al acceso que tienen a los
recursos e insumos productivos, financieros y tecnológicos, así como el acceso al conocimiento y la
información apropiada para la producción. Adicionalmente, como ya se subrayó, el cambio climático
puede tener efectos negativos en el empleo agropecuario, así como en los rendimientos de la
mayoría de los cultivos. Ante este panorama, resulta indispensable el escalamiento de prácticas de
manejo de los sistemas productivos, adaptadas a las condiciones del contexto local y los recursos
con los que cuentan los productores, que mejoren la productividad y causen menos impacto al
ambiente. Los instrumentos de política que pueden contribuir en incrementar su productividad van
en el sentido de apoyar a la producción agrícola (créditos, financiamiento, subsidio de insumos
productivos, acceso a la tierra y al agua), así como programas de extensión, capacitación y empleo
rural.
Además de lo anterior, es importante que el capital, las inversiones públicas y privadas, así como las
innovaciones tecnológicas estén orientadas a incorporar soluciones en este sentido, pues está
demostrado que aquellas prácticas que reducen la deforestación y contribuyen a una mejor salud
de los suelos tienen efectos positivos directos en la productividad agropecuaria. Por ejemplo, las
innovaciones en materia de información agroclimática y buenas prácticas productivas promovidas
por ResCA en alianza con el Centro Internacional de Agricultura Tropical (CIAT) han permitido
incrementar entre un 17% y 23% la productividad de los cultivos de café y frijol en 10 comunidades
de Copán y Choluteca en Honduras12.
En el caso de la ganadería, TNC realizó un análisis comparativo entre las prácticas convencionales y
sistemas silvopastoriles en la Península de Yucatán en México, en el marco de la Alianza México para
la Reducción de Emisiones por Deforestación y Degradación (M-REDD+)13. Entre los principales
hallazgos se encuentran los siguientes: a) la carga animal puede incrementarse de 1 a 3 animales
por hectárea; b) la producción de leche puede incrementarse de 4 a 7 litros de leche por vaca por
día, lo que equivale a un incremento de 4 a 21 litros de leche por hectárea o de 1,200 a 6,300 litros
por hectárea por año; c) la producción de carne puede incrementarse de 0.3 a 0.7 kilogramos por
animal por día, lo que equivale a un incremento de 0.3 a 2.1 kilogramos de carne por hectárea o 110
a 766.5 kilogramos de carne por hectárea por año (M-REDD+, 2017).
Mayor inclusión
La universalidad es un valor dentro de las políticas sociales desarrolladas en Centroamérica. La
agenda social es multidimensional y comparte la integralidad del enfoque de derechos. En la región
existe la institucionalidad, en el nivel nacional y regional, idónea para promover la inclusión y
12
http://www.resilientcentralamerica.org/mejoran-produccion-de-cafe-y-frijol-entre-un-17-y-23-gracias-aestrategias-de-adaptacion-al-cambio-climatico/
13
www.alianza-mredd.org/
11
protección de los derechos de los actores más débiles, así como la reducción de asimetrías entre los
grupos más vulnerables. Sin embargo, persiste el desafío de consolidar la intersectorialidad como
una acción operativa de colaboración interinstitucional que fortalezca la inclusión en sus múltiples
dimensiones.
En términos generales, algunas acciones tendientes a promover una mayor inclusión están
asociadas a los siguientes aspectos los cuales se vinculan a los Objetivos de Desarrollo Sostenible
(ODS):
•
Ejercer el derecho de alimentarse en condiciones de dignidad (ODS 2).
•
Garantizar el acceso a vivienda digna y saludable (ODS 11).
•
Garantizar el acceso a educación pertinente y de calidad (ODS 4).
•
Fomentar el trabajo decente (ODS 8).
•
Promover la igualdad de género en el trabajo productivo remunerado y su consecuente
ingreso (ODS 5).
•
Facilitar la participación en los procesos económicos, políticos y sociales (ODS 16).
•
Garantizar el acceso a la seguridad y protección social (ODS 10, ODS 16).
•
Respetar la diversidad cultural, étnica, así como la orientación sexual, expresión e identidad
de género diversa (ODS 10).
•
Favorecer la integración social de las minorías y/o los grupos más vulnerables (mujeres,
jóvenes, migrantes, adultos mayores, población rural, comunidades indígenas, población en
condiciones de pobreza y población analfabeta, entre otros) (ODS 5, ODS 8, ODS 10).
En materia de cambio climático, el Marco de Sendai para la Reducción del Riesgo de Desastres 2015203014 subraya que la gestión de riesgos debe facilitar la participación de las comunidades y pueblos
indígenas e implementar sus saberes y prácticas tradicionales, como complemento los
conocimientos científicos. En ese sentido, la Política Centroamericana de Gestión Integral del Riesgo
de Desastres (PCGIR) menciona que la gestión del riesgo debe vincularse con la cohesión social
desde un enfoque integral (multisectorial y territorial), de respeto y garantía a los derechos
humanos, considerando la multiculturalidad y la equidad de género. No obstante, la participación
de las comunidades indígenas y otras minorías centroamericanas en estos procesos es limitada e
incipiente en la toma de decisiones a nivel político, ya que aún no se les reconoce plenamente sus
derechos territoriales, su libre determinación, sistemas jurídicos, políticos y sociales (Batzin, 2019).
Estos desafíos constituyen un horizonte de trabajo en la implementación de la Agenda 2030 en
Centroamérica.
14
El Marco de Sendai para la Reducción del Riesgo de Desastres 2015-2030 se adoptó en la tercera Conferencia Mundial
de las Naciones Unidas celebrada en Sendai (Japón) el 18 de marzo de 2015. Es resultado de una serie de consultas entre
las partes interesadas que se iniciaron en marzo de 2012 y de las negociaciones intergubernamentales que tuvieron lugar
entre julio de 2014 y marzo de 2015, con el apoyo de la Oficina de las Naciones Unidas para la Reducción del Riesgo de
Desastres,
a
petición
de
la
Asamblea
General
de
las
Naciones
Unidas.
https://www.unisdr.org/files/43291_spanishsendaiframeworkfordisasterri.pdf
12
Fortalecimiento de las cadenas de valor agropecuarias
El análisis de cadenas de valor permite comprender los procesos de agregación de valor a partir de
la articulación de actores que se encuentren alojados en diferentes eslabones como así también los
procesos de distribución de los beneficios de ese valor agregado. Analizar y sistematizar información
de mercado para garantizar la alineación de actividades público-privadas es fundamental para la
mejora de los desempeños de los eslabones junto con los procesos de fortalecimiento de la
asociatividad intra-eslabón, que permiten relativizar su heterogeneidad, como así evaluar mejor sus
contribuciones a la agregación de valor en las cadenas productivas.
Un escalamiento económico debería conducir a un escalamiento social y la conservación de los
recursos naturales, pero algunas eficiencias productivas no necesariamente generan mejoras en las
prestaciones y derechos de los trabajadores o en el cuidado del medioambiente. Por ello, es
importante perseguir modificaciones sustantivas en términos sociales y medioambientales, como la
inclusión de criterios de sostenibilidad (económica, social y ambiental) en las empresas.
En el marco de ResCA, TNC ha identificado algunas acciones para incorporar la sostenibilidad en las
empresas, como repensar su propósito; promover la ética en la tecnología; mejorar la transparencia
en la cadena de suministro; reportar de manera inteligente y no por obligación; facilitar la
comprensión y conocimiento sobre los riesgos asociados al cambio climático en todos los niveles de
la empresa, comenzando por el consejo directivo y/o la alta gerencia; promover el bienestar de los
empleados; trabajar en colaboración estrecha con el área de finanzas sobre inversiones en materia
de resiliencia climática; y buscar esquemas de colaboración y alianzas estratégicas con iniciativas
locales, nacionales, regionales y globales15.
Asimismo, resulta fundamental promover una convergencia entre instituciones de fomento
productivo vinculadas con las cadenas de valor a partir de:
•
Incentivar la colaboración entre instituciones públicas y privadas a partir del fortalecimiento
de sus capacidades endógenas y de la flexibilidad de los espacios de coordinación y diálogo
para el acceso a nuevos mercados que valoren la sostenibilidad.
•
Evitar la fragmentación de las intervenciones de política pública y aproximar instrumentos
técnicos y financieros vinculados con la sostenibilidad.
•
Valorar que los los arreglos institucionales pertinentes para el desarrollo de una política de
articulación productiva necesitan cumplir con ciertas condiciones de éxito como un
liderazgo político (Rodrik, 2004) incluyente con la participación de las autoridades públicas
vinculadas con la protección del medio ambiente.
15
Para conocer a profundidad estas recomendaciones, véase Schneider, Heloisa (2019), Guía para integrar la
sostenibilidad en las empresas, El Salvador: Departamento de Estado de los Estados Unidos, Programa Centroamérica
Resiliente (ResCA), The Nature Conservancy, disponible en: http://www.resilientcentralamerica.org/wpcontent/uploads/2019/Guía/ResCA-GuíaSustentabilidadEmpresas-FINAL.pdf
13
•
Individualizar las modalidades de financiamiento ofrecidas por las instituciones
intersectorialmente vinculadas16 y planificar intervenciones conjuntas que permitan un
liderazgo multiactor.
Estas acciones podrán ser complementadas por la creación de “industrial commons” que buscan
facilitar la incorporación de tecnologías avanzadas a través de redes de investigación y difusión
tecnológica, centros de investigación, laboratorios e instituciones de certificación, entre otros
socios; así como a partir de la inversión en fuentes alternativas de energías para potenciar la
sostenibilidad en las cadenas de valor bajo un esquema de colaboración público-privado.
Por último, estructurar un esquema de colaboración intersectorial en materia de cadenas de valor
implica:
• Identificar las cadenas de valor estratégicas en cuanto a su afectación climática y/o a
partir de sus aportes a la sostenibilidad.
• Comprender el marco de actuación institucional que ofrece el Sistema de la Integración
Centroamericana (SICA) y el propio Proyecto ResCA.
• Describir las funciones específicas y transversales de cada institución para definir
mecanismos claros de circulación de la información y evitar fallas de coordinación.
• Individualizar modalidades de financiamiento ofrecidas por las instituciones
intersectorialmente vinculas y planificar las intervenciones conjuntas climáticamente
inteligentes que puedan contribuir con una o varias cadenas de valor.
Hacia una Centroamérica más resiliente al cambio climático
Centroamérica cuenta un marco legal, político e institucional para hacer frente a los riesgos
asociados al cambio climático, tanto a nivel nacional como en el marco del SICA. A nivel regional, la
Comisión Centroamericana de Ambiente y Desarrollo (CCAD) desarrolló entre 2008 y 2010 la
Estrategia Regional de Cambio Climático.
A pesar de lo anterior, la información disponible indica que, en todos los países, el grado de
exposición de las personas y sus bienes a riesgos climáticos se ha incrementado más rápido de lo
que ha disminuido la vulnerabilidad. Esto ha generado nuevos riesgos, además de costos ocultos y
dificultades para que los gobiernos cumplan sus obligaciones financieras y de otra índole. En
particular, las comunidades rurales más pobres y las micro, pequeñas y medianas empresas
(MIPYME) son las más afectadas por desastres recurrentes de pequeña escala, representando en
suma un alto porcentaje del total de las pérdidas asociadas a desastres climáticos (UNDRR, 2015).
La vulnerabilidad climática podría afectar otras estrategias de desarrollo regional como la Estrategia
Regional de Articulación Productiva MIPYME y la construcción de la Política Regional MIPYME
actualmente en curso por el Centro Regional de Promoción de la MIPYME (CENPROMYPE) del SICA.
Ante este panorama, el énfasis se debe poner en la gestión de riesgos climáticos; más que en el
manejo de los desastres asociados al cambio climático una vez que ocurrieron. Sin embargo, es
Sobre la intersectorialidad puede consultarse: Oddone, Nahuel (2018), “Intersectorialidad: del discurso a la acción”,
Seminario: Articulación Productiva para el fortalecimiento y desarrollo de las Pequeñas y Medianas Empresas (PYMES) de
la región. Ciudad de Guatemala, Sistema Económico Latinoamericano y del Carible, disponible:
http://www.sela.org/media/3199403/intersectorialidad-discurso-accion-publica-integrada-en-las-cadenas-de-valor-ismmercosur.pdf
16
14
importante subrayar que la promoción de la resiliencia climática no sólo debe enfocarse en la
gestión de riesgos de desastres. Como se mencionó anteriormente, la resiliencia al cambio climático
implica anticipar, absorber, o recuperarse de los efectos de un evento climático potencialmente
dañino de manera oportuna y eficiente, incluso a través de garantizar la conservación, restauración
o mejora de las funciones y estructuras esenciales del sistema. En este sentido, en el caso de los
sistemas agropecuarios se requiere del manejo sostenible de suelos, agua y otros recursos naturales
que sostienen la producción.
La naturaleza nos brinda soluciones factibles y de bajo costo para promover la resiliencia al cambio
climático en los sistemas agropecuarios centroamericanos. De acuerdo con TNC (2019), las
soluciones basadas en la naturaleza pueden contribuir a hacer frente al cambio climático en tres
vías:
•
•
•
Reducir las emisiones de gases de efecto invernadero asociadas a la producción agropecuaria y
al cambio de uso de suelo.
Capturar carbono de la atmósfera.
Incrementar la resiliencia de los ecosistemas, apoyando a las comunidades a adaptarse a los
impactos del cambio climático, como sequías e inundaciones.
A pesar del potencial de las soluciones basadas en la naturaleza, que pueden contribuir con más de
una tercera parte del total de las reducciones de emisiones requeridas para el 2030, reciben en la
actualidad menos del 3% del total del financiamiento climático (TNC, 2019). Algunas de estas
soluciones tienen que ver con reducir la deforestación, asociada principalmente a la expansión de
la frontera agropecuaria, promover la reforestación y la restauración de ecosistemas degradados;
promover un manejo sostenible de los recursos forestales; y promover acciones que mejoren la
salud de los suelos, a través de prácticas de manejo agronómico más efectivas y eficientes en el uso
de insumos.
Además, la promoción de la resiliencia implica avanzar en asegurar la realización de los derechos
humanos, la reducción de la pobreza, la promoción de la equidad de género, la integridad ambiental,
avanzar en los derechos de propiedad de la tierra, sobre todo de las comunidades indígenas, las
mujeres y los jóvenes; garantizar la satisfacción de las necesidades básicas, incluyendo seguridad
social y mecanismos de aseguramiento, promover la toma de decisiones transparentes,
especialmente a nivel local; y facilitar el rescate y uso del conocimiento y los saberes locales de los
productores en materia de adaptación al cambio climático.
Estos cambios implican retos económicos, sociales, culturales-educativos y políticos, que requieren
inversiones tanto públicas como privadas. De acuerdo con la Comisión Global sobre la Economía y
el Clima17, las decisiones políticas y las inversiones públicas y privadas que se tomen hasta el 2020
afectarán el desarrollo de los próximos 15 años. En su reporte de 2018, la Comisión identificó las
17
La Comisión Global sobre la Economía y el Clima es una iniciativa internacional para analizar cómo los países pueden
lograr el crecimiento económico mientras enfrentan los riesgos asociados al cambio climático. Está conformada por una
red de líderes de gobierno, economía y negocios y fue comisionada por siete países (Colombia, Etiopía, Indonesia,
Noruega, Corea del Sur, Suecia y el Reino Unido) como una iniciativa independiente para reportar a la comunidad
internacional. http://newclimateeconomy.net/
15
siguientes áreas prioritarias que requieren acción urgente e inmediata para transformar los sistemas
agropecuarios actuales hacia unos más resilientes:
•
Congelar la expansión de la frontera agropecuaria de una vez por todas, a través de una
combinación de diferentes medidas, incluyendo la reforma en los sistemas de tenencia de
la tierra; el fortalecimiento de los sistemas de protección de las reservas naturales de las
comunidades indígenas; la aplicación efectiva de los instrumentos legales; así como aquellas
medidas e instrumentos de política que aseguren que la producción agropecuaria se realice
en zonas no forestales y/o en zonas degradadas.
•
Transparencia, trazabilidad y legalidad. Diferentes herramientas tecnológicas, como los
sistemas de información geográfica, las imágenes satelitales, los sistemas informáticos y
otros, pueden contribuir a una mejor trazabilidad y transparencia, para asegurar que
nuestros alimentos son producidos en zonas apropiadas, que las cadenas de valor
realmente promueven la cero deforestación, y que en el caso de ciertos productos, como
los pesqueros, se respetan las fechas de veda y zonas de pesca.
•
Aumentar la productividad agropecuaria de forma sostenible, a través del escalamiento
de buenas prácticas de manejo que sean mucho más eficiente en el uso de los recursos
naturales y los insumos productivos.
•
Promover cambios en los patrones de consumo de alimentos, reduciendo las pérdidas y
desperdicios de alimentos, promoviendo la inocuidad agroalimentaria, a través de
programas de educación en materia de salud y nutrición, entre otros.
Las acciones que se implementen en estas áreas prioritarias constituyen una oportunidad para el
alcance de las metas fijadas en el ODS 12 de producción y consumo responsable.
Conclusiones
La nueva agenda de desarrollo reconoce que los objetivos de crecimiento económico, acción
climática e inclusión social son complementarios y están interrelacionados. En un horizonte
estratégico de largo plazo, productividad, inclusión y resiliencia ambiental deberán apoyarse
mutuamente en una relación dialéctica virtuosa.
Para alcanzar el desarrollo sostenible necesitamos escalar soluciones sistémicas. Esto es posible con
la tecnología actual y en desarrollo, pero requiere necesariamente un cambio de paradigma en los
patrones de producción y consumo, las políticas públicas y las fuerzas de mercado que traccionan
el modelo de desarrollo actual. Asimismo, la promoción de la resiliencia para migrar hacia
ecosistemas productivos más sanos requiere de grandes inversiones, tanto económicas como
sociales, para lograr adoptar prácticas y tecnologías productivas y sostenibles que minimicen los
impactos negativos sobre los recursos naturales.
La promoción de la resiliencia al cambio climático es una inversión rentable en la prevención de
pérdidas futuras. Según Naciones Unidas, si en los próximos quince años se realizan inversiones de
alrededor de seis mil millones de dólares en materia de resiliencia climática, el ahorro potencial
16
puede ser de 360 mil millones de dólares por las pérdidas evitadas asociadas a riesgos climáticos en
el ciclo de vida de dicha inversión18. En el caso los ecosistemas terrestres, las inversiones requeridas
para promover la resiliencia a través de la restauración de 250 millones de hectáreas de bosques
degradados hasta el 2030 será de entre 350 mil millones y un billón de dólares (The Global
Commission on the Economy and Climate, 2018).
Con esta firme convicción, el Programa Centroamérica Resiliente (ResCA) decidió invertir un poco
más de diez millones de dólares para promover la resiliencia al cambio climático en el sector
agropecuario centroamericano entre 2016 y 2020. El desafío ahora está escalar las diferentes
soluciones que han sido desarrolladas a partir del capital semilla de ResCA en Guatemala, Belice, El
Salvador, Honduras, Nicaragua y a nivel del SICA. Y éste es un reto que está en las manos de los
tomadores de decisión centroamericanos, tanto del sector privado como del sector público local,
nacional y regional.
Sin embargo, aunque estas inversiones y esfuerzos son necesarios, no son suficientes. La promoción
de la resiliencia en el sector agropecuario centroamericano, además de ser responsabilidad de los
productores, es una obligación común de todos los actores en las cadenas de valor agroalimentarias
y de nosotros, los consumidores en las zonas urbanas. Si nosotros como consumidores, y también
los mercados, comerciantes y minoristas, no reconocemos el esfuerzo de los agricultores y cómo es
que están cambiando la forma de producir nuestros alimentos para proteger las fuentes de agua,
los bosques y la biodiversidad, entonces las intervenciones de campo como las que promueve ResCA
no durarán más allá del programa.
Para que los ecosistemas productivos y sanos sean económicamente viables, es necesario que los
mercados reconozcan el valor de las tierras agrícolas manejadas bajo la producción sostenible,
mediante instrumentos y mecanismos que superen la agricultura convencional. También es
necesario asegurar que los beneficios de este tipo de producción sean bien distribuidos y
proporcionen mejores medios de vida para los productores rurales y sus familias. Como nos dijo un
productor en un día de demostración de campo: “la sostenibilidad entra a través del bolsillo de los
agricultores”.
United Nations, “Climate Action:
content/uploads/2018/09/Goal-13.pdf
18
Why
it
matters?”,
https://www.un.org/sustainabledevelopment/wp-
17
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