El reverso de la
fotografía en
El botón de nácar
(2015), de Patricio
Guzmán
VANIA BARRAZA
vbarraza@memphis.edu
University of M emphis,
Es tados U nidos
F ECHA
DE RECEPCIÓN
junio 12, 2018
F ECHA
DE APROBACIÓN
julio 20, 2018
https://doi.org/10.32870/
elojoquepiensa.v0i18.309
r e s u m e n / Desde La batalla de Chile
(1975-1979) a Salvador Allende (2004),
Patricio Guzmán ha trabajado, de manera
insistente y tenaz sobre la memoria
histórica y los efectos del régimen dictatorial (1973-1990) en la sociedad chilena.
En El botón de nácar (2015), el documentalista retoma este leit motiv que ha dominado su obra a fin de proveer una nueva
reflexión sobre la pérdida, los horrores del
pasado y la percepción del paso del tiempo.
El documental conecta el genocidio de
los pueblos australes (selknam, kaweskar,
haush, aonikenk, yagán), ocurrido entre
1880 y 1910, con la represión ejercida por
el gobierno militar chileno. Guzmán ofrece
una sugerente mirada sobre los documentos
etnovisuales de fines del siglo XIX y el XX
y la fotografía de denuncia política. Este
ensayo examina la representación de los
archivos etnográficos sobre los fueguinos,
en El botón de nácar, como la mirada
fantasmática de una otredad que interpela
el presente. Para esto, Guzmán dispone un
palimpsesto visual en el que se superponen
el testimonio fotográfico, el exterminio
indígena y las imágenes de prisioneros
políticos y detenidos desaparecidos durante
la dictadura de Pinochet, a fin de inscribir
la visión de los vencidos “intolerable” en la
historiografía visual chilena.
P a l a b r a s c l av e / Archivo etnográfico,
comunidades indígenas fueguinas,
Patagonia, Patricio Guzmán, posdictadura
chilena, desaparecidos.
EL OJO QUE PIENSA
Nº 18, enero - junio 2019
a b s t r a c t / Starting with his documentary The Battle of Chile (19751979) up to Salvador Allende (2004),
Patricio Guzmán has worked consistently
on subjects related to historical memory
and the effects of the military government (1973-1990) on Chilean society. In
The Pearl Button (2015), this filmmaker
readdresses the leit-motiv prevailing in his
film production, providing a new perspective on the totalitarian regime and the
perception of time. The Pearl Button
connects the genocide of Tierra del
Fuego communities –selknam, kaweskar,
haush, aonikenk, yagán– (1880-1910)
with the repression of the Chilean military dictatorship. Guzmán presents an
intriguing view regarding ethno-visual
documents (19th-20th Centuries), and the
photography of political denouncement.
This article examines the photo archive
of the natives in The Pearl Button, as
comprising a ghostly gaze, questioning
the present. Guzmán organizes a visual
palimpsest layering photography, indigenous extermination, and the pictures
of political prisoners and desaparecidos,
during Pinochet´s dictatorship. As a result,
the documentary reinstates the “unbearable” vision of the vanquished (“The
Broken Spears”) within Chilean visual
historiography.
K e y w o r D s / Ethnographic archive,
Fuegians indigenous communities,
Patagonia, Patricio Guzmán, Chilean
postdictatorship, political disappeared.
SÉPTIMO ARTE /87
FiGura 1. El botón de nácar
(Patricio Guzmán, 2015). 0:13:00
¿
Este artículo fue desarrollado gracias al apoyo
de la beca Catherine and Charles Freeburg
Fellows Program, del instituto Marcus W. Orr
Center for the Humanities (MOCH) de la Universidad de Memphis, en 2018.
EL OJO QUE PIENSA
Nº 18, enero - junio 2019
Qué es la historia sino una sucesión de derrotas? En El botón de nácar (2015),
el documentalista chileno, Patricio Guzmán, retoma el leit motiv que ha
dominado su obra cinematográfica a fin de proveer una nueva reflexión
sobre la pérdida, los horrores del pasado y la percepción del paso del
tiempo. Desde La batalla de Chile (1975-1979) a Salvador Allende
(2004), Guzmán ha trabajado, de manera consistente y tenaz sobre la memoria
histórica y los efectos del régimen dictatorial (1973-1990) en la sociedad chilena.
A partir de Nostalgia de la luz (2010), el documentalista amplía su registro
sobre el peso del pasado traumático en el Chile pospinochet, para elaborar una
poética que se pregunta por el gesto de registrar una temporalidad. En El botón
de nácar –la segunda parte de una trilogía a completar con un trabajo sobre la
cordillera de los Andes– la figura del agua sirve como recurso lírico que conecta el
genocidio de los pueblos australes (selknam, kaweskar, haush/mánekenk, aonikenk,
yagán), ocurrido entre 1880 y 1910, con la represión ejercida por el gobierno militar
que derrocara al presidente Salvador Allende.
Guzmán se interesó por la colonización de la Patagonia a partir de la serie
Los nómadas del mar (1996), de la fotógrafa Paz Errázuriz, cuyo trabajo sobre los
SÉPTIMO ARTE /88
últimos miembros de la etnia kaweskar (alacalufe) dialoga,
a su vez, con los documentos visuales realizados a fines del
siglo XIX por exploradores europeos en Tierra del Fuego. Son
imágenes que dan cuenta del reverso y el anverso que origina
la nación moderna.
El botón de nácar se organiza en torno a un palimpsesto
visual en el que se superponen el testimonio fotográfico y el
registro documental, a fin de inscribir la visión de los vencidos
en el discurso de la historia chilena. La yuxtaposición entre
ambos medios resulta no solo una revisión del campo representación, sino en un cuestionamiento sobre lo representable
de una otredad que solo es asequible a través de su condición
espectral. En este sentido, si el documento antropológico o
expedicionario (de sacerdotes y aventureros de entresiglos)
denota la posición silenciosa de los vencedores frente a las
tierras y pueblos conquistados de la Patagonia, la película
de Guzmán resignifica dicho mutismo por ser imágenes que
enmudecen a sus observadores.
El objetivo de este ensayo es examinar el modo en que la
fotografía en El botón de nácar inscribe tanto la figura de
las comunidades desaparecidas, como la de los desaparecidos de la dictadura chilena en el discurso histórico nacional.
La primera parte del artículo estudia las estrategias visuales
que instalan una mirada hacia una otredad ya extinguida. A
continuación, se discute el alcance del dispositivo fotográfico
como testigo del horror y, por último, se interpreta el valor
metonímico de la imagen post mortem de una desaparecida de
la dictadura chilena.
En el documental, la serie de retratos indígenas se divide en
tres ejes temáticos. El primer conjunto de imágenes presenta
a los fueguinos en posiciones de superioridad con respecto al
campo de la visión. El segundo grupo rescata instantáneas
recogidas en el ceremonial selknam del hain. En ambas instancias prevalece aquello que Roland Barthes (1990) describe
como el carácter fantasmático de la fotografía, espectralidad
que se ve reforzada por tratarse de documentos etnográficos
(mudos) de principios del siglo XX. En tercer lugar, el filme
EL OJO QUE PIENSA
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recoge la persecución y el exterminio indígena, al punto de
problematizar, en términos de Jacques Rancière (2010), la
representación de lo intolerable. A partir de esto, se examina
el montaje de la imagen irrepresentable durante la represión
chilena.
LA
MEMORIA, EL LUGAR DEL OTRO
Y EL ARCHIVO FOTOGRÁFICO
La obra de Patricio Guzmán funciona como un eje fundamental en contra de la amnesia “para recordar y restituir a la
historia de Chile un periodo crucial y único, borrado, escamoteado a varias generaciones” (Ruffinelli, 2008, p. 11). Su
cine antiamnésico (Dittus, 2014) gravita en torno a la dicotomía memoria y olvido, de aquella “gente que vive en el
recuerdo y gente que quiere olvidar para vivir” (Ricciarelli,
2011, p. 54).
Irene Depetris Chauvin (2017) nota que si La batalla de
Chile apela a un registro expositivo para trasmitir la épica
de un proceso histórico en desarrollo, la trilogía de la posdictadura (Chile, la memoria obstinada [1997], El caso
Pinochet [2001] y Salvador Allende) explora el legado del
régimen “operando un ‘giro subjetivo’ en la práctica documental, ensayando un discurso de memoria que se cruza y se
valida con la experiencia personal del propio director” (2016,
p. 172)1. A partir de Nostalgia de la luz, advierte la autora,
“el documental de Guzmán propone una ‘espacialización de
la memoria’, una relocalización de su campo de acción, y
un rodeo metafórico que potencia el alcance de ese discurso
al hacer posible una ampliación de la comunidad afectada
por la pérdida” (p. 172). En El botón de nácar, dicha
1
El cine de posdictadura de Guzmán también ha sido estudiado como ejercicio de la memoria en relación con la emotividad (Epps, 2016), la representación de la violencia (Peris Blanes, 2009), la imagen de la ruina del
consenso neoliberal (Rodríguez, 2013), una melancolización de lo político
(Mc Namara y Taccetta, 2015) o una reflexión sobre el tiempo (Martin-Jones,
2013; Cangi, 2011; Zarini, 2017).
SÉPTIMO ARTE /89
“cartografía afectiva” (p. 175) se desplaza hacia los pueblos
vinculados al mar.
Patrick Blaine (2015) plantea que el documentalista chileno
desarrolla una compleja representación de la ausencia a través
de “objetos encontrados, el arte, las canciones, los edificios, y
varios otros anclajes en una especie de ‘método de loci’ para
lograr la recuperación de memorias perdidas y forjar memorias nuevas” (p. 206). De modo que, en El botón de nácar,
Guzmán ingresa al archivo fotográfico con un hilo conductor
(un hilo de Ariadna en un laberinto de imágenes etnográficas)
que busca significar y organizar tanto la iconografía como el
lugar del otro en la historiografía nacional.
En el retrato de los pueblos indígenas, el director intersecta
el lente del dispositivo fotográfico –captor de una otredad
muda, abatida, aniquilada– con el lente de la cámara cinematográfica. Se produce, entonces, un cruce de miradas entre
sujetos fotografiados y la mirada colonizadora, la interpretación del documentalista respecto a tal desigualdad de poder
y la revisión del pasado de parte de los espectadores del filme.
La imagen que inicia la primera serie visual sobre los fueguinos corresponde a un grupo de niñas yagán (yámana)
[FiGura 1] retratadas durante la Expedición francesa a la
región del Cabo de Hornos (1882-1883). La misión científica,
dirigida por el capitán Ferdinand Martial a bordo del barco
La Romanche, realizó diversos estudios botánicos, zoológicos,
geográficos y antropológicos en la zona, como proyecto de
investigación del programa Año Polar Internacional2.
2
Medio siglo antes, en 1839, el capitán inglés Robert FitzRoy había publicado
un informe de sus exploraciones (1826-1830 y 1831-1836) por fiordos y canales australes en Narrative of the Surveying Voyages of his Majesty’s Ships Adventure and
Beagle. Su expedición es conocida porque en ella participó el científico Charles
Darwin y por haber secuestrado a cuatro fueguinos (dos hombres jóvenes,
un adolescente y una niña). Los indígenas fueron llamados York Minster,
Boat Memory, Jemmy Button y Fuegia Basket y resultados “trasladados a
Inglaterra con el fin de ser instruidos en los valores cristianos, el idioma
inglés y las costumbres occidentales, y servir de intérpretes e intermediarios
en futuras expediciones” (Penhos, 2013, p. 22). El yagán (yámana) Jemmy
Button (c. 1815-1864), quien recibió un botón de nácar por unirse al viaje,
regresó a la Patagonia, en 1833. Su anécdota, que inspira el documental de
Guzmán, ha sido recogida en relatos históricos y literarios.
EL OJO QUE PIENSA
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En la fotografía de Jean-Louis Doze y Edmond-Joseph-Augustin Payen3, las nueve muchachas se encuentran dispuestas en una composición piramidal, encabezadas por la joven
Kamanakar Kipa. La lámina se caracteriza por estar encuadrada en un ángulo de contrapicado, lo cual sitúa a las indígenas en un eje ubicado a mayor altura con respecto al objetivo
de la cámara. A continuación, Guzmán escruta el cuadro en
pequeñas tomas que recogen las miradas serenas, curiosas e
intrigadas de algunas de ellas. El eje de sus ojos, proyecta una
superioridad espacial que procura significar una nueva perspectiva hacia el otro para los espectadores del documental.
Esta presentación de los sujetos distribuidos en posición de
superioridad se reproduce en la colección de mujeres selknam
(ona) [FiGura 2]. La primera registra un grupo de siete indígenas de distintas edades (y un bebé), retratadas hacia 1920
por el sacerdote y antropólogo alemán, Martín Gusinde4. La
siguiente impresión [FiGura 3], del misionero italiano Alberto
María de Agostini, recorta una pareja de muchachas selknam
(ona) alrededor de 19155. La serie, que finaliza con dos rostros masculinos (fotografiados por Cándido Veiga [FiGura 4]
y Martín Gusinde [FiGura 5], respectivamente), también
exhibe semblanzas de individuos enfocados desde un punto
de vista inferior al campo visual. Esta selección de imágenes
localiza el lugar de los indígenas –ausentes del proyecto de la
3
El lugar, la fecha y la autoría de las fotografías comentadas en este artículo se
encuentran catalogadas en el libro de Margarita Alvarado, Carolina Odone
y Pedro Mege (2008), Fueguinos. Fotografías siglos XIX y XX. Imágenes e imaginarios
del fin del mundo.
4
Martín Gusinde (1886-1969) realizó cuatro expediciones a tierra del fuego
(1918, 1919, 1921-1922 y 1922-1924), patrocinadas por el ministerio de
Instrucción Pública de Chile, para llevar a cabo la investigación metódica
de tres tribus fueguinas. Los resultados de su trabajo se pueden encontrar
en dos obras mayores: Fueguinos: Hombres primitivos en la Tierra del Fuego y Los
indios de Tierra del Fuego.
5
Alberto María de Agostini (1883-1960) se trasladó al convento salesiano de
Punta Arenas, en 1910. A partir de entonces, y a lo largo de 48 años, realizó
una sistemática investigación sobre la geografía y los grupos étnicos de la
zona. Entre sus publicaciones se destacan: 30 años en Tierra del Fuego, Guía
turística de Magallanes y canales fueguinos, Mis viajes a la Tierra del Fuego, Paisajes
Magallánicos: Itinerarios turísticos. Además, dirigió dos reconocidas piezas documentales: Tierras Magallánicas y Tierra del Fuego.
SÉPTIMO ARTE /90
nación– no solo en el espacio de la representación fotográfica,
sino más bien instala al vencido en el discurso histórico del
Estado moderno.
LA
IMAGEN ESPECTRAL
EN LAS IMÁGENES
D E L O S D E S A PA R E C I D O S
PUEBLOS SUREÑOS
Del primer conjunto de imágenes etnográficas seleccionadas
por Guzmán, el retrato del yagán (yámana) [FiGura 5] que
cierra la serie se destaca porque el individuo luce su cara
pintada en señal de duelo. De igual modo, uno de los rostros
masculinos que da inicio a la segunda serie –las imágenes del
ceremonial del hain– también consiste en el retrato de un
doliente [FiGura 6], de manera que, en El botón de nácar,
el signo de la muerte se halla latente en el lenguaje no verbal de
aquellos individuos fotografiados. Así, en el documental del realizador chileno, las comunidades australes –dignas, serenas, impasibles– regresan como espectros de luz, ánimas luminosas, con el
propósito de pedir cuentas a la historia que las hizo desaparecer.
En su reconocido ensayo, La cámara lúcida, Roland Barthes
(1990) denomina Spectrum a quien resulta fotografiado “porque esta palabra mantiene a través de su raíz una relación
con "espectáculo" y le añade ese algo terrible que hay en toda
fotografía: el retorno de lo muerto” (p. 39). En esta línea de
reflexión, Eduardo Cadava (1997) recoge la teoría de Walter
Benjamin y Siegfried Kracauer para concluir que en su capacidad de evocar lo que ya no está, la fotografía forma parte del
más allá del sujeto fotografiado: “Es precisamente en la muerte
en lo que se revela el poder de la fotografía y se revela en la
medida que continúa evocando lo que ya no puede existir”
(p. 13)6. Por tal motivo, todo registro fotográfico resulta ser un
indicio de lo fatal tanto en el observador, como en lo observado.
6
“[I]t is precisely in death that the power of the photograph is revealed, and
revealed to the very extent that it continues to evoke what can no longer be
there” (Cadava, 1997, p. 13).
EL OJO QUE PIENSA
Nº 18, enero - junio 2019
Los documentos visuales sobre los pueblos de la Patagonia
–científicos, etnográficos, colonizadores– concitan no solo una
reflexión sobre el espacio de la otredad, asignado al nativo,
sino más bien a su inminente exterminio a manos de colonos,
estancieros y aventureros europeos. En este sentido, es preciso
tener en cuenta que las valiosas fuentes visuales e información antropológica tanto del misionero salesiano, de Agostini,
como del sacerdote Gusinde, cuyos registros son obtenidos
hacia 1920, en la práctica surgen como informes tardíos que
denuncian el genocidio austral, ocurrido un par de décadas
antes; esto es, entre 1880 y 1910.
Por lo tanto, la mayoría de estos reportes etnográficos constituyen tardías anotaciones históricas, conseguidas cuando solo
quedan pequeños reductos de grupos selknam (ona), yagán
(yámana), kaweskar (alacalufe) y aonikenk (tehuelche) en la
región7. Es decir, quienes posan para estas fotografías conforman, en aquel momento, los últimos testimonios vivientes
de lo que habían sido los pueblos del sur, lo cual refuerza la
condición fantasmagórica de estos individuos.
Cabe tener en cuenta que la figura del fantasma describe
una entidad atrapada en el intersticio de dos tiempos/espacios. Encarna el reclamo por una deuda impaga, producto
de una falta de inscripción en la tradición simbólica (el rito
funerario adecuado) (Žižek, 2006, p. 48). Por lo tanto, en el
documental, los grupos australes se revelan como entidades
espectrales mediante tres vías de representación: I) a través del
soporte fotográfico, II) en su calidad de pueblos agonizantes
al momento de ser retratados y III) por la falta de reconocimiento sobre su exterminio, como parte de la historia nacional. La sociedad chilena se encuentra en deuda con la memoria
de las comunidades del agua.
El genocidio indígena a manos del Estado republicano es
un evento de escasa difusión dentro de la historiografía nacional. Comprende aquellos sacrificios habidos en pos de una
modernización y el progreso.
7
Se calcula que para la segunda década del siglo XX, los haush (mánekenk)
se encontraban ya extintos.
SÉPTIMO ARTE /91
FiGura 2. El botón de nácar
(Patricio Guzmán, 2015). 0:13:17
FiGura 3. El botón de nácar
(Patricio Guzmán, 2015). 0:13:20
EL OJO QUE PIENSA
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SÉPTIMO ARTE /92
FiGura 4. El botón de nácar
(Patricio Guzmán, 2015). 0:13:24
FiGura 5. El botón de nácar
(Patricio Guzmán, 2015). 0:13:30
FiGura 6. El botón de nácar
(Patricio Guzmán, 2015). 0:31:37
EL OJO QUE PIENSA
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SÉPTIMO ARTE /93
FiGuras 7. El botón de nácar
(Patricio Guzmán, 2015). 0:34:09
FiGuras 8. El botón de nácar
(Patricio Guzmán, 2015). 0:32:01
EL OJO QUE PIENSA
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SÉPTIMO ARTE /94
Por esto, la masacre funge al servicio de la expansión de la
nación chilena y la restitución de su memoria busca inscribir al otro, al desaparecido, dentro del discurso hegemónico de la patria. Es así que los retratos seleccionados
en El botón de nácar portan un carácter espectral tanto
por surgir del archivo fotográfico, como por el reclamo que
simbolizan.
“La fotografía solo puede significar (…) adoptando una
máscara” (Barthes, 1990, p. 76), significación que se pone
de manifiesto, en las imágenes de cuerpos pintados de la
ceremonia selknam (ona) del hain, captadas por el estanciero
Esteban Lucas Bridges [FiGura 7]8, en 1914, y por Martin
Gusinde en 1923 [FiGuras 8 y 9].
8
Bridges (1874-1949) –hijo del misionero inglés, Thomas Bridges– nació en
Ushuaia, Argentina, aprendió el idioma de los nativos, recopiló valiosa información sobre los selknam y participó de importantes costumbres indígenas,
como el ceremonial secreto del hain.
El antropólogo Gusinde, conocido entre los lugareños
como “el cazador de sombras” (mankácen), logró persuadir
a los miembros de la comunidad para celebrar este complejo ritual de iniciación de los jóvenes indígenas (klóketen),
al ofrecer 360 ovejas como alimento de los participantes. En
su relato, el sacerdote alemán reconoce haber sido testigo de
una antigua práctica en proceso de extinción:
A mediados de 1923 dirigió Tenenésk por última vez en el Lago
Fagnano las ceremonias reservadas a los hombres; al cabo de
medio año después desapareció de este mundo y con él esta primitiva costumbre, pues los jóvenes supervivientes ya no dominan el complicado ceremonial. Mi primera asistencia a los “Klóketen” era, a su vez, la última celebración de las mismas para toda la tribu
Selk’nam. Algo parecido ocurrió entre los Yámanas. Solo el viejo
Masémekens sabía todavía dirigir el complicado ceremonial de
las Kina (ceremonias reservadas a los hombres) y las Yamalasemoina (escuela de hechiceros); desde que murió, no se han podido
celebrar más estas ceremonias (1951, p. 167. Énfasis agregado).
FiGuras 9. El botón de nácar
(Patricio Guzmán, 2015). 0:33:37
EL OJO QUE PIENSA
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SÉPTIMO ARTE /95
El tono melancólico del etnógrafo con respecto a la caducidad del rito se explica porque Gusinde fue el único investigador especializado que pudo documentar la consagración
del hain, antes de su desaparición9.
Sus conmovedoras fotografías sobrecogen no solo por la
belleza de las imágenes, la elaborada estética de los diseños
corporales o la entrega de los shoort (los “espíritus del hain”)
[FiGuras 10, 11 y 12] –tensos, misteriosos, descalzos sobre la
nieve– ante el ojo impertérrito de la máquina fotográfica, sino
porque se trata de un archivo que evidencia el último suspiro
de un pueblo agonizante. En el hain de 1923, captado por
Gusinde, los shoort eran sombras luminosas, estelas fantasmales, sentenciadas a morir.
Guzmán dice que hasta hoy, no se sabe, con certeza, el significado de estos dibujos sagrados, en los cuerpos de los espíritus de la ceremonia, lo cual revela las limitaciones interpretativas que presenta el archivo visual sobre las etnias australes.
Como en la icónica fotografía [FiGura 13] del explorador
Charles W. Furlong (1874–1967), es imposible distinguir, en el
tiempo, las huellas de las gentes que caminaban sobre el mar.
David McDougall (1997) puntualiza que, desde sus inicios,
el material fotográfico y fílmico de diversos pueblos extranjeros representó un verdadero desafío para el estudio antropológico: “Parecían mostrarlo todo, y sin embargo, tal como el
cuerpo físico, permanecían mudos” (p. 277. Énfasis agregado)10.
En este tenor, el investigador plantea que:
La historia de la antropología visual sugiere que la mayoría de
los antropólogos nunca han sabido muy bien qué hacer con
lo visual. Vastos archivos de grabaciones siguen sin uso y sin
9
Si bien Anne Chapman (2002), basada en Federico Echauline, precisa que
la última ceremonia hain se realizó en 1933 (p. 279), no es menos cierto
que la población austral disminuyó, en forma acelerada, a partir del arribo
del hombre blanco a la Patagonia. Si los selknam eran unos 3 500 ó 4 000
habitantes, hacia 1880, de estos quedaban menos de cien, alrededor de 1930.
La etnóloga franco-estadounidense trabajó con los diez últimos restantes a
partir de 1966 (p. 158).
10
“They appeared to show everything, and yet, like the physical body, remained
annoyingly mute” (McDougall, 1997, p. 227. Énfasis agregado).
EL OJO QUE PIENSA
Nº 18, enero - junio 2019
ser vistos. Analistas de otras disciplinas profesan ignorancia y
alarma cuando se trata de analizar la estructura de una película
etnográfica. Para la antropología, lo visual a menudo aparece
poco comunicativo y, de alguna forma, insaciable. Al igual
que en un zapato chino, nunca se llega a decir mucho, pero
siempre hay algo más que decir al respecto. Las palabras, por
otro lado, tienen poco menos para decir, una vez que se han
escrito (p. 283)11.
De tal suerte, la fotografía antropológica parece hablar más
del observador que del sujeto observado y, sin duda, de los
vencedores, más de que los vencidos12.
En el marco de una reflexión sobre las políticas del conocimiento, John Tagg (1988) discute que las fotografías revelan,
principalmente, las prácticas e instituciones a través de las
cuales adquieren un significado y ejercen un efecto (p. 4).
Así, frente a las buenas intenciones de los misioneros o excursionistas extranjeros por rescatar los últimos instantes de los
pueblos australes, el estudio de Tagg permite notar que la
fotografía antropológica sobre los fueguinos revela cómo
estos habitantes del fin del mundo terminaron siendo “sometidos a una mirada examinadora, forzados a emitir signos,
aunque al margen del dominio del significado, estos grupos
se representaban, y se pretendían, como incapaces de hablar,
actuar u organizarse por sí mismos” (p. 11)13.
Por esto, a propósito de la iconografía de principios del
siglo XX que procura censar la población indígena, Marta
11
“[T]he history of visual anthropology suggests that most anthropologists
have never known quite what to do with the visual. Vast archives of record
footage remain unseen and unused. Sophisticated analysts of other societies
profess ignorance and alarm when it comes to analysing the structure of an
ethnographic film. To anthropology the visual often seems uncommunicative
and yet somehow insatiable. Like the tar-baby, it never says anything, but
there is always something more to be said about it. Words, on the other
hand, have little more to say once you have written them” (McDougall,
1997, p. 283).
12
Con respecto de la exotización de una otredad en la filmación etnográfica,
ver Piault (2002).
13
“Subjected to a scrutinising gaze, forced to emit signs, yet cut off from
command of meaning, such groups were represented as, and wishfully rendered; incapable of speaking, acting or organising for themselves” (Tagg,
1988, p. 11).
SÉPTIMO ARTE /96
Penhos (2013) le atribuye “una agencia, un papel activo y
decisivo en el proceso de incorporación de ciertos territorios
que habían quedado fuera del dominio efectivo del imperio español primero y de los Estados nacionales después, a
partir de mediados del siglo XIX” (p. 21). A fin de cuentas,
los reportajes antropológicos sobre la región de Magallanes,
gestionados como parte de misiones ministeriales (Gusinde)
o dentro de una labor religiosa (de Agostini), se encuentra
en juego la diseminación del Estado soberano que supone
la catalogación, el apropiamiento y la purgación de los elementos ajenos al proyecto modernizador y civilizatorio de
la Nación.
Elizabeth Edward (2011) explica que esta línea de revisionismo crítico, en las ciencias sociales, la cual cuestiona una
objetivación, fragmentación y construcción –racial, de clase,
de género– de una otredad, ha predominado en la reflexión
antropológica contemporánea. Sin embargo, la autora sostiene que, a fines del siglo XX, surgieron lecturas más complejas sobre las relaciones de poder y dinámicas fotográficas
en encuentros multiculturales:
Las fotografías ya no solo fueron instrumentos de vigilancia,
disciplina y control político, sino sitios de historias, intenciones
e inscripciones cruzadas y en disputa. Incluso la producción
más clara de imagen opresiva, la fotografía antropométrica,
reveló puntos de fractura y resistencia, que obraron para restituir la humanidad del sujeto (p. 176)14.
En este contexto, al examinar el archivo del ceremonial
hain –a través de esas tensiones a las que alude Edward–
se advierte que la disposición de imágenes, aparentemente
mudas de los selknam (ona), enmudecen al observador consciente del trágico destino de este pueblo.
14
“Photographs were not merely the overt instruments of surveillance, discipline, and political control but sites of intersecting and contested histories,
intentions, and inscriptions. Even the production of the most overtly oppressive of images, anthropometric photographs, revealed points of fracture and
resistance, which worked to restore the humanity of the subject” (Edward,
2011, p. 176).
EL OJO QUE PIENSA
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FiGuras 10, 11 y 12.
El botón de nácar (Patricio Guzmán, 2015).
0:33:30, 0:33:50, 0:34:05
SÉPTIMO ARTE /97
FiGura 13. El botón de nácar
(Patricio Guzmán, 2015). 0:14:39
Con todo, a pesar del misterio que supone la ornamentación
corporal de los indígenas, Guzmán propone una lectura poético-visual de estos signos y caracteres. Los fueguinos poseían
amplios conocimientos sobre la configuración del universo.
“Después de la muerte creían que podían transformarse en
estrellas”, comenta el documentalista, mientras la pantalla
fusiona el retrato de un grupo de klóketen [FiGura 14], con
amplios registros telescópicos del cosmos [FiGura 15]. Selknam
(ona) y haush (mánekenk) distinguían sus linajes y familias
según una división de “cielos” (Chapman, 2002, p. 148)15, lo
cual indica una estrecha relación entre estos pueblos patagónicos y el infinito. Por consiguiente, El botón de nácar sugiere
realizar una interpretación astronómica de los decorados
15
“Toda persona estaba asociada a un “cielo” y esta filiación derivaba del
territorio, haruwen, la “tierra” donde había nacido y/o tenía su residencia”
(Chapman, 2002, p. 148. Énfasis en el original).
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selknam (ona), al postular que los decorados en los cuerpos
de las mudas fotografías constituyen una representación del
cosmos.
Guzmán acentúa un grado de incomunicación del otro/del
pasado, al integrar el sonido de un canto chamánico shelknam
(ona), en la exhibición de imágenes del hain. El mutismo de la
otredad gatilla la mudez en los espectadores contemporáneos
(como imposibilidad de comprender al otro y ante el horror
“enmudecedor” de su desaparición), de modo que los espíritus selknam (ona), atrapados en el tiempo, viajan al presente
como escritos de luz que cruzan tiempo y espacio, para pedir
cuentas a quienes los miran desde la tardo-modernidad16.
16
En este sentido, las fotografías de El botón de nácar dialogan con la
reflexión de Guzmán, en Nostalgia de la luz, sobre la percepción de
las estrellas y la búsqueda de los detenidos desaparecidos, en el desierto de
Atacama. Ambos documentales entrelazan trayectorias de elementos del
pasado que surcan el presente.
SÉPTIMO ARTE /98
Por tal motivo, para los propósitos de este ensayo, resulta
significativo no tanto analizar las políticas de la mirada (colonial, soberana), una historicidad fotográfica o escudriñar
sobre el carácter (in)audible de la lengua indígena, sino más
bien observar el silencio que surge de la tensión entre sujetos
fotografiados y los espectadores de filme.
LA
IMAGEN INTOLERABLE
Y LO INDECIBLE DEL
ARCHIVO FOTOGRÁFICO
Un tercer conjunto de imágenes de archivo presenta el
eclipse de los pueblos australes, desencadenado a partir de
1883. En la selección aparecen individuos enfermos, sucios
y hambrientos y, entre rostros desesperanzados y afligidos,
se muestran fragmentos del documental del misionero de
Agostini, Tierras magallánicas (1933). A continuación,
El botón de nácar inserta escenas de indígenas en reservas católicas, integrados por la civilización [FiGuras 16 y 17].
Con su característica voz en off, el director explica cómo se
produjo la rápida extinción de los pueblos australes, a partir
de la llegada de colonizadores, la policía, las fuerzas militares y los misioneros a la región: “El gobierno chileno, que
sostenía a los colonos, declaró que los nativos eran corruptos, ladrones de ovejas y bárbaros. Muchos buscaron refugio en la isla Dawson, donde estaba la misión principal.
Les quitaron sus creencias, su lengua y sus canoas”. Como
consecuencia de lo anterior, concluye el documentalista, en
menos de 50 años, murieron por los microbios de la ropa
usada con la que se les vistió o fueron asesinados por los
cazadores de indios.
Guzmán reproduce en una serie fotográfica, tristemente
icónica, protagonizada por Julius Popper (1837-1893), un
ingeniero rumano, responsable del aniquilamiento indígena
en la región. Popper, un aventurero, impulsor de campañas
de exterminio en Tierra del Fuego, editó en 1887 un álbum
de fotos de su expedición por la Patagonia, con el propósito
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de obsequiárselo al presidente argentino Miguel Juárez Celman (1886-1890). En diversas láminas, y por medio de una
cuidadosa puesta en escena, el expedicionario reconstruye
una de sus infaustas masacres indígenas [FiGuras 18 y 19].
De la serie que reproduce una matanza, la composición
de la última instantánea [FiGura 19] se divide por una línea
horizontal que distribuye cuatro hombres uniformados, entre
los cuales se destaca el avieso emprendedor europeo. A los
pies del expedicionario, en un ángulo perpendicular, yace un
selknam (ona), desnudo, inerte. Popper parece caminar sobre
el cadáver del individuo. De modo que la imagen fotográfica
ya no solo es un indicio de muerte (y sus espectros), según la
propuesta de Barthes (1990) o Cadava (1997), sino más bien
comunica, de manera gráfica, un homicidio con tintes de
grandeza. Ambos retratos [FiGuras 18 y 19] revelan la vida nuda
(Agamben, 1998) al margen del derecho político, expuesta a
la muerte. Es la imagen de lo Real lacaniano. Una vez más,
el observador solo puede enmudecer ante el horror de lo que
ve. No hay palabras para describir el salvajismo occidental.
En El espectador emancipado, Jacques Rancière (2010) discute
el valor ético y estético de este tipo de representación que
denomina como “la imagen intolerable”. En términos políticos, se trata de unas imágenes que, en principio, procuran
despertar un sentimiento de culpabilidad y un actuar de parte
del observador (p. 91).
Así, una primera respuesta a las fotografías de los selknam
(ona) muertos a los pies de los soldados invasores suscita
tomar consciencia sobre el exterminio indígena y reconocer
que el origen de la nación moderna se basa en una masacre.
La república se funda en la vejación de los pueblos originarios.
De modo que la inclusión de dicho testimonio fotográfico en
el documental de Guzmán sitúa a los espectadores del filme
en la posición del “ángel de la historia” descrita por Walter
Benjamin (1971) como alegoría de un ser que, mientras es
empujado hacia el progreso, no puede dejar de observar el
horror en el que asienta la historia de la humanidad (p. 82).
SÉPTIMO ARTE /99
FiGuras 14 y 15. El botón de nácar
(Patricio Guzmán, 2015). 0:32:07, 0:32:10
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SÉPTIMO ARTE /100
FiGuras 16 y 17. El botón de nácar
(Patricio Guzmán, 2015). 0:37:04, 0:37:21
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SÉPTIMO ARTE /101
FiGuras 18 y 19. El botón de nácar
(Patricio Guzmán, 2015). 0:37:39, 0:37:55
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SÉPTIMO ARTE /102
El botón de nácar, entonces, visibiliza el dolor y la ruina
humana que origina el Chile contemporáneo.
Sin embargo, dado un nuevo escenario político y económico, Rancière (2010) nota que en la actualidad ha surgido
una nueva dinámica que vincula representación, saber y
actuar. Hoy en día existe
un divorcio, que opone el poder anestésico de la imagen a la
capacidad de comprender y a la decisión de actuar. La crítica
del espectáculo y el discurso de lo irrepresentable han ocupado
entonces la escena, nutriendo una suspicacia global sobre la
capacidad política de toda imagen (p. 105).
Por tal motivo, el autor propone reconsiderar estrategias
interpretativas de la imagen a través de “otra política de lo
sensible, una política fundada en la variación de la distancia,
la resistencia de lo visible y la indecibilidad del efecto” (p. 106).
En lo relativo a El botón de nácar, una segunda lectura
de las fotografías de Popper revela su carácter artificial, por
cuanto ambas tomas fotográficas son producto de un montaje. El rumano y sus soldados remedan una de sus cacerías
humanas para el lente fotográfico, una vez cometido el acto
criminal. De tal suerte, la legitimidad de la colonización de
la Patagonia aparece como un teatro; si no, un simulacro de
lo que constituye la nación. Por consiguiente, las fotografía de los selknam abatidos en primer plano comprende no
tanto una realidad, sino lo Real, el horror de la historia y la
imagen de lo intolerable. Guzmán retoma este significante
como recurso discursivo en la segunda parte del documental.
F O T O G R A F Í A , M O N TA J E ,
( D E S ) A PA R I C I Ó N
El palimpsesto transmedial que se articula en El botón de
nácar no solo superpone una restitución de la mirada del
vencido en el discurso histórico chileno, el enigma del ceremonial hain y la opresión colonizadora que exterminó a
los pueblos australes, pues el documentalista reexamina el
archivo fotográfico, cuando convoca un grupo de exprisioneros políticos de la dictadura chilena, detenidos en Isla
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Dawson17. Son hombres y mujeres víctimas de una violencia
ya conocida por los indígenas. Son, a la vez, otro tipo de
sobrevivientes; en este caso, de la desaparición forzada, ejercida por el terrorismo de Estado como método continuo de
represión e intimidación18.
Ante la solicitud del cineasta, el conjunto, enfocado desde
un gran plano general, indica hacia dónde se encuentra el
campo de concentración al cual fueron deportados. El plano,
fijo, tensiona la composición visual, cuando los asistentes giran
su mirada en dirección hacia la derecha del cuadro, con sus
manos alzadas, apuntando a un fuera de campo [FiGura 20].
Se establece una relación entre lo visto y lo no visto, como
si el espacio de representación visual fuese insuficiente para
abordar el horror de lo vivido.
A continuación, al ser consultados por cuánto tiempo
permanecieron recluidos, cada cual procede a nombrar el
periodo que duró su detención. El plano sigue fijo y abierto,
como una fotografía, los números se agolpan, los testimonios
se confunden. En la siguiente toma, el travelling de una cámara
cerrada recorre sus rostros silenciosos, inmóviles, que miran,
fijamente, al espectador. A la audiencia, una vez más, solo le
queda enmudecer.
Esta correlación entre el archivo visual de las etnias australes con el testimonio de las víctimas y sobrevivientes de la
represión militar evoca el valor indéxico de las fotografías,
utilizadas, de manera incansable, por los familiares de detenidos desaparecidos para reclamar por el destino de sus seres
queridos. El retrato –del registro privado (la foto íntima o
17
La isla Dawson que a través de la misión salesiana recluyó a los fueguinos
sobrevivientes de la masacre colonizadora a fines del siglo XIX funcionó
como el centro de detención política de la dictadura pinochetista, entre
1973 y 1974.
18
En 1991, sale a la luz pública el documento conocido como Informe Rettig,
con el fin de reportar las violaciones a los derechos humanos (en particular,
sobre las muertes) cometidas por el régimen militar. Como este documento
oficial no contempla casos de torturas y de prisioneros políticos, a fines
de 2004, se dan a conocer nuevos detalles sobre la violencia de Estado,
durante la dictadura chilena, en el informe de la “Comisión Valech”. Más
tarde, en 2010, una “Comisión Asesora Presidencial para la Calificación
de Detenidos Desaparecidos, Ejecutados Políticos y Víctimas de Prisión,
Política y Tortura” entregó nuevas conclusiones sobre casos de violaciones
de los derechos humanos, realizados por el gobierno militar.
SÉPTIMO ARTE /103
FiGura 21.
familiar) o del aparato institucional (la fotografía de identificación para fines legales)– se transformó en la herramienta
que permitía comprobar una ausencia forzada. Alude a la
fuerza constatativa del registro visual en demanda por los
derechos humanos.
Apunta a esos retratos sacados del álbum familiar (que
devinieron icónicos en el espacio público) o a las fotos de los
documentos oficiales (ej. carnet de identidad) que, en términos de Nelly Richard (2000), llevan impresos “sometimientos
fotográficos y corporales al dispositivo del control social que,
después de identificarlos y vigilarlos, se dedicó a borrar toda
huella de identificación para que la violencia no dejara rastro
de ejecución material ni huella de autoría” (p. 168). En este
sentido, la fotografía de familiares desaparecidos despliega un
contradiscurso que media entre presencia y ausencia y, a la
vez, resiste aquel discurso oficial del totalitarismo enfocado
en eliminar a aquellos individuos que pusieron en entredicho
la narrativa de la Nación.
No obstante, El botón de nácar vuelca el eje iconográfico
asociado con la representación de la ausencia, en el imaginario asociado con la fotografía testimonial de la dictadura
chilena, pues, en lugar de rescatar imágenes de detenidos
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desaparecidos (una imagen recurrente en el documental político), el director se centra en solo un retrato: la fotografía post
mortem de Marta Ugarte, cuyo cadáver, víctima de la tortura
a manos de la DINA (la policía secreta de Pinochet), apareció
en una playa de Los Molles, en septiembre de 1976.
De esta manera Guzmán omite representar la desaparición para, en cambio, examinar una sola presencia. Así, el
director se sustrae de exhibir fotografías de los “no hallados”
y se centra en una sola figura: la de una mujer cuyo retrato
es capturado solo después de muerta. En este contexto, al
entregar su testimonio sobre las condiciones en que los restos
de Marta Ugarte son encontrados, Adil Brkovic, el abogado
de la familia, describe la particularidad de su expresión facial:
“ella está con los ojos abiertos y te están mirando (…) esa es
la impresión que uno tiene que está despierta; que te está
mirando”. Por consiguiente, la imagen fantasmática/intolerable de la mujer opera como sinécdoque de la violencia de
Estado y, paradójicamente, de la desaparición forzada.
Al igual que lo ocurrido con el registro del selknam ultimado por Julius Popper en Tierra del Fuego, la imagen de la
profesora miembro del Comité Central del Partido Comunista
de Chile (PCCh) enmudece. Aunque el cineasta no lo expone
SÉPTIMO ARTE /104
en el documental, su deceso también sufre un montaje –esta
vez, periodístico–, pues los medios de la época calificaron
su asesinato como un asunto pasional [FiGura 21]19. A pesar
de que el cuerpo de la mujer, de 42 años, presentaba “una
luxo fractura de columna, traumatismo tóraco abdominal con
fracturas costales múltiples, ruptura y estallido del hígado y
del bazo, luxación de ambos hombros y cadera, y una fractura doble en el antebrazo derecho” (Memoria Viva), los diarios El Mercurio, La Segunda y Las Últimas Noticias reportaron el
crimen de una hermosa “joven de 23 años” como producto
de un drama amoroso (Serpaj Chile, 2017).
Su rostro, de ojos abiertos, nos mira, como un ánima en
pena, como un espectro espantado, pidiendo cuentas por la
manera en que terminó su vida. Por consiguiente, mientras
los retratos de los desaparecidos se vinculan de manera fantasmática al “retorno de lo muerto” – al emplazamiento de una
ausencia–, la imagen de Ugarte signa la muerte, ella se transforma en lo irrepresentable. Tal como el selknam anónimo
a los pies de Popper, su cadáver señala la vida nuda expuesta
al sacrificio impune durante el Estado de excepción, es decir,
en los márgenes del orden político (Agamben, 1998, p. 12).
Guzmán no sugiere que la fotografía indica la muerte, sino
más bien, confronta a la audiencia con la misma muerte, con
lo intolerable de la imagen. El retrato post mortem de Marta
Ugarte es el reverso del archivo de los desaparecidos.
En conclusión, El botón de nácar se organiza como
un palimpsesto que intercala el documento histórico con el
registro documental. Los archivos etnográficos sobre los pueblos originarios restituyen un espacio para las etnias australes,
a la vez que exhiben las tensiones y límites de la fotografía
antropológica e institucional. Se trata de espectros fantasmáticos (Barthes) en búsqueda de un sitial dentro de la historiografía chilena. Guzmán explora el salvajismo colonizador del
proyecto exterminador de la nación moderna. De la ausencia,
de las imágenes mudas, el director logra enmudecer al observador. Al confrontar a los espectadores con la muerte (la vida
nuda, en términos de Agamben), las palabras no caben para
describir lo monstruoso, lo vergonzoso del proyecto civilizador.
Por último, el documentalista examina la iconicidad de la
imagen fotográfica, primero, en la entrevista grupal realizada
a los sobrevivientes del campo de concentración erigido en
la Isla Dawson y, enseguida, en el retrato de Marta Ugarte.
Así, el testimonio que exige verdad y justicia (la fotografía de
desaparecidos), se ve contrastado con el documento empleado
para manipular la verdad (el montaje doblemente intolerable
sobre el asesinato de la mujer). Guzmán establece una nueva
significación del testimonio visual como significante de lo
espectral (Barthes) y la fotografía post mortem, que funciona
como sinécdoque del horror, exhibe la muerte en su pureza
(lo intolerable). En definitiva, junto con explorar el reverso
de la colonización austral, el documental se transforma en
el reverso de la fotografía al exhibir la imagen ʽaparecidaʼ de
los vencidos.
En el documental El diario de Agustín (2008), Ignacio Agüero aborda la
maniobra de la prensa chilena para presentar el asesinato de Ugarte como
un crimen pasional.
19
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FiGura 20. El botón de nácar
(Patricio Guzmán, 2015). 0:56:32
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SÉPTIMO ARTE /106
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v a n i a b a r r a z a (Chile) es Profesora Asociada de la Universidad de Memphis,
EE.UU. Su investigación se especializa en literatura y cultura latinoamericana,
con interés particular en estudios de género y cine. Es autora de El cine en
Chile (2005-2015): Poéticas y políticas del nuevo siglo (Cuatro Propio, 2018) e
(In)subordinadas: raza, clase y filiación en la narrativa de mujeres latinoamericanas (RIL,
2010). En la actualidad, prepara la coedición del volumen Chilean Filmmaking in
the World: Scattered Industry, Politicized Intimacy, Global Aesthetics.
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