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Ser espiritual y el conocimiento de sí mismo

Para adentrarnos con profundidad y contundencia en la consideración acerca del padre, es necesario retomar una reflexión muy antigua y fundamental sobre el conocimiento que el hombre tiene de sí mismo en cuanto ser espiritual dotado de un alma intelectiva. Esto nos sitúa ante una cuestión difícil, pero llena de riquezas que justifican el esfuerzo por entenderla. Tomaremos como punto de partida un fragmento de El ente y la esencia de Santo Tomás de Aquino para analizar la naturaleza humana y el conocimiento que el alma tiene de sí. Dice Santo Tomás: Y esto se completa en el alma humana, que ocupa el último grado entre las substancias intelectuales. Por eso, su entendimiento posible se relaciona con las formas inteligibles como la materia prima, que tiene el último grado en el ser sensible, con las formas sensibles, como dice el comentador en el libro tercero Del alma. Y, por eso, el Filósofo la compara a la tabla rasa, en la cual nada hay escrito. Y, por eso, porque tiene más potencia entre las otras substancias inteligibles, de tal manera está próxima a las cosas materiales, que la cosa material es atraída a participar de su ser, así que del alma y del cuerpo resulta un único ser en un único compuesto; aunque aquel ser, en cuanto es del alma, no sea dependiente del cuerpo 1. El alma humana es una substancia capaz de entender y, por ende, es autoconsciente. Si el ser humano puede entender es porque primeramente es autoconsciente. La autoconciencia es la raíz de cualquier otro conocimiento, de manera que el conocimiento tiene dos dimensiones, una subjetiva y otra objetiva, ambas necesarias para que una persona posea un conocimiento verdadero. Un ente que entiende supone y exige la presencia de sí mismo ante sí mismo, porque el que entiende es él. Si no hubiese un conocimiento previo de sí, ¿cómo podría llegar a entender? ¿Cómo sabría que es él quien entiende? En ese caso, no habría conocimiento alguno. Entonces, si entiende quiere decir que se conoce, porque no sólo entiende sino que entiende que entiende él, y así tiene un conocimiento en cuanto es a sí mismo presente, ya antes de conocer enunciativamente. Sin embargo, en la jerarquía de actualidad no ocupa el primer lugar, ya que existen otras substancias intelectuales más perfectas, pues, aunque se conoce, su conocimiento de sí no es perfecto en un solo acto que le permita decir de sí misma qué es. De hecho, se encuentra en el último lugar de la intelectualidad. No hay una substancia intelectual inferior a ella. 1 Et hoc completar in anima humana, quae tenet ultimun gradum in sibstantiis intelectualibus. Unde intellectus possibilis eius se habet ad formas intelligibiles sicut materia prima, quae tenet ultimum gradum in esse sensibili, ad formas sensibiles, ut Commentator in III De anima dicit; et ideo Philosophus compara team tabulae in qua nihil est scriptum. Et propter hoc inter alias substantias intellectuales plus habet de potentia, ideo efficitur in tamtum propincua rebus materialibus ut res materiales trahatur ad participandum esse suum; ita scilicet quod ex anima et corpore resultar unum esse in uno composito, quamvis illud esse prout est animae non sit dependens a corpore. SANTO TOMÁS DE AQUINO, De Ente et Essentia, n.37.

Ser espiritual y el conocimiento de sí mismo Para adentrarnos con profundidad y contundencia en la consideración acerca del padre, es necesario retomar una reflexión muy antigua y fundamental sobre el conocimiento que el hombre tiene de sí mismo en cuanto ser espiritual dotado de un alma intelectiva. Esto nos sitúa ante una cuestión difícil, pero llena de riquezas que justifican el esfuerzo por entenderla. Tomaremos como punto de partida un fragmento de El ente y la esencia de Santo Tomás de Aquino para analizar la naturaleza humana y el conocimiento que el alma tiene de sí. Dice Santo Tomás: Y esto se completa en el alma humana, que ocupa el último grado entre las substancias intelectuales. Por eso, su entendimiento posible se relaciona con las formas inteligibles como la materia prima, que tiene el último grado en el ser sensible, con las formas sensibles, como dice el comentador en el libro tercero Del alma. Y, por eso, el Filósofo la compara a la tabla rasa, en la cual nada hay escrito. Y, por eso, porque tiene más potencia entre las otras substancias inteligibles, de tal manera está próxima a las cosas materiales, que la cosa material es atraída a participar de su ser, así que del alma y del cuerpo resulta un único ser en un único compuesto; aunque aquel ser, en cuanto es del alma, no sea dependiente del cuerpo1. El alma humana es una substancia capaz de entender y, por ende, es autoconsciente. Si el ser humano puede entender es porque primeramente es autoconsciente. La autoconciencia es la raíz de cualquier otro conocimiento, de manera que el conocimiento tiene dos dimensiones, una subjetiva y otra objetiva, ambas necesarias para que una persona posea un conocimiento verdadero. Un ente que entiende supone y exige la presencia de sí mismo ante sí mismo, porque el que entiende es él. Si no hubiese un conocimiento previo de sí, ¿cómo podría llegar a entender? ¿Cómo sabría que es él quien entiende? En ese caso, no habría conocimiento alguno. Entonces, si entiende quiere decir que se conoce, porque no sólo entiende sino que entiende que entiende él, y así tiene un conocimiento en cuanto es a sí mismo presente, ya antes de conocer enunciativamente. Sin embargo, en la jerarquía de actualidad no ocupa el primer lugar, ya que existen otras substancias intelectuales más perfectas, pues, aunque se conoce, su conocimiento de sí no es perfecto en un solo acto que le permita decir de sí misma qué es. De hecho, se encuentra en el último lugar de la intelectualidad. No hay una substancia intelectual inferior a ella. 1 Et hoc completar in anima humana, quae tenet ultimun gradum in sibstantiis intelectualibus. Unde intellectus possibilis eius se habet ad formas intelligibiles sicut materia prima, quae tenet ultimum gradum in esse sensibili, ad formas sensibiles, ut Commentator in III De anima dicit; et ideo Philosophus compara team tabulae in qua nihil est scriptum. Et propter hoc inter alias substantias intellectuales plus habet de potentia, ideo efficitur in tamtum propincua rebus materialibus ut res materiales trahatur ad participandum esse suum; ita scilicet quod ex anima et corpore resultar unum esse in uno composito, quamvis illud esse prout est animae non sit dependens a corpore. SANTO TOMÁS DE AQUINO, De Ente et Essentia, n.37. El conocimiento que el alma tiene de sí misma El alma tiene de sí dos conocimientos; uno que responde qué es el alma, es decir, cuál es su naturaleza, y otro por el cual todos percibimos que tenemos alma. Del alma pueden tenerse dos conocimientos, como dice San Agustín: uno por el que se conoce el alma en cuanto a lo que le es propio; otro por el que se la conoce en cuanto a lo que es común con todas las almas. El conocimiento que se tiene del alma en cuanto a lo común con todas es aquél por el que se conoce la naturaleza del alma, y el que se tiene del alma en cuanto a lo que le es propio es aquél por el que se conoce como existente en tal individuo. Y así por este conocimiento se conoce si existe el alma, como cuando alguien percibe que tiene alma; en cambio, por el otro conocimiento se sabe qué es el alma y cuáles son sus propiedades2. Del conocimiento secundum quod habet esse in tali individuo3 se desprenden los conocimientos existenciales habitual y actual que el alma posee, como asevera Santo Tomás: Pues ie , po lo ue atañe al o o i ie to e iste ial, se ha de disti gui e t e el o o i ie to e há ito el o o i ie to e a to 4. Por su conocimiento actual, se conoce por sus actos y se percibe en la medida que entiende y siente. Y en cuanto al conocimiento actual, por el que alguien considera que él tiene actualmente alma, digo que el alma se conoce por sus actos. Porque en esto percibe alguien que tiene alma y que vive y que existe, en que percibe que él siente y entiende y ejerce otras operaciones vitales semejantes; y por eso dice A istóteles Éti a a Ni ó a o, IX, 9 : E el he ho ue osot os se ti os ue se ti os e te de os ue e te de os, se ti os e te de os ue osot os e isti os . Pe o adie pe i e ue él e tie de si no a partir de que entiende algo, porque primero es entender algo que entender que uno entiende, y por tanto el alma viene a la percepción actual de que ella existe por el hecho de que entiende o siente 5. 2 Ad cuius quaestionis evidentiam sciendum est, quod de anima duplex cognitio haberi potest ab unoquoque, ut Augustinus dicit in IX de Trinit. Una quidem, qua cuiusque anima se tantum cognoscit quantum ad id quod est ei proprium; alia qua cognoscitur anima quantum ad id quod est omnibus animabus commune. Illa igitur cognitio quae communiter de omni anima habetur, est qua cognoscitur animae natura; cognitio vero quam quis habet de anima quantum ad id quod est sibi proprium, est cognitio de anima secundum quod esse habet in tali individuo. Unde per hanc cognitionem cognoscitur an est anima, sicut cum aliquis percipit se habere animam; per aliam vero cognitionem scitur quid est anima, et quae sunt per se accidentia eius. SANTO TOMÁS DE AQUINO, De Veritate, q.10, a.8 in c. 3 Cfr. Ibidem. 4 Quantum igitur ad primam cognitionem pertinet, distinguendum est, quia cognoscere aliquid est habitu et actu. Ibidem. 5 Quantum igitur ad actualem cognitionem, qua aliquis se in actu considerat animam habere, sic dico, quod anima cognoscitur per actus suos. In hoc enim aliquis percipit se animam habere, et vivere, et esse, quod Es decir, cada vez que el hombre siente, no sólo siente, sino además siente que existe, y cuando entiende algo, entiende también que él existe. De este modo, el alma puede conocerse por sus actos. Se llama, por su parte, conocimiento existencial habitual aquel conocimiento de sí en cuanto ella, por ser inmaterial y subsistente, es siempre presente a sí misma. Para tener el primer modo del conocimiento de la mente basta la misma presencia de la mente, que es el principio del acto, por el que la mente se percibe a sí misma, y por esto se dice que se conoce por su presencia6. El alma, hallándose en el último lugar de lo inteligible, se encuentra tan próxima a la materia que la atrae a participar de su ser7. Esa inteligibilidad le es propia en virtud de su simplicidad -por no tener materia- y es una forma subsistente por cuanto participa más perfectamente del ser, siendo íntima a sí misma. Su esencia le es presente por su inmaterialidad subsistente. Y en cuanto al conocimiento habitual digo que el alma se ve por su propia esencia, esto es, que del hecho de que su esencia es presente a sí misma puede pasar al acto del conocimiento de sí misma, como el que tiene el hábito de alguna ciencia, por la misma presencia de ese hábito, es capaz de percibir aquello a lo que se extiende dicho hábito. Pues, para que el alma perciba que existe y atienda a lo que acontece en ella, no se requiere hábito alguno, sino que basta para ello la sola esencia del alma, que está presente a la mente, pues de ella proceden los actos en los que actualmente se percibe a sí misma 8. percipit se sentire et intelligere, et alia huiusmodi vitae opera exercere; unde dicit philosophus in IX Ethicorum: sentimus autem quoniam sentimus; et intelligimus quoniam intelligimus; et quia hoc sentimus, intelligimus quoniam sumus. Nullus autem percipit se intelligere nisi ex hoc quod aliquid intelligit: quia prius est intelligere aliquid quam intelligere se intelligere; et ideo anima pervenit ad actualiter percipiendum se esse, per illud quod intelligit, vel sentit. Ibidem. 6 Nam ad primam cognitionem de mente habendam, sufficit ipsa mentis praesentia, quae est principium actus ex quo mens percipit seipsam. Et ideo dicitur se cognoscere per suam praesentiam. SANTO TOMÁS DE AQUINO, Summa Theologiae, I, q.87, a.1 in c. 7 Cfr. SANTO TOMÁS DE AQUINO, De Ente et Essentia, c.IV, n.37. 8 Sed quantum ad habitualem cognitionem, sic dico, quod anima per essentiam suam se videt, id est ex hoc ipso quod essentia sua est sibi praesens est potens exire in actum cognitionis sui ipsius; sicut aliquis ex hoc quod habet habitum alicuius scientiae, ex ipsa praesentia habitus, est potens percipere illa quae subsunt illi habitui. Ad hoc autem quod percipiat anima se esse, et quid in seipsa agatur attendat, non requiritur aliquis habitus; sed ad hoc sufficit sola essentia animae, quae menti est praesens. SANTO TOMÁS DE AQUINO, De Veritate, q.10, a.8 in c. El alma no tiene partes fuera de sus partes, es sibi praesens9. Un ente tal no puede sino ser racional y se conoce a pesar de no conocer su naturaleza, lo cual se manifiesta en la búsqueda que hace de sí misma10 como quien ya se conoce, explica San Agustín: Pues, nada está en la mente como la misma mente. Porque cuando la mente se pregunta qué es la mente, en realidad conoce que se busca a sí misma. Pues no se busca de otra manera que por sí misma. Luego, cuando se conoce buscando, se conoce siempre a sí misma 11. La percepción que posee de sí le basta para saber que existe, pero no le es suficiente para conocer lo que es12. Esto porque su esencia sólo le es presente al modo habitual, es decir, como existente, pues todo su conocimiento en la línea de lo esencial supone la previa abstracción. Nuestro entendimiento no puede entender nada en acto antes de abstraer de las imágenes; ni siquiera puede tener noticia habitual de las otras cosas distintas a sí mismo, a saber, las que no existen en él mismo, antes de la mencionada abstracción, porque las especies de los otros inteligibles no le son i atas; pe o su ese ia le es i ata, de odo ue o le es e esa io ad ui i la de las i áge es[…] po eso la mente, antes de que abstraiga de las imágenes, tiene conocimiento habitual de sí misma, por el que puede percibir que existe13. Al pertenecer al género de lo inteligible, el alma subsiste en la medida que vuelve sobre sí misma , por lo que tiene una autopresencia según su ser15. Si el alma no fuera sibi praesens, no podría entender algo uno. Todo lo entiende a partir de esta unidad suya. Sin esa unidad radical del 14 9 Cfr. Ibidem. 10 Cfr. SAN AGUSTÍN, De Trinitate, L.X, 3, 5. 11 Nihil enim tam in mente est, quam ipsa mens; nec quidquam sic mentem cognicit, quemadmodum mens. Cum enim quaerit mens quid sit mens, profecto novit quod se ipsam quaerat; et quod ipsa sit mens, quae se ipsam quaerit. Neque enim aliunde se quaerit quam se ipsa. Cum ergo quaerentem se novit, se utique novit. SAN AGUSTÍN, De Spiritu et Anima, c.32. 12 Non ergo per essentiam suam, sed per actum suum se cognoscit intellectus noster. Et hoc dupliciter. Uno quidem modo, particulariter, secundum quod Socrates vel Plato percipit se habere animam intellectivam, ex hoc quod percipit se intelligere. Alio modo, in universali, secundum quod naturam humanae mentis ex actu intellectus consideramus. SANTO TOMÁS DE AQUINO, Summa Theologiae, I, q.87, a.1 in c. 13 Ad primum igitur dicendum, quod intellectus noster nihil actu potest intelligere antequam a phantasmatibus abstrahat; nec etiam potest habere habitualem notitiam aliorum a se, quae scilicet in ipso non sunt, ante abstractionem praedictam, eo quod species aliorum intelligibilium non sunt ei innatae. Sed essentia sua sibi innata est, ut non eam necesse habeat a phantasmatibus acquirere; sicut nec materiae essentia acquiritur ab agente naturali, sed solum eius forma, quae ita comparatur ad materiam naturalem sicut forma intelligibilis ad materiam sensibilem, ut Commentator dicit in III de anima. Et ideo mens antequam a phantasmatibus abstrahat, sui notitiam habitualem habet, qua possit percipere se esse. SANTO TOMÁS DE AQUINO, De Veritate, q.10, a.8 ad.1. 14 Cfr. SAN AGUSTÍN, De Trinitate, L.XIV, n.8. 15 Cfr. SANTO TOMÁS DE AQUINO, De Veritate, q.10, a.8 ad.14. yo, no se puede conocer lo uno, lo cual significa que el yo ontológico es condición para todo ulterior conocimiento de la esencia. Entonces, se trata de un conocimiento sustancial, es decir, es u o o i ie to ue es la is a al a. De ahí ue es posi le la e ho ta ió conócete a ti mismo , pues de o esta a e su p ese ia o pod ía e te de el e u iado. Po esta azó el alma no debe buscar conocerse para verse como un objeto, sino más bien, debe pretender discernir su presencia, puesto que no son distintas cosas ella misma y la mirada que ella tiene de sí misma16. Existencialmente nada hay más conocido para el alma humana que ella misma, lo cual constituye el fundamento de todos los demás conocimientos17. “i se puede de i ue tal a eso señala el a i o pa a halla el difí il a duo fu da e to de toda filosofía atu al etafísi a es po ue sólo este o epto de la ape tu a i fi ita de toda al a cognoscente puede a la vez fundamentar el conocimiento intelectual de la naturaleza y descubrir adecuadamente la heterogénea sustancialidad del espíritu cognoscente, sin que éste disuelva y destruya en sí el ente natural en su ser, lo que en definitiva cerraría también el camino para la afirmación de la verdadera sustancialidad del espíritu pensante18. Este texto, que trata de la apertura infinita del cognoscente, se sustenta en ese conocimiento existencial que el alma tiene de sí misma, ya que solo porque se conoce puede abrirse a conocer lo infinito. La ciencia, entonces, es posible gracias a este conocimiento existencial de sí y, fundado en él, el alma puede decir de sí que es, para luego descubrir qué es lo que ella es. Esta noticia es inherente al alma. En consecuencia, una sustancia intelectual puede tener conocimiento esencial y conocimiento existencial, o puede carecer del conocimiento esencial y no del existencial. Lo que no es posible es que una sustancia intelectual no posea, de alguna manera, un conocimiento existencial. Si así fuera, no habría yo. Correspondería, más bien, a una substancia inferior al alma humana y tal carencia sería signo de una sustancia incapaz de entender. El hombre se conoce primero existencialmente y luego esencialmente, y siendo esto el límite inferior para un ser capaz de conocer con el intelecto, entendemos que el alma humana ocupa el último lugar entre las sustancias intelectuales. Y a pesar de que no posee un conocimiento esencial por naturaleza, no puede prescindir del conocimiento al tener ser en sí misma. La autoconciencia es, entonces, la condición para conocer y fija la frontera entre lo racional y lo irracional. El e te di ie to hu a o, au ue e el o de de las susta ias 16 Cfr. SAN AGUSTÍN, De Trinitate, L. XIV, 6, 8. 17 Cfr. Ibidem. 18 CANALS, F., Sobre la esencia del conocimiento, p.293. intelectuales es el más bajo, no obstante es superior a todos los seres que carecen de e te di ie to 19. Ocurre, pues, que el ser humano es corpóreo justamente porque el alma informa la materia para conocer algo esencialmente distinto de ella misma y así acceder al conocimiento esencial de sí misma20. Desde la consideración de la naturaleza del acto intelectual humano puede remontarse al conocimiento esencial de sí, como asegura el Angélico: No po su ese ia, si o po su a to se conoce nuestro entendimiento; y esto de dos maneras: particularmente, según que Sócrates o Plató pe i e ue él tie e al a i tele tiva po ua to pe i e ue él e tie de 21. La materia es por la forma22, por ella es actualizada, y debido a esto se encuentra en potencia respecto de ella y se le subordina. La materia aspira a la forma23 como una madre24. Por la forma, que es acto de la materia, esta última deviene ente en acto y algo esto. Es decir, por el alma el cuerpo es y además es tal cuerpo. El alma humana, al atraer a la materia a participar de su ser, la informa de manera tal que en el hombre todo se ordena a que realice un acto de intelección, pues como sustancia intelectual al alma le corresponde entender y, por lo mismo, según argumentaremos, amar. Por eso se le preceptúa conocerse, con el fin de que piense en sí misma y viva conforme a su naturaleza25. Ahora bien, ¿cómo puede el alma llegar a conocer su naturaleza mediante el conocimiento de los entes que se encuentran fuera de ella? Por el mismo ser del alma. Pues, a pesar de no conocer su esencia, se conoce gracias a ella26. Por su mismo ser puede convenir con el ser de todo, pues es de alguna manera todas las cosas27. Al ser intelectual, el alma humana es luminosa; atrae al objeto y lo ilumina en su interior y, dada su infinita apertura, se encuentra abierta al conocimiento de la totalidad del universo, el cual 19 Intellectus autem humanus, etsi sit infimus in ordine intellectualium substantiarum, est tamen superior omnibus intellectu carentibus. SANTO TOMÁS DE AQUINO, Summa Contra Gentiles, L.III, c.25, n.5. 20 Cfr. SANTO TOMÁS DE AQUINO, Summa Theologiae, I, q.51, a.1 in c. 21 Non ergo per essentiam suam, sed per actum suum se cognoscit intellectus noster. Et hoc dupliciter. Uno quidem modo, particulariter, secundum quod Socrates vel Plato percipit se habere animam intellectivam, ex hoc quod percipit se intelligere. Alio modo, in universali, secundum quod naturam humanae mentis ex actu intellectus consideramus. SANTO TOMÁS DE AQUINO, Summa Theologiae, I, q.87, a.1 in c. 22 Cfr. SANTO TOMÁS DE AQUINO, De Ente et Essentia, c.II, n.8. 23 Cfr. SANTO TOMÁS DE AQUINO, Summa Contra Gentiles, L.3, c.22. 24 Cfr. ARISTÓTELES, Physica, L.II, c.4. 25 Cfr. SAN AGUSTÍN, De Trinitate, L. X, 5, 7. 26 Cfr. SANTO TOMÁS DE AQUINO, De Veritate, q.10, a.8 ad.1. 27 Cfr. SANTO TOMÁS DE AQUINO, De Veritate, q.1, a.1. se ennoblece en el cognoscente en acto28. En él alcanza un modo superior de ser porque el ser del alma es mayor. En consecuencia, el alma conoce el ser de otro por ser acto del inteligible y participa más perfectamente de ese Ser, que es causa del ser de todo lo que se encuentra fuera de ella. Su mismo ser explica que pueda llegar al conocimiento esencial de sí misma conociendo otros entes. La materia prima es pura potencia y, para ser objeto de conocimiento, debe ser determinada por una forma. De lo contrario, no hay conocimiento posible, porque solo se puede conocer lo que tiene algún grado de actualidad. Estando en potencia respecto de todas las formas, la materia prima se encuentra apta para recibir cualquiera, hasta el alma humana, pero actualmente no posee ninguna. Lo mismo sucede con el entendimiento humano, el cual, antes de conocer una cosa, está en potencia de conocer todo lo inteligible, pues no se encuentra actualizado por ninguna especie inteligible. Es menester comprender que esta comparación entre la materia prima y el entendimiento humano es análoga. El alma intelectiva, como vimos, es acto y la materia prima pura potencialidad, no obstante que, en el género de lo inteligible, el alma humana sea lo que tiene más potencialidad. A pesar de la inmaterialidad del alma humana, por su potencialidad debe atraer a la materia a participar de su ser informándola, con el fin de posibilitar el conocimiento esencial. El conocimiento humano es, entonces, producto de la operación intelectual de un ser inteligente unido a la materia, de modo que hay un único ser en un único compuesto. Por eso, lo material es más fácil de conocer para el hombre y así, en el orden de la ejecución, lo primero que se conoce por su esencia son los entes materiales29. A partir de ellos el alma puede elevarse al conocimiento de lo simple; no sólo de ella, sino también de lo que es más simple que ella, hasta llegar a Dios. Todo se ordena a que ella se conozca30. Es imperativo afirmar que lo logra cuando sabe que siendo persona, sabe también quién es y qué debe hacer con su vida. En el hombre, todo está dispuesto para que diga en su interior una palabra verdadera acerca de sí mismo y de otros. Si no accede a ese conocimiento, es una inteligencia frustrada. Debe llegar a conocer la máxima dignidad de lo personal y, como no puede penetrar por sí misma los misterios de la vida íntima de otra persona, debe encontrarse abierta a lo que otro le quiere comunicar. Mientras carezca de ese conocimiento, no conocerá verdaderamente, impidiendo que libremente ocupe el lugar que le corresponde en su relación con la totalidad del cosmos, de modo que se inhabilita para procurar el debido orden. 28 Cfr. SANTO TOMÁS DE AQUINO, Summa Theologiae, I, q.14, a.2 in c. 29 Cfr. SANTO TOMÁS DE AQUINO, Summa Theologiae, I, q.87, a.3 ad. 1. 30 Cfr. SANTO TOMÁS DE AQUINO, Summa Contra Gentiles, L.III, c.25, n.3. En este sentido, el ser humano debe cultivar su capacidad de oír, de meditar, de contemplar. Sólo por ese camino puede ir consolidando un auténtico conocimiento de sí y contar con una base sólida para sus decisiones personales, que permita dar razón de ellas. Aún cuando el hombre sabe que es alguien distinto de otros, debe aprender a delinear esa identidad personal con un conocimiento mínimo acerca de quién es él y de qué es, pues a partir del conocimiento de su naturaleza podrá trazar un camino cuyo recorrido le permita confirmar con cada elección quién es y para qué vive. La educación se orienta a consolidar estas bases.