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Emilio y la Muerte

Cuento publicado en la Antología "Cuenta la Muerte" de la Editorial Corelli, 2016, pp. 39-46.

Tec López, René A. (2016) “Emilio y la Muerte” en: Antología Cuenta la Muerte, Editorial Corelli: Tijuana, pp. 39-46. Emilio y la Muerte René A. Tec López La tarde había pasado como cualquier otro día sin ningún tipo de sensación nueva. Emilio vislumbraba el porvenir de su vida sentado en el techo de su casa y viendo la luna en lo más lejos del cielo. La espera lo sofocaba, no necesariamente por el hecho de que no se consideraba una persona paciente en lo absoluto, sino por la frustración de no saber qué hacer mientras los minutos corrían. Súbitamente encendió el celular para ver si había recibido algún mensaje de texto, no esperaba ninguno, pero ya era algo común tomarlo cuando no había algo importante para hacer. En ese momento alguien tocó el timbre de la casa. Con mucha rapidez, y de manera muy sigilosa, Emilio bajó del techo y caminó con paso firme hacia la puerta. Estaba ansioso por la visita. No quiso despertar a sus padres por lo que hizo el menor ruido posible. Cuando llegó a la puerta dio un último respiro profundo y tomó la manija para girarla de lado derecho. Y ahí estaba ella, en quietud bajo la luz de la luna. La miró a los ojos y vio una afable sonrisa. Él también le sonrió. —Llegas tarde— le dijo Emilio con cierta indiferencia, tal vez frustrado por haber pasado unos minutos sin saber qué hacer. —Lo sé— respondió la Muerte manteniendo aquella leve expresión. —En fin, me da gusto que hayas llegado. Es algo tarde, debemos subir ya. Al llegar a su dormitorio, la Muerte se pudo percatar de que Emilio había colocado una mesa en medio de la habitación, así como dos sillas, una en cada costado, lo que permitía que se vieran frente a frente. La invitó a tomar asiento mientras él se acomodaba delante de ella. —Tengo muchas preguntas—irrumpió bruscamente Emilio. —Lo sé y no tengo tiempo para responder todas, pero haré mi mayor esfuerzo. Me has llamado y aquí estoy, no pretendo hacer de esto algo más difícil de lo que es. —Está bien, no intento cambiarlo, sólo quisiera entenderlo. ¿Acaso es tan difícil poder comprender el porqué de las cosas que suceden en este mundo? Digo, siempre hemos creído en que llegará el día que nos vengas a buscar, que moriremos, pero siempre me he preguntado “¿por qué?”, y no sólo eso, sino también lo que sucederá con nosotros al momento de partir contigo. ¿A dónde nos llevas? ¿Cuál es el propósito de todo esto? A veces no le encuentro sentido, de hecho nunca le he podido encontrar sentido, todo es tan ilógico, ¿por qué tenemos que vivir en esta vida tanto tiempo para que después nos tengamos que ir y dejar todo, sin nada más que eso? ¿No es para ti también algo sumamente absurdo? —le preguntó con mucha consternación y abatimiento. —Son muchas preguntas Emilio— le contestó viéndolo directamente a los ojos y sonriendo en complicidad—, y desgraciadamente mi tiempo es limitado. Pero podré explicarte con detenimiento algunas de ellas. Primero que nada yo no entiendo la forma en la que ustedes se comportan como humanos. Le temen a algo que nunca han experimentado, huyen de lo que podría pasar si algún día yo llegara a sus vidas. Crean sistemas complejos de rituales para honorarme y temerme, me han puesto como la enemiga de Dios cuando ni saben en realidad si ese ser pueda existir más allá de sus pensamientos. Me han imaginado como un ser despreciable, vil y grotesco, como el mismo demonio, algo sobrenatural, cuando en realidad vengo a ser más natural que las plantas que tienes en tu jardín… Mientras la Muerte hablaba, Emilio se quedó pensativo y entre las penumbras de sus reflexiones, consciente de haber tomado la mejor decisión, cuestionó la forma en la que se había comportado a lo largo de sus dieciséis años. No obstante, decidió interrumpir abruptamente a su invitada. —¿Qué pasará si me voy contigo? ¡Quiero saber qué viene para mí!, es lo único que me interesa. No tengo miedo sobre la forma en que pueda o no morir, sólo me da terror despedirme, ¿los podré volver a ver?— dijo con cierto aire de desesperación. —¿Por qué le temes tanto a eso?— preguntó la Muerte con curiosidad—. Cuando te subes a un autobús y estás conviviendo en un mismo lugar con veinte personas desconocidas, y después de treinta minutos bajas de él, ¿acaso terminas llorando por ellos y extrañándolos? —No, pero tú lo has dicho, son desconocidos, no tengo por qué extrañarlos, tal vez ni los vuelva a ver y ni ellos me recuerden— respondió Emilio. —Así es, son personas que no han alimentado tu ego, que no han llorado por ti, que no se han preocupado por ti, que sólo viven su día como cualquier otro, y en ese preciso momento tú eres uno más para ellos así como ellos son uno más para ti. La vida es como un viaje en autobús, los años que han podido pasar sólo son un breve instante dentro de toda la eternidad, ¿por qué dolerse de no volver a ver más a aquellos que sólo te los topaste en un instante? —Escucho lo que dices y lo encuentro tan absurdo, ni siquiera podría ser una buena ilustración. Comparar la vida con el viaje en un autobús ¡bah!, ¡pero qué cosas dices! Estamos hablando de algo más profundo y trascendental que eso. Supuse que siendo la Muerte me podrías haber explicado un poco mejor las cosas, ¿no crees? —Lo que es absurdo para ti tiene sentido para mí. ¿O acaso no mencionaste que veías absurdo que yo viniera por ustedes? No trates de hacerte el listo Emilio, porque cuando te tropiezas conmigo no hay vuelta atrás. Querrás creer que tu mente puede indagar sobre los más grandes misterios de la existencia misma, pero el ser humano siempre termina topándose con una gran pared que soy yo. Todo el que ha cruzado aquel muro no ha podido regresar para contar lo que ha visto. Aunque haya historias fantásticas de personas que dicen haberlo hecho. —Tal vez ése ha sido mi error, haber tenido tanta expectativa cuando supe que vendrías. Pero me has decepcionado, creo que ni tú sabes qué significa tu propia existencia. ¿O acaso no te has preguntado eso? ¿Por qué haces esto? —Emilio, hay cosas que simplemente ustedes nunca entenderán ni sabrán porque no cabe dentro de la lógica que manejan. A veces lo irracional es más real que lo racional. Y en este momento, qué cosa más irracional podría haber que la Muerte esté sentada frente a un joven hablando sobre temas existenciales. —Evades mis preguntas— afirmó con tono de resignación. —No, Emilio, simplemente no quieres aceptar que no está en tu naturaleza entender este tipo de cosas— decía esto mientras tomaba sus manos y acercaba su rostro hasta quedar a unos cuantos centímetros de él— es tiempo, querido amigo, acompáñame. Emilio se levantó de su silla con la sensación de resignación que había experimentado segundos atrás y tomados de la mano salieron del dormitorio. Cuando cruzaron la puerta recordó que tenía guardado un machete junto al cesto de ropa sucia, y por un instante pensó en herir a su invitada, pero al escuchar lo absurdo que sonaba dentro de su cabeza descartó aquella idea. ¿Cómo podría matar a la Muerte misma? Sólo el hecho de pensar en lo absurdo que podría ser lo convertía en absurdo. Mientras caminaban por el pasillo Emilio pudo sentir el olor que desprendía la Muerte de sus cabellos, se sintió hipnotizado por un momento y recordó su infancia. De nada servían las memorias si en algún punto de la historia no tendrían por qué ser recordadas. Lentamente llegaron a la habitación de sus padres y ella le pidió que abriera la puerta para que ambos pudieran entrar. Emilio no dudó en hacerlo y, debido a que el rechinido del movimiento de la puerta pudo haberlos despertado, la Muerte lo detuvo hasta que estuviera segura que aquéllos dormían profundamente. Luego de esperar unos minutos entraron con cautela. —Es tu turno, haz lo que habías pensado hacer – le susurró la Muerte. Emilio se acercó a la cama, fue primero de lado de su madre y levantó el machete que momentos atrás había querido usar. —¡Espera! ¿No quieres tan siquiera despedirte?— lo detuvo la Muerte agarrándole el brazo. —¿Para qué? Si al final de cuentas ni me va a recordar, y los muertos, muertos están. Fue entonces que, con toda la fuerza que tendía sobre sus brazos, dejó caer el machete sobre el cuello de su madre escindiendo la yugular y parte del cartílago. Éste último quedó suspendido dejando ver brotes y chorros de sangre que salpicaban sobre las sábanas y el resto del cuerpo de la mujer. Sus ojos aterrados viendo fijamente a Emilio no pudieron evitar que éste vuelva a hundir el machete sobre su cuello. Pero ahora sí, dejándola por completo desvanecida. El padre despertó en el momento del primer golpe, ya que la fuerza de la caída había retumbado sobre la cama en la que dormía tranquilamente. Y sin embargo, cuando estaba a punto de reaccionar ante semejante escena, Emilio ya había dado el segundo y letal golpe sobre su madre. No pasaron ni dos segundos para que éste levantara nuevamente el arma y lo clavara exactamente sobre la cabeza de su padre, dejando emitir el terrible sonido del cráneo partiéndose por la mitad. La conmoción de ver a sus padres sumergidos entre la gran cantidad de sangre, no hizo más que provocar una leve sonrisa en su rostro y, tomándole nuevamente la mano a la Muerte, salieron de aquella habitación. Por un instante Emilio sintió el impulso de liberar unas lágrimas, como si fuera una reacción inconsciente y natural, pero la tranquilidad y la comodidad del momento no permitieron que lo hiciera, por lo que simplemente decidió disfrutar de aquel emblemático contacto de cuerpos entre él y su nueva amiga. Los minutos parecieron una eternidad mientas se veían directamente a los ojos, con la clásica mirada de complicidad y de satisfacción unieron sus esencias para resguardar esa escena, y como dos enamorados que conocían el destino de la separación temporal optaron por despedirse con un beso en la mejilla. La Muerte volvería indudablemente por él, cuando fuera el tiempo. Al haberse despedido de ella, Emilio subió lleno de alegría al techo de su casa y recordó cuánto le encantaba mirar la luna. Tomó su celular para ver si había recibido algún mensaje de texto y al no ver ningún tipo de novedad, se recostó viendo hacia arriba como dormitando por unos treinta minutos hasta que escuchó a alguien tocar el timbre. Fue entonces que con una gran serenidad y advirtiendo que tenía las restos de sangre por toda su ropa, bajó del techo y caminó hacia la entrada. Mientras se acercaba a la puerta no podía dejar de pensar en el evento trascendental que había vivido y en lo irracional y absurdo que era tener la sensación de extrañar a su nueva amiga. ¿Cuánto tiempo pasaría para poder volver a verla? Al abrir la puerta, pudo mirar los destellos de luces rojas y azules que bailaban frenéticamente en honor al viaje que la Muerte había preparado para sus padres. No les dio mucha importancia a los hombres que estaban esperándolo en la calle, ya que su mente divagaba enternecidamente por la adrenalina de pensar en ella. Y fue entonces que la sintió cerca, tan cerca que le causaba frustración. No la veía por ningún lado y sólo el hecho de esperarla le sofocaba en gran manera. Y repentinamente, como si ella misma le hubiera hablado, supo lo que tenía qué hacer. Con gran desesperación corrió hacia el otro lado de la calle como si de eso dependiera su muerte misma. Sólo logró reconocer un ruido seco y estruendoso antes de caer desvanecido por completo. …al volver en sí, la muerte se hallaba nuevamente a su lado.