Un nuevo documento arqueológico sobre el origen del Cristianismo
emeritense. La domus de la Puerta de la Villa de Mérida
FRANCISCO JAVIER HERAS MORA
fjheras@gmail.com
RESUMEN
El reciente hallazgo de un crismón cristiano pintado, en un contexto arquitectónico insólito -sobre el paramento oriental de la
cisterna de una casa romana reconvertida en “sala subterránea”se erige en argumento central para elaborar una hipótesis sobre
la naturaleza cultual de ese espacio, extrapolable a todo el conjunto “doméstico”. Se aportan, además, algunas pruebas de
carácter estratigráfico, material, iconográfico, arquitectónico e
histórico para defender la cronología temprana de este singular
elemento simbólico y el uso religioso-cristiano de la domus en que
se inserta.
ABSTRACT
The recent discovery of a Christian “crismón” painted on the
east wall of a cintern into a Roman house, converted after in an
underground room, is the key to determining the nature of the
place and the whole domus. We provide evidences of the stratigraphy and the physical, iconographic, architectural and historical character to defend the early chronology and the Christian
reliogious use of this place.
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Mérida excav. arqueol. 2005, 11 (2015)
FRANCISCO JAVIER HERAS MORA
INTRODUCCIÓN
Durante el proceso de revisión y documentación
arqueológica de un solar en la céntrica calle emeritense de Santa Eulalia, excavado dos décadas atrás1, tuvimos la ocasión de intervenir en determinados puntos
del mismo, aún inconclusos. El objetivo final comprendía el acondicionamiento de los restos y su integración en un nuevo espacio expositivo2 en los sótanos de un edificio de oficinas y locales comerciales
levantado a comienzos de los años 90. Los restos
arqueológicos hallados en aquellos momentos se
mantuvieron en los sótanos, restando por excavar
algunos puntos al fondo: parte de un pavimento y el
interior de una cisterna aparecida bajo éste. Los
muros y estructuras documentadas fueron interpretados entonces como parte de una domus romana en
uno de los extremos del decumanus maximus, junto a
uno de los más importantes accesos a la ciudad, la
que después se denominará Puerta de la Villa, opuesto a la entrada desde el puente romano (fig. 1).
La intención de este trabajo es la de dar a conocer un
nuevo hallazgo y valorar algunas de sus implicaciones
históricas. Se trata de un documento pictórico excepcional, un crismón cristiano, en un contexto arquitectónico insólito. Su significado, indiscutiblemente religioso, y su emplazamiento dentro de un ambiente
subterráneo y oculto, junto a determinados argumentos materiales, iconográficos e históricos, nos permiten extrapolar su “carácter sacro” a todo un espacio
arquitectónico definido. Analizados en conjunto, el
documento pictórico y la arquitectura que lo encierra,
conducen nuestras conclusiones históricas hacia el
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primitivo cristianismo emeritense e hispano. Hasta la
fecha, las pruebas con que contábamos de la existencia de una comunidad cristiana en la ciudad eran eminentemente literarias, aunque no faltan los testimonios materiales aislados, artísticos y epigráficos, que
refuerzan el valor de los textos antiguos.
Fuentes textuales
Sobre los estudios del Cristianismo primitivo en
Augusta Emerita ha planeado siempre la sombra de un
importante documento literario de género epistolar.
La “Carta 67” de Cipriano de Cartago (248/9 - 258),
a propósito del nombramiento de nuevos obispos en
las diócesis de León-Astorga y Mérida, acarrea preciosa información sobre la existencia y funcionamiento de sendas comunidades cristianas a mediados
del siglo III (Clarke 1971; Teja 1990). Las implicaciones históricas de este documento epistolar, fechado
en ca. 254, que permiten el análisis de su contenido
son muchas y algunas de ellas constituyen una buena
base para caracterizar el tempo religioso de la Mérida
de mediados del siglo III y comienzos del IV3.
Lo primero e inmediato que se puede inferir de la
Carta es la existencia de una comunidad cristiana en
Augusta Emerita a mediados del siglo III, perfectamente organizada y jerarquizada, quizás reducida en
número pero activa e influyente (Arce 2002, 33), a la
cabeza de la cual se encontraría un obispo. Su nombre en esas fechas ha sido objeto de debate, puesto
que, consignado en el texto de la carta de Cipriano,
comparte protagonismo con el obispo de la otra diócesis, Astorga-León, tratada en el mismo documento
En el año 1988 se emprendió la excavación del solar de manos de D. Manuel de Alvarado Gonzalo, entonces arqueólogo del organismo encargado de la gestión del patrimonio arqueológico local, el antiguo Patronato de la Ciudad Monumental de Mérida. Los
trabajos, tras algunos avatares se finalizaron a mediados de 1989, restando por concluir el espacio anexo a las medianeras. En ese
punto, en 1991 se procedió a la retirada de los perfiles dejados por Alvarado, una banda perimetral de entre 1 y 2 metros de anchura, quedando al descubierto la continuación de alguno de los muros documentados en la campaña anterior y nuevas estructuras,
como una segunda cisterna subterránea y un pozo romanos.
El proyecto corresponde a la actuación de 2008 del “Programa Mecenas” de recuperación e integración urbana del patrimonio
arqueológico emeritense. Desde aquí, los que de alguna forma u otra tenemos responsabilidades en la gestión, conservación, documentación, difusión e investigación en el ámbito patrimonial de la ciudad, agradecemos muy sinceramente a los particulares e instituciones que hacen posible esta experiencia su compromiso ejemplar y desinteresado para con Mérida, que es bien de todos.
No entraremos en este trabajo a analizar algunas de las implicaciones más debatidas de la epístola ciprianea, como la cuestión del
origen africano de la “iglesia hispana” (Díaz 1967; Blázquez 1967; en contra Sotomayor 1982; 1989; 2002) o la existencia de un
primitivo ascetismo entre los cristianos emeritenses (Sánchez 1986; 1995), sin menospreciar en modo alguno el interés que tienen
para valorar el contexto social y cultual de ese primitivo Cristianismo (Fernández 2007).
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Un nuevo documento arqueológico sobre el origen del Cristianismo emeritense. La domus de la Puerta de la Villa de Mérida
y sin relacionar expresamente sede y personaje.
Resulta difícil la identificación entre Marcial y
Basílides del que fuera cabeza de la “iglesia” emeritense, ambos candidatos consignados en la epístola, y
compleja la argumentación esgrimida para reconocerla (Teja 1990, 124; 1995, 41). Otros obispos emeritenses, aunque posteriores al capítulo de los obispos
libeláticos, son Liberio, asistente al Concilio de Elvira
(308) y al de Arlés (314) o Florencio e Hydacio, cuyas
noticias nos refieren de su cargo a mediados y finales
del siglo IV, respectivamente (Arce 2002, 31;
Blázquez 1982, 105; 2002, 317).
Otra de las cuestiones que se desprenden del escrito
de Cipriano y que conviene tener presente es la reper-
cusión de la política imperial hacia los cristianos en la
Mérida de mediados del siglo III. Como consecuencia de la represión, que afectó sobre todo a los representantes de las comunidades cristianas, la “iglesia”
emeritense, como la de otras muchas ciudades, sufrió
una profunda división en su seno, enfrentando a los
obispos depuestos, que habían “sacrificado” (sacrificati) o renegado de su dios (libellati), y por ello abandonado o desplazado de su cargo de obispo, pretenden
volver a él, con los que los habían sustituido (Teja
1995, 44; Novás 1995, 196).
Al margen de los acontecimientos del III, otro documento nos permite valorar nuevamente la repercusión de la política anti-cristiana en Mérida, casi medio
FIGURA 1
Situación de los restos de la domus romana, intramuros, junto a una de las puertas más importantes de la ciudad, en el extremo NE del
decumanus maximus.
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siglo después de las persecuciones de Decio: el
Himno III cantado a Eulalia en el Peristephanon, del
autor calagurritano Prudencio (348 - ca. 410). A pesar
de que se ha sometido a dura crítica el texto eulaliense como documento histórico por el elevado contenido panegirista (Arce 1992, 12-13), habitual entre los
apologistas cristianos contemporáneos, y la distancia
temporal con los hechos que narra (casi cien años),
da buena muestra de la repercusión social de las persecuciones cristianas del 303-304 en Mérida. Además,
a partir del comentario crítico, es posible extraer aún
algunas consideraciones de cariz histórico y social.
En ese sentido, debemos reconocer que en estas
fechas se mantenía la vitalidad de la comunidad cristiana emeritense y que de ésta participaba la clase de
los propietarios que, como la familia de Eulalia, poseían residencias rurales o villae en las inmediaciones de
Mérida (Sánchez 1986, 81; 1995, 49).
Con todo, los estudios históricos nacidos al amparo
de ambos documentos escritos permiten situar a
Mérida en un lugar destacado en la historiografía cristiana. La participación de la temática religiosa emeritense en reuniones científicas de este tipo4 o la reciente organización del debate conmemorativo sobre
“Los orígenes del Cristianismo en Lusitania”, en
diciembre de 2006 (González y Velázquez eds. 2008),
dan buena muestra de su importancia y de la salud de
que goza aún este tipo de estudios. Sin duda, descubrimientos como el que ahora ponemos sobre el
tapete reactivarán la discusión que hace posible la
construcción de la “historia eclesiástica”.
Documentos arqueológicos
Por su parte, la historiografía arqueológica cristiana
emeritense goza de la experiencia de una dilatada tradición que se remonta casi un siglo. Los estudios de
este tipo han pivotado sobre los trabajos en Casa
Herrera (Caballero y Ulbert 1976), la supuesta basíli-
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ca del Teatro Romano (Mélida 1917), Santa Eulalia
(Caballero y Mateos 1991) y su entorno funerario
(Mateos 1993; de la Barrera 1995a; 1995b) o la
importante colección de mobiliario litúrgico de época
visigoda (Cruz 1985). En los últimos años, los esfuerzos en este sentido se han dirigido hacia la cuestión
del urbanismo y la topografía cristiana de la ciudad y
su evolución desde finales del Imperio Romano hasta
la tardoantigüedad (García Moreno 1986; Mateos
1992; 1997). En todo esto, cobra especial interés la
figura de la mártir Eulalia y la repercusión arquitectónica posterior. Su tumulus o martyrium se habrían convertido en referencia paisajística, en torno a la cual
surge todo un espacio funerario y religioso generadores de un nuevo ordenamiento, un foco de irradiación arquitectónica que alcanza su floruit durante los
siglos VI -VII (Mateos 1999; 2006). Este período
cuenta para su conocimiento histórico con un testimonio escrito de primer orden, coetáneo a esa realidad y que narra de forma directa o indirecta acontecimientos, situaciones socioeconómicas y políticas,
lugares y edificios. Las “vidas de los santos padres
emeritenses”, Vitas sanctorum patrum emeretensium, contienen además otras referencias toponímicas de la
ciudad, centros religiosos urbanos como la basílica de
Sancta Ierusalem (Álvarez 1969), que tradicionalmente
se ha identificado con la actual Santa María, o
extraurbanos, como Santa Eulalia, San Fausto y Santa
Lucrecia (Álvarez 1976, 141; Mateos 1997, 611-15), el
hospital de peregrinos o xenodochium (Mateos 1995) o
el monasterio de Cauliana, más alejado de la ciudad
(Vitae, II, traducción de I. Velázquez 2008).
Todos estos datos y noticias se refieren a fechas avanzadas del período tardoantiguo o visigótico y en poco
avalan las informaciones de que disponemos acerca
del primitivo Cristianismo que debiera profesarse en
la Mérida romana. Los testimonios materiales de esos
primeros momentos proceden del ámbito epigráfico
y artístico. En primer lugar, un texto referido a un
Sin duda son importantes las participaciones sobre aspectos de la Mérida paleocristiana en las Reuniones de Arqueología Cristiana
Hispánica, de Lisboa, en 1992 (1995), o de Valencia, en 2003 (Gurt y Ribera, eds., 2005). Por su parte, los congresos locales sobre
la mártir emeritense cobran carta de ineludible referencia por el interés que despierta el análisis arqueológico e histórico para una
ciudad que frecuentemente sirve de modelo en estas cuestiones: las Jornadas sobre Santa Eulalia de Mérida (actas publicadas en
1992), las Jornadas de Estudios Eulalienses, de 1993 (1995) o el Congreso titulado “Eulalia de Mérida y su figura histórica”, Mérida
2004 (en 2006).
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Un nuevo documento arqueológico sobre el origen del Cristianismo emeritense. La domus de la Puerta de la Villa de Mérida
supuesto auriga cristiano, conocido a través de su
placa funeraria hallada en Casa Herrera (Caballero y
Ulbert 1976, 182) se fechó entre mediados del siglo
IV y la mitad del siguiente (Ramírez y Mateos 2000,
99, CIC Me nº 51; Arce 2002, 141), dos inscripciones
de finales del s. IV y otra presumiblemente relacionada con la construcción de la catedral metropolitana
(Vives 1969, 17; Mateos 1999, 181).
De nuevo otra inscripción recientemente publicada
constituye un documento de excepción por el que,
según los autores del estudio en que se integra, debiera haberse practicado con la intención de “cristianizar” un templo pagano (Alba y Mateos 2006, 357).
Me refiero al caso de una moldura de mármol, con
una inscripción y un crismón cristiano (anagrama con
caracteres apocalípticos dispuestos en orden inverso,
w y A) grabados cuando la pieza aún se encontraba
formando parte del llamado “Templo de la Calle
Holguín” en el “Foro Provincial” de Mérida, cuando
aún estaba en pie y antes de que la pieza fuera reutilizada en una casa de época visigoda (Alba y Mateos
2006, 357). En ese deseo de “cristianización” de
espacios públicos de fuertes connotaciones ideológicas paganas quizás debamos entender algunos grabados en las columnas del teatro romano o el supuesto
crismón tallado en una de las losas del suelo del acceso principal del antiguo anfiteatro. En ambos casos
los edificios se hallarían abandonados pero aún no
desmontados, por tanto anteriores al período tardoantiguo propiamente dicho (Alba 2005, 220).
Un tipo de manifestación que resulta ciertamente
escasa en la ciudad y que constituye uno de los más
interesantes testimonios artísticos del Cristianismo
son los sarcófagos. En Mérida conocemos algunos
casos que, a pesar de ser poco significativos desde el
punto de vista del tamaño de lo conservado, resultan
importantes para ilustrar parte del aspecto funerario
de los cristianos en la capital lusitana. Uno de los más
interesantes es el relieve supuestamente alusivo al
pasaje bíblico de Noé, interpretado en otras ocasiones como banquete mitraico (Mélida 1906, lám. 34;
fig. 76; García y Bellido 1949, nº cat. 425), que se
5
convertiría en palabras de J. Arce en “el primer testimonio arqueológico cristiano en la ciudad desde
aproximadamente la segunda mitad del siglo III”
(2002, 160)5. Otro relieve, interpretado como el anterior como cubierta de sarcófago marmóreo paleocristiano, aparecido en las excavaciones de la iglesia
de Santa Eulalia, y que representa dos corderos a los
lados de una palmera, se ha llevado a fechas de la primera mitad del siglo IV (Mateos 2002, 447, nº cat. 5).
En cuanto a lo arquitectónico, los únicos datos de
que disponemos se refieren al ámbito funerario y tienen que ver directamente con el supuesto enterramiento de Eulalia, a comienzos del siglo IV. Durante
los trabajos de excavación en el interior de la iglesia
de Santa Eulalia se identificaron varias sepulturas
monumentales, entre las cuales destaca una en particular que ocupa el lugar bajo el actual ábside de la
basílica. Por ese cariz de emplazamiento privilegiado,
Caballero y Mateos propusieron que se tratara del
tumulus o edificio sepulcral en que se depositaron los
restos de la niña martirizada y muerta durante las persecuciones de Diocleciano en el 304 (Caballero y
Mateos 1991, 543). El crecimiento de la necrópolis a
raíz de la conversión del enterramiento de Eulalia en
edificio martirial obedece a un capítulo posterior, en
que las condiciones sociopolíticas han cambiado y el
Cristianismo se ha transformado en religión oficial
del Imperio.
LA
DOCUMENTACIÓN ARQUEOLÓGICA: LA
ROMANA,
DOMUS
SUS ESPACIOS Y FASES
El primer balance de resultados de las excavaciones
de finales de los años 80 pone de manifiesto una interesante superposición de estructuras. La secuencia
arqueológica parte, en líneas generales, de una casa
romana abierta al demumano máximo y probablemente adosada a la cara interna de la muralla, con
algunas reformas evidentes que no parecen haber
modificado substancialmente su planta original. Sobre
ésta se alzan los restos de un edificio de época altomedieval y de probable uso civil, para lo cual se emplearon piezas de granito, en su mayoría grandes tambores
En contra de esta propuesta cronológica, Mateos opina que las fechas se deberían llevar a la primera mitad del siglo IV (Mateos
2002, 445).
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de columnas estriadas, reutilizadas y probablemente
originarias de alguna construcción monumental próxima, quizás la puerta romana. Los muros más
recientes que permanecieron tras aquella intervención arqueológica debieron formar parte de uno o
varios inmuebles superpuestos de fechas comprendidas entre el bajo medioevo y la Edad Moderna.
La domus romana
Las excavaciones que dirigiera D. Manuel de Alvarado
en el solar en los años 1988-89 habrían sacado a la luz
parte de una vía, el decumanus maximus, y una domus que
debió ocupar la mitad de la manzana inmediata a la
importante puerta oriental de la ciudad romana
(Alvarado 1989; Palma 1999, 359-358). Entre la vía y
la casa discurre un espacio lineal (margines) de algo más
de dos metros de ancho que debió estar porticado y
haber servido para el tránsito peatonal, como suele
ser habitual en las calles de la Mérida romana (Alba
2003). Hacia la fachada que daba al pórtico del decumano principal se abrían las fauces o puerta de acceso
al edificio privado y las tabernae o dependencias
comerciales que, en número de tres, se han documentado en el solar (fig. 2).
La domus se organizaría a partir de un patio central
porticado de planta aproximadamente rectangular.
A éste se accede directamente desde la calle a través
de un ancho corredor. En el centro de aquel espacio
hallamos el peristilo propiamente dicho, del cuál
solo conocemos bien el lado noreste, quizás el más
corto. Las columnas debieron ser de granito, conservándose de ellas tan sólo los apoyos o basas y
alguno de los fustes. En los intercolumnios aparecen pequeños canales revestidos de opus signinum que
debieron funcionar de receptores de las aguas de
lluvia procedentes de los tejados que confluirían
hacia el centro del peristilo. Parten de este patio, a la
derecha (NE), cuatro estancias rectangulares sucesivas. Al fondo, el peristilo cierra con un estrecho
pasillo delimitado al norte por un muro recto, posteriormente reformado con la construcción de una
estructura curva, a modo de muro absidado, de más
de cuatro metros y medio de diámetro y reforzada
exteriormente con dos robustos pilares, abierto al
peristylum.
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Fuera de los ámbitos indicados en la planta general
de la domus, se documentaron una serie de construcciones excavadas bajo el nivel de los suelos de la
casa. Se trata de dos grandes “cisternas” o depósitos,
una “piscina” absidada y un pozo (fig. 3). Las tres
primeras estructuras debieron ser coetáneas a la edificación de la vivienda romana; en cuanto al pozo,
para éste anulan la hipotética piscina, constituyendo
un elemento ajeno al programa arquitectónico original de la casa.
La primera de esas construcciones, una cisterna subterránea, apareció parcialmente bajo el pasillo norte y
los propios muros de la domus. A pesar de su avanzada destrucción, aún se aprecian sus dos muros longitudinales y, acaso, el arranque de los arcos que conformaban la bóveda (Alvarado 1989). El pavimento
del pasillo de la casa, de losas regulares de pizarra, y
uno de sus muros, descansan sobre sus paredes y
arcos, lo que indica que su fábrica debió ser anterior
o coetánea a la construcción romana.
A continuación, hacia el norte, se documentó, entre
1989 y 1991, una nueva estructura de probable uso
hidráulico: una “piscina” excavada en el substrato
geológico, de planta rectangular y revestida de opus
signinum. Conserva en su extremo septentrional
parte de unos escalones de descenso hacia el interior
de la piscina, igualmente rematados con el mismo
tipo de mortero. En este punto, esta substrucción
hidráulica fue perforada para practicar un pozo de
piedra y cal de planta circular. El otro lado debió
haberse rematado con una estructura curva no conservada en la actualidad, pero que sí se vio en el
momento de su excavación, en 1989 (plano que
acompaña al informe de Alvarado). Esta construcción hidráulica pudo en algún momento haber formado parte de unos baños o termas asociados a la
casa romana, cuestión que no hemos podido confirmar fehacientemente.
El pavimento exterior de la casa romana debió cubrir
casi todos los elementos de la fase previa a la reforma
que supuso la construcción del muro curvo, quedando sepultadas probablemente aquella “piscina absidada” y una nueva cisterna que, esta vez sí, se halló en
excelente estado de conservación. Durante los traba-
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jos de eliminación de los testigos o zonas de seguridad
perimetrales dejadas en las medianeras, en 19916 se
excavó parte de ese suelo exterior, probablemente de
losas de pizarra y signinum, quedando al descubierto
FIGURA 2
Planta de la domus romana en su contexto urbanístico.
6
De aquellos trabajos complementarios de 1991, conservamos en los registros del Consorcio tan sólo un breve informe descriptivo
sobre la aparición de una nueva cisterna o aljibe, firmado por D. José Luis Mosquera Müller, Dª. Juana Márquez Pérez y Dª María
José Ferreira, entonces arqueólogos del Patronato de la Ciudad Monumental de Mérida.
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un nuevo pavimento, un pequeño brocal, spiramem o
puteal de granito y una segunda perforación irregular
abierta en el suelo. Si el primer acceso natural (solución de pretil) se halló tapiado, el “roto”7 descuidado
permite descender cenitalmente hacia un amplio
espacio abovedado y subterráneo de planta perfectamente cuadrangular y paredes revestidas mediante un
grueso mortero de signinum. Se trata de una estancia
de 4,33 metros de lado y 3,50 m de altura máxima,
cubierta mediante una gran bóveda de medio punto
deprimido (fig. 4). La fábrica es de ladrillos trabados
con cal, con revestimiento de mortero hidráulico
tanto sus muros como la bóveda y el suelo. Sobre sus
paredes se aplica además un ligero enfoscado de cal,
conservado desigualmente por una superficie “repicada” para facilitar la adherencia de esa nueva capa
blanca. El acceso en época antigua, que no el original
de la cisterna, debió efectuarse a través de un vano
de 2,20 x 1,05 m, abierto en uno de los muros laterales y que comunicaba con el exterior mediante una
escalera en ángulo recto e igualmente abovedada8
(fig. 5). La única entrada de luz natural consistió en
un estrecho lucernario abocinado justo al fin de la
escalera, en el paso hacia la estancia subterránea.
FIGURA 3
Planta general de las construcciones del fondo del solar excavado (planimetría de F. Isidoro).
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Una estructura subterránea similar a la aparecida en este solar es la cisterna romana hallada durante las excavaciones en el Palacio
de los Mayoralgo, en el casco antiguo de Cáceres, fechada en época flavia (Jiménez 2008, 179-180). Posee dos accesos cenitales
que comunican el impluvium con el interior, del mismo modo que lo debiera haber hecho originalmente la construcción emeritense,
siendo aquel supuesto roto abierto en la bóveda, por donde extrajimos su relleno, cuanto reste de la segunda “boca” de la cisterna
romana.
El pasillo ya fue documentado durante una intervención dirigida por D. José Luís de la Barrera 1985. En su descripción describe
la cisterna a la que se accede mediante una galería escalonada y abovedada, de la cual apenas documenta parte de su recorrido en
codo, antes de penetrar en la cámara, que halló colmatada y que no tuvo ocasión de excavar. Correspondiente al mismo solar de
De la Barrera, D. José Mª Álvarez habría estudiado parte de un mosaico que, junto a otro hallado en la finca aneja, pertenecerían
a otra gran domus romana que ocupara la otra mitad de la manzana (Álvarez 1990, 108-111, fig. 12, lám. 54).
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Parte de la arquitectura del acceso ya fue descubierta
en 1985 y cuya descripción conocemos en un informe
redactado sobre la excavación del solar colindante (De
la Barrera 1985).
La sala subterránea del fondo y sus fases
A continuación nos vamos a detener en determinados aspectos de esta última construcción subterránea. A partir de una primera inspección de los detalles de su arquitectura, se logró identificar al menos
dos fases constructivas diferentes que dejaban entrever un uso del espacio igualmente distinto. De un
lado, parece clara la voluntad de modificar el revestimiento del aula aplicando sobre la superficie de mortero hidráulico una fina capa de cal. Con ello se restaba impermeabilidad y se aportaba un acabado uniforme y blanco sobre el que adherir el pigmento
coloro que más adelante se tratará. El nuevo enfoscado interior invade incluso la pieza de granito (fig. 6),
antes horadada y ahora tapiada, que en origen hubiera comunicado la sala con el exterior a través de la
FIGURA 4
Planta y secciones de la cisterna reconvertida en aula subterránea de acceso escalonado (dibujos de F. Isidoro).
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FIGURA 7
Fotografía de la puerta y escalera construidas en la reforma de la
cisterna (vista desde el interior de la estancia subterránea).
ocurre en la cámara, donde originalmente se revestían sus paredes de mortero impermeable, en los
muros de la escalera se aplica una o las dos capas de
mortero de cal que hoy podemos apreciar, sin que
hayamos detectado resto alguno de aquella primitiva
cobertura hidráulica original.
FIGURA 5
Fotografía de la galería escalonada y abovedada de acceso a la "cisterna" (vista hacia el interior).
bóveda. Pero, sin duda, la actuación más relevante y
definitoria de la reforma fue la construcción de la
escalera. Se perforó el muro noroeste de la sala y su
revestimiento de signinum y se abrió la puerta que sirvió de nuevo acceso (fig. 7). A diferencia de lo que
FIGURA 6
Fotografía desde el interior del spiramen clausurado con la reforma.
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Las reformas apreciadas en la construcción subterránea parecen tener su transposición en las obras de la
superficie. Antes se admitió que el muro curvo abierto al peristilo se debiera a una variación postrera de la
planta del edificio romano primigenio, acompañada
además de un nuevo pavimento que se superpone a
otro anterior. Esta obra afecta incluso a los enlucidos
pintados en algún punto de ese pasillo. Pues bien,
cabe pensar que el nuevo suelo de opus signinum trazado al exterior del muro curvo, de similares características que el del interior, oculta tras de sí toda la arquitectura prominente de la cisterna subterránea, como
el “brocal” de acceso o toda la superestructura para
la captación de agua o impluvium, ya entonces desmontada.
Con todos estos datos de tipo arquitectónico y relaciones estratigráficas, es posible identificar con ciertas garantías los pormenores de la reforma. Pero,
¿cuál fue el fin último que se persiguió para acometerla? Parece claro el hecho de que la primitiva construcción consistiera en una cisterna o depósito, de ahí
el revestimiento hidráulico, y que se surtiera de las
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aguas de lluvia, quizás a través de un sumidero hoy
desaparecido que las canalizase hacia el interior. La
transformación fue notable, pues se anuló la entrada
de agua, se clausuró su acceso cenital y se dispuso
una cómoda entrada a través de una escalera descendente e igualmente soterrada. Desconocemos los
detalles de la salida de la galería escalonada al exterior, quizás a través de una trampilla o puerta situada
a pocos metros y comunicada con la casa a través de
su muro posterior. A partir de entonces será la entrada única, junto al pequeño lucernario del pasillo,
cuánto se perciba desde el exterior de la construcción
subterránea. El interior, un espacio lúgubre, dejó de
contener agua para convertirse en un aula que pudiera dar cabida a un pequeño grupo de personas. El
documento pintado sobre la pared del fondo, que trataremos a continuación, nos dará la clave de la nueva
función.
EL
DOCUMENTO PICTÓRICO: UN CRIMÓN CRISTIANO
LAUREADO
Centrado en el muro noreste de la “cisterna”, junto al
extremo de la bóveda, hallamos los restos de un gran
dibujo figurativo pintado (fig. 8). El pigmento se aplica sobre la capa general de enfoscado de cal que
cubriera la totalidad de los muros y bóvedas de la
gran sala subterránea y su galería de acceso. Se trata
de un único elemento central compuesto por trazos
cruzados de color rojo vivo que dibujan un crismón,
un signo de alto contenido simbólico producto de la
FIGURA 8
Fotografía de la pintura mural en que se representa el crismón cristiano (foto J. M. Romero).
superposición de las Chi y Rho griegas, conocido anagrama extraído de los primeros caracteres de la palabra χριστοσ (fig. 9, a). A la derecha del motivo, bajo
el brazo superior derecho de la letra Χ, distinguimos
los restos muy desdibujados de un trazo vertical y
parte de otro más pequeño, también de color rojo,
que pudieran explicarse como parte de la letra griega
ω, frecuente en este tipo de signos, acompañada de la
Α, bajo el brazo izquierdo generalmente (fig. 9, b). En
cuanto a la forma concreta de las letras, hemos de
destacar el remate de las líneas, ligeramente engrosadas en cada uno de los extremos de la primera letra y
en el vértice que conservamos de la “ρ”.
El anagrama se inserta en el centro de una orla vegetal formada por la sucesión de tríos de hojas de color
verde, que siguen un esquema circular y simétrico,
que a modo de corona rodea el motivo central. A lo
largo de la línea curva, entre las hojas se observan
algunas pequeñas pinceladas de color rojo y de forma
irreconocible. En el punto más alto y destacado de la
orla, de donde parten ambos brazos de la corona, se
dibuja un pequeño círculo de grueso trazo amarillo
con relleno de color rojo. Lamentablemente sólo se
conserva la mitad superior de la composición, a pesar
de lo cual no deja lugar a dudas la identificación cristiana de la pintura.
Este tipo de esquema resulta común a las representaciones tardorromanas del motivo cristiano. La corona
de laurel comporta en el mundo romano, del cual sin
duda es tomado (Cumont 1966, 482-483), toda una
simbología de “triunfo”, frecuente en la escultura y
sobre todo en la numismática. El grueso de la carga
simbólica procede de las letras iniciales del nombre
de Cristo, elemento común y seña de identidad de la
nueva religión, como también lo fuera el pez, cuyo
término en griego es de nuevo un acróstico cristiano.
Las letras α y ω que flanquean la “cruz” central
encuentran su sentido en la conocida expresión de
Cristo “Yo soy el alfa y el omega” (Apocalipsis 1, 8;
Ap. 22, 13; Ap. 21, 6; Isaías XLV, 6), en clara alusión
a la resurrección, la vida y la muerte, el principio y el
fin.
Una buena parte de los ejemplos de este tipo de
manifestación nos remite a los ambientes funerarios
517
Mérida excav. arqueol. 2005, 11 (2015)
FRANCISCO JAVIER HERAS MORA
FIGURA 9
Calco (a) y reconstrucción (b) del crismón representado en el muro norte de la antigua cisterna (dibujo de M. Bedate).
518
Mérida excav. arqueol. 2005, 11 (2015)
Un nuevo documento arqueológico sobre el origen del Cristianismo emeritense. La domus de la Puerta de la Villa de Mérida
romanos. De todos es sabido que las catacumbas
romanas constituyeron durante los tiempos de las
persecuciones el lugar de enterramiento que eligieron
cristianos y judíos para los difuntos de sus comunidades. Aquí practicaron su liturgia rodeados de símbolos e imágenes que acompañaban la synaxis cristiana.
Letras y conceptos inteligibles sólo dentro de la
comunidad, escenas narrativas del Antiguo y Nuevo
Testamento, orantes y otras figuras simbólicas readaptadas de la iconografía profana o pagana pueblan
paredes, bóvedas y sarcófagos. Los crismones constituyen uno de esos motivos, acompañando a parte de
ese diverso programa decorativo y simbólico.
En Roma, algunos de los paralelos más significativos
son los que aparecen en uno de los arcosolios del
Cementerio Mayor, que representa una mujer orante
y un niño de corta edad antepuesto a ella, interpretada como la Virgen y Jesús niño. Estas figuras centrales aparecen entre sendos crismones pintados en
negro en una composición simétrica. Este caso particular carece de la corona de laurel que suele rodear el
anagrama y que hallamos en el caso emeritense. En
las catacumbas de “S. Gennaro a Capodimonte”, en
Nápoles, hallamos nuevos ejemplos similares, aunque
en éstos el motivo suele mostrar algunos matices que
lo diferencian claramente. Este es el caso de la C, que
pasa de ser un aspa a reducirse a un sencillo trazo
horizontal, resultando no ya la característica superposición de los habituales caracteres griegos, sino una
cruz vertical rematada en la parte superior por el elemento curvo de la R (al modo de la “cruz ansata”,
cuya significación se remonta siglos atrás del nacimiento del Cristianismo y remite al concepto de resurrección). Este particular esquema lo vemos repetido,
dentro del contexto de las catacumbas napolitanas,
en el “Arcosolio de San Paolo”, en el de “Cominia y
Nicatiola” o en el “K”, a ambos lados del busto de
San Pedro (Fasola 1975).
En el ámbito territorial hispano, este tipo de composiciones pictóricas se enrarecen en época romana,
para generalizarse su uso tiempo después de la oficialización del Cristianismo. Conocemos un caso interesante, sobre todo por cuanto su contexto arquitectónico ya no sea funerario sino al parecer cultual. Se
trataría del crismón aparecido en la llamada “Basílica
FIGURA 10
Dibujo del crismón de la "basílica" paleocristiana de Troia
(Setúbal, Portugal), según Marques da Costa (1933, lám. III).
paleocristiana de Troia”, junto a la portuguesa ciudad
de Setúbal (fig. 10). Fue dado a conocer por A. I.
Marques da Costa (1933) y sirvió como argumento
determinante para defender la identificación de una
basílica paleocristiana a partir de las ruinas de un edificio con un singular conjunto de pintura mural
(Maciel 1996; Nunes 2001). Sin embargo, el símbolo
cristiano que le valió la determinación funcional religiosa se encuentra perdido en la actualidad, incluso
cualquier indicio de su ubicación o de su existencia
más allá del dibujo realizado tras su descubrimiento
(Marques da Costa 1933, fig. III). No obstante, en
aquel caso, la figura del crismón aparecería inserta en
varios círculos concéntricos y, una vez más, con los
caracteres apocalípticos bajo los brazos superiores de
la cruz.
Los sarcófagos pétreos constituyen un soporte de la
iconografía cristiana frecuentemente empleado para
la trasmisión de ideas y pasajes bíblicos. Uno de los
modelos más conocidos y frecuentes es el que representa escenas de la Pasión o Resurrección de Cristo,
como los del Museo Pío Cristiano, fechados en el
siglo IV, o el “estrigilado” del Museo de Bellas Artes
de Valencia (fig. 11, a), de finales de dicha centuria
(Sotomayor 1973, 83-85; 1975, 209). En ambos, el
elemento central es un crismón similar al esquema
del caso emeritense. Lo tenemos también en la lápida sepulcral de Seberus, en el que se graba el motivo
cristiano entre la representación de un tonel y el
nombre del difunto, SEBERV/S, fechada también
519
FRANCISCO JAVIER HERAS MORA
Mérida excav. arqueol. 2005, 11 (2015)
nuestro análisis comparativo, la autora del estudio
tipológico sobre la escultura visigoda emeritense
reconoce que la mayoría de los crismones de esta
época remiten a modelos bizantinos, inspirados en la
orfebrería a la que tratan de imitar en el acabado
superficial (1985, 287). Esta característica parece
tener un trasfondo cronológico (Cerrillo 1974, 454),
puesto que ese paralelismo morfológico nos lleva al
menos a fechas del siglo VI (Cruz 1985, 288).
Cuando algún ejemplar escapa decididamente de ese
grupo de inspiración, como ocurre con el crismón
representado en una “pila” (nº 198 del catálogo),
retrotrae la cronología hasta el siglo V.
FIGURA 11
Fotografía del "sarcófago de San Vicente", en el Museo de Bellas
Artes de Valencia (a) y Fotografía de la lápida de Seberus del
Museo Pío Cristiano, Roma (b).
en la primera mitad del s. IV y custodiada en el
mismo museo (fig. 11, b). En ambos casos, la “cruz”
formada por las letras griegas se inserta en una corona de laurel presidida por un pequeño motivo circular
en la parte superior, en la confluencia de los dos
extremos de la rama. Algunas características separan
a nuestro ejemplar del motivo central de este último
grabado como son el grado de esquematismo de la
“laurea”.
En el arte paleocristiano hispano, más allá de esas primeras fechas, el motivo del crismón se convierte en
un elemento frecuente dentro del mobiliario litúrgico
tardoantiguo (Cerrillo 1974), es representado en
mosaicos de viviendas y ambientes cultuales y/o
funerarios. Mérida, se ha señalado en alguna ocasión
(Cruz 1985, 287), conserva una de las más nutridas
representaciones de crismones del entorno hispano.
La escultura marmórea acoge una buena parte de los
casos, fechados generalmente en el período visigodo.
Suelen variar en tamaño y soporte (nichos-placa, placas de cancel o alguna “pila”) y su forma incorpora
importantes variantes, tipificadas por la profesora
Cruz Villalón (1985). Por cuanto nos interesa para
52
Otra buena fuente de representaciones de crismones
en territorio hispano se encuentra en los llamados
“ladrillos paleocristianos” del sur peninsular. Se tratan de placas de barro cocido con decoración en
relieve que representan un variado conjunto de motivos de clara alusión cristiana, entre los cuales encontramos sencillos crismones, con similar conformación al nuestro, con los caracteres C y R superpuestos
e insertos en círculos, arcos y columnas. Proceden en
su mayoría de hallazgos fuera de contexto, lo que
obstaculiza el que hoy tengamos claro su cometido, a
pesar de lo cual se cree relacionados íntimamente con
ambientes funerarios o cultuales (Castelo 1996). El
origen de este tipo de representación parece encontrarse en el norte de África y debió ser deudor del
arte romano bajoimperial (Palol 1961; Schlunk y
Hauschild 1978; Castelo 1996). En lo relativo a la dispersión geográfica, estos elementos menudean por el
sur peninsular, circunscribiéndose al ámbito de la
romana provincia de la Bética, aunque conocemos un
caso aparecido en la propia Mérida o su entorno próximo, como las exhibidas en la Colección Visigoda
(MNAR) o el de Aceuchal (Badajoz), del que se conserva tan sólo su calco (Monsalud 1901, 476). En
ambos casos se trata de piezas de barro cocido, el
segundo epigráfico, donde aparece representado el
crismón sin láurea ni demás caracteres comunes,
inserto en un arco el primero y sencillo y “desnudo”
el último. El abanico cronológico de este tipo de piezas es muy amplio, habiéndose propuesto un intervalo entre los siglos IV al VII (de la Rada 1876; Fariña
1939-40; Schlunk y Hauschild 1978; Castelo 1996) e
incluso VIII (Palol 1961).
Mérida excav. arqueol. 2005, 11 (2015)
Un nuevo documento arqueológico sobre el origen del Cristianismo emeritense. La domus de la Puerta de la Villa de Mérida
Por su parte, las inscripciones funerarias cristianas
emeritenses contienen generalmente determinados
rasgos en las fórmulas literarias y elementos simbólicos que denuncian la confesión del difunto. Entre
ellos aparece nuevamente el crismón. Recientemente
se ha realizado un catálogo exhaustivo de este tipo de
documento epigráfico (Ramírez y Mateos 2000) y se
han esgrimido determinados argumentos para explicar el marcado desequilibrio cuantitativo entre el
grupo más antiguo (siglo IV-V) y el más reciente, a
partir de mediados del s. V (Ramírez 2008). Los más
antiguos son los que más se aproximan al crismón de
la casa de la “Puerta de la Villa” (CIC Me nos. 17, 48,
49, 63 y 64 del catálogo emeritense, Ramírez y
Mateos 2000), no obstante fechados ya en el siglo IV
avanzado (Ramírez 2008, 110, 112).
Fuera del ámbito funerario conocemos algunas piezas con representaciones similares. Los objetos de
uso cotidiano como la vajilla o las “artes menores”
son también soporte de ideas religiosas y muy particularmente de las cristianas, convirtiéndose en algunos casos en piezas de uso litúrgico. De los más
conocidos ejemplos romanos de ello es la consagración del crismón en determinados fuentes y platos
“votivos”, como el plato aparecido en unas excavaciones en la barriada emeritense de Santa Catalina,
junto al xenodochium (Montalvo 1999: lám. 4). Se
trata de una fuente circular de mármol con la representación de un busto masculino, una inscripción en
caracteres latinos y un crismón o cruz monogramática. La cronología de la pieza, según su excavadora,
vendría dada por el contexto material en que apareció, una compleja instalación de uso doméstico y
agroganadero de la primera mitad del siglo V
(Montalvo 1999, 136-137). Los crismones son también frecuentes en la vajilla cerámica, como las fuentes de terra sigillata africana, donde aparecen junto a
otras figuras estampilladas. Los discos de las lucernas romanas se convierten en auténticos vehículos
portadores de ideas significativas, mitológicas y religiosas, alcanzando un destacado papel cuando en
ellos se consigna el símbolo cristiano por antonomasia, el crismón. Ejemplares de este tipo están
representados en la ciudad, como las piezas del
Museo Nacional de Arte Romano o los exhibidos
en la Colección Visigoda (los tipos Atlante VIII, A1
b y C2 c, fechados grosso modo en el siglo V; VV. AA.
1985: 195).
Inferencias
histórico
cronológicas
para
un
marco
Sin haber pretendido en modo alguno ser exhaustivo,
a lo largo de las líneas anteriores se han aportado
algunos de los paralelos más conocidos y próximos
geográfica e iconográficamente para el crismón pintado emeritense. Este tipo de motivo vivió una destacada expansión cuantitativa desde época constantiniana, generalizándose su uso en las manifestaciones
artísticas a partir del siglo IV y llegando a alcanzar un
importante auge en los siglos de la Tardoantigüedad
y del Medioevo. Algunas características morfológicas
de su representación permiten hacer cierta discriminación cronológica (Schlunk 1947; Vives 1969, 9;
Cerrillo 1974, 453), a pesar de lo cual no contamos
con una propuesta tipológica lo suficientemente precisa y útil para verificar la auténtica edad de la pintura
de la cisterna de la “Puerta de la Villa”. En los párrafos que siguen se traerán al análisis interpretativo
algunos argumentos que tratarán de solventar en lo
posible la imprecisión de las fechas: materiales, iconográficos e históricos.
En primer lugar, a falta de unos niveles claros de
amortización inmediata del interior del “aula”, nos
serviremos de los materiales recuperados en los
estratos de colmatación. A comienzos de junio de
2008, momento en el que iniciamos los trabajos de
acondicionamiento y documentación arqueológica, el
aula subterránea se encontraba prácticamente colmatada de tierra y escombros. La remisión al informe
que en 1991 se redactó al respecto nos permitió
deducir que tal colmatación no respondía a fechas
recientes, pues en el mismo documento se estimaba
oportuno excavarla (Mosquera y otras 1991). Por
tanto, la documentación estratigráfica de los niveles
interiores pasa por ser la única referencia cronológica
de que disponemos, aún cuando ésta sea tan sólo una
aproximación ante quem.
Durante la excavación, apreciamos hasta tres potentes estratos de tierra que alcanzaron en total más de
dos metros de espesor. Todos ellos presentaban una
521
FRANCISCO JAVIER HERAS MORA
característica común: un pronunciado alomamiento,
casi cónico, cuya cima coincide con la apertura irregular o “roto” junto al centro de la bóveda. Esta
peculiaridad alcanza un importante significado cronológico cuando a partir de ella deducimos que la
sedimentación interior fue producto del vertido
voluntario de tierras, basuras y escombros a través
del “agujero abierto en la tierra”, improvisado probablemente después de su abandono. Esta idea reforzaría la fecha ante quem e incluso permite reconocer que
la amortización definitiva de ese espacio soterrado
debió ser muy posterior a su uso o clausura. Los dos
estratos superiores se componen de tierra de color
oscuro y textura orgánica, escasos fragmentos de
ladrillo o teja y restos cerámicos de cronología altomedieval. El estrato inferior, fácilmente identificable
respecto de los dos superiores, está formado por un
potente paquete de escombro de ladrillo, tegulae, bloques de piedra de gran tamaño (un sillar, restos de un
fuste de columna y otros restos de mármol, la mayoría informes) y algunos fragmentos cerámicos correspondientes, entre otros, a recipientes contenedores.
Las cronologías aportadas por los escasos tipos
“fechables” nos llevan, analizados en conjunto, a un
momento impreciso del siglo V (t.s.a. del tipo Hayes
61A, t.s.h.t. ¿Palol 42?, un fragmento de patena de
mármol similar a la forma Hayes 56 de Clara D o un
borde de ánfora Dr. 23).
Vistas las características del contexto material en
que el crismón se halló prácticamente sepultado,
insisto en la imprecisión de las fechas en que tuvo
lugar la reforma que propició el cambio de uso de la
antigua cisterna romana. Por otro lado y abundando
en esa búsqueda de datación, podemos someter a
análisis el origen mismo del crismón cristiano que
preside el aula subterránea y establecer en alguna
medida sus límites cronológicos inferiores. Sabemos
a partir de la narración de la batalla del Puente
Milvio en el 312 de Constantino contra Majencio, su
uso por los cristianos. Recordemos el texto de
Lactancio, quien recoge la revelación divina y los
pormenores del símbolo transmitido (De mortibus,
44, 5-9), donde a pesar de ello no queda claro a qué
signo específico hace alusión (Fernández 2005a:
334). Por otro lado, en el texto biográfico de
Eusebio, obispo de Cesarea, dejaría patente el desco522
Mérida excav. arqueol. 2005, 11 (2015)
nocimiento de Constantino del símbolo cristiano
revelado antes de la batalla y la preexistencia de su
uso entre “los iniciados en sus doctrinas” (Eusebio
de Cesarea, Vita Constantini, I, 32).
(…) Estupefacto por la extraordinaria visión y reconociendo
como bueno no reverenciar a otro dios que el que había visto,
convocó a los iniciados en sus doctrinas y les preguntaba quién
era ese dios y cuál era el sentido del signo que se dejó ver en la
visión. Les dijeron que se trataba del Dios hijo unigénito y sólo
Dios, y que la señal aparecida era símbolo de la inmortalidad
y constituía un trofeo de la victoria que Él se ganó cuando otrora vino a la tierra, y le dieron a conocer los motivos de aquella
venida, haciéndole una detallada exposición de la economía
divina” (…) Eusebio de Cesarea: Vida de Constantino,
I, 32. Traducción de Fernández Ubiña (2005a: 337).
Sirva esto último como argumento cronológico,
pues, a tenor de ello, parece más que probable que el
empleo del símbolo del crismón en cuestión fuera
anterior al capítulo del Puente Milvio: el emperador
interroga para saber a qué dios imputar la ayuda en la
batalla, por tanto no debe ser un símbolo posterior o
que él mismo confeccione. Por otro lado, el círculo o
laurea que suele completar el llamado “monograma
constantiniano” comporta la adopción de un elemento muy usual de la iconografía romana. Pudiera ser
entendido como símbolo de aquella victoria militar,
pero también como del triunfo del Cristianismo o de
la Resurrección sobre la muerte (Cumont 1966, 154;
483). Lo que sí parece cierto es que el emperador lo
empleará en algunas de las series monetales, sin restar
protagonismo a otros símbolos religiosos distintos de
los cristianos en otras muchas acuñaciones: representaciones alegóricas o significativas paganas, como las
del Deus invictus, divinidad de tintes monoteístas con
quien flirteará a lo largo de su reinado.
Recapitulando, las fechas en que se debieran entender las pinturas de la cisterna emeritense y el uso de
ese espacio deben estar comprendidas entre los límites cronológicos del crismón como motivo empleado por los primitivos cristianos, quizás antes de
época constantiniana, y la datación aportada por los
materiales de los estratos que lo colmatan, siglo V
d.C. Veremos a continuación algunos aspectos de
tipo histórico que en la hipótesis funcional que plan-
Mérida excav. arqueol. 2005, 11 (2015)
Un nuevo documento arqueológico sobre el origen del Cristianismo emeritense. La domus de la Puerta de la Villa de Mérida
teo en este trabajo cobran carta de argumento cronológico.
DEDUCCIONES
FUNCIONALES: DE "CISTERNA" A "AULA
LITÚRGICA"
Tras el breve análisis iconográfico y comparativo y aún
a falta de una determinante propuesta cronológica, lo
que sí parece fuera de toda duda es la connotación religiosa que el motivo pictórico posee per se. El lugar destacado que ocupa el símbolo cristiano dentro de la
estancia debe ser tenido muy en cuenta para extender
esa misma intención significativa e ideológica al menos
al espacio que lo contiene. Desde un punto alzado y
céntrico, es perfectamente válido como referente
visual, incluso cuando en la sala se concentre un numeroso grupo de personas (fig. 12). El grado de naturalismo y complejidad del motivo pictórico, lejos de ser
producto de la improvisación, debe servirnos de argumento para defender una intención clara de sacralizar
el sitio y, más aún, de convertir el símbolo pintado en
el punto de mira, el objeto de atención primordial por
parte de los fieles por ser símbolo de su dios.
De primeras, podemos descartar el cometido funerario puesto que no se ha documentado enterramiento
alguno. Bien es cierto que el crismón está presente en
las antiguas necrópolis cristianas de occidente, pero
no sólo posee un valor funerario, sino que simboliza
al propio dios y éste ha de estar presente en los actos
litúrgicos de la comunidad que profesa su religión.
En estas circunstancias, creo decididamente acertada
una intencionalidad cultual para el espacio presidido
por el crismón. Resulta probable que en este lugar se
celebren reuniones de fieles o las actividades litúrgicas propias del proselitismo religioso cristiano, catecumenado o bautismo, antes de que se adopte el
modelo basilical como templo al servicio de la nueva
religión. Por contra, existen algunos caracteres arquitectónicos, como su emplazamiento soterrado o sus
proporciones, que dificultan asumir tales atribuciones
funcionales o, cuanto menos requieren un discurso
argumental más profundo.
Para explicar esta supuesta contradicción deberemos
analizar el contexto histórico determinado en que
este documento arqueológico pudiera haber tenido
cabida. Antes de entrar a ello, es necesario estimar la
voluntad de “construir” un ambiente marcadamente
oculto y comprender las razones que movió a una
comunidad cristiana a hacerlo. Se modifica puntualmente una cisterna de agua para aprovechar algunas
FIGURA 12
Fotografía general del muro oriental de la sala subterránea en que aparece centrado el crismón pintado (foto J. M. Romero).
523
FRANCISCO JAVIER HERAS MORA
de sus características: soterramiento y discreción.
Con la nueva obra se facilita el acceso a personas y se
transforma desde contenedor de líquidos a “aguardo” de personas o de sus actos. El lugar, en cambio,
sigue siendo lúgubre y probablemente húmedo y frío.
Debemos entender, con todo ello, que sólo el deseo
de pasar desapercibido o del mantenimiento de la
clandestinidad del grupo o sus actividades pudiera ser
la razón de soportar las incomodidades que presenta
el cubículo. Las persecuciones religiosas a que fueron
sometidos los seguidores del Cristianismo a mediados del siglo III hasta comienzos del IV pudieran
estar detrás de esa necesidad de ocultación, de ser
invisibles bajo tierra a los ojos de sus conciudadanos,
pues son temerosos de los juicios sumarios a que
sometieron a los cristianos algunos emperadores y en
determinados momentos de su política.
Las primeras acciones políticas anti-cristianas, sistemáticas y universales, de la nueva era de persecución
que se abre a mediados del siglo III son las que
emprende el emperador Decio (249-251 d.C.) con su
edicto del 250, por el se obligaba a “sacrificar” públicamente por los dioses y por la figura del emperador
a todos los ciudadanos del Imperio (Santos 1996, 83).
Buscaba debilitar al Cristianismo, haciendo abjurar de
su fe a los cabecillas de cada comunidad (Teja 2005,
307). Pocos años después de que se interrumpiese la
persecución cristiana por el fallecimiento de Decio en
251, en 257 el emperador Valeriano (253-260)
emprende una nueva represión contra su jerarquía
(Santos 1996, 136). Un año más tarde se promulga un
nuevo decreto que endurece las penas, que afectarán
a los cristianos de los estamentos sociales superiores
y de la administración (Santos 1996, 138; Teja 2005,
310). La política anti-cristiana da un giro radical tras
el fallecimiento de Valeriano, un año más tarde, con
la subida al trono de su sucesor Galieno (253-268) y
con los esfuerzos sincréticos de Aureliano (270-275).
Se vive entonces un período de tolerancia hasta las
reformas de Diocleciano casi medio siglo después: la
“pequeña paz” (Teja 2005, 311). En el 303, el emperador Diocleciano (284-305) pretendió reforzar el
absolutismo imperial acometiendo una reforma teológica que pronto afectó directamente a los cristianos. Fueron cuatro los edictos sucesivos y en progreso represivo contra éstos (Teja, 2005, 313). Este
524
Mérida excav. arqueol. 2005, 11 (2015)
nuevo período de persecuciones se saldó con un
buen número de mártires, entre ellos Eulalia en
Mérida, probablemente en el 304, año en el que en la
parte occidental del Imperio cesó la represión (Teja
2005, 314). Hasta el 311 no se alcanzó cierta paz religiosa gracias al edicto de tolerancia de Galerio, a
pesar de que se reanudara en parte esa política represiva con Maximino Daya en Oriente. La paz definitiva vino con los acuerdos de Milán en el 313, cuando
se concedía la libertad religiosa en ambas partes del
Imperio y se obligaba a devolver los bienes a la
“Iglesia” confiscados hasta entonces.
Sirvámonos de esta última data, acaso ya la del 304,
cuando cesó la hostilidad contra los cristianos en
Occidente, para cerrar el arco cronológico en que
debió emplearse, o en último término construirse, el
aula “sagrada” cristiana de la “Casa de la Puerta de la
Villa”. Valgan estos argumentos históricos para contextualizar el hallazgo insólito e inesperado que presentamos y abundar desde el plano de la Arqueología
para recrear la arquitectura de los hechos aludidos en
la Carta de Cipriano en 254 o los posteriores cantados por Prudencio.
Una domus ecclesiae en Augusta Emerita
Llegado a este punto, donde encontramos una
“arquitectura invisible” e inserta en un conjunto
doméstico de época romana, con un claro valor cultual, religioso y cristiano, creo posible extender ese
valor a todo el grupo arquitectónico formado por la
sala subterránea y la domus que la integra, cuyo resultado plantea entenderlo como una “casa de cristianos”. La hipótesis de una “cisterna reformada” como
lugar de culto avala sin demasiado problema la posibilidad de que el propietario de la casa, físicamente
sobre aquélla, profesara la religión de Cristo. Al
fondo de la casa, a tres metros bajo tierra, la comunidad cristiana a que pertenece se reúne a salvo del
acoso represivo de la política anti-cristiana imperial
(en época preconstantiniana) o practica el sagrado
sacramento del bautismo en un “baptisterio” habilitado para ello dentro de un complejo arquitectónico
más amplio que en poco o en nada difiere del modelo
doméstico de la vivienda bajoimperial emeritense
(Alba 2004).
Mérida excav. arqueol. 2005, 11 (2015)
Un nuevo documento arqueológico sobre el origen del Cristianismo emeritense. La domus de la Puerta de la Villa de Mérida
Gracias a las fuentes textuales contemporáneas a la
extensión social y territorial del Cristianismo en
época romana, conocemos interesantes aspectos de
la vida cotidiana de los primitivos cristianos.
Sabemos acerca de cómo vivían su fe, algunos pormenores litúrgicos referentes al bautismo, al matrimonio y a sus reuniones. Sobre la materialización
arquitectónica de esos actos poco podemos comprobar arqueológicamente y con cierta certeza, pues frecuentemente se alude en aquéllas a la peculiaridad de
los cristianos de no poseer templos o edificios construidos ex profeso (recordemos el pasaje “delubra non
habemus, aras non habemus”, “no tenemos templos, no
tenemos altares”, del abogado romano Minucio
Felix, Octavius, XXXII, de finales del siglo II). Son las
casas de los fieles, improvisados lugares de adoctrinamiento, de reunión y liturgia. Aquellas domus ecclesiae (también denominadas por los romanos como
tituli, término derivado de la inscripción en que se
consignaba nombre del propietario) comportan la
adaptación de un edificio doméstico a esos usos:
baptisterio, sala de reunión, aulas para el catecumenado, etc. (Krautheimer 1986, 11-12). No es de extrañar por tanto que sea extremadamente difícil hallar
en la ruina arquitectónica elementos suficientes para
identificar estas “casas de cristianos”. A pesar de ello
contamos con algunos casos más o menos contrastados que nos ilustran sobre este tipo de construcciones en el pasado.
Las excavaciones en la fortaleza de Dura-Europos, en
Siria, pusieron de manifiesto una construcción compleja que en virtud de una serie de pruebas de carácter pictórico y arquitectónico fue interpretada como
una de esas domus ecclesiae de principios del siglo III,
sólo conocidas hasta entonces en alusiones literarias
(Cumont 1926; Grabar 1991: 61; Krautheimer 1986,
13-14). El edificio, erigido intramuros de la ciudad
romana, junto a la puerta norte, se organiza en torno
a un espacio central desde el que parten habitaciones
intercomunicadas que habrían de cumplir una función específica dentro de la actividad asamblearia y de
catecumenado propia del primitivo Cristianismo (fig.
13). Lo más interesante y definitorio fue la presencia
de una estructura que se identificó con el baptisterio,
así como el dibujo mural de fuertes connotaciones
cristianas (“El Buen Pastor y su rebaño”, “La cura-
ción del paralítico” o “Cristo y Pedro caminando
sobre las aguas”; University Art Gallery, Yale).
Además del excepcional testimonio de Dura-Europos
en Oriente Próximo, se sabe de la existencia de otros
casos similares de tituli en la propia capital del
Imperio Romano, cuyo recuerdo permanece en sus
nombres tras su conversión en basílicas después de
Constantino (Titulus Clementis, titulus Praxedis, titulus
Byzantis, etc., hasta 25 nombres suman la lista). En la
Iglesia de San Clemente e di Sant’Anastasia de Roma se
podrían encontrar argumentos arquitectónicos del
uso cristiano de una domus bajo la actual basílica
medieval (Krautheimer 1986, 17; Gabar 1991, 63),
aunque también es cierto que no se han hallado
caracteres específicos que contribuyan a tal identificación. Algo similar ocurre con el Titulus Equitii,
junto a la iglesia de San Martino ai Monti (fig. 14, a),
donde a pesar de haberse documentado una serie de
construcciones interpretadas como salas de reuniones litúrgicas del siglo III, no se tienen indicios de
orden arquitectónico que lo demuestren (Grabar
1991, 63-64). Dificultades de identificación se tienen
igualmente en el caso de la también romana Iglesia de
San Giovanni e Paolo del siglo V, bajo la que se encuentra el titulus Bizantii, con frescos del siglo III (Trinci
FIGURA 13
Planta de la casa de Dura-Europos (Fernández 2005b, 265,
plano 3; Kraeling, C. H., 1967: The excavation at DuraEuropos. The Christian Building, Dura-Europos publications,
New Haven, fig. 1).
525
FRANCISCO JAVIER HERAS MORA
Mérida excav. arqueol. 2005, 11 (2015)
escalera de descenso hacia el aula subterránea.
Ciertamente son pocos los tramos conservados del
revestimiento encalado de estos muros y no todos
ellos contienen este tipo de manifestación gráfica.
Los restos documentados aparecen, además, incompletos y se reparten de forma discontinua por la
superficie. A pesar de todo ello, hemos documentado
un significativo número de “símbolos”, que a priori
no parecían responder a motivos figurativos reconocibles y que se agrupan en tres sectores del muro de
la izquierda, en el descenso, a penas unos centímetros
cuadrados del maltrecho enfoscado. Se trata unas
veces de trazos rectos paralelos y perpendiculares,
elementos circulares con una cruz o aspa inserta,
otros que parecen corresponder a caracteres epigráficos y un buen número de ellos que por el momento
se muestran irreconocibles (fig. 15).
FIGURA 14
a) Reconstrucción isométrica de San Martino ai Monti, Roma
(Grabar 1991, fig. 54); b) Planta de la "basílica" de Aquileia,
Catedral del Obispo Teodoro (Grabar 1991, fig. 55).
1978, 560; Krautheimer 1986, 17), restos arquitectónicos cuya antigüedad se ha puesto en duda en alguna
ocasión (Grabar 1991, 64). Durante los primeros
tiempos de la “Paz de la Iglesia” sobrevenida tras el
Edicto de Milán, prevalece la falta de un modelo
arquitectónico específico para la synaxis cristiana
hasta la definitiva apropiación del edificio basilical
avanzado del siglo IV (Krautheimer 1986, 35-36). En
ese contexto “de transición” surgirían aún algunas
construcciones amparadas en los antiguos cánones
edilicios “domésticos”; sería el caso de la iglesia catedral de Aquileia (ca. 314), (fig. 14, b) o de la iglesia de
Marusinac en Salona (Grabar 1991, 64-65).
Otros documentos simbólicos y funcionales
No me resisto a cerrar el capítulo de formulación de
mi tesis argumental sin detenernos brevemente en
una serie de caracteres grabados en las paredes de la
526
Los motivos son simples y aparentemente desordenados, sin formar parte de un discurso único, ni
siquiera se articulan en sucesiones lineales; algunos
incluso parecen no guardar relación espacial con ningún otro. Esta aparente aleatoriedad de los motivos
grabados me lleva a pensar que se traten de símbolos
unitarios, ideogramas derivados de la estilización de
conceptos. Uno de los temas repetidos, al menos
parece que haya uno claro, es el círculo. Entre la iconografía religiosa pagana, la judía o la cristiana abunda la representación de los panes, un sencillo dibujo
circular dividido en cuatro partes mediante el trazado
de sendas líneas perpendiculares. Su aparición en el
arte religioso se justifica en escenas de banquete,
habitual en el mundo romano pagano e íntimamente
relacionado con el “banquete” festivo-religioso judío
(Levítico 23, 20; Números 4, 7; Crónicas 2, 7) o eucarístico cristiano. Se suele representar en grupos junto a
los comensales que participan del ágape o en combinación con otras figuras como los peces, en alusión al
consabido milagro (Mateo 14, 19; Marcos 6, 41). Al
margen de las complejas composiciones de los banquetes, la representación esquemática de los panes
aparece como detalle aislado o combinado con la de
los peces, como en el caso de un sarcófago tarraconense (nº 50), en el Museo Paleocristiano, ejemplo
semejante a nuestra representación para el cual se ha
propuesto una cronología de finales del s. III y primera mitad del IV (Amo 1982, 239-240, lám. I, 2).
Mérida excav. arqueol. 2005, 11 (2015)
Un nuevo documento arqueológico sobre el origen del Cristianismo emeritense. La domus de la Puerta de la Villa de Mérida
FIGURA 15
Calcos de los graffiti sobre el encalado de las paredes de la galería-escalera de acceso a la "cisterna".
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FRANCISCO JAVIER HERAS MORA
Mérida excav. arqueol. 2005, 11 (2015)
El resto de los motivos presentan mayores dificultades de identificación: un posible sol resuelto con un
ingenuo esquematismo (restos de un círculo del que
parten hacia fuera tres líneas rectas que, de forma
centrífuga, apuntan hacia el suelo), o algunos trazos
curvos y cerrados que parecen dibujar una vulva o la
letra griega fhi, f. La explicación epigráfica pudiera
servir para otros signos, como una posible y, o el
caracter latino “P”. Lo cierto es que se nos escapa el
hipotético sentido simbólico de muchos de los
“temas” dibujados debido al estado parcial en que se
conservan, como la presencia de líneas paralelas y
perpendiculares o el contexto de aquella teórica “Y”,
quizás un ancla, que es símbolo de esperanza en el
corpus significativo cristiano (Hebreos 6, 19).
Dejemos de un lado el análisis interpretativo individual de los signos para valorar su significación conjunta en un contexto como éste. Me parece sugerente
entender este tipo de representaciones, con un hipotético contenido simbólico, en íntima relación con un
ambiente cargado ya de sentido religioso aportado
por el crismón pintado en lo más alto de la pared
principal de la sala. Por tanto, los fieles cristianos
debieron grabar en los muros de su lugar de culto,
concretamente en los del pasillo de acceso, cuantos
ideogramas formen parte del código significativo y
que hayan adquirido a lo largo de su preparación o
catecumenado.
Encontramos nuevos argumentos materiales que nos
permiten caminar a favor de la tesis “eclesiástica”
para caracterizar los restos arquitectónicos de la Casa
de la Puerta de la Villa. Se ha avanzado más arriba, al
hilo de la cronología, la aparición de un determinado
número de fragmentos cerámicos y pétreos formando parte del estrato que rellena la sala y que cubre su
suelo. Un fragmento de fina patena con borde perlado
de mármol, fuente frecuentemente asociada a cometidos litúrgicos o, al menos, de uso comunal o colectivo (fig. 16, a). Una pieza también marmórea de
forma circular y en proceso de transformación (fig.
16, b), semi-devastada para su vaciado, de similares
proporciones y morfología que algunos de los “platos votivos” que se suelen encontrar en las excavaciones de las basílicas tardoantiguas, y de los que en
Mérida conocemos un buen ejemplo: el plato hallado
528
FIGURA 16
Fotografía de las piezas recuperadas en el primer estrato de
colmatación de la estancia subterránea: patena de mármol (a),
"plato votivo" inacabado (b) y caracola (c).
Mérida excav. arqueol. 2005, 11 (2015)
Un nuevo documento arqueológico sobre el origen del Cristianismo emeritense. La domus de la Puerta de la Villa de Mérida
en la emeritense barriada de Santa Catalina (Montalvo
1999, 135). El tercer y último objeto es una caracola
completa (charonia rubicunda nodifera), con un pequeño
roto producto de desgaste, cuyo uso suele guardar
relación con la manipulación de líquidos y, por qué
no, tuviera que ver con la actividad sacramental o la
eucaristía (fig. 16, c).
solar de la “Puerta de la Villa”, creo probada la carga
religiosa de la arquitectura que encierra el gran crismón cristiano hallado en la cisterna romana.
Cuestión aparte es el alcance mismo de las prácticas
religiosas, las imbricaciones cronológicas o el papel
activo que tuvo cada espacio dentro del conjunto
arquitectónico que analizamos.
Resulta sugerente poner en conexión el conjunto con
la función religiosa del sitio, valorar una “vajilla” que,
en un contexto como el que tratamos de recrear,
cobra especial significación litúrgica: platos o fuentes
rituales que pudieron emplearse en el “banquete”
eucarístico o una gran caracola marina que debiera
usarse durante las celebraciones rituales. Cuestión
aparte es dirimir si todo ello fue empleado originariamente en la estancia subterránea o si, por el contrario, correspondió a una actividad desarrollada en la
domus. Las cronologías que se desprenden del análisis
de los demás componentes de ese nivel de amortización nos conducen a momentos algo más recientes
que las fechas que he planteado (mediados del s. III
a comienzos-mediados del IV) por los datos históricos de las persecuciones o por ser un momento previo al empleo del esquema basilical (Krautheimer
1986). También es cierto que esas tierras y, con ellas,
aquellos materiales fueron arrojados desde arriba, a
través de la bóveda, cuando el lugar subterráneo ya se
encontraba en desuso, e incluso se habría abierto el
roto en el techo para proceder al vertido. Las piezas,
por tanto, pudieran haber correspondido a actividades en la casa y no de la sala subterránea, quizás ya
obsoleta en su cometido litúrgico para el cual se
transformó.
Para construir el edificio teórico, comenzaré por
esto último, tratando de explicar el contenido funcional de la cisterna reformada. Que fuera lugar
recogido, parece lejos de toda duda: al fondo de una
gran domus, tras sus muros, recluida entre esta casa,
la que debió ocupar la otra mitad de la manzana y la
propia muralla romana. Totalmente bajo tierra y con
la sola arquitectura exterior perceptible de su puerta,
era el sitio adecuado para pasar inadvertido en caso
de querer ocultar una actividad colectiva clandestina.
BALANCE
Y ÚLTIMAS REFLEXIONES
A partir de numerosos trabajos académicos, históricos y teológicos, ha quedado bien clara la existencia y
actividad de una comunidad cristiana en Mérida
desde al menos los años centrales del siglo III. Por
otro lado, la Arqueología urbana emeritense nos sorprende gratamente con nuevos hallazgos que permiten reconocer algunas de las huellas materiales dejadas por aquellos primeros seguidores cristianos. Tras
haber examinado los argumentos arqueológicos que
nos aportó la excavación y estudio de los restos del
Por otro lado, no es seguro que la reforma en el
depósito de agua garantizase la desecación definitiva
de ese espacio. Tampoco lo es la voluntad de impedir
la entrada de agua. Durante el proceso de excavación
de la cisterna, comprobamos fehacientemente la
capacidad de inundación de la cámara. Es cierto que
no disponemos de datos suficientes para extrapolar la
situación freática actual a la de la Antigüedad romana,
aunque de ser posible lograríamos un argumento casi
incontestable acerca de la función. Veríamos en esa
“arquitectura hidráulica” un improvisado baptisterio:
un nivel estable de agua encerrada en una estructura
de fácil acceso donde celebrar el rito bautismal que
entre los primeros cristianos debió ser por inmersión.
En cuanto a la cuestión cronológica, ya se ha insistido con anterioridad, los datos puramente arqueológicos son imprecisos y ambiguos. Como en el caso
de la funcionalidad, resulta difícil aunar los argumentos en torno a una sola hipótesis. Por un lado, de
admitir la voluntad de recrear arquitectónicamente
un ambiente de misticismo religioso o de sosegada
actividad asamblearia en tiempos de clandestinidad
político-religiosa, ello implicaría fechar nuestros restos en época “pre-constantiniana”. El intervalo entre
Decio y Constantino, o entre los episodios narrados
en la carta de San Cipriano y el himno prudenciado,
529
FRANCISCO JAVIER HERAS MORA
constituiría el tempo de la “domus ecclesiae de la Puerta
de la Villa”.
La otra posibilidad interpretativa, la que dejaba abierta la puerta a un uso eminentemente bautismal para
la cisterna del crismón, nos podría conducir a un
contexto significativamente más amplio, no obstante
sin desechar la propuesta temporal anterior. En este
orden de cosas, tendríamos un baptisterio dentro de
un conjunto arquitectónico doméstico, un ámbito de
marcada especialización funcional dentro de una casa
que debió contar con otras estancias o salas de reuniones para el desarrollo de la sinaxis litúrgica cristiana. La arquitectura general es la misma: una casa particular que acoge las actividades religiosas de la
comunidad.
La domus ecclesiae fue la solución arquitectónica a la
falta de un modelo definido anterior a la adopción
definitiva del esquema basilical, que tendrá lugar
algunos años después de la “Paz de la Iglesia”. A partir de ese momento, aquellos tituli son sustituidos gradualmente por las basílicas, unas veces superpuestas
espacialmente a ellos, otras, levantándose en las
inmediaciones. A partir de todo lo expuesto, cabe
reflexionar sobre el proceso de relocación que se
tuvo que dar en Mérida a partir de estos momentos,
cuando nuestra “casa de cristianos” es abandonada y
sus funciones son asumidas por unos nuevos edificios como aquella Sancta Ierusalem o la muy próxima
basílica de Santa Eulalia. Todo ello debió ocurrir en
el transcurso del proceso de abandono de los edificios oficiales romanos y el desplazamiento de los
“focos urbanísticos” hacia nuevos puntos de atracción, dibujando la nueva topografía urbana cristiana
de Augusta Emerita.
Agradecimientos
La arqueología emeritense no cesa en su perseverante
capacidad de sorprendernos. La sorpresa del hallazgo, sin embargo, es el fruto del esfuerzo obstinado
por conocer la ciudad que se abre a nuestros pies y
que suele recaer en los pacientes trabajadores de las
excavaciones. Desde aquí quisiera destacar la energía
e ilusión de cuantos intervinieron en las campañas
acometidas en este lugar, y muy especialmente la de
Julián Sánchez y de José Corchero durante la última
53
Mérida excav. arqueol. 2005, 11 (2015)
de ellas, cuya empecinada voluntad hizo posible concluir una excavación en condiciones duras de trabajo.
A ellos mi más sincero agradecimiento. El equipo que
hace posible el conocimiento y la preservación de los
restos es aún mayor; a Moisés, a Mari Paz, a Javier
Pacheco, Paco Isidoro, Paco Vigara, Andrés
Escudero y a los del grupo de mantenimiento, extiendo mi gratitud. A Pedro Mateos y a Enrique Cerrillo
agradezco sus consejos para afrontar un tema muy
complejo y que me era poco menos que desconocido.
A aquellos amigos que de una forma u otra echaron
una mano, Fabián Lavado, Antonio González, Félix
Palma, Miguel Alba, Agustín Velázquez, Pedro
Dámaso, Berta Marín, Macarena Bustamante, Ignacio
Bustamante, José Lagóstena, Albert Ribera y a los
cientos de socios “mecenas”, gracias. También quiero
aprovechar para mostrar mi más sincero agradecimiento y un respeto muy especial a los arqueólogos
que realizaron los trabajos arqueológicos en el solar,
directa o indirectamente, en momentos laborales
seguramente más complicados, Manolo Alvarado,
José Luís Mosquera y José Luís de la Barrera, copartícipes indiscutibles de estos resultados.
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