Artículos
LOS GALLEGOS EN CARAS Y CARETAS
DURANTE LAS PRIMERAS DOS DÉCADAS
DEL SIGLO XX
Farías, Ruy
Ruy Farías ruygonzalofarias@yahoo.com.ar
Universidad Nacional de San Martín, Argentina
Gramma
Universidad del Salvador, Argentina
ISSN: 1850-0153
ISSN-e: 1850-0161
Periodicidad: Bianual
núm. Esp.10, 2020
revista.gramma@usal.edu.ar
Recepción: 13 Marzo 2020
Aprobación: 15 Abril 2020
URL: http://portal.amelica.org/ameli/jatsRepo/260/2602365012/
index.html
Resumen: Pese a la enorme importancia numérica de la
inmigración gallega en la Argentina, son escasos los estudios
específicos sobre sus representaciones en el imaginario colectivo
del país. Es un lugar común referirse al estereotipo negativo
con que fue recubierta la condición de gallego entre los años
finales del siglo XIX y las dos primeras décadas del siguiente.
El reverso del estereotipo positivo (definido por la honradez
inocente, la bondad, la contracción al trabajo) caracterizó a los
nativos de Galicia como burdos, torpes e ignorantes. En parte
por eso, una de las representaciones que la sociedad local no
asumió fue la de tantos gallegos y gallegas intelectuales (editores,
escritores, traductores, artistas y profesionales varios), algunos
de ellos fundamentales para la cultura vernácula. Sin embargo,
diversos soportes evidencian una tensión entre las imágenes
estereotípicas y la matizada riqueza de los cientos de miles de
individuos que conforman aquella inmigración. Ese es el caso de
la revista ilustrada Caras y Caretas entre 1898 y 1923. El objetivo
del presente trabajo es analizar la forma en que esta les otorgó a
los miembros del grupo galaico características más acordes con la
heterogénea naturaleza de su condición humana, al tiempo que
revelaba al lector argentino una interesante cantidad de aspectos
de la sociedad gallega, hasta entonces mayormente desconocida o
reducida a una imagen simplista. Es interesante destacar como ello
supuso una revalorización tanto de Galicia como de su comunidad
emigrada en Argentina difícilmente parangonable en la prensa
argentina del primer cuarto del siglo XX.
Palabras clave: Argentina, Inmigración Gallega, Imaginario
Colectivo, Revistas Ilustradas.
Abstract: In spite of the importance of the Galician immigration in
Argentina in terms of numbers, there is not enough research done on
the representations of this community in the Argentinean collective
imaginary. Negative stereotypes about Galicians at the time are
well known. In Argentina, the opposite to the positive stereotype
(defined by innocent honesty, goodness, and dedication to work)
characterizes Galicians as rude, clumsy, and uneducated. Partially
because of this, it has been difficult to the Argentinean society
to acknowledge the many Galician intellectuals (editors, writers,
translators, artists and diverse professionals), some of who have been
fundamental for the vernacular culture. However, diverse cultural
expressions make visible the tension between the stereotyped images
and the nuanced richness of the collective made up by hundreds of
thousands of Galician immigrants. is is the case of the illustrated
magazine Caras y Caretas between 1898 and 1923. e goal of
Modelo de publicación sin fines de lucro para conservar la naturaleza académica y
abierta de la comunicación científica
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this work is to analyze the way in which this magazine showed a
more realistic repertoire of characteristics of the heterogenous group of
Galician immigrants, while presenting to the Argentinean reader a
number of interesting aspects of the Galician society, either ignored or
reduced to a simplistic image until then. Importantly, this supposed
a revalorization of Galicia and of the Galician community in
Argentina hard to match in the Argentinean press during the first
quarter of the twentieth century.
Keywords: Argentina,
Galician Immigration,
Imaginary, Illustrated Magazines.
Collective
INTRODUCCIÓN
Pese a la enorme importancia numérica de la inmigración gallega en la Argentina,
son escasos los estudios específicos sobre sus representaciones en el imaginario
colectivo del país. Después de los trabajos pioneros de Antonio Pérez-Prado
(1973, 1993), recién en la primera década del presente siglo la mirada de la
sociedad argentina sobre este grupo étnico-regional ha sido objeto de un análisis
pormenorizado (Lojo et al, 2008; Guidotti de Sánchez, 2010). Como recuerda
Xosé Manoel Núñez Seixas (2002), es un lugar común referirse al estereotipo
negativo con que fue recubierta la condición de gallego en las sociedades
latinoamericanas que, en los años finales del siglo XIX y las dos primeras décadas
del siguiente, recibieron un aporte inmigratorio masivo procedente de Galicia.
En la Argentina, el reverso del estereotipo positivo (definido por la honradez
inocente, la bondad, la contracción al trabajo) caracteriza a los nativos de Galicia
como burdos, torpes e ignorantes. Esta imagen tiene, además, una representación
gráfica, caricaturesca: un sujeto fornido y cejijunto, con el nacimiento del cabello
(duro y de puntas hacia arriba) casi por encima de las cejas, sin frente, con mejillas
siempre pilosas (Pérez-Prado, 1993). En parte por eso, una de las representaciones
que la sociedad argentina no termina de asumir es la de tantos gallegos y gallegas
intelectuales (editores, escritores, traductores, artistas y profesionales varios),
algunos de ellos, como en el caso del polifacético Luis Seoane, fundamentales para
la cultura vernácula (Guitiérrez Viñuales, 2011). No obstante, como demuestran
los trabajos de María Rosa Lojo (2008) y Marina Guidotti de Sánchez (2008),
diversos soportes (ficciones, memorias y biografías, el género teatral, etc.), capaces
de complejidad y calidad estética, evidencian una tensión constante entre las
imágenes estereotípicas y la matizada riqueza de los cientos de miles de individuos
que conforman la inmigración gallega en el país. Es también, cuando menos entre
1898 y 1923, el caso de la revista ilustrada porteña Caras y Caretas.
RASGOS PRINCIPALES DE LA INMIGRACIÓN GALLEGA EN LA ARGENTINA
De acuerdo con las estadísticas argentinas, alrededor de un millón de gallegos
ingresaron en el país entre 1857 y 1930, de los cuales algo más de la mitad
acabaron por radicarse en él de manera definitiva (Núñez Seixas, 2007). Pero
si el «pico» de esas llegadas se produjo en el corto lapso de tiempo, que va de
1904 a 1914, la presencia galaica en el territorio de lo que hoy es la Argentina es
muy anterior a su llegada masiva. Es probable que, a partir de las cinco décadas
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anteriores a la apertura del proceso independentista rioplatense, el galaico fuese
el más numeroso de los grupos ibéricos.
Ciertamente no se hallaba conformado por los agricultores más pobres sino
que, por norma general, estaban sobrerrepresentados entre ellos los que tenían
como promedio una mayor formación y pertenecían a los sectores menos
desfavorecidos del campesinado. Se trataba, por lo general, de hombres solos,
mayormente alfabetizados, que partían hacia América para reunir dinero en
una primera fase y que, si les era posible, llamaban a su mujer e hijos (si los
tenían) junto a ellos, para después retornar para invertir lo ahorrado en su
lugar de origen, mejorar la explotación agraria y arreglar la casa. Antes de 1930,
la mayoría de los emigrantes concebían su estadía aquende el océano como
temporal, yendo y viniendo con mucha frecuencia (Núñez Seixas, 2004). En
cuanto a la participación femenina, fue en aumento desde la Primera Guerra
Mundial (especialmente la que se dirigía a la Argentina) (Cagiao Vila, 1997).
En el caso concreto de nuestro país, si bien la ciudad de Buenos Aires y
sus alrededores no constituyeron de ningún modo un destino exclusivo, los
gallegos tendieron a nuclearse allí en una altísima proporción. A la altura de
1914, residían en la capital argentina unos 150 000, lo que hacía de ella —
aún sin contar con su periferia industrial de Avellaneda, donde en términos
relativos su presencia era aún más importante— la urbe gallega más grande del
planeta. Si bien desde mediados del siglo XIX no faltaron colonos y pioneros
galaicos en zonas rurales argentinas, su proporción fue siempre reducida dentro
del total de los españoles radicados en aquellas, como se ha demostrado para
diversos puntos de la Provincia de Buenos Aires. Lo mismo puede decirse de
otras ciudades grandes e intermedias del Litoral pampeano, como Rosario o Mar
del Plata. Y, aunque en cantidades pequeñas (y con porcentajes por lo general
minoritarios en relación con el total español), puede encontrárselos también
en sitios tan distantes y dispares como la ciudad de Córdoba, Aldea Beleiro
(Chubut), Comodoro Rivadavia, Río Gallegos o Ushuaia (Guindani, 1999;
Vázquez González, 1999; Castiñeira Castro y Martín García, 1999; Da Orden,
2005; Núñez Seixas, 2007; Farías Iglesias, 2010).
En lo que hace a su inserción socioprofesional, se concretó de forma
mayoritaria en el sector de los servicios urbanos o semiurbanos, en puestos de baja
y media cualificación. A lo largo del siglo XIX, los gallegos se desempeñaron sobre
todo como cocheros, aguateros, barrenderos, faroleros, serenos, propietarios y
empleados de comercios en general. Y a comienzos de la siguiente centuria,
fueron legión entre los dependientes y propietarios de los comercios minoristas
en ciudades como Buenos Aires. Sin embargo, por entonces el aumento explosivo
del número de inmigrantes hizo posible una mayor diversificación de su espectro
ocupacional. De tal modo, además de changadores, dependientes y dueños de
comercios, empleados del servicio doméstico o del servicio público municipal
(como basureros, serenos o encargados de los faroles del alumbrado público)
fueron también estibadores portuarios, repartidores de periódicos, obreros de la
construcción, carboneros, carreros, mozos de café y de restaurante, vendedores de
billetes de lotería, almaceneros, conductores de taxis o tranvías (donde también
sabían ser guardas), afiladores, enfermeros, auxiliares en la Facultad de Medicina
de la Universidad de Buenos Aires, la Morgue u hospitales de esa ciudad,
conductores o fogoneros del ferrocarril, mineros en la Patagonia, peones en
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los grandes frigoríficos y curtiembres de Avellaneda, etc. (Pérez-Prado, 1973;
Allegue, 1992; López Taboada, 1992; Moya, 2004).
Tan grande fue el peso del colectivo en algunos rubros y actividades que
sus sindicatos eran regidos de modo recurrente por gallegos. A lo largo del
primer tercio del siglo XX, su participación en el movimiento sindical argentino
pareciera haberse concretado de modo preferente, además de en las ligas y
uniones tales como las de dependientes de comercio, mozos, gastronómicos en
general, empleados de correos u otros sectores de cuello blanco, entre los obreros
del calzado, los ferroviarios, los panaderos, choferes y trabajadores portuarios,
almaceneros, tranviarios o cortadores de telas para confección. Por otra parte,
es posible afirmar también que a lo largo de dicha centuria se registró una
importante participación gallega en las luchas sindicales argentinas, con hitos
tales como las huelgas portuarias de 1902 y 1903-1904, la de los inquilinos
de 1907, la «Semana Trágica» de 1919, las luchas de los frigoríficos en
Avellaneda de 1917-1918 o la revuelta de los obreros y peones patagónicos
de 1920 y 1921. También fue destacable su aportación en el duramente
reprimido movimiento anarquista argentino, varios de ellos fueron repatriados
forzosamente en aplicación de las leyes de Residencia (1902) y de Defensa Social
(1910).
En términos de género, sabemos mucho menos sobre las gallegas. Sin embargo,
es un hecho que la presencia de las mujeres españolas empleadas en trabajos no
calificados (en particular en el omnipresente servicio doméstico, pero también
como lavanderas y planchadoras a domicilio o en su propia casa) duplicó la de
los varones. También estaban sobrerrepresentadas en las tareas semicalificadas
(obreras de la industria textil, del calzado o del tabaco) o en las industrias del
rubro de la alimentación, como los frigoríficos (Devoto, 2003; Farías, 2019).
Por otra parte, desde finales del siglo XIX existió una élite inmigrante de
origen gallego que consiguió ascender socialmente gracias a su carrera como
comerciantes, algunos industriales e importadores, y también profesionales
liberales (médicos, abogados, escribanos, etc.) y artistas.
LA MIRADA DE LA SOCIEDAD RECEPTORA
Contradiciendo esa variedad, la imagen que la sociedad argentina formó y fijó
de los gallegos (y en particular de sus ocupaciones típicas en el país) resultó
mucho más simple. La penetración de muchas de las imágenes asociadas con el
estereotipo burlesco o despectivo del gallego data de una época bastante anterior a
las migraciones masivas de Galicia a la Argentina, siendo perceptible la existencia
de un prejuicio antigallego en tiempos tardocoloniales. Este obedece, en primer
lugar, a una reproducción de los estereotipos caricaturescos que, a propósito
de los naturales de Galicia, circulaban tanto en la literatura popular como en
la novelística y en el teatro castellano desde finales de la Edad Media y, sobre
todo, en el Siglo de Oro. En la novela se refleja, por regla general, una imagen
tendencialmente negativa, donde el gallego aparece como sucio, amoral, avaro y
mísero. En la comedia los tipos son más diversos, aunque el personaje galaico solía
desempeñar el papel de lacayo o gracioso, o bien la criada ligera de moral. Estos
estereotipos ya disfrutaban de cierta difusión popular en la América colonial
con anterioridad al último tercio del siglo XVIII, lo que explicaría que durante
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las luchas independentistas los combatientes criollos aludiesen a los «realistas»
como gallegos, pues percibían que ese adjetivo era sentido de manera ofensiva
por la gran mayoría de los españoles o españolistas. En segundo lugar, el arraigo
del estereotipo en el Río de la Plata también reconoce otra razón: su relativa
verosimilitud social. Más allá de no ser extraordinariamente numerosos, los
migrantes procedentes de Galicia tuvieron un protagonismo destacable en un
ramo del pequeño comercio de particular popularidad desde finales del siglo XVIII:
las pulperías. Los propietarios de esos establecimientos gozaban de un alto grado
de visibilidad social, que también los hacía blanco de los prejuicios de la burguesía
criolla y, posteriormente, de las élites liberales, que consideraba esos ambientes
tabernarios como antros de degradación social. El pulpero gallego era para el
criollo medio una suerte de contraimagen de la élite comercial y administrativa
colonial de origen peninsular: el español que entraba en su vida cotidiana y que le
fiaba; un peninsular pobre y poco prestigiado socialmente, que intentaba imitar
a la élite criolla y era despreciado por esta, igual que por la élite colonial (Núñez
Seixas, 2002).
Esta connotación despectiva del gentilicio continuó vigente a lo largo del siglo
XIX, relacionada con cierto sentimiento antiespañol que subyacía en amplios
sectores de la sociedad argentina. A la existencia de ese prejuicio se superponía el
hecho de que, prácticamente desde los comienzos de su arribo a Buenos Aires a
mediados del siglo XIX, los nuevos inmigrantes galaicos sin cualificación ocupasen
los escalones inferiores de la escala laboral en el sector de los servicios urbanos.
Y a lo largo de la primera década del siglo XX, esos antiguos tópicos despectivos
cobraron nuevas dimensiones y, sobre todo, una reactualizada capacidad de
verosimilitud. La llegada masiva de inmigrantes procedentes de las zonas rurales
de Galicia (que, además, eran analfabetos o semianalfabetos en proporción
más elevada conforme los flujos migratorios se masificaban) hizo que aquellas
imágenes negativas se reactivasen y adquiriesen nuevos significados. Fuese a
través del género teatral de consumo masivo («sainete criollo»), en la caricatura
periodística o en el relato breve, los estereotipos despectivos, burlescos o cuando
menos cómicos acerca de los migrantes gallegos se extendieron de un modo
espectacular en la esfera pública. Y, en palabras del periodista francés Jules Huret,
los gallegos fueron considerados «incultos, suxos e tacaños; mais, ó mesmo tempo,
apreciados por seren honestos e leais, aínda que só fose como reverso amable e inocuo
da súa xulgada ignorancia» (Núñez Seixas, 2002, pp. 46-47).
En cuanto a la inserción socioprofesional del grupo, si en algo dejó impronta
fue en su ocupación en los servicios y en el pequeño comercio minorista urbano
y suburbano. Esto se debe a que, al iniciarse el siglo XX, los migrantes gallegos
no solo eran numerosos, sino que también se hacían notar particularmente por
su elevada concentración en una serie de ocupaciones del sector terciario de
gran exposición al público (comerciantes, almaceneros, dependientes, empleados
municipales, etc.), lo que explica que, de modo predominante, tendiese a
asociárselos a ellos. Y, a partir de la década final del siglo XIX, el imaginario
argentino tenderá a vincularlos también muy fuertemente con el servicio
doméstico. Además, fueron considerados inmigrantes mal preparados y poco
calificados, que solo servirían idealmente para desempeñarse como labriegos, no
obstante lo cual preferían trabajar en el sector de los servicios y aún osaban
emplearse como obreros manuales o cualificados. La única ventaja que podían
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ofrecer en contrapartida, para ser considerados aceptables, sería el carácter sumiso
y poco conflictivo, algo que —como hemos mencionado— distó de ser así.
De allí que también aparecieran caricaturizados como sindicalistas u obreros
indisciplinados.
CONCORDANCIAS Y DISCORDANCIAS CON EL ESTEREOTIPO: EL CASO DE CARAS Y
CARETAS
Esa visión simplificada y por momentos ferozmente denigratoria conoció, sin
embargo, múltiples excepciones. Abordar la imagen que de Galicia y los gallegos
trascendió desde las páginas de Caras y Caretas supone asomarse a un universo de
miradas variadas, complejas y no exenta de contradicciones.
La publicación apareció en octubre de 1898, saliendo con periodicidad
semanal hasta 1939, cuando desapareció. Fue la primera revista ilustrada popular
que conoció la Argentina, de interés general pero con un toque satírico, y cubría
todos los aspectos de la vida, desde el literario hasta el político, pasando por la
actualidad internacional y la crónica costumbrista. Abundaban en ella las noticias
nacionales e internacionales, no solo las relacionadas con la política o la economía,
sino también con el arte, las ciencias y la cultura en general. Supo aprovechar
los avances técnicos de la época: impresión por sistemas tipográficos, empleo
de cromos y fotograbados, etc., y fue la iniciadora en el país del empleo de la
fotografía en un sentido periodístico. Tal heterogeneidad en el plano icónico
(caricaturas, dibujos y fotografías) se correspondía con otra en los textos, ya que
en ella pueden hallarse desde los muy informativos (con una mínima elaboración
lingüístico-literaria) hasta otros indudablemente muy trabajados, al punto de que
muchos pasarán con el tiempo a integrar libros de sus autores. Tenía, además, una
llegada masiva al público: hacia 1907 tiraba la impresionante cantidad de 104 000
ejemplares, que en ocasiones podían elevarse hasta los 120 000 (Pignatelli, 1997;
Romano, 2004).
Gracias a la variedad de temas abordados y de plumas colaboradoras, la
imagen que transmitió de Galicia y su gente fue variada y compleja. Aunque
de forma fragmentaria o asistemática, a través de artículos periodísticos,
semblanzas, crónicas, cuentos, fotografías, dibujos, etc., puso al alcance del lector
argentino una abrumadora cantidad de información —que, salvo excepciones,
nos abstenemos de citar debido a lo elevado del número de referencias necesarias,
por lo que remitimos al lector a otro trabajo de nuestra autoría (Farías, 2008)—,
haciendo posible un interesante grado de familiaridad con aquella tierra, en el
preciso momento en el que sus hijos se volcaban masivamente sobre la República
austral.
Un fenómeno, el de las migraciones de ida y vuelta entre Galicia y la Argentina,
muy presente en sus páginas, así como también el de los densos hilos que unían a
una y otra tierra («en muchas ciudades gallegas parécenos hallarnos en un barrio
bonaerense –hoteles, cafés, teatros, comercios con nombres argentinos» (Insua,
1918, s. d.). Así, el público de Caras y Caretas pudo conocer la existencia de un
«antiguo reino de Galicia» y de Santiago de Compostela, una de las tres ciudades
santas de la cristiandad, «quieto remanso de devoción» (Fernández Mato,
1915, s. d.), y emblema de una tierra con una historia más que milenaria (como
lo atestiguan varias referencias al «rancio abolengo» de Galicia, a su historia
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de heroísmo, fe y trabajo, así como a los rastros celtas, fenicios o visigóticos
que pueden encontrarse diseminados por su territorio). Una sociedad a la vez
campesina y marinera, de costumbres sencillas y ancestrales, entre las cuales se
incluyen algunas que, aunque cubiertas con una pátina cristiana, constituirían
reminiscencias de ritos druídicos o —lo que es igual— de una cultura celta.
Si se entra en una cocina que sirve de salón al campesino y donde se agrupa la familia
al calor del hogar, pronto se advierte que lo que allí se celebra es la fiesta druídica del
fuego. La llama alta y viva procede del gran tizón de año nuevo, del leño inmenso
destinado a arder ocho días, que se enciende y se cuida como cuidaban el fuego las
vestales. Ante el fuego sagrado, el campesino gallego no se atreve a cometer impureza
alguna; lo cual no impide que se cante, se ría, se beban largos tragos de mosto y
se saboreen los zonchos o castañas que se cocieron en una buena olla (Cronista
anónimo, 1904, s. d.).
De tal modo, la imagen de una Galicia cristiana —por lo demás acertada,
dado el peso de la Iglesia en su devenir histórico (Villares, 2019)— se mixtura
y complejiza con otra que la presenta como una tierra de tradiciones exóticas.
En sintonía con ese clima de exotismo, son numerosas las descripciones del
paisaje gallego como espacio mágico y grandioso paraíso terrenal. En 1907, el
escritor y periodista uruguayo Juan José Soiza Reilly (un verdadero cronista de
su tiempo), a su paso por Galicia como corresponsal viajero de Caras y Caretas,
mostraba su fascinación por esa «tierra de montañas enormes, de montañas
fértiles, de montañas fantásticas, donde los labradores siembran hasta en la
misma cumbre» (Soiza Reilly, 1907, s. d.). Asimismo, resultan incontables las
referencias a los distintos puntos de la geografía gallega, a sus comarcas, sus
ciudades y sus múltiples vilas.
Sin embargo, diversas noticias dejan entrever que puede tratarse de una
sociedad con lugar para las expresiones anticlericales o la conflictividad
social. A lo largo del primer tercio del siglo XX, se suceden una serie de
mutaciones de gran importancia para este país predominantemente rural:
eliminación de los elementos indebidamente perpetuados durante todo el siglo
XIX (particularmente los «foros», que impedían la plena propietarización
campesina), incipiente industrialización e incorporación de la agricultura al
mercado; al mismo tiempo, comienzan a crecer las ciudades, cambia la estructura
social y se profundiza el pensamiento y la práctica galeguista, es decir, del
movimiento que encarna el largo y complejo proceso de reivindicación política
de Galicia como ente nacional diferenciado y la paralela génesis de un cuerpo de
ideas que justifican esa reivindicación (Beramendi y Núñez Seixas, 1995).
En relación con todo ello, dos artículos —notables por su calidad descriptiva y
síntesis del fenómeno en curso— revelan al lector la lucha de la sociedad gallega
en las primeras décadas del siglo XX por romper con las inercias del pasado y
desarrollarse, así como el importante papel que en dicha empresa le caben a las
remesas materiales e inmateriales de la emigración americana. Hacia 1914, según
el periodista coruñés José Ramón Lence,
observáse [sic] en estos últimos tiempos el afán que sus hijos experimentan por
redimir aquella tierra de las grandes y tradicionales gabelas que sobre ella pesan. El
movimiento, en tal sentido, ha pasado de las reflexiones románticas a un período de
actividad y de lucha donde toma parte también la numerosa colectividad gallega […]
en este noble país argentino […].
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Ese movimiento redentor; […], obedece, sin duda alguna, a la beneficiosa
influencia que Galicia recibe de sus hijos expatriados por el mundo entero y de
manera muy especial de aquellos que residen en Cuba y la República Argentina. Así se
explica que en el breve transcurso de diez años se haya transformado radicalmente el
sentir y las aspiraciones del sufrido campesino gallego, conocedor hoy de sus deberes
y derechos, y dispuesto a conseguir por todos los medios, aún los más violentos,
aquella preciosa libertad que durante siglos le fue negada, considerándose su timidez
y mansedumbre como una cobardía que desaparece con los primeros chispazos de su
actitud rebelde (Lence, 1914, s. d.).
Por su parte, en 1923 Federico Pita, afirma que
En Galicia se conservan aún los recuerdos de aquel feudalismo que se transformó en
caciquismo, al que va anulando poco a poco el regreso de los emigrantes educados
en la libertad en las tierras del Plata, que allí llevan, como reliquia de su éxodo, para
liberar sus haciendas y fortalecer su peculio contra las rapacidades el fisco.
[…] la soberbia de señores autócratas, representativos de la autoridad feudal; […]
contrasta hoy con las obras que los americanos, llegados de las tierras en que formaron
su hacienda, levantan para realizar labor de cultura, de amparo, de caridad, de arte,
porque a todo alcanzan, con el fin de contribuir al desarrollo de España y de la región
que los vio nacer. […]. Ese trabajo impuesto en las tierras americanas por propio deseo
obtiene como recompensa la amplitud de horizontes espirituales, y estos horizontes
son el motor que mueve a realizar las obras de progreso que modestas, quizás pobres,
saturan la región de algo más fructífero que los murallones fríos de los conventos
derruidos y las torres desmoronadas de los castillos feudales (1923, s. d.).
En relación con dichas manifestaciones de desarrollo, en contadas ocasiones
(no podía ser de otro modo, dada la estructura económica del país) la revista
da cuenta de la existencia de algunas industrias (como la de construcción naval
militar y civil, centrada en Ferrol, o la de la cerámica, en Sargadelos, parroquia del
municipio lucense de Cervo) o la explotación y exportación de ciertos recursos
naturales (como el caso de las aguas minerales de Lérez, Pontevedra).
Desde luego, Caras y Caretas no podía sustraerse a la imagen de rusticidad,
pobreza, ignorancia y atraso que en la Argentina envuelve a Galicia. Pero algunos
datos, desperdigados aquí y allá, permiten entrever que no se trata de un país
del todo yermo en lo que hace a instituciones de enseñanza, pues existen fotos
y crónicas que aluden a la presencia de escuelas (algunas de ellas fundadas por
los emigrantes), institutos y universidad. De igual modo, otras fotografías y notas
sugieren que aquella tierra no carece de eventos culturales (concursos de orfeones,
juegos florales), intelectuales y artistas (como los escritores Emilia Pardo Bazán y
Manuel Curros Enríquez, o el historiador Benito Vicetto Pérez) o instituciones
científicas (como la Real Academia Gallega).
Tratándose de una publicación en la que predominan los temas de interés
general y las actualidades, la mayoría de los textos que dan cuenta de la
presencia gallega en la Argentina refieren a individuos y hechos cronológicamente
contemporáneos. No obstante, un número significativo de crónicas históricas,
relatos de ficción, etc., ponen al alcance del lector una interesante cantidad de
pistas sobre su llegada al Río de la Plata en tiempos muy anteriores a los de su
arribo masivo al país. Así, es posible encontrar referencias a individuos de origen
gallego —o al colectivo en general— desde la segunda fundación de la ciudad
de Buenos Aires (1580), a lo largo del período tardocolonial (1776-1810), la
larga hegemonía rosista (1929-1852), la organización del Estado argentino y las
últimas décadas del siglo XIX. Claro que la referencia a un determinado personaje
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no siempre aparece acompañada de la mención de que se trata de un nativo de
Galicia, por lo que esa característica puede escapar al lector neófito.
¿Qué pistas podemos encontrar respecto de su distribución por el territorio
argentino? Dado que, como queda dicho, su instalación urbana fue superlativa,
y que se verificó mayoritariamente en la ciudad de Buenos Aires y su periferia, es
en esta urbe donde se sitúan espacialmente la mayoría de las noticias, crónicas,
relatos de ficción o costumbristas, etc. vinculados al grupo. No obstante, son
también abundantes los textos referidos a quienes residieron en sus municipios
aledaños, en las ciudades, pueblos y zonas rurales de la Pampa húmeda, y en
otros puntos distantes del territorio argentino, como las provincias de Entre Ríos,
Córdoba o San Juan.
Hemos mencionado también que la mayoría de las ocupaciones desempeñadas
por los gallegos en la Argentina fueron de índole urbana, fuese en el
sector terciario, fuese en el secundario y que, por el contrario, resultó
cuantitativamente muy minoritaria su participación en las tareas rurales. En
la mirada necesariamente múltiple que cabe esperar de una publicación con
las características de Caras y Caretas, son los empleos más modestos los que,
lógicamente, se llevan la parte del león en cuanto a la cantidad de referencias.
De hecho, en lo que hace a las ocupaciones urbanas, tan solo hallamos una
solitaria cita a un inmigrante gallego empleado en trabajos manuales cualificados
(un encargado del material de artillería del Colegio Militar). Y si bien muchos
llegaron a convertirse en comerciantes de gran giro y/o industriales, las referencias
a los primeros son escasas, exceptuando las casi omnipresentes publicidades de
las porteñas y muy conocidas, a comienzos del siglo XX, de Tienda San Juan
(propiedad de los hermanos Cibrián) o las de la Casa Cabezas (de Avelino
Cabezas); en cuanto al segundo grupo, destacan las alusiones a Casimiro Gómez y
su fábrica de talabartería «La Nacional», a José Ares de Parga (gerente del Banco
de Galicia y Buenos Aires) o a Manuel Lemos (dueño de la empresa vitivinícola
«La Superiora»). Mas, fuera de los casos mencionados, no se aclara que esas
personas hubieran nacido en Galicia, por lo que resulta improbable que un lector
poco informado fuera capaz de identificarlos como gallegos.
Por el contrario, eso siempre ocurre en las incontables ocasiones en las que
se relaciona al grupo con el sector de los servicios urbanos, personal doméstico,
porteros u ordenanzas, empleados de comercio y comerciantes de pequeño giro.
¿Saben ustedes lo que es un gallego con reloj? Pues ese caballero es un señor que ha
venido del riñón de la Coruña en busca de trabajo manual, como hombre de fatiga.
Este buen señor en vez de ir a sembrar trigo en la Pampa, se ha paseado por la Avenida
de Mayo durante ocho días, calzado con sus gruesos zapatones y envuelto en su burda
chaqueta, coronado el testuz con un fieltro apabullado. Después de ocho días de
paseo, este señor se ha colocado como portero en la casa de un médico y tres meses
más tarde, para darse la importancia que el alto cargo requiere, se ha pelado al rape,
ha cambiado su indumentaria por otra más moderna, se ha afeitado para parecerse
a Nerón y se ha comprado un reloj de acero con cadena de níquel. Nada sería que
nadie pudiese pasar sin la anuencia del portero. Es que ya, a esa fecha, ha empezado
a interrogar a los clientes sobre la dolencia que padecen, ya comienza a aconsejar la
abstinencia de la carne y el vino, la frecuencia de los baños tibios, la limitación del
café y los paseos matinales. Al mes siguiente receta por su cuenta y riesgo. Según él,
el médico es un «isnorante», que hace perder el tiempo a los clientes y no los cura
(Della Costa, 1918, s. d.).
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Por una parte, más específicamente frecuentes son las referencias a los
changadores gallegos, serenos y encargados de los faroles de alumbrado
público, carreros, conductores de coches de caballos, taxis y tranvías (donde
también sabían emplearse como guardas). Asimismo, es posible encontrarlos
caracterizados como empleados del servicio de correos. Todas ellas ocupaciones
en las que, ciertamente, fueron muy numerosos. Por otra parte, un oficio
tradicionalmente adjudicado por el imaginario popular al colectivo vasco es
el de vendedor ambulante de leche; sin embargo, dependiendo de la zona de
que se trate (como a menudo ocurrió durante el primer tercio del siglo pasado
en la localidad avellanense de Gerli) también puede hallarse a los gallegos
desempeñando ese trabajo, tal como aparece retratado en la revista. Referencias
aisladas nos permiten verlos también ocupados en otros rubros de la venta
ambulante o en oficios tales como el de hosteleros, peluqueros, empleados del
Zoológico de Buenos Aires y en otra típica ocupación de los inmigrantes galaicos
(sin distinción de sexo) como es la de auxiliares de enfermería. Por último, cuando
menos desde la época de Juan Manuel de Rosas puede datarse la presencia de estos
migrantes en las fuerzas policiales de la capital argentina (así como en su Cuerpo
de Bomberos, donde alcanzó una popularidad acorde a la estatura de héroe su
comandante, el coruñés José María Calaza Couso), hecho también reflejado en
las páginas de Caras y Caretas (Cronista anónimo, 1914, s. d.). No obstante,
también parecen haber estado presentes entre los delincuentes que estas fuerzas
de seguridad perseguían…( Cronista anónimo, 1916, s. d.). Por último, en lo
que hace a los que se emplearon en las zonas agrícolas pampeanas, aunque se los
muestra como jornaleros o chacareros, sin duda el personaje más repetido en este
ámbito es el del pulpero.
Uno de los aspectos esenciales de cualquier proceso de estereotipia es el del
tipo de características morales e intelectuales (positivas, negativas o ambas) que
se atribuyen al grupo en cuestión. Entre los rasgos intelectuales y morales que
pueden hallarse en Caras y Caretas a propósito de los inmigrantes gallegos,
uno de los más recurridos es, lógicamente, su gran laboriosidad, la capacidad de
trabajar sin descanso, incluso con obstinación. Este rasgo aflora en semblanzas,
relatos de actualidad e incluso publicidades. Junto a él encontramos la lealtad, la
honestidad, el ahorro, la bonhomía y la humildad, elementos que aparecen como
consustanciales al grupo. Sin embargo, en ocasiones el obrero gallego también
podía aparecer retratado como un sujeto holgazán, cuando no directamente
amante de las huelgas. Del mismo modo, la mezquindad, la pillería, la codicia,
las pretensiones exorbitantes y la arrogancia podían ser el reverso negativo
de los laboriosos comerciantes o criados galaicos. Pero, sin duda, las mayores
audacias y desplantes son protagonizadas por las mujeres empleadas en el servicio
doméstico, cuya insolencia parece escandalizar a sus observadores criollos.
Finalmente, el sujeto ventajero y/o inmoral en ocasiones deriva en un vulgar
malhechor.
Desde luego, otras infaltables y recurrentes características entre los personajes
gallegos que aparecen en la revista son su falta de luces (en ocasiones devenida en
sempiterna estolidez), tozudez y tosquedad, «atributos» a menudo endilgados
específicamente a los changadores, cuando no a los dependientes, porteros o
personal doméstico de origen galaico. Así, por ejemplo, en una publicidad de
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Ruy Farías. LOS GALLEGOS EN CARAS Y CARETAS DURANTE LAS PRIMERAS DOS DÉCADAS DEL SIGLO XX
cigarrillos se observa a un changador intentando encender el suyo con la ayuda
de una lamparita eléctrica…
Mas, en definitiva, el prejuicio termina por alcanzar a todo el colectivo, sin
importar su inserción socioprofesional. Por ello, cuando el palentino Julián
Daniel Infante ocupe de manera efímera (1912-1913) el cargo de intendente de
la ciudad de Rosario, y sus heterodoxas medidas de gobierno atraigan sobre sí
la burla de Caras y Caretas, ¿qué mejor que reforzar su supuesta sinrazón que
atribuirle el hecho de haber nacido en la villa de Corcubión (A Coruña) (Renato,
1913, s. d. ). De tal modo, a menudo el gentilicio se ensambla con una imagen
fuertemente despectiva, cuando no denigrante, llegando a ser utilizado como
insulto. Sí, pero con excepciones notables, pues no todos los nacidos en Galicia
serían «ejemplares» de tan poco satisfactorias características.
En las páginas de la revista hay lugar para reconocimientos colectivos,
aun cuando la mayoría de las veces los gallegos aparezcan incluidos entre la
generalidad de los españoles. Pero también otros específicamente relacionados
con aquellos. Así, entre las crónicas de Soiza Reilly desde Europa, encontramos
elocuentes párrafos a propósito del tipo humano de Galicia, casi un anticipo de
las famosas crónicas que años después daría Roberto Arlt (1997):
Estoy, por fin, en la ciudad más argentina de Europa. Parece paradoja, pero esa
ciudad es Vigo. […]. Es la ciudad de los hombres robustos y de las mujeres sanas.
Es el reino de las almas que no han perdido aún el sagrado fervor de la paciencia.
Además, es la tierra donde los corazones saben ser ingenuos. Donde saben querer sin
ambición de lucro. El hogar de un gallego siempre está lleno de antigua sencillez. La
hospitalidad se cultiva en él como una devoción. En Buenos Aires no se sabe apreciar
todavía el mérito de los gallegos. Al contrario. Conociéndoles de cerca es como mejor
se puede aquilatar el oro de su tenacidad. Hay que verlos en su propio terruño.
Hay que comprenderlos. Decir «farruco» en tono de desprecio, no es ni noble, ni
justo, ni es decir la verdad. La costumbre nos obliga a los criollos a sonreir cuando
un gallego recién venido nos conversa. Eso es feo. Injusto. Ellos son laboriosos.
Ellos son resignados. Y, lo que vale más, ellos saben triunfar… Eso es todo. Me he
convencido. Si el sol de Galicia se apagara, los gallegos tendrían la divina paciencia
de construir otro nuevo… En América no se les quiere tanto como debía querérseles.
Es lamentable… Sin embargo, en Buenos Aires se les estima ya lo suficiente como
para que todos los aprecien como hermanos. Y bien que lo merecen. Ellos se han
conquistado con el solo vigor de sus esfuerzos, el sitio que hoy ocupan. Despreciaron
las burlas. Trabajaron. Tienen alma. Y vencieron… (Soiza Reilly, 1907, s. d.).
Y la revalorización no es solo colectiva. Por el contrario, algunos individuos
alcanzaron el reconocimiento por sus características morales e intelectuales.
¿Qué decir de su actitud ante el peligro? ¿Se los veía como individuos valientes
o su imagen era, por el contrario, la de seres tímidos y pusilánimes? La respuesta
es, una vez más, compleja; se pueden encontrar referencias que apuntan en uno u
otro sentido. Sin embargo, existe en este ítem una diferencia sustancial: mientras
los textos en los que se destaca el valor de algún personaje gallego son notas de
actualidad o crónicas históricas (como sucede con el «hábil y valeroso marino»
Manuel Deschamps, comandante del transatlántico Alfonso XIII y héroe de la
guerra hispano-estadounidense), aquellos de los que podría deducirse una actitud
cobarde corresponden al terreno de la ficción.
Con el correr de los años, la sociedad argentina generó y consolidó un modelo
icónico del inmigrante gallego, cuyo arquetipo es el famoso «Manolito» de
Mafalda: cabeza grande y cuadrada, corte de pelo de cepillo, cejas frondosas
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y sin solución de continuidad, quijadas recias y sombreadas por una barba
incipiente. A despecho de la experiencia empírica, el tiempo solo hizo que esta
imagen se robusteciera y cristalizara, como demuestran los populares dibujos de
Joaquín Lavado (Quino) en la década de 1960. Este modelo icónico puede ser
rastreado en Caras y Caretas, donde también pueden hallarse descripciones de
las características físicas que supuestamente distinguirían a los hombres gallegos.
De hecho, en una fecha tan temprana como 1914, un grupo de caricaturas
bajo el título de «Las profesiones características de los inmigrantes» incluye el
retrato de quien podría haber sido el «abuelo» del Manolito de Mafalda: un
dependiente español de una tienda de telas luce una cara más bien cúbica, un
único conjunto de cejas pobladas y el pelo-pincho.
A la altura de la tercera década del siglo, el gallego se había convertido en un
personaje casi imprescindible del género chico porteño o sainete criollo. En este
género, además de los juegos de palabras más o menos ocurrentes, en los que se
insertaban los términos gallegos dentro de frases en castellano, así como también
confusiones léxicas y alteraciones fonéticas y morfológicas pseudogallegas de
diversa casta, los autores recurrían particularmente a las parodias fonéticas: uso
de gheadas y gueadas (es decir, la alteración fonética de la g por la j, y lo contrario)
en las palabras castellanas con j y g, de diminutivos en –iño, la sustitución
vocálica de la e por la i y de la o por la u y, en ocasiones, la introducción
de infinitivos conjugados al modo gallego dentro de frases en castellano. Esta
técnica puede rastrearse en Caras y Caretas. Así, por ejemplo, en el caso de la
publicidad del ya mencionado changador que intenta encender un cigarrillo
con la ayuda de una lamparita eléctrica, el protagonista comenta: «Rejalaronme
este cijarrillo MONTERREY y voy a encenderlo en la luz eleutrica, pues
como son los megores que se fabrican en la República, quiero tomarle bien el
gusto» (Contratapa, junio de 1909, s. d.). Esas deformaciones y exageraciones de
los modismos particulares galaicos resultaban un recurso fácilmente identificable
para el público, y que poseían un relativo grado de verosimilitud, como puede
inferirse de las confusiones reales por las que muchos inmigrantes gallegos
pasaron debido a la práctica de la gheada. A veces, sin embargo, la jerga arquetípica
«gallega» podía llegar a convertirse en un cocoliche dudosamente verosímil, en
el que se mezclaban las gheadas con modismos más italianos, criollos («pá»)
o propios del lunfardo («la prenda») que gallegos. De tal modo, algunos
párrafos que se pretende dichos por gallegos hablando en castellano acababan
por ser pobrísimas elaboraciones, prácticamente limitadas a la repetición de las
terminaciones –u o –us en lugar de –o u –os. Cuando en el relato «El hortera
silvestre» se describen las características de los empleados de comercio, a los que
se asocia con los gallegos, su autor nos dice que
Si son pocas las licencias que sus patrones les otorgan, ellos, por su cuenta y riesgo, se
conforman en acordarse ciertas licencias… prosódicas: Verbigracia, va de pefeta por
perfectamente; zifiris por zefires; difiriencia por diferencia; ojecto por objeto, etc.
Ante el cliente hablan invariablemente en segunda persona del plural: -no nus
queda por ahora… por ser usted se lu degaremus…; hemus recebido…; contamus con
una gran exestencia…; estamus de liquedación…; quemamus, etc.; […] (Viñas, 1918,
s. d.).
Empero, la introducción de modismos ajenos al habla propia de Galicia no
constituye necesariamente un error por parte del autor: en ocasiones, es posible
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encontrar alguno que alude explícitamente al más que verosímil acriollamiento
del habla de muchos inmigrantes.
Los ejemplos de recreación de los rasgos lingüísticos distintivos del grupo
son, en fin, muy numerosos y, entre ellos, no faltaron textos que muestran un
notable conocimiento de la estructura sintáctica y el vocabulario propio del
gallegohablante. Así, por ejemplo, en 1905 la sección «Concurso de chistes»
incluyó uno en el que puede observarse a cuatro changadores trasladando una
pesada caja, mientras comentan:
–Che, Perico, fay duas horas que andamos con este piano, e non damos con a casa.
–¿Queredes que vos diga unha broma?
–Dia.
–Fay hora e media que pasamos por diante da porta (Cronista anónimo, 1905, s.
d.).
Seis años antes, casi en simultáneo con la aparición de la revista, al final de una
crónica de las romerías españolas en el por entonces municipio de Barracas al Sud
(hoy Avellaneda y Lanús), y después de aludir al sonido quejumbroso de la gaita,
el autor introduce un párrafo notable:
a todos los españoles trae acentos y añoranzas de la patria distante, evocando en
las memorias, los sentidos versos en que habla del dulce instrumento el gran cantor
regional: Seibaba! e cando seibaba -o vento que do roncon- pol-o canuto fungaba-parece
que se queixaba-da gallega emigración! (Cronista anónimo, 1899, s. d.).
Aunque breves, constituyen una impactante irrupción del habla propia de
Galicia ante el lector argentino, en estado puro y, al menos en el segundo caso,
alejado a toda intención jocosa o burlesca. Y, en cualquier caso, importa destacar
la notable mutación que se produce desde la consideración del gallego como
dialecto del castellano, a comienzos del período analizado, hasta su percepción
como idioma propio de Galicia hacia el final de la segunda década del siglo pasado.
El gallego, galiciano o galaico. – Es el idioma de Galicia, […].
Lejos de ser un dialecto del castellano, o un castellano o portugués estropeado, el
habla gallega es, en su literatura, más antigua que la castellana.
En gallego escribió el rey Alfonso X sus inmortales «Cantigas»; en galllego se
escribió la primera y la más antigua poesía que puede presentar la historia literaria
de España [,] el trovador provenzal Rambalde [sic] de Vaqueiras en el siglo XII […]
(Cronista anónimo, 1920, s. d.).
¿Qué referencias hay a gallegos señalados como individuos destacados de la
actualidad argentina o mundial, la política, la economía, la cultura, etc.? La
lista es extensa e incluye, por ejemplo, a exitosos y ya mencionados empresarios
(Casimiro Gómez, Manuel Lemos), triunfadores en el comercio, la industria
o las actividades agropecuarias (Martín Echegaray, Anselmo Villar Amigo o
Ramón Santamarina), al marino Deschamps, el jefe del Cuerpo de Bomberos de
la capital, Calaza Couso, o al destacado médico Ángel Anido. No obstante, la
enumeración una vez más se reduce sensiblemente de circunscribirnos a aquellas
personas que un lector inexperto puede identificar como de origen galaico. Algo
que, desde luego, resulta más sencillo en el caso de los dirigentes societarios (A.
Varela Gómez, presidente del Centro Gallego de Buenos Aires, Tomás Bargiela,
presidente de la Asociación Española de Socorros Mutuos de Buenos Aires,
Laureano Alonso Pérez presidente del Centro Gallego de Buenos Aires, Antonio
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Paredes Rey, presidente del Centro Gallego de Avellaneda, Alfonso Veiga,
presidente de la Agrupación Artística Gallega, Guillermo González, presidente de
Hijos del Partido de Lalín) o los dueños y directores de los órganos periodísticos
de la colectividad (por caso, Manuel Castro López, director del Almanaque
gallego para…, o Lence, de El Correo de Galicia, Francisco A. Novoa, de La Voz
de Galicia o Fortunato Cruces, de Nova Galicia). Por otra parte, la publicación
no alude solo a personajes gallegos de actualidad, sino que por sus páginas
desfilan otros célebres individuos de origen galaico de los siglos XVIII y XIX, como
el coronel-ingeniero Pedro Antonio de Cerviño (creador de la actual Escuela
Nacional de Náutica), los milicianos del Tercio de Gallegos (unidad miliciana
creada en 1806, que tuvo una destacada actuación durante la segunda invasión
británica al Río de la Plata), el sanguinario pirata Benito Soto Aboal, los militares
galaico-rioplatenses José Neira González y José María Fernández Villar, o el
célebre almirante de la Armada Española Casto Méndez Núñez.
Sin embargo, la lista de personalidades gallegas incluye a muchos otros
individuos. Resulta particularmente interesante la mención de más de veinte
intelectuales y artistas. De algunos, es cierto, poco más nos llega que el eco de sus
nombres, y escasos fueron aquellos de los que trascendió su origen galaico. Entre
quienes sí fueron identificados como nativos de Galicia sobresalen personalidades
de la talla de la célebre pensadora y activista Concepción Arenal o de Curros
Enríquez, poeta y protagonista del Rexurdimento de la lengua gallega en el siglo
XIX; pero también se menciona al historiador Celso García De la Riega, la
escritora Sofía Casanova, el novelista Alejandro Pérez Lugín o el poeta Rogelio
Rodríguez Díaz. No obstante, el grupo más nutrido es el formado por los artistas
galaicos cuyas obras fueron publicadas o reproducidas en Caras y Caretas, y que
tuvieron así la oportunidad de acercar al gran público argentino un poco del arte,
la literatura, la historia o las costumbres de Galicia. A la cabeza de todos ellos
se ubicaron los escritores Emilia Pardo Bazán —varios de sus relatos aparecidos
en la revista fueron recientemente recogidos por José Manuel González Herrán
(2014)— y Ramón del Valle-Inclán. Aunque el resto de los literatos que tuvieron
gallegos que publicaron trabajos en el semanario (Prudencio Canitrot, Manuel
Linares Rivas, Rodolfo Prada, J. Nogueira Cuitiño, Ramón Fernández Mato,
Lence o Pita) lo hicieron en cantidades mucho más modestas, la suma de sus
colaboraciones acaba redondeando una abundante, heterogénea e interesante
mirada al país y su gente. Una imagen que, aunque minoritaria al lado de los
cuentos, chistes, caricaturas y semblanzas ajustadas al estereotipo del gallego en el
Río de la Plata que poblaban la esfera pública, no deja de suponer para el público
lector una asequible y poderosa alternativa.
En «El Alaaláa... (cuento gallego)» (1914), una ficción del futuro dirigente
galeguista Rodolfo Prada ambientada a orillas del río Miño, el autor relata
en primera persona su encuentro con un joven labriego que se lamenta de
la ingratitud de su novia, quien lo ha reemplazado por un señorito. Más allá
de su relativo valor literario, las primeras líneas contienen algunos elementos
significativos para el lector neófito, por la forma en la que enlaza los conceptos de
raza, pueblo gallego y cultura celta:
¿Habéis sentido, en las noches tranquilas de verano, cuando la luna pone fantasmas
de sombras en los caminos gallegos, ese grito que dicen proviene de los celtas y que
surge, a veces alegre como magnífica expresión de vida y a veces parece ser tétrico
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Ruy Farías. LOS GALLEGOS EN CARAS Y CARETAS DURANTE LAS PRIMERAS DOS DÉCADAS DEL SIGLO XX
clamor de alma dolorida, que lanza al viento sus quejas que la agobian? ¿Ese grito
formidable mezcla de salvaje y de romancero que hase [sic] trocado en imprescindible
expresión de toda una raza? (Prada, 1914, s. d.).
En 1923 llegó al país el poeta de Celanova (Ourense) Xavier Bóveda Pérez.
Su presentación poética fue en el Teatro Cervantes de la capital argentina y,
según la revista, la conferencia del «notable poeta gallego […] fue muy aplaudida
por el selecto público que la escuchó» (Cronista anónimo, 1923, s. d.). Bóveda
fijó su residencia en el país y ese mismo año editó varios libros, entre los que se
encontraba Los poemas de los pinos y otros poemas, cuya aparición fue anticipada
por Caras y Caretas con la publicación de la poesía que le daría título. En
la misma página se incluía la siguiente aclaración: «Con este primer trabajo
literario del notable poeta gallego Xavier Bóveda, Caras y Caretas agrega una
prestigiosa colaboración» (Bóveda, 1923, s. d.). Cuatro años atrás, bajo el título
de «De la exposición de arte gallego», la revista había reproducido un óleo del
pintor ferrolano Fernando Álvarez de Sotomayor. Conviene aquilatar estos dos
acontecimientos. El hecho de que una cabecera tan importante se refiriese a uno
y otro como literato y pintor gallego (y no como español), sumado a textos como
los ya mencionados de Nogueira Cuitiño, Lence, Prada, Pita, etc., parece indicar
cierto grado de permeabilidad, entre la segunda y tercera década del siglo pasado,
a los postulados del galeguismo prenacionalista. Algo que quizás deberíamos
relacionar tanto con el fluido contacto de la revista con las asociaciones gallegas de
Buenos Aires (sus diversos orfeones, entidades macroterritoriales como el Centro
Gallego de Buenos Aires, provinciales, o las incontables pequeñas sociedades de
tipo microterritorial) como —sobre todo— con la presencia en su redacción
de personalidades como José María Cao Luaces (considerado el padre de la
caricatura argentina), el dibujante, ilustrador y publicista vigués Federico Ribas
Montenegro, o el también caricaturista y periodista Juan Carlos Alonso y Pita,
que llegaría a ser el director de Caras y Caretas.
A MODO DE CIERRE
Reflejo de la realidad y el pensamiento de su época, Caras y Caretas no podía
sustraerse al estereotipo negativo del inmigrante gallego, por lo que sus notas de
actualidad, semblanzas, caracterizaciones de «tipos populares», etc. a menudo
dejaron traslucir algunos de sus trazos menos amables, conformando por veces
una caricatura cruelmente injuriosa. Al parecer, fue además una pionera en la
conformación de una imagen icónica del gallego inmigrante.
Sin embargo, resultó mucho más que una mera caja de resonancia de los
prejuicios e imágenes que ya abundaban en la esfera pública. En primer lugar, fue
el soporte desde el que trascendieron otras características morales e intelectuales
de signo distinto, más positivas. En buena medida porque, dada su pretensión
de ajustarse a la realidad, y ya fuera a título individual o colectivo, sencillamente
otorgó a los miembros del grupo características más acordes con la heterogénea
naturaleza de su condición humana. Ello explica que, por ejemplo, la imagen
que transmitió de la inserción socioprofesional del inmigrante galaico (sobre
todo urbana, pero también rural) tendiese a aproximarse a la diversificación
efectivamente experimentada por su espectro ocupacional a partir de su masivo
arribo a comienzos del siglo XX. De ese modo, no solo pudimos observar algunas
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de las múltiples ocupaciones de quienes integraron los sectores populares, sino
que se hizo igualmente visible la existencia de una élite compuesta por periodistas,
profesionales, grandes comerciantes, industriales, etc.
Empero, quizás el rasgo más notable de la revista resida en el hecho de
haber revelado al lector argentino una interesante cantidad de aspectos de la
sociedad gallega, hasta entonces mayormente desconocida o reducida a una
imagen simplista, en la que campeaba una imagen de sempiterna pobreza
y atraso. Así, por ejemplo, los numerosos cuentos de Pardo Bazán, ValleInclán, etc. mostraron algunas de las múltiples costumbres y creencias del
universo campesino. Otros textos, fotografías o dibujos, en cambio, debido
a sus pretensiones más informativas y periodísticas, abordaron aspectos tales
como el fenómeno migratorio (en particular la corriente que se dirigió hacia la
Argentina), la geografía y actividades económicas del país o sus manifestaciones
culturales. Los más militantes fueron aún más lejos, poniendo a la vista el proceso
a la vez capilar y macrosocial que hizo de Galicia, en el primer tercio del siglo
pasado, una sociedad en lento pero constante cambio.
En fin, la tímida y no obstante significativa aparición en las páginas de Caras
y Caretas de una representación de Galicia como unidad histórica, humana y
cultural diferenciada, emanada de textos muy probablemente permeados por el
galeguismo supone un aspecto minoritario pero relevante. El hecho de que tal idea
salga a la luz en una publicación con semejante prestigio y masiva llegada, supone,
tanto para Galicia como —indirectamente— para su comunidad emigrada en el
país, una puesta en valor difícilmente parangonable en la prensa argentina del
primer cuarto del siglo XX.
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Notas
*
Profesor de Enseñanza Media y Superior en Historia por la Universidad de Buenos
Aires (con Diploma de Honor) y Doctor en Historia por la Universidade de
Santiago de Compostela, USC. Investigador del Consejo Nacional de Investigaciones
Científicas y Técnicas (CONICET), con sede de trabajo en el Laboratorio de
Investigación en Ciencias Humanas (CONICET – Universidad Nacional de San
Martín, UNSAM), docente de la Licenciatura en Historia y Director Académico de
la Cátedra Galicia-América (ambas pertenecientes a la UNSAM). Correo electrónico:
ruygonzalofarias@yahoo.com.ar
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