INTERÉS PROFESIONAL
LA GESTIÓN CONSTRUCTIVA DE CONFLICTOS EN
LA PRÁCTICA PROFESIONAL DEL TRABAJO SOCIAL:
APORTACIONES DESDE LOS MODELOS HISTÓRICOS
DE MEDIACIÓN
CONSTRUCTIVE CONFLICT MANAGEMENT IN THE
PROFESSIONAL PRACTICE OF SOCIAL WORK:
CONTRIBUTIONS FROM HISTORICAL MODELS OF
MEDIATION
Ana Isabel Dorado-Barbé. Departamento de Trabajo Social y Servicios Sociales. Facultad de Trabajo
Social. Universidad Complutense de Madrid
Iria Noa de la Fuente-Roldán. Departamento de Trabajo Social y Servicios Sociales. Facultad de
Trabajo Social. Universidad Complutense de Madrid
Resumen: El conflicto es, históricamente, uno de los ejes centrales en torno a los cuales giran las
intervenciones que desarrollan las y los profesionales del Trabajo Social. Ante los procesos de cambio
social y la creciente complejidad de las sociedades actuales, es preciso profundizar tanto en el desarrollo
de herramientas e instrumentos facilitadores de la gestión de conflictos, como en la construcción de nuevos
marcos desde los que comprender y abordar las situaciones de conflicto. En este sentido, el presente
artículo pretende realizar un movimiento reflexivo profesional en torno a la importancia de incorporar la
mirada mediadora a la práctica profesional del Trabajo Social. Para ello, se realiza una revisión de los
modelos históricos de mediación como contexto teórico-práctico que permita vertebrar las intervenciones
en torno a la gestión constructiva de conflictos en la práctica profesional.
Palabras clave: Trabajo Social, Competencias profesionales, Gestión Constructiva de Conflictos, Modelos
de mediación, Conflicto.
Abstract: Conflict is, historically, one of the central axes around which the interventions developed by Social
Work professionals revolve. Given the processes of social change and the growing complexity of today’s
societies, it is necessary to deepen both in the development of tools and instruments to facilitate conflict
management, as well as in the construction of new frameworks from which to understand and address
conflict situations. In this sense, this article aims to conduct a professional reflexive movement around the
importance of incorporating the mediating perspective into the professional practice of Social Work. To this
end, a review is made of the historical models of mediation as a theoretical-practical context that allows
us to structure the interventions around the constructive management of conflicts in professional practice.
Keywords: Social Work, Professional competences, Constructive Conflict Management, Mediation
models, Conflict.
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Recibido: 27/07/2022
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Revisado: 24/08/2022
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Aceptado: 15/09/2022
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Publicado: 30/09/2022
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Referencia Normalizada: Dorado, A. y De la Fuente I. La gestión constructiva de conflictos en la práctica profesional
del Trabajo Social: aportaciones desde los modelos históricos de mediación. Trabajo Social Hoy 97 (37-53).
doi: 10.12960/TSH 2022.0015
Correspondencia: Ana Dorado Barbé. Departamento de Trabajo Social y Servicios Sociales. Facultad de
Trabajo Social. Universidad Complutense de Madrid. Email: adorad01@ucm.es
TRABAJO SOCIAL HOY 3.er Cuatr. 2022, n.º 97 [37-53] ISSN 1134-0991
DOI: http://dx.doi.org/10.12960/TSH.2022.0015
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1. INTRODUCCIÓN
Desde sus orígenes, el Trabajo Social ha estado asociado a la gestión del conflicto
(Munuera, 2013; 2006). Así, el Trabajo Social aparece históricamente vinculado a la
gestión del conflicto, conformando un binomio inseparable en la identidad profesional
(Dorado et al., 2015a). Dicha identidad, se arraiga en el pasado que permite construir
las primeras identificaciones que originan la profesión y posibilitan el desempeño
del perfil profesional en la sociedad (Agencia Nacional de Evaluación de la Calidad y
Acreditación; ANECA, 2005).
En la misma línea, Dorado et al., (2015b) señalan que si existe una realidad en la
práctica profesional del Trabajo Social es la convivencia habitual con las situaciones de
conflicto. Las y los profesionales del Trabajo Social conforman un soporte profesional de
acompañamiento y apoyo a personas, familias, grupos y comunidades, con realidades
intersectoriales y complejas, en las que el conflicto se presenta como elemento clave
en las relaciones con su entorno. El conflicto inevitablemente forma parte de la vida
de las personas, y en tal sentido, se presenta como incuestionable el protagonismo
que adquiere en las experiencias vitales de las personas con las que se interviene
desde el Trabajo Social. Dichas situaciones de conflicto se tornan habitualmente en
enfrentamientos y malestar que, necesariamente, requieren de profesionales con
competencias adecuadas que faciliten la gestión constructiva de dichos conflictos.
En este sentido, según se indica en el Libro Blanco del Grado en Trabajo Social (ANECA,
2005) a partir de las competencias definidas en el Proyecto Tuning (2003), la “resolución
de problemas”, es la competencia genérica más valorada por el alumnado, egresados/as,
profesionales y profesorado. Sin embargo, a pesar de ser la competencia genérica más
valorada y de aparecer en todos los documentos de referencia elaborados en España
en el proceso de convergencia al Espacio Europeo de Educación Superior (EEES), ello
no significa que las y los profesionales posean competencias para facilitar la gestión de
los conflictos en sus intervenciones profesionales (Dorado, 2014). Las competencias
profesionales son contempladas no solo como conocimientos, habilidades o destrezas
sino también, como la capacidad productiva de la persona que es definida y medida
en términos de desempeño en un contexto laboral, Ibarra (2001). En abstracto, la
competencia es la integración entre el saber, el saber hacer y el saber ser.
Resulta oportuno aportar las consideraciones de Cobb (1996) sobre la externalización
de responsabilidades en el ámbito profesional cuando las competencias de las y los
profesionales resultan insuficientes para facilitar la gestión de los conflictos en los
procesos de intervención social. Se suele atribuir la culpa a las propias personas
usuarias, a la naturaleza del conflicto, a su tipología, a la complejidad de las familias,
pero apenas se realiza ese movimiento reflexivo profesional en relación a la carencia
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aportaciones desde los modelos históricos de mediación
de competencias profesionales para gestionar las situaciones de conflicto. El objetivo
del presente artículo es realizar ese movimiento reflexivo profesional que confiere
protagonismo e identidad a la gestión constructiva de conflictos (GCC) como cuestión
medular en las intervenciones profesionales que se desarrollan desde el Trabajo Social.
2. APROXIMACIÓN A LA GESTIÓN CONSTRUCTIVA DE CONFLICTOS COMO
COMPETENCIA PROFESIONAL EN TRABAJO SOCIAL
El conflicto como elemento inherente de la convivencia ha estado presente en todas
las épocas, civilizaciones y culturas. Vinyamata (2001) señala que en el conflicto
existe un denominador común diacrónico, en todas las épocas y momentos
históricos, y un denominador común sincrónico, es decir, en todas las relaciones
humanas independientemente de culturas y civilizaciones. De esta manera, el
conflicto aparece ubicado en todos los momentos históricos y protagonizado por
todas las personas.
En este sentido es necesario destacar la concepción generalizada del conflicto como
elemento negativo en la convivencia humana. Sin embargo, resulta oportuno considerar
que el conflicto no es bueno ni malo en sí mismo, sino que, a partir de su abordaje o
afrontamiento, sus consecuencias pueden resultar negativas o suponer procesos de
aprendizaje y crecimiento personal.
Por otra parte, Hernández Ramos (2014) considera que existe un enfoque tradicional
del conflicto como disputa o desacuerdo entre dos o más partes y un enfoque
sistémico que profundiza en el vínculo generado entre las personas en conflicto hacia
la búsqueda de un acuerdo satisfactorio. Dicho enfoque sistémico posibilita nuevas
formas de entendimiento para las personas inmersas en situación de conflicto.
En relación con el abordaje o gestión de conflictos aparecen los sistemas alternativos
de resolución de conflictos (ADR) iniciados en Estados Unidos en la década de los
años setenta, influenciado por el movimiento ciudadano norteamericano de lucha a
favor de los derechos civiles (Novel, 2010). Suponen sistemas alternativos a la vía
judicial, con importantes beneficios económicos, emocionales y temporales para las
partes implicadas en situaciones de conflicto. Las ADR permiten a las personas por
sí mismas o con intervención de terceras personas, conseguir acuerdos de manera
participativa en contextos de mayor flexibilidad y en tiempos más breves que en el
sistema judicial (Cerini, 2004).
Entre las alternativas de resolución de conflictos mencionadas, aparece la mediación
como sistema autocompositivo, siendo el sistema que otorga todo el poder a las
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partes en la toma de decisiones. La mediación es un sistema cooperativo de gestión1
y resolución de conflictos que, mediante un proceso no jurisdiccional, voluntario y
confidencial, permite la comunicación entre las partes, posibilitando un escenario donde
compartir sus intereses y buscar acuerdos satisfactorios para ambas partes. Dicho
proceso es facilitado por la persona mediadora, que es una tercera persona imparcial,
neutral, capacitada idóneamente y sin ningún poder de decisión (García Villaluenga,
2006). La persona mediadora no es ni jueza ni negociadora, sino una persona
facilitadora que conduce el proceso, siendo las propias personas las protagonistas en
la gestión de sus diferencias y en la búsqueda de sus acuerdos.
En base a las consideraciones de García-Longoria (2004, 2006), la mediación puede
considerarse en su doble vertiente, como actividad profesional y técnica integrada en la
intervención social, y como acción profesional específica. En este sentido, se realiza una
nueva consideración al respecto. Por una parte, la mediación puede ser contemplada
como un proceso estructurado y definido profesionalmente de manera específica,
para la que evidentemente, se requiere una formación especializada. Sin embargo,
la mediación también puede ser contemplada como un modelo de acercamiento
al conflicto que proporciona importantes premisas teóricas y metodológicas en la
intervención social. Es esta última consideración la que se estima que debe formar
parte de las competencias profesionales de las/os trabajadoras/es sociales en la actual
realidad profesional, por la manera de acercarse, analizar y gestionar los conflictos
derivados de las complejas situaciones de dificultad desde enfoques interseccionales.
En este orden de ideas, Suares (1996) considera igualmente que existen dos maneras
en las cuales la mediación puede ser aplicable, en sentido amplio y en sentido
restringido. Entiende el sentido amplio como los aportes realizados por la mediación
que pueden ser incorporados a cualquier ámbito y por todas aquellas personas que en
su tarea profesional intervengan en situaciones de conflictos.
Por otra parte, se coincide con Rubin (1996) en que la mediación ha suscitado especial
atención en el ámbito de la resolución de problemas, debido a que, si bien es cierto que
su objetivo principal es promover la gestión del conflicto y la búsqueda de acuerdos
satisfactorias para las partes, no es menos cierto que existe otro objetivo encaminado
a mejorar la relación entre las partes (Armadans et al., 2007).
En este sentido, se estima necesario incorporar la mirada mediadora a la práctica
profesional del Trabajo Social ya que posibilita la gestión de los conflictos de las
1 Se utiliza el término gestión en vez de resolución por adecuarse más a una concepción del conflicto como
proceso psicosocial.
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personas con las que se interviene profesionalmente, generando cambios en las
relaciones interpersonales y en la aceptación de las diferencias (Olalde, 2012; Iglesias
Ortuño y Ortuño Muñoz, 2018; Tristante, 2016). Dichos cambios son facilitados a través
de la creación de espacios profesionales de GCC ubicados en la corresponsabilidad,
en el empoderamiento, en el reconocimiento de la otra persona como legítima y en el
aprendizaje social.
El Trabajo Social desde sus orígenes ha contribuido a la promoción del cambio social, a
la resolución de los problemas en las relaciones humana y a la búsqueda de soluciones
encaminadas a mejorar el bienestar social (Jiménez-Suarez, 2019; Munuera, 2013).
Asimismo, gestionar los conflictos desde la profesión incorpora la variable social al
análisis y la gestión del conflicto (Rodón, 2013). Gestionar las diferencias ha sido y es
una constante en los procesos de intervención desarrollados desde el Trabajo Social
(Dorado, 2014).
Resulta oportuno señalar que el Libro Blanco (ANECA, 2005) recoge específicamente
la resolución de problemas como objetivo común de todos los programas formativos
para el ejercicio profesional, así como la función de mediación como función propia
de las y los profesionales del Trabajo Social y como área de intervención profesional.
Asimismo, y en relación con las competencias profesionales, se recoge la mediación
y el manejo del conflicto como competencia general del Título del Grado en Trabajo
Social. Además, la resolución de problemas aparece como competencia transversal o
genérica y la mediación como competencia específica necesaria para la resolución de
conflictos. Cabe destacar que dicha importancia es recogida en todos los Planes de
Estudio de Trabajo Social de la totalidad de las universidades españolas que imparten
el Grado en Trabajo Social (Dorado, 2014).
Resulta evidente, en base al reconocimiento académico señalado, como la GCC
requiere ser ubicada en la práctica profesional como competencia y función profesional.
En tal sentido, en el presente artículo se propone entender la gestión de conflictos
como aquellas actuaciones encaminadas a facilitar escenarios profesionales donde
las personas inmersas en situaciones de conflictos sean capaces de encontrar por
sí mismas respuestas que satisfagan sus necesidades, y que ello les proporcione
un aprendizaje personal y social inserto en formulas cooperativas de gestión de las
diferencias. Como sostiene Castells (2001), la creciente complejidad, diversidad
y dinamismo de la sociedad genera cada vez más divergencias. La capacidad de
gestionarlas se convierte así en un instrumento básico en la búsqueda de la cohesión
social en el contexto de las personas, instituciones y del desarrollo humano en general.
Lo que diferencia a la GCC de la mediación es el abordaje completo e integral de
las situaciones de conflicto mediante el acervo de modelos teóricos, herramientas y
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técnicas procedentes de las Ciencias Sociales (incluyendo la mediación), que permiten a
las y los profesionales del Trabajo Social, intervenir en situaciones de conflicto que resultan
inaccesibles desde el proceso estructurado de la mediación. La mediación no siempre
es suficiente para dar respuesta a todas las situaciones conflictivas. Así, aparecen
limitaciones inherentes a la mediación como proceso estructurado, como restricciones
legislativas, falta de voluntad de las personas en iniciar el proceso, diferencia de situaciones
de poder entre las partes u otras cuestiones. Sin embargo, los conflictos que no pueden
ser gestionados a través de procesos de mediación, existen con muchísima frecuencia en
las intervenciones profesionales que se llevan a cabo desde el Trabajo Social, y que, sin
duda, requieren respuestas y competencias profesionales para gestionarlos. Ante esto,
la GCC aparece como un sistema que incluye la mediación, pero que, al mismo tiempo,
la sobrepasa y supera. Por ello, gestionar los conflictos de manera constructiva tiene que
ver con la propia mediación topando, en ocasiones, con los límites de esta.
La concepción de GCC se asienta en la construcción de escenarios vinculados a partir
de las dimensiones teóricas, prácticas y artísticas2 de la promoción de las relaciones
humanas basadas en la aceptación y el respeto de la otra persona como diferente, y en la
capacidad y el protagonismo de las personas en la gestión de sus conflictos, entendidos
éstos como situaciones de crisis en las interacciones sociales.
Como anteriormente se señalaba, es necesario considerar cómo en Trabajo Social los
conflictos han sido asociados siempre a problemas (Jiménez-Suárez, 2020). Se coincide
con Suares (1996) en que un conflicto no es un problema. Sí que es cierto que, en
ocasiones, los conflictos originan problemas que se pueden resolver, sin embargo, ello no
significa que el conflicto haya sido resuelto ya que las interacciones antagónicas pueden
permanecer. Considerar a los conflictos como procesos, significa que nacen, crecen, se
desarrollan y ocasionalmente pueden desaparecer o permanecer paralizados.
En definitiva, la GCC sería todo intento de aunar disciplinas, técnicas, herramientas
y conocimientos relativas a la gestión de las situaciones de conflicto para lograr el
protagonismo de las personas implicadas en la búsqueda de sus acuerdos y posibilitar
el aprendizaje asertivo y empático en las relaciones humanas. Bajo este proceso,
y como ahora se abordará desde la reconstrucción de los modelos teóricos de la
mediación, la GCC contempla el conflicto como una situación de crisis, pero, también,
de cambio y oportunidad. Esta concepción, precisamente, debería constituir el eje
central de los procesos de intervención en situaciones de conflicto y de las actitudes
de las y los profesionales del Trabajo Social como agentes de cambio social.
2 El término “artístico” en su acepción relativa o perteneciente a las artes, por ende, a la capacidad de crear
escenarios específicos a las situaciones particulares de las personas.
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La gestión constructiva de conflictos en la práctica profesional del Trabajo Social:
aportaciones desde los modelos históricos de mediación
3. RECORRIDO POR LOS MODELOS HISTÓRICOS DE MEDIACIÓN
Al igual que en otros ámbitos de construcción disciplinar, en mediación existen diferentes
modelos que orientan y guían la práctica profesional. Estos modelos se configuran
como mapas teóricos y metodológicos que desarrollan estrategias y técnicas propias
para lograr la consecución de sus objetivos en los procesos de mediación y que se
encuentran en la base de la GCC, como competencia propia del Trabajo Social.
En la actualidad, existe un consenso en considerar la existencia de tres escuelas
fundamentales de mediación (Munuera, 2007). Según Suares (1996), estas escuelas
se concretan en la existencia de tres modelos principales de mediación: el modelo
Harvard (Fisher y Ury 1981), el modelo transformativo (Bush y Folger, 1996) y el modelo
circular-narrativo (Coob, 1996; 2013). Dichos modelos están constituidos en base a su
referente teórico, a los objetivos deseados3 y a la secuencia del proceso de mediación.
Para este acercamiento a los modelos de mediación, desde la GCC resulta adecuado
considerar el continuum que configuran dichos modelos. En uno de los extremos se
ubica el modelo Harvard, con un enfoque tradicional y lineal muy cercano al ámbito
de la negociación y centrado en el acuerdo. En el otro extremo se situaría el modelo
transformativo, con un enfoque circular, próximo al ámbito de la intervención con
objetivos terapéuticos y cuyo interés se centra en las relaciones más que en el acuerdo.
Entre ambos polos se ubica el modelo circular-narrativo, con un enfoque orientado
tanto al logro de acuerdos como a las relaciones interpersonales.
Estos modelos, como señala Giménez (2001), dan cuenta de la diversidad y la unidad
existente en el desarrollo de la mediación. A continuación, se recogen sus principales
aportaciones desde la perspectiva de la GCC en Trabajo Social, líneas de cada
modelo a partir del análisis de los textos de cada uno de los paradigmas y de estudios
posteriores al respecto, y una reflexión en torno a las unidades de análisis del conflicto
que formarían parte de la GCC en Trabajo Social.
3 Los objetivos hacen referencia a los hitos que permiten afirmar que la mediación ha finalizado de manera
exitosa. Existen importantes diferencias en cuanto al concepto de “éxito” de unos modelos a otros, mientras
que para unos se alcanza con el acuerdo, para otros es suficiente con transformar la relación y/o generar
un estilo comunicacional entre los partes que les permita gestionar sus dificultades en el futuro, sin la intervención de un tercero.
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3.1. Modelo Harvard
El modelo Harvard es el primer modelo por orden cronológico, representado por Fisher
y Ury (1981) y creado en sus orígenes para la negociación bilateral en los ámbitos de la
Economía y el Derecho. Considera a la mediación como una negociación colaborativa
asistida por una tercera persona. El conflicto se contempla como un obstáculo para
la satisfacción de los intereses y necesidades humanas, y el objetivo de la mediación
se encuentra en que las partes implicadas trabajen en colaboración para encontrar
acuerdos. Para ello, se efectúa una búsqueda de opciones que beneficien a ambas
partes elegidas a partir de criterios legítimos u objetivos. El rol de la persona mediadora
es controlar la interacción de las partes en el proceso. Aunque el procedimiento es
estructurado, permite flexibilidad para alcanzar sus objetivos y se desarrolla en sesiones
conjuntas y privadas.
El modelo Harvard surgió en la Facultad de Derecho de la Universidad de Harvard como
parte del proyecto Harvard Negotiation Project centrado en la negociación bilateral en
el ámbito del Derecho y la Economía (Fisher et al., 2002). Es decir, pese a su relevancia
e influencia como modelo principal de la mediación (Ripol-Millet, 2011; Díez y Tapia,
1999; Muldoon, 1998; Folger y Jones, 1997), el modelo Harvard no nace como un
sistema propio de mediación, si no que surge como un modelo de negociación, algo
que marcará su desarrollo y forma de entender los conflictos y la gestión de estos.
El modelo Harvard considera cuatro elementos esenciales en la negociación: las
personas, los intereses, las opciones y los criterios (Giménez, 2001). En base a estos
elementos, los objetivos de este modelo son separar a la persona del problema (Fisher
et al., 1996); centrarse en los intereses y no en las posiciones mirando hacia el futuro
(Parkinson, 2005); pasar de las posiciones a las opciones y de las protestas a las
propuestas e incorporar criterios objetivos (Fisher et al., 2002).
Desde este modelo, la mediación es contemplada como una manera de solucionar
conflictos o disputas y su objetivo principal se ubica en conseguir acuerdos que satisfagan
en la mayor medida posible a las partes implicadas. Se mantiene que para conseguir
resolver un conflicto y lograr el acuerdo, el primer paso es separar a la persona del problema.
Con ello, los aspectos objetivos del conflicto adquieren una relevancia fundamental,
llevando a que los aspectos subjetivos, contextuales y relacionales, centrales en otros
modelos de mediación, queden relegados a un segundo plano. ¿Esta perspectiva qué
implica? Supone centrarse en el logro de acuerdos considerados objetivos y racionales,
acelerando la resolución del conflicto desde una consideración lineal de la negociación.
En esta línea de negociación resulta fundamental explicitar los intereses de las partes,
sobre todo aquellos que están ocultos tras las posiciones, que muchas veces bloquean
la negociación y que aparecen como construcciones objetivas.
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El modelo Harvard (Fisher et al., 2002) ha tenido un enorme impacto en el desarrollo
de la mediación al comprender el conflicto como elemento natural en la vida de las
personas, incorporando matices de normalización y efectos colaborativos. Además
de diferenciar las posiciones e intereses, explicitar la búsqueda del interés común y
del beneficio mutuo, poner la mirada en el futuro, o dar relevancia a las dificultades de
comunicación, entre otros aspectos (Guillén de Romero et al., 2021), son cuestiones
presentes en la mayoría de los procesos de mediación. Así, este modelo conforma
una metodología que puede ser aplicada por si sola o como complemento de otros
sistemas de gestión de conflictos. Pese a ello, el modelo Harvard también plantea
algunas limitaciones. Suares (2002) destaca su concepción lineal del conflicto y su
conformación a-contextual, a-histórico e intrapsíquico. Esto es algo que tratará de ser
solventado por otros modelos de mediación, como a continuación de abordará.
3.2. Modelo Transformativo
Se comienza con la consideración que el modelo transformativo no surge como
un modelo complementario al modelo Harvard. Este modelo supone un cambio
de paradigma en el ámbito de la mediación al considerar a la mediación como una
institución con identidad propia, superando su concepción ubicada en una alternativa
de resolución de conflictos (Bush y Folger, 1996). Ahora, el conflicto es considerado
elemento central para lograr el crecimiento de las personas (específicamente, el
crecimiento moral) y la mejora y transformación de las relaciones humanas. Asimismo,
la transformación de la relación aparece como objetivo del proceso de mediación.
El proceso de mediación se concreta en dos dimensiones: la del fortalecimiento del
yo y la de la superación de los límites para relacionarse con las demás personas. Así,
se trata de un enfoque en el que se trabaja alrededor de dos categorías centrales: la
“revalorización” (empowerment)4 y el “reconocimiento”.
La revalorización o empowerment dirige la mirada a la autoestima de las personas
y a su capacidad para afrontar la vida, superando la concepción del empowerment
referida al sujeto al incidir en su carácter relacional (Suares, 1996). Según este
modelo, se alcanza cuando las partes en conflicto logran tener conciencia de su
valía personal y de su capacidad para afrontar las dificultades. Esta revalorización,
4 En la traducción castellana del libro de Bush y Folger (1996) se traduce “empowerment” como revalorización. El traductor de la obra original indica: “en inglés empowerment, revalorización, autorización. El vocablo
utilizado aquí con el sentido adicional de estímulo, infusión de confianza en sí mismo, fortalecimiento. Hemos
tratado de resumir estos significados en el término español revalorización, que representa en todo el libro el
concepto más amplio (Bush y Folger, 1996, p. 16).
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según Bush y Folger (1996) debe desarrollarse en cinco dimensiones: metas
(comprendiendo cuáles son sus verdaderos intereses); alternativas (comprendiendo las
diferentes posibilidades que conducen a conseguir sus metas y su capacidad para elegir
libremente); habilidades (aumentan sus cualidades comunicacionales, organizacionales
y de resolución de conflictos); recursos (autoconocimiento sobre sus capacidades para
resolver su conflicto), y finalmente respecto a la decisión (evaluación de capacidades
propias y de las demás personas que le permite adoptar decisiones consensuadas).
El reconocimiento, por su parte, dirige la mirada a la empatía entre las partes implicadas
tanto a nivel de la situación como de sus cualidades. Así, supone reconocer a la otra
persona como coprotagonista de la situación de conflicto (Suares, 1996). Para Bush
y Folger (1996), el proceso de mediación implica la consideración del reconocimiento,
el deseo de otorgar reconocimiento, otorgar reconocimiento en el pensamiento, pero
también, otorgar reconocimiento verbal y en los actos.
Desde esta perspectiva, la tarea de la persona mediadora es la de orientar y estimular
las capacidades de las personas, facilitando el reconocimiento entre las partes,
reflexionando y analizando las legitimidades en la búsqueda de acuerdos. Todo ello
permite lograr la “ruta transformadora”, que permitirá conseguir el objetivo de la
mediación ubicado en la transformación de la relación. Así, el acuerdo surge como
consecuencia de la transformación de la relación entre las partes.
Como resultado, el modelo transformativo se define como un enfoque relacional e
implica una consideración circular de las situaciones de conflicto, lejos de la vinculación
causa-efecto unidireccional. La aceptación de una/o misma/o y de la otra persona y
comprender las necesidades propias y ajenas como igualmente válidas en situaciones
de conflicto, promueve entornos de reconocimiento y revalorización que facilitan el
logro de acuerdos.
3.3. Modelo circular-narrativo
El modelo circular-narrativo parte de los trabajos y de la práctica profesional de Coob
(2013). Como el modelo anterior, se sostiene sobre la consideración de que el origen
de los conflictos se asienta sobre una circularidad que lo retroalimenta, como se
retroalimenta también de la comunicación que existe entre las partes implicadas en el
proceso de mediación (Morente y Hermoso, 2010).
Desde esta perspectiva, el conflicto es una historia narrada e interpretada de manera
diferente por cada una de las partes. Con ello, se sostiene que la reinterpretación de
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aportaciones desde los modelos históricos de mediación
las narrativas hará posible que el conflicto se perciba de manera diferente y por ello, la
construcción de una historia alternativa a la traída inicialmente por las partes aparece
como el objetivo principal de la mediación.
Este modelo se asienta en diferentes aportaciones teórico-conceptuales (Suares,
1996). En este sentido, la Teoría de la Comunicación (Watzlawick et al., 2002), la Terapia
Familiar Sistémica, las innovaciones epistemológicas de la Cibernética de Segundo
Orden (von Foerster, 2003), los aportes del Construccionismo Social (Gergen, 2007)
o la Teoría posmoderna del significado (White y Epston, 1993) dan forma al modelo
desarrollado por Cobb (2013).
Según Suares (1996), este modelo tiene cuatro elementos esenciales: el aumento
de las diferencias, la legitimación de las personas, los cambios de significados y la
creación de contextos. El primero, el aumento de las diferencias supone el rasgo
distintivo con respecto al modelo Harvard. En el modelo circular-narrativo hay que
hacer que las diferencias se manifiesten, no que desaparezcan. Por ello, este aumento
de las diferencias se materializa en la puesta en común de las motivaciones, intereses,
expectativas y percepciones que configuran la historia y trayectoria de cada una de las
partes implicadas en el proceso de mediación.
La legitimación de las personas constituye uno de los rasgos fundamentales, al tiempo
que es principio y técnica, de la metodología circular-narrativa. Esta legitimación,
asentada en la voluntariedad y el saber hacer de la persona mediadora, se centra en
construir un lugar legítimo dentro de la situación para cada una de las partes implicadas.
Suares (1996) señala que cambiar el significado supone construir una historia alternativa
a la aportada individualmente por cada parte, permitiendo ver el conflicto desde otra
perspectiva. Así, implica la necesidad de entender cómo ven las cosas las otras
personas, que es precisamente donde se sitúa el conflicto, pero también la solución
(Fisher et al., 1996), permitiendo la creación de nuevos contextos para su resolución.
Cobb (2013) también plantea una serie de fases de aplicación del modelo basadas en
el desarrollo de reuniones: pre-reunión para la aclaración del proceso de mediación y
la firma del acuerdo, reunión conjunta entre las partes, reunión individual con cada una
de las partes, reunión interna de reflexión profesional y una nueva reunión conjunta.
De este proceso se deriva la narración de una historia alternativa y la construcción
conjunta del acuerdo. Por ello, el objetivo de este modelo no reside solo en llegar a
acuerdos (modelo Harvard) o en transformar la relación (modelo transformativo) si no
que se basa en la construcción dialogada de la historia alternativa.
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Los modelos revisados, aunque con elementos comunes5, constatan que los ámbitos
de la mediación son variados, como variados son también los escenarios en los
que el conflicto tiene lugar. En este sentido, el ámbito de la intervención del Trabajo
Social constituye un escenario más donde los conflictos definen y orientan la práctica
profesional. Así, si las situaciones de conflicto constituyen eje histórico de la intervención
profesional (Dorado, 2014; Munuera, 2013) y la “resolución de problemas” se configura
como una competencia profesional (ANECA, 2005), incorporar la mirada mediadora
desde la GCC en la profesión constituye un elemento de máxima relevancia.
4. CONCLUSIONES
A partir de lo aportado en el presente artículo, se comienzan las conclusiones con la
consideración que la GCC constituye una tarea inherente del Trabajo Social y, por ello, se
requieren profesionales con competencias adecuadas en los contextos de intervención
propios de la profesión. Dichos contextos son diversos, como variados son los entornos
donde se generan los conflictos. Así en contextos familiares, educativos, sanitarios,
penitenciarios o judiciales, entre otros, los conflictos aparecen habitualmente y las y los
profesionales del Trabajo Social interactúan como agentes sociales de cambio.
Se coincide con Aranguren (2011) cuando refiere que ninguna profesión conoce en
mayor profundidad empírica el ámbito de la gestión de los conflictos. La promoción de
la paz como actuación colectiva e individual, saber gestionar las situaciones conflictivas
y propiciar entornos profesionales creativos y pacíficos, deben ser espacios facilitados
desde el Trabajo Social.
A este respecto, existe el reconocimiento a la resolución de problemas como función
inherente a la profesión y a la mediación como área de intervención profesional propia en
todos los documentos de referencia elaborados en España en el proceso de convergencia
al Espacio Europeo de Educación Superior (EEES). Asimismo, es preciso señalar que
en todos los Planes de Estudio de las universidades españolas aparece la resolución de
problemas en la formulación de objetivos y en las competencias a adquirir en el Grado en
Trabajo Social, aunque la respuesta formativa no ofrezca formación obligatoria al respecto.
Sin embargo, que habitualmente las y los profesionales del Trabajo Social intervengan
en situaciones de conflicto no asegura que estén capacitadas/os para ello. En este
sentido, y vinculado al proceso de reflexión profesional anteriormente expuesto, resulta
5 Los modelos considerados comparten una serie de elementos comunes. Así, la creación de un espacio
de confianza y colaboración, la necesidad de contextualizar el conflicto, la legitimación y reconocimiento, y la
búsqueda de interés común, constituyen ejes transversales de los tres modelos desarrollados.
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aportaciones desde los modelos históricos de mediación
indispensable incidir en la importancia que tiene la formación en el Grado en Trabajo
Social para la adquisición de las competencias que capaciten al alumnado para
desarrollar intervenciones insertas en los modelos pacíficos de gestión de conflictos.
Howe (1999) ya señalaba como el intuicionismo conlleva una cultura paralizante en la
profesión y ello es, ciertamente aplicable al contexto referido.
La incorporación de la GCC al Trabajo Social supone la creación de espacios profesionales
facilitadores de la gestión de los conflictos en los contextos de intervención social. La
GCC que debe formar parte de las competencias profesionales es contemplada como
el conjunto de acciones profesionales posibilitadoras de la creación de escenarios de
intervención basados en la utilización de métodos cooperativos y pacíficos de gestión
de conflictos que faciliten que las personas manejen sus propias diferencias desde una
perspectiva de aprendizaje, desarrollo y crecimiento personal.
Entendiendo así la GCC, los principios de empoderamiento y autodeterminación,
esenciales para la construcción de la relación de ayuda, se sitúan en una primera línea
de atención. De hecho, desde este punto de vista, la incorporación de la GCC al Trabajo
Social y a su práctica profesional supone aunar diferentes teorías, herramientas y técnicas
que permitan dar protagonismo a las relaciones humanas favoreciendo su crecimiento
al contemplar los conflictos como oportunidades para el cambio y el desarrollo de las
relaciones humanas. Esta cuestión tiene especial relevancia en la actualidad, ya que la
complejidad y el dinamismo de las sociedades del siglo XXI requiere de profesionales del
Trabajo Social capaces de gestionar los conflictos de las personas usuarias desde una
mirada constructiva. Siendo así, la GCC se debe constituir uno de los ejes en torno a los
cuales pivote la acción profesional de las trabajadoras y de los trabajadores sociales.
La incorporación de la GCC en la práctica del Trabajo Social, como se ha referido, se
asienta en gran parte en la mirada mediadora, a partir del desarrollo de tres principales
modelos de mediación. Estos modelos, aunque pueden parecer enfrentados, son en
realidad diferentes maneras de acercarse a las situaciones de conflicto y no deben ser
contemplados como compartimentos estancos. Ante la complejidad social referida no
existen recetas únicas, sino que su revisión conjunta permite tomar en cuenta el valor de
cada una de las aportaciones y su variedad para adaptarse a las diferentes situaciones
de conflicto. Ciertamente, existe un enfoque enmarcado en la resolución de problemas
y orientado hacia el acuerdo que, sin duda, facilita llegar a pactos satisfactorios para
las partes. Sin embargo, existen igualmente enfoques, como el transformador o el
circular-narrativo, cuyo objetivo no reside en el logro de acuerdos, centrándose, como
se ha visto, en los aspectos relacionales vinculados al conflicto.
En este sentido, para la incorporación de la GCC en el Trabajo Social, aunque no
de manera exclusiva, el modelo transformativo tiene una relevancia fundamental
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al considerar que el proceso de mediación contiene un potencial específico de
transformación de las personas en el proceso de acompañarlas en situaciones
relacionales conflictivas. Precisamente, es esta capacidad transformadora de la
mediación la que supone una oportunidad para el desarrollo en la intervención
profesional del Trabajo Social en su acepción de “modelo” o “mirada mediadora”. Ello
supone, no solo una oportunidad para las propias personas implicadas en situaciones
de conflicto, sino también, construir a través de ellas y sus entornos familiares, sociales
y comunitarios, un progresivo cambio social ubicado en los principios de la cultura de
paz y en el fomento de una ciudadanía responsable y comprometida con los valores
propios de la justicia social.
En la actual realidad social, resulta incuestionable la necesidad de repensar la importancia
del fomento de la cultura de paz a través de sistemas de gestión de conflictos que
operen desde el paradigma de métodos pacíficos desde el Trabajo Social. Se trata de
un eje fundamental para promover el cambio y el desarrollo social, la cohesión social y,
sobre todo, el fortalecimiento y la liberación de las personas (Federación Internacional
de Trabajo Social y la Asociación Internacional de Escuelas de Trabajo Social, 2014).
Se concluye constatando el protagonismo que tienen los contextos formativos
universitarios en la adquisición de las competencias de GCC para las futuras y futuros
profesionales del Trabajo Social y la necesidad, por tanto, de desarrollar contenidos
curriculares que procuren una formación adecuada al respecto.
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