MAN
TVA
2024
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Título: Revista MANTVA Nº 6. Año 2024.
Dirección: Rebeca Lenguazco González
Coordinador Editorial: Iván Jaramillo Fernández
Secretaría: Catalina Galán Saulnier
Consejo de Redacción: Olga Sánchez Girón; David Antonio Parra Martín; Susana Rodrigues Cosme; Paulo Soares
Felix
Consejo Asesor: Alfredo Mederos Martín (Universidad Autónoma de Madrid); Isabel Rubio de Miguel (Universidad
Autónoma de Madrid); Fernando Molina González (Universidad de Granada); Francisco Contreras Cortés (Universidad
de Granada); Trinidad Nájera Colino (Universidad de Granada); Ana María Niveau-de-Villedary y Mariñas
(Universidad de Cádiz); María Cristina Fernández-Laso (Universidad Complutense de Madrid); Elisa de Sousa
(Universidad de Lisboa); João Muralha Cardoso (Universidad de Coimbra); Dirk Brandherm (Universidad de Queen);
Mar Zarzalejos Prieto (Universidad Nacional de Educación a Distancia); Virginia García Entero (Universidad Nacional
de Educación a Distancia); Yolanda Peña Cervantes (Universidad Nacional de Educación a Distancia); Sandra
Azcárraga (Ayuntamiento de Madrid); Rebeca Rubio Rivera (Universidad de Castilla la Mancha); Miguel Ángel Valero
(Universidad de Castilla la Mancha); Javier Andreu Pintado (Universidad de Navarra); Jesús Bermejo Tirado
(Universidad Carlos III); Filomena Barata (Museo Arqueológico Nacional de Lisboa); João Pimenta (Centro de Estudos
Arqueológicos de Vila Franca de Xira – CEAX); Carlos Fabião (Universidad de Lisboa); José Carlos Quaresma
(Universidad Nueva de Lisboa); Francesca Diosono (Universidad de Munich); Carla Corti (Universidad de Verona);
Luis Carlos Juan Tovar (Sociedad de Estudios de la Cerámica Antigua en Hispania); Luis Caballero Zoreda (CSIC –
jubilado-); Fernando Valdés (Universidad Autónoma de Madrid); Manuel Retuerce Velasco (Universidad Complutense
de Madrid); Fátima Martín Escudero (Universidad Complutense de Madrid); Guillermo García Contreras (Universidad
de Granada); José Avelino Gutiérrez (Universidad de Oviedo); Sergio Vidal Álvarez (Museo Arqueológico Nacional
de Madrid); Sergio Escribano-Ruiz (Universidad de País Vasco); Alfonso Vigil-Escalera (Universidad de Salamanca);
Armando González Martín (Universidad Autónoma de Madrid); Rosario García Giménez (Universidad Autónoma de
Madrid); Concepción Camarero Bullón (Universidad Autónoma de Madrid)
Edición:
Rebeca Lenguazco González
Iván Jaramillo Fernández
info@arkatros.com
© 2024 de la edición: Rebeca Lenguazco González e Iván Jaramillo Fernández
© 2024 de los textos: sus autores
© 2024 de la documentación gráfica: sus autores
ISSN 2695-5423
Todos los derechos reservados.
Prohibida la reproducción total o parcial de esta revista, por cualquier forma, medio o procedimiento, sin el permiso
previo y por escrito de los titulares del copyright. La infracción de los derechos mencionados puede ser constitutiva
de delito contra la propiedad intelectual.
SUMARIO
3-16
CÓMO RESOLVER UN DILEMA: PRESERVACIÓN Y CONSERVACIÓN
Oscar Cambra-Moo, Hugo Martín-Abad, Josefina Rascón Pérez, Catalina Galán Saulnier y
Armando González Martín
17-30
DESENTERRANDO LA PUBERTAD Y ADOLESCENCIA EN LA PREHISTORIA: UNA
PERSPECTIVA ARQUEOBIOLÓGICA
Danielle M. Doe, Oscar Cambra-Moo y Armando González Martín
31-53
ARQUEOLOGÍA, PREHISTORIA Y BRONCE DE LA MANCHA: no todo vale
Catalina Galán Saulnier y José Lorenzo Sánchez Meseguer
54-68
ALFARERÍA DE ÉPOCA ALTO IMPERIAL EN AUGUSTA EMERITA (MÉRIDA,
BADAJOZ). LAS CERÁMICAS FINAS
José Manuel Jerez Linde
69-94
INTERVENCIÓN ARQUEOLÓGICA EN LA ANTIGUA IGLESIA DE SANTA MARÍA DE
LA ALMUDENA (MADRID). NUEVOS DATOS ARQUEOLÓGICOS
Iván Jaramillo Fernández y Rebeca Lenguazco González
CÓMO RESOLVER UN DILEMA: PRESERVACIÓN Y
CONSERVACIÓN
SOLVING A DILEMMA: PRESERVATION AND CONSERVATION
Oscar CAMBRA-MOO 1
Hugo MARTÍN-ABAD 2
Josefina RASCÓN PÉREZ3
Catalina GALAN SAULNIER4
Armando GONZÁLEZ MARTÍN5
Resumen
La Tafonomía moderna tiene como objetivo el estudio de la degradación en toda su extensión, desde la
simple observación de la descomposición de la materia orgánica, hasta el análisis de cualquier material
degradado o alterado en un ecosistema. Este nuevo paradigma transdisciplinar, que emerge de la evolución de una Tafonomía dedicada al estudio de fósiles o restos preservados en general, hace que podamos
reconocer el momento actual como idóneo para resolver el dilema de la utilización de los términos
“preservación” y “conservación”. Durante años, idiomas como el nuestro y otros de origen compartido,
han utilizado ambos términos indistintamente o incluso como sinónimos, eso sí, siempre guiados por la
batuta de la disciplina científica que lidere cada investigación. Ecología, paleontología, arqueología, o
incluso las ciencias de los materiales, de los alimentos o la medicina, manejan ambos conceptos con
significados sustancialmente diferentes. El presente trabajo, al amparo de una tafonomía de vanguardia,
pretende proyectar algo de luz sobre este intrincado dilema, tratando de aclarar y redefinir ambos conceptos, e intentando proponer alternativas a las inercias adquiridas en su uso durante años.
Palabras clave: Degradación, Descomposición, Dinámica cadavérica, Restos preservado, Restos conservados, Transdisciplinariedad, Tafonomía.
Abstract
Taphonomy aims the study of degradation, from the simple observation of the organic matter decomposition to the analysis of any degraded or altered material in an ecosystem. This new transdisciplinary
paradigm, which emerges from the evolution from a Taphonomy focused on the study of fossils or
preserved remains in general, means that we can recognize the current moment as ideal to solve the
dilemma of the use of the terms preservation and conservation. For years, languages like ours and some
others of shared origin have used both terms interchangeably or even as synonyms, always guided by
the baton of the scientific discipline that takes the lead in each investigation. Ecology, paleontology,
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Laboratorio de Poblaciones del Pasado (LAPP). Facultad de Ciencias, Departamento de Biología. Universidad Autónoma de
Madrid (UAM). (0000-0001-7730-3294).
2 Unidad de Paleontología y Centro para la Integración en Paleobiología (CIPB). Facultad de Ciencias, Departamento de Biología. Universidad Autónoma de Madrid (UAM). (0000-0001-9283-8203).
3 Laboratorio de Poblaciones del Pasado (LAPP). Facultad de Ciencias, Departamento de Biología. Universidad Autónoma de
Madrid (UAM). (0000-0001-9125-8928).
4 Departamento de Prehistoria y Arqueología, Facultad de Filosofía y Letras, Universidad Autónoma de Madrid (UAM). Centro
de Estudios Calatravos. C/ Santa Engracia, 128, 7ºA. 28003. Madrid. (0000-0002-1141-6568).
5 Laboratorio de Poblaciones del Pasado (LAPP). Facultad de Ciencias, Departamento de Biología. Universidad Autónoma de
Madrid (UAM). (0000-0001-9216-1220).
Recibido: 31-05-2024; aceptado: 07-06-2024
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archaeology, or even the sciences of materials, food or medicine, handle both concepts with substantially
different meanings. The present work, under the paradigm of a cutting-edge taphonomy, aims to shed
some light on this intricate dilemma, trying to clarify and redefine both concepts, and trying to propose
alternatives to the inertias acquired on their use over the years.
Keywords: Decomposition, Cadaveric dynamics, Preserved remains, Conserved remains, Transdisciplinarity, Taphonomy.
1. Degradación y descomposición
La degradación es el proceso natural de carácter universal por el que la materia se degrada y descompone. Interviene sobre la estructura y composición de todo lo que existe y sus
efectos se ordenan en función de las variaciones ambientales y ecológicas de nuestro planeta
(Zhang et al., 2008). En el caso de los seres vivos, en la mayoría de las ocasiones, la degradación
cursa con la descomposición de sus tejidos de manera irreversible una vez que se pierde la
condición de vivo, es decir, se muere. Ese cambio de estado, a priori simple, desencadena una
secuencia de eventos, lo que llamamos dinámica cadavérica, que, aunque pueden describirse
como un relato lineal sencillo, es en realidad una historia compleja. Tanto es así, que ha sido
necesario el nacimiento de una disciplina científica, la Tafonomía, y más de ochenta años de
desarrollo de ésta, para poder crear una extensa red de trabajo inter y multidisciplinar con la
que comenzar a comprenderla (Cambra-Moo et al., 2024).
La universalidad de la degradación nos ha permitido entender que la muerte no es tan
sólo un estado de la materia (“estar muerto”), sino que también es un proceso, y, además, es un
proceso biológico. Esto, que aparentemente podría parecer una incoherencia, no lo es en absoluto, pues la mayoría de las investigaciones desarrolladas por la Biología a lo largo de la historia
se han realizado estudiando organismos muertos (cadáveres) para conocer a los organismos
vivos. En este sentido, las aproximaciones pioneras desarrolladas por Johannes Weigelt (19271989), cuyo interés era interpretar lo que observaba al estudiar diferentes fósiles, le llevaron a
buscar la “similitud” de escenas naturales, cadáveres o carcasas en descomposición, que se asemejaran a lo que él pretendía estudiar. Con el tiempo, la aproximación empírica de Weigelt se
convirtió, en manos de otros investigadores, en visitas sistemáticas en las que observar de manera detallada el desarrollo de las fases del proceso de descomposición (Reed, 1958, Payne,
1965, Coe, 1978, Goff, 2000).
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Con el transcurso del s. XX comienza el desarrollo de experimentos en condiciones
controladas, en los que se utilizan diferentes grupos de animales sometidos a descomposición
en ambientes y circunstancias también diferentes, e incluso se llega a experimentar con cadáveres humanos (Bass y Jefferson, 2003). En la actualidad, la experimentación actualista, subdisciplina de la Tafonomía denominada Actuotafonomía (del término Aktuopaläntologie propuesto por Richter, 1928), ha logrado recopilar una importante cantidad de evidencias experimentales. En estos momentos disponemos de un conocimiento relativamente amplio de cómo
suceden la muerte y la descomposición de los organismos en diferentes ambientes, y no sólo se
ha conseguido describir el proceso de manera cualitativa, sino que también se ha logrado extraer
gran cantidad de datos cuantitativos, lo que ha permitido conocer en profundidad cómo funciona el ecosistema cadavérico y cómo sucede la dinámica cadavérica.
Porque efectivamente, uno de los grandes logros de la Actuotafonomía es evidenciar
que un cadáver es un ecosistema, o al menos que es una parte del gran ecosistema saprófito
controlado por los factores denominados tanáticos (relativos al proceso de muerte). Estos factores pueden ser intrínsecos (tamaño de un organismo, su peso, la piel, su vestimenta, heridas
o traumas, o el consumo de drogas), o extrínsecos (temperatura, accesibilidad para insectos y/o
carroñeros, profundidad de enterramiento, humedad, lluvia, estacionalidad), y ambos modulan
el tempo y modo de la degradación (Garland y Janaway 1989, Gordon y Buikstra 1981, Henderson 1987, Micozzi 1991). A todo esto, tendríamos que sumar el recientemente definido necrobioma, conjunto de comunidades de microorganismos que se autoorganizan y cooperan para
el aprovechamiento de las sustancias en las que un organismo se descompone (Burchman et al.,
2024). En este revelador trabajo, los autores plantean que este necrobioma juega un papel fundamental en la regulación global del proceso de descomposición.
Pero la degradación no es infalible. Existen mecanismos o procesos que pueden inhibirla
en gran medida o al menos ralentizarla o minimizar sus efectos. Estos mecanismos, no sólo han
sido acicate de grandes avances científicos y tecnológicos, sino también, una importantísima
fuente de inspiración para diferentes culturas a lo largo del tiempo. Incluso han sido el principal
estimulo de multitud de intentos de escapar de la muerte y alcanzar de alguna manera la “inmortalidad”. La deshidratación, el enmantecado, la salazón, el ahumado, la congelación, la fermentación o la momificación (Zeuthen y Bøgh-Sørensen, 2003) inhiben en gran medida la putrefacción y por ende la descomposición. No es que se pueda alcanzar la inmortalidad ni mucho
menos, pero, si miramos a la cara al hombre de Tollund (Nielsen et al., 2021), podría surgir
alguna duda, ¿o no?
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2. El dilema entre Preservación y Conservación
Pero, como imaginarán las lectoras y lectores, evitar que algo se degrade o se descomponga, no es tarea sencilla. Si no que le pregunten a quien controla la urna de criogenización
donde, según habladurías populares, mantienen el cuerpo incorrupto de Walt Disney. Seguro
que la sala donde se encuentra la susodicha urna está provista de varios generadores de emergencia interconectados para evitar que un simple apagón llegue a malograr o echar a perder al
erudito.
Si buscamos un poco de información sobre este bulo popular, veremos que lo realmente
llamativo, al menos para nosotros, no es en sí la posibilidad de que el cineasta haya sido criogenizado, o inclusive conocer cómo se controla la máquina que lo contiene, sino la propia definición que se utiliza para describir un proceso todavía en las lindes entre la ciencia y la pseudociencia.
La criónica (del griego κρύος [kryos] que significa "frío", "helado", "gélido") o criogenización es la preservación de seres vivos a bajas temperaturas (criopreservación), cuando
la medicina actual ya no puede hacer nada por ellos. Así, estas personas se conservarán hasta
que haya nuevas formas de tratarlos médicamente y revivirlos. (Wikipedia, 2024)
Suena un tanto extraño que la criónica o criogenización se defina como el proceso de
preservación de personas para que se conserven, claro está que esto lo decimos a sabiendas de
que la conservación es un proceso vinculado a la degradación pero que se diferencia de la preservación. Normalmente, en nuestro idioma diríamos que al cineasta lo tenemos conservado en
una urna de criogenización, pero a nosotros nos surge la duda de si no deberíamos decir que lo
tenemos preservado, ya que la preservación es la acción (o proceso) a la cual se le somete, según
se esgrime en la propia definición. Creemos que con este ejemplo ya se pueden hacer una idea
mucho más realista sobre cuál es el dilema al que hacemos referencia en el título de este epígrafe
y en el trabajo.
La palabra preservación tiene su origen en el latín y deriva de la conjunción del prefijo
Prae- y el verbo Servō (Glare, 2012). Este término se refiere a la acción en la que, ya sean
agentes abióticos (i.e., condiciones ambientales del medio) o bióticos (entre los cuales nos podemos incluir a nosotros mismos), intervienen para proteger o salvaguardar las características
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originales de algo (en el caso citado de criogenización, una persona) de manera que éstas permanezcan en el tiempo (Cambra-Moo et al., 2024). El dilema se puede ilustrar con un ejemplo
cotidiano, cuando recogemos un melocotón maduro de un árbol y lo metemos en un recipiente
con ciertas sustancias (e.g., almíbar) estamos intentando que mantenga inalteradas sus propiedades el máximo tiempo posible, o al menos, que la transformación que sufra durante su estancia en el envase, no resulte dañina y pueda consumirse. En nuestro idioma denominamos este
producto una conserva, pero si consultamos un diccionario de inglés, veremos que comúnmente
se refieren a este tipo de preparados como preserves (Merriam Webster Dictionary, 2024). Es
más, si nos fijamos en el etiquetado que se da a este tipo de productos, veremos que se indican,
además de los ingredientes del contenido, las recomendaciones a seguir para su conservación
una vez abierto (Fig. 1). Entonces, si hay que seguir ciertas recomendaciones para conservar
una conserva una vez abierta, ¿no debería entonces nombrar de manera diferente al primer proceso donde se trata de mantener las condiciones originales del melocotón? Evidentemente sería
Fig. 1. Etiquetado habitual del embalaje de un producto comercial de conserva. En el mismo podemos visualizar los ingredientes, la composición del contenido y las recomendaciones de conservación para el producto una vez abierto.
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mucho más sencillo denominarlo proceso de preservación de fruta (cambiando conserva por
“preserva”), para que una vez abierto, podamos seguir las indicaciones para su correcta conservación, es decir, mantener el envase refrigerado y con el líquido en el que se presenta. Denominar ambos como procesos de “conservación” contribuye a agrandar aún más el dilema en
discusión. Planteemos un ejemplo más relacionado con nuestra área de trabajo, es decir, con el
estudio de los restos de las poblaciones del pasado. Al estudiar una momia humana, debemos
retrotraernos en el tiempo, ya que en origen una momia es el cuerpo de una persona que intencionada o naturalmente se preserva con gran detalle. Cuando la recuperamos de un yacimiento,
nuestro afán por estudiarla en profundidad implica extraerla del depósito donde ha permanecido
estable durante un largo periodo, lo que provoca, queramos o no, que la momia comience a
alterarse de manera acelerada (Duday, 1997). Es entonces cuando, ante el riesgo de deterioro,
la volvemos a introducir en un contenedor donde las condiciones ambientales se mantengan lo
más estables posible. Nos preguntamos entonces, ¿en qué se diferencia una momia de lo que
nosotros denominamos conserva de alimento? ¿Es una momia una conserva de ser humano?
Pues en nuestro idioma podríamos decir que sí, pero si repensásemos el argumento del razonamiento, nos daríamos cuenta de que en la cartela explicativa donde se exhibe la momia deberíamos poner algo como, por ejemplo, “restos humanos preservados por momificación que, tras
su excavación y estudio, se conservan en condiciones controladas”.
La conservación, por tanto, al contrario que la preservación, no podrá producirse de
manera natural y siempre estará vinculada a la intervención casual o no del ser humano (Cambra-Moo et al., 2024). Su origen etimológico es similar al de preservación, se configura igualmente con el verbo Servō (Glare, 2012), pero se acompaña del prefijo con- que indica simultaneidad, es decir, la conservación acompañaría a lo ya trasformado mientras que la preservación
trataría de evitar esa transformación.
La conservación, estudiada por la disciplina homónima de extraordinario desarrollo durante el siglo XX en torno al control y cuidado del patrimonio natural y cultural (Borghoff et
al., 2003; May y Jones, 2006; Madariaga, 2021), se identificará entonces con las acciones realizadas sobre los materiales preservados (Dachs, 1984), donde se trata de evitar su degradación
de manera preventiva controlando simplemente sus condiciones ambientales o, de manera activa (mecánica o químicamente) para favorecer su conservación. En algunas ocasiones, simplemente cubrir el material podrían incluso conservarlo mejor que si intervenimos sobre su estructura o composición. Incluso aun habiendo intervenido en favor de su conservación, el simple
hecho de mantener un material durante décadas en los fondos de colecciones de un museo
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también puede generar cambios en los materiales (llamados telediagenéticos, Fernández-López
y Fernández-Jalvo, 2002), y éstos no siempre van a favor de la perdurabilidad de los objetos en
ese caso mal conservados.
El dilema entre preservación y conservación se complica si indagamos en las
diferentes disciplinas que configuran el orbe científico, porque aumentan las diferencias en el
uso de los términos. De hecho, en la actualidad existe una compleja maraña de usos de ambos
términos en diferentes idiomas y disciplinas (Cambra-Moo et al., 2024). Por ejemplo, en ecología, preservar es salvar “de”, y en este sentido, se utiliza el término preservación para hablar
de salvar una especie de su extinción. Por el contrario, conservar se refiere a mantener reservas
de recursos naturales lo más disponibles posibles para que puedan ser utilizados posteriormente.
Es decir, para la ecología, la conservación sería salvar o mantener “para”, siempre con un interés
ciertamente economicista o productivo de fondo (Passmore, 1974). Dicho de otra forma, para
la ecología el término conservación tiene connotaciones específicas, que no son contrarias a su
propio significado.
3. La solución de la Tafonomía
Si queremos resolver el dilema entre ambos conceptos debemos viajar en el tiempo hasta
1940, momento en el que el paleontólogo Iván Antónovich Yefrémov que nos permitirán sino
resolver el dilema, al menos alcanzar un consenso.
Efremov puso en marcha una disciplina científica que estudia las modificaciones o alteraciones que se evidencian en los restos preservados (Efremov, 1940), es decir, las señales
que imprime la degradación o la descomposición a lo largo del tiempo. Esta disciplina, la Tafonomía, se inició describiendo todo tipo de transformaciones identificadas en los restos de
organismos, principalmente del registro paleontológico, pero también en las experiencias actualistas o actuotafonómicas. Localización, orientación, dirección, inclinación, desarticulación,
solapamiento, fragmentación, completitud y calidad de la preservación son algunas de las señales estudiadas minuciosamente por una enorme cantidad de trabajos de investigación a los
largo del s. XX en los que se trataba de relacionar posibles eventos de transformación tafonómica con sus agentes causantes o con los factores que intervienen en su regulación (Behrensmeyer y Hill, 1980, Brain, 1981, Cambra-Moo y Buscalioni 2003, Shipman, 1981, Lyman,
1994, Buikstra y Ubelaker, 1994, Stojanowski et al., 2002, D’Angelo del Campo et al., 2017,
Rascón Pérez et al., 2011). En la actualidad, la Tafonomía, ya no se centra exclusivamente en
ser meramente descriptiva, sino que también se concibe como un espacio de encuentro de
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carácter transdisciplinar desde el que plantear, experimentar y proponer todo tipo de hipótesis
relacionadas con la degradación en general, ya sean referidas a ecosistemas extintos, actuales o
futuros (Cambra-Moo et al., 2024).
¿Cómo resuelve entonces el dilema la Tafonomía? Pues comencemos por proponer algunos principios básicos o elementales:
•
Primer principio: el descubrimiento de un resto de origen biológico en un yacimiento es la
prueba física de la existencia de una entidad biológica que ha sido transformada desde un
estado (forma y estructura) original y que pertenece a un determinado registro de entidades
(paleontológico, arqueológico).
•
Segundo principio: el descubrimiento de un resto de origen biológico en un yacimiento
suele ir acompañado del descubrimiento de muchos otros restos, de distinta índole y cuyas
características “hablarán”, en su conjunto, de su transformación tafonómica y del depósito
que las contiene.
•
Tercer principio: es imprescindible recuperar la mayor parte posible de los restos de origen
biológico de cada yacimiento, aunque estén muy fragmentados o alterados; de otra forma,
estaríamos sesgando a priori cualquier inferencia ulterior sobre el material recuperado (Rascón Pérez et al., 2011).
•
Cuarto principio: el estudio de los restos preservados debe hacerse al amparo de la colaboración científica transdisciplinar. Cuántas más disciplinas científicas intervengan en el estudio de esos materiales, más enriquecedor será el proceso de investigación y podremos
llegar a extraer el máximo de información de cada resto e incluso del depósito en el que los
hemos encontrado (González Martín et al., 2021).
•
Quinto principio: Aquellos restos que aparentemente están bien preservados macroscópicamente no tienen por qué estarlo microscópicamente y viceversa (Cambra-Moo et al., 2014).
Asumidos estos principios elementales, se construye el paradigma de pensamiento tafo-
nómico actual centrado en el análisis de los restos que recuperamos en los yacimientos como
prueba del tránsito de “información” entre la biosfera y la litosfera (Cambra-Moo et al., 2024).
Estudiando las señales inscritas en los mismos (cualquier tipo de marca sea cual sea su origen),
podremos reconstruir o simular no sólo retrospectivamente sino también prospectivamente su
transformación tafonómica, proceso que ha podido o puede favorecer su preservación. De la
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misma manera, estos mismos principios nos permitirán ordenar las fases de esa transformación
al mismo tiempo que identificamos los eventos, agentes y factores que la modulan (Fig. 2).
Fig. 2. Diagrama temporal de la transformación tafonómica regulada por los procesos de preservación y conservación. Cada evento en el tránsito de la información biológica de la biosfera a la litosfera (a priori sometida
a la transformación por parte de la descomposición), genera información tafonómica regulada por factores relacionados con el ambiente deposicional, pero también con la praxis de excavación y el almacenamiento y estudio posterior.
Toda materia ve modificada su composición y/o estructura en mayor o menor medida
con el paso del tiempo, ya sea tras su muerte (en el caso de organismos biológicos) o cuando
deje de ser utilizada (una construcción o un objeto fabricado). Si tomamos como ejemplo al
individuo (entidad biológica), éste, debido a su actividad en vida o al morirse, genera una serie
de señales o restos (producción biogénica), que pueden potencialmente llegar a formar parte
del registro paleontológico o arqueológico. El propio individuo, como organismo compuesto
por tejidos biológicos, ve sometidas sus estructuras y la composición de éstas a la dinámica
cadavérica y, de esta manera, la información biológica que contiene comienza a verse comprometida. A medida que la descomposición progresa, y si nada lo impide, llegará a degradarse
por completo; todo depende en definitiva de las condiciones del medio y del tiempo.
En este sentido, algo tan sencillo como el enterramiento podría ayudar a proteger en
gran medida esa información y evitar que se pierda, pero el propio enterramiento, es decir, su
inclusión en el sedimento provoca también cambios (diagenéticos) mediados por factores anatáxicos (relacionados con los procesos de erosión) que regularán esta parte del proceso de transformación tafonómica. La fase diagenética, a diferencia de la bioestratinómica (en la que actúan
factores pertotáxicos relacionados con lo que sucede antes del enterramiento definitivo), puede
llegar a suponer el completo reemplazo de la información biológica por información
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tafonómica. Y aunque la propia forma del organismo original pueda permanecer intacta, es
posible que la composición molecular de sus estructuras sea completamente reemplazada o replicada por sustancias con afinad química. Durante este periodo es también muy probable que
no exista la quietud absoluta aun estando enterrado, pues no es extraño que se sucedan eventos
de resedimentación y reelaboración (Fernández-López, 2000).
Si llegado este momento, el material biológico mantiene cierta integridad original, hablaremos entonces de una entidad preservada y registrada (Fig. 2). Llamamos restos preservados a la colección de los restos que se recuperan en un yacimiento. Podremos distinguir dos
tipos de restos:
•
Directos, es decir, aquellos que corresponden a tejidos propios de los organismos. En este
caso hablaremos de preservación de tipo duripártica si únicamente perduran tejidos biomineralizados (huesos, dientes, escamas, conchas); en el caso de que se mantengan tejidos
blandos o estructuras lábiles, podríamos estar ante preservación por permineralización (o
petrificación), carbonificación o replicación autogénica (o cementación) (Schopf, 1975).
•
Indirectos, es decir, los que constituyen evidencias de la actividad de los individuos que
configuran la población (e.g., evidencias de su actividad biológica como coprolitos o cáscaras de huevo, o de actividad de manufacturación, como utensilios).
Sólo faltaría entonces que la entidad preservada y registrada fuese descubierta y recu-
perada en una excavación, porque será entonces cuando los factores sulégicos, término referido
a la influencia de la propia praxis de excavación, serán los protagonistas. Aquí podríamos aplicar algunos de los principios que mencionábamos anteriormente, pues cuanto más completa sea
la colección recuperada y mejor entrenado esté el equipo que la excave, más probabilidades
tendremos de éxito en nuestra ulterior investigación. Finalmente, la entidad obtenida pasaría a
formar parte de alguna colección donde, como decíamos anteriormente, ya sea de manera preventiva o activa se tratará de conservar adecuadamente. Esta fase del proceso tafonómico se le
denomina telediagénesis y a los factores que la regulan, tréficos (relacionados con las condiciones de conservación) (Marín Monfort et al., 2018). La estabilización alcanzada tras el proceso de conservación será crucial para el desarrollo de las investigaciones que se hagan sobre
el material preservado/registrado.
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4. Conclusión
A pesar de la complejidad asociada a la utilización de los términos preservación y conservación, la Tafonomía nos permite redefinir ambos conceptos como procesos relacionados y
vinculados a la transformación degradativa de las entidades físicas a lo largo del tiempo.
Cuando el proceso actúa potenciando el mantenimiento del máximo de información original
evitando que ésta se destruya, hablaremos de preservación. Cuando el proceso actúa evitando
que algo que ya está transformado siga degradándose, hablaremos de conservación. Ambos
procesos de manera coordinada serán en última instancia los responsables del paso de la información biológica desde la biosfera a la litosfera, generando como resultado de los mismos entidades preservadas y conservadas sin o con intervención humana, según el caso.
En base a los principios definidos en este trabajo, que recomiendan la necesidad de estudiar la totalidad de los restos excavados a través de una aproximación transdisciplinar y enfrentar dicho estudio en los niveles de o escalas de aproximación macroscópica y microscópica,
la transformación tafonómica debe ser abordada desde el análisis de las señales que la degradación inscribe en las entidades preservadas y registradas. El estudio de estas señales, ya sea desde
una perspectiva retrospectiva (en el estudio de las poblaciones del pasado) o prospectiva (en los
ecosistemas actuales o futuros), nos permitirá la ordenación tanto de los eventos, como de los
factores y agentes implicados en la transformación tafonómica.
AGRADECIMIENTOS6
Nuestro agradecimiento a los proyectos que dan soporte al desarrollo de nuestra investigación: SBPLY/21/180501/000242 (Consejería de Educación, Cultura y Deporte de CastillaLa Mancha), PGC2018-099405-B-100, PID-2019-105546GB-I00 (Ministerio de Ciencia, Innovación y Universidades), HAR2016-78036-P (Ministerio de Economía y Competitividad),
BIOUAM02-2019 (Departamento de Biología, Universidad Autónoma de Madrid).
6
Este trabajo es la versión en lengua española de:
Cambra-Moo, O., Martín-Abad, H., Rascón Pérez, J., Galán Saulnier, C., & González Martín, A. (2023). “Preservation and
conservation concepts from the transdisciplinary perspective of Taphonomy”. Historical Biology, 36(3), 609–618.
https://doi.org/10.1080/08912963.2023.2176765
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DESENTERRANDO LA PUBERTAD Y ADOLESCENCIA EN LA PREHISTORIA: UNA PERSPECTIVA ARQUEOBIOLÓGICA
UNEARTHING PREHISTORIC PUBERTY AND ADOLESCENCE: A BIOARCHEOLOGICAL PERSPECTIVE
Danielle M. DOE 1
Oscar CAMBRA-MOO 2
Armando GONZÁLEZ MARTÍN3
Resumen
La pubertad y la adolescencia, limites biológico y social respectivamente entre el mundo infantil y el
adulto, representan un momento singular en el ciclo vital humano. En arquebiología, solo han sido objeto
de estudio durante la última década, y la mayoría de los trabajos realizados se han centrado en poblaciones medievales debido a su relativa facilidad de estudio y a la disponibilidad de tamaños muestrales
suficientemente grandes. En cuanto a la adolescencia prehistórica, varios investigadores han comenzado
a considerar cómo habría sido la transición de niño a adulto en el pasado remoto. Sin embargo, queda
mucho trabajo por hacer. Este trabajo tiene como objetivo revisar el proceso puberal y los métodos
osteológicos utilizados para su análisis, analizar algunos de los estudios prehistóricos más importantes
realizados hasta la fecha, incluyendo el relativo al Cerro de La Encantada, y animar a otros investigadores a seguir profundizando en el estudio de la pubertad y la adolescencia en poblaciones prehistóricas.
Palabras clave: Desarrollo puberal, maduración sexual, estirón puberal, desarrollo esquelético, Cerro
de La Encantada
Abstract
Puberty and adolescence represent one of the most significant boundaries in the human life course both
biologically and socially. In bioarcheaology, they have only been the subject of study for the last decade,
and most of the work done has focused on medieval populations due to their relative ease of study and
the availability of relatively large sample sizes. Regarding prehistoric adolescence, various researchers
have begun to consider what the transition from child to adult would have been like in the distant past.
Nevertheless, much work remains. This study aims to review the pubertal process and the osteological
methods used for its analysis, to analyze some of the most important prehistoric studies to date including
that which was carried out on the Cerro de La Encantada, and the encourage the study of puberty and
adolescence in prehistoric populations.
Keywords: Pubertal development; sexual maturation; growth spurt; skeletal development; Cerro de La
Encantada
1
Laboratorio de Poblaciones del Pasado (LAPP). Facultad de Ciencias, Departamento de Biología. Universidad Autónoma
de Madrid (UAM). (0000-0002-2702-0533). danielle.doe@predoc.uam.es
2 Laboratorio de Poblaciones del Pasado (LAPP). Facultad de Ciencias, Departamento de Biología. Universidad Autónoma de
Madrid (UAM). (0000-0001-7730-3294).
3 Laboratorio de Poblaciones del Pasado (LAPP). Facultad de Ciencias, Departamento de Biología. Universidad Autónoma
de Madrid (UAM). (0000-0001-9216-1220).
Recibido: 21-06-2024; aceptado: 02-07-2024
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La pubertad es uno de los periodos más importantes en el ciclo vital y es exclusivamente
humano. Los cambios físicos finalizan con el alcance de la competencia reproductiva y están
asociados con cambios en el comportamiento, la cognición y la emoción. Los roles y responsabilidades sociales también están cambiando, ya que los adolescentes son tratados de manera
diferente a los niños, pero aún no se les otorgan los derechos y responsabilidades propios de los
adultos en muchos grupos humanos. Esta etapa tan crucial está llena de significados biológicos,
socioculturales y personales y, como tal, es de una importancia increíble.
En el último siglo la pubertad ha sido estudiada en detalle, por lo que la biología relacionada con el desarrollo de las características sexuales secundarias y el estirón puberal es bien
conocida. Sin embargo, desde una perspectiva arqueobiológica, mientras que los adultos y posteriormente los niños han sido investigados a fondo, los adolescentes han permanecido al margen. La importancia de estos individuos se ha hecho evidente solo en la última década. Su estudio se complica aún más por la falta de restos óseos pertenecientes a individuos adolescentes;
la muerte en este punto del ciclo vital es muy poco común, por lo que pocos individuos mueren,
son enterrados y luego recuperados en excavaciones en comparación con otros grupos de edad
más vulnerables (González Martín, 2008; Lewis et al., 2016a). Es más, la mayoría de la investigación sobre la adolescencia en el pasado se ha centrado en poblaciones relativas a época
medieval para mitigar el efecto de esta escasez y queda mucho trabajo por hacer para comprender la transición de niño a adulto en la prehistoria.
Los objetivos de este estudio son revisar el proceso puberal y los métodos utilizados
para identificarlo en arqueobiología, analizar algunos de los estudios más importantes sobre la
pubertad prehistórica dentro y fuera de la península ibérica y animar a otros investigadores a
estudiar la adolescencia prehistórica.
1. Fenómeno biológico y su expresión social
La pubertad es un proceso fisiológico muy complejo en el que interacciones hormonales
causan la madurez sexual y la capacidad reproductiva (Dorn y Biro, 2011). Físicamente, las dos
características distintivas de la pubertad son el desarrollo de las características sexuales secundarias y el estirón puberal, un aumento marcado en la talla que está asociado con el crecimiento
esquelético (Sinclair y Dangerfield, 1998). Aunque las especificidades sobre el ritmo de la pubertad siguen siendo desconocidas (Livadas y Chrousos, 2016), se ha sugerido que tanto el
desarrollo sexual como el desarrollo esquelético están fuertemente asociados (Greulich y
Thoms, 1944) y probablemente están controlados por el mismo mecanismo (Demirjian et al.,
1985). Se han observado diferencias entre los sexos tanto en el ritmo como en la intensidad del
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estirón puberal. Para las chicas, el estirón es considerado un evento puberal temprano, ya que
ocurre poco después del comienzo del desarrollo puberal, pero, para los chicos, el estirón es
generalmente más intenso y ocurre más tarde, aproximadamente un año después de los primeros
signos de la pubertad (Tanner, 1981). Precisamente debido a estas diferencias, la pubertad debe
ser considerada por separado para chicas y chicos (Aksglaede et al., 2008).
Fig. 1. El estirón puberal femenino con las etapas pre- y post-puberal representadas por líneas negras, la aceleración del crecimiento en línea negra discontinua, la fase de transición en línea gris y
la desaceleración del crecimiento en línea gris discontinua. Modificado de Molina Moreno et al.
(2019).
Cuando la pubertad se acerca, la velocidad de crecimiento disminuye e, inmediatamente
antes del inicio del estirón puberal, los individuos experimentan el punto más bajo de su velocidad de crecimiento (Rogol et al., 2000). Poco antes del inicio, en las chicas comienza a desarrollarse el tejido mamario. Los chicos experimentan un mayor desarrollo de sus características
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sexuales secundarias antes del estirón puberal, incluyendo el aumento del volumen testicular y
la posible aparición de vello púbico (Tanner, 1981). El inicio del estirón arranca con un marcado
aumento en la velocidad de crecimiento (Aksglaede et al., 2008). Estudios en adolescentes españoles modernos han determinado que el estirón puberal comienza alrededor de los 10 años
en chicas y a los 12 en chicos (Carrascosa et al., 2004, 2012). Las etapas del estirón puberal se
pueden ver en la Figura 1.
Tras el inicio del estirón puberal, el crecimiento se acelera significativamente y el desarrollo de las características sexuales secundarias continúa, tanto en chicos como en chicas. La
velocidad de crecimiento continúa acelerándose hasta que se alcanza la velocidad máxima en
el pico de crecimiento puberal (PHV, por sus siglas en inglés: Peak Height Velocity) (Tanner,
1981). En los españoles contemporáneos, el PHV se logra dos años después del inicio del proceso, normalmente hacia los 12 años en chicas y a los 14 años en chicos (Carrascosa et al.,
2004, 2012). Para los chicos, la voz cambia alrededor del PHV (Hägg y Taranger, 1982) y
también se ha observado una pérdida de grasa subcutánea en esta fase (Tanner, 1981). Socialmente, esta fase representa un límite significativo, especialmente para las niñas, ya que los
cambios físicos que ocurren pueden alterar de forma muy evidente la percepción que la comunidad tiene de la persona (Lewis et al., 2016b). Después del PHV, la velocidad de crecimiento
comienza a disminuir. Es durante esta fase de desaceleración, generalmente un año después del
alcance del PHV, cuando las chicas experimentan el inicio de la menstruación, la menarquia
(Hägg y Taranger, 1982), aunque la fertilidad no se alcanza hasta un año o más después de ese
hecho (Sinclair y Dangerfield, 1998; Tanner, 1981). Las chicas españolas en la actualidad suelen experimentar el inicio de la menstruación entre los 12 y los 13 años (Marrodán et al., 2000;
Soriano-Guillén et al., 2008). Durante la fase de desaceleración, los chicos desarrollan su voz
adulta (Hägg y Taranger, 1982) y experimentan un aumento significativo de la masa muscular
y, por lo tanto, de la fuerza, lo que en tiempos pretéritos podría interpretarse como una mejor
aptitud para actividades como la caza o la lucha (Tanner, 1981).
El estirón puberal termina cuando las epífisis de los huesos largos se fusionan a las
diáfisis y el crecimiento cesa casi del todo (Rogol et al., 2000). Debido a que el estirón ocurre
temprano en el período puberal femenino, el desarrollo continúa después de su finalización,
incluyendo el crecimiento adicional del pecho. Con respecto a la pelvis, cuyo desarrollo y dimensiones son fundamentales para un embarazo y un parto exitoso, el crecimiento continúa
hasta la adolescencia tardía (Moerman, 1982), pero no hay mucho crecimiento adicional en la
pospubescencia (Greulich y Thoms, 1944). Aunque el estirón ocurre más tarde en la pubertad
masculina, se produce un mayor desarrollo después de su finalización, incluyendo la
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continuación del crecimiento del vello facial y corporal y aumentos adicionales en la masa
muscular (Tanner, 1981). Un resumen general del desarrollo durante la pubertad se puede ver
en la Tabla 1.
Etapa puberal
Mujeres
Hombres
Antes del inicio del estirón
Comienza a desarrollarse el
tejido mamario, aparición de
vello púbico
Aumento del volumen
testicular, aparición de vello
púbico
Aceleración del crecimiento
El desarrollo de las características sexuales secundarias
continúa con un cierto grado de variación individual
Fase de transición (PHV)
Continua el desarrollo de los
senos
Desaceleración del
crecimiento
Menarquia
Después de la finalización del
estirón
Desarrollo mamario final, el
crecimiento pélvico continúa
hasta alcanzar el óptimo
obstétrico
La voz empieza a cambiar,
pérdida de grasa subcutánea
Voz adulta lograda, aumento
significativo de la masa
muscular y la fuerza
Continuación del crecimiento
del vello facial y corporal,
aumentos adicionales en la
masa muscular
Tabla 1. Resumen del desarrollo en las etapas puberales para ambos sexos.
La expresión social del proceso biológico de la pubertad es la adolescencia. En esta fase,
los individuos típicamente asumen nuevos papeles y responsabilidades dentro de su comunidad.
Debido a esto, la adolescencia se entiende, se valora y se experimenta de una manera diferente
según los estándares culturales y religiosos de cada sociedad, y la pubertad y la adolescencia se
expresan de una manera diferente según la población estudiada (Muuss, 1970; Weisfeld, 1997).
Juntos, la pubertad y la adolescencia representan un periodo crítico en el ciclo vital humano en
el cual un(a) niño/a se convierte en un(a) adulto/a.
2. Métodos para estudiar la pubertad y la adolescencia en arqueobiología
Para conocer la etapa puberal en restos esqueléticos, se estudia macroscópicamente a
partir de la maduración dental y esquelética utilizando la metodología descrita por Shapland y
Lewis (2013, 2014) y Lewis et al. (2016a). Específicamente, se analiza el desarrollo de ocho
marcadores osteológicos, entre los que se incluyen indicadores pertenecientes a distintas estructuras anatómicas: el canino mandibular, las vértebras cervicales, la articulación del codo
(extremo distal del húmero y proximal del cúbito), los huesos de la mano y la muñeca (falanges,
hueso ganchoso y extremo distal del radio) y el coxal (cresta ilíaca) (Fig. 2). El grado de desarrollo de cada uno de estos marcadores ha sido asociado con una fase puberal que corresponde
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Fig. 2. Ejemplos de los ocho indicadores osteológicos de la pubertad.
a un punto específico en relación con el estirón puberal en adolescentes vivos, según la literatura
clínica.
Gracias a esta metodología es posible determinar la etapa puberal que habría alcanzado
un individuo antes de su muerte. Se establecen seis fases de la pubertad, que corresponden a
puntos específicos en relación con el estirón puberal: pre-pubescente, aceleración, transición,
que incluye el pico de crecimiento puberal, desaceleración, cuando se logra la menarquia, maduración (la parte final de la desaceleración del crecimiento) y finalización (post-pubescente)
(Figura 1). Además, considerar la fusión de las falanges de la mano y de la cresta ilíaca en los
esqueletos femeninos puede proporcionar información sobre si la menarquia se había alcanzado
antes de la muerte o no (Lewis et al., 2016a). Limitaciones asociadas con los estudios arqueobiológicos del desarrollo puberal incluyen el tamaño de la muestra, la incertidumbre que rodea
a las estimaciones de la edad de muerte, la fiabilidad de cada uno de los indicadores que constituyen el método tomado individualmente y las comparaciones entre las poblaciones del pasado
y las contemporáneas (Doe et al., 2019b).
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Pero estudiar la adolescencia en el pasado presenta dificultades únicas debido al hecho
que es un fenómeno inherentemente social, lo que deja pocos signos directos en los restos esqueléticos en comparación con los marcadores biológicos más tangibles del desarrollo puberal.
Sin embargo, ciertas experiencias de la vida, como la dieta, la patología y el embarazo, pueden
manifestarse en los restos esqueléticos y se ha sugerido que pueden ayudar en identificar la
adolescencia al ofrecer valiosas informaciones sobre el papel social de un individuo (Doe et al.,
en prensa; Lewis, 2022; Lewis et al., 2016b). Además de los indicadores biológicos, examinar
las prácticas funerarias, como la ubicación del enterramiento y los ajuares, puede arrojar luz
sobre el estatus y los roles sociales de los individuos en las comunidades pasadas. Sin embargo,
la falta de un método arqueobiológico estandarizado y consensuado dedicado al estudio de la
adolescencia sigue siendo una limitación notable en la comprensión de este período de transición tan importante en el desarrollo humano.
3. Pubertad y adolescencia en tiempos prehistóricos
Tradicionalmente, la pubertad y la adolescencia en la prehistoria se han interpretado
estudiando a grupos modernos de cazadores-recolectores y, para la prehistoria más remota,
prestando atención al desarrollo de los chimpancés, nuestros parientes más cercanos (Gluckman
y Hanson, 2006; Papadimitriou, 2016, entre otros). El aumento de interés en este período del
ciclo vital en la última década ha cristalizado en novedosos intentos por comprender esta experiencia exclusivamente humana. Además, las nuevas metodologías para detectar el estirón puberal en restos osteológicos anteriormente comentadas (Lewis et al., 2016a; Shapland y Lewis,
2013, 2014) han permitido realizar los primeros estudios de la pubertad sobre poblaciones
prehistóricas a pesar de sus limitados tamaños muestrales.
En esta sección se incluirá una breve revisión bibliográfica de algunos estudios arqueológicos y osteológicos que se centran en o incluyen a individuos posiblemente púberes. Dado
que los estudios de este tipo son relativamente nuevos, hay muy pocos que examinen específicamente la pubertad. Sin embargo, los investigadores ya han comenzado a prestar atención al
período del ciclo vital tan importante que es la adolescencia.
Legge (2005) fue el primero en intentar estudiar la pubertad directamente en restos esqueléticos. Utilizando la fusión epifisaria de los tres huesos de la pelvis y los huesos del brazo,
su estudio intentó identificar el inicio del estirón puberal en 22 esqueletos no-adultos del yacimiento prehistórico de Moundville (Alabama, EE. UU.). Moundville estuvo ocupado desde
aproximadamente el año 900 d.C. hasta mediados del siglo XVI. Los resultados sugirieron que
el inicio del estirón de crecimiento ocurría aproximadamente a los 15 ± 2.5 años. Este estudio
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no intentó determinar el sexo de los esqueletos, ni trató de integrar estos resultados en el contexto de la población de Moundville. Sin embargo, esta investigación es muy importante porque
fue la primera en proponer un método osteológico para intentar determinar el desarrollo puberal.
La investigadora que más ha publicado sobre la adolescencia en la prehistoria específicamente es Nowell (ver: French y Nowell, 2022; Nowell, 2021, 2023; Nowell y French, 2020).
Aquí consideraremos dos de sus trabajos. El libro Growing Up in the Ice Age incluyó un capítulo entero que se consagra a conocer cómo habría sido la adolescencia en el Paleolítico (Nowell, 2021). Este apartado discutió los marcadores biológicos y sociales de la adolescencia
desde una perspectiva evolutiva y examinó los enterramientos de algunos adolescentes prehistóricos. Utilizando toda esta información, Nowell intentó aproximarse a la experiencia vivida
por los adolescentes del Paleolítico. La autora concluyó que ellos pasaban su tiempo en pequeños grupos familiares extendidos, aprendiendo las habilidades necesarias para ser adultos. Eran
innovadores y aprendían rápidamente, pasando sus días cazando, recolectando comida, fabricando herramientas, ayudando con el cuidado de los niños, explorando su entorno y creando
arte. La adolescencia era una época en la que podían practicar sus nuevos roles de manera segura antes de convertirse en padres y adultos en sus comunidades.
En 2022, French y Nowell utilizaron datos arqueobiológicos para estudiar la adolescencia en el Gravetiense europeo (hace 35.000-25.000 años). El estudio utilizó información de los
enterramientos y los restos esqueléticos de 33 individuos que fueron agrupados en tres categorías: adolescentes jóvenes (9-13 años), adolescentes intermedios (14-18 años) y adolescentes
mayores (19-29 años). Al comparar estos grupos entre sí y con otros grupos de edad como niños
y adultos, las autoras determinaron que había más adolescentes que adultos y no-adultos más
jóvenes, posiblemente debido a los peligros relacionados con comportamientos de riesgo, una
acumulación de las cargas de enfermedades y una menor protección social. Este hallazgo es
muy interesante porque, en general, como ya se ha comentado anteriormente, hay pocos adolescentes en los yacimientos arqueológicos. La probabilidad de morir durante esta etapa de la
vida en todas las poblaciones de régimen demográfico pretransicional (anteriores a la transición
demográfica) es siempre baja (González Martín, 2008; Lewis et al., 2016a). Se descubrió que
ambos sexos tenían más probabilidades de morir en la adolescencia tardía en comparación con
la adolescencia temprana, pero este dato era especialmente llamativo en las mujeres y fue relacionado con los peligros asociados con el primer embarazo. Se encontraron ajuares en los enterramientos de los adolescentes masculinos y femeninos y en los de todas las edades, pero eran
más comunes en los más mayores. El estudio también encontró que los adolescentes tenían
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dietas similares a otros individuos de su comunidad, y las diferencias observadas estaban más
relacionadas con diferencias regionales y ambientales que con la edad. En general, French y
Nowell concluyeron que los adolescentes del Gravetiense eran miembros valorados de sus sociedades pero que eran vulnerables al estrés, la enfermedad y las lesiones traumáticas cuando
comenzaban a asumir roles y realizar tareas de adultos mientras aún se desarrollaban físicamente.
4. Del niño al adulto en la península ibérica prehistórica
La península ibérica, con sus largos períodos de ocupación por Homo y un interés sostenido en el estudio arqueológico, cuenta con una excepcional riqueza en arqueología prehistórica. Esto la convierte en un lugar ideal para estudiar la adolescencia prehistórica.
Herrero-Coral et al. (2019) llevaron a cabo un estudio muy interesante sobre las tumbas
de no-adultos de la cultura del vaso campaniforme que incluía a adolescentes. Específicamente,
incluyeron el grupo de edad "adolescencia y pre-adultez (adolescence and pre-adulthood)", que
situaron entre los 12 y 19 años. Al revisar importantes enterramientos de no adultos en la península ibérica, los autores indicaron que, entre 16 y 18 años, los individuos probablemente
hubieran sido considerados adultos por su comunidad. Llegaron a esta conclusión basándose en
los impresionantes ajuares, como vasijas y cuencos, armas de cobre, botones de marfil y piezas
de oro, que se encontraron en estas tumbas. A pesar de no ser completamente maduros desde el
punto de vista biológico (la fusión de las epífisis estaba en curso aún) sus ajuares sugerían un
estatus adulto. Los autores concluyeron que los adolescentes fueron tratados como equivalentes
a adultos en la muerte y es muy probable que fueran considerados como tales también en la
vida social.
Los ajuares son especialmente interesantes en estudios de adolescencia, ya que pueden
proporcionar información sobre la posición social de la persona fallecida, aquello inalcanzable
en los estudios de laboratorio estrictamente antropológicos. Solo su presencia o ausencia podría
ser la clave. Los ajuares y la etapa puberal específicamente no se han estudiado conjuntamente
en poblaciones prehistóricas españolas aún y esto representa una interesante vía para futuras
investigaciones.
En un estudio sobre la pubertad prehistórica realizado en nuestro grupo (Doe et al.,
2019a), se analizaron esqueletos adolescentes de la Edad del Bronce provenientes del Cerro de
La Encantada (Granátula de Calatrava, Ciudad Real). Hasta hoy este es el único estudio que ha
examinado el desarrollo puberal en una población prehistórica utilizando métodos estándar
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(Lewis et al., 2016a; Shapland y Lewis, 2013, 2014). El yacimiento data del 2500 al 1450 a.C.,
situándolo en la Edad del Bronce, específicamente en el Bronce de La Mancha (Sánchez Meseguer y Galán Saulnier, 2019). El Cerro de La Encantada es el mejor conocido de su facies
cultural, y debido a esto, ha sido objeto de numerosos estudios arqueobiológicos (Molina Moreno et al., 2019). De los 39 esqueletos determinados como no adultos, seis fueron identificados
como posibles adolescentes que murieron en edades comprendidas entre 9 y 15 años.
Fue posible asignar a una etapa puberal a cuatro individuos; se determinó que un individuo de 9 años estaba en la prepubescencia cuando murió y se situaron en la etapa de transición, cuando se alcanza el PHV, tres esqueletos de 15 años. Los dos esqueletos que no fue
posible asignar a una etapa estaban ambos muy alterados tafonómicamente: uno incompleto y
muy alterado y el otro parcialmente alterado pero representado solo por escasos restos. Desafortunadamente la metodología utilizada requiere siempre una buena preservación de todas las
estructuras con valor diagnóstico para asignar una etapa puberal.
Uno de los individuos que murió en la etapa de transición era probablemente un varón.
Esto es interesante porque, a los 15 años, había poco retraso en su desarrollo en comparación
con los jóvenes españoles actuales, que experimentan esta etapa alrededor de los 14 años (Carrascosa et al., 2004, 2012). Para los hombres, el estirón es un evento tardío en la pubertad, y
el desarrollo de sus características sexuales primarias y secundarias estará más avanzado cuando
alcanzan esta fase. Ellos tendrán una voz más grave, crecimiento de vello corporal y facial, y
habrá un aumento en su masa muscular y fuerza física (Marshall y Tanner, 1969, 1970; Tanner,
1981). En otras palabras, parecerán menos niños y comenzarán a ser capaces de realizar tareas
reservadas para adultos. Es posible que, en el Cerro de La Encantada, la transición a la vida
adulta para los chicos ya hubiera empezado a los 15 años.
En general, estos resultados son similares a los obtenidos en otras poblaciones del pasado y en las contemporáneas, tanto dentro como fuera de la península ibérica, lo que sugiere
que el proceso puberal ha permanecido esencialmente inalterado a lo largo de los milenios hasta
tiempos recientes. Por supuesto, hacen falta más estudios que se centren en el desarrollo puberal
en la prehistoria para entender mejor los patrones observados.
Otra manera de estudiar la adolescencia, o al menos su final, es estudiar a los restos
pertenecientes a madres jóvenes. Se han identificado esqueletos de individuos puberales que
murieron durante el embarazo (Armentano et al., 2020; De-Miguel-Ibáñez et al., 2021; Doe et
al., 2022, entre otros). Estos restos proporcionan información sobre el desarrollo puberal tardío
y la competencia reproductiva temprana en el pasado. Lewis (2022) escribió sobre madres
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adolescentes que murieron en el parto y llegó a la conclusión de que, en tiempos prehistóricos,
las mujeres adolescentes, en fases medias y tardías de la pubertad, eran fértiles y tenían hijos.
Uno de los esqueletos de los que habla Lewis (2022) es el de una mujer embarazada del yacimiento agárico del Cerro de las Viñas de Coy en Lorca, Murcia (Malgosa et al., 2004). Es
probable que esta joven de la Edad del Bronce muriera durante un parto distócico. Aunque se
determinó que ella habría muerto a los 25-26 años, este rango de edad no es inconsistente con
las etapas finales del desarrollo puberal en el pasado (Blom et al., 2021; Lewis et al., 2016a).
Restos de jóvenes que murieron estando embarazadas, aunque raros, brindan una oportunidad
única para estudiar el final de la adolescencia, tanto desde el punto de vista biológico como
social. Como afirma reiteradamente en todo tipo de foros nuestra estimada colega M.P. de Miguel, es seguro que este tipo de hallazgos están infrarrepresentados hoy en el registro, lo que
hace necesario un nuevo examen de todos los esqueletos prehistóricos de enterramientos dobles
que puedan representar muertes materno-fetales.
En conclusión, a partir de una revisión de los métodos actuales y de los datos antropológicos y arqueológicos disponibles de este grupo tan concreto de población, con este trabajo
pretendemos dejar algunas cuestiones abiertas para futuras investigaciones. Animamos a otros
investigadores a profundizar en el estudio de la pubertad y la adolescencia en la prehistoria. Al
reexaminar los esqueletos prehistóricos y los datos asociados a sus enterramientos centrándonos
en los posibles adolescentes, podemos obtener información muy valiosa sobre la transición de
niño a adulto. Probablemente ya poseemos los datos necesarios; lo que se requiere es un análisis
más detallado y enfocado de esta etapa transicional tan importante en el desarrollo humano.
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ARQUEOLOGÍA, PREHISTORIA Y BRONCE DE LA
MANCHA: no todo vale
ARCHEOLOGY, PREHISTORY AND BRONZE OF LA MANCHA:
not everything goes
Catalina GALÁN SAULNIER 1
José L. SÁNCHEZ MESEGUER2
Resumen
Afortunadamente hoy contamos con un volumen y una variedad de datos de la prehistoria reciente peninsular muy superior a los conocidos hace apenas unos pocos lustros, pero la información que esos
datos proporcionan no siempre es tratada de la misma forma por todos los miembros de la comunidad
investigadora: mientras unos se esfuerzan en buscar, recoger, analizar e interpretar el máximo posible
de esa información y de interpretaciones y opiniones expresadas en distintos momentos por distintos
investigadores con diferentes formaciones y escuelas, otros sin embargo seleccionan la información con
la que trabajan sin exponer el o los criterios de esa selección e intentando imponer opiniones e interpretaciones que, al no apoyarse en datos objetivos, no pasan de ser personales y en ocasiones científicamente poco válidas. Este es el caso de algunos trabajos sobre el Bronce de La Mancha, un complejo
cultural con un tipo particular de asentamientos, las motillas, recientemente publicados y cuyos planteamientos y presuntas conclusiones apenas tienen relación ni con lo que la arqueología ha permitido conocer hasta ahora ni con lo planteado por quienes llevan dedicándose a su investigación desde comienzos
de la década de los 70 del pasado siglo XX.
Palabras clave: prehistoria reciente, Península Ibérica, Bronce de La Mancha, información.
Abstract
Fortunately today we have a volume and a variety of data of recent peninsular prehistory far superior to
those known just a few decades ago, but the information that such data provide is not always treated
equally by all members of the research community: while some strive to seek, collect, analyse and interpret as much as possible of this information and of interpretations and opinions expressed at different
times by different researchers with different training and schools, others however select the information
with which they work without exposing the criteria of that selection and trying to impose opinions and
interpretations that, not relying on objective data, do not remain personal and sometimes scientifically
invalid. This is the case of some works on the Bronze of La Mancha, a cultural complex with a particular
type of settlements, the motions, recently published and whose statements and presumed conclusions
have little relation neither with what the archaeology has allowed to know until now nor with what has
been raised by those who have been dedicating themselves to their research since the beginning of the
decade of the 70 past twentieth century.
Keywords: recent prehistory, Iberian Peninsula, Bronze of La Mancha, information.
1
Colaboradora ad honorem del Departamento de Prehistoria y Arqueología de la Universidad Autónoma de Madrid y Socia
del Centro de Estudios Calatravos. (galsaulca@gmail.com) https://orcid.org/0000-0002-1141-6568
2
Profesor Titular de Prehistoria jubilado y Presidente del Centro de Estudios Calatravos
Recibido: 02-09-2023; aceptado: 29-10-2023
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Catalina
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José
L.
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La Real Academia Española (en adelante RAE) define la arqueología como la Ciencia
que estudia lo que se refiere a las artes, a los monumentos y a los objetos de la antigüedad,
especialmente a través de sus restos.
Pero en realidad las acepciones del término arte que contempla la propia RAE sólo afectan a una mínima parte de los objetos de estudio de la arqueología actual, y, ni siquiera su
versión en plural, artes, responde a ello porque solamente se refiere a la pesca, de forma que
realmente, atendiendo ahora a la primera acepción del término contemplada por la Academia periodo de la humanidad anterior a todo documento escrito que solo se conoce por determinados
vestigios, como construcciones, instrumentos, huesos humanos o de animales, etc.-, no deberíamos intentar conocer cómo fue la prehistoria a menos que nuestro objeto de estudio sean
restos de manifestaciones artísticas, monumentos u objetos de la antigüedad, y sin olvidar que
la misma RAE la considera una rama del conocimiento que la estudia, no como ciencia per se.
Dicho de otra forma. Aunque lo que poseemos del pasado “… es una especie de conocimiento ‘difuso’ que tiene un valor probabilístico alto o bajo según sea cada vez el hecho
considerado bajo variadísimas circunstancias, incluidas las de ser conocido de forma incompleta.” (Sánchez M., 1988: 495), en función de esas definiciones, aparentemente si quienes de
una u otra forma nos dedicamos al estudio del pasado de la humanidad, mejor dicho, de los
restos de ese pasado a cuyo conocimiento podamos acceder y sea cual sea su naturaleza, podemos considerarnos prehistoriadores –especialistas en prehistoria según la RAE-, sin embargo,
según esas definiciones, no deberíamos considerarnos arqueólogos si no nos dedicamos al estudio de manifestaciones artísticas o monumentales, o de objetos, porque no seremos especialistas en arqueología …
¿Esto quiere decir que el término arqueología no debe asociarse al término prehistoria
más que al tratar de artes, monumentos u objetos prehistóricos?
En absoluto. De esto lo que se desprende es que en realidad los prehistoriadores tal vez
no pongamos en práctica esa ciencia llamada arqueología salvo cuando nuestra atención se dirija a restos de artes, monumentos u objetos, pero sí recurrimos a su metodología para intentar
alcanzar el conocimiento de un periodo histórico para el que, hoy por hoy, es la única forma de
la que podemos hacerlo: interpretando la información obtenida mediante el o los métodos utilizados por la arqueología.
Este planteamiento supone admitir que, como rama del conocimiento, la prehistoria no
es total y absolutamente dependiente de la arqueología, sino que utiliza, o mejor dicho, puede
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Arqueología,
Prehistoria
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Bronce
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La
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utilizar sus métodos y técnicas, y también otros si conviene, y en consecuencia que los prehistoriadores no dependen total y únicamente de los arqueólogos para, en lenguaje coloquial, reconstruir aquel primer periodo de la historia, y, por tanto, que si pueden utilizar todos los métodos de trabajo de la arqueología también pueden seleccionar el o los más apropiados para
cada situación a investigar; ahora bien, sin lugar a dudas, los estudiosos de la prehistoria que
hayan afrontado trabajos de investigación, de distinta envergadura y diferente carácter, desde
trabajos de curso o sencillos informes de campañas de excavación hasta tesis doctorales, estudios monográficos, etc., estarán de acuerdo con la siguiente afirmación: cualquier investigación
debe comenzar por una colecta lo más exhaustiva posible de datos extraídos de una información
recopilada también lo más exhaustivamente posible, y en este sentido y por razones obvias, la
búsqueda, consulta y aprovechamiento de información publicada puede ser útil, y en caso contrario, habrá que ver y explicar por qué no lo es.
Hoy es más factible que nunca recopilar datos mediante la consulta de distintos tipos de
documentos, porque los buscadores de internet permiten acceder a una amplia gama de publicaciones (libros, artículos en revistas, comunicaciones y ponencias en congresos, tesis doctorales, páginas webs, blogs, etc., e incluso de trabajos no publicados formalmente y otros tipos de
documentos, pero por esa misma razón, por una parte es más complicado que nunca recopilar
datos y convertirlos en información útil para la investigación de un aspecto concreto de la
prehistoria, y por otra esa facilidad no excluye la necesidad de tener en cuenta publicaciones
que por alguna razón, como puede ser, por ejemplo el hecho de que estén a la venta, no están
disponibles sino en bibliotecas, de forma que su consulta resulta más incómoda, pero es necesaria si se pretende esa colecta de datos lo más exhaustiva posible. Y ciertamente también es
más fácil que nunca acceder a documentación depositada en la Administración, siempre que
ésta facilite su consulta.
Con todo, recopilar una gran cantidad de datos no siempre implica contar con un gran
volumen de información realmente útil, y, como se comentó en otro momento, el tratamiento y
la gestión de la información arqueológica ya eran un problema y a la vez un reto hace más de
una década (Sánchez M. y Galán, 2009), y lo siguen siendo.
1. 2021-2022: Ni “cultura de las motillas” ni Bronce de La Mancha
Si información es acción y efecto de informar (RAE), y dato es información sobre algo
concreto que permite su conocimiento exacto o sirve para deducir las circunstancias derivadas
de un hecho (ídem), es evidente que la acción y el efecto de informar que una investigación ha
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de buscar para conseguir sus objetivos, proporcionarán resultados menos útiles cuánto más reducido sea el volumen de datos disponibles y menos concreta la información que se derive de
ellos.
Partiendo de esta premisa, afrontar la investigación de un aspecto concreto del Cerro de
La Encantada (Fig. 1), un yacimiento arqueológico situado en la actual pro provincia de Ciudad
Real pero relacionado con otros fundamentalmente del Este, Sureste y Suroeste peninsular,
obliga a reconsiderar, porque se ha considerado hace muy poco tiempo (Peres y Risch, 2022),
qué información hay actualmente disponible sobre el desarrollo de la prehistoria reciente en el
cuadrante suroriental de la Península Ibérica para un periodo cuya extensión parece coincidir,
aproximadamente, con el último cuarto del III milenio AC y la primera mitad del milenio siguiente. Como es sabido, es un periodo correspondiente a grandes rasgos al final del Calcolítico
y las primeras etapas de nuestra Edad del Bronce, las tradicionalmente denominadas Bronce
Antiguo y Bronce Pleno respectivamente, sin entrar ahora en los debates que conlleva la asociación del Bronce Antiguo a la cerámica campaniforme, ni tampoco en la problemática correspondencia con las periodizaciones establecidas para la prehistoria de la Europa continental y de
la cuenca mediterránea; de cualquier forma, esas periodizaciones no reflejan diferencias solamente cronológicas sino también culturales, y por esta razón, para este caso y otros semejantes
Fig. 1. Cerro de La Encantada (Granátula de Calatrava). Vista desde el Este (2005).
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Arqueología,
Prehistoria
y
Bronce
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La
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venimos utilizando desde hace tiempo el término “cronocultural”, entrecomillado, porque no
está recogido por la RAE, pero respecto al que una simple búsqueda en internet pone de manifiesto su gran aceptación y lo habitual de su uso actual, pruebas entendemos de su utilidad.
Un buen punto de partida para comprobar el volumen y las características de la información disponible parece la búsqueda, recopilación y análisis de la publicada, en la que además
es fácil encontrar a menudo referencias, si no detalles o incluso transcripciones de otra anterior,
y evidentemente, si la búsqueda ha de ser ambiciosa y la recopilación ordenada, ese análisis ha
de ser lo más objetivo posible.
Selección de datos, ¿información incompleta?
Por razones obvias no es preciso hacer especial hincapié en que la fecha de publicación
de cualquier tipo de información no es indicativa de su validez o importancia, porque puede
tratarse de información añeja pero preciosa, en tanto que en múltiples ocasiones la publicación
más antigua es la única conocida o conservada relativa a determinados yacimientos arqueológicos o a determinados restos hallados en ellos, pero también es evidente que no siempre la
información más reciente es la más veraz, objetiva y completa, porque la fecha de su publicación puede responder a múltiples y variadas causas; en cualquier caso, sea la más antigua, la
más reciente o la única existente, salvo que se ponga especial empeño en que no sea así, siempre
reflejará la ideología de los correspondientes autores, y en ocasiones también la intencionalidad
de su publicación, de modo inversamente proporcional al interés que se haya puesto en evitar
que ese reflejo actúe en detrimento de la objetividad que requiere la ciencia.
Y si la fecha de publicación no es dato discriminante de la bibliografía a consultar, utilizar o desechar razonadamente –que no despreciar-, tampoco es discriminante a priori la temática del trabajo a analizar, porque es evidente que cualquier dato puede suponer un punto
más en un mapa, un eslabón en una tipología, la confirmación de una hipótesis o el decaimiento
fulminante de otra, y esto por sólo mencionar ahora algunos de los muchos ejemplos que se
podrían citar de cómo ciertos detalles han aportado información fundamental.
Este planteamiento conlleva la necesidad de buscar, consultar y analizar desde la más
simple noticia hasta la más detallada memoria de cualquier trabajo descriptivo, de investigación
o del tipo que sea, para poder identificar qué dato o datos aporta y la relevancia de la información que contienen, así como para poder diferenciar información objetiva de interpretaciones
personales cuya correspondencia con la realidad conocida habrá que comprobar, a menos que
en determinadas ocasiones una hipótesis, es decir, una suposición de algo posible o imposible
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para sacar de ello una consecuencia (RAE), se tenga por tesis, o lo que es lo mismo, por conclusión, proposición que se mantiene con razonamientos (ídem) en función de quién la haya
planteado.
Pues si un trabajo de investigación que merezca ser considerado científicamente válido
ha de tener en cuenta toda la información de que pueda disponer, independientemente de la
fecha de su publicación y del formato de su contenido, sólo cabe comentar ahora brevemente
algo a lo que no sería necesario prestar atención de no ser por la frecuencia con que se puede
constatar últimamente, algo que deriva de uno o varios factores, según los casos, y que poco o
nada tiene que ver con la ciencia pero sí con ciertas ideologías, preferencias y afinidades personales: por razones obvias la veracidad, calidad y utilidad de la información publicada depende
de sus propios contenido y características, no de quién o quiénes sean el autor o autores de la
publicación correspondiente.
Información incompleta, ¿resultados válidos?
Lógicamente de lo anteriormente expuesto se desprende una observación especialmente
relevante por cuanto de ella depende que los resultados de una investigación puedan ser considerados de una u otra forma en función, en primer término, de la información manejada y del
tratamiento de la misma: si se observa la utilización de una selección bibliográfica como punto
de partida, el primer paso para comprender, y en su caso considerar válidos, los resultados de
dicha investigación es conocer el o los criterios que han cristalizado en esa selección.
Ciertamente es difícil detectar el volumen y las características de la bibliografía utilizada
en el estudio de la prehistoria reciente de un territorio de más de 100.000 km2, pero cuando la
investigación personal se ha dirigido fundamentalmente al estudio, también de la prehistoria
reciente pero de una parte más reducida de ese mismo territorio y de un lapso temporal tan
concreto como el estado actual de la investigación lo permite (Fig. 2), esa detección es menos
complicada: la bibliografía consultada siempre es más abundante que la explícitamente citada
en un trabajo, pero parece ético suponer que la que acompaña a un artículo publicado en una
revista científica de reconocido prestigio, es efectivamente la utilizada realmente en la investigación del tema en cuestión, lo que implica que también es lícito suponer que las citas bibliográficas no incluidas corresponden a publicaciones no utilizadas, en cuyo caso es evidente la
necesidad de cuestionar por qué.
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Arqueología,
HOLOCENO
MEDIO
PALEOCLIMA-TOLOGÍA
Disminución
humedad
“4,2”
Aridez máx.
Aridez progresiva
HOLOCENO RECIENTE
Bronce
de
CRONOLOGÍA
Morra
del
Quintanar
+3000-2800 AC
Fase 0
???
Cerro de
La Encantada
Campanif.
???
???
E.I
Fase I
Fase II
Fase I
Fase II
E.II
+2500 AC
+2400/2350 AC
+2000/1950 AC
+1800 AC
Aumento
humedad
y
Motilla
de
El Azuer
+1850/1825 AC
Humedad
progresiva
Prehistoria
+1750 AC
Fase III
Fase III
E.III
Mancha…
IIb
IIIb
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CULTURA
Calcolítico
Ia
Ib
IIa
IIIa
+1600 AC
+1550 AC
+1450 AC
+1400 AC
La
BA
BRONCE
DE
LA MANCHA
IIIc
Fase IV
E.IV
+1350 AC
¿Bronce Tardío?
Fig. 2. A partir de Galán, 2019, Fig.11
Ni la fecha de publicación ni la cantidad de bibliografía utilizada son índices de calidad
de un trabajo ni fiel reflejo de las características de la información con que se ha trabajado, y
tampoco de la relevancia de la que el propio trabajo aporte, pero en ocasiones resulta especialmente llamativo el tratamiento de determinada información publicada cuando de él se desprende una intencionada ignorancia de datos sin duda relevantes en tanto que corresponden a
gran parte de la temática investigada; lógicamente ante esa situación surgen de inmediato al
menos dos grupos de incógnitas, las relativas, por una parte, al o los criterios en que se ha
basado la selección de los datos, y por otra a la validez de unos resultados obtenidos tras la
utilización de una información incompleta, máxime cuando investigar prehistoria supone ser
conscientes de que las características de sus fuentes implican una escasez de datos en los que
basar alguna conclusión que hace importante al más mínimo de ellos y, por supuesto, también
a las opiniones e interpretaciones que otros investigadores hayan vertido sobre su existencia o
ausencia y con las que, por supuesto, se puede estar de acuerdo o discrepar.
Y vistas las cosas desde este ángulo, resulta especialmente llamativo el tratamiento de
la información publicada sobre el Bronce de La Mancha, en general, y sobre uno de sus enclaves
mejor conocidos, el Cerro de La Encantada, en particular, en un trabajo de reciente publicación
(Peres y Risch, 2022) que expone básicamente los resultados de la investigación realizada por
uno de sus autores para su tesis doctoral (Peres, 2021), un trabajo en el que la bibliografía de
referencia sobre el Bronce de La Mancha apenas representa la mitad que la referente a la cultura
de El Argar o al Bronce Valenciano, complejos culturales conocidos desde hace más de un siglo
en el caso del primero y con los que se relaciona el castellano-manchego, sin embargo el más
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recientemente identificado y sobre el que, por esa y otras razones hay, cierto es, un número
menor de publicaciones pero que, por eso mismo resultan difícilmente prescindibles.
No cabe pensar pues que la selección bibliográfíca que acompaña al trabajo de los investigadores de la Universidad de Barcelona se deba a un criterio cuantitativo –¿a menos publicaciones, menos citas? ¿a complejo cultural más recientemente identificado, menos bibliografía de referencia?-, pero la lectura completa y detenida del mismo tampoco ayuda a comprender no sólo las ausencias, sino también ciertos apuntes y comentarios recogidos en el texto
que quizá se hubiesen expuesto de otra forma de haber consultado y analizado otras publicaciones y no sólo las citadas, o que tal vez se hubiesen omitido en algún caso. Y llegados a este
punto no hace falta concretar demasiado respecto el impacto de la situación en la entidad de
dicho trabajo y en consecuencia en su relevancia de cara a conseguir un conocimiento lo más
objetivo posible de la prehistoria peninsular: quienes han investigado el Bronce de La Mancha
con criterios científicos conocen bien el estado de su investigación, y por tanto de su conocimiento, quienes siguen haciéndolo y quienes lo hagan en el futuro decidirán qué investigaciones
han proporcionado resultados válidos para la historia en función de las publicaciones que permitan conocer en qué, cómo y con qué fin se ha trabajado.
2. 1980-2023: Bronce de La Mancha, no “cultura de las motillas”
Pero la problemática asociada a la selección bibliográfica que acompaña al citado trabajo de M. Peres y R. Risch no afecta sólo al panorama informativo que se pueda deducir de
ella, sino también al resultante de la no consideración de todos los datos conocidos sobre el
Bronce de La Mancha, es decir, al que se desprende de una gestión de la información a considerar cuanto menos extraña en un trabajo derivado de otro (Peres, óp. cit.) basado en cálculos
estadísticos, con un particular planteamiento metodológico y en cuya realización se han utilizado herramientas de fácil manejo diseñadas para el almacenaje y también fácil, además de
cómodo y personalizado tratamiento de gran cantidad de datos.
Por eso es precisamente por lo que, atendiendo a la metodología con que se realizó el
trabajo de origen, resulta algo extraña la afirmación de que actualmente “… al norte de El Argar
se distinguen unas entidades arqueológicas consolidadas en la bibliografía, como la “Cultura
de las Motillas”,…” (Peres y Risch, óp. cit., pág.48), puesto que una sencilla búsqueda bibliográfica permite comprobar que, actualmente, ese modo de denominación del Bronce de La
Mancha, derivado de una también extraña interpretación de la información arqueológica existente, es francamente minoritario pese a los ímprobos esfuerzos de algún investigador.
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Al margen ahora de la difícil comprensión a la luz de la RAE de lo que puede ser una
“entidad arqueológica”, cabe comentar que el uso de los términos “Cultura de las Motillas” se
generalizó, como se comentó en su momento (Nieto et al., 1983) a partir de la publicación de
los resultados de las prospecciones realizadas en La Mancha y las excavaciones arqueológicas
llevadas a cabo a comienzos de los años 70 del siglo pasado en las motillas de El Azuer y los
Palacios (Nájera y Molina, 1977), y se generalizó porque, aunque los profesores Nájera y Molina advirtieron de la existencia en territorio castellano-manchego de numerosos yacimientos
de distintas características y claramente contemporáneos, a grandes rasgos, de las motillas en
función de los materiales arqueológicos detectados en sus prospecciones superficiales, aquellos
yacimientos de Daimiel y Almagro fueron durante cierto tiempo los únicos metodológicamente
investigados, y la detección de otros de características similares permitía pensar en su correspondencia a un complejo cultural del que ese fuera el tipo de asentamiento característico.
Pero aquel mismo año de 1977 se llevó a cabo la primera campaña de excavación en el
Cerro de La Encantada (Granátula de Calatrava, Ciudad Real), un yacimiento muy distinto,
localizado en la cima y laderas de un cerro situado a poco más de 50 km al SO de la motilla de
El Azuer. Desde entonces el yacimiento ha proporcionado una abundante información sobre el
desarrollo de la Edad del Bronce en territorio castellano-manchego que recientemente algún
investigador ha pasado por alto, pese a considerarlo “… de gran importancia…” (Peres, óp. cit.,
pág. 56), afirmando, por ejemplo, que la producción quesera “…aparece totalmente desvinculada de los poblados fortificados…” (Peres, ídem., pág.229), sin tener en cuenta que ya en la
primera publicación sobre el yacimiento granatuleño se señaló la existencia de vasos queseros
o caladores en su Estrato II (Nieto y Sánchez M., 1980), o exponiendo que “Los silos de mampostería son una rareza, conociéndose solo dos ejemplos: uno en Dornajos y uno en la Motilla
del Azuer.”, obviando que en esa misma memoria de 1980 ya se planteó la posibilidad de que
algunas de las grandes construcciones de mampostería fuesen silos, una posibilidad que se confirmó en campañas de excavación posteriores, como se expuso y publicó en varias ocasiones, y
que ha sido específicamente tratada recientemente (Sánchez M. y Galán, 2021), poniéndose así
de manifiesto que, al menos en función de lo conocido hasta hoy de la cultura de El Argar, las
características del conjunto de estructuras de almacenaje del asentamiento granatuleño (Fig. 3)
– hoy por hoy solamente relacionables con las identificadas como tales en Fuente Álamo- no
justifican su exclusión en un trabajo enfocado al estudio de la Edad del Bronce en el cuadrante
suroriental de la Península aludiendo a unas presuntamente “… marcadas influencias
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Fig. 3. Cerro de La Encantada. Silos de mampostería.
argáricas…” (Peres, ibídem, pág.201), máxime cuando finalmente se concluye que “…no se ha
observado ni una penetración y ni una parcial absorción de la cultura argárica dentro del marco
geográfico y cronológico analizado...” (Peres, óp. cit., pág.301).
Y, además. La presunta “consolidación” de la identificación de las primeras etapas de
la Edad del Bronce de la Submeseta Sur con una “Cultura de las Motillas” no se sostiene desde
el momento en que en aquella primera publicación sobre el yacimiento excavado en Granátula
de Calatrava ya se planteó y justificó que “…podría tratarse del núcleo o uno de los núcleos de
un cuarto complejo cultural presente en la mitad sur de la Península durante el Bronce Medio.
Así pues, (…) el grupo cultural representado por el cerro de La Encantada y el complejo cultural
de Las Motillas, así como las ramificaciones hacia el valle del Tajo, controlarían la riqueza del
Valle de La Alcudia y fachada norte de Sierra Morena.” (Nieto y Sánchez M., óp. cit., pág.
136), propuesta que se detalló prácticamente de inmediato (Nieto et alii, óp. cit.) y se, ahora sí,
consolidó en la comunicación presentada en el I Congreso de Historia de Castilla-La Mancha
celebrado en Ciudad Real en 1985 (Nieto y Sánchez M., 1988), siendo a partir de entonces muy
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generalmente compartida por los investigadores real y directamente conocedores de la prehistoria reciente de Castilla-La Mancha, como se puede comprobar en un buen número de publicaciones.
Así pues, gran parte de la comunidad investigadora conocedora del significado que para
la Academia tienen los términos “complejo” y “cultura”, pasó de utilizar los términos de “Cultura de la Motillas” a utilizar los de Bronce de La Mancha, (o también Bronce Manchego en
algún caso u ocasión), para identificar el complejo cultural que surgió y se desarrolló en buena
parte de la Submeseta Sur desde bien entrada la segunda mitad del III milenio AC hasta comienzos de la segunda mitad del milenio siguiente, mientras otra parte de esa misma comunidad
planteaba otra interpretación de la información, atendiendo más a los datos que no es que permitían, sino que obligaban a relacionarlo con otros complejos culturales conocidos como Cultura de El Argar, Bronce Valenciano y Bronce del Suroeste, que a las diferencias que indicaban
su “personalidad” cultural, una “personalidad” que en buena medida se debía precisamente a la
clara relación socioeconómica con sus contemporáneos.
Así, interpretando la información disponible sobre el Bronce de La Mancha de forma
diferente a como lo ha hecho y sigue haciendo el equipo investigador de yacimientos como el
Cerro de La Encantada (un “Castellón” o “castillejo”), La Motilla de Santa María del Retamar,
el Cerro del Cuco (una morra) o la cueva de Pedro Fernández Villacañas, otros investigadores
expusieron sus interpretaciones en diferentes publicaciones que vieron la luz en las dos primeras
décadas del presente siglo XXI, y buen ejemplo de la aceptación de las mismas por los miembros del equipo de quienes las plantearon es el mapa utilizado como mapa-base en el citado
trabajo de M. Peres y R. Risch, mapa en el que el territorio argárico “asciende” al parecer hasta
el corazón de La Mancha (Peres y Risch, óp. cit., Fig. 1).
Ahora bien, una cosa es interpretar la información arqueológica en base a datos objetivos y utilizando argumentos científicamente válidos, por responder a planteamientos aceptables
desde el punto de vista metodológico y que reflejan un profundo conocimiento de la prehistoria,
y otra muy distinta tergiversar la información publicada, “resucitar” problemáticas ya obsoletas
y denostar a los predecesores en la investigación de cierto tema, -porque despreciar sus trabajos
y opiniones sin aportar motivos convincentes es hacerlo-, en aras de conseguir una alta valoración del trabajo y la valía profesionales: ésta es una forma de actuar arriesgada, que sólo puede
proporcionar los resultados deseados si no tiene respuesta y que, como sucede a menudo, sólo
pone de manifiesto las carencias de quienes la practican.
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3. 2000: La “reaparición” de la “cultura de las motillas”
El comienzo de las excavaciones en un peculiar yacimiento arqueológico localizado en
la zona meridional de la actual provincia de Ciudad Real supuso a su vez el de una serie de
trabajos publicados en las dos primeras décadas del presente siglo en los que, al margen de la
clara intención de obviar las identificaciones, interpretaciones y propuestas de los equipos investigadores del Bronce de La Mancha desde el siglo anterior, se detecta también la de adquirir
notoriedad, por una parte “reidentificando” y “reinterpretando” determinados restos de algunos
yacimientos, como el propio Cerro de La Encantada, generalizando los resultados de ciertas
prospecciones realizadas en un número reducido de motillas a todos los yacimientos conocidos
del mismo tipo, o teorizando sobre una presunta relación entre esas motillas, antiguos asentamientos, y algunos silos, edificios de almacenaje, con ciertos elementos interestelares en función de una también presunta orientación astronómica de construcciones de planta circular, y
por otra parte “resucitando” la “Cultura de las Motillas” pero, curiosamente, no para sustituir
la denominación para entonces ya no discutida, Bronce de La Mancha, sino para mezclar ambas
terminologías.
No obstante, lo cierto es que, lejos de resultar útil, salvo para satisfacer ciertos egos, esa
“original” propuesta no ha hecho sino crear confusión, especialmente entre quienes, por variadas razones, dependen de lo que publican los investigadores, es decir, entre los estudiantes
universitarios que para realizar sus trabajos de curso o de fin de máster, o sus tesis doctorales,
se encuentran con una bibliografía en la que se llama a lo mismo de diferentes maneras, si bien
esta dificultad puede superarse fácilmente si en la docencia previa se ha “preparado el terreno”
y, llegado el caso, la dirección de dichos trabajos aconseja, cuando no obliga, a manejar solamente determinadas publicaciones y preferentemente recientes.
Y, como dice el refrán, no ofende quien quiere, sino quien puede, y si pueden ofender
la ignorancia y la actuación de investigadores ya formados, no pueden hacerlo la ignorancia, el
atrevimiento y la falta de tacto de quienes están aún en formación o no están habituados todavía
a elaborar publicaciones científicamente correctas, pero a éstos hay que enseñarlos y la mejor
forma de hacerlo es con el ejemplo.
Cuando en un trabajo publicado en 2022 (p.ej. en Peres y Risch, óp. cit.) se vuelve a leer
entrecomillado “Cultura de Las Motillas”, en referencia a algo que en el estado actual de la
investigación se puede considerar una entelequia, es evidente que el signo ortográfico trasluce
una opinión crítica, algo comprensible sobre todo si se conoce el trabajo del que deriva (Peres,
óp. cit.), una opinión que indica que el autor, o en su caso los autores, no comparte o comparten
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al menos uno de esos términos, y en este caso la consulta de las respectivas publicaciones pone
claramente de manifiesto que, por razones obvias, el foco de atención no se ha puesto en las
motillas, sino en el término cultura y en función de unos planteamientos y una metodología de
trabajo que no ha lugar discutir aquí, y se ha hecho incluso retomando antiguas propuestas, de
hace casi medio siglo, y considerando necesario “… un análisis a gran escala que supere los
marcos culturalistas, que se ajustan mal a la mayor parte del registro arqueológico de la prehistoria reciente peninsular precisamente debido a la inespecificidad de las prácticas funerarias
…” (Peres y Risch, ídem, pág.49 y nota 2).
El investigador puede estar de acuerdo o no con lo expuesto en esos trabajos, puede
utilizar sus conclusiones, aunque se trate más bien de síntesis de los mismos, no hacerlo o rebatirlas con información más objetiva y datos más concretos, pero, en cualquier caso, considerándolos dignos de ser tenidos en cuenta porque es lícito discrepar y, recurriendo a otro conocido refrán, de la discusión nace la luz.
Ahora bien.
Cuando en un trabajo publicado en 2023 se habla de la Cultura de Las Motillas, pero
esta vez sin entrecomillar, es evidente que el o los autores consideran necesario prescindir del
signo ortográfico, o no consideran la necesidad de utilizarlo, lo que no solo reviste a la presunta
cultura de realidad, sino que además indica una clara intención de diferenciación respecto a
quienes entrecomillan esa denominación.
Pero ¿Cuál es la causa de esas diferencias y diferenciación? ¿Qué es lo que no se conoce
bien, el significado del término cultura o qué es lo que hoy se denominan motillas?
Es evidente la intención de diferenciarse de quienes en el s. XXI hablan de “cultura de
las motillas” cuando se menciona la Cultura de las Motillas, sobre todo, cuando se viene haciendo desde hace más de una década, como también lo es en ese caso concreto el afán de
protagonismo personal, que se traduce en la persecución de esa diferenciación y que se pretende
conseguir utilizando algunos yacimientos arqueológicos como plataformas desde las que reclamar subvenciones públicas, aunque para lograrlo se publiquen algunos trabajos en los que, al
margen de su calidad como resultados de ciertas investigaciones, no sólo se critican, sino que
también se pretenden inutilizar trabajos, investigaciones e interpretaciones anteriores; lo que
sin embargo no es tan evidente es hasta dónde ese afán de seguir denominando cultura a lo que,
por lo que se sabe actualmente, no lo fue, se debe a la no aceptación de la definición que la
RAE ofrece para el término y al desconocimiento de los rasgos que caracterizan al Bronce de
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La Mancha y lo diferencian de complejos culturales junto a los que surgió, se desarrolló y convivió durante largo tiempo.
4. 2023: no Cultura de Las Motillas sino Bronce de La Mancha
¿Cómo debe entenderse que “La Mancha fue habitada durante la Edad del Bronce por
uno de los complejos culturales principales de la Península Ibérica: la Cultura de las Motillas.
La denominación de este grupo procede del tipo de yacimiento arqueológico característico del
Bronce de La Mancha: las motillas.” (Benítez de Lugo et alii, 2023, pág. 57)…?
Que hubo varios complejos culturales en la Península Ibérica durante la Edad del Bronce
es conocido hace tiempo, pero ¿qué criterios se utilizan cuando se distingue uno de otros y se
le considera entre los principales? Si hubo algunos principales, ¿cómo diferenciarlos de los que
no lo fueron? Para algunos investigadores en gran parte de la Península Ibérica hubo uno solo
y por ello principal, la cultura de El Argar, para otros hubo varios, diferenciados entre sí pero
muy relacionados de diferentes formas y por diferentes razones, y en la actualidad es difícil
identificar los factores que pudieron determinar la supremacía de alguno o algunos sobre otro
u otros, especialmente cuando se detecta cierta dependencia socioeconómica para la adquisición
de materias primas de primera necesidad, como el cobre, y al mismo tiempo de otras en absoluto
necesarias para la subsistencia pero sí para la vida social, como el marfil, junto a diferencias
culturales detectables y detectadas en lo referente al ámbito funerario y simbólico.
Observar esa dependencia no implica negar la afirmación de que “… las relaciones entre
regiones parecen haber sido más bien fluidas.” (Peres y Risch, óp. cit.: 53), pero, en cualquier
caso, en el estado actual de la investigación, ante una abrumadora mayoría de yacimientos conocidos sólo por distintos tipos de prospección sobre los excavados, parece demasiado arriesgado mantener que “La valoración exhaustiva de los indicadores económicos ha mostrado que
ningún material arqueológico es exclusivo de una forma de asentamiento, ocupación o ámbito
geográfico (…) Hay diferencias relativas y absolutas en la distribución de los medios de producción, pero nada indica la existencia de barreras políticas o económicas regionales. Incluso
los medios de producción vinculados al trabajo del metal (crisoles, moldes, escorias) aparecen
de manera uniforme en c. 5 % de los asentamientos [excavados en el cuadrante suroriental de
la Península Ibérica]…” (ídem, ibídem: 53), cuando “… actos y artefactos cambian de valor
cuantitativo en relación con la cantidad de su presencia, y en razón del contexto en que se
enmarcan, …” (Sánchez M., óp. cit.: 499).
Por otra parte, ¿a qué corresponden las motillas, a un complejo cultural o a una cultura?
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Arqueología,
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En función de la definición académica de cultura (RAE), es evidente que los ocupantes
de las motillas tuvieron un conjunto de modos de vida y costumbres diferenciados de sus contemporáneos ocupantes de otros tipos de asentamientos instalados en la Submeseta Sur, en tanto
que la ubicación de los núcleos de habitación, los recursos explotables y las actividades industriales condicionan el modo de vida y éste genera costumbres. Ahora bien, el concepto de cultura afecta también a la esfera de los conocimientos, el grado de desarrollo artístico, científico
e industrial, y desde esa óptica, ¿cómo asegurar que los ocupantes, por ejemplo, de la motilla
de Santa María del Retamar, tenían los mismos conocimientos y el mismo grado de desarrollo
artístico, científico e industrial que los habitantes en el Cerro de La Encantada? ¿Cómo asegurar
siquiera que los ocupantes de las motillas hoy localizadas compartieron modo de vida y costumbres cuando apenas se ha excavado, y no totalmente y en diferente grado, poco más del 10%
de las conocidas?
Y más aún. Si las motillas constituyen un grupo tan claramente diferenciado como para
identificarlo como cultura, ¿por qué considerarlas el tipo de yacimientos más característico del
Bronce de La Mancha, es decir, de un complejo cultural con otros componentes que no admiten
comparación con las motillas a efectos de categorización sino como hipótesis a confirmar?
En cualquier caso, la lectura del trabajo de Benítez de Lugo et al. no resulta fácilmente
comprensible, y no sólo por la frase citada.
Ya es difícil reconocer como integrantes de esa presunta Cultura de La Motillas, asentamientos instalados en lugares elevados como el Cerro de La Encantada (Granátula de Calatrava) o el Cerro del Bú (Toledo) –por sólo citar alguno de los muchos ejemplos conocidos-, o
incluso en otros de menor envergadura como la Morra del Quintanar (Munera) o el Cerro del
Cuco (Quintanar del Rey), y por supuesto en cuevas como las de Pedro Fernández Villacañas
(Estremera), El Fraile (Segóbriga) o El Estrecho (Villares del Saz), pero qué decir de lo que
significa una frase como “…el lugar sagrado conocido hoy como Bocapucheros, que sin duda
fue un lugar central -simbólico, religioso, funerario- en Campo de Calatrava para las gentes de
la Cultura de las Motillas,…” (Benítez de Lugo et alii, óp. cit., pág. 59). Y cuando no se detectan
claramente los datos en que se basa un argumento que se materializa en una frase que no se
comprende, hay que buscar una explicación a la situación o al menos intentarlo.
Si la comunidad científica había reconocido la importancia de yacimientos como la motilla del Azuer, investigado por un equipo de la Universidad de Granada, o el Cerro de La Encantada, investigado por otro de la Universidad Autónoma de Madrid, todo indica que pareció
conveniente incorporar al mismo escenario, la investigación de una parte de la prehistoria
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castellano-manchega que había “dado que hablar”, un nuevo tipo de yacimiento no conocido
hasta entonces, y así en la primera década del siglo actual a los tipos que dieron nombre a las
distintas facies del Bronce de La Mancha –motillas, cerros o castellones, morras, cuevas, “fondos de cabaña” y abrigos (Nieto y Sánchez, 1988)- se ha sumado recientemente el del “túmulo”
en función de los hallazgos realizados en el Castillejo del Bonete, un peculiar yacimiento arqueológico cuyo estado de conservación impide conocer con seguridad su morfología original
(Galán, 2018) pero cuyos rasgos se han utilizado para identificar un supuesto lugar de culto –
quizá en la idea que no tenía sentido que sólo hubiesen existido construcciones de carácter
religioso en el Cerro de La Encantada (Fig. 4)-, un yacimiento al que ahora se asimilan otros
como ese de Bocapucheros, ubicado en una morra, y no sin antes haber identificado erróneamente supuestos túmulos funerarios en el Cerro de La Encantada, como ya se comentó (Galán,
óp. cit.), todo lo cual ha inducido a plantear la posible existencia en el yacimiento granatuleño
Fig.4. Cerro de La Encantada. Edificios de culto. Dibujos: Eva Vázquez.
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de construcciones semejantes, e incluso recientemente se ha propuesto un tipo de asentamiento
más, el fortificado y con estructura tumular (Blanco de la Rubia, 2022).
Si la prehistoria, como rama del conocimiento, pretende conocer las características de
culturas antiguas, es evidente que, en terminología de la antropología cultural (Bastis Consultores, 2020), no podrá hacerlo desde una perspectiva émica sino ética, comprobando la relación
de hipótesis ya planteadas con la información conocida y comparando culturas diferentes, y, en
cualquier caso, obviar parte de la información existente y formular categóricamente ciertas expresiones es, además de dudosamente científico, arriesgado.
Afirmaciones como “… los asentamientos de la Cultura de las Motillas no se vincularían
necesariamente a los ríos o a las vías pecuarias… (Benítez de Lugo et alii, óp. cit., pág.60),
aunque en una publicación inmediatamente anterior se incluya un mapa en el que se representa
en buena medida lo contrario (Benítez de Lugo y Mejías, 2022, Fig.1), o “…El primer inventario de esta clase de sitios fue presentado en 2010…” (ídem, pág.62), ponen de manifiesto un
escaso conocimiento de ese tipo de yacimientos, hoy por hoy sólo conocido en Castilla-La
Mancha, de sus verdaderas características y evidentemente de la historia de su investigación y
de los resultados obtenidos en trabajos antiguos y recientes.
Asegurar que “…las motillas eran importantes puntos de aprovisionamiento de agua
(…) rodeadas de una densa red de asentamientos, probablemente jerarquizados…” (ibídem,
pág. 66) es generalizar lo conocido con seguridad de una sola de ellas, la motilla de El Azuer,
al casi medio centenar de las localizadas, y además confundir cuando previamente se dijo, a
propósito de esa motilla, que estaba “Toda la construcción del bronce metida en agua.” (Benítez
de Lugo, 2017-2018).
Considerar un lugar con las características de la elevación natural en la que se encuentra
el enclave de Bocapucheros como un “…lugar central –simbólico, religioso, funerario- (…)
para las gentes de la Cultura de las Motillas…” (ídem, pág. 59) es claro exponente del desconocimiento del significado de esa terminología en estudios de territorio.
Apuntar que las motillas “… no se vincularían necesariamente a los ríos o a las vías
pecuarias …” (ibídem, pág.61), es totalmente falso, y desde luego contradictorio con la ilustración publicada con anterioridad y ya citada (Benítez de Lugo y Mejías, óp. cit.).
Comentar que “Existen menos motillas que pirámides hay en Egipto.” (ibídem, pág. 62),
no parece venir “muy a cuento”, porque, como las pirámides de México, Perú, Guatemala,
Honduras o China, son monumentos con connotaciones religiosas que nada tienen que ver con
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las motillas, lo que implica que la comparación no ha lugar, aunque el número de motillas localizadas, 46, es con seguridad sensiblemente menor que el de las que se levantaron.
Afirmar que “… el paradigma que marcaba tradicionalmente las ‘facies’ del Bronce de
La Mancha (motillas, morras y castellones) ha resultado ser claramente insuficiente para explicar aquella sociedad…” (idem, pág.66), denota desconocimiento de la investigación de la
prehistoria reciente de la Submeseta Sur, porque en el I Congreso de Historia de Castilla-La
Mancha, celebrado en Ciudad Real en 1985 -aunque sus actas se publicaron tres años después, antes por tanto de la publicación a la que claramente hace alusión ese paréntesis, ya se señaló
la existencia de otros tipos de asentamientos, los entonces denominados de “fondos de cabaña,
las cuevas, y los abrigos (Nieto y Sánchez M., 1988), existencia obviada por la autora de aquella
publicación quien, por cierto, ya entonces no compartía la identificación de una “Cultura de Las
Motillas” sino la de un Bronce de La Mancha o manchego (Martínez N., 1988).
En definitiva. Esas afirmaciones, apuntes, y comentarios son claros índices de inexperiencia en la investigación de la prehistoria reciente y de una metodología de trabajo cuanto
menos discutible, y suponen una forma poco aceptable de exposición de lo que presumiblemente son resultados de una investigación seria del s. XXI.
Y si al defender la existencia de una Cultura de Las Motillas, se hace utilizando aleatoriamente los términos de Bronce de La Mancha y Edad del Bronce de La Mancha, evidentemente el resultado, aunque no sea el buscado, bien puede ser que el lector retenga como idea
básica lo que se expone al comienzo de la publicación de Benítez de Lugo et al. aquí comentada,
no pretendido pero cierto, y es que las motillas son yacimientos arqueológicos característicos
del Bronce de La Mancha … Pero es obvio que lo pretendido no era exponer con claridad la
información realmente conocida, sino una versión tan desfigurada de la misma como para hablar de inmediato de “… la Cultura de las Motillas, también conocida como Bronce de La Mancha.” (Martín, Benítez de Lugo y Fuentes, 2023, p. 9).
5. En conclusión, que no en resumen
Hay días en los que cuesta mucho escribir sobre un tema que afecta muy directamente
porque forma parte de una labor investigadora que, como en este caso, no siempre ha sido fácil
compaginar con una actividad que requiere tanta implicación personal como la docencia de
prehistoria y de arqueología, máxime cuando ese trabajo de investigación se ha desarrollado en
diferentes escenarios (campo, laboratorio, biblioteca, despacho) y cuando ha sido la propia profesión docente la que de alguna forma ha convertido en colaboradores a colegas y a alumnos,
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evidentemente con distintas responsabilidades pero con un mismo fin: conocer lo mejor posible
una parte de la historia y cómo llegar a ese conocimiento.
Pero sin embargo hay ocasiones en las que las ideas fluyen sin problema y, por el contrario, cuesta controlar qué escribir y cómo hacerlo, y esos días son, entre otros, aquellos en que
algo afecta directamente al trabajo desarrollado a lo largo de muchos años, y muy especialmente
cuando ese “algo” conlleva afirmaciones que no responden a la realidad o presenta como científicas simples opiniones personales sin una base suficientemente sólida.
Es bastante desolador llegar a la conclusión de que una tesis doctoral, tras la cual hay
sin duda esfuerzo y trabajo, no ha obtenido resultados realmente útiles cuando, desde el punto
de vista en que el conocimiento de la información existente permite situarse, se observa que en
buena medida es debido a que se ha ignorado –presumiblemente no despreciado- gran parte de
la misma.
Es bastante desolador también constatar que la falta de argumentos para plantear abiertamente que en la Edad del Bronce no surgió y desarrolló un complejo cultural del que formaron
parte las motillas, sino una cultura cuya denominación deriva de ese tipo de yacimientos arqueológicos, lleva a utilizar indistintamente denominaciones que no tienen aceptación más que
por parte del equipo que las mezcla y defiende el uso aleatorio de la menos aceptada a fecha de
hoy.
Y, sobre todo, es bastante desolador observar cómo algunos investigadores obvian sin
reparos el trabajo de muchos de los que les precedieron en la investigación de determinados
aspectos de nuestra prehistoria, ya se trate de profesores de universidad, catedráticos, titulares
o de cualquier otra categoría, o de alumnos que se iniciaron en la investigación aportando su
buen hacer bajo la supervisión de los responsables de su formación, recurriendo incluso a considerar equipos desarticulados tanto a aquellos cuya composición fue cambiando con el tiempo
como consecuencia lógica y normal de los diferentes desarrollos personales, como a los que
sufrieron la pérdida de sus miembros más importantes.
Obviar interpretaciones y opiniones es no considerar el trabajo ajeno, y más aún hacerlo
sin explicar los motivos que llevan a ello, pero evidentemente es más fácil defender las opiniones propias que rebatir las ajenas, y por ello las publicaciones más recientes a que se ha hecho
referencia en este texto requieren comentarios particularizados y más detallados que los expresados aquí, porque quienes nos dedicamos a la investigación de la Edad del Bronce en la Submeseta Sur todavía podemos añadir mucha y valiosa información a la ya publicada, y nuestro
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conocimiento de sus características y desarrollo, y sobre todo la información obtenida de yacimientos representativos de sus distintas facies, puede explicar, una vez más, nuestra firme defensa de la existencia del complejo cultural denominado Bronce de La Mancha pero no cultura
de las motillas. Ahora bien, nuestras futuras aportaciones sí tendrán en cuenta las publicaciones
más recientes, aunque, realmente, no todo vale.
Finalmente cabe precisar, por si es necesario aclarar las cosas, que la diferencia entre
“cultura de las motillas” y complejo cultural con motillas, que es lo que realmente fue el Bronce
de La Mancha, o al menos lo que muestra el estado actual de su investigación, es tan profunda
como fácilmente comprensible, y seguir discutiéndola no es sino repetir alguna curiosa discusión mantenida entre grandes de la prehistoria peninsular que, en su momento, se hizo famosa
pero que no afectó ni para bien ni para mal al prestigio de sus protagonistas ni al objeto de la
disputa.
Recordaran los que más años tengan y lean estas líneas, que ya hace más de seis décadas
y en uno de los Congresos Nacionales de Arqueología que se celebran en nuestro país, tres
ilustre referentes de la arqueología española, maestros de tanto y de tantos, a propósito de las
características de los tocados que aparecen en diversas figuras del arte rupestre levantino, nos
entretuvieron durante casi de dos horas a los asistentes al evento, con una discusión sobre si
esos ornamentos eran penachos o plumeros …
Se esgrimieron argumentos de toda índole, por parte de los defensores de cada uno de
esos términos, para convencernos de tener cada uno la razón de la necesidad de la “adopción”
de “su” vocablo, y aquello se convirtió en la conejil discusión de la fábula sobre si galgos o
podencos hasta que, con una oportuna intervención que puso fin al dilema y a la prolongada
(aunque divertida) discusión, “alguien” de los que allí oíamos argumentos en pro y en contra
de penachos o plumeros, recordó que si se identificaban bien los componentes del tocado se
podía hablar de penachos o de plumeros. Como en el caso que nos ocupa, una buena medida
para salir de la duda es recurrir a la Real Academia Española, para la que un plumero es, sencillamente, un penacho de plumas …
Y, por cierto. Como parece que ciertas investigaciones actuales tienen muy en cuenta
cantidades de yacimientos, sin discriminar, es decir, sin diferenciar excavados de no excavados,
localizados en prospección superficial o aérea, intensiva o extensiva, etc., y como a lo cuantitativo se refiere algún colega al referirse, valga aquí la redundancia, a motillas y pirámides,
recordaremos que nuestro conocimiento del Bronce de La Mancha nos lleva a recordar que,
como en diversos trabajos de muy diferentes autores (p.ej. Hervás, 1890; Caballero, García S.
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y Ciudad, 1983; VV.AA., 1989; García H., Izquierdo y Onrubia, 1994; Jerez, 2007) es fácilmente comprobable que en las tierras de las cinco actuales provincias castellano-manchegas y
en parte de la madrileña hay más morras que motillas y más castellones que motillas, y que en
los últimos tiempos la cantidad de esos asentamientos en llano caracterizados por los “hoyos”,
los hace años conocidos como poblados de “fondos de cabaña”, y cuyo número era semejante
al de motillas hasta no hace mucho, va aumentando poco a poco, y en adelante y como ha
sucedido por ejemplo tanto en la Comunidad Autónoma de Madrid como en la de Castilla-La
Mancha, lo hará fundamentalmente a medida que la obra pública y el desarrollo urbanístico
hagan necesaria el control y la intervención arqueológica …
En ocasiones como ésta no es fácil exponer una última conclusión, de modo que para
finalizar aquí y ahora, solamente decir que los lectores comprenderán sin problemas que, aunque éste sea el último párrafo de un artículo, no será ésta la última vez que salga a la luz información sobre el Bronce de La Mancha que demuestre que su entidad impide reducir su denominación a la de uno sólo de los tipos de yacimientos en que sus restos han llegado hasta nosotros; estamos acostumbrados, desde hace tiempo, al “sostenella y no enmendalla” de algún colega cuyas discrepancias y en ocasiones disparatadas propuestas no llegan sin embargo a rayarnos en exceso, es decir, a trastornarnos o volvernos locos si nos atenemos al significado que da
la RAE al uso coloquial del término. Y es que, si se nos permite la licencia, a la luz de lo que
hoy conocemos el Bronce de La Mancha es, sin lugar a dudas, un complejo cultural para el que,
hablando obviamente en sentido figurado, bien podríamos solicitar a la Administración correspondiente la calificación de IGP (Indicación Geográfica Protegida).
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ALFARERÍA DE ÉPOCA ALTO IMPERIAL EN AUGUSTA
EMERITA (MÉRIDA, BADAJOZ). LAS CERÁMICAS FINAS1
HIGH IMPERIAL PERIOD POTTERY IN AUGUSTA EMERITA (MÉRIDA, BADAJOZ).
FINE CERAMICS
José Manuel JEREZ LINDE2
Resumen
Afortunadamente nuestro conocimiento, sobre las distintas producciones alfareras, llevadas a cabo en la
antigua Augusta Emerita es cada vez mayor. Las primeras anotaciones e ilustraciones las conocemos a
través del erudito, poeta y bibliófilo extremeño Vicente Barrantes, acerca de los Barros Emeritenses,
han sido y siguen siendo el preámbulo a los numerosos estudios dedicados a las cerámicas de la antigua
colonia. El importante incremento de estudios, acerca de las distintas variedades de cerámicas de mesa,
ha contribuido, sin duda alguna, al conocimiento de esta actividad alfarera.
Palabras clave: Lucernas romanas, Cerámicas finas, Terracota, Cerámicas comunes, GES, LFO, terra
sigillata.
Abstract
Fortunately, our knowledge of the different pottery productions carried out in ancient Augusta Emerita
is increasing. We know the first annotations and illustrations through the Extremaduran scholar, poet
and bibliophile Vicente Barrantes, about the Emeritenses Barros, they have been and continue to be the
preamble to the numerous studies dedicated to the ceramics of the former colony. The significant increase in studies on the different varieties of table ceramics has undoubtedly contributed to the
knowledge of this pottery activity.
Keywords: Roman lamps, Fine wares, Terracotta, Common ceramics, GES, LFO, terra sigillata.
1 Dedicamos nuestra pequeña aportación a la memoria de Vicente Barrantes. Sus “barros emeritenses” cobran
para nosotros una especial vigencia (Fig. 1)
2
Investigador independiente: https://orcid.org/0000-0001-8641-1334 (jerezlin@gmail.com).
Recibido: 31-10-2023; aceptado: 15-11-2023
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1. Introducción
Muchas veces al tratar sobre la industria alfarera, casi instintivamente, pensamos en
ese maremágnum de bolsas y cajas colmatadas de “tiestos” como a veces escuchamos. Difícilmente llegamos a tomar conciencia y a dimensionar ese taller o talleres, de los que únicamente
contamos con tan solos unos pocos fragmentos. Cuando tratamos de trasmitir este mismo concepto a los integrantes de una escuela taller, por ejemplo, resulta aún más compleja la asociación, entre los diminutos fragmentos con la palabra industria (Fig. 12).
Conocimos el importante complejo alfarero de “La Matilla”, en el tramo de la carretera
que une las localidades de Villafranca de los
Barros con Fuente del Maestre (Badajoz) (Sánchez, 2019: 9). Los trabajos llevados a cabo
para el ensanche de esta vía (EX-360) pondrían
al descubierto diversos hornos alfareros que finalmente han sido soterrados para su mejor
conservación. En esta ocasión pudimos comprobar, de primera mano, la magnitud de estas
instalaciones e incluso accedimos al interior de
una de las cámaras de combustión, que presentaba un excelente estado de conservación. Esta
visión de conjunto nos resultó de gran ayuda a
Fig.1. D. Vicente Barrantes Moreno (https://es.wikipedia.org/wiki/Vicente_Barrantes).
la hora de dimensionar, como decimos, este
tipo de instalaciones de carácter industrial. En
lo que respecta a la ciudad de Mérida, se han
llegado a documentar varios de estos alfares, y también testares, reutilizados en la colmatación
de algunos edificios o como relleno en determinadas zonas. La expansión y el propio desarrollo
urbanístico de la Mérida romana fue “engullendo” esta serie de estructuras artesanales, caso de
la conocida casa del Mitreo, que conserva parte de estas instalaciones.
2. Las lámparas de Vicente Barrantes
Siempre nos pareció valioso el relato de este erudito extremeño, testigo ocasional de los
frecuentes hallazgos, en las ruinas de Mérida. Un trabajo que tuvimos muy presente en nuestra
tarea de documentación, con los materiales procedentes del vertedero de la calle Constantino
(Rodríguez, 1996: 7). La descripción de algunas de las lucernas, incluidas en sus “barros
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Alfarería
de
época
alto
imperial
en
Augusta
Emerita
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emeritenses”, constituyen, sin lugar a dudas, un interesante referente a tener en cuenta. Nos
detenemos precisamente en la exposición de una de estas lamparillas, halladas a finales del s.
XIX:
“Nº 9. FAMA PREGONANDO UN SENATUS-CONSULTUS.- Admirable dibujo, buen
relieve, destacando las piernas por lo modeladas. En el disco o clípeo, que ostenta en la mano
derecha, estas letras muy claras:
E X S. C.
En el sello:
C. OPPI.RES
La inscripción aconseja que no la confundamos con la Victoria, pues aunque la figura
sea idéntica, para representar la Victoria solía llevar palma o corona, o ambas cosas a la vez,
y cuando llevaba disco, como la que se acuñó en el consulado II de Trajano después de la
guerra germánica, ostentaba dentro de su óvalo las conocidas siglas S. P. Q. R.” (Barrantes,
1877: 24).
Nuestro asombro quedó patente,
tras los más de cien años transcurridos, entre estas anotaciones y los fragmentos de
discos que presentamos (Fig. 2).
Es el apartado de las lucernas, el de
mayor difusión, que cuenta además con una
variedad ilimitada en su elenco de motivos
decorativos. La nómina de talleres que ofertan sus productos es igualmente diversa, pudiendo distinguirse algunas firmas locales,
Fig. 2. Discos de lucerna con el clipeus y la leyenda E X
S (.) C (.), vertedero de la c/ Constantino.
caso de L.F.O, G.E.S o C.L, junto con series tan populares como las de GABINIA, COPPI.RES,
etc., etc. Nos resulta especialmente llamativa, la capacidad de estos artesanos, a la hora de reproducir muchas de las manufacturas llegadas a la ciudad. En el caso concreto de las lámparas
hemos detectado numerosas copias, en unos casos de cierta calidad, y en otros con un relieve
poco o nada definido. En cualquier caso, tanto una como otra, son ofertadas en los mercados
locales. Esta diferencia en la nitidez del molde plantea la posible relación ¿calidad-precio? (Fig.
3). En el aspecto iconográfico, difícilmente se podría cuantificar el número total de motivos
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representados. Son conocidas las series con escenas de carácter erótico, los llamados munera
gladiatoria junto con un gran repertorio de deidades, entre las que existe gran predilección por
la figura de la Victoria alada, acompañada de la palma, la corona o el clipeus de buenos augurios.
Fig. 3. Lucerna del taller de L. FABRICMAS (Anselmino, 1994: 449)3, del vertedero de la c/ Almendralejo (Bustamante, González y Heredia, 2023: 56) junto con dos de las copias locales, obtenidas a partir de la primera
(MNAR)4.
Pero indudablemente, uno de los alfareros locales más prolíficos y de mayor repercusión, lo conocemos bajo las siglas G.E.S. Su extensa producción, fechada a partir de finales del
s. I d. de C., incorpora varios conjuntos, en los que el tema principal gira en torno a las principales deidades (Rodríguez, 2002: 162). En la serie dedicada a la figura de Mercurio, es representado, como otros tantos bustos, de frente y con los hombros levemente girados. La localización de un fragmento de molde, con esta misma representación, ha sido especialmente clarificadora en su atribución.
3. Las cerámicas de paredes finas
El otro grupo mayoritario está constituido por las denominadas “paredes finas”, caracterizadas por la delgadez de sus paredes (paretti sottili), y que les confiere ese aspecto de fragilidad (Figs. 4 y 5). Existen razones para pensar que, en realidad, son un claro intento por
imitar los recipientes broncíneos, cuyo coste resultaría mucho más elevado. Los distintos baños
de engobe, con efecto tornasolado y metalizante, parecen corroborar esta teoría. En la gama
3
4
Taller activo en época de los Antoninos.
El ejemplar más completo se expone en la primera planta, sala VII del Museo Nacional de Arte Romano.
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Fig. 4. Conjunto de recipientes característicos de las “paredes finas emeritenses” hallados en la villa romana
de “Torre Águila” (Barbaño, Badajoz) (Rodríguez y Jerez, 2021: 34).
cromática resultante, son frecuentes las tonalidades ocre-anaranjado pálido, cuanto más ligero
es el engobado, sobre los que destaca el flameado más oscuro. En otros casos el barnizado
es más uniforme, con tonalidades de brillo satinado casi metálico, por efecto de la cochura
(Fig. 6). En cuanto a las modalidades decorativas, es frecuente el empleo de las “ruedecillas”,
que imprimen una serie de pequeñas muescas
paralelas. La aplicación de arcilla líquida, o barFig. 5. Copita de cerámica de paredes finas que
imita la forma 24/25 de terra sigillata (Los Columbarios).
botina, es la segunda modalidad en importancia5, incorporando las ya conocidas mamillas,
hojas de agua o lúnulas6. El repertorio formal se
5
En forma de gotas o mamillas, formando hojas de agua o las características lúnulas que resultan de presionar
estas mismas gotas con el pulgar.
6
Resultado de presionar el pulgar sobre este goterón de arcilla como vemos en la imagen (fig. 4).
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compone de una serie de vasos, copas y cuencos, en su mayoría de uso individual, y que conocemos como vasa potoria. A la primera clasificación establecida por F. Mayet (Mayet, 1975:
144) le sucede una nueva revisión, en la que serán incorporadas varias formas novedosas (Rodríguez, 1996: 158). Formas provenientes, en su mayoría, del testar de la c/ Constantino donde,
además, se documentan varios recipientes que imitan la tipología de la terra sigillata.
Fig. 6. Trullas de paredes finas con mango decorado a molde, (Casa del Mitreo) y detalle de la personificación del Guadiana en el llamado “dintel de los ríos” de Mérida.
Queremos destacar igualmente un singular conjunto, compuesto por tres ejemplares
idénticos, de trulla7, de la que no conocemos ningún otro caso más. El asa conserva una profusa
decoración a molde en la que destaca la figura desnuda de Dionysos (Outeiriño y Villaluenga,
1992-1993: 96), y a sus pies se sitúa una deidad acuática, que adopta la fisonomía de un viejo
barbado, ¿Guadiana?. Figura que nosotros asociamos con la personificación del río Guadiana,
tan presente en la vida de la ciudad, y representado en el conocido como dintel de los ríos
Guadiana (Ana) y Albarregas (Barraeca) (Fig. 6). Pese a que, la cronología de los recipientes
7
Pensamos que podrían tratarse de objetos de carácter litúrgico.
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es mucho más temprana que la del elemento marmóreo, su vinculación con el río es más que
probable.
Uno de estos testares, en concreto el localizado en la c/ Constantino, ha sido determinante en los distintos aspectos de su producción. Un vertedero que aglutina parte del material
de desecho resultante de las distintas hornadas, y que son un claro indicador, a la hora de conocer la diversidad de sus manufacturas. Junto con las piezas defectuosas, pudimos distinguir
parte del utillaje utilizado: carretes separadores, tubos difusores de calor, e incluso un molde
para la elaboración de asas para skyphoi (Jerez, 2024: e.p.).
4. Las cerámicas de paredes finas vidriadas
El vidrio es otra de las manufacturas que ocupan un lugar destacado entre las producciones locales, baste mencionar la magnífica colección que alberga el MNAR o los depósitos
funerarios conservados en los almacenes del CCMM8 (Alonso, 2024: e.p.). No es de extrañar
por tanto que se ensaye con la combinación de estos dos materiales: cerámica y vidrio. Otro
trabajo reciente planteaba esta misma posibilidad, ante el creciente número de fragmentos cerámicos con signos de ese proceso de vidriado. En un principio pensamos que pudiera tratarse
de algo accidental, sin embargo, en varios de los fragmentos detectados, observamos que este
revestimiento es uniforme. Ante esta última posibilidad, tampoco vemos restos del vidriado en
la rotura de los fragmentos, por lo tanto, descartamos que se trate de un fallo accidental.
Son varios los argumentos que coinciden en situar, un posible horno dedicado a la elaboración de vidrio, en las inmediaciones de la casa del Mitreo9. Nada extraño por otra parte al
encontrarse en una zona extramuros, que sigue en paralelo al “Guadianilla”. El eje imaginario
entre la c/ Oviedo y el antiguo ambulatorio10, junto a la ctra. de Don Álvaro, concentra toda una
serie de instalaciones de uso industrial. Son conocidos los grandes vertederos de la ctra. de Don
Álvaro (Gijón, 2004: 49) o los localizados en las calles Oviedo y Constantino nº 64 (Rodríguez,
1994-1995: 270). El interior de la mencionada casa del Mitreo, alberga la planta de uno de estos
hornos, conservado prácticamente a nivel de cimentación11. Frente a la domus se hallaron los
restos de un posible taller dedicado al vidrio (Álvarez, 1950: 25), como parece deducirse, de la
serie de tubos de hierro, procedentes del lugar (Sabio, 2012: 231). Por otra parte, y durante los
trabajos de excavación, de esta vivienda fueron localizados numerosos restos de vidrio
8
Consorcio de la Ciudad Monumental de Mérida.
El tratamiento y transformación del hueso animal, es otro tipo de manufactura desarrollada en este mismo lugar.
10
En la actualidad, centro de salud Mérida Urbano III – Obispo Paulo, en la c/ Vicente Aleixandre.
11
Ya comentábamos como algunas de estas estructuras en desuso acabarán por servir de base a nuevas edificaciones.
9
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seguramente para ser refundido. Las llamadas “palmatorias” de vidrio verdoso, sin utilidad aparente, podrían ser desechos sobrantes del soplado (Caldera, 1983: 67).
Fig. 7. Conjunto de fragmentos de cerámicas de paredes finas vidriadas de las inmediaciones de la plaza de toros (MNAR).
Entre los fragmentos documentados, se identificaron algunas bases y bordes en forma de
bastoncillo, que se corresponden al bol Mayet XXXVII. Una peana con el borde ligeramente vuelto que
puede tratarse de la copa Mayet XLVI, y recubierto de vidriado color miel. Otra de las formas
reconocidas, es el vaso carenado Mayet XLIII que conserva la característica decoración a ruedecilla bajo la capa del vidriado (Fig. 7). Fragmentos que se entremezclan con un importante
conjunto de cerámicas de paredes finas, y que se acompañan de una etiqueta que los identifica12.
5. Las terracotas figuradas
Los mismos alfareros encargados de la producción de las lucernas, y también los recipientes de paredes finas13, son los encargados de la elaboración de una gran variedad de figurillas (coroplastia) (Fig. 8). Por lo general, el tipo de arcilla empleada, de tipo caolinítico, tiene
prácticamente las mismas características que observamos tanto en las lucernas como también
en las paredes finas.
Buena parte de estas representaciones han sido elaboradas mediante el empleo de moldes bivalvos. Por lo general la parte frontal de la figura suele ser mucho más cuidada, si bien
12
Todo hace pensar en algunos de los primeros sondeos llevados a cabo por E. Sandoval. En la etiqueta que los
identifica: Habitación Plaza de Toros.
13
Nos referimos nuevamente al mismo complejo alfarero y que conocemos como vertedero de la c/ Constantino.
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algunos detalles como el peinado o las facciones pueden haber sido retocados tras el desmolde.
La parte posterior apenas insinúa la silueta del cuello y la espalda. Respecto a los centros de
producción, sería conveniente distinguir entre aquellas más antiguas, (c/ Constantino), y una
segunda fase de producción (ctra. de Don Álvaro) (Gijón, 2004: 49) que comentaremos más
adelante.
Respecto a las primeras series hemos llegado a identificar la producción de L.F.O, hasta
ahora conocido únicamente por varios fondos de lucernas (Hidalgo, 2012: 166). Este alfarero
dedicó parte de su producción a la figura protectora de Minerva (Fig. 9), presente en varios
depósitos votivos, siendo un modelo habitual en muchas de las intervenciones llevadas a cabo
en la ciudad.
Fig. 8. Máscara teatral femenina. Terracota del Museo Nacional de Arte Romano (Mérida) y su posible restitución (dibujo de J. M. Jerez, 2008).
Respecto al importante volumen de lucernas y terracotas localizado en la ctra. de Don
Álvaro su tipología permite establecer varios grupos. Entre estos, las llamadas emperatrices,
bustos de Minerva o figuras de embarazadas, junto con diversas lucernas de la producción del
alfarero G.E.S (Rodríguez, 2002: 162) que dedica parte de sus series a varias divinidades14.
Como vemos prácticamente todas estas manufacturas: paredes finas, lucernas, terracotas e
14
Su cronología podría establecerse a partir de finales del s. I d C.
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incluso cerámicas de cocina (Alvarado y Molano, 1995: 282), son elaboradas en las mismas
instalaciones. Una cuestión que para nosotros tiene una gran importancia, ya que como decimos, estos talleres cuentan con distintos artesanos dedicados a cada una de las manufacturas.
Fig. 9. Modelo de terracota figurada del taller de L.F.O (Jerez, 2024: e.p.).
6. La cerámica sigillata y su influencia en las producciones locales
El hecho de reproducir algunas de las formas más populares de la terra sigillata implica
un claro intento por ofertar estas vajillas. En un primer ensayo se reproducen las formas lisas
más populares y de mayor difusión, los platos Drag. 18 o las copas Drag. 27 y 24/25. Una
segunda prueba, más arriesgada, culminará con la ejecución de las cantimploras (Hermet 13),
envases que tradicionalmente asociamos con los viajeros. La particularidad de estas vasijas es
precisamente, el empleo de moldes, decorados con punzones propios de las variedades de
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sigillata gálica y también hispánica. Uno de los motivos identificados muestra la figura estante
de Fortuna (Mayet, 1984: CXCV) y también las esfinges confrontadas que vemos en el estilo
de Sempronius.
La intervención del importante vertedero, junto al antiguo cuartel de artillería Hernán
Cortés, nos ha permitido contabilizar y clasificar algo más de trescientas marcas alfareras15.
Dentro del grupo de la TS Hispánica, nos ha sorprendido especialmente un fondo de copa H.
33 (Fig. 10), con la marca: AVG.EME, y que ya en su momento dimos a conocer (Jerez, 2016:
129). La nueva figlina volvería a reabrir
el consabido debate sobre la implicación
de Mérida en la fabricación de la terra
sigillata, dando paso a un nuevo artículo, en esta ocasión basado en unos
análisis petrográficos, efectuados a una
determinada
selección
de
marcas
(C.I.A.E.F, LAPILLUS, VALERIUS PATERNUS…y supuestamente también la
de AVG.EMER) (Dorado y Bustamante,
2022: 219). Tras la publicación de estos
Fig. 10. Fondo de una copa H. 33, de sigillata hispánica
(TSH), con la marca: AVG.EME relativa a la ciudad de Augusta Emerita..
resultados hemos detectado ciertas anomalías al comprobar que las siglas de
nuestro fondo: 8067/21/528, no coinci-
den con la muestra analizada: 8020/35/7716. Resultados y datos que nos parecen más que cuestionables, si consideramos que, además no hay constancia de ninguna otra marca con esta
misma lectura. Nos mantenemos, por tanto, en esa misma idea inicial que relacionaba Mérida
con la producción de sigillata, o incluso otro punto próximo a Mérida, y que trataremos próximamente.
Junto con la marca hemos documentado varios fragmentos de un cuenco H. 29, decorado
a base de motivos circulares concéntricos17, que se alternan con líneas verticales onduladas
(Fig. 11). El cuenco conserva la sigla de una primera clasificación, realizada en 2004 18. La
llamativa tonalidad que muestran los fragmentos, en tonos castaños, denota su proximidad con
15
Conjunto que será dado a conocer en breve.
La numeración relativa a la intervención, unidad estratigráfica e inventario son distintos. La intervención 8020
se corresponde con la Avda. Reina Sofía, en nuestro caso es el nº 8067, de la c/ Cabo Verde.
17
Esta alternancia de motivos circulares se repite en la zona superior y la inferior. Otro pequeño elemento que
alterna con los círculos es una pequeña ave de plumaje moteado.
18
Selección llevada a cabo por J. R. Bello con el número A-1300.
16
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la parrilla sobre el praefurnium. Seguramente se trate de uno de los primeros
recipientes de la pila y por tanto más
cercanos al fuego. En la parte superior
del cuenco, el barniz alcanza una tonalidad más oscura, con reflejos metalizantes propios de una cocción reductora. La pasta presenta un tono crema
clara y muy homogénea, de aspecto poroso.
Otro de los motivos representados, especialmente llamativo para nosotros, es la pequeña hoja triangular
con nervaduras muy marcadas. El
mismo punzón lo identificamos ya en
Fig. 11. Cuenco de TSH (H. 29), decorado con motivos circulares, del vertedero de la c/ Cabo Verde.
otro cuenco (H. 29), también de esta intervención, y con un interesante grafito (Jerez, 2018:
315). En el interior del pie se esgrafiaron las iniciales C (.) L (.), junto con la forma FE (cit),
iniciales que coinciden con las de otra marca de lucernas19 del alfar de la c/ Constantino, por lo
que nos resulta muy llamativa la asociación de estas tres cerámicas dentro del mismo vertedero20.
7. Conclusiones
A la vista de lo expuesto queremos destacar, de estos talleres, el conocimiento de la
materia prima y por tanto de los recursos de la zona (Mesa, 1988: 18). Pero más que nada, la
asombrosa capacidad para ensayar y reproducir, aquellos productos de mayor empuje comercial. Para ello serán empleadas distintas técnicas, caso de la barbotina o incluso los moldes,
hasta obtener el mismo efecto de los relieves de una sigillata, y este parece ser el objetivo final
de todos estos ensayos. En efecto, la elaboración de las paredes finas va más allá de las consabidas técnicas tradicionales (ruedecilla o aplicaciones con barbotina) para introducir algunos
punzones copiados a partir de vasos gálicos e hispánicos. Ya dimos a conocer varios ejemplos
de cantimploras de imitación (Hermet 13) (Rodríguez, 1996: fig. 13) y más recientemente hemos detectado otras inspiradas en el estilo hispánico. Tanto el vertedero del solar de Blanes,
19
Curiosamente otra de las marcas de lucernas presente en el vertedero de la c/ Constantino es la de C (.) L (.) con
algunos ejemplares deformados.
20
Nos referimos al fondo con la marca Avg Eme y los dos cuencos decorados H. 29.
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como también el de la c/ Cabo Verde han proporcionado algunos fragmentos de paredes finas,
que reproducen algunos punzones de TSH, asociados con el estilo de Sempronius (Jerez, 2024:
e.p.).
Se ha tratado incluso de asociar estas cantimploras locales con la producción de las llamadas cerámicas bracarenses (Bustamante, 2010: 42), aunque las diferencias físicas (pasta y
engobe) son evidentes. Esa misma capacidad para reproducir estilos y elementos foráneos, es
también una constante en el apartado de las lucernas. Un gran porcentaje de estas lámparas son
lo que llamamos “copia de copia” con numerosas imperfecciones21. En la mayoría de los casos,
los moldes utilizados, carecen de nitidez originando relieves que parecen desdibujarse, a medida que son utilizados (Fig. 3).
El gremio de artesanos locales es conocedor de la creciente demanda de determinados
artículos. No es extraño por tanto que traten de sumarse a esta floreciente industria, en principio
con la reproducción de algunas de las mercancías que necesariamente pasan por Mérida. En
este punto, seguimos sin llegar a determinar ese aparente monopolio entre el complejo de Tritium Magallum y la Lusitania. Nos referimos nuevamente a los productos de Valerius Paternus,
y las posibles vías de entrada que, a día de hoy, siguen sin ser definidas. Ya destacamos la
llamativa concentración de estas vajillas en la zona de Mérida, un fenómeno que, parece circunscribirse prácticamente a la Lusitania. Tampoco en ese supuesto trayecto se observa esta
misma incidencia, por lo que los hallazgos intermedios son casi anecdóticos, contabilizándose
poco más de ¿una o dos marcas? (Jerez, 1996: 127).
Esta concentración, en la
que siempre insistimos, seguramente sea el indicio de otro planteamiento que, en un futuro no
muy lejano, pueda ser esclarecido. Entre tanto nosotros seguimos considerando las impresiones de D. Vicente Barrantes que,
sin necesidad de una visión macroscópica, nos siguen resultando
de gran ayuda.
21
Fig. 12. Carretes-separadores en el taller de un alfarero de Salvatierra
de los Barros (Badajoz).
En algunos casos el molde utilizado no está totalmente limpio.
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INTERVENCIÓN ARQUEOLÓGICA EN LA ANTIGUA IGLESIA
DE SANTA MARÍA DE LA ALMUDENA (MADRID). NUEVOS DATOS ARQUEOLÓGICOS
ARCHAEOLOGICAL INTERVENTION IN THE OLD CHURCH OF SANTA MARÍA DE LA
ALMUDENA (MADRID). NEW ARCHAEOLOGICAL DATA
Iván JARAMILLO FERNÁNDEZ 1
Rebeca LENGUAZCO GONZÁLEZ2
Resumen
Durante las obras llevadas a cabo entre 2013 Y 2015 para la realización de una acometida de agua
potable para un local ubicado en C/ Mayor, 88 (Madrid), se localizaron los restos muy deteriorados de
dos estructuras correspondientes a cimentaciones de la fachada oriental de la antigua iglesia de Santa
María de la Almudena que podemos vincular con seguridad con las reformas acaecidas en el inmueble
entre los años 1638-1640; asimismo, aparecieron dos sillares de granito descontextualizados que podrían
haber formado parte del inmueble eclesiástico. Por último, se documentaron los restos de un pozo encastrado en los cimientos de un muro localizado en el ángulo nororiental de la antigua iglesia de Santa
María de la Almudena pertenecientes al antiguo monasterio medieval adosado al norte de la iglesia cuyas
características y ubicación permite datarlo entre el siglo XII y XIII, constituyendo los primeros datos
arqueológicos obtenidos hasta la fecha correspondientes al desaparecido conjunto monástico.
Palabras clave: Iglesia, Sanata María de la Almudena, Monasterio Medieval, Madrid
Abstract
During the works carried out between 2013 and 2015 for the construction of a drinking water connection
for a premises located at C/ Mayor, 88 (Madrid), the very deteriorated remains of two structures corresponding to the foundations of the façade were located. east of the old church of Santa María de la
Almudena that we can safely link with the reforms that occurred in the property between the years 16381640; Likewise, two decontextualized granite ashlars appeared that could have been part of the ecclesiastical building. Finally, the remains of a well embedded in the foundations of a wall located in the
northeast corner of the old church of Santa María de la Almudena were documented, belonging to the
old medieval monastery attached to the north of the church whose characteristics and location allow
dating it between the 12th and 13th centuries, constituting the first archaeological data obtained to date
corresponding to the disappeared monastic complex.
Keywords: Church, Santa María de la Almudena, Medieval Monastery, Madrid
1
Arqueólogo. Técnico en galerías de arte, museos y bibliotecas -Palacio Real de Madrid- (ivanjaramillo@arkatros.com)
https://orcid.org/0000-0003-0520-1488
2 Doctora en Prehistoria y Arqueología de la Península Ibérica por la Universidad Autónoma de Madrid.
(rebecalenguazco@arkatros.com) https://orcid.org/0000-0003-2017-1950
Recibido: 07-02-2024; aceptado: 25-02-2024
MANTVA 6, 2024: 69-94.
ISSN: 2695-5423
Iván
Jaramillo
Fernández
y
Rebeca
Lenguazco
González |
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1. Introducción: antecedentes Históricos y Arqueológicos
La conducción ejecutada afecta a la Zona Arqueológica del Recinto Histórico de Madrid (B.I.C. por decreto 61/1993, de 20 de mayo) a la ubicación y entorno de la antigua iglesia
Santa María Real de la Almudena, factores que justifican por sí solos la necesidad de la actuación arqueológica desarrollada ante la alta posibilidad de aparición de restos estructurales pertenecientes a dicho inmueble eclesiástico y/o al antiguo monasterio medieval anexo. Así
mismo, su ubicación dentro del primer recinto amurallado supone otro condicionante añadido
de relevancia en orden a priorizar las cautelas de protección del Patrimonio Histórico y Arqueológico en este sector de la ciudad de Madrid (Fig. 1).
Fig. 1. Plano de “Las murallas de Madrid”, Ed. Doce Calles. La estrella azul señala la
zona de actuación.
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La iglesia de Santa María de la Almudena, origen de la actual catedral de la Almudena, fue el templo cristiano más antiguo de Madrid, que pervivió -tras varias modificaciones
arquitectónicas- hasta su derribo en 1868, en el contexto de las obras de remodelación de la
calle Mayor y del viaducto de la calle Bailén. Esta iglesia se asentaba en la esquina de los antiguos trazados de las calles Mayor y Bailén, siendo rodeada por un antiguo callejón, ahora calle
de la Almudena. La manzana descrita también albergaba la plaza de Santa María, en su extremo
occidental.
No se conserva en la actualidad documentación gráfica o textual precisa que podamos
emplear para el estudio de su evolución y caracterización arquitectónica y constructiva desde
sus orígenes y a lo largo de la época medieval, por lo que cualquier hipótesis al respecto (Castellanos, 1989), sin la necesaria contrastación con datos arqueológicos, resulta de escaso valor
por carecer del suficiente rigor científico. Las primeras descripciones físicas del templo son del
siglo XVII y corresponden a Jerónimo de Quintana (1629) y Juan de Vera Tassis (1692). Así
mismo, son escasas las referencias gráficas con cierto grado de fiabilidad y precisión que disponemos, entre las que podemos destacar la del plano de Texeira de 1656, la de la Planimetría
General de Madrid de 1750-51, la del Plano topográfico de la Villa y Corte de Madrid de
Antonio Espinosa de los Monteros y, por último, la del Plano de Madrid capital de F. Coello y
P. Madoz de 1848. No obstante, las representaciones más fiables y prolijas en detalles son la
existente en la maqueta de Madrid, de 1830 y realizada por León Gil de Palacio y una maqueta
de la iglesia propiamente dicha, quizá basada en la maqueta anterior, realizada en torno
a 1945 por José Monasterio Riesco -ambas conservadas en el Museo Municipal de Madrid-,
que representan la iglesia con su más probable apariencia última, antes de la demolición.
Por la advocación que más adelante adoptó la principal iglesia del Madrid cristiano, Sta.
Mª de la Almudena, siempre se pensó que ésta había ocupado el espacio de la antigua mezquita
mayor (aljama) de la ciudad, que, a su vez, había hecho lo propio con un hipotético templo del
período visigodo (Retuerce, 2004: 87). En este sentido, se ha apuntado la posibilidad de que
una medina del siglo XI, con su mezquita, zocos y baños, se originase hacia la zona de la actual
calle Bailén en su cruce con la calle Mayor (Andreu y Paños Cubillo, 2012: 29). La conversión
de esta mezquita en templo cristiano debió producirse, según las fuentes documentales, tras la
conquista de Mayrit por parte de Alfonso VI en el año 1085, cuando el rey «fue hazer que los
Prelados que le acompañauan purificassen esta Iglesia de Santa María (...), y hallando en ella
algunos grandes indicios de veneración y santidad, la hizo consagrar» (Quintana, 1629: I, 58v).
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Se debió proceder entonces a su reedificación y ampliación, quizás aprovechando los
cimientos de fases constructivas anteriores (Vera Tassis, 1692: II, 272-274). Los documentos
más antiguos permiten suponer en origen la existencia de una pequeña iglesia de planta latina
con tres naves y ábside semicircular, como refleja el plano de 1549 de Cristóbal de Villareal
del barrio situado entre el ábside mayor de la iglesia de Santa María y el Arco del mismo nombre, puerta del recinto amurallado (A.Ch.V., M., P. y D., carp. 14, 199), así como el Plano de
Texeira de 1656 (Figs. 2 y 3).
Fig. 2. Croquis de Villarreal. 1549. (Real Chancillería de Valladolid. Ministerio de Cultura). En la zona superior
se puede observar el antiguo ábside semicircular de la iglesia de Santa María. Fuente: http://elmadridmedieval.jmcastellanos.com/Planos/planos.htm
Fig. 3. Iglesia de Santa María (letra A en el Plano de Texeira, 1656).
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Tras la consagración, parece que debió establecerse una comunidad monástica, ya que
Alfonso VI «restituyó su Iglesia (...) a la (calidad) de Colegiata (...), poniendo en ella rentas y
Canónigos, que obseruaron la monacal Regla del Patriarca San Benito, la qual, dizen, introduxo
en esta Iglesia (...) el Arzobispo D. Bernardo» (Vera Tassis, 1692: II, 275-277). Es difícil discernir, en función de estas referencias, si la construcción del edificio conventual fue pareja en
el tiempo a la reedificación de la iglesia o posterior, aunque la envergadura del conjunto de las
obras es lo suficientemente significativa para suponer su terminación entrado el siglo XII, sobre
todo si tenemos en cuenta su magnitud en relación con un territorio recién conquistado (Castellanos, 1989: 5) y aún con escasa población. En cualquier caso, el monasterio debió situarse al
norte del templo (en lo que luego sería la plazuela de Santa María) (Castellanos, 1989: 5).
En el Fuero de Madrid de 1202 (Fig. 4) la iglesia figuraba ya como la más antigua de la
villa, nombrándose en primer lugar como Sancte Maria. Tenemos constancia, asimismo, de un
privilegio otorgado a favor de esta parroquia por Alfonso X en 1265: «e mandamos que los
clerigos de la parrochia que fueran racioneros e prestes e diáconos e subdiaconos fasta treynta
que sean, vezinos de Madrit, que sean excusados de todo pecho e de todo pedido e por facerles
bien a merced mandamos que se excusen sus paniaguados e sus yegueros e sus pastores e sus
hortelanos e estos excusados que sean de la cuantía que lo son los caballeros de Madrit» (cit.:
Monasterio, 1951: 123).
Fig. 4. Las 10 parroquias del Fuero en el Madrid de 1202 (1. Iglesia de Santa María). Fuente: http://elmadridmedieval.jmcastellanos.com/Urbanismo/iglesias%20fuero.htm
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La única noticia que poseemos sobre el monasterio -durante su vida activa- es de 1377,
contenida en un testamento que se conservaba en el archivo de la iglesia de San Pedro. En él,
el testador disponía «que se den para la obra de Santa María de la Almudena de aquí de Madrid
mil marauedís, especialmente para hazer la claustra que está derribada» (Vera Tassis, 1692: II,
358). Esta situación precaria referida debe ser relacionada con las consecuencias de la guerra
civil castellana (1366 - 1369) y el contexto social y económico derivado de la profunda crisis
acaecida en el siglo XIV, que tuvo como resultado algunas transformaciones del casco urbano
madrileño, pérdidas territoriales y de población (Andreu, 2007: 692).
La congregación monástica debió extinguirse hacia mediados del siglo XV, ya que en
1467 ya hay testimonios de un nuevo Beneficio Curado: «pudo ser que la congrua suya se incorporasse en la Metrópoli de Toledo (...), desde cuyo tiempo quedó la Iglesia de Madrid Parroquial, con Cura, y Beneficiados» (Vera Tassis, 1692: II, 360).
El periodo comprendido entre 1436 y 1562 fue para la iglesia de Santa María, desde el
punto de vista de las obras en ella efectuadas, uno de los más interesantes y fecundos de toda
su historia. La causa fundamental fue el progresivo empobrecimiento de la congregación que
iría arruinando lenta pero inexorablemente tanto su capacidad para el mantenimiento del culto
en la iglesia como el propio edificio del convento (Castellanos, 1989: 6). Esta situación motivó
el traslado de capilla de la imagen de Nuestra Señora de la Almudena, inmediatamente después
de la desaparición de la comunidad monástica:«auiendo faltado con los Canónigos quien instruyesse, y doctrinasse al Pueblo, siendo menos el concurso de la Iglesia, y la limosna, no dudamos que constreñidos los pobres Capellanes, se reduxeron a transladar la (...) Imagen desde
su Capilla Mayor a vna muy corta, que es la que oy está contigua a la Sacristía, dedicada a la
Puríssima Concepción» (Vera Tassis, 1692: II 362-363). A partir de entonces y a lo largo de
los siglos siguientes, algunas de las principales familias de la nobleza madrileñas construyeron
capillas sepulcrales para sus enterramientos que irían constituyendo el núcleo vital de la iglesia
(Castellanos, 1989: 7).
Sin embargo, el monasterio no debía estar aun totalmente en ruinas, ya que en 1491 hay
constancia de que se mantenía en pie -al menos en parte- el claustro: en el acta de la sesión
concejil del 8 de junio, y a propósito de la celebración del Corpus Cristi, se habla de «la procesión que se haze por la claustra de dicha iglesia (de Nuestra Señora)". "fundaron (...) en lo que
era claustro de aquella Iglesia antiguamente enfrente de la puerta principal della vna capilla
dedicada a la gloriosa Santa Ana para su entierro, cuya suntuosidad y grandeza manifiesta bien
la de sus dueños, de que son patrones sus sucessores» (Quintana, 1629: I, 201 v).
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Este dato viene avalado, además, por la referencia que recoge Vera Tassis sobre la fundación de la capilla de la Purísima Concepción, cuya construcción se inició en 1562 abriendo:
«(...) los cimientos viejos que están en la Claustra de la dicha Iglesia de Nuestra Señora de la
Almudena (...), en donde ha de hazer, y fundar vna Capilla» «(…) que tenía edificio de cuatro
paredes de cal y canto, que es vna de la Torre, y a otra la Claustra de dicha Iglesia (…)» (Vera
Tassis, 1692: II, 358-359).
En 1629, el testimonio escrito de Quintana muestra que aún se mantenían en pie los dos
lienzos del claustro que no se derribaron para construir las capillas y la torre de la iglesia de
estilo mudéjar construida a mediados del siglo XVI: «Y aún oy día ay excidios y rastros que lo
testifican (...), como son dos lienzos del claustro que antiguamente auía en ella, con los dos
nichos de las estaciones» (Quintana, 1629: I, 55v-56), por lo que su desaparición prácticamente
definitiva debemos relacionarla con las modificaciones estructurales de la iglesia acaecidas pocos años después, en las importantes reformas realizadas entre 1638 y 1640, aunque incluso en
1786 parece que aún se conservaba «un pedazo de claustro» (Álvarez y Baena, 1789-1791: T.
2, 53).
Desde principios del siglo XVI y hasta el reinado de Felipe IV hubo un cierto interés
por convertir esta iglesia en colegiata o catedral, algo que nunca se llevaría a cabo, acometiéndose en su lugar ciertas reformas y mejoras en la iglesia existente en 1638. Entre ellas, cabe
destacar la ampliación del conjunto a expensas del claustro preexistente y nuevas dependencias.
El templo alcanzó en este momento su forma y disposición definitiva, que no variarían hasta su
derribo en el siglo XIX. Por los testimonios conservados, parece que se derribó por completo
la parte correspondiente al ábside románico, mientras que las restauraciones en el resto del
templo mantuvieron la disposición en planta de naves y capillas (Castellanos, 1989: 10). Entre
las modificaciones efectuadas, nos interesa resaltar la construcción de un muro con orientación
oblicua como nueva fachada de la iglesia hacia la C/ Almudena, derribando para ello el lienzo
oriental del claustro románico, para formar en la esquina NE un amplio espacio cerrado y cubierto que se denominó “Pórtico de los Reyes”, abierto al exterior mediante dos puertas: una a
la calle de la Almudena y otra a la Plazuela de Santa María (puerta de los Reyes), por la que
entraban los soberanos a la tribuna real cuando asistían a las grandes solemnidades religiosas
(Monasterio Riesco, 1951: 126-127). La fachada meridional, que daba frente a la calle Mayor,
sufrió también notables alteraciones, entre las que destacamos la ubicación del despacho parroquial a la derecha de la cabecera de la iglesia y, contigua a él, a su izquierda, una dependencia
con la pila bautismal en la esquina del edificio situada en la confluencia de la calle de la Almudena con la calle Mayor (Castellanos, 1989: 11).
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En 1777 se lleva a cabo una restauración completa a cargo de Ventura Rodríguez que
incluyó el replanteamiento y reedificación de buena parte del edificio, dado su avanzado grado
de deterioro, para evitar su derrumbe inminente por ruina. Estas obras supondrían un cambio
radical en la apariencia del templo, ya que se incorporaron casetones y otros ornamentos, aunque el aspecto más llamativo de la reforma fue el que se llevó a cabo en la puerta principal, que
se abría a la C/ Mayor y que se labró en estilo neoclásico (Castellanos, 1989: 12).
A mediados del siglo XIX la iglesia presentaba en la estructura principal una mezcla de
mampostería y ladrillo típica del arte mudéjar toledano, con una serie de dependencias anejas
en diferentes estilos, que conferían un aspecto muy irregular. Tenía una torre alta de ladrillo y
mampostería con un chapitel de estilo barroco colocado claramente con posterioridad. Igualmente, el crucero presentaba una cúpula con una linterna baja también de estilo barroco. En la
fachada principal, frente al palacio de Uceda, el antiguo pórtico había sido sustituido por un
frente de estilo neoclásico incorporado por Ventura Rodríguez en 1777 (Fig. 5).
Fig. 5. La iglesia de Santa María en un grabado del siglo XIX. Museo del Romanticismo.
En 1846, Mesonero Romanos presenta al Ayuntamiento de Madrid el Proyecto de mejoras generales de Madrid en el que se habla del derribo de la iglesia para corregir la desviación
de la calle Mayor, favoreciendo su ensanche y unión con la calle Bailén, y alineando la margen
derecha de la calle con el palacio de Abrantes, del que la iglesia sobresalía, estrechando la calle
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en su último tramo (Ruiz Palomeque, 1976). Entre 1850 y 1855 se cerró la iglesia por obras de
consolidación y en 1855 entró dentro del catálogo de la desamortización de Madoz.
Finalmente, en 1861 se aprobó el plan de apertura de la calle Bailén, ampliándola hasta
la iglesia de San Francisco el Grande, lo que implicó el derribo de un buen número de edificaciones, entre ellas la iglesia de Santa María de la Almudena que interfería en el proyecto (Fig.
6). Al mismo tiempo se acometió el mencionado ensanche y rectificación de la calle Mayor, lo
cual hacía del todo insalvable la pequeña parroquia. El 26 de octubre de 1868 tuvo lugar la
última misa y se clausuró la iglesia, llevando la mayor parte del tesoro, incluida la imagen de
la virgen, inicialmente al convento del Sacramento. Asimismo, fueron trasladados los restos
que se encontraban depositados en un pequeño panteón ubicado a los pies del camarín de la
Virgen, pertenecientes a las ilustres familias de Pastrana y del Infantado (Castellanos, 1989:
13).
Fig. 6. Fachada sur (calle Mayor) de la iglesia de Santa María de la Almudena en 1869, durante los
trabajos de demolición. Fuente: http://urbancidades.wordpress.com/2008/03/18/la-iglesia-mas-antigua-de-madrid/
En el solar restante que antes ocupaba la iglesia y la anexa plaza de Santa María, tras la
remodelación urbanística antes mencionada, se construyó un bloque de viviendas de cuatro
plantas como número 88 de la calle Mayor, y números 19 y 21 de la calle Bailén.
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Las primeras informaciones arqueológicas que arrojaron datos sobre las características
constructivas de la iglesia datan de 1998-99, como consecuencia de una excavación motivada
por las obras de urbanización de la calle Mayor y Almudena incluidas en el convenio de rehabilitación del Área de la Calle Mayor. Se encontraron entonces evidencias correspondientes a
distintas fases de edificación de la iglesia, cuyos restos permanecen en la actualidad protegidos
y visibles al público en una cripta arqueológica. Las estructuras documentadas, localizadas en
la C/ Almudena, parecen coincidir con los cimientos del ábside de la iglesia en el momento de
su gran reforma en el siglo XVII, donde se constató también la reutilización de elementos constructivos anteriores. Así, formando parte de los cimientos del ábside de planta rectangular levantado hacia 1638 sobre el anterior (de planta semicircular) se recuperaron capiteles, molduras
y elementos arquitectónicos en piedra caliza de la primitiva iglesia románica, probablemente
pertenecientes a un claustro o atrio. Los fragmentos más interesantes son una imposta ajedrezada y dos capiteles, uno decorado con un ave o grifo que inclina su cabeza hasta las patas y
otro con ornamentaciones vegetales (Fig. 7). A ellos se añaden dos sillares con marcas de cantero (uno de ellos con una flor de lis), el tambor de un fuste, una pieza adornada con motivos
vegetales, una parte de un arco abocelado y la clave de un arco que se decora con bocel y
listoncillo (Torra, Vigil-Escalera y Fernández Ugalde, 2001).
Fig. 7. Capiteles románicos recuperados pertenecientes a la antigua iglesia de Santa María la Real de la Almudena. Fuente: Arteguías.
En la cripta mencionada se pueden reconocer las siguientes estructuras:
1) Arranque de un ábside curvo de época medieval (s. XII).
2) Ábside rectangular adosado al interior en 1638, que sostenía en voladizo el camarín de la
Virgen. Para la construcción de este nuevo ábside se reutilizaron capiteles románicos
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procedentes de la iglesia medieval. En su interior se construyó el panteón de los Duques de
Pastrana y del Infantado.
3) Refuerzo y reformas del ábside y de la fachada de la iglesia en 1777.
2. Nuevos datos arqueológicos relacionados con la iglesia de Santa María de la Almudena
Durante el control arqueológico de las obras de acometida de agua potable para el local
situado en C/ Mayor 88 (Fase I) desarrolladas en 2013, bajo la dirección del que suscribe (Jaramillo, 2013), se localizaron los restos muy deteriorados de dos estructuras correspondientes
a cimentaciones de la fachada oriental de la antigua iglesia de Santa María de la Almudena,
detectadas en sendas zanjas practicadas en la C/ Almudena y en la intersección de la C/ Mayor
con la C/ Almudena, al norte y sur respectivamente del ábside rectangular perteneciente a dicha
iglesia, que podemos vincular con seguridad -en el caso de la cimentación de la C/ Almudenacon las reformas acaecidas en el inmueble entre los años 1638-1640; a la par en este caso, por
tanto, con la notable transformación realizada en el ábside, que pasó de ser semicircular a adoptar una forma rectangular, como se constata en la documentación histórica al efecto y tras la
intervención arqueológica llevada a cabo en 1998 con motivo de las obras de urbanización de
la calle Mayor y Almudena (Figs. 8 y 9).
Figs. 8 y 9. Cimentaciones detectadas en C/ Almudena y C/ Mayor.
En el transcurso de la intervención desarrollada en 2013 aparecieron también dos sillares
de granito descontextualizados que podrían haber formado parte del inmueble eclesiástico. El
primero es un sillar moldurado cuya función pudo ser la de formar parte de una cornisa o como
elemento arquitectónico de una portada de acceso a la iglesia o de acceso a alguna de sus capillas. El otro sillar pertenecería al umbral de una puerta de reja o verja de hierro, ya que se trata
de una pieza de granito con frente, agujero circular para el quicio y rebaje para el atranque (Fig.
10).
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Posteriormente, en una segunda intervención realizada en 2015 como consecuencia
de la reanudación de las obras de acometida
de agua potable referenciadas, se detectan los
restos de un pozo seccionado en su mitad
oeste por la zanja y muro de ladrillo macizo
de cimentación correspondientes al edificio
construido en el solar restante que antes ocuFig. 10. Sillares de granito posiblemente pertenecientes a la antigua iglesia de Santa María de la Almudena.
paba la iglesia y la anexa plaza de Santa María, tras la demolición de la iglesia en 1869,
como número 88 de la calle Mayor, y números
19 y 21 de la calle Bailén (Figs. 11 y 12).
La importancia de los restos arqueológicos detectados en el transcurso de las obras de
referencia radica, fundamentalmente, en que representan los primeros vestigios estructurales
conocidos correspondientes al antiguo monasterio
anexo a la iglesia de Santa María de la Almudena,
de cuya existencia teníamos constancia únicamente
UC0
a través de algunas fuentes escritas, sin que hasta la
fecha existiesen datos arqueológicos al respecto que
UE1
UE2
nos pudieran informar sobre la distribución espacial
y los aspectos cronológicos y arquitectónicos/cons-
UE2
tructivos relativos al mismo.
Las evidencias documentadas, que aparecen
en la C/ Almudena situadas al norte del ábside de la
iglesia, a poco más de 30 cm de profundidad bajo el
pavimento actual (UC 0 – Figs. 11 y 12-) con su
asiento de hormigón y una capa de rellenos contemporáneos (UE 1 – Figs. 11 y 12-), corresponden en
primer lugar a un pozo de sección circular (UC 2 –
Figs. 11 y 12-) consolidado en la parte superior por
ladrillos macizos dispuestos en aparejo de sogas,
que conserva aún restos del brocal del mismo material constructivo con sendos orificios, así como un
UE2
Fig. 11. Vista en planta de Unidades Constructivas (UU.C.C.) y Unidades Estratigráficas
(UU.EE.).
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revestimiento de argamasa de cal y arena (Figs. 13-15), cuya superficie en algunas zonas del
interior muestra un aspecto ennegrecido (Fig. 14).
Fig. 12. Vista en planta de las Unidades Constructivas 1 y 2.
Se procedió a la excavación de los rellenos que lo colmataban hasta una profundidad
máxima de 1 m, siendo imposible continuar por las dificultades de movilidad en el interior al
estar seccionado por la mitad por el edificio construido tras la demolición de la iglesia en 186970; aun así, no se encontraron materiales que nos hubieran podido proporcionar información
sobre la fecha de colmatación y amortización. Pensamos, sin embargo, que -al menos hasta la
cota excavada- debió producirse este último sellado durante la construcción del edificio de finales del XIX que lo corta y/o durante las últimas obras de pavimentación de la C/ Almudena
en fechas recientes.
Dicho pozo, de unos 75 cm de diámetro interno, se encuentra encastrado en una cimentación de cal y canto (UC 1 -Figs. 11 y 12-) de 40 cm de anchura, con mortero arenoso compacto
y de coloración amarillenta, que presenta una alineación N-S, con una longitud documentada
de 180 cm, aunque se prolonga en ambas direcciones hacia zonas que no han podido ser evaluadas por exceder los límites de las obras ejecutadas.
Ambas estructuras aparecen excavadas directamente en el terreno natural arcilloso-arenoso (UE 2 – Figs. 11 y 12-). Al este de la cimentación descrita hemos detectado una zanja
realizada para la colocación del bordillo de la acera que llega a profundizar en el terreno natural.
Hemos de comentar aquí que la cimentación presenta en su zona sur una marca longitudinal
muy similar a las producidas por el cazo de una retroexcavadora. Estos últimos indicios podrían
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Fig. 13. Orificio del brocal con revestimiento de argamasa de cal y arena. Al fondo, contacto con la cimentación de cal y canto.
estar relacionados con la pavimentación de la C/ Almudena realizada tras la excavación del
ábside rectangular de 1998, aunque desconocemos si posteriormente han tenido lugar nuevas
obras en esta zona.
La disposición y características del pozo, en relación con la cimentación, nos hacen suponer su antigua ubicación en un patio interior con fachada hacia la C/ Almudena, aunque la
inexistencia de otros datos arqueológicos sobre la distribución espacial de las dependencias
monacales y la relación que pudieran guardar las estructuras que hemos detectado con respecto
a las mismas nos impone una lógica cautela a la hora de interpretar la función de este patio
dentro del conjunto monástico.
La documentación de pozos es relativamente frecuente en las excavaciones realizadas
en el casco urbano de Madrid. Desde época islámica, fundamentalmente, constituyen un recurso
constante para el aprovechamiento de los acuíferos subterráneos, tanto para el consumo directo
como para el regadío y generalmente presentan pates enfrentados para facilitar las labores durante su construcción y, posiblemente, para su mantenimiento (Serrano y Torra, 2004: 148149). La base de la hidráulica doméstica era un pozo que solía ser circular y se abría en un
extremo del patio, hasta llegar al nivel de arenas freáticas. Según los textos de los siglos X y
XI, al tiempo de abrir los cimientos se preparaba un pozo para procurarse el agua necesaria
(Menéndez Pidal, 1986: 107). Entre los pozos medievales, de los que tenían superestructura
(brocal), los más comunes eran los de obra de ladrillo (Collantes de Terán, 1977: 118-119),
como es el caso que nos ocupa.
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Pese a que no hemos podido documentar
las dimensiones de la soga de ninguno de los ladrillos que conforman el revestimiento y brocal
del pozo, bien por estar fragmentados o por estar
cubiertos parcialmente de argamasa, sí se han podido constatar las de tizón (18 cm) y el grueso (4
cm). Los referentes para esta métrica latericia podemos rastrearlos, entre los ejemplos más antiguos, en la Mezquita de Bœb al-Mardum (Toledo) (siglos X-XI), con unas medidas similares
de 26 x 17 x 4 cm (Pérez Higuera, 1999:16) que
se alejan de las dimensiones consideradas como
“canónicas” (28 x 14 x 4 cm) del ladrillo árabe
(Azuar, 2004: 66) o de un pie, que con proporción ½, fino o grueso, de 28 x 14 x 4/5 o en su
modalidad menuda, de 24 x 12 x 2/3, no se usa
en Al Andalus hasta el perfodo taifa (Tabales,
2000: 1081). Basilio Pavón establece una geogra-
Fig. 14. Revestimiento con aspecto ennegrecido.
fía del ladrillo árabe y mudéjar (Pavón, 1986) en la que la España central y del Norte se adscriben al módulo besal romano de 2/3, con grosor de 3,5 a 4 cm, mientras que la meridional y
levantina se suman mayoritariamente al árabe de ½.
Es en los siglos XII y XIII, fundamentalmente, cuando encontramos ejemplares de módulo análogo al nuestro abundando en construcciones de carácter militar (torres y fortalezas) y
también presentes en iglesias de estilo románico mudéjar. En este sentido, la provincia de Valladolid nos ofrece varias muestras al efecto, como son las torres atalaya de Ataquines (35 x 18
x 4 cm) y Carrioncillo (30 x 18 x 4 cm) y las fortalezas de Eván de Abajo (38 x 18 x 3 cm) y
Pozaldez (32 x 18 x 4 cm), que presentan una técnica de construcción mudéjar (Mañanes y
Balvuena, 1977: 113, 115-117, 120).
Asimismo, en el caso de los ábsides de las iglesias de estilo románico mudéjar vallisoletanas de San Pedro (38 x 18 x 3,5 cm) y Santiago Apóstol (28 x 18 x 3,5 cm) en Alcazarén y
la iglesia de San Miguel de Olmedo (30 x 19 x 4 cm), fechados entre el siglo XII y XIII, detectamos también similitudes en la métrica de los ladrillos empleados (Camino Olea, 2001: 26).
En Madrid, por ejemplo, tenemos paralelos en la ermita de Santa María la Antigua de Carabanchel (30 x 19,5 x 4 cm) (s. XIII) (Navascués, 1961: 199), la torre mudéjar del siglo XII de la
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Fig. 15. Detalle de la disposición de los ladrillos entre los orificios del brocal y los restos de encalado.
iglesia de San Nicolás (39 x 19 x 4 cm) y en Alcalá de Henares (27 x 18 x 4 cm) (Pavón, 2012:
85).
En este punto es interesante subrayar el parecido de la técnica de disposición de los
ladrillos entre los orificios del brocal de nuestro pozo (Fig. 15) con el tipo de aparejo decorativo
de ladrillos colocados a sardinel en zig-zag (Pavón, 2012: 86, fig. 102 i), característico del arte
mudéjar, cuya larga perduración en el tiempo podemos rastrear en el caso de la Capilla de Lucena de Guadalajara, del siglo XVI (ibíd.: fig. 101 -2-), con notables similitudes, aunque debemos recalcar la funcionalidad constructiva de los detectados en el pozo en contraposición a la
funcionalidad decorativa señalada (Figs. 16 y 17).
Finalmente, hemos de abordar las cuestiones interpretativas relacionadas con la posible
ubicación del pozo documentado en nuestra intervención en relación con la estructuración del
monasterio medieval anexo a la iglesia de Santa María de la Almudena. Para comenzar, opinamos que la hipótesis de la evolución arquitectónica y la caracterización de estancias en época
medieval de la iglesia y el monasterio que argumenta J. M. Castellanos (1989), basándose únicamente en fuentes escritas, no nos parece exacta a tenor de la ubicación de los restos documentados en la presente actuación y su relación con la distribución espacial y dimensiones teóricas del monasterio que plantea este investigador.
Así, parece que las dimensiones del recinto monástico podrían haber sido mayores de
las supuestas por este autor, prolongándose en dirección al antiguo palacio de los Duques de
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Figs. 16 y 17. Repertorio decorativo de ladrillo, árabe y mudéjar; y Capilla de Lucena de Guadalajara (Pavón, 2012: 86, figs. 102i y 101-2)
Pastrana, ya que la cimentación que hemos detectado continúa claramente hacia el Norte. Sin
embargo, no hemos encontrado restos constructivos que verifiquen el cierre hacia este punto en
dirección oeste, hecho que puede ser debido al arrasamiento en un momento indeterminado de
las estructuras existentes o que estas se conserven parcialmente bajo niveles de relleno a una
cota no alcanzada por las obras desarrolladas para la acometida de agua.
En cualquier caso, tras la superposición hipotética referenciada de las estructuras detectadas (en relación con los restos del ábside semicircular documentados en 1998) sobre la planimetría histórica que más datos ofrece en cuanto a la superficie y distribución espacial de la
iglesia – aun teniendo en cuenta el margen de error posible inherente a este procedimiento -, es
evidente que el pozo y la estancia donde se encontraba (un patio interior) no existían, al menos,
Fig. 18. Superposición hipotética de los restos arqueológicos referenciados y conocidos de la iglesia y monasterio de Santa María de la Almudena, con prolongaciones de planta hipotéticas (en azul la fase constructiva medieval y en rojo las fases posteriores), sobre Croquis de Villarreal. 1549.
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desde la primera mitad del siglo XVI (Fig. 18), consecuencia con toda probabilidad de la desaparición de la comunidad monástica y las reformas acaecidas en el siglo XV y XVI que ya
hemos tratado (vide supra).
Por otro lado, parece que debemos descartar -por tanto- que el pozo que hemos documentado (Fig. 19) se corresponda con el mencionado por Juan de Vera Tassis "(…) Pozo que
oy se vee en el Patinillo, y tránsito de la Puerta, que llaman de los Reyes" (Vera Tassis, 1692:
I, 217), en relación con el traslado en 1618 de los restos de los monjes que aún yacían enterrados
en lo que quedaba del claustro por entonces (aproximadamente, la mitad). Este “patinillo” sería
probablemente el patio que formaban los dos lienzos aún en pie del claustro con las capillas y
torre recientemente construidas (Castellanos, 1989: 9). Por aquel entonces, como hemos visto,
ya no debía existir el pozo y patio documentados que, además, por su ubicación en relación con
la planta de la iglesia difícilmente podrían haber pertenecido al claustro monacal, teniendo en
cuenta por añadidura que –según se desprende de las fuentes escritas- parece que fueron precisamente los lados septentrional y oriental (donde se ubica el pozo que hemos localizado) del
mismo los que aún seguían en pie en el siglo XVII, antes de la reforma de 1638 (Castellanos,
op. cit.: 8) (Fig. 20).
Fig. 19. Superposición hipotética de los restos arqueológicos referenciados y conocidos de época
medieval sobre plano hipotético de la planta de la iglesia y monasterio -según J. M. Castellanos
(1989)-.
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Fig. 20. Plantas hipotéticas tras las reformas realizadas entre el s. XV y XVII -según J. M. Castellanos (1989)-.
Las estructuras exhumadas en la presente intervención se ubicarían fuera de la iglesia
(Figs. 21 y 22) -arrasadas y amortizadas por las reformas acaecidas tiempo atrás- al exterior del
ángulo NE que formaba la fachada del denominado Pórtico de los Reyes, amplia estancia realizada con motivo de la reforma de 1638 que se abría al exterior mediante dos puertas: una a la
calle de la Almudena, y otra a la plazuela de Santa María (puerta de los Reyes); por ésta entraban los soberanos a la tribuna real cuando asistían a las grandes solemnidades religiosas (Monasterio Riesco, 1951: 126-127).
Para concluir, un aspecto importante que hemos podido constatar con los datos disponibles en las Fases I (Jaramillo, 2013) y II de las obras de acometida de agua -en función de las
cotas de aparición de los restos arqueológicos detectados en ambas fases y del sustrato geológico-, es que la iglesia, y al menos parte del monasterio, se ubicaban sobre un terreno natural
en pendiente, estando su cota más alta a la altura de la antigua plazuela de Santa María y el
pozo que hemos descrito, descendiendo progresivamente hacia la C/ Mayor. Este hecho parece
intuirse asimismo en un grabado de la iglesia, del siglo XIX, perteneciente al Museo del Romanticismo (Fig. 5).
Poco más podemos apuntar en relación con la interpretación de los elementos documentados, tanto por la limitación de los datos arqueológicos disponibles como por la ausencia de
otros que nos permitan inferir con mayor claridad las características arquitectónicas del antiguo
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monasterio e iglesia de Santa María de la Almudena. No obstante, la relevancia de los vestigios
constatados es evidente y sólo posteriores intervenciones arqueológicas en la zona podrán arrojar algo más de luz al respecto.
Figs. 21 y 22. Superposición hipotética de los restos arqueológicos referenciados y conocidos de la iglesia sobre Planimetría General de Madrid de 1750 (Fig. 21) y
Plano de Madrid capital de F. Coello y P. Madoz de
1848 (Fig. 22).
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