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De celebrities, pop y premodernos:
hacia una democracia zombie
Omar Rincón
Universidad de los Andes
orincon@uniandes.edu.co
Recibido: 15/5/2017 / Aceptado: 15/6/2017
doi: https://doi.org/10.26439/contratexto.2017.027.007
Resumen. Este ensayo parte de los capitales culturales de los ciudadanos
actuales para desde ahí comprender y hacer sentido de la política en nuestros
tiempos. Se afirma la existencia de tres tipos de ciudadanos: críticos y cínicos
que se sienten contraculturales en el consumo, tienen a las redes como
templos, creen y descreen de la política; ciudadanos premodernos que ajustan
sus afectos a sus creencias y convierten su bronca en batalla moral; ciudadanos
modernos que creen en las ideas, los partidos, las libertades, las instituciones,
los derechos. En este contexto se comprende por qué hoy nuestros políticos
son celebrities, intelectuales pop, practicantes de la ceocracia y los valores
religiosos, y nacionalistas. Se argumenta que la comunicación política en
el siglo xxi es un oficio bastardo que combina moralidades premodernas con
coolture que ha llevado a que la democracia se convierta en concepto zombie.
Palabras clave: democracia / medios / redes / política / comunicación
From Pop and Premodern Celebrities: Towards a “Zombie Democracy”
Abstract. This essay begins at the cultural capitals of today’s citizens in
order to understand politics and make sense of it in the present times. There
are three types of citizens: critics and cynics, who feel their consumption is
counter-culture, who have networks as temples, who believe and disbelieve in
politics; premodern citizens, who adjust their affections to their beliefs and turn
their anger into a moral battle; modern citizens, who believe in ideas, parties,
freedoms, institutions, rights. In this context it is understood why today our
politicians are celebrities, pop intellectuals, practitioners of CEOcracy and
religious and nationalist value oriented. It is said that political communication
in the twenty-first century is an illegitimate craft that combines pre-modern
morality with coolture, which has led democracy to become a zombie concept.
Keywords: democracy / media / networks / policy / communication
Contratexto n.o 27, enero-junio 2017, ISSN 1025-9945, pp. 135-147
Omar Rincón
S
iempre es necesario aclarar el lugar de enunciación. Y estas son
las cuatro referencias de partida
acerca de la relación comunicación y
política. La primera es que la comunicación es más de reconocimientos
culturales que de conocimientos o
aprendizajes (Martín-Barbero, 1987);
más de narración que contenidos o
conceptos, por eso la estética tiene
ideología y política (Rincón, 2006;
Riorda, 2012); más de mediaciones que
de medios o efectos (Martín-Barbero,
1987); más de conexión con audiencias que asunto de información o
formación (Scolari, 2008) y más de experiencia que de expertos y educadores
(Baricco, 2008). La segunda referencia es que la comunicación política es
un asunto de mito, branding (marca),
storytelling (relato) y storyliving (experiencia), pero no siempre en ese orden
(Riorda, 2012; Arroyo, 2012). La tercera
es que la comunicación mediática y de
redes es poder en tres aspectos prácticos de narración: provee los referentes
interpretativos de una sociedad, actúa
la lucha pragmática de la democracia
que es por el relato de la hegemonía
política [asunto de largo plazo] y su
poder está en la batalla de la opinión
<ciudadana> que construye percepciones
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y forma emociones públicas [asunto de
corto plazo] (Riorda y Rincón, 2016). Y
la cuarta afirma que estamos pasando
de una política en la cual la opinión
pública y la reputación eran la clave
de sentido a una de la ignorancia pluralista o cuando hay pluralidad, pero no
se reconoce al otro y su punto de vista
(Cárdenas, 2017)1.
Con estos presupuestos de base,
argumento que la clave de la comunicación política está en confirmar o
transformar percepciones o confirmar
o mover emociones. Por ejemplo, en la
paz en Colombia, el Gobierno y los amigos del Sí a la Paz deberían haber leído
que la percepción construida sobre
la guerra y la paz consistía en “que eso
(de la paz) era un asunto del Gobierno
y la guerrilla, que no vinculaba o no
tenía nada que ver con los colombianos”, la mayoría (urbana) éramos
espectadores nada más. Asimismo,
se debería haber comprendido que la
emoción construida era de odio a las
FARC y trasladado en odio a Santos, el
presidente. Entonces, la campaña del
NO, con un buen caudillo al mando,
el expresidente Uribe, supo leer la percepción y la emoción públicas, y como
estrategia se encargó de confirmar esa
percepción y extenderla (los acuerdos
“Las leyes de la opinión, la reputación y la moda se observan más que cualquier ley divina
o estatal” (Locke), “(…) La gente teme más al aislamiento que al error” (Tocqueville), “(…)
La opinión pública suele ser una fuerza conservadora que protege la moral en decadencia
(Rousseau), “(…) La teoría de la ignorancia pluralista que se da cuando dos bandos, en un
tema conflictivo, se sobredimensionan a sí mismos por no tener en su entorno gente con
pensamiento distinto” (Noelle-Neumann) (Cárdenas, 2017, p. 20).
Contratexto n.o 27, enero-junio 2017
De celebrities, pop y premodernos: hacia una democracia zombie
de paz estaban traicionando al pueblo
indefenso negociando el modelo de
familia, el modelo de desarrollo y llevando al país al castrochavismo), y de
confirmar la emoción del odio ante esos
bárbaros y extender el odio a Santos
por haber sido desleal con Uribe (quien
lo eligió) y con el país (quien lo votó). El
SÍ y el Gobierno hicieron una campaña
de buenas intenciones (buena-ondismo)
y argumentos racionales y verdades
(bienpensantes). El NO ganó.
En este contexto, si no se conocen
los modos de sentir y politizar del ciudadano es poco probable ganar en una
campaña o legitimar gobernabilidad.
Para saber cómo son las percepciones
y las emociones ciudadanas, propongo
que hay tres tipos de ciudadanos como
audiencia de la comunicación política:
• Los premodernos, que se dejan
guiar como manadas por líderes
autoritarios que emocionan bajo
valores de familia, dios, tradición,
propiedad, orden, como criterios
para controlar violencias, cuerpos
(sexo) y fantasías. Estos valores se
convierten en los marcos de referencia política para crear percepciones, creencias, emociones y movilizar hacia un proyecto o un líder.
• Los modernos, que se guían por
los valores de libertad, bienestar,
justicia social, inclusión social, derechos humanos y la democracia.
Estos ciudadanos quieren razones,
políticas públicas, ideas de colectivo social y creen en las instituciones, el estado del bienestar y la
democracia basada en derechos y
diversidad.
• Los cool, que no son de una edad (o
sea, no se corresponde con los millenials ni con los hipsters), son practicantes de un existencialismo pop
que los hace sentir mejores yo que el
resto de la sociedad; y son mejores
porque viven las redes, ven series de televisión y tienen coolture.
Descreen de la política, creen en
su éxito personal, piensan que el
Estado conspira contra ellos y viven
indignados y de fiesta. Les importa
un carajo las elecciones democráticas y, por eso, se abstienen para no
ensuciarse, o votan por decisiones
personales (amigos, no gustarle la
clase social o el estilo del candidato) o para defender sus creencias de
capital y consumo.
En este contexto es que se entiende
que Macri sea un cínico presidente,
Trump goce con su egocracia, Peñalosa ejerza su arrogancia insolente en la
alcaldía de Bogotá, el odio y la mentira
movilice al NO del plebiscito colombiano, los promotores del SÍ del “Brexit”
hayan renunciado a su compromiso
político. Estas campañas ganadoras
se dirigieron a premodernos y cools,
trabajaron sobre las percepciones y
emociones de ellos, y usaron las redes
digitales (amplificadas por los medios)
para enviar mentiras que estos ciudadanos estaban dispuestos a creer y
comprar porque concordaban con sus
percepciones. Triunfa esta política de
la emoción y la fe porque la democra-
Contratexto n.o 27, enero-junio 2017
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Omar Rincón
cia ya no jalona valores modernos, se
ha convertido en un concepto zombie
(Beck, 2000), un vivo-muerto, existe
pero no interpela a la sociedad, un walking dead; la democracia ha devenido
en un juego reality de elegir no por talento sino por simpatía, no por ideas
sino por humor, una travesura que por
mal que nos vaya se juega cada cuatro
años. Por eso, esa idea viva-muerta
de la democracia moviliza de manera zombie los sentires revanchistas de
la sociedad adulta, religiosa, rural y
urbana wanabe2, de la sociedad de los
comunes. En este contexto, se hace
urgente darle un nuevo sentido y capacidad movilizadora a la democracia,
sacarla de su estado zombie.
Los modernos (academia,
bienpensantes, periodistas, políticos)
no sabemos leer a la gente
El 2016 fue cuando se terminó el siglo
xx en política y periodismo (Rincón,
2017)3. En política murió el gran líder
de ese siglo, Fidel Castro, y Trump,
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3
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el no-político y ego-crático llegó a la
presidencia del país más poderoso del
mundo; muere la política, triunfa el
capital, bienvenidos a la ceocracia. El
periodismo al estilo del siglo xx llegó a
Cuba a contar la crisis y encontró que
murió Fidel y nada pasó, la transición
ya se había iniciado seis años antes;
este mismo periodismo no supo contar
a Trump porque en su performance no
encontró coherencia como storytelling
y los marcos de referencia de sentido y
formato que se tenían por periodismo
no daban cuenta de su personalidad
contradictoria; para el periodismo “es
difícil escribir sobre Trump porque
no presenta una historia coherente,
ya que él es como una pintura cubista
que cambia de idea en cada minuto”
(Siegel, 2017). O sea, que si no está la
historia como solíamos verla y hacerla en el periodismo y en la política, no
podemos contarla.
El asunto es que la política y el periodismo de grandes medios, grandes
discursos y reportajes, equilibrismo y
autoridad moral-intelectual murieron.
Want to be (wanabe). Nuevas clases medias, recién ascendidas, que ante el peligro de perder sus ganancias recientes asumen posiciones reaccionarias y conservadoras.
Y también fue el año de Cuba. Muere el último político del siglo xx llamado Fidel Castro,
Obama va a La Habana, Hollywood filma Rápidos y furiosos 8, Chanel desfila modas extrañas, Mick Jagger canta, la paz de Colombia se firma y el papa Francisco se encuentra
con el patriarca de la iglesia ortodoxa Kirill. Y allí sigue todo lo mismo, como dice el
escritor Pedro Juan Gutiérrez (‘La modernización de Cuba es irreversible’ entrevistado
por Albinson Linares, New York Times en español, 28 de diciembre de 2016): “el cubano
promedio que sufre riéndose […]. A pesar de lo extrema que ha sido nuestra situación
económica, siempre nos divertimos […]. Esto es lo que te ha tocado, así que vamos a disfrutarlo, siempre puedes tomarte una botella de ron, jugar al dominó, tener un poco de
sexo y darle gozadera a tu vida”.
Contratexto n.o 27, enero-junio 2017
De celebrities, pop y premodernos: hacia una democracia zombie
Nació la política del siglo xxi, esa de
la ceocracia, o cuando los empresarios
dejaron de apoyar a los políticos y se
convirtieron en políticos y manejan a
una nación como una empresa, pongamos que hablamos de Macri, Trump,
Kuczynski, Peñalosa; y emerge el periodismo de farándula y redes como
paradigma mediático para contar y
hacer la política.
Y esta mutación fue posible porque
la política abandonó a los partidos y
los medios desmantelaron al periodismo. Toda la política y toda la noticia
fueron las redes digitales y sus clics,
likes y trending, y eso que llamaron
posverdades o cuando el mentir es más
creíble que los hechos y las razones;
política y periodismo de clics, likes y
trending. El mundo fue secuestrado por
Trump, Argentina por el errorismo de
Macri (Caparrós, 2017) y Colombia por
el conservadurismo de Uribe (Rincón,
2016). Y triunfan vía la manipulación
emocional y el chantaje religioso.
Martín Caparrós (2017), tal vez el
mejor periodista en español, para el
caso del periodismo, pero que puede
ser llevado a los intelectuales, expertos
y políticos, afirmó que
el 2016 fue el año que demostró que muchos de los que nos dedicamos a contar
y pensar nuestro tiempo no entendemos
lo que pasa en nuestras sociedades, y
que la realidad es tan taimada como para actuar sin preguntarnos.
Andamos desconectados de la gente, de esos otros, de esos ignorantes,
porque vivimos prisioneros de nuestros prejuicios ilustrados y de nuestro
ego de ser la gran prensa (y la gran
política) […]. Una vez más, el mejor
periodismo (y la mejor política) se
dedicó a confirmar lo que creía saber, a contar lo que lo confortaba.
Una vez más, no entendimos: no supimos leer lo que estaba allí delante.
Y eso que no supimos leer por andar prisioneros de nuestra experticia
en el nosotros mismos nos ha llevado a
hacer un periodismo y una política unplugged, desconectados de la gente, y la
constatación es que hay “tantos (que)
viven distinto, piensan distinto, imaginan distinto” (Caparrós, 2017).
El 2016 fue el año en el que nos
equivocamos en todo los modernos:
perdimos libertades, derechos, utopías
en nombre de los miedos y la indignación. Y acertaron los fundamentalistas
y los cool, ya que apostaron por la indignación sentimental. Fallaron los dos
narradores de la democracia: el periodismo y la política. Ahora, si de esta
debacle algo aprendimos, es que debemos reinventar al periodismo y la
política, y, por tanto, a la democracia.
Tal vez sea el momento de bajar a la
tierra y caminar la autocrítica. “Se trata
de buscar lo que no sabemos —en vez
de ir a confirmar lo que creíamos—”
(Caparrós, 2017). Y de eso va la política:
escuchar y contar desde y con la gente.
Y en el 2016 hubo indicios para saber
desde dónde ensayar el experimento
de la democracia del siglo xxi: una democracia hecha de celebrities (Amado,
Contratexto n.o 27, enero-junio 2017
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Omar Rincón
2016), que exige otra relación entre redes, medios y política, una política y
periodismo más cerca de la gente y más
lejos de los expertos y partidos, una política y periodismo en agendas leves de
la vida (farándula, deporte, espectáculo, semen, sangre y melodrama).
En esta democracia zombie, periodismo y política de farándula parecen
ser el camino a seguir. ¿Por qué tomarse en serio o hacerlos significar como
estadistas a gentes como Trump o
Macri? Ellos requieren otro periodismo y otra política; unas de farándula,
caricatura, sarcasmo, ironía. Ellos se
comportan como celebrities, como si
fuesen Beyoncé, Madonna, Maradona,
Brad o Angelina… y, por tanto, no se
ajustan a las lógicas de la coherencia
de los héroes que saben contar el periodismo y la política, ni a la lógica
racional argumentativa propia de
la modernidad; cada uno es su propio mundo, guion y farsa, uno que
se interesa más por el estilo, el tono,
las redes y la farándula que por las
ideas, la democracia, la coherencia4.
Estos héroes no buscan interlocutores, que es lo que nos gusta ser a los
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“modernosos” periodistas y académicos; estos ídolos buscan y gozan
con fans, groupies, creyentes, que es
lo que odiamos los periodistas y los
modernos. Ellos atienden percepciones
y emociones del ciudadano, quien a su
vez sabe leer el mundo desde y en la
farándula y el deporte.
Entonces, la pregunta es cómo hacer periodismo y política con y para
esos creyentes fanatizados y sus seductores líderes. Tal vez para hacer sentido a la realidad de la política haya que
aprender del periodismo de farándula
y espectáculos.
El triunfo de los celebreties y las redes
El periodismo y la política exitosas
en el siglo xxi están en las redes y lo
celebrity porque “emocionalizan” a la
sociedad con las verdades que podemos creer y las marcas que queremos
ser. Una política de clics, likes y trendings de redes digitales, las mentiras
en que se puede creer (posverdades) y
los celebrities en que encontramos sentido: Beyoncé, la separación de Brad y
Angelina (“Brangexit”)5, Pokemon go
A Trump lo que más le molesta es cuando lo imitan en Saturday Night Live o los grandes
medios hacen mofa o caricatura de su torpeza; a Macri lo que más le ha molestado son las
mofas de redes y el sarcasmo de Tinelli. Ellos no son audiencia de marchas, ni de protestas, ellos solo ponen atención a aquello que manche su estilo de exitosos del glamur.
Existió el “Brexit” (Britain exit), pero la noticia más conocida en el mundo fue el “Brangexit”
(Brad Pitt y Angelina Jolie exit). Era la pareja de los más bonitos en cada sexo. Un amor
de Hollywood. La pareja del cielo mainstream del siglo xxi: estaban juntos desde el 2004.
Una pareja correcta y multicultural: adoptaron hijos de Camboya, Etiopía y Vietnam. Ella
era embajadora de voluntad de la Acnur para llevar mensajes de paz al mundo que sufre.
Ella se enfrentó a la silicona y ese mundo falso. Él hacía películas haciendo de buen actor.
Hasta el buenazo del Dalai Lama, que los quería mucho, sintió dolor por esta separación.
Contratexto n.o 27, enero-junio 2017
De celebrities, pop y premodernos: hacia una democracia zombie
que tomó las calles6, los 15 años de
Rubí en México7 y la conquista de los
cuerpos por el reguetón8.
Lemonade, el disco de Beyoncé, fue
el acontecimiento cultural del 2016, no
solo fue éxito en todos los rankings de lo
cool & pop, sino que fue objeto de interpretaciones alucinantes como si fuese
una obra de arte o filosofía que debía
ser interpretada al infinito. La historia
es breve: Beyoncé tuvo una crisis matrimonial con su esposo, Jay Z; ambos
estrellas de la música y el espectáculo
de la cultura mainstream. Beyoncé lanza
una obra con 12 canciones y 12 videos
que se transmiten en directo por HBO.
Los analistas comienzan a interpretar
semiológica y narrativamente cada
6
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video-canción para construir un relato
de profundidades humanas, sociales y
políticas inéditas. Lemonade fue el disco
del año para la revista Rolling Stones y
Beyoncé la mayor influencer9 en la cultura mundial porque no solo se expone
en reflexión profunda sobre las fragilidades del sí misma en estos tiempos
de extimidades y banalidades (Sibilia,
2008), sino que habla por la comunidad afroamericana y asume una voz
pública ante los problemas raciales en
los Estados Unidos. Desde los tiempos
de Madonna, una estrella no se había
leído con tanta atención existencial,
semiológica y política. Una auténtica
figura del storytelling pop & cool, que
dice y moviliza a sus fans, groupies y
Pokemon go llevó a que los videojugadores salieran de sus cuartos, tomaran las calles y
parques para cazar pokemones. Fue la aplicación que derrotó al sexo en número de descargas. Se usó más que WhatsApp, Instagram, Snapchat; subió las acciones de Nintendo;
creó negocio paralelo que atrae visitantes virtuales a negocios físicos; puso a hablar a psicólogos, padres, profesores y a toda la sociedad. Pokemon go fue la noticia porque produjo
lo que el periodismo y la política deben lograr: vínculo, engage, conversación.
Don Crescencio invitó por Facebook a los 15 de su hija Rubí Ibarra García: “Los invitamos
a los 15 años de nuestra hija Rubí, en la comunidad de La Joya. Estará tocando el grupo de
Juan Villarreal, Los Indomables de Cedral, Grupo Innegable. En la comida estará tocando
Relevo X y habrá una ‘chiva’ creo que es de 10 mil pesos el primer lugar, y para los demás
lugares ahí nos acomodamos”. Ella se llamaba Rubí, ella vivía en La Joya, y no es una
telenovela. Aparecieron más de 30 000 celebrantes. Las redes movilizan si se mueven por
los tiempos del efecto, la fiesta y el jolgorio. Invito a leer el excelente texto de Juan Villoro
sobre el asunto: “Carnaval y apocalipsis” (El País, 31 de diciembre del 2016).
La bloguera cubana Yoani Sánchez, en “Reguetón, la música de la realidad” (El País, 25 de
diciembre del 2016), afirma que “es la nueva lengua franca. Ha vencido a la canción protesta
que tantas ilusiones sociales, la mayoría fracasadas, levantó en América Latina (…). Es el
idioma universal de la gozadera, la jerga aprendida antes de nacer y con la que transmitimos
el desparpajo (…). Las letras crudas y los sonidos de metralleta en sus producciones refuerzan la sensación de combate. Una contienda donde todo se logra con el sudor de la pelvis”.
Influencer es el concepto para quien incide en la opinión pública de la coolture; en siglo xx
decíamos líderes de opinión. Y son influencers porque a ellos y ellas se les sigue con fe de
fan y no se les comprende con argumentos.
Contratexto n.o 27, enero-junio 2017
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Omar Rincón
creyentes mucho más que la política y
los medios.
Y estos mundos de la gozadera, del
pasarla bien y compartir sin protocolos
es posible por las redes sociales, donde
todos estamos, pero triunfan los celebrities. El juego de la comunicación se
llama engage, juego, vínculo, conexión.
Y a eso es que debe aspirar el periodismo y la política de redes digitales; o sea,
periodismo y política de la indignación,
el matoneo (bullying), goce (burling), algo
de solidaridad y mucho de escucha.
Las redes, en todo caso, no serían
exitosas si los políticos, las marcas y
los periodistas no las convirtieran en
la noticia. O sea, las redes triunfan por
la debilidad informativa del periodismo, el fracaso de los partidos políticos
y el triunfo del individuo en el mercado. Si los periodistas confrontaran
las verdades de redes, investigaran,
preguntaran, contextualizaran, o sea
hicieran su oficio, las redes no serían la
Información y la Noticia, y estos celebrities devenidos en políticos no serían
la verdad. El periodismo y la política deben ir más allá y buscar ¿cómo
hacemos para desindignarnos? y silenciar los tuit-matoneos que no tengan
verificación de realidad, dato, hecho
o decir; recuperar el contexto, volver
a los datos, pausar las redes, analizar
qué nos está pasando como sociedad.
El periodismo y la política en el siglo
xxi deben servir para pausar y ayudar
a comprendernos en el mundo. Y para
revivir esta democracia zombie (pero
divertida) que habitamos.
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Contratexto n.o 27, enero-junio 2017
La política y la comunicación en
tiempos de posverdá y farándula
Tenemos que aprender de la posverdá
porque si el asunto es de percepción,
creencias y emociones, LA POSVERDÁ
es la política. La posverdad se da cuando un decir “se siente verdad”, pero
no hay dato, hecho, argumento que lo
compruebe. “La posverdad puede ser
una mentira asumida como verdad o
incluso una mentira asumida como
mentira, pero reforzada como creencia o como hecho compartido en una
sociedad” (Amón, 2016). Ese invento
de noticias falsas, pero que desde la
creencia propia se valora como verdad, se dice es un asunto de las redes
y de políticos como Trump, pero la
obviedad está en que en Colombia la
han practicado con alto éxito —y desde hace mucho tiempo— Uribe y sus
seguidores; en Estados Unidos la practicaron Bush I y II, y sus guerras reales
basadas en mentiras. La posverdad es
la política de siempre: ideas, palabras,
emociones en las que se puede y se
quiere creer.
El asunto democrático está en que
los medios y los políticos “las emiten” como noticias verdaderas, luego
el problema es de los periodistas a los
que les encantan las posverdades porque dan clics, likes y trending topics. Y
de los políticos porque una posverdá
los lleva a la celebridad instantánea.
No es que se convenza a la gente para
creer, sino que las personas se hacen
preguntas y las posverdades pro-
De celebrities, pop y premodernos: hacia una democracia zombie
porcionan respuestas que se pueden
creer, y los políticos las dicen como
propuestas, y los periodistas las cuentan como noticias. La posverdá existe
porque los políticos la practican y los
medios las creen e informan, luego no
fallan las creencias precarias de la gente, sino los malos políticos y los malos
periodismos. La democracia zombie la
producen los políticos y los medios.
La metáfora para contar mejor a
estos personajes que nos gobiernan
es la película argentina Me casé con
un boludo (2016) y la serie de televisión
House of Cards. En Me casé con un boludo, un hombre sin atributos (pongamos
que hablamos de Trump, Macri, Peña
Nieto) para enamorar a su amada (el
pueblo) contrata un libretista que le
diga qué decir. El libretista le dice, por
ejemplo, que hay que emocionarla. Y
por eso en una escena contrata a unos
actores para que hagan de pobres y
ella (el pueblo) quede encantada. House
of Cards, por su parte, documenta que
todo vale por el poder, no hay escrúpulos. Por eso si Trump o Macri o Peña
Nieto o Peñalosa (alcalde de Bogotá)
fueran una serie, serían una serie de
culto, donde dominan y abundan los
héroes sin atributos, pero cínicos y
pedantes10; pero, tristemente, son los
gobernantes de la realidad. Por eso
los líderes como Trump se explican
mejor desde la farándula que desde
las teorías políticas, desde la coolture
que desde lo ilustrado. Y la democracia contemporánea sería una serie a lo
The Walking Dead11. Veamos Trump, el
fenómeno prototípico de esta democracia zombie:
− Trump es un exitoso conductor de
reality. Por eso es agresivo y juega
con el suspenso, nunca busca lo
correcto, sino exacerba los sentimientos. Sabe que en el reality
triunfa el que logre “conmover”
más corazones, lágrimas y sonrisas; poco importa el talento. Conoce
que el reality, es la revancha de los
excluidos del poder, es la ocasión
de los sin-oportunidades en la vida.
En un país donde el 50 % de la televisión es reality, Trump puede hacer
de la democracia un reality.
− Trump es un exitoso personaje de
series. Él es Underwood en House of
Cards, o White en Breaking Bad, o
House, o Dexter, o Carrie en Homeland, o Draper en Mad Men. Sabe
que todo se vale para ganar; que no
10 Walter White (Breaking Bad), Dan Draper (Mad Men), Frank Underwood (House of Cards).
11 En The Walking Dead (Frank Darabont, 2010-2017) el mundo es otro, el caos se ha apoderado
de la ciudad debido a que inexplicablemente los muertos caminantes dominan las calles.
Mientras su situación se vuelve más y más sombría, la desesperación del grupo por sobrevivir los obliga a hacer cosas que en su vida anterior no se habrían imaginado jamás. La
democracia zombie es una de ciudadanos sobrevivientes.
Contratexto n.o 27, enero-junio 2017
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Omar Rincón
hay escrúpulos en la política y la
sociedad, solo una pasión: el poder.
Y como la mayoría de protagonistas
de series, él es un ser oscuro-agresivo-compulsivo con el mundo y víctima de una conspiración cósmicomediática-democrática. Y en un
país donde las series son el modo
actual de la opinión pública, Trump
es la serie.
− Trump es un exitoso comediante.
La risa es la clave de la comunicación pop y popular: si hay risas,
hay empatía, hay conexión, hay
identificación. Trump más que hacer discursos políticos, hace chistes;
apuntes provocadores e incorrectos
que buscan la risa. La única forma de
resistir y subvertir la moral de una
época es el chiste, y por eso Trump
escogió el stand up comedy como
táctica discursiva. Y en los Estados
Unidos los comedy clubs abundan:
allí el ciudadano va a hacer catarsis
de las opresiones correctas de cada
día. Y por eso Trump es un cómico.
− Trump es todo por la plata. Somos
la sociedad donde billete mata cabeza, hombre hecho a pulso derrota a
aristócrata, chiste raja al intelectual;
el abuso, el acoso y la agresividad se
premian; y el éxito se mide no en valores o democracia sino en acciones
en la bolsa. En la tierra del capitalismo, Trump es una marca.
Trump gana por reality, por serial,
por comediante y por capitalista. Y
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Contratexto n.o 27, enero-junio 2017
gana en la tierra del capital, el humor,
las series y los reality. Trump ya no
necesita pistolas para matar al otro al
estilo de los wésterns, solo requiere de
la televisión y las redes sociales para
convertir a la política en una democracia zombie.
Happy end
La política ha sido siempre emociones
y posverdades: contar y prometer lo
que la gente quiere creer y escuchar.
Solo que ahora en las redes es más fácil
creer en lo de uno y excluir a los otros;
pero también comprender que pasa
con ese hombre común y ordinario que
vota, ese que no es “menos, ni peor sino
distinto” (Caparrós, 2017). Por eso en el
2016, Trump, Macri y amigos del NO
en Colombia y del SÍ en Inglaterra supieron leer tres o cuatro percepciones y
emociones del hombre promedio:
− Está en bronca con los políticos y
su idea de la política, cree más en
los empresarios (de la democracia
a la ceocracia).
− Se está aburrido con la tiranía de
lo políticamente correcto porque
disminuye la expresividad espontánea del hombre común; se quieren
valores que se conozcan y asignen
sentidos claros como la familia, la
tradición, dios y orden para las violencias y los cuerpos (sexos). Ante
la duda, el pasado siempre es mejor
(de la democracia a la religióncracia).
De celebrities, pop y premodernos: hacia una democracia zombie
− Se está enervado con el discurso
moderno de los bienpensantes e
ilustrados que hace sentir ignorante
al ciudadano ordinario; se quiere humor y emoción y gente común (de la
democracia a la espectáculocracia).
− La democracia es un asunto de
prueba y error; si ya se ha apostado todo a los políticos, vale la pena
hacer la prueba con un outsider para
ver cómo nos va (de la democracia a
realitycracia).
Así llegamos a nuestra actualidad
de habitar una democracia zombie (un
sistema político vivo-muerto) que se
caracteriza por:
− Gobernantes celebrities: su éxito es
tener marca propia (Trump), haber ganado en el fútbol (Macri),
casarse con la heroína de una telenovela (Peña Nieto); les molesta
más el humor de Tinelli —a Macri—,
la imitación de SNL —a Trump—,
la serie La ingobernable —a Peña
Nieto—; les encanta posar para revistas de farándula, modas y estilo;
la belleza de sus mujeres son uno
de sus mejores atributos.
− Políticos pop: no tienen cultura
política, pero si coolture, saben de
farándula y glamur, y de seducción
mediática y de redes.
− La ceocracia: el Estado es una
empresa para ser gerenciada y dar
dividendos de riqueza; además,
como dicen ser ricos, dicen no necesitan robar.
En este contexto, se propone intervenir la política y la democracia
desde estéticas, narrativas y tácticas
bastardas (moralidades premodernas
con coolture). Esto significa que a estos
protagonistas de la democracia zombie hay que narrarlos y comprenderlos
desde la farándula y no desde la política; comprenderlos desde sus referentes
de sentido como son la telenovela, la
comedia, el reality, el deporte, las series; entender que su capital político
está en saber seducir, entretener, entusiasmar y manipular sentimientos.
Tal vez, así podamos desde la contrapolítica revivir la democracia.
Tal vez, hoy sea muy político ir a la
realidad como fans, cheerleader, groupies, militantes, activistas apasionados
por los asuntos y derechos que hacen
que la democracia sea un sistema donde caben todas las diversidades, y es
posible pensar y tener conciencia de
lo colectivo. Tal vez es el momento de
asumir en serio que la realidad dura
(política, justicia, economía) requiere
y exige emoción, espectáculo, color e
historias que nos asignen sentido práctico en la vida cotidiana y nos activen
hacia la democracia como modo de
una sociedad más de todos y menos de
los poderosos. Para despertar o revivir
el potencial diverso, libertario, social
y de derechos de la democracia, y sacarla de su estado zombie, egocrático y
ceocrático debemos convertirnos en
hackers que practican redes, coolture y
comprenden las emociones de familia,
patria y dios. Perder la solemnidad
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Omar Rincón
para ganar la emoción colectiva, jugar
el partido de la política desde y en la
cancha de las seducciones, y eso es
muy político.
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