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I
PROLOGO DEL LIBRO:
LA LOCURA DE ADÁN
[Fractal Infinito]
METAFICCIÓN ESOTÉRICA
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II
ÁGUILA SOBRE LA PÁGINA EN BLANCO
[PROLOGO]
“Al principio Elohim manifestó el cielo y la tierra.” Así reza el primer párrafo del libro más
conocido.
En hebreo, el primer párrafo de la Biblia comienza con una B: “Bereshit bara Elohim et
hashamayim ve'et ha'aretz.”
Yo he querido que mi libro comience con A.
A de Adán.
A de Águila.
Águila, ave que vuela sobre una página en blanco. El ave Garuda de las culturas asiáticas, quizás
símbolo del Sol, o símbolo de la mirada que ahora lee este texto.
No, no hay página en blanco. No hay principio; siempre ha habido un libro antes. Por más que
como autor yo haya comenzado escribiendo en la blanca superficie de un papel, o en el blanco
espacio de un nuevo archivo del editor de texto. No, no ha habido nunca una página en blanco. La
página solo es el espejo donde se refleja un libro eterno.
El libro, de una u otra forma, estuvo siempre ahí. Un texto preexistente, intangible hasta que
desciende. Algo que desciende del cielo a la tierra con el vuelo del águila. Quizás sea el vuelo del
ave, mi mirada, lo que manifiesta la ilusión de un cielo y una tierra. Quizás el descenso mismo cree
esa ilusión.
¿No es acaso “abajo” el nombre que damos a lo más denso? El águila que desciende es un símbolo
de la concreción de lo inefable. Quizás la historia escrita sea la manifestación del proceso en que lo
eterno muere y eso atemporal, al morir, se convierte en un texto, un relato, un libro.
Adán es un mito. El libro mismo es un mito, un símbolo, una metáfora del logos celeste que,
siempre completo, desciende transformándose durante su descenso. En un proceso dinámico, en el
cual algo inexpresable y siempre cambiante, va concretándose en el texto a través de
transformaciones continuas, y toma su forma final dependiendo del contexto.
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III
Todo es un relato, todo es una concreción. Un campo de posibilidades que desde la mirada se
concreta en partícula, se convierte en letra y, al hacerlo, se transforma en relato. Acción que pasa a
ser discurso. Un proceso continuo que se hace evento concreto. Un discurrir de intuiciones,
comprensiones, imágenes, destellos de conciencia. Eventos que manifiestan las potencialidades de
algo que siente, de algo que se nutre de sí mismo y muere al tomar forma. Algo vivo y orgánico que
de alguna manera precede al texto mismo pasa a ser un personaje. En este caso, soy yo fingiendo ser
el autor de esta locura.
Adán es el mito del hombre que busca el gozo perdido de la completud. Que se ve atrapado en su
propio relato y busca como salir de él.
Creo que fuera del texto hay vida, creo que solo hay vida y que no hay principio ni fin para ese fluir
de vitalidad constante, aunque sí hay principio y fin para el relato, para el cuento, para la historia.
Algo que soy, que somos, algo viviente que es la propia vida cae poco a poco hacia la densidad,
planeando entre brisas que se transforman en tormentas, hacia un agujero negro. Y en el horizonte
de eventos, antes de que toda ley de la física y el tiempo mismo pierdan sentido, escribe un relato.
La locura de Adán es este relato que quizás te decidas a leer. Y quiero que en este prólogo puedas
ver su origen, su génesis. Que puedas hacerte una idea de hasta qué punto el título describe y
resume el libro entero. Adán no es hombre ni mujer, es el mito del Ser Humano Primordial, es el ser
viviente. Es aquel que es. Adán es Elohim, todos los poderes, todas las potencias. Todas las
posibilidades. Antes de su caída, es madre, es vida fértil. Energía vibrante.
Solo cuando se ve en el texto, aparecen el mito del origen y del final, solo al concretarse aparece el
mito de un más allá. Ese más allá que precede al relato mismo lo que aparece como un ser creador,
alguien que decide un principio, un camino y con ello llegan los juicios de bien y mal, y finalmente
la maldición de la muerte, tras un camino lleno de trabajos, un camino heroico de esfuerzo donde la
creación misma duele.
Así, yo, el autor, puedo o no reflejar los matices de este proceso en esta inexistente página en
blanco. Página en que la danza se convierte en camino por imperativo de la gramática y de la
sintaxis. Proceso en que el resultado me expone al juicio ajeno, y me somete a la posibilidad de la
aprobación o al rechazo.
Antes del principio, ya existía la acción libre, el verbo. Antes de que el escriba escribiese, bajo la
metáfora de Dios, la idea del origen y la amenaza del juicio ajeno, existía Adán, o quizás no existía
y solo era. Campo de posibilidades infinitas
Quizás solo al verse sometido al trabajo y al dolor del parto, el verbo se hizo carne. Adán quiere
ahora alcanzar a Lilith y, al buscar a la diosa perdida, entra en un bucle, en un juego sadomasoquista
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IV
donde el placer es un juego de dominio o dominación. Donde solo al alcanzar la cúspide del dolor
puede relajarse en el placer que sus defensas dejaban tras los muros de la construcción.
Adán buscaba completarse en Eva tras rechazar a Lilith. Eva, así se llamaba “ella” cuando, quizás
30 años atrás, empecé a escribir un libro que se ha transformado en este que tienes entre las manos.
En un capítulo haré nacer a Adán desde la palabra. Una consciencia que, desde el verbo, desde la
palabra, se hace carne, se hace consciente de esa realidad visceral y sensible. Luego te iré contando
historias donde Adán es un Adán concreto, un muchacho de 19 años que esencialmente busca tener
sexo. Esta es la primera parte, titulada De cómo Adán dejó de ser virgen.”.
Parte de este libro es ese relato, pero ahora, lejos de contarte una sola historia, lo que estoy haciendo
es jugar con mitos. Crear un caleidoscopio de imágenes con relatos. Mi propia identidad aparecerá
en el libro, el propio proceso de escritura quiere hacerse manifiesto en el texto, hasta Buddha
aparecerá en esta locura.
La segunda parte, titulada Autobiografía de un loco, es donde el proceso personal está más presente,
aunque hay una continuidad de los relatos que se alternan en la primera parte.
Este libro tiene dos partes numeradas del 0 al 23 por motivos que te contaré luego. En la primera
parte, me centro más en introducir los símbolos y dar inicio a los relatos, pero también aquí está
presente parte de mi proceso personal..
Los significados de mi simbología aparecen emergiendo del propio texto. En este mismo prólogo,
puedes ver cómo lo hago.
Quizás debería hablarte ahora del concepto de “locura.” Porque es de la locura de lo que estoy
hablando en todo el libro, la locura misma es el origen de este libro. Aunque origen y final sean
mitos, este texto, como todos los relatos, empieza en un punto de mi vida. Forma parte de esa
historia que me cuento a mí mismo y con la que construyo mi identidad.
Al principio, el águila, la mirada lectora, sobrevuela el espejo. Un firmamento de letras se refleja en
ese espejo, no hay página en blanco. Lo que vemos son las palabras. Todo son símbolos, todas las
palabras son metáforas de “Eso Real” que está fuera del texto. Fuera del texto, lo indescriptible
sigue siendo vida, realidad inefable. Para la razón, lo inefable, lo que no se puede describir, es
locura. Locura también, pero de otro tipo, ha sido escribir este libro. Es mi intención hacer
manifiesta mi propia locura e intentar romper los límites de mi razón al escribirlo. La locura de
Adán es mi propia locura expresada sin pudor.
Para poder ilustrar eso, te contaré ahora cómo se relaciona la génesis de este libro con mi propia
vida. Pues esta versión final parte de un trabajo que empezó hace unos 30 años. Un trabajo de
escritura e investigación al que hasta ahora nunca lograba dar una forma final.
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V
En ese proceso, fui viendo cómo se desmoronaba mi pretensión de realidad y se hacía patente que
en mí tomaban vida relatos ancestrales. Todos los libros que habían creado mi pensamiento, todos
los relatos, todos los cuentos que me habían contado y con los que sigo creando mi historia.
En el capítulo Génesis de este libro [Un apunte autobiográfico] profundizaré en ello, pero quiero
que desde el origen puedas vislumbrar cómo se creó esto que ahora estás leyendo.
Hubo varias etapas. Varios periodos de escritura seguidos de años de reposo en que mi mente de
algún modo seguía escribiendo. En cada periodo de escritura, me asustaba al ver cómo mi mente
funcionaba al escribir. Ver cuán cercanos están el delirio y la creación. Escribir era como ser testigo
de un diálogo entre mis hemisferios. Entre uno intuitivo, que captaba relaciones instantáneas, ideas
completas, y otro que tenía que expresar en secuencias de palabras frases coherentes. Varias veces
interrumpí la escritura por miedo a caer en la psicosis. A veces me parecía que mi imaginación y
mis vivencias se mezclaban, rimaban como versos. Intuiciones que se confirmaban al estudiar y
arquetipos que parecían estar encarnados en quienes me rodeaban.
Y sí, todo esto comenzó con Buddha. Ese personaje de la historia que tanto se parecía a Jesús, pero
sin ese Dios de los ejércitos al que se rezaba en las iglesias. Esa entidad que, bajo el nombre del
amor, había pedido sacrificios humanos a la vez que pretendía haberse sacrificado para perdonar un
pecado que era ajeno. Una culpa sin final cuyo nacimiento prometía salvar en un sacrificio final, en
una historia cíclica anual. Resucitando y ascendiendo sobre las nubes.
Encontrar a Buddha convertido en encarnación de un Dios no me agradaba. Si la Inquisición, y
otros crímenes, me alejaban del cristianismo, las castas, y la cremación de viudas me repugnaban
del hinduismo. Pero, sobre todo, la idea de un Dios dirigiendo la historia me parecía un delirio,
dado que la historia misma era de guerras y opresión, y dado que la autoridad de los opresores
provenía siempre de un Dios. Liberarme del relato requería dejar de creer en el autor, y Dios
siempre era un guionista, un dictador de escribas, un creador de relatos. No me refiero al ser de las
cosas, no me refiero a la unicidad tras la diversidad, me refiero a un ente o entidad. A una autoridad
celeste de quien tomaban autoridad los psicópatas que dirigían el mundo.
Ese libro comenzó enfrentando dos visiones del Buddha: por una parte, el hinduismo presentándolo
como un Avatar o encarnación de Dios, y por otra, la budista, que aparentemente mostraba a un
sabio iluminado y ateo que cuestionaba el sistema de castas y se enfrentaba al sacerdocio
dominante. A falta de Internet, estuve consultando libros y más libros y, como no tenía ordenador,
escribí páginas y páginas a mano.
De alguna forma, cuanto más investigaba la historia del Buddha, los mitos hindúes, la historia de la
cultura hindú, más me sumergía en un trance en que los mitos estimulaban un viaje mental donde
me parecía ver o ensoñar un complejo entramado de imágenes y asociaciones. Conexiones entre la
historia actual y el neolítico. Era una especie de trance que me permitía entender una serie de
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VI
patrones que terminaron dando forma, bajo la apariencia de una epopeya mitológica, a una historia
en que mis propios procesos creadores encarnaban las figuras masculinas y femeninas junto con sus
correspondientes figuras mitológicas.
La idea de locura asociada al proceso creador se me hizo evidente. Pero al escribir, yo era escriba,
yo era creador, yo era en cierta forma profeta autonombrado. Escribir me hacía sentir culpable de
ser Dios.
La escritura era un acto perverso del que yo participaba. Escribir era participar en la continuación
del proceso del que me quería liberar: la historia patriarcal, la historia escrita.
Escribir las diferentes versiones de mi libro fue un proceso personal. Y en ese proceso, tomé
conciencia de haber aprendido solo la historia del patriarcado: la historia, el cuento, del desarrollo
tecnológico asociado a la guerra y el comercio. Y los mitos, aunque mucho más sugerentes, eran
también parte de ese juego. Castas sacerdotales y de ocultistas aparecían siempre tras las doctrinas
de militares y supuestos revolucionarios.
Locura tras la cordura, y cordura tras la locura, como dos reflejos que reclamaban el derecho a
llamarse Realidad.
La idea de locura la asociaba a veces al proceso creador, al delirio asociativo, y a veces a la versión
normativa del mundo que me había educado.
A veces, la cordura se manifestaba ante mí como una locura colectiva. Estas vivencias inspirarían
luego el título de este libro, cuando en este proceso fui viendo el patrón repetido de la idea de Un
Ser Humano Divino, Un Ser Humano Primordial. Sea ese arquetipo descrito como la encarnación
de un dios, su creación, su profeta o como un hombre que alcanza esa conciencia tras una
iluminación.
El Ser Humano Original que desciende o el hombre que asciende a la completud por un camino
concreto. El Avatar de Vishnu o el asceta iluminado eran solo dos relatos distintos, casi opuestos,
casi semejantes que manifestaban un mismo arquetipo. Pero el patrón estaba por todas partes, bajo
diferentes apariencias, sea como profeta, filósofo o como inspirado creador de ideologías
Escribir un libro me convertía y me convierte en uno más de ellos, en uno más de los que son
citados como autoridad a seguir o rechazar. Por eso, este libro en sí mismo es una locura.
Primero fue la locura; luego, de forma inevitable, la idea del Hombre Universal, la encarnación de
Vishnu, se convirtió en Adán.
Mi mujer se llamaba Eva en esa primera etapa de escritura. Amor pasional y conflicto, devoción por
ella y deseo de ser digno de su amor, dudas sobre mí mismo mientras intentaba ser un buen padre
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VII
para su hijo. Una lucha por alcanzar la ausencia de ego y a la vez ser merecedor de un amor que
veía perderse en lugar de crecer.
En ese contexto, yo escribía mi primera historia y el nombre de mi mujer quizás tuviese tanta
influencia en la elección del nombre de Adán como mi educación cristiana y cierto acercamiento al
tarot.
Pero no, en ese primer libro no aparece aún Adán. Esa primera etapa de escritura dio como
resultado una metáfora del surgimiento del patriarcado, no como opuesto al feminismo, sino como
un sistema relacionado con el esclavismo y las castas sociales. Si bien mi visión era más budista que
hinduista, creé un relato donde un intocable llamado Nataraja alcanzaba el despertar por un camino
diferente al de Siddhartha, el Buddha. Nataraja, el señor de la danza, es un nombre de Shiva. Quizás
pueda creer en un Dios que danza.
El título de ese primer libro era El sueño del Samsara y lo registré. Pero el resultado era demasiado
novelesco, era mitológico y a la vez demasiado lineal. Un amigo lector lo comparó con El señor de
los anillos. Muy amable, pero yo no quería escribir un relato, quería destruir los relatos. Shiva es el
destructor de mundos. Los mundos son relatos.
Partes de ese libro están incluidas en este. Muchos cuentos son partes de El sueño del samsara,
aunque ligeramente cambiados. Pero ahora he evitado crear una historia lineal. Esta última fase de
escritura parte del duelo; yo estoy personalmente implicado en este libro. Aunque juego con los
mitos y uso al personaje Adán de la segunda fase de escritura, ahora he querido evitar el
distanciamiento en que yo, como autor, permanezco oculto. He querido hacerme parte del relato y
que el propio proceso de escribir se perciba en el propio libro, por eso describo situaciones de mi
propia vida.
Contiene varios hilos o relatos que, a la vez, construyen un solo relato que no es lineal. La idea es
que el presente libro tome una estructura fractal y que una segunda lectura sea como una iteración
que provoque nuevos significados. Provoque un desarrollo fractal del propio texto, y que aparezcan
Een él conexiones ocultas, que quizás ni yo haya previsto.
Todo el libro es una locura haciéndose manifiesta a modo de juego. Y es parte de este juego mostrar
un reflejo infinito de espejos. Verás ese símbolo continuamente en los relatos que componen este
libro. El propio libro es un espejo que refleja un fractal infinito. De eso trata el libro: de ese juego
infinito de espejos en que el ser viviente, el ser que siente, respira, sufre y goza, se refleja invertido
en el universo creado con las palabras que ahora tienes ante ti.
Te he dicho que he intentado centrarme en el duelo. Y es que años después de escribir esa fábula de
dioses y budas, vi morir a mi mujer: Edna. Eso fue mucho después, años después, de dar forma al
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VIII
relato que había escrito junto a Eva, y de pasar de escribir “El sueño del samsara” a iniciar con un
cuento breve la escritura de “La locura de Adán”.
Esta sería la segunda etapa de escritura, previa a la fase final. Y ese cuento breve puedo verlo tanto
más significativo ahora que cuando lo escribí.
Ese cuento llamado “El ocaso de Alba” parece rimar con muchas situaciones de mi vida. Riman las
palabras como versos con sucesos del universo. ¿Cómo puede ser eso? Coincidencias que dan
sentidos extraños a hechos separados en el tiempo. Edna significa “gozo del Edén” y ella era
escritora. Eva también rima con Edna y se relaciona con Adán y con Edén.
Como Eva, Edna nació en agosto. Eva el 13 y Edna el 15, y fue un 23 de agosto que regresé a
España desde México. Edna era mexicana, y Eva me escribió por internet al saber de mi viudedad.
Es la misma Eva junto a quien escribí “El sueño del Samsara” y por quien escribí este relato breve
en que aparece por primera vez Adán.
Describiré en otras páginas los detalles de este reencuentro y este primer chat.
Un día después de mucho tiempo, Eva me preguntó cómo me sentía, y al responder se inició un
largo chat. Ambos nos declaramos amor mutuo. Nuestra separación fue un hecho traumático y
repentino. Aun amándonos, nos separamos de forma conflictiva. Ella fue la única mujer con la cual
la separación como pareja había acabado en ruptura y distancia, en lugar de transformarse en
amistad.
Por años pensé que ella no me amaba y leer en el chat que me quería. Es más, verlo en una mirada
al conectar la cámara, fue sorpresa y alegría. En ese momento en que no dependía de mí para nada.
Ni de mi casa para tener techo, ni de mí para educar a su hijo. Y vi amor en su mirada.
En mi corazón se encendió una emoción que convivía con mi duelo, estaba realmente enamorado.
Ambos lo estuvimos esos días.
Años atrás la perdí y ahora que estábamos cada uno en un país, separados por un océano, nos
volvimos a encontrar. Puedes leer sobre eso en el capítulo El cuento 23 [Amor, mantras y
emoticonos] donde te repetiré de otra manera lo mismo que ahora te cuento.
Pero hablaba de un relato corto, y ese relato pasó a ser La locura de Adán. Inició el segundo periodo
de escritura y está incluido en esta versión final.
El capítulo llamado El ocaso de Alba [ Solo ante el espejo] es ese relato breve. Texto en que
intentaba expresar mi frustración al perderla, al ver morir nuestro amor. Es un capítulo de este libro,
y tanto puede expresar mi intento inútil de salvar nuestra relación como mi impotencia al intentar
salvar del cáncer a Edna.
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IX
El ocaso de Alba [ Solo ante el espejo] fue también cuando invente a Adán como personaje. Te
conté ya eso ¿Cierto? Muchas veces me repito, no olvides que esto es un fractal.
“Hoy han muerto todos los cuentos” hago decir al personaje en ese relato.
La locura de Adán fue mi segunda etapa de escritura. Mucho de cuanto vas a encontrar en esta
última versión procede de ese segundo libro. Aunque con pequeños cambios, todo ese libro está
incluido aquí, y ampliado.
Pasaron muchas cosas después de separarnos Eva y yo, unas me llevaron a México, otras pasaron
ahí. Conocí a Edna, y 15 años después la vi morir. Ese duelo tardaría más de un año en obligarme a
volver a escribir.
El duelo y la decepción. Por un mes convivieron en mi corazón el dolor por la perdida de un ser
amado y una eufórica felicidad por reencontrar el amor.
Aquí está otra prueba de mi locura, seguí ese impulso hasta sus últimas consecuencias, y si bien no
me arrepiento, si bien sabía que podía durar poco. No esperaba para nada lo que iba a pasar.
Regresé de México para encontrarme de nuevo con Eva y un año después toda esa emoción parecía
una broma sin sentido. Mi corazón albergó el dolor por la muerte de Edna y una felicidad
desbordante por recuperar el amor de Eva. Sí, fue maravilloso, y fue el inicio de una nueva etapa de
mi vida. Una etapa que estoy feliz de estar viviendo, y que, sin embargo, comenzó con una
tremenda decepción.
“Amor, mantras y emoticonos” es el capítulo donde describo mi viaje a España y donde resumo
nuestra comunicación por chat que duró un mes y me hizo cruzar el océano.
Aproximadamente un año después de mi regreso, escribí un texto donde resumo mi soledad frente a
las cenizas de Edna. Y el día después de una experiencia con LSD escribí “La joya del cementerio”,
que es una visión de la conciencia de un yogui loco viendo la vida como la danza de la energía.
Ambos textos me llevaron a reescribir mi libro y completarlo, a reordenar textos antiguos y
reescribir los dos libros anteriores. Concluir un viejo proyecto o parte de él, impulsado por nuevos
sentimientos.
Dolor y gozo simultáneos me llevaron a un trance creativo en que escribía continuamente, tanto
cuando estaba frente al teclado como cuando paseaba o hacía cualquier otra actividad.
Conservaba la intención original, pero ahora en un nuevo tiempo logré liberarme del concepto de
tiempo y de alguna manera escribir esto que siento atemporal.
Creí haber tardado dos meses en completar el libro, pero solo había pasado uno. Viví en un tiempo
dilatado, una catarsis en que 30 años de trabajo produjeron la forma final de este relato compuesto
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X
de otros relatos. Este extraño libro fractal que estás leyendo. Un relato de relatos que siento que de
algún modo es peligroso.
Siento que es como un fractal que se incluye a sí mismo y en el que rozo la psicosis mientras
controlo el viaje solo con la fuerza de un profundo amor que surge del caos.
Cada etapa del escrito, cada uno de los intentos de escribir un libro, fueron interrumpidos por un
temor a la locura. En cada intento anterior me asustaba ver cómo escribir amenazaba mi pretensión
de cordura. Esta vez no escribí intentando hacerlo bien o ser comprendido. Esta vez realmente había
visto cómo todo un futuro se desmoronaba y cómo eso ya no me importaba.
La mujer que me amaba había muerto, y la que dijo que me amaba me había expulsado al cuarto día
de encontrarnos, tras haberme jurado muchas veces un amor eterno. En un año viví varias
decepciones, no solo la muerte de mi esposa y la reacción bipolar de Eva. Fue tras dos decepciones
más, dos encuentros con el deseo, que para exorcizar la tristeza me entregué a la fiesta y bailé como
el yogui loco de mi relato en medio de la vibrante energía del cementerio, sin importarme el futuro.
Al año de mi llegada comencé el proceso que me llevaría a escribir este libro, esta última versión.
Un libro que siento muy transgresor, destructivo y amoroso, a la vez que siento genial. Es como un
virus, como una droga psicoactiva compuesta de palabras.
Al final, La locura de Adán es la historia de cómo la vida se integra en la escritura y la escritura se
convierte en relato. Es un intento de relatar lo que no puede ser relatado. Lo que ves en este texto no
es lo que quise contar. Es lo que aparece al descender del cielo una intuición, un todo completo para
convertirse en palabras. Es el descenso del águila, la caída de Elohim, es un reflejo. Es lo inefable
nutrido por la vida. Experiencias que, al volverse letras en una página, dejan de ser lo que son, para
formar el relato. Formas que fueron vivas y que las palabras transforman en textos. Lo que se narra
no es lo que es. Lo que ves no es lo que es.
La escritura misma es una locura, donde la lógica de la gramática no puede más que señalar el
sinsentido de la cordura. Relato tras relato, se trata de mostrar la estructura caótica que compone
este fractal de relatos.
La escritura misma es una locura, pues la lógica de la gramática no puede más de su cordura. Así
que aquí muestro esto: los límites del relato lineal, componiendo, relato tras relato, una estructura
caótica. Componiendo este fractal de relatos, como una trampa para esa mente lineal. Creando
asociaciones nuevas, y nuevos significados, que iteran hasta el infinito.
Este prólogo pretende ser un índice donde, donde mostrarte mis intenciones. Lo que te propongo es
que fluyas y disfrutes del sabor agridulce del relato. Este prólogo es parte del relato y no solo una
guía para entender lo que viene. Si no puedes seguir el flujo y el ritmo del relato, cierra el libro.
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XI
"El final ya ha sido escrito desde el principio. Soy consciente de que esta es la historia del suicidio
consciente del relato mismo. No hay nada al final. El presente es el escenario, todo está aquí
incluido. Deseo que disfrutes la lectura, ya que si no disfrutas de la lectura, este libro es muy
peligroso.
Quizás exagero, quizás me doy demasiada importancia, pero sé lo que he escrito y en cierta forma
me da miedo.
Sí, quizás exagero sobre mi propio relato, sobre esto, que quizás leas y quizás no. Quizás realmente
puedas leerlo y pasarlo simplemente bien. Ese es mi deseo. Pero de todas formas te advierto. Siento
que he hecho algo peligroso al escribirlo, por eso te pido que no continúes, por favor, sin aceptar los
TÉRMINOS Y CONDICIONES DEL SERVICIO.
Xavier Carrera, 23 de marzo del 2024. La Floresta (Barcelona)
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