Volume 50 / Number 101 Fall 2023
ARTICLES
Torres-Rodríguez, Laura J. “El género de la burocracia: El libro vacío de Josefina Vicens” ........................................... 2
Andúgar, Rafael. “El retorno del desierto y los espectros del Antropoceno
en Blanco Nocturno de Ricardo Piglia” ..................................................................................................................... 12
Eslava-Bejarano, Santiago. “Of Cattle and Men: Interspecies Encounters
in Ana Paula Maia’s De Gados e Homens” ................................................................................................................. 20
Ordóñez Robles, Samanta. “La cara oculta de las masculinidades nuevas
en el cine mexicano comercial”................................................................................................................................ 32
Avila Ponce de León, Eric Miguel. “La vida es pornografía igualitaria.
Inmaculada o los placeres de la inocencia de Juan García Ponce” ............................................................................... 41
Veloria, Elyse. “On the Other Shore: Water in Latin American Illness Narratives” ..................................................... 53
ESSAYS AND INTERVENTIONS
Campanioni, Chris. “Simulation Game: The Pleasures of Disintegration
in Sarduy’s Theater of Bodies” ................................................................................................................................. 62
CREATIVE WRITING
Ross Laguna, Jen. “Macho Mama” ........................................................................................................................... 70
Spooner, T. M. “The Coquí Call” ................................................................................................................................75
Romero, Galo. “Maria” ............................................................................................................................................ 78
Ronderos, Clara Eugenia. “Cuando las montañas son paisaje, y otros poemas”........................................................ 79
Zak, Leila. “Tierra y mar” ......................................................................................................................................... 82
BOOK REVIEWS
Escrituras geológicas, de Cristina Rivera Garza. Madrid: Vervuert, 2022. 205 páginas.
Reviewed by Caro Register ...................................................................................................................................... 84
Revolutionary Visions: Jewish Life and Politics in Latin American Film,
by Stephanie Pridgeon. Toronto: University of Toronto Press, 2021. 194 pages.
Reviewed by Claire Solomon ................................................................................................................................... 86
Asaltos al escenario: humor, género e historia en el teatro de Sabina Berman,
de Priscilla Meléndez. Mexico City: Bonilla Artigas Editores, 2021. 384 páginas.
Reviewed by Stuart A. Day ...................................................................................................................................... 88
The Business of Conquest. Empire, Love, and Law in the Atlantic World,
by Nicole D. Legnani. Notre Dame, Indiana: University of Notre Dame Press, 2020. 282 pages.
Reviewed by Christian Elguera................................................................................................................................. 89
BRANDEIS UNIVERSITY
Shiffman 109, MS 024
Waltham, MA 02453
Email: lalr.editors@gmail.com
Website: www.lalrp.net
Latin American Literary Review
Volume 50 / Number 101 Fall 2023
lalr.editors@gmail.com • www.lalrp.net
DOI: 10.26824/lalr.399
El género de la burocracia: El libro vacío de Josefina Vicens
Laura J. Torres-Rodríguez
New York University
ORCID 0009-0000-7486-9778
ABSTRACT: This essay argues that the novel El libro vacío by Josefina Vicens represents a literary fiction rooted in the political problem
of bureaucracy. El libro vacío systematically interrogates the bureaucrat’s writing, in the face of a social environment that renders it
unproductive in advance. Nevertheless, instead of mobilizing a definition or a predetermined vision of bureaucracy, it appears in the novel
as a critical and aesthetic terrain that allows the dis-sedimentation of distinctions and hierarchies that have been established between
different forms of work (i.e., literary, bureaucratic, domestic). Finally, I argue that the bureaucrat’s incessant questioning of the status of
writing in the novel has, as critics have observed, gendered consequences. However, rather than revealing the bureaucrat as feminine,
the novel stages the constitutive gender instability that characterizes the representations of the bureaucrat in the Mexican mid-century.
Already in the 1950s, the hypersexualized or emasculated figure of the office worker seems to operate as a conflictive signifier of Mexican
modernity. But if the representations of the bureaucrat endorsed by official culture aim to fix the ambiguity of its political function
through its gender, El libro vacío tarries with that ambiguity, which runs through the figure of the bureaucrat, and presents a reflection that
is committed to the instability of gender as the political principle of its interrogation.
KEY WORDS: Josefina Vicens, bureaucracy, El libro vacío, masculinity, feminism, Natalia Almada
RESUMEN: Este ensayo analiza la novela El libro vacío de Josefina Vicens como una ficción literaria arraigada en el problema político
de la burocracia. El libro vacío interroga de forma sistemática la escritura del burócrata, ante un entorno social que la rinde de antemano
como improductiva. Más que ofrecer una definición o una visión predeterminada de la burocracia, esta aparece en la novela como un
terreno crítico y estético que permite des-sedimentar las distinciones y jerarquías establecidas entre trabajo literario, burocrático y
doméstico. Por último, argumento que la interrogación incesante del estatuto de la escritura del burócrata tiene, como ha observado
la crítica, consecuencias de género. Sin embargo, más que develarla como femenina, la novela pone en escena la inestabilidad en
términos de género que caracteriza las representaciones del burócrata en el medio siglo mexicano. Ya en la década de 1950, la figura
hipersexualizada o emasculada del oficinista parece operar como un significante conflictivo de la modernidad mexicana. Si las
representaciones del burócrata avaladas por la cultura oficinal pretenden fijar la ambigüedad de su función política en el género, El libro
vacío, traslada esa ambigüedad que atraviesa la figura del burócrata a una reflexión que apuesta por la inestabilidad del género como el
principio de su interrogante política.
PALABRAS CLAVES: Josefina Vicens, El libro vacío, burocracia, masculinidad, feminismo, Natalia Almada
El género de la burocracia: El libro vacío de Josefina Vicens
“En la novela yo di a José García mi problema … Y esa es mi
situación personal. También es el conocimiento que tengo de los
burócratas– yo lo fui mucho tiempo”.
Josefina Vicens (Toledo y González Dueñas 26-27)
¿E
s que la burocracia tiene género? ¿Cuál sería el género de
la burocracia? La película de la directora Natalia Almada,
Todo lo demás (2016) nos presenta estas interrogantes
cuando nos introduce cinematográficamente al mundo cotidiano
de la señora Flor, una empleada de gobierno de lo que parece
ser el Instituto Nacional Electoral mexicano. La película muestra
reiteradamente su personaje principal en distintos espacios: en su
escritorio, en su casa, en el vagón para mujeres en el metro, en la
piscina pública a la que frecuenta sin atreverse a sumergirse. En
la oficina de gobierno la observamos, a través de un plano medio,
sentada en su escritorio, dirigiéndose a los ciudadanos que acuden a
la oficina. La vemos la mayoría de las veces rechazar sus formularios
debido a implacables tecnicismos. El plano medio de la señora Flor
sentada en su escritorio evoca el imaginario clásico del burócrata.1
Como argumenta Ben Kafka, la etimología de la palabra burocracia
sugiere que el burócrata tiene un cuerpo compuesto, mitad humano
y mitad escritorio (77). El burócrata clásico sería al que nunca le
vemos las piernas, ya que siempre están cubiertas por el pedazo de
mueble al cual le debe su nombre. No resulta entonces arbitrario
que en otros espacios como en el de la casa de la señora Flor, la
cámara insista en ponerse a la altura de sus pies para mostrarnos sus
zapatos. En este sentido, la película nos invita a pensar en la forma
en que distintos regímenes laborales, en este caso la burocracia,
fragmentan los cuerpos. Bastaría para ello pensar en Zoom como
nuevo régimen burocrático e institucional predicado en la primacía
del rostro y la desaparición del cuerpo.
La burocracia recibe aquí un tratamiento fílmico innovador
al apuntar a una dimensión poco analizada en la historia de
sus representaciones: la del cuerpo de la burócrata. La Señora
Flor parecería por momentos representar a la perfección el
estereotipo común de la mezquindad supuestamente constitutiva
del funcionario. Sin embargo, la película explora a través de la
insistencia de la cámara en el cuerpo del personaje cómo este
cuerpo se convierte en el lugar donde, como espectadores y
espectadoras, transferimos nuestros afectos negativos y nuestras
demandas al estado. Se transforma en un cuerpo interpuesto. En
este sentido, la pregunta por el lugar del cuerpo en la burocracia
es también una pregunta por su género. En el transcurso de la
película, el cuerpo de la señora Flor comienza a simbolizar el cuerpo
mismo de la burocracia como una especie de madre cruel o abyecta,
pero madre al fin. La señora Flor provoca inconscientemente
en los espectadores y espectadoras una demanda frustrada de
reconocimiento y cuidado que la burocracia difiere o frustra.
En este respecto, Kafka argumenta que las anécdotas o
bromas que compartimos sobre la burocracia tienen en común
el hecho de que son relatos deseantes (78). Si la burocracia
Latin American Literary Review • 3
es, como argumenta Kafka, inseparable o sólo captable en la
historia de sus ficciones (79), este artículo propone El libro vacío
de Josefina Vicens (1958) como una novela que presenta la
burocracia como un problema crítico y literario. La novela narra
los intentos de un empleado en una oficina de contabilidad, José
García, de escribir una novela. García tiene dos cuadernos: uno
que registra sus pensamientos y afectos en torno a la escritura
y otro reservado para la novela, que permanecerá hasta el final,
como sugiere el título del texto, vacío. La escritura deseante del
personaje se corresponde a una de las temáticas más comunes
de las ficciones de la burocracia. Las ficciones de la burocracia
cuentan las formas en que el medio administrativo, el papeleo
y la escritura fallan en satisfacer nuestros deseos o necesidades
(Kafka 79).
La producción crítica de la novela se ha dividido en dos grandes
vertientes: una enfocada en el estudio del lenguaje y el estatuto de
lo literario en el texto y otra dirigida a estudiar la novela desde una
perspectiva de género. Este ensayo sostiene que la interpretación
de la novela como una ficción literaria arraigada en el problema
político de la burocracia permite articular estas dos líneas críticas
principales. Por un lado, sostengo que es precisamente la trama
burocrática la que delimita las posibilidades formales de la novela y
su lenguaje literario. Por el otro, argumento que la novela lanza una
pregunta por la subjetividad, el cuerpo y la escritura del burócrata
que interroga el régimen laboral e institucional de la burocracia
desde una perspectiva de género.
Existe una sofisticada tradición de crítica feminista de la
novela. Esta se remonta a los trabajos del Taller de Teoría y Crítica
Literaria Diana Morán y se consolida con la publicación de Josefina
Vicens: un vacío siempre lleno (2006), de la colección editorial
Desbordar el canon. Como testimonia Ana Rosa Domenella sobre
esta trayectoria, las lecturas de la década de los 1990 discuten las
posibles “marcas de escritura femenina” en el texto. Sin embargo,
Domenella argumenta que “el hecho de que Josefina sea mujer
no asegura el carácter ‘femenino’ de su obra; como tampoco
son totalmente ‘masculinos’ los personajes hombres que ella
crea” (32). Se trataba de crear marcos teóricos que permitieran
interpretar la adopción de narradores masculinos por parte de
Vicens en un espacio cultural literario dominado por la misoginia
institucional. Dentro de esta vertiente, se les ha otorgado distintas
valencias críticas a estos narradores masculinos. Mucha de la crítica
feminista interpreta esta adopción como una “apropiación de la
voz patriarcal” (Seydel 123) “para cuestionar la construcción social
de la masculinidad hegemónica” (124) o “los privilegios del varón”
(Gil 104). Otros críticos, como Ignacio Sánchez Prado, sostienen que
esta adopción representa una “colonización de una subjetividad
escritural masculina para desautorizar el gesto mismo de la
escritura” (152) en el contexto de un campo cultural machista. Otros
importantes trabajos críticos han estudiado la forma en que Vicens
utiliza la voz masculina de García para expresar preocupaciones
largamente asociadas a la literatura escrita por mujeres como la
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lucha con el silencio y una concepción física de la escritura (Gil 110,
Ramírez Olivares 172, Saltz 81). Por otra parte, Isabel Lincoln Strange
ha estudiado cómo en las novelas de Vicens la masculinidad se
construye a partir de la escritura y el habla, “mientras que las mujeres
son objetos discursivados o referidos” (19). De forma similar, Adriana
González Mateos ha analizado la forma en que estos narradores
masculinos se vinculan con la forma en que Vicens cultivó su propia
masculinidad, tal y cómo se oberva en sus fotografías personales
pero también en su escritura (“Josefina rebautizada”). La escritura
de Vicens es entonces un medio de exploración y desempeño de su
masculinidad: “La construcción de José García sería entonces una
práctica en la que Vicens ensaya las posibilidades y limitaciones
que implica ‘querer convertirse en hombre’; la imaginción de esa
consciencia masculina y al mismo tiempo la puesta en escritura de
una conciencia crítica respecto a las normas heterosexuales” (“Una
escritura desde el clóset” 155). Para efectos de mi ensayo, resalto
que esta trayectoria crítica pone en envidencia que la masculinidad
de José García es una masculinidad que está “en disputa” y que ha
requerido constante interpretación. Más áun, argumento que esta
inestabilidad de género que caracteriza la discusión crítica en torno
al género de García es común a las ficciones de la época en torno a
la burocracia.
Una especie de “gender trouble” asecha las ideas sobre la
burocracia en el medio siglo mexicano. Por ejemplo, la historiadora
Susie S. Porter compara la novela de Sarah Batiza Nosotras, las
taquígrafas (1949) con una adaptación cinematográfica de 1950
que deforma su ethos feminista para convertirla en un relato
sobre la supuesta amenaza que el trabajo femenino en las oficinas
representa a los ideales del matrimonio y de la domesticidad (212).
Porter también analiza las representaciones populares de las
secretarias en la prensa y en los tratados sociológicos de la época
para demostrar cómo están plagadas de ansiedades de género. Sin
embargo, estas ansiedades de género no sólo involucran la figura
hipersexualizada, “indisciplinada” o supuestamente promiscua de
la secretaria. También las formas de masculinidad relacionadas al
trabajo burocrático comienzan a ser afectadas por este acecho.2
Por ejemplo, en la década de 1950 surge la figura del Guitierrito
gracias a la famosa telenovela de Valentín Pimstein de 1958 sobre
un hombre maltratado por su esposa y sus hijos. El burócrata
de clase trabajadora comienza a perfilarse como el símbolo de
una masculinidad endeble, blanda o emasculada. Muy en línea
con esta representación surgirá también la figura del Godínez.
Si la burocracia sólo toma cuerpo a través de una serie de tropos,
géneros o anécdotas que le otorgan consistencia y visibilidad, la
consistencia de sus estereotipos muchas veces proviene de que son
estereotipos de clase, género o raza. En este artículo argumento que
el personaje de José García representa una encarnación alternativa
de la figura del burócrata. Aunque El libro vacío está narrado por un
personaje masculino y elude la representación del trabajo femenino
en las oficinas, la pregunta por el género de la burocracia con la
que comienzo este ensayo nos permite analizar las interrogantes
El género de la burocracia: El libro vacío de Josefina Vicens
que Vicens presenta sobre el problema de la burocracia desde una
perspectiva feminista.
Esta última premisa no parece arriesgada si tenemos en
cuenta la trayectoria laboral y sindical de Vicens. Como comenta
Brenda Lozano en un ensayo que resalta la relación entre la
labor burocrática de Vicens y su estética literaria, podríamos
considerar que su amplia experiencia como secretaria y su
activismo sindical tienen una dimensión más profunda en la novela
de la que normalmente se le atribuye. Vicens estudió en una escuela
comercial de taquigrafía y mecanografía. En 1934, ingresa con sólo
quince años al recién inaugurado Departamento Agrario (1934),
donde eventualmente se convertirá en la secretaria particular del
titular de la dependencia Ángel Posada (Cano “Josefina Vicens”
29). En 1938, fue elegida secretaria de Acción Femenil en la
Confederación Nacional Campesina y jefa de la sección femenil de la
Secretaría de Acción Agraria del Partido de la Revolución Mexicana.
Como observa Cano, estos puestos “eran de la jerarquía más alta a
que una mujer podía aspirar en tiempos previos al reconocimiento
legal de los derechos políticos femeninos” (30). Vicens también
trabajó en la Cámara de Senadores como secretaria particular de
León García al que, según su testimonio, le transcribía y editaba
la correspondencia (Ganando espacios 116). En 1946, ingresa al
Sindicato de Trabajadores de la Producción Cinematográfica como
secretaria del oficial mayor. Posteriormente Vicens será presidenta
de la Academia de Ciencias y Artes Cinematográficas (1970-1976)
y vicepresidenta de la Sociedad General de Escritores Mexicanos
hasta su fallecimiento en 1988 (Castro Ricalde 281).
Lozano comenta con respecto a la relación de Vicens con Juan
Rulfo que El libro vacío es “el reverso perfecto de Pedro Páramo”.
Lozano sugiere que el reverso de la novela sobre los fantasmas
campesinos de la modernidad, sería esta novela que narra
“la vida cotidiana de un oficinista en la ciudad de México. Sus
preocupaciones. Sus pagos en abonos. Su mujer entibiando las
dos cobijas raídas mientras, en el cuarto de al lado, él escribe
sobre su imposibilidad de escribir. El chorro de agua que lo
despierta en la mañana antes de ir a la oficina. Su pelito mojado
mientras imagina una tempestad.” La lectura de Lozano sugiere
que ya para mediados del siglo XX, la figura del oficinista se
convierte, al igual que los fantasmas campesinos de Rulfo, en
un significante conflictivo de la modernidad mexicana.
Esta incomodidad hacia la figura del funcionario refleja las
ansiedades en torno a una modernidad que se reproduce a partir
de un aparato burocrático masificado y jerárquico, ya sea público
o privado. En el burócrata de los escalafones inferiores conviven de
manera inquietante la figura del explotador y el explotado. Ante la
cultura de los estereotipos, la novela de Vicens opta por embarcarse
en una escritura que habita y acompaña muy de cerca el cuerpo
y la angustia del oficinista. En la primera parte de este ensayo,
argumento que El libro vacío interroga de forma sistemática el
estatuto de la escritura del burócrata, ante un entorno social que
la rinde de antemano como improductiva. Más que manejar una
El género de la burocracia: El libro vacío de Josefina Vicens
definición o una visión predeterminada de la burocracia, esta aparece
en la novela como un terreno crítico y estético que permite dessedimentar las distinciones y jerarquías establecidas entre trabajo
literario, burocrático y doméstico. Por último, argumento que, por
esto mismo, la interrogación incesante del estatuto de la escritura
del burócrata tiene, como ha observado la crítica, consecuencias de
género. Sin embargo, más que develarla como femenina, la novela
pone en escena la ilegibilidad constitutiva en términos de género que
caracteriza la representación del burócrata en la época. La novela
de Vicens asume esta inestabilidad en vez de recurrir al rechazo o la
burla, y la propone como una apertura subjetiva y el principio de una
politización. Es decir, si las representaciones estatales del burócrata
pretenden fijar la ambigüedad de su función política en el género,
Vicens, por el contrario, traslada esa ambigüedad que atraviesa la
figura del burócrata a una reflexión que apuesta por la inestabilidad
del género como el principio de una interrogante política.
Hacia un análisis feminista de la burocracia
Entonces, me gustaría regresar a la pregunta inicial. ¿Cuál es
el género de la burocracia? ¿Cómo se podría relacionar está
interrogante con la perspectiva de Vicens sobre el trabajo
burocrático? Como analiza Porter, ya en la década de 1940, la época
en la que Vicens trabaja en la burocracia pública, la presencia de
una fuerza laboral femenina en las oficinas es tan prominente que
sociólogos mexicanos de la época como Lucio Mendieta y Nuñez
y José I. Iturriaga acuñan el término “burocracia femenina” en sus
estudios sobre la clase media mexicana (204). Es decir, el género se
transforma rápidamente en un factor esencial por el cual pensar la
burocracia como problema político y social. Porter interroga el hecho
de que las secretarias hayan sido parcialmente excluidas tanto de la
historia del movimiento sindical como en la historia del movimiento
feminista. Esto se debe en parte a una representación despolitizada
de la secretaria como una figura definida como “clase media”, por
sus supuestos hábitos de consumo, a pesar de que los marcadores
económicos y sociales de la época la ubican en la clase obrera (15).
Para combatir esta visión, Porter presta especial atención a la lucha
de las oficinistas para que se les extiendan las protecciones laborales
otorgadas por la constitución de 1917 a las campesinas y obreras,
protecciones que excluyeron de manera deliberada a las empleadas
y los empleados públicos. Como mencioné anteriormente, Vicens
militó en distintas organizaciones sindicales durante la década
de 1930. Aún más, la trayectoria sufragista de Vicens coincide
con una de las tesis principales de Porter sobre la importancia
del activismo de las oficinistas en la historia feminista mexicana:
“Through this activism, government office workers contributed to
a definition of Mexican feminism as the right to work, equal wages,
and full citizenship. The public-employee movement was central
to gaining suffrage; office workers –from professional women to
rank-and-file clerical workers– pushed for the right to vote within
the political party that dominated their workplace. These efforts
Latin American Literary Review • 5
built momentum toward full suffrage in 1953” (12). En resumen,
Porter argumenta que no puede subestimarse la influencia que las
secretarias van ganando en sus lugares de empleo.
Como demuestra el trabajo de Porter, los análisis feministas en
torno a la burocracia se han enfocado en la figura de la secretaria.
Sin embargo, el régimen de excepción de la burócrata ante la ley
laboral mexicana de 1917 analizado por Porter también representa
un ejemplo de cómo la burocracia ocupa un lugar opaco en las
teorizaciones sobre la división del trabajo y la producción en
general. Incluso el análisis clásico marxista ha resaltado la dificultad
de calificar la fuerza de trabajo que la burocracia ocupa. Esto se
debe a que no es posible pensar la burocracia como un grupo
socialmente homogéneo debido a que está estructurada, como el
resto de la sociedad, a partir de jerarquías clasistas, de raza y de
género. Según José Valenzuela Feijóo, los burócratas de las capas
inferiores del aparato no pueden ser calificados ni como parte de
la burguesía, ni como una fracción propiamente proletaria. En
este sentido, el carácter opaco proviene de que “no resulta clara
la función económica” que la burocracia “juega en el proceso de
reproducción” (46). El trabajo del funcionario es improductivo para
el marxismo, sin embargo, esta improductividad no excluye su
explotación. Por otro lado, los análisis feministas de la burocracia,
como el de Porter, demuestran cómo las particularidades de esta
explotación están ligadas a la división sexual del trabajo dentro de
las oficinas.
Esto nos lleva a introducir una segunda perspectiva de interés
sobre la reflexión feminista de la burocracia. De cierta forma, la
devaluación del trabajo burocrático común al discurso público
se debe en parte a que el trabajo burocrático tiene una función
de organización y mantenimiento del orden institucional. Este
aspecto “reproductivo” tradicionalmente asociado a el dominio de
lo “femenino” podría también contribuir a que el discurso liberal
y neoliberal denigre sus vínculos con la burocracia estatal o la
represente como un estorbo a la supuesta eficiencia del mercado.
Según la filósofa Béatrice Hibou, el discurso antiburocrático tiene
sus orígenes en el liberalismo europeo del siglo XIX que opone la
gestión de la burocracia estatal a la eficiencia del mercado como
un dominio ideal que no requeriría de normas, reglamentaciones o
funcionarios. Sin embargo, esta caracterización ideal de la economía
de mercado deniega el hecho que la burocracia envuelve al sector
empresarial y corporativo, sector que ya Max Weber incluía en su
caracterización de este fenómeno, pues lo consideraba equivalente
al estatal en su funcionamiento burocrático (31). Es decir, la crítica
de la burocratización de la vida cotidiana exige una consideración
de cómo sus normas son coproducidas “por aquello que seguimos
llamando ‘sector público’ y ‘sector privado’ pero que cada vez
es más difícil definir e identificar” (35). David Graeber también
sostiene que la burocracia ha desaparecido del discurso público en
el mundo contemporáneo precisamente en el momento histórico
en donde la vida cotidiana de las personas está sometida a un
mayor control burocrático (5). Esto es lo que Hibou ha denominado
6 • Latin American Literary Review
la burocratización neoliberal, “se trata de mostrar la situación
actual (analizada por lo común en términos de desregularización,
liberalización, privatización, inflación de normas) con los rasgos
de la burocratización” (26). Como observan Graeber y Hibou, los
procesos de financiarización, la economía de la deuda, el trabajo
a distancia y el recrudecimiento de las fronteras requieren que el
poder se ejerza de manera cada vez más burocrática.
En El libro vacío, el personaje principal, José García, es un
burócrata del sector privado; trabaja en una oficina de contabilidad
a pesar de que Vicens trabajó toda su vida en instituciones
gubernamentales. Podríamos pensar que la literatura de Vicens
apunta a la creciente imbricación entre formas de burocracia privada
y públicas consolidadas a partir del sexenio de Miguel Alemán. Esta
es precisamente la trama de un guion de Vicens de 1973, Renuncia
por motivos de salud, donde explora los patrones de corrupción y
la influencia de los intereses privados en el funcionamiento de
las altas esferas del orden público. En su última novela, Los años
falsos (1982) también podemos observar una preocupación por los
mecanismos de reproducción social del orden patriarcal íntimos
a las estructuras burocráticas. En esta última novela, el personaje
Luis Alfonso Fernández se ve obligado a reproducir al dedillo la vida
de su padre tras su muerte, ocupar ese lugar jerárquico, heredar la
posición depredadora de jefe. Vicens explora estas comparaciones
que entrecruzan la reflexión sobre los patrones de reproducción
social tanto en las oficinas públicas o privadas como en la esfera
doméstica de lo familiar.
La escritura del burócrata
“No he querido hacerlo”, esta es la primera oración de El libro vacío.
Si pensamos en la historia de las representaciones más originales
de la burocracia en la literatura, la frase resuena con la expresión
“Preferiría no hacerlo” del famoso personaje de Herman Melville:
Bartleby, el escribiente. En su artículo sobre la novela, Francisco
Vásquez Ponce argumenta que en el caso de García la fórmula sufre
un “doblez o revés particular”: “José, preferiría hacerlo, pero no
puede” (196). Por su parte, en “Bartleby o de la contingencia”, Giorgio
Agamben se interesa más bien por resaltar “el poder devastador”
de la misteriosa frase: “La fórmula, tan puntillosamente repetida,
destruye toda posibilidad de construir una relación entre el poder
y el querer … Bartleby cuestiona precisamente esta supremacía de
la voluntad sobre la potencia” (112). En los primeros capítulos de El
libro vacío, compuesto a su vez de veintiocho fragmentos sin título,
nos encontramos efectivamente ante una voz narrativa en primera
persona que cavila sobre una relación “devastada” entre el deber,
el querer o el poder escribir. “Yo no quiero escribir. Pero quiero
notar que no escribo y quiero que los demás lo noten también.
Que sea un dejar de hacerlo, no un no hacerlo”(27) “Es mucho más
fácil: sencillamente no escribir. Pero entonces resulta que queda
en la sombra, oculta para siempre la decisión de no hacerlo. Y esa
intención es la que me interesa esclarecer” (el subrayado es mío 28).
El género de la burocracia: El libro vacío de Josefina Vicens
La novela completa es una deliberada exhibición de “la experiencia
de la potencia”, como analiza Agamben, “en cuanto tal es simple
también potencia de no (de no hacer o de no ser algo), la tablilla de
escribir tiene que poder también no estar escrita” (105). La última
oración de El libro vacío, “tengo que encontrar esa primera frase”
nos confirma que lo que hemos leído no es la novela deseada. Lo
que leemos entonces es que lo que pasa “antes” o “por fuera” de
la novela, otro tipo de registro escritural. Como argumenta Sarah
Pollack sobre El libro vacío: “La negatividad del texto literario se
asume entonces precisamente como aquello que el texto no puede
consumar: la literatura misma. La obra literaria debe limitarse a
señalar fragmentos del proceso, ciertos hallazgos de un flujo cuyo
movimiento no se detiene sólo por ser nombrado” (el subrayado es
mío 629).
Aunque ni Vásquez Ponce, ni Agamben, ni Pollack consideran
el cuento de Melville o la novela de Vicens como ficciones
principalmente burocráticas ni analizan los personajes de Bartleby
o de García desde una perspectiva de género, propongo que en
ambos casos el problema político de la burocracia genera ficciones
donde se explora la (im)potencia de escribir hasta sus últimas
consecuencias. Teniendo en cuenta la función reproductiva/
improductiva de la burocracia discutida en la sección anterior,
podríamos relacionar esta insistencia de la novela en exhibir la
“potencia de no”, los “fragmentos del proceso” o esta relación
negativa con la idea de creación de obra con el problema político de
la burocracia. Si la burocracia es cuestión de protocolos y formas,
no sería muy arriesgado pensar que la reflexión del libro sobre
esta se encuentra precisamente en su elaboración formal. El texto
está construido a partir de una premisa logística. García tiene dos
cuadernos: uno reservado para la gran novela y otro secreto donde
se exhiben bosquejos de ideas abortadas, divagaciones, ejercicios
fallidos, rutinas reguladoras, tácticas, fantasías, vulnerabilidades.
La novela se propone visibilizar y exponer lo que comúnmente se
oculta: el aspecto organizativo de la escritura, su modalidad, en
cierta medida, burocrática. Sin embargo, como han observado otras
investigadoras como Eve Gil, es también en esta modalidad donde
se encuentra su registro feminista, aquel que indaga con mayor
regularidad el modo corporal y contingente de la existencia (111),
el saber que conlleva la organización material de la vida cotidiana,
preludio y condición necesaria de todo acto “productivo”.
Por lo tanto, el cuestionamiento de la noción de obra derivaría
de una reflexión sobre la burocracia como régimen laboral. El
cuaderno vacío representaría la prohibición social del burócrata (del
escribiente) de convertirse en escritor propiamente, en subjetividad
autoral: “Mi nombre no podría subrayarse nunca. Está destinado
a figurar solamente en una nómina de empleados” (209). La
inscripción del burócrata debe ser institucional y reproductiva. De
hecho, en un testimonio de Vicens sobre su experiencia trabajando
como secretaria en el Departamento Agrario cuenta cómo fue
reprobada por el Jefe del Administrativo por subvertir la inscripción
burocrática. Vicens cuenta que firmaba su credencial de empleo
El género de la burocracia: El libro vacío de Josefina Vicens
con nombres de personajes históricos o literarios como María
Antonieta, Don Quijote o Leona Vicario (Ganando espacios 98-99).
En este sentido, el cuaderno secreto de García representa, como sus
intervenciones creativas en la credencial de empleo, el cuaderno
de la subversión de la imaginación burocrática. Por esta razón, el
oficinista García describe su escritura como una práctica secreta,
vergonzosa, informal, casi prohibida. Sin embargo, como discutiré
en adelante, Vicens no intenta simplemente superar las restricciones
conferidas por la burocracia como problema político y literario, sino
que las mantiene y es a partir de esta escritura obstruída que surge
una teorización innovadora.
Podríamos también argumentar que la tensión con la idea
de creación o producción “ex nihilo” tiene un substrato feminista.
La novela exhibe una compresión de la escritura literaria como un
acto colectivo que depende materialmente e intelectualmente del
trabajo de las otras (Rivera Garza 23). A pesar de que se contrapone
la oficina de contabilidad al espacio doméstico, la casa familiar
aparece también como un espacio laboral equivalente al de la
oficina. José García dice escribir en “su despacho”, un espacio que
no puede desvincular del todo de las actividades de reproducción
social: “¡es tan presuntuoso esta expresión! En ese despacho están
también la máquina de coser, un armario y unas cajas donde mi
mujer guarda las cosas más inverosímiles, las que parece que jamás
han de servir para nada y que, no obstante, sirven siempre” (63).
En los primeros capítulos de la novela, García no hace más que
describir “los ruidos de la casa” aquellos que hace su esposa en la
cocina mientras él se aísla para escribir. “No sé cómo empecé a
hablar de esos ruidos domésticos que de tan oídos nadie escucha
ya!” (35). Esos ruidos que fueron inaudibles en la literatura
masculina del siglo XX, se tornan ensordecedores para el narrador
de El libro vacío. La novela reflexiona sobre las infraestructuras del
cuidado que posibilitan el trabajo literario. José García considera en
un mismo plano su “extraña” actividad con la de su esposa: “¿Cómo
voy a contestarle que sí, que estoy rendido, exhausto de no haber
escrito una sola línea? ¿Cómo lo va a entender si ella, mientras
tanto, ha hecho una serie de cosas rudas; ha caminado por toda la
casa, llevando, trayendo, lavando, limpiando...? ... Lo real, lo que se
ve, no obstante, es que ella ha trabajado y yo no” (36). En esta cita,
se establece una relación de dependencia entre el trabajo literario
y el quehacer doméstico. En este sentido, la novela de Vicens
puede ubicarse dentro de un corpus, como Balún Canán (1957)
de Rosario Castellanos, que comparte una preocupación por las
transformaciones del espacio doméstico reproductivo y su relación
con la producción de autorías en la esfera literaria.3
En su artículo Gloria Prado Garduño identifica el texto de Vicens
como una novela pionera en la metaficción y en formas de escritura
“autoconscientes”. Para efectos de este ensayo, me gustaría
explorar cómo el texto de Vicens prefigura algunas características
claves las escrituras del yo de la literatura latinoamericana en los
1970 y 1980. En su libro La experiencia opaca, Florencia Garramuño
describe literaturas en donde coinciden una insistencia marcada en
Latin American Literary Review • 7
el yo que escribe con un vaciamiento constante de su autoridad (17).
Por ejemplo, Garramuño argumenta sobre Clarice Lispector que
“se trata de formas diversas de impugnación a una idea de objeto
acabado” donde “se diseña un concepto de experiencia alejado
de toda certidumbre” (33). Este manejo de una noción frágil de
experiencia produce a su vez una tensión con la idea de autonomía
literaria. El libro vacío no participa por completo en el rechazo
a la idea de autonomía literaria. Como ha observado Adriana
Gutiérrez, la escritura aspiracioncita de García idealiza la literatura
como discurso privilegiado o exhibe una concepción “estrecha”
de lo que debe ser la literatura (51). Sin embargo, el yo de esta
novela siente que no puede costear este privilegio. Como explica
Garramuño, en este caso también “se trata de una literatura que
sólo piensa en la forma en tanto manifestación heterónoma de esas
lógicas heterogéneas sobre las que reflexiona” (46). Estas lógicas
heterogéneas están relacionadas en el caso de Vicens al problema
de la burocracia y de la clase oficinista. Esta realidad social restringe
las posibilidades creativas del narrador de Vicens.
La primera restricción que aparece tematizada
constantemente en la novela es la posibilidad de “inventar”
personajes o acontecimientos literarios: “Por todo eso no pude,
claro está, lograr personajes vivos, ni argumentos interesantes, ni
ambientes adecuados” (47). El personaje atribuye esta incapacidad
a una imaginación en falta. La escritura de Vicens no es ciertamente
pobre, pero tematiza la escasez ornamental, la falta de lujo o “la
medianía” de su lenguaje. García siente que su escritura ni siquiera
puede costear el uso de adjetivos: “la falta de adjetivos da una
medida más justa a la pobreza del ambiente” (46). En su ensayo
sobre La hora de la estrella, Mara Negrón argumenta que la novela
de Lispector es “un evento literario que busca empobrecer la
literatura”(194). En la novela de Vicens, hay un compromiso similar
con generar una escritura cuyo signo es la indigencia de hechos
literaturalizables: “La verdad es que no puedo inventar algo ni a
alguien y entonces necesito llenar con palabras ese hueco, ese
vacío inicial” (43). Negrón a su vez relaciona esta ansiedad ante
la ausencia de evento con la melancolía: “con una vacuidad que
produce el hecho de que parece que nada ocurre, que no hay nada
que contar o lo que se tiene para decir es pobre. La melancolía es un
estado de pobreza” (195). García reflexiona constantemente sobre
este estado de pobreza y la dificultad de la literatura de captarlo:
“En la competencia de ortografía yo hice perder a mi bando al
escribir una palabra que jamás he podido olvidar: ‘escasez’. Me
era tan familiar, la oía en mi casa con tanta frecuencia, que cuando
pasé al pizarrón, la escribí rápidamente y con gran seguridad. ¡Ay!,
creo que sólo en las vocales no me equivoqué” (132). Me interesa
particularmente esta anécdota donde el personaje reflexiona sobre
la imposibilidad de escribir “correctamente” la experiencia de la
escasez. En otras palabras, la búsqueda de un evento literario que
empobrezca la literatura, no es equivalente a una literatura que
pretenda escribir o representar la pobreza o la escasez. En uno
de los capítulos más narrativos de la novela, García narra el juicio
8 • Latin American Literary Review
de un compañero de trabajo, Luis Fernando Reyes, a quien se le
acusa de defalcar los fondos de la oficina para pagar una deuda
personal. Durante el relato, García comenta: “Yo entendí que Reyes
escondiera su pañuelo, delator de una pobreza que pudorosamente
trataba de recatar. Por eso me da vergüenza haber aislado y
reservado ese gesto como buen material para mi relato. No está
bien” (163). García reconoce la impostura de una literatura que
busca hablar en nombre de la pobreza o del pobre. Varias veces en
el texto el personaje rechaza la posibilidad de utilizar las historias de
sus compañeros de oficina como una solución a su falta de material
para la construcción de una trama. Como observa Negrón en su
artículo, “el ‘sin literatura’ también dice un estado de indigencia de
la literatura misma a la hora de hablar de la pobreza” (196). Esta es
la tensión que muestra el libro de Vicens. La literatura autónoma,
que es lujosa, no puede narrar una experiencia empobrecida.
El cuerpo del burócrata
Es en este punto que me interesa retomar la idea de que El
libro vacío es una de las propuestas literarias más innovadoras
para pensar el problema de la burocracia. La novela no narra la
burocracia desde sus tropos más comunes, la mezquindad del
burócrata o la impersonalidad de un poder arbitrario que se ejerce
sobre los ciudadanos. Hasta ahora, he resaltado cómo la burocracia
aparece como una experiencia que tiene efectos devastadores,
como la frase de Bartleby, en el lenguaje literario a varios niveles. A
medida que la novela avanza, García va incorporando en la escritura
reflexiones sobre su vida laboral. Como en la película de Almada, la
novela se enfoca en los efectos del régimen laboral de la burocracia
en el cuerpo del burócrata. Se presenta la burocracia como un
régimen que restringe la dirección de los cuerpos. Es decir, cuando
la burocracia aparece en el texto, lo hace desde esta dimensión
microfísica. La burocracia es una experiencia sobre todo corporal.
En uno de los capítulos donde más se aborda el espacio de la
oficina, García expresa su deseo frustrado de escribir en la novela
sobre atardeceres ya que hace mucho que no los contempla: “De la
tarde sólo contemplo la luz que entra por una pequeña ventana que
queda frente a mi escritorio; una luz que parece no venir de ninguna
parte porque no veo el cielo. Poco a poco va siendo menos brillante,
menos, menos, hasta que encendemos una lámpara fluorescente
que la vence” (70). García describe su desolación cuando se enciende
la lámpara blanquecina. En el mismo capítulo, el personaje narra
con detalle los efectos del ecosistema de la oficina en el cuerpo
colectivo de los burócratas:
A las dos de la tarde, agobiados por el encierro y el
calor, todos tenemos una expresión de fatiga innoble,
esencialmente física, que resta sentido y justificación
al esfuerzo. Hay como un odio al cuerpo por tener que
alimentarlo y vestirlo, hay un deseo violento –lo diré
con la cruda palabra exacta– de que reviente de una
El género de la burocracia: El libro vacío de Josefina Vicens
vez … Cambiamos palabras y miradas hostiles y el
compañero, tan desdichado y fatigado como nosotros,
no es compañero ya, sino enemigo. Lo detestamos por
lo mismo que él nos detesta: por igual, por inevitable, por
semejante. Es decir, por lo mismo que en la mañana al
llegar, lo amamos. (71-72)
En este fragmento, Vicens reflexiona sobre las consecuencias
sociales y colectivas de este disciplinamiento de los cuerpos capaz de
transformar las relaciones de solidaridad de clase en resentimiento.
La burocracia malogra la posibilidad de la democracia.
La escritura de García tampoco funciona como un valor de
distinción estética de sus compañeros oficinistas. El deseo de cambio
del personaje no pasa por un desprecio o sentido de superioridad.
La experiencia del oficinista se articula colectivamente, como una
clase, pero también como una comunidad afectiva que comparte
hábitos y precariedades, “idéntico ritmo cotidiano, igual cansancio
y la misma intermitente y levísima esperanza” (169), pero también
una lengua común: “la realidad de ellos es distinta, su lenguaje es
otro. Nosotros tampoco lo entendemos” (168). Esta consciencia de
clase está posiblemente relacionada al activismo sindical de Vicens
mencionado anteriormente. Como observa Porter, los oficinistas de
García tienen más en común con la clase trabajadora que con las
fantasías populares asociadas a la clase media. Por ejemplo, al final
del capítulo sobre el desfalco cometido por su compañero de trabajo
Luis Fernando Reyes, los oficinistas deciden pagar colectivamente
la deuda del colega.
Hay una reflexión crítica sobre la violencia del trabajo
burocrático sobre los cuerpos, el lenguaje y la imaginación
política, pero también una dignificación de los cuerpos llamados
a reproducirlo. Muchas veces la solidaridad se da precisamente
desde el cuerpo. Como en la película de Almada, El libro vacío
insiste también en los pies como índice de una política de lo común.
Como mencioné anteriormente, el escritorio del burócrata oculta
comúnmente los zapatos del oficinista. Concentrarse en los pies
demuestra el interés de la novela por develar el soporte de una
infraestructura que aterriza en los pies de cuerpos particulares.
Hay un capítulo donde García siente el deseo de entablar una
conversación en la calle con un desconocido. El personaje imagina
que está conversación debe darse precisamente desde los pies: “–
Le envidio sus zapatos … se ven que le quedan cómodos … ¡Yo ya
no aguanto los que traigo! … Con eso habría provocado una cierta
igualdad entre nuestros zapatos: los de él eran viejos pero finos y
cómodos, los míos, nuevos pero corrientes e insoportables … y él se
hubiera enterado, sin notarlo, como deslizándose suavemente, de
que soy casado, de que tengo hijos, de que trabajo en una oficina y
de que soy pobre … ¡Los zapatos, el hombre aquel! ¡Eso es lo único
que me importa!” (86).
Este episodio en el parque representa uno de los momentos
en donde el burócrata se desvía de las orientaciones establecidas.
Se podría argumentar que tanto en la novela de Vicens como
El género de la burocracia: El libro vacío de Josefina Vicens
en la película de Almada no hay una acción determinante ni
transformaciones profundas en el personaje; la novela parecería
carecer de una trama con claro desarrollo y desenlace. Sin embargo,
la novela sigue muy de cerca los reordenamientos afectivos y
corporales de García; las acciones que desvían al personaje del
esquema de hábitos otorgados por su vida laboral y familiar. La
escritura es uno de esos desvíos: “Mi mano no termina en los dedos;
la vida, la circulación, la sangre, se prolongan hasta el punto de mi
pluma. En la frente siento un golpe caliente y acompasado. Por todo
el cuerpo, desde que me preparo a escribir, se esparce una alegría
urgente” (98-99). La agencia, la capacidad de cambiar sentidos está
no tanto en los contenidos de la escritura sino en la calidad gestual
de una práctica que reorienta el cuerpo del burócrata.
El género y la sexualidad del burócrata
El hecho de que García interprete su escritura como un desvío
nos invita a reflexionar “lo normativo” desde una perspectiva que
considere sus coordenadas espaciales. Sara Ahmed argumenta
que lo normativo “can be considered an effect of the reception
of bodily action over time, which produces what we can call the
bodily horizon, a space for action, which puts some object and not
others in reach. The normative dimension can be described in terms
of the straight body, a body that appears ‘in line’” (66). En varios
momentos del libro, José García narra la forma en que su cuerpo se
desvía o se aparta de los itinerarios que le son normativos, como
cuando está en un estado de embriaguez:
Es entonces, en ese momento, cuando el hombre se
yergue y empieza a moverse con un sentido distinto.
Los pasos que usualmente lo conducen a su casa, a su
trabajo, a determinado sitio, se dirigen a otro, no con la
sensación de culpabilidad que en ocasiones implica una
elección gozosa; no con la sensación de dar la espalda a
algo. No; sencillamente se camina en la misma dirección
que el deseo … En mí, la embriaguez, no es propiamente
perder el sentido de las cosas; es cambiar el sentido. (61)
Para García, caminar en la dirección de su deseo significa
un apartarse de “la línea heredada” o habitar un “afuera” de
lo normativo. Ahmed describe de forma similar la forma en
que el discurso público construye las orientaciones sexuales no
heteronormativas como orientaciones desviadas: “Conversely,
heterosexual desire is understood as ‘on line,’ as not only straight,
but also as right and normal, while other lines are drawn as simply
‘not following’ this line and hence as being ‘off line’ in the very
direction of their desire” (70). García concibe su deseo como un
deseo fuera de línea.
A pesar de que la novela no da indicios claros de tratarse
sobre orientaciones sexuales no heteronormativas, en su artículo
“Una escritura desde el clóset” González Mateos argumenta que
Latin American Literary Review • 9
“leer la sexualidad inscrita en El libro vacío no sólo es posible, sino
indispensable, pues determinó el proyecto estético de la obra” (152).
Para González Mateos, “la obsesión escritural del narrador funciona
como una metáfora de una sexualidad oculta” (158). La denuncia
por parte de García de la falta de autenticidad de su escritura
funcionaría como un lenguaje cifrado –la escritura del clóset– que
escondería su verdadero próposito: expresar “la situación de la
escritora lesbiana”.
Aunque concuerdo con la lectura de González Mateos, mi
interés en explorar el posible aspecto cuir de la novela no recaería
en la expresión de una homosexualidad velada sino en el hecho
de que en la novela la voz, la inscripción, y el cuerpo del burócrata
son inestables en términos de género. Como menciono en la
introducción de este ensayo, en la historia de la recepción crítica
de la novela, la masculinidad de la voz narrativa y del personaje de
García han estado en el centro del debate. Podríamos pensar que
esta masculinidad jugó un papel importante en la inicial inclusión del
libro en el canon de la alta literatura mexicana, lo que Emily Hind ha
denominado recientemente como el canon de la dude lit. La novela
recibió el año de su publicación el premio Xavier Villaurrutia en tan
sólo la tercera vez que fue otorgado, después de Juan Rulfo y Octavio
Paz. Fue celebrada de inmediato gracias a la carta que le escribe Paz
al texto y que le sirve de prefacio a las ediciones posteriores. En este
sentido, la presentación masculina del personaje de Vicens facilitó
que la novela fuese leída como de interés “filosófico”, “público”
y “universal” aunque casi toda la novela transcurra en la esfera
doméstica y privada. Es decir, el texto parecía haber superado
inicialmente lo que Sarah E.L. Bowskill ha denominado como las
estrategias interpretativas dominantes en la formación del canon
mexicano del siglo XX que excluyeron de forma sistemática a las
escritoras mexicanas.4 Como argumenta González Mateos, pese a la
homofobia del campo cultural mexicano, el prólogo de Paz incluye
a Vicens dentro de una “fraternidad” de escritores: “Al reconocerla
como hombre, Octavio Paz le otorgaba una anhelada presea, pero
consumaba su borradura” (“Una escritura desde el clóset” 152).
Siguiendo el análisis de González Mateos, podríamos
también especular que la misma masculinidad femenina de Vicens
desplegada en sus fotografías personales y los testimonios de
la época también juega un papel en este reconocimiento inicial.
Licia Fiol Matta analiza la forma paradójica en que la masculinidad
femenina de Gabriela Mistral “fue reclutada” para realizar el trabajo
heteronormativo del estado (127). Para Fiol Matta, “queerness” es
una posición inestable, susceptible, como cualquier experiencia de
género, a tener un efecto normalizador (xxix). Aún más, la autora
argumenta que la imagen de Mistral como la madre de la nación
chilena se vincula de forma melancólica con su presentación
innegablemente masculina: “Gendering Mistral straightforwardly
as ‘feminine’ is patently not possible from the way she was
photographed. And yet, in this chapter I have noticed the insistence
on this gendering in the face of visual representations that appear
to indicate otherwise. Perhaps what might be enticed is a structure
10 • Latin American Literary Review
El género de la burocracia: El libro vacío de Josefina Vicens
of melancholia, a return to the object that, while praising plenitude,
offers up lack” (157). El caso de Josefina Vicens es ciertamente
diferente ya que nunca ocupó un lugar icónico en el imaginario
nacional, ni se identificó con ningún valor tradicional asociado a lo
femenino, como el de la maternidad. Pero podríamos sostener que
el canon literario nacional y la cultura oficial admite la masculinidad
de Vicens en este momento inicial a condición de fijar en su obra la
figura de una supuesta imposibilidad: el oficinista (o la secretaria)
que escribe, que ejerce una subjetividad autoral. Es decir, se tolera
la masculinidad de Vicens a cambio de una interpretación de su obra
que confirme una normatividad de roles sociales. Sin embargo, la
condición de este gesto de lectura consiste en no leer el carácter
subversivo que tiene la inscripción del burócrata en la novela.
De hecho, si pensamos en la representación de figuras populares
en el contexto de la burocracia, como el Godínez, el Gutierrito o la
secretaria hipersexualizada, podríamos decir que la cultura oficial
permite (y hasta auspicia) su representación inestable en términos
de género a cambio de fijar el sentido de las mismas para reducir su
potencial subversivo y exhibirla como abyección. Esto refleja cierto
rechazo del estado ante los cuerpos llamados a reproducirlo; es
decir, despliega la relación abyecta que el estado tiene con su propia
reproducción. Estas figuraciones oficiales muestran una política
del género que pretende resolver una ambivalencia en la función
política del burócrata en una representación de género.
La novela reflexiona sobre la burocracia desde una perspectiva
que he interpretado como feminista ya que introduce una pregunta
por la subjetividad, el cuerpo y la escritura del burócrata. Desde este
nivel microfísico, la novela disputa las jerarquías establecidas entre
lo productivo, lo improductivo y lo reproductivo, entre el trabajo
burocrático, el trabajo literario y el trabajo de los cuidados. Es decir,
Vicens condensa la ambigüedad que atraviesa la figura del burócrata
en la cultura en una reflexión que apuesta por la inestabilidad del
género como el principio de una interrogación política incesante.
NOTAS
1
Utilizo el término en masculino cuando quiero resaltar el carácter normativo de la figura del burócrata.
Podría leerse en esta tradición la novela El diario de José Toledo (1964) de Miguel Barbachano Ponce. El texto narra los sucesos alrededor del suicidio
de un empleado de gobierno. El diario del burócrata, José Toledo, nos revela su obsesión amorosa y relación erótica con su amante Wenceslao. Claudia
Schaefer analiza en su libro Danger Zones la novela en una tradición más amplia de literatura homosexual en México.
2
3
Para una lectura detallada sobre la novela de Castellanos en estos términos, véase la tesis doctoral de Daniella Sánchez Russo.
Sin embargo, como analiza Freja I. Cervantes, de la primera edición de EDIAPSA, en 1958, a la segunda edición mexicana mediaron veinte años (203).
Es decir, la temprana canonización de Vicens no fue suficiente para que su obra no fuese olvidada y descuidada. Como explica la investigadora Maricruz
Castro Ricalde, por dos décadas los libros de Vicens resultaban muy difíciles de conseguir (“Introducción” 9).
4
OBRAS CITADAS
Ahmed, Sara. Queer Phenomenology: Orientations, Objects, Others. Duke University Press, 2006.
Agamben, Giorgio. “Bartleby o de la contingencia.” Preferiría no hacerlo. Bartleby el escribiente de Melville, seguido de tres ensayos sobre Bartleby de Gilles
Deleuze, Giorgio Agamben, José Luis Pardo. Traducido y editado por Jose Luis Pardo, Pre-Textos, 2005.
Almada, Natalia, directora. Todo lo demás. Altamura Films, 2016.
Sarah Bowskill. Gender, Nation and the Formation of the Twentieth-Century Mexican Literary Canon. Routledge, 2017.
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recibido Julio 28, 2023 / aceptado Septiembre 16, 2023