Volumen 43, Nº 2, 2011. Páginas 161-176
Chungara, Revista de Antropología Chilena
ARTE RUPESTRE Y CÓDIGOS ESPACIALES:
UN CASO DE ESTUDIO EN CHILE CENTRAL
ROCK ART AND SPATIAL CODES: A CASE OF STUDY IN CENTRAL CHILE
Andrés Troncoso1, Felipe Criado-Boado2 y Manuel Santos-Estévez2
A partir de un enfoque teórico-metodológico basado en la Arqueología del Paisaje, exploramos la organización espacial de un sitio
de arte rupestre en Chile central en busca de las estructuras que ordenan la distribución de las manifestaciones. Esta aproximación
nos permite reconocer la presencia de un conjunto de códigos espaciales básicos, que definen el emplazamiento de los bloques
grabados a partir de una organización que combina la dualidad, tripartición y cuatripartición. Con su identificación, se propone
que estos códigos materializan en el espacio una forma de pensamiento propia al mundo andino, discutiéndose sus implicancias
para la arqueología y prehistoria de Chile Central.
Palabras claves: arte rupestre, estructuras espaciales, pensamiento andino, Chile central.
Using Landscape Archaeology as a theoretical and methodological framework, we explore the spatial organization of a rock art
site in Central Chile in search of the structures that order the distribution of engravings in the site. We recognize the presence of a
group of spatial codes, which define the placement of the carved blocks through a system that combines duality, tripartition, and
quadripartition. By identifying this organization system, we propose that these codes materialize in space some structural principles
of Andean thought. We discuss the implications of that idea for the archaeology and prehistory of Central Chile.
Key words: Rock art, spatial structures, Andean thought, Central Chile.
Uno de los ámbitos de investigación que más
proyecciones ha entregado en las últimas décadas
para la comprensión del arte rupestre ha sido la
variable espacial. Centrados en reconocer asociaciones económicas, funcionales y/o simbólicas con
el entorno circundante, diferentes perspectivas han
discutido la naturaleza inmueble de esta materialidad
a nivel regional (p.ej., Chippindale y Nash 2004;
Nash 2000; Nash y Chippindale 2002; Santos y
Troncoso 2005; Tilley 1991). Sin embargo, hace ya
varias décadas, y previo a esta revalorización del
arte rupestre, Leroi-Gouhran (1983, 1994) planteó
la existencia de estructuras particulares que definían
la sintaxis y asociaciones de los diseños rupestres
al interior de las cuevas paleolíticas. Si bien varias
de sus proposiciones han sido criticadas a la luz de
nuevas investigaciones, sus planteamientos abrieron
las puertas para considerar la posibilidad de que
códigos espaciales particulares se materializaran al
interior de un sitio, respondiendo la distribución de
los diseños a un patrón particular y en caso alguno
aleatorio.
En este trabajo discutimos la posibilidad de
existencia de códigos espaciales al interior de un
1
2
sitio de arte rupestre en la cuenca superior del río
Aconcagua, Chile central. Para tales efectos, esbozamos un conjunto de planteamientos teóricos que nos
permiten acceder a este ámbito, los que se enmarcan
en un modelo de investigación teórico-metodológico
nacido desde la Arqueología del Paisaje (Cobas
2003; Cobas y Prieto 1998; Criado 1993, 1999,
2000a, 2000b; Santos 1998; Villoch 1998).
En particular, a partir del reconocimiento de
estos códigos que estructuran la organización espacial
de un sitio de arte rupestre, se discuten las implicancias teórico-metodológicas de su identificación
en el registro arqueológico, para posteriormente
efectuar una interpretación del sitio por la presencia
de estos códigos, evaluando sus implicancias para
la comprensión de las sociedades prehispánicas de
Chile central.
Arte Rupestre y Paisaje:
de las Relaciones a los Códigos
Los recientes y múltiples desarrollos dentro de la
Arqueología del Paisaje han reconocido y enfatizado
la comprensión social, cultural, histórica, política y
Departamento de Antropología, Universidad de Chile. Ignacio Carrera Pinto 1045, Ñuñoa, Santiago, Chile. atroncos@uchile.cl
Instituto de Ciencias del Patrimonio (Incipit-CSIC). Instituto de Estudios Gallegos, San Roque 2, 15704 Santiago de Compostela,
España. felipe.criado-boado@iegps.csic.es; manuel.santos@cchs.csic.es
Recibido: diciembre 2006. Aceptado: noviembre 2010.
162
Andrés Troncoso, Felipe Criado-Boado y Manuel Santos-Estévez
experiencial del espacio, discutiendo sus múltiples
imbricaciones con variados procesos y dimensiones
sociales (p.ej., Bender 1998; Bender y Winter 2001;
Moore 2005; Tilley 1994, 2004).
Sin embargo, en cada una de ellas se ha relegado
a un segundo plano el hecho que las actividades
producidas en el espacio se organizan de forma
coherente con la representación ideal del mundo
que tiene un grupo social (Criado 1999, 2000a;
Godelier 1989). En efecto, reconocemos que bajo
toda experiencia y uso del espacio existe un sistema
de representación que lo monitorea y lo constituye
como arquitectura, por lo que no es posible pensar
lo uno sin lo otro (Criado 1999, 2005). Sugerimos,
entonces, que es factible reconstruir esta representación cultural del espacio a través del “análisis de
la interrelación entre el mundo, el entorno artificial
y los productos físicos de las prácticas sociales”
(Criado 1999:10), en busca de los códigos que
regulan la inscripción espacial del registro.
El reconocimiento de estos códigos espaciales posibilita un acercamiento a la comprensión
de las formas en que las distintas sociedades han
conceptualizado y organizado su espacio, a la vez
que su identificación se constituye en un elemento
central para la posterior interpretación arqueológica,
en cuanto a través de ella podemos avanzar en la
entrega de un contenido específico. En efecto, a
través de un método de trabajo propuesto por uno
de los autores (Criado 1999, 2005), se define un
proceder arqueológico que, basado en el reconocimiento de estos principios estructurales, posibilita
un acercamiento al sentido de este código a partir
de un horizonte de inteligibilidad particular basado
en un patrón de racionalidad antropológico1 (sensu
Criado 2000b, 2005). Comenzando con un análisis
formal procedemos a la deconstrucción del registro
arqueológico para su posterior descripción, dando
cuenta de los códigos y regularidades observadas
entre los distintos tipos de registro material, para
así pasar a la interpretación y síntesis que construye
significación sobre los procesos históricos y sociales
a partir de un modelo antropológico específico (el
que se identifica como “cuatripartición andina”)
que funciona como el patrón de racionalidad desde
el que se habría constituido el sentido original del
registro (Criado 1999, 2000a, 2005).
En el caso particular del arte rupestre, reconocemos la presencia de tres niveles inclusivos de
análisis (Troncoso 2008): el micro, referido al bloque;
el semimacro, correspondiente al sitio arqueológico,
y el macro, relacionado con la región. Es en estos
distintos ámbitos donde la factibilidad de reconocer
códigos es posible, pero también requiere cada uno
de ellos un acercamiento metodológico particular
fundado en el análisis formal.
En este caso, nuestro interés descansa en la
identificación de tales códigos espaciales a nivel
semimacro, es decir, al interior del sitio. Ahí creemos
que tal estructuración se puede abordar a partir de
dos aspectos básicos: (i) la distribución espacial
de los bloques y (ii) la distribución de los diseños
al interior del sitio.
Los bloques con imágenes constituyen una
totalidad que entran en relaciones sintácticas y
espaciales entre ellos y el entorno circundante,
quedando como muestra fidedigna todas aquellas
piedras que no fueron modificadas con arte rupestre. A través de su lógica espacial y sus relaciones
con el espacio en el que se insertan, los grabados
rupestres construyen una arquitectura particular que
materializa códigos espaciales específicos. No es
posible considerar un sitio de arte rupestre como
una entidad compuesta sólo por rocas con imágenes,
sino que su totalidad se estructura a partir de estas
sintaxis espaciales con otros elementos que se incluyen en su interior, tales como rocas sin grabados
o cambios en el relieve en el que se disponen los
soportes (Troncoso 2008).
El estudio de estas estructuras espaciales se
basa, por tanto, en análisis formales espaciales
que reconocen la necesidad de una organización al
interior de los sitios de arte rupestre, pero separándose de las rígidas implicancias interpretativas de
oposiciones binarias universales que debilitaron las
proposiciones de Leroi-Gouhran (1983, 1994).
Arte Rupestre en Cerro Paidahuen
La presente investigación concierne a la cuenca
superior del río Aconcagua, Chile central. En
particular, nos referimos al sitio cerro Paidahuen
o Tapihue, cerro-isla emplazado en la ribera norte
del río Aconcagua y cercano a la actual ciudad de
Los Andes (Figura 1).
Este cerro se define por su gran magnitud,
alcanzando una longitud superior a 1 km en su eje
norte-sur y una altura de 125 m sobre las amplias
terrazas fluviales que se ubican a sus pies. Ocupa
una superficie total cercana a 1.383.564 m2 (2.534 m
en un eje norte-sur y 546 m en un eje este-oeste).
Este cerro presenta dos características particulares:
Arte rupestre y códigos espaciales: un caso de estudio en Chile central
Figura 1. Mapa del área de estudio con indicación del cerro Paidahuen.
Map of the study area indicating the location of Paidahuen hill.
163
164
Andrés Troncoso, Felipe Criado-Boado y Manuel Santos-Estévez
A
B
Figura 2. (a) mapa del sitio Paidahuen con indicación del eje norte-sur; (b) Visión desde el sur con inflexión del cerro que origina
el eje de separación en dos mitades.
(a) Map of the Paidahuen site showing the North-South axis; (b) View from the South of slope break which gives rise to the axis
of separation between two halves.
Arte rupestre y códigos espaciales: un caso de estudio en Chile central
primero, estar compuesto por múltiples promontorios que se alternan en su cima; y, segundo, por
encontrarse una inflexión en su tercio sur que se
define por un desplazamiento del cuerpo y cumbre
del cerro levemente hacia el este, dando la apariencia
visual de corresponder a dos cerros distintos unidos
por un portezuelo (Figuras 2a, 2b).
Los trabajos en el cerro han permitido reconocer
un total de 211 bloques con grabados rupestres.
Por sus atributos formales a nivel de las figuras,
ordenación en el soporte y estilo tecnológico, estos
bloques son adscritos a los Estilos I y II del arte
rupestre de la cuenca superior del río Aconcagua
(Troncoso 2005), atribuidos a los períodos Intermedio
Tardío (1.000-ca. 1.440 d.C.) y Tardío o Incaico
(ca. 1.440-ca. 1.530 d.C.), respectivamente2.
Los diseños rupestres presentan una clara
primacía de figuras esquemáticas y una baja
representación de antropomorfos y zoomorfos
(Mostny y Niemeyer 1985; Troncoso 2005, 2006).
Se contabilizó un mínimo número de figuras de
1.294, de las cuales 1.209 (93,4%) son de carácter
no figurativo y 85 (6,6%) corresponden a antropomorfos o zoomorfos.
Los diseños se disponen sobre rocas de tipo
andesíticas que se encuentran distribuidas de manera
regular por todo el cerro Paidahuen. Estos bloques
rocosos son de un tamaño homogéneo y entregan a
los creadores de arte rupestre diferentes superficies
para la realización de grabados, quienes en cada
petroglifo debieron efectuar dos decisiones: primero,
qué roca marcar; y, segundo, qué cara de la roca
intervenir. Esto nos permite indicar que la producción
de arte rupestre en el sitio no se vio limitada ni por
la disponibilidad de bloques rocosos (existen más
de 600), ni por las superficies que componen las
diferentes caras de cada roca.
Metodológicamente, los trabajos en terreno
consideraron el relevamiento de cada uno de los
bloques de arte rupestre a partir de fichajes de
figuras, panel y bloque rocoso (Troncoso 2006).
Se registró, también, la distribución espacial de las
rocas con grabados, las orientaciones de los paneles,
el número de caras con figuras que presentaba cada
piedra, las condiciones de visibilidad de las rocas y
de sus paneles (sensu Criado 1999), emplazamiento
en el relieve y, en la medida que la variabilidad de
los diseños lo permitió, su distribución al interior
del sitio.
165
Estructuración Espacial
del sitio Cerro Paidahuen
Los bloques con arte rupestre se distribuyen
en la ladera y distintos promontorios de la cumbre
del cerro. A la vez, su distribución se define por
una ordenación particular en donde es posible
diferenciar y segregar seis concentraciones de
bloques con grabados. Cada una de estas concentraciones es una unidad discreta en sí, separada de
las otras, lo que genera una organización espacial
basada en la alternancia de espacios con contenido
(rocas con grabados) y espacios vacíos (rocas sin
grabados).
Cada una de estas concentraciones presentaba
características similares, que venían dadas por una
organización de tipo circular definida por la existencia de uno o dos bloques de carácter complejo al
interior de cada conjunto, caracterizados por tener
una alta cantidad de diseños grabados y diferentes
caras de la roca intervenidas, y una serie adicional
de soportes no-complejos, definidos por un menor
número de diseños y generalmente tener sólo una
cara de la roca grabada (Troncoso 2006). Se observa
otra similitud entre los conjuntos, en las orientaciones
de los bloques: 68,2% de las caras grabadas de los
bloques se orienta hacia el norte.
No obstante la uniformidad existente en las
diferentes concentraciones, el emplazamiento de
cada una de ellas se basa en tres principios espaciales
que organizan la distribución de los bloques dentro
del sitio (dualidad, tripartición y cuatripartición),
siendo posible identificar cinco estructuraciones
particulares.
Primera estructuración espacial: dualidad
Al considerar la distribución de los bloques grabados en el cerro, se observa una primera ordenación
espacial de tipo dual basada en la oposición entre
la mitad norte y la sur. Del total de los 211 bloques
con grabados, 210 se ubican en el área sur del cerro,
por lo que se observa una notable ausencia de grabados en el sector norte (Figura 2a). Esta dicotomía
norte:sur: ausencia:presencia de petroglifos, es
más significativa si consideramos que la mitad sur
abarca sólo un 20% del cerro Paidahuen, y que,
en el restante 80% de espacio libre de petroglifos,
hay más de 300 bloques factibles de ser grabados
y que no lo fueron.
166
Andrés Troncoso, Felipe Criado-Boado y Manuel Santos-Estévez
Esta oposición no descansa sólo en la frecuencia de los soportes, sino que se asienta en un rasgo
particular del cerro: la ya mencionada inflexión
que genera un efecto visual particular, cual es que
el cerro se vea desplazado desde el sur. Este efecto
produce un quiebre en el eje visual lineal que ordena
las distintas cimas en este sector del cerro, dando
la apariencia que las cumbres del área norte fuesen
parte de otro relieve (Figuras 2a, 2b).
De esta manera, se crea un eje visual que
aprovecha la flexión del cerro y la presencia de un
portezuelo entre uno y otro sector para marcar el eje
divisor del espacio. Siguiendo la orientación de este
portezuelo, se instala un eje oblicuo que separa una
y otra mitad, y que de este modo ancla la dicotomía
anterior en un elemento material del paisaje. Hemos
definido, previamente, este rasgo del paisaje como
expresión de una “estética de la alteridad” (Troncoso
2007), siguiendo los planteamientos de Van de
Guchte (1999), y que se reencuentra en diferentes
sitios de la cuenca superior del río Aconcagua,
tales como los de la zona de Campos de Ahumada
y Casa Blanca (Troncoso 2009).
Segunda estructuración espacial: dualidad-2
Una segunda estructura se produce al considerar
únicamente la zona del cerro que presenta soportes
de arte rupestre. Si revisamos la distribución espacial de los soportes rocosos, así como su relación
con las formas del cerro, nos encontramos con la
presencia de seis concentraciones particulares e
independientes de grabados (Figura 3).
Si relacionamos estas concentraciones con su
disposición en el cerro, así como sus condiciones
de visibilidad y emplazamiento, apreciamos que
el sector sur con petroglifos se desdobla, a su vez,
en dos mitades. Una primera mitad constituida
por las concentraciones I y II, ubicadas más al
norte, y que se define por: (i) localización de los
petroglifos en su ladera oeste, (ii) condiciones de
visibilidad cerrada, pues desde ahí tan sólo se accede
visualmente a los cuadrantes noroeste y suroeste
de la zona y (iii) disposición en un sector bajo del
cerro, que reproduce simplemente su disposición
en laderas (Figura 3a).
En contraposición, la mitad sur del cerro, donde
se encuentran las concentraciones III a VI, se define
por: (i) localización de los petroglifos en la cumbre
y ladera este del cerro, (ii) condiciones de visibilidad
amplia, que permiten un manejo visual del entorno
de 360°, y (iii) disposición de los bloques en un
sector alto del cerro (Figura 3b).
En este segundo nivel encontramos, de nuevo,
una primacía de la mitad sur respecto a la norte.
Tercera estructuración espacial: cuatripartición
La mitad sur del cerro, además de desdoblarse
en la anterior dicotomía norte-sur, se desdobla de
nuevo según un eje este-oeste. En efecto, las ocupaciones rupestres en el oeste del cerro se ubican
en la mitad norte del sitio (concentraciones I y II),
mientras que los petroglifos en el lado este se disponen claramente en su mitad sur (concentraciones
III a VI) (Figuras 3 y 4).
La articulación de estos dos conjuntos reproduce
en la organización espacial del cerro Paidahuen un
patrón cuatripartito basado en un juego de opuestos
espaciales que permite definir cuatro cuadrantes:
noroeste, noreste, suroeste y sureste, donde encontramos que el cuadrante noroeste tiene mayor
registro que su opuesto noreste, y el sureste uno
mayor que el suroeste. Esto genera por lo tanto un
patrón de opuestos simétricos que se establecen
tanto en un eje horizontal (este-oeste) como vertical
(norte-sur), dando origen a un patrón cuatripartito
(Figura 4).
Cuarta estructuración espacial: dualidad
Al considerar el relieve y la altura relativa del
arte rupestre en la mitad sur del sitio, las concentraciones III a VI se emplazan en pequeñas cumbres
a lo largo de la cima del cerro.
Aquí nos encontramos con que la concentración III se dispone en un sector alto, la IV en
un sector bajo en relación con la III, la V en un
sector alto en relación con IV, pero en un sector
bajo en relación con VI. VI se encuentra, por
ende, en un sector alto. En una organización lineal
tendríamos entonces un sistema que se definiría
como alto (III)-bajo (IV)-alto (V)-muy alto (VI),
lo que posibilitaría construir una diferenciación
de nuevo entre dos mitades, una norte, donde
encontramos III y IV, y luego una mitad sur con
V y VI, lo que podríamos volver a traducir según
los términos relativos de cada una de estas zonas
a una oposición entre alto (III): bajo (IV): bajo
(V): alto (VI), generando de nuevo una organización dual fundada en un sistema de opuestos y su
desdoblamiento (Figuras 5 y 6).
Arte rupestre y códigos espaciales: un caso de estudio en Chile central
VI
V
IV
167
III
II
I
Figura 3. (a) Emplazamiento de las concentraciones I y II de arte rupestre; (b) emplazamiento de las concentraciones III a VI.
(a) Location of rock art concentrations I and II; (b) Location of rock art concentrations III to VI.
Figura 4. Sistema de organización cuatripartito en cerro
Paidahuen.
System of quadripartite organization at Paidahuen hill.
Quinta estructuración espacial: tripartición
La identificación de las estructuras previas en
la organización del arte rupestre de Paidahuen se
ha basado únicamente en los atributos espaciales
de la distribución de los bloques con grabados,
considerando atributos de emplazamiento, cuantitativos y presencia/ausencia de éstos. Pero, también,
al interior de los diseños (que son uno de los elementos de significación esencial del arte rupestre)
se encuentra un patrón espacial del mismo tipo.
Aunque los petroglifos de la cuenca superior del
río Aconcagua, en general, y del sitio Paidahuen,
en concreto, presentan una gran heterogeneidad
en sus diseños, existen representaciones de rostros
humanos que poseen un patrón discernible.
Este diseño es bastante escaso en el sitio, pues
solamente existen tres casos, soportes: 164 (concentración I), 90 (concentración III) y 29 (concentración
VI) (Figura 7). El soporte 164 se ubica en la primera
concentración del sitio, lo que correspondería a
su extremo septentrional (Figura 7a). Luego, el
soporte 90 se dispone en una concentración que
es en sí misma un umbral, la concentración III,
que es donde se produce la inflexión en la segunda
estructura (dualidad) y que es la base para la posterior conformación de la tercera estructuración
correspondiente a la cuatripartición (Figura 7b).
Finalmente, el soporte 29 se dispone en la última
concentración de arte rupestre, correspondiente al
extremo meridional del sitio (Figura 7c).
El hecho de contar con sólo tres diseños de
rostros implicaría que cualquier análisis de su distribución espacial devendría en tripartición. Pese
a ello, pensamos que esta quinta estructuración es
168
Andrés Troncoso, Felipe Criado-Boado y Manuel Santos-Estévez
III
V
IV
VI
III
IV
V
VI
Figura 5. (a) Visión desde el sur de las concentraciones III a VI; (b) visión desde el oeste de las concentraciones III a VI y relieves
en los que se emplazan.
(a) View from the South of rock art concentrations III to VI; (b) View from the West of rock art concentrations III to VI and relief
in which are they located.
válida porque los diseños no se disponen de forma
aleatoria en el espacio, sino que, al contrario, se
sitúan en tres puntos centrales a la organización
del sitio: en su inicio (concentración I); en el lugar
donde se produce la inflexión que define la segunda
y tercera estructura espacial (concentración III); y
en el término del sitio (concentración VI). Por ello,
estos rostros se constituyen en un diseño ancla que
articula la totalidad de los sectores del sitio a través
de su presencia.
Discusión
Figura 6. Esquema que grafica la cuarta operacionalización de la
estructura espacial del sitio, con oposición entre concentraciones
y altura relativa de las cumbres del cerro.
Schematic representation of the fourth operationalization of spatial
structure of the site, with opposition between the concentrations
and their height relative to the peaks of the hill.
Los hechos presentados permiten discutir
varios temas centrales: las posibilidades de los
códigos espaciales (nivel teórico-metodológico),
la interpretación de los códigos (nivel interpretativo) y su implicancia para el conocimiento de las
Arte rupestre y códigos espaciales: un caso de estudio en Chile central
169
Figura 7. Diseños de rostro en sitio Paidahuen. (a) Soporte 164 (concentración I); (b) Soporte 90 (concentración III); (c) Soporte
29 (concentración VI).
Face designs in Paidahuen site. (a) Rock engraving 164 (concentration I); (b) Rock engraving 90 (concentration III); (c) Rock
engraving 29 (concentration VI).
poblaciones prehispánicas de Chile central (nivel
prehistórico).
Las posibilidades del código espacial es el tema
esencial de este artículo, pues de su factibilidad
deriva este trabajo y es posible avanzar en otras
interpretaciones del sitio.
Las estructuraciones espaciales observadas
no vienen condicionadas por la disponibilidad de
rocas. Esta observación derivó del conteo de los
bloques que presentaban condiciones propias para
ser grabadas, pero no tenían petroglifos. Con el fin
de evitar las subjetividades de estas definiciones, tal
discriminación se realizó al finalizar el relevamiento
del arte rupestre, de manera tal que se tenía ya un
conocimiento claro de los atributos que definían a los
bloques con grabados. El resultado de este ejercicio
fue reconocer centenares de bloques factibles de ser
grabados, pero que no tenían petroglifos y que se
distribuían por distintos espacios de este relieve,
por lo que en forma alguna es posible pensar que
esta estructuración sea aleatoria y determinada por
la disposición natural de las piedras.
En el mismo sentido, las características estructurales del arte rupestre del sitio Cerro Paidahuen
–tipos de rocas utilizadas, tamaños, orientaciones
de los paneles, cantidad de figuras por bloques–
muestran una homogeneidad significativa que se
reproduce en la comentada reiteración del patrón
de organización interna de cada una de las concentraciones (ver también Troncoso 2006), por lo
que tales variables no afectan en modo alguno las
estructuraciones propuestas.
Asimismo, los análisis se orientaron a considerar la variabilidad espacial del arte rupestre en
dos niveles complementarios. El primero centrado
en la distribución de los bloques con grabados al
170
Andrés Troncoso, Felipe Criado-Boado y Manuel Santos-Estévez
interior del sitio, evaluando su distribución espacial a
partir de criterios de frecuencia que consideraron su
relación con los respectivos campos de visibilidad y
emplazamiento en el cerro. El carácter significativo
de tales variables descansa en el supuesto básico
que esbozamos al iniciar este trabajo: la naturaleza
espacial del arte rupestre implica que su variabilidad
espacial es central para el reconocimiento de estos
códigos y la interpretación de este tipo de materialidad. En tal sentido, y considerando la amplia
disponibilidad de rocas para ser modificadas al
interior del cerro, pensamos que los cambios en los
campos de visibilidad y en los relieves en los que
se emplazan los petroglifos responden a elecciones
espaciales particulares3.
El segundo nivel de este análisis utilizó la variabilidad espacial de los petroglifos, examinada a
partir de uno de los pocos diseños estandarizados
en el sitio: los rostros. Al respecto, las características de las normas semióticas que definen este
arte rupestre implican la realización de diseños
ampliamente variados, de carácter básicamente no
figurativo, y donde es complejo establecer tipologías que sistematicen las imágenes y posibiliten su
comparación. Es por ello que se recurrió a uno de
los pocos diseños estandarizados y de fácil reconocimiento, el rostro.
La combinación de estos dos niveles funciona
de manera coherente en el esquema propuesto
pues, por un lado, el eje central definido es de tipo
espacial y, por otro, la presencia de estos principios
de ordenación debería fundarse en su reiteración
a diferentes niveles (Criado 1999, 2000a) y en
Figura 8. Esquema que grafica la quinta operacionalización
de la estructura espacial del sitio, con tripartición dada por la
distribución de los diseños con rostro.
Schematic representations of the fifth operationalization of
spatial structure of the site, with tripartition produced by the
distribution of face designs at the site.
su combinación para dotar de significado a este
espacio (Eco 1990).
Otro aspecto significativo para reconocer estos
códigos espaciales se refiere a las características de
estas estructuraciones. Nos encontramos aquí con
que, primero, estructuraciones duales y cuatripartitas
de similares características han sido reconocidas
para otros sitios del área de estudio (Troncoso
2006, 2007), remitiéndose a un mismo patrón de
oposición norte-sur, con primacía de esta segunda
sobre la primera4. Segundo, al analizar la estructura
dual en Paidahuen, vemos que los tres aspectos
donde ella se reproduce siguen un patrón similar,
primacía del sur por el norte, reproduciéndose una
misma lógica en niveles diferentes (Troncoso 2006,
2007). Tercero, estructuraciones similares han sido
reconocidas para la decoración de la cerámica de los
períodos Intermedio Tardío y Tardío en nuestra zona
de estudio (Pavlovic 2006; Pavlovic et al. 2003),
lo que sugiere una compatibilidad estructural entre
diferentes ámbitos fenoménicos de las expresiones
materiales de las poblaciones del área de estudio
(Criado 1999).
La interpretación de los códigos espaciales
se constituye en un paso central tras la identificación formal de estas estructuraciones espaciales,
posibilitando dotar de sentido una organización
específica. En particular, el conjunto de estructuraciones espaciales reconocidas son coherentes y
congruentes con los esquemas de organización espacial descritos, previamente, para el Tawantinsuyu
(p.ej., Morris y Thompson 1985; Pärssinen 2003;
Pease 2000; Wachtel 1976; Zuidema 1991, 1995).
Como lo han indicado estos autores, el análisis de
diversos ámbitos fenoménicos del Estado Incaico
ha mostrado cómo los principios de dualidad,
tripartición y cuatripartición se constituyen en
elementos que estructuran sus organizaciones espaciales: comenzando con la decoración cerámica,
continuando con la organización de sitios arqueológicos como Huanuco Pampa y finalizando con
la organización de sus provincias, la espacialidad
de los grupos sociales que habitaban el Cusco, la
identidad de las parcialidades sujetas al estado e,
inclusive, los lazos de parentesco (p.ej., Julián 2002;
Pease 2000; Wachtel 1976; Zuidema 1991, 1995).
Así estos principios se constituyen en verdaderos
códigos espaciales incaicos.
En el caso que nos interesa, encontramos cómo
ellos se expresan y materializan en un ámbito fenoménico completamente desconocido hasta el momento,
Arte rupestre y códigos espaciales: un caso de estudio en Chile central
el arte rupestre. Inclusive, al analizar detalladamente
la estructuración cuatripartita que se encuentra en
Paidahuen, vemos que esta se ajusta de manera
exacta al patrón de organización del Tawantinsuyu
y sus provincias, pues se estructura a partir de un
juego de opuestos y jerarquías por el cual se definen
cuatro grandes provincias: Chinchasuyu, asociado
a arriba e izquierda; Antisuyu, arriba y derecha;
Collasuyu, abajo y derecha, y Contisuyu, abajo e
izquierda. Lo interesante es que en esta organización incaica, Chinchasuyu, se opone y predomina
sobre Antisuyu, mientras que Collasuyu se opone
y predomina sobre Contisuyu. Igualmente, eso
genera un sistema de oposiciones y predominios
que es compatible con la estructuración espacial
que define la cuatripartición del cerro Paidahuen
tomando como criterio la frecuencia y distribución
del arte rupestre (Figura 9).
171
En Paidahuen se materializa, por lo tanto, un
concepto de espacio fundado en la fusión de una
serie de códigos particulares propios al Estado
Inca, tal como son la dualidad, la tripartición y la
cuatripartición. Sin embargo, estos principios no
son exclusivos al Tawantinsuyu, ya que conforman
códigos centrales a la cosmovisión andina que,
aparentemente, se retrotraen hasta épocas previas a
la irrupción del Estado Incaico y se proyectan hasta
tiempos actuales en las sociedades indígenas andinas
(p.ej., Harris y Bouysse-Cassagne 1988; Mariscotti
1978; Moore 1995; Platt 1976; Wachtel 1976).
De este modo, podemos sugerir que en Paidahuen
se materializan códigos espaciales propios del pensamiento andino tal, y como han sido definidos, por
un conjunto de investigadores del área. Obviamente,
esta proposición podría ser cuestionada dados sus
supuestos esencialistas, ahistóricos y negadores
Figura 9. Comparación esquemática entre la lógica de la cuatripartición del Tawantinsuyu y el sitio cerro Paidahuen.
Schematic comparison between the quadripartite logic of Tawantinsuyu and the Paidahuen site.
172
Andrés Troncoso, Felipe Criado-Boado y Manuel Santos-Estévez
de la variabilidad al interior de las sociedades
indígenas de los Andes. Pero, a pesar del regusto
postmoderno de una visión de este tipo, centrada en
la fragmentación social y la negación de metarrelatos5
(Jameson 1991; Lyotard 1984), no creemos que se
pueda aplicar esta autocrítica al presente caso de
estudio por las siguientes razones: (i) evidencias
arqueológicas, etnográficas y etnohistóricas para
diferentes poblaciones andinas muestran que estos
principios estructurales se reiteran en diferentes
grupos andinos (p.ej., Berenguer 2000; Burger 1992;
González 1998; Harris y Bouysse-Cassagne 1988;
Kolata y Ponce Sanginés 1992; Mariscotti 1978;
Pease 2000; Wachtel 1976; Zuidema 1995); (ii) el
reconocimiento estructural de estos códigos y su
asociación con una cosmovisión andina no niega
la historicidad, ni la variabilidad de estos grupos;
simplemente, señala la presencia de un elemento
estructural común. Los contenidos, así como las
configuraciones sociales de las poblaciones que
los construyeron, pueden variar a partir de esa estructura. Sin embargo, lo interesante es cómo bajo
esa posible variabilidad existen modos similares
de conceptualizar y organizar el espacio, códigos
que estructuran en última instancia los patrones
de pensamiento; (iii) como se desprende del punto
anterior, el reconocimiento de estos principios estructurales y la caracterización de los contenidos
y configuraciones de los distintos grupos humanos
en los que éstos se materializan, son dos niveles de
análisis diferentes, aunque complementarios, por
lo que uno no niega a otro.
Finalmente, algunas implicancias para la
prehistoria de Chile central se desprenden de la
discusión previa. Si reconocemos que en Paidahuen
se materializan estos conceptos andinos, podemos
señalar que la producción del arte rupestre se remite
y ajusta a códigos compartidos por poblaciones
humanas en diferentes sectores de los Andes, conformando una estructura de cosmovisión similar,
no obstante las particularidades y diferencias de
contenido posibles de reconocer en su eje de variación sincrónico y diacrónico.
Considerando que el Estilo II de arte rupestre de
la cuenca superior del río Aconcagua ha sido adscrito
al período incaico (Troncoso 2005), estos resultados
en primera instancia no deberían impresionarnos
demasiado, ya que la cronología es compatible con
la interpretación (como lo requiere la argumentación
arqueológica convencional). Sin embargo, hemos de
reconocer que patrones como los aquí descritos no
han sido identificados para sitios de arte rupestre de
otros sectores del Tawantinsuyu, lo que es esperable,
dada la ausencia de aplicación de enfoques teóricometodológicos similares a los de este trabajo.
Pero, por otro lado, el Estilo I reconocido en
Paidahuen ha sido adscrito al período inmediatamente
anterior, Intermedio Tardío, por lo que nuestros
resultados implican que en este momento ya se
materializan en el espacio local los códigos propios
a la forma de pensamiento andino descrita (o identificada) en momentos históricos posteriores.
La evidencia encontrada en Paidahuen no es en
ningún caso aislada, sino que puede ser sumada a
la de otros investigadores (p.ej., Durán et al. 1991;
Hidalgo 1989; Latcham 1926; Sánchez 1993, 1995,
2004; Thomas y Massone 1994), quienes desde
otras perspectivas centradas básicamente en el
análisis de los patrones decorativos y cementerios
sugerían la presencia de una estructura andina en
el registro arqueológico de Chile central previo a
la llegada del Inca. En este caso, cerro Paidahuen,
a su vez que abre nuevos caminos para interrogar
al arte rupestre, da cuenta de tal estructuración a
un nivel espacial, entregando nuevos antecedentes
para continuar el debate sobre la naturaleza andina
de las poblaciones del período Intermedio Tardío
en esta zona de Chile.
Conclusiones
Este trabajo partió del reconocimiento de la
naturaleza espacial del arte rupestre para proponer
que su distribución se remite a patrones estructurales que ordenan su inscripción no sólo a nivel
regional o macro, sino también al interior del sitio
arqueológico (o nivel semimacro sensu Troncoso
2008). Mientras la primera de estas escalas ha sido
ampliamente explorada, la segunda de ellas sigue
siendo apenas esbozada.
La importancia de este reconocimiento radica
en la factibilidad de que los sitios de arte rupestre no sólo materializan un conjunto de códigos
espaciales que posibilitan acercarse al concepto
de espacio de sus poblaciones, sino que a través
de la modificación de las rocas establecen una
arquitectura particular. Pero esta arquitectura y la
expresión de estos códigos espaciales no radican
únicamente en la creación de grabados, sino más
bien en la articulación necesaria y significativa que
se establece entre el entorno inmediato en el que se
ubica cada bloque de arte rupestre y cada una de
Arte rupestre y códigos espaciales: un caso de estudio en Chile central
las concentraciones de petroglifos. De este modo,
el cerro Paidahuen, sus distintos relieves, las rocas
grabadas, su emplazamiento y las rocas no grabadas
conforman una totalidad compleja y sintáctica que
da origen y sentido a la materialización de esta
estructura espacial particular.
La reconstrucción de estos códigos, lejos de
ser una simple imposición de los investigadores
sobre el objeto de estudio, emerge del uso de
criterios objetivables y contrastables en el registro
arqueológico, donde la variabilidad espacial y los
campos de visibilidad se constituyen en atributos
anclas. La fuerza de su condición de realidad descansa, también, en la recurrencia de estos códigos
en distintas materialidades del período Tardío e
Intermedio Tardío y en diferentes ámbitos fenoménicos (Criado 1999). En esa línea, si bien los
principios de dualidad, cuatripartición y tripartición,
han sido reconocidos para diferentes ámbitos de la
materialidad incaica, éste es el primer registro de su
presencia en un ámbito muy poco explorado, el arte
rupestre. En esta manifestación nunca han estado
presentes las discusiones sobre las estructuras del
pensamiento incaico y, por qué no decirlo, de los
aspectos simbólicos de las llamadas poblaciones
andinas (para algunas excepciones ver en Chile,
Espinosa 1996; Martínez y Berenguer 1986).
El reconocimiento de estos códigos es, a la
postre, significativo para aproximarnos a una historia prehispánica de los sistemas de pensamiento
que posibilita el descubrimiento de compatibilidades y diferencias, tanto a nivel sincrónico como
diacrónico, entre las distintas poblaciones que
ocuparon el llamado mundo andino. Ahora bien,
debemos precisar que, evitando toda tentación y
riesgo de esencialismo andinista, el resultado de
nuestro trabajo muestra la presencia, a través de su
materialización en el arte rupestre, de un modelo
de racionalidad espacial que coincide bien con el
que histórica y etnohistóricamente ha sido definido
para el mundo incaico. Pero esto no quiere decir
que sean el mismo, deriven uno de otro o ambos
del mismo origen, y sobre todo funcionen igual.
La significación histórica de esta recurrencia estructural permanece, pues, como un problema que
otras investigaciones tendrán que debatir. Nuestro
trabajo sólo aporta una hipótesis estructural para
contribuir a ese debate.
Sin embargo, y esbozando una interpretación
de este código desde tal horizonte de inteligibilidad,
173
una revisión del conjunto de sitios de arte rupestre
en la cuenca superior del río Aconcagua muestra
que más allá de la recurrencia de la organización
dual y tripartita en varios de ellos (Salatino 2008;
Troncoso 2006), la cuatripartición se reitera sólo
en otros dos grandes conjuntos de sitios (Casa
Blanca y Tuququre), que son a su vez los sitios
donde se presentan mayores cantidades de rocas
intervenidas (Salatino 2008; Troncoso 2006).
Esta diferencia en la inscripción espacial de los
códigos nos parece significativa, pues establece
una heterogeneidad entre los sitios de la localidad,
diferencia que puede ser pensada desde el sentido
mismo que tiene este código espacial en el mundo
andino: la cuatripartición es el lugar de la unión
de los opuestos, un espacio de mediación o taypi
en el que se establece la fundación del mundo
(Cereceda 1988), construyendo a estos lugares
como sendos espacios sagrados y rituales de las
poblaciones locales.
De esta forma, el reconocimiento de estos códigos permite abrir espacios para comenzar a esbozar
hipótesis interpretativas para la comprensión de las
dinámicas pasadas de las comunidades prehispánicas,
comprendiéndolas desde la aplicación de un modelo
de inteligibilidad andino6; interpretación que al
basarse en un horizonte completamente diferente
permite plantear, de una u otra manera, el problema
político de toda producción de conocimiento en
Arqueología: la reproducción de nuestro modelo
de racionalidad.
Agradecimientos: A Daniel Pavlovic y Rodrigo
Sánchez, compañeros de investigación. A todos
aquellos que colaboraron en el registro del sitio cerro
Paidahuen: Patricia Barría, María José Barrientos,
Constanza Gnecco, Katherine González, Pablo
Larach, Marco Portilla, Joaquín Vega y Francisco
Vergara. Al Museo Chileno de Arte Precolombino
que patrocina este proyecto. Al Consejo Nacional de
Ciencia y Tecnología que financia esta investigación
por medio de los siguientes proyectos: Fondecyt
1040153, Cooperación Internacional 7040002 y
al Ministerio Ciencia e Innovación del Gobierno
Español que financia el proyecto ContextAR2HUM2005-01119 y el CSD TCP 2007-00058. A
los evaluadores de este artículo por sus comentarios
que permitieron mejorar este trabajo, así como a
los editores de Chungara Revista de Antropología
Chilena por sus recomendaciones editoriales.
174
Andrés Troncoso, Felipe Criado-Boado y Manuel Santos-Estévez
Referencias Citadas
Bender, B.
1998 Stonehenge, Making Space. Berg, Londres.
Bender, B. y L. Winter
2001 Contested Landscapes: Movement, Exile and Place.
Berg, Londres.
Berenguer, J.
2000 Tiwanaku, Señores del Lago Sagrado. Museo Chileno
de Arte Precolombino, Santiago.
Burger, R.
1992 The sacred center of Chavin de Huantar. En The Ancient
Americas: Art from Sacred Landscapes, editado por R.
Townsend, pp. 265-277. The Art Institute of Chicago,
Chicago.
Cereceda, V.
1988 Aproximaciones a una estética andina: de la belleza al
tinku. En Raíces de América, El Mundo Aymara, editado
por X. Albo, pp. 283-363. Alianza Editorial, Madrid.
Cobas, I.
2003 Formas de representar, mirar e imaginar: metodología
para el estudio de la decoración geométrica en la prehistoria
reciente. En Arqueología e Iconografía: Indagar en las
Imágenes, editado por T. Tortosa y J. Santos, pp. 17-39.
L’erma di Bretschneider, Roma.
Cobas, I. y P. Prieto
1998 Regularidades espaciales en la cultura material: la
cerámica de la edad del Bronce y la edad del Hierro en
Galicia. Arqueología Espacial 17:151-175.
Criado, F.
1993 Visibilidad e interpretación del registro arqueológico.
Trabajos de Prehistoria 50:39-56.
1999 Del terreno al espacio: planteamientos y perspectivas
para la Arqueología del Paisaje. TAPA 6.
2000a Problems, functions and conditions of archaeological
knowledge. Journal of Social Archaeology 1:126-146.
2000b Walking abour Lévi-Strauss: Contributions to an archaeology of thought. En Philosophy and Archaeological
Practice, editado por C. Holtorf y H. Karlsson, pp. 277-304.
Bricoleur Press, Gotemburgo.
2005 Arqueológicas: la razón perdida. Manuscrito en posesión
del autor.
Chippindale, C. y G. Nash, editores
2004 The Figured Landscapes of Rock Art: Looking at Pictures
in Place. Cambridge University Press, Cambridge.
Durán, E., M. Massone y C. Massone
1991 La decoración Aconcagua: algunas consideraciones sobre
su estilo y significado. Actas del XI Congreso Nacional de
Arqueología Chilena, tomo I, pp. 61-87. Santiago.
Eagleton, T.
1997 Las Ilusiones de la Posmodernidad. Ediciones Paidós,
Barcelona.
2005 Después de la Teoría. Ediciones Debate, Barcelona.
Eco, U.
1990 Semiótica y Filosofía del Lenguaje. Editorial Lumen,
Barcelona.
Espinosa, G.
1996 Lari y Jampatu, ritual de lluvia y simbolismo andino en
una escena de arte rupestre de Ariquilda 1, Norte de Chile.
Chungara 28:133-157.
Godelier, M.
1989 Lo Ideal y lo Material. Ediciones Taurus, Madrid.
González, P.
1998 Doble reflexión especular en los diseños Diaguita-Inca
(1470-1536 d.C.), de la imagen al símbolo. Boletín Museo
Chileno de Arte Precolombino 7:39-52.
Harris, O. y T. Bouysse-Cassagne
1988 Pacha, en torno al pensamiento aymara. En Raíces de
América, el Mundo Aymara, editado por X. Albó, pp. 271281. Alianza Editorial, Madrid.
Hidalgo, J.
1989 Diaguitas chilenos protohistóricos. En Prehistoria:
Culturas de Chile, editado por J. Hidalgo, V. Schiappacasse,
H. Niemeyer, C. Aldunate e I. Solimano, pp. 289-293.
Editorial Andrés Bello, Santiago.
Jameson, F.
1991 El Posmodernismo o la Lógica Cultural del Capitalismo
Avanzado. Ediciones Paidós, Barcelona.
Julián, C.
2002 Identidad étnica y filiación por suyu en el imperio
Incaico. Boletín de Arqueología PUCP 6:11-22.
Kolata, A. y C. Ponce Sanginés
1992 Tiwanaku: The city at the center. En The Ancient Americas:
Art from Sacred Landscapes, editado por R. Townsend,
pp. 317-334. The Art Institute of Chicago, Chicago.
Latcham, R.
1926 El culto al tigre entre los antiguos pueblos andinos.
Revista Chilena de Historia Natural 30:19-22.
Leroi-Gouhran, A.
1983 Los Primeros Artistas de Europa: Introducción al Arte
Parietal Paleolítico. Ediciones Encuentro, Madrid.
1994 Las Religiones de la Prehistoria. Laerte, Barcelona.
Lyotard, F.
1984 La Condición Posmoderna. Ediciones Cátedra,
Madrid.
Mariscotti, A.M.
1978 Pachamama Santa Tierra, Contribución al Estudio de
la Religión Autóctona en Los Andes Centro-Meridionales.
Gebr. Mann Verlag, Berlin.
Martínez. J.L. y J. Berenguer
1986 El río Loa, el arte rupestre de Taira y el mito de Yakana.
Boletín del Museo Chileno de Arte Precolombino 1:7999.
Moore, J.
1995 The archaeology of dual organization in Andean South
America: A theoretical review and a case of study. Latin
American Antiquity 6:165-181.
2005 Cultural Landscapes in the Ancient Andes. University
Press of Florida, La Florida.
Morris, C. y D. Thompson
1985 Huanuco Pampa: An Inca City and its Hinterland.
Thames and Hudson, Londres.
Mostny, G. y H. Niemeyer
1985 Arte Rupestre Chileno. Ediciones del Ministerio de
Educación, Santiago.
Nash, G., editor
2000 Signifying Place and Space, World Perspectives of Rock
Art and Landscape. BAR, Oxford.
Nash, G. y C. Chippindale, editores
2002 European Landscapes of Rock Art. Routledge,
London.
Arte rupestre y códigos espaciales: un caso de estudio en Chile central
Pärsinnen, M.
2003 Tawantinsuyu: El Estado Inca y su Organización Política.
IFEA, Lima.
Pavlovic, D.
2006 La Gente del Valle de Las Rinconadas: Uso del Espacio
y Tradiciones Tecnológicas Durante el Período Intermedio
Tardío en el Valle del Río Putaendo, Cuenca Superior del
Río Aconcagua. Memoria para optar al título de Arqueólogo.
Departamento de Antropología, Universidad de Chile,
Santiago.
Pavlovic, D., R. Sánchez y A. Troncoso
2003 Prehistoria de Aconcagua. Centro de Artes y Oficios
El Almendral, San Felipe.
Pease, F.
2000 Los Incas. Fondo Editorial Pontificia Universidad
Católica del Perú, Lima.
Platt, T.
1976 Espejos y Maíz. Centro de Investigación y Promoción
del Campesinado, Bolivia.
Salatino, P.
2008 Imágenes sobre Rocas, Construcción del Paisaje Social
en Chile Central. Tesis para optar al grado de Licenciada en
Ciencias Antropológicas con orientación en Arqueología.
Universidad de Buenos Aires, Buenos Aires.
Sánchez, R.
1993 Prácticas mortuorias como producto de sistemas simbólicos. Actas del XII Congreso Nacional de Arqueología
Chilena, tomo II, pp. 263-277. Temuco.
1995 Cultura material, arte, monumentos y cuerpos en el espacio; prácticas mortuorias del Complejo Cultural Aconcagua.
Actas del XIII Congreso Nacional de Arqueología Chilena,
tomo II, pp. 281-290. Antofagasta.
2004 El Tawantinsuyu en Aconcagua (Chile central). Chungara
Revista de Antropología Chilena 36:325-336.
Santos, M.
1998 Los espacios del arte: el diseño del panel y la articulación del paisaje en el arte rupestre gallego. Trabajos de
Prehistoria 55(2):73-88.
Santos, M. y A. Troncoso
2005 Reflexiones sobre arte rupestre, paisaje, forma y contenido. TAPA 33.
175
Thomas, C. y C. Massone
1994 El Complejo Cultural Aconcagua: una consideración desde
un enfoque estructural. Actas del II Taller de Arqueología
de Chile Central. http.//www.geocities.com/actas2taller/
thomasymassone.pdf (Acceso 11 de diciembre de 2007).
Tilley, C.
1991 Material Culture and Text: the Art of Ambiguity.
Routledge, Londres.
1994 A Phenomenology of Landscape. Berg, Londres.
2004 The Materiality of Stone. Berg, Londres.
Troncoso, A.
2005 Hacia una semiótica del arte rupestre de la cuenca superior del río Aconcagua, Chile central. Chungara Revista
de Antropología Chilena 37:21-35.
2006 Arte Rupestre en la Cuenca del Río Aconcagua:
Forma, Sintaxis, Estilo, Espacio y Poder. Tesis Doctoral,
Departamento de Historia I, Santiago de Compostela.
2007 Beyond materiality, sintaxis and relationality of rock art
and some of the things we call nature. Journal of Iberian
Archaeology 9/10:231-244.
2008 Spatial syntax of rock art. Rock Art Research 25:3-11.
2009 Arte rupestre y alteridad del espacio en Chile central. En
Crónicas sobre la Piedra, Arte Rupestre de las Américas,
editado por M. Sepúlveda, L. Briones y J. Chacama, pp. 235243. Ediciones de la Universidad de Tarapacá, Arica.
Van de Guchte, M.
1999 The Inca cognition of landscape: archaeology, etnohistory and the aesthetics of alterity. En Archaeologies
of Landscape: Contemporary Perspectives, editado por
W. Ashmore y B. Knapp, pp. 149-168. Routledge, Oxford.
Villoch, V.
1998 Paisajes monumentales en un mismo espacio: la sierra
de O Bocelo (Galicia). Arqueología Espacial 19-20:517528.
Wachtel, N.
1976 Los Vencidos: los Indios del Perú frente a la Conquista
Española. Alianza Editorial, Madrid.
Zuidema, T.
1991 La Civilización Inca en Cuzco. Fondo de Cultura
Económica, México.
1995 El Sistema de Ceques del Cuzco. Pontificia Universidad
Católica del Perú, Lima.
176
Andrés Troncoso, Felipe Criado-Boado y Manuel Santos-Estévez
Notas
1
2
3
El horizonte de inteligibilidad es el ámbito de experiencia
(conocimiento, valores, acervo, razón práctica, tecnología)
desde el que se puede entender algo; el patrón de racionalidad es, en cambio, el modelo simbólico mediante el cual
una sociedad enfrenta el mundo y, en interacción con éste,
construye sentido sobre él; la clave de nuestra propuesta
metodológica es, en vez de basar nuestra interpretación
en nuestro propio horizonte de inteligibilidad moderno y
académico, introducir un modelo antropológico en lugar
de éste.
Una caracterización amplia del arte rupestre de la zona y
de cada uno de los estilos se puede encontrar en Troncoso
(2005).
Estas modificaciones, en última instancia, dan cuenta de
las relaciones sintácticas diferenciales que establecen los
bloques de arte rupestre con sus espacios de inserción.
4
5
6
En este punto no podemos dejar pasar una observación teórica
de vital importancia. Si consideramos que estos códigos
espaciales van de la mano con contenidos específicos de
valor cultural, no creemos que ellos deban expresarse de
forma rigurosa en todos los espacios dadas sus implicancias semánticas, como veremos en las conclusiones. De la
misma forma, por un tema de sistemática de los datos, para
la aplicación de este mismo principio al interior de un sitio
creemos que se requiere una cantidad amplia de bloques
con imágenes para que de esa forma este código sea un
producto cultural intencional de la naturaleza espacial del
arte rupestre y no resultado de la escasez de bloques.
Las implicancias políticas de esta noción de fragmentación
y su relación con el capitalismo tardío han sido avanzadas
por Eagleton (1997, 2005) y Jameson (1991).
Un ejemplo de la utilización de estos códigos del horizonte
de racionalidad andina se encuentra en Troncoso (2006).