Nothing Special   »   [go: up one dir, main page]

Academia.eduAcademia.edu

Mujer; semejanza y ayuda

Frente a una sociedad materialista y de pensamiento débil es necesario arrojar luz sobre la verdad del ser humano, para entenderlo desde su verdadera concepción y poder aportar al ambiente con soluciones positivas. Uno de los campos que deben ser iluminados es el de entender quién es el hombre y quién es la mujer. Para ello este trabajo comenta el pasaje del Génesis donde Dios, reflexionando ante el hombre que ha creado, exclama «faciam ei adiutorium simile sui» . A su vez será a su vez iluminado por la Carta Apostólica Mulieris Dignitatem, de San Juan Pablo II, que se inserta dentro de la línea de la Teología del Cuerpo y permite saborear la riqueza del texto bíblico con un mayor número de herramientas.

ATENEO PONTIFICIO REGINA APOSTOLORUM Istituto di Studi Superiori sulla Donna Mujer; semejanza y ayuda Un comentario al “faciam ei adiutorium simile sui” (Gen. 2,18) a la luz de la Carta Apostólica Mulieris Dignitatem de San Juan Pablo II José Pablo Poblete, LC INTRODUCCIÓN Ser hombre, ser mujer. Estas dos realidades del ser humano, estas dos caras de una misma naturaleza, han sido puestas en duda por el mundo contemporáneo. En muchos sectores de la sociedad se tilda la diferencia sexual entre el hombre y la mujer como un estereotipo, como una idea hegemónica que viene de la tradición impuesta por el cristianismo y no como un dato natural del ser humano. La respuesta así de agresiva del mundo frente a la mentalidad “antigua y conservadora” viene dada por la ideología de género, que no tiene otro objetivo más que forzar la realidad en base a una idea fuerte: no existe un género determinado para cada ser humano. La teoría de género propone ver el factor biológico como un agregado más entre los varios factores que condicionan a la raza humana, y por lo tanto, el sexo masculino o femenino no afecta la composición de la persona, porque es un dato más, algo pasajero, trivial y momentáneo, un vestido que se puede usar o no. El género, en cambio, como lo propone la nueva mentalidad, se puede cambiar y elegir entre los cientos que existen, donde aún destacan las categorías de hombre, mujer, gay, lesbiana y transexual, por ser lo más comunes, pero ciertamente el ser humano no está limitado solo a ellos. Frente a esta realidad de la sociedad y del pensamiento actual es necesario arrojar más y mejor luz sobre la verdad del ser humano, para entenderlo desde su verdadera concepción y poder aportar al ambiente con soluciones positivas. De otra manera se yergue de manera solitaria una visión deconstructivista del ser humano y nadie dice nada. El punto que hemos elegido para las siguiente páginas busca dar claridad en la relación del hombre con la mujer, para entender cómo Dios la pensó desde el inicio; relación cuyos orígenes no menoscaban el rol de la mujer. De hecho, este tema es tan esencial que «o se reconoce la mujer en sí misma, por aquello que es y que sabe dar, en su unicidad, o queda cerrada toda la posibilidad de comprensión de la esencia humana y del misterio divino» Aa.Vv., Las mujeres según Wojtyla, ed. J. A. Carrera, Paulinas, Madrid 1992, 205.. Por ello, el hilo que guía la reflexión de este trabajo es el pasaje del Génesis donde Dios, reflexionando ante el hombre que ha creado, exclama «faciam ei adiutorium simile sui» Gn, 2,18 en «Nova Vulgata - Bibliorum Sacrorum Editio», en http://www.vatican.va/archive/bible/nova_vulgata/documents/nova-vulgata_index_lt.html [4-4-2015]. “Le haré una ayuda semejante a él”; la traducción es nuestra y será así en los demás versículos en latín.. Este versículo será a su vez iluminado por la Carta Apostólica Mulieris Dignitatem, de San Juan Pablo II, que se inserta dentro de la línea de la Teología del Cuerpo y permite saborear la riqueza del texto bíblico con un mayor número de herramientas. Para el orden del trabajo daremos, en primer lugar, una explicación de la palabra simil desde un punto de vista lingüístico y filosófico, ya que consideramos que la correcta intelección de este término despeja nubes y aclara el fundamento sobre la frase completa. En segundo lugar analizaremos la palabra adiutorium, desde el punto de vista del matrimonio y de la virginidad consagrada, y posteriormente, el culmen que tiene esta realidad en la figura de María madre de Dios. Para concluir haremos hincapié en el amor, entendido como la llave maestra que explica la misión de la mujer. Así podremos entender y profundizar aún más en las preguntas claves de todo ser humano; «¿De dónde venimos?" "¿A dónde vamos?" "¿Cuál es nuestro origen?" "¿Cuál es nuestro fin?" "¿De dónde viene y a dónde va todo lo que existe?» Aa.Vv., «Catecismo de la Iglesia Católica», en http://www.vatican.va/archive catechism_sp/index_sp.html [4-4-2015], n.282.. Ya que conocer la Creación y el designio original de Dios sobre nosotros nos permite tener presente la meta hacia a la cual tendemos y la realidad en la que nos movemos. I. SIMIL La Biblia, en el relato Yahvista de la creación del hombre, que va desde el séptimo versículo al quinceavo del segundo capítulo del Génesis, muestra al hombre que labra y cuida la tierra. Dios sin embargo percibe que le falta algo al hombre, «non est bonum esse hominem solum» Gn, 2,18. “No es bueno que el hombre esté solo”.. Dios crea los animales y los presenta al hombre, pero solo la mujer podrá llenar sus expectativas y llevar a plenitud lo que Dios quiere para el hombre, «faciam ei adiutorium simile sui» Ibid. “Le haré una ayuda semejante a él”.. 1. Significado Para comprender mejor el sentido de la relación que se da entre hombre y mujer conviene partir de un análisis de las palabras utilizadas por Dios para describir a la mujer. La primera palabra en analizar es el término latino simil, y será vista primero en su versión hebrea “כנגדו” (neh'-ghed), luego en la traducción griega de “κατ' αὐτόν”, y por último con una explicación filosófica del término en latín. El término usado en hebreo es “כנגדו” (neh'-ghed), y quiere decir “en frente de él”. De esta manera remarca la mujer como la que está en frente del hombre. De la forma griega “κατ' αὐτόν” aparece un significado bastante similar al expresar “estar frente a él”, o un “cómo él”. Esto significa que Dios busca para el hombre alguien con quien fundar una relación al mismo nivel. “Estar frente a él” interpela un poder mirarse cara a cara conscientes de poseer la misma dignidad y de ser capaces de trabajar en conjunto observando un fin común. De esta manera el texto griego permitirá ver posteriormente cómo el término adiutorium no muestra a la mujer como un instrumento para el hombre, sino un estar frente a frente con ella. Para el significado de la palabra latina simil, sin embargo, la explicación toma un cariz más filosófico y no tanto de estar frente al otro, como en el hebreo o en el griego. Aristóteles da una ayuda en la tarea de lograr una definición filosófica, ya que en su obra de Metafísica analiza también el término simil, pero con la diferencia de hacerlo a través del término griego “ομοιον”. La definición que escribe de simil en el libro “delta” de su obra dice: el mismo según la cualidad Cf. Aristotele, Metafisica, ed. V. García, Gredos, Madrid 19902 V, 15, 1021a.. Junto a la expresión simil Aristóteles analiza también el sentido de otras palabras relacionadas de manera directa para entender mejor cómo se aplica cada una a las diversas situaciones. Estos otros términos son; división, que significa una distribución de un todo en sus partes; composición, que denota algo hecho de pedazos; distinción, que no es otra cosa sino negar la identidad entre muchos; el idéntico, que es la identidad de una cosa con ella misma; lo igual, que es el uno (el mismo) según la cantidad; lo diverso, que es la multiplicidad en la esencia; y por último la diferencia, que es la diversidad entre cosas que comparten algo que es esencial Cf. Ibid., V, 15, 1021a.. A esta explicación lingüística de Aristóteles conviene agregar una aclaración lógica-metafísica de la palabra. El término simil, según la definición explicitada más arriba, demuestra que se comparte una misma cualidad entre el hombre y la mujer. La cualidad, en la explicación de las categorías del ente, según el Estagirita, es un accidente, y por lo tanto no es la substancia, aunque sí participa de ella. Por ello decir que comparten cualidad implica que ambos tienen los mismos hábitos o disposiciones, actos, potencias y figura Cf. Ibid., V, 14, 1020a-1020b.. De esta manera las palabras adiutorium simile sui significan que el hombre y la mujer son dos substancias similares. Pero ser similares no quita una segunda realidad muy importante, que el hombre y la mujer también son substancias diversas. El diverso, como fue aclarado más arriba, denota una multiplicidad en la esencia. Esto significa, siguiendo el árbol de Porfirio, que son individuos distintos que comparten un mismo género y una misma diferencia específica. El género en el ser humano está dado por ser animal, y la diferencia específica está marcada por ser racional. De esta manera el ser humano es definido como “animal racional”, y es gracias a esta cualidad que la especie humana puede entrar en relación real entre sus individuos. Con este trasfondo lógico-metafísico aparece que Dios crea al hombre y a la mujer como seres similares y no iguales, diversos pero a la misma altura ontológica. Así se comprende porqué ningún otro animal era capaz de llenar esta categoría, como narra el Génesis al decir que «Adae vero non inveniebatur adiutor similis eius» Gn 2,20. “Adán sin embargo, no encontró ayuda semejante a él”.. Y de esta manera se aprecia con mayor nitidez cómo Dios crea con perfección, cómo la Creación lleva un orden intrínseco, y resuenan las palabras del libro de la Sabiduría; «omnia in mensura et numero et pondere disposuisti» Sab 11,20. “Todo lo dispusiste en medida, número y peso”.. 2. Importancia de la diversidad Una vez aclarada la profundidad semántica y metafísica de la palabra simil es posible entender la diversidad y el valor que conlleva el ser similar pero no igual. La diversidad es absolutamente necesaria para la identidad de las partes. Si solo existiesen seres iguales, ¿cómo podrían darse cuenta realmente de su propia identidad? ¿Cómo podría haber reconocido el primer hombre lo que él era sin la presencia de la mujer? Por ello conviene acercarse a la palabra “diversidad” para penetrar en su sentido último, y se debe hacer desde una antropología cristiana, evitando un fundamento meramente fideísta. Es necesario afirmar la preminencia de la identidad sobre la relación, en campo metafísico y antropológico. Pero esta preeminencia ontológica no elimina el hecho que el descubrimiento del otro hace cuestionar y profundizar la propia identidad; por más sólido que sea el fundamento que ya posee el individuo sobre sí mismo, es al ver al otro, donde puede descubrir los propios talentos, el potencial que posee y su unicidad. Puede descubrirse como un yo completo en frente de un tú. En reconocer y defender la diversidad del hombre y de la mujer se juega una gran parte de la dignidad del ser humano. Si se cancela la diversidad, si no se reconoce el valor de cada sexo, se puede caer en dos extremos; la dominación de uno sobre otro, o el dejarse dominar por el otro. El Papa polaco afirma este argumento al declarar que La mujer […] no puede tender a apropiarse de las características masculinas, en contra de su propia originalidad femenina. Existe el fundado temor de que por este camino la mujer no llegará a realizarse y podría, en cambio, deformar y perder lo que constituye su riqueza esencial Juan Pablo II, Carta apostólica Mulieris Dignitatem, 1988, en http://w2.vatican.va/content/john-paul-ii/es/apost_letters/1988/documents/hf_jp-ii_apl_19 880815_mulieris-dignitatem.html [4-4-2015], n.10.. El hombre, en la narración del Génesis, solamente exclama y reconoce el simil cuando ve a la mujer que salió de su costado. La racionalidad del ser humano, que es la capacidad que le permite descubrir y conocer la verdad, actúa en Adán de manera imperante y por ello al ver la mujer no puede dejar de exclamar con gran júbilo «haec nunc os ex ossibus meis et caro de carne mea!» Gn, 2,23. “Ésta es hueso de mis huesos y carne de mi carne”.. De esta manera «el hombre descubre en la mujer como un otro “yo”, de la misma humanidad» Aa.Vv., «Catecismo de la Iglesia Católica» n. 371., con la cual se encuentra a la misma altura ontológica de una manera complementaria. El ser humano tiene una naturaleza social, un llamado a la comunión, y por ello mientras brille con mayor precisión la similitud y la diversidad, entonces se podrá apreciar y valorar mejor también la interrelación. Cada hombre y mujer es indivisum in se et divisum ab aliis Thomas Aquinas, Scriptum super Sententiis, I, en http://www.corpus thomisticum.org/snp1019.html [12-4-2015], d. 19, q. 4, a. 1, ad 2.. Entender esta realidad de cada ser humano permite actuar como un “yo” único que siempre tiene un “tú” en frente, y evita los peligros sociales del totalitarismo o del individualismo exacerbado, ya que cada uno tiene dignidad dentro del todo sin importar al sexo que pertenece. Para vivir la diversidad de manera auténtica y con un valor epistemológico fuerte, en primer lugar, es necesario integrar en la propia vida quien soy, para conocerme, y así poder luego manifestar quien soy a los demás en las relaciones interpersonales. Si el proceso de la integración de la propia personalidad comienza de una autoafirmación basada en la opinión externa entonces la síntesis personal nunca llegará a ser madura y verdadera. En el ser humano solamente una inmanencia fuertemente fundada puede dar paso a una trascendencia verdadera, y es por ello que en la relación hombre – mujer, si se quiere realmente vivir con dignidad, necesita un reconocimiento positivo de la diferencia para dar paso luego a la unión. II. ADIUTORIUM Después de analizar y reflexionar el concepto de simil, es posible entrar con mayor realismo a comprender el adiutorium. El núcleo de esta realidad de relación hunde sus raíces más profundas en el fundamento último y analógico de Dios Trinidad. En la Trinidad se da la comunión perfecta del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, un adiutorium perfecto. El ser humano por su parte, creado a imagen y semejanza de Dios, busca reflejar también esta comunión, a un grado propio, en la relación hombre – mujer, y así ambos llevan a plenitud la vocación que llevan inscrita dentro de su ser Cf. Juan Pablo II, Mulieris Dignitatem, n.7.. Por ello conviene ver cómo se da esta relación mutua entre el hombre y la mujer, y luego destacar el papel de la mujer en las diversas vocaciones que puede asumir; en la maternidad y en la virginidad consagrada, las cuales vienen reflejadas de manera precisa en la Mulieris Dignitatem. Por último aparecerá María, así como lo escribió San Juan Pablo II en esta misma Carta Apostólica, como el modelo más perfecto de mujer por compartir ambas vocaciones. 1. Adiutorium de las dos partes El conocimiento espontáneo de la realidad permite llegar a una constatación verídica; el ser humano es una animal social, vive en sociedad, y su existencia se da en medio de hombres (vir) y de mujeres (mulier), y entre ellos se dan relaciones de una mayor o menor estabilidad. Esta situación social no es fruto del caso, del azar, o de una disposición aleatoria. El hombre y la mujer están creados para ser una ayuda del uno al otro, para trabajar juntos en un mismo fin, e incluso para ser una sola carne, «et erunt in carnem unam» Gn, 2,24. “Y serán una carne sola”., en el caso del matrimonio. El ser humano está hecho para donarse, está llamado a encontrar el valor del don de sí mismo, y esta realidad no es un descripción accidental sino una parte esencial de su misma composición Cf. Juan Pablo II, Mulieris Dignitatem, n.18.. El sentido profundo de la ayuda viene dado de la dimensión interpersonal del ser humano, es el ser persona lo que constituye la causa primera de un adiutorium. Ser persona «les permite, en cierto sentido, descubrir y confirmar siempre el sentido integral de su propia humanidad» Cf. Juan Pablo II, Mulieris Dignitatem, n.7., y confiere la dignidad propia a la relación entre el hombre y la mujer. Gracias a esta realidad asoma un horizonte más amplio, que trasciende la relación de un hombre con una mujer, y se abre a la ayuda común de toda la humanidad. Toda la historia está llamada a participar de esta ayuda, a lograr una integración correcta entre lo masculino y lo femenino, con la conciencia de haber sido creados para la comunión Cf. Ibid.. El llamado a la comunión entre el hombre y la mujer se debe dar a nivel intelectual, físico y emotivo para que logre su plenitud. La unión sexual de un hombre y una mujer, aunque resuene con más estrépito en las relaciones, y sobre todo en la mentalidad del siglo XXI, es un lado del complejo polígono que une ambos sexos, y por lo mismo exige del ser humano a veces un mayor esfuerzo para elevarlo a la dignidad propia, a la comunión verdadera a la que está llamado. La ayuda mutua se comprende de una mejor manera al verla en relación directa con la misión recibida de cuidar la Creación, al poner el adiutorium en relación directa con la finalidad de todo lo creado. Dios mismo encarga al ser humano dominar la Creación y llevarla a Él, como señala diciendo al crear al hombre «crescite et multiplicamini et replete terram et subicite eam et dominamini piscibus maris et volatilibus caeli et universis animantibus, quae moventur super terram» Gn, 1,28. “Creced y multiplicaos, llenad la tierra y sometedla, dominad los peces del mar y los volátiles del cielo, y todos los seres vivos que se mueven sobre la tierra”.. 2. Adiutorium específico de la mujer a. Matrimonio como adiutorium En el número 30 de la Mulieris Dignitatem asoma una idea que arroja una fuerte luz sobre la realidad del matrimonio, declarando cómo a la mujer «Dios le confía de un modo especial el hombre, es decir, el ser humano […] y ello decide principalmente su vocación» Juan Pablo II, Mulieris Dignitatem, n.30.. Esta misión aparece de manera directa en el rol de ser esposa y madre, de formar una familia, y por ello es necesario entender cómo se configura el ser un verdadero adiutorium en el matrimonio. Como esposa la mujer está llamada a ser un don sincero de entrega al esposo, y a la vez ambos están llamados al apoyo mutuo en la realización como personas. Entre las diversas y múltiples dimensiones del hombre están presentes siempre la intersubjetividad y la sexualidad, y en el matrimonio estas pueden darse de manera plena superando los límites corporales o egoístas. Es en el don total de la mujer a su esposo, y viceversa, donde se da un verdadero adiutorium, porque «aquello que es importante en el matrimonio, no es tanto la liberación sexual, cuanto una donación mutua incesante, un amor personal y recíproco, el vivir juntos y el uno para el otro» M. A. Roa, En el corazón de la mujer, Contenidos de formación integral, México 2000, 74.. De esta manera, los esposos pueden trascender el nivel corporal, ya que «la unión matrimonial exige el respeto y el perfeccionamiento de la verdadera subjetividad personal de ambos. La mujer no puede convertirse en objeto de dominio y de posesión masculina» Juan Pablo II, Mulieris Dignitatem, n.10.. Así en una ayuda mutua el hombre y la mujer se ponen en camino a romper las cadenas del pecado que atan al ser humano de manera real a la concupiscencia de la carne. Como madre la mujer tiene la irremplazable misión de concebir y llevar dentro de ella al bebé durante sus meses de gestación. La maternidad es proprio del ser mujer, del ser adiutorium. Así se constata el rol activo de la mujer en el engendrar, mucho más que el hombre, especialmente en la parte prenatal, ya que es ella la que desde su propia carne alimenta y engendra al nuevo ser humano Cf. Ibid., n.18., es ella la que introduce a la nueva creatura a experimentar de alguna manera el amor que Dios Padre tiene por ella desde la eternidad. Es en el vientre donde la nueva creatura «asume su aspecto humano propio, antes de entrar en el mundo» M. A. Roa, En el corazón de la mujer, 72., casi como si la madre modelase con sus manos interiores al nuevo niño que está creciendo. Después del nacimiento, la misión, ya forjada por los nueve meses de espera amorosa, evoluciona a un ayudar al Creador en su plan de educar al nuevo ser humano. En este ambiente la madre, bajo el aspecto personal-ético, tiene una misión decisiva para el desarrollo de la nueva criatura Cf. Juan Pablo II, Mulieris Dignitatem, n.19., porque sentará sobre todo en los primeros años, los lazos fundamentales de amor y confianza que acompañarán al niño o niña durante toda la vida. Es así que la madre adquiere un lugar que continúa la alianza de Dios hecha con María, porque «cada mujer contribuye con la vida terrena y con la vida eterna de su hijo» M. A. Roa, En el corazón de la mujer, 101.. b. Virginidad consagrada como adiutorium La misión encomendada a la mujer de ser un verdadero adiutorium para el hombre abre sus puertas también en la virginidad consagrada, con una fecundidad profunda y real a todos los seres humanos. En primer lugar, la vida consagrada impulsa a la mujer a una donación total, logrando, con la ayuda de la Gracia, el milagro de una entrega en plenitud. Esta entrega generosa y radical de la vida religiosa permite enseñar a los mismos matrimonios su sentido más profundo, la unión real a la que debe aspirar el esposo con su esposa. La virginidad consagrada es una ayuda elocuente del profundo don esponsal, porque revela su verdad interior Cf. Ibid., 121., que la unión verdadera va más allá del cuerpo y exige una integración de alma, sentimientos y de todo lo que conforma al ser humano. La mujer consagrada reconoce que está llamada a una entrega total de ella misma, a un amor esponsal, y esto lo realiza de manera plena con Cristo. En su tiempo ya lo señaló Jesús, al decir que es un don y que no todos lo entenderán, «qui potest capere, capiat» Mt, 19,12. “El que pueda entender que entienda”., y por ello solo tiene verdadero sentido si la renuncia es en favor de Cristo. En segundo lugar, la elección por la virginidad ayuda al Creador a llevar tanto a hombres como a mujeres al encuentro definitivo con Él. Es un adiutorium que puede llegar de manera directa a los lugares más difíciles de la tierra, o de las conciencias de los hombres. Así la mujer, apuntando al fin escatológico del ser humano, muestra el camino al Cielo testimoniándolo con la propia vida. Es el ejemplo de su vida alegre y plena que se transforma en semilla de vida para tantos y en un lazo imprescindible para el plan de Dios. Esto lo expresa certeramente San Juan Pablo II al decir que En la virginidad libremente elegida la mujer se reafirma a sí misma como persona, es decir, como un ser que el Creador ha amado por sí misma desde el principio y, al mismo tiempo, realiza el valor personal de la propia femineidad, convirtiéndose en “don sincero” a Dios, que se ha revelado en Cristo; un don a Cristo, Redentor del hombre y Esposo de las almas: un don esponsal Juan Pablo II, Mulieris Dignitatem, n.20.. La virginidad consagrada se puede comprender como una unión espiritual con Cristo a través del Espíritu Santo. Es la elección de responder a un llamado no diciendo un “no”, sino más bien un “sí” total a Dios que llama en el interior. Es la misma mujer, quien enamorada totalmente de Cristo, se vacía de ella para compartir su amor con los demás seres humanos. Por ello, el celibato consagrado es muy distinto al de un soltero por la donación intrínseca que conlleva. En esta línea «la renuncia a la maternidad física, que puede significar para la mujer un gran sacrificio, abre a la experiencia de una maternidad distinta» Aa.Vv., Las mujeres según Wojtyla, 241., la maternidad espiritual y apostólica. Así la mujer consagrada adquiere la maternidad en el Espíritu con todos los seres humanos Cf. Juan Pablo II, Mulieris Dignitatem, n.21., y se vuelca a ellos de múltiples maneras de acuerdo al carisma en el cual ha consagrado su vida. ¿Puede existir maternidad más fructífera? Por ello la mujer, llamada a ser madre, trasciende la maternidad biológica para alcanzar la espiritual en todas aquellas personas que atraviesen por su vida consagrada en los diversos apostolados que realiza en el mundo entero. Los ejemplos de esta fecundidad son inagotables, bastaría para ello recordar el testimonio de la Madre Teresa de Calcuta entre los más pobres de los pobres, o el de Santa Teresita del Niño Jesús que llegó a ser madre de las misiones desde su escondido rincón en Francia. 3. El rol de adiutorium en María: Virgen y Madre La dimensión de la maternidad y de la virginidad encuentran un eco perfecto come adiutorium en la figura de María, la Virgen Madre de Dios. Es en ella donde «la virginidad y la maternidad coexisten» Cf. Juan Pablo II, Mulieris Dignitatem, n.17., ya que ella «vive su entrega total y exclusiva a Dios, con un profundo sentido esponsal, mediante la vivencia fiel de su virginidad» M. A. Roa, En el corazón de la mujer, 159.. Por ello es que María pone en evidencia como los dos caminos, a primera vista radicalmente contradictorios, pueden llevar a la plena realización de la mujer. La maternidad en María demuestra la alianza con Dios, la plena realización del designio de Dios sobre el hombre. Queda claro en la historia de Israel cómo Dios «para estipular su Alianza con la humanidad se había dirigido solamente a hombres: Noé, Abraham, Moisés» Juan Pablo II, Mulieris Dignitatem, n.11.. Sin embargo «al comienzo de la Nueva Alianza, que debe ser eterna e irrevocable, está la mujer: la Virgen de Nazaret» Ibid.. En su virginidad consagrada María es elegida para ser la madre de Dios, y en la Cruz recibe el don de ser también madre de todos los hombres. Así el complemento de las dos realidades en María es pleno, y su figura es modelo para toda mujer, como lo señaló Juan Pablo II al decir que A la luz de María, la Iglesia lee en el rostro de la mujer los reflejos de una belleza, que es espejo de los más altos sentimientos, de que es capaz el corazón humano: la oblación total del amor, la fuerza que sabe resistir a los más grandes dolores, la fidelidad sin límites, la laboriosidad infatigable y la capacidad de conjugar la intuición penetrante con la palabra de apoyo y de estímulo Juan Pablo II, Redemptoris Mater, 1987, en http://w2.vatican.va/content/john-paul-ii/es/encyclicals/documents/hf_jp-ii_enc_25031987_redemptoris-mater.html [10-4-2015], n.46.. CONCLUSIÓN Los argumentos tratados en las páginas anteriores no pretenden ser un cierre definitivo del análisis del versículo 18 del segundo capítulo del Génesis, antes bien un estímulo para seguir profundizando en el plan trazado por Dios para el ser humano. Dejamos para estudios posteriores agregar el análisis que hace Santo Tomás de Aquino a la palabra simil, y también agregar los aportes de la filosofía personalista al concepto de adiutorium, junto a otras colaboraciones del pensamiento judío-cristiano. Pero al menos sí nos atrevemos a concluir señalando que conocer que el hombre es un ser simil a la mujer, y a la vez observar la relación de adiutorium que llevan inscritos en lo más profundo, se transforman en un desafío para el ser humano del siglo XXI. La complementariedad es una oportunidad para crecer, para salir del egocentrismo narcisista de nuestra época. Reconocer al otro en toda su dignidad es un reto para el ser humano tecnológico que cada vez olvida más lo que es su verdadera naturaleza para centrarse en el consumo, en lo banal y llenarse la mente de bytes. La libertad del ser humano pone en juego la vocación de donación, porque recae en las manos de cada uno el optar o no por entrar en un verdadero contacto con el otro, por hacer del otro un producto o un ser creado a imagen y semejanza del Creador. Por ello ante el panorama grisáceo que puede sembrar la ideología del género, conviene dar una respuesta positiva, un volver a encantar el mundo con armas nuevas, que sean sí intelectuales y racionales, pero también que toquen la existencia del ser humano. Por ello, y a modo de corolario de estas páginas, creemos que la mejor respuesta para vivir una libertad verdadera, habiendo reconocido la similitud entre el hombre y la mujer, y la profunda ayuda que debe existir entre los dos, recae en una sola palabra; amor. Cada ser humano debe aprender a amar, tiene que conocer el amor y trascender a él para realmente encontrarse con quien es. Ciertamente con ello no nos referimos a la connotación tan manoseada que se le ha dado en tantos ambientes, sino al valor original de este término, al amor tal cual lo pensó Dios. El amor no es otra cosa que donación, sacrificio y entrega por el ser querido. Es precisamente en este sacrificarse por el otro, en el olvidarse de uno mismo, en amar, donde estriba la superioridad del ser humano con respecto a las demás creaturas. El ser humano es semejanza de Dios y Dios es amor, ¿qué otra posibilidad de respuesta se debería esperar de esta creatura? Pero repetimos, las palabras estarán, los argumentos tal vez se multipliquen con el pasar de los años, pero la respuesta queda en las manos de cada uno. El amor, para que sea verdadero, se debe elegir y vivir en primera persona. BIBLIOGRAFÍA Aa.Vv., «Catecismo de la Iglesia Católica», en http://www.vatican.va/archive /catechism_sp/index_sp.html [4-4-2015]. Aa.Vv., «Nova Vulgata - Bibliorum Sacrorum Editio», en http://www.vatican.va /archive/bible/nova_vulgata/documents/nova-vulgata_index_lt.html [4-4-2015]. –––, Las mujeres según Wojtyla, ed. J. A. Carrera, Paulinas, Madrid 1992. Aristotele, Metafisica, ed. V. García, Gredos, Madrid 19902. Juan Pablo II, Carta apostólica Mulieris Dignitatem, 1988, en http:// w2.vatican.va/content/john-paul-ii/es/apost_letters/1988/documents/hf_jp-ii_apl_19880815_mulieris-dignitatem.html [4-4-2015]. –––, Redemptoris Mater, 1987, en http://w2.vatican.va/content/john-paul-ii/es/encyclicals/documents/hf_jp-ii_enc_25031987_redemptoris-mater.ht ml [10-4-2015]. Roa, M. A., En el corazón de la mujer, Contenidos de formación integral, México 2000. Thomas Aquinas, Scriptum super Sententiis, I, en http://www.corpus thomisticum.org/snp1019.html [12-4-2015]. ÍNDICE Introducción………………………………………………………… 1 Simil……………………………………………………………... 3 Significado………………………………………………….. 3 Importancia de la diversidad………………………………… 5 Adiutorium……………………………………………………….. 8 Adiutorium de las dos partes………………………………… 8 Adiutorium específico de la mujer Matrimonio como adiutorium…………………………… 9 Virginidad consagrada como adiutorium……………….. 11 El rol de adiutorium en María: Virgen y Madre………….…. 13 Conclusión…………………………………………………………... 15 Bibliografía………………………………………………………….. 17 1 2