El imaginario fragmentado en el arte chicano:
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El imaginario fragmentado en el arte chicano:
LUNES 20 DE DICIEMBRE DE 2010 15:00
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De California a Chicago1
Cristina Castellano*
Según Aristóteles, el ojo humano es el órgano más poderoso de nuestros sentidos y la
vista el primer motor de diferenciación de las cosas, mas no sólo de las cosas sino
también de las personas, ya que en una primera instancia reconocemos al “otro”
viéndolo, observándolo. De ahí que el reconocimiento de las identidades pase
fundamentalmente por lo visible, por la imagen; por ello nuestro interés en estudiar las
identidades a través de las expresiones visuales, de las artes plásticas.
A pesar de que cualquier tipo de arte nacional tiende a transformarse una vez que se
tiene contacto con el extranjero –ya sea que adquieran los valores, tendencias, escuelas
o técnicas que se experimentan, o bien que se encierre en sí mismo para proteger lo que
ya se sabe– de cualquier modo, se da un cambio que conduce forzosamente a una
nueva creación, a la germinación de un nuevo lenguaje.
En el mundo de las identidades fragmentadas, las producciones del arte visual,
adquieren un doble carácter simbólico, que muestra integración y síntesis de dos o más
culturas nacionales. El arte chicano ejemplifica estas hipótesis ya que iniciando con los
referentes del muralismo glorioso de los años veintes en México, los muralistas chicanos
retoman en los sesentas un movimiento visualmente popular, para hablar de ellos
mismos, de su vida en Estados Unidos, de sus problemas, de su situación, frente al
Estado norteamericano. Vinculados con la problemática de la comunidad negra y
militando en el movimiento de derechos civiles contra el racismo, la exclusión de género
y en favor del derecho de agrupación de las comunidades “étnicas”; los chicanos
comienzan a expresarse en sus barrios en los sesentas, con un arte libre y callejero,
comunitario y político.
California: frontera sur
El tema del arte chicano nos llevó a hacer un recorrido de norte a sur por la Alta
California. En San Diego, el muralismo chicano de los años setentas, dejó su huella en el
Parque Chicano (Chicano Park) situado en el barrio Logan. Hoy día se ha vuelto un
cementerio de imágenes. El concurrido parque que fuese lugar de cita obligada para la
creación chicana, se encuentra hoy día en un estado de abandono. El paso de las
décadas, la reestructuración de grandes avenidas que cortaron el parque por la mitad, la
afluencia de los vagabundos alcohólicos, han convertido al barrio Logan, y por lo tanto al
parque, en zona peligrosa para pasear o contemplar los murales.
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Chicano Park, San Diego, 2005
Entre automóviles que rodean las tres columnas del parque, se perciben los murales,
símbolos y héroes de la historia. Todo ello se suma a las reproducciones de la cultura
popular mexicana. Encontramos la figura de Emiliano Zapata, la Adelita revolucionaria, a
Frida Kahlo y a la virgen de Guadalupe. No se excluye la representación de la familia, los
abuelos, el mariachi y la bandera rojinegra símbolo original del movimiento chicano. Se
alcanzan a distinguir en ese ambiente borroso, las figuras de la época prehispánica
azteca y algunos otros elementos de la vida cotidiana de los chicanos en Estados Unidos
como la figura del campesino, los líderes políticos, las huelgas y la figura del “pachuco”.
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Chicano Park, San Diego, 2005
A diferencia de los muralistas mexicanos de los años veinte, que fueron contratados
como artistas por el Estado para pintar los murales, los muralistas chicanos ejercen
actividades paralelas para sobrevivir. Se desempeñan como profesores de arte, de
música o poesía, como trabajadores sociales, funcionarios, directores o animadores de
centros de arte. Entre los grupos consolidados de California, destacan «Royal Chicano
Air Force, los Toltecas en Aztlán, las Mujeres Muralistas, Los Four, East Los
Streetcapers, los Artistas Latinos de Orange County y Earth Crew. En Nuevo México: Los
Artes Guadalupanos de Aztlán. En Texas, se encuentra: Con Safo, Los Quemados.
Finalmente Los Three en Colorado». 2
Más que el nacionalismo representado constantemente por la bandera tricolor, el
nacionalismo mexicano se representa poniendo en los muros las prácticas culturales de
la gente del “barrio”. Según Carlos Callejo en entrevista con Annick Tréguer:
[…] «los murales chicanos no pueden ser considerados como un
arte público sino sobre todo como un arte comunitario» ya que éste
representa las aspiraciones de la sociedad que participa
activamente del proceso de recepción de las obras. 3
El arte mural chicano fue, en sus inicios, el medio de identificación de la comunidad
mexicana en Estados Unidos. A través de la iconografía utilizada, se representaron los
hábitos y costumbres de la colectividad, en imágenes de la vida cotidiana en las que la
gente se reconoce. Encontramos no sólo representaciones aisladas de la mujer, el
obrero, los amigos, sino todos estos elementos bajo un contexto de convivencia propia y
representativa del carácter del pueblo mexicano.
A pesar de todo ello, el arte mural chicano ha sido catalogado como una práctica cultural
más próxima a la expresión reivindicativa de una cultura visual étnica y no como un arte
con “A” mayúscula. Incluso para la historia del arte mexicano, es difícil reconocer en el
muralismo chicano, una extensión del muralismo de Orozco, Rivera y Sequeiros. El
mismo Octavio Paz afirmó que: “[…] la pintura mural mexicana no tuvo una verdadera
descendencia”.4 Los muralistas del norte no comparten la gloria estética de los clásicos,
ya que considera que, en cuanto a su formación, los muralistas chicanos nunca
estuvieron en contacto con las grandes escuelas europeas de pintura, sino que más bien
desarrollaron un lirismo visual producto de las pintas por las calles. En el fondo, lo que
existe un gran desconocimiento de la trayectoria de los artistas chicanos y una grave
reticencia para reconocer que los inmigrantes o los hijos de inmigrantes mexicanos,
puedan representar el desplazamiento estético del muralismo de oro.
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Encontramos la misma reticencia en algunos estetas especialistas de la Universidad de
San Diego. Los profesores, próximos a la reflexión académica mexicana, se encuentran
concentrados en temas de otra índole, como con: archivos de retrato, patrimonio antiguo
de San Diego, o cualquier otro tema de carácter más contemporáneo. Los expertos
explican que si bien el muralismo chicano en San Diego tuvo una época gloriosa, hoy se
encuentra prácticamente muerto. Nuestra hipótesis es que la posibilidad de cruzar la
frontera mexicana en 20 minutos, impide que el artista de la ciudad de San Diego viva la
experiencia de sentirse un "ser fragmentado", es decir mexicano pero a la vez
estadounidense. De ahí que, desde San Diego, el arte chicano se vea como kitsch,
brillante, exagerado en su simbología, ridículo en su afán de transponer símbolos de una
cultura a otra, ya que desde esta perspectiva no se llega en ninguno de los casos a
formar unidad cultural alguna.
En Los Ángeles y San Francisco las cosas son bruscamente distintas. No sólo persisten
los barrios donde el muralismo chicano es aún protegido por las comunidades, como en
algunas zonas del este de Los Ángeles, o en Misión San Francisco, sino que en la
Universidad de Los Ángeles (UCLA), y en la Universidad de Berkeley existen programas
dedicados al estudio del arte y la cultura chicana. Ahí, se enseña el muralismo chicano,
como el movimiento fundador a nivel pictórico, para de ahí llevar el debate a temas más
contemporáneos como el feminismo chicano en las artes, o el tema de la binacionalidad
y la crítica al racismo en el mundo anglosajón.
Efectivamente, el discurso se modifica en la medida en que nos alejamos de la frontera
mexicana estadounidense. En Los Ángeles, el profesionalismo con el que se analiza y
discute el arte chicano, la seriedad, y sobre todo la apropiación de una historia del arte
chicana documentada por laboratorios de investigación y resguardada en bibliotecas
especializadas, nos lleva a afirmar que el centro del arte chicano comienza en Los
Ángeles (LA) y se extiende a partir de ahí hacia toda la zona norte de Estados Unidos.
La vasta producción artística chicana, da la pauta para hablar de los imaginarios
fragmentados. A pesar de que apócrifamente se ha dicho, que la expresión artística
hecha por hispanos en Estados Unidos comenzó hace muchos años, desde el momento
en que la parte norte de México fue anexada a los Estados Unidos, es hasta el
muralismo chicano, que se distingue con claridad la línea de tiempo que nos permite
hablar de arte propiamente chicano, mexicano-americano.
El punto de partida de esta selecta historia del arte, es el movimiento muralista chicano.
Sin embargo, en los años noventa, la Exposición CARA5 (Chicano Art: Resistance and
Affirmation) abrió un nuevo debate, y dio continuidad y presencia al arte chicano
contemporáneo. Primero, por ser la primera exposición antológica que mostró las
expresiones artísticas que se llevaban a cabo en los márgenes de los Estados Unidos, y
segundo, por haber incitado a otra interpretación del arte estadounidense, tomando en
cuenta la participación de los “artistas de origen hispano”.
Dar la “CARA”, 6 significó mostrar el rostro segregado de esta colectividad
norteamericana, quien reivindicaba el orgullo de ser y no ser estadounidense. Mostrar las
creaciones artísticas de un grupo frecuentemente marginado en Estados Unidos, y
peyorativamente mitificado y mal conocido en México, fue el objetivo y el éxito de esta
exposición.
Chicago: frontera norte
La convivencia de más de un millón y medio de Mexicanos, Chicanos y MexicanoAmericanos en ciudades como Chicago, hace que las gamas que establecen las
diferencias de identidades sean englobadas bajo el término de hispanos. Si en sus inicios
la inmigración hispana se situó en el South Chicago, ahora es el antiguo barrio de Pilsen
el que alberga la morada de cientos de hispanos y sus murales.
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"Centro-Periferia" Pilsen y centro de Chicago, 2006
En esta área, centro contundente de la comunidad hispana asentada en Chicago,
destacan los murales del barrio elaborados por grupos de artistas y profesores como
Francisco Mendoza, Mario Castillo, Roberto Valadés, Marcos Raya y Héctor Duarte, entre
otros. A pesar de que el muralismo chicano de Pilsen, sigue la misma lógica que en
California, se establecen matices distintos. En ambos casos se observa un salto que
lleva de lo comunitario a lo individual, de los temas clásicos del movimiento chicano a los
postmodernos de influencia europeas. Pero a diferencia del muralismo chicano de la alta
California, en Chicago se vive un muralismo más joven, más próximo a los años
ochentas o noventas.
Como los muralistas se encuentran menos familiarizados -en espacio y tiempo- con las
luchas del movimiento chicano, los temas del muralismo en Pilsen se vinculan más a
temas relacionados con la vida cotidiana. Así, se retratan momentos relacionados más
con la manera de vivir de la gente, y no tanto con las luchas identitarias, elementos ya
conquistados en el campo de batalla chicano. Por ello, no es difícil encontrar
representada la figura del vendedor de helados y paletas, así como a los ambulantes de
negocios de comida “étnica” como tamales y champurrado, chicharrones o frutas,
quienes generalmente venden en una porción triple de lo que se acostumbra comprar en
México, ya que el consumo de la vida norteamericana les obliga al aumento del volumen
de la cantidad que se ofrece.
A su vez, como sucede en California, la repetida imagen de la virgen de Guadalupe es
objeto de devoción y cada habitante de la comunidad manifiesta su gusto particular por
una u otra pintura de la representación divina. Algunos paseantes incluso se arrodillan
frente a la imagen, a pesar de no encontrarse en un templo sino en la calle, y aportan a
la figura religiosa veladoras, flores y regalos. En las escuelas primarias –donde la gran
mayoría de asistentes son niños de origen hispano-mexicano–, se destacan en las
fachadas de los edificios, figuras como las de Zapata y Juárez, sin olvidar la presencia de
César Chávez líder del movimiento chicano campesino. Un caso singular es el de la
nueva escuela “Orozco”, situada en la famosa 18 street, por ser la única que iza la
bandera mexicana de manera permanente y por contar con murales que interpretan la
vida del México prehispánico.
Escuela Orozco, Pilsen, Chicago, 2006
El arte de carácter mexicano-americano se expresa también en lugares fuera de lo
ordinario para el arte, como en las lavanderías o tiendas de víveres comestibles en
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donde la puesta en marcha iconográfica puede variar. Encontramos por ejemplo en Little
Village, los murales pintados por Francisco Mendoza en la lavandería de Pulaski y la 31
street. La expresión de este arte “popular” ya sea en las cárceles o en las lavanderías no
excluye los ritos de iniciación al arte. En todos los casos se lleva a cabo una formal
inauguración (openning) de las exposiciones, con canapés (que en este caso son
tamales), y bebida de honor (coca cola normalmente), sin interrumpir obviamente los
servicios que se ofrecen o se viven en el lugar adjudicado para la creación.
En su mayoría los murales de Pilsen se encuentran en buen estado y se organizan
visitas guiadas desde el centro de Chicago para contemplarlos. Sin embargo, a pesar de
que se sigue pintando sobre los muros, todo hace pensar que la incorporación de
símbolos de la cultura mexicana, se da de una manera un tanto forzada. Es decir, que la
autonomía del artista va dirigida hacia un público que espera este tipo de
representaciones, que expresan sin lugar a dudas, la voz del pueblo, pero que se ha
vuelto un medio de atracción publicitaria para comerciantes e instituciones que pretenden
captar la atención de los habitantes del centro. Es decir, de alguna manera, el “encargo”
de murales se ha vuelto una práctica corriente en la vida comunitaria, y no una expresión
voluntaria, contestataria, de los artistas y muralistas, como lo fue el muralismo chicano
en sus orígenes.
Benito Juárez y publicidad de Coca-Cola, Pilsen, Chicago, 2006
Después de visitar varios estudios de artistas plásticos activos en el barrio de Pilsen, y
de la realización de entrevistas a profundidad, hemos comprobado que sus creaciones
personales tienen que ver más con temas íntimamente vinculados a sus imaginarios
singulares, y no con la comunidad. Si bien es cierto que en el pasado algunos
expresaron sus inquietudes en torno a la vida comunitaria, con el tiempo –como es el
caso de Marcos Raya– se acercaron a temas de índole moderno y contemporáneo como
el surrealismo o el performance cyber-erótico.
A pesar de que una gran mayoría de creadores sigue pintando “murales”, lo hace a partir
de temas encomendados. Esta actividad le permite solamente garantizar un ingreso
económico a partir de una actividad cercana al mundo de las artes, pero no forma parte
de su acervo personal creativo.
Así, el muralismo actual de Chicago, se ha vuelto una herramienta pedagógica utilizada
por las instituciones para evidenciar los problemas que viven las diversas comunidades
entre sí, y para incitar un estado de armonía y convivencia pacífica entre éstas. Como
ejemplo, tenemos dos casos.
El primero, son los murales realizados entre enero y mayo 2006, por el artista africanoamericano Rahmaan Statik Barnes. Los murales encargados expeditamente por el
Museo Nacional de Arte Mexicano de Chicago y por el Museo Afro-Americano (DuSable
Museum), están consagrados a estimular la convivencia pacífica de las dos principales
comunidades minoritarias en disputa. Se trata de una abierta invitación para celebrar y
recordar los valores e ideales de figuras como la del Dr. Martin Luther King Jr. y César
Chávez. Observamos en los murales, una expresión pictórica de los retos, raíces y
batallas compartidas entre la comunidad mexicana-americana y la comunidad africanaamericana. En un deseo de mantener la paz y buscar los elementos compartidos, se
llevan a cabo desayunos de gala entre las elites políticas y culturales de estas
comunidades.
Otro caso es el mural encargado por la Little Village High School al artista mexicanoamericano Robert Valadés, en donde, con la ayuda de los estudiantes, nuevamente se
pone el acento en la convivencia pacífica y las similitudes de la comunidad negra y
mexicana. En este mural se resaltan los símbolos de pertenencia más conocidos de
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ambas comunidades, la guitarra y el maíz al lado de los tambores y el rap o hip-hop
africano-americano. También encontramos las imágenes de los líderes de movimientos
civiles que forman parte sustancial de los mitos heroicos actuales.
Entrevistados ambos artistas confiesan, que ellos “ejecutan” el encargo asumido por las
instituciones demandantes. Sin embargo, la obra personal que cada uno de ellos realiza
en su estudio, se aleja de la utopía visual encomendada. Al final, la apatía, la violencia y
la desesperación de la vida agresiva que se da en las calles, entre las pandillas, les lleva
a afirmar que los temas de los murales realizados no reflejan la “realidad” de lo que se
vive, de lo que pasa. Por el contrario, muestran un deseo de “cómo se quiere” o “cómo
se debe vivir”, y lo que hay que tomar en cuenta para que esto se concretice.
En este sentido, el muralismo contemporáneo de las calles hispanas en Chicago,
transforma el origen de lo que en un principio fue el muralismo chicano californiano: una
réplica de la vida fragmentada y comunitaria de los barrios hecha por la inquietud
explicita de los artistas y activistas. Ahora en Chicago, la banderola la han tomado las
instituciones para tratar de vincular y pacificar los imaginarios fragmentados de las
comunidades de otro origen étnico y racial. Buscan con ello, sumar los imaginarios para
reconocer las luchas identitarias, civiles y políticas que se han vivido paralelamente y
para luchar contra la segregación. Se trata de provocar el sentimiento de semejanza y de
alianza política. Por ello el discurso mural es mantenido, ya no por las comunidades que
hablan por sí mismas, ni por los artistas, sino por las instituciones, bibliotecas, museos, y
departamentos de estado, que como en la época renacentista, son los mecenas de los
artistas, y dictan por ello el sentido temático de los muros, de acuerdo a sus inquietudes
y preocupaciones urbanas.
A estos hechos se anudan los cambios de valor y las transformaciones del lenguaje
estético en el seno del arte chicano, porque si el mural ya no significa el espacio de la
expresión personal, ahora los artistas se repliegan sobre sus propios estudios para
generar nuevos discursos y nuevas categorías visuales que expliquen su obra, que
hablen de su metamorfosis propia, de su autonomía.
Taller del artista Marcos Raya, Pilsen, Chicago, 2006
Si en sus inicios el arte chicano fue identificado con una estética de lo sincrético, hoy en
día no se sostiene esta clasificación, ya que el sincretismo remite a la idea de
conciliación, armonía, concordancia o condensación. Mas el arte contemporáneo chicano
de hoy día, es antónimo de estas nociones ya que da muestras claras de discordancia,
discrepancia, desarmonía y bifurcación, sobre todo frente al arte mainstream
norteamericano, que sigue sin querer reconocerles como parte de “la” historia del arte
oficial. La categoría que nos permite explicar uno de los movimientos más críticos que
cuestiona este tipo de valores en el arte contemporáneo chicano, se erige a partir del
asentamiento teórico de Tomás Ybarra-Frausto. 8 Se trata del movimiento rascuache, o
“rascuachismo”.
El “rascuachismo” equivale en estética, a lo que en lenguaje nietzscheano se entiende
como transposición de valores. Se trata de un movimiento que invierte el sentido de lo
alto y de lo bajo, de lo popular y lo artístico para dar lugar a una nueva síntesis de
apreciaciones en el “gusto”. Se trata de una forma de producción artística que lleva
implícita una reacción frente a la dominación de la percepción refinada de lo que es “arte”
bajo el esquema mainstream o dominante.
El rascuachismo es un movimiento emanado del folk-chicano. Se basa en la experiencia
de las clases bajas, en donde la transformación diaria de los objetos presentados en
forma de arte decorativo en ceremonias populares como el día de muertos, se vuelve
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parte de una presentación estética. Se percibe como un arte de lo sincero, lo intuitivo, lo
desafiante, lo inventivo, irreverente, excesivo y ostentoso.
El rascuachismo posee la capacidad de reintegrar los fragmentos separados a partir de la
recuperación de objetos, texturas y soportes encontrados en las calles de los barrios
hispanos. Por ello genera identidad, porque aún transformado por la creatividad del
artista, se denota la procedencia, la pertenencia del objeto a ciertos esquemas de una
cultura popular dada; un espejo roto, un marco viejo, una foto de familia. Es un arte que
se inspira del desprendimiento de las cosas de “los de abajo”, de lo que arrojan los que
poco tienen. Con la técnica de la recuperación de los objetos de la calle, los artistas del
movimiento rascuache intentan resanar la pérdida. No se trata de reciclar sino de
recobrar las cosas para darles de nuevo un valor. El rascuachismo implica esta forma de
producción plástica, donde, a través de este gesto, cuestiona a la sociedad de consumo
histérico norteamericano.
Imbuidos en esta tarea, los artistas contemporáneos chicanos ya no evocan lo mexicano
como el elemento a recuperar. Tampoco el pasado prehispánico es la fuente principal de
inspiración. Anudados a su propia forma de existencia, sitiada siempre bajo el esquema
de la cultura hispana, los artistas de este origen, en Estados Unidos, contribuyen con
imaginación a la transformación de su imaginario fragmentado.
Museos identitarios y públicos fragmentados
El modelo de políticas culturales de los Estados Unidos, a diferencia de la política de
excepción cultural francesa, permite la constitución de museos de carácter “étnico" o
“racial” con el fin de representar la herencia histórica y cultural de las diversas
comunidades como la asiático-americana, la hispano-americana, o la africanoamericana.
Estos museos, también denominados como “comunitarios”, retoman ciertos aspectos de
las sociedades de origen en vistas de preservar un pasado, pero sin olvidar la exposición
del presente. La lógica museográfica de las colecciones permanentes, sitúa en el centro
de la narrativa, la historia antigua de los países o continentes a los que se pertenece,
pero adoptando un nuevo discurso en torno a la historia contemporánea. Se deposita
así, en estos centros de arte, la conjunción del patrimonio actual de las identidades
ambiguas, fragmentadas.
El Museo Nacional de Arte Mexicano de Chicago, que asume lo mexicano más allá de
las fronteras, cuenta con la sección permanente llamada “La Mexicanidad”. En ella
expone con el apoyo visual de cuadros, maquetas y obras de arte, un seguimiento por
etapas de la historia de México. Encontramos varios momentos, desde la multiplicidad
étnica del mundo prehispánico hasta el quehacer político de los chicanos, pasando por
etapas como la independencia, la revolución y la reforma.
Guía explicando el mito de la Mujer Dormida, Museo Nacional de Arte Méxicano, Pilsen,
Chicago, 2006
En la visita de los niños al museo, es curioso ver cómo los estudiantes de los primeros
grados de primaria, no reconocen a primera vista la figura de Emiliano Zapata. El cuadro
del museo representa una imagen inmensa del revolucionario, con sombrero y fusil en
mano. El guía se detiene frente al cuadro y lanza la pregunta sobre quién es el
personaje. Más de uno grita la respuesta: ¡Es un mariachi! La figura popular viva en la
cultura popular de los mexicanos en Estados Unidos es el mariachi y no Zapata. A
Emiliano Zapata se les enseña en la escuela, pero no en las escuelas norteamericanas.
Sin embargo, viviendo en un barrio chicano, no yerran al identificar la antigua camioneta
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perteneciente al líder obrero campesino César Chávez. Evidentemente, los niños crecen
en territorio norteamericano y reconocen más fácilmente a los héroes históricos ligados a
su propio presente, ligados más a su imaginario más cercano.
El museo africano-americano DuSable Museum, situado en un barrio cercano a la
Universidad de Chicago, en su colección permanente, hace una presentación expedita de
un África lejana dividida geográficamente en norte, sur, este, oeste. Luego de algunas
referencias hechas hacia personajes importantes del antiguo Egipto, el museo inicia su
colección contemporánea con retratos de líderes destacados de su comunidad como la
Dra. Margaaret Burroughs, eminente en artes, letras y humanidades. Llama la atención
un pasillo entero consagrado a las transformaciones de las barber shop y la evolución de
las modas en el peinado africano. Pero el núcleo poderoso en la historia social africanoamericana se concentra en la presentación de documentos que dan fe del racismo
blanco y las luchas libertarias. Por ejemplo encontramos antiguas hojas de propiedad y
anuncios de compra-venta de esclavos venidos del África. También encontramos el
tratado de abolición de la esclavitud firmado por Abraham Lincoln. Finalmente, muchos
documentos fotográficos sobre las luchas lideradas por Martin Luther King, Malcom X y
los black panters.
El Chinese-American Museum, situado en el barrio chino de Chicago es el más joven de
los museos comunitarios. Formado por voluntarios de origen asiático, este pequeño
museo cuenta con una sección temporal en donde se muestran los hábitos y costumbres
relacionados a diferentes formas de vida de la comunidad asiática. Así encontramos
muestras de telas como la seda, de alimentación especial perteneciente a la gastronomía
china, pero también una exposición temporal sobre las fotografías que la propia gente
del barrio quiso aportar para recuperar la memoria de los inmigrantes de principios de
siglo XX. Este museo que ha comprado un edificio para la puesta en marcha de sus
actividades, y que no goza del subsidio estatal como el Museo Mexicano, busca
representar la historia contemporánea local de los asiático-americanos de Chicago en
Estados Unidos.
Los imaginarios fragmentados se repliegan así en instituciones que con el fin de
recuperar y sintetizar los pedazos de las “identidades culturales fragmentadas”
contemporáneas, generan un discurso histórico reciente. Bien empatados con la lógica
del mercado norteamericano, todas las tiendas de recuerdos y postales de los museos
cuentan con la venta de platos, joyería y diversos productos artesanales típicos de las
regiones que nos llevan a recordar la historia o la visita al museo. Lamentablemente, en
los tres museos mencionados, se cuenta con pocos catálogos de las exposiciones.
Todos estos museos, más allá de lo étnico y lo comunitario, son museos de lo identitario.
Cada uno de ellos establece en una sola categoría cultural la imagen que los representa.
El conjunto de estos museos “étnicos” es muestra fiel del mosaico cultural fragmentado
de las identidades vivientes en los Estados Unidos.
El Museo Mexicano a su vez, no hace diferencias entre chicanos, mexicanos, mexicanoamericanos. Según los preceptos de Carlos Tortolero, director del museo, todos son
mexicanos y su museo pretende borrar con ello las fronteras que dividen el norte del sur.
En el museo DuSable sucede lo mismo, todos los africanos de Norteamérica tienen una
herencia ligada a un pasado de esclavitud y dominación africana. Por lo tanto todos son
identificados como africano-americanos, sin distinción del origen que nos remita al África
magrebí, del centro o del sur.
En este sentido los museos identitarios no sólo sirven de soporte pedagógico para
escuelas y centros recreativos de identidades ya sean determinadas o fragmentadas,
sino de puente para hacer compartir a las demás etnias o razas, la cultura de los otros.
Son un puente que busca unir el reconocimiento y la alteridad por medio de la educación
y en pro de la convivencia pacífica.
Sin embargo, el panorama no es tan consolador como parece, ya que tenemos que los
diversos grupos culturales no terminan de reconocerse al cien por ciento en la “unión” tan
enfatizada por estos centros de arte. De ahí que sea paradójica la exposición del Museo
Mexicano sobre la presencia africana en México, ya que tenemos a un público receptor
que no se reconocería a fondo ni con lo africano ni con lo mexicano, sino con lo
fragmentado.
Cuando los museos identitarios, construyen exposiciones históricas dirigidas a un público
de identidad fragmentada, los imaginarios se cruzan, se mezclan para reconocer y
reconocerse en la historia, o en los fragmentos de lo que se les dice que han sido, son, o
buscan ser.
Reflejo de las sociedades actuales, los museos identitarios y públicos fragmentados, son
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la nueva tendencia de la sociedad estadounidense del siglo XXI, a pesar de que los
artistas en singular sigan sintiéndose como ciudadanos comunes pertenecientes al
planeta.
Bibliografía
Catálogo, 1990, CARA Chicano Art: Resistance and Affirmation, UCLA Wight Art Gallery,
Los Angeles, CA.
Gaspar de Alba, Alicia, 1998, Chicano Art «Ideological Visions»., University of Texas,
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Huebner, Jeff, 2006, “Rascuachismo: the Persistence of a Lived Reality” en: Rasquache,
curated by Marcos Raya, Marzo 3-28, Ed. The Art Center, Highland Park, Illinois.
Paz Octavio, 1993, Le signe et le Grimoire. Essais sur l’art mexicain, Extraits de: Obras
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Jean Claude Masson, Éditions Gallimard, 1995.
Treguer, Annick. Chicanos. Murs peints des États-Unis, Presses de la Sorbonne
Nouvelle, France, septembre 2000.
Ybarra-Frausto, Thomas, 1990, “Rascuachismo: A Chicano Sensibility”, en: Chicano Art:
Resistance and Affirmation 1965-1985, Catálogo de la Exposición, Wight Art Gallery,
University of California, Los Angeles, 1990.
Notas
1 El presente artículo revisado por la autora en octubre 2010 fue publicado la primera vez
en el libro La Seducción Simbólica. Estudios sobre el Imaginario, Buenos Aires,
Argentina, Editorial Prometeo, 2007, pp. 213-233. (edición agotada). Las fotografías
fueron tomadas durante el trabajo de campo de la investigadora y se reproducen aquí
con su autorización.
2 Annick Treguer en: Chicanos. Murs peints des États-Unis, France, Presses de la
Sorbonne Nouvelle, septembre 2000, p.96.
3 Ibidem, p. 86.
4 Octavio Paz, 1993, Le signe et le Grimoire. Essais surart
l’ mexicain
, extraits de: Obras
completas Vol. VII. Los privilegios de la vista, T.2, Barcelona, Círculo de Lectores, tr.
Jean Claude Masson, Éditions Gallimard, 1995, p. 121.
5 Véase el catálogo de la Exposición CARA Chicano Art: Resistance and Affirmation,
1990, Los Angeles, California, UCLA Wight Art Gallery.
6 Alicia Gaspar de Alba, 1998, Chicano Art «Ideological Visions», USA, University of
Texas, pp. 110-112.
7 Tomas Ybarra-Frausto. «Rascuachismo: A Chicano Sensibility», en Chicano Art:
Resistance and Affirmation 1965-1985, 1990, Catálogo de la Exposición, Los Angeles,
Wight Art Gallery, University of California.
8 Jeff Huebner, «Rascuachismo: the Persistence of a Lived Reality» en Rasquache,
curated by Marcos Raya, 2006, Highland Park, Illinois, Ed. The Art Center, Marzo 3-28.
* Doctorante en Estética y Ciencias del Arte. Universidad de la Sorbona, Paris 1, Francia.
Para comunicarse con la autora escriba a: cristinacastellano@hotmail.com
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