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Desde la newsletter de Viajes National Geographic

Anochece en Lisboa

Pernoctar tanto en la capital lisboeta como en los diversos destinos de nuestro número de febrero permite conocer mejor lo qué se esconde tras el souvenir.

Son las 20:44 h de una tarde-noche de mayo y el tranvía número 28 baja bailando por la empinada Rúa de António Maria Cardoso. En su curva con Vítor Cordon aminora el paso, cambia su rumbo y exhibe, como una bestia majestuosa, su piel amarilla y su sombra vintageSorprendentemente, el conductor me saluda cuando decido inmortalizar el momento con mi smartphone.

 

Y entonces intuyo la mutación. La Lisboa visitada, en muchos casos por cruceristas que atracan casi en la céntrica Casa dos Bicos, dista mucho de la Lisboa dormida. En tiempos en los que el turismo en temporada alta es capaz de atiborrar de transeúntes los rincones más insospechados, la noche parece ser el refugio de los paseantes y un nexo de unión entre los locales y los viajeros. Por eso, aunque todos los destinos de los que hablamos en el número de febrero de 2025 rebosan luz, también esconden en los últimos albores del día numerosas serendipias.

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Foto: Shutterstock

Barrios de música y bares

La noche en Lisboa tiene decenas de recovecos estimulantes. Yo soy de los que siempre me regalo una noche de fado, sobre todo porque hay fadistas con mucho presente y futuro. Los cenáculos de la Rúa de São João da Praça en los que dan rienda a su melancólico vozarrón tienen sus propios anzuelos para turistas, pero evocan a la perfección aquellas veladas en las que la nostalgia se regaba con vinho barato y se acompañaba con los acordes de una abombada guitarra portuguesa. 

 

Por mucho que esté salpicado de bares de chupito, el Bairro Alto sigue siendo el patio de recreo noctámbulo de los lisboetas y aún hay rincones donde los tragos se sirven en portugués como es el caso de Toca da Raposa, un local que hace honor a su nombre («guarida del zorro») en su decoración. Y es que aquí los cócteles se brindan en un iglú de hormigón que parece estar bajo tierra. Puestos a poner la guinda con un paseo, la perfecta cuadrícula de la Baixa Pombalina se convierte en una ciudad fantasma a altas horas de la noche y, la sombra del elevador de Santa Justa, un fantasma neogótico de una tremenda belleza crespuscular. 

 

PARA LEER MÁS: Qué ver en Lisboa, la ciudad de la melancolía más bella

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Foto: Shutterstock

La noche más allá de Lisboa

La capital lusa no es el único destino de nuestra nueva revista que se transforma por la noche. En Gran Canaria, Las Palmas se llena de canariones que conquistan sus calles en cómodas terrazas. La noche en la capital de la isla permite descubrir el amor por las tapas y raciones que se profesa en Vegueta o el curioso caleidoscopio que se forma en los  bares de Las Canteras, sobre todo en la zona de La Cicer, donde surferos, nómadas digitales y jóvenes locales dibujan una urbe desenfadada y optimista apoyados por una intensa agenda de conciertos. 

 

En el caso de Camboya, Mª Eugenia Casquet dibuja una Phnom Penh que ha sabido capitalizar el magnetismo de los templos de Angkor para volverse más atractiva y ordenada. Eso sí, al caer la noche, el caos de estímulos que es el Sudeste Asiático se desata en los mercados nocturnos creando un contraste entre rascacielos relucientes y aromas exóticos que se está convirtiendo en un eslabón carismático del nuevo ADN de esta futura megalópolis. 

 

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Foto: Shutterstock

Hay dos tipos de noches que apabullan en Túnez. La primera, la que reseña nuestro autor Sergi Ramis y es la que permite disfrutar de un Sidi Bou Said sin el maremágnum de viajeros diurnos que abarrotan sus cafés, sus balcones y sus celosías. La segunda, la que regala el desierto, con más estrellas que granos de arena y una sensación de inmensidad capaz de conmocionar al más incrédulo. 

 

En Florencia, la noche devuelve al viajero las plazas y sus sombras. No hay mayor regalo que uno se pueda hacer que el pasear por la Piazza de la Signoria sin más compañía que las inmortales estatuas que habitan sus rincones. Y en Baja California, la caída del sol devuelve al viajero a las calles de ciudades como Loreto o Cabo San Lucas, urbes donde el sabor a taco de pescado ofrece una forma muy singular de conectar con este árido destino costero, tan radical como intenso.